nayjama - introducción a la mitología andina - fernando diez de medina

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Nayjama

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  • FERNANDO DIEZ DE MEDINA

    NAYJAMA

    Introduccin a la mitologa andina

    1950

    Primer Gran Premio Nacional de Literatura

    Rolando Diez de Medina, 2003 La Paz Bolivia

    INDICE EL BUSCADORJACHA-PACHAMA MORADAHABITANTEEL NEVADOHISTORIATERRUOLA RAZASARIRIAL MODO FANTSTICOIMANTATAMARKA-MARKA ALTIPLANOLA HOYA PACEAESTILO KOLLAMITOGRAFARAPSODIA AIMARAKHANTATI-URURI ILLIMANIEL COMBATETIWANAKUILLAMPUTAWAKOSAJAMATITIKAKAWAYNA-POTOSIPACHA

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    EL BUSCADOR

    Este es el Libro de Nayjama, el Buscador. Pero qu es un buscador? Alma joven: recuerda... Recuerda que rompas el juguete para descubrir su interior.

    Recuerda los escapes de la casa paterna, en pos del secreto que hay detrs de las montaas. Recuerda que la curiosidad es el motor primero; y el saber y el hacer los dragones flamgeros que custodian las puertas de la vida. Piensa lo mucho que anhelaste, lo poco realizado. Y cuando la melancola baja de los calveros y envuelve en sus redes sutiles. Recuerda que el recuerdo es otra manera de buscar. Porque el hombre es una bsqueda: la bsqueda sin tregua. El temblor que acecha en la copa dorada del deseo. El misterio del cazador cazado por su presa.

    Buscador: el que siente la divina inquietud andariega en sus plantas. Rodar sobre ruedas... Para qu rodar? Volar sustentando por alas metlicas... Para qu volar? El habitante conocer su tierra paso a paso, en contacto directo, permanente: suelo y planta, suelo y planta, suelo y planta, hasta que el morador se unimismen en fcil ligadura.

    Quin algo busque, no lo olvide: caminar, caminar. Cuando el sujeto rueda sobre ruedas, se hurtan los objetos. Volar es esfumar. Pero el caminante encuentra lo que busca, porque es dueo de su deseo y de su fuerza. Porque est dicho; slo el que ajuste su voluntad con su ansia har una bsqueda. Porque buscar es perseguir fortaleza. Porque fortaleza es el deseo de virtud. Porque virtud es la fuerza del caminante.

    Cierto que la muchedumbre slo pide dos cosas: poltica, economa. Prodigiosa abstracciones. Mas en toda muchedumbre hay un solitario, uno que se desentiende del Estado y de los nmeros. Para l es la verdad de Nayjama.

    Preguntars por qu le decan "buscador". Y fue que un da, hallndose absorto en la contemplacin del paisaje, los compaeros le dijeron:

    Por qu nos huyes? No os huyo contest sino que busco. Y cul es tu bsqueda? Nayjama alz los ojos y clavando la vista en el horizonte lejano, respondi: Voy tras la huella de la gesta andina. Oh, oh!-prorrumpieron los compaeros. Pero es que hubo verdaderamente una

    gesta andina? Se hizo un silencio de montaa. Luego la voz de Nayjama vibr como una cuerda herida: Si la hubo, alcanzar su huella. Si no la hubo, tambin... Entonces ellos se mofaron de sus palabras: Por qu loqueas? Deja de soar, ven con nosotros; la accin aguarda. O es que pretendes dar vida a una fbula? Mas l, sin alterarse, les contest: Voy a fabular la vida. Y se resisti a seguirlos, porque el que busca no sigue; persigue. Y sigui reconcentrado

    en su porfa. Conforme fue cayendo el grano de los das, Nayjama se sinti ms solitario, ms triste,

    ms esquivo. Empezaba a comprender. Y cuando la soledad y el silencio lo hirieron con el rayo de su pesadumbre, se dio a recordar sus anhelos, sus trabajos, sus cadas, para escapar al pecado del orgullo.

    Alma joven: acrcate a la busca de Nayjama. Escucha la msica de la escritura. Si no te place, disculpa sus yerros; nadie est obligado al acierto. No repares en lo imperfecto de sus pginas, pesando la humildad serena de su trnsito. Porque si alguien am con pasin suma su morada, ese fue Nayjama, el Buscador. Criatura del Ande. Estrella de su angustia y su esperanza.

    Y as comienza el Libro de Nayjama.

  • JACHA -PACHAMAMA De la Tierra Madre surge todo. Todo se hunde en la Tierra Madre.

    La cordillera de "Quimsa-Cruz", saturada de leyendas y de misterio, apesadumbra la visin. (Fot. T. l. Rees)

    Lago Superior de tuni". La piedra y la paja brava comparten la desolacin del paisaje. (Fot. T. I: Rees)

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    MORADA

    Amrica, nombre inmenso y lejano... Quin sabe lo que es Amrica? Desconfiad de quien dice conocerla! Todos la habitan mas no la entiende nadie: madre

    incomprensible. Cosa de fbula, amasada por remotas lejanas: presentes contradictorios; futuros enigmticos.

    Suelo infinito. Ciudades cosmopolitas pueblan sus costas, se internan audazmente hacia las tierras interiores, ganan la meseta; pero la gran masa continental escapa todava al dominio de los hombres. Se le llam nuevo mundo, ignorando que era el ms viejo.

    Amrica, la del norte, est llena de hierros y energa. Amrica, la del sur, est llena de Dios. Es la morada que llama al espritu como el imn al acero. Sopor del suelo, tensa espera de las almas. Y aun soplo metafsico, que al clima de cansancio y de extravo de las civilizaciones caducas, opone un aire brbaro, genial y virginal, penetrado de fuerza y de sentido.

    Amrica del Sur: la Bien Hallada. Sus relieves y sus valles hacen la delicia de los gegrafos. Sus selvas se tragan

    exploradores. Sus ros se llevan hombres y animales como dioses sedientos de tributo. Todo grandioso, aniquilante, protector a un tiempo mismo: bosque, montes, llanura. Y el poblador que a simple vista aparece msero, pequeo, sumergido en tamaa inmensidad, est hecho tambin de la madera extraa y recia del zcalo telrico; porque el americano es criatura pnica, hijo de la tierra. Conoce la sensacin de angustia y maravilla que brota de las grandes soledades. Pasa das enteros aislado, perdido entre planicies sin trmino, bosques vrgenes, montes desnudos que abruman con su metafsica de piedra. Entonces su coraje acrece; sabe que est confinado en sus propios medios; y afronta el peligro sin preguntar cmo ser el desenlace. La lucha es dura, mas se lucha con armas iguales: hombre y suelo semejantes, suelo y hombre recprocos. Y aunque sol, fro, viento, lluvia, bruma, acosan al poblador, muchos viven libres de la tirana del hierro y de las mquinas.

    Geografa delirante, pasmosa inmensidad! Slo "Jacha-Pachamama" la Tierra Madre recoge las cuitas de sus criaturas.

    Amrica es el reino del combate y la esperanza. A ella vienen los hombres a olvidar, a resurgir; porque un tremendo olvido cae sobre el civilizado que se hunde en la soledad americana. Y un mpetu de hacer cosas espolea el espritu, aqu donde todo espera ser organizado. Combate de cada da, esperanza de toda noche. No hay otra ciencia que la del propio riesgo. Y un alma vieja, en tierra joven, se contamina de la delicia virgen del paisaje. Los otros, los autctonos, los que brotaron del suelo, son ms dichosos: viven consubstanciados con la comarca original. Impera el monte, manda el vegetal, celan los astros. Y si la tierra es antigua, inmutable como el varn que la fecunda, los aires vienen transidos de novedad y sugerencia. Es un amanecer de corazones.

    Amrica est llena de Dios. Pero en ella lo ms interior es tambin lo ms eminente: la Cordillera. Y quien busque su

    ms honda interioridad debe subir a la meseta, porque la meseta es la cpula de Amrica. Cupular, brujular ancestrala. Promontorio impetuoso que lo domina y lo define todo. Unas brjulas que dicen: "sube!" Otras brjulas que dicen: "baja!" Porque slo el que entiende el movimiento del paisaje, comprender su propio andar.

    El Ande es esa esfinge que si fu mirada, mira tambin en el interior del que mir. Y est poblado por tres clases de moradores: el que estaba, el que vino, y un tercero que

    es la mezcla del que vino y del que estaba. Y no se sabe cul es el ms rico, ni cul el ms pobre, porque todos son obscuros, complicados, diferentes. Y no conviven, sino que cada uno hace lo suyo, con andar de astro solitario. Porque la tierra es ancha, como el cielo; y as como el cielo se carga de estrellas en fuga que rara vez tocan sus rbitas, la tierra se puebla de hombres que se mueven dentro de sus propias soledades.

    Es tan grande el suelo, es tan pequeo el hombre... Del vasto pas, de las gentes silenciosas, sube un aire de huraa; esto no quiere ser

    conquistado. Al aislamiento geogrfico responde la mudez espiritual; falta comunicacin, acercamiento. Se siente el impacto de un primer impulso que rechaza. Mas el que entiende su morada sabe que est solo: junto a una montaa hay siempre otra montaa. Y el hombre se hace entre hombre, aunque se midan las palabras y se alejen las acciones.

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    Pavura y ventura del vivir de altura. Por qu unos quieren ausentarse y otros se inmovilizan fieramente en la meseta?

    Debes viajar, debes moverte, porque el viaje renueva, ensea. Cmo acercarse al mundo desde un rincn obscuro?

    Nayjama sonrea: Estoy viajando- contestaba y segua escrutando la lnea mvil de los cerros. Qu ganars encerrado en la meseta? Con los aos te irs petrificando... Tambin la piedra sabe sus caminos. Porque los hay que entienden las voces de la tierra. Y esos saben que una soledad en

    marcha dice ms que la muchedumbre inmvil del cambio sin hondura. Y que hasta el aislamiento se carga de sentido, cuando se profundiza en su misterio.

    Nayjama creca con ritmo de montaa: tan lentamente, que no se adverta su progreso; tan sordamente, que no se recoga el latido de su corazn.

    Porque hay moradas que configuran a su poblador. Y el Ande es una de ellas: parece un Castillo de Nieve erguido en el dorso del continente, para guardar el sueo de esos duros castillos de piedra que lo habitan.

    HABITANTE

    Los valles y los llanos regalan mejor que la meseta? Para el valluno, la vida es el verde; ese manto esmeraldino que se mete por los ojos. Para

    el llanero, la pampa lo acaricia todo, tibia y perfumada como la piel de sus mujeres. En cambio en el altiplano, hay quienes mueren sin haber conocido una flor; y otros los relapsos se lamentan: "esta oquedad, estas murallas, este horizonte estrecho..."

    Evoquemos el mar, el valle, la llanura que verdea de amor y de impaciencia en espera de la mano que la fecunde. Porque la meseta es dura alegan los quejumbrosos; no hay compensaciones. Naturaleza y hombre se dieron maa para subsistir avarientos. Deberamos bajar a la campia, abandonar la Cordillera, los pramos, este mundo silencioso y vaco. Nos vamos secando lentamente. Donde falta el vegetal, mundo a obscuras; acaso un da terminaremos petrificados.

