nabokov - gloria (tiempos romanticos)

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  • 7/28/2019 Nabokov - Gloria (Tiempos Romanticos)

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    VLADIMIR NABOKOV

    Gloria(Tiempos romnticos)

    Ttulo de la edicin en lengua inglesa: GloryTraduccin: Romn Garca-AzcratePublicado por Editorial LumenPROLOGO A LA EDICIN INGLESA

    Este trabajo completa la serie de versiones inglesas que conforman el total de mis nuevenovelas rusas (escritas en Europa occidental entre 1925 y 1937, y publicadas por sociedadesemigres entre 1926 y 1902) que estn a disposicin de los lectores ingleses ynorteamericanos. Quien observe la lista siguiente podr apreciar el dramtico vaco entre1938 y 1959:

    Mashenka, 1926 (Mary, 1970)Korol', Dama, Valet, 1928 (King, Queen, Knave, 1968)Zashchita Luzhina, 1930 (The Defense, 1964)Soglyadatay, 1930 (The Eye, 1968)Podvig, 1932 (Glory, 1971)Kamera obscura, 1933 (Laughter in the Dark, 1936)Otchayanie, 1935 (Despair, 1966)Priglashenie na Kazn', 1936 (Invitation to a Beheading) (1959)

    Dar, 1952 (The Gift,1963)

    La presente traduccin al ingls es meticulosamente fiel al texto original. Trabajando aintervalos, mi hijo tard tres aos para hacer el primer borrador, despus de lo cual yo pastres meses preparando una copia en limpio. Las grandes preocupaciones rusas por elmovimiento y los gestos fsicos, caminar y sentarse, sonrer y mirar por-entre-las-pestaas,son especialmente notables en Podvigy esto dificult an ms nuestra tarea.7Comenc Podvigen mayo de 1930, inmediatamente despus de escribir Soglyadatay, y lacomplet a fines de ese ao. Sin hijos todava, mi esposa y yo alquilbamos un recibidor y undormitorio en Luitpoldstrasse, Berln Oeste, en el triste y amplio piso del cojo General Von

    Bardeleben, un seor de edad que slo se dedicaba a resolver su rbol genealgico; sufrente despejada tena un toque nabokoviano, y, en efecto, estaba emparentado con elconocido ajedrecista Bardeleben, cuya muerte se pareca a la de mi Luzhin. Un da aprincipios de verano, Ilya Fondaminski, editor jefe del Sovremennye Zapiski, fue all desdePars para comprar el libro na kornyu, en estado de raz (como se dice de los sembradosde grano antes de la cosecha). Era revolucionario social, judo, ferviente cristiano, instruidohistoricista y enteramente amable (tiempo despus fue asesinado por los alemanes en unode sus campos de exterminio), y cun vivamente recuerdo el esplndido gesto de deleite conque se golpe las rodillas antes de levantarse de nuestro sof de color verde apagadodespus de que el trato se hubo cerrado.El ttulo inicial del libro (posteriormente reemplazado por el ms expresivo Podvig, proezagalante, noble hazaa) era Romanticheskiy vek, tiempos romnticos verdaderamentemuy atractivo, que en parte haba yo elegido porque estaba cansado de or que losperiodistas occidentales llamaban a nuestra era materialista, prctica, utilitaria, etc.,

    pero principalmente porque el propsito de mi novela es enfatizar la emocin y el encanto quemi joven expatriado encuentra tanto en los placeres ms triviales como en las aventuras

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    aparentemente sin sentido de su vida solitaria.Para facilitar la tarea a cierto tipo de crticos (y particularmente para aquellos inocentesinsulares a los que afecta mi trabajo, tan extraamente que se podra pensar que loshipnotic desde el aire para que hicieran gestos indecentes) sealar las faltas de la novela.Basta decir que, antes de caer en el falso exotismo o en la comedia frvola, Podvigse elevahasta las alturas de la pureza y la melancola que slo he logrado en Ada, novela muy

    posterior.Qu relacin tienen los personajes de Podvigcon los de mis otras catorce novelas?,puede preguntar quien busca el inters humano.Martin es el ms amable, ntegro y conmovedor de todos mis personajes jvenes, y lapequea Sonia, la de los opacos y oscuros ojos, el pelo spero y negro, debera seraclamada por los expertos en las tentaciones y la ciencia del amor, como la msextraamente atractiva de todas mis jvenes, aunque, obviamente, en un coqueteo variable ydespiadado.Si bien hasta cierto punto Martin podra ser considerado como mi primo lejano (mssimptico que yo, pero tambin mucho ms ingenuo de lo que yo siempre he sido), con quiencomparto ciertos recuerdos infantiles, ciertas preferencias y aversiones, sus desvadospadres, per contra, no se parecen a los mos en ningn sentido racional. Respecto a losamigos de Cambridge, Darwin es una invencin total, al igual que Moon; pero Vadim yTeddy existieron en la realidad de mi propio pasado en Cambridge: los mencion enSpeak, Memory, 1966, captulo XIII, penltimo prrafo, bajo sus iniciales N. R. y R. C,respectivamente. Los tres leales patriotas, dedicados a las actividades anti-bolcheviques,Zilanov, Iogolevich y Gruzinov, pertenecen a ese grupo de gente, politicamente situados algoa la derecha de los viejos terroristas y algo a la izquierda de los demcratas constitucionales,y tan lejos de los monrquicos por un lado como de los marxistas por el otro, que conoc muybien en el ambiente de la revista que publicaba Podvigpor entregas, pero ninguno es retratoexacto de un individuo en especial. Me siento obligado a establecer la justa determinacin deeste tipo poltico (reconocido de inmediato, con la precisin inconsciente del conocimientodiario, por el inteligente ruso, principal lector de mis obras), ya que todava no puedo aceptarel hecho que merece ser conmemorado con un despliegue pirotcnico anual de sarcasmoy desprecio de que, mientras tanto, los intelectuales norteamericanos fueron condicionadospor la propaganda bolchevique de modo que menospreciaran profundamente la vigorosaexistencia de pensamiento liberal entre los expatriados rusos. (Es usted trotskista,

