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OFICIO DE LECTURA LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO DE LA LITURGIA DE LAS HORAS TIEMPO ORDINARIO SEMANAS 19-26 AÑO PAR http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL%20TIEMPO%20ORDINARIO.htm

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OFICIO DE LECTURA

LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO

DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

TIEMPO ORDINARIO

SEMANAS 19-26

AÑO PAR

http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL%20TIEMPO%20ORDINARIO.htm

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DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Jonás 1, 1—2, 1.11

Vocación, fuga y naufragio de Jonás

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 43 (83-85: PL 14, 1129-1130)

Sobre el signo de Jonás

Mira si también discrepa del evangelio lo que leemos de Jonás que, bajando a lo hondo de la nave, dormía profundamente. En este hecho se nos anticipa una figura de la sagrada pasión. Lo mismo que Jonás dormía en la nave, y roncaba confiado, sin miedo a ser sorprendido, así nuestro Señor Jesucristo, que dio cumplimiento a aquella figura con el sacramento de su muerte, en tiempos del evangelio durmió en la barca; y lo mismo que Jonás estuvo tres días y tres noches seguidas en el vientre del pez, así el Hijo del hombre estuvo tres días y tres noches en el seno de la tierra, en la pasión de su cuerpo. El cual, una vez que se resucitó de la muerte, y sacudió el sueño de su cuerpo resucitando para la salvación universal, visitó a sus discípulos.

Este es, pues, el verdadero Jonás, que dio su vida para redimirnos. Por esa razón fue cogido en vilo y arrojado al mar, para ser capturado y devorado por el pez y, acogido en el vientre del pez, poder evacuar su interior. Si quieres saber de qué pez se trata, escucha a Job que dice: ¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que pongas un guardián? ¿Quién es éste? Lo sabrás ciertamente cuando leas que nuestro Señor Jesucristo se llevó cautiva a la cautividad; ya que derrotado el adversario y el enemigo, nosotros, que gemíamos en la cautividad, por Cristo comenzamos a disfrutar de libertad.

Además, la misma oración del santo Jonás nos dice que se trata de los misterios de la pasión del Señor. Dice efectivamente: En el peligro grité al Señor y me escuchó desde el vientre del abismo. ¿Te has fijado que no dice: desde el vientre del pez, sino: desde el vientre del abismo? Pues el Señor no bajó al vientre del pez, sino al vientre del abismo para que los que estaban en el abismo fueran liberados de cadena perpetua.

Y ¿quién es el que sacrificó al Señor un sacrificio de alabanza y de aclamación, sino el príncipe de todos los sacerdotes, que por todos nosotros hizo votos al Señor y los cumplió? Sólo él pudo obtener semejante resultado. Pues lo mismo que Jonás fue arrojado al mar y el mar calmó su cólera, así también nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para salvar al mundo, pacificando por su sangre todos los seres, los del cielo y los de la tierra. Así que con su venida redimió a todos los hombres y con sus obras —resucitando muertos, sanando enfermos, infundiendo en el corazón del hombre el temor de Dios— los incitó al culto de Dios. Él fue quien, por nosotros, sacrificó al Señor un sacrificio de salvación, y ofreció víctimas dignas de nuestra conversión; él fue el que se durmió y se despertó.

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LUNES XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jonás 3, 1—4, 11

Conversión de los ninivitas y airada reacción de Jonás contra Dios

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Jonás (Cap 3, 23—4, 29: PG 71, 631.638)

El Señor es pronto a la misericordia y salva a los que hacen penitencia

Y vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida. El Señor es pronto a la misericordia y salva a los que hacen penitencia, perdona inmediatamente los antiguos pecados, y cuando los hombres dejan de pecar, él también deja de airarse y planea cosas mejores. Y al comprobar que el alma hace buenos propósitos, se revela manso, difiere la condena y otorga el perdón. Pues dice la verdad cuando afirma: ¿Por qué queréis morir, casa de Israel? —oráculo del Señor—. No me complazco en la muerte del que muere, sino en que cambie de conducta y viva. Cuando, en cambio, habla de la «maldad» con que había amenazado, no has de entenderlo en sentido de «perfidia», sino más bien como equivalente a «ira», de donde emana la aflicción prometida. Pues nuestro Dios no comete la maldad, él que tanto ama la virtud.

¡Oh incomparable e incomprensible clemencia! ¿Dónde encontrar palabras capaces de ensalzarla debidamente? ¿Con qué boca podremos entonar dignos cantos de acción de gracias al misericordioso y buen Dios? Aleja de nosotros nuestros delitos, etc. Fíjate, por favor, cómo Jonás, a destiempo y sin razón, se muestra disgustado, cuando lo correcto, y cual convenía a una persona santa, hubiera sido aplaudir la conducta del Señor y secundar con entusiasmo sus designios. Si tú te lamentas —dice—, más aún, sientes un disgusto mortal porque se te secó el ricino, que brota una noche y perece la otra, ¿cómo no voy a sentir yo la suerte de una gran metrópoli, donde habitan más de ciento veinte mil hombres, que por su edad no alcanzan a distinguir la derecha de la izquierda? Los niños, en efecto, no saben todavía distinguir estas cosas: por eso es justo ser más benévolos con ellos, porque no han pecado. Pues, ¿qué? ¿Qué pecados podían haber cometido quienes todavía no distinguían sus manos?

Cuando a continuación hace mención de los animales de carga y cree justo tener compasión de ellos, esta actitud es consecuencia de su gran bondad. Pues si el justo se compadece de las almas de los mismos jumentos, y esto cede en su honor, ¿qué de extraño tiene que el Dios del universo perdone y se compadezca también de los justos?

Lo mismo Cristo: dándose a sí mismo como precio de redención, salvó a todos: pequeños y grandes, sabios eignorantes, ricos y pobres, judíos y griegos. Por eso, podemos decir con pleno derecho: Tú socorres a hombres y animales, Señor: ¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

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MARTES XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 9, 1—10, 2

Promesa de salvación para Sión

SEGUNDA LECTURA

San Andrés de Creta, Sermón 9, sobre el domingo de Ramos (PG 97, 1002)

Mira a tu rey, que viene a ti justo y victorioso

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para él, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta: Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.

El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.

Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.

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MIERCOLES XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 10, 3—11, 3

Liberación y regreso de Israel

SEGUNDA LECTURA

Agustín de Hipona, Sermón 21 (1-4: CCL 41, 276-278)

El corazón del justo se gozará en el Señor

El justo se alegra con el Señor, espera en él, y se felicitan los rectos de corazón. Esto es lo que hemos cantado con la boca y el corazón. Tales son las palabras que dirige Dios a la mente y la lengua del cristiano: El justo se alegra no con el mundo, sino con el Señor. Amanece la luz para el justo —dice otro salmo—, y la alegría para los rectos de corazón. Te preguntarás el porqué de esta alegría. En un salmo oyes: El justo se alegra con el Señor, y en otro: Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.

¿Qué se nos quiere inculcar? ¿Qué se nos da? ¿Qué se manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos alegremos con el Señor. ¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que acaso vemos al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Guiados por la fe, no por la clara visión ¿Cuán-do llegaremos a la clara visión? Cuando se cumpla lo que dice Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.

Ahora amamos en esperanza. Por esto, dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y añade, en seguida, porque no posee aún la clara visión: y espera en él.

Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien

amamos, como una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber ávidamente.

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Amalo, y se te acercará; ámalo, y habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres saber en qué medida está en ti, si lo amas? Dios es amor.

Me dirás: «¿Qué es el amor?» El amor es el hecho mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el pecado,

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ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera del pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él.

JUEVES XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 11, 4—12, 8

Parábola de los pastores

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, comentario sobre el Cantar de los cantares (Cap 2: PG 44, 802)

Oración del buen pastor

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (toda la humanidad, que cargas-te sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues —dice el texto sagrado—, dónde pasto-reas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciar-me del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.

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VIERNES XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 12, 9-12a; 13, 1-9

La salvación en Jerusalén

SEGUNDA LECTURA

San Juan Eudes, Tratado sobre el reino de Jesús (Parte 3, 4: Opera omnia 1, 310-312)

El misterio de Cristo en nosotros y en la Iglesia

Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.

De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.

Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.

Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.

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SÁBADO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 14,1-21

Tribulaciones y gloria de Jerusalén en los últimos tiempos

SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Conferencia sobre el Credo (Opúsculos teológicos 2, Turín 1954, pp. 216-217)

Me saciaré de tu semblante

Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén». Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.

La vida perdurable consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante.

Esta unión consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es por-que en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que des-canse en ti».

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por esto, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto, dice el Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colma-do su gozo. Me saciaré de tu semblante; y también: Él sacia de bienes tus anhelos».

Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí super-abundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía suma-mente agradable, ya que cada cual verá a los demás bien-aventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como del suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.

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DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del Qohelet 1, 1-18

Vanidad de todas las cosas

SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Capítulos sobre la caridad (Centuria 1, cap 1, 4-5.16-17.23-24.26-28.30-40: PG 90, 962-967)

Sin la caridad, todo es vanidad de vanidades

La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.

El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.

Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus criaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.

El que me ama —dice el Señor— guardará mis mandamientos. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.

Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.

El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo, y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados.

El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos, sino quereparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud más bien que a los malos.

La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino, sobre todo, con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.

El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.

El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor, su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.

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No digáis —advierte el profeta Jeremías—: «Somos templo del Señor». Tú no digas tampoco: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme la salvación». Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridad para con Cristo, por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dice la Escritura: También los demonios creen y tiemblan.

El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las cosas.

LUNES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 2, 1-3.12-26

Vanidad de los placeres y sabiduría humana

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 5 sobre el libro del Qohelet (PG 44, 683-686)

El sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza

Si el alma eleva sus ojos a su cabeza, que es Cristo, según la interpretación de Pablo, habrá que considerarla dichosa por la penetrante mirada de sus ojos, ya que los tiene puestos allí donde no existen las tinieblas del mal. El gran Pablo y todos los que tuvieron una grandeza semejante a la suya tenían los ojos fijos en su cabeza, así como todos los que viven, se mueven y existen en Cristo.

Pues, así como es imposible que el que está en la luz vea tinieblas, así también lo es que el que tiene los ojos puestos en Cristo los fije en cualquier cosa vana. Por tanto, el que tiene los ojos puestos en la cabeza, y por cabeza entendemos aquí al que es principio de todo, los tiene puestos en toda virtud (ya que Cristo es la virtud perfecta y totalmente absoluta), en la verdad, en la justicia, en la incorruptibilidad, en todo bien. Porque el sabio tiene sus ojos puestos en la cabeza, mas el necio camina en tinieblas. El que no pone su lámpara sobre el candelero, sino que la pone bajo el lecho, hace que la luz sea para él tinieblas.

Por el contrario, cuántos hay que viven entregados a la lucha por las cosas de arriba y a la contemplación de las cosas verdaderas, y son tenidos por ciegos e inútiles como es el caso de Pablo, que se gloriaba de ser necio por Cristo. Porque su prudencia y sabiduría no consistía en las cosas que retienen nuestra atención aquí abajo. Por esto dice: Nosotros, unos necios por Cristo, que es lo mismo que decir: «Nosotros somos ciegos con relación a la vida de este mundo, porque miramos hacia arriba y tenemos los ojos puestos en la cabeza». Por esto vivía privado de hogar y de mesa, pobre, errante, desnudo, padeciendo hambre y sed.

¿Quién no lo hubiera juzgado digno de lástima, viéndolo encarcelado, sufriendo la ignominia de los azotes, viéndolo entre las olas del mar al ser la nave desmantelada, viendo cómo era llevado de aquí para allá entre cadenas? Pero, aunque tal fue su vida entre los hombres, él nunca dejó de tener los ojos puestos en la cabeza, según aquellas palabras suyas: ¿ Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la

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angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Que es como si dijese: «¿Quién apartará mis ojos de la cabeza y hará que los ponga en las cosas que son despreciables?»

A nosotros nos manda hacer lo mismo, cuando nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, lo que equivale a decir «tener los ojos puestos en la cabeza».

MARTES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 3, 1-22

Diversidad de los tiempos

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre el libro del Qohelet (PG 44, 702-703)

Tiene su tiempo el nacer y su tiempo el morir

Tiene su tiempo —leemos— el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.

Tiene su tiempo —dice— el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.

Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.

Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.

Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo; y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. El, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.

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No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Esta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.

Yo —dice el Señor— doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.

MIÉRCOLES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 5, 9—6, 8

Vanidad de las riquezas

SEGUNDA LECTURA

San Jerónimo, Comentario sobre el libro del Qohelet (PL 23, 1057-1059)

Buscad los bienes de arriba

Si a un hombre le concede Dios bienes y riqueza y capacidad de comer de ellas, de llevarse su porción y disfrutar de sus trabajos, eso sí que es don de Dios. No pensará mucho en los años de su vida si Dios le concede vida interior. Lo que se afirma aquí es que, en comparación de aquel que come de sus riquezas en la oscuridad de sus muchos cuidados y reúne con enorme cansancio bienes perecederos, es mejor la condición del que disfruta de lo presente. Este, en efecto, disfruta de un placer, aunque pequeño; aquél, en cambio, sólo experimenta preocupaciones. Y explica el motivo por qué es un don de Dios el poder disfrutar de las riquezas: No pensará mucho en los años de su vida.

Dios, en efecto, hace que se distraiga con alegría de corazón: no estará triste, sus pensamientos no lo molestarán, absorto como está por la alegría y el goce presente. Pero es mejor entender esto, según el Apóstol, de la comida y bebida espirituales que nos da Dios, y reconocer la bondad de todo aquel esfuerzo, porque se necesita gran trabajo y esfuerzo para llegar a la contemplación de los bienes verdaderos. Y ésta es la suerte que nos pertenece: alegrarnos de nuestros esfuerzos y fatigas. Lo cual, aunque es bueno, sin embargo no es aún la bondad total, hasta que aparezca Cristo, vida nuestra.

Toda la fatiga del hombre es para la boca, y el estómago no se llena. ¿Qué ventaja le saca el sabio al necio, o al pobre el que sabe manejarse en la vida? Todo aquello por lo cual se fatigan los hombres en este mundo se consume con la boca y, una vez triturado por los dientes, pasa al vientre para ser digerido. Y el pequeño placer que causa a nuestro paladar dura tan sólo el momento en que pasa por nuestra garganta.

Y, después de todo esto, nunca se sacia el alma del que come: ya porque vuelve a desear lo que ha comido (y tanto el sabio como el necio no pueden vivir sin comer, y el pobre sólo se preocupa de cómo podrá sustentar su débil organismo para no morir de inanición), ya porque el alma ningún provecho saca de este alimento corporal, y la comida

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es igualmente necesaria para el sabio que para el necio, y allí se encamina el pobre donde adivina que hallará recursos.

Es preferible entender estas afirmaciones como referidas al hombre eclesiástico, el cual, instruido en las Escrituras santas, se fatiga para la boca, y el estómago no se llena, porque siempre desea aprender más. Y en esto sí que el sabio aventaja al necio; porque, sintiéndose pobre (aquel pobre que es proclamado dichoso en el Evangelio), trata de comprender aquello que pertenece a la vida, anda por el camino angosto y estrecho que lleva a la vida, es pobre en obras malas y sabe dónde habita Cristo, que es la vida.

