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Doctor, no tengo Alzheimer, es “otra cosa”Autora: Gemma Muñoz Mariné

Ilustraciones/Diseño: Susana Alonso

Depósito legal: B 28291-2015

Iª Edición: Noviembre 2015

Impresión: Service Point

Barcelona

© Gemma © Susana Alonso

Todos los derechos reservados

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Doctor,no tengo Alzheimer,

es “otra cosa”

GEMMA MUÑOZ MARINÉ

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Nunca lamentes tu pasado. Acéptalo como el maestro que es.

Robin S. Sharma

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Doctor no tengo Alzheimer, es “otra cosa”

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Agradecimiento

A Enric mi compañero, gracias por no dejar que me rindiera y por tu bolsillo de la chaqueta.

A Arnald y Gerard, mi amor por vosotros no necesita de la memoria.

A María, mi madre, con mucho cariño.

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Doctor no tengo Alzheimer, es “otra cosa”

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¿Qué es esa “otra cosa” y qué no es Alzheimer?

¿Sabéis qué digo cuando entro en la consulta de un especialista?“Doctor, no tengo Alzheimer, es ‘otra cosa’.

No sé si más adelante lo tendré, pero ahora sé que no”.

Lamentablemente, hoy en día se están etiquetando algunos problemas de memoria como trastornos o enfermedades. Aun-que muchos lo son y deben tratarse con medicación, hay otros problemas de memoria que, si se hubieran afrontado con una educación adecuada y unas pautas de conducta apropiadas, po-siblemente estaríamos hablando de una dificultad o de un obstá-culo, pero no de un problema.

No puedo hablaros de las personas que sí tienen un trastorno o una enfermedad, ni es lo que pretendo. Yo intentaré hablaros de esa “otra cosa”, de ese problema que ha sido para mí la falta de un determinado tipo de memoria que me ha ocasionado inquietud y sufrimiento, pero no renuncia.

Hay una frase de un libro de Kate Morton que explica esta in-quietud: “Solo podía recordar su voz y siempre se le escapaba an-tes de poder atraparla para poder invocarla y recordarla”

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¿Por qué quiero escribir mis experiencias?

Un día, hablando con una nueva amiga, empecé a explicarle que tenía un problema de memoria. No es que la estuviera perdien-do, sino que desde pequeña tenía dificultades con la memoria. Se mostró interesada en el tema y yo se lo agradecí, quizás por-que tenía uno de esos días que necesitas gritarlo y compartirlo.

Días después, me contó que se lo había explicado a su hija que estudiaba psicología y que le dijo: “Lo habrá pasado mal tu amiga. Se sufre”, y me emocioné.

Si yo necesitaba gritarlo, compartirlo, si se lo agradecía y si me emocionaba, quizás habría otras personas con el mismo proble-ma que yo que también quisieran compartirlo.

Quiero escribir para esas personas que necesitan sentir que no están solos ni solas, que al leer mis experiencias puedan decir: “Esto se parece a lo que muchas veces me pasa a mí”.

Si deseáis compartirlo, yo os ofrezco mi correo electrónico pa-ra que entre todas y todos podamos dar respuesta a muchas pre-guntas.

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Yo también tengo preguntas para haceros...

-¿En qué momento de vuestra vida pensasteis que podía ser un problema?

-¿O si, por el contrario, no os ha representado ningún problema? -¿Si el entorno en que habéis vivido os ha ayudado o más bien

al contrario? -¿Si habéis logrado, y cómo, superar las dificultades con las que

os habéis ido encontrando?-¿Si habéis podido potenciar otras cualidades?-¿Si en algún momento os habéis sentido que os etiquetaban

como persona con dificultades?. -¿O si habéis pensado que solo era Vuestro Problema...?

Qué desearía transmitir

Quiero transmitir, sobre todo, que no estamos solas ni solos, deci-ros que tenemos que dar más valor a los logros y no medir nuestra valía en función de la valía de los demás, y animaros a que no nos rindamos nunca, nunca.

Esto es lo que deseo sientan las personas a quien confío mis experiencias.

Deseo ser capaz de poder transmitiros lo que ha representado para mí esa dificultad que llamamos “otra cosa”.