    entonces?, sugiri sagazmente en 1940 un escritor izquierdista en extremo limitado, enNueva York, cuando dije que no estaba ni con los soviets ni con ningn zar.)El hroe de Podvig, sin embargo, no necesariamente se interesa por la poltica: ese es elprimero de dos trucos geniales realizados por el sabio que cre a Martin. La realizacinpersonal es un tema fugal de su destino; l es as de raro: una persona cuyos sueos seconvierten en realidad. Pero la satisfaccin personal est invariablemente impregnada deuna conmovedora nostalgia. El recuerdo de las fantasas infantiles se mezcla con la esperade la muerte. El peligroso sendero que finalmente escoge Martin para entrar en la vedadaZoorlandia (sin conexin alguna con la Zembla de Nabokov!), slo contina el final ilgico delcamino de cuento de hadas que serpentea a travs de los coloridos bosques de un cuadro enla pared del dormitorio de Martin. Es la gloria de una gran aventura y una proezadesinteresada, la gloria de esta tierra y su abigarrado paraso, la gloria del valor individual, lagloria del mrtir radiante.En nuestros das, cuando se desacreditan las teoras de Freud, el autor recuerda conasombro que no mucho tiempo atrs, se supona que la personalidad infantil se dividaautomticamente como consecuencia de la identificacin con los padres al divorciarse. Laseparacin de los padres de Martin no produce tal efecto en su mente, y slo a un tontodesesperado, bajo el sufrimiento de un anlisis angustioso, puede perdonrsele que relacionela carrera de Martin hacia la tierra paterna con la separacin de sus padres. No sera menososado sealar, con uterina incertidumbre, que la madre de Martin y la muchacha a quien amallevan el mismo nombre.Mi segundo toque mgico es ste: tuve mucho cuidado de no incluir el talento entre losnumerosos dones que confer a Martin. Hubiera sido muy fcil convertirlo en un artista, enescritor. Fue muy difcil no hacerlo mientras le otorgaba la extraa sensibilidad quegeneralmente se asocia con la criatura creadora. Qu cruel fue evitar que encontrara en elarte no un escape (qu slo es una celda ms limpia en un piso ms tranquilo), sino unalivio del dolor de ser! Prevaleci la tentacin de realizar mi pequea proeza propia dentro del

    nimbo colectivo. El resultado me hace recordar un problema de ajedrez que plante hacetiempo. Su belleza radicaba en un primer movimiento paradjico: la reina blanca tena cuatroposiciones probables a su disposicin, pero en cualquiera de ellas se interpona en el camino

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    (una pieza tan poderosa, y se interpone en el camino! de uno de los caballos blancos encuatro variantes de mate. En otras palabras, no pudiendo realizar ningn papel en el juegosiguiente, tena que exilarse a una esquina neutral tras un pen inerte y permanecer allenclavada en la ociosa oscuridad. La construccin del problema fue diablicamente difcil.Como tambin fue Podvig.El autor confa en que los lectores prudentes no se zambullan vidamente en su

    autobiogrfica Speak, Memoryen bsqueda de los mismos temas o similares escenarios. Ladiversin de Podvigest en todas partes. Debe buscarse en el eco y la unin de los hechosmenores, en los cambios pasado-y-presente, que producen una ilusin de mpetu: en unavieja fantasa que se convierte en la bendicin de una pelota abrazada contra el pecho, o enla visin casual de la madre de Martin penando ms all del marco temporal de la novela enuna abstraccin del futuro que el lector slo puede adivinar incluso despus de haberseprecipitado a travs de los siete ltimos captulos, donde la regular locura de doblecesestructurales y un baile de mscaras entre todos los personajes culmina en un final furioso,aunque en el final mismo no sucede nada: slo un pjaro posado en una portezuela en lapenumbra de un da de lluvia.