JUEVES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 6,12—7, 29

No apures tu sabiduría

SEGUNDA LECTURA

San Columbano, Instrucción 1, sobre la fe (3-5: Opera omnia, Dublín 1957, pp. 62-66)

La insondable profundidad de Dios

Dios está en todas partes, es inmenso y está cerca de todos, según atestigua de sí mismo: Yo soy —dice— un Dios de cerca, no de lejos. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de nosotros, si somos dignos de esta presencia. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo, a condición de que seamos miembros sanos de él, de que estemos muertos al pecado. Entonces habita verdaderamente en nosotros aquel que ha dicho: Habitaré y caminaré con ellos. Si somos dignos de que él esté en nosotros, entonces somos realmente vivificados por él, como miembros vivos suyos: Pues en él —como dice el Apóstol— vivimos, nos movemos y existimos.

¿Quién, me pregunto, será capaz de penetrar en el conocimiento del Altísimo, si tenemos en cuenta lo inefable e incomprensible de su ser? ¿Quién podrá investigar las profundidades de Dios? ¿Quién podrá gloriarse de conocer al Dios infinito que todo lo llena y todo lo rodea, que todo lo penetra y todo lo supera, que todo lo abarca y todo lo trasciende? A Dios nadie lo ha visto jamás tal cual es. Nadie, pues, tenga la presunción de preguntarse sobre lo indescifrable de Dios, qué fue, cómo fue, quién fue. Estas son cosas inefables, inescrutables, impenetrables; limítate a creer con sencillez, pero con firmeza, que Dios es y será tal cual fue, porque es inmutable.

¿Quién es, por tanto, Dios? El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios. No indagues más acerca de Dios; porque los que quieren saber las profundidades insondables deben antes considerar las cosas de la naturaleza. En efecto, el conocimiento de la Trinidad divina se compara, con razón, a la profundidad del mar, según aquella expresión del Eclesiastés: Lo que existe es remoto y muy oscuro, ¿quién lo averiguará? Porque, del mismo modo que la profundidad del mar es impenetrable a nuestros ojos, así también la divinidad de la Trinidad escapa a nuestra comprensión. Y, por esto, insisto, si alguno se empeña en saber lo que debe creer, no piense que lo entenderá mejor disertando que creyendo; al contrario, al ser buscado, el conocimiento de la divinidad se alejará más aún que antes de aquel que pretenda conseguirlo.

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Busca, pues, el conocimiento supremo, no con disquisiciones verbales, sino con la perfección de una buena conducta; no con palabras, sino con la fe que procede de un corazón sencillo y que no es fruto de una argumentación basada en una sabiduría irreverente. Por tanto, si buscas mediante el discurso racional al que es inefable, te quedarás muy lejos, más de lo que estabas; pero si lo buscas mediante la fe, la sabiduría estará a la puerta, que es donde tiene su morada, y allí será contemplada, en parte por lo menos. Y también podemos realmente alcanzarla un poco cuando creemos en aquel que es invisible, sin comprenderlo; porque Dios ha de ser creído tal cual es, invisible, aunque el corazón puro pueda, en parte, contemplarlo.

VIERNES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 8, 5-9, 10

El consuelo del sabio

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el libro del Qohelet (Lib 8, 6: PG 98, 1071-1074)

Mi corazón se alegra en el Señor

Anda, come tu pan con alegría y bebe contento tu vino, porque Dios ya ha aceptado tus obras.

Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitanto toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.

Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.

Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es

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decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.

SÁBADO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 11, 7-12, 13

Sentencias sobre la vejez

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Agrigento, Comentario sobre el libro del Qohelet (Lib 10, 2: PG 98, 1138-1139)

Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes

Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por esto, Moisés, el vidente de Dios, había dicho ya antes: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre, compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia.

Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo dé su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Y también: El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo. Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue, en verdad, sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque, en realidad, no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios verdadero, y, por esto, hizo que los ciegos vieran, que los cojos caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos con el solo imperio de su voz.

Pero, también ahora, es cosa dulcísima fijar en él los ojos del espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina hermosura, y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés, cuando decía: Si uno vive muchos años, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a él, dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la alabanza de los buenos.

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DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a Tito 1, 1-16

La misión de Tito

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Regla pastoral (Lib 2, 4: PL 77, 30-31)

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil

El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque, así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque, con frecuencia, acontece que hay algunos prelados poco prudentes que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

Por eso, el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar. Y también dice de ellos en otro lugar: No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, el día del Señor. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla el día del Señor es lomismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas, y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras Aquéllos, en cambio, a quienes la palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y engañosas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso, san Pablo dice que el obispo debe ser capaz de predicar una enseñanza sana y de rebatir a los adversarios. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es mensajero del Señor de los ejércitos. Y también dice el Señor por boca de Isaías: Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta.

Quien quiera, pues, que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón, el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los

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pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.

LUNES XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a Tito 2, 1--, 2

Exhortación a los fieles

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre Caín y Abel (Lib 1, 9, 34. 38-39: CSEL 32, 369.371-372)

Hay que orar especialmente por todo el cuerpo de la Iglesia

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo. Alabar a Dios es lo mismo que hacer votos y cumplirlos. Por eso, se nos dio a todos como modelo aquel samaritano que, al verse curado de la lepra juntamente con los otros nueve leprosos que obedecieron la palabra del Señor, volvió de nuevo al encuentro de Cristo y fue el único que glorificó a Dios, dándole gracias. De él dijo Jesús: No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios. Y le dijo: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado».

Con esto el Señor Jesús en su enseñanza divina te mostró, por una parte, la bondad de Dios Padre y, por otra, te insinuó la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia: te mostró la bondad del Padre, haciéndote ver cómo se complace en darnos sus bienes, para que con ello aprendas a pedir bienes al que es el mismo bien; te mostró la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia, no para que tú repitas sin cesar y mecánicamente fórmulas de oración, sino para que adquieras el espíritu de orar asiduamente. Porque, con frecuencia, las largas oraciones van acompañadas de vanagloria, y la oración continuamente interrumpida tiene como compañera la desidia.

Luego te amonesta también el Señor a que pongas el máximo interés en perdonar a los demás cuando tú pides perdón de tus propias culpas; con ello, tu oración se hace recomendable por tus obras. El Apóstol afirma, además, que se ha de orar alejando primero las controversias y la ira, para que así la oración se vea acompañada de la paz del espíritu y no se entremezcle con sentimientos ajenos a la plegaria. Además, también se nos enseña que conviene orar en todas partes: así lo afirma el Salvador, cuando dice, hablando de la oración: Entra en tu aposento.

Pero, entiéndelo bien, no se trata de un aposento rodeado de paredes, en el cual tu cuerpo se encuentra como encerrado, sino más bien de aquella habitación que hay en tu mismo interior, en la cual habitan tus pensamientos y moran tus deseos. Este aposento para la oración va contigo a todas partes, y en todo lugar donde te encuentres continúa siendo un lugar secreto, cuyo solo y único árbitro es Dios.

Se te dice también que has de orar especialmente por el pueblo de Dios, es decir, por todo el cuerpo, por todos los miembros de tu madre, la Iglesia, que viene a ser como un sacramento del amor mutuo. Si sólo ruegas por ti, también tú serás el único que suplica por ti. Y, si todos ruegan solamente por sí mismos, la gracia que obtendrá el pecador

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será, sin duda, menor que la que obtendría del conjunto de los que interceden si éstos fueran muchos. Pero, si todos ruegan por todos, habrá que decir también que todos ruegan por cada uno.

Concluyamos, por tanto, diciendo que, si oras solamente por ti, serás, como ya hemos dicho, el único intercesor en favor tuyo. En cambio, si tú oras por todos, también la oración de todos te aprovechará a ti, pues tú formas también parte del todo. De esta manera, obtendrás una gran recompensa, pues la oración de cada miembro del pueblo se enriquecerá con la oración de todos los demás miembros. En lo cual no existe ninguna arrogancia, sino una mayor humildad y un fruto más abundante.

MARTES XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a Tito 3, 3-15

El baño del segundo nacimiento

SEGUNDA LECTURA

De un sermón del siglo IX (Sermón 4, 2-7: SC 161, 170-175)

Que nadie desespere por la gravedad de sus pecados

Hermanos: Habéis oído con frecuencia hablar de que existen dos hombres: Adán y Cristo: Adán es el hombre viejo, Cristo el nuevo. Así pues, el que es malo es viejo, por su imitación de aquel que, en el paraíso, fue soberbio y desobediente. En cambio el que es bueno es nuevo, por su imitación de aquel que dijo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y del que el Apóstol dice: Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte.

Ahora bien, como este tiempo en que vivimos es llamado nuevo, amonestamos a los que son viejos por su mala vida, que se hagan nuevos por su buena conducta. Exhortamos a los que ya son nuevos por sus buenas obras, que traten de renovarse, en este tiempo nuevo, por obras cada vez mejores. Por ejemplo, el que es nuevo por la castidad absteniéndose de actos impuros, que se renueve renunciando a la misma delectación de dichos actos. Paralelamente, el que es humilde y obediente, misericordioso y paciente, es necesario que se renueve orando todos los días y progresando en esas mismas virtudes, según lo que está escrito: Caminarán de virtud en virtud.

Carísimos, que ninguno de vosotros se crea seguro por el hecho de haber sido bautizado, porque así como no todos los que en el estadio cubren la carrera se llevan la corona, esto es, el premio, sino únicamente el que llega el primero, así también no todos los que tienen fe se salvan, sino únicamente los que perseveran en la buena obra comenzada. Y lo mismo que el que compite con otro se impone toda clase de privaciones, así también vosotros debéis absteneros de todos los vicios, para poder superar al diablo, vuestro perseguidor. Y puesto que el Señor os ha llamado ya por la fe a su viña, es decir, a la unidad de la santa Iglesia, vivid y comportaos de suerte que podáis recibir, de la liberalidad de Dios, el denario, esto es, la felicidad del reino.

Que nadie desespere por la gravedad de sus pecados, diciendo: Son tantos los pecados en los que he andado envuelto hasta la vejez y la edad decrépita, que ya no puedo

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pensar en merecer el perdón, máxime teniendo en cuenta que han sido los pecados los que me han abandonado a mí y no yo a ellos. En absoluto, este tal no debe desesperar de la misericordia de Dios, porque unos son llamados a la viña de Dios al amanecer, otros a media mañana, otros al mediodía, otros a media tarde y otros al atardecer, o sea, unos son llamados al servicio de Dios en la niñez, otros en la adolescencia, otros en la juventud, otros en la vejez y otros en la edad decrépita.

Y lo mismo que nadie debe desesperar, en razón de la edad, si quisiere convertirse a Dios, así ninguno debe sentirse seguro en base a la sola fe; antes bien, ha de sentir verdadero horror por lo que está escrito: Muchos son los llamados y pocos los escogidos. Que hemos sido llamados por la fe, lo sabemos; pero ignoramos si somos de los escogidos. Así pues, tanto más humilde ha de ser cada uno cuanto que ignora si ha sido escogido.

Que Dios todopoderoso os conceda no ser del número de aquellos que pasaron el Mar Rojo a pie enjuto, comieron el maná en el desierto, bebieron la bebida espiritual y acabaron muriendo en aquel mismo desierto a causa de sus murmuraciones, sino de aquellos otros que entraron en la tierra prometida y, trabajando fielmente en la viña de la Iglesia, merecieron recibir el denario de la felicidad eterna; así podréis, junto con Cristo, vuestra cabeza, de cuyo cuerpo vosotros sois miembros, reinar por todos los siglos de los siglos. Amén.

MIÉRCOLES XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,1-20

Misión de Timoteo, Pablo, predicador del Evangelio

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Carta 161, al opispo Anfiloquio (1-2: PG 32, 630-631)

Actúa con valentía, cual experto timonel

Bendito sea Dios, que en cada generación elige a los que son de su agrado, segrega los instrumentos de elección, y de ellos se sirve para el ministerio de los santos; que también ahora a ti que —según tu propia confesión—nos rehuías no a nosotros, sino la vocación que por nuestro medio sospechabas iba a recaer sobre ti, te ha envuelto en las inextricables redes de la gracia, te ha situado en el corazón mismo de Pisidia, a fin de que pesques hombres para el Señor y saques del abismo a la luz a los que el diablo cazó para que hagan su propia voluntad.

Y puesto que cuantos esperan en Cristo son un solo pueblo, y los que son de Cristo forman una única Iglesia aunque con nombres diversos según los lugares en que se encuentra enclavada, también tu patria chica se goza y se alegra por los designios divinos, y lejos de pensar que ha perdido a uno de sus hijos, está segura de haber adquirido a cambio todas las Iglesias. Lo único que pido a Dios es que, presente, me conceda ver y, ausente, oír tus progresos en la predicación del evangelio y la buena organización de las Iglesias.

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Por tanto, actúa con valentía, sé fuerte y avanza al frente del pueblo que el Altísimo ha confiado a tus cuidados. Y cual experto timonel, sortea con ánimo esforzado cualquier tempestad que los vientos de la herejía puedan desatar; mantén tu navío a flote por entre las olas salobres y amargas de doctrinas adulteradas; confía en la bonanza que el Señor producirá tan pronto como suene una voz capaz de despertarlo, e increpe al viento y al oleaje.

Mi ya larga enfermedad me lleva a marchas forzadas al inevitable desenlace. Por tanto, si quieres venir a verme no esperes que te señale una fecha, pues bien sabes que para el corazón de un padre ningún momento es inoportuno para abrazar a su amado hijo, y que el afecto sincero vale más que cualquier discurso.

No te me quejes de que el cargo es superior a tus fuerzas. Pues si debieras sobrellevarlo tú solo, no sólo sería pesado, sino sencillamente intolerable. Pero si el Señor te ayuda a llevarlo, encomienda al Señor tus afanes, que él te sustentará.

Consiénteme un consejo, uno solo: cuida, por lo que más quieras, de no dejarte arrastrar por las malas costumbres como los demás, antes bien procura —con esa sabiduría que Dios te ha dado— convertir en bien los resultados reprobables que ellos precedentemente obtuvieron. Cristo, en efecto, te envió no para que sigas a los otros, sino para que tú mismo camines al frente de los que se salvan.

Te ruego además que pidas por mí, a fin de que, si todavía sigo con vida, sea juzgado digno de verte juntamente con tu Iglesia; si, por el contrario, recibo la orden de partir ya de aquí, para que os veamos allá arriba junto a Dios a ti y a tu Iglesia: a ésta como a vid rebosante de buenas obras, y a ti como a experto agricultor y empleado solícito que ha distribuido a sus horas la comida a la servidumbre, recibiendo la recompensa debida al administrador fiel y cuidadoso.

Todos los que están conmigo saludan a tu piedad. Te deseo salud y gozo en el Señor. Que él te conserve iluminado por los dones del Espíritu y la sabiduría.

JUEVES XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 2, 1-15

Invitación a la oración

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la primera carta a Timoteo (1-2: PG 62, 529-531)

Que toda nuestra oración esté impregnada de acción de gracias

El sacerdote es algo así como el padre de todo el orbe. Conviene, pues, que se cuide de todos, como Dios, cuyo sacerdote es. Por eso dice: Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias... Dos son por tanto los bienes que de aquí se derivan: se disipa la aversión que sentimos hacia los extraños, pues nadie puede odiar a aquel por quien ora; y ellos mismos se hacen mejores, bien porque se reza por ellos, bien porque ellos mismos deponen la ojeriza que nos tienen. Pues nada es más eficaz en la corrección como amar y ser amado.

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Piensa cuál no debería ser el impacto al enterarse los que urdían asechanzas, flagelaban, torturaban y mataban, de que sus víctimas elevaban a Dios fervorosas oraciones por ellos, que tales sufrimientos les infligían.

