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Oración cristiana, de gratuidad AUGUSTO GUERRA Entremos adentro. Abramos de par en par la puerta de la oración para entrar hasta 10 méÍs interior de la misma. Pregun- témonos: en definitiva, ¿qué hacía Jesús cuando estaba a solas con su Padre? Si sabemos contestar a esto, entonces es que he- mos dado con 10 que es la oración cristiana l. Y lo curioso es que ya hemos contestado. ¿Que qué hacía Jesús cuando estaba con su Padre? Pues, sencillamente, estar con su Padre. Es nuestra respuesta. Tendremos ocasión de oír a Teresa de Jesús que la oración es un estar con (V 8,5). Y ten- dremos también ocasión de oír a la teología moderna que en la oración no ejercitamos el ser para, sino el estar con 2. Es decir, esa respuesta sencilla parece tener buenos padrinos, ga- nando ya desde el principio una credibilidad suficiente como para intentar descubrir, precisamente por ahí, lo que hacía Jesús y lo que debe hacer el cristiano en su oración. Lo que sucede es que los hombres somos muy complejos y necesitamos desmenuzar las cosas más sencillas. Como los niños, que «sacan las tripas» a un juguete para ver lo que éste tiene dentro. Es, pues, cuestión de complejidad de las personas, más 1 Para conocer las líneas actnales de una teología de la oración es interesante la sín- tesis de A. PrLoNI, Teologia della preghiera: contributo dei recenti dizionari teologíci, en Rivista liturgica, 65 (1978), 169-183. Hoy hahría que añadir los diccionarios aparecidos desde entonces, entre ellos Nuevo Diccionario de espiritualidad, Madrid, Edic. Paulinas, 1983, pp. 1015-1024, y Conceptos ftllldamentales de Pastoral, Madrid, Ed. Cristiandad, 1983, pp. 664-676. 2 «En la oración no ejercitamos el 'ser para', sino el 'estar con'» (J. M. CASTILLO, Fe y oraci6n, en Raz6n y Fe, 186 (1972), 285 (felices páginas las de este articulo [273-286], que resumen las no menos felices de Oraci6n y existencia cristiana, Salamanca, Sígueme, 1969 -después, varias ediciones-l. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 43 (1984), 429·445. 4

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Oración cristiana, de gratuidad

AUGUSTO GUERRA

Entremos adentro. Abramos de par en par la puerta de la oración para entrar hasta 10 méÍs interior de la misma. Pregun­témonos: en definitiva, ¿qué hacía Jesús cuando estaba a solas con su Padre? Si sabemos contestar a esto, entonces es que he­mos dado con 10 que es la oración cristiana l.

Y lo curioso es que ya hemos contestado. ¿Que qué hacía Jesús cuando estaba con su Padre? Pues, sencillamente, estar con su Padre. Es nuestra respuesta. Tendremos ocasión de oír a Teresa de Jesús que la oración es un estar con (V 8,5). Y ten­dremos también ocasión de oír a la teología moderna que en la oración no ejercitamos el ser para, sino el estar con 2. Es decir, esa respuesta sencilla parece tener buenos padrinos, ga­nando ya desde el principio una credibilidad suficiente como para intentar descubrir, precisamente por ahí, lo que hacía Jesús y lo que debe hacer el cristiano en su oración.

Lo que sucede es que los hombres somos muy complejos y necesitamos desmenuzar las cosas más sencillas. Como los niños, que «sacan las tripas» a un juguete para ver lo que éste tiene dentro. Es, pues, cuestión de complejidad de las personas, más

1 Para conocer las líneas actnales de una teología de la oración es interesante la sín­tesis de A. PrLoNI, Teologia della preghiera: contributo dei recenti dizionari teologíci, en Rivista liturgica, 65 (1978), 169-183. Hoy hahría que añadir los diccionarios aparecidos desde entonces, entre ellos Nuevo Diccionario de espiritualidad, Madrid, Edic. Paulinas, 1983, pp. 1015-1024, y Conceptos ftllldamentales de Pastoral, Madrid, Ed. Cristiandad, 1983, pp. 664-676.

2 «En la oración no ejercitamos el 'ser para', sino el 'estar con'» (J. M. CASTILLO, Fe y oraci6n, en Raz6n y Fe, 186 (1972), 285 (felices páginas las de este articulo [273-286], que resumen las no menos felices de Oraci6n y existencia cristiana, Salamanca, Sígueme, 1969 -después, varias ediciones-l.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 43 (1984), 429·445.

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que de complejidad de la oración. Se impone, pues, un breve análisis fenomenológico de ese estar con para hacernos una idea aproximada de 10 que es la oración.

Experiencia de gratuidad. La oración ha sido definida tam­bién como «experiencia de gratuidad» 3. Es una definición inte­resante y precisa. Es una definición que se identifica con la ex­presión que antes hemos apuntado: estar con. Significan 10 mis­mo. Después del análisis que sigue podrá verse fácilmente.

Conviene, sin embargo, entender, dentro de los límites de lo posible, 10 que encierra esta experiencia de gratuidad. Damos primero una breve descripción, y después analizamos su proceso y contenido.

En el contexto en que estamos, gratuito no significa algo que no cuesta porque nos viene regalado (en abstracto podría signi­ficarlo, pero no es éste el sentido que tiene en la teología mo­derna). Gratuito significa in-útil, no útil, no comerciable, no di­rectamente rentable. Es gratuito todo aquello -objeto o perso­na- que justifica una relación por sí misma, que es buscado y vivido como comunicación y efusión, nada más y nada menos. La experiencia estética y la experiencia afectiva son dos encar­naciones de este tipo de gratuidad 4. Y así podemos comenzar el análisis de la gratuidad. En él debiera estar la naturaleza de la oración; por eso podemos permitirnos una cierta extensión.

