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LOS TESTIGOS DE LA NAVIDAD Narrador: Nosotros conocemos lo que nos cuenta la Biblia sobre el nacimiento de Cristo. San Lucas, que no fue testigo de este momento glorioso, nos dice que, debido al Censo decretado por César Augusto, nuestros queridos José y María tuvieron que ir a registrarse a la ciudad de Belén. Así que partieron desde Nazaret, donde vivían, hasta Belén. Al llegar se encontraron con que todo estaba lleno y tuvieron que buscar dónde quedarse y así fue que llegaron a una cueva en donde los pastores acostumbran proteger a sus rebaños pero que esa noche estaba vacía. Fue ahí donde le llegó el momento de dar a luz a nuestra Madre Santísima. Y fue ahí donde tuvo a su bebé, que no es otro que nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Hoy quisiera que los testigos de ese momento nos contarán qué fue lo que pasé y cual fue su experiencia. Oigamos primero a José, el Esposo de la Santísima Virgen María: José (el papá): Bueno, pues para mí, desde que el ángel me anunció que sería el padre adoptivo de Dios Altísimo, toda mi vida cambió. Ahora habría de cuidar al tesoro más grande que nadie haya podido imaginar: A Jesús y a mi esposa María. Cuando nos anunciaron que tendríamos que ir a Belén yo no quería por lo duro que sería recorrer todo ese desierto y María ya estaba en los últimos días del embarazo. Sin embrago, no la pude convencer, pues me decía: - A donde vayas tú, iré yo. No te dejaré solo -. Así que nos fuimos juntos. Aparejé el burrito y nos fuimos muy de mañana. Fue muy terrible que al llegar a Belén no hubiera sitio en el mesón. Ahí Nota: Sería conveniente que cada uno de los personajes tuviera en una hoja sola su narración para no tener tantas hojas. Se pueden preparar en unos cartones

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Page 1: Nota: Sería conveniente que cada uno de los …...mucho tiempo y vi la cueva llena de Luz. ¡Qué maravilla ver a María con su Hijo en brazos! Ella sonreía como si fuera el mismo

LOS TESTIGOS DE LA NAVIDAD

Narrador: Nosotros conocemos lo que nos cuenta la Biblia sobre el nacimiento de Cristo. San Lucas, que no fue testigo de este momento glorioso, nos dice que, debido al Censo decretado por César Augusto, nuestros queridos José y María tuvieron que ir a registrarse a la ciudad de Belén. Así que partieron desde Nazaret, donde vivían, hasta Belén. Al llegar se encontraron con que todo estaba lleno y tuvieron que buscar dónde quedarse y así fue que llegaron a una cueva en donde los pastores acostumbran proteger a sus rebaños pero que esa noche estaba vacía. Fue ahí donde le llegó el momento de dar a luz a nuestra Madre Santísima. Y fue ahí donde tuvo a su bebé, que no es otro que nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Hoy quisiera que los testigos de ese momento nos contarán qué fue lo que pasé y cual fue su experiencia. Oigamos primero a José, el Esposo de la Santísima Virgen María: José (el papá): Bueno, pues para mí, desde que el ángel me anunció que sería el padre adoptivo de Dios Altísimo, toda mi vida cambió. Ahora habría de cuidar al tesoro más grande que nadie haya podido imaginar: A Jesús y a mi esposa María. Cuando nos anunciaron que tendríamos que ir a Belén yo no quería por lo duro que sería recorrer todo ese desierto y María ya estaba en los últimos días del embarazo. Sin embrago, no la pude convencer, pues me decía: - A donde vayas tú, iré yo. No te dejaré solo -. Así que nos fuimos juntos. Aparejé el burrito y nos fuimos muy de mañana. Fue muy terrible que al llegar a Belén no hubiera sitio en el mesón. Ahí

Nota:Sería conveniente que cada uno de los personajes tuviera en una hoja sola su narración para no tener tantas hojas. Se pueden preparar en unos cartones

