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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA Nacionalismo cultural en la novela hispano-filipina de Antonio Abad, El Campeón (1940) Nacionalismo cultural Antonio M. Abad (1986-1970), un periodista filipino acudió a todas las editoriales de Manila al acabar la segunda guerra mundial buscando financiación para su novela El Campeón finalizada en 1940 en la isla Filipina de Cebú. Sin éxito, este militante de la lengua española en Filipinas se acercó a sus ‘hermanos’ latinos ofreciéndoles una obra híbrida de costumbres, folklore, nacionalismo y crisis de identidad étnica y cultural bajo el tema de la pelea de gallos. Al parecer, una editorial argentina se interesó por la obra pero nunca consiguió ser publicada según nos cuentan Salvador García & Luisa Young (2013). Estos jóvenes investigadores de México y Filipinas respectivamente han recompuesto la obra en una versión reeditada en el 2013 bajo el proyecto de reedición de clásicos hispano-filipinos llevado a cabo actualmente por el Instituto Cervantes de Manila. Esta mínima introducción sirve para ilustrar la compleja red transnacional asociada a la producción y circulación literaria filipina y los vínculos que se generan entre los centros y las periferias del mundo Hispánico. En Filipinas no hay (ni ha habido nunca) 1 un público lector suficientemente grande para que estas novelas se mantuvieran vivas tras nacer de la mano de un grupo marginal de escritores que además desaparecería en una generación. Y aunque el público lector en español es bastante amplio, no lo es tanto la posibilidad de publicar para los escritores filipinos que competían con un vasto mercado latinoamericano y español. 2 Todavía incluso cuesta recordar que Filipinas fuera un día un país vinculado a la lengua española, menos aún que tenga una tradición literaria en español. Lo que esta 1 A principios del siglo XX vivían en Manila unas 100,000 personas y su centro urbano era hispanohablante según explica Donoso (2012: 339). Un estudio sociolingüístico de Molina Martos de 2005 cifra el número de hispano-hablantes en 3000 en la región de Manila. Y un artículo del periódico El País de mayo de 2016 extrapolaba la ya mítica frase los últimos de Filipinasen referencia a las tropas españolas que protagonizaron el sitio de Baler, a los últimos del españolen un artículo sobre la lenta muerte de la última generación hispano hablante de Filipinas. En línea http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/12/actualidad/1460464651_728256.html 2 No es mi intención aquí hablar sobre la posición de la literatura Hispano-Filipina en el marco de la literatura mundial pero merece la pena considerar los trabajos de Pascal Casanova’s The World Republic of letters (2004) or David Damrosh’s What is world literature? (2003) o más recientemente Pheng Cheah What Is a World?: On Postcolonial Literature as World Literature (2016). También la edición de las Letras FilipinasIsaac Donoso, es probablemente el filipinista que más luz puede arrojar sobre este tema en su antología de 2010.

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA Nacionalismo cultural en la novela hispano-filipina de Antonio Abad, El

Campeón (1940)

Nacionalismo cultural

Antonio M. Abad (1986-1970), un periodista filipino acudió a todas las editoriales de

Manila al acabar la segunda guerra mundial buscando financiación para su novela El

Campeón finalizada en 1940 en la isla Filipina de Cebú. Sin éxito, este militante de la

lengua española en Filipinas se acercó a sus ‘hermanos’ latinos ofreciéndoles una

obra híbrida de costumbres, folklore, nacionalismo y crisis de identidad étnica y

cultural bajo el tema de la pelea de gallos. Al parecer, una editorial argentina se

interesó por la obra pero nunca consiguió ser publicada según nos cuentan Salvador

García & Luisa Young (2013). Estos jóvenes investigadores de México y Filipinas

respectivamente han recompuesto la obra en una versión reeditada en el 2013 bajo el

proyecto de reedición de clásicos hispano-filipinos llevado a cabo actualmente por el

Instituto Cervantes de Manila.

Esta mínima introducción sirve para ilustrar la compleja red transnacional asociada a

la producción y circulación literaria filipina y los vínculos que se generan entre los

centros y las periferias del mundo Hispánico. En Filipinas no hay (ni ha habido

nunca) 1 un público lector suficientemente grande para que estas novelas se

mantuvieran vivas tras nacer de la mano de un grupo marginal de escritores que

además desaparecería en una generación. Y aunque el público lector en español es

bastante amplio, no lo es tanto la posibilidad de publicar para los escritores filipinos

que competían con un vasto mercado latinoamericano y español.2

Todavía incluso cuesta recordar que Filipinas fuera un día un país vinculado a la

lengua española, menos aún que tenga una tradición literaria en español. Lo que esta

1 A principios del siglo XX vivían en Manila unas 100,000 personas y su centro urbano era

hispanohablante según explica Donoso (2012: 339). Un estudio sociolingüístico de Molina Martos de

2005 cifra el número de hispano-hablantes en 3000 en la región de Manila. Y un artículo del periódico

El País de mayo de 2016 extrapolaba la ya mítica frase ‘los últimos de Filipinas’ en referencia a las

tropas españolas que protagonizaron el sitio de Baler, a ‘los últimos del español’ en un artículo sobre la

lenta muerte de la última generación hispano hablante de Filipinas. En línea

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/04/12/actualidad/1460464651_728256.html 2 No es mi intención aquí hablar sobre la posición de la literatura Hispano-Filipina en el marco de la

literatura mundial pero merece la pena considerar los trabajos de Pascal Casanova’s The World

Republic of letters (2004) or David Damrosh’s What is world literature? (2003) o más recientemente

Pheng Cheah What Is a World?: On Postcolonial Literature as World Literature (2016). También la

edición de las Letras FilipinasIsaac Donoso, es probablemente el filipinista que más luz puede arrojar

sobre este tema en su antología de 2010.

