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NARRACIONES INDÍGENAS > ATACAMEÑO EL CUENTO DE LA PASTORA En el campo, cerca del pueblo, una pastora cuida su ganado cuando se le acerca un joven bajo y muy bien vestido, el cual comienza a hablarle de amor. El joven desea casarse con la pastora, pero ella no quiere. Hacen chistes sobre lo bajo que es él. El joven le dice que pese a lo bajo que es, es capaz de levantarla. La pastora se sube en su espalda y, con gran asombro, ve como los largos brazos del joven se transforman en alas, para emprender el vuelo hasta una cueva en medio de un cerro, donde era difícil llegar. El joven curco (jorobado) era el cóndor que se volvía hombre cuando hablaba. El cóndor deja a su amada en la cueva y sale a buscarle comida. Trae carne cruda, pero la pastora lo rechaza, no la quiere. Vuelve a volar el cóndor y deposita la carne sobre restos de fuego donde la sopea (carne asada sobre cenizas). Alimentando así a la muchacha, que sigue viviendo en la cueva, pasan tres años. La pastora ya tiene una guagua. La pastora quiere irse, pero no puede avisar a sus padres, su cuerpo comienza ya a cubrirse de plumas. Una tarde la pastora ve que por abajo pasa un zorro. Ella lo llama y desde lo alto de la cueva lo grita pidiéndole por favor que avise a su padre, Urrucutu Pancho, lo que ha pasado y dónde está. El zorro corre por el campo gritando: —Urrucutu Pancho, Urrucutu Pancho… Cuando encuentra una lagartija y empieza a perseguirla para cazarla. Cuando se la come se acuerda del encargo de la pastora, pero ve que se le ha olvidado el nombre del padre de la pastora. Regresa a la montaña donde está la cueva. La pastora le dice: —Urrucutu Pancho es el nombre de mi padre. Vuelve el zorro a correr por los cerros llamando al pastor: —Urrucutu pancho…Urrucutu Pancho… Pero ahora ve a un pajarito y comienza a perseguirlo, y otra vez se le olvida el nombre del pastor. Vuelve nuevamente a los pies de la montaña donde vive la pastora. Ella vuelve a repetirle el nombre de su padre y a pedirle por favor que cumpla su encargo. Gritando por el campo el zorro llega cerca del rancho donde vivía Urrucutu Pancho. Cuando el pastor ve rondando cerca al zorro, largó los perros para que lo corran y lo sigan, porque el pastor no sabía a lo que iba el zorro. Cuando el zorro se ve acorralado grita al pastor: —No te diré donde se encuentra tu hija perdida. Urrucutu Pancho detiene a los perros y al saber lo que le había ocurrido a su hija se apura para salvarla, siguiendo al zorro que lo lleva hasta la cueva. Durante el día el cóndor no estaba en la cueva porque tenía que salir lejos a buscar alimentos para su hijo y su amada. El pastor, Urrucutu Pancho, se aprovecha de eso y sube hasta lo alto del cerro, desde ahí deja caer una cuerda hasta la cueva donde estaba su hija. La pastora se amarra con ella y es izada por su padre junto con su hijo. Es tarde, ya se esconde el sol, cuando el cóndor llega cansado a su casa, en la cueva del cerro. Ahí ve desesperado cómo no está la pastora y tampoco su hijo. Llorando el cóndor recorre los cerros y los campos sin poder encontrarlos. Agotado, ve un rancho y parte para allá a descansar encima del techo de paja. Urrucutu Pancho y su hija ven acercarse al cóndor, porque era de ellos la casa. Ligero el padre esconde a la pastora y su hijo en un huilqui (cántaro, vasija grande) y lo tapa y hace como que está trabajando. El cóndor llega a la casa y llora callado. De uno de sus ojos sale agua cristalina, el otro ojo llora sangre. Más tarde el cóndor emprende solitario el vuelo hacia la cordillera. Al quedar solo, Urrucutu Pancho corre a ayudar a su hija a salir del huilqui. Pero ve con gran pena que su hija y su nieto están muertos convertidos en cóndores. Nota: Este cuento es conocido en casi toda la zona del Salado. Narrativa tradicional atacameña Hábitat. Cultura. Corpus Domingo Gómez Parra

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NARRACIONES INDÍGENAS > ATACAMEÑO EL CUENTO DE LA PASTORA

En el campo, cerca del pueblo, una pastora cuida su ganado cuando se le acerca un joven bajo y muy bien vestido, el cual comienza a hablarle de amor. El joven desea casarse con la pastora, pero ella no quiere.

Hacen chistes sobre lo bajo que es él. El joven le dice que pese a lo bajo que es, es capaz de levantarla. La pastora se sube en su espalda y, con gran asombro, ve como los largos brazos del joven se transforman en alas, para emprender el vuelo hasta una cueva en medio de un cerro, donde era difícil llegar.

El joven curco (jorobado) era el cóndor que se volvía hombre cuando hablaba.

El cóndor deja a su amada en la cueva y sale a buscarle comida. Trae carne cruda, pero la pastora lo rechaza, no la quiere. Vuelve a volar el cóndor y deposita la carne sobre restos de fuego donde la sopea (carne asada sobre cenizas). Alimentando así a la muchacha, que sigue viviendo en la cueva, pasan tres años. La pastora ya tiene una guagua. La pastora quiere irse, pero no puede avisar a sus padres, su cuerpo comienza ya a cubrirse de plumas.

Una tarde la pastora ve que por abajo pasa un zorro. Ella lo llama y desde lo alto de la cueva lo grita pidiéndole por favor que avise a su padre, Urrucutu Pancho, lo que ha pasado y dónde está.

El zorro corre por el campo gritando: —Urrucutu Pancho, Urrucutu Pancho…

Cuando encuentra una lagartija y empieza a perseguirla para cazarla. Cuando se la come se acuerda del encargo de la pastora, pero ve que se le ha olvidado el nombre del padre de la pastora. Regresa a la montaña donde está la cueva. La pastora le dice: —Urrucutu Pancho es el nombre de mi padre.

Vuelve el zorro a correr por los cerros llamando al pastor: —Urrucutu pancho…Urrucutu Pancho…

Pero ahora ve a un pajarito y comienza a perseguirlo, y otra vez se le olvida el nombre del pastor. Vuelve nuevamente a los pies de la montaña donde vive la pastora. Ella vuelve a repetirle el nombre de su padre y a pedirle por favor que cumpla su encargo.

Gritando por el campo el zorro llega cerca del rancho donde vivía Urrucutu Pancho. Cuando el pastor ve rondando cerca al zorro, largó los perros para que lo corran y lo sigan, porque el pastor no sabía a lo que iba el zorro. Cuando el zorro se ve acorralado grita al pastor: —No te diré donde se encuentra tu hija perdida.

Urrucutu Pancho detiene a los perros y al saber lo que le había ocurrido a su hija se apura para salvarla, siguiendo al zorro que lo lleva hasta la cueva.

Durante el día el cóndor no estaba en la cueva porque tenía que salir lejos a buscar alimentos para su hijo y su amada. El pastor, Urrucutu Pancho, se aprovecha de eso y sube hasta lo alto del cerro, desde ahí deja caer una cuerda hasta la cueva donde estaba su hija. La pastora se amarra con ella y es izada por su padre junto con su hijo.

Es tarde, ya se esconde el sol, cuando el cóndor llega cansado a su casa, en la cueva del cerro. Ahí ve desesperado cómo no está la pastora y tampoco su hijo. Llorando el cóndor recorre los cerros y los campos sin poder encontrarlos. Agotado, ve un rancho y parte para allá a descansar encima del techo de paja.

Urrucutu Pancho y su hija ven acercarse al cóndor, porque era de ellos la casa. Ligero el padre esconde a la pastora y su hijo en un huilqui (cántaro, vasija grande) y lo tapa y hace como que está trabajando.

El cóndor llega a la casa y llora callado. De uno de sus ojos sale agua cristalina, el otro ojo llora sangre.

Más tarde el cóndor emprende solitario el vuelo hacia la cordillera.

Al quedar solo, Urrucutu Pancho corre a ayudar a su hija a salir del huilqui. Pero ve con gran pena que su hija y su nieto están muertos convertidos en cóndores.

Nota: Este cuento es conocido en casi toda la zona del Salado. Narrativa tradicional atacameña Hábitat. Cultura. Corpus Domingo Gómez Parra

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NARRACIONES INDÍGENAS > ATACAMEÑO UN CUENTO DE DIABLOS

Lejos de un pequeño pueblo, como la mitad de Toconce, había unos sembrados en los cuales habitaban unos pocos pobladores. Estos no contaban en su zona con una iglesia a la cual ir.

Un domingo en la mañana, tres jóvenes de ese campo caminaban hacia el cercano pueblo cuando, de una vuelta del camino se encontraron con dos desconocidos.

Uno de los jóvenes preguntó a los desconocidos: —¿A qué hora será la misa?

Uno de los desconocidos contestó: —Será en la tarde.

Entonces los jóvenes regresaron a sus casas.

Horas más tarde los jóvenes vuelven a partir. Pero, al llegar a la misma vuelta del camino, vuelven a encontrar a los dos desconocidos los que les dicen que la misa será más tarde. Dos de los jóvenes regresan de nuevo a sus casas, pero el más joven pasa callado por el lado de los desconocidos para el pueblo. Apurando el paso alcanza a llegar a la iglesia justo al comenzar la misa. La escucha y luego paseando, recorre el pueblo. Ya es tarde cuando vuelve a su casa. Al llegar encuentra despedazados a sus dos amigos. Le da miedo, toma una bolsa con harina tostada y una chuspa con coca y huye al campo. Camina por malas partes, rocosas, sin senderos.

Ya está anocheciendo cuando encuentra una cueva, entra en ella y, sin darse cuenta, comienza a dormir sentado. En la noche cree despertar y se encuentra durmiendo en un catre. En la pieza hay también una señora. Él le dice a la señora que tiene miedo de que lo encuentren dos desconocidos, la señora le dice que si llegan que se esconda detrás de ella.

Ha pasado un rato cuando llegan los hombres y empiezan a bailar afuera de la casa. Después entran en la casa y preguntan qué hay para comer. La señora les sirve una comida de lagartos. Mientras comían, conversaban que ese día habían atentado contra dos jóvenes y que los andaban trayendo como colas de caballo.

Terminan sus platos y uno de ellos pregunta a la señora qué más tiene para comer. Ella les prepara una ulpada con la harina tostada del joven y les da coca.

