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1 OKUPAS Amaranta Caballero Prado.

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OKUPAS Amaranta Caballero Prado.

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I

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INFRUTESCENCIA

Yo fui una higuera.

El tronco hecho un betún: confitería.

Corteza blanca en remolino constante.

Fui el tronco y ramas de una higuera

podadas una y otra vez por si las moscas,

por si los higos escurriendo

llanto o miel averanada.

Morácea, blanda y a veces de gusto dulce.

Yo fui.

Ah pero que no me tocaran las hojas.

(velludas, tupidas, grandes, verdes, lobuladas.

Como mi sexo: urdimbre y trama).

Saga: madera incorruptible: sicomora: yo fui.

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PALABRA: CUERPO Decir el cuerpo. Antes que pensar: sentir: confirmar. Una falta. Una fisura. Eso que se arriesga. Eso que abarca. De la punta de un dedo. Del talón. Del filo de la uña. La piel. Lo que sobrevuela: ácara feromona. Decir el cuerpo. Sudar el cuerpo. Humor. Expandir. Soltar. A veces olvidar el cuerpo. No ser. No estar. Dejarse ir. Con el cuerpo. Sobre el cuerpo. Bajo el cuerpo. Sin el cuerpo. Ejercicio mental. Espasmo. Marasmo. Viento que aprisiona: oquedad: palabra. Decir el cuerpo: tocar. Yema del índice sobre el filo del labio. Vello erguido. Longitudinal. Lengua molusca que arroba. Salivar saliva: salva. (Silbo) Perforar el cuerpo. Violentar. Violetas tornasoladas de un manchón tipográfico: rococó. (Lirio) Hematoma lirio: bilis: jugos míos de mi cuerpo vario: El cuerpo de órgano interno. El cuerpo hueso. El cuerpo vítreo. El cuerpo alterado. Transformado. Trastocado. Cuerpo vicio, nunca etéreo: terrenal. Decir el cuerpo: tu cuerpo: el mío: exhalo.

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PAISAJE (...seis horas en encontrarme...) Dentro de un rectángulo transparente se enclavan los cerros de verdes elevaciones. El cielo se recorta esta tarde anónima, lleva el color gris firme como un guerrero luminoso. A través de este rectángulo veo la curva perfecta donde un hombre y una mujer se besaron. Del beso se levantó insomne el viento que trajo a la lluvia. Era la madrugada. El caserío distrae el verde de la cañada. En tonos rojos, ladrillos, azules, mostazas, le guiña el ojo y las manos de esta ciudad se duermen. (La palabra se descarapela) Frente a mis ojos la roca: Pétreas las arrugas de una sábana. A este rectángulo algunos a veces le llaman ventana. Pero no lo es. Delgado y solo, distante, un faro me mira. En su lenguaje ermitaño susurra las olas, la espuma, los peces de un mar que nadie ha visto. Inesperado, agudo y filoso un relámpago traspasa la pierna de un hombre. (Se acalambra el paisaje) Otro hombre balbucea, habla desde un mundo poblado de pájaros de carne blanda y plumas torcidas color sepia. Uno tiene el paladar y los dientes negros. El otro lleva los ojos ardiendo y el sueño enrarecido. Es el mismo eco resonando en lenguajes distintos. Es el mismo hombre haciéndose otro hombre. El cuenco de una cuchara contiene calcio diluído y previamente triturado en un mínimo mortero. El cuenco de los ojos del hombre se inunda. En un momento todos estamos ciegos. Nada permanece. (La ventana rueda) Dentro de un rectángulo transparente una mujer observa cómo su aliento cambia el color de un cubrebocas. Eso es sólo, o casi, imperceptible. Un hombre acostado tiembla inundado de sueños en blanco. Calcio y sulfato ferroso estancados, clandestinos, en las comisuras de su boca. A mis espaldas el hombre duerme bajo el arco de una puerta que no conozco.