1. Metodología

Entre las diversas y posibles metodologías o caminos de acer­camiento a la intimidad de lo gratuito escogemos la categoría del encuentro personal. No 10 hacemos porque la creamos exen­ta de todo riesgo y limitación; más bien estamos de acuerdo en que la categoría del encuentro ha tenido y tiene sus límites y peligros 5. Nuestra elección responde a que nos parece una cate-

3 G. GUTIÉRREZ, Teologla de la liberación, Salamanca, Sígueme, 19778, p. 270. 4 ]. M. CASTILLO, Fe y oración, en Razón y Fe, 186 (1972), 284·285. Al tiempo que

son dos encarnaciones son dos caminos por los que se puede llegar a intuir qué es en 10 más profundo la gtatuidad (cfr. A. GUERRA, Oración cristiana, experiencia de gratuidad, en Cante/', 30 (1981), 108·109. Sobte algo tan importante como poco estudiado, la esté­tica en la vida espiritual, cfr. Spi/'itual Formation and Ibe Aeslhetic Experience, número monográfico de Studies in formative Spirilualit)" 4 (1983), 1-169 (con bibliografía selecta ,obre el tema).

5 Hablan de estas limitaciones y peligros} que más bien reconocen como posibles, ]. MARTÍN VELAseo, El encuentro con Dios. Una interpretación personalista de la religión,

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goría suficientemente probada y profundizada en lo esencial, a que continuamos creyendo válido el concepto de sacramento que 10 define como encuentro 6. Y a que creemos que «todo encuentro es -en un grado más o menos intenso- comunicación» 7, que es lo que nosotros consideramos esencial en una oración que no puede renunciar a ser diálogo.

El hecho de que haya encuentros egoístas no niega ni des­virtúa la importancia de la categoría, aunque sí pone en guardia para no caer en trampas históricamente comprobables.

2. Encuentro personal

El encuentro tiene una dinámica propia, tan compleja como el hombre y tan rica como él. Un análisis del mismo, aunque sólo sea aproximado y visto desde la preocupación siempre sub­yacente de la gratuidad, debe proceder con orden, sin olvidar ciertos pasos ya en sí mismos importantes y mucho más todavía dentro de la compleja realidad que encierra todo encuentro.

Hay quizá un aspecto particularmente importante sobre el que hemos de tomar conciencia: lo que parece previo al en­cuentro. En nuestros análisis del encuentro es posible que ha­yamos querido quemar etapas y hayamos ido directamente al momento en que los sentidos exteriores juegan un papel tan im­portante. Es evidente la importancia de ese momento, pero ¿no nos hemos privado con esas prisas de etapas anteriores y suma­mente ricas? Comencemos por ellas:

El deseo secreto. Quizá 10 primero que pone en movimien­to un encuentro y 10 condiciona ya desde ese mismo momento

Madrid, Cristiandad, 1976, pp. 158-165; L. MALDONADO, Iniciaciones a la teologia de los sacramentos, Madrid, Marova, 1977, 83-84; A. GUERRA, Oraci6n cristiana, experiencia de gratuidad, 1. C., 115-117. Hombre tan poco sospechoso como Ph. ROQUEPW, utiliza esta misma categoria del encuentro para hablar de la oración (cfr. Experiencia del mundo, experiencia de Dios, Salamanca, Sígueme, 1969, pp. 399-400). Cabe perfectamente una reflexión sobre la naturaleza de la oración centrada en la categoría del encuentro, como cabe una consideración cristológica centrada en la misma categoría. Es la categoría asu­mida por O. GONZÁLEz DE CARDEDAL en su espléndido JestÍs de Nazaret, Madrid, BAC Maior, 1975 (con la bibliografía al caso que pueda desearse). Lo que sí hay que hacer es atender a Jos riesgos que toda categoría cerrada implica, también la categoría del en~ cuentro.

6 Es la definición y categoría seguida por E. SCHILLEBEECKX, Cristo, sacromento del encuentro con Dios, San Sebastián, Dinar, 19663, p. 58.

7 J, LUZARRAGA, Oraci6n y misi6n en el evangelio de ] lIon, Bilbao, Univ. de Deusto, 1978, p, 12. La cita es normal, pero interesa como sacada de un libro sobre oración.

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es un deseo secreto del mismo. Es lo que otros llaman «menes­terosidad» inconsciente, pero fuertemente presente y sentida en capas profundas de la persona humana. Los verdaderos encuen­tros interpersonales tienen su comienzo antes de que éste pueda materializarse en una presencia perceptible y corporal. Ronda por la zona interior de las personas un barrunto inquieto e in­quietante de algo que se desea y que está ya -a pesar de esa aparente ausencia- segregando sentimientos complejos. Si mu­chos encuentros no llegan a materializarse, o se trivializan, es debido a esta situación previa. Y si otros 1l1uchos adquieren el valor de lo imborrable, es también gracias a ella.

En el comienzo, pues, de nuestros encuentros está la nece­sidad, 110 percibida con claddac1, pero, a pesar de ello, ya esti­mulante, de las personas y las cosas, manifestada en la insatis­facción de un tipo de soledad, que tampoco es fácil captar. Es una soledad sonora, llena ya de voces, y a veces de aullidos; pero escondida con frecuencia en las capas inconscientes de la persona humana.

Esta necesidad y soledad íntima y sonora engendran un gran dinamismo en la persona. Se convierten en inventores y bus­cadores de caminos y en valientes luchadores en pos del deseo y la necesidad. Nada ni nadie es capaz de detener a quien intuye un futuro plenificadol'. Sólo cuando este deseo se va apagando, va disminuyendo también su poder creador. Y sólo cuando se llega a la «tristeza del corazón» se cierran las posibilidades de encuentro: el hombre está verdaderamente solo y sin apenas es­peranza de levantarse.