    V. N.8 de diciembre de 1970. Montreux.

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    Por extrao que parezca, Edelweiss, el abuelo de Martin, era suizo: un suizo robusto, depoblado bigote, que hacia 1860 haba sido tutor de los hijos de un terrateniente de SanPetersburgo, llamado Indrikov, y se haba casado con la menor de sus hijas. Al principioMartin crea que la blanca y aterciopelada flor alpina, esa nia mimada de los herbarios,llevaba el nombre en honor a su abuelo. Incluso tiempo despus no pudo abandonartotalmente esta idea. Recordaba a su abuelo claramente, pero slo de un modo y en una solaposicin: como un viejo corpulento, totalmente vestido de blanco, con tupidas patillas,sombrero de jipijapa y chaleco de piqu adornado con dijes (el ms atractivo era una dagadel tamao de una ua), sentado en un banco delante de su casa, bajo la sombra inquieta deun tilo. Haba muerto en ese mismo banco, sosteniendo en la palma de la mano su queridoreloj de oro, cuya tapa pareca un pequeo espejo. Lo haba sorprendido un ataque de

    apopleja en aquel gesto circunstancial y, segn la leyenda familiar, las manecillas se habandetenido en el mismo momento que su corazn.Durante varios aos, el recuerdo del abuelo Edelweiss se conserv en un grueso lbum concubiertas de cuero; en su poca las fotografas eran de buen gusto, de elaboradapreparacin. La operacin era algo muy serio; el paciente deba estar inmvil un largo tiempoy esperar a que le permitieran sonrer, en el momento de la instantnea. A la complejidad delheliograbado responden la gravedad y la firmeza de muchas de las varoniles poses delabuelo Edelweiss en aquellos retratos algo desvanecidos pero de muy buena calidad: elabuelo cuando era joven, con una perdiz recin cazada a sus pies; el abuelo montado en layegua Daisy; el abuelo en un asiento rayado de la galera con un perro de caza negro, que sehaba negado a permanecer inmvil y haba salido con tres colas en la fotografa. Recin en1918 el abuelo Edelweiss desapareci por completo, ya que el lbum se consumi en llamas,al igual que la mesa en que estaba colocado, y, de hecho, la casa de campo queestpidamente quemaron los pastores de la villa cercana, en lugar de obtener algn beneficiodel mobiliario.El padre de Martin era un famoso dermatlogo. Al igual que el abuelo, tambin era robusto yde piel muy blanca, le gustaba pescar gobios en su tiempo libre, y posea una magnficacoleccin de sables y dagas, as como largas y extraas pistolas, por causa de las cuales,otros que usaban armas ms modernas estuvieron a punto de ponerlo ante un pelotn defusilamiento. A principios de 1918 comenz a hincharse y a respirar con dificultad, yfinalmente muri alrededor del diez de marzo en circunstancias poco claras. Por aquelentonces su esposa Sofa y su hijo vivan cerca de Yalta: la ciudad ensayaba un rgimen hoy,otro maana, y as permanentemente, sin llegar a adoptar ninguno.Ella era una mujer joven, de piel rosada y pecosa, cabellos claros recogidos en un granrodete, altas cejas que se ensanchaban hacia el puente de la nariz hacindose casiimperceptibles cerca de las sienes, y pequeos cortes (hechos para pendientes que ya nollevaba) en los alargados lbulos de sus delicadas orejas. Poco tiempo atrs, en la casa de

    campo del norte, todava sola jugar giles e intensos partidos de tenis en la cancha deljardn, construida en los aos ochenta. Durante el otoo pasaba largos ratos conduciendouna bicicleta Enfield de color negro sobre las crujientes alfombras de hojas secas y

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    enmohecidas que cubran las avenidas del parque. O si no, sala a caminar por la pintorescacarretera que una Olkhovo con Voskresensk y recorra el largo camino, muy querido desdesu niez, elevando y dejando caer, como un caminante habituado, el extremo de su costosobastn con mango de coral. En San Petersburgo se la conoca como ferviente anglfila y estafama la deleitaba; discuta con elocuencia sobre temas como los boy scoutso Kipling yencontraba un placer especial en sus frecuentes visitas a la tienda inglesa Drew's, donde, ya

    en las escaleras, ante un gran cartel con una mujer que enjabonaba abundantemente lacabeza de un nio, el cliente era recibido por un maravilloso olor a jabn y a lavanda,mezclado con algo ms, con algo que haca pensar en baeras de goma plegables, balonesde ftbol y budines de Navidad redondos y pesados, prolijamente envueltos. De all sedesprende que los primeros libros de Martin estuvieran escritos en ingls: su madre aborrecala revista rusa para nios Zadnshevnoe Slovo(El mundo sincero), y haba inspirado en l talaversin por las heronas de Madame Charski, jvenes y de cutis tan oscuro como sus ttulosde nobleza, que mucho tiempo despus Martin se mostraba receloso ante cualquier libroescrito por una mujer, porque senta que, aun los mejores, respondan al deseo inconscientede alguna dama madura y tal vez regordeta de adoptar un nombre bonito y acurrucarse en unsof como una gatita. Sofa detestaba los diminutivos, mantena un estricto control sobre smisma para evitar usarlos y le molestaba que su marido dijera El niito tiene tosecillas otravez... Veamos si tiene temperaturkci. La literatura infantil rusa abundaba en palabras queimitaban el balbuceo de los nios, cuando no pecaba de moralista.