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LO NUEVO. LO QUE NO EXISTE. Lo nuevo. Lo que no existe. La vida delineando sus esquinas. La vida mordiéndose las uñas. Atropellada. Contraída. Pidiendo disculpas a deshoras. Doblando el tedio cada noche para vestirlo interminable cada día. La vida. La que no existe. La que da las condolencias al rostro en el espejo. La que reconstruye los pedazos de las risas de cualquiera. La que se dobla. La que se agacha. La que con la barbilla limpia el polvo y con la lengua humedece, hincha, redondea las palabras que no pronunciará nunca. El Otro. La Otra. Lo Otro. Lo inaccesible. Lo que con la punta de un dedo delimita una frontera. El ruido. La distancia. El trayecto infinito de la memoria. Los pájaros surcando un horizonte borroneados y en cámara lenta. ¿Qué es lo nuevo? Lo que no existe. El largo aliento incontrolable. La palabra ecuánime. La palabra vacío. El miedo. El escarnio. El asombro. Nubes densas apenas fracturándose.

(Y la vida de nuevo se repliega. Se hace ovillo. Fetalísima).

La que caravanea. La que se convierte en cenizas. La que por un lado de la sombra acordándose, cruza las piernas. La que ya no brilla. El surco. El hombre. La herida. La descomposición precisa en todo aquel irrevocable.

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Lo que fagocita y se mete entre los ojos. Entre los dientes. Bajo la lengua. Y te pronuncia. Te nombra. Te bautiza. Lo líquido. Lo blanco. El manto enorme que espumea. Que cubre. Que aplasta. Que excita. Que te moja y te escupe entera dentro de la palabra salitre. ¿Qué es lo nuevo? Lo que no existe. Lo que ya vino y ya se fue. Lo que se pudre. Lo que alimenta. Lo que a cuenta gotas regala unos ojos no tan ciegos. Lo dominante. Lo sustraído. La monotonía sincopada en tiempos cada vez más permanentes. El cansancio y la mentira haciendo el amor sobre sábanas sucias, sin ganas. La espera. El retorno. Los ecos. Los pisos de mosaico o los pisos de duela. Receptores absolutos de los pasos de nadie. Ese nadie. Cada vez más nadie. Retórico. Lo absoluto. Lo incongruente e impreciso. Fluyendo. Enorme. Colosal. Sorprendiéndonos como siempre en la eterna carnicería. La muerte. La guerra. El odio. Nada nuevo. Todo eso existe. Ah, y el amor. La queja. Lo injusto. El afuera. El adentro. Salir. Regresar. Salir. Volver a entrar. Los espasmos naturales de lo incomprensible. El daño permanente. La alteración. La causa. Lo nuevo. Lo que no existe. Lo que nace. Lo que viene. Lo que también será. Lo de siempre. Lo que todos nos reconocemos. Nos sabemos. Lo no desconocido. La lupa. La escritura. El registro: Las Voces.

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ESTRECHOS ENTRESIJOS Orejitas ávidas de palabras, sonidos, silencios. Orejitas de nombres que no saben, que no son, que no. Escuchen el sonido dorado de las hojas que caen –en octubre– sobre una ciudad perfectamente combinada: historia, gritos, estructuras de acero. Piensen queridas orejitas ávidas que el sonido de esas hojas resuelve –en mucho– la caminata de una mujer que asciende, levita, sobre el asfalto mientras una ráfaga fría de lluvia y aire, cae. (Quiero mordisquear sus lóbulos queridas orejitas suaves) Piensen queridas orejitas ávidas que las hojas y su dorado que las hojas y su dorado son –especialmente únicas– cuando se piensan: breve temporada. Algo que pasa. Algo que llega y ya se fue. El dorado de todas esas hojas juntas escarcha la noche mientras esa mujer camina con un mapa en la mano. Y luego entonces, la sombra de la misma mujer. Camino y mis pasos se hacen lodo. Lo había dicho ya. Camino y mis pasos se hacen sombra. Camino coja y pienso en la pierna amputada de Rimbaud. Luego, vienen las hojas caminando tras de mi. Turgentes. Tumefactas. Únicas. Polvo de otoño casi invierno me sigue por calles de nombre estrecho. Tan estrecho y largo como decir Straße.

