noches de la antiguedad - norman mailer

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SINOPSIS
Desarrollada en Egipto de la dinastias XIX y XX (1320-1121 a. d J.C.), Noches de la antigüedad es l
historia de la vida de un hombre, o, má bien, de sus cuatro vidas. Menenhetet, e protagonista y narrador, en el curso d
esta novela renace tres veces. Su destino lleva desde una infancia campesin hasta convertirse en el consejero má ntimo de dos faraones: uno de ellos e
enérgico, casi elemental: el otro Reflexivo, indeciso, torturado encantador. Como el Ulises de Homero Menehnetet, es "... Un vagabundo que h
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vagabundeado de muchos modos..." y e el curso de sus cuatro vidas es auriga general, jefe de harén, mago, summ
sacerdote y ladrón de tumbas. Como muchas otras novelas históricas
precedentes, el relato está lleno d ntriga, guerra, violencia y sexo, per
con una notable diferencia; esto elementos son el núcleo de un asombrosa penetración en la psicologí
de aquellos antiguos egipciosBasándose en la seductora belleza y e morboso misterio de Egipto, Mailer, tra una meticulosa investigación y haciend
gala de una imaginación asombrosa, h recreado un mundo totalmente ajeno nosotros.
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Título original: ANCIENT EVENINGS
Traducción de ROLANDO COSTA PICAZO Portada de JORDI SANCHEZ Primera edición: Diciembre, 1984
Derechos exclusivos para España.
Prohibida su venta en otros países deárea idiomática. Copyright © 1983 Norman Mailer 
Publicado por acuerdo con Sco
Meredith Agency Inc., 845 Third Avenue, New York, N. Y.
10022 © Emecé Editores, S. A., 1984
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Virgen de Guadalupe, 21-33
Esplugues de Llobregat (Barcelona)
 spaña
 A mis hijas, a mis hijos y a Norris
Creo en la práctica y en la filosofía d o que hemos dado en llamar magia, e o que yo debo llamar la evocación d
os espíritus, aunque no sé qué son; cre
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en el poder de crear ilusiones mágicas en las visiones de la verdad en la profundidades de la mente cuando lo
ojos están cerrados. Y creo también que as fronteras de la mente se desplaza
constantemente y que muchas mente pueden fundirse en una sola, podrí decirse, y crear o revelar una ment sola, una sola energía... y que nuestro recuerdos son parte de una gra
memoria, la memoria de la Naturalezmisma.
W. B. YEATS
Quiero expresar mi agradecimiento
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ed Bradford, a Roger Donald, a Arthu Thornill, a Scott Meredith y a Judit McNally por la ayuda y aliento que m
brindaron en esta obra.
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I EL LIBRO DE UN HOMBRE MUERTO
Soy presa de pensamientos turbulento  fuerzas feroces. No sé quién soy. N quién fui. No oigo nada. Cerca está e dolor, que será un dolor como jamás h
sentido.¿Es éste el miedo que alberga e universo? ¿Es el dolor su fundamento ¿Son los ríos venas de dolor? ¿Lo
océanos, mi mente que flota? Tengo una sed como el calor de la tierra en llamas Las montañas se retuercen. Veo oleada
de fuego. Aluviones, relámpagos, ola
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de fuego. La sed está en los ríos del cuerpo. Lo
ríos arden, pero no se mueven. La carn
—¿será la carne?— yace debajo de un piedra recalentada. La lava se eleva e os campos consumidos por el fuego. ¿Dónde, en qué caverna, se produjero
ales desgarramientos? Los labios de lo volcanes arrojan fuego, los pozo bullen. Los huesos se asientan com
escombros sobre las heridas.¿Es humano uno? ¿O simplemente est vivo? ¿Como una brizna de hierba qu equivale a toda la existencia cuando e
arrancada? Sí. Si el dolor es e fundamento, entonces una brizna d hierba puede conocer todo lo que existe
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Un número en llamas apareció ante mí El fuego reveló un borde firme como u cuchillo, y entré en ese signo ardiente
En el fuego comencé a fluir en medio d a clara y brillante existencia de
número 2. El dolor entró con un latido. Cad
descanso entre punzadas no er suficiente: ¡ah, las contorsiones de l esperanza, los desgarros de la fibra! Mi
órganos se habían retorcido, coseguridad, y los huesos profirieron u alarido al quebrarse. Las puertas s abrieron ante una explosión.
El dolor se albergó en la luz brillante Me vi expuesto a la ardiente roca Demoníacos el calor del sol y la sangr que bullía en las venas. ¿Es que jamá
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volvería a ser sangre? La corriente d os fuegos altísimos me dijo entonces —
por su misma intensidad— que yo n
sería destruido. Debía de haber algun forma de existencia en el otro lado Entonces solté los poderes que m chamuscaban el corazón. Esos podere moribundos bien podían infundir vida otras partes mías. Pues veía una hebr que temblaba en la oscuridad, un tall
vivo en el carbón humeante de mi carnedelicado como el nervio más exquisito   con cada dolor yo buscaba es
filamento con todo el refinamiento de m
angustia, hasta que el dolor mismo cobr al brillo que tomé conciencia de un
revelación. El filamento no era un hebra, sino dos, retorcidas co
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delicadeza impecable. Se trenzaba durante los espasmos más intolerables sin embargo se separaban ante el prime
alivio, y con tal sutileza de movimient que me di cuenta, con seguridad, de qu estaba presenciando la vida de mi alm ¡viéndola al fin!). Bailaba como u
séquito de cenizas sobre la llama. Luego todo volvió a perderse. Mi
entrañas se estremecieron con u
desgarramiento oceánico, dispuestas arrojar los jugos y gorduras de la viej carne empapada de placer, frenética como un traidor que se doblega al se
orturado. Yo estaba dispuesto a da cualquier cosa con tal de llevar meno peso en la próxima oleada de odio, y e a oscuridad de las ondas de la carn
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que hacían chasquear las aguas de sonido, yo me debatía con grande esfuerzos.
No podía sumergirme en ese sulfuro o era por las llamas, sino por el terro
a la sofocación; no era por mori quemado, sino por el temor de queda enterrado. ¡Era por la arcilla! Tuve un visión en que la arcilla me tapaba lo orificios de la nariz, la boca, las oreja
 las órbitas de los ojos: ya no veía máel filamento doble. Estaba solo en esa cavernas enterradas, solo con e martillear de mis entrañas. Sin embargo
aunque me hundiera en la lobreguez d esas desolaciones aullantes abrasadoras, yo ya había logrado un visión para atormentarme. Pues habí
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abarcado la belleza de mi alma justo e el instante en que no podía hacer uso d ella. ¡Moriría ahora que lo sabía!
Luego llegó un momento de paz e medio de la tormenta y el tumulto de lo conductos. Conocí la desolació solemne del centro apaciguado de huracán, y en esa calma vi, con tristeza que yo podría ser sabio sin una vida e donde poner en práctica mi sabiduría
Pues logré discernir los antiguodiálogos. Una vez había vivido com amo y esclavo: ahora, ambo desaparecían con cada nuevo ataque
Ay, el diálogo perdido que nunca había enido lugar entre la parte más valient
de mi ser, y el resto! El cobarde habí dominado. Algo se desprendió en lo
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corredores de mi orgullo, y alcancé ver el fundamento del dolor: visión ta hermosa como estrecha. Pero ahor
volvían a ponerse en movimiento lo molinos de la vituperación. Como un serpiente a la que le han reventado la entrañas, me di por vencido, supliqu que reinara la paz y di nacimiento a m sangrienta historia, con las retorcida vísceras al aire. Cierta totalidad s
escapó de mis entrañas, y vi la figurardiente del número 2 disolverse en la lamas. Yo ya no volvería a ser lo que
había sido. Mi alma sintió sufrimiento
humillación y furia por la pérdida, per ambién arrogancia, como la bellez
misma. Porque había cesado el dolor, o era nuevo. Otra vez tenía un cuerpo.
