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Gaceta Ecológica ISSN: 1405-2849 [email protected] Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales México Cariño, Micheline La oasisidad: núcleo de la cultura sudcaliforniana Gaceta Ecológica, núm. 60, 2001, pp. 57-68 Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=53906005 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Gaceta Ecológica

ISSN: 1405-2849

[email protected]

Secretaría de Medio Ambiente y Recursos

Naturales

México

Cariño, Micheline

La oasisidad: núcleo de la cultura sudcaliforniana

Gaceta Ecológica, núm. 60, 2001, pp. 57-68

Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=53906005

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NÚMERO 60 57

INTRODUCCIÓN

En un esfuerzo por entender con mayor claridad la

realidad sudcaliforniana debemos dirigir nuestra mi-

rada hacia la interacción entre el hombre y la natura-

leza y sus consecuencias en la construcción de una

cultura sui géneris. La particularidad del dueto aisla-

miento y aridez, sin lugar a dudas ha marcado pro-

fundamente todos los procesos históricos de la ac-

tual Baja California Sur. Esta característica geográfi-

ca ha incidido en los límites para los asentamientos

humanos y sobre el desarrollo socioeconómico des-

de el periodo indígena hasta fechas muy recientes.

De manera específica, esa implacable pareja ha dado

lugar a las fronteras geográfico-culturales con las que

las diferentes sociedades sudcalifornianas han teni-

do que convivir. La capacidad de reconocimiento y

adaptación a estas fronteras son el indicador de las

capacidades que dichas sociedades tuvieron para

manejar el medio geográfico a través de una serie de

estrategias.

La vertiginosa velocidad de la historia contempo-

ránea es la razón de la amnesia que nos hace perder

de vista la importancia que en la historia de las civi-

La oasisidad:núcleo de la culturasudcaliforniana

MICHELE CARIÑO

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58 GACETA ECOLÓGICA

lizaciones han tenido las fronteras geográfico-cultu-

rales. La lucha que los hombres y mujeres libraron

durante milenios contra los peligros reales e imagina-

rios que pululaban en los bosques, las selvas, los océa-

nos y los desiertos determinó en buena medida la

historia de la humanidad entera. Pero resulta más in-

teresante reconocer la importancia que esas fronteras

conservan, ya que sin su adecuada identificación y

comprensión carecemos de herramientas fundamen-

tales para construir el conocimiento histórico que hoy

nos ocupa y preocupa.

Este trabajo, basado en el enfoque ecohistórico

que no pierde de vista la perspectiva de la historia

global, tiene como objeto exponer las implicaciones

que el reconocimiento de las fronteras geográfico-cul-

turales tienen para una comprensión profunda de la

dinámica socioambiental que ha caracterizado a

la historia sudcaliforniana, explicando los criterios que

llevaron a definir la conformación de esas fronteras

para, posteriormente, apuntar algunos elementos que

podrían contribuir al estudio de la identidad sudpe-

ninsular.

REFERENCIAS TEÓRICAS PARA EL ESTUDIO

DE LAS FRONTERAS GEOGRÁFICO-CULTURALES

SUDCALIFORNIANAS

Una realidad bien conocida por quienes habitan Baja

California Sur es que se encuentran más lejos de la

frontera norte que los pobladores del Distrito Fede-

ral. Sin embargo, este hecho sorprende a una infini-

dad de compatriotas desconocedores de la geografía

de nuestro país. Menos comprensible resulta por qué

en algunos aspectos se nos reconoce como habitan-

tes fronterizos. Para dar una breve respuesta a esta

incógnita haremos alusión a la calidad de zona libre

en la que desde mediados del siglo pasado quedó in-

cluida esa singular porción de tierra.

No obstante, más allá de las consecuencias de cier-

ta política económica y de la distancia que nos sepa-

ra de la línea, podríamos considerar que Baja Califor-

nia Sur es efectivamente una frontera dentro de Méxi-

co. No una de esas que divide a un país de otro, pero

sí de las que separan un espacio y una cultura de

otra. Ya Fernando Jordán (1989) lo invocaba con el

atinado título de su libro El otro México. Tomando

prestada esta definición para explicar las característi-

cas fronterizas sudcalifornianas, nos vemos obliga-

dos a explicar dos términos envolventes de una com-

pleja realidad geohistórica. Por qué otro y por qué

México.