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(Ssssstraßßßßße) Ya aprendo cosas ¿saben? Ya aprendo a leer los ojos que me miran. Y los que no. Y el dorado. Esa resina. Resina sabia de una lengua arbórea. Y la gente alrededor. Y las noches anteriores. Y las maneras más disímbolas. Almas encendidas que se dejan atrapar luego de escuchar –orejitas ávidas– de escuchar sonidos en una lengua que conocen pero que no les pertenece. Pienso: poderes ocultos: siembran: además de dudas: espectros inacabados. Dentro de todo esto, ustedes ya saben, orejitas ávidas: lóbulas: un paréntesis.

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CIUDAD ENTERA, CIUDAD FLUVIAL En la cañada no se oía otro canto que el del río. No hablaba sino la lluvia, no había más rumor que el del agua. Y sí, las palomas y el zureo amodorrado. Éramos otros entonces, éramos otras igual. Seguramente el mismo cielo sobre la Tierra pero teníamos la lengua y los párpados azucarados, entre abiertos, tal vez, muy poca sal entre las manos. Qué habrá pasado desde entonces... ¿Dónde nos volvimos sordos y ciegos? En estos días, a un metro de distancia, frente a frente, no nos reconocemos. No sabemos ya de los árboles, no sabemos dónde quedó nuestra sombra. No queremos saber el lugar donde nuestros pasos se perdieron. A veces oímos un eco enrarecido y nos asusta, nos volteamos a ver como si fuera algo ajeno, extraño, impenetrable. Hicimos casas para ocultarnos. Para hacernos creer que éramos distintos. Hicimos casas e inventamos todas las justificaciones. Dijimos que era necesario sin preguntarle al río ni a la lluvia ni a los árboles. Y nos comimos la Tierra, hasta saciar la gula por el brillo del metal. Hoy tenemos un río que apesta. Seguimos sordos y ciegos. Vomitamos cultura por las orejas mientras firmamos con nuestros nombres La Historia. La historia de una cañada incolora, decadente. Sin río ni árboles, sólo a veces la lluvia, y el zureo de las palomas que nos salva mientras caminamos sin ver y sin decirnos absolutamente nada.

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LO PRIMERO QUE NOTÉ Hoy por la mañana pude ver muy claro el punto lejano de la carretera inundada de rojas luces -ensimismadas e individuales, propias de rebaño original- que consuman cada día el rito hacia Rosarito, muy rosadito. Ah que osado, el camino. Hoy por la mañana pude ver muy claro la arena suelta, envuelta y en vuelta sobre su propia redondeada lucidez. La grave grava asfáltica cementerosa que hiciera patinar mis pies. (Osadito el camino, ya dije) Hoy por la mañana pude ver muy claro que la vieja combi combada de hojalatería prestada y setentera inconclusa, la vieja combi combada aparcada desde hace treinta años de mismo perro abajo, enpolvado y ladrido ciego, treintañero el perro como yo que cada día bajo por la loma malona de mis días y seis años de frontera presurosa, desapareció. Muestra decir que nada es para siempre. (Otra vez el rosa rosado de rosa, qué cosa!) ¿Qué falta? ¿Porqué todo tan sin verde vida ni morado segundo? Hoy por la mañana pude ver muy claro que ni ramas, ni hojas, ni combi combada ni perro. Puras luces. Rosas rosadas rojas. Todo muy claro. Demasiado. No verde vida. Nunca más morado segundo. Y clara, a lo lejos: la parada del camión. A la enórmica, magnífica e insular Jarancanda de la loma de mi calle la arrancaron. Entonces ahora claro quiero ver que ose el camino osar: raso: rosa: sarro.

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MALAS COMPAÑÍAS

Esta es una idea vaga. Es vaguísima y además se junta con estructuras rítmicas bastante repetidas y gastadas no conforme con ello hace ronda con rellenos metafóricos demasiado utilizados, anticuados. Del barrio son lo peor.

Para algunas poéticas esta idea no sirve para nada.

