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Naufragios Alvar Nuñez Cabeza de Vaca Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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Naufragios

Alvar Nuñez Cabeza deVaca

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Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tantoque los derechos de autor, según la legislaciónespañola han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio asus clientes, dejando claro que:

1) La edición no está supervisada pornuestro departamento editorial, de for-ma que no nos responsabilizamos de lafidelidad del contenido del mismo.

2) Luarna sólo ha adaptado la obra paraque pueda ser fácilmente visible en loshabituales readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

www.luarna.com

CAPITULO PRIMERO

En que cuenta cuándo partió el armada, y los ofi-ciales y gente que en ella iba.

A 17 días del mes de junio de 1527, partiódel puerto de Sant Lúcar de Barrameda el go-bernador Pánfilo de Narváez, con poder ymandado, de Vuestra Majestad para conquistary gobernar las provincias que están desde el ríode las Palmas hasta el cabo de la Florida, lascuales son en Tierra Firme; y la armada quellevaba eran cinco navíos, en los cuales, pocomas o menos, irían seiscientos hombres. Losoficiales que llevaba (porque de ellos se ha dehacer mención) eran estos que aquí se nombran:Cabeza de Vaca, por tesorero y por alguacilmayor; Alfonso Enriquez, contador; Alonso deSolis, por factor de Vuestra Majestad y por vee-dor; iba un fraile de la Orden de Sant Franciscopor comisario, que se llamaba fray Juan Suárez,con otros cuatro frailes de la misma Orden. Lle-

gamos a la isla de Santo Domingo, donde estu-vimos casi cuarenta y cinco días, proveyéndo-nos de algunas cosas necesarias, señaladamentede caballos. Aquí nos faltaron de nuestra arma-da mas de ciento y cuarenta hombres, que sequisieron quedar allí , por los partidos y pro-mesas que los de la tierra hicieron. De allí par-timos y llegamos a Santiago (que es puerto en laisla de Cuba), donde en algunos días que estu-vimos, el gobernador se rehizo de gente, dearmas y de caballos. Sucedió allí que un gentil-hombre que se llamaba Vasco Porcalle vecinode la villa de la Trinidad, que es la misma isla,ofreció de dar al gobernador ciertos bastimen-tos que tenía en la Trinidad, que es cien leguasdel dicho puerto de Santiago. El gobernador,con toda la armada, partió para allá; mas llega-dos a un puerto que se dice Cabo de SantaCruz, que es mitad del camino, parescióle queera bien esperar allí y enviar un navío que traje-se aquellos bastimentos; y para esto mandó aun capitán Pantoja que fuese allí con su navío, y

que yo, para más seguridad, fuese con él, y élquedó por cuatro navíos, porque en la isla deSanto Domingo había comprado un otro navío.Llegados con estos dos navíos al puerto de laTrinidad, el capitán Pantoja fue con Vasco Por-calle a la villa, que es una legua de allí, pararescebir los bastimentos; yo quedé en la marcon los pilotos, los cuales nos dijeron que con lamayor presteza que pudiéramos nos despachá-semos de allí , porque aquél era un mal puertoy se solían perder muchos navíos en él; y por-que lo que allí nos sucedió fue cosa muy seña-lada, me pareció que no sería fuera del propósi-to y fin con que yo quise escribir este camino,contarla aquí. Otro día, de mañana, comenzó eltiempo a dar no buena señal, porque comenzó allover, y el mar iba arreciando tanto, que aun-que yo dí licencia a la gente que saliese a tierra,como ellos vieron el tiempo que hacía y que lavilla estaba de allí una legua, por no estar alagua y frío que hacía, muchos se volvieron alnavío. En esto vino una canoa de la villa, en que

me traían una carta de un vecino de la villa,rogándome que me fuese allá y que me daríanlos bastimentos que hubiese y necesarios fue-sen: de lo cual yo me excusé diciendo que nopodía dejar los navíos. A mediodía volvió lacanoa con otra carta, en que con mucha impor-tunidad pedían lo mismo, y traían un caballo enque fuese; yo dí la misma respuesta que prime-ro había dado, diciendo que no dejaría los naví-os, mas los pilotos y la gente me rogaron mu-cho que fuese, porque diese priesa que los bas-timentos se trujese lo mas presto que pudieseser, porque nos partiésemos, luego de allí, don-de ellos estaban con gran temor que los navíosse habían de perder si allí estuviesen mucho.Por esta razón yo determiné de ir a la villa,aunqée primero que fuese dejé proveído ymandado a los pilotos que si el Sur, con que allísuelen perderse muchas veces los navíos, ven-tase y se viesen en mucho peligro, diesen conlos navíos de través y en parte que se salvase lagente y los caballos; y con esto yo salí, aunque

quise sacar algunos conmigo, por ir en mi com-pañía, los cuales no quisieron salir, diciendoque hacía mucha agua y frío y la villa estabamuy lejos; que otro día, que era domingo, sal-drían con el ayuda de Dios, a oír misa. A unahora después de yo salido la mar comenzó avenir muy brava, y el norte fue tan recio que nilos bateles osaron salir a tierra, ni pudieron daren ninguna manera con los navíos al través porser el viento por la proa; de suerte que con muygran trabajo, con dos tiempos contrarios y mu-cha agua que hacía, estuvieron aquel día y eldomingo hasta la noche. A estar hora el agua yla tempestad comenzó a crecer tanto, que nomenos tormenta había en el pueblo que en lamar, porque todas las casas y iglesias se caye-ron, y era necesario que anduviésemos siete uocho hombres abrazados unos con otros parapodernos amparar que el viento no nos llevase;y andando entre los árboles, no menos temorteníamos de ellos que de las casas, porque comoellos también caían, no nos matasen debajo. En

esta tempestad y peligro anduvimos toda lanoche, sin hallar parte ni lugar donde mediahora pudiésemos estar seguros. Andando enesto, oímos toda la noche, especialmente desdeel medio de ella, mucho estruendo y granderuido de voces, y gran sonido de cascabeles yde flautas y tamborinos y otros instrumentos,que duraron hasta la mañana, que la tormentacesó. En estas partes nunca otra cosa tan me-drosa se vio; yo hice una probana de ello, cuyotestimonio envié a Vuestra Majestad. El lunespor la mañana bajamos al puerto y no hallamoslos navíos; vimos las boyas de ellos en el agua,adonde conocimos ser perdidos, y anduvimospor la costa por ver si hallaríamos alguna cosade ellos; y como ninguno hallásemos, metímo-nos por los montes, y andando por ellos uncuarto de legua de agua, hallamos la barquillade un navío puesta sobre unos árboles, y diezleguas de allí, por la costa, se hallaron dos per-sonas de mi navío y ciertas tapas de cajas, y laspersonas tan desfiguradas de los golpes de las

peñas, que no se podían conoscer; halláronsetambién una capa y una colcha hecha pedazos,y ninguna otra cosa paresció. Perdiéronse en losnavíos sesenta personas y veinte caballos. Losque habían salido a tierra el día que los navíosallí llegaron, que serían hasta treinta, quedaronde los que en ambos navíos había. Así estuvi-mos algunos días con mucho trabajo y necesi-dad, porque la provisión y mantenimientos queel pueblo tenía se perdieron y algunos ganados;la tierra quedó tal, que era gran lástima verla:caídos los árboles, quemados los montes, todossin hojas ni yerbas. Así pasamos hasta cincodías del mes de noviembre, que llegó el gober-nador con sus cuatro navíos, que también habí-an pasado gran tormenta y también habían es-capado por haberse metido con tiempo en partesegura. La gente que en ellos traía, y la que allíhalló, estaban tan atemorizados de lo pasado,que temían mucho tornarse a embarcar en in-vierno, y rogaron al gobernador que lo pasaseallí y él, vista su voluntad y la de los vecinos,

invernó allí . Dióme a mí cargo de los navíos yde la gente paraque me fuese con ellos a inven-tar al puerto de Xagua, que es doce leguas deallí , donde estuve hasta t0 días del mes dehebrero.

CAPITULO II

Cómo el gobernador vino al puerto de Xagua ytrujo consigo a un piloto

En este tiempo llegó allí el gobernador conun bergantín que en la Trinidad compró, y traíaconsigo un piloto que se llamaba Miruelo;habíalo tomado porque decía que sabía y habíaestado en el río de las Palmas, y era muy buenpiloto de toda la costa del Norte. Dejaba tam-bién comprado otro navío en la costa de laHabana, en el cual quedaba por capitan Alvarode la Cerda, con cuarenta hombres y doce decaballo; y dos días después que llegó el gober-nador, se embarcó, y la gente que llevaba eran

cuatrocientos hombres y ochenta caballos encuatro navíos y un bergantín. El piloto que denuevo habíamos tomado metió los navíos porlos bajíos que dicen de Canarreo, de maneraque otro día dimos en seco, y así estuvimosquince días, tocando muchas veces las quillasde los navíos en seco, al cabo de los cuales, unatormenta del Sur metió tanta agua en los bajíos,que pudimos salir, aunque no sin mucho peli-gro. Partimos de aquí y llegados a Guaniguani-co, nos tomó otra tormenta, que estuvimos atiempo de perdernos. A cabo de Corrientes tu-vimos otra, donde estuvimos tres días; pasadoséstos, doblamos el cabo de Sant Antón, y andu-vimos con tiempo contrario hasta llegar a doceleguas de la Habana; y estando otro día paraentrar en ella, nos tomó un tiempo de sur quenos apartó de la tierra, y atravesamos por lacosta de la Florida y llegamos a la tierra martesl1 días del mes de abril, y fuimos costeando lavía de la Florida; y Jueves Santo, surgimos en lamismarcosta, en la boca de una bahía, al cabo

de la cual vimos ciertas casas y habitaciones deindios.

CAPITULO III

Cómo llegamos a la Florida

En este mismo día salió el contador AlonsoEnríquez y se puso en una isla que esta en lamisma bahía y llamó a los indios, los cualesvinieron y estuvieron con él buen pedazo detiempo, y por vía de rescate le dieron pescadoyalgunos pedazos de carne de venado. Otro díasiguiente, que era Viernes Santo, el gobernadorse desembarcó con la más gente que en los bate-les que traía pudo sacar, y como llegamos a losbuhíos o casas que habíamos visto de los indios,hallémoslas desamparadas y solas, porque lagente se había ido aquella noche en sus canoas.El uno de aquellos buhíos era muy grande, quecabrían en él mas de trescientas personas; losotros eran mus pequeños, y hallamos allí una

sonaja de oro entre las redes. Otro día el gober-nador levantó pendones por Vuestra Majestady tomó la posesión de la tierra en su real nom-bre, presentó sus provisiones y fue obedescidopor gobernador, como Vuestra Majestad lomandaba. Asimismo presentamos nosotros lasnuestras ante él, y él las obedesció como enellas se contenía. Luego mandó que toda la otragente desembarcase y los caballos que habíanquedado, que eran mas de cuarenta y dos, por-que los demás, con las grandes tormentas ymucho tiempo que habían andado por lamar,eran muertos; y estos pocos que quedaronestaban tan flacos y fatigados, que por el pre-sente poco provecho podimos tener de ellos.Otro día los indios de aquel pueblo vinieron anosotros, y aunque nos hablaron, como noso-tros noteníamos lengua, no los entendíamos;mas hacíannos muchas señas y amenazas,y nosparesció que nos decían que nos fuésemos de latierra, y con esto nosdejaron, sin que nos hicie-sen ningun impedimento, y ellos se fueron.

CAPITULO IV

Como entramos por la tierra

Otro día adelante el gobernador acordó deentrar por la tierra, por descubrirla y ver lo queen ella había. Fuímonos con él el comisario y elveedor yyo, con cuarenta hombres, y entre ellosseis de caballo, de los cuales poconos podíamosaprovechar. Llevamos la vía del Norte hastaque a hora de vísperas llegamos a una bahíamuy grande, que nos paresció que entraba mu-cho por la tierra; quedamos allí aquella noche, yotro día nos volvimos donde los navíos y genteestaban. El gobernador mandó que el bergantínfuese costeando la vía de la Florida, y buscase elpuerto que Miruelo el piloto había dicho quesabía; mas ya él lo había errado, y no sabía enque parte estábamos, ni adonde era el puerto; yfuéle mandado al bergantín que si no lo hallase,travesase a la Habana, y buscase el navío que

Arevalo de la Cerda tenía, y tomados algunosbastimentos, nos viniesen a buscar. Partido elbergantín, tornamos a entrar en la tierra losmismos que primero, con alguna gente más, ycosteamos la bahía que habíamos hallado; yandadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios,y mostrémosles maíz para ver si le conocían,porque hasta entonces no habíamos visto señalde él. Ellos nos dijeron que nos llevarían dondelo había;y así, nos llevaron a su pueblo, que esal cabo de la bahía, cerca de allí , y en él nosmostraron un poco de maíz, que aún no estabapara cogerse. Allí hallamos muchas cajas demercaderes de Castilla, y en cada una de ellasestaba un cuerpo de hombre muerto, y loscuerpos cubiertos con unos cueros de venadospintados. Al comisario le paresció que esto eraespecie de idolatría y quemó las cajas con loscuerpos. Hallamos también pedazos de lienzo yde paño, y penachos que parecían de la NuevaEspaña; hallamos también muestras de oro. Porseñas preguntamos a los indios de adonde

habían habido aquellas cosas; senaláronnos quemuy lejos de allí había una provincia que sedecía Apalache, en la cual había mucho oro, yhacían seña de haber muy gran cantidad detodo lo que nosotros estimamos en algo. Decíanque en Apalache había mucho, y tomandoaquellos indios por guía, partimos de allí ; yandadas diez o doce leguas, hallamos otro pue-blo de quince casas, donde había buen pedazode maíz sembrado, que ya estaba para cogerse,y también hallamos algunos que estaba ya seco;y después de dos días que allí estuvimos, nosvolvimos donde el contador y la gente y navíosestaban, y contamos al contador y pilotos lo quehabíamos visto, y las nuevas que los indios noshabían dado. Y otro día, que fue l de mayo, elgobernador llamó aparte al comisario y al con-tador y al veedor y a mí, y a un marinero que sellamaba Bartolomé Fernandez, y a un escribanoque se decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos,nos dijo que tenía en voluntad de entrar por latierra adentro, y los navíos se fuesen costeando

hasta que llegasen al puerto, y que los pilotosdecían y creían que yendo la víade las Palmasestaban muy cerca de allí ; y sobre esto nos rogóle diósemosnuestro parecer. Yo respondía queme parescía que por ninguna manera debíadejar los navíos sin que primero quedasen enpuerto seguro y poblado, y que mirase que lospilotos no andaban ciertos, ni se afirmaban enuna misma cosa, ni sabían a que parte estaban;y que allende de esto, los caballos no estabanpara que en ninguna necesidad que se ofrescie-se nos pu diósemos aprovechar de ellos; y quesobre todo esto, ibamos mudos y sin lengua,por donde mal nos podíamos entender con losindios, ni saber lo que de la tierra queríamos, yque entrábamospor tierra de que ninguna rela-ción teníamos, ni sabíamos de que suerte era,nilo que en ella había, ni de que gente estaba po-blada, ni a qué parte de ella estábamos; y quesobre todo esto, no teníamos bastimentos paraentrar adonde nó sabíamos; porque, visto loque en los navíos había, no se podía dara cada

hombre de ración para entrar por la tierra, másde una libra de bizcocho y otra de tocino, y quemi parescer era que se debía embarcar y ir abuscar puerto y tierra que fuese mejor para po-blar, pues la que habíamos visto, en si era tandespoblada y tan pobre, cuanto nunca en aque-llas partes se había hallado. Al comisario le pa-resció todo lo contrario, diciendo que no sehabía deembarcar, sino que, yendo siemprehacía la costa, fuesen en busca del puerto, pueslos pilotos decían que no estaría sino diez oquince leguas de allí la vía de Pánuco, y que noera posible, yendo siempre a la costa, que notopásemos con él, porque decían que entrabadoce leguas adentro por la tierra, y que los pri-meros que lo hallasen, esperasen allí a los otros,y que embarcarse era tentar a Dios, pues des-que partimos de Castilla tantos trabajos había-mos pasado, tantas tormentas, tantas pérdidasde navíos, y de gente habíamos tenido hastallegar allí; y que por estas razones él se debía deir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y

que los otros navíos, con la otra gente, se irían ala misma vía hasta llegar al mismo puerto. Atodos los que allí estaban paresció bien que estose hiciese así, salvo al escribano, Que dijo queprimero que desamparase los navíos, los debíade dejar en puerto conoscido y seguro, y enparte que fuese poblada; que esto hecho, podríaentrar por la tierra adentro y hacer lo que leparesciese. El gobernador siguió su parescer ylo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su de-terminación, requerlle de parte de Vuestra Ma-jestad que no dejase los navíos sin que queda-sen en puerto y seguros, yé así lo pedí por tes-timonio al escribano que allí teníamos. El res-pondió que, pues él se conformaba con el pa-rescer de los más de los otros oficiales y comisa-rio, que yo no era parte para hacerle estos re-querimientos, y pidió al escribano le diese portestimonio cómo por no haber en aquella tierramantenimientos para poder poblar, ni puertopara los navíos, levantaba el pueblo que allíhabía asentado, y iba con él en busca del puerto

y de tierra que fuese mejor; y luego mandóapercibir la gente que había de ir por él; y des-pués de esto proveído, en presencia de los queallí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorba-ba y temía la entrada por la tierra, que me que-dase y tomáse cargo de los navíos y la genteque en ellos quedaba, y poblase si yo llegaseprimero que él. Yo me excusé de esto, y des-pués de salidos de allí aquella misma tarde,diciendo que no le parescía que de nadie sepodía fiar aquello, me envió a decir que merogaba que tomase cargo de ello; y viendo queimportunándome tanto, yo todavía me excusa-ba, me preguntó qué erala causa por que huíade aceptallo; a lo cual respondí que yo huía deencargarme de aquello porque tenía por cierto ysabía que él no había de ver mas los navíos, nilos navíos a él, y que esto entendía viendo quetan sin aparejo se entraban por la tierra adentro;y que yo quería más aventurarme al peligro queél y los otros se aventuraban, y pasar por lo queél y ellos pasasen, que no encargarme de los

navíos, y dar ocasión a que se dijese que, comohabía contradicho la entrada, me quedaba portemor, y mi honra anduviese en disputa; y queyo quería más aventurar la vida que poner mihonra en esta condición. El, viendo que conmi-go no aprovechaba, rogó a otros muchos queme hablasen en elloy me lo rogasen, a los cualesrespon- dí lo mismo que a él; y así, preveyó porsu teniente, para que quedase en los navíos, aun alcalde que traía que se llamaba Carballo.

CAPITULO V

Cómo dejó los navíos el gobernador

Sabado, l de mayo, el mismo día que estohabía pasado, mandó dar a cada uno de los quehabían de ir con él dos libras de bizcocho y me-dia libra de tocino, y ansí nos partimos paraentrar en la tierra. La suma de toda la gentequellevábamos era trescientos hombres; en ellos ibael comisario fray JuanSuárez, y otro fralle que

se decía fray Juan de Palos, y tres clérigos y losoficiales. La gente de caballo que con estos iba-mos, eramos cuarenta de caballo; y ansí andu-vimos con aquel bastimento que llevábamos,quince días, sin hallar otra cosa que comer, sal-vo palmitos de la manera de los de Andalucía.En todo este tiempo no hallamos indio ninguno,ni vimos casa ni poblado,y al cabo llegamos aun río que lo pasamos con muy gran trabajo anado y enbalsas; detuvímonos un día en pasar-lo, que traía muy gran corriente. Pasados a laotra parte, salieron a nosotros doscientos indi-os, poco más o menos;el gobernador salió aellos, y después de haberlos hablado por señas,ellosnos señalaron de suerte que nos hobimosde revolver con ellos, y prendimos cinco oseis;y éstos nos llevaron a sus casas, que esta-ban hasta media legua de allí , en las cualeshallamos gran cantidad de maíz que estaba yapara cogerse, y dimos infinitas gracias a nuestroSeñor por habernos socorrido en tan gran nece-sidad, porque ciertamente, como éramos nue-

vos en los trabajos, allende del cansancio quetraíamos, veníamos muy fatigados de hambre,y a tercero día que allí llegamos, nos juntamosel contador y veedor y comisario y yo, y roga-mos al gobernador que enviase a buscar la mar,por ver si hallaríamos puerto,porque los indiosdecían que la mar no estaba muy lejos de allí .El nos respondió que no curasemos de hablaren aquello, porque estaba muy lejos de allí ; ycomo yo era el que más le importunaba, díjomeque me fuese yo a descubrirla y que buscasepuerto, y que había de ir a pie con cuarentahombres.y ansí, otro día yo me partí con el ca-pitnn Alonso del Castillo, y con cuarenta hom-bres de su compañía, y asi anduvimos hastahora de mediodía, que llegamos a unos placelesde la mar que parescía que entraban mucho porlatierra; anduvimos por ellos hasta legua y me-dia con el agua hasta mitad de la pierna, pisan-do por encima de estiones, de los cuales resci-bimos muchas cuchilladas en los pies, y nosfueron causa de mucho trabajo, hasta que lle-

gamos en el río que primero habíamos atrave-sado, que entraba por aquel mismo ancón, ycomo no lo podíamos pasar, por el mal aparejoque para ello teníamos, volvimos al real, y con-tamos al gobernador lo que habíamos hallado,y cómoera menester otra vez pasar el río por elmismo lugar que primero lo habíamos pasado,para que aquel ancón se descubriese bien, yviésemos si por allí había puerto; y otro díamandó a un capitán que se llamaba Valenzuela,que con setenta hombres y seis de caballo pasa-se el río y fuese por él abajo hasta llegar a lamar, y buscar si había puerto; el cual, despuésde dos días que allí estuvo, volvió y dijo que élhabía descubierto el ancón, y que todo era ba-hía baja hasta la rodilla, y que no se hallabapuerto; y que había visto cinco o seis canoas deindios que pasaban de una parte a otra, y quellevaban puestos muchos penachos. Sabido es-to, otro día partimos de allí , yendo siempre endemanda de aquella provincia que los indiosnos habían dicho Apalache, llevando por guía

los que de ellos habíamos tomado, y asi andu-vimos hasta 17 de junio, que no hallamos indiosque nos osasen esperar; y allí salió a nosotrosun señor que le traía un indio a cuesta, cubiertode un cuero de venado pintado: traía consigomucha gente, y delante de él venían tañendounas flautas de caña; y así, llegó do estaba elgobernador y estuvo una hora con él, y por se-ñasle dimos a entender que íbamos a Apalache,y por las que él hizo, nos paresció que era ene-migo de los de Apalache, y que nos iría a ayu-dar contra él. Nosotros le dimos cuentas y cas-cabeles y otros rescates, y él dió al gobernadorel cuero que traía cubierto; y así, se volvió, ynosotros le fuimos siguiendo por la vía que éliba. Aquella noche llegamos a un rio, el cual eramuy hondo y muy ancho, y la corriente muyrecia; y por no atrevernos a pasar con balsas,hecimos una canoa para ello, y estuvimos enpasarlo un día; y si los indios nos quisieranofender, bien nos pudieran estorbar el paso, yaún con ayudarnos ellos, tuvimos mucho traba-

jo. Uno de caballo, que se decía Juan Velázquez,natural de Cuéllar, por no esperar entró en elrío, y la corriente, comoera recia, lo derribó delcaballo, y se asió a las riendas, y ahogó a si y alcaballo; y aquellos indios de aquel senor, que sellamaba Dulchanchelin, hallaron el caballo, ynos dijeron dónde hallaríamos a él por el rioabajo; y asi, fueron por él, y su muerte nos diómucha pena, porque hasta entonces ningunonos había faltado. El caballo dio de cenar a mu-chos aquella noche. Pasados de allí, otro díallegamos al pueblo de aquel señor, y allí nosenvió maíz. Aquella noche, donde iba a tomaragua nos flecharon un cristiano, y quiso Diosqueno lo hirieron. Otro día nos partimos de allísin que indio ninguno de losnaturales parescie-se, porque todos habían huído; mas yendonuestro camino, parescieron indios, los cualesvenían de guerra, y aunque nosotros los lla-mamos, no quisieron volver ni esperar; masantes se retiraron, siguiéndonos por el mismocamino que llevábamos. El gobernador dejó

una celada de algunos de a caballo en el cami-no, que como pasaron, salieron a ellos, y toma-ron treso cuatro indios, y éstos llevamos porguías de allí adelante; los cuales nos llevaronpor tierra muy trabajosa de andar y maravillosade ver, porque enella hay muy grandes montesy los arboles a maravilla altos, y son tantos losque están caídos en el suelo, que nos embaraza-ban el camino, de suerte que no podíamos pa-sar sin rodear mucho y con muy gran trabajo;de los que no estaban caídos, muchos estabanhendidos desde arriba hasta abajo, de rayos queen aquella tierra caen, donde siempre hay muygrandes tormentas y tempestades. Con estetrabajo caminamos hasta un día después de SanJuan, que llegamos a vistade Apalache sin quelos indios de la tierra nos sintiesen. Dimos mu-chas gracias a Dios por vernos tan cerca de El,creyendo que era verdad lo que de aquella tie-rra nos habían dicho, que allí se acabarían losgrandes trabajos que habíamos pasado, así porel malo y largo camino para andar, como por la

mucha hambre que habíamos padescido; por-que aunque algunas veces hallabamos maíz, lasmas andábamos siete y ocho leguas sin toparlo;y muchos había entrenosotros que, allende delmucho cansancio y hambre, llevaban hechasllagas en las espaldas, de llevar las armas acuesta, sin otras cosas que se ofrescían. Mas convernos llegados donde deseábamos, y dondetanto mantenimiento y oro nos habían dichoque había, parescimos que se nos había quitadogran parte del trabajo y cansancio.