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA tradición literaria tiene muy presente, y está claramente expuesto en las historias que

cuenta, son las idiosincrasias de su doble historia colonial - primero la española

(1951-1898) y luego la estadounidense (1898-1948) y su consecuente proceso de

transculturación (Ortiz 2002). La hibridez de la literatura hispano-filipina se

manifiesta a través de los lazos transnacionales reales e imaginados que aparecen en

las obras (hacia España, Estados Unidos, pero también Japón y China) con relación a

al pasado, presente y futuro del país. Precisamente por haber conseguido la

independencia del imperio español, pero encontrarse bajo un nuevo sistema colonial

esta literatura empieza a cuestionar la identidad cultural filipina y el rol de la misma

en la creación de una consciencia nacional. La identidad transcultural filipina por

tanto sustenta su visión nacional en la incorporación o en el rechazo de los vínculos

culturales heredados de su historia y del momento presente en el que se crea, esto es,

hacia lo hispano (el catolicismo, la lengua española), lo estadounidense (la

modernización, el progreso) y lo ‘asiático’3 (la identidad étnica, las tradiciones y

rituales locales pero también la idealización de otras culturas asiáticas). Estos

vínculos transculturales son a veces complementarios y a veces contradictorios,

especialmente porque el nacionalismo parte de un impulso homogeneizador que

encuentra por tanto grandes dificultades en organizar lo heterogéneo y lo híbrido que

tienen todas las culturas y que está especialmente presente en los contextos

postcoloniales.

Uno los objetivos principales de la tesis doctoral en la que se enmarca este artículo es

descubrir qué caracteriza al discurso nacionalista hispano filipino a través de (una

sección de) su literatura y cómo estas narrativas estrechan o rechazan los vínculos

culturales que la componen. En algunos casos, los textos ofrecen una reflexión intra-

cultural, hacia las características locales de las Filipinas, y a veces transnacional, es

decir, mirando hacia fuera, comparándose y emulando otras naciones que se perciben

3 Fernando Zialcita cuestiona el término ‘asiático’ por considerarlo abstracto y generalista (al igual que

lo es el término ‘europeo’) y sobre todo porque incluso dentro de lo que se aglutina como el Sudeste

Asiático (Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Indonesia) Filipinas se percibe como una ‘anomalía’

debido a que sus características culturales no coinciden con las del resto de este territorio y conforman

el canon de lo ‘auténticamente asiático’ que además coincide con lo ‘exótico’ en los ojos de occidente

(Authentic Though Not Exotic, Essays on Filipino Identity 2005). En otro artículo, a modo de ejemplo,

Zialcita explica que “En el campo arquitectural no hay nada común entre un tempo confucionista, una

estupa budista,, un templo hindú y una mezquita. Entonces, ¿cómo se puede declarar que la iglesia

barroca de Filipinas es una aberración en Asia, si “Asia”, como unidad cultural no existe?” (“El

español y la identidad filipina”, en Donoso 2012: 522)

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA como ‘mejores’ y por tanto a lo que una Filipinas independiente podría aspirar a ser.

Tal es el caso de las Notas de Viaje (1929) escritas por la doctora María Paz Mendoza

Guazón en las que la observación de modelos culturales en Estados Unidos, Europa y

Oriente Medio le sirve para hacer hipótesis sobre cómo podría transformarse Filipinas

tomando lo positivo y rechazando lo negativo según la propia visión de Mendoza. Por

ejemplo, ella hace especulaciones como las siguientes: si las Filipinas reconociera sus

industrias locales en vez de admirar todo lo que viene de fuera, podría comercializar

sus productos, como los quesos de la región de la Laguna (tal y como hacen los

holandeses de forma artesanal en pequeñas empresas familiares, Notas de Viaje 66),

los tejidos de piña, o promocionar el adobo como plato nacional, como hacen los

chinos con el arroz frito exportándolo a todo el mundo (52). Si la educación en

Filipinas adoptara los modelos alemanes o daneses, los filipinos aprenderían a ser

individuos independientes, productivos y especializados en oficios tal y como lo

hacen los alemanes (66).