    La meseta soporta, no regala. Es sorda. Anhelo de evasin del montas... Qu ser? Toda la vida proponindose mudar de

    morada y cuando la mudanza llega, soando en el terruo toda la vida. El blanco es demasiado joven para entender el antiguo mensaje de la tierra: se siente

    forastero. Vive el mestizo estallante de energa; empeado en su forja biolgica y social, carece de tiempo para detenerse en el paisaje. Pero el indio eterno, inmutable como su naturaleza circundante, es verdaderamente el amo de los altiplanos. Tomemos pues del indio la verdad y el sentido de la tierra.

    Unidad trascendental de hombre y lugar: dos que son uno. Donde se atiende al hecho fsico, salta el morador. Donde se atisba al morador, afluye lo telrico. Es una simbiosis entraable; la tierra inerte se mueve en la inquietud del hombre; el hombre activo se aquieta en la mansedumbre de la tierra. Y as como en el ascenso estructural de la sonata, un instrumento no puede abandonar al que lo acompaa, porque ambos viven del concierto de sus voces, el Ande y su habitante alientan pariguales; criaturas de una sola meloda fundamental.

    Indio es el que siente con mayor intensidad el mundo exterior, y el que vive en el repliegue ms ntimo hacia dentro. Claustro y expansin: abierto a la naturaleza, cerrado al hombre. Se lo entiende en funcin del suelo, se lo ignora en sentido antropolgico. El indio calla, el indio desconfa. Recela del cambio y de la higiene. Por qu reprocharle que no lave su cuerpo, si otros nunca lavan su alma? Quietas gentes de bronce: esperan?

    Indio es lo arcaico. Lo telrico. La llamarada csmica. Una tal antigedad que nadie sabe cundo comenz. Parecen seres de otro planeta,

    sugieren pasados remotsimos. Ese aire de vetustez que hace eternas, silenciosas las montaas, imprime tambin su huella lentsima en las caras y en los cuerpos. Todo se aleja. Gentes sin edad: hermticas, huraas, sumidas en su propia madurez recndita. Cifran su ser, como la piedra, en la dura concentracin de sus molculas. Y un resplandor metlico arde en el fondo sombro de los ojos monglicos; resplandor de veta escondida, de mineral amasado por el tiempo, de materias viejsimas y fuertes.

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    Quin alcanza la remota lejana de la piedra? Los indios y su mito vienen de un tiempo religioso, misterioso, cuando en mundo y sus seres brotaban del abrazo cosmognico. Lo arcaico, lo lejano...

    Estos hombres estn como sumergidos en la tierra: todo lo toman de ella. Afines con su comarca, cuando viajan su suelo viaja con ellos, si estn quietos, viven en contacto permanente con el paisaje habitual. Y as como el pjaro mantiene asociacin sostenida con el rbol que le da cobijo, el autctono se aleja apenas para volver con mayor mpetu a la tierra que lo contiene.

    El indio es Ande. El Ande es indio. La tierra no quiere cambio, el hombre rehuye ser transformado. Una memoria ancestral

    que todo lo recuerda, aunque no quiere hablar; el sentimiento sedentario del albergue y del paisaje; la comunin de suelo y poblador. Telrico son los que toman su verdad del mundo circundante; los que oyen las voces que suben de las profundidades del subsuelo. A stos no los cambia ni el vrtigo de las mquinas, porque estn fieramente plantados en el hosco altiplano: parecen rboles inmemoriales. No temen al huracn ni al rayo. Son! Pas el imperio. Pas la colonia. Pasar tambin la repblica: el indio queda. Porque telrico es lo eterno, lo invariado, lo que renace de s mismo.

    Nayjama: por qu te atraen las cosas del indio? El indio tiene magia. Algo llama desde su obscuro interior indescifrable. Y Nayjama piensa extraas cosas de los indios, cosas que no estn en los libros ni las

    participa nadie. Que no se organizan todava armoniosamente en su pensamiento, pero que lo incitan, lo fatigan, lo envuelven en el torbellino de un gran presentimiento.

    Nayjama suea... Y aunque no pude expresar sus sueos por el hilo suelto y continuado del relato coherente, vive visitado por fugaces intuiciones que llegan, parten, regresan y vuelven a partir...

    Quin sabe lo que saben los indgenas? Hijos de la naturaleza, con ella se identifican participando en sus fenmenos. Animistas,

    pantestas, supersticiosos, atribuyen vida inquieta a los seres y a las cosas: todo piensa, se mueve todo. Una poesa teognica cie el panten andino y esparce sus aromas sutiles por los senderos de la leyenda. No son los "Apus" los genios de lo nevado? No son los "Auquis" los genios de los cerros? Y las grutas, los rboles, los vientos, las piedras, las estrellas, los ros, los animales, no son manifestaciones variables de un solo poder fundamental?

    Para el indio todo es Dios. El sol, la lluvia, el trueno, el relmpago, el granizo, el arcoiris. Las noches y los das actan con la misma evidencia que los hombres viven y generan. Un torrente formidable fluye de todas partes y sus olas poderosas atestiguan el renovado estremecimiento del universo. Todo es milagro. Espritu y materia conviven en armona indivisible: son inocentes, puros como el da primero. El cosmos no surgi para ser dominado por el hombre, sino para que el hombre ruede confundido en la gran tempestad original. Quin se acerca al hecho csmico, sospecha la hechura primordial. Por eso el indio conversa todava con los "Achachilas", los abuelos del tiempo mtico; y les ofrenda su mstica fuerza de sumisin, para que los "Achachilas" regules los poderes invisibles que rigen la mecnica del mundo fsico.

    "Pacha", el Dios Csmico del Ande, se manifest en el tiempo primitivo por la serie innumerable de los "Pachas": el huracn de las divinidades andinas no admitan la unidad primordial. Hoy mismo, para quin entiende las voces del ancestro, todo sigue siendo "Pacha", la deidad multiforme, inabarcable, que lo sugiere y lo produce todo. Porque todo es Dios; todo viene, todo vuelve al manantial original. Y la revelacin acecha sin descanso, lo mismo en el azote del granizo que en el temblor de la espiga. Porque el cosmos andino presiona a sus criaturas para que lo entiendan mejor. Y es mltiple, vastsimo, el mundo enigmtico y resonante de los indios. Porque la llamarada csmica que est creando el mundo, arde tambin en la tensin de su habitante.

    Hay algo trreo en la cara del indgena, como lo hay en su alma y en el aire de misterio que lo cie.

    Montes altos, silenciosos. Gentes lentas, recogidas. Si el monte dice: "nada quiero", el indio es como si contestara: "nada espero". Porque hay un estilo andino de constancia, de paciencia, de varonil empuje en el camino de los das. Y quien quiera comprender al habitante, ha de mirar primero a su comarca.

    Vejez que calla por remota, juventud que se ignora por temprana, indio es el que espera sin saberlo.

    Y un sol interno brota cada da del suelo y de las almas, porque "Pacha", dios mltiple y diverso, es tambin el genio de la tierra y su designio.

  • "Illimani", el nevado arcanglico, seorea la urbe andina con su cumbre armoniosa. (Fot. Jimnez)

    Nina-Kollo: el Cerro de Fuego, hroe de los tiempos gneos, capitanea el mito. (Foto T. I. Rees)

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    EL NEVADO

    Los nevados son fuerzas sagradas, dioses manifiestos. Pero siempre hay uno que seorea la cabalgata de las cumbres. "Illimani" es el Caudillo del Ande.

    Ah est: frente a todos, soberbio, inconmovible, envuelto en su regia vestidura de nieve y de cobalto. Parece un inmenso guardin inexorable. Parece un sueo de la forma. Y a veces, en la pureza matinal o el silencio de las tardes, cuando la luz pelea con la sombra sobre un dios lleno de majestad y podero.

    De nio, Nayjama preguntaba: Padre: por qu es tan alto? Parece que fuera a carsenos encima. Y tu padre responda: Te parece muy alto porque t eres muy pequeo. Aguarda a crecer y le perders miedo. Nayjama miraba de soslayo, aterrado por la proximidad de la mole. Pasaron los aos: el nio se hizo hombre, ya no tiene a quin preguntar, mas el antiguo

    temor se ha fundido en slida confianza. Nayjama mira el monte como se mira una imagen en el templo; con amor, con esperanza. Un sentimiento religioso se apodera de su alma y la eleva, cada vez que sus ojos tropiezan con la mole abismal.

    El que indaga, el que ahonda, se sumerge en el misterio de los nombres. "Illimani": el resplandeciente dice una leyenda kolla. "Illimani": el de las Aguas Mltiples refiere otra. "Illimani" el Ms Grande de los Cndores explica una tercera. Es el mito solar, la clave hidroltrica, o el totem que encarna y trasciende el sentido de la

    tierra? Es sueo, es realidad? "Illimani": Padre Nuestro, amigo y maestro piensa Nayjama, cuando al conjuro de la

    aurora va beber virtud y fortaleza en sus flancos de plata. Luego llama a sus puertas titnicas, ansioso de saber, y el dios invisible contesta de una

    dimensin de hondura: Espera, Nayjama, espera; todava no es tu hora. Y ambos guardan el secreto. Porque est escrito que un da la criatura fugaz alcanzar la

    eternidad de la montaa.

    HISTORIA

    El examinador comenzaba a indignarse: Detrs de Manco Capac no hay horizonte histrico; slo una tiniebla impenetrable.

    Continu. El aspirante a profesor de historia sigui desarrollando el tema: Creo que ms all de los imperios quchuas... La ciencia oficial se encoleriz. Y otro de los viejecillos, entre prfido y burln, observ: No nos interesa lo que usted piensa, seor, sin la verdad histrica. Qu sabe usted

    de prehistoria americana, qu se le ha enseado, en qu testimonios funda usted sus juicios? Lo dems sobra.

    Luego el presidente del tribunal menos duro, contristado, recordando acaso que juzgaba a un buen alumno, se esforz por evitar el desastre:

    Hijo mo: por qu enredarse en polmica? La historia es certidumbre, no poesa. Si estudiamos con ojo crtico la civilizacin quchua...

    El alumno permaneca callado pero no escuchaba. Por encima de las tres cabezas grises su mirada busc en horizonte, vol ms all del ventanal, se hundi en las colinas distantes. Y all, en la lejana, le pareci ver una ciudad irreal, que brotaba con sus torres blancas, altsimas,

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    enhiestas. Murada por los cuatro costados, albergaba templos piramidales y amplias explanadas; y no estaba edificada sobre una superficie uniforme, mas era multiplana: suba descenda, se acomodaba a la topografa montaesa, como una culebra inverosmil de escamas centelleantes, repartida en interminables graderas, puentes vertiginosos, y taludes de extraordinaria agitacin. Muchedumbres de piel broncnea con reflejos semiazulados, circulaban por el laberinto de callejuelas empinadas y areos corredores. Vestan colores fuertes, variadsimos. Lentos coros solemnes se alzaban junto a los templos, y de las gentes en trabajo suban msicas suavsimas. Una secreta seduccin escapaba del ritmo recogido de la multitud; porque nadie iba deprisa, sin con gravedad y discrecin, como sin apuro de moverse. Los guerreros de fuertes nombres templaban sus armas. Las mujeres de hermosas trenzas llevaban sus cntaros al pie de las vertientes. Y los nios se dispersaban alegres por las pinas pendientes, mientras manos ancianas se movan diestramente en los telares manuales. Y all, en su trono de basalto, encaramado en la cumbre del monte, surgiendo en un esplendor de rocas, edificios, smbolos y funcionarios, luca el Hijo de la Montaa, el Rey-Sacerdote: impvido, poderoso, tutelar, omnipresente. Un cndor de oro y dos pumas de plata eran los atributos de su gloria. Y el Jefe de Hombres, con tranquila majestad, atenda a sus gentes, que se le aproximaban respetuosos pero dignas, sin muestra de temor ni servilismo. Y de tiempo en tiempo, alzando la mirada de los suyos, el Seor de Seores la fijaba en el Gran Nevero que resplandeca prximo. Y entonces brotaba una comunicacin misteriosa entre el Dios de Bronce que mandaba entre hombres. Y en medio de la muchedumbre de rocas, templos, escalinatas y seres animados, monte y caudillo brillaban de su propia verdad y podero. Y las vicuas giles brincaban en torno al trono de basalto, poniendo una nota de gracia y levedad en la pesadumbre del paisaje...