CAPITULO VI

Cómo llegamos a Apalache

Llegamos que fuimos a Apalache, el gober-nador mandó que yo tomase nueve decaballo, ycincuenta peones, y entrase en el pueblo, y ansílo acometimos el veedor y yo; y entrados, nohallamos sino mujeres y muchachos; mas deaquía poco, andando nosotros por él, acudie-

ron, y comenzaron a pelear, flechándonos, ymataron el caballo del veedor; mas al fin huye-ron y nos dejaron. Allí hallamos mucha canti-dad de maíz que estaba ya para cogerse, y mu-cho seco que tenían encerrado. Hallámoslesmuchos cueros de venados, y entre ellos algu-nas mantas de hllo pequeñas, y no buenas, conque las mujeres cubren algode sus personas.Tenían muchos vasos para moler maíz. En elpueblo había cuarenta casas pequeñas y edifi-cadas, bajas y en lugares abrigados, por temorde las grandes tempestades que continuamenteen aquella tierra suele haber. El edificio es depaja, y estan cercados de muy espeso monte ygrandes arboledas y muchos piélagos de agua,donde hay tantos y tan grandes árboles caídos,que embarazan, y son causa que no se puedepor allí andar sin mucho trabajo y peligros.

CAPITULO VII

De la manera que es la tierra

La tierra, por la mayor parte, desde dondedesembarcamos hasta este pueblo y tierra deApalache, es llana; el suelo, de arena y tierrafirme; por toda ella hay muy grandes árboles ymontes claros, donde hay nogales y laureles, yotros que se llaman liquidámbares; cedros, sa-binas y encinas y pinos y robles, palmitos bajos,de la manera de los de Castilla. Por toda ellahay muchas lagunas, grandes y pequenas, al-gunas muy trabajosas de pasar, parte por lamucha hondura parte por tantos arboles comopor ellas estan caídos. Elsuelo de ellas es arena,y las que en la comarca de Apalache hallamosson muy mayores que las de hasta allí. Hay enesta provincía muchos maizales, y las casasestán tan esparcidas por el campo, de la maneraque están las de los Gelves. Los animales que enellas vimos son: venados de tres maneras, cone-

jos y liebres, osos y leones, y otras salvajinas,entre los cuales vimos un animal que trae loshijos en una bolsa que en la barriga tiene; y to-do eltiempo que son pequeños los trae allí, has-ta que saben buscar de comer; y si acaso esténfuera buscando de comer, y acude gente, lamadre no huye hasta que los ha recogido en subolsa. Por allí la tierra es muy fría; tiene muybuenos pastos para ganados; hay aves de mu-chas maneras, ansares en gran cantidad, patos,ánades, patos reales, dorales y garzotas y gar-zas; perdices; vimos muchos alcones, neblis,gavllanes, esmerejones y otras muchas aves.Dos horas después que llegamos a Apalache,los indios que de allí habían huído vinieron anosotros de paz, pidiéndonos a sus mujeres yhijos, y nosotros se losdimos, salvo que el go-bernador detuvo un cacique de ellos consigo,que fue causa por donde ellos fueron escandali-zados; y luego otro día volvieron de guerra, ycon tanto desnuedo y presteza nos asometieron,que llegaron a nos poner fuego a las casas en

que estábamos; mas como salimos, huyeron, yacogiéronse a las lagunas, que tenían muy cer-ca; y por esto, y por los grandes maizales quehabía, no les podimos hacer daño, salvo a unoque matamos. Otro día siguiente, otros indiosde otro pueblo que estaba de la otra parte vinie-ron a nosotros y acometiéronnos de la mismaarte que los primeros, y de la misma manera seescaparon, y también murió uno de ellos. Estu-vimos en este pueblo veinte y cinco días, en quehecimos tres entradas por la tierra, y hallámoslamuy pobre de gente y muy mala de andar, porlos malos pasos y montes y lagunas que tenía.Preguntamos al cacique que les habíamos dete-nido, y a los otros indiosque traíamos con noso-tros, que eran vecinos y enemigos de ellos, porla manera y población de la tierra, y la calidadde la gente, y por los bastimentos y todas lasotras cosas de ella. Respondiéronnos cada unopor sí, que el mayor pueblo de toda aquellatierra era aquel Apalache, y que adelante habíamenos gente muy más pobre que ellos y que la

tierra era mal poblada y losmoradores de ellamuy repartidos; y que yendo adelante, habíagrandes lagunas y espesura de montes y gran-des desiertos y despoblados. Preguntámosleluego por la tierra que estaba hacia el Sur, quepueblos y mantenimientos tenía. Dijeron quepor aquella vía, yendo a la mar nueve jornadas,había un pueblo que llamaban Aute, y los indi-os de él tenían mucho maíz, y que tenían friso-les y calabazas, y que por estar tan cerca de lamar alcanzaban pescados, y que estos eranamigos suyos. Nosotros, vista la pobreza de latierra, y las malas nuevas que de la población yde todo lo demás nos daban, y como los indiosnos hacían continua guerra hiriéndonos la gen-te y los caballos en los lugares donde íbamos aformar agua, y esto desde las lagunas, y tan asalvo, que no lospodíamos ofender, porquemetidos en ellas nos flechaban, y mataron unseñorde Tezcuco que se llamaba don Pedro, queel comisario llevaba consigo, acordamos departir de allí, y ir a buscar la mar, y aquel pue-

blo de Aute que nos habían dicho; y asi nospartimos a cabo de veinte y cinco días que allíhabíamos llegado. El primero día pasamosaquellas lagunas y pasos sin ver indio ninguno;mas al segundodía llegamos a una laguna demuy mal paso, porque daba el agua a los pe-chosy había en ella muchos árboles caidos. Yaque estábamos en medio de ella nos acometie-ron muchos indios que estaban abscondidosdetrás de los árboles porque no los viésemos;otros estaban sobre los caídos, y comenzáron-nos a flechar de manera, que nos hirieron mu-chos hombres y caballos, y nos tomaron laguíaque llevábamos antes que de la laguna saliése-mos, y después de salidosde ella, nos tornarona seguir, queriéndonos estorbar el paso; de ma-nera que no nos aprovechaba salirnos afuera nihacernos mas fuertes y querer pelearcon ellos,que se metían luego en la laguna, y desde allínos herían la gente y caballos. Visto esto, el go-bernador mandó a los de a caballo que se apea-sen y les acometiesen a pie. El contador se apeó

con ellos, y así los acometieron, y todos entra-ron a vueltas en una laguna, y así les ganamosel paso. En esta revuelta hubo algunos de losnuestros heridos, que no les valieron buenasarmas que llevaban; y hubo hombres este díaque juraron que habían visto dosrobles, cadauno de ellos tan grueso como la pierna por bajo,pasados de parte a parte de las flechas de losindios; y esto no es tanto de maravillar, vista lafuerza y maña con que las echan; porque yomismo vi una flecha en un pie de un álamo, queentraba por el un geme. Cuantos indios vimosdesde la Florida aquí, todos son flecheros; ycomo son tan crescidos de cuerpo y andan des-nudos, desde lejos parecen giggantes. Es gentea maravilla bien dispuesta, muy enjutos y demuy grandes fuerzas y ligereza. Los arcos queusanson gruesos como el brazo, de once o docepalmos de largo, que flechan a doscientos pasoscon tan gran tiento, que ninguna cosa yerran.Pasados que fuimos de este paso, de ahí a unalegua llegamos a otro de la misma manera, sal-

vo que por ser tan largo, que duraba medialegua, era muy peor; este pasamos libremente ysin estorbo de indios; que, como habían gastadoen el primero toda la munición que de flechastenían, no quedó con qué osarnos acometer.Otro día siguiente, pasando otro semejante pa-so, yo hallé rastro de gente que iba delante, y diaviso de ello al gobernador que venía en la re-taguardia y ansí, aunque los indios salieron anosotros, como ibamos apercibidos, no nos pu-dieron ofender; y salidos a lo llano, fuéronnostodavía siguiendo; volvimos a ellos por dospartes, y matámosles dos indios, y hiriéronme amíy dos o tres cristianos; y por acogérsenos almonte no les podimos hacer más mal ni daño.De esta suerte caminamos ocho días, y desdeeste paso que hecontado, no salieron mas indiosa nosotros hasta una legua adelante, que eslu-gar donde he dicho que íbamos. Allí, yendonosotros por nuestro camino, salieron indios, ysin ser sentidos, dieron en la retaguardia, y a losgritos quedio un muchacho de un hidalgo de

los que allí iban, que se llamaba Avellanedea, elAvellaneda volvió, y fue a socorrerlos, y losindios le acertaron conuna flecha por el cantode las corazas, y fue tal la herida, que pasó casitoda la flecha por el pescuezo, y luego allí mu-rió y lo llevamos hasta Aute.En nueve días decamino, desde Apalache hasta allí, llegamos. Ycuando fuimos llegados, hallamos toda la gentede él, ida, y las casas quemadas, y mucho maízy calabazas y frisoles, que ya todo estaba paraempezarse a coger. Descansamos allí dos días, yestos pasados, el gobernador me rogó que fuesea descubrir la mar, pues los indios decían queestaba tan cerca de allí; ya en este camino lahabíamos descubierto por un rio muy grandeque en él hallamos, a quien habíamos puestopor nombre el rio de la Magdalena. Visto esto,otro día siguiente yo me partí a descubrirla,juntamente con el comisario y el capitán Casti-llo y Andres Dorantes y otros siete de caballo ycincuenta peones, y caminamos hasta hora devisperas, que llegamos a un ancón o entrada de

la mar, donde hallamos muchos ostiones, conque la gente holgó; y dimos muchas gracias aDios por habernos traido allí. Otro día de ma-ñana envié veinte hombres a que conociesen lacasa y mirasen la disposición de ella, los cualesvolvieron otro día en la noche, diciendo queaquellos ancones y bahías eran muy grandes yentraban tanto por la tierra adentro, que estor-baban mucho paradescubrir lo que queríamos,y que la costa estaba muy lejos de allí. Sabidasestas nuevas, y vista la mala disposición y apa-rejo que para descubrir la costa por allí había yome volví al gobernador, y cuando llegamos,hallamosle enfermo con otros muchos, y la no-che pasada los indios habían dado en ellos ypuéstolos en grandísimo trabajo por la razón dela enfermedad que les había sobrevenido; tam-bién les habían muerto un caballo. Yo di cuentade lo quehabía hecho y de la mala disposiciónde la tierra. Aquel día nos detuvimos allí.

CAPITULO VIII

Cómo partimos de Aute

Otro día siguiente partimos de Aute, y ca-minamos todo el día hasta llegar donde yohabía estado. Fue el camino con extremo traba-joso, porque ni los caballos bastaban a llevar losenfermos, ni sabíamos que remedio poner, por-que cada día adolescían; que fue cosa de muygran lástima y dolor ver la necesidad y trabajoen que estábamos. Llegados que fuimos, visto elpoco remedio que para ir adelante había, por-que no había dónde, ni aunque lo hubiera, lagente pudiera pasar adelante, por estar los masenfermos, y tales, quepocos había de quien sepudiese haber algun provecho. Dejo aquí decontar esto más largo, porque cada uno puedepensar lo que sepasaría en tierra tan extraña ytan mala, y tan sin ningún remedio de ningunacosa, ni para estar ni para salir de ella. Mas co-mo el más cierto remedio sea Dios nuestro Se-

ñor, y de Este nunca desconfiamos, suscedióotra cosa que agravaba más que todo esto, queentre la gente de caballo se comenzá la mayorparte de ellos a ir secretamente, pensandohallar ellos por sí remedio,y desamparar al go-bernador y a los enfermos, los cuales estabansin algunas fuerzas y poder más, como entreellos había muchos hijosdalgo y hombres de-buena suerte, no quisieron que esto pasase sindar parte al gobernador y a los oficiales deVuestra Majestad; y como les afeamos su pro-pósito, y les pusimos delante el tiempo en quedesamparaban a su capitán y los que estabanenfermos y sin poder, y apartarse sobre tododel servicio de Vuestra Majestad, acordaron dequedar, y que lo que fuese de uno fuese de to-dos, sin que ninguno desamparase a otro. Vistoesto por el gobernador, los llamó a todos y acada uno por sí, pidiendo parescer de tan malatierra, para poder salir de ella y buscar algunremedio, pues allí no lo había, estando la terciaparte de la gente con gran enfermedad, y cres-

ciendo esto cada hora, que teníamos por ciertotodos lo estaríamos así; de donde no se podíaseguir sino la muerte, que por ser en tal parte senos hacía más grave; y vistos estos y otros mu-chos inconvenientes, y tentados muchos remé-dios, acordamos en uno harto dificll de ponerenobra, que era hacer navíos en que nos fuése-mos. A todos parescía imposible, porque noso-tros no los sabíamos hacer, ni había herramien-tas, ni hierro, ni fragua, ni estopa, ni pez, nijarcias, finalmente, ni cosa ninguna de tantascomo son menester, ni quien supiese nada paradar industria en ello, y sobre todo, no haber quécomer entretanto que se hiciesen, y los quehabían detrabajar del arte que habíamos dicho;y considerando todo esto, acordamos de pensaren ello más de espacio, y cesó la plática aqueldía, y cada uno se fue, encomendándolo a Diosnuestro Señor, que lo encaminase por donde Elfuese más servido. Otro día quiso Dios que unode la compañía vino diciendo que él haríaunoscanones de palo, y con unos cueros de venado

se harían unos fuelles, ycomo estábamos entiempo que cualquier cosa que tuviese algunasobrehaz de remedio, nos parescía bien, dijimosque se pusiese por obra; y acordamos de hacerde los estribos y espuelas y ballestas, y de lasotras cosas de hierroque había, los clavos y sie-rras y hachas, y otras herramientas, de que tan-ta necesidad había para ello; y dimos por reme-dio que para haber algun mantenimiento en eltiempo que esto se hiciese se hiciesen cuatroentradas en Autecon todos los caballos y genteque pudiesen ir, y que a tercero día se mataseun caballo, el cual se repartiese entre los quetrabajaban en la obra de las barcas y los queestaban enfermos; las entradas se hicieron conla gentey caballos que fue posible, y en ellas setrajeron hasta cuatrocientas hanegas de maíz,aunque no sin contiendas y pendencias con losindios. Hecimos coger muchos palmitos paraaprovecharnos de la lana y cobertura de ellos,torciéndola y adereszándola para usar en lugarde estopa para las barcas; los cuales se comen-

zaron a hacer con un solo carpintero que en lacompanía había, y tanta dlligencia pusimos,que, comenzándola a 4 días de agosto, a t0 díasdel mes de setiembre eran acabadas cinco bar-cas, de a veinte y dos codos cada una, calafafa-teadas con las estopas de los palmitos, y breá-molas con cierta pez de alquitrán que hizo ungriego, llamado don Teodoro, de unos pinos; yde la misma ropa de los palmitos, y de las colasy crines de los caballos, hicimos cuerdas y jan-cias, y de las nuestras camisas velas, y de lashabinas que allí había,hecimos los remos, quenos paresció que era menester; y tal era la tierraen que nuestros pecados nos habían puesto,que con muy gran trabajo podíamos hallar pie-dras para lastre y anclas de las barcas, ni entoda ella habíamos vistoninguna. Desollamostambien las piernas de los caballos enteras, ycurtimos los cueros de ellas para hacer botas enque llevásemos agua. En este tiempo algunosandaban cogiendo mariscos por los rincones yentradas de la mar, en que los indios, en dos

veces que dieron en ellos, nos mataron diezhombres a vista del real, sin que los pudiése-mos socorrer, los cuales hallamos de parte aparte pasados con flechas; que, aunque algunostenían buenas armas, no bastaron a resistir paraque esto no se hiciese, por flechar con tanta des-treza y fuerza como arriba he dicho; y a dicho yjuramento de nuestros pilotos, desde la bahía,que pusimos nombre de la Cruz, hasta aquíanduvimos docientas y ochenta leguas, pocomás o menos. En toda esta tierra no vimos sie-rra ni tuvimos noticias de ella en ninguna ma-nera; y antes que nos embarcásemos, sin los quelos indios nos mataron se murieron más de cua-renta hombres de enfermedad y hambre. A ttdías del mes de setiembre se acabaron de comerlos caballos, que sólo uno quedó, y este día nosembarcamos por esta orden: que en la barca delgobernador iban cuarenta y nueve hombres; enotra que dio al contador y comisario iban otrostantos; la tercera dio al capitan Alonso de Casti-llo y Andrés Dorantes, con cuarenta y ocho

hombres, y otra dio a dos capitanes, que se lla-maban Téllez y Peñalosa, con cuarenta y sietehombres. La otra dio al veedor y a mi con cua-renta y nueve hombres, y después de embarca-dos los bastimentos y ropa, no quedó a las bar-cas mas de un geme de bordo fuera del agua, yallende de esto, íbamos tan apretados, que nonos podíamos menear; y tanto puede la necesi-dad, que nos hizo aventurar a ir de esta mane-ra, y meternos en una mar tan trabajosa, y tenernoticia de la arte del marear ninguno de los queallí iban.

CAPITULO IX

Cómo partimos de bahía de Caballos

Aquella bahía de donde partimos ha pornombre la bahía de Caballos, y anduvimos sietedías por aquellos ancónes, entrados en el aguahasta la cinta, sin señal de ver ninguna cosa decosta y al cabo de ellos llegamos a una islaque

estaba cerca de la tierra. Mi barca iba delante, yde ella vimos venircinco canoas de indios, loscuales las desampararon y nos la dejaron enlasmanos, viendo que ibamos a ellas; las otrasbarcas pasaron adelante, y dieron en unas casasde la misma isla, donde hallamos muchas lizasy huevos de ellas, que estaban secas; que fuemuy gran remedio para la necesidad que llevá-bamos. Después de tomadas, pasamos adelante,y dos leguas de allí pasamos un estrecho que laisla con la tierra hacía, al cual llamamos de SantMiguelpor haber salido en su día por él; y sali-dos, llegamos a la costa, donde, con las cincocanoas que yo había tomado a los indios, reme-diamos algo de lasbarcas, haciendo falcas deellas, y añadiéndolas, de manera que subierondos palmos de bordo sobre el agua; y con estotornamos a caminar por luengo de costa la víadel río de Palmas, cresciendo cada día la sed yla hambre, porque los bastimentos eran muypocos y iban muy al cabo, y el agua se nos aca-bó, porque las botas que hecimos de las piernas

de los caballos luego fueron podridas ysin nin-gun provecho; algunas veces entramos por an-cónes y bahías que entraban mucho por la tierraadentro; todas las hallamos bajas y peligrosas; yansí, anduvimos por ellas treinta días, dondealgunas veces hallábamos indios pescadores,gente pobre y miserable. Al cabo ya de estostreinta días, que la necesidad del agua era enextremo, yendo cerca de costa, una noche sen-timos venir una canoa, y como la vimos, espe-ramos que llegase, y ella no quiso hecer cara; yaunque la llamamos, no quiso volver ni aguar-darnos, y por ser de noche no la seguimos, yfuímonos nuestra vía; cuando amaneció vimosuna isla pequeña, y fuimos a ella por ver sihallaríamos agua; mas nuestro trabajofue enbalde, porque no lo había. Estando allí surtos,nos tomó una tormenta muygrande, porque nosdetuvimos seis días sin que osásemos salir a lamar; y como había cinco días que no bebíamos,la sed fue tanta, que nos puso en necesidad debeber agua salada, y algunos se desatentaron

tanto en ello, que súbitamente se nos murieroncinco hombres. Cuento esto asi brevemente,porque no creo que hay necesidad de particu-larmente contar las miserias y trabajos en quenos vimos; pues considerando el lugar dondeestábamos y la poca esperanza de remido queteníamos, cada uno puede pensar mucho de loque allí pasaría; y como vimos que la sed cres-cía y el agua nos mataba, aunque la tormentano era cesada, acordamos de encomendarnos aDios nuestro Señor, y aventurarnos antes alpeligro de la mar que esperar la certinidad de lamuerte que la sed nos daba; y así, salimos la víadonde habíamos visto la canoa la nocheque porallí veníamos; y en este día nos vimos muchasveces anegados, y tanperdidos, que ningunohubo que no tuviese por cierta la muerte. Plugoa nuestro Señor, que en las mayores necesida-des suele mostrar su favor, que a puesta del Solvolvimos una punta que la tierra hace, adondehallamos mucha bonanza y abrigo. Salieron anosotros muchas canoas, y los indios que en

ellas venían nos hablaron, y sin querernosaguardar, se volvieron. Era gente grande y biendispuesta, y no traían flechas ni arcos. Nosotrosles fuimos siguiendo hastasus casas, que esta-ban cerca de allí a la lengua del agua, y salta-mos en tierra, y delante de las casas hallamosmuchos cántaros de agua y mucha cantidad depescado guisado, y el señor de aquellas tierrasofresció todo aquello al gobernador, y tomán-dolo consigo, lo llevó a su casa. Las casas deestos eran de esteras, que a lo que paresció eranestantes; y después que entramosen casa delcacique, nos dio mucho pescado, y nosotros ledimos del maíz que traíamos, y lo comieron ennuestra presencia, y nos pidieron más, y se lodimos, y el gobernador le dio muchos rescates;el cual, estando con el cacique ensu casa, a me-dia hora de la noche, súpitamente los indiosdieron en nosotros y en los que estaban muymalos echados en la costa, y acometieron tam-bién la casa del cacique, donde el gobernadorestaba, y lo hirieron de una piedraen el rostro.

Los que allí se hallaron prendieron al cacique;mas como lossuyos estaban tan cerca, soltóselesy dejoles en las manos una manta de marta ce-belinas, que son las mejores que creo yo que enel mundo se podrían hallar, y tienen un olorque no paresce sino de ámbar y almizcle y al-canza tan lejos, que de mucha cantidad se sien-te; otras vimos allí, mas ningunas erantales co-mo éstas. Los que allí se hallaron, viendo algobernador herido, lo metieron en la barca, yhecimos que con él se recogiese toda la gente asus barcas, y quedamos hasta cincuenta en tie-rra para contra los indios, que nos acometierontres veces aquella noche, y con tanto ímpetu,que cada vez nos hacían retraer más de un tirode piedra. Ninguno hubo de nosotros que noquedase herido, yo fuien la cara; y si como sehallaron pocas flechas, estuvieran más proveí-dos de ellas, sin duda nos hicieran mucho daño.La última vez se pusieron en celada los capita-nes Dorantes y Peñalosa y Tellez con quincehombres, y dieron en ellos por las espaldas, y

de tal manera les hicieron huir, que nos dejaron.Otro día de mañana yo les rompí más de treintacanoas, que nos aprovecharon para un norteque hacía, que por todo el día hubimos de estarallí con mucho frío, sin osar entrar en la mar,por la mucha tormenta que en ella había. Estopasado, nos tornamos a embarcar, y navegamostres días; y como habíamos tomado poca agua,y los vasos que teníamos para llevar asimismoeran muy pocos, tornamos a caer en la primeranecesidad; y siguiendo nuestra vía, entramospor un estero, y estando en él vimos venir unacanoa de indios. Como los llamamos, vinieron anosotros, y el gobernador, a cuya barca habíanllegado, pidióles agua, y ellos la ofrescieron conque les diesen en que la trajesen, y un cristianogriego, llamado Doroteo Teodoro (de quienarriba se hizo mención), dijo que quería ir conellos; el gobernador y otros se lo procuraronestorbar mucho, y nunca lo pudieron, sino queen todo caso quería ir con ellos; asise fue, y lle-vo consigo un negro, y los indios dejaron en

rehenes dos de sucompañía; y a la noche vol-vieron los indios y trajéronnos muchos vasossin agua, y nos trajeron los cristianos que habí-an llevado; y los que habían dejado por rehe-nes, como los otros los hablaron quisiéronseechar al agua. Maslos que en la barca estabanlos detuvieron; y ansí, se fueron huyendo losindios de la canoa, y nos dejaron muy confusosy tristes por haber perdido aquellos cristianos.