Empecemos por el segundo. México no sólo por-

que la Peninsula —a pesar de los avatares que en el

siglo XIX amenazaron en numerosas ocasiones la so-

beranía mexicana sobre la Baja California—, forme

parte del territorio nacional. También, en efecto, por

los cuantiosos y complejos procesos que conforman

la mentalidad colectiva sudcaliforniana y que han

hecho que sus habitantes se sientan y se piensen tan

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mexicanos como los compatriotas que viven en el

centro de nuestra patria. El arrojo con el que los sud-

californianos combatieron al ejército invasor en la

guerra de 1847, la permanencia de la mayoría de los

habitantes que rechazaron la oferta de la ciudadanía

norteamericana al ser derrocado el invasor, y la viru-

lencia que confrontó a partidarios de reformistas con-

tra conservadores (Cariño 1998: 550-55), son sólo al-

gunos de los ejemplos documentados que expresan

algunas de las muchas ocasiones en las que los sud-

californianos han afirmado su mexicanidad.

Los sudcalifornianos, pese a la distancia y a la

dificultad de las comunicaciones que los separaban

de los acontecimientos en los que se ha visto envuel-

ta nuestra patria, han participado siempre en las dis-

cusiones nacionales. Más tarde que temprano jura-

ron la Independencia y la escasa población se dividió

en partidos durante los conflictos que sangraron al

país en el siglo XIX. Al momento de la Revolución

Mexicana, Sudcalifornia también fue escenario de

cruentas luchas (ibid: 550-55, 805-10). Pero ¿acaso

los acordes del jarabe tapatío, los sopes y el águila

parada en el nopal suscitan alguna emoción en las

fibras sudcalifornianas, como lo haría casi cualquier

mexicano continental? No. La expresión de la mexi-

canidad de los sudcalifornianos pasa por registros

distintos a los de sus conciudadanos, situación que

nos permite acercarnos al segundo asunto antes men-

cionado, el de la frontera.

Baja California es otro México. En abstracto po-

dríamos decir que sus habitantes tienen una identi-

dad ajena —y no sólo distinta— a la de la mayoría de

los hombres, mujeres y niños con los que comparten

su nacionalidad. Pero en concreto, ¿qué queremos

decir con esta frase académica?, ¿cómo explicarla teó-

ricamente?, ¿cómo plasmarla en términos tangibles?

Las respuestas a estas interrogantes implican un con-

siderable reto que no podría enfrentar en el breve es-

pacio de este artículo. Por lo tanto, haremos hincapié

en las respuestas a la primera interrogante y, en la

segunda parte del trabajo, se esbozarán algunos ca-

minos que permitirían responder a la segunda.

Para analizar teóricamente la otredad que implica

el ser sudcaliforniano he considerado pertinentes los

planteamientos de tres historiadores franceses: Fer-

nand Braudel (1979), Michel Vovelle (1985) y Pierre

Vilar (1997). Los tres se distinguen por tener una obra

en la que sustentan análisis teóricos —innovadores

pero inspirados en el marxismo—, sobre investiga-

ciones concretas. Estas características no son comu-

nes y a mi juicio apuntalan la validez de sus tesis, lo

que justifica la elección. Puesto que en este trabajo

se emplean varios de sus conceptos teóricos, para

evitar malentendidos se considera obligado dar, al

menos, una explicación sintética de estos.

Las características geográficas y la forma en la

que los hombres se han adaptado a ellas para asegu-

rar la producción y reproducción social son los ele-

mentos tangibles con los que Fernand Braudel cons-

tituye su concepto de civilización material. Se trata

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60 GACETA ECOLÓGICA

de la esfera básica en la que se registran las más ele-

mentales actividades del hombre, la “infra economía,

esta otra mitad informal de la actividad económica,

la de la autosuficiencia, del truque de productos y de

servicios en un radio muy pequeño.” (Braudel 1979:

8) En esta esfera se registran la vida cotidiana, las

actividades productivas en pequeña escala, las for-

mas de la alimentación, la habitación y el vestir, las

técnicas más rudimentarias, los medios más senci-

llos de intercambio y los patrones de apropiación te-

rritorial. Esta esfera de desarrollo básico de la socie-

dad es también aquella en la que se encuentra la he-

rencia de las tradiciones y la construcción de la cul-

tura. De tal manera, el modelo braudeliano de civili-

zación material, nos remite a la relación dialéctica

que entre una sociedad y su medio geográfico da por

resultado originales estrategias civilizatorias.

