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ARTE GUILLOTINA Obra gráfica contra la monarquía 2019 Carlos Tena Cuco Suárez Daniela Ortiz Democracia Diana Larrea Domènec Dos Jotas En Contingencia Eugenio Merino Francesc Vidal Francisco Papas Fritas Franko B José Melguizo Juan Caloca LoQueSomos María Adela Díaz María Cañas Nicolás Monti Noaz Noe Acedo Pablo Peralta Pejo Regina José Galindo Santiago Sierra Todo por la Praxis Txuspo Poyo Vota al Poder Yepes García EXPOSICIÓN

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Page 1: Obra gráfica contra la monarquía 2019...La cateta y acérrima inercia veteroimperial lleva a España a sostener una visión heroica y legendaria del “descubrimiento, conquista

SANTIAGO SIERRA.

ARTEGUILLOTINAObra gráfica contra la monarquía

2019Carlos Tena

Cuco SuárezDaniela OrtizDemocracia

Diana LarreaDomènec

Dos JotasEn ContingenciaEugenio MerinoFrancesc Vidal

Francisco Papas FritasFranko B

José MelguizoJuan Caloca

LoQueSomosMaría Adela DíazMaría CañasNicolás MontiNoazNoe AcedoPablo PeraltaPejoRegina José GalindoSantiago SierraTodo por la PraxisTxuspo PoyoVota al PoderYepes García

expOsición

Page 2: Obra gráfica contra la monarquía 2019...La cateta y acérrima inercia veteroimperial lleva a España a sostener una visión heroica y legendaria del “descubrimiento, conquista

ARTEGUILLOTINADefender racionalmente la idea de Monarquía y hacerla compatible con la de Democracia es algo muy difícil, en términos teóricos, en cualquier país. En términos más concretos, en España es sencillamente imposible.

Cuesta defender que cualquier organización social esté encabezada por alguien no elegido democráticamente, sino fruto de una carrera de espermatozoides, a veces de dudosos orígenes. ¿A quién puede interesar ese modelo tan anacrónico? Solo a aquellos que vean en él la mejor forma de defender sus nada anacrónicos intereses y privilegios. En general, es una forma de bloquear la entrada del pueblo como soberano máximo en la política de un país; es decirle: “Cuidado, por encima de vosotros, está el Estado y, en la cúpula del Estado, una figura: el rey, heredero de una ancestral estirpe de nobles ele-gidos por la Historia”. Claro, si ya lo ha elegido la Historia, qué vamos a elegir nosotros. Si hay alguien por encima, los de abajo saben que están abajo. La mentalidad del vasallo, del resignado o del sumiso se alimenta de formas sutiles. Hacerle saber el sitio que ocupa es una de ellas.

La cateta y acérrima inercia veteroimperial lleva a España a sostener una visión heroica y legendaria del “descubrimiento, conquista y evangelización” de América, negadora de la realidad cruel y genocida de aquellos hechos. Los artistas del otro lado del océano, como voces y parte de sus pueblos que son, la tienen bien presente, y de ello dejan constancia en esta exposición.

También alimentan nuestros propagandistas cortesanos la idea de que la mayoría de ciudadanos no estamos capacita-dos para tomar decisiones democráticamente sin darnos de hostias, como niños salvajes. De ahí la concepción española del rey como “poli de guardería”, tan traída de la mano por una de las creaciones patrias más sui generis: la de los republi-canos monárquicos.

Franco fue el que decidió que SU España debería ser un Reino y, a título de rey, designó al emérito, quien, fiel a su borbo-nidad, se mostró amante del puterío, del dinero corrupto y la vida regalada. Cuarenta y cuatro años después, seguimos borbonizados.

Ahora toca desborbonizar. Nos toca ser protagonistas soberanos de nuestra vida personal y colectiva, sin reyes ni tutelas. Con la inteligencia, el arte, la solidaridad, la igualdad y la libertad como brújulas compartidas.

De ahí esta exposición que nace con voluntad de crecer, rupturista y viajera.

Colectivos de Madrid pro Referéndum Monarquía o República1

Loquesomos.orgMadrileños por el Derecho a DecidirMujeres por la República

1 Arganzuela, Carabanchel, Centro, Latina, San Fermín-Orcasitas, Tetuán.

© El Garaje Ediciones & Pablo España, coordinadorMadrid, septiembre 2019

Diseño y maquetación: Alejandro Pacheco

El Garaje Ediciones, S.L.C/ Cacereños 54, local 428021 MadridTfno.: 91 798 69 [email protected]

ISBN: 978-84-949265-6-3Depósito Legal: M-28233-2019

Imprime: Estudios Gráficos Europeos S.A. (EGESA)

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La Constitución española de 1978 arranca con una grave in-coherencia que hace inviable su interpretación orgánica. En su artículo 1 define a España como un estado democrático cuya soberanía reside en el pueblo, para señalar a continua-ción que su forma política es una monarquía, por más que parlamentaria. En términos lógicos esto supone afirmar de manera axiomática principios contradictorios en un mismo texto que pretende ser constituyente. Es decir todas las demás leyes orgánicas y derivadas deben ajustarse a los fundamentos constitucionales, y ninguna nueva norma ju-rídica que apruebe el parlamento puede entrar en conflicto con ellos.