¿No ves cómo el Apóstol quiere que el cristiano supere a todos? Es lo que sucede con los niños: aun cuando el bebé, llevado en brazos de su padre, propine a éste frecuentes manotazos en la cara, no por eso disminuye un ápice el afecto paterno; pues lo mismo ocurre con los extraños: aunque nos hieran, no debemos aflojar en nuestra benevolencia para con ellos.

¿Qué significa el inciso: lo primero de todo? Quiere decir: en el culto cotidiano. Los iniciados saben muy bien que cada día se hacen súplicas mañana y tarde; saben que, en todo el mundo, elevamos oraciones por los reyes y por todos los que ejercen la autoridad.

Fíjate lo que dice y cómo, para hacer más aceptable la recomendación, apunta a las ventajas que se siguen. Dice: para que podamos llevar una vida tranquila y apacible. Esto es, el bienestar de ellos revierte en tranquilidad nuestra. Y ya antes, en la carta a los Romanos, exhortando a los cristianos a obedecer a la autoridad civil, dijo: No sólo por miedo, sino también por motivos de conciencia.

Oraciones —dice—, plegarias, súplicas, acciones de gracias. Porque hay que dar gracias a Dios incluso por los bienes otorgados a otros: por ejemplo, por hacer salir su sol sobre malos y buenos y por mandar la lluvia a justos e injustos. ¿Te das cuenta cómo el Apóstol trata de unirnos y aglutinarnos no sólo mediante la oración, sino también a través de la acción de gracias? Pues lo que nos impulsa a dar gracias a Dios por los bienes del prójimo, nos estimula también a amarle y a abrigar para con él buenos sentimientos.

Ahora bien, si hemos de dar gracias por aquellos que viven en nuestro entorno, con más razón habremos de hacerlo por aquellos que se nos acercan abiertamente o de incógnito, espontánea o forzadamente; y también por aquellos que se nos antojan molestos, pues Dios todo lo dispone para nuestro bien. Por tanto, que toda nuestra oración esté impregnada de acción de gracias. Y si se nos manda rezar por los prójimos, y no sólo por los fieles, sino también por los infieles, ¡juzga por ti mismo la gravedad que reviste el orar contra los hermanos!

VIERNES XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 3, 1-16

Los ministros de la Iglesia

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Comienza la carta a los Tralianos (Caps 1, 1-3, 2; 4,1-2; 6,1; 7, 1-8, 1: Funk 1, 203-209)

Os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la amada de Dios, Padre de Jesucristo, la Iglesia santa que habita en Trales del Asia, digna de Dios y escogida, que goza de paz, tanto en el cuerpo como en el espíritu, a causa de la pasión de

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Jesucristo, el que nos da una esperanza de resucitar como él; mi mejor saludo apostólico y mis mejores deseos de que viváis en la alegría.

Sé que tenéis sentimientos irreprochables e inconmovibles, a pesar de vuestros sufrimientos, y ello no sólo por vuestro esfuerzo, sino también por vuestro buen natural: así me lo ha manifestado vuestro obispo Polibio, quien, por voluntad de Dios y de Jesucristo, ha venido a Esmirna y se ha congratulado conmigo, que estoy encadenado por Cristo Jesús; en él me ha sido dado contemplar a toda vuestra comunidad y por él he recibido una prueba de cómo vuestro amor para conmigo es según Dios, y he dado gracias al Señor, pues de verdad he conocido que, como ya me habían contado, sois auténticos imitadores de Dios.

En efecto, al vivir sometidos a vuestro obispo como si se tratara del mismo Jesucristo, sois, a mis ojos, como quien anda no según la carne, sino según Cristo Jesús, que por nosotros murió a fin de que, creyendo en su muerte, escapéis de la muerte. Es necesario, por tanto, que, como ya lo venís practicando, no hagáis nada sin el obispo; someteos también a los presbíteros como a los apóstoles de Jesucristo, nuestra esperanza, para que de esta forma nuestra vida esté unida a la de él.

También es preciso que los diáconos, como ministros que son de los misterios de Jesucristo, procuren, con todo interés, hacerse gratos a todos, pues no son ministros de los manjares y de las bebidas, sino de la Iglesia de Dios. Es, por tanto, necesario que eviten, como si se tratara de fuego, toda falta que pudiera echárseles en cara.

De manera semejante, que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, al obispo como si fuera la imagen del Padre, y a los presbíteros como si fueran el senado de Dios y el colegio apostólico. Sin ellos no existe la Iglesia. Creo que estáis bien persuadidos de todo esto. En vuestro obispo, a quien recibí y a quien tengo aún a mi lado, contemplo como una imagen de vuestra caridad; su misma manera de vivir es una magnífica lección, y su mansedumbre una fuerza.

Mis pensamientos en Dios son muy elevados, pero me pongo a raya a mí mismo, no sea que perezca por mi vanagloria. Pues ahora sobre todo tengo motivos para temer y me es necesario no prestar oído a quienes podrían tentarme de orgullo. Porque cuantos me alaban, en realidad, me dañan. Es cierto que deseo sufrir el martirio, pero ignoro si soy digno de él. Mi impaciencia, en efecto, quizá pasa desapercibida a muchos, pero en cambio a mí me da gran guerra. Por ello, necesito adquirir una gran mansedumbre, pues ella desbaratará al príncipe de este mundo.

Os exhorto, no yo, sino la caridad de Jesucristo, a que uséis solamente el alimento cristiano y a que os abstengáis de toda hierba extraña a vosotros, es decir, de toda herejía.

Esto lo realizaréis si os alejáis del orgullo y permanecéis íntimamente unidos a nuestro Dios, Jesucristo, y a vuestro obispo, sin apartaros de las enseñanzas de los apóstoles. El que está en el interior del santuario es puro, pero el que está fuera no es puro: quiero decir con ello que el que actúa a espaldas del obispo y de los presbíteros y diáconos no es puro ni tiene limpia su conciencia.

No os escribo esto porque me haya enterado que tales cosas se den entre vosotros, sino porque os quiero prevenir como a hijos míos amadísimos.

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SÁBADO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 4, 1—5, 2

Los maestros de la mentira. Los ancianos

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Tralianos (Caps 8, 1-9, 2; 11, 1—13 3: Funk 1, 209-211)

Convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre

Revestíos de mansedumbre y convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre. Que ninguno de vosotros tenga nada contra su hermano. No deis pretexto con ello a los paganos, no sea que, ante la conducta insensata de algunos de vosotros, los gentiles blasfemen de la comunidad que ha sido congregada por el mismo Dios, porque ¡ay de aquel por cuya ligereza ultrajan mi nombre!

Tapaos, pues, los oídos cuando oigáis hablar de cualquier cosa que no tenga como fundamento a Cristo Jesús, descendiente del linaje de David, hijo de María, que nació verdaderamente, que comió y bebió como hombre, que fue perseguido verdaderamente bajo Poncio Pilato y verdaderamente también fue crucificado y murió, en presencia de los moradores del cielo, de la tierra y del abismo y que resucitó verdaderamente de entre los muertos por el poder del Padre. Este mismo Dios Padre nos resucitará también a nosotros, que amamos a Jesucristo, a semejanza del mismo Jesucristo, sin el cual no tenemos la vida verdadera.

Huid de los malos retoños: llevan un fruto mortífero, y si alguien gusta de él, muere al momento. Estos retoños no son plantación del Padre. Si lo fueran, aparecerían como ramas de la cruz y su fruto sería incorruptible; por esta cruz, Cristo os invita, como miembros suyos que sois, a participar en su pasión. La cabeza, en efecto, no puede nacer separada de los miembros, y Dios, que es la unidad, promete darnos parte en su misma unidad.

Os saludo desde Esmirna, juntamente con las Iglesias de Asia, que están aquí conmigo y que me han confortado, tanto en la carne como en el espíritu. Mis cadenas, que llevo por doquier a causa de Cristo, mientras no ceso de orar para ser digno de Dios, ellas mismas os exhortan: perseverad en la concordia y en la oración de unos por otros. Conviene que cada uno de vosotros, y en particular los presbíteros, reconfortéis al obispo, honrando así a Dios Padre, a Jesucristo y a los apóstoles.

Deseo que escuchéis con amor mis palabras, no sea que esta carta se convierta en testimonio contra vosotros. No dejéis de orar por mí, pues necesito de vuestro amor ante la misericordia de Dios, para ser digno de alcanzar aquella herencia a la que ya me acerco, no sea caso que me consideren indigno de ella.

Os saluda la caridad de los esmirniotas y de los efesios. Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de llamarme miembro, porque soy el último de toda la comunidad. Os doy mi adiós en Jesucristo a todos vosotros, los que estáis

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sumisos a vuestro obispo, según el querer de Dios; someteos también, de manera semejante, al colegio de los presbíteros. Y amaos todos, unos a otros, con un corazón unánime.

Mi espíritu se ofrece como víctima por todos vosotros, y no sólo ahora, sino que se ofrecerá también cuando llegue a la presencia de Dios. Aún estoy expuesto al peligro, pero el Padre es fiel y cumplirá, en Cristo Jesús, mi deseo y el vuestro. Deseo que también vosotros seáis hallados en él sin defecto ni pecado.

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 5, 3-25

Las viudas y los presbíteros

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Comienza la carta a los Efesios (1-3: Funk 2, 183-185)

No os hablo con autoridad, como si fuera alguien

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, a la bendecida con plenitud de bendición por la majestad de Dios Padre, a la predestinada antes de los siglos a ser enteramente objeto de una gloria permanente, inmutable, unida y escogida mediante un sufrimiento real, por voluntad del Padre y de Jesucristo, nuestro Dios; a la iglesia digna de todo encomio establecida en Efeso de Asia, mi cordialísimo saludo en Jesucristo y en una alegría sin tacha.

Significativo en Dios me ha parecido vuestro sugestivo nombre, nombre que habéis conquistado en buena lid porvuestra fe y caridad en Cristo Jesús, nuestro Salvador. Imitadores como sois de Dios, vivificados por la sangre de Dios, habéis realizado una obra de verdadera fraternidad cristiana. Pues apenas os enterasteis de que yo venía procedente de Siria, encadenado por el nombre común y por nuestra común esperanza, esperando, gracias a vuestras oraciones, tener la dicha de luchar con las fieras en Roma, para poder de este modo llegar a ser verdadero discípulo, os apresurasteis a venir a mi encuentro. Porque fue realmente a toda vuestra comunidad a la que yo recibía, en nombre de Dios, en la persona de Onésimo, varón de una caridad increíble y obispo vuestro según la carne, a quien os ruego améis según Jesucristo y os esforcéis todos por asemejaros a él. Bendito el que os ha concedido la gracia de ser dignos de tal obispo.

Respecto a Burro, mi compañero de servicio, diácono vuestro según Dios, y una auténtica bendición de Dios, me gustaría que permaneciera a mi lado: sería una honra para vosotros y para vuestro obispo. En cuanto a Croco, digno de Dios y de vosotros, a quien yo recibí como una prueba de vuestra caridad, me ha servido de gran consuelo. Que el Padre de Jesucristo le conforte también a él, juntamente con Onésimo, Burro, Euplo y Frontón, en cuyas personas os he visto a todos, en la caridad. ¡Ojalá pudiera gozar para siempre de vosotros, si es que me consideráis digno! Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, de modo que, unidos en una perfecta obediencia, sumisos a vuestro obispo y al colegio presbiteral, seais en todo santificados.

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No os hablo con autoridad, como si fuera alguien. Pues, aunque estoy encarcelado por el nombre de Cristo, todavía no he llegado a la perfección en Jesucristo. Ahora, precisamente, es cuando empiezo a ser discípulo suyo y os hablo como a mis condiscípulos. Porque lo que necesito más bien es ser fortalecido por vuestra fe, por vuestras exhortaciones, vuestra paciencia, vuestra ecuanimidad.

Pero, como el amor que os tengo me obliga a hablaros también acerca de vosotros, por esto me adelanto a exhortaros a que viváis unidos en el sentir de Dios. En efecto, Jesucristo, nuestra vida inseparable, expresa el sentir del Padre, como también los obispos, esparcidos por el mundo, son la expresión del sentir de Jesucristo.

LUNES XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 6, 1-10

Los siervos. Los falsos maestros

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (4-6: Funk 2, 183-185)

En la concordia de la unidad

Por esto debéis estar acordes con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis. Y en cuanto a vuestro colegio presbiteral, digno de Dios y del nombre que lleva, está armonizado con vuestro obispo como las cuerdas de una lira. Este vuestro acuerdo y concordia en el amor es como un himno a Jesucristo. Procurad todos vosotros formar parte de este coro, de modo que, por vuestra unión y concordia en el amor, seáis como una melodía que se eleva a una sola voz por Jesucristo al Padre, para que os escuche y os reconozca, por vuestras buenas obras, como miembros de su Hijo. Os conviene, por tanto, manteneros en una unidad perfecta, para que seáis siempre partícipes de Dios.

Si yo, en tan breve espacio de tiempo, contraje con vuestro obispo tal familiaridad, no humana, sino espiritual ¿cuánto más dichosos debo consideraros a vosotros, que estáis unidos a él como la Iglesia a Jesucristo y como Jesucristo al Padre, resultando así en todo un consentimiento unánime? Nadie se engañe: quien no está unido al altar se priva del pan de Dios. Si tanta fuerza tiene la oración de una o dos personas, ¿cuánto más la que se hace presidida por el obispo y en unión con toda la Iglesia?

Así pues, quien no acude a la reunión de los fieles, ese tal da pruebas de creerse autosuficiente, y ha pronunciado ya su propia sentencia. Pues está escrito: Dios resiste a los soberbios. Procuremos, pues, no enfrentarnos con el obispo, si queremos estar sometidos a Dios.

Y cuanto más silencio guarda el obispo, tanto más hay que temerle. Pues aquel a quien el dueño de casa coloca al frente de su administración, hemos de recibirlo con los mismos honores con que honraríamos al que lo ha colocado en ese puesto. De donde se sigue que hemos de mirar al obispo como al mismo Señor.

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Por lo que a vosotros se refiere, Onésimo en persona se hace lenguas de vuestra espléndida disciplina basada en Dios, diciendo que todos vivís conforme a la verdad y que entre vosotros ninguna herejía tiene carta de ciudadanía. Al contrario, no dais oído a nadie que no os hable de Jesucristo según verdad.

MARTES XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 6, 11-21

Última exhortación

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (7-9: Funk 2, 189-193)

Todo lo hacéis en Cristo Jesús

Hay quienes, taimadamente, alardean del nombre cristiano, pero hacen cosas indignas de Dios. A estos tales debéis evitarlos como a bestias salvajes. Son efectivamente perros rabiosos, que muerden a traición. ¡Guardaos bien de ellos, pues sufren una enfermedad incurable! Existe un médico, a la vez carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios encarnado, vida verdadera sujeta a la muerte, hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y ahora impasible: Jesucristo, nuestro Señor.

Que nadie, pues, os engañe, como, en efecto, no os dejáis engañar, siendo como sois íntegramente de Dios. Pues desde el momento en que ninguna discordia capaz de atormentaros hace blanco en vosotros, es señal de que vivís según Dios. Soy el último de vuestros esclavos y me entrego como oblación por vosotros, Efesios, la iglesia celebrada por los siglos. Los carnales no pueden realizar las obras espirituales, ni los espirituales las obras de la carne, como tampoco la fe puede llevar a cabo las obras de la infidelidad, ni la infidelidad puede producir obras de fe. Y las mismas cosas que hacéis según la carne, son espirituales, pues todo lo hacéis en Jesucristo.