CAPITULO X

De la refriega que nos dieron los indios

Venida la mañana, vinieron a nosotros mu-chas canoas de indios, pidiendonoslos dos com-pañeros que en la barca habían quedado porrehenes. El gobernador dijo que se los daría conque trajesen los dos cristianos que habían lleva-do. Con esta gente venían cinco o seis señores, ynos pareció ser la gentemas bien dispuesta y demas autoridad y concierto que hasta allí había-

mos visto, aunque no tan grandes como losotros de quien habemos contado. Traíanlos ca-bellos sueltos y muy largos, y cubiertos conmantas de martas, de la suerte de las que atráshabíamos tomado, y algunas de ellas hechaspor muy extraña manera, porque en ella habíaunos lazos de labores de unas pieles leonadas,que parescían muy bien. Rogábannos que nosfuésemos con ellos y que nos darían los cristia-nos y agua y otras muchas cosas; y continoacudían sobre nosotros muchas canoas, procu-rando de tomar la boca de aquella entrada; yasípor esto, como porque la tierra era muy peli-grosa para estar en ella, nos salimos a la mar,donde estuvimos hasta mediodía con ellos. Ycomo no nos quisiesen dar los cristianos, y poreste respeto nosotros no les diésemos los indios,comenzáronnos a tirar piedras con hondas, yvaras, con muestras de flecharnos, aunque entodos ellos no vimos sino tres o cuatro arcos.Estando en esta contienda el viento refrescó, yellos se volvieron y nos dejaron; y así navega-

mos aquel día, hasta hora de vísperas, que mibarca, que iba delante, descubrió una punta quela tierra hacía, y del otro cabo se veía un ríomuy grande, y en una isleta que hacía la puntahice yo surgir por esperar las otras barcas. Elgobernador no quiso llegar; antes se metió poruna bahía muchas isletas, y allí nos juntamos, ydesde la mar tomamos agua dulce, porque elrio entraba en la mar de avenida, y por tostaralgun maíz de lo que traímos, porque ya habíados días que lo comíamos crudo, saltamos enaquella isla;mas como no hallamos leña, acor-damos de ir al río que estaba detrás de la punta,una legua de allí; y yendo, era tanta la corriente,que no nos dejaba en ninguna manera llegar,antes nos apartaba de la tierra, y nosotros traba-jando y porfiando por tomarla. El norte quevenía de la tierra comenzó a crescer tanto, quenos metió en la mar, sin que nosotros pudiése-mos hacer otra cosa; y a media legua que fui-mos metidos en ella, sondamos, y hallamos quecon treinta brazas no podimos tomar hondo, y

no podíamos entender si la corriente era causa-que no lo pudiésemos tomar; y asi navegamosdos días todavía, trabajando por tomar tierra, yal cabo de ellos, un poco antes que el sol saliese,vimos muchos humeros por la costa; y traba-jando por llegar allá, nos hallamos en tres bra-zas de agua, y por ser de noche no osamos to-mar tierra, porque como habíamos visto tantoshumeros, creíamos que se nos podía recresceralgun peligro sin nosotros poder ver, por lamucha obscuridad, lo que habíamos de hacer, ypor esto determinamos de esperar a la mañana;y como amanesció, cada barca se hallo por síperdida de las otras; yo me hallé en treinta bra-zas, y siguiendo mi víaje,a hora de vísperas vidos barcas, y como fui a ellas, vi que la primeraa que llegué era la del gobernador, el cual mepregunto que me parescía que debíamos hacer.Yo le dije que debía recobrar aquella marca queiba delante, yque en ninguna manera la dejase,y que juntas todas tres barcas, siguiéramosnuestro camino donde Dios nos quisiese llevar.

El me respondió que aquello no se podía hacer,porque la barca iba muy metida en la mar y élquería tomar la tierra y que si la quería yo se-guir, que hiciese que los de mi barca tomasenlos remos y trabajasen, porque con fuerza debrazos se había de tomar la tierra, y esto leaconsejaba un capitán que consigo llevaba quese llamaba Pantoja, diciéndole que si aquel díano tomaba la tierra que en otros seis no la toma-ría, y en este tiempo era necesario morir dehambre. Yo, vistasu voluntad, tomé mi remo, ylo mismo hicieron todos los que en mi barcaestaban para ello, y bogamos hasta casi puestoel sol; más como el gobernador llevaba la massana y recia gente que entre toda había, en nin-guna manera lo podimos seguir ni tener conella. Yo, como vi esto, pedlle que para poderleseguir,me diese un cabo de su barco, y él merespondió que no harían ellos poco sisolosaquella noche pudiese llegar a tierra. Yo le dijeque, pues vía la poca posibllidad que en nostroshabía para poder seguirle y hacer lo que había

mandado, que me dijese qué era lo que manda-ba que yo hiciese. El me respondió que ya noera tiempo de mandar unos a otros; que cadauno hiciese lo que mejor le paresciese que erapara salvar la vida: que él así lo entendía deha-cer, y diciendo esto, se alargó con su barca, ycomo no le pude seguir, arribé sobre la otrabarca que iba metida en la mar, la cual me espe-ró; y llegado a ella, hallé que era la que llevabanlos capitanes Peñalosa y Téllez; y ansí, navega-mos cuatro días en compañía, comiendo portasa cada día medio puño de maíz crudo. Acabo de estos cuatro días nos tomó una tormen-ta, que hizo perderla otra barca, y por gran mi-sericordía que Dios tuvo de nosotros no noshundimos del todo, según el tiempo hacía; ycon ser invierno, y el frío muy grande, y tantosdías que padescíamos hambre, con los golpesque de la mar habíamos recibido, otro día lagente comenzó mucho a desmayar, de tal ma-nera, que cuando el sol se puso, todos los queen mi barca venían estaban caidos en ella unos

sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocoshabía que tuviesen sentido, y entre todos ellos aesta hora no había cinco hombres en pie; ycuando vino la noche no quedamos sino elmaestre y yo que pudiésemos marcar labarca, ya dos horas de la noche el maestre me dijo queyo tuviese cargo deella, porque él estaba tal quecreía aquella noche morir; y así, yo tomé elleme, y pasada medía noche, yo llegué por ver si eramuerto el maestee, yél me respondió que élantes estaba mejor y que él gobernaría hasta eldía. Yo cierto aquella hora de muy mejor volun-tad tomara la muerte, que no ver tanta gentedelante de mí de tal manera. Y después que elmaestre tomó cargo de la barca, yo reposé unpoco muy sinreposo, ni había cosa más lejos demí entonces que el sueño. Y acerca del alba pa-rescióme que oía el tumbo de la mar, porque,como la costa era baja, sonaba mucho, y coneste sobresalto llamé al maestre, el cual me res-pondió que creía que éramos cerca de tierra, ytentamos y hallámonos en siete brazas, y pares-

ciólo que nos debíamos tener a la mar hasta queamanesciese; y asi,yo tomé un remo y bogué dela banda de la tierra, que nos hallamos una le-gua della, y dimos la popa a la mar; y cerca detierra nos tomó una ola, que echó la barca fueradel agua un juego de herradura, y con el grangolpe que dió, casi toda la gente que en ellaestaba como muerta, tornó en sí, y como se vie-ron cerca de la tierra se comenzaron a descol-zar, y con manos y pies andando; y como salie-ron a tierra a unos barrancos, hecimos lumbre ytostamos del maíz que traíamos, y hallamosagua de la que había llovido, y con el calor delfuego la gente tornó en sí y comenzaron a es-forzarse. El día que aquíllegamos era sexto delmes de noviembre.

CAPITULO XI

De lo que acaesció a Lope de Oviedo con unosindios

Desque la gente hubo comido mandé a Lopede Oviedo, que tenía más fuerza yestaba másrecio que todos, se llegase a unos árboles quecerca de allí estaban, y subido en uno de ellos,descubriese la tierra en que estábamos y procu-rase de haber alguna noticia de ella. El lo hizoasí y entendió que estábamos en isla, y vio quela tierra estaba cavada a la manera que sueleestar tierra donde anda ganado, y paresciólopor esto que debía ser tierra de cristianos, y ansínos lo dijo. Yo le mandé que la tornase a mirarmuy más particularmente y viese si en ellahabía algunos caminos que fuesen seguidos, yesto sin alargarse mucho por et peligro que po-día haber. El fue, y topando con una vereda sefue por ella adelante hasta espacio de medialegua, y halló unas chozas de unos indios queestaban solas, porque los indios eran idos alcampo, y tomó una olla de ellos, y un perrillopequeño y unas pocas de lizas y así se volvió anosotros; y paresciéndonos que se tardaba, en-vié otros dos cristianos para que le buscasen y

viesen qué le había suscedido; y ellos le toparoncerca de allí y vieron que tres indios, con arcosy flechas, venían tras él llamándole, y él asi-mismo llamaba a ellos por señas; y así llegódonde estábamos, y los indios se quedaron unpoco atrás asentados en la misma ribera; y den-de a media hora acudieron otros cien indiosflecheros, que agora ellos fueses grandes o no,nuestro miedo les hacía parecer gigantes, y pa-raron cercade nosotros, donde los tres primerosestaban. Entre nosotros excusado era pensarque habría quien se defendiese, porque dificll-mente se hallaron seis que del suelo se pudie-sen levantar. El veedor y yo salimos a ellos yllamámosles, y ellos se llegaron a nosotros; y lomejor que podimos, procuramos deasegurarlosy asegurarnos, y dímosles cuentas y cascabeles,y cada uno de ellos me dio una flecha, que esseñal de amistad, y por señas nos dijeron queala mañana volverían y nos traerían de comer,porque entonces no lo tenían.

CAPITULO XII

Cómo los indios nos trujeron de comer

Otro día, saliendo el sol, que era la hora quelos indios nos habían dicho, vinieron a noso-tros, como lo habían prometido, y nos trajeronmucho pescado y de unas raíces que ellos co-men, y son como nueces, algunas mayores omenores; la mayor parte de ellas se sacan deba-jo del agua y con mucho trabajo. A la tarde vol-vieron y nos trajeron más pescado y de lasmismas raíces, yhicieron venir sus mujeres yhijos para que nos viesen, y ansí, se volvieronricos de cascabeles y cuentas que les dimos, yotros días nos tornaron a visitar con lo mismoque estotras veces. Como nosotros veíamos, queestábamos proveídos de pescado y de raices yde agua y de las otras cosas que pedimos, acor-damos de tornarnos a embarcar y seguir nues-tro camino, y desenterramos la barca de la are-na en que estaba metida, y fue menester que

nos desnudásemos todos y pasásemos grantrabajo para echarla al agua, porque nosotrosestibamos tales, que otras cosas muy más livia-nas bastaban para ponernos en él; y así embar-camos, a dos tiros de ballesta dentro en la mar,nos dio tal golpe deagua que nos mojó a todos;y como íbamos desnudos y el frío que hacía eramuy grande, soltamos los remos de las manos,y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó labarca; el veedor y otros dos se asieron de ellapara escaparse; mas sucedió muy al revés, quela barca los tomó debajo y se ahogaron. Comola costa es muy brava, el mar de un tumbo echóa todos los otros, envueltos en las olas y medioahogados, en la costa de la misma isla, sin quefaltasen más de los tres que la barca había to-mado debajo. Los que quedamos escapados,desnudos como nascimos y perdido todo lo quetraíamos, y aunque todovalía poco, para enton-ces valía mucho. Y como entonces era por no-viembre, y el frío muy grande, y nosotros talesque con poca dificultad nos podían contar los

huesos estábamos hechos propria figura de lamuerte. De mí sé decir que desde el mes demayo pasado yo no había comido otra cosa sinomaíz tostado, y algunas veces me vi en necesi-dad de comerlo crudo; porque aunque se mata-ron los caballos entretanto que las barcas sehacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fue-ron diez veces las que comí pescado. Esto digopor excusar razones, porque pueda cada unover qué tales estaríamos. Y sobre todo lo dichohabía sobrevenido viento norte, de suerte quemás estábamos cerca de la muerte que de lavida. Plugo a Nuestro Señor que, buscando lostizones del fuego que allí habíamos hecho,hallamos lumbre, con que hicimos grandes fue-gos; y ansí, estuvimos pidiendo a Nuestro Se-ñor misericordia y perdón de nuestros pecados,derramando muchas lágrimas, habiendo cadauno lástima, no sólo de sí, mas de todos losotros, que en el mismo estado vían. Y a hora depuesto el sol, los indios, creyendo que no noshabíamos ido, nos volvieron a buscar y traernos

de comer; mas cuando ellos nos vieron ansí entan diferente hábito del primero y en maneratan extraña, espantáronse tanto que se volvie-ron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y vinieronmuy espantados; hícelos entender por señascómo se nos había hundido una barca y sehabían ahogado tres de nosotros, y allí en supresencia ellos mismos vieron dos muertos, ylos que quedábamos íbamos aquel camino. Losindios, de ver el desastre que nos había venidoy el desastre en que estábamos, con tanta des-ventura y miseria, se sentaron entre nosotros, ycon el gran dolor y lástima que hobieron devernos en tanta fortuna, comenzaron todos allorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí sepodía oír, y esto les duró más de media hora; ycierto ver que estos hombres tan sin razón ytancrudos, a manera de brutos, se dolían tanto denosotros, hizo que en míy en otros de la com-panía cresciese más la pasión y la consideraciónde nuestra desdicha. Sosegado ya este llanto, yopregunté a los cristianos, y dije que, si a ellos

parescía, rogaría a aquellos indios que nos lle-vasen a sus casas; y algunos de ellos que habíanestado en la Nueva España respondieron queno se debía hablar en ello, porque si a sus casasnos llevaban; nos sacrificarían a sus ídolos; mas,visto que otro remedio no había, y que porcualquier otro camino estaba más cerca y máscierta la muerte, no curé de lo que decían, antesrogué a los indios que nos llevasen a sus casas,y ellos mostraron que habían gran placer deellos, y que esperásemos un poco, que ellosharían lo quequeríamos; y luego treinta de ellosse cargaron de leña, y se fueron a sus casas, queestaban lejos de allí, y quedamos con los otroshasta cerca de lanoche, que nos tomaron, y lle-vándonos asidos y con mucha prisa, fuimos asus casas; y por el gran frío que hacía y temien-do que en el camino algunono muriese o des-mayase, proveyeron que hobiese cuatro o cincofuegos muy grandes puestos a trechos, y encada uno de ellos nos escalentaban; y desquevían que habíamos tomadoalguna fuerza y ca-

lor, nos llevaban hasta el otro tan apriesa, quecasi lospies no nos dejaban poner en el suelo; yde esta manera fuimos hasta sus casas, dondehallamos que tenían hecha una casa para noso-tros, y muchos fuegosen ella; y desde a un horaque habíamos llegado, comenzaron a ballar yhacer grande fiesta, que duró toda la noche,aunque para nosotros no había placer, fiesta nisueño, esperando cuándo nos habían de sacrifi-car; y la mañana nos tornaron a dra pescado yraíces, y hacer tan buen trtamiento, que nosaseguramos algo y perdimos algo el miedo delsacrificio.

CAPITULO XIII

Como supimos de otros cristianos

Este mismo día yo vi a un indio de aquellosun rescate, y conoscí que no era de los que no-sotros les habíamos dado; y preguntado dondele habían habido, ellos por señas me respondie-

ron que se lo habían dado otros hombres comonosotros, que estaban atrás. Yo, viendo esto,envié dos cristianos y dos indios que les mos-trasen aquella gente, y muy cerca de allí topa-ron con ellos, que tambien venían a buscarnos,porque los indios que allá quedaban les habíandicho de nosotros, y estos eran los capitanesAndrés Dorantes y Alonso del Castillo, contoda la gente de su barca. Y llegados a nosotros,se espantaron mucho de vernos de la maneraque estábamos, y rescibieron muy gran penapor no tener que darnos; que ninguna otra ropatraían sino la que tenían vestida. Y estuvieronallí con nosotros, y nos contaron cómo a s deaquel mismo mes su barca había dado al través,legua y media de allí, y ellos habíanescapadosin perderse ninguna cosa; y todos juntos acor-damos de adobar su barca, y irnos en ella losque tuviesen fuerza y disposición para ello; losotros quedarse allí hasta que convaleciesen,para irse como pudiesen por luengo de costa, yque esperasen allí hasta que Dios los llevase con

nosotros a tierrade cristianos; y como lo pen-samos, así nos pusimos en ello, y antes queechásemos la barca al agua, Tavera, un caballe-ro de nuestra compañia, murió, y la barca quenosotros pensábamos llevar hizo su fin, y no sepudo sostener así misma, que luego fue hundi-da; y como quedamos del arte que he dicho, ylos más desnudos, y el tiempo tan recio paracaminar y pasar ríos y ancónes anado, ni tenerbastimento alguno ni manera para llevarlo, de-terminamos de hacer lo que la necesidad pedía,que era invernar allí; y acordamos también quecuatro hombres, que mas recios estaban, fuesena Pánuco, creyendo que estábamos cerca de allí;y que si Dios nuestro Señor fuese Servido dellevarlosallá, diesen aviso de cómo quedábamosen aquella isla, y de nuestra necesidad y traba-jo. Estos eran muy grandes nadadores, y al unollamaban Alvaro Fernández, portugués, carpin-tero y marinero; el segundo se llamaba Méndez,y el tercero Figueroa, que era natural de Toledo;

el cuarto, Astudillo, natural deZafra: llevabanconsigo un indio que era de la isla.

CAPITULO XIV

Como se partieron los cuatro cristianos

Partidos estos cuatro cristianos, dende a po-cos días sucedió tal tiempo defríos y tempesta-des, que los indios no podían arrancar las raí-ces, y de loscanales en que pescaban ya nohabía provecho ninguno, y como las casas eran-tan desabrigadas, comenzóse a morir la gente; ycinco cristianos que estaban en rancho en lacosta llegaron a tal extremo, que se comieronlos unos a los otros, hasta que quedó uno solo,que por ser solo no hubo quien lo comiese. Losnombres de ellos son éstos: Sierra, Diego LópezCoral, Palacios, Gonzalo Ruiz. De este caso sealteraron tanto los indios, y hobo entre ellos tangran escándalo, que sin duda si al principioellos lo vieran, los mataran, y todos nos viéra-

mos en grande trabajo. Finalmente, en muypoco tiempo, de ochenta hombres que de am-bas partes allí llegamos, quedaron vivos solosquince; y después de muertos éstos, dio a losindios de la tierra una enfermedad del estóma-go, de que murió la mitad de la gente de ellos, ycreyeron que nosotros éramos los que los matá-bamos; y teniéndolo por muy cierto, concerta-ron entre sí de matar a los que habíamos que-dado. Ya que lo venían a poner en efecto, unindio que a mí me tenía les dijo que no creyesenque nosotros éramos los quelos matábamos,porque si nosotros tal poder tuviéramos, excu-sáramos que no murieran tantos de nosotroscomo ellos vían que habían muerto sin que lespudiéramos poner remedio; y que ya no que-dábamos sino muy pocos, y que ningunohacíadaño ni perjuicio; que lo mejor era que nos de-jasen. Y quiso nuestroSeñor que los otros si-guiesen este consejo y parescer, y ansí se estor-bó supropósito. A esta isla pusimos por nombreisla del Mal Hado. La gente queallí hallamos

son grandes y bien dispuestos; no tienen otrasarmas sino flechas y arcos, en que son por ex-tremo diestros. Tienen los hombres la una tetahoradada por una parte a otra, y algunos hayque las tienen ambas, y por el agujero quehacen, traen una caña atravesada, tan larga co-mo dos palmos y medio, y tan gruesa como dosdedos; traen también horadado el labio de aba-jo, y puesto en él un pedazo de caña delgadacomo medio dedo. Las mujeres son para muchotrabajo. La habitación que en esta isla hacen esdesde octubre hasta en fin de hebrero. El sumantenimiento es las raíces que he dicho, saca-das de bajo el agua por noviembre y diciembre.Tienen cañales, y no tienen más peces de paraeste tiempo de ahí adelante comen las raíces. Enfin de hebrero van a otras partes a buscar conqué mantenerse, porque entonces las raíces co-mienzan a nascer, y no son buenas. Es la gentedel mundo que más aman a sus hijos ymejortratamiento les hacen; y cuando acaesce que aalguno se le muere el hijo, llóranle los padres y

los parientes, y todo el pueblo, y el llanto du-raun año cumplido, que cada día por la mañanaantes que amanezca comienzan primero a llorarlos padres, y tras esto todo el pueblo; y estomismo hacen almediodía y cuando anochece; ypasado un año que los han llorado, hácenles lashonras del muerto y lávanse y límpianse deltizne que traen. A todos los defuntos lloran deesta manera, salvo a los viejos, de quien nohacen caso, porque dicen que ya han pasado sutiempo, y de ellos ningun provecho hay: antesocupan la tierra y quitan el mantenimiento a losniños . Tienen por costumbre de enterrar losmuertos, si no son los que entre ellos son físi-cos, que a éstos quémanlos; y mientras el fuegoarde, todos están ballando y haciendo muygran fiesta, y hacen polvo los huesos; y pasadoun año, cuando se hacen sus honras, todos sejasan en ellas; y a los parientes dan aquellospolvos a beber, de los huesos, en agua. Cadauno tiene una mujer, conoscida. Los físicos sonlos hombres más libertados; pueden tener dos,

y tres, y entre éstas hay muy gran amistad yconformidad. Cuando viene que alguno casa suhija, el que la toma por mujer, dende el día quecon ella se casa, todo lo que matase cazando opescando, todo lo trae la mujer a la casa de supadre, sin osar tomar ni comer alguna cosa deello, y de casa del suegro le llevan a él de co-mer; y en todo este tiempo el suegro ni la sue-gra no entran en su casa, ni él ha de entrar encasa de los suegros ni cuñados; y si acaso setoparen por alguna parte, se desvían un tiro deballesta el uno del otro y entretanto que asi vanapartándose, llevan la cabeza baja y los ojos entierra puestos; porque tienenpor cosa mala ver-se ni hablarse. Las mujeres tienen libertad paracomunicar y conversar con los suegros y pa-rientes, y esta costumbre se tiene desde la islahasta más de cincuenta leguas por la tiera aden-tro. Otra costumbre hay, y es que cuando algunhijo o hermano muere, en la casa donde murie-re, tres meses no buscan de comer, antes se de-jan morir de hambre, y los parientes y los veci-

nos les proveen de lo que han de comer. Y co-mo en el tiempo que aquí estuvimos murió tan-ta gente de ellos, en las más casas había muygran hambre, por guardar también su costum-bre y cerimonia; y los que lo buscaban, por mu-cho que trabajaban, por ser el tiempo tan re-cio,no podían haber sino muy poco; y por estacausa los indios que a mí me tenían se salieronde la isla, y en unas canoas se pasaron a TierraFirme, a unas bahías adonde tenían muchosostiones, y tres meses del año no comen otracosa, y beben muy mala agua. Tienen gran faltade leña, y de mosquitos muy grande abundan-cia. Sus casas son edificadas de esteras sobremuchas cascaras de ostiones, y sobre ellosduermen en cueros, y no los tienen sino es aca-so; y así estuvimos hasta en fin de abrll, quefuimos a la costa de la mar, ado comimos morasde zarzas todo el mes, en el cual no cesan dehacer su areitos y fiestas.

CAPITULO XV

De lo que nos acaesció en la isla de Mal Hado

En aquella isla que he contado nos quisieronhacer físicos sin examinarnosni pedirnos lostítulos, porque ellos curan las enfermedadessoplando al enfermo, y con aquel soplo y lasmanos echan de él la enfermedad, y mandáron-nos que hiciésemos lo mismo y sirviésemos enalgo; nosotros nos reíamos de ello, diciendo queera burla y que no sabíamos curar; y por estonos quitaban la comida hasta que hiciésemos loque nos decían. Y viendo nuestra porfía, unindio me dijo a mí que yo no sabía lo que decíaen decir que no aprovecharía nada equello queél sabía, ca las piedras y otras cosas que se críanpor los campos tienen virtud; y que él con unapiedra caliente, trayéndola por el estómago,sanaba y quitaba el dolor, y que nosotros, queéramos hombres, cierto era que teníamos mayorvirtud y poder. En fin, nos vimos en tanta nece-

sidad, que lo hobimos de hacer, sin temer quenadie nos llevase por ello lapena. La maneraque ellos tienen en curarse es ésta: que en vién-dose enfermo, llaman un médico, y despues decurado, no sólo le dan todo lo que poseen, másentre sus parientes buscan cosas para darle. Loque el médico hace es dalle unas sajas adondetiene el dolor, y chupanles al derredor de ellas.Dan cauterios de fuego, que es cosa entre ellostenida por muy provechosa, y yo lo he experi-mentado, y me sucedió bien de ello; y despuésde esto, soplan aquel lugar que les duele, y conesto creen ellos que se les quita el mal. La ma-nera con que nosotros curamos era santiguán-dolos y soplarlos, y rezar un Pater noster y unAve María, y rogar lo mejor que podíamos aDios Nuestro Señor que les diese salud, y espi-rase en ellos que nos hiciesen algun buen tra-tamiento. Quiso Dios nuestro Señor y su mise-ricordia que todos aquellos por quien suplica-mos, luego que los santiguamos, decían a losotros que estaban sanos y buenos, y por este

respecto nos hacían buen tratamiento, y deja-ban ellos de comer por dáarnoslo a nosotros ynos daban cueros y otras cosillas. Fue tan ex-tremada la hambre que allí se pasó, que muchasveces estuve tres días sin comer ninguna cosa, yellos también lo estaban, y parescíame ser cosaimposible durar la vida, aunque en otras mayo-res hambres y necesidades me vi después, comoadelante diré. Los indios que tenían a Alonsodel Castillo y Andrés Dorantes, y a los demasque habían quedado vivos, como eran de otralengua y de otra parentela, se pasaron a otraparte de la Tierra Firme a comer ostiones, y allíestuvieron hasta el l día del mes de abrll, y lue-go volvieron a la isla, que estaba de allí hastados leguas por lo más ancho del agua, y la islatiene medía legua de través y cinco en largo.Toda la gente de esta tierra anda desnuda; solaslas mujeres traen de sus cuerpos algo cubiertocon una lana que en los árboles se cría. Las mo-zas secubren con unos cueros de venados. Esgente muy partida de lo que tienen unos con

otros. No hay entre ellos señor. Todos los queson de un linaje andan juntos. Habitan en ellados maneras de lenguas: a los unos llaman deCapoques, y a los otros de Han; tienen por cos-tumbre cuando se conocen y de tiempo a tiem-po se ven, primero que se hablen, estar mediahora llorando, y acabado esto, aquel que es visi-tado se levanta primero y da al otro todo cuan-to posee, y el otro lo rescibe, y de ahí a un po-coáe va con ello, y aun algunas veces, despuésde rescibido, se van sin que hablen palabra.Otras extrañas costumbres tienen; mas yo hecontado las más principales y mas señaladaspor pasar adelante y contar lo que más nos su-cedió.

