nocturno de chile

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Nocturno de Chile. Editorial Anagrama. 2000. Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario, miembro del Opus Dei, y poeta mediocre, revisa en una sola noche de fiebre alta los momentos más importantes de su vida, convencido de que está apunto de morir, aunque a medida que la noche avanza su fiebre va remitiendo y el delirio se atenúa con la aparición de monstruos gélidos. Así aparecen en la novela los señores Oido y Odeim, ambiguos encomenderos; Jünger y un pintor guatemalteco que se deja morir de inanición en el París de 1943; el general Augusto Pinochet a quien Urrutia Lacroix da clases de marxismo; su amistad con Farewell, el pope de la crítica literaria nacional, que se hunde en una vejez balbuceante y perpleja; las fiestas de una mujer misteriosa en cuya casona se reúne lo más granado de la literatura chilena al tiempo que en el sótano, no visitado por ninguno de los huéspedes, se suceden acciones parangonables a una película de terror, todo esto mientras en las calles de Santiago impera el toque de queda y una normalidad aparente. Nocturno de Chile es una imprescindible y escalofriante novela en la que el talento del autor de Los detectives salvajes brilla con todo su esplendor Título: Nocturno de Chile Autor: Roberto Bolaño Editorial: Anagrama Páginas: 150 Fecha de edición: 2000 Siempre quedan retos para la imaginación. Y esta no sólo luce con la originalidad de los argumentos sino también con la de las formas o los estados desde los que el narrador escribe. Si ya utilizó el recurso del monólogo en Amuleto (1999), en Nocturno de Chile, el escritor y poeta Roberto Bolaño (Santiago de Chile 1953) se acerca a un episodio histórico de su país utilizando un peculiar personaje que se encuentra en una no menos peculiar situación: la postración febril desde la que vierte sus recuerdos. Un sacerdote del Opus Dei, en una noche de altísima fiebre, se incorpora penosamente sobre su tambaleante hombro y, desde la penumbra de su habitación y de su alma, pretende rebuscar en aquellos momentos de su vida desde los que poder contestar a los reproches de una conciencia que le fustiga en cruel alianza con la grave calentura y la sensación de estar asistiendo a su propia agonía.

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Nocturno de Chile. Editorial Anagrama. 2000. 

Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario, miembro del Opus Dei, y poeta mediocre, revisa en una sola noche de fiebre alta los momentos más importantes de su vida, convencido de que está apunto de morir, aunque a medida que la noche avanza su fiebre va remitiendo y el delirio se atenúa con la aparición de monstruos gélidos.

Así aparecen en la novela los señores Oido y Odeim, ambiguos encomenderos; Jünger y un pintor guatemalteco que se deja morir de inanición en el París de 1943; el general Augusto Pinochet a quien Urrutia Lacroix da clases de marxismo; su amistad con Farewell, el pope de la crítica literaria nacional, que se hunde en una vejez balbuceante y perpleja; las fiestas de una mujer misteriosa en cuya casona se reúne lo más granado de la literatura chilena al tiempo que en el sótano, no visitado por ninguno de los huéspedes, se suceden acciones parangonables a una película de terror, todo esto mientras en las calles de Santiago impera el toque de queda y una normalidad aparente.

Nocturno de Chile es una imprescindible y escalofriante novela en la que el talento del autor de Los detectives salvajes brilla con todo su esplendor

Título: Nocturno de ChileAutor: Roberto BolañoEditorial: AnagramaPáginas: 150Fecha de edición: 2000

Siempre quedan retos para la imaginación. Y esta no sólo luce con la originalidad de los argumentos sino también con la de las formas o los estados desde los que el narrador escribe. Si ya utilizó el recurso del monólogo en Amuleto (1999), en Nocturno de Chile, el escritor y poeta Roberto Bolaño (Santiago de Chile 1953) se acerca a un episodio histórico de su país utilizando un peculiar personaje que se encuentra en una no menos peculiar situación: la postración febril desde la que vierte sus recuerdos.

Un sacerdote del Opus Dei, en una noche de altísima fiebre, se incorpora penosamente sobre su tambaleante hombro y, desde la penumbra de su habitación y de su alma, pretende rebuscar en aquellos momentos de su vida desde los que poder contestar a los reproches de una conciencia que le fustiga en cruel alianza con la grave calentura y la sensación de estar asistiendo a su propia agonía.

La narración fluye al ritmo de las pulsiones que marca la fiebre. Los primeros recuerdos que evoca -coincidentes con los fuertes accesos febriles de las primeras horas de la noche- salen de su mente algo desubicados y con ese sesgo surrealista propio del mundo onírico o del reino de los delirios. Su destemplada memoria comienza rescatando el momento en que poco antes de ser ordenado sacerdote - “o días después...”- conoce al viejo Farewell, quien le guiará en su sueño de ser crítico literario, actividad a la que consagraría sus mejores esfuerzos y en la que Farewell gozaba de reconocimiento nacional.

Page 2: Nocturno de Chile

A partir de ahí, y a medida que la fiebre va remitiendo, su monólogo memorístico pasará revista a personas, lecturas y acontecimientos que marcaron su vida y su conciencia. Así, entre evocaciones y reflexiones, aparecen varias personalidades literarias. Entre otras, el poeta Neruda, con quien compartió un fin de semana campestre, o el ensayista alemán Ernest Jünger que, con uniforme de oficial de la Whermacht conversaba animadamente en la buhardilla de un pintor guatemalteco que se consumía de inanición y tristeza contemplando las calles del París ocupado en 1943.