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UNO
La oscuridad era profunda. Si embargo, yo no tenía duda. Estaba e una cámara subterránea de diez pasos d
argo por la mitad de ancho. Hasta supcon la celeridad de un murciélago) qu el recinto estaba casi vacío. L superficie de las paredes y del piso era
de piedra. Como si pudiera ver con lo dedos, sólo me bastaba agitar un braz para sentir el tamaño del espacio fuer de mi alcance. Era tan notable como oí voces con los pelos de la nariz. Además podía oler la piedra. Había una ausenci en el aire, un vacío dentro de otro vacío
Ahora tenía conciencia de un cofre d
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granito cerca de mí; me di cuenta de s presencia como si lo hubiera atravesad con el cuerpo. ¡Era enorme, como s
fuera mi propia cama! Pero, a un paso como montando guardia, habí excremento viejo en el piso, restos d algún animal feroz que como yo, habí entrado en ese lugar y luego se había id después de dejar su depósito. No habí esqueleto alguno, como para hablar d
una bestia. Nada más que el olor estiércol y orines execrable. Pero ¿dónde estaba el pasaje por el que podí haber entrado el animal? Inspiré e
horror del ambiente impregnado con e vil excremento de una bestia. ¡Eso tien su propio mensaje!
Sin embargo, también podía reconoce
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a fragancia del aire fresco de la noch que entraba en la cámara. ¿Entraría po el resquicio de la piedra usado por e
felino? En la oscuridad, entre dos bloques d
piedra, mis dedos pronto encontraron u nicho no más ancho que la cabeza de u hombre. Por la frescura que llegaba debía de conducir al exterior. El air que entraba por la hendidura no era má
que un susurro, tan débil que no hubierpodido ni mover un pelo ni una pluma pero traía el fresco del desierto cuand hacía bastante que se había ocultado e
sol. Me dirigí hacia ese susurro d frescura y, ante mi sorpresa, mi brazo penetró en el nicho. Era un pozo larg entre grandes bloques de piedra, que e
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partes no parecía más ancho que m cabeza, pero que ascendía en línea rect   luego trazaba un ángulo abrupto. U
rayecto inmundo. Los caparazones d nnumerables escarabajos muertos m
obstruían el paso. Las hormigas m recorrían la piel. Las ratas gritaban aterrorizadas. Sin embargo, yo trepab sin sentir pánico, sólo sorprendido po a estrechez del pasaje. Parecí
mposible que pudiera avanzar, pues erapenas más ancho que la guarida de un víbora. No obstante, era como si y careciera de hombros o caderas. Poseí
astucia en el tacto, y, como la víbora, no enía miedo de quedarme atascado. Er
capaz de volverme más angosto. Pero e mejor decir que avancé con mi
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pensamientos por ese pasaje largo estrecho, y mi cuerpo fue l suficientemente dócil como par
obedecer. Una sensación extraña. M sentía vivo. El susurro del aire haci donde iba tenía fosforescencia Partículas de luz resplandecían en m nariz y en mi garganta. Estaba más viv que lo que alcanzaba a recordar y, si embargo, no sentía el yugo del múscul
o el hueso. Era como si me hubierreducido al tamaño de un niñito. Cuando por fin llegué cerca de la boc
del pozo, vi el cielo y la luz de la lun
nclinada sobre el borde. Mientra descansaba, vi pasar la luna llena, y s uz me ungió. Desde los huertos lejano legaba la fragancia de las higueras
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palmeras datileras así como el fresco d as vides. El aire de esa noche me traí nsinuaciones de los jardines dond
alguna vez hice el amor. Volví a conoce el olor de la rosa y del jazmín. Abajo unto a la lejana ribera, las palmera
destacarían su negra silueta contra e agua plateada del río.
Por fin emergí del pozo de esa gra montaña de roca. Asomé la cabeza y lo
hombros en la noche abierta, logré sacaas piernas, y respiré con dificultad Bajo la luz de la luna vi una larga lader blanca de piedra, la tierra allá abajo,
en el desierto, muda como una montañ de plata, una pirámide. Detrás, otra. Má cerca de mí, medio enterrado en l arena, había un león de piedra co
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cabeza de hombre. ¡Yo me hallaba encaramado en la ladera de la gra pirámide! Había estado (no podía se
ninguna otra parte) en la cámar mortuoria del faraón Keops.
Keops... aquel nombre tenía l aspereza de un ronquido masculino Hacía más de mil años que habí muerto. Sin embargo, ante e pensamiento de haber estado en s
umba, sentí el cuerpo demasiado débicomo para moverme. El sarcófago d Keops estaba vacío. ¡Habían encontrad  robado su tumba!
Pensé que mi corazón dejaría de latir unca había sentido tanta cobardía en e
estómago. Sin embargo, yo era u hombre de valor, como me parecí
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recordar, quizás un soldado, famoso po algo, de modo que podía jurar... Si embargo, era incapaz de dar un paso
Lleno de vergüenza, me estremecí baj a luna. Allí estaba, en la ladera de l
pirámide más grande, con la luz de l una sobre mi corazón y mi cabeza
cerca de la estatua del león inmenso, co as pirámides de los faraones Kefrén
Micerinos al sur. Hacia el oriente, vi l
una sobre el Nilo, y lejos, al suralcancé a divisar la última luz de la ámparas de Menfis, donde m
esperaban mis amantes. ¿O tal ve
esperaban a otro, ahora? Yo estaba tan reducido que me pareció que n mportaba. ¿Habría tenido u
pensamiento como ése, antes? ¿Yo, qu
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sólo temía el estar demasiado dispuest a matar al primero que mirara a un mujer mía? Cuán exhausto me sentía
¿Era éste el precio que pagaba por habe entrado en la tumba de Keops? En l penumbra comencé a bajar deslizándome de grieta en grieta sobr a piedra caliza. Supe entonces que u
cambio vil se había operado en mí. M memoria, que en el primer resplandor d
a luna había prometido volver, seguísiendo un lodazal. Ahora el aire estab pesado por el olor a cieno. Ése era e aroma de estas tierras: cieno y cebada
sudor y labranza. Al día siguiente, a mediodía, la orilla del río sería un horn de juncos caídos. Los animale domésticos dejarían su ofrenda en e
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fango de la costa. Ovejas y cerdos cabras, asnos, bueyes, perros y gatos Hasta gansos, aves asquerosas, con s
olor hediondo. Pensé en las tumbas, y e os amigos enterrados. Como una pesad
cuerda pulsada, llegó la primer nsinuación de la tristeza.
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DOS
Me encontraba en una situació extrañísima. Todavía no sabía quién era ni cuántos años tendría. ¿Era maduro
poderoso, o joven y en el inicio de mfuerza? Apenas parecía importar. Me encogí de hombros, y eché a andar siguiendo, por la razón que fuera, un
senda a través de la necrópolis, mientras serpenteaba empecé explicarme lo que iba viendo, lo que e una manera de decir, puesto que m sentía en la situación más peculiar carente de conocimientos elementales.
Ante mí, debo decir, no había más qu
as rectas calles de ese cementerio baj
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a luz de la luna, panorama si demasiado atractivo, a menos que s halle encanto en los altos valores. Cod
por codo, la ciudad de los muerto contenía las parcelas más entrañables d odo Menfis, o al menos eso es lo qu
recuerdo con certeza. Recorrí los pasillos de nuestr
monótona necrópolis, pasando junto as puertas cerradas de las tumbas, hast
que —sin ninguna razón— comencé pensar en un amigo que había muert hacía poco. Lo conservaba en m memoria como el amigo más querido,
su muerte había sido absurda y violenta Ahora sólo me quedaba recordar si s umba estaría cerca. Me visitaro
nuevos recuerdos. Mi amigo provenía d
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registrados y cincuenta hijas. Produjero anta descendencia que hoy es imposibl
estimar cuántos funcionarios reales
sacerdotes provienen de Ramsés aunqu sea en la mitad de su linaje. En verdad no hay mujer rica en Menfis o Tebas que no ofrezca una de sus posaderas com prueba de autenticidad de s descendencia (posaderas reales com as de los faraones), e inevitablement
se lo hará saber a todo el mundoDescender de Ramsés II puede no se excepcional, pero es indispensable, a menos si ella quiere un solar familiar e
a necrópolis. En ese caso, es mejor qu sea una ramsedita, aunque sólo en parte En realidad, no se puede comprar un umba en el Umbráculo Occidental si n
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se es ramsedita, y ése es el prime requerimiento en ese comercio entre la matronas de Menfis. No hay suficiente
solares. Por eso, están dispuestas cualquier cosa. Por ejemplo, la madr de mi querido amigo, la matron Hathfertiti, estaba siempre preparad para comerciar. Si el precio er conveniente, el sarcófago de u antepasado podía ser transferido a un
umba inferior, o incluso ser embarcadorío abajo hasta otra necrópolis. Po supuesto, uno debía preguntarse «¿Quién era el antepasado? ¿Cuá
sustancial era su maldición?» Ésa era l parte tácita de la transacción: había qu estar dispuesto a ser blanco de uno cuantos juramentos malevolentes. Si
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embargo, había quienes estaban listo para recibirlos si eran l suficientemente terribles como par
hacer bajar el precio. Por ejemplo Hathfertiti había tenido la audacia d vender la tumba de su abuelo. Co respecto a ese pariente muerto, que er abuelo de su marido (que resultaba ser por cierto, su propio abuelo, pues ell era, por cierto, la hermana de su marido
se le dijo al comprador que el viejMenenhetet había sido el más amable benigno de los mortales. No se debí emer su maldición. ¡Qué falsedad! E
secreto, se murmuraba que Menenhete comía escorpiones fritos con excrement de murciélago de tan grande que era s necesidad de protegerse contra la
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maldiciones de los poderosos. M parece recordar que tuvo una gran vida.