Cuando termina de comer, vuelven a preguntar qué más hay. La mujer les dice que no tiene nada más. Ellos le preguntan quién es el que esconde detrás de ella. La mujer dice que es su hijo y que gracias a él han comido. Al escuchar esto, los hombres que eran los dos diablos se van.

La mujer le dice al joven que debe mirar donde bailaban los diablos, antes de irse a la cueva. El joven vuelve a quedarse dormido en el catre.

Al despertar al día siguiente se encuentra nuevamente en la cueva. Se levanta y se va a mirar al sitio donde bailaban los diablos en el sueño que tuvo. Ahí encuentra un cuchillo, lo toma y parte.

Camina lejos de la cueva, tres días seguidos. Llega así hasta una casa sola, ahí ve a unos pastores que se sirven alimentos.

Los pastores le cuentan que andan dos diablos sueltos que se comen a los animales y a las pastoras. El joven les dice que él tiene un cuchillo matasiete. Los pastores le piden que mate a los diablos y ellos le regalarán la mitad de sus tierras y de sus animales. El joven dice que bueno. Como prueba de lo que haga debe traer los cachos de los diablos.

El joven camina hasta el sitio indicado por los pastores, que era un árbol grande. El joven se sube a él. Después llegan los tres diablos, cada uno de ellos con una vaca. Los diablos las asan y se las comen. Después, sobre unas ramas, se tienden a dormir debajo del árbol.

El joven deja caer unas hojitas en la cara de un diablo. Este despierta y culpa a sus compañeros de molestarlo. Después de discutir un momento vuelven a dormir. El joven lanza una ramita a otro diablo y este también despierta y se enoja con los otros. Discuten y después vuelven a dormir. El joven lanza una ramita al tercer diablo, este despierta y pelean entre ellos. El joven se aprovecha de esto, baja del árbol y mata a los tres diablos, que estaban cansados y heridos. Les corta los cachos y vuelve con ellos donde los pastores. Los pastores cumplen su promesa y le regalan la mitad de sus tierras y de sus ganados.

Nota: La señora es la Pacha-Mama –Madre Tierra–, por eso cuando se toma o come algo, primero hay que darle un poquito a la tierra –la Pacha-Mama– para que se reproduzca y multiplique y no se terminen los víveres, el vino, la coca y todas las cosas que se lleven. Así lo hacen todos y más todavía los viejos.

Narrativa tradicional atacameña. Hábitat. Cultura. Corpus Domingo Gómez Parra

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NARRACIONES INDÍGENAS > ATACAMEÑO EL CUENTO DE LOS DOS HERMANOS

Eran dos hermanos. Uno rico y uno pobre. El hermano rico detestaba al hermano pobre. El hermano pobre, cansado del trato que recibía de su hermano, parte de la casa en busca de trabajo. Como no tiene alimentos para el viaje va donde su hermano rico que bota los desperdicios y recoge una cabeza de gallo y restos de pan.

El hermano pobre camina un día entero y, al anochecer, llega a una cueva, ahí se decide a dormir. Se tapa con su delgado y destrozado poncho.

Al amanecer despierta de repente y ve cómo, a la entrada de la cueva, hay dos hombres sentados que tienen todo su cuerpo y cabeza cubiertos con una coraza de oro. En las primeras horas de la mañana los hombres se levantan y bailan. Pero, antes de empezar a bailar, se sacan los cachos que llevaban en la cabeza. El joven se los pone en su cabeza. El joven estaba muy asustado, cuando de repente, la cabeza de gallo canta. Los hombres detienen su baile, se sacan la coraza y parten corriendo.

El muchacho espera que la mañana esté avanzada para salir de la cueva. Cuando va saliendo mira las corazas y, con sorpresa y alegría, ve que son de oro. Entonces, vuelve a partir para la ciudad, donde vende las corazas y los cachos de oro y queda tan rico como su hermano.

Cuando el hermano rico ve que su hermano pobre regresa con tantas riquezas como las que tiene él, le pregunta de dónde las ha sacado, si es fruto de su trabajo o algún robo. Tanto pregunta y contesta, que el otro le cuenta todo.

El hermano rico, lleno de ambición, quiere ir también en busca de riquezas. Mata un gallo y reúne un poco de pan seco y parte.

Al llegar a la cueva, pasa lo mismo que había pasado antes. El hermano rico ve dos hombres que conversan y que, al amanecer, se sacan los cuernos y bailan. El hombre se los pone, pero el gallo no canta, aunque el hombre lo molesta y empuja. Parece que los diablos ya están por terminar de bailar, entonces el hombre canta como gallo y aletea igual que él.

Los diablos arrancan y lo dejan todo botado. El hombre quiere sacarse los cuernos, pero no puede. Asustado, huye a su casa. El peso de los cuernos parece aumentar cada vez más. Entonces decide consultar a un brujo.

El brujo le dice que tiene que colocarse en lo alto de una peña con un animal para que el cóndor baje a robárselo: cuando el cóndor haga fuerza le pateará los cuernos y se los irá sacando así. Pero, con cada intento del cóndor los animales caen a una quebrada honda donde van muriendo. El hombre tiene que poner otros animales. Cuando cae el último de los animales a la quebraba, desaparecen los cuernos, pero el hombre queda arruinado.

Esto sirve para demostrar que los que ambicionan con malas artes más de lo que tienen lo pierden todo.

Nota: Este cuento muestra cuán peligroso “es desear más de lo que Dios ha dado”. Es decir, que los hombres deben conformarse con lo que tienen y aumentarlo con su esfuerzo solamente, ya que solo es privilegio de Dios otorgar venturas especiales. Aquel que por ambición las busca, “es castigado perdiendo todo lo que tiene”.

Narrativa tradicional atacameña. Hábitat. Cultura. Corpus Domingo Gómez Parra

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NARRACIONES INDÍGENAS > AYMARA EL CÓNDOR Y LA PASTORA

Estaba sentada una Imilla a la orilla de un lugar llamado chacuña, que es una especie de pirca en media luna y el lugar donde las pastoras tejen.

Mientras miraba su ganado en el bofedal, la pastora tejía para entretenerse, de repente ve que un hombre se le acerca y le dice:

—Pastorcita, ¿por qué estás tan sola, no quisieras jugar un rato para entretenernos? —No puedo, porque estoy tejiendo, si tú quieres espera a que termine.

El hombre, que no era hombre, porque era un cóndor con figura de hombre, se puso a su lado a esperarla. La Imilla después de un largo rato termina la llijlla, que es una manta que usan las mujeres para cargar guaguas y otras cosas, y decide jugar. El hombre se puso muy contento porque la pastorcita estaba cayendo en la trampa, y le propuso jugar a cargarse para ver quién corría más distancia.

Primero es la pastora que sube al hombre en su espalda, rato después se subió el hombre sobre la espalda de la pastora, y así estuvieron jugando largo rato.

Pero el hombre no tenía buenas intenciones, porque lo que verdaderamente quería era llevársela y casarse con ella.

En medio del juego y cuando le tocó el turno a la Imilla de subirse arriba del hombre, este comenzó a correr muy rápido y cuando había alcanzado mucha velocidad el hombre se convirtió en cóndor, emprendiendo vuelo hacia las peñas más altas, donde el pájaro tenía su cueva y donde era imposible que un ser humano pudiera bajar. Solo el cóndor lo podía hacer, y volando.

Cuando la pastora estaba en el cóndor yquiña (la cueva más alta de la peña y el lugar donde habitualmente vive el cóndor), se puso muy triste porque ese no era lugar para que vivan las personas, además tenía mucho frío y no tenía qué comer, pero el miedo más grande era que el cóndor quería casarse con ella, pero ¡¡¡cómo casarse con un cóndor!!! Esta era la idea que la desesperaba, y la pastora lloraba pensando en lo lejos que estaba su familia y su comunidad, y lloraba porque nadie la podría ayudar.

El cóndor trataba de hacerse el amable y atenderla lo mejor posible, le llevaba harta comida, pero siempre era comida cruda y carne podrida. La pastorcita insistía en que le llevara mejor comida y que ella solo comía algo cocido.

El cóndor desesperado porque no encontraba alimentos para su mujer, se acerca a una viacha (terreno que se quema para renovar la paja vieja y para que después aparezcan brotes nuevos), pero no se atrevía a acercarse mucho porque le tenía terror al fuego.

Cerca de la viacha el cóndor encontró una yareta que había sido quemada hacía mucho tiempo, y entre las cenizas que quedaban revuelve un pedazo de carne que llevaba para la pastora, y decide regresar a su cueva llevando un pedazo de carne todo sucio y tiznado.

Pero mientras el cóndor estaba en la yareta quemada, la pastorcita seguía llorando, estaba en eso cuando se le acercó un pajarito, la picarrosa, que le preguntó:

—¿Por qué estás llorando linda pastorcita? —Porque el cóndor me trajo engañada, me trajo a la fuerza y quiere casarse conmigo y yo no quiero. Quiero irme a mi comunidad y estar con mi familia— contestó la Imilla. —Si quieres regresar yo te puedo ayudar— dijo la picarrosa. —Pero ¡¡cómo, si tú eres un pájaro tan chico!! —De eso no te preocupes. Solo te pido que por llevarte donde tu familia me regales el bonito collar verde que tienes en el cuello. —Trato hecho— contestó muy feliz la pastora. —Agárrate de mí cuellito y cierra tus ojos— le dijo la picarrosa.

Y así fue como rápidamente dejaron atrás la gran peña y descendieron hasta el bofedal.

Al momento de despedirse ella le entregó el collar y esta es la razón por la cual la picarrosa tiene en su cuello un collarcito verde.

La pastorcita corrió desde el bofedal hasta su casa, donde encontró a sus padres llorando de pena. Ella les contó lo que había pasado y cómo el cóndor la había robado para casarse con ella.

El padre de la Imilla, comunero viejo e inteligente le dijo:

—Seguro que este cunture vendrá a buscarte con sus amigotes, los alcamares, pero vamos a prepararnos para corretearlos.

Entre el padre, la madre y todos los hermanos escondieron a la Imilla bajo un p’uño (cántaro grande de greda).

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Al rato, como había dicho el padre, apareció el cóndor haciéndose el tontito y preguntando por la pastora.

—Qué viene a buscar aquí ladrón— dice el padre, al tiempo que le echaba un balde de agua hirviendo por la cabeza y el cogote.