    Si el apellido del abuelo de Martin floreca en las montaas, el origen mgico del apellido desoltera de su abuela estaba en el grito lejano de diversos volkovs(lobos), kunitsyns(martas)o belkins(ardillas), y perteneca a la fauna de la fbula rusa. En otros tiempos por nuestropas merodeaban bestias maravillosas. Pero Sofa pensaba que los cuentos de hadas rusoseran toscos, crueles y miserables; que las canciones populares rusas eran tontas y lasadivinanzas idiotas. No crea en la famosa niera de Pushkin y deca que la haba inventadoel poeta, al igual que sus cuentos de hadas, sus agujas de tejer y su dolor de corazn. Por talmotivo, Martin no pudo familiarizarse en su primera infancia con algo que, posteriormente, atravs de las ondas prismticas de la memoria, agregara un nuevo encanto a su vida. Sinembargo, no le faltaron encantos, ni tuvo motivos para quejarse de que no fuera Rusln, elcaballero errante ruso, sino su hermano occidental, quien despertara su imaginacin de nio.Pero qu poda importar entonces de dnde provena el suave impulso que incita el alma almovimiento y la echa a andar, condenndola a no detenerse nunca?

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    Sobre la brillante pared, encima de la estrecha camita de nio, con sus redes laterales decuerda blanca y el pequeo icono en la cabecera (el rostro moreno de un santo, barnizado yenmarcado en oropel, con el reverso de felpa roja un tanto comido por las polillas, o tal vezpor el mismo Martin), colgaba una acuarela que representaba un espeso bosque con unsendero sinuoso que se perda dentro de su propia profundidad. En uno de los libros inglesesque su madre sola leerle (cuan lenta y misteriosamente pronunciaba las palabras y cmoabra los ojos cuando llegaba al final de una pgina, y mientras la cubra con su manopequea, ligeramente pecosa, preguntaba: Y qu crees que sucedi entonces?) haba uncuento sobre un cuadro parecido a aqul, con un sendero en el bosque, justo sobre la camade un nio, quien, en una noche estrellada, tal como estaba, con su camisa de dormir, habasalido de la cama y entrado en el cuadro, haba caminado por el sendero y habadesaparecido en el bosque. Su madre pensaba Martin ansiosamente podra descubrir lasimilitud entre la acuarela de la pared y la ilustracin del libro; entonces se alarmara y, deacuerdo a los clculos de Martin, quitara el cuadro para impedir el viaje nocturno. Por eso,cada vez que rezaba en la cama antes de dormirse (primero vena una corta plegaria eningls: Buen Jess, benigno y humilde, escucha a este niito, y luego el Padre Nuestroen la sibilante, y sibilina, versin eslava), dando pasitos cortos y rpidos, y tratando de ponersus rodillas sobre la almohada inadmisible, segn su madre, en el terreno asctico,Martin rogaba a Dios que ella no reparara en el tentador sendero que estaba sobre sucabeza. Cuando de joven recordara el pasado, se preguntara si alguna noche no habrasaltado desde la cama hasta el cuadro, y si se no habra sido el comienzo del viaje, pleno dedicha y angustia, en que se haba convertido su vida entera. Le parecera recordar el contactocon el suelo helado, la verde penumbra del bosque, las curvas del sendero (cruzado de tantoen tanto por alguna raz grande y protuberante), los troncos de los rboles pasando

    rpidamente a su lado mientras corra descalzo entre ellos, y el extrao aire oscuro, lleno defabulosas posibilidades.La abuela Edelweiss, Indrikov de soltera, haba hecho esmerados trabajos con acuarelas en

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    su juventud, pero, mientras mezclaba en su paleta de porcelana la pintura azul con laamarilla, difcilmente haba podido prever que un da, por ese verdor naciente, vagara sunieto. El estremecimiento que descubri Martin, y que lo acompa durante toda su vidadesde ese momento, en diversas manifestaciones y matices, result ser el mismosentimiento que su madre esperaba despertar en l, aunque incluso a ella misma le hubierasido difcil darle un nombre exacto; saba que cada noche debera alimentar a Martin con lo

    que ella misma haba sido alimentada por su difunta institutriz, la vieja y sabia seora Brook,cuyo hijo haba cultivado orqudeas en Borneo, volado en globo sobre el Sahara y muerto enun bao turco al explotar la caldera. Ella lea y Martin escuchaba, arrodillado sobre una silla,con los codos apoyados sobre la mesa redonda que iluminaba una lmpara; y era muy difcildejar de leer y llevarlo a la cama, pues l siempre le peda que siguiera leyendo. A veces lollevaba sobre la espalda hasta su cuarto en el piso superior: esto se llamaba cargar el leo.A la hora de acostarse, Martin reciba una galleta inglesa de una caja de lata forrada conpapel azul. Las de la primera capa eran de una maravillosa variedad, recubiertas con azcar;luego haba galletas de jengibre y coco; y la triste noche en que llegaba a la capa inferiortena que conformarse con una variedad de tercera clase, vulgar e inspida.Martin no malgastaba nada: ni las crujientes galletas inglesas ni las aventuras de loscaballeros del Rey Arturo. Qu momento sin igual era aquel en que un mancebo tal vezun sobrino de Sir Tristam? se pona por primera vez, pieza por pieza, su convexa y brillantearmadura y se diriga hacia su primer combate! Tambin estaban esas distantes islas

    circulares en las que una damisela miraba desde la playa con sus vestidos ondeando alviento y un halcn encapuchado posado en su mueca. Y Simbad con su pauelo rojo y suaro de oro; y la serpiente marina, con sus cilindricos segmentos verdes combndose fueradel agua hacia el horizonte. Y el nio que hallaba el sitio donde el fin del arco iris seencontraba con el suelo. Y, como un eco de todo esto, como imagen en cierto modorelacionada con ello, estaba la magnfica maqueta de un coche cama de paredes marronesen el escaparate de la Socit des Wagons-lits et des Grands Express Europensde laAvenida Nevsky, por donde uno haba caminado en un da triste y helado, mientras caandelgados hilos de nieve, y haba tenido que llevar pantalones para la nieve, de punto, negros,sobre los calcetines y los pantalones cortos.3