He conocido también a algunos itinerantes que os han visitado, portadores de malas doctrinas; no les habéis permitido sembrarlas entre vosotros, tapándoos los oídos, para no dar acogida a los errores que van propalando en la convicción de que sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción de Dios Padre, elevadas a lo alto mediante la palanca de Jesucristo, que es la cruz, utilizando como cabria al Espíritu Santo: vuestra fe es vuestro cabrestante, y la caridad, la rampa que os eleva hacia Dios.

Así pues, todos sois además compañeros de ruta, portadores de Dios y portadores del templo, portadores de Cristo, portadores de los vasos sagrados, enteramente adornados de los mandamientos de Jesucristo. Por mi parte, estoy contento de haber merecido la gracia de conversar con vosotros por medio de esta carta, y de congratularme con vosotros porque, siguiendo los postulados de otra vida, no amáis sino solo a Dios.

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MIÉRCOLES XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-18

Pablo exhorta a Timoteo a ser fuerte en el cumplimiento del deber

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (10-12: Funk 2, 195-197)

Las cadenas, perlas espirituales

Sed también constantes en orar por los demás hombres. Hay efectivamente en ellos esperanza de conversión, para que lleguen a la participación de Dios. Permitidles que aprendan de vosotros, al menos por el testimonio de las obras. Responded a sus arrebatos con vuestra mansedumbre, a sus arrogancias con vuestra humildad, a sus blasfemias con vuestras oraciones, a sus errores con vuestra firmeza en la fe, a sus brusquedades con vuestra dulzura, sin tratar de pagarles en la misma moneda. Que nos consideren como hermanos suyos por nuestra amabilidad, pero como a imitar, tratemos de ser únicamente imitadores del Señor,—¿quién ha sido más injustamente tratado que él?, ¿quién ha sido sometido a mayores privaciones o a mayores escarnios?—, para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre vosotros, sino permaneced en toda pureza y templanza en Jesucristo, tanto corporal como espiritualmente.

Es la etapa final. En adelante, que la increíble paciencia de Dios nos haga enrojecer y temamos no se convierta en objeto de nuestra condenación. Porque una de dos: o bien tememos el castigo inminente, o amamos la gracia presente. Lo que importa es ser hallados en Cristo Jesús para entrar en la verdadera vida. Fuera de él no ha de importaros nada: por él poseo yo estas mis cadenas, verdaderas perlas espirituales, con las cuales quisiera yo resucitar gracias a vuestra oración, de la que siempre desearía participar, para ser hallado en la herencia de los cristianos de Efeso, que en todo momento estuvieron en sintonía con los apóstoles por la fuerza de Jesucristo.

Sé quién soy y a quiénes escribo: yo soy un condenado, vosotros habéis alcanzado misericordia; yo expuesto al peligro, vosotros, sobre seguro. Sois estación de paso de los que son arrebatados a Dios, iniciados en los misterios por Pablo, el hombre santificado, el hombre garantizado, el hombre digno de ser proclamado dichoso. ¡Ojalá me encuentren sobre sus huellas cuando consiga a Dios! El en todas sus cartas os tiene presentes en Cristo Jesús.

JUEVES XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a Timoteo 2, 1-21

Exhortación a la constancia en el trabajo y en la persecución

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (13-15: Funk 2, 197-201)

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Nada mejor que la paz en Cristo

Procurad reuniros con más frecuencia para celebrar la acción de gracias y la alabanza divina. Cuando os reunís con frecuencia en un mismo lugar, se debilita el poder de Satanás, y la concordia de vuestra fe le impide causaros mal alguno. Nada mejor que la paz, que pone fin a toda discordia en el cielo y en la tierra.

Nada de esto os es desconocido, si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: el principio es la fe, el fin es la caridad. Cuando ambas virtudes van a la par, se identifican con el mismo Dios, y todo lo que contribuye al bien obrar se deriva de ellas. El que profesa la fe no peca, y el que posee la caridad no odia. Por el fruto se conoce el árbol; del mismo modo, los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras. Lo que nos interesa ahora, más que hacer una profesión de fe, es mantenernos firmes en esa fe hasta el fin. Es mejor callar y obrar que hablar y no obrar. Buena cosa es enseñar, si el que enseña también obra. Uno solo es el maestro, que lo dijo, y existió; pero también es digno del Padre lo que enseñó sin palabras.

El que posee la palabra de Jesús es capaz de entender lo que él enseñó sin palabras y llegar así a la perfección, obrando según lo que habla y dándose a conocer por lo que hace sin hablar. Nada hay escondido para el Señor, sino que aun nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues, siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se manifestará ante nuestra faz; por esto, tenemos motivo más que suficiente para amarlo.

VIERNES XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a Timoteo 2, 22-3, 17

Se avecinan tiempos difíciles

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (16-19: Funk 2,201-203)

La cruz es para nosotros salvación y vida eterna

No os llaméis a engaño, hermanos míos. Los que perturban las familias no heredarán el reino de Dios. Ahora bien, si los que así perturban el orden material son reos de muerte, ¿cuánto más los que corrompen con sus falsas enseñanzas la fe que proviene de Dios, por la cual fue crucificado Cristo? Estos tales, manchados por su iniquidad, irán al fuego inextinguible, como también los que les hacen caso.

Para esto el Señor recibió el ungüento en su cabeza, para infundir en la Iglesia la incorrupción. No os unjáis con el repugnante olor de las enseñanzas del príncipe de este mundo, no sea que os lleve cautivos y os aparte de la vida que tenemos prometida. ¿Por qué no somos todos prudentes, si hemos recibido el conocimiento de Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué nos perdemos neciamente, no reconociendo el don que en verdad nos ha enviado el Señor?

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Mi espíritu es el sacrificio expiatorio de la cruz, la cual para los incrédulos es motivo de escándalo, mas para nosotros es salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio?, ¿dónde está el sofista?, ¿dónde la jactancia de los llamados cuerdos? Porque nuestro Dios, Jesús el Mesías, fue concebido en el seno de María según la economía de Dios: del linaje, sí, de David, pero por obra del Espíritu Santo. El cual nació y fue bautizado, para purificar el agua con su pasión.

Al príncipe de este mundo le pasó desapercibida la virginidad de María, su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios sonados llevados a cabo en el silencio de Dios. ¿Cómo entonces fueron manifestados a los siglos? Un astro brilló en el cielo más que todos los astros: su luz era inexpresable y su novedad asombró a todos. Todos los demás astros, a una con el sol y la luna, hicieron coro a este astro, el cual proyectaba su luz superior a la de todos los demás. Se produjo una gran confusión, pues no acababan de explicarse de dónde procedía aquella novedad tan distinta de ellos. Así es como quedó destruida toda magia y disuelto todo lazo de maldad. Se disiparon las tinieblas de la ignorancia, y el antiguo imperio quedó abatido cuando apareció Dios en forma humana para conducirnos a la novedad de la vida perdurable: comenzaba a ser realidad lo que Dios había proyectado. No es extraño que todo se conmoviera, porque se estaba fraguando la abolición de la muerte.

SÁBADO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a Timoteo 4, 1-22

Última exhortación de Pablo

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios (20-21: Funk 2, 203-205)

Doy mi vida por vosotros

Si Jesucristo se dignare, por vuestras oraciones, concederme esta gracia y tal fuere su voluntad, en una segunda carta que tengo pensado escribiros os explicaré la economía —que apenas he esbozado— relativa al hombre nuevo, Jesucristo: economía basada en su fe y en su amor, en su pasión y en su resurrección. Máxime si el Señor me hace saber que vosotros, toda la comunidad y cada uno en particular, en la gracia que viene de su nombre, os reunís en una sola fe y en Jesucristo, nacido del linaje de David según la carne, hijo del hombre e hijo de Dios, dispuestos a obedecer al obispo y al colegio presbiteral en una concordia sin fisuras, partiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad, antídoto contra la muerte y remedio para vivir siempre en Jesucristo.

Doy mi vida por vosotros y por los que, a gloria de Dios, habéis enviado a Esmirna, desde donde os escribo rebosando gratitud para con Dios y amor para con Policarpo lo mismo que para con vosotros. Acordaos de mí como Jesucristo se acuerda de vosotros. Orad por la Iglesia de Siria, desde donde soy conducido a Roma cargado de cadenas, a mí que soy el último de los fieles de aquella comunidad, pero que se me ha concedido la gracia de ser escogido para gloria de Dios.

Manteneos firmes en Dios Padre, en Jesucristo, nuestra común esperanza.

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DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 1-11

Exhortación sobre el camino de salvación

SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 92 (1.2.3: PL 54, 454-455)

Cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia

Dice el Señor: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Esta superioridad de nuestra virtud ha de consistir en que la misericordia triunfe sobre el juicio. Y, en verdad, lo más justo y adecuado es que la criatura, hecha a imagen y semejanza de Dios, imite a su Creador, que ha establecido la reparación y santificación de los creyentes en el perdón de los pecados, prescindiendo de la severidad del castigo y de cualquier suplicio, y haciendo así que de reos nos convirtiéramos en inocentes y que la abolición del pecado en nosotros fuera el origen de las virtudes.

La virtud cristiana puede superar a la de los escribas y fariseos no por la supresión de la ley, sino por no entenderla en un sentido material. Por esto, el Señor, al enseñar a sus discípulos la manera de ayunar, les dice: Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. ¿Qué paga, sino la paga de la alabanza de los hombres? Por el deseo de esta alabanza se exhibe muchas veces una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres.

El que ama a Dios se contenta con agradarle, porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor; el amor, en efecto, viene de Dios, de tal manera que Dios mismo es el amor. El alma piadosa e íntegra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite. Porque es una gran verdad aquello que dice el Señor: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. El tesoro del hombre viene a ser como la reunión de los frutos recolectados con su esfuerzo. Lo que uno siembre, eso cosechará, y cual sea el trabajo de cada uno, tal será su ganancia; y donde ponga el corazón su deleite, allí queda reducida su solicitud. Mas, como sea que hay muchas clases de riquezas y diversos objetos de placer, el tesoro de cada uno viene determinado por la tendencia de su deseo, y si este deseo se limita a los bienes terrenos, no hallará en ellos la felicidad, sino la desdicha.

En cambio, los que ponen su corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra, y su atención en las cosas eternas, no en las perecederas, alcanzarán una riqueza incorruptible y escondida, aquella a la que se refiere el profeta cuando dice: La sabiduría y el saber serán su refugio salvador, el temor del Señor será su tesoro. Esta sabiduría divina hace que, con la ayuda de Dios, los mismos bienes terrenales se conviertan en celestiales, cuando muchos convierten sus riquezas, ya sea legalmente heredadas o adquiridas de otro modo, en instrumentos de bondad. Los que reparten lo que les sobra para sustento de los pobres se ganan con ello una riqueza imperecedera; lo que dieron en limosnas no es en modo alguno un derroche; éstos pueden en justicia tener su corazón donde está su tesoro, ya que han tenido el acierto de negociar con sus riquezas sin temor a perderlas.

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LUNES XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 12-21

Testimonio de los apóstoles y los profetas

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 35 sobre el evangelio de san Juan (8-9: CCL 36, 321-323)

Llegarás a la fuente, verás la luz

Nosotros, los cristianos, en comparación con los infieles, somos ya luz, como dice el Apóstol: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Y en otro lugar dice: La noche está avanzando, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad.

No obstante, porque el día en que vivimos es todavía noche en comparación con aquella luz a la que esperamos llegar, oigamos lo que dice el apóstol Pedro. Nos dice que vino sobre Cristo, el Señor, desde la Sublime Gloria, aquella voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto». Esta voz —dice— traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Pero, como nosotros no estábamos allí y no oímos esta voz del cielo, nos dice el mismo Pedro: Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones.

Por lo tanto, cuando vendrá nuestro Señor Jesucristo y —como dice también el apóstol Pablo— iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón, y cada uno recibirá la alabanza de Dios, entonces, con la presencia de este día, ya no tendremos necesidad de lámparas: no será necesario que se nos lean los libros proféticos ni los escritos del Apóstol, ya no tendremos que indagar el testimonio de Juan, y el mismo Evangelio dejará de sernos necesario. Ya no tendrán razón de ser todas las Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían a modo de lámparas, para que no quedásemos en tinieblas.

Suprimido, pues, todo esto, que ya no nos será necesario, cuando los mismos hombres de Dios por quienes fueron escritas estas cosas verán, junto con nosotros, aquella verdadera y clara luz, sin la ayuda de sus escritos, ¿qué es lo que veremos? ¿Con qué se alimentará nuestro espíritu? ¿De qué se alegrará nuestra mirada? ¿De dónde procederá aquel gozo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar? ¿Qué es lo que veremos?

Os lo ruego, amemos juntos, corramos juntos el camino de nuestra fe; deseemos la patria celestial, suspiremos por ella, sintámonos peregrinos en este mundo. ¿Qué es lo que veremos entonces? Que nos lo diga ahora el Evangelio: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado. Queridos —dice el mismo Juan—, ahora

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somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Noto cómo vuestros sentimientos se elevan junto con ! +i, los míos hacia las cosas celestiales; pero el cuerpo mortales lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente que medita. Ha llegado ya el momento en que yo tengo que dejar el libro santo y vosotros tenéis que regresar cada uno a sus ocupaciones. Hemos pasado un buen rato disfrutando de una luz común, nos hemos llenado de gozo y alegría; pero, aunque nos separemos ahora unos de otros, procuremos no separarnos de él.

MARTES XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 2,1-9

Los falsos maestros

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 37 sobre el Cantar de los cantares (5-7: Opera omnia, Edit. Cister. t. 2, 1958, 12-14)

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor

Si estamos bajo el dominio de la ignorancia de Dios, ¿cómo vamos a esperar en aquel a quien ignoramos? Y si no nos conocemos a nosotros mismos, ¿cómo podremos ser humildes, pensando ser algo, cuando en realidad no somos nada? Y sabemos que ni los soberbios ni los desesperanzados tendrán parte o comunión en la herencia de los santos.

Considera, pues, ahora conmigo con cuánto cuidado y solicitud debemos desterrar de nosotros estos dos tipos de ignorancia, el primero de los cuales es el origen de todo pecado, y el segundo, de su consumación; cómo, por el contrario, los dos conocimientos opuestos —de Dios y de nosotros mismos— son respectivamente el principio y la perfección de la sabiduría; uno el temor del Señor y el otro la caridad.

Porque, así como el principio de la sabiduría es temer al Señor, así el principio de todo pecado es la soberbia; y como el amor de Dios se atribuye a sí mismo la perfección de la sabiduría, así la desesperación reclama para sí la consumación de toda malicia. Y así como de tu propio conocimiento nace en ti el temor de Dios, y del conocimiento de Dios se origina el amor al mismo, así, contrariamente, de tu personal desconocimiento surge la soberbia, y de la ignorancia de Dios procede la desesperación. Así, pues, la ignorancia de ti mismo te acarrea la soberbia, pues engañado por una mentalidad ciega y falaz, te crees mejor de lo que en realidad eres. Precisamente en esto consiste la soberbia, aquí está la raíz de todo pecado: en considerarte a tus ojos mejor de lo que eres ante Dios, mejor de lo que eres en realidad.