La carta robada

La palabra monarquía indica que la soberanía, la fuente del poder político, reside en una sola persona, mientras que en las democracias emana del pueblo de una forma u otra. La teoría política ha cambiado poco respecto a la clasifica-ción de las formas de poder establecida por los filósofos clásicos, quienes distinguían entre el gobierno de uno (mo-narquía), el gobierno de una clase, ya fuese de sabios o de militares (aristocracia), o el gobierno de todos (democra-cia), o al menos de todos aquellos a los que se reconocía la condición de ciudadanía. Estas tipologías tenían carác-ter excluyente a la hora de aplicarse a la organización del estado, y en particular monarquía y democracia ocupaban los extremos más alejados de la nomenclatura: la monar-quía se justifica en todos los casos mediante recurso a un principio trascendente, sea de orden teológico o identitario, mientras que las democracias lo hacen en base a princi-pios inmanentes, materialistas o pragmáticos pero básica-mente seculares. Las monarquías parlamentarias europeas modernas son un injerto, una criatura monstruosa nacida de especies que se odian cuyo único propósito es limitar y controlar despóticamente el sano ejercicio de los derechos democráticos.

No es la única contradicción en nuestra carta magna refe-rida a la Corona. Según su artículo 14 “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o so-cial”, pero el 56 establece que “la persona del Rey es in-violable y no está sujeta a responsabilidad”. De donde se seguiría que el rey no sería español, o acaso no sería huma-no, como aseguraban los Sex Pistols de la reina Isabel II o como afirman algunos conspiracionistas.

Está claro que este principio de igualdad inherente a la de-mocracia no puede darse en un estado monárquico, siquie-ra sea por la banalidad de que ningún ciudadano puede ac-ceder a la jefatura del estado, sea cual sea su capacidad o el apoyo social que concite, si no es el poseedor de los derechos dinásticos. Y estos derechos no son una cues-tión simplemente genética. Las monarquías modernas ya no se justifican en razón de un mandato divino, pero siguen siendo resultado de un derecho de conquista militar en la mayoría de los casos. Es decir, se implantan mediante la violencia, se sostienen mediante el uso intimidatorio de la fuerza y no suelen caer sino violentamente.

Los fantasmas

Lo mínimo que cabe pedir a nuestras normas fundamen-tales es consecuencia, subordinación estricta a los princi-

pios de la geometría. Si no, dejan de ser un cimiento social sólido y se convierten en un catálogo de postulados donde elegir según nuestros intereses discursivos: unidad o plura-lidad nacional, primacía de la propiedad privada o de los de-rechos humanos, división de poderes o subordinación del poder judicial al ejecutivo, reconocimiento de la condición de ciudadano o de súbdito, etc. Por eso hay artículos cuya presencia en la Constitución es papel mojado, una declara-ción de ideales que ni siquiera son intenciones y nadie se toma en serio, como el derecho al trabajo, la vivienda o la vida digna con sanidad y educación garantizadas. En cam-bio hay otros que se aplican al pie de la letra o se interpretan libremente en función de un contexto preciso, como ha ocu-rrido recientemente con la aplicación del 155 en Cataluña. Y por eso también hay artículos que pueden ser reformados de la noche a la mañana sin previa consulta popular por las presiones de los poderes financieros, como ocurrió en 2011 con el 135 en plena crisis.

Este pequeño repaso a las contradicciones y debilidades de nuestra ley fundamental viene a cuento por cuanto las mo-narquías parlamentarias modernas son también por defecto constitucionales. Es decir, la constitución que determina las demás leyes derivadas, no solo demarca y limita los privile-gios y funciones del Jefe del Estado y del resto de los gober-nantes electos, sino que el propio Jefe del Estado “represen-ta” esas leyes y tiene la misión de velar por su observancia y cumplimiento por encima de cualquier interés político. Ve-mos que no es así ni puede serlo: la constitución española, que solo una consulta popular debería poder alterar, es en su ambigüedad y en su abstracción una herramienta pen-sada y hecha a medida por y para el ejercicio del poder en circunstancias históricas precisas. Esta secuencia ambigua de leyes redactadas y negociadas por intereses en conflicto metidos con calzador durante la transición deriva en el eter-no retorno de esos mismos conflictos que pretendía supe-rar. Y cuando la legislación no alcanza a dirimir un conflicto de forma explícita siempre acaba venciendo quien impone su dominio, es decir quien controla la economía, los medios de comunicación y los cuerpos de seguridad y defensa.

