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La revolución cubana Durante la primera mitad del siglo XX, todos los asuntos internos de Cuba estuvieron regidos, directa o indirectamente, desde Washington. “Ningún gobierno cubano podía vivir permanentemente sin el reconocimiento diplomático norteamericano”, afirmó el economista estadounidense John Dalton en 1937. Esta situación era matizada con la idea de que los cubanos tenían una deuda con Estados Unidos por su independencia. El dominio sobre la isla no solo estaba asegurado por las disposiciones jurídicas de la Enmienda Platt, que desde 1901 permitía a los Estados Unidos controlar la isla caribeña. Durante el gobierno de Estrada Palma se firmó un tratado comercial de “reciprocidad” con el vecino del Norte que minó las bases de la vieja economía colonial y afianzó la dependencia al monocultivo y a los productos manufacturados made in USA. En el fondo, el tratado de reciprocidad aseguraba a los inversores norteamericanos en Cuba el desenvolvimiento de la industria azucarera que pensaban extender sobre bases de una rentabilidad asegurada con la venta del producto en los Estados Unidos. A la vez, permitía a los industriales exportadores de los Estados Unidos el dominio total del incipiente mercado cubano sin posibilidad de competencia. Al mismo tiempo cortaba drásticamente todo intento cubano de diversificar la industria nacional y la agricultura. Las inversiones crecieron rápidamente hasta el punto de llegar a los 1500 millones de dólares en 1929, las más altas de Estados Unidos a nivel mundial. Pero esto no significaba prosperidad para la población de la isla, ya que ese capital giraba en torno a la industria azucarera, que concentraba el 30 por ciento del ingreso nacional. Las consecuencias de esta estructura se sintieron con fuerza durante la crisis de la década de 1930, cuando hubo una interrupción momentánea de la penetración económica norteamericana. Se sucedieron huelgas y los conflictos entre los movimientos populares de obreros y estudiantes, y la oligarquía terrateniente representada por el dictador Gerardo Machado, quien había ascendido al poder en 1925. Fueron años turbulentos en los que dominaron los intentos insurreccionales y la represión estatal. En 1933, cuando la situación se encaminaba hacia la guerra civil, el flamante presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt, envió como embajador a La Habana a uno de sus viejos amigos, Summer Welles, con instrucciones precisas para establecer negociaciones entre Machado y la oposición. Pero la permanencia del dictador fue insostenible. A mediados de agosto de ese mismo año, Machado huyó del país con “cinco revólveres, siete maletas de oro y cinco amigos en pijamas”. Por esa época comenzó a gravitar en la vida política cubana un sargento taquígrafo, Fulgencio Batista, que se ascendió a sí mismo al rango de coronel luego de la “conspiración de los sargentos” de septiembre de 1933. Este movimiento militar precipitó la caída de Carlos Manuel de Céspedes, el presidente que había puesto Welles en reemplazo de Machado. De ahí a la jefatura del Ejército solo hubo un paso. Batista se encargó de tejer excelentes relaciones con Estados Unidos y la oligarquía cubana. Welles llegó a definirlo como la única persona en Cuba que representaba la autoridad. A partir de 1934, incluso, llegó a hacerse cargo del gobierno a través de un presidente que podía manejar a su antojo, el coronel Carlos Mendieta. Ese año se fijaron las nuevas relaciones comerciales entre Washington y La Habana, que determinarían la política azucarera hasta 1959, totalmente dirigida hacia Estados Unidos. El acuerdo también ataba a Cuba a las mercancías norteamericanas en forma mucho más estrecha que antes,

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La revolución cubana

Durante la primera mitad del siglo XX, todos los asuntos internos de Cuba estuvieron regidos, directa o indirectamente, desde Washington. “Ningún gobierno cubano podía vivir permanentemente sin el reconocimiento diplomático norteamericano”, afirmó el economista estadounidense John Dalton en 1937. Esta situación era matizada con la idea de que los cubanos tenían una deuda con Estados Unidos por su independencia.

El dominio sobre la isla no solo estaba asegurado por las disposiciones jurídicas de la Enmienda Platt, que desde 1901 permitía a los Estados Unidos controlar la isla caribeña. Durante el gobierno de Estrada Palma se firmó un tratado comercial de “reciprocidad” con el vecino del Norte que minó las bases de la vieja economía colonial y afianzó la dependencia al monocultivo y a los productos manufacturados made in USA.

En el fondo, el tratado de reciprocidad aseguraba a los inversores norteamericanos en Cuba el desenvolvimiento de la industria azucarera que pensaban extender sobre bases de una rentabilidad asegurada con la venta del producto en los Estados Unidos. A la vez, permitía a los industriales exportadores de los Estados Unidos el dominio total del incipiente mercado cubano sin posibilidad de competencia. Al mismo tiempo cortaba drásticamente todo intento cubano de diversificar la industria nacional y la agricultura.

Las inversiones crecieron rápidamente hasta el punto de llegar a los 1500 millones de dólares en 1929, las más altas de Estados Unidos a nivel mundial. Pero esto no significaba prosperidad para la población de la isla, ya que ese capital giraba en torno a la industria azucarera, que concentraba el 30 por ciento del ingreso nacional.

Las consecuencias de esta estructura se sintieron con fuerza durante la crisis de la década de 1930, cuando hubo una interrupción momentánea de la penetración económica norteamericana. Se sucedieron huelgas y los conflictos entre los movimientos populares de obreros y estudiantes, y la oligarquía terrateniente representada por el dictador Gerardo Machado, quien había ascendido al poder en 1925. Fueron años turbulentos en los que dominaron los intentos insurreccionales y la represión estatal. En 1933, cuando la situación se encaminaba hacia la guerra civil, el flamante presidente norteamericano, Franklin D. Roosevelt, envió como embajador a La Habana a uno de sus viejos amigos, Summer Welles, con instrucciones precisas para establecer negociaciones entre Machado y la oposición.

Pero la permanencia del dictador fue insostenible. A mediados de agosto de ese mismo año, Machado huyó del país con “cinco revólveres, siete maletas de oro y cinco amigos en pijamas”.

Por esa época comenzó a gravitar en la vida política cubana un sargento taquígrafo, Fulgencio Batista, que se ascendió a sí mismo al rango de coronel luego de la “conspiración de los sargentos” de septiembre de 1933. Este movimiento militar precipitó la caída de Carlos Manuel de Céspedes, el presidente que había puesto Welles en reemplazo de Machado. De ahí a la jefatura del Ejército solo hubo un paso.

Batista se encargó de tejer excelentes relaciones con Estados Unidos y la oligarquía cubana. Welles llegó a definirlo como la única persona en Cuba que representaba la autoridad. A partir de 1934, incluso, llegó a hacerse cargo del gobierno a través de un presidente que podía manejar a su antojo, el coronel Carlos Mendieta.

Ese año se fijaron las nuevas relaciones comerciales entre Washington y La Habana, que determinarían la política azucarera hasta 1959, totalmente dirigida hacia Estados Unidos. El acuerdo también ataba a Cuba a las mercancías norteamericanas en forma mucho más estrecha que antes,

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terminando así con un breve período de sustitución de importaciones. También fue suscripto un tratado complementario por el cual se anulaba la Enmienda Platt, a

excepción de las cláusulas correspondientes a la base naval de Guantánamo, que seguiría siendo arrendada por Estados Unidos a cambio de un pago anual de 2.000 dólares en oro. En realidad, se trató de una anulación aparente porque en la Constitución cubana de 1934 se contempló el derecho norteamericano de intervenir militarmente.

En 1940 se proclama una nueva Carta Magna que incluía importantes reivindicaciones populares, como la lucha del Estado contra el desempleo y elestablecimiento de una seguridad social obligatoria, indemnización, pensiones, salario mínimo, jornada laboral de 8 horas y vacaciones.