El comprador a quien Hathfertiti l
vendió el solar, un funcionario menor ambicioso, no dejaba de ser típico Sabía que la mejor protección contra lo conjuros malignos para un ramsedit nsignificante como él era se
propietario de una buena tumba Mientras no tuviera qué ofrecer a s
familia, todas las visitas de su mujer sus hijas a los mejores hogares d Menfis estaban destinadas al fracaso Simplemente, no tenían posición en lo
rangos de los muertos. De modo que y vivían bajo una maldición: se lo desairaba. Pues, ¿qué es una maldición sino una injusta privación de poder
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. Ahora, de pie bajo la luz de la luna, e
a necrópolis, embargado por un enorm
dolor ante la muerte de Menenhetet II que apenas alcanzaba a comprender, no sé si yo estuve presente cuand Hathfertiti le habló de la tumba, aunqu supongo que Ka se quedó sin nada. Au así, los detalles no están claros para mí Es mejor decir que esto es lo qu
recuerdo. ¿Diremos que yo era como ubarco que avanzaba hacia el puerto ravés de la bruma? Ahora, mientras m
hacía cargo de mi posición, de pie e
una de las avenidas más insignificante de la necrópolis, tenía la impresión d que no estaba lejos del lote barato qu Hathfertiti había tenido que comprar co
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gran prisa después de su muert repentina. Acudieron a mí recuerdos d un funeral pío, pero de una tumb
humilde. A mis oídos llegó ahora la vo de Hathfertiti diciendo a todos los qu querían escucharla que el deseo de K había sido reposar en el extremo inferio del Umbráculo Occidental. Eso fue u escándalo. Como todo el mundo sabía Hathfertiti era sencillamente demasiad
avara como para pagar el precio de uncámara decente. Aun así, ella s aferraba al mismo cuento, muy triste Meni siempre había tenido un sueño
decía, según el cual él debía descansa al principio en una tumba pobre. Cuand fuera el momento de cambiarlo, ell recibiría un mensaje en sueños
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Entonces lo llevaría a una propieda espléndida. Todo eso era dicho en medio de fuertes lamentaciones qu
repelían a quienes la oían. En definitiva no era parte de nuestra etiqueta alentar cualesquiera de las siete almas, sombra   espíritus de un muerto a visitar a lo
vivos. Supuestamente, el objetivo de u funeral es despedir con consuelo a lo siete y enviarlos al Mundo de lo
Muertos. Por eso, era natural quemiéramos a un hombre que habí partido violentamente. Su fantasm podía mantener una relación turbulent
con su familia. Es precisamente durant esos funerales cuando los deudos debe hacer esfuerzos especiales para aplaca al muerto, en lugar de despreciarlo. E
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ese caso, era temerario que Hathfertit urara que pronto trasladaría el cajón d
su hijo a una tumba mejor. Todos sabían
que reservaba esa tumba para sí misma ncluso nos preguntábamos si s
verdadera intención no sería acicatear nuestro Menenhetet II y arrastrarlo haci os atormentados viajes de lo
fantasmas. ¡Peor aún! El funeral podr haber sido fastuoso, pero la tumba en s
era tan pobre que los ladrones de tumbano tendrían miedo de abrirla. (L maldición que cae sobre lo profanadores de tumbas es raras vece
vigorosa. Eso se debe a que la mayo malevolencia reside entre el pobr muerto y sus parientes, que lo dejaro an pobre.) Era dable preguntarse
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entonces, si Hathfertiti se estarí asegurando de que la tumba de su hij fuera profanada.
Yo había llegado a la entrada de la avenida que llevaba a la tumba de Meni   desde allí divisaba un panorama
Muchas de las tumbas no eran má grandes que las chozas de los pastore aunque sólo en la necrópolis s
encuentran chozas de mármol) pero cad
echo era una pirámide en miniatura, coun agujero en el frente empinado. Po eso solo uno se daba cuenta de qu estaba en la necrópolis, ya que e
agujero era la ventana para el Ba. S odo muerto tenía un doble, conocid
como su Ka, también tenía su almit ntima, el Ba, el más íntimo de los siet
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poderes y espíritus. Este Ba tenía e cuerpo de un pájaro y la cara de muerto. Ésa era la razón de la ventanit
en esas pequeñas pirámides empinadas Una salida para el Ba. Sí, estab empezando a recordar. ¡Por supuesto Cualquier pájaro que viera en la ventan de una torre sería el Ba de quienquier estuviera en el sarcófago, debajo. Pue ¿qué pájaro ordinario se atrevería
acercarse a la necrópolis cuandrondaban los fantasmas? Me estremec Los fantasmas de la necrópolis era horrendos: oficiales que no había
encontrado la paz, guerreros si retribución, sacerdotes castigado njustamente y nobles traicionados po
sus parientes próximos o, más comú
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harapos, como un profanador de tumbas Era dueño, también, de un hedor qu sobrepasaba toda expectativa y qu
ahora descendió sobre mí. A la luz de la luna vi a un desdichado
sin manos, con nariz de leproso envuelt en tres guiñapos. Aquella nariz era un desgracia, una mofa del triple falo d Osiris, Rey de los Muertos, pero que si embargo era capaz, todavía, d
sacudirse debajo de los dementes ojoambarinos. Era, por cierto, un fantasma de pies a cabeza. Lo veía tan claro com mi mano, aunque podía ver a través d
él. —¿A quién buscáis? —preguntó, y s
aliento, de haber consistido en cangrejo muertos pudriéndose en el limo má
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estuviera dispuesto a prevenir a otro me hizo reír. A la luz de la luna, sin embargo, mi alegría debe de habe
agitado las sombras, pues el fantasm retrocedió.
—Podría deciros más —espetó— pero no soporto vuestro hedor.
Con eso, desapareció. El castigo má sutil que sufría era el pensar que s propio olor provenía de otros. As
cometería error tras error con cadencuentro. Ahora, justo después de desaparece
el fantasma, vi el Ba de Meni II
Apareció en la ventana. El Ba no tení ni siquiera el tamaño de un halcón, y s cara era más pequeña que la de un niñ recién nacido, pero era la cara de Meni
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a más apuesta que haya visto yo jamá en un hombre. Reducidas ahora, su facciones eran exquisitas, como si l
criatura hubiera nacido con l nteligencia de un adulto. ¡Qué cara! S
ahora me contemplaba, se apartó d nmediato. Entonces, el Ba d
Menenhetet II abrió las alas con u úgubre sonido, feo como un cuervo po a plenitud de su pesimismo, graznó un
vez, graznó dos veces, y levantó vueloDeprimido por tal indiferencia hacia m me dirigí a la puerta de la tumba.
De pie ante el portal, me sent
embargado por una gran tristez repentina y lamentable, enorme candorosa, como si proviniera de m querido amigo muerto, y me la hubier
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pasado a mí. Suspiré. Mi últim recuerdo de ese lugar era el aspect sucio de la entrada, y eso no habí
cambiado. Recuerdo que pensé entonce que sería fácil de violar, y una vez má volví a intuir ese sentido de adaptació que esa misma noche me habí permitido salir por el estrecho pozo d a cámara de Keops. Ahora me pareció
que mi dedo se escurría entre las ranura
de la cerradura de madera. Cuando gira mano, el pitón se levantó, y con él, e cerrojo.