No existe, pues, peligro alguno, por más que te humilles, por más que te consideres menos de lo que eres, es decir, menos de lo que la Verdad te valora. Es, en cambio, un gran mal y un peligro horrendo si te crees superior, por poco que sea, a lo que en realidad eres, o si en tu apreciación te prefieres aunque sólo sea a uno de los que tal vez la Verdad juzga igual o superior a ti. Un ejemplo aclarará la idea: si pretendes pasar por una puerta cuyo dintel es excesivamente bajo, en nada te perjudicará por más que te

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inclines; te perjudicará, en cambio, si te yergues aun cuando no sea más que un dedo sobre la altura de la puerta, de suerte que te arrearás un coscorrón y te romperás la cabeza. Así ocurre a nivel espiritual: no hay que temer en absoluto una humillación por grande que sea, pero hemos de tener un gran horror y temor al más mínimo movimiento de temeraria presunción. Por lo tanto, oh hombre, no te atrevas a compararte con los que son superiores o inferiores a ti, no te compares con algunos ni siquiera con uno solo. Porque ¿qué sabes tú, oh hombre, si aquel uno, a quien consideras como el más vil y miserable de todos, qué sabes —insisto— si, merced a un cambio operado por la diestra del Altísimo, no llegará a ser mejor que tú y que otros en sí, o si lo es ya en Dios?

Por eso el Señor quiso que eligiéramos no un puesto mediano ni el penúltimo, ni siquiera uno de los últimos, sino que dijo. Vete a sentarte en el último puesto, de modo que sólo tú seas el último de todos los comensales, y no te prefieras, ni aun oses compararte, a ninguno.

MIÉRCOLES XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pedro 2, 9-22

Amenazas a los pecadores

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 1 sobre el amor a los pobres (PG 46, 459-462)

No desprecies a los pobres como si fuesen de ningún valor

No desprecies a los pobres que arrastran su miseria como si fuesen de ningún valor. Considera quiénes son y reconocerás su dignidad: son la presencialización del Salvador. En efecto, Cristo, en su bondad, les ha transferido su propia persona para que, a semejanza de los soldados que, frente al enemigo que ataca, blanden, cual escudo, las insignias reales, a fin de que a la vista de la efigie del soberano, se quebrante y refrene el ímpetu de los asaltantes, así también los pobres puedan, gracias a la representación de Cristo que ostentan, doblegar, calmar y apiadar a cuantos ignoran la compasión o aborrecen francamente a los pobres. Ellos son los administradores de los bienes que también nosotros esperamos; los porteros del reino de los cielos, que abren las puertas a los buenos y compasivos, y la cierran a los malos e inhumanos; ellos son también unos severos fiscales y unos magníficos abogados. Pero acusan o defienden, no con discursos, sino con sola su presencia, al comparecer ante el juez. Gritan lo que se ha hecho contra ellos y lo proclaman con mayor claridad, exactitud y eficacia que cualquier pregonero, en presencia de quien escudriña los corazones y conoce todos los pensamientos de los hombres y lee los movimientos secretos del alma. Por causa de ellos se nos describe con todo lujo de detalles aquel tremendo juicio, del que a menudo habéis oído hablar.

Veo, en efecto, allí al Hijo del hombre venir del cielo, avanzando sobre los aires como si caminase sobre la tierra, escoltado de miríadas de ángeles. Veo a continuación el trono de la gloria, erigido en un lugar excelso, y, sentado en él, al Rey. Veo entonces que todas las familias humanas, los pueblos y las naciones que pasaron por esta vida, que respiraron este aire y contemplaron la luz de este sol, están alineados ante el tribunal, divididos en dos grupos.

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Oigo que a los situados a la derecha se les llama corderos y a los situados a la izquierda se los denomina cabritos, nombres que responden a la categoría moral de cada grupo. Oigo al Rey que los interroga y anota sus justificaciones. Oigo lo que ellos responden al Rey. Advierto, finalmente, que cada uno es adornado según sus méritos. A los que fueron buenos y compasivos y llevaron una vida intachable, se les premia con el descanso eterno en el reino de los cielos, en cambio, a los inhumanos, y a los malvados, se les condena al suplicio del fuego, y del fuego eterno. Como sabéis, todas estas cosas se explican en el evangelio con toda diligencia.

Me inclino a creer que esta descripción tan detallada de aquel juicio, que parece un cuadro pintado al vivo, no tiene otra finalidad que inculcarnos la beneficiencia e inducirnos a practicar la benevolencia. En ella va facturada la vida. Ella es la madre de los pobres, la maestra de los ricos, la bondadosa nodriza de sus pupilos, la protectora de los ancianos, la despensa de los necesitados, el puerto común de los miserables, la que se cuida de todas las edades, la que atiende en todas las aflicciones y calamidades.

JUEVES XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta de san Pedro 3, 1-10

Dios es fiel a sus promesas

SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Exhortación a los paganos (Cap 1: PG 8, 59-63)

Llevemos desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa aguardando la aparición gloriosa del gran Dios

El Señor se compadece, castiga, exhorta, amonesta, conserva, guarda y, en compensación de la doctrina que nos ha enseñado, promete en la sobreabundancia de su generosidad, el reino de los cielos, sin percibir de nosotros otro fruto que el de nuestra propia salvación. De hecho, el vicio se ceba en la destrucción del hombre, mientras que la verdad, que cual abeja inocua se posa en las cosas, sólo se alegra de la felicidad de los hombres.

Conoces lo que promete; conoces también con qué afecto ama al género humano. Por tanto, acércate y participa de esta gracia. Ahora bien, no has de considerar «nuevo» mi cántico, como se llama nuevo un objeto o una casa. De hecho él fue engendrado antes de la aurora de los siglos, y en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.

En cierto sentido, también nosotros somos anteriores a la creación del mundo, en cuanto que preexistíamos en Dios mismo en razón de nuestra futura creación. Somos, pues, criaturas racionales del Verbo divino, es decir, de la inteligencia divina, y por él somos llamados «primeros», puesto que en el principio ya existía la Palabra. Palabra que por existir ya antes de ser echados los cimientos del mundo, fue el divino principio de todas las cosas, y lo sigue siendo; pero como quiera que, en los últimos tiempos quiso asumir aquel venerable nombre de Cristo, considerado ya antiguamente como santo, yo lo llamo Cántico nuevo.

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Así pues, este Verbo que es Cristo, no sólo fue causa de nuestra preexistencia, sino que, además, es causa de nuestra existencia feliz, y en estos últimos tiempos se ha manifestado a los hombres como el único que es a la vez Dios y hombre. En efecto, enseñados por él a vivir rectamente, somos reexpedidos a la vida eterna. Pues, como dice aquel divino apóstol del Señor: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo.

En conclusión: el cántico nuevo es el del Verbo, que existía en el principio. El que ya existía desde antiguo, ha aparecido ahora como Salvador, me refiero al Verbo que estaba junto a Dios y por medio del cual se hizo todo. Se manifestó en la condición de maestro: y el que como artífice del mundo nos dio la vida en la primera creación, adoptando el talante de maestro nos enseñó la norma del bien vivir, a fin de otorgarnos después, corno Dios, la vida eterna.

VIERNES XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta de san Pedro 3, 11-18

Exhortación a esperar la venida del Señor

SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 1 (24: CCL 122, 170-171)

El Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre

Habiendo dispuesto nuestro Señor y Redentor que sus elegidos entrasen, a través de los trabajos de la presente vida, en aquella vida de futura felicidad, exenta de trabajo, describe en su evangelio unas veces los sudores de los combates temporales y otras las palmas de los premios eternos, de modo que al oír lo inevitable de la lucha, caigan en la cuenta de que en esta vida no deben aspirar al descanso y, por otra parte, la dulzura de la futura retribución haga más llevaderos los males transitorios, que esperan ser remunerados con bienes eternos.

El Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Este texto designa clarísimamente el día del juicio final, cuando con gran poder y gloria vendrá a juzgar al mundo el que en otro tiempo vino, en la humildad y la abyección, a ser juzgado por el mundo; cuando con rigor de juez exigirá la perfección de las obras de aquellos a quienes, con largueza misericordiosa, había previamente distribuido la gracia de sus dones; cuando, pagando a cada uno según su conducta, conducirá a sus elegidos al reino del Padre, mientras que arrojará a los réprobos con el diablo al fuego eterno.

Bellamente se dice que el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre. Realmente el Hijo del hombre vendrá con la gloria del Padre, porque el que en la naturaleza humana es menor que el Padre, en su divinidad posee una y misma gloria con el Padre, siendo como es verdadero hombre y verdadero Dios en todo el rigor de la expresión.

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Y con razón llena de alegría a los justos y de terror a los contumaces lo que sigue: Y entonces pagará a cada uno según su conducta, pues los que obrando ahora el bien son afligidos por la inicua opresión de los malvados, esperan con ánimo confiado el momento en que el justo juez los librará no sólo de las injurias de los injustos, sino que les entregará la recompensa debida a su justicia y a su paciencia. En cambio, los que viviendo licenciosamente tachan de negligencia la paciencia del juez, al arrepentirse demasiado tarde, serán fulminados por la justa sentencia de eterna condenación. Sintoniza con esta evangélica sentencia lo que dice el salmista: Voy a cantar la bondad y la justicia, Señor.

Dice que va a cantar primero la misericordia y, luego, la justicia. Y con razón. Porque el Señor, que en su primera venida amablemente nos confió un depósito, nos lo exigirá y con todo rigor en la segunda. Y es, por el contrario, justo que el perverso, que desprecia la misericordia que Dios le brinda, sienta un terror pánico ante el estricto juicio del Señor.

Ahora bien, el que tiene conciencia de haber recibido agradecido la gracia de la misericordia, es normal que espere alegre la decisión de la justicia y, en consecuencia, espontáneamente entone un canto a su juez pregonando su bondad y su justicia. Mas como es un misterio para todos el día del juicio universal, como es incierto para cada cual la hora de su muerte, y la presente aflicción podría parecer demasiado larga a los que vivían en la ignorancia del momento en que recibirían por fin el descanso prometido, quiso el piadoso Maestro manifestar anticipadamente los goces de la eterna promesa a algunos de sus discípulos mientras todavía vivían en la tierra, a fin de que tanto los que lo habían visto, como todos a quienes llegase la noticia de lo ocurrido pudiesen sobrellevar más fácilmente las actuales adversidades, recordando frecuentemente el don de la futura retribución que esperaban. Por eso prosigue el texto: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad.

SÁBADO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Judas 1-8.12-13.17-25

Reprensión a los impíos y exhortación a los fieles

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 256 (1.2.3: PL 38, 1191-1193

Cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal

Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas, cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?

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Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonanos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención, los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo; hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.

Aun aquí, rodeados de peligros y de tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya. Fiel es Dios —dice el Apóstol—, y no permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel. No dice: «Y no permitirá que seáis probados», sino: No permitirá que la prueba supere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: El Señor guarda tus entradas y salidas.

Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.

¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria.

Por tanto, hermanos míos, cantemos ahora, no para deleite de nuestro reposo, sino para alivio de nuestro trabajo. Tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina; consuélate en el trabajo cantando, pero no te entregues a la pereza; canta y camina a la vez. ¿Qué significa «camina»? Adelanta, pero en el bien. Porque hay algunos, como dice el Apóstol, que adelantan de mal en peor. Tú, si adelantas, caminas; pero adelanta en el bien, en la fe verdadera, en las buenas costumbres; canta y camina.

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Ester 1, 1-3.9-13.15-16.19; 2, 5-10.16-17

Repudio de Vasti y elección de Ester

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (8, 15.17-9 18: CSEL 44, 56-57.59-60)

Que nuestro deseo de la vida eterna se ejercite en la oración

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¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor,, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.

Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.

Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.

Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.

Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?

LUNES XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 3, 1-15

Los judíos, en peligro

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (9,18—10, 20: CSEL 44, 60-63)

Debemos, en ciertos momentos, amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal

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Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por extinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: Vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no hay que entender estas palabras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de Dios, perseverando en la oración, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

Como esto sea así, aunque ya en el cumplimiento de nuestros deberes, como dijimos, hemos de orar siempre con el deseo, no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el efecto perseverante y continuado. Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que, con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así como no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere ferviente la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabrassuperfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha. Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas.

MARTES XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 4, 1-8;15, 2-3; 4, 9-17

Amán intenta la ruina de todos los judíos

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (11, 21-12, 22: CSEL 44, 63-64)

Sobre la oración dominical

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A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo.

Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.

Y cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.

Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.

Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.

Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obligamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.

Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.

Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración. Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades.

Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo conveniente. Y quien en la oración dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera carnal. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita una tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual.

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MIÉRCOLES XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 14, 1-19

Oración de la reina Ester

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (12, 22-13, 24: CSEL 44, 65-68)

Nada hallarás que no se encuentre en esta oración dominical

Quien dice, por ejemplo: Como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre?

Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino: Venga a nosotros tu reino?

Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo?

Quien dice: No me des riqueza ni pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy?

Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?

Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, protégeme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal?

Y si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas.

Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la oración, tanto para nosotros como para los nuestros, como también para los extraños e incluso para nuestros mismos enemigos, y, aunque roguemos por unos y otros de modo distinto, según las diversas necesidades y los diversos grados de familiaridad, procuremos, sin embargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor hacia todos.

Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cualidades que debe tener tu oración, sino también lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.

Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido, y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones? En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para que podamos formar parte de este pueblo,

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llegar a contemplar a Dios y vivir con él eternamente, el Apóstol nos dice: Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Al citar estas tres propiedades, se habla de la conciencia recta, aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la esperanza y la caridad conducen hasta Dios al que ora, es decir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor.

JUEVES XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Ester 5,1-5; 7,1-10

El rey y Amán asisten al convite de Ester. Ejecución de Amán

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (14, 25-26: CSEL 44, 68-71)

No sabemos pedir lo que nos conviene

Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.

Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.

Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana

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que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

VIERNES XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de la profecía de Baruc 1, 14—2, 5; 3,1-8

Oración del pueblo penitente

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 130, a Proba (14, 27—15, 28: CSEL 44, 71-73)

El Espíritu intercede por nosotros

Quien pide al Señor aquella sola cosa que hemos mencionado, es decir, la vida dichosa de la gloria, y esa sola cosa busca, éste pide con seguridad y pide con certeza, y no puede temer que algo le sea obstáculo para conseguir lo que pide, pues pide aquello sin lo cual de nada le aprovecharía cualquier otra cosa que hubiera pedido, orando como conviene. Esta es la única vida verdadera, la única vida feliz: contemplar eternamente la belleza del Señor, en la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del espíritu. En razón de esta sola cosa, nos son necesarias todas las demás cosas; en razón de ella, pedimos oportunamente las demás cosas. Quien posea esta vida poseerá todo lo que desee, y allí nada podrá desear que no sea conveniente.

Allí está la fuente de la vida, cuya sed debemos avivar en la oración, mientras vivimos aún de esperanza. Pues ahora vivimos sin ver lo que esperamos, seguros a la sombra de las alas de aquel ante cuya presencia están todas nuestras ansias; pero tenemos la certeza de nutrirnos un día de lo sabroso de su casa y de beber del torrente de sus delicias, porque en él está la fuente viva, y su luz nos hará ver la luz; aquel día, en el cual todos nuestros deseos quedarán saciados con sus bienes y ya nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo poseeremos gozando.

Pero, como esta única cosa que pedimos consiste en aquella paz que sobrepasa toda inteligencia, incluso cuando en la oración pedimos esta paz, hemos de decir que no sabemos pedir lo que nos conviene. Porque no podemos imaginar cómo sea esta paz en sí misma y, por tanto, no sabemos pedir lo que nos conviene. Cuando se nos presenta al pensamiento alguna imagen de ella, la rechazamos, la reprobamos, reconocemos que está lejos de la realidad, aunque continuamos ignorando lo que buscamos.