Poco después se realizaron elecciones generales y Batista se convirtió en presidente con el apoyo de la Unión Revolucionaria Comunista. Esta coalición generó serios roces entre comunistas y otras tendencias progresistas de Cuba, división que duraría alrededor de 20 años.

A Batista le tocó gobernar en plena Segunda Guerra Mundial, situación internacional que fue favorable para la economía cubana por la escasez mundial de azúcar. Las zafras fueron en aumento desde 1941 hasta llegar a las cinco toneladas en 1944, a un valor de 330 millones de dólares. La coyuntura internacional también fue un pretexto para afianzar los acuerdos militares con la Casa Blanca y para ceder el territorio como base de operaciones contra los enemigos del Eje.

El historiador Hugh Thomas retrata así el fin de ese período: Batista dejó el cargo convertido en un hombre con una fortuna que se estimaba en 20 millones de dólares. Además, había facilitado que, con Enmienda Platt o sin ella, el gobierno de Estados Unidos siguiera siendo el verdadero amo de la economía cubana.

1. Hacia el Moncada

En 1951 todos los pronósticos electorales le daban la victoria al Partido Ortodoxo de Eduardo

Chibás, un dirigente opositor que se había convertido en la expresión más firme del momento contra la corrupción estatal y a favor de las reformas sociales que reclamaban los sectores más pobres. En las filas de esta fuerza partidaria se encontraba el joven abogado Fidel Castro Ruz, quien había tenido una intensa vida política durante su carrera universitaria.

Sin embargo, a mediados de ese año Chibás se suicida en el marco de una polémica con los funcionarios del gobierno de Carlos Prío. El ministro de Educación, Aurelio Sánchez Arango, acusó al líder de la ortodoxia de “difamador” y “apóstol de la mentira”, desafiándolo públicamente a presentar pruebas que ratificaran sus denuncias de corrupción.

Chibás entró en el juego de Sánchez Arango, pero solo pudo obtener pruebas que incriminaban a un socio de aquél, Mario Artesiano. El 5 de agosto, Chibás se dirigió a los cubanos a través de la radio CMQ:

Camaradas de la ortodoxia, ¡adelante! Por la libertad económica, la libertad política y la justicia social. ¡Echemos a los ladrones del gobierno! ¡Pueblo de Cuba, levántate y anda! ¡Pueblo de Cuba, despierta! ¡Este es un último aldabonazo a tu puerta!

Estas fueron sus últimas palabras antes de dispararse un balazo en el estómago, cuya

herida le causó la muerte diez días después.

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El Partido Ortodoxo siguió su carrera electoral, ahora de la mano de Roberto Agramonte, primo de Chibás, y con el apoyo de los comunistas, que controlaban un importante sector de la clase obrera. El candidato del Partido Auténtico era Carlos Hevía, un vocero de la oligarquía terrateniente local que tenía estrechos vínculos con la Compañía de Ron Bacardí. Fulgencio Batista también había anunciado su candidatura.

Sin embargo, las elecciones no llegarían concretarse. Ante las escasas posibilidades de triunfo, Batista decide aceptar la propuesta de un grupo de oficiales de las Fuerzas Armadas y, el 10 de marzo de 1952, lidera un golpe de Estado que lo coloca nuevamente en el poder. En su mensaje ante la población, Batista aseguró que acabaría con “el régimen de sangre y corrupción que ha destituido instituciones” y que llamaría a elecciones en el plazo de un año, pero no cumplió ninguna de sus promesas. La dictadura que se implantó aquel día no solo sería más corrupta que cualquier otro gobierno anterior, sino también el régimen más criminal: alrededor de 20.000 cubanos morirían a lo largo de la tiranía batistiana.

Desde un primer momento, Fidel Castro se opuso al golpe e hizo todo lo que estuvo a su alcance para restaurar el régimen constitucional. El mismo 10 de marzo ayudó a repartir armasentre los estudiantes y unos días después distribuyó un texto que llamaba a la movilización contra la dictadura. También, como abogado, le envió a Batista una carta condenatoria e interpuso una querella ante el Tribunal de Garantías Constitucionales, reclamando que se tomaran acciones inmediatas por crímenes contra la Constitución.

Recordando aquella etapa en una entrevista con Frei Betto, Castro relata que su prioridad en ese momento era liquidar el golpe de Estado de Batista, para lo cual comenzó a organizar a un grupo de compañeros de la Juventud Ortodoxa.

Primero trato de crear un pequeño periódico tirado en mimeógrafo, y algunas estaciones de radio clandestinas –continúa Castro- (...); después sí nos volvimos verdaderos conspiradores, y empezamos a organizar los primeros núcleos para lo que suponíamos la lucha unida de todos los partidos y de todas las fuerzas. (...) Me volví un cuadro profesional. Ese movimiento empieza teniendo un cuadro profesional que soy yo, uno solo. A decir verdad tuvimos un cuadro profesional hasta el Moncada, uno solo, y en los últimos días Abel (Santamaría); dos cuadros en el último mes. Nosotros organizamos ese movimiento en 14 meses. Alcanzamos a tener 1.200 hombres. Uno por uno hablé con ellos, organicé cada célula, cada grupo, ¡los 1.200!

El plan de aquel movimiento era atacar simultáneamente dos cuarteles con el fin de conseguir

armas y encender la mecha de un levantamiento general contra Batista. Los dos cuarteles eran el Moncada, en Santiago de Cuba, y el Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo. Para el primero se habían dispuesto 134 hombres, incluido Fidel, mientras que para el segundo unos 30. El plan del Moncada contemplaba la toma del Palacio de Justicia, a cargo de Raúl Castro, y del hospital civil de la ciudad, en manos de Abel Santamaría.

Ambos grupos contarían con el factor sorpresa y con un día de ataque que les era favorable. Se eligió el amanecer del 26 de julio de 1953 porque los cuarteles estarían repletos de oficiales cansados por los festejos del carnaval de Santiago, previsto para el 25.

Las operaciones del Palacio de Justicia y del Hospital tuvieron éxito, pero en el Moncada se perdió el factor sorpresa y se dio la voz de alarma antes de que los rebeldes pudieran controlarel cuartel. Fidel trató de reagrupar a sus hombres sin éxito, y terminó por dar la orden de retirada al

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verse enfrentado, en clara desventaja, contra una fuerza de 1.000 hombres bien armados. El ataque de Bayamo corrió la misma suerte.

Un pequeño grupo que había escapado con Fidel y otro que fue a su encuentro decidieron continuar la lucha y se replegaron en la Sierra Maestra, en las proximidades de Santiago. Pero varios factores estuvieron en contra en aquella oportunidad: el desconocimiento del terreno, la inexperiencia militar y la mala comunicación con los otros combatientes.

Las informaciones que salían del gobierno hablaban de insurrectos excelentemente entrenados que habían asesinado a sangre fría a varios pacientes del hospital civil. También se decía que alrededor de 70 rebeldes habían caído en los enfrentamientos con las tropas oficiales. Todos estos comunicados falsos crearon un fuerte estado de confusión en la población de Santiago y el odio de los soldados.

Lo cierto es que, de los 160 jóvenes que finalmente participaron en los ataques, nueve murieron en la lucha, otros lograron escapar y más de la mitad fueron capturados durante los días 26 y 27 de julio. De estos últimos, 70 fueron torturados y luego fusilados, entre ellos Abel Santamaría. Las bajas del Ejército se contabilizaron en 3 oficiales y 16 soldados.

Por su parte, Fidel Castro cayó el 1º de agosto, mientras descansaba en una choza de la Sierra.