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La experiencia de mis primeros años

De pequeña no era consciente de que “tenía un problema”. En la es-cuela me daban encargos para que, cuando llegase a casa, los co-municase a mi madre; como, por ejemplo, que teníamos que llevar un bocadillo al día siguiente porque iríamos de excursión, o que la maestra estaba enferma y no haríamos clase, o que tenía que firmar una autorización…. Yo no me acordaba de dar el encargo.

Mi madre se enteraba del recado cuando las otras madres se lo decían. Y me preguntaba: “¿No te han dado un papel para mí en la escuela? o “¿Qué te han dicho que trajeras para la excursión de mañana?” Y aquí empezaba el problema: mi mente se quedaba en blanco, por más que quisiera recordar, yo solo veía una “corti-na blanca”.

Sé que me reñían y me castigaban, pero yo todavía no lo vivía como un Problema, creía que si no le había dado el recado era normal que se enfadaran conmigo, pensaba que la próxima vez ya me acordaría.

Una vez, en clase, me preguntaron los ríos de España, y yo, en blanco. Me puse tan nerviosa que dije si podía ir al baño. No sé có-mo se me ocurrió tal idea. En el baño pensaba si a algún santo se le ocurriría darme la inspiración de los dichosos ríos, pero no tuve suerte, y volví a la clase intentando hacerme invisible y dirigién-dome a mi pupitre. Pero no, mi profesora sí que recordaba la pre-gunta y me la volvió a hacer, siendo mi cara roja la atracción de la

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clase. Qué mal lo pasé. Yo no entendía por qué a mí me pasaba y a las otras niñas no.

Mi madre se encargó de que sí empezara a tomar conciencia de que algo no funcionaba, y me decía: “Eres igual que yo, no tienes memoria, serás una burra.” Yo, por aquel entonces, no lo tomaba como un insulto, sino la constatación de que efectivamente algo debía de pasarme, pero que seguramente no sería tan importante.

Cuando mi madre ya había fallecido, entre sus papeles había una nota que decía: “Dios mío, no me quites la poca memoria que tengo, si no, estoy perdida.” Me pregunté cómo lo había vivido ella; quizás con rabia, quizás no quería estar sola en esto y necesitaba que otra persona, en este caso, yo, su hija, estuviera unida a ella por el mismo problema. No lo sabré nunca, pero sí que estoy se-gura de que debió de sufrir también mucho.

No recuerdo cuándo tomé conciencia de que sí era importante y que condicionaría todo mi futuro.

Con la edad, empiezo a ser consciente del problema

Empecé a ver que algo no funcionaba del todo bien cuando tenía que participar de una conversación. Si quería explicar a mis ami-gos qué había visto el fin de semana o qué había comprado, me encontraba con más frecuencia de lo que yo creía era normal con que no podía decir casi nada porque me faltaban “datos”; de qué marca eran los pantalones, cómo se llamaba el sitio donde los compramos y dónde estaba… O a qué pueblo habíamos ido de excursión, o en qué lugar habíamos comido.

Yo veía que los demás, cuando explicaban cualquier situación, por trivial que fuera, podían explicar acontecimientos o hechos con los datos necesarios para que todos lo pudiéramos comprender.

Poco a poco empecé a sentirme mal, a tener miedo de situacio-nes en que estuviera sola con otra persona. Siempre que fuéramos más de dos, seguro que podía seguir la conversación; primero,

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porque mi estado de alerta no se disparaba y, segundo, porque había menos posibilidad de crear un molesto silencio. Los silen-cios, hasta que no he sido mayor, me han dado pánico.

En una conversación interrumpía muchísimas veces, o no deja-ba hablar porque tenía que decirlo todo de golpe por miedo a ol-vidar lo que quería decir, ya que sabía que seguramente me apa-recería mi “cortina blanca” y me perdería.

Actualmente me pasa con menos frecuencia, pero todavía hay conversaciones en que noto físicamente cómo me estoy perdien-do, hasta que tengo que decir: “Lo siento, me he perdido”. Pero lo curioso es que veo claramente cómo las ideas se escapan y desa-parecen, y en su lugar queda un inexplicable desasosiego.