Desfilan también por su pensamiento poetas italianos y alemanes, pensadores griegos, papas de la Edad Media y demás exponentes de la cultura e historia europea que evoca especialmente cuando recuerda un viaje que hizo al Viejo Continente con la extraña misión de elaborar un estudio sobre la conservación de iglesias, amenazadas allá por un curioso agente contaminador.

El recuerdo de su vuelta a Chile nos sitúa ante la última fase del monólogo cuyo telón de fondo será la aciaga época de la historia de su país iniciada con el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Se suceden relatos valleinclanescos, como cuando cumplió el encargo de dar lecciones de marxismo a Pinochet o cuando asistía a unas veladas literarias que, en las noches de toque de queda, organizaba una misteriosa mujer en una casona cuyos sótanos encerraban la infamia y el esperpento.

Escenas estas últimas que reflejan la tétrica unión que a veces se produce entre el mundo de la cultura y el mundo del terror. Colusión ésta que no puede sorprender al lector, pues acaba de traspasar el umbral de un siglo que fue testigo de cómo los campos de exterminio humanos coincidieron con el más excelso nivel cultural y científico.

Escrito con un estilo muy personal, propio de un poeta que venera el poder de las palabras y rinde culto a la fertilidad de las metáforas. Como corresponde a la crónica de una noche febril, el relato se sucede compulsivamente, sin ningún punto y aparte, sin ninguna división en capítulos.

De corte kafkiana, más que una novela con vocación de best seller resulta un producto literario muy original, fruto de la imaginación y del talento, y reflejado en una prosa cuyo ritmo lírico resulta en ocasiones más nítido que su discurso.

 

Por Alejandro Zambra

Nocturno de Chile

Los lectores españoles acaso consideren extravagante a Sebastián Urrutia Lacroix, narrador y protagonista de Nocturno de Chile, la reciente novela de Roberto Bolaño. A nosotros, en cambio, acostumbrados a las aves raras, no nos sorprende tanto que un cura del Opus Dei escriba poesía, y además, usando el extraño seudónimo H. Ibacache, trabaje como crítico literario en un importante periódico. Nocturno de Chile es la agónica defensa de Urrutia Lacroix (en dos alucinados párrafos: el primero, a la Thomas Bernhard, de 149 páginas; el segundo, de una línea) ante los múltiples fantasmas que lo acosan y le muestran lo que no quiere ver: el pasado.

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Todo ocurre en el insomnio de una sola noche. Con el ritmo continuo y quebradizo de una larga digresión, el sacerdote evoca imágenes e historias recurrentes de su vida a la par que deja entrever la profunda escisión que lo constituye (en detalles mínimos, banales, como cuando relata sus problemas para decidir si usa la sotana o el traje de poeta en una reunión social). Su curriculum vitae está tan plagado de delirios de nobleza como de paseos oscuros y vergonzosos, en los que el sacerdote apenas ha alcanzado a reprimir su desprecio por los campesinos o los deseos de corresponder a las insinuaciones sexuales de su maestro, el notable crítico literario Farewell. Por cierto, el registro comprende hechos menos íntimos: la participación de Urrutia Lacroix en las veladas literarias de la escritora María Canales, o la cátedra sobre marxismo que impartió a los integrantes de la Junta Militar de 1973 (el alumno aventajado, Augusto Pinochet, se jactaba ante el profesor de haber escrito tres libros por sí mismo, y de leer habitualmente textos de teoría política, historia e incluso obras literarias como Palomita Blanca, "una novela de talante francamente juvenil, pero yo la leí porque no desdeño estar al día y me gustó").

Como es habitual en la obra de Bolaño (y en la buena literatura, aquella que es imposible de reducir a una anécdota), el acento en los intersticios, en los aspectos menos visibles de la experiencia, aleja toda posibilidad de servilismo ideológico. No hay caricaturas para la galería; el lector —español o chileno—, hacia la mitad de la novela, ya "comprende pero no justifica" a Urrutia Lacroix. Allí reside el mérito de Roberto Bolaño: haber hecho verosímil el discurso de un personaje que no solamente alude a José Miguel Ibañez Langlois, sino también a muchos otros que tras haber coqueteado con la maldad aún separan aguas y alegan inocencia. Los mismos que si hoy se animaran a hablar no acogerían del todo la incitación de Chesterton que Bolaño usa como epígrafe de su novela: Quítese la peluca.

Nocturno de ChileRoberto BolañoEditorial Anagrama.Barcelona, 2000.150 págs.