Antes de que despertáramos –cuenta Fidel-, llegó una patrulla de soldados, penetra en el bohío y nos despierta con los fusiles sobre el pecho (...) Ocurre entonces una casualidad increíble. Había un teniente negro llamado Sarría (...), el teniente interviene y dice: No disparen, no disparen”, presiona a los soldados, y mientras decía esto, en voz más baja repetía: “No disparen, las ideas no se matan, las ideas no se matan”. (...) Cuando hemos caminado unos pasos, yo, que he visto la actitud de aquel hombre, del teniente, lo llamo y le digo: “He visto el comportamiento suyo y no lo quiero engañar, yo soy Fidel Castro”. Me dice él: “No se lo diga a nadie, no se lo diga a nadie”.

No sería la última vez que ese teniente salvaría la vida de Fidel Castro.

Antes de llegar a Santiago de Cuba, Sarría recibe la orden de llevar a los prisioneros al cuartel más cercano, pero aquél desobedece y los pone a disposición de la Justicia civil.

Pronto los cubanos comenzaron a enterarse de las torturas y los asesinatos perpetrados por Batista. Primero fue un rumor que circuló de boca en boca y, finalmente, el 2 de agosto, la revista Bohemia publicó una gran cantidad de fotos que probaban que los rebeldes no habían muerto en combate.

En octubre los 20 sobrevivientes del Moncada fueron juzgados y condenados a largas penas de prisión en la Isla de Pinos. Fidel Castro aprovechó el proceso para pronunciar su famoso alegato de autodefensa, “La historia me absolverá”, en el que reveló los crímenes de Batista y fundamentó el derecho de rebelión contra cualquier forma de tiranía. El último párrafo del alegato decía:

“Sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia de tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá.”

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2. El Movimiento 26 de Julio

El alegato fue impreso y distribuido clandestinamente como parte de una campaña nacional

por la amnistía de los prisioneros del Moncada. El nombre de Fidel Castro empezó a circular por cada rincón de la isla, mientras en la cárcel de la Isla de Pinos se trazaban las primeras bases de un movimiento civil o revolucionario que aspirara a conquistar el poder.

Por su parte, Batista se sentía consolidado en su puesto, a pesar de los problemas económicos que comenzaban florecer a causa del descenso del precio internacional del azúcar. Ratificó su amistadcon Estados Unidos en épocas de Guerra Fría, dando muestras de convicciones y medidas anticomunistas, y se lanzó en busca de la legalización de su régimen. Así anunció elecciones para el 1º de noviembre de 1954 en la que participaría como principal candidato.

Batista ganó sin opositores en una elección que contó con menos del 50 por ciento del electorado. Poco después de asumir, en febrero de 1955, recibió la visita del entonces vicepresidente norteamericano, Richard Nixon, y luego se reunió con el jefe de la CIA, Allen Dulles.

Con estos vínculos consolidados, Batista decidió ceder a los reclamos sociales y declaró en abril la amnistía de los presos del Moncada. El 15 de mayo, Fidel Castro, su hermano Raúl y el resto de los sobrevivientes quedaron en libertad.

Unos meses después Castro decide viajar a México para organizar la Revolución, pero antes dejaría formado el Movimiento 26 de Julio (M26J). En su Mensaje al Congreso de Militantes Ortodoxos, del 16 de agosto de 1955, explica la naturaleza de la organización:

El Movimiento Revolucionario 26 de Julio no constituye una tendencia dentro del Partido: es el aparato revolucionario del chibasismo, enraizado en su tarea de llevarlo a la práctica. Y luego, en marzo de 1956, diría:

(...) es la Ortodoxia sin una Dirección de terratenientes al estilo de Fico Fernández Casas, sin latifundistas azucareros, al estilo de Gerardo Vázquez; sin especuladores de bolsa, sin magnates de la industria y el comercio, sin abogados de grandes intereses, sin caciques provinciales, sin politiqueros de ninguna índole; lo mejor de la Ortodoxia está librando junto a nosotros esta hermosa lucha, y a Eduardo Chibás le brindaremos el único homenaje digno de su vida y su holocausto: la libertad de su pueblo, que no podrán ofrecerle jamás los que no han hecho otra cosa que derramar lágrimas de cocodrilo sobre su tumba.

En las filas del M26J había algunos ex moncadistas, pero la mayoría de sus militantes eran

nuevos partidarios que ocuparían puestos claves en la Revolución. En esta primera camada se ubican, entre otros, Frank País, Enrique Oltuski, Armando Hart y Carlos Franqui, encargados de consolidar el movimiento en Cuba.

Mientras tanto, durante su exilio en México, Fidel Castro reclutó algunos instructores con experiencia revolucionaria, como Alberto Bayo, ex republicano de la guerra civil española, y comenzaron los entrenamientos militares en septiembre de 1955.

Unos meses después, en ese mismo país, se produce el primer contacto entre Fidel y Ernesto “Che” Guevara en la casa de la exiliada cubana María Antonia González. El Che venía de un largo

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peregrinaje por América Latina que le había permitido vivir las duras injusticias del continente. En Guatemala, antes del derrocamiento de Jacobo Arbenz en manos de la CIA, conoció al moncadista Antonio “Nico” Gómez y, a través de éste, a Fidel.

El 24 de junio de 1956, Castro, el Che y otros 22 revolucionarios fueron descubiertos por la policía mexicana y arrestados durante un mes por conspirar contra otro país. El tiempo se les acababa; era preciso pasar ahora a la fase final.

Los últimos entrenamientos se realizaron en la casa de otra exiliada, Teresa Casuso. Castro, por su parte, se encargó de conseguir un medio de transporte que los llevara a Oriente, la misma provincia donde Martí había comenzado a luchar 60 años antes. Compró un yate, el “Granma”.

3. La guerra revolucionaria

Con la policía mexicana pisándoles los talones, los revolucionarios le pusieron fecha a la

expedición libertadora. Saldrían de Tuxpan el 25 de noviembre de 1956, en coordinación con Frank País, a quien se le había encargado organizar un levantamiento en Santiago de Cuba para apoyar el desembarco.

El “Granma” zarpó con 82 hombres a bordo, de los cuales 20 eran ex combatientes de los ataques del ’53. Entre los nuevos cuadros estaban Camilo Cienfuegos y el Che, además de otros tres extranjeros: un italiano, Gino Donè Paro, un mexicano y un dominicano. Al frente, como comandante, se ubicaba Fidel, seguido en la líneajerárquica por Raúl Castro, Juan Almeida y José Smith, a cargo de unos 20 hombres cada uno.

País pudo dirigir con éxito el estallido en Santiago con unos 300 hombres que atacaron la jefatura de policía, el edificio de la aduana y las oficinas del puerto. Por su parte, otro grupo de hombres se lanzó sincronizadamente sobre la cárcel de Boniato para liberar a unos cuantos presos políticos. El alzamiento se prolongó durante dos días, a partir del 30 de noviembre, con el apoyo de una huelga general de 24 horas.

Pero el “Granma” no llegó a tiempo y la acción conjunta terminó siendo un fracaso. Fidel desembarcó recién el 2 de diciembre en un lugar que no se ajustaba a lo planeado. En vez de llegar a Niquero, terminaron en Playa de lo Colorados, un punto poco propicio para el desembarco por las desventajas del terreno.

De todas formas, los expedicionarios tomaron las armas y municiones que pudieron y comenzaron a avanzar hacia la Sierra Maestra, la zona más salvaje de la isla. Mientras tanto, el gobierno intentaba desmoralizar a los seguidores de Fidel con informaciones falsas acerca de su desembarco y posterior muerte en combate con las tropas del Ejército.

El 5 de diciembre, sin embargo, los rebeldes protagonizarían un segundo contratiempo, luego de ser traicionados por la persona que los guiaba a la Sierra. Las fuerzas de Batista los sorprendieron en un cañaveral de Alegría del Pino y, luego del ataque, quedó un pequeño número de revolucionarios dispersos. En esa oportunidad murieron alrededor de 24 hombres y muchos otros cayeron como prisioneros.

