octave mirbeau, « léon bloy »
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8/14/2019 Octave Mirbeau, Lon Bloy
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OCTAVE M I R B E A U
LON BLOY
Voy al encuentro de mis pensamientos exiliados, en una gran columna de silencio.Lon Bloy.
Recientemente, en una elegante reunin de literatos, se hablaba de
Lon Bloy y de su ltimo libro, La mujer pobre, en torno al cual la cobarda
de algunos, el rencor de otros y la incomprensin de la mayora crean una
vasta zona de soledad y de silencio, como en torno a la casa en queagoniza un apestado. En aquella reunin slo haba celebrrimos
personajes, feministas reblandecidos y embrollados psiclogos, con el
cuello aprisionado en una corbata de tres vueltas, con las flores de todas
las legiones de honor en el ojal y que hacen tiradas de diez mil
ejemplares por lo menos de pequeas historias tristemente cochinas
con las que se exalta el alma de las criadas, las nicas que hoy en da se
atreven a afrontar el inafrontable y gris aburrimiento de lo moderno.
Huelga decir que llovieron los palos sobre Lon Bloy. Le achacaron
todas las bajezas, lo cubrieron con todos los oprobios. Alguien que hubieseentrado all sin estar preparado habra pensado de inmediato que se
trataba de un criminal, inventor de una nueva atrocidad. Evidentemente,
si, en vez de ser culpable de un libro bello y doloroso, Lon Bloy hubiese
dado bastonazos a las mujeres en el Bazar de la Caridad, si hubiese
violado tumbas y cortado niitos en pedazos, se habra hablado de l con
ms indulgencia y menos indignacin. Le reprocharon su ingratitud, su
orgullo, su irremisible pobreza. Algunos, abusando de la literatura y la
psicologa, llegaron a negarle toda clase de talento y toda clase de estilo.El colmo de la comicidad se alcanz cuando se oy cmo una especie de
peluquero de las letras, que chapotea en sus frases como un abejorro
cado en un pote de pomada lquida, lo aplastaba de un solo golpe
invocando a Pascal. Finalmente, todos y cada uno se pusieron con gusto a
despertar las viejas leyendas con las que antao se crucific al autor del
Desesperado y que parecan dormir en el polvo de las salas de redaccin.
No dar los nombres de estas buenas personas puesto que, si bien todas
ellas son ilustres, en realidad carecen de nombre o tienen el mismo
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nombre monosilbico y falto de gracia que ustedes ya conocen y que
equivale a no tener ninguno.
Un joven que no vesta de esmoquin, que no llevaba ninguna
condecoracin, ni siquiera la de la reina de Rumania, y que an no haba
abierto la boca, declar : Seores, ustedes son muy severos con un hombre al que Barbey
dAurevilly quiso y estim.
Pero este nombre, dAurevilly, son en ese ambiente como algo ya
lejano. Se vio cmo una sonrisa, un tanto despectiva, pasaba por los labios
de aquellos ilustres personajes. Y eso fue todo lo que produjo el recuerdo
de aquella gran alma solitaria y regia.
Yo tambin, como aquel joven, tendr presente a dAurevilly al
hablar de este rprobo, Lon Bloy.
* * *
El caso de Lon Bloy es realmente nico en lo que se conviene en
llamar literatura.
Estamos en presencia de un hombre de un raro poder verbal, el escritor
ms suntuoso de nuestro tiempo, cuyos libros alcanzan, a veces, la belleza
de la Biblia. No busquemos ni en Chateaubriand, ni en Barbey dAurevilly,
ni en Flaubert, ni en Villiers de lIsle-Adam, una prosa ms arquitectnica,de forma ms rica, modelada de modo ms hbil y elegante. En algunas
pginas del Desesperado, ms all de antipticas violencias y de
maldiciones desproporcionadas, Bloy se elev hasta casi alcanzar las ms
altas cimas del pensamiento humano. Para pintar seres y cosas a menudo
encontr sorprendentes, fulgurantes imgenes que los iluminan profunda
y definitivamente. Qu trazos imborrables emple para dibujar al glorioso
X... y sus despertares de esclavo liberto ! Hablando de un mal hombre,
triste e indigno, cobarde en reposo, escribe: Sin embargo cuando haba
bebido unos vasos de ajenjo, sus pmulos llameaban, en lo alto de su
cara, como dos acantilados en una noche de mar embravecido... Le hace
decir a una pobre muchacha: Mi vida es un campo en el que siempre est
lloviendo... La misma, dbil y enferma, cuenta cmo golpe, casi hasta
matarlo, a un hombre que la quera violar: Al golpear al seor Chapuis
cre que me creca un roble en el corazn... Cito de memoria y al azar de
los recuerdos. En los libros de Lon Bloy abundan estas cosas... Algunas
de ellas son incomparablemente grandes y nobles. Brotan en cada pgina,
bajo su pluma, de la manera ms natural y sin esfuerzo. Bloy vive en
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permanente estado de magnificencia. Lase, en La mujer pobre, esta
invocacin que encuentro, sin buscarla, al abrir el libro :
Yo soy tu padre Abraham, oh Lzaro, mi querido hijo muerto, hijito mo, al que acuno en
mi Seno hasta la Resurreccin bienaventurada. Ah lo tienes, ese gran Caos que hay entre nosotros yel cruel rico. Es el abismo infranqueable de los malentendidos, de las ilusiones, de las ignorancias
invencibles. Nadie sabe su propio nombre, nadie conoce su propio rostro. Todos los rostros y todos
los corazones estn obnubilados, como la frente del parricida, bajo la impenetrable trama de las
combinaciones de la Penitencia. Ignoramos por quin sufrimos e ignoramos por qu nos colma la
delicia. El despiadado cuyas migajas deseabas y que ahora implora la gota de Agua de la punta de tu
dedo slo poda percibir su indigencia a la luz de las llamas de su tormento; pero hizo falta que yo te
tomase de entre las manos de los ngeles para que tu riqueza te fuese revelada en el espejo eterno de
esa faz de fuego. Las delicias permanentes que ese maldito daba por descontadas no cesarn, en
efecto, y tu miseria tampoco tendr fin. Slo que, una vez restablecido el Orden, habis cambiado de
lugar. Porque haba entre vosotros dos una afinidad tan oculta, tan perfectamente desconocida, queslo el Espritu Santo, visitante de los huesos de los muertos, tena el poder de hacerla resplandecer
as, en la interminable confrontacin !...