La sensación de perderme es sinónimo de miedo. Es como si mi miedo confundiera mi memoria para que no pueda recordar las palabras que quiero decir.

Esto me ha traído muchos problemas, no solo para mí sino para la relación con los demás, especialmente a nivel familiar.

Para no interrumpir una conversación y para evitar que cuando quiero expresar algo no me extienda mucho o me disperse, empe-cé a llevar por escrito lo que quería decir. Por un lado, desarrollé una forma de comunicarme que me ha servido para tener el títu-lo de “escritora de todas las celebraciones y acontecimientos fa-miliares”, título que hace que me sienta muy satisfecha conmigo misma y que me permite concretar y no perderme o dispersarme.

Mis enfados

He llegado a sentirme muy afectada y enfadada, y sin embargo, no recordar el porqué. Me pregunto: “¿Por qué estoy enfadada? No lo sé, pero debe ser muy fuerte, porque me duele y estoy ofendida y sé que tengo razón, ¿pero de qué?” No sabía cómo ni por qué ha-bía empezado, ni siquiera qué habíamos dicho. He llegado a gra-bar discusiones por miedo a no recordarlo. Es como si la memo-

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ria lo separase en dos sitios diferentes: el motivo y el sentimiento.El motivo del disgusto no lo recuerdas porque se ha ido, pero el sentimiento queda grabado aunque no lo pueda explicar.

He tenido que escuchar tantas veces que, si una cosa me hubie-se importado de verdad, seguro que lo recordaría. Imposible, aun-que me fuera la vida o la vida de mis seres queridos. Sería imposi-ble acordarme si tengo delante, mi “cortina blanca”.

Recuerdo que cuando iba con mis hijos al médico, bien porque estaban enfermos o porque teníamos que hacer los controles pe-diátricos, me explicaban qué es lo que tenían o qué pautas tenía que seguir para darles la medicación. Yo estaba convencida de que, aparte de entenderlo, luego sería fácil explicarlo y seguir los consejos o las instrucciones. Era desmoralizador ver que una cosa tan importante después no podía recordarla.

La creación de un álbum me entristece

Durante unas vacaciones de verano, quise hacer una historia con todos mis álbumes de fotografías y otros recuerdos, y hacer un re-sumen para que no se me olvidaran los rostros de mis seres queri-dos, ni los sitios, ni las vivencias de mi vida. Pero solo pude poner orden y pensar que siempre estarían guardadas en los álbumes, nada más. Ya que me dolía demasiado cuando veía una fotogra-fía y no podía acordarme de que fuera yo quien estuviera riendo con mis hijos o cómo era mi madre. Y me hacía mucho daño ver cómo cosas tan insignificantes como un vestido que había lleva-do en mi infancia lo recordara con extrema precisión hasta notar su textura. Lo mismo me ocurre con los sueños, puedo recordar detalles pequeños, una lámpara, un mueble, sensaciones, inclu-so colores… Es como si la memoria decidiera por sí sola no recordar según qué cosas y no hiciera caso de lo que yo le estoy pidiendo y deseando recordar.

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Mis problemas con el aprendizaje

Es curioso, siempre he querido aprender, es como si en el fondo no quisiera aceptar que no puedo entrar información con la me-todología clásica y su ritmo.

Me apuntaba a cursos. Durante mi vida he empezado muchos cursos, pero no podía terminarlos. Me gustaba mucho la medici-na; incluso asistí a una operación en quirófano por mediación de un amigo anestesista que me hizo entrar con un grupo de estu-diantes. Creo que habría servido para médico.

Mucho tiempo más tarde, me apunté a un curso de Medicina China: fracaso, desánimo y vuelta a empezar. Lo positivo del cur-so fue que me di cuenta de que si la medicina occidental, que se especializa más en el cuerpo por partes, y la medicina china, que incide más en el cuerpo-mente como unidad, unieran sus conoci-mientos, quizás habría enfermedades o dolencias que podrían ser tratados con tratamientos menos agresivos o más amables para el paciente. Aunque la dura realidad es que hay tantos intereses económicos que lo hace difícil. Pero actualmente la generación de personas jóvenes que acaban las carreras de medicina o salud pública están más concienciadas en el tema y ya no son tan radi-cales en una sola disciplina. Es alentador.