 

por Patricia Espinosa

.......... En estos días de enero de 2001 se han conocido los resultados de la Mesa de Diálogo y el pasado inserta su terrible inagotamiento en la escena alienada del verano chileno. Y con el pasado la duda, acompañada de las retóricas para la acomodación de los hechos al momento político. Pero dentro o detrás de eso, la ausencia de cuerpos reales, que como cuerpos jurídicos pasarían de secuestrados que inculpan a asesinados que amnistían. Con todo esto la verdad vuelve a complicarnos, tal vez como nunca. "Nadie sale indemne de las concatenaciones o permutaciones o disposiciones del azar" ha dicho en Amuleto uno de los personajes de Roberto Bolaño. Y es este azar el que permite que precisamente en este particular contexto, aparezca Nocturno de Chile. Un libro en torno al terror, a la posible verdad, a la moral posible. Un intento de mirar tras la cara visible del mismo poder que hoy intenta seguir convenciendo con su discursividad del ocultamiento. A partir de un magistral proceso de focalización, la novela nos permite introducirnos en los vericuetos de una conciencia tenebrosa. Y aunque siempre el mal se nos aparece como un indestructible poder simbólico, esta vez Bolaño decide acosarlo ¿atraparlo? desde lo más profundo de sus anomalías, en una denuncia que se niega al facilismo y que privilegia un proyecto estético que es a la vez político, ideológico y metafísico. A partir de ello, Bolaño puede tratar de responder qué se hace con el dolor, con el resentimiento, cómo experimentar o pensar al mal, desde dónde ubicarse para lograr entender lo más profundo de una lógica que a pesar de todo siempre será la de un rostro desviado.

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.......... Nocturno de Chile es el relato en primera persona de Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote, crítico literario, cuyo seudónimo es H. Ibacache; discípulo del majestuoso y respetado Farewel, crítico literario y homosexual. Durante alguno de los días de dos mil, Urrutia Lacroix agoniza y mira hacia atrás, abarcando casi medio siglo de la historia chilena y de su propia vida. ¿Confesión? ¿Ficción al modo autobiográfico?. Bolaño presenta a un yo literaturizado, ficcionalizado, pero también un yo adherido a una referencialidad clara. Por cierto, no se escatiman algunos nombres propios (Pinochet, Neruda), acompañados de otros simplemente convocados a partir de un mediano conocimiento del lector de la escena literaria chilena. Bajo este último procedimiento, los juegos intencionados con los posibles efectos de lectura, aparecen José Miguel Ibañez Langlois, sacerdote y crítico literario de seudónimo Ignacio Valente, Mariana Callejas, Michael Townley y, un poco más borrosamente, Hernán Díaz Arrieta, Alone, (aunque parecen ser varios resumidos en él).

.......... Es precisamente en ese punto, en el de no insistir en demasía en una referencialidad denunciante, que la novela adquiere otro peso, otra dimensión que vectoriza los significados hacia una reflexión sobre el mal y el poder. Esto ocurre por la acuciosidad con la que el autor se dedica a construir un yo, que desde una implacable primera persona, bucea en sus zonas más íntimas e "ingenuas". Urrutia Lacroix se mueve dentro de una dinámica donde la culpa parece anularse con facilidad extrema y todo sucede de un modo, digamos, casi natural e inevitable. Salvo por la presencia del "joven envejecido", un otro yo, mala conciencia que hiere y obliga al sacerdote-crítico a su autoafirmación.

.......... La novela constantemente se la juega por la necesidad de ubicarse en el imposible sitio del otro, no para enmascarar una denuncia, sino para hacer estallar al poder desde su propia realidad discursiva: lo bello puede convivir con lo perverso y esto con la moral y la santidad y la salvación del alma. Así, la figura del crítico -gestor de un canon, supraconciencia- se intersecta con las posibilidades de un mal que impide calibrarlo, porque en él se vive, sin más.

.......... H. Ibacache se nos aparece como el último representante del moderno deseo chileno del padre terrible. Un poder evaluador, una palabra legislativa, valorativa, "supuestamente" desideologizada, no interferida por la mezquindad de la actividad humana. Sin embargo, desde una suspicacia mínima, podemos leer un calce casi exacto entre un poder político (Pinochet, la Junta Militar) y el poder crítico. Este espejeo, sumado a las tertulias literarias en casa de María Canales, en cuyos subterráneos se practicaba la tortura, tiende a abrir una brecha culposa en la moralidad del establishment artístico nacional.

.......... Nocturno de Chile es un texto construido como un bloque, un flujo continuo cuyo formato sólo se ve intervenido por el apartado de la frase final. Un libro lleno de un intenso ritmo, de interrogantes, reflexiones y zonas casi infranqueables como la serie de sueños, el viaje a Europa o la anécdota acerca del cementerio sólo para héroes. Roberto Bolaño nos aproxima al miedo de un modo extraordinario y lúcido, redundando en el concepto de una búsqueda necesariamente sustentada en la memoria, donde todavía es posible encontrar algún mínimo sentido.

.......... "Quítese la peluca" dice el epígrafe de Chesterton. Exhortación que Urrutia Lacroix parece realizar, pero que queda resonando una vez finalizada la novela, como si a pesar de tanto hablar todavía siguiera ataviado con ella y la pregunta por dónde está el mal pesara más ahora que antes. Nocturno de Chile es una novela que asume numerosos riesgos, pero de cada uno de ellos se dispara una reflexión poderosa que apunta a no transar con el querer entender, al no dejarse llevar por los significados ya establecidos, al ir más allá y más adentro. Este libro, del mejor narrador chileno en muchos años, corrobora una vez más que la literatura es una experiencia de conocimiento radical.