    La madre amaba a Martin con tanto celo, con tanta violencia y tanta intensidad que sucorazn pareca quedar ronco. Cuando su matrimonio fracas y ella comenz a vivir sola conMartin, l sola ir a visitar a su padre, los domingos, a su antiguo apartamento, donde pasabalargo tiempo con las pistolas y las dagas, mientras su padre lea el peridico impasiblementey de vez en cuando responda sin levantar los ojos: S, est cargada o S, envenenada.En esas ocasiones Sofa apenas poda soportar el quedarse en casa, atormentada por laridcula idea de que su indolente marido tratara de hacer algo para retener a Martin a su lado.Por otra parte, Martin era muy carioso y amable con su padre, a fin de hacerle ms llevaderoel castigo, pues crea que su padre haba sido confinado por un delito cometido una tarde deverano, en su casa de campo, cuando le hizo algo al piano que lo haba hecho emitir unsonido absolutamente estremecedor, como si alguien le hubiera pisado el rabo, y al dasiguiente se haba ido a San Petersburgo para no regresar jams. Esto ocurri el mismo aoen que el Gran Duque de Austria fue asesinado en un serrallo. Martin haba imaginado muyprecisamente aquel serrallo y su divn, y al Gran Duque con un sombrero de plumas,defendindose con su espada de media docena de conspiradores envueltos en sus capasnegras, y se desilusion cuando su error se hizo evidente. El golpe en el piano haba ocurridodurante su ausencia: estaba en el cuarto contiguo, cepillndose los dientes con una gruesapasta dentfrica, espumosa y dulzona, a la que la inscripcin en ingls haca especialmenteatractiva: No podamos mejorar el dentfrico; por eso mejoramos el tubo. Efectivamente, laapertura tena forma de ranura, de modo que la pasta, segn se presionaba el tubo, no sedeslizaba sobre el cepillo como un gusano sino como una cinta.El da en que la noticia de la muerte de su esposo la sorprendi en Yalta, Sofa recordabantegramente aquella ltima discusin con su marido, en cada detalle y en cada matiz. Elhaba estado sentado junto a una pequea mesa de mimbre, examinando las yemas de susdedos cortos y separados, y ella le haba estado diciendo que no podan seguir ms de esemodo, que haca tiempo que se haban convertido en extraos, y que estaba deseandollevarse a su hijo e irse, incluso al da siguiente. Su esposo haba sonredo indolentemente y

    con una voz calma y ligeramente ronca haba respondido que ella tena razn, por desgracia,y haba dicho que se ira y que buscara un apartamento en la ciudad. Su voz calma, suplcida obesidad, y sobre todo la lima con la que mutilaba sin cesar sus delicadas uas,

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    sacaban de quicio a Sofa, y la tranquilidad con que discutan su separacin le parecamonstruosa, si bien el dilogo violento o las lgrimas hubieran sido an ms terribles. Al cabode unos instantes, l se haba levantado y, sin dejar de limarse las uas, haba comenzado apasearse por el cuarto, de un lado para otro, hablando con una leve sonrisa en los labiossobre los detalles domsticos ms pequeos de su futura existencia separada (y aqu, uncarruaje para la ciudad haba jugado un papel absurdo). Luego, sbitamente y sin motivo

    alguno, al pasar por el piano abierto, haba golpeado el puo con toda su fuerza contra elteclado y haba parecido como si un disonante aullido se hubiera colado dentro de lahabitacin por una puerta momentneamente abierta.Despus de esto haba retomado la frase interrumpida con el mismo tono de voz calmo, y alvolver a pasar por el piano haba bajado la tapa cuidadosamente.La muerte de su padre, a quien no quera mucho, haba impresionado a Martin por la sencillarazn de que no lo haba querido como deba; y, adems, no poda evitar pensar que supadre haba muerto en desgracia. Fue entonces cuando Martin comprendi por primera vezque la vida humana corra haciendo zig-zags, que ahora haba pasado la primera curva, y quesu propia vida se haba transformado en el instante en que, estando en el paseo de loscipreses, su madre lo llam a la terraza y con voz extraa le dijo:He recibido una carta de Zilanov. Y luego continu en ingls: Debes ser valiente...muy valiente. Se trata de tu padre... Ha muerto.Martin se puso plido y sonri confusamente. Despus vag largo rato por el parque