El tema de la necesidad en la gratuidad es interesante, por­que parece que ambos se excluyen, cuando precisamente se pos­(ulan. Lo veíamos antes en Jesús, que siente la necesidad de estar con el Padre porque se sabe solo, y lo veremos después. Quede aquí sólo la reflexión inicial que los pone en contacto y los condiciona a lo largo de todo el trayecto.

Necesidad de la espera. Un tiempo como el nuestro, rápido en la consecución de muchos de sus deseos y objetivos, tiene el peligro de perder la experiencia del tiempo intermedio. Llamo tiempo intermedio al que discurre entre el nacimiento de la ne­cesidad y su satisfacción. Perder la experiencia de este tiempo intermedio no carece de importancia. El ritual de la preparación

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y de la espera, de la privación consciente, pero ya intuida como próxima, es de lo más enriquecedor y activo. Es posible que en la espera tenga su importancia no despreciable el carácter tran­quilo o nervioso de quien espera, pero no es sólo ni principal­mente la psicología y el carácter los que mandan. En todo el proceso es primordial la vivencia que se engendra en la expe­riencia intuida como perversa o amorosa. Y con ello se pro­longa, a niveles de profundidad, sobresalto y hasta cansancio doloroso o gozoso, el encuentro interpel'sonal.

La espera es la primera relativización del pasado y del pre­sente, tarea siempre necesaria y positiva. Pocas cosas, en efecto, tan criminales como la eternificación del pasado y del presente. Mientras tendemos al futuro dejamos de ser tir:mizaclos por el pasado y el presente. Es cierto que también podemos ser tira­nizados por el futuro, pero de una manera muy distinta. El fu­turo sólo se intuye como un manojo de posibilidades; el futuro es siempre pluralista; en cambio el pasado enfila en una sola dirección, la que existió, sin dejar lugar a otras posibilidades. El hombre que no vive la espera y de la espera, de algo distin­to, futuro pero intuido, es un hombre sumamente pobre, siem-

. pre con las mismas realidades convertidas en monotonía. Hasta los historiadores más avispados son menos ricos que los poetas. La oración es cuestión de poetas 7 bis.

Por otra parte, la espera prepara el encuentro. «El encuen­tro es posible solamente dentro de una 'aproximación' de la apertura confiada, por una parte, y por la otra de la entrega acogedora y benigna del prójimo» 8. Todo esto lleva Ull cambio y un tiempo, que si no es mensurable en horas, tampoco 10 es sin ellas. La espera es una actitud, pero también es un espacio. Como puede suponerse fácilmente no es cuestión de jansenismo, es cuestión de seriedad con las cosas. Aun pensando bien hay que decir que muchos encuentros sobran, porque son signo de inmadurez (y 110 de esa inmadurez que necesita precisamen:e del encuentro para madurar, sino de una inmadurez radical, que precisa otra terapia distinta). Cuando no hay afinidad, ni se ha logrado, a niveles aceptables, en la espera, el encuentro no pue-

7 bis Ch. P. AYMARD, Une priere eréaMee. POllr ulle poétique de la priore, París, Fa­yard, 1973.

B E. SCHILLEBEECKX) Cristo) sacramento del encuentro COI1 Dios, O. C., p. 9.

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de realizarse con garantías mínimas de acierto (lo veremos des" pués).

Con lo que hemos dicho no queremos ignorar los riesgos de toda espera. Un encuentro preparado corre el riesgo de conver­tirse en artificial, o puede llevar a una experiencia de desilusión porque la espera fue excesivamente creadora. Sin embargo, y conscientes de este riesgo que corre todo encuentro, el encuen­tro verdaderamente personal supera tales peligros y suele con­vertirse en experiencia de victoria y no de fracaso.

Gratuidad en el encuentro. Hemos llegado al encuentro, al otro, al estar ya con. Repetimos nuestro concepto de lo gratui­to, de lo que ahí debe tener lugar: gratuito equivale a in"útil, no útil, no directamente rentable. Lo gratuito niega toda comer­cialización, por remota que sea. Lo que se busca en la gratui­dad, en el encuentro gratuito, es sencilla -y complicadamente­la comunicación y la efusión, nada más y nada menos 9. Es la persona -y normalmente la persona amiga- la que está en el centro del encuentro. Poner la persona en el centro es afirmar el valor de la misma, su fuerza de atracción. Es la persona la que vincula, no el espectador el que afanosamente busca con egoísmo aprovecharse de cualquiera que se ponga a tiro. El egoísmo «toma actitud de dominio, de enseñoreamiento, de con­sumo, incluso de engullimiento y asimilación (que produce en el objeto una situación o estado de servidumbre, sojuzgamiento y aun destrucción)>> 10. La gratuidad, por el contrario, es aban­dono espontáneo, motivado por la fuerte atracción.