Fidel había quedado por un lado con dos hombres, Universo Sánchez y Faustino Pérez. Raúl pudo reunirse con tres compañeros y Camilo, en otra parte, se encontró con dos. El Che había sido herido y se encontraba al mando de cuatro combatientes. Más tarde, la columna de Guevara interceptó a la de Calixto Morales, que iba acompañado de cuatro hombres.

Castro fue el primero en llegar a la Sierra Maestra, ayudado por el hijo de un campesino que se unió al grupo (Guillermo García). Un camionero fidelista, Cerscencio Pérez, ayudó a reunir a los

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expedicionarios que quedaban y así fueronreagrupándose las columnas de Raúl, Almeida, Guevara y Camilo. Cuando finalmente se encontraron con Fidel, el grupo sumaba, en total, 12 combatientes.

Con la ayuda de Pérez y la incorporación de nuevos hombres, las fuerzas rebeldes comenzaron la etapa de reorganización. Fidel envió a uno de sus cuadros a La Habana para que restableciera los contactos con la guerrilla urbana del M26J y consiguiera armas.

Por su parte, Batista incrementó la represión en cada rincón de la isla, logrando conmocionar a la opinión pública de su país. Entonces, las torturas y los fusilamientos extrajudiciales se hicieron cada vez más frecuentes, sobre todo a partir de la suspensión de las garantías constitucionales, el 15 de enero de 1957.

En medio de esta situación, los rebeldes de la Sierra se prepararon para ejecutar su primera acción. A fines de ese mes, el MJ26 tomó sin ninguna baja el cuartel de La Plata, victoria que le permitió a Fidel desmentir las versiones del gobierno que lo daban por muerto. Allí, los rebeldes también aumentaron su arsenal y liberaron a los campesinos que se encontraban prisioneros.

Se sucedieron algunos combates importantes a lo largo de 1957, tanto en la Sierra como en las ciudades. Así se produjo el ataque del cuartel El Uvero, en mayo, seguido de sabotajes y huelgas que causaron enormes pérdidas económicas a Batista.

Los arrestos y las torturas también desencadenaron profundas contradicciones entre la oficialidad de la Marina. Un sector de estos militares se amotinó en la base naval de Cienfuegos, con intenciones de derrocar al gobierno. El alzamiento fracasó, pero dejó una profunda grieta en las Fuerzas Armadas. Los prisioneros padecieron torturas, fusilamiento y muchos heridos fueron enterrados con vida, según denunció entonces el secretario general de la Asociación Médica Mundial, doctor Luis Bauer.

A esa altura, Fidel Castro había logrado llamar la atención de la prensa norteamericana. ¿Quiénes eran aquellos jóvenes que se atrevían a desafiar a Batista y a reclamar soberanía política e independencia económica? ¿Quién era Castro? El New York Time envió a uno de sus periodistas para averiguarlo.

De esta forma, Hebert Matthews logró una entrevista en las montañas con el líder revolucionario, el 17 de febrero de 1957.

La personalidad de este hombre –escribió Matthews el 24 de febrero- es arrolladora. Una persona educada, un fanático consagrado, un hombre de ideales, valiente y con nobles dotes de mando (...), daba la impresión de ser invencible.

El prestigio internacional de los rebeldes se amalgamaba con la cada vez mayor simpatía de

la clase media cubana. Mientras tanto, entre los campesinos y el M26J ya había empezado un proceso de confianza y aprendizaje mutuo que fue el primer paso hacia la Reforma Agraria. Batista trató, sin éxito, de contrarrestar este avance revolucionario, ordenando evacuaciones masivas de campesinos en la Sierra, con el objetivo de dejarlos aislados. Pero, en realidad, no hizo más que ampliar el campo de acción de la guerrilla.

Los acontecimientos de 1958 serían decisivos para dirigir la lucha hacia el triunfo revolucionario. El 21 de febrero, Fidel Castro firma el primer decreto de la Sierra, declarando territorio liberado a una parte de la provincia de Oriente. Allí, el M26J contaba con un periódico para tareas de propaganda, “Cubano Libre”, y a los pocos días comenzó a emitir “Radio Rebelde”.

En marzo, Fidel Castro crea otras dos columnas guerrilleras, comandadas por Raúl Castro y

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Juan Almeida, para abrir nuevos frentes de combate en la provincia. Al mismo tiempo, la Dirección Nacional del M26J emite un manifiesto llamando a la huelga general revolucionaria para el 9 de abril, la cual sería apoyada con las armas.

Sin embargo, la acción no fue respaldada por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), cuyos dirigentes apoyaban al gobierno, ni por los gremios que controlaban los comunistas, y la huelga se convirtió en un trágico fracaso. En la Habana hubo casi 100 muertos y en Santiago alrededor de 30.

Luego de este revés, Fidel Castro y el Partido Comunista comienzan a limar viejas asperezas y, por fin, se produce un acercamiento formal de ambas fuerzas. También empiezan negociaciones con los partidos de la oposición, reunidos en la llamada Resistencia Cívica.

Mientras tanto, Batista, aprovechando el fracaso de la huelga general, decidió lanzar, la “Operación Verano”, su única gran ofensiva sobre la Sierra Maestra. Se trataba de una acción que movilizaría a 17 batallones, un total de 10.000 hombres, con apoyo aéreo, naval y de la Guardia Rural. El objetivo sería aislar a Castro y reducir su campo de operaciones para luego derrotarlo en un asalto final.

Pero esa fue sólo la intención, porque los rebeldes consiguieron muy pronto dominar la lucha a pesar de la desventaja numérica de fuerzas. No sólo se movían más rápido y eficazmente que las tropas de Batista, sino que también aprovecharon cada error del enemigo. En uno de los combates Fidel se apoderó del equipo de radio de un batallón, junto con las claves del lenguaje cifrado que utilizaba el Ejército, sin que éste lo advirtiera durante un mes. Los rebeldes contaron, de esta forma, con las posiciones exactas del enemigo.

Después de varios combates, que se desarrollaron a lo largo de dos meses, las columnas del M26J lograron provocar la retirada de las tropas batistianas. Inmediatamente, se planearon tres nuevas operaciones para llevar la guerrilla al otro extremo de Cuba. Fidel se encargaría de rodear a Santiago de Cuba, el Che tomaría el control del centro de la isla para cortar las comunicaciones y Camilo iría al este. Guevara y Cienfuegos partieron juntos. Castro, por su parte, continuó las negociaciones con la Resistencia Cívica y los comunistas.

El 20 de noviembre, con el objetivo de Santiago, Fidel dirige la batalla de Guisa, donde se enfrenta a 5.000 soldados de Batista con tan sólo 200 rebeldes. Poco después se unió la columna de Raúl, con consecuencias demoledoras para el enemigo. Por su parte, el Che y Camilo iban tomando cada pueblo que se cruzaba en su paso.

Las trasnacionales norteamericanas ya no apostaba por la continuidad de Batista, pero tampoco querían un gobierno con Castro a la cabeza. El gerente de la petrolera Esso, G.W. Potes, decía que las declaraciones del M26J le hacían acordar a las de Arbenz, mientras que Kennet Redmond, presidente de la United Fruit, exigía ayuda de Washington para que le aseguraran la cosecha de azúcar de Oriente.

Para mediados de diciembre la ciudad de Santiago de Cuba estaba rodeada. Cienfuegos lanzó el 22 de diciembre, con éxito, un ataque a gran escala sobre Yaguajay, al norte de la provincia de Las Villas. Mientras tanto, el Che tenía prácticamente controlado todo el centro de la isla: logró ocupar Sancti Spiritus y Remedios, dejando aislada a la capital de Las Villas, Santa Clara, que cayó el 1º de enero de 1959.