Entré la tumba. Me hizo toma
conciencia de mi piel, como si m hubieran hundido una uña en el cuer cabelludo. Era como si la lengua de u gato me estuviera lamiendo las planta
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de los pies. Sentía cosquillas. Tuve un horrible sensación de desorden hediondez. La luna brillaba a través d
a puerta abierta, y vi que las ofrenda de comida dejadas allí habían sid devoradas por ladrones. Los objetos d valor estaban rotos, o había desaparecido. La pasión mancillador de los profanadores era evidente e odas partes. ¡Qué manera de vaciar lo
cofres! Me sentí furioso. ¡Qué dejadez lde los cuidadores! En ese instante, mi ojos se fijaron en un palillo chamuscad en un aplique de bronce en la pared,
mi furia se clavó en él con tant ferocidad que apenas me sorprendió qu comenzara a humear: el carboncillo d a punta empezó a arder, y la antorcha s
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encendió. Había oído hablar de cierto sacerdotes capaces de concentrar su ir  hacer fuego con los ojos, pero no creí
en esos cuentos. Ahora me pareció un forma más natural de encender fuego qu sacar chispas en leños secos.
¡Qué desperdicio! Torrentes de cao futuro residían en el descontento d estos ladrones refractarios. ¡Cuidaos d os que viven en el último lugar de
reino! Habían destrozado tanto comrobado. Eso me obligó a pensar en cuá exquisito había sido el apartamento d Meni durante los últimos años de s
vida y, en ese instante, recordé lo sollozos de Hathfertiti cuando m consultaba si los vasos de alabastro os platos de su hijo, sus pulseras
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cintos enjoyados debían ser enterrado con él. ¿Debía enterrar la caja de éban o el cofre de pino, su peluca dorada, s
peluca blanca, la roja, la verde, l plateada o la negra, su caja d cosméticos, sus taparrabos de hilo, su argas faldas de hilo, e incluso su cam
de ébano (que ella desesperadament rataba de conservar, cosa qu
finalmente hizo)? ¿Qué armas debí
elegir, el arco dorado y las flechas, lanza con el mango enjoyado? ¿Debía esos objetos deliciosos acompañarlo a tumba? En el medio de esta
meditaciones, exclamaba: «¡Pobr Meni!» Agregaba lamentos píos qu hubieran sonado absurdos en una vo menos profunda. «El fruto de mis ojo
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comiendo una gacela por detrás. A Hathfertiti le sangró la nariz a reconocer que, como era un regal
hecho a su hijo, no podía dejar de ir co él a la tumba. Por supuesto, eso l permitió conservar otros objetos, e especial su corona de plumas, su piel d eopardo y el escarabajo de ónice verde unto con el escarabajo de las seis pata
de oro. Con seguridad, lo que finalment
bajó a la tumba fue una proporción entra avaricia de Hathfertiti (ocho partes) su creencia en el poder del más all cinco partes). Ella nunca sucumbi
otalmente a la avaricia. Eso hubier producido un agujero, por el cual s habrían filtrado los demonios. En un oportunidad me dio un sermón acerca d
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cámara mortuoria no se hallaba en u nivel inferior, sino que era simplemente, una continuación de
cuarto anterior. Un muro de adob servía de divisorio. ¡Barato! No habí barrera entre la cámara de las ofrendas a mortuoria. Aun así, vacilé. No querí
entrar. El aire era diferente, según noté a
rasponer el segundo umbral. Había u
evísimo olor tan nauseabundo, que mdetuve. Mi antorcha no estaba firme, se agitó con la doble impresión qu recibí. Por supuesto. No había sólo u
sarcófago, sino dos. Ambos destrozados Las cubiertas exteriores de los ataúde estaban en un rincón. Las tapa nteriores de ambos ataúdes tambié
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vendas larguísimas, otras mero andrajos y recortes. Un montón d basura sobre el piso. Como si un anima
hubiera estado juntando materiales par su nido. Hasta había huesos de pollo Los ladrones habían comido allí. Si n me engañaba la nariz, no se había atrevido a defecar junto a los cadávere envueltos. Sin embargo, el origen de es olor, leve pero terrible, era claro. Uno
de los pies descubiertos había empezada convertirse en polvo. El otro sarcófago, en un rincón, habí
sido igualmente revuelto. Podí
pertenecer sólo a Menenhetet I Hathfertiti lo había trasladado allí iempo para ser violado. Sin embarg
mis piernas no querían llevarme en es
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Esta luz violeta en torno al cuerp envuelto de mi amigo sugerí agotamiento, como si lo poco qu
quedaba de él estuviera tratando d mantener cierta calma en medio d antos horrores. Digámoslo: el horro
principal era la presencia del otr sarcófago. Al pensar en los despojos de bisabuelo, bajé la antorcha, confundido nmediatamente, se apagó. Tuve l
sensación de la fuerza que debía de usaMeni II simplemente para resistir l presencia del otro.
Sin embargo, ahora esa opresió
pareció ceder. No sé si se debía a m esfuerzo (de repente, me sentía mu cansado), pero, de todos modos, el aur de Meni se avivó. El aire se tornó má
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último temblor, mi antorcha volvió encenderse. No vacilé en levantarla Tuve el impulso de mirar otra vez lo
gusanos. Mientras estudiaba la cavidad del pi
de Meni, me di cuenta de repente de qu enía una herida en la planta de m
propio pie. ¿Hasta qué punto debía un ser consecuente en la amistad que ahor o debía cojear en compañía de mi viej
compañero? Surgió en mí un odiremendo por la corrupción de s cuerpo. Estaba dispuesto a acercar l antorcha al agujero de su pie, freír lo
gusanos, sellar la carne putrefacta. D hecho, empecé a hacerlo, pero me ech atrás por el temor de quemar mi propi pie. Ahora sentía hambre, un hambr
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repentino, maníaco. Apreté con fuerz as mandíbulas contra ese prodigios
deseo incipiente, pues me habría hech
olfatear como un perro los canopes junt al ataúd, esas cuatro vasijas de lo Hijos de Horus, cada una del tamaño d un gato gordo. La cabeza tallada de Hep el simio, contenía los intestino delgados del muerto cuidadosament envueltos; la vasija bajo la vigilancia d
Tuamutef, el chacal, tenía el corazón os pulmones, mientras que Amset, co cabeza de hombre, poseía ahora e estómago y el intestino grueso
Qebhsenuf, el halcón, contenía el hígad   la vesícula. Ante mi horror, no me
abandonaba el pensamiento de un cald hecho con esos órganos preservados
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por más que me resistía contra ta horrenda tentación. Por otra parte, debí satisfacer mi hambre. No era posibl
abandonar la tumba, cruzar l necrópolis, caminar hasta el Nilo buscar una tienda de comida con e fuego encendido y una bruja que m alimentara. No, a esa hora er mposible. Al borde del pánico por e
ataque de este deseo obsceno, me pus
de rodillas y empecé a rezar. La grasorpresa fue que me acordara d hacerlo. Pero ay, esos gusanos en e agujero pululante del pie. Ello
abastecieron mi plegaria. —Cuando el alma se ha marchado —
dije en voz baja— un hombre ve l corrupción. Se convierte en hermano d
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a podredumbre y se hunde en un miríada de gusanos, se convierte nad más que en gusanos... —La luz de m
antorcha trazaba sombras en el techo. —Gloria a vos, Osiris. Padre Divino
Vos no os marchitasteis, vos no o corrompisteis, no os convertisteis e gusanos. Así deberían ser mi miembros, eternos. Yo no me corromperé, no me pudriré, y no veré l
corrupción.Tenía los ojos cerrados. Miré dentro de mí en lo más profundo de l oscuridad de la tierra más negra qu
amás hubiera visto, negra como la tierr de Kemit, nuestro Egipto, y en es negrura oí que reverberaban mi palabras, como en el tañido de una gra
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campana junto al portal del recolecto del diezmo en Menfis, y supe que esa palabras tenían una fuerza superior a l
ascensión de las plegarias y a l fragancia del incienso. Con el eco qu reverberaba en la oscuridad cerrada d mis ojos ya no pude contener más e hambre y levanté el brazo con los cinc dedos extendidos, como diciendo «Co estos cinco dedos comeré», y giré e
círculo, encomendándome a Dios o a loDemonios. No lo sabía. Como respuesta, salieron en fila cinc
escorpiones de la vasija con cara d
halcón de Qebhsenuf, Dios d Occidente, el hígado y la vesícula, cruzaron por el piso desde el féretro d Menenhetet I hasta el agujero en e
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envoltorio de Menenhetet II. All empezaron (supongo, pues yo no estab preparado para mirar) a devorar lo
gusanos. ¿Siguieron con la carne del II o lo sé, pero mi pie herido me quem
con la ferocidad de un nido de hormigas
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TRES
Como una burla a mi desesperación e ese lugar espantoso, pensé en una noch en Menfis llena de comida y vino
dulcísima conversación. No sabía shabía sucedido hacía un día, o un año pero yo estaba de visita con u sacerdote en la casa de su hermana,
ese mes (¡mes vivificante!) fui el amant de la hermana. El sacerdote (¿l recordaba realmente como tal?) habí sido, como tantos otros bueno hermanos, el amante de su herman durante años. ¡Cómo hablamos Discutimos todos los temas, except
cuál de los dos haría el amor a l
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hermana. Ella estaba, por supuesto, excitada a
vernos juntos. ¿No tenía, acaso, todo e
derecho para estar excitada? Cuand salimos del cuarto, me susurró qu esperara y que los observara, a ella co su hermano. ¡Una muchacha de buen familia! Justo en el momento preciso dijo, ella se colocaría en posició encima de él. Esperaba que yo estuvier
isto para montarla entonces. Prometiser capaz de recibirnos a ambos. ¡Qu esposa sería! Como ya me había hablado de ella otras bocas, por as
decirlo, me sentí agradado por lo qu planeaba reservarme: las posaderas d esa dama eran iguales a las de un pantera (una pantera gorda). Si uno er
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afortunado, podía llegar a oler el ma por cualquiera de los puertos de es dama. O encontrar el peor de lo
pantanos. Ella era capaz de brindar e hedor más dulce y sutil que pued hallarse en el mejor de los cienos (e olor de Egipto, lo juro) o ser ta fragante como una planta tierna. Un dama con ofrendas suficientes para dos Hice lo que ella me dijo esa noche,
pronto le demostré al sacerdote que lovivos pueden encontrar su doble co gual celeridad que los muertos (pues é
pronto perdió todo sentido de quién er
más mujer, su hermano o él mismo excepto que sólo él estaba totalment afeitado).