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me sugirieron ir a una pequeña gruta que estaba en las afueras de Belén. No era muy hermosa, pero hice lo que pude para arreglarla. Estábamos empezando a descansar cuando María me dijo: Amor, creo que ya va a nacer – Salí corriendo por agua y buscar quién me pudiera ayudar. Cuando regresé, no había pasado mucho tiempo y vi la cueva llena de Luz. ¡Qué maravilla ver a María con su Hijo en brazos! Ella sonreía como si fuera el mismo sol. Jamás he visto una sonrisa y un rostro como el de ella esa noche. El niño estaba en silencio dormidito. Wowww, qué noche. No pude dormir. Me la pasé contemplando ese misterio maravilloso y pensado que Dios me había escogido para amar a esa hermosa mujer y para cuidar de su Hijo… el Hijo de Dios. Estoy seguro que tú también tienes una gran misión en tu casa, como la tuve yo, pues a ti también Dios te ha encargado cuidar de tu esposa y de tus hijos, que desde el Bautismo son también hijos de Dios. Qué maravilla es la familia. Cuántas experiencias hermosas de vivir con ellos. Esta noche de Navidad te invito a hacerte consciente del gran regalo que Dios te ha dado en tu familia y a que renueves tu compromiso de cuidarla y llevarla siempre a Dios. María (la mamá): Pues déjame decirte que para mi todo esto ha sido una experiencia increíble y maravillosa, llena del amor y la misericordia de nuestro amado Dios. Desde que el Ángel me anunció que de mi nacería el Mesías y que sería el Hijo de Dios, las palabras del ángel daban vuelta continuamente en mi mente y en mi corazón ¿qué querrían decir todas estas palabras? Hubieras visto el susto que tuve cuando me di cuenta que estaba creciendo dentro de mi un bebé, todo era cierto. Qué maravilloso. Cuando ya estaba en los últimos días de mi embarazo me dijo José que tenía que ir a Belén a empadronarse y me dijo regresaría en unos días. Cuando me lo dijo, le dije que yo le acompañaría. Él no quería para que no tuviera yo todo este cansancio. Pero insistí y ya ves cómo somos las mujeres. Cuando llegamos a Belén no había lugar en el Mesón así que nos fuimos a una cueva. Ya estando para dormir, sentí que había llegado el momento del parto así que desperté a José que salió corriendo a buscar ayuda. Qué momento tan maravilloso cuando nació mi Hijo, era increíble; tenía en mis manos al Hijo de Dios. Rápidamente lo envolví en pañales y cuando llegó José le dije: Mira, amor, es el Hijo de Dios. Creo que los dos no sabíamos ni qué hacíamos ni qué decíamos, estábamos locos de asombro y de alegría ante el misterio. Esta noche en la que recuerdo estas cosas, quiero invitarte a que estés siempre dispuesta a hacer la voluntad de Dios. No siempre es fácil hacerla. No fue fácil para mí ir a Belén y tener a mi Hijo en una cueva, pero fue así como llegó la salvación a todos lo hombres. Cuando obedecemos trazamos el camino para que la salvación llegue a nuestras familias y al mundo entero. Responde con generosidad, como yo, y tendrás en tu vida experiencias maravillosas como yo las tuve en esa humilde cueva de Belén. La cueva (uno de los hijos):