Nada, quizá, como el matrimonio, suprema experiencia afec­tiva y forma suprema del encuentro interpersonal, podrá ilumi­nar lo que es un encuentro en gratuidad. Hay, por supuesto, ma­trimonios egoístas; pero los hay también gratuitos. Y es preci­samente la diferencia entre ambos 10 que mejor puede iluminar 10 que significa la gratuidad. El matrimonio auténtico es el que encie1'1'a un carácter totalizante. La unión personal afecta, aun­que en manifestaciones diversas, a todos los aspectos de la per­sona y a todos los momentos en que ésta desarrolla su vida. Mientras un matrimonio de conveniencia y egoísta puede dete­nerse en la fisiología, la economía, la política, etc., como en

9 L. MALDONADO, Iniciaciones a la teologla de los sacramentos, o. C., p. 65. 10 lb., p. 66.

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sus centros iluminadores, un matrimonio que pone en el centro la persona no limita ni acentúa aspectos particulares; sencilla­mente convive en la proximidad y en la distancia, sin monopo­lios, manipulaciones ni olvidos, con el espíritu y el cuerpo, en la alegría y en el dolor, en la satisfacción y en la insatisfacción. Incluso las fórmulas del consentimiento, expresión fría de ri­quezas más gozosas y temores más fundados, acentúan este ca­l'ú:ler totalizante y personal.

y porque en el encuentro gratuito es la persona la que está en el centro, las personas buscan y anhelan estar una con la otra. Nada ni nadie puede subir tanto en la estima de uno o de otro que sienta la necesidad de hacer otra escala de valores. Por encima de cualquiera ele ellas estarán siempre las personas. No sentir esta necesidad de estar CO/1 la persona es la prueba más clara de que no es la persona la que está en el centro; el centro lo constituye algún elemento lateral que se nos esconde y está minando la vida y relación de esas dos personas.

Oración es este encuentro en gratuidad. Al momento central de la oración le describen estas palabras clásicas de santa Te­resa: «no es otra cosa, a mi parecer, oración mental, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Tratar de amistad es trato entre amigos, una categoría que no elimina ninguna encarnación de la amistad (matrimonio, fraternidad, etc.), sino que expresa un componente esencial en toda relación interpersonal. Orar es ha­ber descubierto en la fe -y cuanto más purificada más profun­da- la existencia de un amigo, de un padre con quien sentimos la íntima necesidad -necesidad afectiva y personal- de estar. y cuando nos falta la conciencia de esta necesidad sabemos que algo se tambalea en nuestra vida, o algo todavía no ha llegado a un grado aceptable de vigilia en la existencia cristiana.

Realizaciones de la gratuidad. Hemos definido la oración como experiencia de gratuidad, experiencia interpersonal en IR que tiene lugar la comunicación y la efusión, nada más y nada menos. El nada más apunta a la necesidad de no considerar la oración como un medio pata alcanzar algo, ni siquiera la santidad. La oración no se justifica por nada que esté más allá de ella misma; se justifica por sí misma. No es un sentido de

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funcionalidad el que está D la base de la 01'aClOn, sino un sen­tido de comunión. Se justifica, sencillamente, «porque Dios es Dios» 11, Y no se pueden buscar otras razones de peso. Es el diálogo inlerpel'sonal -la comunicación y la efusión- la que constituye el centro del estar con, de la gratuidad oracional. El orante está, como dice santa Teresa, tratando con. Nada más, y nada menos.

y aquí se nos abre la preocupación y hasta la curiosidad de conocer cuál es el contenido de esa comunicación, de ese trato, de ese diálogo. El contenido o los contenidos son los que indican cuáles son las realizaciones de la gratuidad. Pregunté­monos: ¿cuál es el contenido de esa comunicación y de esa efusión? Cualquier persona sabe de qué habla con sus amigos; y nadie ignora los contenidos de una conversación entre espo­sos, padres-hijos, hermanos, etc. Saben, incluso, que ese conte­nido no está determinado a priori en su concreción y que puede no ser siempre el mismo, aunque con relativa frecuencia se re­cuerden las mismas cosas, y se recuerden con el mismo amor, con el mismo dolor, y hasta con la misma rabia. Lo normal es que una vez se hable de lo bien que van las cosas (la familia, el trabajo, los negocios, las ilusiones, etc.) y otra vez se hable de lo malo medianamente que van esas mismas cosas. Este es el centro de las conversaciones normales entre personas norma­les. Una relación interpersonal gratuita no es una experiencia romántica, evaden te y tonta. Hay que repetirlo con frecuencia. Es una experiencia en la que las personas, con lo que son y lo que tienen, están en el centro de la relación y de la comuni­cación. Y cuando se esconde, regatea, disimula o escamotea algo de lo que esas personas tienen de más preocupante en esos mo­mentos, el encuentro ha dejado de ser personal para ser esquivo.

En la oración sucede lo mismo: ¿cuál es el contenido de esa comunicación, efusión y diálogo entre Dios y el hombre? ¿Qué se dicen ambos? Con frecuencia hemos oído que hay que dejar las cosas en la pila del agua bendita para entrar a hablar con Dios. Pero esto no puede ser así. Esto sería una conversa­ción o trato irreal. ¿ Habrán cambiado tanto las cosas -o ha­brán cambiado tan poco- que hayamos desplazado de la cá-

11 E. SCHILLEBEECKX, Dios y el hombre, Salamanca, Sígueme, 1968, p. 236. Estas son las tazones que ni pueden ser olvidadas ni postergadas, porque, en definitiva, son las únicas que valen.

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tedra los abstrusos temas de la escolástica y los hayamos traído a la oración? Si es así, no hay que extrañarse de que lo mismo que cayó la escolástica caiga también la oración. ¿Nos hablará Dios del sexo de los ángeles, o discutirá con nosotros sobre cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? Si la oración cristiana tuviera visos de algo parecido, es de esperar que, por pundonor, huya el orante de algo tan aberrante.