    Voronstsov, repitiendo de vez en cuando un sobrenombre infantil que una vez haba dado asu padre, y tratando de imaginar e imaginando con una clida lgica de ensueo que supadre estaba a su lado, frente a l, detrs de l, bajo aquel cedro, all, en el declive de aquelprado, muy cerca, muy lejos, en todas partes.Haca calor, pese a que poco tiempo atrs haba arreciado una fuerte tormenta con lluvias.Alrededor de los arbustos de nsperos zumbaban los moscardones. Un cisne negro y ariscoflotaba en la laguna, moviendo de lado a lado un pico tan rojo que pareca pintado. Losptalos de los almendros haban cado sobre la tierra oscura del sendero mojado, y sedestacaban, plidos, como las almendras en el pan de jengibre. No lejos de algunos cedrosenormes, creca un solitario abedul, con la peculiar inclinacin del follaje que slo tienen esosrboles (como si una muchacha hubiera dejado caer hacia un lado su cabello para peinarlo yse hubiera quedado inmvil). Un pjaro rayado como las cebras pas suavemente,extendiendo y juntando la cola. El aire resplandeciente, las sombras de los cipreses (rboles

    viejos, con un tono herrumbroso y diminutas pinas semiescondidas bajo sus capas); el cristalnegro de la laguna, en la que se extendan los crculos concntricos que rodeaban al cisne; elazul radiante en el que se elevaba el monte Petri, luciendo un ancho cinturn de pinos: todoestaba penetrado por un placer agonizante, y a Martin le pareci que, de algn modo, supadre jugaba parte en la distribucin de luz y sombras.Si tuvieras veinte aos en vez de quince le dijo su madre esa tarde, si ya hubierasterminado el colegio y yo ya no viviera, entonces, podras, por supuesto... Creo que sera tudeber...Se detuvo en mitad de la oracin, pensando en el Ejrcito Blanco y viendo con el ojo de sumente las praderas rusas del sur y jinetes con gorros de cosaco, entre los que desde lejostrataba de reconocer a Martin. Pero, gracias a Dios, l estaba cerca suyo, con una camisa decuello abierto, el cabello cortado casi al cero, la piel tostada por el sol y pequeas lneas sinbroncear que partan de los extremos de sus ojos.Mientras que, por otra parte, si regresamos a San Petersburgo... continu en tono de

    pregunta, pero en alguna estacin annima explot una bomba y la locomotora tuvo queretroceder. Probablemente todo esto termine algn da agreg tras una pausa.Mientras tanto debemos pensar en algo.Me voy a nadar dijo Martin, en tono conciliatorio. Toda la pandilla est all, Nicky, Lida.S, claro, ve repuso Sofa. Despus de todo, la revolucin terminar algn da y serextrao recordarla. Nuestra estada en Crimea le ha sentado magnficamente a tu salud. Y dealgn modo terminars tus clases en la escuela superior de Yalta. Mira aquel risco, noqueda hermoso con esa luz?Esa noche madre e hijo no pudieron dormir, y ambos pensaron en la muerte. Sofa tratabade pensar en silencio, es decir, sin sollozar ni suspirar (la puerta del cuarto de su hijo estabaentreabierta). Nuevamente record, puntillosamente y en detalle, todo lo que haba conducidoa su separacin de Edelweiss. Repasando cada instante, vio claramente que en tal o cualcircunstancia no poda haber actuado de otro modo. Pero an la acechaba un error,

    escondido en alguna parte: si no se hubieran separado, l no habra muerto as, solo en uncuarto vaco, sofocndose, desvalido, recordando tal vez el ltimo ao de felicidad (unafelicidad bastante relativa, sin embargo) y el ltimo viaje al extranjero, a Biarritz, la excursin

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    a Croix-de-Mougure y las pequeas galeras de Bayonne. Ella crea firmemente en ciertopoder que guardaba la misma semejanza con Dios que la casa de un hombre a quien unonunca ha visto, sus pertenencias, su invernadero y sus colmenas, su voz distante, oda alazar en un campo abierto, guardan con su dueo. Llamar Dios a ese poder la habraincomodado, as como hay Pedros e Ivanes incapaces de pronunciar Perico o Vanya sinuna sensacin de falsedad, mientras que hay quienes, en una larga conversacin, repiten con

    gusto sus propios nombres, o peor, sus sobrenombres, veinte veces o ms. Este poder notena relacin con la Iglesia, ni absolva o purgaba pecado alguno. Era slo que, a veces,Sofa senta vergenza en presencia de un rbol, una nube, un perro, o el aire mismo, quetransportaba tanto una palabra dura como una amable. Y ahora, mientras pensaba en sudesagradable y mal querido esposo y en su muerte, aun cuando repeta las palabras de lasoraciones que le eran familiares desde su niez, esforzaba de tal modo todo su ser ayudada por dos o tres recuerdos felices, a travs de la niebla, a travs de grandes espacios,a travs de todo aquello que seguira incomprensible para siempre que podra haberbesado a su marido en la frente.Nunca discuta abiertamente este tipo de cosas con Martin, pero siempre senta que a travsde su voz y de su amor, cualquier otra cosa de la que hablaran creaba en l el mismosentimiento de divinidad que habitaba en ella. Acostado en el cuarto contiguo y fingiendoroncar para que su madre no supiera que estaba despierto, Martin tambin record cosashorripilantes, tambin trat de comprender la muerte de su padre y de atrapar un puado de

    ternura postuma en la oscuridad de la habitacin. Pensaba en su padre con toda la fuerza desu alma, e incluso haca algunos experimentos: si en este instante cruje una madera del pisoo hay algn golpe, es que me est escuchando y me responde. Asustado, Martin aguardabael golpe. La proximidad del aire nocturno lo oprima; poda or el romper de las olas; losmosquitos emitan su agudo quejido. O bien, con absoluta claridad, vea sbitamente la cararedonda de su padre, sus quevedos, el prolijo corte de cabello, el botn carnoso de suverruga junto a una de las ventanas de la nariz y el brillante anillo formado por dos serpientesde oro alrededor del nudo de la corbata. Luego, cuando el sueo lo venci, se encontrsentado en un aula con los deberes sin hacer, mientras Lida se rascaba ociosamente larodilla y le deca que los georgianos no tomaban helados:Gruziny ne edyat tnorozhenogo.4