    Un golpe seco en la mesa del tribunal lo despert: -Mire aqu, seor, y atindame! Y el viejo profesor temblaba al hablar: Le he demostrado, cientficamente, que detrs de Manco Capac slo hay oscuridad.

    Ahora conteste usted: cundo los viejos dioses fueron abolidos qu misin tuvo el cristianismo en Amrica?

    El alumno mir fijamente al profesor y respondi: Los viejos dioses viven todava. El indio sigue siendo sabesta, venera las deidades

    naturales... Basta! interrumpi el presidente del tribunal . La prueba ha terminado. Historia: cero. Es un crculo perfecto, caligrafiado con amorosa maestra. Nayjama mira el

    anillo de tinta azulada, tan fino que parece que fuera a quebrarse. Y de pronto se le antoja que el anillo azul crece, crece; crece como esos crculos que se forman en el agua cuando arrojamos una piedra, y que van a morir hacia una ribera distante. Y soando en la prodigiosa elasticidad de la fbula, Nayjama olvid el pequeo aro de la historia. Olvid su derrota. Olvid que acababa de fracasar como maestro.

    Pero despus de esos das lcidos, gozosos, en que una interna voz animaba las cosas, llegaban otros de duda y desaliento. Le pareca avanzar entre sombras como explicaba el profesor; sueos de desflecaban como pasajeras nubes. Nada. Era como si alguien preguntara:

    Qu pasa Nayjama? Por qu vacilas en tu bsqueda? Y l no saba cmo responder, porque en los das oscuros no vemos ni escuchamos; lo

    ignoramos todo. Y alguien contestaba por el ofuscado: Me falta una brjula, una aguja imantada siempre apuntando al norte, que se lleve mi

    alma detrs de mi verdad, aunque mi verdad slo sea el reflejo de mi alma. Ser cierto que escudriando a los dems se cala en uno mismo? Nayjama observaba

    celosamente a los dems. Admir en el periodista la tcnica del rayo. En el poltico la embriaguez de la accin. En el

    negociante el juego de los clculos. En el tcnico la precisin del conocimiento adquirido. Pero estas ciencias del fraude lo desconcertaron. Periodismo, poltica, negocios, tcnica: enseanza intil de la fuerza organizada hacia el xito. Qu pueden oponer estas exactitudes oprimentes al milagro libre y desatado de la fbula?

    Frecuentando eruditos se cans de los libros. Consultando arquelogos se vi perdido en una selva delirante. Gloria y miseria de la arqueologa! Brota un mundo sbito de un trozo de cermica; repentinamente otro se apaga porque no coinciden dos puntas de flecha. Bloques lcitos, dolos, armas, tejidos... Cada fragmento equivale a un crculo, porque el mirar y el razonar arquelogo se redondean sin fatiga: es la vuelta total a los 360 de la investigacin. Cundo el ingenio humano fue ms lejos? Mas este maestro de averiguaciones, artesano de la ms alta

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    alfarera, de tanto profundizar su materia, de sumergir tan hondo, suele terminar sepultado por su afn. Tambin el arquelogo es un prisionero de s mismo. Identificado con su teora, pierde la nocin de realidad, de proporcin; sustituye la visin razonable de lo ido por una particularsima manera de enfocar lo que se fue. Frente a la arbitrariedad de un estudioso, buscamos otro; ste otro impugna al anterior, vuelve a plantear el tema desde un ngulo diferente y en modo tan argumentable como el primero. Un tercero, un cuarto, un quinto arquelogos darn sus propias teoras, distintas, inconfundibles. Excluyentes, falsas y verdaderas a un mismo tiempo. Cmo se orientar el incauto por la tupida maraa de la selva arqueolgica?

    Nayjama segu buscando en las formas de la vida, mas ninguna ajustaba con su anhelo. Una voz amiga sugera: Cuidado! Te vas a extraviar. Y otra voz lejana insinuaba: Quin quiera hallarse, deber saberse perder. Pobre Nayjama, perdido en el laberinto de las brjulas humanas! Cuntas horas perdidas, cuntos das malgastados. Quiso subir por la escala azul de la

    poesa y se vino abajo, desprovisto de sostn, porque la azuleidad potica como el cobalto del paisaje engaa: es aire puro. Se aventur por el orden geomtrico de la arquitectura, creyendo dan claridad a su espritu, y slo hall el fro rigor matemtico de las formas: el enjambre que se ordena y equilibra por s mismo. Busc en la disciplina militar, porque la milicia es la ascesis de la accin, mas solo aprendi que la milicia es un lmite cerrado, jams un horizonte abierto. Cruz los caminos ureos del hombre de mundo y se sinti extraviado, porque en los salones y en las oficinas slo hay doblez, intriga, envidia. Quiso descender por las pinas laderas de la filosofa y se vi sobre el filo del abismo, porque la filosofa, como el mar, ofusca: es poco vrtigo.

    Pobre Nayjama, queriendo encontrarse en los dems porque no se hallaba seguro de s mismo!

    Sigui buscando en las formas de la vida; buscando en las profesiones, en los hombres, en las cosas, en los libros. Cmo alcanzar la penosa lejana?

    Y la voz amiga musitaba: Dudas; no importa. El que insista llegar. Y la voz distante, insidiosa, aada: Te falta audacia; audacia para iniciar un camino y seguirlo hasta el fin. Y Nayjama sigui su bsqueda, creyendo que las formas de la vida podran darle un

    mtodo para seguir el rastro de la gesta andina. Pasaron escuadrones azules: las semanas. Pasaron escuadrones broncneos: los meses.

    Pas el ejrcito sombro que los contiene a todos: un ao. Y Nayjama prosegua soando en la hora del encuentro inalcanzable. Cierto da, hallbase sobre un pen del altiplano, sumido en tristes reflexiones porque la

    obstinacin de su bsqueda se vesta ya con la torva tnica del fracaso, cuando sbitamente record los versos del salmista:

    Y alc los ojos a los montes... Y alzando la mirada a la soberbia Cordillera, vi que se agitaban las montaas como

    lenguas pugnando por hablar. Un confuso clamoreo, como ruido de muchas aguas, rodaba por sus flancos. Las cervices titnicas se erguan en un estremecimiento auroral. Y all, en lo alto, una nube hermossima planeaba sobre los nevados, siempre apuntando al norte. Pareca el reino de la fbula.

    Entonces comprendi que su verdad no estaba en las formas de la vida, porque brotaba de las profundidades de la tierra.

    Y as fue cmo Nayjama hall su brjula.

    TERRUOEl amor a la comarca natal es tan antiguo como el hombre. Est inscrito en su sangre;

    palpita desde el primer latido del corazn hasta el postrero; es la sola cadena que liga sin violencia.

    Dichoso el que cree en su solar nativo, connaturalizado con el paisaje original! Dichoso tambin el trasplante, el que llev su tienda a suelo extrao, porque ese se

    perfuma de nostalgia terruera y entonces sabe que en la tierra de origen late la verdad de cada uno.

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    Qu busca el viajero? Otro mar, otro monte, otro cielo, otro anhelo... Ciudades nuevas, gentes diferentes. Pero el mar est contenido en la gota de agua, el monte en el guijarro, el cielo es siempre uniforme, siempre igual a s mismo; y el anhelo puede mudar de morada sin cambian de comarca. Qu guardan las ciudades ignoradas? Vrtigo y asechanza: desintegran. Las gentes son las mismas, distantes y en acoso siempre. Enriquecido en apariencia por la variedad del suceso, en el fondo el viajero no aprende mucho. Mira solamente y el mundo fluye ante sus ojos. Porque aprender es conocer. Conocer es entender. Entender es amar. Y amar es quedar junto a lo amado, en dichosa permanencia, profundizando la maravilla del instante.

    Acaso el ms feliz es quien menos viaj. Tal vez el suelo llega a comprender a su poblador. Tal vez el poblador entiende los secretos de suelo.

    Y qu es lo que se ama en el solar nativo? Una forma de intimidad sin confidencia: navega en aguas submarinas, no quiere dejarse ver. Quin sabe, quien sabe lo que cada uno toma del cuenco natal...

    Nayjama: vamos a la pampa? La pampa cansa; no termina nunca. Entonces vamos al mar. El mar fatiga: se repite siempre. Vers gentes nueva, cosas nuevas; tu alma ganar. Indio soy: slo pido vivir y morir al pie de mi montaa. Nayjama se resiste a viajar, no quiere moverse de su tierra. Ser porque el movimiento

    se le antoja y ms diverso, aqu donde la quietud sembla ms honda? Nayjama suele escaparse al cuenco azul del Titikaka, donde acecha una sensacin de

    mar. Otras veces recorre el dilatado altiplano, que tiene mansedumbres de pampa, colinas suaves, irreales, contornos de montaas. Mas luego regresa a su solar acogedor, donde le aguardan los cerros hermticos; el cielo azul, profundo, fresco y virginal; las grietas y las flechas de la tierra; los airosos bosques de eucaliptos.

    Terruo... Qu ser? Conocer el lugar de cada cosa y el modo de cada ser. Transcurren las costumbres en

    tcita armona. Todo puro, simple, venturoso. El cuerpo con su clima, el alma con su ambiente. La misma calle, los mismos sitios, el mismo suceso, conceden sensaciones diferentes. Con planta firme es seoreado el suelo, con dcil hechizo el suelo se desliza bajo la planta familiar que lo recorre. Techo estable, rincn favorito, habitual actividad. El hombre de todos los das como el hombre de todas las noches: fidedigno. Pan de la confianza. Agua de la costumbre. Slita alegra de la tierra materna y conocida.

    La ms alta pasin. La terruera, porque ahonda en la vida y en el hombre. rbol fabuloso: unas races mviles avientan al contorno, unas races slidas amarran a la yema!

    Terruo. Dulce potestad del hbito. Cmo explicar, entonces, ese afn de novimundos que sacude a muchos? Por qu el

    presentimiento, la nostalgia morbosa de las cosmpolis? El habitante de la urbe es ajeno a la emocin del terruo. En todas partes, la urbe es igual a la urbe; no cuenta el paisaje natural, sino los artefactos del suceso urbano. Quien aora la gran ciudad reniega del lar natal. Esos jvenes ansiosos del vrtigo moderno, del vivir tumultuoso; esos adultos que agotaron placeres y experiencias en remotas lejanas, son los descredos de la propia fe. Viajar... Para qu viajar? Vivir velozmente, aturdidamente, es desvivir. Agota slo la copa del placer, olvida la otra mitad de la vida, por que sentimiento est casi ausente de la urbe.

    Nayjama se duele por esos amigos impacientes que se pasan los das suspirando en pos de otras tierras:

    Hermano: si pudiera ir a Europa... Hermano: si pudiera quedar en Amrica. Los otros no creen en la sinceridad de Nayjama. Ser postura, ser holganza, ser

    cobarda de afrontar los grandes escenarios? Y le dicen: T no sabes del deleite refinado, la exasperacin nerviosa de las grandes capitales. En

    ellas crecera tu pensamiento, se fortalecera tu voluntad, seras ms sensible y ms despierto. Esto es muy chico; empequeece.