Antonio Abad, sin embargo, desencantado por la insistencia estéril de los intelectuales

filipinos en mimetizar4 las idealizadas naciones occidentales (y también las orientales

como lo fue el caso de Japón antes de la Segunda Guerra Mundial como demuestra la

novela de Jesús Balmori (1887-1947) Los Pájaros de Fuego, una novela filipina de la

guerra, 1945) dirige su mirada al campo, a explorar la Filipinas rural, en particular la

de la isla de Cebú de donde él mismo proviene. Habiendo escrito ya una novela

urbana en la que el protagonista se mantiene fiel a sus ideales políticos y sociales

renunciando a un trabajo en una imprenta estadounidense en Manila5, Abad elige

como tema central para El Campeón una de las prácticas más arraigadas a la vida

rural filipina, la de la pelea de gallos. Este giro temático me anima a interpretar El

Campeón como un intento de ejercer un nacionalismo cultural que no se basa en una

condición e hipótesis futura (como el caso de María Paz Mendoza Guazón en sus

Notas de Viaje, 1929) sino una reflexión sobre el presente y el pasado de las

comunidades rurales. Frente al abismo de una segunda guerra mundial y con la

4 Cuando hablo de mimetizar me estoy refiriendo al concepto de Homi Bhabha ‘postcolonial mimicry’

que expresa la idea de que el sujeto colonizado, al haber sido educado bajo los cánones de occidente no

deja de imitar su modo de pensamiento, si bien lo reinterpreta a su manera. Bhabha describe esto en su

más citada frase “ is almost the same, but not quite” (“Of Mimicry and Man: The Ambivalence of

Colonial Discourse” 1984: 126). 5 La Oveja de Nathan (1922) que Daisy López, profesora de español en la Universidad de Filipinas

describe como “nuestra Guerra y Paz” (“Los últimos del español”, 2012, El País)

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA diligencia y devoción de los japoneses derribando los accesos a Intramuros (la ciudad

amurallada donde vivía la élite colonial en Manila) no es de extrañar que la novela de

Abad abandone la tarea de visionar el futuro de una Filipinas independiente y ofrezca

una mirada al pasado y a su propio presente. No obstante, el nacionalismo cultural

que proclama la novela no es tanto un reclamo de un pasado indígena idealizado y

perdido, ya que entonces no se subrayaría lo hispano en las raíces culturales filipinas6,

sino en el reconocimiento de la pelea de gallos y su sincretismo cultural con el

catolicismo (y algunos elementos de la cultura china) como un fenómeno

contemporáneo al autor que contiene la ‘esencia’ transcultural del ser filipino, por lo

tanto podríamos hablar de un nacionalismo transcultural.

La tarea de los nacionalistas culturales, como explica Hutchinson es la de “excavar

restos culturales” en búsqueda de un fundamento sobre el que reconfigurar o

regenerar la idea de nación basada en el patrimonio nacional y el pasado histórico

(Hutchinson 2013:86). 7 La novela de Abad puede leerse como un ejemplo de este

nacionalismo cultural por la manera en que representa la pelea de gallos. Por un lado,

se considera una práctica íntimamente filipina (a la vez que transcultural y

transnacional) 8 que ha sido capaz de resistir las políticas colonialistas que han

intentado erradicarla como los dogmas de la iglesia católica y el discurso imperialista

camuflado bajo las políticas modernizadoras de Estados Unidos que consideraban la

pelea de gallos como un deporte bárbaro y por tanto indigno de un país que aspire a

ser independiente (Davis 2013; Guggenheim 2007).

Además, a través de la fábula de El Campeón, Abad critica la jerarquía colonial

ordenada en base a cuestiones de clase y etnicidad, acusando a los tecnócratas

6 Nick Joaquín (1917-2004) es uno de los escritores filipinos más reconocidos en lengua inglesa y uno

de los primeros en fomentar el reconocimiento de lo hispano como parte de las ‘raíces’ culturales

filipinas, sin las cuales, tal y como dice Zialcita es difícil dejar de entender la identidad de Filipinas

como una anomalía en Asia. 7 El libro de Hutchinson están en inglés, las citas incluidas en este artículo son mi propia traducción. 8 La pelea de gallos según cuenta Antonio de Pigafetta, uno de los primeros cronistas de la

colonización filipina, ya existía en las islas antes de la llegada de los españoles (Guggenheim 1982).

Además, la pelea de gallos se cree originaria del sudeste asiático, a pesar de considerarse un deporte

local en muchos países de América Latina. Alan Dundes en su colección de artículos sobre la pelea de

gallos (The Cockfight: A Casebook, 1994), añade a los articulos de Davis and Guggenheim que yo

comento aquí, otros sobre esta practica en Irlanda, California, Londres, México, Puerto Rico y

Argentina. Al parecer, “nada es más barato que criar un gallo de pelea” (El Campeón , 50) y no se

necesita una gran infraestructura para la pelea en sí, por lo que es un ‘deporte’ popular en ciertas

regiones de todo el mundo.

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA filipinos de cierta ceguera política al intentar traducir la ideología nacionalista

occidental al contexto filipino. A través de la metáfora del corral de gallinas, Abad

insta a una transformación en los roles de la población formulando una visión

alternativa de comunidad nacional filipina. En las siguientes secciones ilustraré cómo

la novela representa la pelea de gallos y la gallera como un espacio físico y simbólico

de resistencia política a través de los diálogos de los personajes humanos y cómo la

nueva comunidad imaginada toma forma en la novela con la fábula de Banogón y el

corral de pueblo.

La pelea de gallos, una práctica transcultural filipina

A finales de 1939, cuando los vientos del conflicto europeo empiezan a levantar vuelo

también en Manila, Abad se refugia en su Cebú natal. Sigue con sus labores de

periodista pero se dedica a recuperar las historias que había publicado en varios

periódicos sobre las aventuras de un gallo de pelea llamado Banogón, y las transforma

en una novela que finaliza en 1940.