Este enfoque parece especialmente útil cuando nos

ocupamos de procesos para los que contamos con

escasas fuentes documentales, puesto que nos per-

mite emplear el espacio como un actor histórico e

identificar en la actualidad actividades productivas y

rasgos culturales cuyo registro temporal es de larga

duración. Braudel en sus escritos profundizó en el

análisis de los elementos tangibles de las estrategias

civilizatorias, tanto en aquellos del ámbito de la eco-

nomía, como en el de los aspectos culturales directa-

mente observables. El corto tiempo de su larga vida

no le permitió más que esbozar en su libro La identi-

dad de Francia (Braudel 1990) los elementos menos

tangibles, los pertenecientes al registro de la mentali-

dad colectiva.

Michel Vovelle, partiendo de las bases sólidas de-

jadas por sus antecesores, es uno de los raros espe-

cialistas que han analizado metodológica y teórica-

mente los fenómenos que engloba ese término. Para

él no se trata de un terreno movedizo, ni de una his-

toria ambigua. Define la historia de las mentalidades

como el «estudio de las meditaciones y de la relación

dialéctica entre las condiciones objetivas de la vida

de los hombres y la manera en que la cuentan y aún

en que la viven» (1985: 19). Esta especialidad de la

historia permite adentrarse en los tiempos más re-

cónditos, aquellos en los que las sociedades hunden

sus raíces, y que con base en la inercia que les confie-

re el ser procesos de larga duración permiten «descu-

brir, en esos recuerdos que resisten, el tesoro de una

identidad preservada, las estructuras intangibles y

arraigadas, la expresión más auténtica de los tempe-

ramentos colectivos; en una palabra, lo más valioso

que tienen» (ibid: 16). «Las mentalidades remiten de

manera privilegiada al recuerdo, a la memoria, a las

formas de resistencia…» (ibid. 15). En este rubro se

debe considerar en una primera instancia la cultura y

sus diversas manifestaciones, pero también las acti-

tudes, los comportamientos y las representaciones

colectivas inconscientes.

La identidad es uno de los componentes que for-

man la mentalidad colectiva. En un afán de síntesis,

y haciendo referencia a los estudios que Pierre Vilar

ha hecho al respecto, podríamos decir que la identi-

dad es la expresión inconsciente de la pertenencia a

una sociedad. Este sentimiento, esta forma de pen-

sar, nos remite a los asideros que en la conciencia

colectiva permiten a un individuo reconocerse como

parte de un grupo y, en un razonamiento comple-

mentario, que le permiten distinguir aquellos que no

forman parte de éste. Pero la identidad es también un

fenómeno histórico, no sólo por la herencia multi-

secular de tradiciones, actividades, actitudes y com-

portamientos, sino porque es producto de una época.

La identidad se conforma a través de una recreación

actualizada de la conciencia histórica. De esta mane-

ra, es un fenómeno que confirma la definición que

Henri Marrou da del conocimiento histórico, a saber:

un diálogo constante entre pasado y presente (Ma-

rrou 1983).

Para no correr el riesgo de perderse en discusio-

nes teóricas, parece ya haber dejado en claro el signi-

ficado de los conceptos que se utilizarán al explicar

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la formación de las fronte-

ras geográfico-culturales

sudcalifornianas. Retoma-

remos ahora, bajo el enfo-

que ecohistórico, el análi-

sis de la otredad que lleva

implícito el reconocimien-

to de esas fronteras.

Como se ha dicho has-

ta el cansancio, Sudcalifor-

nia es árida y aislada. Del

macizo no sólo nos separa

un mar de difícil navega-

ción, sino dos desiertos

cuya travesía sigue siendo

larga y ardua. El tráfico

aéreo que desde hace po-

cos años hace creer en la

posibilidad de una vía de

comunicación menos pro-

blemática sigue siendo res-

tringida, por su costo, fre-

cuencia y orientación. La

Península, más concreta-

mente, el espacio sudpe-

ninsular, sigue estando

—con todas las proporcio-

nes guardadas— tan aisla-

do del resto del mundo

como siempre. Sudcalifor-

nia, por su aislamiento geográfico impide aún un trán-

sito fluido de bienes y personas que la integre al resto

de las tierras mexicanas. Hasta aquí sólo se han pun-

tualizado los elementos geográficos que justifican una

característica harto evidente.

Esto no basta para explicar porqué Sudcalifornia

es una frontera geográfico-cultural, situación que le

confiere su carácter de otredad antes evocado. Para

continuar nuestra discusión debemos considerar ahora

—y de manera acumulativa— la otra característica

dominante del medio geográfico de nuestra región

objeto de estudio: la aridez.