Pero hay en nosotros, para decirlo de algún modo, una docta ignorancia; docta, sin duda, por el Espíritu de Dios, que viene en ayuda de nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Y añade a continuación: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismointercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál, es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

No hemos de entender estas palabras como si dijeran que el Espíritu de Dios, que en la Trinidad divina es Dios inmutable y un solo Dios con el Padre y el Hijo, orase a Dios como

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alguien distinto de Dios, intercediendo por los santos; si el texto dice que el Espíritu intercede por los santos es para significar que incita a los fieles a interceder, del mismo modo que también se dice: Se trata de una prueba del Señor, vuestro Dios, para ver si lo amáis, es decir, para que vosotros conozcáis si lo amáis. El Espíritu, pues, incita a los santos a que intercedan con gemidos inefables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan sublime que aún no conocemos, pero que esperamos ya con perseverancia. Pero ¿cómo se puede hablar cuando se desea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignoráramos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables.

SÁBADO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de la profecía de Baruc 3, 9-15.24—4,4

La salvación de Israel es obra de la sabiduría

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 3, 19-21: CSEL 62, 50-53)

En la sombra observamos las palabras de Dios

Aquí vivimos en la sombra y, en consecuencia, en la sombra observamos las palabras de Dios. Y, para echar mano de un ejemplo, antes ciertamente vivíamos bajo la sombra de la ley, cuando observábamos las lunas nuevas y los sábados, que eran sombra de lo que tenía que venir. Ahora, en cambio, viviendo según el evangelio, seguimos la sombra de las palabras de Dios. Natanael es visto bajo la higuera, David afirma esperar a la sombra de las alas del Señor Jesús, Zaqueo subió a una higuera para ver a Cristo.

También sobre nosotros extiende Jesús sus manos, para cubrir a todo el mundo con su sombra. ¿Cómo no vamos a estar en la sombra, los que nos hemos acogido al amparo de su cruz? ¿Cómo no vamos a estar en la sombra, si el Crucificado nos defiende de la malignidad del siglo y de los incentivos del cuerpo? ¿O es que olvidamos quizá que el Verbo de Dios, al venir, al mundo, no vino como el Verbo existente en el principio junto al Padre, sino que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo? Vino en una nubecilla y, siendo la fuerza del Altísimo, cubrió a María con su sombra para transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa.

Pues bien, lo mismo que él, al nacer de la Virgen, se despojó de su rango, así a nosotros nos parecen transfiguradas las palabras de Dios al leerlas en el evangelio, pues sus contenidos se vislumbran en las Escrituras como en un espejo de adivinar, ya que no es posible, aquí en la tierra, comprender toda la verdad. Pero cuando venga la madurez, las palabras divinas ya no resplandecerán como transfiguradas a través de un abatimiento o de imágenes veladas, sino que brillarán en toda la plenitud y expresividad de la verdad.

Dijo el Apóstol: Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres; todo fue creado por él y para él. Una misma es, pues, la Palabra que obra en cada cual, y, al obrar en cada uno, obra todo en todos. Esta Palabra, única junto al Padre, se diversifica en una pluralidad, pues de su plenitud todos hemos recibido. Por eso, si consideras cada una de las cosas

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que han sido creadas en él, descubrirás que, en cada una de ellas, la Palabra —de la que somos partícipes según nuestra capacidad de comprensión— es una sola. En mí es una palabra humana, en otro es celeste, en varios una palabra angélica, los hay que tienen la palabra de las dominaciones y de las potestades. Existe la palabra de justicia, de castidad, de prudencia, de piedad y hasta de fuerza. De modo que una sola Palabra es una pluralidad de palabras, y una pluralidad de palabras forman una sola Palabra. No resulta difícil comprender esto si tenemos en cuenta lo que leemos: que el espíritu de sabiduría tolo lo puede. Por tanto, no debe crear dificultad alguna el que a unos se le haya dado la palabra apostólica, a otros la profética, a otros la angélica, a otros la palabra obradora de milagros; sin embargo, la Palabra es única, que se reparte a cada uno según su propia capacidad o según la libérrima generosidad de Dios.

Así pues, en este mundo veo, como en un espejo de adivinar, esta Palabra que es el origen de toda palabra, y en consecuencia no puedo observar todas las palabras de Dios; pero cuando cara a cara contemple su gloria, entonces viviré y, viviendo de la Vida, observaré también las palabras divinas.

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Tobías 1, 1-25

Piedad del anciano Tobit

SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 73 (1-4: CCL 23, 305-307)

Todo para gloria de Dios

El buen cristiano debe alabar siempre a su Padre y Señor, y ha de procurar en todo su gloria, como dice el Apóstol: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. Fijaos cómo ha de ser, según la mente del Apóstol, el almuerzo de los cristianos: en él ha de predominar el manjar de la fe de Cristo sobre las viandas materiales; ha de alimentar más al hombre la frecuente invocación del nombre del Señor que la variada y copiosa aportación de manjares; que la religión sacie mejor al hambriento que el mismo alimento. Todo —dice— para gloria de Dios. Es decir, que Cristo quiere que todos nuestros actos se hagan con él, como cómplice o como testigo. Y la razón es ésta: que las cosas buenas las hagamos con él como autor, y renunciemos a realizar las malas en razón de nuestra unión con él. Quien es consciente de tener a Cristo como compañero, se avergüenza de hacer cosas malas. Cristo en las cosas buenas es nuestra ayuda, en las malas es nuestro conservador.

Por eso, al levantarnos por la mañana, debemos dar gracias al Salvador y, antes de toda acción profana, realizar algún acto de piedad, por haber él velado nuestro descanso y nuestro sueño mientras dormíamos en nuestros lechos. Al levantarnos, pues, debemos dar gracias a Cristo y llevar a cabo, bajo la señal del Salvador, todo el trabajo de la jornada. ¿No es verdad que cuando todavía eras pagano solías escrutar diligentemente los signos e indagar con gran cuidado qué señales eran favorables para tal o cual negocio? No quiero que en adelante yerres cuanto al número. Has de saber que en la única señal de Cristo radica la prosperidad de todas las cosas. Quien en esta señal

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comenzare a sembrar, conseguirá el fruto de la vida eterna; el que en esta señal emprendiere un viaje, llegará hasta el cielo. Por tanto, hemos de orientar todos nuestros actos inspirados por este nombre, y referir a él todos los movimientos de nuestra vida, pues que, como dice el Apóstol: En él vivimos, nos movemos y existimos.

Igualmente, cuando el atardecer clausura la jornada debemos alabar al Señor con el salterio y cantar melodiosamente himnos a su gloria, a fin de que, consumado el combate de nuestras obras, merezcamos como los vencedores el descanso, y el olvido del sueño sea algo así como la palma debida a nuestras fatigas. A hacer esto, hermanos, no sólo nos impulsa la razón: nos lo aconsejan los mismos ejemplos. ¿No vemos, en efecto, cómo las diminutas avecillas, cuando la aurora abre las puertas a la claridad del día, se ponen a cantar armoniosamente en aquellas especie de celdas que son sus nidos, y lo hacen solícitamente antes de salir, como si quisieran acariciar a su Creador con la suavidad de su canto, al no poder hacerlo con las palabras?; ¿y cómo cada una de ellas, al no poder confesarlo, le rinde el homenaje de su canto, de suerte que parece dar gracias con mayor devoción la que más dulcemente canta? Y ¿no hacen otro tanto al final de la jornada?

LUNES XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 2, 1-3, 6

La desgracia de Tobit, el hombre justo

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Opúsculo sobre el consuelo de la muerte (Sermón 1, 5-7: PG 56, 297-298)

Jesús es vida incluso para los que abandonan este mundo

El mismo Señor que es incapaz de mentir, clama: Yo soy —dice— la resurrección y la vida: el,que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. Bien clara es, hermanos carísimos, la voz divina: el que cree en Cristo y guarda sus mandatos, aunque haya muerto, vivirá. Abriéndose a esta voz el bienaventurado apóstol Pablo y aferrándose a ella con toda la energía de la fe, enseñaba: No quiero, hermanos —dice—, que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis. ¡Oh admirable expresión la del Apóstol! En una sola palabra y ya antes de exponer la doctrina, da por sentada la resurrección. Pues llama «durmientes» a los que murieron, de modo que, al afirmar que duermen, da por segura su resurrección. Para que no os aflijáis —dice— por los difuntos como los hombres sin esperanza.

Que se aflijan los hombres sin esperanza; alegrémonos, en cambio, nosotros que somos hijos de la esperanza. Y cuál sea nuestra esperanza, lo recuerda el mismo Apóstol diciendo: Si creemos que Cristo ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él. Pues Jesús es para nosotros salvación mientras todavía vivimos en el mundo y, además, vida cuando lo abandonamos. Para mí —dice el Apóstol— la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Una ganancia realmente, ya que la muerte prematura nos ahorra las angustias y tribulaciones de una prolongada vida.

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Pero tal vez te preguntes: ¿Cómo serán los que resuciten de entre los muertos? Escucha a tu mismo Señor, que dice: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Pero ¿a qué evocar el resplandor del sol, cuando es preciso que los fieles se vayan transformando según el modelo de la claridad del mismo Cristo, el Señor? Lo atestigua el apóstol Pablo: Nosotros somos —dice— ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo, él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Se transformará indudablemente esta carne mortal según el modelo de la claridad de Cristo. Lo mortal se vestirá de inmortalidad, pues se siembra lo débil, resucita fuerte. En adelante, la carne no temerá la corrupción, no padecerá hambre, ni sed, ni enfermedad, ni adversidad. Pues una paz inalterable es también garantía de una firme seguridad de la vida. Pero muy distinta es la gloria de la vida celeste, donde se nos proporcionará un indefectible gozo.

Teniendo todo esto presente en su fina sensibilidad, decía el bienaventurado apóstol Pablo: Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. Y todavía decía abiertamente enseñando: Mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. ¿Qué es lo que hacemos nosotros, hombres de poca fe, que nos angustiamos y nos deprimimos cuando alguno de nuestros seres queridos parte para el Señor? ¿Qué es lo que hacemos nosotros, que preferimos peregrinar en este mundo, a ser conducidos a la presencia de Cristo?

Sí, toda nuestra vida no es en realidad más que una peregrinación, pues, al igual que los peregrinos de este mundo, no tenemos morada estable, trabajamos, sudamos, caminamos caminos difíciles, llenos de peligros. Y con todo y estar amenazados por tantos peligros, no sólo no deseamos ser nosotros mismos liberados, sino que nos lamentamos y lloramos como perdidos a los que ya han sido liberados. ¿Qué es lo que Dios nos ha dado por medio de su Unigénito, si todavía tenemos miedo a la causa de la muerte? ¿A qué gloriarnos de haber renacido del agua y del Espíritu, si la partida de este mundo nos contrista? En esto consiste la esencia de la fe cristiana: en esperar, después de la muerte, la verdadera vida; tras la salida, el retorno.

Dando, pues, acogida a las palabras del Apóstol, demos ya confiados gracias a Dios, que nos ha dado la victoria sobre la muerte por Cristo, nuestro Señor, a quien corresponde la gloria y el poder, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

MARTES XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 3, 7-25

La desgracia de Sara. Su oración

SEGUNDA LECTURA

San Germán de Constantinopla, Tratado [atribuido] sobre la contemplación de los bienes eclesiásticos (PG 98, 442-443)

Todos nosotros te glorificamos a ti, Dios nuestro, en medio de una profunda tranquilidad

Padre nuestro, que estás en los cielos. Realmente él es el Padre de todos nosotros y a todos nos conserva en el ser. ¿Le llamas Padre? Regula tu vida como el Hijo, de que seas grato y puedas complacer a ese Padre tuyo que está en los cielos. Porque, ¿quién

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mijitando a las órdenes del poderoso príncipe de este mundo y del mundo infernal, que ha adoptado como hijo, se atreverá, con sus malas obras, llamar Padre al Autor y al Señor de todo bien? Consta que este tal a quien llama Padre no es al Señor de los ejércitos, sino al adversario, cuyas obras realiza. Oh hombre, ¿llamas Padre a Dios? Muy bien dicho, pues es Padre y Autor de todos nosotros: pero date prisa en cumplir aquellos deberes que agraden a tu Padre. Si, por el contrario, tus obras son malas, es evidente que invocas al diablo como padre, pues él es el jefe de los malos. Por tanto huye inmediatamente de él, y trata de agradar a tu buen Padre y procreador tuyo.

Santificado sea tu nombre. El nombre es el del Hijo de Dios y que nosotros llevamos. El es Cristo y, nosotros, cristianos, y de su nombre hemos derivado nuestro apellido. Cierto, Dios es realmente santo: lo que pedimos es que su nombre sea santificado en nosotros, lo cual constituye nuestra propia tarea en perfecto acuerdo con la razón:haga santo y absolutamente puro nuestro cuerpo, para que sea hallado irreprochable el día del juicio. ¿Es que tal vez Dios no es santo? Evidentemente que lo es; pero tú oras: Santificado sea tu nombre en mí, para que los hombres vean mis buenas obras y te den gloria a ti, Padre y hacedor mío.

Venga a nosotros tu reino. El reino de Dios es el Espíritu Santo. Lo dice el mismo Señor: El reino de Dios está dentro de vosotros. En efecto, al Espíritu Santo, juntamente con el Padre y con el Hijo, le corresponde reinar, pues él santifica e ilumina a las potestades espirituales y angélicas, a los ejércitos celestiales y a todo hombre que viene al mundo y cree en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El es realmente Rey de la tierra, de todo lo visible e invisible. Pero así como una ciudad asediada por el enemigo pide refuerzos al rey, así también nosotros, asediados por los poderes adversos y por los pecados, recurrimos a Dios en busca de auxilio para que nos libere. ¿Lo llamas Rey? Conviértete en soldado espiritual, de forma que agrades al Rey que te ha enrolado en su ejército. Y ¿qué? ¿Es que Dios no es rey, dado que su reino está por venir? Ciertamente es un rey universal. Pero así como una ciudad asediada... (según el ejemplo antes alegado). Otra explicación: al decir el profeta: Dios reinó sobre las naciones, empleando el pretérito en lugar del futuro, por esta razón rezamos a grandes voces: Venga a nosotros tu reino, Señor, sobre nosotros que somos las naciones.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. La voluntad de Dios Padre es la economía de su Hijo. En el cielo, los ángeles viven en la concordia y en la común armonía: por eso, también nosotros buscamos vivir en un amor sincero. Todo cuanto quieres y persigues, se hace en el cielo: haz lo posible para que esto mismo se haga en la tierra. El sentido es éste: Señor, así como en el cielo se hace tu voluntad, y todos los ángeles viven en paz, y no hay entre ellos ni agredido ni agresor, no hay ni ofendido ni ofensor, no hay quien declare la guerra ni quien la sufra, sino que todos te glorifican en medio de una profunda tranquilidad, paralelamente hágase tu voluntad también entre nosotros los hombres que habitamos la tierra, para que todas las naciones, a una voz y con un solo corazón, te glorifiquemos a ti, hacedor y Padre de todos nosotros.

MIÉRCOLES XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 4, 1-6.16.20-23; 5, 1-14.21-22

Preparativos para el viaje de Tobías

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SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10,34: CSEL 33, 265-267)

Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman

¡Oh luz!, luz que Tobit veía cuando, ciegos los ojos de la carne, mostraba a su hijo el camino de la vida y lo precedía con el pie de la caridad, que jamás se equivoca; o la luz que veía Isaac cuando, con los ojos carnales cansados y velados por la vejez, mereció bendecir a sus hijos sin conocerlos y conocerlos al bendecirlos; o la que veía Jacob cuando, aquejado también él por sus muchos años casi no veía, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las generaciones del futuro pueblo, prefiguradas en sus hijos, e impuso sobre sus nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no en el sentido en que su padre desde fuera rectificaba, sino en el que él interiormente discernía.

Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman. En cambio, esta luz corporal —de que antes hablaba— sazona con una dulzura halagadora y peligrosa la vida de los ciegos amadores del mundo. Y cuando han aprendido a alabarte por ella, oh Dios, creador del universoso, la asumen en tu himno, sin ser asumidos por ella en su sueño: así quiero ser yo. Resisto a las seducciones de los ojos, para evitar que se me enreden los pies con los cuales avanzo por tus caminos, y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú saques mis pies de la red. Tú los sacas una y otra vez, pues caen en la red. Tú no cesas de sacarlos, mientras yo no ceso de enredarme en las acechanzas tendidas por todas partes, pues no dormirás ni reposarás, tú que eres el guardián de Israel.

¡Qué de cosas, realmente innumerables, elaboradas por los más variados artes y oficios: —en vestido, calzado, vasos y otros objetos por el estilo, también pinturas y una variada gama de objetos de cerámica, que van mucho más allá de la necesidad, de la conveniencia y de un discreto simbolismo— no han añadido los hombres a los naturales atractivos de los sentidos, perdiéndose exteriormente tras las obras de sus manos, abandonando interiormente al que los creó y destruyendo lo que son por creación! Yo, en cambio, Dios mío y gloria mía, también por esto te dedico un himno y ofrezco un sacrificio al que por mí se sacrifica, porque las bellezas que, a través del alma, plasman las manos del artista, tienen su origen en aquella Belleza que planea sobre las almas y por la cual, día y noche, suspira mi alma.

Ahora bien, los artistas y los seguidores de las bellezas exteriores toman la suprema belleza como criterio estético de sus obras, pero no por criterio moral de su uso. Y no obstante, esa norma está allí, pero no la ven: está allí para que no tengan que ir lejos en su busca y reserven para ti su fortaleza, sin necesidad de disiparla en tan enervantes como agotadoras pesquisas. Y yo mismo que digo y me doy cuenta de estas cosas, me enredo a veces en estas bellezas, pero tú me librarás, Señor, me librarás porquetengo ante tus ojos tu bondad. Pues yo me dejo cazar miserablemente, pero tú me librarás misericordiosamente: unas veces sin yo darme cuenta, pues apenas si estaba a punto de caer; otras con dolor, por haber caído completamente.

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JUEVES XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 6,1-22

El viaje de Tobías

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Sermón sobre la ascensión de Cristo (PG 46, 690-691)

Éste es el grupo que busca al Señor

¡Qué agradable compañero es el profeta David en todos los caminos de la vida humana! ¡Qué apropiado para todas las edades espirituales! ¡Qué cómodo resulta para cualquier grado o condición de las almas que avanzan por los caminos del espíritu! Juega con los que ante Dios son niños o muchachos; se asocia a los hombres maduros en el combate y la lucha; instruye a la juventud; sostiene a los ancianos. Se pone al servicio de todos: arma de los soldados, es entrenador de púgiles, palestra de los luchadores, corona de los vencedores; animador en los banquetes; en los funerales, consuelo de los que lloran.

En uno de estos salmos quiere que seas oveja llevada a pastar por Dios y goces de este modo de la abundancia de todos los bienes, teniendo a disposición hierba, pienso y agua refrescante. Este pastor modelo se te ofrece como alimento, tienda, camino, guía, todo, y oportunamente distribuye su gracia en cualquier necesidad. Con todo lo cual David enseña a la Iglesia que lo primero que debes hacer es convertirte en oveja del buen pastor, conducido a los pastos y a las fuentes de la divina doctrina mediante una buena catequesis de iniciación, para que seas sepultado por el bautismo con él en la muerte, sin que una muerte semejante tenga por qué darte miedo.

Esta, en realidad, no es la verdadera muerte, sino su sombra y su imagen. Pues aunque camine —dice— en las sombras de la muerte, nada temo a lo malo que pudiera ocurrirme, porque tú vas conmigo. Además, el cayado del espíritu consuela. Pues el Espíritu es el Consolador. A continuación, ofrece un místico banquete, aderezado en oposición a la mesa de los demonios, ya que mediante la idolatría los demonios atormentaron la vida de los hombres y a los demonios se opone la mesa del Espíritu. A este propósito, unge la cabeza con el óleo del espíritu, añadiendo el vino que alegra el corazón; infunde en el alma aquella sobria embriaguez y, apartando la mente de las cosas caducas e inestables, la conduce a las eternas. Realmente, el que está bajo los efectos de una tal embriaguez, permuta esta breve vida por la inmortalidad, y habita en la casa del Señor por años sin término.

Después de habernos obsequiado en uno de los salmos tan espléndidamente, en otro que le sigue inmediatamente levanta el ánimo a placeres todavía mayores y más perfectos, cuyo significado os voy a explicar, si os parece, en pocas palabras.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena. Oh hombre, ¿qué tiene, pues, de extraño que nuestro Dios haya aparecido en la tierra y haya vivido entre los hombres? El fue quien creó y fundó la tierra. Por tanto nada tiene de insólito ni de absurdo que el Señor venga a su propia casa. Porque no ha plantado su tienda en tierra extraña, sino en la que él mismo fabricó y dio consistencia, el que fundó la tierra sobre los mares e hizo que estuviera afianzada sobre las corrientes fluviales. Y ¿cuál fue la razón de su venida? No

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otra sino la de conducirte sobre el monte, liberado ya de la vorágine del pecado y triunfalmente sentado sobre la carroza del reino, es decir, sobre el cortejo de las virtudes.

En efecto, no te es lícito subir a aquel monte, si no te haces acompañar por el cortejo de las virtudes, fueras de manos inocentes, estuvieres exento de toda culpa; si, siendo limpio de corazón, apartares tu alma de toda vanidad y no engañares a tu prójimo dolosamente. La bendición será el premio de una tal ascensión; a éste, Dios le abrirá los tesoros de su misericordia. Este es el grupo que buscaal Señor, ascendiendo 'a lo alto por la escala de la virtud, del grupo que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

VIERNES XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 7,1.9-20;8,4-16

Boda de Tobías y Sara

SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 14 (CCL 122, 95-96)

El tiempo de las bodas es aquel en que, por el misterio de la encarnación, el Señor se unió a la Iglesia

El que nuestro Señor y Salvador, invitado a unas bodas, no sólo se dignara aceptar la invitación, sino que además hiciera allí un milagro para que continuase la alegría de los convidados, al margen del simbolismo de los celestes misterios, confirma incluso literalmente la fe de los que rectamente creen.

Efectivamente, si el tálamo inmaculado y unas bodas celebradas con la debida castidad implicasen culpabilidad, el Señor no habría acudido a ellas y menos habría querido consagrarlas con el primero de sus signos. Ahora bien, como quiera que la castidad conyugal es buena, la continencia vidual mejor, y óptima la perfección virginal, con el fin de dar su visto bueno a la libre elección de todos los estados, distinguiendo sin embargo el mérito de cada uno de ellos, se dignó nacer del inviolado seno de la virgen María, es bendecido poco después por las proféticas palabras de Ana, la viuda, y, ya joven, es invitado a la celebración de unas bodas, bodas que él honra con la exhibición de su poder.

Pero la alegría del celeste simbolismo va mucho más allá. En efecto, el Hijo de Dios, que había de obrar milagros en la tierra, acudió a unas bodas para enseñarnos que él en persona era aquel de quien bajo la figura del sol, había cantado el salmista: El sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino. Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo. Y él mismo, en cierto pasaje, dice de sí mismo y de sus fieles: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.

Y realmente, la encarnación de nuestro Salvador, ya desde el momento en que comenzó a ser prometida a los padres, ha sido siempre esperada entre las lágrimas y el luto de muchos santos, hasta su venida. Paralelamente, una vez que, después de la resurrección, hubo subido al cielo, toda la esperanza de los santos está pendiente de su retorno. Y sólo durante el tiempo en que vivió entre los hombres, no pudieron éstos llorar

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ni guardar luto, puesto que tenían ya con ellos, incluso corporalmente, al que espiritualmente amaron. Así pues, el esposo es Cristo, su esposa es la Iglesia, los hijos del esposo, o sea, de su unión nupcial, son cada uno de sus fieles; el tiempo de las bodas es aquel en que, por el misterio de la encarnación, el Señor se unió a su Iglesia.

No fue, pues, por casualidad, sino debido a un auténtico misterio, por lo que acudió a unas bodas en la tierra, celebradas a estilo humano, el que descendió del cielo a la tierra para desposarse con la Iglesia por amor espiritual: su tálamo fue el seno de su madre virginal, en el que Dios se unió a la naturaleza humana, y del cual salió como el esposo a desposarse con la Iglesia. El primer lugar donde se celebraron los festejos nupciales fue Judea, en donde elHijo de Dios se dignó hacerse hombre, donde quiso consagrar a la Iglesia con la participación de su cuerpo, donde la confirmó en la fe con el don de su Espíritu; pero cuando todos los pueblos fueron llamados a la fe, el gozo festivo de estas mismas bodas alcanzó hasta los límites del orbe de la tierra.

SÁBADO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 10, 8-11, 17

La vuelta a casa de Tobías

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 en la fiesta de Todos los Santos (2-3.6; Opera omnia, Edit. Cister. t. 5, 1968, 362-363.365)

Apresurémonos al encuentro de los que nos esperan

Otro tipo de santidad que, a lo que creo, ha de ser honrado de modo especial es el de los que vienen de la gran tribulación y han blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero: éstos, después de numerosos combates, triunfan ya coronados en el cielo, por haber competido según el reglamento. ¿Existe todavía un tercer género de santos? Sí, pero oculto. Porque hay santos que todavía militan, que todavía luchan; aún corren, sin haber logrado todavía el premio.

Quizá alguien me tache de temerario al llamar santos a estos tales; y sin embargo yo conozco a uno de éstos que no se avergonzó de decir a Dios: Protege mi vida, porque soy santo. Así también el Apóstol: confidente de los secretos divinos, dice más claramente: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio para ser santos. He aquí la diversidad de nombres con que es denominada la santidad: unos son llamados santos porque han conseguido ya la perfección de la santidad; a otros, en cambio, se les llama santos por la sola predestinación a la santidad.

Una santidad de este tipo sólo Dios la conoce; está oculta, y ocultamente en cierto modo es celebrada. A decir verdad, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo odia, y todo lo que el hombre tiene por delante resulta incierto. Celebremos, pues, a estos santos en el corazón de Dios, porque el Señor conoce a los suyos y sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. Celebrémosles también ante aquellos espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación; pues a nosotros se nos prohíbe alabar a un hombre mientras vive. Y ¿cómo podría ser segura la alabanza,

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cuando ni la misma vida es segura? El atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento, dice aquella celestial trompeta. Y escucha ahora las condiciones de la competición de boca del mismo Legislador: El que persevere hasta el final se salvará. No sabes quién va a perseverar, desconoces quién competirá conforme al reglamento, ignoras quién conseguirá la corona.

Alaba la virtud de aquellos cuya victoria es ya segura; ensalza con devotos cánticos a aquellos de cuyas coronas puedes con seguridad congratularte. Su recuerdo, cual otras tantas chispas, mejor dicho, como ardentísimas antorchas, enciende en las almas fervorosas un vivísimo deseo de verlos y abrazarlos.

Nos espera aquella asamblea de los primogénitos y nos despreocupamos de ella; nos desean los santos y no les hacemos ni caso; los justos nos esperan y nosotros conscientemente los ignoramos. Despertémonos, hermanos, de una vez; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, aspiremos a los bienes de arriba. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos al encuentro de los que nos esperan, anticipémonos con el deseo del alma a los que nos esperan.

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 2, 1-6; 3, 7; 4, 1-2.8-17

El pueblo en peligro, ora

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 6 sobre la oración (PG 64, 462-463.466)

La oración es luz del alma

El sumo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con él: y así como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con su inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha de corazón; que no esté limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolongue día y noche sin interrupción.

Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios, de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se conviertan en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos, apeteciendo la leche divina, como el niño que, llorando, llama a su madre; por la oración, el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible.

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Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediaria, alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos. Me estoy refiriendo a la oración de verdad, no a las simples palabras: la oración que es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina, de la que también dice el Apóstol: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.

El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma.

Cuando quieras reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con buenas obras, como con oro acrisolado, y embellécelo con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo del alma.

LUNES XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 5, 1-25

Ajior, amonita, dice en presencia de Holofernes la verdad acerca de Israel

SEGUNDA LECTURA

Orígenes. Comienza el Opúsculo sobre la oración (1-2: PG 11,415-418)

Esto es lo que hay que pedir en la oración

Las realidades que, por su absoluta elevación, exceden al hombre y superan ampliamente nuestra caduca naturaleza, y resultan imposibles de comprender a la especie racional y mortal, estas mismas realidades se hacen accesibles por voluntad de Dios y mediante la multiforme e inmensa gracia que él ha derramado en los hombres por Jesucristo, ministro para nosotros de la gracia infinita, y mediante la cooperación del Espíritu Santo. Y por cuanto le es imposible a la naturaleza adquirir la sabiduría, por la cual fueron creadas todas las cosas —pues, según David, Dios lo hizo todo con sabiduría—, lo imposible se hace posible gracias a nuestro Señor Jesucristo, al que Dios ha hecho para vosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

¿Quién se atreverá a negar que le es imposible al hombre investigar las realidades celestes? Y sin embargo, esto que de suyo es imposible lo convierte en posible la multiforme gracia de Dios: pues el que fue arrebatado hasta el tercer cielo, ése tal vez investigó las realidades celestes, pues que oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir. ¿Quien osará afirmar que el hombre puede conocer la mente del Señor? Y si nadie conoce lo íntimo de Dios sino tan sólo el Espíritu de Dios, resulta que al hombre le es imposible conocer lo íntimo de Dios. Cómo, no obstante, esto llegue a ser posible, escucha: Nosotros —dice— hemos recibido un Espíritu que no es del

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mundo, es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos. Cuando explicamos verdades espirituales a hombres de espíritu, no las exponemos en el lenguaje que enseña el saber humano, sino en el que enseña el Espíritu.

Una de las cosas imposibles, dada nuestra congénita debilidad, es, a mi modo de ver, todo intento de tratar de la oración de una manera competente y digna de Dios, clarificar y enseñar qué y cómo hemos de orar, qué es lo que en la oración hemos de decir a Dios, cuáles son los momentos más adecuados para dedicarlos a la oración a Dios y cuáles los más oportunos para la oración misma. Pues —como dice el Apóstol— nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.

Ahora bien, es necesario no sólo orar, sino además orar como conviene, y pedir lo que conviene. Pues aun cuando llegáramos a comprender lo que conviene pedir en la oración, ese conocimiento no sería suficiente si no añadiéramos a nuestra oración aquel como conviene. Y a la inversa, ¿de qué nos aprovecharía orar como conviene, si no supiéramos lo que nos conviene pedir?

De estos dos requisitos, el primero, es decir, pedir lo que conviene, pertenece al contenido de la oración; el segundo, pedir como conviene, atañe a la actitud del orante. Contenidos de la oración son, por ejemplo: Pedid cosas importantes, las secundarias se os darán por añadidura; pedid los bienes celestiales y los terrenales se os darán por añadidura; rezad por los que os calumnian; rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies; cuando recéis no uséis muchas palabras, y otras cosas por el estilo.