El cóndor quedó muy herido, quería saber quién había ayudado a bajar a la que iba a ser su esposa, ella sola no podía haberlo hecho, eso estaba claro, algún pájaro debió haberla ayudado.

—Tengo que encontrar a ese traidor— pensaba muy enojado el cóndor.

Como él era el rey de todas las aves las llamó a una reunión urgente, a la que no faltó ningún pájaro. Cuando estuvieron todos presentes preguntó si sabían cómo había bajado su mujer desde la peña.

—No sé— contestó la Guallata.

Y también dijeron “no sé” los alcamares, las palomas, las águilas, el Puku-puku, el Kukulí, el Leke-leke, el Chictale y el Chipi-chipi.

Ninguna de las aves quiso decir quién había bajado a la pastora. Pero desde hacía rato había un pájaro chico que decía:

—Yo sé, yo sé—, pero como era tan chico nadie lo tomaba en cuenta.

Tanto molestó el pájaro chico que el cóndor lo miró y le dijo:

—¿Qué sabes tú, pájaro chico? Qué saber tú laika amachi (que significa pájaro brujo). Quién ha sido el traidor que me ha robado mi mujer.

—La picarrosa ha sido, también se hace llamar la picaflor— contestó el pájaro brujo, al tiempo que mostraba con el pico el lugar donde estaba el acusado.

El picaflor trató de huir, pero fue acorralado por todos los pájaros. El cóndor furioso se acercó al pequeño pájaro y lo sentenció:

—Tú serás comido por mí— y dicho y hecho, se lo tragó enterito.

Pero esta historia no termina aquí, porque el picaflor de tan chiquitito que era le salió por atrás al cóndor. Mientras el picaflor volaba hacia la libertad, todos los pájaros que había reunido el cóndor se reían mucho y movían sus alas de contentos.

Cuentan los abuelos que desde esa vez el picaflor o picarrosa lleva en su cuello un hermoso collar verde y también por eso tiene el cogote pelao.

Uybirmallco (Cerros que nos dan la vida) Tradición oral aymara. Rucio Flores M. Julián Amaro M. Juan Podestá A.

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NARRACIONES INDÍGENAS > AYMARA > EL ZORRO Y EL CONEJO

Cuentan que un conejo siempre iba a comer a una chacra, comía tanto que la persona dueña se enojó bastante y prometió matar al conejo, para tal efecto hizo una persona de miske.

Un día, venía el conejo por el camino y llegó donde estaba la persona hecha en miske, le pidió permiso para pasar, pero como el mono no entendía, vino el conejo y le pegó un palmazo enojado porque no le daba la pasada, pero su mano quedó pegada en el miske. El conejo se puso a gritar que lo soltara, como no le hacía caso, le golpeó con la otra mano y continuó con los pies, el cuerpo y la cabeza, quedando completamente pegado; justo en ese momento venía el zorro y le dice:

—Oiga compadre, despégame. Un caballero me pidió que me casara con su hija y como me negué me tiene pegado, además prometió traerme café juntuma, con pan y turtillunde, si quieres tú quédate aquí mejor.

A lo que el zorro responde —Ya, ningún problema, yo me quedo en tu lugar—. El zorro se quedó todito pegado en el miske y al rato empieza a gritar —Jinca apánima, juntumande turtillunde— y aparece un caballero con una olla en sus manos llenita de agua hirviendo. El zorro al verlo dice: —Menos mal que viene.

Pero el caballero le echó el agua hirviendo al zorro y este empezó a gritar, hasta que salió arrancando.

A todo esto, el conejo se había ido hacia una laguna, pero el zorro siguiéndole el rastro, lo encontró y le increpa —Ahora sí te comeré— a lo que el conejo asustado exclamó —¡No, no; espérate un rato—, y como era de noche, agrega:

—Saca el queso de la laguna—; el zorro se mete al agua y no lo puede sacar porque era la luna reflejada en ella. El conejo había logrado huir nuevamente y esperaba al zorro con una piedra en sus manos; al ver al zorro acercarse le dice:

—No compadre, no me comas, espérate, agarra esta piedra y sujétala arriba de tu cabeza y yo iré a ver si está listo el cumpleaños de mi primo y si es así, iremos los dos y después si quieres me comes, pero no se te ocurra soltarla— el conejo se fue y no volvió.

El zorro pensaba —La suelto y voy a ver qué pasa— así lo hizo, y la piedra le cayó en la cabeza, dejándolo medio atontado. El zorro nuevamente se sintió burlado, y empieza nuevamente a seguirle el rastro a su presa, pero a todo esto, el conejo había pensado la nueva mentira que diría.

Justo había un pozo y se instaló al lado con una botella, haciéndola sonar muy fuerte como si fuese una guerra, cuando el zorro llegó hasta el lugar se puso a gritar muy fuerte —¡Te voy a comer!— y el conejo replica implorando:

—No me comas compadrito— agregando —Escucha, parece que alguien viene a matarnos, mejor metámonos rápido al pozo, tu primero y yo después. Inmediatamente se mete el zorro al pozo y cae a la profundidad, a lo que el conejo le grita desde arriba. —¡Muérete!, compadre— y empezó a tirarle piedras hasta matarlo. El conejo se fue muy alegre y bailando por haber muerto al abusivo de su compadre el zorro.

Uybirmallco (Cerros que nos dan la vida) Tradición oral aymara. Rucio Flores M. Julián Amaro M. Juan Podestá A.

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NARRACIONES INDÍGENAS > KAWASHKAR > EL HIJO DEL CANELO

Entre los kawashkar, el Hijo del Canelo es un héroe que aparece en muchos relatos.

Algunos cuentan que hace mucho tiempo, en la costa occidental de la isla Wellington, y en otros lugares de la Patagonia occidental, hubo monstruosos animales que devoraban a los hombres. Guairabos gigantes, pulpos, ballenas y gaviotas descomunales, tiuques, cormoranes y cuervos enormes comían todo a su paso. Había clanes donde ya no quedaban mujeres, porque los monstruos las aniquilaron a todas. Finalmente, solo sobrevivieron dos hombres que en el momento de las matanzas andaban cazando.

En ese tiempo, en el territorio no había más árbol que un canelo y se dice que de él nació, como una semilla, un hombre. En la noche, mientras los dos hombres lloraban la muerte de sus esposas e hijos, oyeron el llanto de un infante. Al buscar, encontraron un niño bajo el canelo. Si bien lo acogieron, creyeron que moriría, pues no tenían leche materna para alimentarlo y solo pudieron darle de comer pajaritos. Mas vieron que esta criatura era excepcional: después de unos días el niño ya era todo un hombre. Desde entonces se le conoció como el Hijo del Canelo.

El Hijo del Canelo decía que el árbol era su madre y no quería que nadie lo tocara, lo rasmillara ni le sacara corteza. Ningún animal hacía daño al árbol porque su hijo era muy alto y grande, y podía hacerse adulto o niño a voluntad. Lo llamaron Alape (Alto), porque era muy largo.

Los hombres que lo habían recogido no lo dejaban salir de la choza temiendo que los animales gigantes lo tragaran. Mas sus advertencias solo sembraron en él las ansias de cazarlos y confeccionó un arpón para tal fin. Un día, los hombres vieron el arpón y el Hijo del Canelo les mostró a la distancia a uno de los engendros que habían devorado a su gente diciéndoles: “Esto es lo que quiero cazar”. Así, partió a la playa, enfrentó al animal y lo insertó en su arpón. Luego regresó a la choza y preguntó a los hombres: “¿Dónde está el pájaro que andaba merodeando?”. Ellos le respondieron que no saliera, pues los monstruos animales lo aniquilarían. Pero él prosiguió: “¿Dónde vive el monstruo?”. Y ellos le contestaron: “En el seno”. El joven se embarcó y remando se aproximó al monstruo y lo mató. De este modo el Hijo del Canelo se transformó en el héroe que exterminó a las temibles criaturas.

Un día, apareció otro hombre al cual Alape tomó a su cuidado, advirtiéndole que protegiera al canelo, porque era un árbol, pero en realidad era su madre. Y el hombre cuidaba y mantenía limpio el canelo, mientras su hijo estaba lejos.

Cierta vez, mientras frotaba dos palitos, Alape descubrió el fuego. Su compañero se asustó mucho y apagó la flama, porque no estaba acostumbrado al calor. Varias veces Alape hizo fuego, pero su compañero lo apagaba, hasta que llegó la noche y se percataron de que este los alumbraba y mantenía abrigados.

Durante mucho tiempo pensaron que estaban solos en el mundo, más un día se encontraron con un hombre que no tenía ropa y tampoco conocía el fuego, por lo que comía todo crudo y a los animales que cazaba les chupaba la sangre. Este hombre tenía una mujer y una hija soltera, a la que Alape mandó a buscar.

Al fin, el Hijo del Canelo y la hija del hombre se casaron y tuvieron un hijo, al que llamaron Arco Iris.