Esta se define por la escasez de precipitaciones y

por altas temperaturas. Gran parte de nuestro país,

y todo el noroeste del mismo, comparten esta carac-

terística. La aridez ha impuesto límites al desarrollo

de gran cantidad de actividades económicas, espe-

cialmente a la agricultura, y consecuentemente al au-

mento de la población. En Baja California, tal proble-

mática es agravada por el aislamiento. Ambos com-

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ponentes magnifican los retos a los que los poblado-

res se han enfrentado a través de originales estrate-

gias civilizatorias. En el libro Historia de las relacio-

nes hombre-naturaleza en Baja California Sur (Cari-

ño 1996) se sintetiza la expresión de éstas en los mo-

delos de simbiosis, aprovechamiento y saqueo. Para

analizar el tema que ahora nos ocupa nos basta cons-

tatar que existe un denominador común para esas

estrategias: la existencia permanente de agua o hu-

medad. Sin la intervención del hombre, en las zonas

áridas ese fenómeno natural ocurre sólo en los oasis.

Frente al dueto implacable aislamiento-aridez las

estrategias civilizatorias sudcalifornias se han estruc-

turado en torno de los oasis. Recientemente un grupo

de científicos del CIBNOR ha hecho un estudio en el

que se describen las principales características bióti-

cas y abióticas de los oasis sudcalifornianos (Arriaga

y Rodríguez 1997). Como en él se explica, los oasis

son en realidad un espacio de excepción en el marco

de una zona árida.

En éstas zonas no es común que se encuentren

ríos superficiales perenes debido a que la precipita-

ción total anual es de escaso volumen, se distribuye

además en pocos eventos. Cuando ocurre una preci-

pitación, la mayor parte del agua escurre por la su-

perficie del terreno y se dirige al mar formando arro-

yos estacionales. Sólo una parte del volumen total

se filtra hacia las capas subterráneas recargando los

mantos freáticos, principal fuente de agua en el de-

sierto (Heindl 1961). En algunos sitios y debido a la

presencia de una capa rocosa impermeable localiza-

da a poca profundidad, el agua llega a alcanzar la

superficie. La existencia de agua o humedad perma-

nente brinda condiciones muy particulares para el

establecimiento de vegetación que en la región cir-

cundante no podría prosperar. La posibilidad de te-

ner agua fomenta también el desarrollo de activida-

des humanas tales como la agricultura y la ganade-

ría. Pero éstas están limitadas al tamaño del manan-

tial, sobre todo si no se cuenta con la infraestructu-

ra necesaria para la explotación de los mantos sub-

terráneos (Maya et al. 1997).

Es necesario agregar que los oasis son también

áreas de refugio para «importantes especies de afi-

nidad neártica, estaciones de reabastecimiento

para especies migratorias y lugares de atracción para

prácticamente todas las especies, endémicas o no»

(Lluch Belda 1997). Por la belleza de su paisaje,

ciertos oasis se han convertido en polos de atrac-

ción turística.

De tal manera, los oasis sudcalifornianos han

sido y siguen siendo islas de humedad que susten-

tan de manera excepcional la vida de hombres, plan-

tas y animales. Aunque en una escala menor, por

su carácter insular, en ellos se reproducen patro-

nes culturales dominados por el fenómeno del ais-

lamiento.

Cada oasis sudcaliforniano es un espacio volcado

sobre sí mismo. Todas las actividades que en ellos se

llevan a cabo giran en torno del manantial, y depen-

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den de su abundancia. Las relaciones que se han es-

tablecido con los otros oasis y con el resto del mundo

requieren traspasar esos límites, atravesar la frontera

geográfica así delimitada. Las estrategias civilizato-

rias diseñadas por los habitantes de cada oasis han

sido marcadas por la omnipresente y omnipotente

dependencia del preciado liquido.

A través del tiempo, el forzado ensimismamiento

al que el vasto territorio árido circundante ha confina-

do a los habitantes de los oasis ha creando una cultura

original. En ésta, la construcción de la identidad tiene

como primera referencia ese pequeño espacio vital. Al

compartir características con otros espacios semejan-

tes, la segunda referencia de pertenencia a un espacio

mayor sería sin lugar a dudas al conjunto que para

asuntos de índole diversa, pero ajenos a la definición

de la identidad cultural, los incluye y une; se trata evi-

dentemente de la referencia a la sudcaliforniedad. Sólo

en una tercera instancia, y en relación con fenómenos

aún más generales, y por lo tanto más vagos y escasos,

se presentaría en la mentalidad de los habitantes de

estos oasis su mexicanidad.