Fulgencio Batista huyó del país ese mismo día, a las 3 de la madrugada, luego de entregarle el poder al general Eulogio Cantillo. El dictador partió hacia la República Dominicana con otras 40 personas y alrededor de 400 millones de dólares.

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4. El gobierno revolucionario

Horas después de la huida de Batista, Fidel Castro toma la ciudad de Santiago y por la noche pronuncia un discurso ante una enorme multitud. Camilo y el Che parten hacia La Habana, donde al día siguiente se harían cargo de los cuarteles generales de las Fuerzas Armadas, La Cabaña y el Campamento Columbia. Luego de detener a Cantillo, Cienfuegos se dirige a Santiago para acompañar a Fidel en su trayecto hasta La Habana.

El 5 de enero, el jurista Manuel Urrutia y el doctor Miró Cardona, miembros de la Resistencia Cívica, asumieron como presidente y primer ministro, respectivamente. Cuando llegó Fidel a la capital cubana, el día 8, una nueva multitud festejó con eufórica alegría su entrada a la ciudad y se reunió para escucharlo.

Hugh Thomas explica este optimismo de los cubanos por el concepto mismo de la Revolución Cubana:

Aunque a los extraños les pareciera que el concepto de la revolución era inmaduro o absurdo, evidentemente era autóctono, no como el de ‘democracia’ o ‘constitución’: era un concepto que enlazaba a la Cuba de 1959 con la de 1868, abarcando la lucha de losesclavos por la libertad, de los criollos contra los españoles, de los cubanos contra Estados Unidos.

Si bien el gobierno Washington había seguido los últimos pasos de Castro con desconfianza,

todavía creía que los cambios del nuevo gobierno serían superficiales y que los Estados Unidos seguirían ejerciendo el dominio tradicional sobre la política y la economía cubana. Los intereses norteamericanos en la isla eran enormes. No sólo controlaban el sector azucarero con más de 1.200.000 hectáreas de tierra bajo su propiedad, sino que también monopolizaban el sector de los servicios públicos, el abastecimiento de combustible y parte de la banca.

Las primeras medidas revolucionarias estuvieron dirigidas a disolver las Fuerzas Armadas, que ahora se habían convertido en el Ejército Rebelde al mando de Camilo Cienfuegos, y arrestar a todos los criminales de la dictadura batistiana para someterlos a juicio. Los tribunales procesaron a cientos de asesinos y torturadores, muchos de los cuales fueron fusilados. Aunque algunos de los más importantes ya se habían refugiado en Florida, entre ellos el jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), Rolando Masferrer, quien luego intentaría asesinar a Fidel Castro, y el ex jefe de Policía, Esteban Ventura.

Las primeras críticas norteamericanas contra la Revolución fueron por estos Consejos de Guerra. La tensión aumentó pronto ente ambos países, al conocerse que cuatro miembros de la embajada norteamericana habían trabajado con el SIM y que el FBI había sido uno de sus principales asesores.

Otras medidas urgentes estuvieron dirigidas a terminar con la corrupción estatal, partidaria y sindical; a combatir los altos índices de desempleo, la miseria y el hambre; y a poner fin al juego, la droga y la prostitución.

Pero, particularmente, un par de acciones irritaron a la oligarquía terrateniente y a los norteamericanos en esos primeros meses: la intervención de empresas de servicios públicos y la Ley de Reforma Agraria del 17 de mayo, que eliminó el latifundio, estableciendo un reparto equitativo de la tierra. Estados Unidos se comunicó rápidamente con el gobierno cubano y pidió indemnización

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inmediata. La respuesta fue un rechazo a las condiciones norteamericanas: tendrían que aceptar bonos con un 4,5% de interés.

Mientras tanto, en el campo político se produjeron algunos cambios. En febrero había renunciado Miró Cardona y Fidel Castro se hizo cargo de su puesto. Meses más tarde, se producirían diferencias con Urrutia y Castro sometió su continuidad como Primer Ministro a la decisión popular. Mientras explicaba su renuncia por televisión, una multitud se congregó frente al Palacio Presidencial y comenzó a exigir la dimisión no de Fidel, sino de Urrutia. Este último dejó su cargo luego de reunirse con el Consejo de Ministros y en su reemplazo asumió Osvaldo Dorticós, un abogado de 40 años que desde el 10 de enero se había encargado de la revisión de las leyes.

Hacia fines del ’59 comenzaron a surgir los primeros brotes contrarrevolucionarios, organizados por latifundistas y ex miembros de las fuerzas batistianas provenientes de Florida y la República Dominicana. También se registraron varios sabotajes contra la economía del país y atentados terroristas contra autoridades oficiales, en especial dirigidos a Fidel Castro. Algunos de estos hechos estaban vinculados a los servicios secretos norteamericanos, aunque pronto la CIA pasaría a tener el control exclusivo de las operaciones contra La Habana.

La respuesta del gobierno para combatir la avanzada contrarrevolucionaria y terrorista fue la organización del pueblo armado, para lo cual se crearon las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) y luego los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Allí se incorporaron miles de hombres y mujeres, mayores de 14 años, que estaban dispuestos a dar su vida por la Revolución.

Entre 1959 y 1965, casi 300 organizaciones anticastristas operaron en la isla, la mayoría con apoyo logístico y financiero de Washington, ocasionando cuantiosas pérdidas humanas y económicas.

5. La defensa de la Revolución

El 17 de diciembre de 1959, Fidel Castro trazó un grave panorama para 1960. Dijo que ese año los cubanos tendrían que defender la Revolución con las armas porque se había puesto en marcha una enorme campaña contra Cuba. Los hechos posteriores confirmaron su pronóstico.

Las hostilidades norteamericanas se profundizaron a mediados de 1960, cuando el gobierno de Dwight Eisenhower presentó un proyecto en el Congreso para reducir o eliminar la cuota azucarera de la isla. Cuba respondió que por cada quita del cupo se expropiaría un molino norteamericano.

El 6 de julio, finalmente, Washington redujo la cuota en más de 850 mil toneladas. Como contrapartida, Cuba anunció la nacionalización de varias empresas de servicios públicos, las refinerías y los molinos azucareros, proceso que continuaría a lo largo del año.

La Unión Soviética, con la cual la isla había reanudado relaciones diplomáticas, se ofreció a comprar el azúcar rechazado por Estados Unidos y, al mismo, tiempo aumentó los envíos de petróleo hacia Cuba. A partir de entonces, Washington inició una verdadera guerra económica que involucraba también a terceros países. Por presiones de la Standard Oil Co., el Senado norteamericano ordenó que la suspensión de créditos de seguridad a todos aquellas naciones que ayudaran económica o militarmente a Cuba.

La posibilidad de que Estados Unidos pasara de la agresión económica a la militar no resultaba descabellada. Incluso, circularon algunas versiones periodísticas al respecto. Ante la situación, Nikita Kruschev aseguró que los cohetes rusos podían defender a la isla si fuera necesario. La Casa Blanca llevó su repudio y una propuesta a la Organización de Estados Americanos (OEA) para que sus

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miembros condenaran a Cuba por “poner en peligro al hemisferio”. En su Declaración de San José de Costa Rica de agosto, la OEA condenó toda intervención en

América por parte de un Estado ajeno a la región y estableció que los Estados totalitarios son incompatibles con el sistema continental. Se trataba de claras referencias a la URSS y a Cuba sin nombrarlas.

Unos días después, el 2 de septiembre, Cuba da a conocer una contradeclaración, conocida como la Primera Declaración de La Habana. La misma dice:

PRIMERO: Condena en todos sus términos la denominada “Declaración de San José de Costa Rica”, documento dictado por el imperialismo norteamericano y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del Continente. (...) CUARTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba declara que la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba, en caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares imperialistas, no podrá ser considerada, jamás, como un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad, y que esa ayuda, brindada a Cuba ante un inminente ataque del Pentágono yanqui, honra tanto al gobierno de la Unión Soviética que la ofrece, como deshonra al gobierno de los Estados Unidos, sus cobardes y criminales agresiones contra Cuba.