Terra

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Un sacerdote del Opus Dei, en una noche de altísima fiebre, se incorpora penosamente sobre su tambaleante hombro y, desde la penumbra de su habitación y de su alma, pretende rebuscar en aquellos momentos de su vida desde los que poder contestar a los reproches de una conciencia que le fustiga en cruel alianza con la grave calentura y la sensación de estar asistiendo a su propia agonía.

La narración fluye al ritmo de las pulsiones que marca la fiebre. Los primeros recuerdos que evoca -coincidentes con los fuertes accesos febriles de las primeras horas de la noche- salen de su mente algo desubicados y con ese sesgo surrealista propio del mundo onírico o del reino de los delirios. Su destemplada memoria comienza rescatando el momento en que poco antes de ser ordenado sacerdote - ¿o días después...¿- conoce al viejo Farewell, quien le guiará en su sueño de ser crítico literario, actividad a la que consagraría sus mejores esfuerzos y en la que Farewell gozaba de reconocimiento nacional.

A partir de ahí, y a medida que la fiebre va remitiendo, su monólogo memorístico pasará revista a personas, lecturas y acontecimientos que marcaron su vida y su conciencia. Así, entre evocaciones y reflexiones, aparecen varias personalidades literarias. Entre otras, el poeta Neruda, con quien compartió un fin de semana campestre, o el ensayista alemán Ernest Jünger que, con uniforme de oficial de la Whermacht conversaba animadamente en la buhardilla de un pintor guatemalteco que se consumía de inanición y tristeza contemplando las calles del París ocupado en 1943.

Desfilan también por su pensamiento poetas italianos y alemanes, pensadores griegos, papas de la Edad Media y demás exponentes de la cultura e historia europea que evoca especialmente cuando recuerda un viaje que hizo al Viejo Continente con la extraña misión de elaborar un estudio sobre la conservación de iglesias, amenazadas allá por un curioso agente contaminador.

El recuerdo de su vuelta a Chile nos sitúa ante la última fase del monólogo cuyo telón de fondo será la aciaga época de la historia de su país iniciada con el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende. Se suceden relatos valleinclanescos, como cuando cumplió el encargo de dar lecciones de marxismo a Pinochet o cuando asistía a unas veladas literarias que, en las noches de toque de queda, organizaba una misteriosa mujer en una casona cuyos sótanos encerraban la infamia y el esperpento.

Escenas estas últimas que reflejan la tétrica unión que a veces se produce entre el mundo de la cultura y el mundo del terror. Colusión ésta que no puede sorprender al lector, pues acaba de traspasar el umbral de un siglo que fue testigo de cómo los campos de exterminio humanos coincidieron con el más excelso nivel cultural y científico.

Escrito con un estilo muy personal, propio de un poeta que venera el poder de las palabras y rinde culto a la fertilidad de las metáforas. Como corresponde a la crónica de una noche febril, el relato se sucede compulsivamente, sin ningún punto y aparte, sin ninguna división en capítulos.

De corte kafkiana, más que una novela con vocación de best seller resulta un producto literario muy original, fruto de la imaginación y del talento, y reflejado en una prosa cuyo ritmo lírico resulta en ocasiones más nítido que su discurso.

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l patrón del campo cultural: Nocturno de Chile de Roberto Bolaño

Lectura de Nocturno de Chile centrada en la relación entre el crítico literario, el campo cultural y las esferas del poder hegemónico; donde se analiza cómo a través de la crítica se enseña una memoria.

La novela Nocturno de Chile realiza un recorrido por alrededor de cincuenta años de historia literaria chilena, llegando hasta el inicio del siglo XXI. A lo largo del itinerario se observa un campo intelectual que se desenvuelve emulando la estructura de la hacienda, donde el crítico literario desempeña la función de patrón de fundo del campo cultural. En la novelaimpera un orden de valores oligárquico, que establece los parámetros de las relaciones de los distintos personajes. Esta estructura se manifiesta desde la presentación que el narrador, Sebastián Urrutia Lacroix, realiza de sí mismo. El cura H Ibacache señala su nombre, sus dos apellidos y el origen de sus ancestros, con ello se vincula a la aristocracia: “el sujeto de alcurnia, más allá del prestigio que pueda conquistar a título personal, alcanza por arte de su apellido, estatura de privilegio” (Barros y Vergara, 1978: 123). Mediante el gesto de evocar su linaje el narrador se instala como un sujeto que se valida a partir de cánones oligárquicos.

Cuando Urrutia imagina a las personas que pueden estar invitadas al fundo de Farewell espera conocer a escritores aristócratas: “me iba a encontrar en Là-bas, tal vez al poeta Uribarrena […], tal vez a Montoya Eyzaguirre […], tal vez a Baldomero Lizamendi Errázuriz” (Bolaño, 2005: 16). Se plantea, así, el cerrado campo cultural al que Ibacache desea ingresar, él pretende conocer, no a los mejores escritores, sino a los pertenecientes a la elite. Urrutia busca ser parte de un campo cultural oligárquico que sigue el modelo hacendado de Chile: “En este país de dueños de fundo, dijo, la literatura es una rareza y carece de mérito saber leer” (Bolaño: 14). Farewell manifiesta la forma como funciona el orden social, basado en una estructura hacendada donde el patrón de fundo toma las decisiones de un modo autoritario. El hecho de que Farewell sea crítico literario y dueño de fundo connotativamente alude a que él desempeña el rol de patrón de fundo del campo cultural. La crítica literaria, de esta forma, se ejerce del mismo modo autoritario, nepotista y paternalista que prima en la sociedad chilena.