Nos encontramos ante un juego de cajas chinas,

en las que si bien la mayor comprende a las de me-

nores dimensiones, todas ellas son diferentes entre

sí. Cada una tiene sus reglas de existencia, sus par-

ticulares estrategias civilizatorias y, por lo tanto, su

propia identidad. ¿Cómo no hablar de otros Méxicos

en este conjunto de ínsulas geográfico-culturales que

han existido en estrecha dependencia de un tesoro

que por su escasez y restringida localización delimi-

ta el espacio civilizatorio vital de cada núcleo de

población a la zona de influencia de su manantial?,

¿quién más que los todosanteños en Todos Santos,

los muleginos en Mulegé, los ignacianos en san Ig-

nacio, etc. podrían reconocerse como distintos de

aquellos conciudadanos que ni por asomo pueden

imaginar lo que representa la fragilidad del ecosiste-

ma de un oasis, así como las implicaciones del ais-

lamiento de éste?

LA OASISIDAD: UN CRITERIO FUNDAMENTAL PARA

COMPRENDER LA IDENTIDAD SUDPENINSULAR

La identidad, como se comentó antes, es un fenóme-

no histórico, pero por las repercusiones políticas y

sociales de su expresión contemporánea suscita un

interés renovado en esta época de incertidumbre.

La sociedad sudcaliforniana no es una excepción.

Académicos, intelectuales, artistas, políticos, etc.,

muestran cierta preocupación por entender y expli-

car ese fenómeno harto complejo. Sin lugar a dudas

es necesario recorrer varios caminos complementa-

rios para adentrarse en el problema.

Con base en las referencias teóricas esbozadas y

con todos los riesgos que comporta una reflexión pre-

liminar, explicaremos por qué la idea de la oasisidad

es una plataforma espacio-temporal que podría ser

aprovechada por los investigadores sociales, que en

la dimensión del tiempo presente trabajan en el es-

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64 GACETA ECOLÓGICA

clarecimiento de

la identidad sud-

californiana.

Los indios ca-

lifornios fincaron

su existencia y de-

sarrollaron su cul-

tura en la disponi-

bilidad de agua

dulce, especial-

mente de las fuen-

tes permanentes,

pero también del

aporte de las pre-

cipitaciones refle-

jado en la abun-

dancia relativa de

la vegetación. Los

límites de los terri-

torios de recorrido

de cada banda,

como se ha expli-

cado en otra parte

(Cariño 1995), re-

flejaban esa estre-

cha dependencia.

Con la finalidad de evitar ejercer demasiada presión

en el ecosistema en torno de cada aguaje, los indios

transitaban de uno a otro para colectar frutos, semi-

llas y tubérculos, pescar y en menor medida cazar. La

simbiosis hombre-naturaleza que así establecieron les

permitió subsistir durante cientos de años, pero los

confinó al espacio que dominaban. En este caso la

presión geográfica actuó literalmente como una eter-

na, aunque amplia prisión. Su mundo, su horizonte

terminaba en el mar y en los límites de la influencia

de la humedad de los aguajes del territorio de recorri-

do de cada banda. Traspasar esas fronteras geográfi-

co-culturales implicaba la muerte, provocada por el

hambre y la sed, o por la guerra con otra banda.

Los protago-

nistas de la expan-

sión colonial espa-

ñola tardaron más

de ciento setenta

años en lograr es-

tablecerse en tie-

rras peninsulares.

Los únicos dis-

puestos a enfren-

tar el reto que im-

plicaba el mortífe-

ro dueto aridez-

aislamiento fue-

ron, como todos

sabemos, los mi-

sioneros jesuitas

que llegaron con

dificultades, pero

se establecieron

con esfuerzos aún

mayores. Su civili-

zación material

necesitaba agua en

grandes cantida-

des y una disponi-

bilidad constante de ella, lo que les obligó a estable-

cerse en áreas más restringidas. Por esta razón, así

como por su afán de imponer a todas las bandas

californias su cultura, no desaprovecharon un sólo

manantial a lo largo y ancho de la Península. Ade-

más, la necesidad de producir la mayor cantidad

posible de alimentos in situ, implicó para Baja Cali-

fornia el primero y uno de los más profundos im-

pactos ambientales. Gran cantidad de especies vege-

tales y animales fueron introducidas y el paisaje de

todos los sitios donde se establecieron misiones fue

drásticamente transformado.