Mitos de Chile Diccionario de seres, magias y encantos Sonia Montecino Aguirre

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NARRACIONES INDÍGENAS > RAPA NUI > EXPEDICIÓN DE LOS SIETE EXPLORADORES

Vinieron siete mozos. El primero se llama Ira, el segundo Raparenga, el tercero Ku’uku’u A’Huatava, el cuarto Ringiringi A’Huatava, el quinto Nonoma A’Huatava, el sexto U’Ure A’Huatava, el séptimo Mako’i Ringiringi A’Huatava. Eran siete compañeros, los jóvenes Ariki, Ariki Paka (príncipes). Se vinieron desde Hiva en un barco. Hau Maka les dijo: “Cuando vais allá y lleguéis a tierra, mirad hacia los islotes que se llaman “Los mozos de pie en el agua, hijos de Te Taanga!”. Vinieron y atracaron en Hanga Tepau, dejaron la nave en Hanga Tepau. Subieron a ver el volcán; no lo vieron; vieron (solamente) una pequeña hoya y dijeron: “La Hoya oscura de Hau Maka”. No era cierto; no vieron el volcán. Cuando habían llegado a tierra, se quedaron (algún tiempo) e hicieron plantaciones de ñames; A’Ku’uku’u hizo las plantaciones. Fueron todos por el otro lado, vieron los kohe y dijeron: “Aquí, pues, están los kohe quebrados por los pies del espíritu de Hau Maka”. Fueron y llegaron a Poike; se vinieron, dando vuelta, hacia este lado y vieron arena de Taharoa, poca era la arena; pasaron acá y llegaron a Hanga Hoonu; vieron que había poca arena. Dijo Ira: No hay desembarcadero aquí para el Rey; la bahía es pequeña, no sirve para que desembarque el Rey”. Sintieron hambre; se lanzaron todos mar adentro. Trajeron los peces a la playa con su cuerpo no más; hubo abundancia de peces en la playa. Pusieron el nombre: “Canasto (de pesca) entre muslos”. Ira y Raparenga vieron que no había fuego para hacer curanto. Enviaron a dos hombres, quedándose cinco, a la nave a buscar fuego. Estos llegaron, sacaron el fuego, y volvieron, llevando el fuego a Hanga Hoonu. Trajeron los peces y los colocaron encima de una piedra; trajeron leña de mako’i, encendieron el fuego y cocieron (los peces); comieron los siete juntos. Quedaron satisfechos y pusieron el nombre de ese (lugar del) fuego: “El fuego de Ira y Raparenga, encendido con mako’i”. Los siete hombres vieron una tortuga que había llegado arriba a la bahía. Era un espíritu, no era tortuga. Un espíritu que había seguido en pos de ellos. Se rieron y siguieron los siete por el camino. Cuando vio la tortuga que ellos, los siete, venían para acá, siguió ella también caminando en el mar. Llegaron Ira y Raparenga a Ovahe, todos llegaron ahí y vieron la arena, era poca arena. Entonces dieron vuelta hacia este lado, hacia Anakena y vieron el arenal grande. Contentos se rieron y dijeron: “Aquí pues, está la parte plana del Rey Hotu Matu’a para que desembarque”. Todos bajaron (al arenal). La tortuga había llegado ya a Hiro Moko. Fue el primer joven Ira a levantar la tortuga, pero no pudo moverla. Fue el segundo, no pudo moverla; fue el tercero, no pudo moverla; fue el cuarto no pudo moverla; fue el quinto, no pudo moverla; fue el sexto no pudo moverla. Entonces dijo A’Ku’uku’u: “¡Yo tengo que mover esta tortuga!”. Ira y Raparenga le dijeron “¡Anda, levántala!”. Ku’uku’u fue, levantó la tortuga, se la echó sobre las espaldas y subió (por la playa). La tortuga había oído cómo Ku’uku’u había dicho que él tenía que moverla no más. Apenas estaba levantada en alto, le dio un golpe con sus aletas. El quedó aturdido, enfermo, respirando fatigosamente. Se acercaron los otros, haciendo burla de Ku’uku’u moribundo, herido por la tortuga; lo llevaron al interior de una cueva baja y lo acostaron. La tortuga volvió corriendo a Hiva. Ku’uku’u dijo (a sus camaradas): “¡Cuidado, amigos, no me dejéis abandonado!”. Todos dijeron: “No te abandonaremos”. Era engaño; sacaron piedras e hicieron montículos de piedras, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis montículos. Los seis dijeron a las piedras: “Cuando pregunte Ku’uku’u ¿dónde estáis amigos?”, contestad vosotros (en lugar nuestro): “Aquí estamos”. Las piedras dijeron: “Está bien, conforme”. Ellos dejaron a Ku’uku’u solo y se fueron; yendo por el camino, llegaron a Hangaroa7. Ku’uku’u preguntó: “¿Dónde estáis?”. Los montículos le contestaron: “Aquí estamos”. Ku’uku’u se alegró. El preguntó otra vez y otra vez le contestaron: “Aquí estamos”. Al fin murió Ku’uku’u. Ira y Raparengo con sus compañeros, seis en total, vinieron a Hangaroa y se quedaron frente a la bahía mirando las olas arrastrándose sobre las rocas planas en el mar. Ira y Raparenga conversaban juntos al venir las olas. Decían (entre sí): “Ruhi está a la derecha, Pú a la izquierda, un collar de madreperlas está en el cuello del moai Hinariru, otra en Te Pei; a esta no la encuentran ni muchos (que vayan a buscar) juntos; ha quedado en Hiva, en nuestra tierra”. Mako’i Ringiringi los oyó hablar así. Desde Hangaroa, subieron a Orongo. Cuando llegaron ahí ya habían crecido las yerbas poporo en la plantación de ñames de Ira. Las arrancó; no se terminaron. Entonces dijo Ira: “Es tierra mala”. Hicieron una casa, la hicieron con empeño para tener dormitorio. Entraron en la casa y en la tarde se fueron a dormir. Entonces dijo Mako’i a Ringiringi: “Quédate despierto cuando yo pregunte a Ira y Raparenga, para que sea tuya la cosa de valor; tú, pues, te quedarás en esta isla, mientras que nosotros, volveremos a Hiva, a nuestra tierra, ¡cuidado que no duermas ahora en la noches!”. Se acostaron; se hizo de noche, medianoche. Entonces preguntó Mako’i a Ira y Raparenga: “¿Qué habéis conversado vosotros?”. Raparenga le contestó: “Niño, ¿para qué quieres saberlo?”. Dijo Mako’i: “¡Dímelo para que lo sepa!”. Entonces dijo Ira: “Ve, si este mocoso está dormido”. “Si, está dormido”. Le dio un empellón con los pies. Este roncó entonces para que lo oyera Ira. Era ronquera engañosa. Ira habló: “Ruhi está a la derecha, Pú a la izquierda, un collar de madreperlas en el cuello del moai Hinariru”. Lo oyó ese mozo que fingía estar dormido y se alegró por poder hacerlo saber a los otros, a los jóvenes que iban a quedarse en esta isla. Pues, cinco pensaban ya volver a Hiva en su barco.

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NARRACIONES INDÍGENAS > RAPA NUI > CUENTO DE REPA A’ PUNJA

Referido por Mateo Veriveri Joven famosa era Renga Roiti. En Te Manavai estaba la casa en que vivía la joven; ella y su anciana madre tenían ahí cada una su casa.

Por la fama de Renga Roiti vino Repa A’Puŋa para tomarla como esposa. Su padre le había dicho: “Hay una mujer para ti allá donde hay una nube negra; vete ahí”.

El joven venía de Maúnga Aîo y llegó a Te Umu roa a Tavake. De ahí volvió corriendo y llegó otra vez a Maúnga Aîo. Su padre le preguntó: “¿Qué te pasa que has vuelto acá?”. El joven replicó: “He vuelto porque he visto un curanto largo del pájaro tavake”. Dijo el padre: “El Curanto largo del tavake”, así se llama ese lugar.

Regresó otra vez el joven y llegó a Vaitea donde había agua blanca. Volvió corriendo y llegó a su casa. Su padre le preguntó: “¿Qué te pasa que volviste acá?”. El joven replicó: “Es que hay una cosa blanca”. Dijo el padre: “Vaitea, pues, se llama esa parte; ¡vuelve allá!”.

Partió otra vez y llegó a Nga Ipu. Vio ahí calabazas que estaban quebradas. Volvió corriendo y llegó a la casa. El padre le preguntó: “¿Por qué has vuelto acá?”. El joven replicó: “Había calabazas que están quebradas”. Dijo el padre: “Las calabazas, pues, se llama esa parte; ¡vuelve allá!”.

Nuevamente salió y era muy de noche cuando llegó a Paku Ngaahaaha. Había pues cerritos reventados. Volvió corriendo y llegó a la casa. El padre le preguntó: “¿Por qué volviste acá?”. El joven replicó “Es que están reventando los cerros”. Dijo el padre: “Cerritos reventados, pues se llama esa parte; ¡vuelve allá”.

Otra vez partió y llegó a Pe’i. Vio ranuras para deslizarse. Volvió corriendo y llegó a la casa. El padre le preguntó: “¿Por qué volviste acá?”. El joven replicó: “Es que hay ranuras para deslizarse que he visto”. Dijo el padre: “Pe’i, pues se llama esa parte; ¡vuelve allá!”.

Se fue otra vez el joven y llegó a Te Kio’e Uri, donde vio un ratón. Volvió corriendo y llegó a la casa. El padre le preguntó: “¿Por qué has vuelto aquí?”. El joven replicó: “Había un ratón negro que yo vi”. Dijo el padre: “El Ratón negro, pues se llama ese lugar; vuelve allá”.

Encaminóse otra vez el joven y llegó a Te Manavai. Vio un manavai que estaba abierto. Volvió corriendo y llegó a la casa. El padre le preguntó: “¿Por qué has vuelto aquí?”. El joven replicó: “Es que había un manavai que está abierto”. Dijo el padre: “Te Manavai, pues, se llama esa parte; ¡vuelve allá!”.

Partió otra vez el joven y llegó a Te Manavai y en la noche a la casa de la joven.

Ella percibió fragante olor de pua por toda la casa. Olfateó su cuerpo diciendo: “¿De dónde viene esa fragancia?”. A sí misma se dijo, estando sola, cuando el joven abrió las cortinas de la casa, ocho cortinas.1 Sacó la primera cortina, la segunda, la tercera… hasta llegar a la octava. Ella vio al joven y le dijo: “¡Qué fragante eres, oh joven!” Repa A’Puŋa le dijo: Es tuya esta fragancia”.

El entró a la casa, y los dos se acostaron juntos.

Al amanecer salió Repa A’Puŋa y bajó de Te Manavai hasta Te Kio’e Uri; ahí se escondió en la cuevecilla de los ratones. Bajaron gentes, llegaron ahí y pasaron por Te Kio’e Uri; había silbidos de ratón.

Vino también la joven y se oyeron chillidos de ratón; ella fue a hablar a un hombre: “Cuando yo pasé aquí por el camino, oí chillidos de ratón”. Pero el hombre que sabía lo que pasaba le dijo: “¡Cuidado con este que quiere asustarte como espíritu en forma de ratón; es Repa A’Puŋa, no es ratón!”.

Al anochecer volvió el joven a Te Manavai, a la casa de ella.

Pasó un mes y dijo entonces la joven: “¡Vamos los dos para bajar al cráter (del Rano Kau)!”. Ahí sacaron una mata de plátano y volviendo de abajo del cráter, llegaron a la casa y la dejaron. La joven (con él) dijo a la mata de plátano: “Si me llama mi mamá y dice: “Niña sal afuera para que te ponga ki’ea”, tú dices: “Me ha puesto ya ki’ea”; si me llama y dice: “Ven afuera para que te saque piojos”, tú le dices: “Me he sacado ya los piojos”.

El joven dijo entonces a la joven: “Esto está bien”.