    Nayjama sonre; luego se pone hosco: Quiero ser del tamao de mi morada. Y sigue escapando a las alturas de su hoya natal, donde lo aguarda el monte, donde lo

    espera el vaco. Ac donde un genio invisible acecha el alma, la rodea, la dilata y la dispara al

  • El indio y la llama, la pareja ancestral del altiplano, simblicamente unidos por la soga nativa (foto Jimnez)

    Laguna inferior de "Tuni", cerca de La Paz, donde el paisaje cobra asombrosa nitidez. (Fot. T. l. Rees)

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  • 13

    infinito horizonte andino. Bajo el conjuro de las sirtes del espacio, Nayjama se lanza al ocano areo, se hunde como el cndor en las azules densidades, cada vez ms lejos... cada vez ms lejos... hasta que el rodar de unas olas suaves y tendidas lo devuelve dcilmente a las playas entraables del terruo.

    La meseta es spera, suave en la meseta. Y el terruo es un cntico celeste para el odo enamorado.

    LA RAZA Kollas o aimras, incas o quchuas? No ha terminado la disputa de los eruditos. Los hay que defienden un total deslinde entre la nacin kolla y el pueblo aimra, como se

    dice que los quchuas slo fueron una de las circunscripciones sometidas por el Inca. Otros refieren que de la nacin quchua brot el Incario, y del ncleo aimra la cultura kolla. Se arguye que kolla e inca son nominaciones episdicas frente a las lenguas-madres: la aimra y la quchua, que dan nombre eterno a los pueblos que las forjaron. Hubo un imperio aimra y otro kolla? Los incas son ms antiguo el hombre de los valles o el hombre de las sierras? Tocante a civilizaciones fueron dos, fueron cuatro?

    No s ha dirimido aun la controversia. Para una compresin espiritual del Ande, aimra y kolla son la misma cosa; quchua e

    inca provienen de igual raz. Se opondr sutiles argumentos de ubicacin geogrfica o distingos tnicos; habr fronteras lingsticas y semnticas; acaso la ciencia llegue a probar si prueba que existen diferencias fundamentales entre los cuatro vocablos. Pero el sentido de la tierra, la intuicin del ancestro, dictan claramente que las cuatro hiptesis confluyen en el binomio indestructible: aimra-kolla, quchua-incal. Si aimra es la fuerza actuante, kolla es el impulso. Si quchua el ncleo vivo, inca el propsito realizador.

    Aunque cronistas, arquelogos, historiadores se esfuercen por imponer la supremaca de dos vocablos a costa de los dos restantes, el pasado responde que si hubo culturas kollas y civilizaciones incaicas, slo pudieron expresarse pro la grandeza fluyente de las lenguas-madres: aimra le gesta de la una, quchua la fabla de la otra.

    El anfisbena ancestral explica el pasado, aclara el presente, define el futuro. Perdido el ndulo vital, quebrado y disperso el juicio histrico, las razas hablan por el testimonio biolgico. Ese testimonio refiere explcito que nuestro drama nacional oscila entre la rudeza aimra y la ternura quchua, aunque a veces se orea con unos pnicos terrales que subes del oriente. Gentes duras, persistentes como peas, se traban y confunden con gentes tiernas, ondulantes como olas. Primacas? No las hay. Antecedencia no entraa predominio. La trompa bfona de la ancestrala proclama severa que si el inca es dulce, moldeable, ser areo, porque viene del viento valluno; el kolla perdura hosco, taciturno, naturaleza gnea fraguada en lavas andesticas.

    No hubo pues jerarquas raciales ni seoros polticos: la raza es una y uno su destino. Cada cual lo tuvo y abarc todo a su tiempo. Mas como el dilogo histrico admite su probanza en dos que lidian y se oponen a porfa, la raza, para sobrevivirse, se despobla en el oscuro juego de las autoctonas: uno como dos, dos como uno.

    Antigedad del kolla, precedencia del inca? Pero supone. Slo un pasado andino: palingensico, imperial, inmemorial, que muda de nombre y apariencia al prolongarse en el tiempo.

    Para el corazn magnnimo slo hay un pretrito insigne y un presente responsable: por la contradiccin a la unidad.

    Pareja en el dominio del espacio, las civilizaciones autctonas se alejan en el tiempo. El quchua luce a plena luz. El aimra se repliega en la sombra. Si la gesta incaica pervive por la rapsodia del Inca Garcilaso, la hazaa kolla no fue cantada todava. Y cuando el cndor, el que "masca nieves", smbolo del suelo y de la raza, se remonta por el cielo andino, levanta en el milagro de sus alas el ritmo ascensional de los aimras y el mpetu armonioso de los quchuas.

    Aimra o kolla han de usarse indistintamente. Quchua es igual a inca. Paisaje, raza,

    idioma, tradicin se contraponen; mas el espritu que anima a las dos fuerzas fundamentales del suceso andino, es siempre el mismo: uno que se hace dos, dos que se vuelven cuatro. Y al cabo substancia y forma maridan con perfeccin tan acabada, que las cuatro palabras famosas de la

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    disputa histrica se asocian como las piedras de Sacsahuamn en la memoria del rapsoda doliente: " Todas son de admirable grandeza, y se abrazan unas a otras, favorecindose todas, supliendo cada cual la falta de la otra, para mayor majestad del edificio."

    Pasa lo mismo que en el cuarteto de cuerdas: dos instrumentos dan las voces graves, dos los tonos altos. Cmo definir rango entre la ternura de los violines y la hondura de los cellos? Celestes claridades y anglicas penumbras se confunden, mas luz y sombra slo existen por el concierto de las voces contrastantes. Y as como no se discute instrumentos en la cudruple armona del cuarteto de cuerdas, tampoco cabe alegar supremacas en la proeza andina.

    El movimiento histrico reposa en el equilibrio concertado de cuatro instrumentos fundamentales: aimra, quchua, kolla, inca. Inca es lo mismo que quchua. Kolla vale por aimra. Quien no lo entienda as ignora en verdad al Ande muchas veces milenario.

    La raza es un enigma que nadie ha descifrado dijo el etnlogo con decidido acento. Luego colocando las manos sobre una cabeza broncnea agreg: Es como esta cabeza informe del escultor expresionista: parece inconclusa. Es

    bicfala, o se trata slo de una testa? No vemos bien el caso. Entonces Nayjama respondi: La testa de bicfala. Pero a veces, mirando con fijeza, se dira que las cabezas son

    dobles, y creyendo ver a dos se alcanzan a divisar cuatro caras diferentes. El etnlogo lo mir con extraeza: Dichoso t le contest que puesto sobre una pista terminas descubriendo otra. Pero Nayjama no dijo al etnlogo que cuando se mira largamente a la esfinge,

    hondamente, hondamente... las dos cabezas dobles desaparecen y se funden en una sola testa soberbia, armoniosa, impresionante.

    As es la raza.

    SARIRI

    Cuando Nayjama supo que su verdad era el sentido de la tierra, dise a recorrer la

    comarca andina con pasin inmensa. Y descubri la oscura belleza de sus pueblos, de sus gentes, de sus cosas. La tierra

    escueta, veraz, soledosa. El morador sencillo, fuerte, reservado. Raza increble: de tanto envejecer, envejeci la tierra; pero la mano educada por los milenios en agrcolas tareas, sabe arrancar al suelo hermtico sus grmenes difciles. Y hombre y suelo viven en paz, parcamente, altivamente. Porque un interior seoro rige al andino, criatura del esfuerzo sabio, de la natural economa en el consumo de los hechos. Y la tierra devuelve como el hombre rinde: con honradez, con sobriedad.

    Este paisaje elemental, hurao, de fascinacin lunar, que semeja un mundo muerto, es en verdad un pozo vivo de escondida hermosura.

    Lo que sugiere la quietud del indio, lo que descubre la marcha del indio... Recogida intimidad. Arca de tradicin. Fuente sellada a un mismo tiempo.

    No dice el mito que el Ande y su criaturas fueron una sola armona; cuando el astro y el monte, el ro y el viento, los hombres y los rboles, el puma y el cndor, la piedra y el surco se correspondan? Ancestral hilozosmo: unidad de la naturaleza con todo lo creado. Todo animado, vivo y misterioso, ligado y confundido todo, equivale, partcipe de la hermosura original.

    Para el ojo que mira en las honduras de los planos visuales, el paraso andino tiene la grandeza y la pureza de los bblicos jardines del Edn.

    El civilizado ignora los jbilos extticos del nativo. Qu sabe del indio al que compadece o menosprecia, cuando lo sorprende embebido en la contemplacin del cosmos? El indio mira y se sumerge en el paisaje; el indio mira y va ahondando en s mismo. Puede estar mucho tiempo, de pie o acuclillado, mirando el mundo de fuera. El cuerpo inmvil, la faz impasible; y el alma, adentro, en sus revoluciones inefables, sin otra ley que el puro goce desinteresado de su llama. Mirar, admirar. Y a veces hombre y suelo se observan tan hondo que transmudan: la montaa finge un hombre pensativo, el hombre parece una montaa solitaria.

    Qu dicen el bailarn mmico, los colores violentos, la poesa de los nombres, la quena y la zampoa? Dicen que el andino posee un sentido rtmico y cromtico, ideal y musical del mundo fsico. Hoy calla, pero antes habl con lengua melodiosa; y cuando dijo tiene vigencia todava para el alma india.

  • 15

    Si un indio nada dice, la raza india cargada de misterio lo sugiere todo. Y la lengua aimra, aun mutilada, aun olvidada, confinada al orbe autctono, poderosamente va resonando por el mbito geogrfico: y est aqu all, como ayer, como siempre, dominando el monte, el valle, el ro, el abra, el bosque, la hondonada, entonando un himno crepuscular al paisaje donde todo se nombra todava como lo nombr el antiguo. Los nombres indgenas son el camino seguro para rastrear el tiempo mtico, para despertar el sentimiento potico del mundo y de sus seres.

    Quin habla de la raza de bronce frente al terror petrificado de los monolitos inmutables, ignora que el ruiseor aimra cantaba un tiempo en torres de cristal.

    Porque el nativo, que diviniz la naturaleza, participa tambin del jbilo csmico en el deliquio de los nombres. Fue iniciado en la ciencia esotrica de las palabras; descubri la virtud de posesin, el genio re-creador de los vocablos; por eso al designar los accidentes naturales, vuelve a crear el mundo dando nombre y renombre a cada cosa. Los exalta, les otorga un sello de duranza y trascendencia. Y el orbe andino es ms seductor, ms entraable, se carga de ms nobles revelaciones, cuanto ms largo es el camino que lleva al arcasmo de los nombres. Porque en esa poesa teognica del paisaje late en verdad la maravillosa sutileza del cantor aimra.

    Desconocemos la tica y la esttica del andino, porque una est hecha de silencio y la otra de misterio, pero el da que se rompa ese silencio y se quiebre ese misterio...

    Nayjama crees en la resurreccin del indio? Nayjama contesta con profunda fe: El indio no muri. Est en ti, est en m, est en todos los que aman y viven en su tierra

    pugnando por hacerla mejor. Indio es una actitud de espritu, no un hecho racial. Es la intuicin del suelo, la comprensin del pueblo en que estamos sumergidos, la responsabilidad de cada uno por la sociedad que los contiene.

    Entonces la Amrica India no es la Amrica de los mayas, de los aimras, de los quchuas?