Pero esto no bastaría para satisfacer las necesi-

dades alimenticias propias y de sus neófitos, se re-

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quería fuerza de trabajo que preparara el terreno para

la siembra, construyera sistemas de irrigación, cul-

tivara frutos, hortalizas y granos, y cuidara del ga-

nado. Como en crónicas y en obras contemporáneas

está escrito, para tal efecto colonos laicos acompa-

ñaron a los ignacianos, algunos de ellos se dedica-

ron sólo a estas labores, y otros fungieron también

como soldados. A partir de mediados del siglo XVIII

los jesuitas perdieron el control que tenían sobre la

inmigración a la Península. Los nuevos pobladores

se establecieron al sur del istmo, y particularmente

en las inmediaciones de la sierra de san Antonio, ya

que ahí se concentraban las actividades minero-per-

leras, únicas que podían tener alguna posibilidad de

lucro. Loreto, por su importancia administrativa,

hasta inicios del siglo XIX también acogió unos cuan-

tos colonos (Río 1984).

Sin embargo, el resto del territorio peninsular que

había sido incorporado a los dominios coloniales (has-

ta el paralelo 29° aproximadamente) no era un de-

sierto humano. El patrón de asentamiento en ínsulas

de población ya se había consolidado con base en las

reminiscencias de los establecimientos misionales,

pero sobre todo gracias a la subsistencia de sus ran-

chos y al desarrollo de otros nuevos (Piñera 1991: 69-

11). ¿Quiénes eran esos pobladores y cuántos eran?

Preguntas pertinentes a las que difícilmente se podrá

algún día responder con exactitud. No obstante, para

los fines de este ensayo es la esencia y no la precisión

lo que interesa.

Siendo un puñado de gente de razón la que po-

blaba permanentemente esta tierra (Trajo 1997:29,

54, 64 y 78), los trabajos que implicaba la práctica

agropecuaria de los ranchos, anexos y no anexos a

las misiones, deben haber requerido la participación

de la población indígena. En los primeros tiempos

como peones, pero al paso de los años, al disminuir

la presión de la evangelización, los pocos indígenas

que acompañaban a los menos numerosos colonos

en los ranchos deben haber sido plenamente inte-

grados a la nueva y escueta sociedad así constitui-

da. El proceso de aculturación anhelado por los pro-

motores de la expansión colonial, aunque en un

porcentaje dramáticamente reducido, se había reali-

zado. Las cifras no las conoceremos nunca, ya que

estos Californios transmutados en rancheros, en cual-

quier tipo de censo o encuesta no podrían haber sido

contados como indios, ya que su identidad autócto-

na habría sido sacrificada en el proceso de su asimi-

lación a la vida oasiana.

Pero más importante que determinar cuántas al-

mas se vieron envueltas en este seguro pero impreciso

fenómeno, es el saber qué tipo de influencias pueden

haberse conservado de la antigua identidad y cómo

éstas se entrelazaron con las de la nueva. Tal análisis

permitiría a la antropología, la historiografía y la so-

ciología regionales revalorar el peso del mestizaje en

una tierra en la que hasta ahora se ha pensado que

éste no tuvo lugar. Si bien cuantitativamente los indios

californios fueron diezmados, al igual que sucedió con

gran cantidad de pueblos continentales, la trascenden-

cia de importantes rasgos de su cultura en la constitu-

ción de la civilización material de los rancheros, pue-

de resultar determinante en la búsqueda de los oríge-

nes de la identidad regional. Sería interesante saber si

el mestizaje también fue biológico, o en qué propor-

ción tuvo lugar, pero la carencia y la calidad de las

fuentes dificulta muchísimo este tipo de pesquisas. No

obstante, una revisión ecohistórica de las relaciones

hombre-naturaleza de los rancheros permite rastrear

la supervivencia de algunos elementos característicos

del modelo de simbiosis de los antiguos californios.

Ahora bien, sin perder de vista la otra influencia

cultural que compone la civilización material ranche-

ra, es precisamente en la práctica de la agricultura y

la ganadería donde podemos identificar algunas es-

trategias fundamentales del modelo indio de simbio-

sis. Estas consisten fundamentalmente en:

- Un empleo variado e integral de la diversidad bió-

tica a través del consumo de variadas especies y por el

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66 GACETA ECOLÓGICA

uso múltiple de sus estructuras con propósitos alimen-

ticios, de vestido y de fabricación de utensilios, y

- La preservación de los ecosistemas, evitando el

agotamiento de los recursos de importancia vital, al

establecer límites de explotación que favorezcan su

recuperación natural (Cariño 1996: 47-49).