Pero no, Dios no está para estas bromas; ni el hombre tam­poco. Dios no habla de esto; ni el orante verdadero es funda­mentalmente un hombre curioso, no quiere preguntarle a Dios tonterías: «no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (C 1,5). Dios no puede hablar más que de los problemas que tiene entre manos, que 110 son otros que Jos problemas que tiene con los hombres, sus hijos. Dios no puede hablar más que de su amol' y su dolor, las dos supremas realiza­ciones del contenido del diálogo de Dios con el hombre en to­das sus posibles realizaciones o destrucciones. Cuando en el centro de la oración no está la vida -sin rincones ni hermosea­¡nientos (V 5,12)-, la vida de la Iglesia y del mundo en que vivimos, entonces demos por perdida esta conversación oracio­nal. Estamos echando balones fuera. Sobre nuestra vida y sobre la vida del mundo debe caer todo el amor de Dios, todo el dolor de Dios, y toda la preocupación del hombre. Así el diálogo oracional es unas veces alegre y otras doloroso; normalmente estará mezclado de amor y dolor.

No es el contenido, actitud y expresión de dolor -a veces de angustia y de tragedia- 10 que destruye o desnaturaliza la gratuidad de un encuentro o de un diálogo. Como no lo es tam­poco el encaramiento del hombre orante con Dios. La oración política puede ser tan gratuita como parezca serlo la oración ensimismada. Los amigos se dicen las verdades -o 10 que ellos creen ser las verdades-, se preguntan sus dudas y sospechas. se quejan de los posibles fraudes, y se recriminan lo que creen ser fallos. Nada está vedado en un diálogo sincero; ni tampoco una forma de expresión. Es verdad: «donde hay confianza es un asco». La Biblia es la primera en hablarnos de «orantes an­gustiados» 12. ¿Quién no ha asistido al desarrollo de un juego -por ejemplo, un partido de fútbol- donde sus participantes

12 J. M. GONZÁLEZ RUIZ, Creer es comprometerse, Madrid, Marova, 19705, p. 31.

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se abrazan efusiva, cariñosa y sinceramente, y a los dos minutos se recriminan un despiste, un brote de egoísmo, etc., con la mis­ma sinceridad y corazón? Desde fuera, los primeros parecen amigos; los segundos, enemigos. Y, sin embargo, se trata de las mismas personas y obran movidos por el mismo corazón. Pues la oración es un juego 13, aunque algunos no parezcan tener una idea clara de lo que es un juego (son más bien románticos. No saben lo que es el juego).

La oración política hace bien en recobrar el aspecto dolo­roso y dolorido, a veces angustiado y 1111 poco inquisitorial, del encuentro gratuito de la oración. Puede incluso parecer irreve­rente, pero no es más que una muy posible realización del mis­mo: «el lenguaje de la oración es el lenguaje de la apasionada respuesta inquisitorial dirigida a Dios y, con ella, el lenguaje de la dolorosa y viva esperanza de que Dios, a su hora, habrá de justificarse a Sí mismo frente a la dolorosa y oscura historia del mundo. La protesta se mezcla con la queja confiada, y la ternma de este lenguaje no hace caso omiso de la aflicción ( ... ) La ora­ción es siempre un lamento desde 10 profundo. Y ese grito no es una queja vaga y sinuosa. Es un clamor» 14. Puede serlo, sin más, y no por eso pierde la calidad de oración cristiann, trato entre amigos, experiencia de gratuidad.

Gratuidad y compromiso. de gratuidad, hemos hablado del posencuentro.

Hemos hablado del preencuentro del encuentro y hemos de habl::¡r

Uno de los aspectos del posencuentro que más preocupan es el compromiso que pueda generar dicho encuentro. No debiera ser la única preocupación, pero hay que comprender que se haya convertido en la principal por múltiples motivos.

Una de las principales objeciones hechas a la categoría del

13 O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Elogio de la encina, Salamanca, Sígueme, 1973', pp. 452-453. El texto está enmarcado en la ya famosa Carta a mi hermana Concha, aunque preci­samente el párrafo que habla del juego es nuevo en las ediciones posteriores, que recoge Elogio de la encina.

14 ]. B. METZ, Invitación a la oración. Solidaridad en el dolor y compromiso, San­tander, Sal Tenae, 1979, p. 17. Un caso concreto de esta oración, de tantos como abun­dan hoy, Sh. CASSIDY, Beten in Bedriingnis. Gebetserlahrung in del' Halt in Chile, en Geist und Leben, 53 (1980), 81-91: «sometida a un dolor tan vivo y a la angustia es extremadamente difícil orar de una manera coherente» (p. 84). Cfr. N. ZEVALLOS, COIl­

templación y politica, Lima, Cep, 1979' (folleto interesante). También sobre oración po­¡¡tica, cfr. FREI BETTO, Ora(lIo, uma exigencia (tambén) política, en Revista Eclesiástica Brasileira, 42 (1982), 444·455.

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encuentro en general, del religioso en particular, y del oracional más en concreto, es que desconoce la dimensión social y polí­tica 15. A casi toda exposición sobre la gratuidad, generalmente bien acogida en principio, sigue un «pero» sintomático, y este «pero» introduce inevitablemente en el tema de la creatividad o el compromiso 16.

Por otra parte, en nuestros días el encuentro religioso y ora­cional ha sido manipulado en función de un compromiso, que desvirtúa el hecho mismo del encuentro. Caer en esta trampa sería sumamente peligroso, pues hay que continuar repitiendo que el encuentro oracional se justifica por sí mismo, y no pOí' algo que esté más allá del propio encuentro.

Esta doble situación nos pone ante un dilema difícil de so­lucionar. Son muchas las personas comprometidas que no quie­ren oír hablar de gratuidad, porque creen conocer sobradamen­te el engaño: los que aman la gratuidad son vagos, indiferentes y escépticos. Y, a decir verdad, no son pocas las personas em­barcadas en una gratuidad que no aporta valores sociales al mundo que los necesita. Si no somos capaces de desenmascarar esta acusación, la gratuidad -y con ella la oración- no será recuperada.