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CORRESPONDENCIAS De a poco, los pájaros –con sigilo– dan cuenta del crepúsculo. Esa forma repetida de dar la espalda. Desde sus ramas, consecutivos, ladean cabeza para situar el ojo. Te miran. A través del vidrio de esa puerta que no es ventana. Que no es. Rubicunda la pesadilla por el tronco, trepa ávida. Incrusta las afiladas garras y el espasmo. Todas las alas se sacuden. El sueño es incierto. Refracción de la luz: sólo a veces la altura. El aura no es un síntoma ni tampoco un halo. El aura, sibila, posada sobre una rama besa acorde tu pesadilla. Millones de verdes estallan entre las hojas, contra las telas. El primer rayo de luz. Los pájaros abandonan sus lugares. Entre el enramado verde: el estruendo.

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FASCINACIÓN Era la manera de asomarse. Ojo avizor: el hueco que atraviesa el cuerpo de un hombre. Un hombre-perro. Hacia el fondo la cruz. Pequeñita. Sembrada sobre la tierra. Y luego aparte una casa, diminuta, en las fosas nasales. Pero era al fondo la pequeña cruz, que aparecía luego de un hueco, un hueco que antes ocupaban las vísceras. Las vísceras de un hombre-perro quizá dubitativo, quizá apenas intoxicado. Llantas, plásticos, zapatos, resorteras. Una navajita. Y la tierra. Todo lleno de tierra. Lodo seco. ¿Te acuerdas cuando la planta desnuda de un pie se pasa una y otra vez sobre la alfombra? La provocación: esa manera de atravesar el cuerpo. Era un vicio. Era un Perro Loco, Violento y Confundido, pero era un hombre. Era quedarse viendo la estrella fugaz. El tiempo y los espirales de ese cuerpo que emanaban –ese circuito– desde el pecho, bajo el pezón. Era poco a poco desangrarse pero era la mano derecha del hombre-perro, su índice, el que tocaba la cruz. Yo te estaba viendo. Era la manera de asomarse. Las vísceras que nunca. Era un corte transversal la fascinación.

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FOTOGRAFÍAS CON F/RÍO Y BOSQUE Era la neblina entre paredes amarillas. Rectangulares paredes de aspecto rancio y tribulación esplendorosa. Esa casa pequeñita. Minúscula caja donde las bailarinas, una tras otra, aprendieron a girar sin cuerda ni música ni público. Danza muda. Cabelleras hiedras. Poca la anchura del pasillo. Siempre hubo tiempo de sobra para limpiar el piso. Todavía un río rojo serpentea hacia un mar sin costa desde la diminuta puerta de esa casa. Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, ampliamente: el sofoco. Todavía desde el rellano del escalón más alto en la escalera, se azota una puerta. Metálica y pintada de blanco. Un cable para jalar mejor. Desde la azotehuela nadie podía abrir la puerta por dentro. Y luego de la azotehuela: el cuarto. Un cuarto. Un piso de mosaicos color verde. Verde pistache más arbóreas franjas de betún. Fragmentos. La ventanita. Un bonsái. Un ropero. Un restirador. Detallitos de familia. Un hermano mayor que hace muchos muchos años dejó de ser tu padre. Un hermano mayor que hace muchos muchos años aprendió a vivir en medio de lagos y bosques fríos. Fotografías. Una chamarra azul marino térmica de pluma de ganso y el nuevo idioma fue lo primero que adquirió. El francés alterado. Pero, ah esa sonrisa. Pero ah ese buen gusto por la música. Ah, cómo deseaste siempre haber sido él, don´t you? Pero ah ese buen gusto por la música. Cómo deseaste. Sobre los mosaicos verdes, sobre el restirador. Todas las noches recorrer una y otra vez las atmósferas de un pasado en arpegios y rumorados ruidos. La bailarina danza. La bailarina –la primera de todas y una de tantas– salta sobre los hombros. La punta de una de sus zapatillas taladra un baúl. Musiquilla sorda y ciega. Al salir de la casa, esa bailarina: cal de arena y hueso roto. Murmullos dentro del hueco tibio de una mano. La marejada de sus cabellos. El miedo que aletea. El miedo que aletea. Aletea. El sueño impreciso. Tu debilidad. La bailarina baila. El serpentino río rojo. Los hijos, las hijas, crecen.