Detallar la aplicación de estas estrategias nos to-

maría más espacio del que aquí disponemos. Sin em-

bargo, en términos generales podemos encontrar la

concreción de estas estrategias en la identidad oasia-

na, es decir, en las normas que rigen la vida en los

oasis.

En ellos, los dos recursos de vital importancia y

que definen su existencia misma son el agua y la ve-

getación. La cultura occidental implicó un uso más

intensivo de ambos, pero que en la civilización mate-

rial ranchera no es sinónimo de sobreexplotación, sino

más bien de uso racional. Aquí sólo podemos referir

algunos ejemplos, esforzándonos por que sean de lo

más representativos.

En lo que se refiere a la agricultura, los cultivos

estratificados disminuyen al máximo la evaporación,

permiten un uso intensivo del suelo agrícolamente

útil y una adecuada selección de especies asegura una

máxima satisfacción de las necesidades alimenticias.

La proporción que aún en la actualidad se conserva

en el tipo de cultivos que se lleva a cabo en los oasis

demuestra estas características y comprueba la su-

pervivencia de tradiciones multiseculares. En un es-

tudio reciente es posible constatar que 47% de éstos

son frutales, 34% son hortalizas, sólo 12% son gra-

nos y un mínimo de 7% son de uso industrial (Brece-

da et al. 1997: 269). Los sistemas de irrigación tradi-

cionales han probado su eficiencia para evitar la sali-

nización de los suelos, así como su empobrecimien-

to. Finalmente, subrayemos que la agricultura es la

principal actividad económica que se desarrolla en

los oasis, es decir es la que ocupa en mayor propor-

ción el trabajo de sus habitantes (Ibid., 271), lo que

nos recuerda en cierta medida la vida de los antiguos

californios, para quienes la colecta tenía mucho ma-

yor importancia que la caza o la pesca.

Entonces, ¿por qué no hablamos de agricultores

sino de rancheros? Daremos una respuesta en dos

tiempos. Primero, porque la ganadería es una activi-

dad vital aunque complementaria. Por su carácter

extensivo, le ocupa menos tiempo a las familias ran-

cheras, de hecho, permanentemente sólo ocupa a los

hombres recios de ellas. No se practica solamente en

el área húmeda de los oasis, sino también en el agos-

tadero circundante, por lo que implica traspasar los

límites de seguridad de la frontera geográfica de és-

tos. En otros escritos (Cariño 1996) podemos encon-

trar detalladas descripciones de la original forma en

la que se desarrolla el cuidado de los hatos. Aquí lo

que nos interesa recordar es la forma en la que para

alimentarlos se aprovecha integral, inteligente y se-

lectivamente la flora silvestre y el espacio en el que

se localizan los corredores de las reses. Hemos anota-

do que en estos aspectos se evidencia la herencia

cultural de los antiguos californianos, puesto que el

aprovechamiento que los rancheros han tenido de la

flora silvestre se fundamenta en las características de

la segunda estrategia ya comentada.

La segunda razón que justifica el apelativo de ran-

chero, es la referencia a las características de su hábi-

tat y, en nuestra opinión, al apelativo que los misio-

neros dieron a los sitios que con características seme-

jantes poblaban los californios. Se trata de un espa-

cio estrictamente delimitado y centrado en torno de

un aguaje, donde la población puede residir perma-

nentemente y subsistir en condiciones cercanas a la

autarquía, aunque no condenados a ésta. El signifi-

cado del término rancho y ranchero en las socieda-

des continentales, tanto en el país como en el extran-

jero (por ejemplo, en el estado de Texas), no debe

confundir a los que no hayan visto un rancho sudca-

liforniano.

Éste, espacial y culturalmente, expresa una forma

original de apropiación territorial que se refleja en la

Page 12: Redalyc.La oasisidad: núcleo de la cultura sudcaliforniana · mentales actividades del hombre, la infra economía, esta otra mitad informal de la actividad económica, la de la autosuficiencia,

NÚMERO 60 67

vida cotidiana, en las actitudes y los

comportamientos y, forzosamente, en

la mentalidad colectiva de sus habitan-

tes. Su núcleo es el aguaje, sus límites

son los de la zona húmeda, la tónica

de la vida de sus habitantes transcurre

volcada hacia el interior. La frontera

geográfico-cultural de la existencia oa-

siana implicó una relativa restricción

del espacio vital en comparación con

el que tenían los antiguos californios.