POR TANTO: La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba declara ante América y el mundo que acepta y agradece el apoyo de los cohetes de la Unión Soviética, si su territorio fuere invadido por fuerzas militares de los Estados Unidos.

En efecto, el peligro de un ataque dirigido por Estados Unidos era real. Mientras los candidatos

presidenciales norteamericanos debatían sobre Cuba describiéndola como “un cáncer intolerable” (Richard Nixon, 18/10/1960), o prometían reforzar a “los cubanos que luchan por la libertad” desde Miami (John F. Kennedy, 20/10/1960), la CIA entrenaba a mercenarios en Guatemala para invadir la isla.

Basándose en archivos desclasificados de la administración Eisenhower, Noam Chomsky afirma que la decisión formal de reconquistar Cuba estaba tomada secretamente desde marzo de 1960. Esos documentos también detallan que la acción debía hacerse de tal manera que no involucrara a Estados Unidos, para no generar resistencias en América Latina.

Eisenhower había invertido unos 13 millones de dólares iniciales en una operación guerrillera contrarrevolucionaria que desembarcaría en la isla para organizar fuerzas y atacar desde las montañas de Escambray. Pero luego cambió el plan por un ataque convencional, similar al que derrocó a Jacobo Arbenz. Sería una invasión con protección aérea, tanques y artillería, apoyada por “los oprimidos” de Cuba. Los hombres que eran entrenados en Guatemala, con conocimiento del gobierno de ese país, habían sido reclutados en Miami a cambio de 400 dólares mensuales, más adicionales por mujer e hijos.

El presidente electo de Estados Unidos, John F Kennedy, conoció el proyecto dos meses antes de asumir. El informante fue el jefe de la CIA, Allan Dulles, quien recibió luz verde del nuevo mandatario para continuar el plan.

Eisenhower rompió relaciones diplomáticas con Cuba el 3 de enero de 1961. Dos semanas

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más tarde asumió Kennedy y a los pocos días tuvo su primera reunión para coordinar la invasión. El desembarco sería en la Bahía de los Cochinos en Playa Girón. Por su parte, los anticastristas de Miami designaron al ex primer ministro, Miró Cardona, como presidente provisional del gobierno que se establecería tras el derrocamiento de Castro.

Los mercenarios, la CIA, Kennedy, los batistianos... todos estaban listos para iniciar el ataque. El 14 de abril, la Brigada 2506 partió desde Nicaragua con destino a Cuba, con la bendición de Luis Somoza, que les encargó unos cuantos pelos de la barba de Castro como trofeo.

En Cuba, las fuerzas revolucionarias se preparaban para recibir un ataque, aunque lo esperaban por Oriente.

El día 15, a la mañana, ocho aviones B-26 con insignias falsas de las Fuerzas Armadas Revolucionaria (FAR) despegaron de Nicaragua y bombardearon varios aeropuertos de la isla. El ataque creó un gran estado de pánico y dejó un saldo de 7 muertos y 44 heridos.

Otros dos B-26, con las mismas características, aterrizaron en Florida. Los pilotos le contaron a la prensa norteamericana que eran desertores que habían bombardeado los puestos militares de Castro y que luego se habían dado a la fuga. La noticia recorrió rápidamente el mundo, tal como lo había planeado la CIA. Había, sin embargo, pequeñas contradicciones que solo se advirtieron en Cubay que tardaron bastante más en ser difundidas: los B-26 atacantes estaban cargados con balas estadounidenses y sus morros eran de diferente color a los de los aviones cubanos.

Dos días más tarde comenzó a desembarcar la brigada mercenaria. Al enterarse, Fidel Castro dirigió personalmente la defensa de Playa Girón. Los cazas cubanos lograron hundir un barco que transportaba al 5º batallón de la Brigada 2506, el “Huston”, y otro que llevaban provisiones, el “Río Escondido”. Los mercenarios que alcanzaron la playa muy pronto se vieron rodeados, pero ya era demasiado tarde para escapar. Los buques norteamericanos que los escoltaban en alta mar emprendieron la retirada luego de ser acosados por los aviones de las FAR. En las 72 horas que duró el combate, las fuerzas revolucionarias, que tuvieron alrededor de 100 bajas, capturaron a 1.180 invasores.

Los interrogatorios y los juicios a los prisioneros fueron públicos y totalmente televisados. Algunos de los acusados explicaron que los había movido un “sentido de ideal” para luchar contra el comunismo y liberar a Cuba. Otros expresaron un fuerte rencor contra Estados Unidos por abandonarlos. Uno de los prisioneros que entrevistó el propio Fidel Castro se mostró desengañado:

En Miami hay un montón de cubanos que están deseando venir a Cuba y no saben aquí lo que hay. De verdad creen que aquí vienen a luchar para rescatar al pueblo, que a nosotros nos iban a esperar como libertadores.

6. La Revolución Socialista

Fidel Castro declaró el carácter socialista y democrático de la Revolución Cubana el 16 de

abril de 1961, en el funeral de las víctimas de los bombardeos. Durante su discurso por los actos del Día del Trabajador agregaría:

A los que nos hablan de la Constitución del ’40, nosotros les decimos que ya la Constitución del ’40 es demasiado anticuada y demasiado vieja para nosotros (...) Nosotros tenemos que hablar de una nueva Constitución, pero no una constitución burguesa, no una Constitución correspondiente a un dominio de la clase explotadora sobre otras clases, sino

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correspondiente a un nuevo sistema social, sin explotación del hombre por el hombre. Ese sistema social se llama socialismo, y esa Constitución será, por tanto, una Constitución Socialista. Si a Mr Kennedy no le gusta el socialismo, bueno, a nosotros no nos gusta el imperialismo, a nosotros no nos gusta el capitalismo. Tenemos tanto derecho a protestar de la existencia de un régimen imperialista y capitalista a 90 millas de nuestras costas, como él se puede considerar con derecho a protestar de la existencia de un régimen socialista a 90 millas de sus costas.

Kennedy, por su parte, había asumido su responsabilidad por la invasión, mientras que la CIA

calculó ante el Subcomité de Relaciones Exteriores del Senado que la operación le había costado al gobierno unos 45 millones de dólares, más 62 millones que se desembolsaron después para el rescate de prisioneros. Pero el presidente norteamericano no vaciló en comenzar una nueva fase de agresiones, al imponer el bloqueo total del intercambio comercial con la isla.

Washington tampoco cejó en sus intentos de acciones armadas. Para ello, el Pentágono diseñó la “Operación Mangosta”, una plan que recomendaba una serie de “pretextos” para justificar “la intervención militar de Estados Unidos en Cuba”.

El proyecto explicaba cómo llevar a la práctica acciones públicas y encubiertas, desde maniobras de propaganda hasta ataques simulados contra la base naval de Guantánamo.

Pero la estrategia de Kennedy para acabar con la Revolución Cubana no solo sería económica y militar, también se desarrollaría en el campo político para alinear a las naciones latinoamericanas detrás de sus propósitos hemisféricos. Es decir, buscaría aislar a la isla del sistema interamericano, los países que estuviesen dispuestos a respaldar a Estados Unidos en esta empresa serían beneficiados con la llamada “Alianza para el Progreso”, un plan de asistencia financiera que fracasó estrepitosamente.

Sin embargo, Kennedy logró seducir a los países de la región en la Conferencia de Punta del Este, Uruguay, a pesar de las advertencias del representante por Cuba, Ernesto “Che” Guevara, acerca de los planes imperialistas de Estados Unidos. Los miembros de la OEA, a excepción de México, aprobaron el 31 de enero de 1962 la expulsión de la isla del sistema interamericano.