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Pues deja te cuento que en mi vida no había pasado nada extraordinario. De cuando en cuando veía entrar a una gran cantidad de borreguitos y a los pastores que, sobre todo en tiempo de invierno, se quedaban ahí a pasar la noche. Para mí era común oír los balidos de las ovejas y después el silencio de la noche reinaba interrumpido por alguna risa de los pastores que conversaban entre ellos. Pero esa noche, una noche como la de hoy, fue algo que no puedo ni siquiera describir. De repente entraron dos personas que llevaban un burrito y arreglaron todo para pasar ahí la noche. Desde ese momento desde la entrañas de la tierra llegó hasta mí un terrible escalofrío. Me pregunté ¿quiénes serán estas personas que hasta la tierra se estremece? De repente algo extraordinario pasó. Todo se llenó de Luz. Era una luz maravillosa, como nunca había visto una, pues era más intensa que la luz del sol, pero no cegaba sino que producía una paz profunda y sobrenatural. Cuando se disipó la luz estaba la mujer con un niño hermoso en sus brazos dándole de comer. ¡Qué maravilla! Toda la tierra se estremecía, parecía estar viva y sentí un profundo deseo de gritar y de adorar. Entonces comprendí que ese niño era Dios mismo. ¡Qué privilegio! Yo, una humilde casa para los rebaños de los pastores, ahora convertida en un palacio celestial en el que pasaba la noche el Dios Altísimo. Cuántos hombres y mujeres le negaron un sitio a esta pobre pareja sin darse cuenta de lo que sucedería esa noche. Y yo, una humilde cueva, abrí las puertas de mi casa y Dios se instaló dentro de mí. Tú también como yo, puedes abrirle las puertas a Jesús en tu corazón y dejar que se convierta en su hogar. Que lo llene de luz y de paz como sucedió esa noche en mí. Son muchos los que le niegan la entrada porque ya están muy llenos de mundo y no tienen lugar para él. Solo en los corazones humildes como el mío, una simple cueva, es donde puede encontrar una morada digna el Dios Altísimo. Ábrele la puertas de tu corazón y con humildad recibe a Jesús, el Hijo de Dios. El Burrito (uno de los hijos): Yo, desde hace tiempo era parte de la familia de José y María. Fui con ellos desde Nazaret hasta Belén. Todo el camino era una emoción increíble saber que sobre de mí estaba sentada la Reina del Cielo. Me decía - ¿Quién soy yo para que semejante reina se pose sobre mí? Ya sabes, la gente siempre me tiene como un animal tonto y se burla de mí por mis orejas. Sin embargo, me sentí muy contento de poder servirle. Caminamos muy despacito para que no se incomodara, sobre todo porque en su seno iba creciendo el Hijo de Dios. Me siento muy contento de haberle sido de ayuda para llevarla hasta Belén y ver con mis propios ojos al Hijo de Dios. Fue una experiencia maravillosa que cambió toda mi vida. A lo mejor tú también te sientes como yo, porque la gente nos menosprecia, sin embargo, debes recordar lo que dice san Pablo: que Dios ha escogido a la escoria del mundo para confundir a las potentados y que los grandes secretos no se los ha revelado a los potentados sino a los humildes. A los burritos, como yo. Si tú te

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sientes esta Navidad así, ten por seguro que Dios te ha escogido, como a mí para una noble y hermosa misión. Muchas veces, sin darnos cuenta llevamos en nuestra misión a Dios a los demás. Valora lo que eres y lo que haces pues para Dios, tú eres importante. Las pajas (uno de los hijos): Mi historia es parecida a la de la cueva y el burrito. Yo ese día estaba regada por todas partes. Los pastores había salido, como otros días, por la mañana, con sus rebaños pero esa noche no habían regresado. Seguro se habrán quedado en alguna otra cueva o en el campo con sus rebaños. Los pastores me usan siempre para acostarse sobre mí y yo les proporciono calor y confort. Esa noche llegaron de repente José y María que venían rendidos desde Nazaret. José fue el primero en entrar, se sorprendió de ver el desorden y se puso a arreglar la cueva. Lo vi llorar. Estoy seguro que pensaba en su esposa y en el lugar en el que tendrían que pasar la noche. Pero, bueno, hizo dos montoncitos uno para él y otro para su esposa. Se acostaron y, como suelo hacerlo, también les ofrecí calor y confort a ellos. De repente, José se levantó corriendo y salió de la cueva. En eso, toda la cueva, se llenó de una luz brillantísima y hermosa que todo lo bañó. Cuando me di cuenta y salí de aquel momento que no puedo explicar, José estaba recogiendo toda la paja que podía y la puso en el pesebre en el que normalmente comen los animales. Después puso sobre mí un niño, ¡qué experiencia! Normalmente yo soy el que doy calor, pero, en cuanto el niño me tocó, me sentí viva… emergía de él un fuerza que da vida a todo. Dejé de sentirme inútil y por primera vez encontré sentido a mi vida, comprendí lo importante que podía ser yo, una simple paja, que solo sirve para quemarse. Todavía recuerdo aquel momento en que se posó sobre mí el Hijo de Dios, y tiemblo. La gente muchas veces no se valora. No sabe lo importante que es para Dios. Y sobre todo, no sabe que lo que le da sentido a su vida, no es lo que es por sí misma, sino el hecho de ser útil par Dios. Cuando Dios nos toca, todo cobra sentido, todo cobra vida. De ahí en adelante lo que hacemos, por más humilde que parezca, vale la pena hacerlo, pues hasta Dios mismo se ha valido de nosotros y no ha tenido por mal el estar junto a nosotros. Le hemos servido al Dios Altísimo. Esto nos hace ahora servir a quien nos lo pide con todo nuestro corazón. Esta noche en que te preparas para la navidad. Sé como yo, una paja y date cuenta de cuán necesario eres para Dios, que por más simple que sea tu servicio, si lo haces con amor te verás, como yo, inmensamente bendecido. Hermano, tu vida sí tiene sentido, no importa que te sientas como una paja, solo deja que esta noche Jesús toque tu vida y tu corazón como lo hizo conmigo. La Noche (uno de los hijos): Yo también tengo algo que contarles. Para mí esa noche fue algo semejante a lo que estás viviendo hoy. Debajo de mi manto estaba una familia. Una familia que se amaba y que había decidió seguir y servir al Señor en todo. Una familia que se instalaba en una humilde cueva a la que le dieron sabor y calor de hogar. Una