A diferencia de éstos, los rancheros

pueden traspasar sin gran problema los

límites de sus oasis, pero, lo importan-

te es que no requieren hacerlo para sub-

sistir. El uso intensivo pero racional e

integral de los recursos vitales les ha

permitido una vida segura.

Es en la creación y recreación de

estas fronteras geográfico-culturales,

donde podemos buscar los orígenes de

la identidad regional. Ésta, como diría

Guillermo de la Peña (1994: 5) «se de-

fine en el recuerdo de los paisajes coti-

dianos», se encuentra fundamentada en

«la espacialidad, [sin la cual] el hom-

bre no es capaz de concebir lo real o lo imaginario; ni

siquiera puede pensarse a sí mismo.»

Para fortuna nuestra, la identidad oasiana es aún

observable; subsiste en los 171 oasis sudcalifornia-

nos, y en buen número de ellos prácticamente intac-

ta. Recordemos que por su aislamiento geográfico los

oasis son zonas de refugio, tanto biológico como cul-

tural. En ellos, en un tiempo largo y lento, se ha con-

solidado en la mentalidad colectiva una relación hom-

bre-naturaleza que arraiga tierra adentro a sus habi-

tantes y les impone un amoroso respeto vital por el

ambiente. Las ínsulas de la identidad oasiana nada

tienen que ver con el mar, el cual es una frontera que

al igual que el desierto delimita el espacio vital y marca

el inicio de los caminos que conducen más allá, hacia

la otredad.

CCCCCONCLUSIONESONCLUSIONESONCLUSIONESONCLUSIONESONCLUSIONES

Conforme a los criterios que se han querido esbozar

en el aventurado término de oasisidad podrían bus-

carse los orígenes de la identidad sudcaliforniana.

Estos se encontrarían en la mentalidad colectiva que

expresa la civilización material de los habitantes de

las ínsulas que salpican de verdor y vida la aridez de

esta región. Los oasis adquieren en este sentido un

valor histórico que parece hasta ahora ha sido des-

atendido y malentendido.

Page 13: Redalyc.La oasisidad: núcleo de la cultura sudcaliforniana · mentales actividades del hombre, la infra economía, esta otra mitad informal de la actividad económica, la de la autosuficiencia,

68 GACETA ECOLÓGICA

Micheline Cariño. Doctora en historia, graduada en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Labora en la UniversidadAutónoma de Baja California Sur en La Paz, Baja California Sur, México. Correo-e: [email protected].

FOTOGRAFÍAS: Patricio Robles Gil (páginas 57, 63 y 67), Jack Dikinga (páginas 58, 59, 61 y 62), Ralph Lee Hopkins (página 64), tomadas deRobles Gil, P., Exequiel Ezcurra y Eric Mellink (comp.), 2001. El Golfo de California. Un mundo aparte. Pegaso, Casa Lamm y Sierra Madre,México. Javier de la Maza, página 57, fotos segunda, tercera y cuarta a partir de la izquierda.

Desatendido porque al considerarlos zonas mar-

ginadas de una periferia se les han impuesto retos a

los que difícilmente han podido responder. El más

grave y generalizado ha sido el extraer de ellos irra-

cionalmente su elixir vital: el agua. En otros, so pre-

texto de capitalizar su paisaje con fines turísticos,

se han introducido irracionalmente también formas

de vida ajenas que crean serios conflictos en la te-

nencia de la tierra y crean embates aculturizantes

cuyas repercusiones pueden resultar desastrosas. La

falta de una comprensión seria de su valor ecohistó-

rico ha traído consigo la implantación de políticas

socioeconómicas que no toman en cuenta la tras-

cendencia de las actividades en ellos desarrolladas

y el significado del modo de vida ancestral que és-

tas representan.

A los oasis se les ha apreciado, más de palabra

que de hecho, porque en algunos de ellos fueron cons-

truidas misiones. A nuestro juicio éste dista mucho

de ser su único o más trascendente valor histórico.

Como hemos querido probar, en los oasis no sólo sub-

sisten los vestigios del pasado misional y del pasado

indígena, sino la vívida imagen de la Baja California

mestiza, es decir, de la Sudcalifornia mexicana.

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