Tuve que estudiar unas Oposiciones para ascender de catego-ría en el trabajo. Consistía en aprenderse, entre otras cosas, la Constitución (Deberes y Derechos de los ciudadanos).

No sé cómo conocí a Nuria, pero si no hubiese sido por ella, se-guro que no me habría presentado a la convocatoria. Tenía páni-co. Ella me ayudo a subrayar, hacer resúmenes, etc. Lo que para la mayoría de las personas era un sistema de aprendizaje normal pa-ra mí fue todo un descubrimiento. Yo iba muy tranquila a su despa-cho porque sabía que era una profesional que no me hacía sentir tonta, sino que intentaba que yo viera que no era tonta.

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Estuve casi cuatro meses estudiando de tres a cuatro horas dia-rias. El día anterior al examen le dije a mi marido que quería exami-narme de mis resúmenes con él y fue todo un éxito. Yo me sentía tan feliz que incluso lo celebramos como si fuera un gran aconte-cimiento. El día del examen no aprobé. Yo tenía 44 años.

He ido a diferentes conferencias sobre respiración y técnicas de memorización. He intentado seguir las técnicas o los diferentes métodos de memorizar. La mayoría de los que conozco se basan en ver figuras o dibujos y memorizarlos, pero en cuanto veo los di-bujos que hay que recordar, me invade la rabia. ¿Cómo voy a me-morizarlos si enseguida se escapan? Supongo que a muchas per-sonas les funcionará, pero a mí no. En cambio, escribir las cosas varias veces y de distinta manera, estar repitiendo lo que deseo retener, pero con continuidad, me ayuda mucho más.

Mis relaciones con “titulados”

Hace 35 años que Enric es mi compañero. Es una persona con una gran cultura y capacidad intelectual. Yo siempre le decía que me gustaría ir en el bolsillo de su chaqueta para poder aprender de las personas con las que ha tenido la ocasión de relacionarse. Por suerte, he podido asistir a muchas conferencias que con motivo de su trabajo ha dado por distintos lugares. Esto me ha ayudado a conocer a diferentes personas y, en cierta manera, me ha ido en-riqueciendo personalmente.

Pero también he conocido a personas con títulos y muchos co-nocimientos que me hicieron ver que tenerlos no es sinónimo de inteligencia con mayúsculas. Me encontré con algunos que te va-loran en función de los títulos que tienes, o en función de la va-lía que ellos creen tener o que tú debes tener. Evidentemente, no era mi caso, con lo que automáticamente notabas su desconcier-to, pues no encajaba para ellos que yo estuviera en el lugar que

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estaba ni con la persona que era mi marido. En alguna ocasión, me llegaron a despreciar sin ninguna consideración. Era desmo-ralizador y humillante.

Dicen que una humillación es más soportable si uno se ríe de ella, pero yo nunca lo he llevado bien.

En busca de la autoestima

Soy consciente de que sufrir de “otra cosa” te hace perder la auto-estima. Te encuentras con miedos, muchos miedos, y te sientes insegura, cosa que sin querer transmites a los demás dando una imagen de persona que ve más los peligros que las ventajas, los problemas que las soluciones. Si a esto le añades que, como fue mi caso, me puse la etiqueta de ser el “vaso medio vacío”, cuesta después hacer entender que, aunque reconozco que veo más los problemas que otras personas, no por ello en la mayoría de los ca-sos dejo de intentar encontrar soluciones.

Conseguir la autoestima no es una cosa espontánea, hay que trabajarla, necesita tiempo y fuerza de voluntad, cosa que se logra con entrenamiento. Hay que pensar que es tan fácil tener pensa-mientos positivos hacia nosotros como negativos.

Experiencias con especialistas en el campo médico

Con el tiempo comprendí que no eran muchos problemas por sepa-rado, es decir, no tenía un problema de aprendizaje, o de conversa-ción, o que se me ponía una “cortina blanca”, o que me dispersaba, o que me bloqueaba. No, era todo el mismo problema. Simplemen-te, algo pasaba en mi cerebro, pero no alcanzaba a saber qué era. Como me cuesta darme por vencida, me dije: “Esto lo tengo que so-lucionar, alguien tiene que ayudarme”. Por lo que empecé a recorrer un angustioso camino de visitas a especialistas.