    El sentimiento de autoctona rebasa las fronteras histricas, polticas, sociales. La Amrica del pasado es como el cielo estrellado: no podemos abarcarla en su total belleza y podero. Pero la Amrica presente, La Amrica India, es la patria natural de los hombres de fe, de los soadores, de los vgiles, de los precursores; de aquellos que amasan su pan con el dolor de cada da. Indio es lo entraable frente a lo extico. El que parte de su suelo para llegar a su verdad espiritual. Indianidad: intimidad. S t mismo! Con tus pequeas virtudes, con tus grandes defectos. S uno con tu pueblo y con tu tierra. La Amrica India. La Amrica Mestiza, es la esperanza de una humanidad mejor.

    Nayjama regresa de sus correras por el altiplano cargado de imgenes, rico de sensaciones y novedad.

    Un indio le dice ms que un libro. Sabe leer en los rostros inmviles. Sorprende el secreto de sus danzas. Conoce el poder sustancial del poncho y de la ojota. Goza en fina delicia visual de los sembros, de los tejidos, de los ceramios. Cree comprender esa hondsima relacin del nativo con sus animales, su campo y su vivienda. Admira la humildad, la sobriedad en que habita, su fortaleza fsica, su reserva ancestral. Nayjama no se cansa de observar al indio donde debe ser observado: en la amplitud saludable de la meseta, que le reconoce por su legtimo seor. Y a veces se le antoja que el son quejumbroso y solitario de la quena, esa voz indefinible que sube de las profundidades de la tierra, es en verdad el smbolo de la raza. Porque quien fue grande muchas veces, padecer mucho. Y toda aurora se nutre de sombra y de quejumbres.

    Al volver a la ciudad, despus de sus extensas caminatas por el altiplano, Nayjama se cruza, con los indios que profieren sumisos:

    Buenas tardes, tata. Ha pensado contestarles como antes: "buenas tardes, hijo"; con esa respuesta paternal y

    dominante que emplea el blanco para recordar su tutela a los autctonos. Pero esta vez Nayjama rompe su antigua escala de valores. Reflexiona; se siente intruso en el mundo cerrado perfecto del nativo. Quin sabe lo que guarda el indio en su saludo ritual al blanco incomprensivo? Acaso el que se humilla sea ms grande que aquel que recibe pleitesa. Y grave, afable, Nayjama les dice:

    Tatito, buenas tardes. Pero Nayjama ignora que despus, cuando estn tan distantes de l, que apenas lo divisa

    con su mirada de guila, los indios murmuran entre s: "Sariri"; es el caminante. Bueno es. Qu estar buscando entre nosotros? Y los indios no saben que "Sariri", el caminante, era en otro tiempo "Siripaka", el que lleva

    la luz, el que dice la verdad. El conductor del pueblo andino.

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    AL MODO FANTSTICO

    Nayjama estudia con ahnco la antigedad del hombre en al montaa. Cules su procedencia? Quin divisa el origen? Estaba o lleg? Si estaba desde cuando? Si lleg por qu puentes? Pero todos aquellos a los que confa su pensamiento, le responden: historia es un mtodo, una ciencia; lo que no se puede demostrar es ahistrico.

    He aqu lo que Nayjama lo que Nayjama recoge de tanto consultar los libros, de tanto preguntar a l os hombres.

    El universo de la historia es vasto, insondable, inabarcable: sideral inmensidad. Imposible abarcarlo en su infinita extensin, porque aqul que no se limita en el laberinto histrico, termina como en la contemplacin del ddalo estelar; se extrava. No pidamos demasiado al arte de evocar lo que se fue. Trabajemos lo ya conocido, sobre reas limitadas, porque ms all del documento, de las ruinas, del testimonio de los contemporneos, de la crtica metdica, slo hay nieblas. Verdad, certidumbre. El historiador acepta la duda mas est obligado a rebasarla. Para un pensar cientfico, para un sentir racional, historia es lo verdico, lo mensurable, lo geomtricamente demostrable. Juez del medioda, al historiador nada se le escapa; ningn detalle, perfil alguno. Es un mirar cenital, inexorable, que lo enfoca todo certeramente desde arriba, pero ese todo se refiere a un sector definido de investigacin: tiene fronteras; y lo que no cae dentro del cono de luz de una objetiva realidad, pertenece a la pura fantasa. Historiares precisar.

    Qu ser la gesta andina? se pregunta angustiado Nayjama. Y sabios y libros le responden. Es absurdo, es inadmisible plantear siquiera la tesis de una gesta andina. La Cordillera

    de los Andes es un hecho geolgico; la raza que mora a sus pies una variedad humana. Por qu mezclar materiales tan distintos? Nada hay, en rigor, que demuestre una cultura andina. Esta inmensa meseta elevada cobij razas dispersas, produjo modos de vida colectiva. Desde cundo? Nadie lo sabe. Hoy slo quedan piedras, ruinas, recuerdos confusos, contradictorios. En el Ande, lo prehistrico arranca de los quchuas; y los quchuas son muy jvenes para probar los mundos remotos del poeta y del arquelogo. Imperio aimra? Nunca lo hubo; maneras de vida regional s: lo kolla, lo aimra, lo lupaca, lo uro. Pero esos matices locales se confunden y conmoldean en el arquetipo incaico, el nico que la historia admite, por ser el nico que da vigencia y evidencia de su acontecer en el tiempo.

    Y los emperadores aimras? insiste el obsedido. Y los libros siguen contestando: Jams existieron. El aimra no lleg al imperio poltico, a la confederacin de pueblos. Fue

    a lo sumo una "ecumne" en el sentido senequiano; la expresin geogrfica de la raza y de la lengua; mas el ensanche biolgico o lingstico no basta para probar una cultura. Todo lo anterior al quchua es indicio vago, escombro conjetura.

    Nayjama cierra los libros, huye de los sabios, vuelve a vagar por los cerros ariscos. Sufre. Por ese tiempo le decan "loco", el loco Nayjama; porque cuando las gentes no entienden las razones del soador, las explican por lo inexplicable.

    Y la locura de Nayjama consista en buscar las huellas del tiempo perdido. Si hubo una mitologa griega, si hubo una mitologa persa por qu negar el mito andino?

    Y los mitos no son figuraciones de la inteligencia para abrazar el mundo? Los dioses no fueron hijos de los hombres? La reminiscencia de los hechos antiguos es el testimonio de las razas remotas. El hombre mtico es el hombre antiqusimo, eternal: para de todo pensar, de todo sentir, de todo obrar. Si las teogona siderales de Egipto o de Caldea, empujan los orgenes de la mente creadora ms all de la frontera histrica, la cosmogona telrica del Ande descubre el reino secreto de asombrosas lejanas ignoradas. Por qu los montes fueron adoradas antes que los astros? "Pacha", la palabra sutil, que lo nombra y los domina todo no tiene podero omnipotente de "Brahma", la deidad suprema del hind? Dicen que el andino explicaba las nupcias del cielo y de la tierra a travs del smbolo animal. Y el hombre parta de la piedra y a ella retornaba para dar un sentido al juego csmico. Y los "Pachakuti", periodos cronolgicos de mil aos, atestiguan que los hombres que fabularon la mitologa andina, tuvieron una concepcin intelectual muy avanzada del cosmos...

  • Las tpicas "balsas" del Titikaka surcan desde hace miles de aos las azules aguas del Lago Sagrado. (Fot. Jimnez)

    La aldea de "Sajama", al pie del nevado, donde imperan los antiguos dioses andinos.' (Fot. T.. l. Rees)

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  • 18

    Si esos hombres midieron el tiempo por milenios cmo medir la tremenda lejana de sus

    dioses? Nayjama no puede conciliar el sueo pensando en el conflicto suscitado entre la intuicin

    de su deseo y las razones de la ciencia. Piensa en la tierra: austera, viejsima. Piensa en el indio: hosco, silencioso. Lenguas

    intraducibles. Se dira que en relacin a estas cosas eternas, inmutables, la lgica de los textos y los sabios aparece mezquina. Mas luego lo acosa el espritu de razn; el hombre no dej huella clara por Ande. Ser que el suelo es de una tal antigedad que no se puede medir con mirada actual? O ser, ms bien, que el poblador es tan reciente que se empea en procurarse los ms nuevos e histricamente los ms pequeos; o envejecimos tanto que nuestros orgenes desaparecieron en el tiempo?

    Nayjama duda, Nayjama sufre. Hay que soar y padecer mucho para entender la suma extensin del Ande.

    Y cuando el alba asoma detrs de las montaas, el buscador en vigilia cree recordar una presencia intemporal: lectura, aprendizaje, ficcin o realidad. Apoya la frente en el brazo cansado; se abandona al reposo. Siente confusamente que una deidad vela su descanso. Luego una mano misteriosa lo conduce suavemente por la senda abierta en un monte empinadsimo; all, en lo alto, dominando el paisaje, una portada de granito azul en letras de oricalco, dice: "Del modo fantstico en la esttica andina".

    Y el buscador confunde su anhelo de saber con la luz que se viene de la cumbre. Y las palabras ruedan confundidas con las ansias. Y en medio de los destellos rapidsimos que iluminan el paisaje, el sueo dice al buscador:

    Dichoso el antiguo, cuyo pensar sin prisa fue causa de duraderas obras. Dichoso el vivir sosegado y la tranquila razn, que levantaron la soberbia majestad del templo clsico. Dichoso el varn pasado, dueo de la fbrica terrestre, que redujo el mundo a su medida y el tamao de sus sueos a la proporcin de sus hazaas. Insensato el moderno, cuya inquietud frentica deshace lo ordenado y desconcierta el juicio. Insensato el tumulto, el vuelo vertiginoso de cuanto cae por exceso de mudanza. Insensato el varn actual, juguete de la codicia y de la tcnica, que perdi relacin con Dios y con el mundo.

    A mitad de camino entre el antiguo equilibrio y la confusin moderna, el escritor vaga sin brjula. Estudiar? La teora muda con mayor rapidez que se precipitan los hechos. Meditar? Un torbellino arrastra y enreda las ideas. Componer? Vano es componer para una poca que segn el sentir potico ya no tiene cosas, casas nada exterior, porque su interior no tiene forma y es inasible: corre.

    No est escrita la total historia del hombre; poco dicen los extensos relatos que le sobreviven. No demuestra la ciencia que el organismo histrico es inabarcable en su extensin, insondable por su profundidad? La historia es infinita como el hombre mismo y el universo que lo contiene. Avanzando, retrocediendo en el tiempo, crece la magnitud de la peripecia humana. Ciertamente: sabemos muy poco. Qu son los seis milenios de historia conocida? Nada, frente al centenar de milenios por conocer. Y qu distancia del hombre de los palafitos, adorador pnico de la naturaleza, hasta aquel Sneca que llama a Dios todo fue que vemos y el todo que no vemos?

    Creamos en el tiempo geolgico del filsofo: peridicamente, aunque en forma imperceptible, el mar es reemplazado por la tierra y la tierra por el mar. Infinitas civilizaciones surgieron y desaparecieron, sea por catstrofes violentas y rpidas, sea por la marcha lentsima de los aos.