Sigue siendo magnfico hasta en el frenes del insulto; de s mismo
puede decir que es un joyero de maldiciones. Engasta oro en los
excrementos; monta en metales preciosos, preciosamente labrados, la
perla negra de la baba. Cuando alcanza este punto de orfebrera y de
cinselado, el excremento mismo se convierte en joya. Nadie tiene ya
derecho a sentir su olor original y todos pueden embadurnarse con l lacara sin vergenza.
Sea como sea, si quienes estn encargados de educarnos tuviesen
conciencia de lo que es la belleza, si comprendiesen la responsibilidad que
les exige su misin propagadora, hace mucho tiempo ya que habran
elegido fragmentos de las obras de este admirable escritor para hacer de
ellos modelos de elocuencia. En ninguna otra parte los hay que sean ms
impecables y ms soberbios.
Tal es el hombre. Pues bien, entre los miles y miles de escribidorescuyas obras atestan los anaqueles de las libreras y los compartimientos
iba a decir los stanos (4) de las seseras burguesas, Lon Bloy es acaso
el nico el nico, oyen bien a quien le est prohibido vivir de su oficio.
No slo no puede vivir de l sino que el milagro es que ste no lo haya
matado. A otros, ay, que estaban junto a l y a quienes l amaba, s que
los mat. Conoci, entre sus brazos, la agona de un pobre nio al que se
le neg que su talentossimo padre fuese lo bastante rico como para
comprar los dos cntimos de leche pura que necesitaba su vida inocente y
frgil.
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Lean La mujer pobre. Es un libro del que les dirn, quizs, que est
mal construido, que carece de unidad, de composicin, de psicologa
humana. Quizs sea cierto, pero, de todas formas, lanlo, porque est
lleno de cosas inigualables. Y adems, bajo el chaparrn de invectivas y
vociferaciones, bajo los grandes estallidos de un orgullo intolerable,convengo en ello, tambin oirn sangrar un corazn en este libro doloroso
en que cada lnea es como el bufido, el grito de rebelin, y la aceptacin
de esa subida al Calvario que fue, hasta ahora, la vida de Len Bloy.
Ya s que todo el mundo sostendr que es l mismo el que se ha
construido esta vida. Con sus propias manos forj su miseria. Con su
intransigencia, con su orgullo, con su fiebre de exterminio, abri entre l y
los dems un espacio infranqueable que nadie ha osado atravesar, ya que
acaso no exista nadie a quien sus invectivas no hayan alcanzado y
marcado en la cara. Tan excesiva ha hecho su situacin que aquellos que
intentasen defenderlo y reconocer pblicamente los dones superiores, los
dones nicos que le confieren un tan excepcional temperamento de
escritor, quedaran envueltos en el mismo odio que l. Todos callan, unos
por rencor, otros por no parecer cmplices de sus desprecios, de sus
rechazos, de sus excomuniones. Hay mucho de cobarda en este silencio,
de acuerdo; pero hay tambin otra cosa, que agrava ms an el
malentendido, y es que Lon Bloy no es alguien de nuestro tiempo; se
encuentra perdido en este siglo que hace odos sordos a la palabraardiente de sus viejos profetas, a los anatemas de los viejos monjes, o que
se re de ellos como si se tratase de una broma, si por casualidad los
escucha. A menudo me lo imagino como un Juan Bautista que se va a
cruzar los desiertos, con la boca llena de imprecaciones, o como algn
monje que, de lo alto del plpito, en una iglesia de la Edad Media, prodiga
anatemas y maldiciones...
La gendarmera nacional se opone a los apostolados errantes: llama
a eso vagabundeo. Como ya no hay desiertos, Len Bloy encontr un
pozo. l mismo cav la fosa con sus manos; cav en su cuerpo lceras
litrgicas, cerc su fosa con culos de botella, con clavos, con excrementos
declamatorios para volverla inaccesible, para estar ms desnudo, para
estar ms slo con su humildad santa y su santo orgullo, ms solo con
Dios. Desde esa fosa arroja sobre los transentes bostas de luz y de
eternidad, odios de oro, el verbo ms salvaje y ms magnfico, pesado y
penetrante como la lava y el aerolito.
El peor sadismo, para los mrtires, es el de tener aspecto de
verdugos: Lon Bloy lo ha logrado.
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Confesor de la Pobreza, de la Muerte, de la Fe, portero intratable de
la Puerta de la Vida, tal es el hombre al que he tratado de admirar esta
tarde.
Le Journal, 13 de junio de 1897
Traduccin de Carlos Cmara y Miguel Angel Frontn