El Campeón cuenta la historia de un gallo de pelea que es descubierto en un corral de

pueblo por Gervasio Balongoy, el sacristán de la iglesia donde se ubica el corral, que

también resulta ser un experto entrenador y conocedor de los gallos de pelea.

Banogón demuestra su valentía, fuerza y estrategia al atacar a otro gallo del corral a

raíz de una disputa amorosa de la que Gervasio es testigo accidental. Gervasio intenta

convencer al propietario de la granja, el recién llegado Padre Nicolás, para que este le

permita entrenar a Banogón para la pelea. La narración en los primeros capítulos de la

novela se ocupa de presentar los argumentos en defensa de la pelea de gallos entre los

personajes humanos como una práctica inofensiva, social y educacional que ofrece a

los trabajadores del campo el único entretenimiento accesible para las clases

populares por cuestiones económicas y de aislamiento rural:

Los hay quienes convierten la gallera en centro de su vida. En vez de ser un

medio lo consideran un fin. Esos son los viciosos de todas partes, los que, los

días sin gallera, se reúnen en cualquier parte para jugar. La gran mayoría la

compone el pueblo que va a estos centros a distraerse como los ricos se

distraen en el teatro, en el cine, en las carreras o en sus clubs. Allí el pobre se

encuentra con otros pobres, con quienes cambia impresiones, les cuenta sus

problemas, les comunica sus deseos y esperanzas, les expone sus opiniones

acerca de cosas y personas; allí se entera de los sucesos del día y los comenta

y adoba a su modo, allí se consuela de sus fracasos y dolores, y allí se piden y

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dan consejos, discutiéndolos libremente en un ambiente libre de suspicacias.

Se ha dicho más de una vez que la gallera es el deporte del pobre, y es verdad.

Pero los que lo afirman, no han visto más que lo más exterior, lo más visible

del deporte, que es la parte que mira a la diversión. La parte más sana de él es

que el hombre del pueblo, que no ha recibido ninguna instrucción, aprende allí

lo que de virtuoso debe cultivarse y fomentarse en todo deporte. (El Campeón

48)

En este discurso de Gervasio, se describe el espacio y el ambiente de la gallera casi en

términos terapéuticos que ayuda a la salud mental de “los pobres” ofreciéndoles por

un lado un espacio social de desahogo y de entretenimiento y por otro de educación

en valores. Este fragmento no deja pasar la oportunidad de mencionar cómo la gallera

también es un lugar “libre de suspicacias”, abriendo el espacio a lo político y tornando

la gallera en un posible sitio de disidencia. La novela, sin embargo, no expande este

potencial político de resistencia de la gallera (como lo hace el capítulo que José Rizal

le dedica a la misma9 y que es sin duda un guiño intertextual del autor hacia Rizal,

simplemente denuncia indirectamente en otra cita los abusos del sistema de

explotación laboral en el campo:

Y en los pueblos pequeños como el nuestro y en las comunidades de los

barrios, la gallera no es el centro del vicio, sino el lugar donde el Labrador,

curvado toda la semana sobre la aridez de la gleba que le da su morisqueta,

busca encontrarse con su igual, conoce a otros como él, y con todos hace vida

social que en estos lugares sin la gallera sería nula. (49)

La gallera entonces compensa por la ausencia de un lugar público de descanso

dominical para los trabajadores “de la gleba”, aquellos que están perpetuamente

condenados al trabajo de jornaleros en el campo y que ansían compensar su ardua

tarea semanal con la diversión de la pelea de gallos. La inocencia con la que se aborda

el rol de la pelea de gallos en la Filipinas rural según la novela contrasta con las

galleras de ciudad de las que se apodera el vicio y el capitalismo y que son, a ojos de

Gervasio, la excepción y no la regla: “Confieso que las galleras de la ciudad no tienen

más objeto que la explotación del juego como fuente de ingreso de unos cuantos

9 En la novela de Rizal, dos hermanos van a la gallera para decidir si se unen a la guerrilla que se está

organizando contra los españoles cuando durante la pelea se proclama victorioso el gallo menos

popular provocando un estruendo entre el público, que, según Rizal, cantará su victoria “por los siglos

de los siglos”:

Una salvaje gritería saluda la sentencia, gritería que se oye en todo el pueblo, prolongada,

uniforme y dura algún tiempo. El que la oye de lejos, comprende entonces que el que ha

ganado es el “dejado”; de lo contrario, el júbilo duraría menos. Tal sucede entre las naciones:

una pequeña que consigue alcanzar una victoria sobre otra grande, la canta y la cuenta por los

siglos de los siglos (Noli me Tangere, 2008: 457)

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA capitalistas.” (49) Frente a las palabras de Gervasio los únicos argumentos que le

quedan al Padre Nicolás son el de la crueldad animal y el del vicio. La crueldad

animal no es un problema en sí misma, sino a razón de que el hombre no debe quitarle

la vida a las criaturas de Dios por su propia diversión:

¿No te parece una crueldad – le decía- el contemplar desde la seguridad de los

tendidos, con esa vuestra ruidosa alegría, cómo se despedazan dos gallos?