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Una vez leí un artículo de la Universidad de Zaragoza en que la empresa Bit Brain, junto con el equipo docente, estaban trabajan-do en un sistema que podría permitir tener más memoria, concen-tración y fluidez verbal mediante una máquina y con un sencillo entrenamiento personalizado. Escribí para ofrecerme de conejillo de indias, pero no me contestaron. Me hubiese gustado mucho.

También he ido a psicólogos. Uno de ellos me dijo que yo no re-cordaba porque quería olvidar cosas traumáticas y que al igual que olvidaba las cosas que me hacían daño también olvidaba otras co-sas, ya que el cerebro no clasifica. Nunca creí que fuera exactamen-te esto, aunque la parte emocional juega muy malas pasadas.

No tengo TDAH es “otra cosa”

Tuve una experiencia que me lleva a hablaros del TDAH. Pero quie-ro remarcar que, cuando hablo de “otra cosa”, no me refiero ni al Alzheimer ni al TDA/H, aunque con este último puedan coincidir algunos de los síntomas.

Hoy día se habla mucho del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Hay una parte de profesionales de la Psi-quiatría que defiende que es un trastorno inventado para favore-cer a la industria farmacéutica. No puedo opinar, pero sabiendo que para algunas farmacéuticas su principal objetivo es el econó-mico, a costa muchas veces de la salud de las personas, y viendo que son tratamientos muy largos y costosos, se me hace muy difí-cil no caer en la duda.

Hay asociaciones y colectivos que trabajan muy activamente en el tema, y por suerte el Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya ha presentado un Protocolo para mejorar el diag-nóstico y el tratamiento en los centros de salud. Creo muchísi-mo en el buen diagnóstico; es necesario para separar los casos de TDA/H de los que no lo son.

En un artículo de una revista médica en que hablaban de unos

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síntomas relacionados con el trastorno, hacían mención a la falta de concentración de las personas que lo padecen. Yo siempre me he quejado de que me es muy difícil concentrarme, es como si mi cabeza tuviera muchos canales abiertos a la vez. Quizás los ten-ga. Pero indudablemente esto me produce momentos de mucha tensión y angustia.

Por lo que fui a consultar a un especialista que me dijo que pre-cisamente la falta de concentración es uno de los indicadores más clásicos para el diagnóstico del TDAH. En aquellos momen-tos, me dio esperanzas, incluso me puse súper contenta ya que pensé que, si mi problema tenía nombre, quizás tendría una solu-ción o un remedio.

Me recetó unas pastillas, pero un día (cuando llevaba 3 o 4 días tomándomelas) me desperté con desasosiego y excitación. Tenía taquicardias. Me asusté muchísimo. Dejé de tomarlas.

Pero no puedo quitarme de la cabeza a estos niños/as que se están tratando con estos medicamentos. Posiblemente, como con todas las enfermedades que son poco conocidas, al principio los diagnósticos son difíciles y se generalizan los tratamientos. Yo pienso que efectivamente debe haber personas con TDAH; como he dicho no soy quién para opinar, pero no puedo dejar de pen-sar que medicar a estos niños/as salvo en casos muy extremos no creo que sea el único camino.

Sé que hay muchos profesionales que tratan el tema del TDAH con mucho respeto y que en ningún caso su primera opción es la de tratar a la persona con medicación, sino que su objetivo es ca-nalizar el trastorno con trabajos coordinados con varios especia-listas, haciendo un trabajo interdisciplinar junto con la familia y la escuela. Estoy convencida que este ha de ser el camino.

Me preocupa ver cómo se está tratando el tema del TDAH, ya que muchos padres deben estar desgraciadamente muy des-orientados con tantos puntos de vista contradictorios por parte de los especialistas. Es necesario apoyar los esfuerzos que se de-

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diquen a la investigación para poder unificar criterios respecto a los diagnósticos y tratamientos.