            El crítico, entonces, establece la pertenencia o la expulsión de los escritores al campo cultural, así como el patrón decide sobre su fundo y sus inquilinos. Cuando Ibacache espera en Querquén a que llegue a buscarlo la carreta del fundo de Farewell, escucha a unos pájaros que “Parecían chillar el nombre de esa aldea perdida, Querquén, pero también parecían decir quién, quién, quién” (Bolaño: 17). Estos chillidos que lo asustan representan la pregunta que Urrutia se hace antes de ingresar al campo cultural: ¿quién será el nuevo poeta, el nuevo crítico? ¿Quién ingresará al canon literario? El miedo que siente representa su temor de no ser el próximo crítico ni el nuevo poeta. De este modo, en el fundo de Farewell se establecen las relaciones que permiten a los escritores ingresar a la tradición literaria nacional. Este modelo genera una actitud tradicionalista que restringe la lectura: Ibacache al elegir su equipaje opta por llevar la Antología de poesía chilena de Farewell, con lo cual supedita su libertad de lector al canon propuesto por su anfitrión.

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Debido a la regencia unilateral sin oposición que ejerce Farewell sobre el campo cultural los escritores se prostituyen para alcanzar un cupo en la biblioteca del crítico. Por tanto, la llegada a la casa de Farewell se asocia con un puerto: “se refugiaban, por períodos cortos o largos, todas las embarcaciones literarias de la patria […] En realidad, me dije a mí mismo, la casa de Farewell era un puerto” (Bolaño: 22-3). Al ser la casa un puerto, Farewell es el faro que alumbra a los poetas que ingresarán al canon dándoles arribo en su casa y que, asimismo, decide no iluminar a otros poetas que se ahogarán a la espera de que él les permita el ingreso. Ibacache, para lograr acceder al poder que le entrega la labor de crítico, debe primero hacer lo necesario para que el gran mecenas de la cultura se lo permita. Por ello, Urrutia tolera que Farewell intente sodomizarlo, el crítico le habla de los poetas italianos al tiempo que sus manos se posan en las caderas y en las nalgas de Ibacache, quien se prostituye al permitir el libre ejercicio sobre su cuerpo.

            Luego del fin de semana en Là-bas, a Ibacache se le abren las puertas en los distintos ámbitos laborales, comienza a trabajar como crítico literario, a escribir reseñas de la vida cultural y a hacer clases en la Universidad Católica. Urrutia manifiesta que su labor de crítico la desempeña “en un esfuerzo de tono comedido y conciliador, como un humilde faro en la costa de la muerte” (Bolaño: 37), con lo cual se posesiona del lugar de Farewell, él también desea ser un faro que ilumine a los poetas que entrarán en la tradición. Bourdieu postula que el campo cultural comenzó a poseer cierta autonomía luego del Renacimiento, cuando “la vida intelectual se organizó progresivamente en un campo intelectual, a medida que los creadores se liberaron, económica y socialmente, de la tutela de la aristocracia y de la Iglesia y de sus valores éticos y estéticos” (Bourdieu, 1990: 136). Esta autonomía no se aprecia en la novela, sino todo lo contrario, la figura del crítico aristócrata y sacerdote tiende a coartar las libertades éticas y estéticas de los escritores, quienes deben esperar ser iluminados por el faro de la crítica para acceder a las instancias de consagración.

            En la narración del encuentro de Salvador Reyes con Ernest Jünger se presenta el perfil de los escritores funcionarios. La fiesta en que se conocen se muestra empapada de un halo de fastuosidad e indiferencia, los diplomáticos y los distintos funcionarios se reúnen en embajadas a disfrutar de celebraciones mientras toda Europa se sumerge en el horror de la Segunda Guerra Mundial. Ibacache en el momento de narrar ya no recuerda si dicha fiesta ocurrió en la embajada chilena, italiana o alemana, esta duda emparienta a Chile con el fascismo de dichos países. De este modo, una ideología común junto con la calidad de funcionarios son los nexos que permiten que Reyes, escritor diplomático, conozca al narrador alemán y capitán de la Wehrmacht. Ambos autores “fijaron una fecha para cenar juntos o para comer o para desayunar pues Jünger tenía una agenda llena de compromisos irrecusables” (Bolaño: 39). Así, se presenta a un Jünger que se dedica con mayor énfasis a su labor de capitán del ejército nazi que a la de narrador.

El escritor funcionario desplaza de su lugar nuclear a la escritura, centrándose en las ocupaciones que lo ayuden a validarse por otros medios en el campo cultural. Un campo cultural intrascendente, donde se practica una literatura de salón que intenta ocultar su propia banalidad: Reyes y la duquesa o condesa italiana atraviesan los salones “hablando en italiano de Dante y de las mujeres de Dante, pero para el caso, quiero decir, para la sustancia de la conversación, lo mismo hubiera dado que hablaran de D’Annunzio y de sus putas” (Bolaño: 39). Esta conducta revela la forma en que se hace la literatura, a través de amistades, de nexos personales, de conversaciones en

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embajadas donde habitan los mecenas modernos y los escritores desesperados. Aquellos autores como Reyes pese a sus relaciones en los círculos del poder con el tiempo van siendo olvidados: “en Chile pocos, en efecto, lo recuerdan y menos aún lo leen” (Bolaño: 50). Así, queda en evidencia el lugar real que desempeñan esos narradores en la cultura. 