CAPITULO XVI

Cómo se partieron los cristiános de la isla de MalHado

Después que Dorantes y Castillo volvieron ala isla recogieron consigo todos los cristianos,que estaban algo esparcidos, y hallaronse portodos catorce. Yo, como he dicho, estaba en laotra parte, en la Tierra Firme, donde mis indiosme habían llevado y donde me habían dadouna gran enfermedad, que ya que alguna otracosa me diera esperanza de vida, aquella basta-ba para deltodo quitármela. Y, como los cristia-nos esto supieron, dieron a un indio la mantade martas que del cacique habíamos tomado,como arriba dijimos, porque los pasase dondeyo estaba para verme; y asi vinieron doce, por-que los dos quedaron tan flacos que no se atre-vieron a traerlos consigo. Los nombres de losque entonces vinieron son: Alonso del Castillo,Andrés Dorantes y Diego Dorantes, Valdivieso,

Estrada, Tostado, Chaves, Gutiérrez, Esturiano,clérigo; Diego de Huelva, Estebanico el Negro,Benítez; y como fueron venidos aTierra Firme,hallaron otro que era de los nuestros, que sellamaba Francisco de León, y todos trece porluengo de costa. Y luego que fueron pasados,los indios que me tenían me avisaron de ello, ycomo quedaban en la isla Hierónimo de AlanizyLope de Oviedo. Mi enfermedad estorbó queno les pude seguir ni los vi. Yo hube de quedarcon estos mismos indios de la isla más de unaño, y por el mucho trabajo que me daban ymal tratamiento que me hacían, determiné dehuir de ellos y irme a los que moran en losmontes y Tierra Firme, que se llaman los deCharruco, porque yo no podía sufrir la vida quecon estos otros tenía; porque, entre otros traba-jos muchos, había de sacar las raíces para comerdebajo del agua y entre las cañas donde estabanmetidas en la tierra; y deesto traía yo los dedostan gastados, que una paja que me tocase mehacía sangre de ellos, y las cañas me rompían

por muchas partes, porque muchas de ellasestaban quebradas y había de entrar por mediode ellas con la ropa que he dicho que traía. Ypor esto yo puse en obra de pasarme a los otros,y con ellos me sucedió algo mejor; y porque yome hice mercader, procuré de usar el oficio lomejor que supe, y por esto ellos me daban decomer y me hacían buen tratamiento y rogá-banme que me fuese de unas partes a otras porcosas que ellos habían menester, porque porrazón de la guerra que contino traen, la tierrano se anda ni se contrata tanto. E ya con mistratos y mercaderías entraba la tierra adentrotodo Io que quería, y por luengo de costa mealargaba de cuarenta o cincuenta leguas. Loprincipal de mi trato eran pedazos de caracolasde la mar y corazones de ellos y conchas, conque ellos cortan una fruta que es como frisoles,con que se curan y hacen sus balles y fiestas, yésta es la cosa de mayor precio que entre elloshay, y cuentas de la mar y otras cosas. Asi, estoera lo que yo llevaba la tierra adentro, y en

cambio ytrueco de ello traía cueros y almagra,con que ellos se untan y tiñen las caras y cabe-llos, pedernales para puntas de flechas, engru-do y cañas duras para hacerlas, y unas borlasque se hacen de pelo de venados, que las tiñeny para coloradas; y este oficio me estaba a míbien porque andando en él tenía libertad para irdonde quería, y no era obligado a cosa alguna,y no era esclavo, y dondequiera que iba mehacían buen tratamiento y me daban de comerpor respeto de mis mercaderías, y lo más prin-cipal porque andando en ello yo buscaba pordonde me había de ir adelante, y entre ellos eramuy conoscido; holgaban mucho cuando mevían y les traía lo que habían menester, y losque no me conoscían me procuraban y desea-ban ver por mi fama. Los trabajos que en estopase sería largo contarlos, asi de peligros yhambres, como de tempestades y fríos, que mu-chos de ellos me tomaron en el campo y solo,donde por gran misericordia de Dios nuestroSenor escapé; y por esta causa yo no trataba el

oficioen invierno, por ser tiempo que ellos mis-mos en sus chozas y ranchos metidos no podíanvalerse ni ampararse. Fueron casi seis años eltiempo que yo estuve en esta tierra solo entreellos y desnudo, como todos andaban. La razónpor que tanto me detuve fue por llevar conmigoun cristiano que estaba en la isla, llamado Lopede Oviedo. El otro compañero de Alaniz, quecon el había quedadocuando Alonso de Castilloy Andres Dorantes con todos los otros se fue-ron, murió luego; y por sacarlo de allí yo pasa-ba a la isla cada año y le rogaba que nos fuése-mos a la mejor maña que pudiésemos en buscade cristianos, y cada año me detenía diciendoque el otro siguiente nos iríamos. En fin, al cabolo saqué y le pasé el ancón y cuatro ríos que haypor la costa, porque éI no sabía nadar y ansí,fuimos con algunos indios adelante hasta quellegamosa un ancón que tiene una legua de tra-vés y es por todas partes hondo; y porlo que deel nos paresció y vimos, es el que llaman delEspíritu Santo, y de la otra parte de él vimos

unos indios, que vinieron a ver los nuestros, ynos dijeron cómo más adelante había tres hom-bres como nosotros, y nos dijeron los nombresde ellos; y preguntándoles por los demás, nosrespondieron quetodos eran muertos de frío yde hambre, y que aquellos indios de adelanteellos mismos por su pasatiempo habían muertoa Diego Dorantes y a Valdivieso y a Diego deHuelva, porque se habían pasado de una casa aotra; y que los otros indios, sus vecinos, conquien agora estaba el capitan Dorantes, porrazón de un sueño que habían soñado, habíanmuerto a Esquivel y a Méndez. Preguntámoslesque tales estaban los vivos; dijéronnos que muymaltratados, porque los muchachos y otros in-dios, que entre ellos son muy holgazanes y demaltrato, les daban muchas coces y bofetones ypalos, y que ésta era la vida que con ellos tení-an. Quesímonos informar de la tierra adelante yde los mantenimientos que en ella había; res-pondieron que era muy pobre de gente, y queen ella no había que comer, y que morían de

frío porque no tenían cueros ni con que cubrir-se. Dijéronnos también si queríamos ver aque-llos tres cristianos, que de ahí a dos días losindios que los tenían vernían a comer nuecesuna legua de allí, a la vera de aquel río; y por-que viésemos que lo que nos habían dicho delmal tratamiento de los otros era verdad, estan-do con ellos dieron al compañero mio de bofe-tones y palos, y yo no quedé sin mi parte, y demuchos pellazos de lodo que nos tiraban y nosponían cada día las flechas al corazón, diciendoque nos querían matar como a los otros nues-tros compañeros. Y, temiendo esto Lope deOviedo, mi compañero, dijo que quería volver-se con unas mujeres de aquellos indios, conquien habíamos pasado el ancón, que quedabanalgo atrás. Yo porfié mucho con éI que no lohiciese, y pasé muchas cosas, y por ninguna víalo pude detener, y así se volvió y yo quedé solocon aquellos indios, los cuales se llamabanQuevenes, y los otros con quien él se fue se lla-maba Deaguanes.

CAPITULO XVII

Como vinieron los indios y trujeron a AndrésDorantes y a Castillo y a Estebanico

Desde a dos días que Lope de Oviedo sehabía ido, los indios que tenían a Alonso delCastillo y Andrés Dorantes vinieron al mesmolugar que nos habían dicho, a comer de aquellasnueces de que se mantienen, moliendo unosgranillos de ellas, dos meses del año, sin comerotra cosa, y aún esto no lo tienen todos los años,porque acuden uno, y otro no; son del tamañode las de Galicia, y los arboles son muy gran-des, y hay gran número de ellos. Un indio meavisó cómo los cristianos eran llegados, y que siyo quería verlos me hurtase y huyese a un can-to de un monte que el me señaló; porque él yotros parientes suyos habían de venir a veraquellos indios, y que me llevarían consigoadonde los cristianos estaban. Yo me confié de

ellos, y determiné de hacerlo, porque teníanotra lengua distinta de la de mis indios; y pues-to por obra, otro día fueron y me hallaron en ellugar que estaba señalado; y así, me llevaronconsigo. Ya que llegué cerca de donde tenían suaposento, Andrés Dorantes salió a ver quiénera, porque los indios le habían también dichocomo venía un cristiano; y cuando me vió fuemuy espantado, porque había muchos días quemetenían por muerto, y los indios asi lo habíandicho. Dimos muchas gracias a Dios de vernosjuntos, y este día fue uno de los de mayor pla-cer que en nuestros días habemos tenido; y lle-gado donde Castillo estaba, me preguntaronque donde iba. Yo le dije que mi propósito erapasar a tierra de cristianos, y que en este rastroy busca iba. Andrés Dorantes respondió quemuchos días había que él rogaba a Castillo y aEstebanico que se fuesen adelante, y que no loosaban hacer porque no sabían nada, y que te-mían mucho los ríos y los ancónes por dondehabían de pasar, que en aquella tierra hay mu-

chos. Y pues Dios nuestro Señor había sido ser-vido de guardarme entre tantos trabajosy en-fermedades, y al cabo traerme en su compañía,que ellos determinaban dehuir, que yo los pasa-ría de los ríos y ancónes que topásemos; y avi-sáronme que en ninguna manera diese a enten-der a los indios ni conosciesen de mí que yoquería pasar adelante, porque luego me matarí-an; y que para esto era menesterque yo me de-tuviese con ellos seis meses, que era tiempo enque aquellos indios iban a otra tierra a comertunas . Esta es una fruta que es del tamañodehuevos, y son bermejas y negras y de muy buengusto. Cómenlas tres meses del año, en los cua-les no comen otra cosa alguna, porque al tiem-po que ellos las cogían venían a ellos otros in-dios de adelante, que traían arcos paracontratary cambiar con ellos; y que cuando aquellos sevolviesen nos huiríamos de los nuestros, y nosvolveríamos con ellos. Con este concierto yoquede allí, y me dieron por esclavo a un indiocon quien Dorantes estaba, el cual era tuerto, y

su mujer y un hijo que tenía y otro que estabaen su compañía; de manera que todos erantuertos. Estos se llaman mariames, y Castilloes-taba con otros sus vecinos, llamados iguases. Yestando aquí ellos me contaron que despuésque salieron de la isla de Mal Hado, en la costade la mar hallaron la barca en que iba el conta-dor y los frailes al través; y que yendo pasandoaquellos ríos, que son cuatro muy grandes y demuchas corrientes, les llevó las barcas en quepasaban a la mar, donde se ahogaron cuatro deellos, y que así fueron adelante hasta que pasa-ron el ancón, y lo pasaron con mucho trabajo, ya quince leguas delante hallaron otro; y quecuando allí llegaron ya se les habían muertodos compañeros en sesenta leguas que habíanandado; y que todos los que quedaban estabanpara lo mismo, y que en todo el camino nohabían comido sino cangrejos y yerba pedrera;y llegados a este ultimo ancón, decían quehallaron en él indios que estaban comiendomoras; y como vieron a los cristianos, se fueron

de allí a otro cabo; y que estando procurando ybuscando manera para pasar el ancón, pasarona ellos un indio y un cristiano, y que llegado,conoscieron que era Figueroa, uno de los cuatroque habíamos enviado adelante en la isla deMal Hado, y allí les contó cómo él y sus com-pañeroshabían llegado hasta aquel lugar, dondese habían muerto dos de ellos y un indio, todostres de frío y de hambre, porque habían venidoy estado en el más recio tiempo del mundo, yque a él y a Mendez habían tomado los indios,y que estando con ellos, Méndez había huídoyendo la vía lo mejor que pudo de Pánuco, yque los indios habían ido tras él y que lo habíanmuerto; y que estando él con estos indios supode ellos como con los mariames estaba un cris-tiano que había pasado de la otra parte, y lohabía hallado con los que llamaban quevertes; yque este cristiano era Hernando de Esquivel,natural de Badajoz, el cual venía en compañíadel comisario, y que el supo de Esquivel el finen que habían parado el gobernador y contador

y los de más, y le dijo que el contador y los fra-lles habían echado al través su barca entre losríos, y viniéndose por luengo de costa, llegó labarca del gobernador con su gente en tierra, y élse fue con su barca hasta que llegaron a aquelancón grande, y que allí torno a tomar la gentey la pasó del otro cabo, y volvió por el contadory los fralles y todos los otros; y contó cómo es-tando desembarcados, el gobernador habíare-vocado el poder que el contador tenía de lugar-teniente suyo, y dio el cargo a un capitán quetraía consigo, que se decía Pantoja, y que el go-bernadorse quedó en su barca, y no quiso aque-lla noche salir a tierra, y quedaron con el unmaestre y un paje que estaba malo, y en la barcano tenían agua ni cosa ninguna que comer; yque a media noche el norte vino tan recio, quesacó la barca a la mar, sin que ninguno la viese,porque no tenía por resón, sino una piedra, yque nunca más supieron de él; y que visto esto,la gente que en tierra quedaron se fueron porluengo de costa, y que como hallaron tanto es-

torbo de agua, hicieron balsas con mucho traba-jo, en que pasaron de la otra parte: y que yendoadelante, llegaron a una punta de un monteorilla del agua, y que hallaron indios, que comolos vieron venir metieron sus casas en sus ca-noas y se pasaron de la otra parte a la costa; ylos cristianos, viendo el tiempo que era, porqueera por el mes de noviembre, pararon en estemonte, porque hallaron agua y leña y algunoscangrejos y mariscos, donde de frío y de ham-bre se comenzaron poco a poco a morir. Allen-de de esto, Pantoja, que por teniente había que-dado, les hacía mal tratamiento, y no lo pu-diendo sufrir Sotomayor, hermano de VascoPorcallo, el de la isla de Cuba, que en el armadahabía venido por maestre de campo, se revolviócon el y le dio un palo, de que Pantoja quedomuerto, y asi se fueron acabando; y los que mo-rían, losotros los hacían tasajos; y el último quemurió fue Sotomayor, y Esquivel lo hizo tasa-jos, y comiendo de él se mantuvo hasta l demarzo, que un indio de los que allí habían huí-

do vino a ver si eran muertos, y llevó a Esquivelconsigo; y estando en poder de este indio, elFigueroa lo habló, y supo de éltodo lo quehabemos contado, y le rogó que se viniese conél, para irse ambos la vía del Pánuco; lo cualEsquivel no quiso hacer, diciendo que el sabíasabido de los fralles que Pánuco había quedadoatrás; y así, se quedó allí; y Figueroa se fue a lacosta adonde solía estar.

CAPITULO XVIII

De la relación que dio de Esquivel

Esta cuenta toda dio Figueroa por la relaciónque de Esquivel había sabido; y así, de mano enmano llegó a mí, por donde se puede ver y sa-ber el fin que toda aquella armada hobo y losparticulares casos que a cada uno de los demásacontescieron. Y dijo más: que si los cristianosalgún tiempo andaban por allí podría ser queviesen a Esquivel, porque sabía que se había

huido de aquel indio con quien estaba, a otros,que se decían los mareames, que eran allí veci-nos. Y como acabo de decir, él y el asturiano sequisieran ir a otros indios que adelante estaban;mas como los indios que lo tenían lo sintieron,salieron a ellos, y diéronles muchos palos, ydesnudaron al asturiano, y pasáronle un brazocon una flecha; y, en fin, se escaparon huyendo,y los cristianos se quedaron con aquellos indios,y acabaron con ellos que los tomasen por escla-vos, aunque estando sirviéndoles fueron tanmaltratados de ellos, como nunca esclavos nihombres de ninguna suerte lo fueron; porque,de seis que eran, no contentos con darles mu-chas bofetadas y apalearlos y pelarles las barbaspor su pasatiempo, por solo pasar de una casa aotra mataron tres, que son los que arriba dije,Diego Dorantes y Valdivieso y Diego de Huel-va, y los otros tres que quedaban esperabanparar en esto mismo; y por no sufrir esta vida,Andres Dorantes se huyó y se pasó a los ma-reames, queeran aquellos adonde Es- quivel

había parado, y ellos le contaron cómo habíantenido allí a Esquivel, y como estando allí sequiso huir porque una mujer había soñado quele había de matar un hijo, y los indios fuerontras él y lo mataron, y mostraron a Andres Do-rantes su espada y sus cuentas y libro y otrascosas que tenía. Esto hacen éstos por una cos-tumbre que tienen, y es que matan sus mismoshijos por sueños, y a las hijas en nasciendo lasdejan comer a perros, y las echan por ahí. Larazón por que ellos lo hacen es, según ellos di-cen, porque todos los de la tierra son sus ene-migos y con ellos tienen continua guerra; y quesi acaso casasen sus hijas, multiplicarían tantosus enemigos, que los sujetarían y tomarían poresclavos; y por esta causa querían mas matallasque no que de ellas mismas nasciese quien fue-se su enemigo. Nosotros les dijimos que porqué no las casaban con ellos mismos. Y tambiénentreellos dijeron que era fea cosa casarlas consus parientes, y que era muy mejor matarlasque darlas a sus parientes ni a sus enemigos; y

esta costumbre usan estos y otros vecinos, quese llaman los iguaces, solamente, sin que nin-gunos otros de la tierra la guarden. Y cuandoestos se han de casar, compran las mujeres a susenemigos, y el precio que cada uno da por lasuya es unarco, el mejor que puede haber, condos flechas; y si acaso no tiene arco, una redhasta una braza de ancho y otra en largo. Matansus hijos, y mercanlos ajenos; no dura el casa-miento mas de cuanto estan contentos, y conuna higa deshacen el casamiento. Dorantes es-tuvo con éstos y desde a pocos díasse huyó.Castillo y Estebanico se vinieron dentro a laTierra Firme a los iguaces. Toda esta gente sonflecheros y bien dispuestos, aunque no tangrandes como los que atrás dejamos, y traen lateta y el labio horadado. Su mantenimientoprincipalmente es raíces de dos o tres maneras,y búscanlas por toda la tierra; son muy malas, yhinchan los hombres que las comen. Tardan dosdías en asarse, ymuchas de ellas son muyamargas, y con todo esto se sacan con mucho

trabajo. Es tanta la hambre que aquellas gentestienen, que no se pueden pasar sinellas, y an-dan dos o tres leguas buscándolas. Algunasveces matan algunos venados, y a tiempos to-man algun pescado; mas esto es tan poco y suhambre tan grande, que comen arañas y huevosde hormigas, y gusanos y lagartijas y salaman-quesas y culebras y víboras, que matan loshombres que muerden, y comentierra y maderay todo lo que pueden haber, y estiércol de ve-nados, y otrascosas que dejo de contar, y creoaveriguadamente, que si en aquella tierrahubiese piedras las comerían. Guardan las es-pinas del pescado que comen, y de las culebrasy otras cosas, para molerlo después todo y co-mer el polvo de ello. Entre éstos no se carganlos hombres ni llevan cosa de peso; mas lleván-lo las mujeres y los viejos, que es la gente queellos en menos tienen. No tenen tanto amorasus hijos como los que arriba dijimos. Hay al-gunos entre ellos que usan pecado contra natu-ra. Las mujeres son muy trabajadas y para mu-

cho, porque de veinticuatro horas que hay entredía y noche, no tienen sino seis horas dedescan-so, y todo lo más de la noche pasan en atizarsus hornos para secar aquellas raices que co-men; y desque amanesce comienzan a cavar y atraer leñay agua a sus casas y dar orden en lasotras cosas de que tienen necesidad.Los más deestos son grandes ladrones, porque aunqueentre sí son bien partidos, en volviendo uno lacabeza, su hijo mismo o su padre le toma lo quepuede. Mienten muy mucho, y son grandesborrachos, y para esto beben ellos una ciertacosa. Estan tan usados a correr, que sin descan-sar ni cansar corren desde la mañana hasta lanoche; y siguen un venado; y de esta maneramatan muchos de ellos, porquelos siguen hastaque los cansan, y algunas veces los toman vi-vos. Las casas de ellos son de estera, puestassobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, ymú-danse cada dos o tres días para buscar de co-mer; ninguna cosa siembran que se puedanaprovechar; es gente muy alegre; por mucha

hambre que tengan, por eso no dejan de ballarni de hacer sus fiestas y areitos. Para ellos elmejor tiempo que estos tienen es cuando comenlas tunas, porque entonces no tienen hambre, ytodo el tiempo se les pasa en ballar, y comen deellas de noche y de día; todo el tiempo que lesduran exprímenlas y ábrenlas y pónenlasa se-car, y despues de secas pónenlas en unas seras,como higos, y guárdanlas para comer por elcamino cuando se vuelven, y las cascaras deellas muélenlas y hácenlas polvo. Muchas ve-ces, estando con estos, nos acontesció tres ocuatro días estar sin comer porque no lo había;ellos, por alegrarnos, nos decíanque no estuvié-semos tristes; que presto habría tunas y come-ríamos muchas, ybeberíamos zumo de ellas, yteníamos las barrigas muy grandes y estaría-mos muy contentos y alegres y sin hambre al-guna; y desde el tiempo que esto nos decíanhasta que las tunas se hubiesen de comer habíacinco o seis meses; y,en fin, hubimos de esperaraquesto seis meses, y cuando fue tiempo fuimos

acomer las tunas; hallamos por la tierra muygran cantidad de mosquitos de tres maneras,que son muy malos y enojosos, y todo lo másdel verano nos daban mucha fatiga; y para de-fendernos de ellos hacíamos al derredor de lagentemuchos fuegos de leña podrida y mojada,para que no árdiesen y hiciesen humo; y estadefension nos daba otro trabajo, porque en todala noche no hacíamos sino llorar del humo queen los ojos nos daba, y sobre eso, gran calor quenos causaban los muchos fuegos, y salíamos adormir a la costa; y si alguna vez podíamosdormir, recordábannos a palos, para que torná-semos a encender los fuegos. Los de la tierraadentro para esto usan otro remedio tan in-comportable y mas que éste que he dicho, y esandar con tizones en las manos quemando loscampos y montes que topan, para que los mos-quitos huyan, y también para sacar debajo detierra lagartijas y otras semejantes cosas paracomerlas; y también suelen matar venados, cer-cándolos con muchos fuegos; y usan también

esto por quitar a los animales el pasto, que lanecesidad les haga ir a buscarlo adonde ellosquieren, porque nunca hacen asiento con suscasas, sino donde hay agua y leña, y alguna vezse cargan todos de esta provisión y van a bus-carlos venados, que muy ordinariamente estándonde no hay agua ni leña; y el día que lleganmatan venados y algunas otras cosas que pue-den y gastan todo el agua y leña en guisar decomer y en los fuegos que hacen para defender-se de los mosquitos, y esperan otro día paratomar algo que lleven para el camino; y cuandoparten, tales van de los mosquitos, que paresceque tienen enfermedad de San Lázaro ; y deesta manera satisfacen su hambre dos o tresveces en el año, a tan grande costa como hedicho; y por haber pasado por ello puedo afir-mar que ningún trabajo que se sufra en el mun-do iguala con éste. Por la tierra hay muchosvenados y otras veces y animales de los queatrás he contado. Alcanzanaquí vacas, y yo lashe visto tres veces y comido de ellas, y parés-

ceme queserán del tamaño de las de España;tienen los cuernos pequeños, como moriscas, yel pelo muy largo, merino, como una bernia;unas son pardillas, y otras negras, y a mi pares-cer tienen mejor y mas gruesas carne que las deacá. De las que no son grandes hacen los indiosmantas para cubrirse, y de las mayores hacenzapatos y rodelas; éstas vienen de hacia el Nor-te por la tierra adelante hasta la costa de la Flo-rida, y tiéndense por toda la tierra mas decua-trocientas leguas; y en todo este camino, por losvalles por donde ellasvienen, bajan las gentesque por allí habitan y se mantienen de ellas, ymeten en la tierra grande cantidad de cueros.

CAPITULO XIX

De cómo nos apartaron los indios

Cuando fueron cumplidos los seis meses queyo estuve con los cristianos esperando a poneren efecto el cuncierto que teníamos hecho, los

indios se fueron a las tunas, que había de allídonde las habían de coger hasta treinta leguas;y ya estábamos para huirnos, los indios conquien estábamos, unos conotros riñeron sobreuna mujer, y se apuñearon y apalearon y desca-labraron unos a otros; y con el grande enojo quehubieron, cada uno tomó su casa y se fue a suparte; de donde fue necesario que todos loscristianos que allí éramos también nos apartá-semos, y en ninguna manera nos podimos jun-tar hasta otro año; y en este tiempo yo pasémuy mala vida, ansí por la mucha hambre co-mo por el mal tratamiento que de los indiosrescebía, que fue tal, que yo me hube de huirtres veces de los amos que tenía, y todos meanduvieron a buscar y poniendo dlligencia paramatarme; y Dios nuestro Señor por su miseri-cordia me quiso guardar y amparar de ellos; ycuando el tiempo de las tunas tornó, en aquelmismo lugar nos tornamos a juntar. Ya que te-níamos concertado de huirnos y señalado eldía, aquel mismo día los indios nos apartaron, y

fuimos cada uno porsu parte; y yo dije a losotros compañeros que yo los esperaría en lastunas hasta que la Luna fuese llena; y este díaera l de septiembre y primero día de luna; yavisélos que si en este tiempo no viniesen alconcierto, yo me iría solo y los dejaría; y ansí,nos apartamos y cada uno se fue con sus indios,y yo estuve con los míos hasta trece de luna, yyo tenía acordado de mehuir a otros indios ensiendo la Luna llena; y a l3 días del mes llega-ron adonde yo estaba Andrés Dorantes y Este-banico; y dijéronme cómo dejaban a Castillocon otros indios que se llamaben anagados, yque estaban cerca de allíy que habían pasadomucho trabajo, y que habían andado perdidos.Y que otro día adelante nuestros indios se mu-daron hacia dondc Castillo estaba, y iban a jun-tarse con los que lo tenían, y hacerse amigosunos de otros, porque hasta allí habían tenidoq

guerra, y de esta manera cobramos a Casti-llo. En todo el tiempo que comíamos las tunasteníamos sed, y para remedio de esto bebíamos

el zumo de las tunas y sacábamoslo en un hoyoque en la tierra hacíamos, y desque estaba llenobebíamos de él hasta que nos hartábamos. Esdulce y de color de arrope; esto hacen por faltade otras vasijas. Hay muchas maneras de tunas,y entreellas hay algunas muy buenas, aunque amí todas me parescían así, y nunca la hambreme dio espacio para escogerlas ni parar mientesen cuales eran mejores. Todas las más destasgentes beben agua llovediza y recogida en al-gunaspartes; porque, aunque hay ríos, comonunca están de asiento, nunca tienen agua co-noscida, a ni señalada. Por toda la tierra haymuy grandes y hermosas dehesas, y de muybuenos pastos para ganados; y parésceme quesería tierramuy fructífera así fuese labrada yhabitada de gente de razón. No vimos sierra entoda ella en tanto que en ella estuvimos. Aque-llos indios nos dijeron que otros estaban másadelante, llamados camones, que viven hacia lacosta, y habíanmuerto toda la gente que veníaen la barca de Peñalosa y Téllez; que veníantan

flacos, que aunque los mataban no se defendí-an; y así, los acabaron todos; y nos mostraronropas y armas de ellos y dijeron que la barcaestaba allí al través. Esta es la quinta barca quefaltaba, porque la del gobernador ya dijimoscómo la mar la llevó, y la del contador y losfralles la habían visto echada al través en lacosta, y Esquivel contó el fin de ellos. Las dosen que Castillo y yo y Dorantés íbamos, yahemos contedo cómo junto a la isla de MalHado se hundieron.