Pese a todo, existe una conciencia extendida, y remachada constantemente por los medios oficiales españoles, de que Juan Carlos I fue en España algo así como el monitor y el garante de la transición política española hacia un modelo democrático, una especie de “padre fundador” bonachón y campechano, y que en alguna medida su figura sigue sien-do necesaria pues representa la unidad y conciliación de todos los españoles, hoy encarnada en la figura de su hijo Felipe VI. Esta imagen, mantenida cerradamente por una prensa política volcada en el maquillaje del régimen y por una prensa rosa dedicada a banalizar la política con sus lecturas para el consumo plebeyo, se ha ido deteriorando con el paso del tiempo, a medida que el llamado “régimen de la transición” ha ido mostrando sus costuras.

El traje nuevo del emperador

Quienes defienden hoy a la monarquía española desde su-puestos democráticos suelen hacerlo en base a tres tipos de argumentos: el simbólico, el representativo y el prag-mático. Las obras que se incluyen en esta exposición de-construyen desde diferentes perspectivas cada uno de es-tos aspectos, y llamo la atención sobre un grupo de ellas que juzgan el papel colonial del reino de España en Centro y Sudamérica. La importancia de incorporar esta perspec-

CUENTOS DE AYER Y DE HOYLuis Navarro

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tiva exterior reside en el hecho de que en el estado español rara vez se ponen de manifiesto, ni siquiera entre los críti-cos del sistema, las heridas que el imperio español infligió a estos pueblos y culturas, de las que todavía no ha habido una declaración oficial de perdón, y el colonialismo econó-mico que todavía se practica sobre ellas. En lugar de ello se celebra una suerte de esencia que nos une a través del lenguaje bajo el término Hispanidad, de la que su majestad el rey sería el embajador extraordinario.

Respecto a los argumentos del primer orden, ya sabemos lo que el rey simboliza: desde luego no la hermandad ni la conciliación de todos los españoles, sino el mantenimiento de unas esencias históricas basadas en la unidad, la gran-deza y la soberanía imperial de España. Mucha gente no olvida que su mandato fue decidido por el dictador Franco, tutor suyo desde que tenía 10 años y a quien juró sobre los santos evangelios lealtad, así como a los “principios fun-damentales del movimiento nacional”, pasando incluso por encima de la figura de su padre Don Juan de Borbón, here-dero de la corona según la dinámica habitual de la institu-ción monárquica. La imagen del mediador se funde aquí en la del continuador, y no precisamente de la línea dinástica. En algún momento su majestad cometió perjurio: si no lo hizo cuando fue coronado lo hizo cuando sancionó el cam-bio político a un supuesto estado democrático y laico.

Pero la figura del rey no es solo un elemento simbólico o, como muchas veces se sostiene, una figura decorativa y neutral con respecto al ejercicio del gobierno. Tanto es así que a menudo se echa mano de la utilidad pragmática que tiene y ha tenido la corona como árbitro de los conflictos entre partidos e instituciones y garantía de estabilidad. Esta imagen de pacificador paternal se vio reforzada tras el golpe de estado del 23 de febrero de 1981, cuando los medios le atribuyeron el mérito de aplacar a las Fuerzas Armadas y evitar el retorno a un gobierno militar. No obs-tante existe todavía hoy mucha confusión al respecto, por cuanto han ido apareciendo nuevos testimonios sobre cuál habría sido su verdadero papel en este suceso, que parecía conocer de antemano y, según algunos de sus protagonis-tas, haber monitorizado como jefe de todos los ejércitos. Todo parece indicar que fue resultado de maniobras polí-ticas como mínimo poco transparentes y en función de un cálculo que trataba de poner a prueba la fortaleza del joven sistema “democrático”. En definitiva, una forma despótica de manipular a la población y de dirigir los acontecimientos sin contar con ella.

Midas

Más allá de este hecho, la Constitución confiere al rey el po-der de intervenir en la promulgación y sanción de las leyes y decretos aprobados por el poder legislativo, así como en el nombramiento y distinción de las altas instancias de los poderes ejecutivo y judicial. Los líderes políticos pasan por una ronda de consultas con el rey después de cada elección cuyo contenido no se hace público antes de formar gobier-no. Y ante decisiones de emergencia, como la reciente apli-cación del artículo 155 en Cataluña, la opinión de la casa real no solo es escuchada y respetada, sino directamente acatada en la práctica. Nadie se atreve todavía a romper lo que el Generalísimo dejó “atado y bien atado”.