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Quedaron un rato; anocheció y Repa A’Punga se levantó con la joven para ir a Mahatua. En la misma noche se fueron. Llegando a Maunga, Repa A’Punga dejó a la joven ahí y le dijo: “Quédate aquí, yo voy a cagar”.

Repa A’Punga tomó su capa y blanca que era, la dejó encima de una piedra, para que la joven creyera que el vestido que se veía blanco era él mismo Repa A’Punga.

Después de dejar puesto el vestido sobre la piedra, se fue corriendo a la casa de su padre en Mahatua, llegando ahí llamó: “Papá, ¿Dónde estás?”. Punga la contestó: “Aquí estoy”. Repa A’Punga entró en la casa. Punga le preguntó: “¿Dónde está la nuera?”. El joven dijo: “Ahí la dejé en Maunga Aîo”.

El padre salió de la casa en la misma noche, hizo fuego para un curanto, sacó camotes, tomó un gallo blanco, lo mató y desplumó. Al estar calientes las piedras, dejó una capa de brasas y piedras abajo y coció los camotes y el gallo.

El joven salió de ahí, volvió y andando, andando llegó al lugar del vestido, lo sacó de encima de la piedra, y se encontró con la joven. Ella dijo: “¡Tierra de caca tan dura es la tuya, oh amigo!”. “Así pues, es mi tierra, dijo Repa A’Punga, tierra de caca dura”.

Se fueron los dos, llegaron a la casa del joven y entraron. EL padre salió, abrió el curanto y lo llevó a casa. La joven lo recibió y comió.

La joven quedó ahí y vivía con Repa A’Punga su marido. Ella quedó embarazada: primer mes de embarazo, segundo, tercero, cuarto, quinto mes, entonces celebraron el ra’e o te poki y mandaron la comida del curanto; vinieron (portadores de la comida) desde Mahatua y llegaron a Te Manavai, a la casa de la madre de Renga Roiti.

Siempre iba la madre de la joven a llevarle comida y la llamaba “¡Renga, sal a recibir tu comida!”. Ella contestaba: “¡Métela no más adentro y déjala!”. La madre llamaba otra vez: “Ven afuera para que te ponga tu ki’ea” y ella contestaba: “Ya me la he puesto”; llamaba otra vez: “Ven afuera para que te quite tus piojos”, y ella contestaba: “Ya me los he quitado”. Días y días, meses y meses había llevado así la comida para la joven. Pensaba siempre que era Renga Roiti que en realidad le contestaba; pero era la mata de plátano la que contestaba.

Cuando llegaron los hombres trayendo la comida de curanto a la madre de Renga Roiti, le dijeron: “Ya está grande el feto de la joven, es de cinco meses ya”. La madre les dijo: “Ahí está Renga Roiti en la casa”. Los hombres le dijeron: “Esa no es Renga Roiti”. La madre preguntó: “¿Quién es esa entonces?”. Le dijeron: “Es una mata de plátano”.

La madre fue arriba (a la casa), sacó la primera cortina y moviendo las manos encontró la comida que la joven no comió; estaba podrida. Sacó la segunda cortina y siguió hasta la octava; habiéndose movido por la casa; ¡he aquí la mata de plátano! La abatió en la casa; cuando la golpeó con un palo, se quebró. Quebrada la mata, ella decía para sí misma: “¡Tan engañadora que eres, niña; no me avisaste nada!”. Volvió a su casa, se acostó y sufrió pena por la hija.

La joven quedó mientras tanto en Mahatua; en el noveno mes, nació un hijo hombre: Hicieron el curanto por el niño y lo mandaron acá para la mamá de Renga Roiti; con unos hombres lo mandaron. Llegaron trayendo la comida y la entregaron a la madre.

Los hombres que habían traído la comida volvieron a Mahatua y llegando dijeron a Renga Roiti: “Tu mamá está sufriendo y triste: está acostada en su casa”.

Cuando el niño ya se movía, vino Renga Roiti a saludar a su madre; con Repa A’Punga y el niño venía andando, andando y llegó a Te Manavai.

Entrando en la casa de su madre, la saludó derramando lágrimas por todo el cuerpo de ella desde la cabeza hasta los pies. Desde el suelo vio la enferma que Repa A’Punga era un joven buenmozo. Habló entonces desde su cama: “¿Por qué no me avisaste? ¿Acaso pensabas que era un hombre feo y por eso no me contaste nada?”.

Renga Roiti no habló ninguna palabra. Su madre se levantó y la abrazó. Hija y madre lloraron.

Se alivió la pena de la madre, ya vio que su hija había regresado delante de ella. Así volvió el consuelo y se acabó la pena.

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NARRACIONES INDÍGENAS > SELK’NAM > CENUKE

En la misma época que los primeros antepasados también vivía Cenuke. Era un hombre muy poderoso y también un poderoso xon (chamán). Su padre se llamaba Kakrecen, y su madre Sakutá. Era hijo único de sus padres. Mientras vivió aquí en la tierra se llamaba Hasaps; más tarde se convirtió en estrella y se llamó Cenuke. En su juventud era arisco y mal visto, de mentalidad antipática y repugnante. Continuamente trataba de causar daño a los demás niños, y de maltratarlos. Sus padres vivían cerca de la caleta Irigoyen. Esta familia pertenecía al sur. Cuando K’aux repartió el territorio, le tocó la (Xº) circunspección K’al.

Se hizo más fuerte y más poderoso, pero con esto también más peligroso para la gente. Su poder de hechicero tenía un gran alcance. Nadie podía competir con Cenuke, que era muy fuerte. Había intentado subordinar a todos los demás a su poder, y dominar sobre ellos. Pero todos ellos se unieron y le resistieron exitosamente. Así que Cenuke no alcanzó lo que pretendía, aunque su familia era muy numerosa.

Por mero placer mataba a la gente. Era violento más allá de todo límite. En un abrir y cerrar de ojos hacía que alguien cayera y quedara instantáneamente muerto. En una ocasión una mujer caminaba a lo largo de la playa, buscando mejillones. Cenuke se le acercó, se sentó en una piedra y la contempló un rato. Le dijo a esta mujer: “¡Dame algunos mejillones!” Inmediatamente la mujer fue hacia él y le extendió unos mejillones. Cenuke rompió a reír maliciosamente y la observó con una mirada extraña. La mujer se desplomó inmediatamente y murió. Esto le causó una satisfacción especial.

Cenuke fue un poderoso adversario de Kwányip. Éste también había causado mucho daño a la gente de aquí. Contra él los otros tampoco podían hacer mucho. Toda la gente sufría mucho a causa de estos dos malhechores. Lo bueno era que ambos se combatían. La gente solo recuerda con disgusto aquellos dos insolentes y despóticos xon.

Kenós había encargado a Cenuke que lavara a las personas que se levantaban nuevamente después del profundo sueño (senil). Cenuke le contestó “Sí, lavaré a la gente”. Después que Kenós abandonó la tierra, uno tras otro, los antepasados se presentaban a Cenuke diciéndole: “¡lávame!”. Y Cenuke lavaba a cada uno de ellos. Después de esto, cada uno se sentía nuevamente juvenil y con alegría de vivir. Pero cuando sucedió que Kwányip no permitió que su hermano mayor se levantara de su profundo sueño, Cenuke montó en cólera desmesurada. Se desató en terribles improperios contra Kwányip y corrió hacia el firmamento. Allí está ahora. Es aquella estrella que sólo sale tarde. Siempre aparece con sus dos mujeres, y, entre ambas, está él mismo. La restante actuación de este antepasado será comentada más extensamente en la sección dedicada a Kwányip, su gran adversario. Visto en general, se trata de una personalidad muy poco grata a la gente.

Los Indios de Tierra del Fuego. Tomo I Volumen II. Los Selk’ nam. Martín Gusinde.

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NARRACIONES INDÍGENAS > SELK’NAM > DE CÓMO TAIYIN VINO EN AYUDA DE LA GENTE

En los tiempos antiguos vivía una mujer muy poderosa, que se llamaba Táita. Habitaba en Laswáix. Tenía mucha influencia y dominaba sobre toda la región. Pero era de una gran bajeza de espíritu y profundamente egoísta. A nadie le daba para tomar un sorbo de agua. La gente carecía desde hacía tiempo de agua y estaba muy sedienta. Pero aquella odiosa mujer había tapado con pieles todos los estanques, pozos, lagunas y lagos. Nadie debía alcanzar el agua. Mucha gente ya se había acercado hasta aquí. Pero nadie podía alcanzar el agua, pues aquella mujer vigilaba atentamente. A quien se acercaba demasiado, lo ultimaba. Tenía un cuchillo muy grande, que era totalmente de piedra muy blanca. Nadie podía penetrar en su territorio. La gente ni siquiera podía recolectar moluscos y animales marinos en la playa.

Puesto que todo el pueblo ya carecía desde mucho tiempo atrás de agua y de alimento, casi nadie se podía mantener en pie. Los niños morían pronto y en gran número. Entonces se reunieron los ancianos. Querían reflexionar acerca de lo que podía hacerse bajo estas circunstancias. Entre ellos se encontraba K’aux, un anciano astuto e influyente. K’aux tenía un nieto, muy capaz y hábil. De él se acordó el viejo. De inmediato se decidió y propuso mandar a llamar a ese nieto. Dijo: “¡Tenemos que ultimar a aquella mujer!… ¿Qué será de nosotros, si no lo hacemos? ¡Tenemos que ultimar a aquella mujer, de lo contrario todos nosotros sucumbiremos! ¡Ella no nos da agua para beber y el alimento es muy escaso!” Los demás lo escucharon y asintieron.

Inmediatamente, K’aux envió a un hombre joven para que hablara con Táiyin, su nieto, y le mandó decir: “¡Pronto, ven aquí!” Céura se preparó rápidamente para ir a buscar a Táiyin. Cuando hubo oscurecido, Céura partió. Podía avanzar sólo de noche, para que la malvada Táita no lo pudiera observar.

Cuando aquel hombre llegó a la tierra de Táiyin, le dijo a éste: “El K’aux te manda decir: ¡Ven pronto hasta donde él está!” Táiyin se preparó inmediatamente y se fue con el mensajero. Cuando ambos llegaron allá, la gente escondió al Táiyin; aquella mala mujer no debía darse cuenta de su presencia. Él era un hombre muy pequeño.