    Pero lo acontecido es nada ante lo que vendr. La humanidad ver millones de auroras, mayores proezas, desastres ms anchos antes de extinguirse. Nuestra poca no es un fin, sin un principio; y no obstante su origen remotsimo, el hombre es planta joven todava. La desmesurada riqueza del material histrico, reduce nuestra capacidad de investigacin. No vemos: vislumbramos. Dentro de marco tan inmenso comprender y recomponer lo ido, entender el presente, proyectar el porvenir, es ya imposible. En rigor cientfico, la historia es la ms dbil de las ciencias. Aristteles la define menos filosfica y profunda que la poesa. Burckhart la concibe como una serie de hermosos cuadros cromticos, hijos ms de la fantasa que de la crtica y la especulacin. Y hay quien la compara con la msica, fluencia pura y sin trmino, portentosa matemtica como el alma misma, infinitamente lejana y sin embargo familiar e ntima.

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    Situado en el centro aterrador de una era que muele y multiplica el cosmos, el hombre fustico ha perdido la nocin de estabilidad, el sentido de proporcin. Si fsico y matemtico consideran el universo ms como un gran pensamiento que como un gran mecanismo, no hablemos ya de la historia ciencia exacta, de acuerdo a la sosegada geometra del antiguo; sin del arte libre, ondeante, de recordar e imaginar sin dogmas, sapiencia inexacta del moderno.

    La historia es el historiador; luego el suceso. El hombre no es un mero espectador del mundo, sin el propio genitor del drama universal donde est inscrito su anhelo de saber e interpretar.

    A la pregunta eterna: Hermoso mundo ausente: dnde ests, por qu no retornas? Slo cabe la inmortal respuesta: Mira en t: esa es tu patria! La de hoy. La de ayer. La de maana. Volvamos al "modo fantstico", forma natural de expresin del alma intrpida. Ficcin y

    realidad como partes del enigma intelectual. Junto al severo anlisis, el fabular sinttico. Recordar, inventar no son giros del mismo juego? Ordenar, descomponer fases de una sola operacin? Levantemos el relato histrico a la majestad de la obra de arte, por esta sencilla ley de construccin: sobre un fondo verdadero, la estrella imaginaria.

    Consultemos los orculos andinos; en fabla nueva la verdad antigua. Y cmo entender a esos seres para los cuales no exista el tiempo; que vivieron inmersos en su paisaje circundante; hilozostas, embrujadores y embrujados; que fueron uno con la naturaleza y con el totem?

    La esttica andina es una de misterio y lejana... Amrica, la tierra imponderable del futuro, es tambin la iniciadora de las apartadsimas

    edades. De sus volcanes colricos, de sus montaas espantables, de sus grandes ros brotan revelaciones como relmpagos. Pero alcemos la mirada al Mar de Piedra: del Ande parten rumbos temerarios, al Ande llegan los caminos ms audaces. Y si la tierra es insigne, mayor el mito que la configura y la peralta. Porque "Pacha" es la palabra que desata la tempestad. Y "Wiracocha" el dios febril que ordena el orbe andino.

    IMANTATA En la ltima poca glacial, el hombre soport violentas acometidas de la naturaleza que

    casi concluyeron o tal vez terminaron con el primitivo andino. Entonces "Pacha-Inti" el Padre Sol se negaba a iluminar el mundo, y "Jacha-Kuno" el Gran Viejo de Nieve empastaba tierras y aplastaba naciones. Era en la edad oscura.

    La "Chamak-Pacha" pas. Tal vez no vuelva nunca, tal vez regrese un da... Pero a huella de sus pasos qued impresa siempre.

    Hay das grises, hostiles que pesan fuertemente en las almas. El altiplano se reviste de glacial indiferencia. Se avanza leguas, leguas y no sucede nada. Terrible soledad. Un nufrago en el mar, no sentira ms abandonado que el viajero perdido en la planicie. Y el viajero, aterrado, cree hallarse en el confn del mundo. Es un paisaje lunar, helado y silencioso, o una prisin de muros infinitos que hace intil buscar la libertad porque los muros huyen con el hombre que sale a su encuentro? Dijrase que las montaas, dioses dormidos en el sueo csmico, son fuerzas adversas que niegan albergue en la salvaje morada de los Andes.

    En uno de esos das grises, enemigos, abandonado a sus propios pensamientos, Nayjama vagaba por el rudo altiplano.

    Necesitamos tambin de los das agresivos, porque stos son los que endurecen el cuerpo y levantan el espritu.

    Nayjama miraba con profunda atencin, como si estuviera volviendo a descubrir la meseta.

    Todo quieto, inmutable. Los montes recuestan sus gibas de bisonte en lontananza: duermen. La planicie pedregosa se extiende sin trmino, como una mesa vaca de inalcanzables perspectivas. Casuchas y animales se neutralizan en el pardo de la tierra. El aire est inmvil como la firme lpida del cielo. Un tremendo silencio, una total inmovilidad cayeron sobre el mundo.

    A veces, el altiplano, es la gigantesca representacin de la idea de la muerte. De pronto una llamarada de luz corri por los faldos, fueron disipndose las nubes, brill

    el sol y la meseta recuper el aspecto de los das felices.

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    All, a los lejos, cual diminuto islote, un casero insina sus techos de paja sin relacin casi con el medio. Un aguayo multicolor delata ms cerca la presencia de una muchacha india, cruzando el pramo con los pies desnudos. Dnde va? Asemejan algo ajeno a la desolacin geolgica. Los rboles parecen guerreros en derrota: pocos y dispersos. Los caminos se abren en venas trreas, juegan con las colinas, pasan, como si tambin ellos fueran forasteros. Fulgura la Cordillera en lejana: "Riti-suyu", banda de nieve, como dijo el quchua. Se azulan las montaas, y los tonos contrastantes del sembro y del ganado vuelven a esmaltar la meseta.

    Imantata": lo escondido. Hay que saber mirar para alcanzar las secretas relaciones de todo lo que guarda el altiplano.

    Una llama bermeja irgui su fina silueta en la planicie. Qu tiene que ver la llama con la meseta que lo absorbe y desintegra todo? Tendr

    sentido real, vital para el aimra; al viajero poco le dice. Es un botn esttico en el yermo: y basta. Pero el aimra piensa de otro modo. Si la tierra es la gran madre para el andino, la llama

    es hermana mayor, lo provee y sostiene en todo. Es medio de transporte; proveedora de lana para sus tejidos; depsito de combustible; su leche y su carne sirven de alimento; se inmola como vctima propiciatoria en los ritos agrarios o en las hechiceras ancestrales, abona y vitaliza la tierra; y aun muerta entregar piel y huesos al amo. "Simiente de naciones" como la llam el poeta sin ella no hubiesen existido los imperios andinos, ni el Incario, ni la Colonia; y el animal histrico compite todava con los modernos sistemas de transporte. Este camlido de apariencia frgil y fortaleza increble, adems de sostn cotidiano, es el compaero fiel del indio, confidente mudo de jbilos y desventuras. Mudo? Pero es que slo se habla por palabras? Indio y llama se contemplan largamente, hondamente, se hablan con los ojos, y en su coloquio silencioso semejan dos amigos en tren de confidencia.

    Nayjama vea alejarse al dulce animal: lento, elstico, flexible. Inaudito sobreviviente de especies desaparecidas, este constructor de imperios es tambin un dominador de la naturaleza. Hermana mayor, amiga, sostn del nativo, es casi una persona. Y al ver la esplndida apostura de la llama, su andar rtmico y tranquilo, su inquietante altanera; ese mecer de navo con que ondula por el plano; recordando el brillo misterioso de sus grandes ojos oscuros. Nayjama tuvo un presentimiento inverosmil:

    Ha pasado una princesa india... Tambin la llama, a veces, como las casuchas, el indio, los rboles, el camino, y las

    sementeras moradas de la quinua, parece algo aislado, independiente del medio circundante. Hay una total desarticulacin en el naufragio altiplnico: seres y cosas sueltas, inconexos, como fragmentos pequesimos de un nfora despedazada que no se puede reconstruir, porque se perdi el secreto de la antigua relacin que guardaban sus partes entre s.

    Pero la llama no es cosa aislada; pertenece a una familia de aristcratas del Ande. Son los auqunidos que habitan las punas. Esa gacela de las nieves, la vicua, que dio el velln de su lana para finsimos mantos imperiales, y los soles negros de sus ojos para embrujo de soadores y poetas. Las alpacas circunspectas, seoriales; y a veces en tropas pintorescas fingen dameros blanquinegros. Alpacas, llamas y vicuas, forman la herldica femenina de la meseta. Son las abejas de la tierra. Sirven y protegen, decoran y hermosean el paisaje.

    Mas el guanaco, el menor de la familia, hurao huidizo, se aparta de ella, busca alturas ms empinadas, mayores soledades. Y se le ve brincar de pea en pea, gil, desafiante, criatura del vrtigo y del rayo. Y cuando el guanaco cruza como un meteoro el laberinto de los filos montaeses, flecha de luz que surge y desaparece entre sombras y relmpagos, el cazador absorto piensa:

    Es la sonrisa del abismo. La sombra de unas alas potentes proyectndose en el suelo, hizo levantar la cabeza a

    Nayjama: Es cndor! Cruz veloz el ave, a gran altura, y no tardo en desaparecer, porque el pjaro totmico del

    ancestro ha ido a refugiarse en la Cordillera, all donde las nieves se tocan con las nubes y rara vez se cierne sobre la meseta. Pocos son los que llegan a ver su vuelo majestuoso, planeando sobre el ganado, o la cada vertiginosa cuando los ojos rapaces lo precipitan en la aventura de la presa codiciada.

  • El Paisaje Fantasmagrico del Ande, rodeado por sus dos genio Dominantes: la roca y el vaco. (Foto Fco. Tauchmann)

    La Cordillera esconde lagos de sobria y limpia

    plasticidad, que envidiarla el escultor expresionista. (Fot. T. l. Ree)

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  • 22

    "Kuntur Mamani": el protector de los hogares. Vigila desde las blancas lejanas, y apenas si se digna enviar como su heraldo de grandeza a un halcnido menor: el "allkamari", mensajero agrcola, al que se tolera sus rapaceras porque es enviado del reino de los aires y est ligado a los ritos y usos agrarios. El "allkamari" es familiar al indio. Todos conocen su pico rojo, su plumaje negro, su vuelo lento y gracioso en grandes crculos concntricos.

    Muchos vieron al cndor en las cordilleras, seor de espacio, donde no tolera intrusin. Despea mulas, precipita viajeros al abismo, y de un solo golpe de las alas potentsimas abate al ms osado. Los cazadores han visto al tropel areo cuando desciende a alimentarse: primero el "Mallku" el jefe despus el que le sigue en tamao, y as sucesivamente. Los machos en orden de grandeza, luego las hembras, finalmente los cros. Todo en riguroso orden jerrquico y de fuerza. Y cuando el festn concluye, la tropa area se remonta hacia el pen de nieve conservando precedencias. Primero siempre el jefe, todos detrs. La sociedad andina toma el concepto de autoridad de la sociedad de las aves: "Mallku-Kaphaj" - el Cndor Poderoso - es ttem y linaje histrico a la vez. Tambin los cazadores conocen la tremenda visin del ataque de los cndores: ese alud de picos, de garras y de alas que hace temblar la montaa en su descenso vertical y velocsimo. Blidos alados! Pocos son, empero, los que divisaron al gran pjaro pasar a corta altura del altiplano. Las fuertes alas tajan el aire como cuchillas rapidsimas. Las patas y las garras encogidas como un tren de aterrizaje presto a desplegarse. Y en medio de la gola de nieve que le cie el cuello, se mueve la cabeza agresiva, husmeando, avizorando todo, mientras el crestn cimero finge un timn inverosmil.