Y, sin embargo, la gratuidad 110 debiera ser perezosa e in­solidaria. Si el encuentro gratuito y oracional han sido auténti­cos, en el contenido del diálogo tiene que haber aparecido la vida del mundo, el futuro a que est:i llamado y el presente qtle está viviendo. Y el orante no tendrá más remedio que huir ele ese encuentro y de esa amistad, o prestarse generosamente a realizar, dentro de los límites de su pobre medida, ese destino de futuro, de cambio, de mejora del mundo. El compromiso se convierte así en la instancia crítica ele la verdadera oración. No en la finalidad ele la oración, sino en su instancia crítica, que son elos cosas íntimamente relacionadas, pero distintas. Esta dis­tinción debe ser entendida y proclamada con toda su fuerza para entrar de veras en la naturaleza de la oración: la finalidad de la oración es estar con Dios. La instancia crítica de la verdHd de la oración es el compromiso. Y todo tiene este desarrollo nor­mal: ah'aíelo por Dios (llamado y convocado por El), el hombre

15 Cfr. J. MARTÍN VELASCO, El encuentro con Dios ... , o. C., pp. 13-14. 16 Cfr. J. MARTÍN VELASCO, La religi6n en nuest/'o mundo, Salamanca, Sigueme, 1978,

pp. 167-168.

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acude a estar con El; en el diálogo entre ambos salen a relucir los problemas que Dios tiene (que los tiene con el mismo orante y con el mundo: su amor y su dolor); y el orante se verá inter­namente obligado o a abandonar esa amistad que sin disimulos, aunque con la pedagogía adecuada, va a perseverar en el diálo­go exigente, o a entregarse a esa obra que aparece deseada por Dios o no realizada en el mundo. El orante no va a la oración a comprometerse; va a estar con Dios. Pero o sale comprome­tido o puede tener por cierto que no ha est8do con Dios. Yo creo que aquí es donde se juega la verdadera teología de la oración cristiana. No soy el único en pensar que esto o se ex­plica así o no tiene explicación de ninguna manera 17.

y entonces se pueden entender muchos testimonios y expe­riencias que de otro modo serían contradictorias (parecerían con­tradictorias) o frases muy bonitns. Basten solamente unos boto­nes de muestra: «es en los nctos gratuitos donde el hombre se comporta de manera especialmente creativa» lB. «En los efectos y obras de después se conocen estas verdades de oración, que no hay mejor crisol para probarse» 19 • «Lo significativo en los místicos -todo el mundo está de acuerdo en ello- no son las experiencias extrañas e insólitas que han podido tener, Si .. ,lO que el contacto que ellos afirman tener con Dios por la oración hace nacer en su vida un amor más amplio y profundo» 20. La ora­ción es «creadora de necesidades profundas» 21. «Muchos de nos­otros de los cristianos podemos decir que ha sido precisamente la oración la que nos ha impulsado a la acción, incluso a la más comprometida ( ... ) ¿Cómo, pues, tendría que renunciar a mi fe, a mi experiencia religiosa, a mi oración, si verdadera­mente de allí brotaba mi 'arroJo', realmente contrario a mi na­tmal condición de intelectual sombrío, de burgués con las ma­nos limpias, de asustadizo antibelicista?» 22 Y así será interpre-

17 ]. M. CASTILLO, Fe y 01'0ci6/1, I. C., p. 285: «La oración no se explica por nada que esté fuera de ella misma ( .. , l. Yeso o se explica por sí mismo o no se explica de ninguna manera».

18 ]. MARTÍN VELASCO, La religi6n e/l nuestro mundo, o. c., p. 167. O este otro, for­mulado en forma diversa: <<110 hay criterio menos eficaz a la larga que el criterio de la pura eficacia» (O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Elogio de la encina, o. C., p. 452.

194M 2, 8. 20 M. GIBBARD, Hommes el ¡e/tulIes de priel'e au XX sieele, Paris, Cerf, 1976, p. 91. 2! G. GUTIÉRREZ, Teología de la liberoci6n, o. C., p. 270. Expresamente habla el

autor de la gratuidad: <<la gratuidad de su don, creadora ... ». 22 J. M. GONZÁLEZ RUIZ, Oraci6n y existencia humana, en Un riesgo llamado 01'0ci611,

Salamanca, Sígueme, 1973, pp. 33-35.

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tado el caso de Moisés, el místico a quien cambian la ruta de su huida: «Moisés, el místico, no se esperaba este mensaje di­vino 23. Sus planes de retiro y evasión quedaban destrozados. Jamás hubiera imaginado que el Dios, que él había buscado como refugio frente a la tentación 'revolucionaria', le exigiría precisamente encabezar una acción revolucionaria» 24.

La oración no es eficacista, pero es eficaz 25. Ciertamente no podemos obsesionarnos con el tema de la eficacia, pero es pre­ciso dedicarle una buena parte de nuestras preocupaciones si queremos que la oración sea aceptada en principio, o al menos no rechazada. Y al mismo tiempo hay que superar ciertas vi­siones mezquinas y ramplonas de la oración que desearían hacer de ella -y quizá 10 están haciendo inconscÍentemente- un me­dio para conseguir algo, sea 10 que sea. Esta instrumentalización de la oración es su propia fosa. Y existe el peligro de que un mundo movido por el eficacismo, tanto en quienes no piensan más que en tener como en quienes piensan en la inmensa hilera de hombres que no tienen lo mínimamente imprescindible para tenerse en pie, la gratuidad, y con ella la oración, sea despre­ciada por unos y difícilmente asimilable por otros. Sobre todo a los segundos -hombres por tantos conceptos admirables- hay que continuar recordándoles que Dios es gratuito, pero no su­perfluo 26; que el encuentro gratuito con Dios impulsa a la en­trega que incluso no se buscaba, que costaba, que era rehuida.