La respuesta de la Revolución Cubana se plasmó en el discurso de Fidel Castro del 4 de febrero de 1962, que pasó a la historia como la “Segunda Declaración de La Habana”:

En Punta del Este el imperialismo yanqui reunió a los cancilleres para arrancarles, mediante presión política y chantaje económico sin precedentes, con la complicidad de un grupo de los más desprestigiados gobernantes de este continente, la renuncia a la soberanía nacional de nuestros pueblos y la consagración del odiado derecho de intervención yanqui en los asuntos internos de América; el sometimiento de los pueblos a la voluntad omnímoda de Estados Unidos de Norteamérica, contra la cual lucharon todos los próceres, desde Bolívar hasta Sandino. (...) La O.E.A. quedó desenmascarada como lo que es: un ministerio de colonias yanquis, una alianza militar, un aparato de represión contra el movimiento de liberación de los pueblos latinoamericanos.

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En el contexto de este marco de situación nacional e internacional, Cuba inicia un proceso interno de unificación de las organizaciones revolucionarias con el fin de hacer frente a los desafíos que se le planteaban.

De esta forma, se lanza a la construcción de una fuerza política, basada en la experiencia de José Martí con el Partido Revolucionario Cubano (PRC). La idea era que la organización que se formara para dirigir y asegurar la continuidad de la Revolución fuera un eslabón necesario del partido creado por Martí en 1892.

El fundamento de la propuesta se explicaba por la similitud de objetivos que unían una etapa con la otra. Los fines de PRC habían sido liberar a Cuba, impedir su anexión a los Estados Unidos y unir a todos los independentistas, teniendo en cuenta que la division había causado el fracaso de laGuerra de los Diez Años. La nueva construcción se veía ante la necesidad de alcanzar los mismos objetivos, aunque en una coyuntura histórica caracterizada por las intenciones norteamericanas de dividir a los cubanos, deponer su gobierno y destruir el sistema instaurado por decisión soberana.

El primer paso para la unificación se dio a fines de 1961 con la fusión del M26J, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Aquel fue un proceso difícil, lleno de contradicciones y sectarismos entre las distintas fuerzas, que luego daría lugar a la creación del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC).

La etapa del PURSC se caracterizó por una mayor selectividad de cuadros, con tendencia hacia la homogeneidad político-ideológica. El Che Guevara explicó esta fase de formación del Partido en uno de sus textos más conocidos:

El Partido es una organización de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educadas para el comunismo. Y a esa educación va encaminado el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que entraña años de duro bregar contra dificultades de la construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo.

El PURSC se convirtió así en el instrumento de transición entre el ORI y el Partido Comunista

de Cuba (PCC), que se constituyó el 3 de octubre de 1965. En esa oportunidad, Fidel Castro leyó la carta de despedida del Che, que había partido de la isla con la idea de continuar el camino de la liberación latinoamericana, de “crear dos, tres... muchos Vietnam”, como diría unos meses antes de ser asesinado en Bolivia.

7. La crisis de los misiles

Luego de la victoria de Girón y del bloqueo económico impuesto por Kennedy, Cuba comenzó

a profundizar sus relaciones comerciales y políticas con la URSS. Ya en 1960, Kruschev se había comprometido a comprar un millón de toneladas de azúcar anuales durante cinco años, cuota que fue aumentando rápidamente. Los soviéticos también exportaron petróleo a un valor que era un 33 por ciento más barato que el norteamericano.

Los acuerdos se extendieron, además, al plano militar. En julio de 1962, Raúl Castro viajó a

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Moscú para conseguir un pacto de cooperación defensivo que pudiera contrarrestar nuevas invasiones a la isla. Raúl obtuvo una respuesta positiva.

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias serían dotadas del mayor potencial bélico de su historia. Pronto entrarían unos 100 cazas MIG, bombarderos, baterías antiaéreas, barcos, tropas de infantería y, lo más importante, misiles defensivos nucleares y termonucleares. Este armamento no sólo lograría frustrar los planes de ataque del enemigo, sino que le permitiría a la URSS contar con una base estratégica similar a la que Estados Unidos tenía en Turquía.

Un mes después, los aviones espías U2 advirtieron los primeros misiles SAM y Kennedy dijo que si Cuba se armaba con cohetes ofensivos daría la orden de atacar. Fidel Castro rechazó las amenazas respondiendo que Cuba no necesitaba instrucciones sobre las medidas que debía tomar para defender su soberanía.

Los vuelos de reconocimiento y las amenazas norteamericanas continuaron sin lograr disuadir a los cubanos: en menos de 30 días ya contaban con unos 40 misiles nucleares y varios emplazamientos móviles terminados.

El 22 de octubre, Washington anunció un bloqueo marítimo que impediría la llegada de más armas nucleares a La Habana. Con el respaldo de la OEA, Kennedy desplegó un cordón de Florida a Puerto Rico, formado por más de una decena de destructores, 3 cruceros, un portaviones y otros 6 barcos.

Al día siguiente, mientras Fidel convocaba a su pueblo a la defensa armada, alrededor de 20 mil soldados soviéticos se desplegaban en el centro y el este de la isla. Raúl, por su parte, tomaba el mando de Santiago.

Desde La Habana y Moscú condenaron el bloqueo y desmintieron las acusaciones de Estados Unidos, acerca de maniobras con misiles ofensivos. Pero, en alta mar, los barcos rusos empezaban a ser detenidos. A esa altura, la guerra nuclear parecía inevitable.

Sin embargo, el 26, Kennedy y Kruschev intercambiaron propuestas para distender la crisis, sin el conocimiento del gobierno cubano. Washington se comprometía a no continuar con sus planes de ataques contra Cuba y también retiraría los misiles de Turquía que apuntaban a la URSS. A cambio, los soviéticos debían desmantelar sus bases de Cuba. Poco después, los cohetes volverían a Moscú.

En La Habana, la indignación llegaba a su punto máximo. Kruschev había atropellado la decisión soberana de los cubanos al negociar unilateralmente con la Casa Blanca. Desde entonces, las relaciones entre ambas naciones se enfriarían bastante hasta fines de la década del ’60, periodo en el cual la Cuba se dedicaría a construir un socialismo alejado de la ortodoxia soviética.

Esa línea abrió una doble posición frente a las fuerzas revolucionarias del subcontinente. Es decir, por un lado, la Revolución Cubana mantenía relaciones diplomáticas con los partidos comunistas latinoamericanos, que seguían el camino soviético; aunque, por otro, daba su apoyo más concreto a los movimientos armados de liberación nacional, que inspiraban sus luchas en la guerra de guerrillas.

En ese marco surgió la idea de proyectar internacionalmente la Revolución, de solidarizarse con todos los pueblos dispuestos a combatir la opresión imperialista y de aportar en esas luchas la experiencia cubana. El Che fue uno de sus principales promotores:

Consideramos que tres aportaciones fundamentales hizo la Revolución Cubana a la mecánica de los movimientos revolucionarios en América, son ellas: (1) Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército. (2) No siempre hay que esperar aque se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.

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(3) En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.

La labor internacionalista del Che incluyó un fuerte respaldo activo a las campaña libertadora

del Congo, donde junto a otros guerrilleros, incluido el periodista Jorge Massetti, se entrenaron para iniciar la liberación latinoamericana desde Bolivia hasta Argentina. Guevara y Masetti morirían sin cumplir su sueño, pero el legado del internacionalismo no se detuvo.

La Revolución Cubana colaboró con medio millón de combatientes en África, Asia y América Latina, además de enviar miles de médicos, maestros y otros especialistas. No obstante, los problemas económicos durante la década del ’70, así como la ofensiva de las dictaduras sudamericanas con el Plan Cóndor, harían disminuir la ayuda internacionalista cubana sobre América Latina.