    No inform a Lida ni a su hermano de la muerte de su padre, porque dudaba pudieraexpresar la noticia naturalmente, mientras que contarla emocionado hubiera sido indecoroso.Desde su ms temprana niez, su madre le haba enseado que tratar en pblico unaexperiencia emocional profunda que al aire libre se disipa y desaparece de inmediato y,curiosamente, se vuelve similar a una experiencia anloga del interlocutor no slo eravulgar, sino, adems, un pecado en contra del sentimiento. Sofa detestaba las cintas de lascoronas fnebres con inscripciones plateadas tales como A nuestro joven hroe o Anuestra inolvidable y querida hija, y reprobaba a esa gente, muy sosegada perofastidiosamente sentimental, que cuando pierde a un ser querido cree posible derramarlgrimas en pblico mientras que en otro momento, en un da de buena suerte, aun cuandopor dentro salten de alegra, jams se permitiran prorrumpir en risas frente a cualquierextrao que pase. Una vez, cuando tena alrededor de ocho aos, Martin haba intentadocortar el pelo a un perrito lanudo y sin querer le haba cortado una oreja. Demasiado turbadopara explicar que simplemente haba querido recortar los mechones sobrantes antes de queel perro pareciera un tigre, Martin afront la indignacin de su madre con un silencio estoico.Ella le orden bajarse los pantalones e inclinar el torso hacia delante. El lo hizo en completosilencio, y en completo silencio ella lo castig con una fusta de cuerda de tripa. Despus l sesubi los pantalones y ella le ayud a abotonrselos al chaleco, pues Martin habacomenzado a hacerlo mal. Despus l sali, y recin all, en el parque, permiti que sucorazn sollozara y las lgrimas se mezclaran con los arndanos. Mientras tanto la madrelloraba en su alcoba y por la tarde apenas pudo contener nuevas lgrimas, cuando un Martinregordete y muy alegre jug en la baera con un cisne de celuloide y al rato se incorpor paraque le enjabonara la espalda y ella pudo ver las marcas de color rosa vivo sobre sus tiernasnalgas. Dicho castigo slo tuvo lugar una vez y Sofa no volvi a alzar la mano para amenazara su hijo con pegarle por tal o cual diablura insignificante como hacan las madres francesasy alemanas.

    Martin, que haba aprendido tempranamente a reprimir las lgrimas y ocultar las emociones,sorprenda a sus maestros por su insensibilidad. A su vez, pronto descubri en s un rasgoque se sinti obligado a ocultar con particular tenacidad, y que a los diecisis aos, en

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    Crimea, sera causa de algunos tormentos. Martin notaba que en ciertas ocasiones tenatanto miedo de parecer poco hombre, de que lo creyeran un cobarde, que involuntariamentereaccionaba del modo exacto en que lo hara un cobarde: la sangre dejaba su rostro, laspiernas le temblaban y el corazn le lata rpidamente. Aunque admita no poseer una innatay genuina sang-froid, se resolvi firmemente a comportarse siempre como en su lugar lohara un hombre temerario. Al mismo tiempo, la vanidad y el amor propio se desarrollaban

    noblemente en l. Kolya, el hermano de Lida, a pesar de tener la misma edad de Martin, eramuy delgado y bajo. Martin pensaba que poda derribarlo sin mayor esfuerzo. Y sin embargo,la posibilidad de una derrota casual lo pona tan nervioso, la imaginaba de un modo tanhorriblemente claro, que jams habl de iniciar una lucha con l.No obstante, aceptara de buena gana el desafo de Ivanov, un oficial de caballera de veinteaos, con msculos como piedras redondas (muerto seis meses ms tarde en la batalla deMelitopol), que lo tratara con dureza, despiadadamente, y, tras una agobiadora pelea, loapretara, colorado y jadeante, contra la hierba. Tambin hubo aquella noche, aquella clidanoche de Crimea, con el azul oscuro de los cipreses resaltando sobre el blanco tiza de lasfantasmales paredes trtaras bajo la luz de la luna, en la que, yendo Martin camino a su casadesde Adreiz, donde viva la familia de Lida, en una curva del camino arenoso que llevabahacia la carretera apareci bruscamente una figura humana y una voz profunda pregunt: Quin anda all?Martin not disgustado que su corazn daba un vuelco. Aja, debe ser Dedman el Trtaro