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CIANOTIPO: La imagen es sensible a la luz. Del mismo álbum se desprendió la ventisca. Azotó la única ventana de vidrios ya rotos, ya ciegos. Sobre la estufa, reposando, un pan en espera del betún. Calor tibio el que aromaba el interior de esa casa. Casa miniatura. Las cucharas y las palas de madera con restos de harina. Masa. Morusas sobre la barra de mosaico salpicado de cualquier color. El zumbido de una mosca enorme. Negramente lenta. Lo inmediato: el borde de los escalones. Pelusa y polvo. Etérea la imagen a contraluz. El gorjeo enloquecido de los gorriones al mediodía. Saliva. La yema de un dedo que se moja. Nunca nadie ahí. Un sonido —alerta y metal—: llave que intenta abrir la cerradura. Cuerpecito adolorido, maltrecho. Mutilado a través de los ruidos de tu voz. Árnica el betún. Fría la escalera. Eco que insiste: el timbre del teléfono y los pasos de la gente afuera. La procesión de las horas.

   

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EL  TÍMPANO:  PÁJAROS  OKUPAS  REBELDES  DE  ÁRBOLES  

Antier viví una Tromba. Ella cayó y yo me sumergí en ella. Se inundó el cuarto de pájaros. A mi me salieron alas

(ë) Canto I El Tímpano: oído: la audición Esta casa-cráneo. Este cuarto-tímpano. Los cinco sentidos. Aquí es el sitio donde se juega al equilibrista. Aquí justo se vibra y se transforma. Aquí justo ahora traduzco el sonido en el impulso nervioso. Traduzco luego los signos de un lenguaje: Fonemas. Escribo para mi contemplación Ferdinand de Saussure: Yo sólo quiero tu tímpano roto. Y el veleidoso moroso mareo. Canto II La Vista: ojo: pupila No creas en mí. No me pienses. No me oigas. No me veas. Sal de este tímpano que provoca cantos justo detrás de tus ojos: Le courbe de tes yeux señaló Eluard. Arde: pájaro lejano y turbio y distraído. Yo no te veo. Acuso a tu astucia: pupila. Petit poem of my bad grammar book The blue of that dress is too dark, the blue never lies. This is what surprises me most. I see this here and I recognize the blue's words. It is still true: Hundreds of birds. Canto III El Tacto: mano: piel Los pájaros abandonaron los nidos ¿te das cuenta? Los pájaros rebeldes de árboles. Vinieron a instalarse. A okupar todos y cada uno de tus sentidos. Buscan con el ojo avizor. Cantan desapercibidos. Los pájaros: esa premonición.

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Raspan sus alas y picotean todas las terminaciones nerviosas. Los receptores de tu dermis. Canto IV El Olfato: nariz: olor Puedo oler perfectamente el vuelo de los pájaros. Deletrearlos. Avizorar. Ellos vienen en parvadas convulsas borroneando manchas oscuras en el aire. A lo lejos. Siseo. Aromas aves: alcanfor, almizcle, flores, menta, éter, acre, podrido. Investigaciones: sustancias: olores: moléculas. Canto V El Gusto: lengua: sema Pájaros dulces, salados, ácidos y amargos. Todos y cada uno de ellos invadiendo la madriguera donde vive tu lengua. Mengua la lengua luna. Ése molusco. Cavidades nasales truqueando la tráquea. Ahí justo anida el ave en el centro de las diez mil papilas. Qué gusto. La lengua a veces un tinte rosado. Articula palabras y sonidos. Epílogo Canto VI El Sexto Sentido: plexo solar: pálpitos Impulso espontáneo: presentimiento. Intuir. Adivinar. Invocar: indicios, señales. Permanecer. Ojo avizor: pájaro pausa sobre el nervio de tu carne. Todos los cantos silencian cuando algo más -interno- parpadea.