Tales recuerdos contribuyeron
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empeorar mi hambre. Como una herid que late, su furia aumentaba con cad aliento. No quería hacer el amor, sino
devorar comida. Debía de estar padeciendo de un
fiebre fatal: con seguridad nunca habí sentido un hambre semejante. M estómago se sentía atraído a un largo oscuro pasillo y vi bailar ante mis ojo cuadros de comida. Pensé en es
nstante en el Comienzo, cuando el dioTemhu creó todo lo que existe con una palabra. El reino del silencio cobró vid en el acopio de los sonidos proveniente
del corazón de Temhu. Ergo, levanté el brazo otra vez
señalando con los dedos el ciel nvisible sobre el techo, y dije:
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—Hágase la comida. Pero no pasó nada. Sólo un débi
quejido hizo eco en el recinto vacío. M
sentía desfallecido por la futilidad de m esfuerzo. Me ardía la cara. Ante mi ojos cerrados apareció un oasi pequeño. ¿Acaso se me ofrecía l salvación? Caminé con dificultad po entre la basura del piso, como si cruzar un desierto imaginario. ¡Cuán real era
La arena me hacía picar la nariz. Llegua un rincón y, a la luz de mi antorcha, v as hermosas pinturas en los lados de
ataúd destrozado de Meni. Eran pintura
de comida. Toda la suculenta comida que el Ka de Meni II podría requeri cuando lo visitara el hambre: una cen para una docena de amigos, con mesas
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cuencos, vasos y vasijas, jarrones articulaciones de animales, muslo suspendidos de ganchos, todos pintado
en la pared del ataúd roto. ¡Qué obr maestra de ofrendas! Vi aves doméstica   silvestres, patos y gansos, perdices
codornices, carne de vaca y de tor salvaje y jabalí, hogazas de pan, tortas higos, vino y cerveza, cebollas granadas, uvas, melones y frutos de
oto.Era doloroso de ver. No osaba busca en mi mente las palabras de poder, qu alguna vez debía de haber aprendido
que ahora podrían traer a mí una porció de esos alimentos pintados, acercarlo para que pudiera comer, pero no, es comida era para Meni II, un recurso qu
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él podría usar si le robaban las otra ofrendas de carne salvajina y fruta.
Entonces tuve la idea de traicionar
Meni, y me sorprendí al descubrir (dad mi memoria infame y fragmentaria) qu debía de ser un verdadero amigo mío Pues me di cuenta de que no tení deseos de depredar esa abundancia d provisiones pintadas; por el contrario mi voracidad parecía aquietada por m
escrúpulo. A medida que miraba confijeza la comida pintada, el hambre s convirtió en ese estado, más agradable en el que el apetito está a punto de se
satisfecho. ¡Oh, sorpresa! Sin esfuerz alguno, mis mandíbulas trabajaban había en mi boca un trozo de pato, o es sabor tenía (cuidadosamente asad
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sobre las ascuas) y los jugos de su carn ya no estaba hambriento) se deslizaba
agradablemente por el corredor vací
hasta mi estómago. Incluso, me sentí entado por quitarme el bocado
contemplarlo, pero la curiosidad era un nsensatez que no podía ser tolerada po a satisfacción de un momento como ése
Además, me sentía abrumado por l generosidad de mi amigo Meni. Él debí
de haber reconocido plenamente spropia necesidad de comida y, si embargo, me había dado un poc gracias a su influencia, supongo, en e
mundo de los Muertos). Siguió más comida, con gran varieda
de gustos: carne de novillo y de ganso higos y pan. Era sorprendente cuán poc
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se necesitaba para aplacar un hambr que pareciera tan terrible. En m estómago, por ejemplo, tenía l
sensación de haber tomado, si advertirlo, un jarro lleno de cerveza Pero era tan agradable estar levement
borracho! Hasta eructé (sentí el gust del cobre del jarro) y me sorprend pues dije el final de la plegaria qu acompaña la petición de comida. Tan
grandes eran las ganas de dormir qucomo un niño me quejé porque no habí ugar en el piso donde acostarse, d anta basura y envoltorios. Fue entonce
cuando razoné que si Meni había tenid a bondad de ofrecerme la comid
destinada a su Ka, no tendría reparos e que durmiera a su lado, por lo que pus
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a antorcha en un soporte y me tend unto a la caja de la momia, si mportarme (pues ya estaba
adormecidas mis extremidades) que m pie estuviera cerca de ese pie con e agujero, donde los escorpione anidaban. Pero yo ya estaba acomodad   tuve tiempo para eructar otra vez uego pensar que la carne que acabab
de comer difícilmente podía ser de la
cocinas del faraón, pues sabía al ajo quos establecimientos de comidas barato empleaban con asiduidad. Entonces, a borde del mundo de los sueños qu
empezaban tan cerca y viajaban ta ejos, pensé en Meni y en su corazó
bondadoso y en su amor por mí, y un risteza poderosa como un río d
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CUATRO
Creo que en ese sueño viajé a travé de la sombra que cubre el corazó cuando los ojos se cierran por últim
vez, y los siete espíritus y almas saprestan a regresar al cielo o a bajar a nfierno.
Fuegos fríos me bañaban por detrá
os ojos sin vista, mientras los siet espíritus y almas se preparaban par partir. No lo hicieron de repente, sino que salieron con el decoro de u concilio de sacerdotes, todos except uno, el Ren, el Nombre Secreto de uno que partió de inmediato, como un
estrella fugaz que atraviesa e
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firmamento. Así debía ser, concluí. Pue el Ren no pertenecía al hombre, sino qu provenía de las Aguas Celestiales
entraba en el infante en el momento d su nacimiento, y no podía moverse hast a hora de partir. Si bien el Nombr
Secreto debía de tener algún efect sobre el carácter de uno, era por ciert a más remota de nuestras siete luces.