MARTES XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 6,1-7.10—7,1.4-5

Ajior, entregado a los israelitas

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (2: PG 11, 418-422)

Cómo hemos de orar

Y ¿cómo hemos de orar? Quiero —dice el Apóstol—que sean los hombres los que recen en cualquier lugar, alzando las manos limpias de ira y divisiones. Por lo que toca a las mujeres, que vayan convenientemente adornadas, compuestas con decencia y modestia, sin adornos de oro en el peinado, sin perlas ni vestidos suntuosos; adornadas con buenas obras, como corresponde a mujeres que se profesan piadosas.

Sobre el modo de orar es instructivo también el siguiente texto: Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Pues ¿qué mejor ofrenda puede poner en el altar de Dios la naturaleza racional que el suave aroma de la plegaria presentada por un alma que no es consciente del desagradable olor de pecado personal alguno? Conociendo Pablo estos testimonios y muchos más que pudo espigar en la ley, en los profetas y en la

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plenitud evangélica y explicarlos uno por uno con variedad y abundancia; viendo después de todo cuán lejos estaba de saber qué hemos de pedir en la oración, dijo, y no sólo por modestia, sino con toda verdad: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Pero señala a continuación cómo puede subsanar este defecto quien, consciente de su ignorancia, trata no obstante de hacerse digno de ver cancelada esta deficiencia. Dice, en efecto: Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. El que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

Ahora bien, el Espíritu que en el corazón de los bienaventurados grita: ¡Abba! (Padre), sabiendo muy bien que los gemidos lanzados por quienes cayeron o se hicieron reos de transgresión, lejos de mejorarla, agravan su situación, intercede ante Dios con gemidos inefables, haciendo suyos nuestros gemidos en su infinita bondad y misericordia. Y viendo, en su sabiduría, que nuestra alma se hunde en el polvo y está encarcelada en nuestra condición humilde, intercede ante Dios con gemidos, pero no con unos gemidos cualquiera, sino con unos gemidos inefables, es decir, afines a aquellas palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir.

Pero este Espíritu, no contento con interceder, intensifica y renueva con insistencia su oración, en favor de aquellos que —es mi opinión— salen vencedores. De estos tales era san Pablo cuando decía: Pero en todo esto vencemos fácilmente. Pero es probable que el Espíritu ore simplemente por aquellos que no dan la talla como para vencer fácilmente, pero tampoco para ser vencidos, sino que sencillamente vencen.

Además, el texto: Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, es similar a aquel: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la inteligencia; quiero cantar llevado del Espíritu, pero cantar también con la inteligencia. En realidad, nuestra inteligencia es incapaz de rezar, si previamente y casi oyéndole ella, no ora el Espíritu; como tampoco puede cantar y alabar al Padre en Cristo con un cántico melodioso y rítmico y una voz armoniosa, si el Espíritu que todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios no se anticipa a alabar y a celebrar a aquel cuya profundidad penetra y comprende como sólo él puede hacerlo.

MIÉRCOLES XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 8,1a.9b-14.28-32; 9,1-6. 14. 19

Judit se preocupa por la suerte de su pueblo

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (2.5: PG 11, 422-423. 430-434)

Dios lo sabe todo antes de que suceda

Según creo, fue uno de los discípulos de Jesús quien, consciente de cuán lejos está la debilidad humana del recto modo de orar, opinión que vio enormemente reforzada al escuchar las doctas y sublimes palabras pronunciadas por el Salvador en su oración al Padre, dijo, una vez que el Señor hubo terminado su oración: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.

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Pero, ¿cómo es posible que un hombre educado en la disciplina de la ley, oyente consagrado del mensaje de los profetas, cliente asiduo de las sinagogas no supiera orar de alguna manera hasta que vio rezar al Señor en cierto lugar? Y ¿qué es lo que el mismo Juan enseñaba sobre la oración a sus discípulos cuando, procedentes de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, acudían a él a que los bautizara? A no ser que pensemos que al ser él más que profeta, había tenido ciertas intuiciones acerca de la oración, que él probablemente transmitía en secreto a los que se lepresentaban antes del bautismo para ser instruidos y no a todos los que acudían a ser bautizados.

Algunas de estas oraciones, realmente espirituales por rezarlas el Espíritu en el corazón de los santos, están redactadas con una densa, recóndita y admirable doctrina.

Tenemos, por una parte, la oración de Ana en el primer libro de Samuel: ésta, mientras rezaba y rezaba hablando para sí, no necesitaba de texto escrito. En cambio, en el libro de los Salmos, el salmo ochenta y nueve es la oración de Moisés, el hombre de Dios, y el ciento uno, la oración del afligido que, en su angustia, derrama su llanto ante el Señor. Estas oraciones, al ser realmente compuestas y formuladas por el Espíritu, están también llenas de preceptos de la divina Sabiduría, de suerte que de las promesas que en ellas se hacen, puede decirse: ¿Quién será el sabio que comprenda, el prudente que lo entienda?

Siendo, pues, tan difícil disertar sobre la oración, tanto que necesitamos que el Padre nos ilumine, que el Verbo primogénito nos adoctrine y que el Espíritu coopere con nosotros, para poder entender y decir algo digno de tan sublime argumento, yo ruego como hombre, repito, ruego que se me conceda su ubérrimo y espiritual conocimiento y me abra la explicación de las oraciones recogidas en los evangelios.

Pero, ¿qué necesidad hay de elevar oraciones a aquel que antes de que recemos conoce ya lo que necesitamos? Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis. En efecto, es justo que quien es Padre y Creador del universo, que ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha hecho, proporcione saludablemente a cada cual lo que le conviene, aunque no se lo pidan, comportándose como un padre que, al educar a sus niños, no espera a que se lo pidan, pues o bien son absolutamente incapaces de hacerlo, o debido a su inexperiencia muchas veces desean tener cosas contrarias a su propia utilidad o inoportunas. Y nosotros los hombres distamos más del modo de pensar de Dios que cualquier niño del pensamiento de sus padres. Y es de creer que Dios no se limita a prever las cosas futuras, sino también a predeterminarlas, y nada puede acaecer al margen de lo previamente ordenado por él.

Voy a transcribir aquí las mismas palabras que escribiste en la carta que me enviaste: «Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil. Si todo sucede según la voluntad de Dios y sus determinaciones son irrevocables, ni puede cambiarse nada de lo que él quiere, la oración es vana».

Pienso que es útil plantear de entrada estas dificultades, que nos ayudarán a resolver las objeciones que hacen al hombre más indolente de cara a la oración.

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JUEVES XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 10, 1-5.11-16; 11, 1-6.18-21

Judit se presenta a Holofernes

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (6: PG 11, 438)

Dios preordena todas las cosas

«Si Dios conoce de antemano el futuro y éste no puede no llegar a existir, la oración es inútil». Pero es que aun en la hipótesis de que Dios no conociera el futuro, no por eso dejaríamos de ejecutarlo ni de desearlo; lo que les ocurre a las cosas en función de la presciencia divina es que todo aquello que depende de nuestra libertad es útilmente ordenado al gobierno del universo y a la armónica disposición de lo creado. De donde se deduce que si Dios conoce previamente todo lo que cae bajo el dominio de nuestro libre albedrío, es lógico que cada cosa sea ordenada por la providencia según una auténtica escala de valores. Y el contenido de la oración de una persona, sus disposiciones, lo que cree y lo que desea obtener, serán conocidos de antemano, y una vez preconocidos, serán integrados en el orden de la providencia. Es como si dijera: a este orante que ha rezado con insistencia, lo escucharé en razón de su misma oración; en cambio, a este otro no lo escucharé o porque no es digno de ser escuchado, o porque me va a pedir lo que a él no le sería conveniente recibir o no sería decoroso que yo se lo concediera.

O también: a éste no le escucharé, por ejemplo, a causa de su misma oración; lo escucharé por él mismo. Que si alguno se siente turbado por el hecho de que al ser infalible la presciencia que Dios tiene de las cosas futuras, parece imponerse a las mismas una especie de necesidad, a este tal hay que responderle que Dios conoce esto mismonecesariamente, esto es, que aquel hombre no quiere ni necesaria ni firmemente lo mejor, o,que de tal modo va a querer lo peor, que será incapaz en el futuro de un cambio en mejor.

E inversamente —dice Dios—: cuando aquel otro me pida algo se lo concederé, por ser digno de mí, dado que él no rezará indignamente, ni se conducirá negligentemente en la oración. A este tal, apenas haya comenzado a orar, le concederé lo que solicita y mucho más sin comparación de lo que pide o concibe: es conveniente que yo le venza en generosidad y le conceda mucho más de lo que es capaz de pedir. Y puesto que va a continuar siendo así, le enviaré un ángel custodio, que desde ese preciso momento comience a colaborar en su salvación y lo asista siempre; en cambio, aquel otro que va a ser mejor que éste, le enviaré un ángel más digno.

A un tercero que, tras haberse consagrado a una doctrina por demás elevada, acabará por rajarse y recurrir a concepciones terrenas, le retiraré aquel magnífico colaborador: retirado el cual, según su merecido, inmediatamente un poder maligno tomará el relevo, que a la primera ocasión que se le presente para tender insidias a tu tibieza, la aprovechará en seguida induciéndole al pecado, al haberse él mismo mostrado pronto a pecar.

Esta es más o menos la forma en que se expresará —es de creer— aquel que todo lo preordena.

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VIERNES XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 12, 1—13, 6

El banquete de Holofernes

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (7-8: PG 11, 439-442)

Sobre la oración asidua

Respecto a las objeciones que se aducen contra la oración hecha para obtener que salga el sol, hay que decir lo que sigue. Ya hemos explicado cómo Dios se sirve del libre albedrío de cuantos vivimos en la tierra y cómo oportunamente lo ordena hacia determinadas utilidades de las realidades terrenas. Pues de idéntica manera hemos de admitir que, sirviéndose de las leyes necesarias, firmes y estables, que sabiamente rigen el curso del sol, de la luna y de las estrellas, haya Dios ordenado el ornato del cielo y las órbitas astrales teniendo en cuenta la utilidad del universo. Ahora bien, si no es inútil mi oración elevada por lo que depende de nuestro albedrío, mucho menos lo será por lo que depende del albedrío de aquellos cuerpos celestes, cuyo curso normal cede en utilidad de todas las cosas.

Por lo demás, no está fuera de propósito servirse de este ejemplo para incitar a los hombres a que recen y ponerlos en guardia contra la negligencia en la oración. No es necesario hablar mucho, ni pedir fruslerías, ni solicitar bienes terrenos, ni hay que acceder a la oración con un corazón irritado o con la perturbación en el alma. Como tampoco es imaginable que alguien pueda vacar a la oración sin la pureza de corazón, ni es posible que en la oración consiga el perdón de los pecados si antes no perdonare de corazón al hermano que le pide perdón por las injurias que le ha inferido.

Ahora bien, pienso que la ayuda que Dios promete al que ora como es debido o procura conseguirlo en la medida de sus fuerzas, puede venirle por varios cauces. Y en primer lugar, será de grandísimo provecho que, al recogerse para rezar, lo haga con la disposición de quien se coloca delante de Dios y habla con él, consciente de que le está presente y lo mira.

Y así como ciertas imágenes sensibles, refrescadas en la memoria, turban los pensamientos a que ellas dan origen, cuando la mente reflexiona sobre las mismas, así también hemos de creer en la utilidad del recuerdo de Dios que está presente y que sorprende todos los movimientos del alma, hasta los más recónditos, cuando ella se dispone a agradar como presente, como inspector, como escudriñador de todo espíritu, a aquel que penetra el corazón y sondea las entrañas. Y aun en el supuesto de que quien de tal modo se prepara a la oración no hubiera de reportar ninguna otra utilidad, no sería pequeña ventaja para el alma el permanecer en semejante disposición durante todo el tiempo de la oración. Los que asiduamente se entregan a la oración saben por experiencia hasta qué punto libra delpecado y cómo estimula a la virtud esta frecuente dedicación a la oración.

En efecto, si el recuerdo y la evocación de un hombre cuerdo y sabio nos estimula a imitarlo y muchas veces refrena nuestras malas inclinaciones, ¡cuánto más el recuerdo

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de Dios, Padre de todos, que implica la oración, no ayudará a quienes abrigan la persuasión de estar delante y hablar con Dios que les está presente y les escucha!

SÁBADO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Judit 13, 6-31

Muerte de Holofernes y acción de gracias

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Opúsculo sobre la oración (9-10: PG 11, 442-446)

Sobre la oración pura

Lo que acabamos de decir, hay que demostrarlo con el testimonio de las divinas Escrituras, por este orden: El que ora ha de alzar las manos puras, perdonando a todos las injurias recibidas, rechazando de su alma de tal forma cualquier perturbación, que a nadie guarde resentimiento. Más aún: para que ningún pensamiento extraño distraiga su mente es necesario que durante la oración olvide todo cuanto no dice relación con la oración. ¿Quién podrá dudar de que este estado de ánimo es el mejor, tal como enseña san Pablo en su primera carta a Timoteo, diciendo: Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones?

En efecto, cuando los ojos de la mente están tan elevados que ya no se fijan en las realidades terrenas ni se recrean en la contemplación de cosas materiales, planean a tales alturas que pueden permitirse despreciar todo lo corruptible y dedicarse exclusivamente al Uno, de modo que no piensan más que en Dios, a quien hablan reverente y humildemente en la seguridad de ser escuchados. ¿Cómo tales ojos no van a progresar enormemente, si con la cara descubierta, reflejan la gloria del Señor y se van transformando en su imagen con resplandor creciente? Ahora bien, ¿cómo es posible que el alma, segregada del cuerpo y elevada en seguimiento del Espíritu, y que no sólo va en pos del Espíritu, sino que es transformada en él, no se convierta en espiritual, depuesta la naturaleza animal?

Y si ya es una gran cosa el olvido de las ofensas, hasta el punto de que en él, como en un compendio, se contiene toda la ley, según lo que dice el profeta Jeremías: No fue ésta la orden que di a vuestros padres cuando los saqué de Egipto, sino que les ordené: Que nadie entre vosotros recuerde allá en su corazón la injuria que recibió de su prójimo; cuando nos acercamos a la oración olvidando las ofensas, observamos el precepto del Salvador, que dice: Cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros; está claro que cuando nos ponemos a orar con tales disposiciones, hemos ya obtenido un magnífico resultado.

Cuanto antecede, lo hemos dicho en la hipótesis de que de la oración no sacáramos ningún otro provecho: sería ya un óptimo resultado si llegáremos a comprender cómo hemos de orar y lo pusiéramos por obra. Es evidente que quien así ora, mientras todavía está hablando, fijos los ojos en el poder del que le escucha, oirá aquello: Aquí estoy, siempre que antes de la oración se haya liberado de toda ansiedad con respecto a la providencia. Es lo que significan aquellas palabras: Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia. Pues quien se contenta con cuanto sucede, está

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libre de toda atadura y jamás extenderá su mano contra Dios, el cual dispone todo lo que quiere para probamos; más aún, no se le ocurrirá siquiera murmurar allá en lo íntimo de su corazón y menos en un lenguaje audible a los hombres. Parece como si los que no se atreven a maldecir la providencia de viva voz o con toda el alma por las cosas que ocurren, pretendieran ocultar al Señor del universo lo que de mala gana soportan, imitando a los malos siervos, que no se atreven a desobedecer abiertamente las órdenes de sus amos.