    Cuando el Cndor cruza el cielo, el indio siente que algo ha entrado en su alma. Pero quin ha visto al "Kuntur-Mayku", el Jefe de los Jefes? Es el ms grande los

    cndores: de talla extraordinaria, alas ms potentes, garras de len, blanco el fornido pecho y el abanico de las plumas. Slo se le puede ver una vez en la vida, porque la deidad no se repite para el hombre. Su vuelo es tan veloz que finge una centella, mas quien lo vi ya nunca olvidar esa flecha blanca que pareca atropellar los vientos...

    El que ha visto, una vez, al "Kuntur-Mayku", es un hombre dicho: vivir muchos aos, la prosperidad caer sobre su techo, y est llamado a grandes empresas. Porque cuando el Ms Grande de los Cndores visita un corazn, ese corazn est marcado ya por el destino. Y el destino pide audacia y fortaleza condoriles para poder seorear en la meseta.

    Y el "Kuntur-Mayku" habita en los nevados. La leyenda dice que un cndor blanco se ha posado en el "Illampu", otro en el "Illimani", un tercero en el "Wayna". Y no se sabe si los nevados son pjaros gigantes petrificados en la nieve, o si el Cndor Blanco es una cumbre que se puso a volar sobre montaas.

    Por qu estos indios se nombras todava Condori, Mamani, Poma, Katari, como si fueran hijos del cndor, del halcn, del puma, de la vbora? Y el puma que merodea los bosques no fue tambin deidad totmica, antepasado del andino, como atestiguan la piedra y los ceramios?

    Si los smbolos animales fuesen revelados... El puma, audaz y codicioso, en blasn de rebelda. Astuta y peligrosa la vbora: ensea el

    camino ms largo. El oso y el halcn entregan sus blasones de fuerza y de viveza. El cndor une cielo y tierra en su vuelo agorafbico, levanta y dignifica todo. Y hasta el tmido guanaco y la inocente vicua jugaron rol preponderante en los ritos totmicos que forjaron la pica social, all en el primitivo amanecer, cuando el hombree se identificaba con el astro y se asimilaba con el animal, porque hombre, astro y animal eran lo mismos: ascuas vivas, fuerzas concertantes del torbellino csmico.

    "Imantata": lo escondido piensa Nayjama Quin rasgar el velo de la esfinge? Y regresa a la ciudad agitado, pensativo, como si la tierra y sus moradores le hubieran

    dejado acercarse al borde del misterio. Porque slo aquel que tenga ojo de halcn y constancia de felino, podr oficiar en el culto primitivo. Porque el Ande tiene lengua nocturna, que slo llega al pertinaz, al que mira detrs de lo escondido.

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    MARKA- MARKA

    Y se llam Ciudades de las Ciudades, porque nunca dejar de ser.

    ALTIPLANO La dependencia del hombre con relacin al suelo que lo contiene, es hecho inmemorial. Admitieron los antiguos profundas conexiones entre la naturaleza exterior y el ser interno,

    reconociendo as el juego recproco de morada y poblador. Observando cmo vive el hombre y dnde vive el hombre, se pudo casi siempre determinar quin es el hombre; porque la criatura viva es tierra ella misma, hechura de su medio circundante. Segn se presenta la zona geogrfica, la vivienda natural, as se conforma y tipifica el habitante que la ocupa.

    "Genius loci" dijo el clsico. En el alma de la raza se aposenta el genio del lugar. Suprema simbiosis. Ms all del concepto puramente "tainiano", cosmolgico, hoy

    sabemos que el hombre no es el solo constructor de su vivienda, ni el medio fsico el solo forjador de quien lo puebla. Solo y morador trabajan en comn, transformndose, conmoldendose recprocamente. Y cuando el sabio inventa el vocablo "geopsique" alma determinada por la tierra est expresando simblicamente la unidad indivisible de hombre y tierra.

    El planalto andino sobrecoge por su fuerte arquitectura: montaa, cielo, meseta. Estos tres elementos se articulan en interna e indestructible unidad; sobrios, viriles, ostentan severidad de templo drico. Qu sera del altiplano sin sus montes poderosos, sin su cielo de porcelana azul, sin la mansa angustia de sus planos delatados?

    Quien no frecuent la economa natural del paisaje, se resiente de monotona. Ese azul pursimo que se comba sobre el horizonte y que visto rpidamente alegra, cuando el viajero es moroso y se sumerge en su hondura desasosiega. Intenso, profundo, finge un mar en reposo. Al mucho ver, baja de lo alto una sensacin de infinitud aterradora. El cobalto se transmuda en zafiro, el zafiro se ahonda en azabache; y el cielo negreante de profundidad oprime al observador. Los cerros quietos, silenciosos, fatigan el horizonte. El pramo mesetil se ofrece de una desolacin inmensa: seco, escueto, yermo, solitario. Apenas, como toques secundarios, se insinan el casero indgena, manchas arbreas, las fajas cromticas del sembro. Aqu naci la leyenda del pueblo triste; al medio severo, elemental, de una economa arquitectnica rayana en la pobreza, debe corresponder se dice un poblador hosco, melanclico. Doble falsedad: no hay pobreza ni tristeza tales. Slo gravedad, concentracin. Suelo y raza se presentan en su desnudez geogrfica; honestos y veraces, libres de artificio. Pocos alcanzan la hermosura monotesta del paisaje y el natural recogimiento de su poblador.

    Qu no habla este paisaje? Si es todo lenguas! La meseta andina vibra, ondula, se estremece, despide energa a los cuatro mil puntos del

    confn. Su cielo no hay que verlo aislado, en la hondura metafsica que absorbe y disuelve el mundo, sin en el juego seductor con que se envuelve a las cosas, las cie, las destaca, las esconde, las azula de apariencia, les sirve de teln de fondo, las azula de su propio jbilo visual. La montaa se agita en la tormenta gravitante de sus formas: irradia fuerza, irradia virtud. Obsequia una gama ricamente variada de luces, sombras, contrastes, matices. No hay quietud, no hay mudez en el aire altiplnico maravillosamente seco, transparente, que escamotea perspectivas, se adelgaza y sutileza y con mano finsima aproxima bultos y contornos. Todo acusa

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    la inminencia de su forma. Y al fondo la Cordillera, siempre colrica de lneas, potente y altanera siempre.

    El altiplano estalla de energa. Por esta extensa mesa de paos ocres, pardos, violetas, grises, purpreos, el ojo no tarda

    en descubrir la oculta variedad del medio fsico. Tierra tendida y ancha que lo refiere todo a su absorbente podero. Sobria, adusta, soledosa. Pero la tierra es mltiple, diversa, nada se pierde en la palpitacin de sus diferencias. Un cosmos vivo y animado humaniza la escena; la planicie rasgada de caminos; falta de esmalte plateado de los ros; en cambios la vivienda indgena se delata constante. Pueblecitos, caseros, ranchos. Colinas dciles, suaves depresiones, pozas que reverberan al sol. Los cultivos rompen la uniformidad del suelo. Visto de altura, el altiplano aparenta una manta de colores. El eucalipto y el olivo silvestre decoran de un verdeoscuro el paisaje. Las manchas blancas del ganado ponen su nota de candor. Suelo duro, pedregoso, donde crece libremente la paja brava. Los llamos, las alpacas: botn esttico en la yerma altiplanicie. El "Allkamari"- halcnido vivaz. Su blasn de rebelda. El indio el posesor, el productor. Y si la escena en su conjunto yace transida de soledad y pesadumbre, en el detalle brota rica de sugerencias. Cada ser, cada cosa, proclaman certeramente su evidencia plstica. Hay que mirar con ojos lentos la lenta majestad de la meseta.

    Qu la criatura humana aparece microscpica? S: naufraga en tamaa inmensidad. Si consideramos la peripecia del morador respecto a su medio circundante, es lo minsculo movindose en lo colosal. Si atendemos a la expresin aislada del paisaje, es la tierra como la vi el antiguo: slida, en medio del mundo, recogida con su natural movimiento dentro de s misma. Esto es fuerte, rudo, sobrecogedor. Varonil austeridad. Y cuando se camina por estas tierras altas, se dira que avanzamos por encima de un gigante recogiendo el murmullo de los milenios.

    La meseta acerca las cosas, las renueva, las agita en una luminosidad extraordinaria que las torna ms accesibles. De dnde viene esa claridad lcida que se apodera de la inteligencia frente al paisaje andino? Por qu esta apertura de los sentidos? Dijrase que la luz brilla ms intensa, el cielo ms profundo, el aire ms transparente. Es un reino de cristal: todo perfil se hace vibrante, toda masa decisiva. El centelleo de los neveros lejanos se esparce por la hondura del mbito telrico. Ahndase la hermandad de suelo y hombre. Y el hombre como el suelo se purifican bajo esta campana de cristal que azulan las distancias.

    El altiplano: proximidad, veracidad. El que no se acerc intensivamente al escenario gigantesco, jams comprender la ntima

    verdad de las punas. Por qu el indio nos parece un contrasentido en la ciudad, y en la planicie deviene connatural con su medio? Ser indio es, precisamente, entender la tierra, armonizar con ella. Por eso lo andinos, aunque no lo seamos todos de sangre, lo somos de espritu y de estilo. Estamos anclados en la tierra como el rbol en el suelo que lo contiene; y en ella fructificaremos o seremos frustrados, porque el hijo de su suelo es el padre de su hado.

    Altiplano: sapiente desnudez que vale por el ropaje ms brillante. Severa economa en la escultura csmica. Geomtrico rigor en el humano mrmol. Eternidad, fugacidad.

    Nayjama se hunde en la infinitud de la meseta. Se va, se aleja, vuelve. Y en los das de fiesta, cuando las multitudes se agolpan a la entrada de los estadios y los cines, el buscador parte al encuentro de su tierra. Y unas veces se sabe solo, perdido en el mar petrificado de la meseta. Y otras veces se siente en medio de la muchedumbre paisajil. Y ese puntito negro que hace su camino solitario, hace tambin, inadvertidamente, el periplo de su suelo. Porque en el trajn de cada da suele volver la antigedad del cosmos. Fugacidad. Eternidad.

    Cundo dejars de vagar por la planicie? Ests perdiendo el tiempo... Pero Nayjama no contesta, porque Nayjama siente que un mismo dardo de luz traspasa

    su pequeo corazn inmenso de la tierra bienaventurada.

    LA HOYA PACEA

    Si altiplano es la morada geogrfica del montas, la hoya mesetil es el ncleo semillante que concentra y da sentido a la geurgia andina: crear en la tierra, luchar con ella transformndola, entenderla y trascenderla al rapto humano.

    Nayjama quiere a La Paz como Scrates quiso a su Atenas, con la nobleza del perro que slo admite un amo. Tanto la frecuent, en ella ha gozado y padecido tanto, que no disputa a los dems el ttulo de primer paceo, sin el de ms fidedigno. Porque se siente polvo de sus huesos,

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    ro de su sangra, hlito de su ventura y se desdicha. Y del solar natal amado hasta le mdula, Nayjama extrae savias vigorosas para baar la planta de su fe.

    Imaginad una ciudad rarsima, frontera de los hielos y los trpicos. Arriba un coro de montaas; abajo la hoya vertiginosa. A poco andar el manto de agua del Titikaka. A cortas leguas los paos verdes de los Yungas. El arquitecto geolgico trabaj con tal astucia, que no se alcanza el embrollado plan de la fbrica telrica; es el reino del contrasentido, el orden mgico del desorden. La perfecta horizontalidad de la meseta se contrapone al orden vertical de la Cordillera; y entre el muro montuoso y la mesa altiplnica hay una tal riqueza de accidentes, que la mirada se pierde en la variedad del panorama. El paisaje es tan singular, tan extrao, ofrece tales acicates de atraccin y sugestin, que se dira el sueo de un escultor modelando el estallido de un cometa, o el mstico terror de un visionario hundido en la tormenta de los mundos.