CAPITULO XX

De cómo nos huimos

Después de habernos mudado, desde a dosdías nos encomendamos a Dios nuestro Señor ynos fuimos huyendo, confiando que, aunque yaera tarde y las tunas se acababan, con los frutosque quedarían en el campo podríamos andarbuena parte de tierra. Yendo aquel día nuestro

camino con harto temor que los indios noshabían de seguir, vimos unos humos, y yendo aellos, después de vísperas llegamos allá, dovimos un indio que, como vio que ibamos a él,huyó sin querernos aguardar; nosotros envia-mos al negro tras él, y como vio que iba soloaguardólo. El negro le dijo queíbamos a buscaraquella gente que hacía humos. El respondióque cerca de allí estaban las casas, y que nosguiaría allá; y así, lo fuimos siguiendo; yél co-rrió a dar aviso de cómo ibamos, y a puesta delsol vimos las casas, ydos tiros de ballesta antesque llegásemos a ellas hallamos cuatro indiosque nos esperaban, y nos rescibieron bien. Di-jímosles en lengua de mareames que íbamos abuscallos, y ellos se mostraron que se holgabancon nuestra compañia; y ansí nos llevaron a suscasas, y a Dorante y al negro aposentaronencasa de un físico; y a mí y a Castillo en casa deotro. Estos tienen otra lengua y llámanse avata-res, y son aquellos que solían llevar los arcos alos nuestros y iban a contratar con ellos; y aun-

que son de otra nación y lengua, entienden lalengua de aquellos con quien antes estábamos,y aquel mismo día habían llegado allí con suscasas. Luego el pueblo nos ofreció muchastu-nas, porque ya ellos tenían noticia de nosotros ycómo curábamos, y de las maravillas quelnues-tro Señor con nosotros obraba, que, aunque nohubiera otras, harto grandes eran abrirnos ca-minos por tierra tan despoblada, y darnos gentepor donde muchos tiempos no la había, y li-brarnos de tantos peligros, y no permitir quenos matasen, y sustentarnos con tanta hambre,y poner aquellas gentes encorazón que nos tra-tasen bien, como adelante diremos.

CAPITULO XXI

De como curamos aquí unos dolientes

Aquella misma noche que llegamos vinieronunos indios a Castillo, y dijéronle que estabanmuy malos de la cabeza, rogándole que los cu-

rase; y después que los hubo santiguado y en-comendado a Dios, en aquel punto los indiosdijeron que todo el mal se les había quitado; yfueron sus casas y trujeron muchas tunas y unpedazo de carne de venado, cosa que no sabía-mos qué cosa era; y como esto entre ellos sepublicó, vinieron otros muchos enfermos enaquella noche a que los sanase, y cada uno traíaun pedazo de venado; y tantos eran, que nosabíamos adonde poner la carne. Dimos mu-chas gracias a Dios por que cada día iba cres-ciendo su misericordia y mercedes; y despuésque se acabaron las curas comenzaron a ballar yhacer sus areitos y fiestas, hasta otrodía que elsol salió; y duró la fiesta tres días por habernosotros venido,y al cabo de ellos les pregun-tamos por la tierra de adelante, y por la genteque en ella hallaríamos, y los mantenimientosque en ella había. Respondiéronnos que portoda aquella tierra había muchas tunas, masque ya eran acabadas, y que ninguna gentehabía, porque todos eran idos a su casas, con

haber ya cogido las tunas; que la tierra era muyfría y en ella había muy pocos cue ros. Nosotrosviendo esto, que ya el invierno y tiempo fríoentraba, acordamos de pasarlo con éstos. A ca-bo de cinco días que allí habíamos llegado separtierona buscar otras tunas adonde había otragente de otras naciones y lenguas; yandadascinco jornadas con muy grande hambre, porqueen el camino no había tunas ni otra fruta nin-guna, y después de asentadas, fuimos a buscarun fruto de unos árboles, que es como hieros; ycomo por toda esta tierra no hay caminos, yome detuve más en buscarla; la gente se volvió, yyo quedé solo, y viniendo a buscarlos aquellanoche me perdí, y plugo a Dios que hallé unárbol ardiendo, y al fuego de él pasé aquel fríoaquella noche, y a la mañana yo me cargué deleña y tomé dos tiones, y volví a buscarlos, yanduve de estamanera cinco días, siempre conmi lumbre y mi carga de leña, porque si el fue-go se me matase en parte donde no tuviese le-ña, como en muchas partes no la había, tuviese

de qué hacer otros tiones y no me quedase sinlumbre, porque para el frío yo no tenia otroremedio, por andar desnudo como nascí; y paralas noches yo tenía este remedio, que me iba alas matas del monte, que estaba cerca de losríos, y paraba en ellas antes que el sol se pusie-se, y en la tierra hacía unhoyo y en él echabamucha leña, que se cría en muchos árboles, deque por allí hay muy gran cantidad, y juntabamucha leña de la que estaba caída y seca de losárboles, y al derredor de aquel hoyo hacía cua-tro fuegos en cruz, yyo tenía cargo y cuidado derehacer el fuego de rato en rato, y hacía unasgavillas de paja larga que por allí hay, con queme cubría en aquel hoyo, y de esta manera meamparaba del frío de las noches; y una de ellasel fuego cayó en la paja con que yo estaba cu-bierto, y estando yo durmiendo en el hoyo, co-menzó a arder muy recio, y por mucha priesaque yo me di a salir, todavía saqué señal en loscabellos del peligro en que había estado. Entodo este tiempo no comí bocado ni hallé cosa

que pudiese comer; y como traía los pies des-calzos, corriome de ellos mucha sangre, y Diosusó conmigo de misericordia, que en todo estetiempo no ventó el norte, porque de otra mane-ra ningún remedio había de yovivir; y a cabo decinco días llegué a una rimera de un río, dondeyo halléa mis indios, que ellos y los cristianosme contaban ya por muerto, y siempre creíanque alguna víbora me había mordido. Todoshubieron gran placer deverme, principalmentelos cristianos, y me dijeron que hasta entonceshabían caminado con mucha hambre, que éstaera la causa que no me habían buscado;y aque-lla noche me dieron de las tunas que tenían, yotro día partimos de allí, y fuimos dondehallamos muchas tunas, con que todos satisfi-cieron su gran hambre, y nosotros dimos mu-chas gracias a nuestro Señor porque nunca nosfaltaba su remedio.

CAPITULO XXII

Como otro día nos trujeron otros enfermos

Otro día de mañana vinieron allí muchos in-dios y traían cinco enfermos queestaban tolli-dos y muy malos, y venían en busca de Castilloque los curase,y cada uno de los enfermosofresció su arco y flechas, y él los rescibió y apuesta del sol los santiguó y encomendó a Diosnuestro Señor, y todos le suplicamos con la me-jor manera que podíamos les enviase salud,pues él vía que no había otro remedio para queaquella gente nos ayudase y saliésemos de tanmiserable vida; y él lo hizo tan misericordiosa-mente, que venida la mañana, todos amanescie-ron tan buenos y sanos, y se fueron tan recioscomo si nunca hobieran tenido mal ninguno.Esto causó entre ellos muy gran admiración, y anosotros despertó que diésemos muchas graciasa nuestro Señor, a que más enteramente conos-ciésemos su bondad, y tuviésemos firme espe-

ranza que nos había de librar y traer donde lepudiésemos servir; y de mí sé decir que siem-pre tuve esperanza en su misericordia que mehabía de sacar de aquella captividad, y así lohablé siempre a mis compañeros. Como losindios fueron idos y llevaron sus indios sanos,partimos donde estaban otros comiendo tunas,y éstos se llaman cutalches y malicones, que sonotras lenguas, y junto con ellos había otros quese llaman coayos y susolas, y de otra parte otrosllamados atayos, y éstos tenían guerra con lossusolas, con quien se flechaban cada día; y co-mo por toda la tierra no se hablase sino en losmisteriosque Dios nuestro Señor con nosotrosobraba, venían de muchas partes a buscarnospara que los curásemos; y a cabo de dos díasque allí llegaron, vinieron a nosotros unos indi-os de los susolas y rogaron a Castillo que fuesea curar un herido y otros enfermos, y dijeronque entre ellos quedaba uno que estaba muy alcabo. Castillo era médico muy temeroso, prin-cipalmente cuando las curas eran muy temero-

sas y peligrosas, y creía que sus pecados habíande estorbar que no todas veces suscediese bienel curar. Los indios me dijeron que yo fuese acurarlos, porque ellos me querían bien y seacordaban que les había curadoen las nueces, ypor aquello nos habían dado nueces y cueros; yesto había pasado cuando yo vine a juntarmecon los cristianos; y así, hube de ir con ellos, yfueron conmigo Dorantes y Estebanico, y cuan-do llegué cerca de los ranchos que ellos tenían,yo vi el enfermo que íbamos a curar que estabamuerto, porque estaba mucha gente al derredorde éI llorando y su casa deshecha,que es señalque el dueño estaba muerto; y ansí, cuando yollegué hallé el indio los ojos vueltos y sin nin-gun pulso, y con todas señales de muerto, se-gún a mi me paresció, y lo mismo dijo Doran-tes. Yo le quité una estera que tenía encima, conque estaba cubierto, y lo mejor que pude supli-qué a nuestro Señor fuese servido de dar saluda aquel y a todos los otros que de ella teníannecesidad; y después de santiguado y soplado

muchas veces, me trajeronsu arco y me lo die-ron, y una sera de tunas molidas, y lleváronmea curar otros muchos que estaban malos demodorra, y me dieron otras dos seras de tunas,las cuales di a nuestros indios, que con nosotroshabían venido; y hecho esto, nosvolvimos anuestro aposento, y nuestros indios, a quien dilas tunas, se quedaron allá; y a la noche se vol-vieron a sus casas, y dijeron que aquel que estamuerto y yo había curado en presencia de ellos,se había levantado bueno y se había paseado, ycomido, y hablado con ellos, y que todos cuan-tos había curado quedaban sanos y muy ale-gres. Esto causó muy gran admiración y espan-to, y en toda la tierra no se hablaba en otra cosa.Todos aquellos a quien esta fama llegaba nosvenían a buscar para que los curásemos y santi-guásemos sus hijos; y cuando los indios queestaban en compañía de los nuestros, que eranlos cutalchiches, se hubieron de ir a su tierra,antes que se partiesen nos ofrescieron todas lastunas que para su camino tenían, sin que nin-

guna les quedase, y diéronnos pedernalestanlargos como palmo y medio, con que ellos cor-tan, y es entre ellos cosa de muy gran estima.Rogáronnos que nos acordásemos de ellos yrogásemos a Dios que siempre estuviesen bue-nos, y nosotros se lo prometimos; y con estopartieron los más contentos hombres del mun-do, habiéndonos dado todo lo mejor que tenían:Nosotros estuvimos con aquellos indios avava-res ocho meses, y esta cuenta hacíamos por laslunas. En todo este tiempo nos venían de mu-chas partes a buscar y decían que verdadera-mente nosotros éramos hijos del Sol. Dorantes yel negro hasta allí no habían curado; mas por lamucha importunidad que teníamos, viniéndo-nos de muchas partes y buscar, venimos todos aser médicos, aunque en atrevimiento y osaracometer cualquier cura era yo más señaladoentreellos y ninguno jamás curamos que no nosdijese que quedaba sano; y tanta confianza tení-an que habían de sanar si nosotros los curáse-mos, que creían entanto que allí nosotros estu-

viésemos ninguna de ellos había de morir. Estosy los demás atrás nos contaron una cosa muyextraña, y por la cuenta que nos figuraron pa-rescía que había quince o diez y seís años quehabía acontescido, que decían que por aquellatierra anduvo un hombre, que ellos llaman Ma-la Cosa, y que era pequeño de cuerpo y quetenía barbas, aunque nunca claramente le pu-diedon ver el rostro, y que cuando venía a lacasa donde estaban se les levantaban los cabe-llos y temblaban, y luego parescía a la puerta dela casa un tizón ardiendo y luego, aquel hombreentraba y tomaba al que quería de ellos, y daba-les tres cuchilladas grandes por las ijadas conun pedernal muy agudo tan ancho como la ma-no y dos palmos en luengo, y metía la mano poraquellas cuchilladas y sacábales las tripas; y quecortaba de una tripa poco mas o menos de unpalmo, y aquello que cortaba echaba en las bra-sas y luego le daba tres cuchilladas en un brazo,y la segunda daba por la sangradura y descon-certábaselo, y dende a poco se lo tornaba a con-

certar y poníale las manos sobre las heridas, ydecíannos que luego quedaban sanos, y quemuchas veces cuando ballaban aparescía entreellos, en hábito de mujer unas veces, y otrascomo hombre; y cuando él quería, tomaba elbuhío o casa y subíala en alto, y dende a unpoco caía con ella y daba muy gran golpe.También nos contaron quemuchas veces le die-ron de comer y que nunca jamas comió; y que lepreguntaban donde venía y a qué parte tenía sucasa, y que les mostró una hendedura de la tie-rra, y dijo que su casa era allá debajo. De estascosas que ellos nos decían, nosotros nos reía-mos mucho, burlando de ellas; y como ellosvieron que no lo creíamos, trujeron muchos deaquellos que decían que él había tomado, y vi-mos las señales de las cuchilladas que él habíadado en los lugares en la manera que ellos con-taban. Nosotros les dijimos que aquél era unmalo, y de la mejor manera que podimos lesdábamos a entender que si ellos creyesen enDios nuestro Señor y fuesen cristianos como

nosotros, no ternían miedo de aquél, ni osaríavenir a hacelles aquellas cosas; y que tuviesenpor cierto que en tanto que nosotros en la tierraestuviésemos él no osaría parescer en ella. Deesto se holgaron ellos mucho y perdieron mu-cha parte del temor que tenían. Estos indios nosdijeron que habían visto al asturiano y a Figue-roacon otros, que adelante en la costa estaban, aquien nosotros llamábamos delos higos. Todaesta gente no conoscía los tiempos por el Sol nila Luna, ni tienen cuenta del mes y año, y másentienden y saben las diferencias de los tiemposcuando las frutas vienen a madurar, y en tiem-po que muere el pescado y al aparescer de lasestrellas, en que son muy diestros y ejercitados.Con éstos siempre fuimos bien tratados, aun-que lo que habíamos de comer lo cavábamos, ytraíamos nuestras cargas de agua y leña. Suscasas y mantenimientos son como las de lospasados, aunque tienen muy mayor hambre,porque no alcanzan maíz ni bellotas ni nueces.Anduvimos siempre en cueros como ellos, y de

noche nos cubríamos con cueros de venado. Deocho meses que con ellos estuvimos, los seispadescimos mucha hambre, que tampoco alca-man pescado.Y al cabo de este tiempo ya lastunas comenzaban a madurar, y sin que de ellosfuésemos sentidos nos fuimos a otros que ade-lante estaban, llamados maliacones; éstos esta-ban una jornada de allí, donde yo y el negrollegamos. A cabo de los tres días envié que tra-jese a Castillo y a Dorantes; y venidos, nos par-timos todos juntos con los indios, que iban acomer una frutilla de unos árboles, de que semantienen diez o doce días, entretanto que lastunas vienen; y allí se juntaron con estos otrosindios que se llaman arbadaos, y a éstos halla-mos muy enfermos y flacos y hinchados; tantoque nos maravillamos mucho, ylos indios conquien habíamos venido se volvieron por elmismo camino; y nosotros les dijimos que nosqueríamos quedar con aquéllos, de que ellosmostraron pesar; y así, nos quedamos en elcampo con aquéllos, cerca de aquéllas casas, y

cuando ellos nos vieron, juntéronse después, dehaber hablado entresí, y cada uno de ellos tomóel suyo por la mano y nos llevaron a sus casas.Con éstos padecimos más hambre que con losotros, porque en todo el día no comíamos másde dos puños de aquella fruta, la cual estabaverde; tenía tanta leche, que nos quemaba lasbocas; y con tener falta de agua, daba muchased a quien la comía; y como la hambre fuesetanta, nosotros comprámosles dos perros, y atrueco de ellos les dimos unas redes y otrascosas, y un cueroacon que yo me cubría. Ya hedicho cómo por toda esta tierra anduvimosdesnudos; y cómo no estábamos acostumbradoa ello, a manera de serpientes mudábamos loscueros dos veces en el año, y con el sol y el airehacíansenos en los pechos y en las espaldasunos empeines muy grandes, de que rescibía-mos muy gran pena por razón de las muygrandes cargas que traíamos, que eran muypesadas; y hacían que las cuerdas se nos metíanpor los brazos; y la tierra es tan áspera y tan

cerrada, que muchas veces hacíamos leña enmontes, que cuando la acabábamos de sacarnos corría por muchas partes sangre, de las es-pinas y matas con que topábamos, que nosrompían por donde alcanzaban. A las veces meacontesció hacer leña donde, después dehaberme costado mucha sangre, no la podíasacar nia cuestas ni arrastrando. No tenía,cuando en estos trabajos me veía, otroremedioni consuelo sino pensar en la pasión de nuestroredemptor Jesucristo y en la sangre que por míderramó, y considerar cuánto más sería el tor-mento que de las espinas el padesció que noaquel que yo entonces sufría. Contrataba conestos indios haciéndoles peines, y con arcos ycon flechas y con redes. Hacíamos esteras, queson cosas, de que ellos tienen mucha necesidad;y aunque losaben hacer, no quieren ocuparse ennada, por buscar entretanto qué comer, y cuan-do entienden en esto pasan muy gran hambre.Otras veces me mandabantraer cueros y ablan-darlos; y la mayor prosperidad en que yo allí

me vi erael día que me daban a raer algunos,porque yo lo raía muy mucho y comía de aque-llas raeduras, y aquello me bastaba para dos otres días. También nos acontesció con éstos ycon los que atrás habemos dejado, darnos unpedazo de carne y comérnoslo así crudo, por-que si lo pusiéramos a asar, el primer indio quellegaba se lo llevaba y comía; parescíanos queno era bien ponerla en esta ventura, y tambiénnosotros no estábamos tales, que nos dábamospena comerlo asado, y no lo podíamos tan bienpasar como crudo. Esta es la vida que allí tuvi-mos, y aquel poco sustentamiento lo ganába-mos con los rescates que por nuestras manoshecimos.

CAPITULO XXIII

Cómo nos partimos despues de haber comido losperros

Después que comimos los perros, parescién-donos que teníamos algún esfuerzopara poderir adelante, encomendámonos a Dios nuestroSeñor para que nos guiase, nos despedimos deaquellos indios, y ellos nos encaminaron a otrosde su lengua que estaban cerca de allí. E yendopor nuestro camino llovió, y todo aquel díaanduvimos con agua, y allende de esto, perdi-mos el camino y fuimos a parar a un montemuy grande, y cogimos muchas hojas de tunasy asámoslas aquella noche en un horno quehecimos, y dímosle tanto fuego, que a la maña-na estaban para comer; y después de haberlascomido encomendámonos a Dios y partímonos,y hallamos el camino que perdido habíamos; ypasado el monte, hallamos otras casas de indi-os; y llegamos allá, vimos dos mujeres y mu-chachos, que se espantaron, que andaban por elmonte, y en vernos huyeron de nosotros y fue-ron a llamar a los indios que andaban por elmonte; y venidos, paráronse a mirarnos detrasde unos árboles, y llamámosles y allegáronse

con mucho temor; y después de haberloshablado, nos dijeron que tenían mucha ham-bre,y que cerca de allí estaban muchas casas deellos propios; y dijeron que nos llevarían a ellosy aquella noche llegamos adonde había cin-cuenta casas, yse espantaban de vernos y mos-traban mucho temor; y después que es- tuvie-ronalgo sosegados de nosotros, allegábannoscon las manos al rostro y al cuerpo, y despuéstraían ellos sus mismas manos por sus caras ysus cuerpos, y así estuvimos aquella noche; yvenida la mañana, trajéronnos los enfermos quetenían, rogándonos que los santiguásemos, ynos dieron de lo que tenían paracomer, queeran hojas de tunas verdes asadas; y por el buentratamiento quenos hacían, y porque aquelloque tenían nos lo daban de buena gana y volun-tad, y holgaban de quedar sin comer por dár-noslo, estuvimos con ellos algunosdías; y es-tando allí, vinieron otros de mas adelante.Cuando se quisieron partir dijimos a los prime-ros que nos queríamos ir con aquéllos. A ellos

les pesó mucho, y rogáronnos muy ahincada-mente que no nos fuésemos y al fin nos despe-dimos de ellos, y los dejamos llorando pornuestra partida, porque les pesaba muchoengran manera.

CAPITULO XXIV

De las costumbres de ios indios de aquellas tie-rras

Desde la isla de Mal Hado, todos los indiosque hasta esta tierra vimos tienen por costum-bre desde el día que sus mujeres se sienten pre-ñadas no dormir juntos hasta que hacen dosaños que han criado los hijos, los cuales ma-manhasta que son de edad de doce años; que yaentonces están en edad que por sí saben buscarde comer. Preguntámosles que por qué los cria-ban así, y decían que por la mucha hambre queen la tierra había, que acontescía muchas veces,como nosotros víamos, estar dos o tres días sin

comer, y a las veces cuatro; y por esta causa losdejaban mamar, porque en los tiempos dehambre no muriesen; y ya que algunos escapa-sen, saldrían muy delicados y de pocas fuerzas;y si acaso acontesce caer enfermos algunos,déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo,y todos los demás, si no pueden ir con ellos, sequedan; mas para llevar un hijo o hermano, secargan y lo llevan a cuestas. Todoséstos acos-tumbran dejar sus mujeres cuando entre ellosno hay conformidad, y se tornan a casar conquien quieren; esto es entre los mancebos, maslos que tienen hijos permanescen con sus muje-res y no las dejan, y cuando en algunos pueblosriñen y traban cuestiones unos con otros, apu-ñéanse y apaléanse hasta que estén cansados, yentonces se desparten; algunas veces los des-parten mujeres, entrando entre ellos, que hom-bres no entran a despartirlos; y por ningunapasión que tengan no meten en ella arcos niflechas; y desque se han apuñeado y pasado sucuestión, toman sus casas y mujeres, y vanse a

vivir por los campos y apartados de los otros,hasta que se les pasa el enojo; y cuando ya estándesenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, yde ahí adelante son amigos como si ningunacosa hobiera pasado entre ellos, ni es menesterque nadie haga las amistades, porque de estamanera se hacen; y si los que riñen no son casa-dos, vanse a otros sus vecinos, y aunque seansus enemigos, los resciben bien y se huelganmucho con ellos, y les dan de lo que tienen; desuerte, que cuando es pasado el enojo, vuelvena su pueblo y vienen ricos. Toda es gente deguerra y tienen tanta astucia para guardarse desus enemigos comoternían si fuesen criados enItalia y en continua guerra. Cuando están enparte que sus enemigos los pueden ofender,asientan sus casas a la orilla del monte más ás-pero y de mayor espesura que por allí hallan, yjunto a él hacen un foso, y en éste duermen.Toda la gente de guerra está cubierta con leñamenuda, y hacen sus saeteras, y están tan cu-biertos y disimulados, que aunque estén cabe

ellos no los ven, y hacen un camino muy angos-to y entra hasta en medio del monte, y allíhacen lugar para que duerman las mujeres yniños, y cuando viene la noche encienden lum-bres en sus casas para que si hobiere espíascrean que estén en ellas, y antes del alba tornana encender los mismos fuegos; y si acaso losenemigos vienen a dar en las mismas casas, losque están en el foso salen a ellos y hacen desdelas trincheras mucho daño, sin que los de fueralos vean ni los puedan hallar; y cuando no haymontes en que ellos puedan de esta maneraesconderse y hacer sus celadas, asientan en lla-no en laparte que mejor les paresce y cércansede trincheras cubiertas de leña menuda y hacensus saeteras, con que flechan a los indios, y es-tos reparos hacenpara de noche. Estando yo conlos de aguenes, no estando avisados, vinieronsus enemigos a media noche y dieron en ellos ymataron tres y hirieron otros muchos; de suerteque huyeron de sus casas por el monte adelan-te, y desque sintieron que los otros se habían

ido, volvieron a ellas y recogieron todas lasflechas que los otros les habían echado, y lo másencubiertamente que pudieron los siguieron, yestuvieron aquella noche sobre sus casas sinque fuesen sentidos, y al cuarto del alba lesacometiron y les mataron cinco, sinotros mu-chos que fueron heridos, les hicieron huir ydejar sus casas y arcos, con toda su hacienda; yde ahí a poco tiempo vinieron las mujeres delos que se llamaban quevenes, y entendieronentre ellos y los hicieron amigos, aunque algu-nas veces ellas son principio de la guerra. Todasestas gentes, cuando tienen enemistades parti-culares, cuando no son de una famllia, se matande noche por asechanzas y usan unos con otrosgrandes crueldades.