Pasé entonces a través de un
oscuridad. El Nombre ya se había ido, supe que luego seguiría el Sekhem. U don del sol, era nuestro Poder, dab movimiento a nuestras extremidades,
sentí que comenzaba a elevarse de mí. Con su ausencia, mi cuerpo qued
nmóvil. Yo conocía el paso de este Sekhem y era como el crepúsculo sobr
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el Nilo, que acude al sonar el cuerpo de sacerdote. El Sekhem estaba perdido si el Ren, y yo estaba muerto, y mi alient
me abandonó con la gloria postrera de atardecer. Las nubes en ese cielo daba su luz carmín. Pero en la noche siguiero viéndose las nubes oscuras, com prediciendo tempestades antes del alba Pues el Sekhem tendría que formular su preguntas terribles. Como el Nombre
había sido un don de las AguaCelestiales, pero, a diferencia del Ren al partir sería más fuerte, o más débil que cuando entró en mí por primera vez
Ésta era la pregunta: «Algunos logran utilizarme bien
¿Podéis decir vos lo mismo?» Tal era la pregunta del Sekhem, y en
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ese silencio mis piernas s endurecieron, y la última de las fuerza en dar un tono final a mi piel se retiró
La extinción podía haber sido completa excepto que yo sabía que estab despierto. Esperé. En tal oscuridad desprovista de luz, sin moción de brisa sin hálito alguno que pudiera desperta un pensamiento, la pregunta del Sekhe persistía. ¿Lo había utilizado bien? Y e
iempo transcurría sin medida. ¿Pasó unhora, o una semana, antes de que la lu de la luna se elevara en el interior de m cuerpo? Un pájaro de alas luminosa
voló frente a esa luna llena, y su cabez era tan radiante como un punto de luz Ese pájaro debía de ser el Khu —e dulce pájaro de la noche— criatura d
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nteligencia divina, que nos es dado e préstamo, como el Ren o el Sekhem. Sí el Khu era una luz en la mente mientra
uno vivía, pero en la muerte debí regresar al cielo. Porque el Khu tambié era eterno. Del rumor de sus alas m legó un sentimiento de tanta ternur
como nunca sintiera por ningún humano ni recibiera en cambio: un acongojad entendimiento de mí mismo me llegó e
el rumor del Khu. Ahora supe que era uÁngel, y no como el Poder y el Nombre Pues el regreso de mi Khu al cielo no s haría sin esfuerzos ni estorbos. Mientra
miraba, vi con claridad que una de su alas estaba dañada. ¡Por supuesto! N era posible que un Ángel se preocupar por mí sin compartir algunas de mi
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heridas y algunos de mis golpes. Just en el momento en que recordaba esto, e Khu debe de haber reconocido sus otra
obligaciones, pues el pájaro comenzó ascender con dificultad debido al al herida, hasta subir más allá de la luna Luego la luna se ocultó tras una nube Yo volvía a estar solo. Tres de mis siete uces ciertamente habían partido. E ombre, el Poder y el Ángel, que nunc
morirían. Pero, ¿qué pasaba con laotras almas y luces, mi Ba, mi Ka y m Khaibit? Éstos no eran inmortales e gual medida. En realidad, bien podría
no sobrevivir a los peligros del Mund de los Muertos, de modo que era posibl que llegaran a conocer una segund muerte. Hubo abatimiento dentro de m
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cuerpo cuando esta idea se apoderó d mí, y aguardé con ansia y anhelo l aparición del Ba. Pero no daba señale
de estar dispuesto a asomarse. Record que el Ba podía ser visto como e amante del corazón, y podía, o no decidirse a hablar con uno, de igua modo que el corazón no siempre elig perdonar. Era posible que el Ba y hubiera partido, pues algunos corazone
son traicioneros y no pueden soportar esufrimiento. Luego me pregunté cuánt debería esperar antes de ver mi Doble pero, si recordaba bien, el Ka n
aparecía antes de que transcurriera setenta días de embalsamiento. Por fi me vi obligado a recordar la sexta luz sexta sombra, el Khaibit. El Khaibit er
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mi sombra, imperfecta como la falsedades de la memoria. ¡El Khaib era mi memoria! Hice un recuento. Ren
Sekhem, Khu, Ba, Ka y Khaibit. E ombre, el Poder, el Ángel, mi corazón
mi Doble y mi Sombra. ¿Cuál sería e séptimo? Casi me había olvidado de séptimo. Era Sekhu, el único espírit paupérrimo que residiría en mi cuerp envuelto después que lo abandonaran lo
otros. ¡Los Restos! Nada más que ureflejo de fuerza, como los charcos qu quedan en la playa al retirarse la marea Los Restos no tenían memoria: como l
uz postrera del crepúsculo, se ha olvidado del sol.
Con este pensamiento debo d haberme desmayado, porque entré en u
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dominio separado de la luz y el sonido Era posible que estuviera de viaje porque lo menos que conocía era el pas
del tiempo. Aguardé.
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CINCO
Me entró un gancho por la nariz atravesó el tabique del orificio nasal, se me incrustó en el cerebro. Entonces
primero por una fosa nasal, luego por lotra, salieron trozos y partes enteras d a carne muerta de mi mente.
Sin embargo, a pesar del dolor, bie
podría haber estado hecho d piedrecitas y raicillas. El dolor era el d a tierra cuando le arrancan una malez
cuyas vellosidades arrastran consig errones. Un dolor ínfimo, el llanto de l
planta arrancada. Así, los finos gancho penetraron en mi nariz y mi cabeza,
uego se movieron lentamente, a ciegas
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como dedos en una madriguera, par buscar porciones de mi mente, arrancarlos. Ahora me sentía como l
pared de una roca cuya base hienden lo rastrillos, curiosamente tibia como si l calentara la luz del sol: era el alient del primer embalsamador, caliente d vino e higos. ¡Cuán claro era mi sentid del olfato!
Aun así, un enigma persistía. ¿Cómo
podía seguir pensando mi mentmientras me arrancaban el cerebro? Po cierto, estaban sacando grandes trozo de materia con la consistencia d
esponja seca a través de los túnele resecos de mi nariz, y me di cuenta — pues hubo un relámpago en mi cráne cuando entró el gancho por primera ve
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— de que una de mis luces del Mund de los Muertos se había movido. ¿Serí el Ba, el Khaibit o el Ka que m
ayudaban ahora a pensar? Y sent náuseas cuando los embalsamadore echaron una droga particularment cáustica, alguna mezcla abominable d cal y cenizas, para disolver lo qu odavía quedara pegado al interior de m
calavera.
Cuánto trabajaron no lo sé, cuántdejaron que ese líquido permaneciera e a bóveda de mi cabeza vaciada es ta
sólo una pregunta más. De vez en cuand
me levantaban de los pies, me sostenía cabeza abajo, y luego me volvían acostar. En una oportunidad me pusiero sobre el estómago para hacer correr lo
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íquidos, e hicieron que el cáustico m comiera los ojos. Se apagaron, com dos flores arrancadas.
A la noche, mi cuerpo se enfrió; haci el mediodía, estaba más bien tibio. Po supuesto, yo no podía ver, pero sí oler, legué a conocer a los embalsamadores
Uno usaba perfume, sin embargo s cuerpo siempre exhalaba e nconfundible olor acre de un gato e
celo; el otro era un tipo pesado, con uolor no del todo desagradable: era el de aliento a vino e higos. Olía tan bie como los sembrados y el barro, y habí
en él siempre aroma a comida Consumidor de carne, su sudor er fuerte, aunque no desagradable: alg eal fluía de los zumos de su carne
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Como percibía su olor cuando se m acercaban, sabía que era de día cuand legaban los embalsamadores, y podí
contar las horas. (Su olor se alterab debido al calor del recinto encerrado. Entre el mediodía y las tres me llegaba odas las fragancias del Nilo, buenas
malas. Después de un tiempo descubr que debía de estar en una tienda. Co frecuencia se oía el crujido de la lon
que se agitaba por encima, y las ráfagame batían el pelo, lo que me producí una impresión tan definida como la de casco de un animal que pisa el pasto
Me estaba volviendo el sentido de oído, aunque por una ruta curiosa. Pue no tenía interés en lo que se decía Percibía las voces, pero no sentía dese
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por entender las palabras. No s parecían siquiera al grito de lo animales, sino al rumor de la resaca
del viento. No obstante, mi mente s sentía capaz de sobrepasar la claridad.
Una vez, creo que Hathfertiti me hiz una visita o, como la tienda estaba e os terrenos de la familia, es posible qu
al pasear por los jardines se detuviera echar un vistazo. Ciertamente, percibí s
aroma. Era Hathfertiti, sin duda algunaEmitió un sollozo, como si por fi creyera en el fin mortal de su hijo, partió de inmediato.