En este punto, resulta legítimo preguntarse si la injerencia del rey en los asuntos políticos no resulta más obstructiva que útil para el desarrollo natural de los procesos políticos y la conciliación de todos los españoles, si no crea más pro-

blemas de los que resuelve. Una de las razones que han impulsado los movimientos independentistas y le han apor-tado mejores argumentos es el rechazo a la monarquía y el deseo de constituirse de forma autónoma como república. Y este sentimiento no tiene denominación de origen cata-lana, sino que está calando cada vez con más fuerza en todos los españoles.

Al margen de lo simbólico y lo pragmático, se defiende a la monarquía también por su facultad para representar a Es-paña en foros internacionales y conversaciones con altos mandatarios mundiales, que incluyen la firma de contra-tos nacionales con grandes empresas españolas del IBEX, así como turbios negocios de blanqueo de dinero y cobro de tasas por la importación de productos básicos como el petróleo. Hay que reconocer que el rey ha representado de maravilla en España la corrupción institucional, justificán-dola desde su ejemplo: su vida de crápula, sus aventuras eróticas, el mal empleo del dinero público, su involucración en el caso NÓOS, su compadreo con los tiranos más san-guinarios, su elusión de la justicia son ejemplos que han trascendido en los últimos años sacudiendo la institución monárquica incluso desde las revistas del corazón, y for-zando a Juan Carlos I a abdicar precipitadamente en la per-sona de su hijo Felipe VI. El poder corrompe, y un poder sin trabas impide que se active ningún mecanismo institucio-nal de control que lo impida.

Colorín colorado

Llamar a alguien rey es aceptar que los seres humanos no somos iguales ni ante Dios ni ante la Ley y justificarlo de facto. Su Majestad es la institucionalización y la exaltación de la desigualdad entre los hombres: donde hay reyes hay también nobles, títulos, distinciones y aforados. Su Majes-tad ostenta un poder obtenido por el uso de la violencia y mantenido mediante la capacidad de infundir terror e impo-ner su mandato. Su Majestad supone la abolición del con-trato social en todas sus formas, al tiempo que la negación del conflicto entre clases. Su Majestad constata la minoría de edad del populacho y promulga el paternalismo déspota de los señoritos. Su Majestad es el Patriarcado, el Capital, la Guerra.

Aún asumiendo que alguna vez el rey pudo ser una figu-ra necesaria para asegurar el tránsito pacífico a régimen democrático, resulta claro que después de cuarenta años esa función se ha agotado. Si el rey quiere seguir siendo jefe de un estado democrático, el pueblo debe responder en referéndum dos preguntas muy sencillas que le han sido hurtadas durante todos estos años: si desea que la forma de organización política del estado sea una monarquía, y si desea que el monarca sea Borbón.

Es hora de que el pueblo español madure y asuma su mayo-ría de edad, relegando a los reyes al mundo de los cuentos, de donde también se les expulsará algún día: el de aquel rey que era malo y aprendió a ser bueno, el de aquel otro que era bueno y acabó siendo malo, el que convertía en oro todo cuanto tocaba, el que iba desnudo y nadie se atrevía a reconocerlo, el de los príncipes azules que evolucionan a partir de las ranas y las princesas anoréxicas encantadas.

“Había una vez un rey”.

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MARÍA ADELA DÍAZ • Guatemala

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DOS JOTAS • España

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txuspo poyo • España

ERASE

UNA

VEZ...

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Bones • peJo • España

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JOSÉ MELGUIZO • España

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FRANCISCO PAPAS FRITAS • Chile

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DOMÈNEC • Cataluña

Barcelona, 14 de abril de 1931, busto de Alfonso XIII decapitado

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EN CONTINGENCIA • España

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FRANKO B • Italia/UK

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DEMOCRACIA • España

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TODO POR LA PRAXIS • España

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SANTIAGO SIERRA • España

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Vudú • NICOLÁS MONTI • Argentina

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Y este...? • CUCO SUÁREZ • España

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EUGENIO MERINO • España

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NOAZ • España

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FRANCESC VIDAL • Cataluña

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DIANA LARREA • España

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REGINA JOSÉ GALINDO • Guatemala

NO COLONIZARÁS

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JUAN CALOCA • México

NO COLONIZARÁS

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DANIELA O

RTIZ • Perú/España

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CARLOS TENA • España

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LOQUESOMOS.ORG • España

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VOTA AL PODER • España

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Cronenberg monárquico • PABLO PERALTA • España

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El comisionista y su mujer (según Quentin Massys) • YEPES GARCÍA • España

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MARÍA CAÑAS • España