La estructura del campo cultural basada en el mecenazgo también se observa en la narración que realiza Farewell sobre Heldenberg. El zapatero en su intento de construir un “monumento a los héroes del imperio. No sólo a los héroes del pasado y a los héroes del presente, sino también a los héroes del futuro” (Bolaño: 56) se propone la tarea de levantar un canon. Al interpretar la labor del zapatero se aprecia la del crítico que intenta imponer una tradición cultural, la colina dónde desea construir su gran antología “por desgracia, tenía un dueño, el conde de H, un latifundista de la región” (Bolaño: 55). La figura del conde de H inmediatamente remite a H Ibacache, con lo cual el zapatero tiene la intención de hacerse cargo de un sector de la crítica literaria que maneja Farewell o Ibacache como si fuera su fundo. Para esto requiere de la ayuda del emperador, de un mecenas o de las relaciones que le permitan acceder a los fondos destinados a la cultura: el zapatero “era invitado, o se hacía invitar y lo conseguía, a algunas recepciones en donde a veces acudía el Emperador y sus ministros” (Bolaño: 53). Se observa, así, la actitud que requiere el zapatero para adentrarse en los círculos del poder que manejan la cultura. Sin el apoyo del emperador él no consigue levantar una tradición cultural, manifestándose aquella inexistente autonomía del campo cultural.

De igual modo, Ibacache presenta la práctica del mecenazgo como un aspecto nuclear dentro de sus relaciones en el campo cultural. Después del fin de semana en Là-bas, Urrutia experimenta “El comienzo de una carrera brillante” (Bolaño: 70). De este modo, su primer mecenas es Farewell, mientras que el segundo corresponde a los señores Oido y Odeim, quienes le ofrecen una beca que lo llevará por diversos países europeos a aprender las técnicas para conservar las iglesias del deterioro. Finalmente, Urrutia obtiene el mecenazgo de la dictadura tras hacerle clases de marxismo a la Junta Militar: “y luego volví a mis clases y a mis conferencias, y publiqué otro libro en España, en Pamplona, y llegó mi hora de pasear por los aeropuertos del mundo, entre elegantes europeos y graves norteamericanos” (Bolaño: 122). Así, el ejercicio crítico de Ibacache se une a la dictadura en pos del beneficio personal.

Urrutia, por su parte, desarrolla la labor de mecenas de escritores que se agolpaban a pedirle sus críticas, sin embargo, él advierte su fracaso y narra la derrota de su obra crítica basada en el mecenazgo, la cual se centró en alabar a poetas que en la actualidad nadie recuerda y que se ahogan en el pasado de la literatura chilena. Además, no mencionó a los escritores que hoy en día han superado los avatares del tiempo y poseen una obra de peso dentro de la tradición literaria:

el Bío-Bío temible […], a veces, se me confunde con la horda de los poetas chilenos y de sus obras que el tiempo inconmovible demolía entonces […] y que demuele hoy […] y que demolerá cuando yo ya no esté aquí […] mi reputación […], mi reputación que parece un crepúsculo contemplará […] el ligero espasmo del tiempo y las demoliciones, el tiempo que se mueve por los campos de Marte como una brisa conjetural, y en cuyo remolino se ahogan […] los escritores cuyos libros reseñé, los escritores de quienes escribí críticas, los agonizantes de Chile y de América cuyas voces pronunciaron mi

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nombre, cura Ibacache […], cura Ibacache, piense en nuestras ambiciones y en nuestros anhelos, en nuestra sorda condición de hombres y ciudadanos (Bolaño: 69).

De este modo, Urrutia se muestra carente de visión crítica, al ser incapaz de advertir la obra de los grandes escritores y ocuparse únicamente de reseñar a los autores que pedían comentarios de sus libros. La figura del crítico se hermana con la del mecenas, dado que su labor la desempeña a partir de relaciones de confraternidad, apadrinando a los escritores que se mostraban serviles hacia él. Con ello, se deslegitima la crítica literaria que se ha desarrollado en Chile basada en el modelo paternalista de la hacienda.

Estas prácticas del campo cultural remiten a una oscuridad de la sociedad chilena, que se manifiesta desde el título de la novela. Esta oscuridad se plantea como propia de la cultura, no el oscurantismo de un momento histórico, sino el peso de la noche que se ha instalado en la historia nacional. Jocelyn-Holt, al interpretar la frase de Portales: el peso de la noche, señala que ante la ausencia de propuestas de gobierno ha primado en Chile un orden social de carácter precario, puesto que:

el orden se asegura, no mediante ordenamientos de carácter legal-institucional, ni tampoco por un estado guardián ilustrado, sino por la sumisión fáctica tradicional de la masa, así como por la falta de espíritu crítico. El peso de la noche confirma por tanto la inexistencia de un orden pensado en términos legales, no obstante ofrecer a la vez un cuasi-orden sobre la base de la mera tradición e inercia (Jocelyn-Holt, 1999: 193-4).