Soy consciente de que el TDAH y esa “otra cosa” tienen muchos puntos en común, pero quizás porque me da miedo todo lo que sea etiquetar a las personas con un determinado tipo de enferme-dad o, en este caso, trastorno y actuar siguiendo los mismos crite-rios para todas las personas es por lo que intentaré explicaros por qué yo veo diferente esa “otra cosa” del TDAH.Me he hecho mi pequeña historia para poder expresarme mejor. Imaginaos que, cuando una persona tiene dificultades para En-tender, Retener, Almacenar, Recuperar y Explicar la información, le llamamos que tiene Problemas de Memoria.

Seguimos imaginando que los Problemas de Memoria son co-mo un huerto en que hay plantadas muchas variedades de horta-lizas y árboles frutales. Puede haber un manzano, un peral o unas zanahorias y unas lechugas etc… Pues imaginemos que todo lo que hay en el huerto lo tratáramos igual. Esto no sería lo correcto ya que cada especie, incluso cada una de las variedades, necesita de cuidados diferentes, desde escoger el lugar y el momento para su plantación hasta decidir cuándo se han de aplicar los cuidados y su recolección.

Pues con los Problemas de Memoria soy de la opinión que pasa igual, no es lo mismo una persona que tenga dificultades para un determinado tipo de memoria (visual, auditivo, etc...) que para una persona que sí tenga TDA o TDAH, o una persona que pueda tener simplemente mucha hiperactividad sin problemas de me-moria o, ¿por qué no?, personas que tenemos “otra cosa”

Las personas que tenemos “otra cosa” podemos ser hiperac-tivas o no, tener capacidad de acordarnos de según que aspec-tos y de otros no, bloquearnos en según qué situaciones o, por el contrario, ser capaces de tomar decisiones acertadas superando la falta de información y conocimientos específicos, o bien emplear nuestro sentido común delante de situaciones importantes.

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Lo que desearía transmitir es que aunque todos los que tene-mos problemas de memoria estemos en el mismo huerto, ni el diagnóstico ni los criterios a seguir han de ser los estipulados por un patrón único.

Comida, bebida y fuerza de voluntad

Un tema que estoy segura de que ha influido en mi problema de memoria ha sido el alcohol.

En la época de mi madre, era costumbre en las familias dar a los niños un suplemento alimenticio hecho con yemas de huevo, azú-car y vino, o dar pan empapado con vino y azúcar, o un vasito de cerveza. En los tiempos actuales, eso es difícil de aceptar.

En mi familia todos éramos de buen comer y beber. Cualquier acontecimiento era motivo para celebrarlo con una buena comi-da. De jovencita, llegué a sentirme afortunada de poder disfru-tar comiendo y bebiendo, y de tener un metabolismo privilegiado que no me hacía coger peso.

Una buena comida con un buen vino armonizaba los sentidos

El beber es parte de nuestra cultura. Tenemos la suerte de ser un país con muy buenos vinos, así que en nuestra sociedad es normal que la bebida forme parte de las relaciones personales y sociales. Hasta hace muy poco lo veíamos continuamente en los anuncios.

Para pedir un deseo o felicitar a una persona se acostumbra a hacer un brindis. Es como un ritual. Incluso en los momentos difí-ciles de un duelo, era consolador para mí brindar por la persona fallecida, era como si al chocar las copas y alzarlas le rindieras ho-menaje y de alguna manera estuviera con nosotros.

Salvo alguna ocasión, no bebía fuera de las comidas, pero cuando empezaba a comer y bebía me costaba dejar de hacer-

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lo. Yo entonces no le daba importancia, pero más tarde empezó a afectarme el hígado, no mucho, pero lo suficiente para que me lo tomara como una advertencia.

En el año 2010 fui a visitar a un neurólogo y ya entonces me ad-virtió de que una de las cosas que más afecta a la memoria es el alcohol, sobre todo en las mujeres, ya que nosotras lo asimilamos mal, a diferencia de los hombres, que tienen una enzima que en según qué casos los protege un poco más.