Dios al criarlos, les ha regalado para que gocen de ella, el supremo don de la

vida, y vosotros se la quitáis con crueles demonstraciones de entusiasmo. (47)

Esto además sería una forma de vicio y dilación que también ofende a Dios:

El juego es un vicio, y el que se deja dominar de él sin hacer ningún esfuerzo

para contrarrestar su influencia ofende gravemente a Dios. En el juego se

pierde dinero, que es un instrumento dado por Dios para sostener al hombre y

mantener a su familia. Tú estás al servicio de Dios, y lo ofendes cada vez que

entras en una gallera. (47)

Gervasio calla, pero piensa que la “crueldad es una cuestión de perspectiva” (47).

Paradójicamente, había sido el predecesor del padre Nicolás el que había comenzado

la tradición de la gallera para compensar por el aburrimiento de la vida en el campo:

“¿Qué iríamos a hacer en este pueblo triste, donde todo transcurre en medio de la

mayor monotonía, si no fuera por la ilusión dominguera de la gallera?” (47) Explica

Gervasio a un escéptico Padre Nicolás usando las palabras del cura anterior.

Para Gervasio y para los demás fieles, acudir a la gallera no entra en contradicción

con ser un buen cristiano. El sincretismo cultural entre la pelea de gallos como un

juego de apuestas y el catolicismo no aparece solamente con el hecho de que las

peleas rurales tengan lugar los domingos justo después de la misa sino más bien

porque los actos de fé (encender velas a los santos venerados o rezar) pueden ayudar a

superar los obstáculos de la vida diaria, incluso tener un gallo ganador:

¡Ir a las famosas y legendarias fiestas de Nuestra Señora de Regla y asistir otra

vez al triunfo de Banogón, “nuestro gallo”, según acababa de declarar

Gervasio Balongoy! ¿Podría él aspirar a otra dicha mayor? Y si ganaba, que sí

ganaría sin duda alguna, ¿qué haría si no encender una vela ante el altar de

Nuestra Señora?(135)

Inggoy, uno de los ayudantes de la iglesia del Padre Nicolás, reacciona con tal alegría

ante la idea de ir a las fiestas religiosas de Opón cuya patrona es la Virgen de la Regla

y a la vez llevar a Banogón a una pelea donde seguramente podría ser bendecido por

ella.

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA En El Campeón, la pelea de gallos no revela solamente su transculturalidad con las

practicas católicas hispanas sino también con la superstición del horóscopo chino.

Uno de los galleros más famosos de la isla se hizo famoso gracias a un “horóscopo

infalible” (89) que heredó de un extravagante comerciante chino. Este gallero, que

posteriormente se lo pasó al padre de Gervasio, tradujo el método del chino al bisayo

(una de las lenguas que se habla en Cebú) y así Gervasio es capaz de predecir las

fechas más auspiciosas para Banogón según el tipo de gallo al que se enfrente.

En un estudio histórico de la pelea de gallos en Filipinas Guggenheim (1982) explica

que el gobierno colonial español privatizó las galleras para poder expedir licencias a

los propietarios y los organizadores y multar a los que no se ajustaban a la ley. De

esta manera podían mantener el control social sobre la gallera y beneficiarse de unos

impuestos adicionales. Este dato explica tal vez la relajada moral del padre Nicolás (y

de su predecesor) que acaban haciendo la vista gorda a la pelea de gallos y

permitiendo a Gervasio que haga de Banogón un campeón. La novela expone así el

discurso contradictorio de la iglesia católica en su posición ante la práctica de la pelea

de gallos y también la transculturación de la misma con los rituales católicos, chinos y

filipinos.

Por último, uno de los argumentos más interesantes que expresa la novela invoca la

identificación de los filipinos con el simbolismo que la pelea de gallos produce

justificando la popularidad de la práctica en Filipinas. 10 La pelea de gallos en la

novela de Abad está representada como una práctica que ha resistido su erradicación

(incluso la iniciativa estadounidense de sustituirlo por otros deportes “menos

bárbaros”, como el béisbol, Davis 2013:) y continúa siendo tan popular porque

coincide con “las exigencias psicológicas del pueblo”, es decir, reproduce

alegóricamente una parte del ethos filipino:

- [Gervasio]En la gallera, el hombre del pueblo aprende a practicar la virtud

de la tolerancia.

- [Padre Nicolás] ¿Y en qué consiste eso?

- Consiste en la capacidad de poder aceptar sus derrotas con el mismo

espíritu ecuánime con el que recibe sus victorias.

10 Cabe mencionar, sin embargo, en este punto el artículo de Clifford Geertz “Deep play: notes on

Balinese cockfighting” de 1972 que se ha convertido en el artículo más famoso sobre la pelea de gallos

desde la perspectiva antropológica. Geertz explica que la popularidad de la pelea de gallos en Bali tiene

que ver con el simbolismo social que representa así como a las imágenes de masculinidad que

reproduce y proyecta entre los asistentes.

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA

- Es la primera vez que oigo hablar así a alguien de la gallera.

- Porque es la primera vez que usted se pone en contacto con y se adentra en

el pensamiento de un hombre que conoce la razón de ser se su arraigo en el

pueblo.