CAPITULO XXV

Cómo los indios son prestos a un arma

Esta es la más presta gente para un arma decuantas yo he visto en el mundo, porque setemen de sus enemigos, toda la noche estándespiertos con sus arcos a par de sí y una doce-na de flechas; el que duerme tienta su arco, ysino le halla en cuerda le da la vuelta que hamenester. Salen muchas veces fuera de las casasbajados por el suelo, de arte que no pueden servistos, ymiran y atalayan por todas partes parasentir lo que hay; y si algo sienten, en un puntoson todos en el campo con sus arcos y flechas, yasí estan hasta el día, corriendo a unas partes yotras, donde ven que es menester o piensan quepueden estar sus enemigos. Cuando viene eldía tornan a aflojar susarcos hasta que salen acaza. Las cuerdas de los arcos son niervos devenados. La manera que tienen de pelear esabajados por el suelo, y mientras seflechan an-

dan hablando y saltando siempre de un cabopara otro, guardándosede las flechas de susenemigos, tanto, que en semejante parte pue-den rescebir muy poco daño de ballestas y ar-cabuces; antes los indios burlan de ellos, porqueestas armas no aprovechan para ellos en cam-pos llanos, adonde ellos andan sueltos; sonbue-nas para estrechos y lugares de agua; en todo lodemás, los caballos sonlos que han de sojuzgary lo que los indios universalmente temen.Quien contra ellos hobiere de pelear ha de estarmuy avisado que no le sientan flaqueza ni codi-cia de lo que tienen, y mientras durare la guerrahanlos de tratará muy mal; porque si temor lesconocen o alguna codicia, ella es gente que sa-ben conoscer tiempos en que vengarse y tomanesfuerzo del temor de los contrarios. Cuando sehan flechado en la guerra y gastado su muni-ción, vuélvense cada uno su camino, sin que losunos sigan a los otros, aunque los unos seanmuchos y los otros pocos, y ésta es costumbresuya. Muchas veces se pasan de parte a parte

con las flechas y no mueren de las heridas si notoca en las tripas o en el corazón; antes sananpresto. Ven y oyen más y tienen masagudo sen-tido que cuantos hombres yo creo que hay en elmundo. Son grandes sufridores de hambre y desed y de frío, como aquellos que están másacostumbrados y hechos a ello que otros. Estohe querido contar porque allende que todos loshombres desean saber las costumbres y ejerci-cios e los otros, los que algunas veces se vinie-ren a ver con ellos estén avisados de sus cos-tumbres yardides, que suelen no poco aprove-char en semejantes casos.

CAPITULO XXVI

De las naciones y lenguas

También quiero contar sus naciones y len-guas, que desde la isla de Mal Hado hasta losultimos hay. En la isla de Mal Hado hay doslenguas: a los que unos llaman de Caoques y a

los otros llaman de Han. En la Tierra Firme,enfrente de la isla, hay otros que se llaman deChorruco; y toman el nombre de los montesdonde vine. Adelante, en la costa del mar, habi-tan otros que se llaman Doguenes y enfrente deellos otros que tienen por nombre los de Men-dica. Más adelante, en la costa, estan los queve-nes, y enfrente de ellos, dentro en la Tierra Fir-me, los mariames; y yendo por la costa adelan-te, están otros que se llaman guaycones, y en-frente de éstos, dentro en la Tierra Firme, losiguaces. Cabo de éstos están otros que se lla-man atayos, y detras de éstos, otros, acubadaos,y de éstos hay muchos por esta vereda adelan-te. En la costa viven otros llamados quitoles, yenfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, losavavares. Con éstos se juntan los maliacones, yotros cutalchiches, y otros que se llaman suso-las, y otros que se llaman comos, y adelante enlacosta estén los camoles, y en la misma costaadelante, otros a quienes nosotros llamamos losde los higos. Todas estas gentes tienen habita-

ciones y pueblos y lenguas diversas. Entre éstoshay una lengua en que llaman a los hombrespor mira acá; arre acá; a los perros, xo; en todala tierra se emborachan con un humo, y dancuanto tienen por él. Beben también otra cosaque sacan de las hojas de los arboles, como deencina, y tuéstanla en unos botes alfuego, ydespués que la tienen tostada hinchan el botede agua, y asi lo tienen sobre el fuego, y cuandoha hervido dos veces, échanlo en una vasija yestán enfriándola con media calabaza, y cuandoestá con mucha espuma bébenlatan calientecuanto pueden sufrir, y desde que la sacan delbote hasta que la beben están dando voces, di-ciendo que quién quiere beber? Y cuando lasmujeres oyen estas voces luego se paran sinosarse mudar, y aunque esten muchocargadas,no osan hacer otra cosa, y si acaso alguna deellas se mueve, ladeshonran y la dan de palos, ycon muy gran enojo derraman el agua que tie-nen para beber, y la que han bebido la tornan alanzar, lo cual ellos hacen muy ligeramente y

sin pena alguna. La razón de la costumbre danellos, y dicen que si cuando ellos quieren beberaquella agua las mujeres se mueven de dondeles toma la voz, que en aquella agua se les meteen el cuerpo una cosa mala y que donde a pocoles hace morir, y todo el tiempo que el agua estácociendo ha de estar el bote atapado, y si acasoeste destapado y alguna mujerpasa, lo derra-man y no beben más de aquella agua; es amari-lla y están bebiéndola tres días sin comer, ycada día bebe cada uno arroba y media de ella,y cuando las mujeres están con su costumbre nobuscan de comer más de para sí solas, porqueninguna otra persona come de lo que ellastraen. En el tiempo que así estaba, entre éstos viuna diablura, y es que vi un hombre casadoconotro, y éstos son unos hombres amarionados,impotentes, y andan tapados como mujeres yhacen oficio de mujeres, y tiran arco y llevanmuy gran carga, entre éstos vimos muchos deellos así amarionados como digo, y son más

membrudos que los otros hombres y mas altos;sufren muy grandes cargas.

CAPITULO XXVII

De cómo nos mudamos y fuimos bien rescebidos

Después que nos partimos de los que deja-mos llorando, fuímonos con los otros a sus ca-sas, y de los que en ellas estaban fuimos bienrescebidos y trujeron sus hijos para que les to-cásemos las manos, y dábannos mucha harinade mezquiquez. Este mezquiquez es una frutaque cuando esté en el arbol es muy amarga, y esde la manera de algarrobas, y cómese con tierra,y con ella está dulce y bueno de comer. La ma-nera que tienen con ella es ésta: que hacen unhoyo en el suelo, de la hondura que cada unoquiere, y después de echada la fruta en estehoyo, con un palo tan gordo como la pierna yde braza y media en largo, la muelen hasta muymolida; y demás que se le pega de la tierradel

hoyo, traen otros puños y échanla en el hoyo ytornan otro rato a moler, y después échanla enuna vasija de manera de una espuerta, y échan-le tantaagua que basta a cubirla, de suerte quequede agua por cima, y el que la hamolidopruébala, y si le parece que no esté dulce, pidetierra y revuélvela con ella, y esto hace hastaque la halla dulce, y asiéntanse todos alrededory cada uno mete la mano y saca lo que puede, ylas pepitas de ella tornana echar sobre unoscueros y las cascaras; y el que lo ha molido lascoge y las torna a echar en aquella espuerta, yecha agua como de primero, y tornana exprimirel zumo y agua que de ello sale, y las pepitas ycascaras tornana poner en el cuero, y de estamanera hacen tres o cuatro veces cada moledu-ra; y los que en este banquete, que para ellos esmuy grande, se hallan, quedan las barrigasmuy grandes, de la tierra y agua que han bebi-do; y de esto nos hicieron los indios muy granfiesta, y hobo entre ellos muy grandes balles yareitos en tanto que allí estuvimos. Y cuando de

noche dormíamos, a lapuerta del rancho dondeestábamos nos velaban a cada uno de nosotrosseis hombres con gran cuidado, sin que nadienos osase entrar dentro hasta que el sol era sa-lido. Cuando nosotros nos quisimos partir deellos, llegaron allíunas mujeres de otros quevivían adelante; y informados de ellas dóndeestaban aquellas casas, nos partimos para allá,aunque ellos nos rogaron mucho que por aqueldía nos detuviésemos, porque las casas adondeíbamos estaban lejos, y no había camino paraellas, y que aquellas mujeres venían cansadas, ydescansando, otro día se irían con nosotros ynos guiarían, y ansi nos despedimos; y dende apoco las mujeres que habían venido, con otrasdel mismo pueblo. se fueron trásnosotros; mascomo por la tierra no había caminos, luego nosperdimos, y ansí anduvimos cuatro leguas, y alcabo de ellas llegamos a beber a un agua adon-de hallamos las mujeres que nos seguían, y nosdijeron el trabajo que habían pasado por alcan-zarnos. Partimos de allí llevándolas por guía, y

pasamosun río cuando ya vino la tarde que nosdaba el agua a los pechos; sería tanancho comoel de Sevilla, y corría muy mucho, y a puestadel sol llegamos acien casas de indios; y antesque llegásemos salió toda la gente que en ellashabía a recebirnos con tanta grita que era es-panto; y dando en los muslos grandes palma-das; traían las calabazas horadadas, con piedrasdentro, que es la cosa de mayor fiesta, y no lassacan sino a ballar o para curar, ni las osa nadietomar sino ellos; y dicen que aquellas calabazastienen virtud y que vienen del cielo, porque poraquella tierra no las hay, ni sabendónde lashaya, sino que las traen los ríos cuando vienende avenida. Era tanto el miedo y turbación queéstos tenían, que por llegar más prestos losunos que los otros a tocarnos, nos apretarontanto que por poco nos hobierande matar; y sindejarnos poner los pies en el suelo nos llevarona sus casas, y tantos cargaban sobre nosotros yde tal manera nos apretaban, que nos metimosen las casas que nos tenían hechas, y nosotros

no consentimos en ninguna manera que aquellanoche hiciesen más fiesta con nosotros. Todaaquellanoche pasaron entre sí en areitos y ba-lles, y otro día de mañana nos trajeron toda lagente de aquel pueblo para que los tocásemos ysantiguásemos, como habíamos hecho alosotros con quien habíamos estado. Y después deesto hecho dieron muchasflechas a las mujeresdel otro pueblo que habían venido con las su-yas. Otro día partimos de allí y toda la gente delpueblo fue con nosotros, y como llegamos aotros indios, fuimos bien recebidos, como de lospasados; y ansí nos dieron de lo que tenían ylos venados que aquel día habían muerto; yentre éstos vimos una nueva costumbre, y esque los que venían a curarse, los que con noso-tros estaban les tomaban el arco y las flechas; yzapatos y cuentas, si las traían, y después dehaberlas tomado nos las traían delante de noso-tros para que los curásemos; y curados. se ibanmuy contentos, diciendo que estaban sanos. Asinos partimos de aquéllos y nos fuimos a otros,

de quien fuimos muy bien recebidos, y nos tra-jeron sus enfermos, que santiguándolosdecíanque estaban sanos; y el que no sanaba creía quepodíamos sanarle, y con lo que los otros quecurábamos les decían, hacían tantas alegrías yballes que nonos dejaban dormir.

CAPITULO XXVIII

De otra nueva costumbre

Partidos de éstos, fuimos a otras muchas ca-sas, y desde aquí comenzo otra nueva costum-bre, y es que, rescibiendonos muy bien, que losque iban con nosotros los comenzaron a hacertanto mal, que les tomaban las haciendas y lessaqueaban las casas, sin que otra cosa ningunales dejasen; de esto nos pesómucho, por ver elmal tratamiento que a aquellos que tan bien nosrescebíanse hacía, y tambien porque temíamosque aquello sería o causaría alguna alteración yescándalo entre ellos; mas como no éramos par-

te para remediarlo nipara osar castigar, los queesto hacían y hobimos por entonces de sufrir,hasta que mas autoridad entre ellos tuviésemos;y también los indios mismos que perdían lahacienda, conosciendo nuestra tristeza, nosconsolaron, diciendo que de aquello no resci-biésemos pena; que ellos estaban tan contentosde habernos visto, que daban por bien emplea-das sus haciendas, y que adelante serían paga-dos de otros que estaban muy ricos. Por todoeste cémino teníamosmuy gran trabajo, por lamucha gente que nos seguía, y no podíamoshuir de ella, aunque lo procurabamos, porqueera muy grande la priesa que tenían por llegar atocarnos; y era tanta la importunidad de ellossobre esto, que pasaban tres horas que no po-díamos acabar con ellos que nos dejasen. Otrodía nostrajeron toda la gente del pueblo, y lamayor parte de ellos son tuertos denubes, yotros de ellos son ciegos de ellas mismas, deque estabamos espantados. Son muy bien dis-puestos y de muy buenos gestos, más blancos

que otrosningunos de cuantos hasta allíhaba-mos visto. Aqui empezamos a ver sierra , y pa-rescía que venían seguidas de hacía el mar delNorte; y asi, por la relación que los indios deesto nos dieron, creemos que estan quince le-guas dela mar. De aquí partimos con estos indi-os hacía estas sierras que decimos,y lleváronmepor donde estaban unos parientes suyos, por-que ellos no nos querían elevar sino por dohabitaban sus parientes, y no querían que susenemigos alcanzasen tanto bien, como les pa-rescía que era vernos. Y cuando fuimos llega-dos, los que con nosotros iban saquearon a losotros; y como sabían la costumbre, primero quellegásemos escondieron algurias cosas; y des-pués que nos hobieron rescebido con muchafiesta y alegría, sacaron lo que habían escondi-do y viniéronnoslo a presentar, y esto era cuen-tas y almagra y algunas taleguillas de plata.Nosotros, segun la costumbre, dímoslo luego alos indios que con nos venían, y cuando nos lohobieron dado, comenzaron sus balles y fiestas,

y envíaron llamar otros de otro pueblo que es-taba cerca de allí, para que nos viniesen a ver, ya la tarde vinieron todos, y nos trajeron cuentasy arcos, y otras cosillas, que también reparti-mos; y otro día, queriéndonnos partir, toda lagente nos quería llevar a otros amigos suyosque estaban en la punta de las sierras, y decíanque allí había muchas cosas y gente, y que nosdarían muchas cosas; mas por ser fuera denuestro camino no quesimos ir a ellos, y toma-mos por lo llano cerca de las sierras, las cualescreíamos que no estaban lejos de la costa. Todala gente de ella es muy mala, y teníamos pormejor de atravesar la tierra, porque la gente queesta más metida adentro es mas bien acondi-cionada, y tratabannos mejor, y teníamos porcierto que hallaríamos la tierra mas poblada yde mejores mantenimientos. Lo ultimo, hacía-mos esto porque, atravesando la tierra, víamosmuchas particularidades de ella; porque si Diosnuestro Señor fuese servido de sacar alguno denosotros, y traerlo a tierra de cristianos, pudiese

dar nuevas y relacion de ella. Y como los indiosvieron que estábamos determinados de no irpor donde ellos nosencaminaban, dijeronnosque por donde nos queríamos ir no había gente,ni tunas ni otra cosa alguna que comer; y rogá-ronnos que estuviésemos allí aqueldía, y ansi lohecimos. Luego ello envíaron dos indios paraque buscasen gente por aquel camino que que-ríamos ir; y otro día nos partimos, llevando connosotros muchos de ellos, y las mujeres ibancargadas de agua, y era tan grande entre ellosnuestra autoridad, que ninguno osaba beber sinnuestra licencia. Dos leguas de allí topamos losindios que habían ido a buscar la gente, y dije-ron que no la hallaban; de lo que los indiosmostraron pesar, y tornaronnosa rogar que nosfuésemos por la tierra. No lo quisimos hacer, yellos, como vieron nuestra voluntad, aunquecon mucha tristeza, se despidieron de nosotros,y se volvieron el rio abajo a sus casas, y noso-tros caminamos por el río arriba, y desde a unpoco topamos dos mujeres cargadas, que como

nos vieron pararon y descargáronse, y trajéron-nos de los que llevaban, que era harina de maíz,y nos dijeron que adelante en aquel rio halla-ríamos casas y muchas tunas y de aquella hari-na; y ansí nos despedimos de ellas, porque ibana los otros donde habíamos partido, y anduvi-mos hasta puesta del sol, y llegamos a un pue-blo de hasta de veinte casas, adonde nos rece-bieron llorando y congrande tristeza, porquesabían ya que adonde quiera que llegábamoseran todos saqueados y robados de los que nosacompañaban, y como nos vieron solos, perdie-ran el miedo, y diéronnos unas tunas, y no otracosa ninguna. Estuvimos allí aquella noche, y alalba los indios que nos habían dejado el díapasado dieron en sus casas, y como los tomarondescuidados y seguros, tomaronles cuanto tení-an,sin que tuviesen lugar donde asconder nin-guna cosa; de que ellos lloraron mucho; y losrobadores, para consolarles, les decían queeramos hijos del sol, y que teníamos poder parasanar los enfermos y para matarlos, y otras

mentiras aún mayores que estas, como ellos lassaben mejor hacer cuando sienten que les con-viene; y dijéronles que nos llevasen con muchoacatamiento, y tuviesen cuidado de no enojar-nos en ninguna cosa, y que nos diesen todocuanto tenían, y procurasen de llevarnos dondehabía mucha gente, y que donde llegasemosrobasen ellos y saqueasen lo que los otros tení-an, porque asi era costumbre.

CAPITULO XXIX

De como se robaban los unos a los otros

Después de haberlos informado y señaladobien lo que habían de hacer, se volvieron, y nosdejaron con aquéllos; los cuales, teniendo en lamemoria lo que los otros les habín dicho, noscomenzaron a tratar con aquel mismo temoryreverencia que los otros, y fuimos con ellos tresjornadas y lleváronnos adonde había muchagente; y antes que llegásemos a ellos avisaron

como íbamos, y dijeron de nosotros todo lo quelos otros les habían enseñado, y añadieron mu-cho más, porque toda esta gente de indios songrandes amigos de novelas y muy mentirosos,mayormente donde pretende algun interés. Ycuando llegamos cerca de las casas, salió toda lagente a recebirnos con mucho placer y fiesta, yentre otras cosas, dos físicos de ellos nos dierondos calabazas, y de aquí comenzamos a llevarcalabazas con nosotros, y añadimos a nues-traautoridad esta cerimonia, que para ellos esmuy grande. Los que nos habíanacompañadosaquearon las casas; mas, como eran muchas yellos pocos, no pudieron llevar todo cuantotomaron, y más de la mitad dejaron perdido; yde aquí por la halda de la sierra nos fuimosmetiendo por la tierra adentro más de cincuen-taleguas, y al cabo de ellas hallamos cuarentacasas, y entre otras cosas quenos dieron, hoboAndrés Dorantes un cascabel gordo, grande, decobre, y en él figurado un rostro, y esto mostra-ban ellos, que lo tenían en mucho, y lesdijeron

que lo habían habido de otros sus vecinos; ypreguntándoles que dónde habían habido aque-llo, dijéronlo que lo habían traído de hacia elNorte, y que allí había mucho, era tenido engrande estima; y entendimos que do quiera queaquella había venido, había fundición y se la-braba de vaciado, y conesto nos partimos otrodía, y atravesamos una sierra de siete leguas, ylaspiedras de ellas eran de escorias de hierro; ya la noche llegamos a muchascasas que estabanasentadas a la ribera de un muy hermoso río, ylos señores de ellas salieron a medio caminorecebirnos con sus hijos a cuestas, y nosdieronmuchas taleguillas de margarita y de alcoholmolido, con esto se untan ellos la cara; y dieronmuchas cuentas, y muchas mantas de vacas, ycargaron a todos los que venían con nosotros detodo cuanto ellos tenían. Comían tunas y piño-nes; hay por a Quella tierra pinos chicos, y laspiñas de ellos son como huevos pequeños, maslos piñones son mejores que los de Castilla,porque tienenlas cascaras muy delgadas; y

cuando están verdes, muélenlos y hacenlos pe-llas, y ansí los comen; y si estén secos, los mue-len con cáscaras, y los comenhechos polvos. Ylos que por allí nos recebían, desque nos habíantocado, volvían corriendo hasta sus casas, yluego daban vuelta a nosotros, y no cesaban decorrer, yendo y viniendo. De esta manera traí-amos muchas cosas parael camino. Aquí metrajeron un hombre, y me dijeron que habíamucho tiempoque le habían herido con unaflecha por la espalda derecha, y tenía la puntade la flecha sobre el corazón; decía que le dabamucha pena, y que por aquella causa siempreestaba enfermo. Yo le toqué, y sentí la punta dela flecha, y ví que la tenía atravesada por la ter-nilla, y con un cuchillo que tenía, le abrí el pe-cho hasta aquel lugar, y vi que tenía la puntaatravesada, y estaba muy mala de sacar; torné acortar mas, y metí la punta del cuchillo, y congran trabajo en fin la saqué. Era muy larga, ycon un hueso de venado, usandode mi oficio demedicina, le di dos puntos; y dados, se me de-

sangraba, y con raspa de un cuero le estanquéla sangre; y cuando hube sacado la punta, pi-diéronmela, y yo se la di, y el pueblo todo vinoa verla, y la envíaron por la tierra adentro, paraque la viesen los que allí estaban, y por estohicieron muchos balles y fiestas, como ellossuelen hacer; y otro día le corté los dos puntosal indio, y estaba sano; y no parescía la heridaque le había hecho sino como una raya de lapalma de la mano, y dijo que no sentía dolor nipena alguna; y esta cura nos dio entre ellos tan-to crédito por toda la tierra, cuanto ellos podíany sabían estimar y encarescer. Mostrémoslesaquel cascabel que traímos, y dijéronnos que enaquel lugar de donde aquél había venido habíamuchas planchas de aquellos enterradas, y queaquello era cosa que ellos tenían en mucho; yhabía casas de asiento, y esto creemos nosotrosque es la mar del Sur, que siempre tuvimosnoticia que aquella mar es más rica que la delNorte. De éstos nos partimos y anduvimos portantas suertes de gentes y de tan diversas len-

guas, que no basta memoria a poderlas contar,y siempre saqueaban los unos a los otros; y asílos que perdían como los que ganaban, queda-ban muy contentos. Llevábamos tanta compa-ñía, que en ninguna manera podíamosvalernoscon ellos. Por aquellos valles donde ibamos,cada uno de ellos llevaba un garrote tan largocomo tres palmos, y todos iban en ala; y en sal-tando alguna liebre (que por allí había hartas),cercábanlas luego, y caían tantos garrotes sobreella, que era cosa de maravilla, y de esta manerala hacían andar de unos para otros, que a mi verera la mas hermosa caza que se podía pen-sar,porque muchas veces ellas se venían hastalas manos; y cuando a la noche parábamos,eran tantas las que nos habían dado, que traíacada uno de nosotrosocho o diez cargas deellas; y los que traían arcos no parescían delantedenosotros, antes se apartaban por la sierrabuscar venados; a la noche cuando venían traí-an para cada uno de nosotros cinco o seis vena-dos, y pájaros y codornices, y otras cazas; fi-

nalmente, todo cuanto aquella gente hallaban ymataban nos lo ponían delante, sin que ellososasen tomar ninguna cosa, aunque muriesende hambre; que asi lo tenían ya por costumbredespués que andaban con nosotros, y sin queprimero lo santiguásemos; y las mujeres traíanmuchas esteras, de que ellos nos hacían casas,para cada uno la suya aparte, y con toda sugente conoscida; y cuando esto era hecho, an-dábamos que asasen aquellos venados y liebres,y todo lo que habían tomado; y esto también sehacía muy presto en unos hornos que para estoellos hacían; y de todo ello nosotros tomábamosun poco, y lo otro dábamos al principal de lagente que con nosotros venía, mandándole quelo repartiese entre todos. Cada uno con la parteque le cabía venían a nosotros para que la so-plásemos y santiguásemos, que de otra manerano osaran comer de ella; y muchas veces traía-mos con nosotros tres o cuatro mll personas. Yera tan grande nuestro trabajo, que a cada unohabíamos de soplar y santiguar lo que habían

de comer y beber, y para otras muchascosas quequerían hacer nos venían a pedir licencia, deque se puede ver que tanta importunidad res-cebíamos. Las mujeres nos traían las tunas yarañasy gusanos, y lo que podían haber; porqueaunque se muriesen de hambre, ninguna cosahabían de comer sin que nosotros la diésemos.E yendo con estos, pasamos un gran río, quevenía del norte; y pasados unos llanos de trein-ta leguas, hallamos mucha gente que lejos deallí venían a recebirnos, salían al camino pordonde habíamos de ir, y nos recebieron de lamanera de los pasados.