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familia cansada de un largo viaje pero que expresaba en su rostro y su conversación, la alegría de los que se aman. Estuve a punto de llorar al ver todas estas escenas maravillosas. Escenas que vi muchas noches mientras José y María caminaban desde Nazaret hasta Belén. Yo no pude ver nada, pues la cueva me lo impedía. Vi entrar a José y María y después de un largo rato, vi que salía corriendo José. En ese momento, del interior de la cueva salió un resplandor impresionante. Parecería que hubieran encerrado al sol dentro de ella. No salía de mi asombro cuando una oleada inmensa de paz empezó a recorre todo mi ser. Las estrellas empezaron a brillar con una intensidad nunca antes vista. No acababa de maravillarme… no sabía qué pasaba, hasta que vi que, desde el cielo, empezaron de descender miles, millones de ángeles que se dirigían a la cueva desde donde salía la luz. Con la presencia angélica comprendí que, bajo mi manto, se cobijaba mi propio Hacedor: El Hijo de Dios, la Palabra eterna que me había formado. Hoy, esto está pasando también en tu casa, pues Jesús dijo que, donde dos o más se reunían en su nombre, ahí estaría él. Así que estoy seguro que está contigo esta noche porque veo salir de tu casa el mismo resplandor que salió en Belén hace tantos años. Hermano hazte consciente de la presencia amorosa de Jesús en tu vida y en tu casa. Esta noche Jesús te visita e ilumina tu corazón. Lleva esta luz a todas partes y regocíjate con todos nosotros. Regocíjate con tu familia y déjense inundar por la paz que la llegada de Jesús trae a nuestra vida y a nuestro mundo. Cada vez que estamos en familia, que oramos y que nos amamos como José y María, es nuevamente Navidad. Hoy, pues, permite que lleguen también a tu casa los ángeles cargados de bendiciones y únete a ellos alabando y cantando a Jesús, tu Señor y redentor que, nuevamente, como en la cueva de Belén, se hace presente en tu hogar. Narrador: En cada casa, hoy ocurre un milagro maravilloso: Jesús se hace presente. Si tu abres tu corazón esta noche te convertirás, como todos los testigos de la primera Navidad, en otro testigo de la presencia de Dios en el mundo. Abre, pues, tu corazón y deja que Jesús, José y María no solo pasen esta noche en él. Invítales a permanecer en él durante toda tu vida. Así ellos, al final de tu vida, te invitarán a ti a permanecer con ellos en su casa por toda la eternidad. Feliz Navidad.