En algún momento de aquello primeros días hicieron una incisión e un costado de mi abdomen con u afilado cuchillo de pedernal. Sé cuá
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afilado, pues a pesar de los poco sentidos que le quedaban a mis Restos a agudeza de la hoja me atravesó com
un arado que rompe la tierra, sólo qu con más filo, como la rueda de un carr que parte en dos una víbora. Luego comenzaron la búsqueda más detallada Es difícil de describir, pues no dolía pero durante esas horas yo estab dispuesto a pensar que el interior de m
orso era como un bosquecillo y queuno a uno, iban cortando los árbole cuyas raíces perturbaban las vetas de la rocas, y cuyas hojas murmuraban
Soñaba con ciudades que flotaban com slas por el Nilo. Sin embargo, cuand erminaron de trabajar me sentí má
grande, como si ahora mis sentido
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habitaran en un espacio más vasto ¿Sería porque habían puesto mi corazó   mis pulmones en una vasija, y m
estómago e intestino delgado en otra Baste decir que mis órganos fuero colocados en cinco lugares diferentes, allí flotaron en líquidos y especia diferentes, pero que, sin embargo existían a mi alrededor, como una aldea Con el tiempo, su lealtad se perdería
Envueltos y colocados en los canopeso que conocían de mi vida serí ofrecido entonces a su propio Dios.
¡Cómo pensaba en lo que esos Diose
legarían a saber de mí, una vez que mi órganos estuvieran en sus vasijas Qebhsenuf residiría en mi hígado conocería todos los días en que lo
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ugos de mi hígado habían sid valientes; igualmente, Qebhsenuf s enteraría de las horas en que mi hígado
como yo, habitaba en medio de un niebla de prolongado temor. Un ejemplo simple, el hígado, pero más agradabl de contemplar que mis pulmones. Pues con todo lo que sabían de mis pasiones ¿seguirían siendo leales cuando s rasladaran a la vasija del chaca
Tuamutef, y habitaran en el dominio deanimal que se alimenta de carroña? N o sabía. Por lo menos, mientras mi
órganos no fueran envueltos, y por l
anto me siguieran perteneciendo, e cierto sentido, yo podía entender qu una vez que yo estuviera embalsamado  ellos en sus vasijas, los perdería. Po
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más desparramadas que estuvieran mi partes por todas las mesas de la tienda aún había un sentido de familia entr
nosotros: el recipiente de mi cadáve vacío estaba cómodamente rodeado po viejas islas carnales de empeño. Eso pulmones, hígado, estómago e intestino estaban apegados a los mismo recuerdos de mi vida, por más separad   ferozmente prejuzgada que fuera l
perspectiva de cada uno. ¡Cuádiferente, después de todo, debía d haber sido mi vida para mi hígado para mi corazón! Por lo tanto, esa tiend
de embalsamamiento no era, como y esperaba, un matadero sangriento, u puesto de carnicero, sino más bien un cocina de hierbas. Por cierto, la
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fragancias alentaban los mismo prolongados vuelos de la imaginació que las de una especería. Figuraos
simplemente, los vértigos de mi nari cuando la cavidad vacía de mi cuerp tanto más vacía que el vientre de un
mujer que acaba de dar a luz) fu avada, sosegada y estimulada
purificada, sazonada con pimienta herbificada y dotada de resonancia d
manera tal que no quedaran vestigios dcorrupción. Restregaron el interio sanguinolento con vino de palma dejando en fermentación los recuerdo
de mi carne. Trituraron especias pimientos, y la excepcional salvia de lo cimientos de piedra caliza que s encuentran al Oeste; luego, hojas d
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omillo y miel de abejas que había ibado tomillo; restregaron aceite d
naranja en la cavidad de las costillas,
usaron aceite de limón como bálsamo e a parte interior de la espalda inferio
para librarla del olor pertinaz de la vísceras. Trituraron astillas de cedro esencia de jazmín y ramitas de mirra podía oír los gritos de las plantas al se rotas con mayor nitidez que el sonido d
as voces humanas. La mirra hizo hastsu toque de clarín. Una poderosa plant aromática (tan poderosa, en el reino d as hierbas, como la voz del faraón) er
a mirra, cuyo aroma inundó el armazó vacío de mi cuerpo. Luego utilizaro hojas, tronco y corteza de canela par endulzar la mirra. Como los polvo
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extraños agregados a las confituras de relleno de una paloma eran esas rara atmósferas que me invadieron. Qued
aturdido por su hermosura. Cuand erminaron, cosieron el largo corte en e
costado de mi cuerpo, y parecí elevarm a través de altos valles de fiebr mientras algo en mi memoria emborrachada por esas ofrenda vegetales, comenzaba a danzar, y el má
viejo de mis amigos volvía a ser jovenmientras que los hijos de mis amante envejecían. Yo era como una barcaza real que se elevaba por los aires gracia
a los oficios de un raro visir. Limpio, embutido y liado, fu
depositado en un baño de natrón —es sal que seca la carne hasta convertirl
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en piedra— y allí yací, bajo pesas Lentamente, durante los interminable días que se sucedieron, a medida que la
aguas de mi cuerpo se entregaban a l sed de la sal (que bebía de mi carn como caravanas que llegan a un oasis) oda la humedad, con su dese nsaciable de licuar mi carne, abandon
por fuerza mis extremidades. Bañado e natrón, me volví duro como la mader
del casco de un navío, luego como lroca de la tierra, y sentí que lo último d mi ser me abandonaba para unirse a m Ka, a mi Ba y a mi temible Khaibit. Y e
armazón de mi cuerpo entró en la piedr de diez mil años. Si bien no había nad que pudiera oler ya (igual que un piedra, inconsciente a todo aroma), au
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así la carne endurecida de mi cuerpo er como esas caracolas en espiral que so arrojadas a la playa pero que, como un
comprueba al acercarlas al oído, sigue conteniendo el rugido de las aguas. Yo me convertí en algo parecido al rugid de las aguas, pues estaba próximo a oí voces antiguas que atravesaban la arenas (si ahora no podía oler, oía mu bien) y como el delfín que, según s
dice, recoge con sus oídos ecos desde eotro lado del mar, me hundí en mi ma de natrón, y mi cuerpo se alejó más más. Como una piedra lavada por l
bruma, cocida por el sol y con el sabo del agua de la playa, fui adentrándom en el universo de los mudos donde part de nuestro don es oír la historia qu
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cuenta cada viento a cada piedra. Sin embargo, mientras er
ransportado en esos viajes con Men
cuyo cajón lacado estaba húmedo co mi aliento, de cuán estrechamente l abrazaba yo) debo de haberme movid en sueños, o atravesado un espacio e os viajes del sueño, pues dos nube
parecieron tocarse. ¿Podrían haber sid esas nubes las que mecieron mi sueño
Sentí que mi cuerpo descendía, alientcon aliento, hasta el cajón de la momia Sí, se hundía en él, como si la dur madera fuera la suave tierra acogedora
Me fusioné con el cajón de la momia, mi memoria volvió a ser una con Men Una vez más sentí los servicios de lo embalsamadores, y viví las horas en la
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cuales ellos lavaban el natrón de m cuerpo endurecido con el licor de un arra que contenía no menos de die
perfumes. «Ah, alma fragante del Gra Dios —entonaban—. Contenéis u aroma tan dulce, que vuestra cara nunc cambiará, ni perecerá.» Yo no oí esa palabras, pero antes había oído s cadencia, y entendí lo que se decía, y e ningún momento tuve que olfatear e
ungüento con el que restregaban mi pie  untaban mis pies, ni el óleo sagrad sobre mi espalda o el esmalte con qu doraban las uñas de mis manos y mi
pies. Pusieron vendajes especiale alrededor de mi cabeza, el de Nekheb e mi frente y el de Hathor sobre mi cara el de Thoth sobre mis orejas. M
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metieron trozos dentro de la boca y u paño sobre la barbilla y la nuca veintidós a la derecha de mi cara
veintidós a la izquierda. Elevaro plegarias para que yo pudiera ver y oí en el Mundo de los Muertos, y untaro mis muslos y pantorrillas con óleo sagrados. Envolvieron los dedos de mi pies con un lienzo que tenía el dibujo d un chacal y vendaron mis manos co