Debía tomar una decisión.Me costaba tomarla. Yo, a quien mis amistades relacionaban

como una persona de buen comer y beber, ¿cómo me verían aho-ra?, ¿qué haría cuando fuera a las recepciones de mi marido, qué tomaría?, ¿perdería mi manera de ser, me volvería apática? ¡Yo que sé lo que me empezó a pasar por la cabeza!

Pero fue el 1 de marzo del 2011 cuando decidí no beber nada, nada y nada de alcohol. Lo pasé mal, pero soy muy tozuda, tam-bién para lo bueno, y esto me ha ayudado. Afronté el tema de fren-te, utilicé la misma táctica que empleé cuando, hace aproximada-mente 35 años, dejé de fumar. Después he leído que es un recurso que se emplea para dejar ciertos hábitos. Consistió en empezar a decir a mis familiares y amigos: “Hoy dejo de fumar y, si no lo con-sigo, podréis decir que no tengo fuerza de voluntad”. Es decir; hice de mi orgullo un aliado y funcionó, así que también lo hice servir para dejar la bebida.

En la primera ocasión en que me encontré delante de la prueba de cómo actuar cuando en una celebración o un acontecimien-to tuviera que brindar o simplemente me ofrecieran una copa de cava, me sorprendí con la solución que adopté: pedí una copa de cava con agua mineral; las burbujas hicieron el resto. Así no tuve que dar explicaciones de por qué ya no bebía, nadie se dio cuenta.

Esto me sirvió durante un tiempo. Ahora simplemente digo: “No bebo alcohol”.

Hay situaciones, todavía hoy en día, que con buena fe me dicen:

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“Por que tomes un poquito no importa”, o “Un día es un día”. Cues-ta entender que te lo digan porque quizás lo que me gustaría oír es: “Qué fuerza de voluntad tienes. Ha de ser difícil. Qué mérito tiene”, porque es verdad que es difícil y a veces necesitas ánimos.

No sé si el no tomar alcohol me ha hecho tener un poquito más de memoria, pero lo que sí sé es que ha dejado entrar aire en mi cerebro. Y al poner a prueba mi fuerza de voluntad ha reforzado mi autoestima.

El orden, solución y problema

El orden siempre ha sido para mí una solución y un problema. Os explico.

Desde que tengo uso de razón, me ha gustado el orden. Ya de pequeña me subía a un taburete para lavar los platos a mano, me gustaba recoger la cocina, disfrutaba ordenando el aseo, me en-cantaba la sensación de que todo estaba limpio y ordenado. A mi madre le gustaba y esto me hacía sentir muy feliz. Sentía como si fuera la primera de mi clase.

Estoy segura que era como un instinto que llevaba dentro, y ha marcado mi forma de ver algunos aspectos de la vida y también estoy segura de que me ha ayudado con mi problema.

Pero el ser Ordenada trajo el que algunas personas lo vieran no como un aspecto positivo, sino como una exageración, una obse-sión o simplemente una manía. No lo he podido entender nunca. Yo lo veía y lo sigo viendo como una cualidad que lleva consigo mu-chas cosas positivas.

Para mí ha sido una herramienta indispensable, ya que el hecho de ordenar lleva implícito una serie de razonamientos y una concentración no consciente, y eso es importante, que estés con-centrado sin ser consciente de ello, así deja de haber presión y de-ja vía libre entre tu cerebro y tu pensamiento.

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Además, cuando ordeno, tengo que pensar en varias posibi-lidades, como en dónde lo colocaré y qué criterios seguiré para después poderlo localizar, ver ventajas e inconvenientes, y lo más importante, que al hacerlo yo misma, sin darme cuenta, focalizo y me concentro, por lo que estoy facilitando a mi memoria la po-sibilidad de encontrar las cosas con bastante precisión, lo que me hizo ver que el orden era un buen camino si quería retener cosas en mi memoria.

Por eso muchas personas cuando ven que soy capaz de decir dónde está una cosa por complicado que sea dudan de mi falta de memoria, pero es lo que os he dicho al principio: esa “otra cosa” es un determinado tipo de falta de memoria.

Cuando siento que todo está en orden, yo también lo estoy y, a partir de aquí, mi cabeza ya puede pensar. Es como si el desor-den no me dejara pensar, igual que cuando oigo música agresiva o muy fuerte no puedo Ver.