- Pero aun dando por buenas todas las razones que aduces, los tiempos

modernos han traído nuevos deportes, más sanos y menos expuestos que la

gallera. ¿Por qué no se ha de sustituir esta por aquellos?

- ¿Por qué? Porque en primer lugar todos esos deportes son costosos y, en

segundo lugar, porque no apelan a las exigencias psicológicas del pueblo.

- No te entiendo.

- Voy a tratar de explicarme. (49)

[…]

¿no se ha fijado usted que nuestro pueblo, a pesar de su legendario amor a la

paz, ama el peligro y adora a los valientes que mueren peleando? En los

deportes importados no existe el elemento de peligro que el pueblo encuentra

en el combate entre dos gallos que se engarzan. Por eso jamás se harán

perpetuamente populares en nuestro país. ¿Se ha fijado usted en la prontitud

con la que se agrupa la gente de la sementera alrededor de cualquier fanático

que predica doctrinas absurdas que ella no entiende pero que, por instinto,

sabe que son aborrecidas por el gobierno?¿Y por qué ese fanático conquista

adeptos? Porque éstos ven en él la encarnación del valor temerario, del que

desprecia el peligro sabiendo que las fuerzas del predicador podrían ser

aplastadas por la ley en cualquier momento. Así es igualmente la gallera en las

oscuras y anónimas preferencias populares: una encarnación, un símbolo del

valor personal, del valor que desconoce el miedo y no siente escalofríos ante

el espectáculo de la sangre que tiñe de rojo la arena del ruedo.

-Tú no eres hombre vulgar, Gervasio – comentó el P. Nicolás cuando su

sacristán hizo una pausa para dar una chupada a su cigarro – tú, seguramente,

has estudiado.(50)

Estas “exigencias psicológicas del pueblo” son pues la celebración del valor

temerario, la pasión por el peligro y el deseo de desafiar el estatus quo. Aun sabiendo

que lo normal es que la ley aplaste a los insignificantes insurrectos que interrumpen

en el sistema como el fanático predicador, la posibilidad de ganar, la pujanza de la

lucha, alegóricamente representada por la pelea de gallos, y la “adoración del que

muere peleando” tienen un arraigo profundo en la psique filipina. Aunque sea

problemático extrapolar este argumento a todo el pueblo filipino pues la gallera

excluye a las mujeres y a otros hombres que no son adeptos a la misma, es inevitable

no hacer una lectura de esta confesión en el marco colonial en el que se inscribe como

un tipo de resistencia que alegóricamente reproduce una narrativa de subversión de

poder mediante el sometimiento del otro.

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA La nación transcultural

La parte central de la novela describe la carrera de éxitos Banogón llegando a triunfar

en las galleras no sólo de los pueblos vecinos, sino de Cebú y Manila. En su última

pelea, sin embargo, aunque se declara campeón, sufre una lesión en la pata que lo

obliga a abandonar las arenas. Banogón es devuelto al pueblo donde nació, esta vez

para vivir en la granja del periodista que después escribe la historia de su vida tal y

como el mismo Banogón la cuenta a la nueva comunidad de la que es parte.

Los días gloriosos de Banogón como gladiador tocan a su fin con su vuelta al corral.

El campeón en las arenas no es más que un viejo gallo lisiado que no consigue

consumar la labor por la que aún se le mantiene con vida, aquella de producir otros

gallos de su misma “casta”. Su propio orgullo aristocrático que en un principio le hace

rechazar su nuevo estilo de vida y la comunidad que él considera vulgar, se suma a su

poca experiencia en el amor (los gallos de pelea están obligados a mantener un voto

de castidad) impidiéndole consumar su destino biológico de reproducción y su rol de

protector del harem. Banogón se siente desplazado y humillado pues nadie reconoce

su valor ni su condición privilegiada de gallo de pelea:

Iba el viejo campeón arrastrando la tragedia de su pata inútil camino de la

casa que consideraba su último refugio y pensando en la brevedad de sus días

de gloria, apenado de su soledad. Allí, en medio de aquel mísero corral,

ningún gallo había visto los laureles que coronaban su frente jamás abatida

por la derrota, ninguna gallina se fijaba en la gallardía de su figura de una

raza superior. (220)

Esta crisis identitaria (y de masculinidad) de un sujeto simbólicamente diaspórico

retornado a la comunidad recuerda a lo que Hutchinson afirma acerca del estereotipo

del nacionalista cultural, esto es, su sensibilidad cultural y la búsqueda de una

identidad propia deriva de su posicionamiento como excluido (“outsider”) cuya

“conexión con la nación está siendo cuestionada” (87). Su exclusión se debe, bien a

que pertenece a una élite educada (que en los contextos coloniales implica la

metrópolis del colonizador) o bien por haber vivido en el exilio o en la diáspora.

Algunos de los nacionalistas culturales, dice Hutchinson, combinan un sentimiento de

nostalgia por la patria con uno de vergüenza hacia su atraso en comparación con las

instituciones libres y el vigor de la sociedad que les acogió (87). La arrogancia de

Banogón al llegar a la gallera responde a esta visión extranjera de comparación

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA negativa entre la comunidad anterior (como gallo de pelea vivía una vida de cuidados,

atenciones y admiración) y la actual que demanda una transformación. Esta

representación de Banogón apunta a la propia crítica de Abad hacia las clases altas

filipinas por encontrarse en desajuste con otras realidades filipinas, en este caso las

rurales. Este conflicto se resuelve en la novela por medio de una regeneración en los

roles de la comunidad, especialmente por parte de las élites, con el fin de reinventar la

comunidad nacional.