Una escena evangélica dibuja perfectamente 10 que es esta unión de oración y compromiso, un compromiso costoso y sin­cero, que busca hacer la voluntad de Aquel con quien se ha estado en oración: «de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encon-

23 Hace referencia a Ex 3)7M I0. De una u otra manera Moisés es uno de los arentes o los que se recmre al repasar la historia. Cfr. ]. LOEw, En la escuela de los grandes orantes, Madrid, Narcea, 1976, pp. 45-62 (<<De la adoraci6n a la intercesi6m»; R. BARILE, Un 1'0 veto per la lIostra preghiera, en Sac/'a doctrilla, 29 (1984), 270-301 (Nell'esperienza di Mase la nostra esperienza).

24 ]. M. GONZÁLEZ Rurz, Dios está en la base, Barcelona, Laia, 1973, pp. 207-210. 25 Debemos a H. ASSMANN esta distincí6n tUlldamental entre eficacismo y eficacia.

Utilizando esa distinción podemos llegar a clarificar posturas de otro modo extremistas y ruinosas para todos (cfr. H. ASSMANN, Teología de /" praxis de la liberación, Salaman­ca, Sígueme, 1973, pp. 67-70).

26 Madrid, Morava, 1970. Es un titulo importante, bien pensado y formulado, y que está o la base del último movimiento de gratuidad que puede encontrar ahí la clave de unos antagonismos que na acaban de ser superados.

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trarle, le dicen: 'todos te buscan'. El les contesta: 'vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predi­que; pues para eso he salido'. Y recorrió toda Galilea, predi­cando en sus sinagogas y expulsando los demonios» (Mc 1,35-39). Es probable que cualquier predicador mediano, o cualquier orante común, ante el anuncio de que todos le están esperando, hubiera reaccionado más o menos así: «hombre, si todos me están esperando para escuchar la palabra de Dios, no los voy a dejar con las ganas. Vamos a la tarea». La actitud de Jesús, del Jesús orante desde la madrugada, es distinta: «vayamos a otra parte». Y no por desprecio a quienes le esperan, sino por fide­lidad a una vocación, mandato y misión: «para eso he salido». Es más que probable que ciertas decisiones se tomen únicamen­te después ele muchas horas de oración auténtica. Nada avalaría más el sentido profundo de la oración cristiana.

En el fondo, reacciones similares deberían ser normales en todo encuentro gratuito. Pongamos el caso de la visita de un hijo a sus padres (lo mismo podría ser al revés, de unos padres a su hijo). El hijo va única y exclusivamente a estar con sus padres, a pasar un rato, a ver cómo están. No piensa hacer nin­gún negocio, ni a sacar a su madre un dinerillo que le permita afrontar los gastos de su juventud. Cree sencillamente que sus padres son unas personas entrañables para él, hace quizá tiempo que no está con ellos y quiere verlos. Ahora bien, si en el des­arrollo de ese trato y conversación resulta que el hijo se entera de que sus padres no andan bien (v.gr.: les ha cogido una gripe, les duele algo, etc.), sin duda su reacción de hijo va a ser: esto hay que curarlo; mañana se vienen ustedes conmigo al médico, etcétera. Y no aceptará las palabras de sus padres que quieran quitarle hierro a la cosa. Se los llevará al médico y dará cien patadas para que sus padres se curen. Aquí tenemos un caso típico y normal de unión entre gratuidad y compromiso: el hijo no ha ido a casa para llevar a sus padres al médico; ha ido a verlos, a estar con ellos. Resulta que en la conversación aparece una necesidad, y entonces la actitud del hijo se completa lle­vando a sus padres al médico. Esta acción se convierte en prue­ba o instancia crítica de la verdad uel amor a sus padres.

Nuestra conciencia de gratuidad. Una mirada a nuestro al­renedor podría impulsar a pensar que actualmente es fácil asi-

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milar esta categoría de la gratuidad. La proliferación de teolo­gías como teología de la fiesta, de la celebración, del humor, del juego, etc. 27, van por el camino de la graü:tidad, y son teologías que no han quedado en la cátedra, sino que han sido acercadas al pueblo llano mediante una pedagogía adecuada: catequesis, teatro, comícs, movimientos juveniles desenfadados y alegres.

Es innegable que este clima no existía hace veinte años. Siempre hubo sueltos que se adelantaron a los tiempos -y es lo que mejor prueba que los tiempos eran distintos- y tuvieron estas ideas o comenzaron a roturar estos campos hoy converti­dos en juegos de masas 28, pero como clima, habitat y humus comienza a imponerse sólo a finales de los años sesenta 29.

Y, sin embargo, no es tan sencillo que los hombres de nues·, tro tiempo hayan asimilado correcta y profundamente esta ca­tegoría de la gratuidad. En un ámbito general se ha escrito: «hoy se comienza a decir que los sacramentos no se adminis­tran, sino que se celebran; que cada sacramento es una fiesta. Y este es el recto camino, porque la fiesta debe ser, por defini­ción, el tiempo y el reino de 10 desinteresado, lo gratuito, de la efusión pródiga sin medida ni cuenta. Pero los hechos no concuerdan con las palabras. No es tan fácil el deshacerse de hábitos inveterados que nos tienen acostumbrados a una menta­lidad eficacista y mercantil aun dentro del mundo intraeclesial. Ello explica que, especialmente entre grupos que se consideran muy avanzados, se detecten reflejos extraordinariamente conser­vadores-reaccionarios como éste; a saber, el tomar los sacra­mentos como plataforma de lanzamiento para que los creyentes lleguen a un compromiso» 30. Y hablando expresamente de la oración, de ciertas vueltas a la oración, se ha observado idén­tico fenómeno, que descubre hasta qué punto algunas afirmacio­nes, ciertas e importantes, pueden haber caído en mentes no aclaradas y se han creado una argumentación que lleva en su