Ya se mantuvo despierto durante la primera noche. Reflexionó acerca de la mejor manera de ultimar a aquella poderosa mujer. Pasó toda la noche sin dormir en la choza de su abuelo, K’aux. Ambos reflexionaban constantemente. A la mañana, K’aux dijo a su nieto: “Todos nosotros pereceremos aquí a causa de la sed. ¡Tú nos debes ayudar!”

De un salto, Táiyin se levantó de su lecho. Cuando salió de la choza, vio a toda esa gente allí atormentada por la sed y el hambre. Cuando el pueblo lo vio, todos se pusieron muy contentos. Se susurraban unos a otros al oído: “¡Táiyin, Táiyin, Táiyin!” Se le acercaron lo más posible, para verlo mejor. Pero todo eso lo hicieron con mucho cuidado, de lo contrario aquella mujer lo hubiera descubierto. Más tarde, K’aux dijo al Táiyin: “¡Ve tú solo para matar a Táita! ¡Yo no lo puedo ver!” Táiyin abandonó inmediatamente la choza de su abuelo. Fue a la de otro hombre, llamado Kámkai. Estos dos hombres reflexionaron juntos acerca de la manera de ultimar a aquella mala mujer. Luego se dirigieron con sumo cuidado hasta el sitio donde vivía Táita.

Táiyin manejaba con mucha precisión su honda. Tenía una gran fuerza: cuando arrojaba una piedra, ésta siempre golpeaba con gran estruendo. Estos dos se habían acercado más y más. Y aquí se quedaron esperando. Pero aquella mala mujer no se hizo ver con suficiente claridad. Aquellos dos estaban bastante cerca y esperaban. Cuando Táita al fin asomó la cabeza de la choza, Táiyin arrojó una gran piedra contra ella. Ésta dio muy bien en el blanco: ¡Le arrancó la cabeza! ¡La sangre saltó y se espació por todas partes! Ahora, aquella pérfida mujer estaba muerta…

Rápidamente, toda la gente se acercó corriendo. Querían extraer agua, porque estaban muy sedientos. Pero todos los estanques, charcos y lagos contenían algo de sangre. La sangre de Táita había salpicado hacia todas partes. ¡Agua así no querían tomar!… ¿Pero cómo se podían limpiar todos los lagos y ríos y extraer de ellos toda la sangre? La gente miró a Táiyin, todos esperaban ayuda de él. Pero éste sacó el agua sucia y la arrojó lejos hacia el norte, allá donde ahora termina la Isla Grande. En aquel lugar el agua es, hasta el día de hoy, como la sangre.

K’aux había observado todo eso. Por eso, le dijo rápidamente al Táiyin: “¡Mi querido nieto, donde yo vivo no debes arrojar el agua sucia de aquí!” K’aux vivía en Náxasal. Táiyin dio cumplimiento a esta recomendación. Todavía hoy hay agua muy buena y pura en aquella comarca: pues hasta allí no había salpicado el agua sucia.

Táiyin dejó pronto de arrojar en todas las direcciones el agua sucia de este lugar. En cambio, tomó piedras. Con su honda las arrojó en todas las direcciones. Allí, donde estas piedras caían, se producía en la tierra una rajadura que se llenaba inmediatamente de agua. Táiyin no permitió a nadie que le dijera nada acerca de esto; ¡arrojaba las piedras hacia donde le venía la gana! Hacia el norte arrojó un gran bloque de piedra: de inmediato se formó una larga rajadura y la Isla Grande quedó separada de la tierra existente detrás (formación del Estrecho de Magallanes).

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Después arrojó una piedra hacia el sur y en seguida se formó el canal ancho (Canal de Beagle). Cuando arrojó otra piedra hacia el este, se separaron las islas de allí (Islas de Los Estados). Y las piedras que lanzaba hacia el oeste también separaban muchas islas. Sea cual fuere el lugar hacia el que Táiyin arrojaba una piedra, allí se desprendía un pedazo de tierra.

La patria de los Selk’nam ya había sido separada tanto de la tierra circundante, que había quedado reducida a una gran isla. Esto le pareció más que suficiente a K’aux, que observaba pensativo, y dijo a su nieto Táiyin: “¡Ahora basta! ¡No arrojes más piedras, de lo contrario perderemos todo!” Entonces Táiyin dejó de arrojar más piedras; pues la gente tenía ahora agua pura en abundancia.

Entonces Táiyin salpicó esta agua clara en todas direcciones. Donde caía, se formaban nuevas fuentes y lagunas, arroyos y lagos. Por eso hoy en día se encuentra agua en todas partes. Táiyin siempre toma el agua en primer lugar, en cualquier sitio. También debe comer primero de todas las cosas; sólo después es el turno de la restante gente. Aún en la actualidad es un gran hechicero. Después de él también bebieron los demás hombres y se adueñaron de todo lo que había en el agua. Se pusieron muy contentos y quedaron conformes.

Táiyin dio a su abuelo K’aux muchas instrucciones más. Éste debía realizar todo lo que aquel le encomendara, y ante todo repartir la tierra. Debía haber orden, para que la gente estuviese conforme, para que todos pudiesen vivir bien. Él dijo: “¡Abuelo, pon tú un buen orden! ¡Reparte toda la tierra, pues yo no regresaré aquí! ¡No me inmiscuiré más en los asuntos de la gente de aquí!” De inmediato, K’aux envió a algunos hombres. Estos debían cazar guanacos y traerlos. Todos comieron y se pusieron muy contentos. Agradecieron muy cordialmente a Táiyin. Después de esto, él volvió hacia el norte, pues allí estaba su patria.

Táiyin era un hombre muy inteligente. Llevaba una vida ordenada, era hábil para todos los trabajos y un excelente cazador. Pero también instruía a otros hombres en estos menesteres y los adiestraba. Cuando hubo ultimado a la mala mujer con su honda, le quitó a Táita sus flechas y su arco. Mostró estos objetos a aquella gente allí, pues ellos no habían conocido hasta entonces tales armas. Sin permiso de Táita nadie podía emprender algo o trabajar en algo. Nadie podía apresar un animal porque no poseía armas. Sólo ella iba de caza. De su botín entregaba a los demás sólo pedazos muy pequeños. Por eso la gente tenía solamente muy poco de comer, Táita misma repartía la carne. La gente también sufría mucha sed, porque ella solo les daba algunas gotas de agua. A veces encomendaba a K’aux, que era su pariente, la distribución de los pequeños pedacitos.

Ahora, Táiyin partió a su patria en el norte. No ha vuelto más hasta aquí. Desde aquel entonces nadie más ha visto un pájaro de este nombre en la Isla Grande. Pero desde que Táiyin mostró a la gente el arco y las flechas de Táita, los hombres han fabricado esas armas y han ido de caza con ellas. Están en uso hasta hoy.

K’aux se reunió con los demás hombres. Deliberaron entre ellos y dijeron: “Reflexionemos cómo hacer también tales armas”. Y pensaron en el asunto. Luego dijeron: “¡Que cada hombre haga por sí mismo tales armas!” De inmediato comenzaron con este trabajo, cada uno hizo para sí arco y flechas. Después, uno a uno fueron a cazar, tuvieron éxito y obtuvieron con esas armas guanacos.

Los Indios de Tierra del Fuego. Tomo I Volumen II. Los Selk’ nam. Martín Gusinde.

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NARRACIONES INDÍGENAS > YÁMANA > LA HISTORIA DE LA PAREJA DE GANSOS MARINOS

En tiempos antiguos, las mujeres solamente llevaban como vestimenta su más haka-na y el colgajo dorsal (el cubre sexo). Este último se lo quitaban normalmente en el interior de la choza. Cierta vez había una madre que tenía un pequeño hijo. Su marido había salido, como siempre, a cazar; pensaba estar ausente varios días. La mujer se dedicaba, como de costumbre, a sus trabajos y quehaceres en la choza. Ella no reparaba mucho en su apariencia cuando se agachaba, pero su pequeño hijo la observaba atentamente y, así, pudo ver desde atrás sus partes pudendas. Esto lo divertía mucho y también pensaba constantemente en eso. Desde entonces exclamaba una y otra vez: “¡Eso allá me gusta!”.

Puesto que siempre decía las mismas palabras, su madre quería satisfacer sus deseos. Trajo mejillones y caracoles, erizos de mar y cangrejos, pescados y bayas; le mostraba uno tras otro estos presentes, ofreciéndoselos amablemente. Pero el niño rechazaba disgustado una cosa tras otra, apartando la cabeza; solamente repetía: “¡Eso allá me gusta!”. Al mismo tiempo señalaba las partes pudendas de su madre. Pero ésta no entendía lo que el niño deseaba. Por eso trajo canastillas y collarcitos, adornos de plumas y piedras bonitas, armas y utensilios, incluso pequeñas aves y un cachorro de perro. Pero el niño rechazó disgustado todo eso, se apartaba y decía una y otra vez: “Eso allá me gusta!”. Por último la madre quedó desconcertada y desorientada, ya no sabía qué hacer. No lograba descubrir lo que su hijito realmente deseaba y no podría comprender por qué siempre gritaba: “¡Eso allá me gusta!”, pues todo lo que estaba a su alcance ya se lo había mostrado y ofrecido, aunque nada de eso lo había conformado.

Por último la madre hizo como si estuviera muy cansada. Se acostó y simuló estar dormida; es que ella esperaba que su hijo también se durmiera pronto. Este en cambio se mantenía completamente inmóvil y también simuló estar dormido. Al rato, entonces, se levantó su madre, con el fin de echar una mirada a sus canastillas. Entretanto hablaba en voz baja para sí: “Iré a la playa y recolectaré mejillones”. Al instante tomó una canastilla y abandonó su choza. Muy pocos pasos delante de la vivienda ya se encontraron con mejillones de buen tamaño, se agachó y los fue poniendo en su canastilla. Entretanto, su pequeño hijo se había levantado a medias de su lecho, mirando tras su madre. Cuando ésta recolectaba los mejillones de esta manera, el niño podía ver nuevamente sus partes pudendas y se solazaba con ello. Rápidamente se levantó de su lecho, se pintó de negro la cabeza, el rostro y el torso con polvo de carbón; las piernas en cambio, las pintó de rojo con imi. Así pintado abandonó la choza y corrió a la playa, donde estaba su madre.

Pasó junto a algunas mujeres, que también recolectaban mejillones. Disimuladamente observó también las partes pudendas de ésta desde atrás, pero no tocó ninguna. Cuando se detuvo junto a su madre “él puso su mano sobre los genitales de ella y empezó a jugar con ellos. Le gustó mucho y aumentó su deseo. A su madre le agradó también y se entregó a él”.