La oscuridad que recorre la novela alude a dicho orden social en inercia, sustentado en la sumisión de la masa. El gobierno de Allende puede leerse como un intento de romper con la inercia y el sometimiento. En este lapso, se entrecruzan los sucesos del país con las lecturas de Urrutia de los clásicos griegos, con este gesto se valora una literatura que no puede ser crítica ni reflexiva en cuanto a la cultura porque se lee de modo descontextualizado y canonizante. Ibacache lee a los griegos únicamente por su condición de clásicos, no por el valor literario, sino porque a través de ellos encuentra el medio para continuar con la tradición cultural de la inercia y silenciar el movimiento que se está gestando. Urrutia no comprende los cambios, sólo constata datos concretos pero no los analiza, así como tampoco interpreta la literatura porque la priva de su contexto: “y Chile restableció relaciones diplomáticas con Cuba y el censo nacional registró un total de 8.884.768 chilenos y por la televisión empezaron a transmitir la telenovela El derecho de nacer, y yo leí a Tirteo de Esparta y a Arquíloco de Paros y a Solón de Atenas” (Bolaño: 97). Ibacache enumera sucesos de un modo enciclopedista lo que le impide comprender el significado de ellos mismos.

Urrutia intenta tachar de la historia el gobierno de la Unidad Popular, su lectura de los clásicos griegos es su forma de silenciar a la masa, de pretender que su acción es ilusoria, por tanto, sólo se dedica a esperar que caiga sobre ella el inevitable peso de la noche. Ibacache realiza una estrategia de olvido: “siempre se puede narrar de otro modo, suprimiendo, desplazando los momentos de énfasis, refigurando de modo diferente a los protagonistas de la acción al mismo tiempo que los contornos de la misma” (Ricoeur, 2004: 572). En la somera mención del gobierno de la UP y en el modo en que es narrado se ejerce una acentuada visión ideológica. En tres páginas se narran tres años que marcan la historia nacional, pero que son atenuados mediante la supresión de situaciones personales, sólo se apela a datos que no se hilvanan en un todo. El tono de la narración carece de un énfasis que apoye o contradiga el momento, con lo

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cual le resta importancia y contribuye a silenciar, a olvidar, los primeros años de la década del setenta. La lectura de los griegos, a su vez, plantea un orden cultural donde solo los héroes, los nobles, tienen voz. Con ello se centra la importancia en la aristocracia y se silencia a la masa que queda desplazada del texto literario.

El viaje a Europa de Ibacache y las clases de marxismo a la Junta Militar son dos historias que convergen en la relación entre el campo cultural y la esfera política. Los señores Oido y Odeim son los encargados de propiciar estas dos instancias, gracias a ellos Urrutia va a Europa a estudiar los métodos para proteger a las iglesias del deterioro. Sin embargo, al regresar sólo pone en práctica sus conocimientos cuando ellos lo vuelven a contactar  para pedirle que dé clases de marxismo a la Junta Militar, dado que sus miembros buscan “comprender a los enemigos de Chile, para saber cómo piensan, para imaginar hasta dónde están dispuesto a llegar” (Bolaño: 118). Y, así, al igual que los curas europeos, ellos puedan “deshacerse por métodos tan expeditivos de aquellos pájaros que también, pese a sus cagadas, eran criaturas de Dios” (Bolaño: 89). De este modo, aquella impensada matanza seriada de palomas, realizada por los sacerdotes católicos, posee su correlato durante la dictadura a través de los asesinatos seriados de miembros de la izquierda.

Urrutia se convierte en el retórico de la dictadura: “Hasta el tirano necesita un retórico, un sofista, para proporcionar un intermediario a su empresa de seducción y de intimidación” (Ricoeur: 115). El rol que desempeña Ibacache, por una parte, alude a su función como consejero del poder hegemónico y, por otra, mediante su crítica es el encargado de que “la ideología actú[e] como discurso justificativo del poder, de la dominación” (Ricoeur: 115). Con lo cual, une su visión de crítico literario a la de Pinochet. Durante el gobierno de Allende Ibacache realiza una crítica a la novela Palomita blanca de Lafourcade, “una buena crítica, casi una glosa triunfal, aunque en el fondo sabía que era una novelita que no valía nada” (Bolaño: 98). Pinochet es quien desacredita la novela, él le pregunta su opinión sobre dicho texto e Ibacache responde: “Excelente, mi general, publiqué una crítica sobre ella y la ponderé bastante, respondí. Bueno, tampoco es para tanto, dijo Pinochet. En efecto, dije” (Bolaño: 118). El ejercicio crítico, así, se une a las necesidades de la ideología y al canon literario que la hegemonía requiere.