    Agtase la materia en indecibles geometras: ondas, picos, ngulos, cpulas, rectas, graderos, curvas y quebradas. Formas horizontales, perpendiculares, oblicuas. Elevaciones y hendiduras. Terrazas, quiebras, pirmides violentas. Cantiles, promontorios, escarpas y pendientes. Sinuosidades, repliegues, tajos a cercn. Entradas y salientes rapidsimas. La montaa, tremendamente inquieta, es la forma de movimiento. Estas lneas bruscas, cortadas, angulosas, que huyen de la sensual caricia de los curvo, se precipitan en un fiero combate de eminencias. Altanera y fantasmagora de la tierra: el Ande! Cimas vgiles, vacos espantables, planos escalonados en el aire. Delirio de lneas y de masas, ceido por la rica plasticidad del espacio en movimiento. Aqu la materia es dinmica y vibrante: imperio de la accin.

    Juan Jacobo, el primitivo, busc en el lago de Ginebra la clave de un pantesmo universal. El dulce y refinado Anatolio crey hallarla en el dorado silencio de Florencia. Ambos ignoraban que la hoya pacea es la patria brusca y fuerte de los que aman la aventura geogrfica, el xodo visual, y las orologas fabulosas. En ella puede leerse como en un libro abierto, la cifra del pasado geolgico; sus farellones y desgarres hablan todava del combate cosmognico. La hoya es la sorpresa.

    Oh grande y poderosa majestad, Jerusaln telrica, tus muros fantasmales guardan la historia del planeta!

    Desde la planicie, la ciudad ofrece la fina delicia visual de un cuento de hadas: castillos de nieve, gozosas arboledas, casa y calles como madrigueras microscpicas reptando por el monte. El aire enrarecido, delgadsimo, hurta la perspectiva, lo define y aproxima todo, al punto que la colosal juguetera parece al alcance de las manos. Un corto movimiento... y se piensa que la mano tocar la cerviz del cerro. La ilusin se repite al arrojar la ltima mirada al hoyo formidable: es como si el gran casero de techos rojos cupiera en el pequeo cuenco de una mano. Extica visin- piensa el viajero. Y si la vi de noche, cuando millares de luces cabrillean en los hondo, fingiendo una mirfica baha o un cielo invertido de estrellas centelleantes, el viajero siente la sensacin de irrealidad. La Paz es lo imprevisto, un sueo inesperado.

    Mas qu sabe el viajero del Ande atltico, genesaco, trabajado a gran escala por la naturaleza?

    No sabe nada. Esta cosa tremenda en que vivimos... Al primer encuentro se mira solamente la apariencia decorativa de las formas: colosal juguetera. Esa lmina de vidrio que nos separa del mundo exterior, impide comprender la verdad ntima, la intrnseca hermosura del paisaje. Desde el tren en marcha, desde la cabina del avin, no se toma contacto real con la comarca visitada. Y cmo se toma contacto con el Ande? Trabajo de aos, lento y sostenido, porque tiempo y hbito anudan suelo y poblador; cuanto ms antiguo el suelo, ms largo el tiempo de su comprensin. Un paisaje es inagotable en el desplazamiento de sus formas, sugestiones y matices; por eso el mejor contemplador es el fiel contemplador, el que mira las mismas cosas, extrae siempre de ellas sensaciones diferentes. Entender un paisaje es captar sus elementos dominantes, la cifra incgnita que slo se revela por amorosa frecuentacin, la que liga y seorea la inmensa profusin del conjunto visual.

    Esta callada grandeza. Esta brava soledad. Este hondo sopor milenario. Aqu la naturaleza titnica, ver enano siempre el esfuerzo del hombre.

    Qu seduce con mayor tirana: el alto y puro cielo, esa pared montuosa, la variedad fluctuante de la tierra, el hechizo cromtico? Con el crepsculo, recomienza la disputa por la soberana del paisaje: las espadas de la luz ms fulgurantes, las lentas catedrales de la sombra ms solemnes. Y todo amanecer es una epifana de las formas, porque el Ande nace y se rehace apenas toca el sol la lnea levantada de las cumbres.

  • Acaudillada por el "IIlimani", la ciudad de La Paz se levanta moderna y pujante a 4.000 metros de altura. (Foto Jimnez)

    La tempestad geolgica dej su huella en esta visin de la cordillera de Tres Cruces. (Foto T. l. Rees)

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    Nayjama piensa en el inmenso poder de sugestin del hoyo inenarrable... El anfiteatro paceo evoca las grandes sntesis humanas. Al norte taludes como ejrcitos

    que llegan, la crestera y el arco romano del "Pampjhasi". Al sur la India con sus farellones multiformes y su decoracin angustiosa. Al esta la armona helnica del Gran Nevero. Al oeste la lnea horizontal, pesada, inmutable del altiplano: Egipto, Tintas y celajes del cielo evocan la manera finsima de los pintores chinos. Desgarramiento del suelo, cruel cuchillera, illadas del vrtice y del vrtigo de filos incontables: Medioevo. Una dinmica de la materia donde cada lnea quiere ser por s misma, en puro alarde individual: Renacimiento. Alborotada arquitectura, tensiones irrumpientes, elctrico accionar de masas y de planos: Edad Moderna, edad del tomo que integra y desintegra. Esto es bello, esto es grande; de una belleza agresiva, de una epifnica grandeza; y desigual, acometivo, desconcertante. Todo sube, todo cae, se mueve y precipita todo en el oleaje csmico proclamando fieramente su genealoga, su fuerte dinamismo. El mundo como fuerza en movimiento.

    Pero qu es lo que confiere seera seduccin a la ms alta capital del mundo? Es el juego contrapuesto de dos genios dominantes: el vaco y la montaa.

    La montaa conforma y seorea el hoyo con mayesttico rigor. El Gran Nevero es el genio visible, poderoso que habla por s mismo; no requiere explicacin. Todo se ordena y se refiere en torno al macizo armonioso que preside un cnclave de montes. "Illimani": el que resplandece, toca las cosas y las enciende de su propio hechizo luminoso. "Illampu": musa telrica que acuna el sueo de la hoya. "Illimani": monte sacro, dictador inmarcesible del paisaje y de las almas.

    Y el numen recndito del telurismo comarcano es el vaco circundante. Es el ocano areo que nos rodea, la sensacin espacial. El hambre de inmensidad y lejana. Fuerza persistente, indefinible, que brota del recinto geogrfico y a su inmenso poder de atraccin nos devuelve; que hostiga y torna taciturno al paceo, porque lo tiene penetrado de su magia y su ansiedad. Quien sinti la trgica belleza del espacio agorafbico, siempre en fiero combate con la tierra, ha de relacionarlo todo a su incitante podero.

    Ande es la cordillera nevada, el tumulto montuoso, la meseta horizontal, la variedad agrietada y desgarrada del suelo. Y dando unidad implcita, sentido final a los contrastes topogrficos, Ande es tambin el vaco grandioso abierto entre cielo y tierra. Lo que cierran dos abismos: el abismo azul del aire y el pardo abismo del suelo. En la hoya el espacio abierto est como sujeto entre la cavidad y las montaas; se siente al Genio del Aire respirar entre altsimas rocas: jadea. Mas si el espacio est como amurallado entre casquetes y envuelve en el vrtigo de su propia revolucin area a las cosas, el hombre en al mismo tiempo prisionero y seor del espacio. Nadie tuvo crcel ms extraa, nadie dominio ms esplndido. El paceo es hijo del monte y de los aires: permanece inmvil, con fiereza roquera, con soberbia indiferencia; o estalla bruscamente y se dispara hacia la accin como el viento libre de las punas que corre sin obstculos.

    La sugestin de los vacos andinos se da difcilmente dentro del hoyo; hay que trepar al cerro, situarse a mitad de camino entre el cielo que sube con ancha majestad y la tierra que baja vertiginosamente, para advertir cmo las cosas cambian de dimensin y de figura. Entre la cpula area y el hueco profundsimo, se ver entonces una cavidad aterradora. Desde el monte escarpado se mira cielo ms vasto, una tierra ms honda, una cordillera ms enhiesta. Slo as, suspendido entre cielo y tierra, siente uno el pavor y la embriaguez de la oquedad pacea: el vaco en una corona de montaas. Pero eso el cndor, siervo y vencedor de las alturas, es el ave totmica del ancestro; y su vuelo inmutable trasunta la grandeza espacial, el ansia de inmensidad, la magia misteriosa de estos mares areos que conmueven el mbito andino.

    Lo grave del vaco, alterna con lo agudo del contorno. Es la armona de los contrarios, el difcil equilibrio de un subir y un caer que son nicamente formas del enigma. pico escenario, lidia incomprensible. Por eso el paceo es la criatura hermtica de una colosal desarmona.

    Y no hay Florencia ni Ginebras que puedan afrontar la augusta tirana del hoyo inenarrable. Porque la cuenca pacea cautiva, amarra, no se olvida nunca. Tiene magia, hechicera india. Y su poblador es hijo de los delirios del espacio y de las fantasas de la materia.

    Qu te amarra a este hueco profundsimo? Me amarran las proezas de la tierra. Y cuando la tierra te fatiga de monotona? Entonces me liberto en la pasin del aire.

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    Y Nayjama siente la nobleza de pertenecer a su comarca, porque sabe que su comarca es cosa suya. Y cuanto ms ahonda en el hoyo, comprende que si l fue elegido para exaltar las glorias del paisaje, tambin el hoyo estaba destinado a servir de materia de su canto. Porque los hay que conciertan haciendo cada cual la mitad del camino que los liga. Y si el paisaje es una lira intacta a la espera de los dedos que la pulsen, poeta es la mano misteriosa que arranca sones embrujados a las cuerdas vibrantes del terruo.

    Hoya pacea. Profunda y tierna como el canto del hoyero que la exalta.

    ESTILO KOLLA

    Admitamos que la topografa de la hoya es un caos, pero un caos organizado a su manera. El poblador, a su vez, presntanse enigmtico, incomprensible: parece no tener otra ley que su capricho. Muda bruscamente de nimo, opera por la sorpresa. Gusta o disgusta, definitivamente; ignora la media tinta. Aqu las leyes de convivencia, la amistad misma, se sujetan a constante alteracin. Nada es estable. Se dira que manejar hombres en la hoya es como pretender esculpir montes, porque cada cual se empina sobre su deseo con soberbia indiferencia de cima aislada; mas esas cimas se aproximan en firme solidaridad a la hora decisiva.

    Pueblo-cndor, de vuelos y sopores increbles. Estos seres inexplicables rompen los anillos de la lgica. No proceden por reglas ni por

    hbitos, mas por medio de bruscas intuiciones. Nunca se puede saber qu piensa el paceo, porque la reserva es el blasn del hombre andino. Por eso, por misterioso, hace fracasar a los socilogos: nadie ha revelado todava la trama intrincada, desigual, delicadsima del alma montaesa.

    El kolla es delicado, el kolla es rudo, el kolla es abierto y desconfiado a un tiempo mismo. Emprende las ms difciles tareas o se niega a realizar las ms sencillas. Y un rasgo de lealtad signa sus actos; cuando se entrega, se entrega por entero; cuando recela, su desvo es absoluto. Tiene la franqueza