Para que las demás mujeres no pudiesen percatarse de lo que hacían uno con el otro, corrieron hasta su canoa, entraron en ella y se dirigieron a una isla cerca. Allí totalmente a solas se acostaron y tuvieron relaciones. Permanecieron juntos así por largo tiempo. Mientras hacían eso, se transformaron finalmente en aves.

Los dos abandonaron al día siguiente aquella isla solitaria y volaron de regreso a la playa, donde estaban las chozas de su gente, y se posaron sobre una piedra, justamente enfrente de aquella choza en que habían habitado. Entretanto, el hombre había vuelto de la cacería, pero no podía encontrar a su esposa ni a su hijo en la choza. Por eso preguntó temerosamente a los demás: “¿Dónde están mi esposa y mi pequeño hijo? No los veo en la choza ni en ninguna otra parte”. La gente le respondió: “Observa aquella piedra: allí hay dos posados, que antes no estaban ahí. Aquellos dos shekus (pareja de gansos de Molina) son tu mujer y tu hijito. Se han enamorado sobre manera el uno del otro, ¡de modo que fueron transformados en aves”! Desde entonces los dos siempre se acompañan mutuamente y cohabitan, completamente aislados de los demás, hasta el día de hoy.

Lom, amor y venganza. Mitos de los yámana de Tierra del Fuego. Martín Gusinde, Anne Chapman. Lom ediciones. 2006.

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NARRACIONES INDÍGENAS > YÁMANA > LA HISTORIA DEL HOMBRE DE PIEDRA

Cierto día, una muchacha encontró en la playa una piedra que en todo se parecía a un niño pequeño, la levantó entonces y comenzó a jugar con ella, como juega una muchacha con su muñeca. Llevaba esa piedra en sus brazos, la mecía y la mimaba, le daba de comer y la adornaba, tal cual lo hace una madre con su niño de pecho.

Aquella gente entró cierta vez en sus canoas para dirigirse a la parte occidental del Canal Beagle. Cuando llegaron a las cercanías de Sinuwaia la muchacha vio que su piedra se movía lentamente, como un lactante. Por cierto era y seguía siendo totalmente de piedra, pero los ojos, las palmas de las manos y las plantas de los pies eran exactamente como los de un forastero (europeo). La muchacha se alegró sobremanera por ello. Para que su niño de piedra no sufriera hambre, le dio inmediatamente el pecho. Pero este niño de piedra le arrancó de un mordisco todo el seno, en lugar de chupar de él. Poco después la muchacha falleció.

Desde entonces se hizo cargo del niño otra mujer. Esta lo cuidaba y lo atendía solícitamente. Cuando esa mujer le ofreció el pecho para que se alimentara, el niño de piedra le arrancó de un mordisco todo el seno. A raíz de ello falleció la mujer. Por cierto que todas las mujeres se asustaron por tal circunstancia, pero no obstante sentían compasión por el niño de piedra, y otra mujer decidió finalmente hacerse cargo del niño. Ella lo cuidaba y lo calentaba muy bien, pero cuando le ofreció el pecho para que saciara su apetito, el niño también le arranco todo el seno. A raíz de esta herida también murió esta mujer.

Todo ello finalmente enfadó e irritó a los hombres. Tomaron al niño de piedra y lo arrojaron al ancho canal, pero él nadó inmediatamente detrás de sus canoas, siguiendo su curso. Entonces lo atraparon nuevamente y lo arrojaron a la playa, pero el niño se levantó inmediatamente y corrió tras la gente, a lo largo de la costa; los hombres ya no podían librarse de él. Por último, todos ellos se apoderaron de garrotes y golpearon con ellos al niño de piedra, arrojaron contra él pesadas piedras, lo amenazaron con leños encendidos y lo arrojaron nuevamente al agua. Todo ello fue en vano: ninguno de sus esfuerzos para ultimar a ese niño de piedra o para librarse definitivamente de él tuvo éxito, éste seguía a esa gente siempre y por doquier.

Con el tiempo, este niño de piedra creció y se convirtió en un hombre. Como era tan grande y pesado los hombres ya no eran suficientemente fuertes para arrojarlo al agua o golpearlo contra la arena de la playa. Poco a poco, ese hombre de piedra se mostró incluso malintencionado e indomable, es más, constituía un peligro para toda la gente. Así fue como también comenzó a matar a algunos hombres y a secuestrar a las mujeres de éstos para llevarlas a su choza, que se hallaba en un lugar apartado; ahí vivía con las muchas mujeres de que se había apoderado por la violencia en el transcurso del tiempo. También comenzó a molestar a la gente que vivía más lejos, solamente se salvó de ello la que poblaba Molinare (en el canal al sur de la Angostura Murray) de la que no mató a nadie. Cuando divisaba cualquier otra canoa, la seguía muy de cerca, mataba a los hombres y llevaba a sus mujeres a su choza, en donde ya había reunido una gran cantidad de ellas con las que engendraba muchos descendientes. Sin embargo, mataba a todos los varones entre los recién nacidos; solamente dejaba con vida a las niñas y, cuando éstas habían alcanzado la edad adecuada, también engendraba descendientes con ellas. Como poseía numerosas mujeres, tenía mucho trabajo y debía esforzarse enormemente para traer suficiente comida para tantas personas, ya que a ellas no les permitía alejarse mucho de la choza para buscar alimentos. Él personalmente era en extremo fuerte; sin esfuerzo arrancaba de raíz un haya grande, cuando en sus ramas divisaba muchos de los pequeños hongos esef, o auachix y ashim1. Llevaba este árbol hasta la choza y lo colocaba de pie delante de la entrada, para que sus mujeres recolectaran los hongos y comieran abundantemente.

Apenas habían sido limpiamente quitados todos los hongos del haya, el hombre de piedra ya aparecía con otra. De esta manera ya había aclarado medio bosque.

Un día, mientras este hombre arrancaba de raíz una enorme haya, se clavó una gruesa espina en el pie. El hombre era por cierto enteramente de piedra, pero sus plantas del pie eran como las un forastero (europeo). Por eso su pie le dolía tanto que no podía apoyarlo en el suelo; sufriendo grandes dolores, pudo arrastrarse hasta su choza. “Me he clavado una gruesa espina en el pie”, le gritó de lejos a sus mujeres, “procurad arrancármela enseguida”. Sus muchas mujeres lo ayudaron a acostarse en su lecho y luego trajeron una lezna larga y puntiaguda, como las que se utilizan para perforar agujeros en un trozo de cuero. Entonces intentaron hurgar con ella en la herida para aflojar la espina. Efectivamente localizaron esa enorme espina, pero ellas simulaban deliberadamente que la espina estaba hundida muy profundamente en la carne, y hurgaron cada vez más adentro, para que la herida se hiciera sumamente grande. El hombre de piedra apenas podía soportar todo esto, tan tremendo era el dolor en el pie. Las muchas mujeres en cambio continuaron hurgando. Lo trataban de calmar constantemente y le decían: “Pronto habremos llegado al lugar donde se aloja la espina. ¡Aguanta solo un poco más!”. Ya le habían abierto en el pie un agujero amplio y profundo. El hombre ya había sufrido tanto que se durmió en su lecho; al rato roncaba fuerte y sonoramente.

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Las mujeres reflexionaron ahora rápidamente cómo podían ultimar a ese hombre de piedra y la presente oportunidad les pareció muy favorable. Desde cierto tiempo atrás tenían consigo a un hombre pequeño, el muy astuto Omona2. Ellas lo mantenían cuidadosamente escondido en un agujero de la tierra que cubrían con ramas; nadie podía localizarlo allí. Sin ser vistas le llevaban regularmente de comer a ese hueco. Durante las horas que el hombre de piedra pasaba lejos de la choza, las mujeres dejaban salir a ese hombre pequeño para que tomara aire fresco. Todas las mujeres querían al pequeño. Puesto que el poderoso hombre de piedra dormía profundamente en ese momento, roncando sonoramente, las mujeres corrieron rápidamente al lugar donde se escondía el pequeño Omoma y le rogaron: “El malvado hombre de piedra duerme profundamente, ¡ayúdanos ahora a matarlo!” Inmediatamente se mostró dispuesto a eso y todas las mujeres respiraron aliviadas. El pequeño Omoma era extraordinariamente capaz y sabía fabricar armas excelentes. Ya antes había entregado a las mujeres muchas puntas de flecha muy buenas, que ellas guardaban cuidadosamente, pues pensaban, desde mucho tiempo atrás, matar con ellas el hombre de piedra.

Cerca de su lecho, allí donde estaban los pies, hincaron en la tierra un fuerte palo cuyo extremo superior formaba una horquilla, levantaron su pierna y la colocaron en esa horquilla. En la profunda herida colocaron una lezna larga y gruesa. Desde un principio las mujeres habían colocado al hombre de piedra en su lecho de manera tal que sus plantas señalaban hacia la entrada. Ahora todas salieron quedamente de la choza y desde afuera pusieron fuego en toda la circunferencia de ésta. La choza estaba consumida desde mucho tiempo atrás y la leña del esqueleto estaba muy seca, por eso el fuego tomó rápido incremento. Entretanto, el pequeño Omama disparó rápidamente algunas flechas contra el pie sano del hombre de piedra. Esto despertó al herido, que se levantó de su lecho de un salto. Puesto que apoyó con fuerza ambos pies en la tierra, se hincó más profundamente aún en la herida la larga y gruesa lezna; el otro pie estaba considerablemente lastimado por varias puntas de flecha. EL dolor no le permitió mantenerse en pie y cayó nuevamente al suelo, donde las llamas lo envolvieron prestamente. Como el veloz Omoma le había disparado a tiempo dos flechas en los ojos, quedó totalmente cegado, imposibilitado para moverse de su lugar y para defenderse. Pronto se derrumbó también toda la choza sobre el hombre de piedra, y los troncos encendidos de la estructura cubrieron completamente su cuerpo. Ciertamente intentó levantarse en varias oportunidades, pero inmediatamente se desplomó. Después hubo un estampido intensamente fuerte, que se escuchó a gran distancia: todo el hombre de piedra estalló y reventó, los muchos fragmentos se esparcieron en todas direcciones.