CAPITULO XXX

De cómo se mudó la costumbre del recebirnos

Desde aquí hobo otra manera de recebirnos,en cuanto toca al saquearse, porque los quesalían de los caminos a traernos alguna cosa alos que nosotrosvenían no los robaban: mas

después de entrados en sus casas, ellos mismosnos ofrescían cuanto tenían, y las casas conellos; nosotros las dábamos a los principales,para que entre ellos las partiesen, y siempre losque quedaban despojados nos seguían, de don-de crescía mucha gente para satisfacerse de supérdida; y decíanles que se guardasen y no es-condiesen cosa alguna de cuantas tenían, por-que no podía ser sin que nosotros lo supiése-mos, y haríamos luego que todos muriesen,porque el sol nos lo decía. Tan grandes eran lostemores que les ponían, que los primeros díasque con nosotros estaban, nuncaestaban sinotemblando y sin osar hablar ni alzar los ojos alcielo. Estos nos guiaron por más de cincuentaleguas de despoblado de muy ásperas sierras, ypor ser tan secas no había caza en ellas, y poresto pasamos mucha hambre, y al cabo un ríomuy grande, que el agua nos daba hasta lospechos; y desde aquí nos comenzó mucha de lagente que traíamos a adolescer de la muchahambre y trabajo que por aquellas sierras habí-

an pasado, que por extremo eran agras y traba-josas. Estos mismos nos llevaron a unos llanosal cabo de las sierras, donde venían a recebirnosde muy lejos de allí, y nos recebieron como lospasados, ydieron tanta hacienda a los que connosotros venían, que por no poderla llevar deja-ron la mitad; y dijimos a los indios que lo habí-an dado que lo tornasen a tomar y lo llevasen,porque no quedase allí perdido; y respondieronque en ninguna manera lo harían, porque noera su costumbre, después de haber una vezofrecido, tornarlo a tomar; y así, no lo teniendoen nada, lo dejaron todo perder. A éstos dijimosque queríamos ir a la puesta del sol, y ellos res-pondiéronnos que por allí estaba la gente muylejos, y nosotros les mandábamos que enviasena hacerles saber cómo nosotros íbamos allá, yde esto se excusaron lo mejor que ellos podían,porque ellos eran sus enemigos, y no queríanque fuésemos a ellos; mas no osaron hacer otracosa; y así, envíaron dos mujeres una suya, yotra que de ellos tenían captiva; y envíaron és-

tas porque las mujeres pueden contratar aun-que haya guerra; y nosotros las seguimos, yparamos en un lugar donde estaba concertadoque las esperásemos; mas ellas tardaron cincodías; y los indios decían que no debían de hallargente. Dijímoslesque nos llevasen hacía el Nor-te; respondieron de la misma manera, diciendoque por allí no había gente sino muy lejos y queno había qué comer ni se hallaba agua; y contodo esto, nosotros porfiamos y dijimos que porallí queríamos ir, y ellos todavía se excusabande la mejor manera que podían y por esto nosenojamos, y yo me salí una noche a dormir en elcampo, apartado de ellos; mas luego fuerondonde yo estaba y toda la noche estuvieron sindormir y con mucho miedo y habléndome ydiciéndome cuan atemorizados estaban, rogán-donos que no estuviésemos más enojados, yque aunque ellos supiesen morir en el camino,nos llevarían por donde nosotros quisiésemosir; y como nosotros todavíafingíamos estar eno-jados y porque su miedo no se quitase, suscedió

una cosaextraña, y fue que este día mesmo ado-lescieron muchos de ellos, y otro día siguientemurieron ocho hombres. Por toda la tierra don-de esto se supo hobieron tanto miedo de noso-tros, que parescía en vernos que de temor habí-an de morir. Rogáronnos que no estuviésemosenojados, ni quisiésemos que más de ellos mu-rieren, y traían por muy cierto que nosotros losmatabamos con solamente quererlo; y a la ver-dad, nosotros recebíamos tanta pena de esto,que no podía ser mayor; porque, allende de verlos que morían, temíamos que no muriesen to-dos o nos dejasen solos, de miedo, y todas lasotras gentes de ahí adelante hiciesen lo mismo,viendo lo que a éstos había acontecido. roga-mos a Dios Nuestro Señor que lo remediase; yansí, comenzaron a sanar todos aquellos quehabían enfermado, y vimos una cosa que fue degrande admiración: que los padres yhermanosy mujeres de los que murieron, de verlos enaquel estado tenían gran pena; y después demuerto, ningún sentimiento hicieron, ni los

vimos llorar, ni hablar unos con otros, ni hacerotra ninguna muestra, ni osaban llegar a ellos,hasta que nosotros los mandábamos llevar aenterrar, y más de quince días que con aquéllosestuvimos, a ninguno vimos hablar uno conotro, nilos vimos reir ni llorar a ninguna criatu-ra; antes, porque uno llora, la llevaron muylejos de allí, y con unos dientes de ratón agudosla sajaron desde los hombros hasta casi todaslas piernas. E yo, viendo esta crueldad y enoja-do de ello, les pregunté que por qué lo hacían,respondieronme que para castigarla porquehabía llorado delante de mi. Todos estos temo-res que ellostenían ponían a todos los otros quenuevamente venían a conoscernos, a fin quenos diesen todo cuanto tenían, porque sabíanque nosotros no tomabamos nada, y lo había-mos de dar todo a ellos. Esta fue la mas obe-diente gente que hallamos por esta tierra, y demejor condición; y comúnmente son muy dis-puestos. Convalescidos los dolientes, y ya quehabía tres días que estábamos allí, llegaron las

mujeres que habíamos envíado, diciendo quehabían hallados muy poca gente, y que todoshabían ido a las vacas, que era en tiempo deellas; y mandamos a los que habían estado en-fermos que se quedasen, y los que estuviesenbuenos fuesen con nosotros, y que dos jornadasde allí, aquellas mismas dos mujeres irían condos de nosotros a sacar gente y traerla al cami-no para que nos recebiesen; y con esto, otro díade mañana todos los que más resciosestabanpartieron con nosotros, y a tres jornadas para-mos, y el siguiente día partió Alonso del Casti-llo con Estebanico el negro, llevando por guíalasdos mujeres; y la que de ellas era captiva losllevó a un río que corría entre unas sierras don-de estaba un pueblo en que su padre vivía, yéstas fueron las primeras casas que vimos queestuviesen parescer y manera de ello. Aquí lle-garon Castillo y Estebanico adonde nos habíadejado, y trajo cinco o seis de aquellos indios, ydijo cómo había hallado casas de gente y deasiento, y que aquella gente comía frisoles y

calabazas, y que había visto maiz. Esta fue lacosa del mundo que mas nos alegró, y por ellodimos infinitas gracias a nuestro Señor; y dijoque el negro vernía con toda la gente de lascasas a esperar al camino, cerca de allí; y poresta causa partimos; y andada legua y media,topamos con el negro y la gente que venían arecebirnos, y nos dieron frisoles y muchas cala-bazas para comer y para traer agua, y mantasde vacas, y otras cosas. Y como estas gentes ylas que con nosotros venían eran enemigos y nose entendían, partimos de los primeros, dándo-les lo que nos habían dado, y fuimonos conéstos; y a seis leguas de allí, ya que venía lanoche, llegamos a sus casas, donde hicieronmuchas fiestas con nosotros. Aqui estuvimosun día, y el siguiente nos partimos, y llevándos-los con nosotros a otras casas de asiento, dondecomían lo mismo que ellos; y de ahí adelantehobo otro nuevo uso: que los que sabían denuestra ida no salían a recebirnos a los caminos,comolos otros hacían; antes los hallábamos en

sus casas, y tenían hechas otras para nosotros, yestaban todos asentados, y todos tenían vueltaslas caras hacia la pared y las cabezas bajas y loscabellos puestos delante de los ojos, y suhacienda puesta en montón en medio de la ca-sa; y de aquí adelante comenzaron a darnosmuchas mantas de cueros, y no tenían cosa queno nos diesen. Es la gente de mejores cuerposque vimos y de mayor viveza y habllidad y quemejor nos entendían y respondían en lo quepreguntábamos; y llamémosles de las Vacas,porque la mayor parte que de ellas mueren escerca de allí, y porque aquel río arriba más decincuenta leguas, van matando muchas de ellas.Esta gente andan del todo desnudos, a la mane-ra de los primeros que hallamos. Las mujeresandan cubiertas con unos cueros de venado, yalgunos pocos de hombres, señaladamente losque son viejos, que no sirven para la guerra.Estierra muy poblada. Preguntámosle cómo nosembraban maíz; respondiéronnos que lo hací-an por no perder lo que sembrasen, porque dos

años arreo les hablan faltado las aguas, y habíasido el tiempo tan seco, que a todos les habíanperdido los maíces los topos y que no osaríantornar a sembrar sin que primero hobiese llovi-do mucho; y rogábannos que dijésemos al cieloque lloviesey se lo rogásemos, y nosotros se loprometimos de hacerlo ansi. También nosotrosquesimos saber de dónde habían traído aquelmaíz, y ellos nos dijeronque de donde el sol seponía, y que lo había por toda aquella tierra;mas que lo más cerca de allí era por aquel ca-mino. Preguntámosles por dónde iríamos bien,y que nos informasen del camino, porque noquerían ir allá; dijéronnos que el camino era poraquel rio arriba hacía el Norte, y que en diez ysiete jornadas no hallaríamos otra cosa ningunaque comer, sino una fruta que llaman chacan,yque la machucan entre unas piedras si aún des-pués de hecha esta dlligencia no se puede co-mer, de éspera y seca; y así era la verdad, por-que allí nos lo mostraron y no lo podimos co-mer, y dijéronnos también que entretanto que

nosotros fuésemos por el rio arriba, iríamossiempre por gente que eran sus enemigos yhablaban su misma lengua, y que no tenían quedarnos cosas a comer; mas que nos recebiríande muy buena voluntad, y que nos darían mu-chas mantas de algodón y cueros y otras cosasde las que ellos tenían; mas que todavía les pa-rescía que en ninguna manera no debíamostomar aquel camino. Dudando lo que haríamos,y cuál camino tomaríamos que más a nuestropropósito y provecho fuese, nosotros nos detu-vimos con ellos dos días. Dábannos a comerfrisoles y calabazas; la manera de cocerlas es tannueva, que por ser tal, yo la quise aquí poner,para que se vea y se conozca cuán diversos yextrañosson los ingenios y industrias de loshombres humanos. Ellos no alcanzan ollas, ypara cocer lo que ellos quieren comer, hinchenmedia calabaza grande de agua, y en el fuegoechan muchas piedras de las que más facllmen-te ellos pueden encender, ytoman el fuego; ycuando ven que estan ardiendo tómanlas con

unas tenazas de palo, y échanlas en aquellaagua que esta en la calabaza, hasta que la hacenhervir con el fuego que las piedras llevan, ycuando ven que el agua hierve, echan en ella loque han de cocer, y en todo este tiempo nohacen sino sacar unas piedras y echar otras ar-diendo para que el agua hierva, para cocerloque quieren, y así lo cuecen.

CAPITULO XXXI

De cómo seguimos el camino del maiz

Pasados dos días que allí estuvimos, deter-minamos de ir a buscar el maíz, y no quesimosseguir el camino de las Vacas, porque es hacíael Norte, y esto era para nostros muy gran ro-deo, porque siempre tuvimos por cierto queyendo la puesta del sol habíamos de hallar loque deseábamos; y ansí, seguimos nuestro ca-mino, y atravesamos toda la tierra hasta salir ala mar del Sur; yno bastó a estorbarnos esto el

temor que nos ponían de la mucha hambre quehabíamos de pasar, como a la verdad la pasa-mos, por todas las diez y siete jornadas que noshabían dicho. Por todas ellas el río arriba nosdieron muchas mantas de vacas, y no comimosde aquella su fruta; mas nuestro mantenimientoera cada día tanto como una mano de unto devenado, que para estas necesidades procurá-bamos siempre de guardar, y ansí pasamostodas las diez y siete jornadas y al cabo de ellasatravesamos el río, y caminamos otras diez ysiete. A la puesta del sol, por unos llanos, y en-tre unas sierras muy grandes que allí se hacen,allí hallamos una gente que la tercera parte delaño no comen sino unos polvos de paja; y porser aquel tiempo cuando nosotros por allícami-namos, hebímoslo también de comer hasta que,acabados estas jornadas, hallamos casas deasiento, adonde había mucho maíz allagado, yde ello y de su harina nos dieron mucha canti-dad, y de calabazas y frisoles y mantas de algo-dón, y de todo cargamos a los que allí nos habí-

an traído, y con esto se volvieron los más con-tentos del mundo. Nosotros dimos muchas gra-cias a Dios nuestro señor por habernos traídoallí, donde habíamos hallado tanto manteni-miento. Entre estas casas había algunas de ellasque eran de tierra, y las otras todas son de este-ra de cañas; y de aquí pasamos más de cienleguas de tierra, y siempre hallamos casas deasiento, y mucho mantenimiento de maíz, yfrisoles y dábannos muchos venados y muchasmantas de algodón, mejores que las de la Nue-va España. Dábannos también muchas cuentasy de unos corales que hay en la mar del Surmuchas turquesas muy buenas que tienen dehacía el Norte; y finalmente, dieronaquí todocuanto tenían, y a mí me dieron cinco esmeral-das hechas puntas deflechas, y con estas flechashacen ellos sus areitos y balles; y paresciéndo-me a mí que eran muy buenas, les pregunté quedónde las habían habido, y dijeron que las traí-an de unas sierras muy altas que están hacia elNorte, y las compraban a trueco de penachos y

plumas de papagayos, y decían que había allípueblos de mucha gente y casas muy grandes.Entre éstos vimos las mujeres mas honestamen-te tratadas que a ninguna parte de Indias quehobiésemos visto. Traen unas camisas de algo-dón, que llegan hasta las rodillas, y unas me-dias mangas encima dellas, de unas faldillas decuero de venado sin pelo, que tocan en el suelo,y enjabónanlas con unas raíces que alimpianmucho, y ansí las tienen muy bien tratadas; sonabiertas por delante, y cerradas con unas co-rreas; andan calzados con zapatos. Toda estagente venía a nosotros a que los tocásemos ysantiguásemos; y eran en esto tan importunos,que con gran trabajo lo sufríamos, porque do-lientes y sanos, todos querían ir santigua-dos.Acontescía muchas veces que de las muje-res que con nosotros iban parían algunas, yluego en nasciendo nos traían la criatura a quela santiguásemos y tocásemos. Acompañában-nos siempre hasta darnos entregados a otros, yentre todas estas gentes se tenía por muy cierto

que veníamos del cielo. Entretanto que con és-tos anduvimos caminamos todo el día sin co-mer hasta la noche, y comíamos tan poco, queellos se espantaban de verlo. Nunca nos sintie-ron cansancio, y a la verdad nosotros estába-mos tan hechos al trabajo, que tampocolo sen-timos. Tenfamos con ellos mucha autoridad ygravedad, y para conservar esto les hablábamospocas veces. El negro les hablaba siempre; seinformaba de los caminos que queríamos ir ylos pueblos que había y de las cosas que que-ríamos saber. Pasamos por gran número y di-versidades de lenguas; con todas ellas Diosnuestro señor nos favoreció, porque siemprenos entendieron y les entendimos; y ansi, pre-guntábamos y respondían por señas, como siellos hablaran nuestra lengua y nosotros la su-ya; porque, aunque sabíamos seis lenguas, nonos podíamos en todas partes aprovechar deellas, porque hallamos más de mll diferencias.Por todas estas tierras, los que tenían guerrascon los otros se hacían luego amigos para ve-

nirnos a recebir y traernos todo cuanto tenían, yde esta manera dejamos toda la tierra en paz, ydijímosles, por las señas porque nos entendían,que en el cielo había un hombre que llamaba-mos Dios, el cual había criado el Cielo y la Tie-rra, y que Este adorábamos nosotros y teníamospor Señor, y que hacíamos lo que nos mandaba,y que de su manovenían todas las cosas buenas,y que si ansí ellos lo hiciesen, les iría muy biende ello; y tan grande aparejo hallamos en ellosque si lengua hobiera con queperfectamentenos entendiéramos, todos los dejáramos cristia-nos. Esto les dimos a entender lo mejor quepodimos, y de ahí adelante, cuando él sol salía,con muy gran grita abrían las manos juntas alcielo, y después las traíanpor todo su cuerpo, yotro tanto hacían cuando se ponía. Es gentebien acondicionada y aprovechada para seguircualquiera cosa bien aparejada.

CAPITULO XXXII

De cómo nos dieron los corazones de los venados

En el pueblo donde nos dieron las esmeral-das dieron a Dorantes más de seiscientos cora-zones de venados, abiertos, de que ellos tienensiempre mucha abundancia para su manteni-miento, y por esto le pusimos nombre el pueblode los Corazones, y por él es la entrada paramuchas provincias que están a la mar del Sur; ysi los que la fueren a buscar por aquí no entra-ren, se perderán, porque la costa no tiene maíz,y comen polvo de bledo y de paja y de pescado,que toman en la mar con bolsas, porque no al-canzan canoas. Las mujeres cubren sus ver-güenzas con yerba y paja. Es gente muy apoca-da y triste. Creemos que cerca de la costa por lavía de aquellos pueblos que nosotros trujimos,hay más de mll leguas de tierra poblada, y tie-nen mucho mantenimiento, porque siembrantres veces en el año frisoles y maíz. Hay tres

maneras de venados: los de la una de ellas sontamaños como novillos de Castilla; hay casas deasiento, que llaman buhíos, y tienen yerba, yesto es de unos árboles al tamaño de manzanos,y no es menester más de coger la fruta y untarla flecha con ella; y si no tienen fruta, quiebranuna rama; y con la leche que tienen hacen lomesmo. Hay muchos de estos arboles que sonponzoñosos, que si majan las hojas de él y laslavan en alguna agua allegada, todos venados ycualquier otros animales que de ella beben re-vientan luego. En este pueblo estuvimos tresdías, y a una jornada de allí estaba otro en elcual tomaron tantas aguas, que porque un ríocresció mucho, no lo podimos pasar, y nos de-tuvimos allí quince días. En este tiempo, Casti-llo vio al cuello de un indio una hebilleta detalabarte de espada, y en ella cosido un clavo deherrar; tomósela y preguntémosle qué cosa eraaquélla y dijéronnos que habían venido del cie-lo. Preguntémosle mas, que quién la había traí-do de allá, y respondieron que unos hombres

que traían barbas como nosotros, que habíanvenidodel cielo y llegado a aquel río, y que traí-an caballos y lanzas y espadas, y que habíanalanceado dos de ellos; y lo mas disimulada-mente que podíamos les preguntamos qué sehabían hecho aquéllos hombres, y respondié-ronnos que se habían ido a la mar, y que metie-ron sus lanzas por debajo del agua, y que ellosse habían también metido por debajo, y quedespués los vieron ir por cima hacia la puestadel sol. Nosotros dimos muchas gracias a Diosnuestro Señor por aquello que oímos, porqueestábamos desconfiados de saber nuevas decristianos; y, por otra parte, nos vimos en granconfusión y tristeza, creyendo que aquella gen-te no sería sino algunos que habían venido porla mar a descubrir; mas al fin, como tuvimostan cierta nueva de ellos, dímonos más priesa anuestro camino, y siempre hallábamos masnueva de cristianos, y nosotros les decíamosque los íbamos a buscar para decirles que no losmatasen ni tomasen por esclavos, ni los sacasen

de sus tierras, ni les hiciesen otro mal ninguno,y de esto ellos holgaban mucho. Anduvimosmucha tierra, y toda la hallamos despoblada,porque los moradores de ella andaban huyendopor las sierras, sin osar tener casas ni labrar, pormiedo de los cristianos. Fue cosa de que tuvi-mos muy gran lástima, viendo la tierra muyfértil, y muy hermosa y muyllena de aguas y deríos, y ver los lugares despoblados y quemados,y la gente tan flaca y enferma, huída y escondi-da toda, y como no sembraban, con tanta ham-bre, se mantenían con corteza de árboles y raí-ces. De esta hambre a nosotros alcanzaba parteen todo este camino, porque mal nos podíanellos proveer estando tan desventurados, queparescía que se querían morir. Trujéronnosmantas de las que habían escondido por loscristianos y diéronnoslas, yaún contáronnoscómo otras veces habían entrado los cristianospor la tierra, y habían destruido y quemado lospueblos, y llevado la mitad de los hombres ytodas las mujeres y muchachos, y que los que

de sus manos se habían podido escapar anda-ban huyendo. Como los víamos tan atemoriza-dos, sin osar parar en ninguna parte, y que niquerían ni podían sembrar ni labrar la tierra,antes estaban determinados de dejarse morir, yque esto tenían por mejor que esperar y ser tra-tados con tanta crueldad como hasta allí, y mos-traban grandísimo placer con nosotros, aunquetemimos que, llegados a los que tenían la fron-tera con los cristianos y guerra con ellos, noshabían de maltratar y hacer que pagásemosloque los cristianos contra ellos hacían. Mas comoDios nuestro Señor fueservido de traernos hastaellos, comenzáronnos a temer y acatar como lospasados y aún algo mas, de que no quedamospoco maravillados: por donde claramente se veque estas gentes todas, para ser atraídas a sercristianos y a obediencia de la imperial majes-tad, han de ser llevados con buen tratamiento, yque éste es camino muy cierto, y otro no. Estosnos llevaron a un pueblo que está en un cuchi-llo de una sierra, y se ha de subir a él por gran-

de aspereza; y aquí hallamos mucha gente queestaba junta, recogidos por miedo de los cris-tianos. Recebiéronnos muy bien, y diéronnoscuanto tenían, y diéronnos más de dos mll car-gas de maíz, que dimos a aquellos miserables yhambrientos que hasta allí nos habían traído; yotro día despachamos de allí cuatro mensajerospor la tierra como lo acostumbrábamos hacer,para que llamasen y convocasen toda la másgente que pudiesen, a un pueblo que esté tresjornadasde allí; y hecho esto, otro día partimoscon toda la gente que allí estaba,y siemprehallábamos rastro y señales adonde habíandormido cristianos; y amediodía topamos nues-tros mensajeros, que nos dijeron que no habíanhalladogente, que toda andaba por los montes,escondidos huyendo, porque los cristianos nolos matasen y hiciesen esclavos; y que la nochepasada habían vistoa los cristianos estandoellos detrás de unos árboles mirando lo quehacían, y vieron cómo llevaban muchos indiosen cadenas; y de esto se alteraron los que con

nosotros venían, y algunos de ellos se volvieronpara dar aviso por la tierra cómo venían cristia-nos, y mucho más hicieran esto si nosotros noles dijéramos que no lo hiciesen ni tuviesentemor; y con esto se aseguraron yholgaron mu-cho. Venían entonces con nosotros indios decien leguas de allí, y no podíamos acabar conellos que se volviesen a sus casas; y por asegu-rarlos dormimos en el camino; y el siguiente díalos que habíamos enviado por mensajeros nosguiaron adonde ellos habían visto los cristianos;y llegados a hora de vísperas, vimos claramenteque habían dicho la verdad, y conoscimos lagente que era de a caballo por las estacas en quelos caballos habían estado atados. Desde aquí,que se llama el río de Petutuan, hasta el ríodonde llegó Diego de Guzmán, puede haberhasta él, desde donde supimos de cristianos,ochenta leguas; y desde allí al pueblo dondenos tomaron las aguas, doce leguas; y desde allíhasta la mar del Sur había doce leguas. Por todaesta tierra donde alcanzan sierras, vimos gran-

des muestras de oro y alcohol, hierro, cobre yotros metales. Por donde estan las casas deasiento es caliente; tanto, que por enero hacegran calor. Desde allí hacía el mediodía de latierra quees despoblada hasta la mar del Norte,es muy desastrosa y pobre, donde pasamosgrande y increíble hambre; y los que por aque-lla tierra habitan y andan es gente crudelísima yde muy mala inclinación y costumbres. Losindios quetienen casa de asiento y los de atrás,ningun caso hacen de oro y plata, nihallan quepueda haber provecho de ello.

CAPITULO XXXIII

Cómo vimos rastro de cristianos

Después que vimos rastro claro de cristia-nos, y entendimos que tan cerca estábamos deellos, dimos muchas gracias a Dios nuestro Se-ñor por querernos sacar de tan triste y misera-ble captiverio; el placer que de esto sentimos

júzguelo cada uno cuando pensare el tiempoque en aquella tierra estuvimos y los peligros ytrabajos porque pasamos. Aquella noche yorogué a uno de mis compañeros que fuese traslos cristianos, que iban por donde nosotros de-jábamos la tierra asegurada, y había tres días decamino. A ellos se les hizo de mal esto, excu-sándose por el cansancio y trabajo; y aunquecada uno de ellos lo pudiera hacer mejor queyo, por ser más recios y más mozos; mas, vista-su voluntad, otro día por la mañana tomé con-migo al negro y once indios, y por el rastro quehallaba siguiendo a los cristianos pasó por treslugares donde habían dormido; y este día an-duve diez leguas, y otro día de mañana alcancécuatro cristianos de caballo, que recebierongran alteracion de verme tan extrañamente ves-tido y en compania de indios. Estuviéronmemirando mucho espacio de tiempo, tan atóni-tos, que ni me hablaban ni acertaban a pregun-tarme nada. Yo les dije que me llevasen a dondeestaba su capitán; y así, fuimos media legua de

allí, donde estaba Diego de Alcaraz, que era elcapitán; ydespués de haberle hablado, me dijoque estaba muy perdido allí, porque había mu-chos días que no había podido tomar indios, yque no había por donde ir, porque entre elloscomenzaba a haber necesidad y hambre; yo ledije cómo atrás quedaban Dorantes y Castillo,que estaban diez leguas de allí, con muchasgentes que nos hablan traído; y él envió luegotres de caballo y cincuenta indios de los queellos traían; y el negro volvió con ellos paraguiarlos,y yo quedé allí, y pedí que me diesenpor testimonio el año y el mes y día que allíhabían llegado, y la manera en que venía, y ansílo hicieron. De este río hasta el pueblo de loscristianos, que se llama Sant Miguel, que es dela gobernación de la provincia que dicen laNueva Galicia hay treinta leguas.