A lo largo de mi vida he tenido la ocasión de poder decorar y or-ganizar diferentes viviendas. Mi marido y yo hicimos un cambio de vida y emprendimos una aventura. Rehabilitamos y creamos un negocio de hotel rural con criterios ecológicos, lo que comportó un trabajo placentero pero agotador.

Viví momentos maravillosos, los clientes me aportaron unas vivencias que nunca me hubiese podido imaginar. Cuando podía recrearme contemplando que todo estaba ordenado, que las co-sas estaban dispuestas para facilitarnos el trabajo a todos o que los clientes agradecían los detalles, me sentía como si estuviera contemplando un cuadro. Pura “armonía”.

Pero me fue muy difícil enfrentarme tan duramente a mi pro-blema: eran demasiadas cosas que necesitaban de la memoria que yo no tenía que pensé que no podría aguantarlo.

Actualmente, a las personas que “pierden” la memoria, les aconsejan huir de la rutina, y así crear nuevos “contactos neuro-

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nales”. Estoy segura de que es importante hacerlo, pero para no-sotras que tenemos “otra cosa” y hemos recurrido a la ayuda del orden, no creo que sea prudente tomarlo como Norma. Ya tene-mos suficientes motivos para el desánimo. En cambio, sí que pien-so que cambiar o modificar algunos hábitos referente al orden y a la rutina como el que va dos días al gimnasio puede ser benefi-cioso.

Preguntas que me hago a mí misma. Y a ti

Mientras he ido escribiendo mis experiencias, he pensado en todas las preguntas que todavía me hago y que me gustaría compartir.

Por qué dejé entrar en mi cabeza a un visitante no grato que me repetía constantemente “no vale la pena retenerlo, no me acorda-ré,” Y este “No me acordaré” cogió tanta fuerza en mi cabeza que ya estaba unido a cualquier cosa que me explicasen, bloqueándo-me. Esta voz me ha acompañado tanto que estoy segura de que ha sido mi principal enemigo. Y ¿por qué siempre que me explican según que cosas estoy segura, más que segura, segurísima, de que lo recordaré y después me es imposible recordarlas?

¿Por qué no puedo retener mis pensamientos ni las cosas que me entran de fuera?

¿Por qué noto físicamente cómo se me escapa la información co-mo si fuera una brisa que se aleja de mi cabeza despacio y no pue-do atraparla?

¿Por qué noto tantos canales abiertos en mi cabeza, que es como si me dejaran poco espacio en mi mente para otra cosa?

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¿Por qué se me pone una “cortina blanca” delante y siento palpi-taciones y no soy capaz de pensar?

¿Qué habría de hacer para llegar a un entendimiento entre lo que mi cabeza decide guardar o no y lo que yo necesito guardar?

Quisiera saber si a vosotros/as os pasa igual o solo compartimos la angustia de estar enfadadas con nuestra Memoria.

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Me encantaría que, si tienes un problema parecido al mío, te pusieras en contacto conmigo y, juntos, pudiéramos crear un gru-po de reflexión, de intercambio de información, de apoyo mutuo. Puedes contactar conmigo en este correo electrónico y, si somos unos cuantos, podremos crear un foro para compartir nuestra ex-periencia y quizás también soluciones.

[email protected]

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Gemma Muñoz Mariné. Nací en Barcelona el año 1952. Actual-mente vivo entre Barcelona y mi masía en Planoles . Comparto mi vida con mi pareja y tengo dos hijos. No soy escritora, solo quiero compartir mi historia con vosotros/as.

Cuando voy a un especialista le digo Dr. No tengo Alzheimer es “otra cosa”. A partir de cierta edad presuponen que tener un pro-blema de memoria puede ser el síntoma de un principio de la en-fermedad.

No es mi caso. Ya desde pequeña tenía problemas con mi me-moria, a pesar de ello no ha sido obstáculo para tener una vida de continua búsqueda y afán de superación.

Ahora quiero compartir con vosotros/as mis experiencias para que si es vuestro caso o conocéis a alguien con el mismo o pareci-do problema podamos compartirlo.