Sin embargo, algo extraño ocurría: cada una de estas vivía y a su vez deseaba transformarse en un hombre de piedra íntegro. Todas las mujeres se esforzaban al máximo para arrojar nuevamente al fuego todas aquellas piedras que saltaban fuera de la choza en llamas hacia todas partes. Su intención era que todos perecieran en el incendio. No obstante todo el empeño, muchísimos trozos y fragmentos saltaban del fuego y sin descanso debían las mujeres recolectarlos y devolverlos a las llamas. Así lo había ordenado el pequeño Omoma. Por eso trabajaron con gran afán, a pesar de su profundo cansancio. Por último estalló el corazón del hombre de piedra. Esto causó un estampido mucho más fuerte aún, algo como un trueno muy intenso. El hombre de piedra estaba totalmente muerto. Los últimos fragmentos de piedra cayeron a gran distancia de su choza y ya no se movieron más.

Aún hoy en día se pueden encontrar tales teshi (boleadoras, usadas como plomadas para pescar) en aquella apartada región. En cambio, las muchas mujeres que el hombre de piedra había secuestrado se convirtieron en pájaros. Se trata de los tuwin, que aún en la actualidad se reúnen en grandes bandadas. El pequeño Omoma regresó poco después al norte; desde entonces puede ser visto, lo hace brevemente.

Toda la gente, incluso la que vivía más lejos, había vivido un largo tiempo permanentemente atemorizada; apenas si se atrevía a remar un poco mar afuera con sus canoas. De esto resultaba que a menudo debían pasar hambre. Desde hacía tiempo ya no se podían observar nada de estas amenazas por parte de aquel hombre de piedra. Algunos de estos hombres respiraron aliviados y emitieron su suposición “¡Aquel peligroso hombre de piedra probablemente esté muerto!”. Porque todos habían escuchado ese tremendo estampido, cuando el hombre de piedra estalló. Por último, algunos valerosos dijeron: “¡Rememos en dirección a su choza y esperemos a ver si se abalanza sobre nosotros!” ¡Si no se hace ver, sabremos con toda seguridad que está muerto!” Decididos, salieron y llegaron muy cerca de la choza de aquél. Nada había allí que permitiera deducir su presencia o que se hallaba con vida. Esto tranquilizó mucho a los hombres, y muy contentos regresaron todos a su campamento. Al cabo de unos días, otros hombres navegaron hacia aquella región en que había estado la choza del hombre de piedra; pero ellos ya no encontraron rastro alguno de él. Ahora todos se mostraron muy aliviados y exclamaron: “¡El hombre piedra está muerto, somos nuevamente libres!”.

Lom, amor y venganza. Mitos de los yámana de Tierra del Fuego. Martín Gusinde, Anne Chapman. Lom ediciones. 2006.

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NARRACIONES INDÍGENAS > YÁMANA > LA HISTORIA DEL CHIMANGO

Yo’okalía1 había llegado cierta vez a un campamento, donde encontró una hermosa muchacha que le gustó sobremanera, así es que se quedó allí, a pesar de que no era muy apreciado y tenía solamente muy pocos amigos entre aquella gente. Andando el tiempo se enamoró de aquella muchacha y a menudo iba a su choza para ofrecerle su amor, lo cual no hizo efecto alguno sobre ella. Sin embargo, y puesto que él regresaba una y otra vez a su choza, ella se dejo convencer, finalmente, y le prometió que sería su esposa. El Yo’okalía quedó muy contento con la noticia y ambos vivieron juntos de allí en más2. Pero, cuando cierta noche el hombre se acercó quedamente al lecho de ella, dando a entender su intención de cohabitar, la muchacha lo rechazó enérgicamente y, desde entonces, nada quiso saber de él. Esto le produjo un enorme disgusto, pues ahora se percató de que esa muchacha no deseaba ser su mujer. Inmediatamente, narró sus cuitas a la gente restante, pero todos se rieron de él, pues allí no tenía ningún amigo, ni nadie lo conocía muy de cerca. Cada vez que se le ofrecía alguna oportunidad, esa gente se mofaba de él y esto lo hacía incluso la muchacha de la que se había enamorado.

Los hombres salían frecuentemente del campamento, para dedicarse a la caza del guanaco, pero no llevaban consigo al Yo’okalía. Cada vez que abatían un guanaco, rellenaban con su sangre un intestino dado vuelta, haciendo así un embutido. Llevaban este embutido a la choza, pero para el Yo’okalía confeccionaban otro embutido, pues deseaban burlarse de él. Con un palillo puntiagudo hurgaban en sus propias narices, hasta que manaba sangre, la cual recogían en un trozo de intestino y elaboraban así un ket (tipo especial de embutido). Este embutido lo llevaban consigo y en la choza lo entregaban al Yo’okalía, que asaba este morcilla junto al fuego y luego la consumía. La restante gente veía esto y se divertía a escondidas. Más allá de esta morcilla, estos hombres no le daban de comer nada más al Yo’okalía , que, por eso adelgazaba y palidecía cada vez más. A pesar de que pedía más y otra cosa, la gente ni le daba algo más ni algo diferente.

El Yo’okalía ya había quedado muy delgado y debilitado cuando, cierto día, los hombres regresaron otra vez de la caza y le trajeron, como siempre, aquella morcilla y, puesto que tenía mucha hambre, comió de ella. Los demás, entretanto, se reían a escondidas de él, pero dos buenas amigas que tenía en el campamento sintieron finalmente compasión por él y le dijeron: “Esto que aquí comes es un embutido de sangre humana, que esta gente ha hecho para ti ¡con la sangre de sus propias narices¡” El hombre se enfureció entonces mucho, arrojó lejos de sí el trozo restante y no quiso comer nada más.

Puesto que la gente de allí lo había tratado tan mal, se decidió a abandonar ese campamento. El poseía flechas muy buenas y un arco hermoso. Sin que nadie lo viera, empujó estas armas un poco fuera de la choza, por debajo de las pieles de la cubierta y luego dijo a sus buenas amigas: “¡Pintadme bien, pues deseo regresar a la choza de mis padres! La gente aquí no me aprecia, pero tendrá su castigo; vosotras dos, en cambio, seréis recompensadas por haberme tratado bien”. Las dos amigas le aplicaron una pintura muy hermosa. Disimuladamente tomó luego sus armas, que ya había empujado fuera de la choza con anterioridad y, sin que nadie lo advirtiera, partió.

Dirigió su pasos hacia el lugar donde vivía su padre, pero tenía que pasar junto a la choza de una mujer malintencionada que, cuando el Yo’okalía se acercó lo quiso matar. Pero el Yoalox3 menor, que anda por doquier, escondió al Yo’okalía y, así, éste se salvó; entonces prosiguió su viaje. En cada lugar donde pernoctaba encendía una enorme hoguera para calentarse, de este modo quedaron marcados todos los lugares por donde había pasado.

Cuando estuvo cerca de la choza de su padre, lo divisó su hermano menor, que justo estaba a la entrada, e inmediatamente informó a la gente en la choza: “Allá en la lejanía veo a un hombre; ¡éste es seguramente mi hermano!” A eso contestó la madre: “Aquel hombre en la lejanía no puede ser su hermano, pues hace mucho tiempo que no tengo noticias de él”. Aquél se acercaba de a poco, y caminaba con lentitud, pues ya estaba muy débil y cansado, pero cuando entró a la choza, su madre lo reconoció inmediatamente y se alegró sobremanera por su llegada. Puesto que estaba tan pálido y delgado, la madre le preguntó: “¿Cómo es que estás tan pálido y delgado?” El respondió así “Aquella gente allá me trató muy mal, incluso mi novia se burló de mí. Solamente me daban de comer embutidos hechos con sangre humana, y nada más, por eso adelgacé cada vez más y al fin me fui de allí”. Compasiva, la madre: le dijo: “¿Cómo fue eso?” Él le dijo entonces: “Dos buenas amigas me explicaron todo, ¡así que no quise comer nada más y me fui de allá”!.

El padre, que estaba sentado en su lecho y escuchó todo, se indignó mucho porque aquella gente había tratado tan mal a su hijo. Entonces se recostó y pronto se durmió. En sueños quería matar a una ballena y hacerla varar en la playa. Luego echaría a perder la carne de esa ballena, para que toda la gente que había tratado tan mal a su hijo fuera castigada. Pronto comenzó a soñar y, en ese sueño, mató a una gran ballena. Más tarde hizo varar esta ballena exactamente en el lugar donde estaba el campamento de esa gente; en su sueño conocía a todas las personas que habían tratado mal a su hijo. Por último él mismo se trasladó al cuerpo de la ballena; es que quería

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observar cuáles eran las personas que se acercaban y cuáles eran los trozos que se asignarían a cada uno. Ahora por fin debían ser castigados todos aquellos que habían dado de comer a su hijo embutido de sangre humana.

A la mañana siguiente, un hombre de aquel campamento divisó en la playa a la gran ballena. Rápidamente llamó a toda la gente, que se presentó prestamente. Cada uno recibió un gran trozo de grasa, todos comieron y se mostraron muy contentos. También la novia del Yo’okalía recibió su trozo y, asimismo, las dos buenas amigas recibieron cada una un pedazo de considerable tamaño; y todos estaban muy conformes. El anciano Yékamush- el padre de Yo’okalía-, ubicado dentro de la ballena, veía perfectamente cuál era el pedazo de grasa asignado a cada uno. Después que toda la gente ya había comido mucha cantidad, el anciano transformó repentinamente los trozos de carne y grasa que cada uno había consumido; solamente quedaron exceptuados aquellos trozos que habían recibido las dos buenas amigas de Yo’okalía. Repentinamente, los pedazos de grasa comenzaron a moverse en el estómago de cada uno como si revivieran de nuevo y fueron atraídos (por una fuerza invisible) hacia el lugar donde estaba la ballena; al mismo tiempo arrastraban consigo a la novia del Yo’okalía y a toda la gente que le había dado de comer los embutidos de sangre humana. Cada uno de los trozos se colocó perfectamente en el lugar del que lo habían cortado, y la ballena recobró su antigua forma. Ahora estaba viva otra vez y nadó mar adentro con toda la gente que había quedado pegada a ella. Solamente se salvaron las dos buenas amigas de Yo’okalía.

Aun hoy día se ve pegada al lomo de la ballena toda esa gente. Así fue como el anciano Yékamush vengó a su hijo Yo’okalía, pues aquella gente le dado de comer embutidos hecho con sangre humana extraída de sus narices.

Lom, amor y venganza. Mitos de los yámana de Tierra del Fuego. Martín Gusinde, Anne Chapman. Lom ediciones. 2006.