Ibacache desempeña su labor de crítico marcado por la dictadura, enseñando una forma de leer y validando los libros que concuerden con la ideología. Ricoeur postula que la memoria ejercida se presenta como una imposición que busca legitimar la ideología, ejerciéndose usos y abusos de la memoria y del olvido. Urrutia asume la responsabilidad de validar un canon que concuerde con la ideología dictatorial, de este modo, mediante su crítica legitima una escritura que se adapte al régimen, es decir, enseña una memoria. El dictador necesita a Ibacache dado que la crítica es una mediación de la cultura que contribuye a la memoria y, a su vez, como señala Ricoeur:

 En el plano más profundo, el de las mediaciones simbólicas de la acción, la memoria es incorporada a la constitución de la identidad a través de la función narrativa. Y como configuración de la trama de los personajes del relato se realiza al mismo tiempo que la de la historia narrada, la configuración narrativa contribuye a modelar la identidad de los protagonistas de la acción al mismo tiempo que los contornos de la propia acción (Ricoeur: 115).

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El papel que desempeña Ibacache es imprescindible para la hegemonía, dado que es el encargado de seleccionar un canon que concuerde con la historia que debe ser narrada: “Es […] la función selectiva del relato la que ofrece a la manipulación la ocasión y los medios de una estrategia astuta que consiste de entrada tanto en la estrategia del olvido como de la rememoración” (Ricoeur: 115). Ibacache a través de su rememoración da cuenta de la historia que él mismo ha ocultado mediante su labor de crítico, así narra un aspecto que la literatura aceptada por el canon nunca ha podido contar. Su rememoración se vuelve la narración de una historia contrahegemónica que ha permanecido en el olvido o en el silencio producto de su propia acción selectiva.

En Nocturno de Chile se observa un proceso de manipulación de la historia, el campo cultural unido a la hegemonía impide una visión crítica que pueda interpretar e interpelar a la sociedad. Cuando Ibacache, en plena dictadura, recomienda los textos que corresponde leer alude únicamente al canon:

mis críticas pedían […] una actitud diferente ante la cultura […], pedían a gritos […] la lectura de los griegos y de los latinos, la lectura de los provenzales, la lectura del dolce stil novo, la lectura de los clásicos de España y Francia e Inglaterra […] la lectura de Whitman y de Pound y de Eliot, la lectura de Neruda y Borges y Vallejo, la lectura de Victor Hugo, por Dios, y la de Tolstoi (Bolaño: 123).

Esta enumeración sólo apela a la lectura de autores, movimientos y tradiciones literarias consagradas. Su crítica no propone nada nuevo, anulando toda posible actitud diferente ante la cultura. La crítica, entonces, es desacreditada tanto por su imposibilidad de cuestionar el canon, como por su pragmatismo unido a la hegemonía.

            La novelaposee un halo terrorífico que se va acrecentando a medida que se narran los distintos sucesos, Garcés señala que se presenta una serie de situaciones recurrentes que van del malestar hasta el espanto, las que sintetiza del siguiente modo: “un grupo de personas elegantes departe mundanalmente sobre arte o sobre literatura. Muy cerca, separado por una pared o por algo aún más tenue, alguien padece una injusticia horrible” (Garcés, 2004: 100). La cultura de elite y la tortura conviven en un mismo espacio, sin que los intelectuales lo adviertan o si es que se percatan asuman una actitud que les impida pertenecer, propiciar y buscar ser parte de ese orden. El comportamiento de los intelectuales luego del golpe militar se presenta de un modo similar al retratado en el relato de Heldenberg: “vinieron épocas terribles, en las que se aunaba lo duro y lo confuso con lo cruel. Los escritores siguieron llamando a sus musas […] Los músicos siguieron componiendo y la gente acudiendo a los conciertos” (Bolaño: 60-1). La indiferencia se instala en la conducta de los intelectuales del perfil de Ibacache, que se reúnen en casa de María Canales. Pese a que su marido fuera uno de los principales agentes de la DINA y en el sótano de su casa se ejerciera la tortura, Canales realiza las tertulias a fin de codearse con los artistas y llegar a formar parte de las relaciones de mecenazgo imperantes en el campo cultural: “Cada intelectual inserta en sus relaciones con los demás intelectuales una pretensión a la consagración cultural (o a la legitimidad)” (Bourdieu: 171). Canales sólo puede ser escritora estando en cercanía de otros escritores y críticos, que la puedan ayudar en el antojadizo proceso de consagración.

El silencio y la negación son decisiones recurrentemente tomadas por los personajes de Nocturno de Chile, ellos prefieren no ver lo que ocurre, hasta que esto resulta

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impracticable y optan por silenciar su participación en los hechos: “Un día […] le pregunté a un joven novelista de izquierda si sabía algo de María Canales. El joven dijo que él nunca la había conocido. Pero si tú alguna vez fuiste a su casa, le dije. Él negó con la cabeza repetidas veces y acto seguido cambió de tema” (Bolaño: 148-9). El novelista niega haber compartido con pinochetistas, con lo cual, se niega a sí mismo, pretendiendo soslayar su participación en la tortura ejercida por el fascismo. Él silencia su propia historia, el pasado puede ser un escollo ante la rotación que se genera en la clase dirigente luego del regreso a la democracia. El novelista, entonces, continúa apelando a la estructura hacendada y a las relaciones interpersonales como la única forma para alcanzar la legitimidad dentro del campo cultural. Con ello, la crítica que realiza la novela a dicho orden en inercia se presenta como un problema aún no resuelto, cobrando especial énfasis la pregunta que Ibacache se plantea al final del texto sobre si tiene esto solución o no. Todo el relato, por tanto, apela a que la cultura comience a hacerse de otro modo.