CAPITULO XXXIV

De cómo envié por los cristianos

Pasados cinco días, llegaron Andrés Doran-tes y Alonso del Castillo con los que habían idopor ellos, y traían consigo más de seiscientaspersonas, que eran de aquel pueblo que los cris-tianos habían hecho subir al monte, y andabanescondidos por la tierra, y los que hasta allí connosotros habían venidolos habían sacado de losmontes y entregado a los cristianos, y elloshabían despedido todas las otras gentes quehasta allí habían traído; y venidos adonde yoestaba, Alcaraz me rogó que enviásemos a lla-mar la gente de los pueblos que están a vera delrío, que andaban escondidos por los montes dela tierra, y que les mandásemos que trujesen decomer, aunque esto no era menester, porqueellos siempre tenían cuidado de traernos todolo que podían, y envíamos luego nuestros men-sajeros a que los llamasen, y vinieron seiscien-

tas personas, que nos trujeron todo el maíz quealcanzaban, y traíanlo en unas ollas tapadas conbarro en que lo habían enterrado y escondido, ynos trujeron todo lo más que tenían; mas noso-tros no quisimos tomar de todo ello sino la co-mida, y dimos todo lo otro a los cristianos paraque entre sí la repartiesen; y después de estopasamos muchas y grandes pendencias conellos, porque nos querían hacer los indios quetraíamos esclavos, y con este enojo, al partirdejamos muchos arcos turquescos, que traía-mos, y muchos zurrones y flechas, y entre ellaslas cinco de las esmeraldas, que no se nos acor-dó de ellas; y ansí, las perdimos. Dimos a loscristianos muchas mantas de vaca y otras cosasque traíamos; vímonos con los indios en muchotrabajo porque se volviesen a sus casas y seasegurasen y sembrasen su maíz. Ellos no que-rían sino ir con nosotros hasta dejarnos, comoacostumbrában, con otros indios; porque si sevolviesen sin hacer esto temían que se morirían;que para ir con nosotrosno temían a los cristia-

nos ni a sus lanzas. A los cristianos les pasabadeesto, y hacían que su lengua les dijese quenosotros éramos de ellos mismos, y nos había-mos perdidomuchos tiempos había, y que éra-mos gente de poca suerte y valor, y que elloseran los señores de aquella tierra, a quien habí-an de obedecer y servir. Mas todo esto los indi-os tenían en muy poco o en nada de lo que lesdecían; anntes, unos con otros entre sí platica-ban, diciendo que los cristianos mentían porquenosotros veníamos de donde salía el sol, y ellosdonde se pone; y que nosotros sanábamos losenfermos, y ellos mataban los que estaban sa-nos; y que nosotros veníamos desnudos y des-calzos, y ellos vestidos y en caballosy con lan-zas; y que nosotros no teníamos cobdicia deninguna cosa, antes todo cuanto nos dabantorntbamos luego a dar, y con nada nos queda-bamos y los otros no tenían otro fin sino robartodo cuanto hallaban, y nunca daban nadaanadie; y de esta manera relataban todas nues-tras cosas y las encarescían,por el contrario, de

los otros; y asi les respondieron a la lengua delos cristianos, y lo mismo hicieron saber a losotros por una lengua que entre ellos había, conquiennos entendíamos, y aquellos que la usanllamamos propriamente primahaitu, que escomo decir vascongados, la cual, más de cua-trocientas leguas de las que anduvimos, halla-mos usada entre ellos, sin haber otra por todasaquellas tierras. Finalmente, nunca pudo acabarcon los indicios creer que éramos de los otroscristianos, y con mucho trabajo e importuna-ción les hecimos volvera sus casa , y les man-damos que se asegurasen, y asentasen sus pue-blos, y sembrasen y labrasen la tierra, que, deestar despoblada, estaba ya muy llenade mon-tes; la cual sin dubda es la mejor de cuantas enestas Indias hay, y más fértil y abundosa demantenimientos, y siembran tres veces en elaño. Tienen muchas frutas y muy hermososrios, y otras muchas aguas muy buenas. Haymuestras grandes y señales de minas de oro yplata; la gente de ella es muy bien acondiciona-

da; sirven a los cristianos (los que son amigos)de muy buena voluntad. Son muy dispuestos,mucho más que los de Méjico, y, finalmente,estierra que ninguna cosa le falta para ser muybuena. Despedidos los indios, nos dijeron queharían lo que mandábamos, y asentarían suspueblos si los cristianos los dejaban; y yo así lodigo y afirmo pormuy cierto, que si no lo hicie-ren sera por culpa de los cristianos. Despuésque hobimos envíado a los indios en paz, y de-graciadoles el trabajo que con nosotros habíanpasado,los cristianos nos envíaron, debajo decautela, a un Cebreros, alcalde, y con él otrosdos, los cuales nos lle varon por los montes ydespoblados, por apartarnos de la conversaciónde los indios,y porque no viésemos ni entendié-semos lo que de hecho hicieron; donde parescecuánto se engañan los pensamientos de loshombres, que nosotros andabamosa les buscarlibertad, y cuando pensabamos que la teníamos,sucedió tan al contrario, porque tenían acorda-do de ir a dar en los indios que enviábamos

asegurados y de paz; y ansí como lo pensaron,lo hicieron; lleváronnos por aquellos montesdos días, sin agua, perdidos y sin camino, ytodos pensamos perescer de sed, y de ella senos ahogaron siete hombres, y muchos amigosque los cristianos traían consigo no pudieronllegar hasta otro día a mediodíaadonde aquellanoche hallamos con ellos veinte y cinco leguas,poco más o menos, y al fin de ellas llegamos aun pueblo de indios de paz, y el alcalde que nosllevaba nos dejó allí, y él pasó adelante otrastres leguas, a un pueblo que se llamaba Culia-zan, adonde estaba Melchor Díaz, alcalde ma-yor y capitán de aquella provincia.

CAPITULO XXXV

De cómo el alcalde mayor nos recebió bien la no-che que llegamos

Como el alcalde mayor fue avisado de nues-tra salida y venida, luego aquella noche partió,

y vino adonde nosotros estábamos, y lloró mu-cho con nosotros, dando loores a Dios nuestroSeñor por haber usado de tanta misericordiacon nosotros; y nos habló y trato muy bien; y departe del gobernador Nuño de Guzman y suyanos ofresció todo lo que tenía y podía; y mostrómucho sentimiento de la mala acogida y trata-miento que en Alcaraz y los otros habíamoshallado, y tuvimos por cierto que si el se hallaraallí, se excusara lo que con nosotros y con losindios se hizo; y pasada aquella noche, otro díanos partimos, y el alcalde mayor nos rogó mu-cho que nos detuviésemos allí, y que en estoharíamos muy gran servicio a Dios y a VuestraMajestad, porque la tierra estaba despoblada,sin labrarse, y toda muy destruida, y los indiosandaban escondidos y huídos por los montes,sin querer venir a hacer asiento en sus pueblos,y que los envíasemos a llamar, y les mandase-mos de parte de Dios y de Vuestra Majestadque viniesen y poblasen en lo llano, y labrasenla tierra. A nosotros nos pareció esto muy difi-

cultoso de poner en efecto, porque no traíamosindio ninguno de los nuestros ni de los que nossolían acompañar y entender en estas cosas. Enfin, aventuramos a esto dos indios de los quetraían allí captivos, que eran de los mismos dela tierra, y éstos se habían hallado con los cris-tianos; cuando primero llegamos a ellos, y vie-ron la gente que nos acompañaba, y supieronellos la mucha autoridad y dominio que porto-das aquellas tierras habíamos traído y tenido, ylas maravillas que habíamos hecho, los enfer-mos que habíamos curado, y otras muchas co-sas. Y con estos indios mandamos a otros delpueblo, que juntamente fuesen y llamasen lo-sindios que estaban por las sierras alzados, ylos del rio de Petaan, donde habíamos hallado alos cristianos, y que les dijésen que viniesen anosotros, porque les queríamos hablar; paraque fuesen seguros, y los otros viniesen, lesdimos un calabazo de los que nosotros traíamosen las manos (que era nuestra principal insigniay muestra de gran estado), y con éste ellos fue-

ron y anduvieron por allí siete días, y al fin deellos vinieron, y trujeron consigo tressenores delos que estaban alzados por las sierras, que traí-an quince hombres, y nos trujeron cuentas yturquesas y plumas, y los mensajeros nos dije-ron que no habían hallado a los naturales delrio donde habíamos otra vez huira los montes;y el Melchior Díaz dijo a la lengua que de nues-tra parte les hablase a aquellos indios, y les di-jese cómo venía de parte de Dios que estáen elcielo, y que habíamos andado por el mundomuchos años, diciendo a toda la gente quehabíamos hallado que creyesen en Dios y losirviesen, porque era señor de todas cuantascosas había en el mundo, y que él daba galar-dón ypagaba a los buenos, y pena perpetua defuego a los malos; y que cuando losbuenos mo-rían los llevaba al cielo, donde nunca nadie mo-ría, ni tenían hambre, ni frío, ni sed, ni otra ne-cesidad ninguna, sino la mayor gloria que sepodíapensar; y que los que no le querían creerni obedecer sus mandamientos, losechaba deba-

jo la tierra en compañía de los demonios y engran fuego, el cual nunca se había de acabar,sino atormentarlos para siem- pre; y que allen-dede esto, si ellos quisiesen ser cristianos y ser-vir a Dios de la manera queles mandásemos,que los cristianos tendrian por hermanos y lostratarían muy bien, y nosotros les mandaríamosque no les hiciesen ningun enojo ni los sacasende sus tierras, sino que fuesen grandes amigossuyos; mas que si estono quisiesen hacer, loscristianos los tratarian muy mal, y se los lleva-rían por esclavos a otras tierras. A esto respon-dieron a la lengua que ellos serían muy buenoscristianos, y servirían a Dios; y preguntados enqué adoraban y sacrificaban, y a quién pedíanel agua para sus maizales y la salud para ellos,respondieron que a un hombre que estaba en elcielo. Preguntamosles cómo sellamaba, y dije-ron que Aguar, y que creían que él había criadotodo el mundo y las cosas de él. Tornémosles apreguntar cómo sabían esto, y respondieronque sus padres y abuelos se lo habían dicho,

que de muchos tiempos teníannoticia de esto, ysabían que el agua y todas las buenas cosas lasenvíaba Aquél. Nosotros les dijimos que Aquelque ellos decían nosotros lo llamábamos Dios, yque ansi lo llamasen ellos, y lo sirviesen y ado-rasen como mandábamos, y ellos se hallaríanmuy bien de ello. Respondieron que todo lotenían muy bien entendido, y que así lo harían;y mandámosles que bajasen de las sierras, yvinieron seguros y en paz, y poblasen toda latierra, y hiciesen sus casas, y que entre ellashiciesen una para Dios, y pusiesen a la entra-dauna cruz como la que allí teníamos, y quecuando viniesen allí los cristianos, los saliesenrecibir con las cruces en las manos, sin los arcosy sin arma , y los llevasen a su casas, y les die-sen de comer de los que tenían, y por esta ma-nera no les harían mal; antes serían sus amigos;y ellos dijeron que ansí lo harían como nosotroslo mandábamos: y el capitán les dio mantas ylos trató muy bien; y así, se volvieron, llevandolos dos que estaban captivos y habían sido por

mensajeros. Esto pasó en presencia del escriba-no que allí tenían y otros muchos testigos.

CAPITULO XXXVI

De como hecimos hacer iglesias en aquella tierra

Como los indios se volvieron, todos los deaquella provincia, que eran amigos de los cris-tianos, como tuvieron noticias de nosotros, nosvinieron a ver, y nos trujeron cuentas y plumas,y nosotros les mandamos que hiciesen iglesias,y pusiesen cruces en ellas, porque hasta enton-ces no las habían hecho; y hecimos traer loshijos de los principales señores y baptizarlos; yluego el capitán hizo pleito homenaje a Dios deno hacer ni consentir hacer entrada ninguna, nitomar esclavo por la tierra y gente que osotroshabíamos asegurado, y que esto guardaríacumpliría hasta que Su Majestad y el goberna-dor Nuño de Guzman, o el visorrey en su nom-bre, proveyesen en lo que más fuese servicio de

Dios y de Su Majestad; despues de bautizadoslos niños, nos partimos para la villa de SantMiguel, donde, como fuimos llegados, vinieronindios, que nos dijeron cómo mucha gente ba-jaba de las sierras y poblaban en lollano, y hací-an iglesias y cruces y todo lo que les hablamosmandado, y cada día teníamos nuevas de cómoesto se iba haciendo y cumpliendo mas entera-mente; y pasados quince días que allí habíamosestado, llegó Alcaraz con los cristianos queha-bían ido en aquella entrada, y contaron al capi-tan cómo eran bajados de las sierras los indios,y habían poblado en lo llano, y habían halladopueblos con mucha gente, que de primero esta-ban despoblados y desiertos, y que losindios lessalieron a recebir con cruces en las manos, losllevaron a sus casas, y les dieron de lo que tení-an, y durmieron con ellos allí aquella noche.Espantados de tal novedad, y de que los indiosles dijeron como estaban yaasegurados, mandóque no les hiciesen mal, y ansí se despidieron.Dios nuestro Señor, por su infinita misericordia,

quiera que en los días de Vuestra Majestad ydebajo de vuestro poder y señorío, estas gentesvengan a ser verdaderamente y con entera vo-luntad sujetas al verdadero Seénor que las crióy redimió. Lo cual tenemos por cierto que asisera, y que Vuestra Majestad hade ser el que loha de poner en efecto (que no sera tan difícll dehacer); porque dos mll leguas que anduvimospor tierra y por la mar en las barcas, yotros diezmeses que despues de salidos de captivos, sinparar, anduvimos por la tierra, no hallamossacrificios ni idolatría. En este tiempo travesa-mos de una mar a otra, y por la noticia que conmucha dlligencia alcanzamos aentender, de unacosta a la otra, por lo mas ancho, puede haberdoscientas lneguas, y alcanzamos a entenderque en la costa del sur hay perlas y mucha ri-queza, y que todo lo mejor y mas rico estáncerca de ella. En la villa de Sant Miguel estuvi-mos hasta ls días del mes de mayo; y la causade detenernos allí tanto fue porque de allí hastala ciudad de Compostela, donde el gobernador

Nuño de Guzman residía, hay cien leguas ytodas son despobladas y de enemigos, y hobie-ron de ir con nosotros gente, con que iban vein-te de caballo que nos acompañaron hasta cua-renta leguas; y de allí adelante vinieron connosotros seis cristianos, que traían quinientosindios hechos esclavos; y llegados en Compos-tela el gubernador nos recebió muy bien, y de loque tenía nos dio de vestir; lo cual yo por mu-chos días no pude traer, ni podíamos dormirsinoen el suelo; y pasados diez o doce días par-timos para Méjico, y por todo elcamino fuimosbien tratados de los cristianos, y muchos nossalían a ver por los caminos y daban gracias aDios de habernos librado de tantos peligros.Llegamos a Méjico domingo, un día antes de lavíspera de Santiago, donde del visorrey y delmarqués del Valle fuimos muy bien tratados ycon mucho placer recebidos, ynos dieron devestir y ofrescieron todo lo que tenían, y el díade Santiagohobo fiesta y juego de cañas y toros.

CAPITULO XXXVII

De lo que acontesció cuando me quise venir

Después que descansamos en Méjico dosmeses, yo me quise venir en estos reinos, yyendo a embarcar en el mes de octubre, vinouna tormenta que dio conel navío al través, y seperdió; y visto esto, acordé de dejar pasar elinvierno, porque en aquellas partes es muy re-cio tiempo para navegar en él; y después depasado el invierno, por cuaresma, nos partimosde Méjico Andrés Dorans y yo para la Veracruz,para nos embarcar, y allí estuvimos esperandotiempo hasta domingo de Ramos, que nos em-barcamos, y estuvimos embarcados mas dequince días por falta de tiempo, y el navío enque estábamos hacía mucha agua. Yo me salidél y me pasé a otros de los que estaban paravenir, y Dorantes se quedó en aquél; y a l0 díasdel mes de abrll partimos del puerto tres naví-os, y navegamos juntos ciento y cincuenta le-

guas, y por el camino losdos navíos hacían mu-cha agua, y una noche nos perdimos de su con-serva, porque los pilotos y maestros, segun des-pués paresció, no osaron pasar adelante con susnavíos y volvieron otra vez al puerto do habíanpartido, sin darnos cuenta de ello ni saber másde ellos, y nosotros seguimos nuestroviaje, y a 4días de mayo llegamos al puerto de la Habana,que es en la isla de Cuba, adonde estuvimosesperando los otros dos navios, creyendo quevernían, hasta t días de junio, que partimos deallí con mucho temor de topar con franceses,que había pocos días que habían tomado allítres navíos nuestros; y llegados sobre la isla dela Bermuda, nos tomó una tormenta, que suele-tomar a todos los que por allí pasan, la cual esconforme a la gente que dicen que en ella anda,y toda una noche nos tuvimos por perdidos, yplugo a Dios que, venida la mañana, cesó latormenta y seguimos nuestro camino. A cabode veinte y nueve días que partimos de laHabana habíamos andado. mll y cien leguas

que dicen que hay de allí hasta el pueblo de lasAzores; y pasando otro día por la isla que dicendel Cuervo, dimos con un navío de francesesahora de mediodía; nos comenzó a seguir conuna carabela que traía tomada de portugueses ynos dieron caza, y aquella tarde vimos otrasnuevas velas, y estaban tan lejos, que no podi-mos conocer si eran portugueses o de aquellosmismos que nos seguían, y cuando anochecióestaba el ancis a tiro de lombarda denuestronavío; y desque fue obscuro, hurtamos la derro-ta por desvíarnos de él; como iba tan junto denosotros, nos vio y tiró la vía de nosotros, y estohecimos tres o cuatro veces; y él nos pudieratomar si quisiera, sino que lo dejaba para lamañana. Plugo a Dios que cuando amaneciónos hallamos el francés y nosotros juntos, ycercados de las nueve velas que he dicho que ala tarde antes habiamos visto, las cuales conos-cíamos ser de la armada de Portugal, y di gra-cias a nuestro Señor por haberme escapado delos trabajos dela tierra y peligros de la mar; y el

francés, como conosció ser el armada de Portu-gal, soltó la carabela que traía tomada, que ve-nía cargada de negros,la cual traía consigo paraque creyésemos que eran portugueses y la espe-rásemos; y cuando la soltó dio al maestre y pilo-to de ella que nosotros éramos franceses y de suconserva; y como dijo esto metió sesenta remosen su navío, y ansí, a remo y a vela, se comenzáa ir, y andaba tanto que no se puede creer; y lacarabela que soltó se fue al galeón, y dijo al ca-pitán que el nuestro navío y el otro eran defranceses; y como nuestro navío arribó al ga-león, y como toda la armada vía que íbamossobre ellos, teniendo por cierto que éramosfranceses, sepusieron a punto de guerra y vinie-ron sobre nosotros, y llegados cerca, lossalva-mos. Conosció que éramos amigos; se hallaronburlados, por habérselesescapado aquel corsa-rio con haber dicho que éramos franceses y desu compañia; y así fueron cuatro carabelas trasél; y llégado a nosotros el galeón, después dehaberles saludado, nos preguntó el capitan

Diego de Sllveira que de dónde veníamos y quémercadería traíamos y le respondimos que ve-níamos de la Nueva España, y que traíamosplata y oro; y preguntónos qué tanto sería; elmaestro le dijo que traía trescientos mll caste-llanos. Respondió el capitán "Boa fee que venismuito ricos; pero tracedes muy ruin navío y muitoruin artillería ¡o ji deputa!, can, a renegado frances,y que bon bocado perdio, vota Deus. Orasus pos voabedes escapado, seguime, e non vos apartedes de mi,que con ayuda de Deus, eu vos porna en Castela". Ydende a poco volvieron las carabelasque habíanseguido tras el francés, porque les paresció queandaba mucho, ypor no dejar el armada, queiba en guarda de tres naos que venían cargadasde especería; y así llegamos a la isla Tercera,donde estuvimos reposando quince días, to-mando refresco y esperando otra nao que veníacargada de la India, que era de la conserva delas tres naos que traía el armada; y pasados losquince días, nos partimos de allí con la armada,y llegamos al puerto de Lisbona a 9 de agosto,

víspera del señor Sant Laurencio, año de 1537años. Y por que es así la verdad, como arriba enesta Relación digo, lo firmé de mi nombre, Ca-beza de Vaca.- Estaba firmada de su nombre, y con elescudo de sus armas, la Relación donde éste se sacó.

CAPITULO XXXVIII

De lo que suscedió a los demás que entraron enlas Indias

Pues he hecho relación de todo lo susodichoen el viaje, y entrada y salida de la tierra; hastavolver a estos reinos, quiero asimismo hacermemoria yrelación de lo que hicieron los navíosy la gente que en ellos quedó, de locual no hehecho memoria en lo dicho atrás, porque nuncatuvimos noticia deellos hasta después de sali-dos, que hallamos mucha gente de ellos en laNueva España, y otros acá en Castilla, de quiensupimos el suceso y todo el finde allí de quémanera pasó, después que dejamos los tres na-

víos porque el otro era perdido en la costa bra-va, los cuales quedaban a mucho peligro, yquedaban en ellos hasta cien personas con pocomantenimientos, entre los cuales quedaban diezmujeres casadas, y una de ellas había dicho algobernador muchas cosas que le acaecieron enel víaje, antes que le suscediesen y esta ledijo,cuando entraba por la tierra, que no entrase,porque ella creía que él ni ninguno de los quecon él iban no saldrían de la tierra y que si al-gunosaliese, que haría Dios por eso muy gran-des mllagros; pero creía que fuesen pocos losque escapasen o no ninguno; y el gobernadorentonces le respondió que él y todos los que conél entraban iban a pelear y conquistar muchas ymuy extrañas gentes y tierras, y que tenía pormuy cierto que conquistándolas habíande morirmuchos; pero aquellos que quedasen serían debuena ventura y quedarían muy ricos por lanoticia que él tenía de la riqueza que en aquellatierra había; y dijole más, que le rogaba que ellale diese las cosas que había dicha pasadas y

presentes, quién se las había dicho? Ella le res-pondio, y dijo que en Castilla una mora deHornachos se lo había dicho, lo cual antes quepartiesemos de Castilla nos lo había a nosotrosdicho, y nos había suscedido todo el víaje de lamisma manera que ella nos había dicho. Y des-pués dehaber dejado el gobernador por su te-niente y capitán de todos los navíos y gente queallí dejaba a Carvallo, natural de Cuenca, deHuete, nosotros nos partimos de ellos, dejándo-les el gobernador mandado que luego en todasmaneras se recogiesen todos a los navíos y si-guiesen su viaje derecho la vía del Pánuco, yyendo siempre costeando la costa y buscando lomejor que ellos pudiesen el puerto, para que enhallándolo parasen en él y nos esperasen. Enaquel tiempo que ellos se recogían en los naví-os, dicen que aquellas personas que allí esta-banvieron y oyeron todos muy claramente có-mo aquella mujer dio a las otras que, pues susmaridos entraban por la tierra adentro y poníansus personas en tan gran peligro, no hiciesen en

ninguna manera cuenta de ellos; y que luegomirasen con quién es habían de casar, porqueella así lo había de hacer, y asi lo hizo; que ellay las demás se casaron y amancebaron con losque quedaron en los navíos; y despues de par-tidos de allí los navíos, hicieron vela y siguieronsu viaje, y no hallaron el puerto adelante y vol-vieron atrás; y cinco leguas mas abajo de dondehabíamos desembarcado hallaron el puerto, queentraba siete o ocho leguas la tierra adentro yera el mismo que nostros habíamos descubierto,adonde hallamos las cajas de Castilla que atrásse ha dicho, a do estaban los cuerpos de loshombres muertos, los cuales eran cristianos;yen este puerto y esta costa anduvieron los tresnavíos y el otro que vino de la Habana y el ber-gantín buscándonos cerca de un año; y como nonos hallaron, fuéronse a la Nueva España. Estepuerto que decimos es el mejor del mundo, yentra la tierra adentro siete o ocho leguas, ytiene seis brazas a la entrada y cerca de tierratiene cinco, y es lama el suelo de él, y no hay

mar dentro ni tormenta brava, que como losnavíos que cabran en él son muchos, tiene muygran cantidad de pescado. Está cien leguas de laHabana, que es un pueblo de cristianos en Cu-ba, y está a norte sur con este pueblo, y aquíreinan las brisas siempre, y van y vienen de unaparte a otra en cuatro días, porque los navíosvan y vienen a cuartel. Y pues he dado relaciónde losnavíos, sera bien que diga quién son y dequé lugar de estos reinos, los que nuestro Señorfue servido de escapar de estos trabajos. El pri-mero es Alonso del Castillo Maldonado, naturalde Salamanca, hijo del doctor Castillo y de doñaAldonza Maldonado. El segundo es AndrésDorantes, hijo de Pablo Dorante, natural deBéjar y vecino de Gibraleón. El tercero es AlvarNuñez Cabeza de Vaca, hijode Francisco deVera y nieto de Pedro de Vera, el que ganó aCanaria, y su madre se llamaba doña TeresaCabeza de Vaca, natural de Jerez de la Frontera.El cuarto se llama Estabanico; es negro alárabe,natural de Azamor.

DEO GRACIAS