27 Véase el pl'imer capítulo, nota 58. La verdad es que se trata de conceptos distintos, Antes definíamos la oración como un juego. Otros la han definido como una fiesta (L.-A. LAS sus, La pl'iere es! tlne fhe, Pads, Ced, 1978). Es un concepto que no me llena. Pero no es el momento de entrar en una descripción detallada, ni de tomar pos­tUfa ante las distinlHs concepciones de la fiesta,

28 Los primeros estudios sobre el tema, en nuestro tiempo moderno, datan de 1918 (R. GUARDINI, Vom Geist del' Litlll'gie), 1938 (J. HUIZINGA, Hamo ludens) y 1948 (H. RAHNER, Del' spie/ende Mensch).

'9 Véase en el capítulo primero, nota 58. 30 L. MALDONAD0

1 Iniciaciones a la leologia de los sacramentos, o, C' l p. 65.

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interior una contradicción importante que no todos logran de­tectar, denunciar y remediar: «debemos igualmente denunciar otra reducción de la oración que la convertiría en una actividad medida en términos de eficacia y programada como proceso de un resultado querido. Hay que desconfiar de una cierta vuelta a la oración por parte del hombre de acción, que espera sólo de ella un impulso para su trabajo o una higiene para su equili­brio ... Podemos negarnos a hablar de la oración en términos de utilidad, de eficacia, de rentabilidad, como debemos negar­nos en definitiva a hablar de la vida del hombre en estos térmi­nos» 31. En todos estos casos se percibe la contradicción en que muchos caen, y que refleja un defecto de base que podemos con­siderar fundamental: la oración 110 se justifica por sí misma, sino por algo que está más allá de ella misma. Este es el error. y esta parece ser la situación real actual, sobre todo en grupos de acción.

Necesidad de la gratuidad. Y, sin embargo, es absoluta­mente necesario entrar por esta categoría de la gratuidad. De­jando a un lado la importancia que tiene en las relaciones hu­manas, y limitándonos al campo de la oración, podemos decir que quien, con unas palabras o con otras, no haya logrado hacer de la oración cristiana una experiencia de gratuidad, entonces es que, consciente o inconscientemente, ha hecho de la oración, como de todo culto cristiano, un medio para conseguir algo. Y esto destruye la oración, porque la manipula y desnaturaliza.

Quizá alguien piense y diga que esto no tiene tanta impor­tancia. A nosotros, en cambio, nos parece que tiene toda la im­portancia. El día en que la oración sea considerada, enseñada y vivida como plataforma de lanzamiento, como medio para con­seguir algo, ese día habremos dado el primer paso decisivo para, antes o después (pero sólo será cuestión de tiempo y de lógica), acabar con la oración. Afortunadamente quizá sea que los cris­tianos viven una realidad -aquí concretamente la realidad de la gratuidad en la oración- y que no saben expresarla adecua­damente. Y si las cosas son así, no hay que alarmarse; bastaní con vigilar el peligro que acecha a toda instrumentalización. Pero si realmente se vive la oración como un medio para algo,

31 P. JACQUEMONT, ¿Es la acci6n tilia oraci6n?, en Concilillm, n. 79 (1972, 3), 347-348.

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entonces la cuestión tiene toda la gravedad que se la quiera dar, y aun más.

Afortunadamente esto no es obsesIón personal. No somos ni los primeros ni los únicos en decir: Dios inútil e indispensable en la experiencia de los cristianos de hoy 32. Por otra parte, el largo apartado dedicado a gratuidad y compromiso debe dejar muy claro que detrás de la gratuidad no puede esconderse -y con ella justificarse- cualquier actitud de indiferencia, escepti­cismo humano, falta de solidaridad o algo parecido. Ya en otra ocasión hemos hablado de «la sombra maléfica» 33 que, desgra­ciadamente, persigue a la categoría de la gratuidad, «haciendo de la oración cristiana un rincón tranquilo y un analgésico in­solidario e indecente» 34. Tal postura nunca podrá apoyarse oh jetivamente en esla categoría de gratuidad, ni en los más com­petentes defensores de la misma.

32 J.·P, JOSSUA, Déu íntÍlil i indispensable en l'experi<mcia deis crislíans d'avui, en Qiiestions de vida cristiana, nn. 110·111 (1982), 110·125 (todo el número lleva por título: Utilitat i ¡nulitilal de Déu). Hemos citado ya el libro de GONzÁLEZ Rurz. Nos parece también interesante el libro de J. LLOPIS, La intÍtil liturgia, Madrid·Barcelona, M.rova­Fontanelia, 1972. Puede sel' interesante que a las COlllunidades cristianas populares se les baya podido decir desde dentm: <dos urbanistas exigen espacios verdes para sus proyec­tos. Nosotros también necesitamos espacios verdes y gratuidad en nuestro tiempo. Hasta que no descubramos que la oración no es una obligación, sino una necesidad, para vivÍl' nuestro compromiso cristiano, estamos hechos unos Ipasotas'» (C. ]IMÉNEZ DE PARGA, Después de las elecciones, ¿qué?, en Comunidades cristianas populares, n. 16 (mayo 1979), 10 (la expresi6n es perfectamente válida, aunque también pom'la ser mal interpretada).

33 A. GUERRA, Oraci6n cristiana, experiencia de gratuidad,!. e., p. 115. 34 lb., p. 115.

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