8. Nuevo acercamiento a la Unión Soviética

En 1969, la Revolución organizó la zafra más importante de la historia del país, al ponerse

una meta de 10 millones de toneladas azúcar para 1970. El fin de esta Gran Zafra era acumular los recursos suficientes para comenzar una etapa de industrialización que diversificaría la economía nacional.

Todas las fuerzas productivas y el potencial técnico del país se concentraron en la recolección, aunque, al final, el plan resultó un fracaso. Si bien lo cubanos lograron alcanzar 8,5 millones de toneladas, la cifra fue insuficiente para desarrollar los objetivos trazados. Al mismo tiempo, las maquinarias y otros recursos técnicos se perdieron casi por completo como consecuencia de su uso desmedido.

Fue necesario, entonces, volver a estrechar lazos con la Unión Soviética y eso significaba un compromiso tanto económico como político. Sin embargo, la alianza de La Habana con Moscú no debe interpretarse como una relación de subordinación. Se trataba de una integración en el bloque socialista, que respondía a cuestiones estratégicas, necesarias para alcanzar cierto grado de desarrollo y subsistir en un marco de seguridad frente a la amenaza constante de Washington y el exilio anticastrista de Miami.

Por otra parte, la Revolución inició un fuerte proceso de institucionalización en el plano de su política interior. Se impulsó la discusión en las organizaciones de masas acerca de una Constitución que reemplazara a la Ley Fundamental de 1959, cuyo texto final fue presentado en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), en diciembre de 1975. Dos meses después se aprobaba la nueva Carta Magna en un referéndum que contó con la participación de casi todos los cubanos habilitados para votar.

Esta constitución estipulaba el papel de vanguardia que le cabría al PCC como “la más alta fuerza dirigente de la sociedad, responsable de organizar y guiar el esfuerzo común para la construcción del comunismo”. También introdujo importantes reformas de carácter cívico al crear los órganos del Poder Popular y establecer un sistema de democracia participativa, con elecciones regulares por circunscripciones mediante el voto secreto, universal y voluntario. El 10 y el 17 de octubre de ese año, el 95,2 por ciento de los cubanos mayores de 16 años concurrieron a las urnas.

Con estas reformas se iniciaba una nueva etapa en la que las masas deberían asumir un mayor poder de decisión en sus distintos niveles de participación social. De esta forma, la Revolución buscaba frenar un burocratismo incipiente, reemplazando los métodos administrativos de los

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primeros 15 años por mecanismos democráticos de poder popular. De hecho, el problema del burocratismo había sido, desde el principio, objeto de

preocupación y autocrítica en áreas clave como la agricultura. En 1964, Fidel Castro se quejaba de los gastos desmedidos en los centros de trabajo, comparándolo con el despilfarro capitalista:

El pueblo no sale beneficiado en absoluto si el dinero que los capitalistas gastaban de un modo determinado, nosotros, los socialistas, lo gastamos de otra manera (...) ¿Qué diferencia hay entre un rico avaro y un revolucionario malgastador? Que el primero empobrece a algunos para enriquecerse él, mientras que el revolucionario empobrece a todos sin enriquecer a nadie; un derrochador en un puesto importante hace tanto daño como 10 mil revolucionarios. Más tarde diría, incluso, que los Comités de Lucha Contra la Burocracia se habían

burocratizado.

9. La crisis del campo socialista

La necesidad de autocrítica volvió a surgir a mediados de los ’80 con el llamado “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, una iniciativa propuesta para acabar con la corrupción en todas las estructuras de la sociedad (políticas, económicas y sociales), así como retomar la vitalidad original de la Revolución. Se hizo un replanteo de los métodos de dirección y planificación y se trató de incluir incentivos en la economía, políticas de autofinanciamiento y de buscar formas eficaces de productividad.

Pero el proceso se vio interrumpido por la desintegración del Bloque del Este, tras la caída del Muro de Berlín y el fin de la URSS. De un día para otro, Cuba se encontró frente a un doble bloqueo, el norteamericano y el soviético. Ahora, no sólo tenía vedado el acceso a los canales económicos, comerciales y financieros de Occidente, sino que también quedaba excluida del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) de los países socialistas, donde la isla colocaba el 85 por ciento de sus exportaciones y de donde obtenía créditos, petróleo, aviones, camiones y otros bienes.

La crisis fue profunda y se necesitaron medidas aceleradas para resistir y superar el efecto dominó que había comenzado en Europa, al menor costo social posible. Así nació la etapa cubana conocida como “Período Especial”.

En el IV Congreso del PCC, realizado en octubre de1991, se estableció lo siguiente: Reabrir el mercado interno – agropecuario, industrial, artisanal en moneda nacional y

mercancías importadas y de fabricación nacional en moneda extranjera; abrir la economía nacional al capital, al dinero mundial y a las mercancías; permitir la asociación económica del Estado con el capital extranjero; impulsar el autofinanciamiento de las empresas en divisas convertibles y permitir a las empresas estatales exporter e importer directamente; descentralizar el Sistema bancario nacional, entre otras reformas.

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Esta apertura económica tenía como objetivos conservar los logros alcanzados por la

Revolución en los últimos 30 años y enfocar la atención sobre los sectores más vulnerables de la sociedad. La alimentación, sobre todo entre niños, ancianos y madres en período de gestación o de lactancia, fue una de las prioridades básicas, así como el mantenimiento de los niveles de salud, educación, deporte y desarrollo de las ciencias.

En 1992 se realiza una nueva reforma constitucional, aprobada en referéndum, para dar respuesta legal a los cambios que debían aplicarse. En el texto se modificó el concepto de propiedad y la definición de planificación centralizada. Gracias a esto se pudo avanzar en la formación de cooperativas agrícolas, creación de empresas mixtas, fundamentalmente en el sector turístico, liberalización del trabajo por cuenta propia y legalización de mercados privados de diversos productos esenciales.

El peor año del Período Especial fue 1993, cuando las adversidades climáticas se combinaron a la crisis. Hubo sequías prolongadas y lluvias en exceso que ocasionaron enormes pérdidas económicas.

Además, hay que tener en cuenta que Washington aprovechó el momento de crisis para profundizar el bloqueo contra Cuba e incrementar su ayuda a las organizaciones contrarrevolucionarias internas y externas, situación que venía agudizándose desde el primer gobierno de Ronald Reagan.

En 1992 se aprobó en el Congreso de Estados Unidos la Ley Torricelli, elaborada por el representante de New Jersey, Robert Torricelli, y el senador de Florida, Bob Graham. La norma prohibió, por un lado, el comercio con Cuba de las empresas subsidiarias de compañías norteamericanas establecidas en terceros países. Además, estableció que los barcos que entraran a puerto cubanos con propósitos comerciales no podrían arribar a ningún puerto de Estados Unidos durante los 180 días subsiguientes.

El correlato de esta norma sería la ley Helms-Burton de 1996, aún más dura en términos de agresión contra la isla, ya que reforzó las restricciones del bloqueo y la ayuda a la contrarrevolución para propiciar la “transición hacia la democracia” en Cuba.

La hostilidad norteamericana tomó un nuevo impulso a partir de la llegada de George Bush (hijo) a la Casa Blanca. Luego del 11 de septiembre de 2001, el actual presidente estadounidense incluyó a Cuba en una lista de países terroristas, es decir, objetivos que pueden ser invadidos en cualquier momento bajo el pretexto de la “guerra preventiva contra el mal”. También dispuso para los años 2005 y 2006 un presupuesto de 59 millones de dólares para las más diversas acciones en contra de la Revolución Cubana.

Fuente de información: Facultad de Periodismo, Universidad de La Plata, Argentina.