ienzos que lucían imágenes de Isis Hep, Re y Amset. Me lavaron con agua de goma de ébano. Mientras m envolvían, insertaban amuletos, figura
de turquesa y oro, de plata y lapislázul cristal y cornalina, y en uno de mi dedos dorados pusieron un anillo, cuy sello estaba lleno de una gota de cad
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una de las treinta y seis sustancias de embalsamador. Luego pusieron flores d a planta de ankham, piezas de hilo
iras angostas del largo de la barcaz real, y los plegaron para llenar mi cavidades. En compañía de Meni inspir a resina de embalsamación qu
adheriría la tela a mis poros pétreos. O el sonido de las plegarias y el suav aliento de los artistas mientras pintaba
a caja de mi sepultura y cantaban entrsí en la tienda caliente bajo el sol móvil   un día llegué a conocer por fin lo
sonidos de los adoquines que atronaba
bajo la almádena mientras m arrastraban hasta la tumba donde m encerrarían en el cajón, y pude oír lo sollozos sosegados de las mujeres
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delicados como los gritos lejanos de la gaviotas y la invocación del sacerdote «El dios Horus avanza con su Ka.» E
cajón dio contra los escalones. Lueg pasaron horas (¿fueron horas?) en un ceremonia en la que no podía oler ni oí nada, excepto el rechinar de lo receptáculos de comida y el ruido de lo utensilios y de los líquidos qu derramaban sobre el piso y qu
resonaban en mí como un rísubterráneo en una cascada cavernosa Luego oí el golpe de una roca sobre m cabeza, seguido del chirriar de cadenas
aunque sólo era el rasguño de u nstrumento sobre mi cara. Después sent
una gran fuerza que me abría la mandíbulas de piedra, y mucha
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palabras fluyeron dentro de mi boca. O el rugir de las olas de mi concepción, sollozos de dolor (¿los míos?). No l
sabía. Ríos de aire vinieron a mí com una vida nueva, y el olvidado prime nstante de la muerte también vino y s
fue rápidamente. Entonces nació mi Ka es decir que volví a nacer, y ¿transcurri un día, o un año? Pero yo me habí evantado y volvía a ser yo mismo
distinto de Meni y de su pobre cuerpo eel cajón. Sí, era una entidad separada. Tení
conciencia de mí mismo, pero sent
ganas de llorar. Porque ahora me d cuenta por qué Meni era mi amigo má querido y su muerte una agonía para m Sí, mi recuerdo borroso de su vida n
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era ahora más que el recuerdo borros de mi propia vida. Porque ahora sabí quién era yo, y no era mejor que u
fantasma desesperado por comer. No er nada más que el pobre Ka d Menenhetet II. Y si la primera ofrenda a os muertos era el que pudieran agrega
el nombre de Dios a su propio nombre entonces yo era el Ka del pobre desamparado Osiris Menenhetet II, sí, e
Ka, el temeroso e impropiamententerrado Ka que ahora debía vivir e esa tumba violada. Ay, ¿dónde estaba yo ahora, que sabía dónde estaba? Y e
pensamiento del Mundo de los Muerto se abrió ante mí con el reconocimient de que yo era tan sólo una séptima part de lo que alguna vez habían sido la
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uces, facultades y poderes de un alm viviente, alguna vez, la mía. Ahora no era más que el Doble de un muerto, y l
que de él quedaba no era más que e cadáver de su cuerpo mal envuelto. Y o.
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SEIS
De modo que ahora entendía por qu no tenía memoria. Si yo era el Doble d Menenhetet II, tan valiente y si
mportancia como el original, aún nrecordaba más de él que lo necesari para otorgar a sus rasgos una expresió adecuada. El Doble, como un espejo, n
iene memoria. Sólo podía pensar en é como un amigo, mi amigo más íntimo
o era extraño que deseara yacer a ado del cajón de su momia.
Sin embargo, aunque el recuerdo n me brindara más sentimiento que el d una larga cicatriz en la piel, era y
mismo. Mi cara aún podía ser fuente d
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deleite para los demás. ¿Le habría hech o el amor a Hathfertiti? ¿Cómo podí
saberlo? Pero no me sentía turbado a
pensar así de mi madre: un espej difícilmente tenía madre. ¿Por qué n podía ser el elemento más frío de corazón de Meni? Sin embargo, de pi en medio de los desechos de su (mi umba violada, me di cuenta de que en e
otro platillo de la balanza, haciend
equilibrio con mis pensamientodesamorados, estaba la ira que sentí hacia Hathfertiti. En ese instante, podrí haberla matado. Pues pronto debía deja
ese lugar y pronto, si me atrevía, debí omar el camino a través del desiert
occidental que llevaba al Duad y a Mundo de los Muertos. ¿Existía, e
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realidad, según decían los sacerdotes ¿Tenía monstruos y lagos hirvientes? ¿Cómo podría soportar las prueba
cuando no podía recordar mis hazañas de modo que mal podría explicarlas? E emor a la muerte se apoderó de mí po
primera vez, el verdadero temor Comprendí que dejaría de ser. Morir e el Mundo de los Muertos, perecer con e Ka de uno, era morir para siempre. L
segunda muerte era la muerte fría. ¡Ayqué lamentables eran mis circunstancias Qué injustas! ¡Hathfertiti había hech an poco por mi tumba!
Tal era mi ira, que apenas podí respirar. La furia era una emoció demasiado poderosa para los pulmone delicados del Ka. Se decía que al Ka s
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e acababa pronto el aliento. Por es pintaban la vela de una embarcación e una de las paredes de la tumba, par
estimular el regreso del aliento del Ka Pero aquí, en esas paredes, no habí ninguna vela pintada. Sofocado por l furia, aun así intenté traer ante mi ment a imagen de una vela, y logré levanta
una brisa que hizo titilar los pelillos d mi nariz. ¿Cómo era posible qu
estuviera muerto, si los pelillos de mnariz respondían de esa manera? Pero a volverme el aliento, el temor de mori por segunda vez se apoderó de mí co
una fuerza semejante a la de mi furia Pues los descuidos de Hathfertit costarían mucho. ¿Dónde estaba e retrato pintado que me mostraba de pi
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cerca del agua? ¿Qué bebería? Como u presentimiento, sentí en la garganta un sequedad feroz.
Tampoco habían pintado en lo costados de mi cajón las cuatro puerta de los vientos. Por supuesto que n respiraría con facilidad, ante tal insult nferido a los vientos. ¡Curiosa madre
También se había olvidado de prepara una caja con mi cordón umbilical. As
perdía yo una ruta más a través deMundo de los Muertos. Otro descuido más. Pronto, mientra
examinaba los rollos de papir
enterrados conmigo en el cajón, vi qu faltaban los textos de plegaria mportantes. Me sorprendí al recorda antas: el Capítulo acerca de no mori
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por segunda vez, el Capítulo acerca d no permitir que se encerrara al alma d un hombre, el Capítulo acerca de n
permitir que un hombre se pudriera en s umba. Empezaba a sentir una furia ta
grande y fortificante, que me tranquilicé Sentí un gran deseo de convocar Hathfertiti.
Como en busca de una señal, m arrodillé. Debajo de los restos d
ienzo, encontré un escarabajo muertoDel mismo modo que usaba las patas d atrás para empujar una pelota d estiércol, muchas veces más grande qu
su cuerpo, hasta un agujero seguro dond podría alimentar sus huevos, así lo sacerdotes solían contarnos cóm Khepera, con la forma de un escarabaj
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a tragué, mientras trataba de representa ante mí la cabeza de Hathfertiti. Si conjurar un encantamiento, pero po
cierto lleno de desprecio por l niquidad de mi madre, dije:
—Gran Khepera de los cielos, hace que la justicia prevalezca. Regaladme l presencia de la Hathfertiti viviente.
A través de mis ojos cerrados, sent una luz repentina y el sonid
amortiguado del trueno a mis pies. Percuando levanté la cabeza, no fue Hathfertiti a quien vi. Ante mí, e cambio, vi el cuerpo magro del Ka de
viejo Menenhetet I. Y no puedo deci que me gustara la forma en que m estaba mirando el bisabuelo.
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SIETE
Estaba vestido como un Sum Sacerdote y, que yo supiera, era un Sumo Sacerdote. Tenía la cabeza
afeitada y parecía habitar la atmósferde su propia presencia, como si s cuerpo fuera sant