Banogón se reencuentra con una vieja amiga en el corral, la gallina que había sido su

primer amor. Ella le explica cómo son las cosas ahora y qué ha acontecido en su

ausencia. El recorrido por la historia que Bakiki ofrece, en el antepenúltimo capítulo

de la novela, una reflexión sobre las transformaciones sociales y raciales traídas por

agentes externos a las Filipinas, específicamente la introducción por parte del hombre

de una nueva especie, la leghorn americana. El discurso de Bakiki revela la

impotencia de la población del corral (sobre todo la femenina) para resistir estos

cambios y el sentimiento de culpa que esto genera:

Bakiki confesó haber tenido veinte o treinta descendientes de esta raza,

habidos de uno de los más ostentosos leghorn del corral. No tuvo más

remedio que aceptarlo, ya que no quedaba gallo hábil de su propia raza, y la

llamada de la especie era más fuerte que su odio. No sintió mucho la

separación de sus hijos blancos cuando ocurrió la desbandada. Pero era eso

su gran pecado: haber colaborado en la obra de exterminio de su propia

raza.(244)

La ausencia de “gallos hábiles de su propia raza” y “la llamada de la especie” son los

argumentos que justifican la colaboración de Bakiki en este “exterminio de su propia

raza”. Estas afirmaciones tan contundentes dejan ver el énfasis que la novela pone en

el componente racial de la transculturación colonial Filipina. La castración simbólica

de los gallos filipinos, debido a los requerimientos de la pelea de gallos, esto es, el

abandono del corral, el control de su virilidad por medio de un voto de castidad, o su

orgullo de clase, facilita que la población sea tomada por otros que transforman

visiblemente el paisaje del corral filipino. En el siguiente fragmento Bakiki hace una

apología de los colores indígenas frente a la monotonía del blanco:

En el plumaje de sus hijos se repetía la anárquica multiplicación prodigiosa

de los colores que caracterizaba los primeros tiempos del corral del cura,

indicio, si no de pureza étnica, de abigarrada autoctonidad. Desde el metálico

negro de obsidiana que no conseguía delustrar la continua exposición al sol y

a las lluvias, al blanco impoluto que le recordaba el dominio de los leghorns,

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y desde el rojo agresivo del cobalto, con motas negras y amarillas, hasta el

gris perla realzado por un pico negro y unas patas de color marfil, todos

pregonaban el triunfo de lo indígena. Cada uno tenía su propia

individualidad, y aquella algarabía de colores era, para Bakiki, un constante

reto a la vulgaridad del color uniforme y único, característica de las gallinas

llamadas de raza.

Con un discurso que subvierte la hegemonía imperialista y nacionalista de una sola y

homogénea identidad racial, Bakiki hace una apología de los colores indígenas frente

a la “vulgaridad del color uniforme y único”. En esta policromía se incluyen los

colores autóctonos e indígenas pero también los foráneos, como el “blanco impoluto”

de las leghorn. En el primer fragmento Bakiki percibe el mestizaje étnico con las

leghorns como una pérdida cultural frente a la dominación americana mostrando un

vínculo negativo hacia lo estadounidense. En otras partes de la novela también

aparece un discurso de rechazo hacia la dominación americana visible con la armonía

con que los personajes humanos de diferentes culturas (el chino Pinga, el español

dueño de una gallera, los filipinos que trabajan en la granja) conviven, frente a la

discriminación racial hacia las gallinas americanas en el corral y también en la

gallera, siendo los gallos Tejanos los más temidos rivales para los filipinos.

Sin embargo, el segundo monólogo de Bakiki deja ver que todas estas influencias, en

las que no domina una cultura sobre otra, forman parte de la identidad transcultural

filipina, en “aquella algarabía de colores” reside pues el individualismo filipino. La

novela apela al abandono de la idea de una homogeneidad y la supremacía racial y

cultural desafiando la ideología nacionalista heredada de Europa. En el caso de Bakiki

hacia sus ‘hijos’ y en el de Banogón con respecto a su arrogancia de clase en favor a

un compromiso con la comunidad actual apoyado en una reconciliación histórica y

personal entre los dos personajes y su pasado.

Con la llegada de la Navidad, Bakiki lamenta la pérdida de sus pollitos para servir las

varias celebraciones que acompañan las fechas, “Los amo por igual, y cuando me los

quitan es como si a mí misma me quitaran la vida” (259) confiesa a Banogón. Él, al

contrario nunca ha sentido el dolor de la pérdida de un ser amado pues en su carrera

como “artista del homicidio no había visto nunca derramarse una lágrima sobre el

cadáver del vencido” (259). La muerte era para Banogón la otra cara de su

supervivencia y como tal nunca había sentido el deseo de vivir por los demás, sino

por él mismo. Mientras Banogón medita sobre estas cuestiones es protagonista de un

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA acto heroico al salvar a un pollito de las garras de un gavilán y encontrando un nuevo

rol como padre-protector de la comunidad:

Ese pollito salvado por mí ya es hijo mío, ¿comprendes, Bakiki? ¡Es ya hijo

mío! Tan hijo mío como si lo hubiese engendrado yo mismo, porque lo he

engendrado en el corazón…este corazón tan egoísta, que si hasta ahora ha

palpitado por la gloria de mis laureles de campeón, de ahora en adelante

palpitará para él únicamente. (266)

Para Banogón la familia, ya no es algo que deriva de la consanguinidad, sino que se

funda en un sentimiento de entrega al otro y pertenencia al grupo. Su egoísmo y

arrogancia se transforman en un deseo de ofrecer protección y liderazgo espiritual:

Porque es ahora – se sinceró el viejo ex monarca de las galleras- cuando he

podido dar un nuevo sentido a mi vida. Así como tú eres la madre real y

verdadera de todos los que componen la población de este corral, yo voy a ser

desde ahora su padre afectivo, su defensor contra todos los peligros. Tú los

engendraste según la carne y yo lo he engendrado en espíritu (267)

La crisis de identidad y de virilidad se resuelve con un modelo de masculinidad, la del

padre afectivo, que de una manera metafórica cuestiona la idea de nación como

monarquía liderada por un rey, para convertirse un modelo familiar regulado por un

régimen de protección. Además, este giro en la actitud del personaje sugiere que el

sentimiento nacionalista no se fomenta por los lazos sanguíneos sino por un espíritu

nacional en el sentido de Benedict Anderson en sus Comunidades Imaginadas (1991):

“the nation is always conceived as a deep, horizontal comradeship. Ultimately it is

this fraternity that makes it possible […]” (1995:6-7). A pesar de que Banogón

desciende simbólicamente la jerarquía social y se sitúa con los más indefensos, no es

el sentido de fraternidad con los iguales en el que reside la identidad nacional

(excepto tal vez con respecto a Bakiki) sino en la identificación con el padre. Por esta

razón, la novela, aún promueve una visión de la nación patriarcal en la que la idea de

familia se sitúa en el centro de la misma y se mantienen los roles de género. Las

mujeres como reproductoras y asociadas a la nación por un vínculo sanguíneo y los

hombres a cargo de la protección física y la guía espiritual. Esta concepción de

masculinidad está posiblemente más en línea con el ideal de la masculinidad

confuciana por la que lo masculino se sustenta en el equilibrio entre la valentía del

‘wu’, competencia para las artes marciales, y la sutileza del ‘wen’, sofisticación

intelectual (Gary Atkins, 2005). Desde otro punto de vista, se puede entender la nueva

sensibilidad de Banogón para la compasión y entrega a los demás con los valores

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA católicos, especialmente la retórica de sacrificio y martirio que promueve la figura de

Cristo. La escena final de la novela presenta a Bakiki y Banogón celebrando la

Navidad y su propio destino como los recién nacidos padres de la patria:

No llores más, que tus lágrimas parecen repudiación de tu nobilísimo destino.

¿No oyes cómo las campanas se han echado al vuelo? Es que acaba de nacer

el Niño Dios. ¡Cantan el himno glorioso de la Santa y Fecunda Maternidad!

Conclusión

La novela El Campeón de Antonio Abad demuestra cómo el imaginario de nación

filipina puede interpretarse desde el nacionalismo cultural. Como tal la novela puede

ubicarse en un periodo de gestación de la consciencia nacional que no intenta

conseguir un cambio político sino cultivar el sentido de pertenencia a una comunidad

transcultural filipina celebrando su multiplicidad.

El uso de la pelea de gallos como ejemplo de práctica cultural íntimamente filipina

que conecta la historia colonial de Filipinas con el presente se percibe como parte de

la recuperación del patromonio cultural de los nacionalistas culturales. Abad

representa la pelea de gallos como un símbolo anticolonial de varias formas, primero

representando el espacio de la gallera como un lugar de encuentro, de descanso y de

entretenimiento dominical que compensa el aislamiento rural y la explotación de los

latifundios en la Filipinas rural; segundo, resistiendo las políticas dogmáticas de la

iglesia católica y el falso reclamo de modernización y progreso estadounidense

demostrando las ambivalencias morales y políticas de ambos discursos; y tercero

como un espacio físico y simbólico de disidencia política que recrea, a través de la

propia pelea de gallos, algunos aspectos de la sensibilidad filipina, esto es, el deseo de

subvertir el estatus quo por medio de la victoria de los perdedores.

El objetivo del nacionalismo cultural es también elucidar un nuevo imaginario

nacional basado en aspectos pasados de la cultura y relacionados con el presente, en

este sentido El Campeón imagina la nación filipina como familia patriarcal

vinculándose aún a los modelos nacionalistas europeos pero desvinculándose de ellos

al apelar a un nuevo tipo de líder nacional militarista pero también protector y

comprometido con los demás (no solamente con las oligarquía colonial). Por último,

la comunidad filipina imaginada que propone la novela desafía la idea de

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Simposio Internacional LAZOS Leiden, 11-13 de Julio Irene Villaescusa Illán [email protected] ASCA, UvA homogeneidad y superioridad étnica en favor del reconocimiento de la heterogeneidad

filipina que podemos entender como una forma de nacionalismo transcultural.

Obras citadas

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