    agreg la voz, y un rostro de hombre avanz rasgando amenazadoramente la negra tramade sombras.No dijo Martin. Djeme pasar, por favor. Pues yo digo que eres Dedman-Akhmet insisti el otro, en un tono sereno pero spero, y un rayo de luna permiti ver que el hombretena un gran revlver en la mano. Muy bien... Ponte contra la pared dijo el desconocido,cuya voz no era ya amenazadora, sino conciliatoria y vulgar.Las sombras volvieron a cubrir la plida mano y el arma, pero en el lugar en que stashaban estado quedaba una mancha reluciente. Martin se hallaba frente a dos alternativas. Laprimera era insistir en una explicacin; la segunda, escabullirse en la oscuridad y correr.Creo que me ha confundido con otra persona dijo incmodamente, y dio su nombre.Contra la pared, contra la pared chill el hombre.No hay ninguna pared aqu seal Martin.Esperar hasta que haya alguna afirm enigmticamente el hombre y, con un crujido de

    guijarros, se sent o se arrodill: era imposible determinarlo en la oscuridad.Martin permaneci donde estaba, sintiendo un ligero escozor en el lado izquierdo de supecho, adonde deba estar apuntando el ahora invisible can del arma.Un solo movimiento y te mato murmur el hombre, agregando algo ininteligible.Martin se qued quieto un rato, y luego un rato ms largo, tratando de pensar qu hara ensu lugar un hombre osado y desarmado. No se le ocurri nada, pero sbitamente pregunt:Quiere un cigarrillo? Llevo algunos conmigo.No saba cmo se le haba escapado aquello e inmediatamente se sinti avergonzado,especialmente porque el ofrecimiento haba quedado sin respuesta. Entonces decidi que lanica forma de redimir sus vergonzosas palabras era hacer frente al hombre, y abatirlo de ungolpe si era necesario, pero, en cualquier caso, pasar. Pens en la partida de campoprogramada para el da siguiente, en las piernas de Lida, uniformemente cubiertas por untostado terso y suave de color oro rojizo, e imagin que tal vez su propio padre estuvieraesperndolo esa noche, que tal vez estuviera haciendo algn tipo de preparativos para su

    encuentro: y aqu Martin se sorprendi sintiendo una extraa hostilidad hacia su padre, por laque se reprochara, despus, largo tiempo. Poda orse el murmullo del mar, con el romper delas olas regularmente espaciado; sonoros grillos empeados en una mecnica competenciade chirridos; y all estaba aquel imbcil en la oscuridad. Martin, como l mismo acababa deadvertir, tena la mano puesta sobre el corazn; llamndose cobarde una ltima vez, se lanzbruscamente hacia adelante. No ocurri nada. Tropez con la pierna del hombre, pero steno la apart: estaba sentado con la espalda arqueada, la cabeza inclinada, roncandosuavemente, y despeda un espeso y rico olor a vino.Despus de llegar sano y salvo a su casa y haber disfrutado de un buen sueo, a la maanasiguiente, en el balcn rodeado por la wistaria, Martin lament no haber desarmado alborracho inerte: hubiera sido bonito exhibir enigmticamente el revlver confiscado. Siguidisgustado consigo mismo porque, en su opinin, no haba podido estar totalmente a la alturade las circunstancias al encontrarse con el peligro largamente esperado. Cuntas veces, en

    la ruta de sus sueos, llevando antifaz y grandes botas, haba detenido tanto a diligenciascomo a importantes berlinas, o jinetes, y luego haba distribuido los ducados de losmercaderes entre la gente pobre! En su poca de capitn de una corveta pirata, haba

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    peleado con una sola mano y de espaldas al mstil mayor contra la arremetida de latripulacin amotinada. Haba sido enviado a las profundidades del frica en busca de unexplorador desaparecido, y, cuando finalmente pudo encontrarlo en la jungla virgen de unaregin sin nombre, fue hacia l con una corts reverencia, haciendo gala de gran dominiode s mismo. Haba escapado de campos de trabajos forzados a travs de pantanostropicales, haba marchado hacia el polo en medio de asombrados y erguidos pinginos,

    haba montado un corcel enjabonado y con el sable desenvainado haba sido el primero enabrirse paso en el Mosc insurgente. Y ahora Martin se sorprenda embelesado enrememorar el absurdo y bastante inspido incidente nocturno, que no guardaba ms relacincon la vida real que l haba vivido en sus fantasas, que la que tiene un sueo incoherentecon la realidad plena y autntica. Y del mismo modo en que ciertas veces contamos un sueoembellecindolo, suavizando aqu, redondeando all, como para elevarlo al nivel de loplausible o del absurdo realista, Martin, al referir la historia de su encuentro nocturno(aunque, en el fondo, no quera hacerlo pblico), pint al extrao ms sombro, al revlverms funcional, y a sus propias palabras ms ingeniosas.5

    Al da siguiente, mientras se pasaba una pelota de ftbol de aqu para all con Kolya obuscaba con Lida, en la pedregosa playa, curiosidades marinas (una piedrecilla redonda con

    un cinturn de color, una pequea herradura granulosa y de un marrn rojizo por elherrumbre, fragmentos verde plido de vidrio de botella pulidos por el mar, que le recordabansu niez y Biarritz), Martin reflexion sobre la aventura nocturna, dud que hubiera ocurridorealmente, y la impuls cada vez ms decididamente hacia esa regin en la que todo lo quel haba escogido del mundo para uso de su alma echaba races y comenzaba a vivir unaexistencia independiente y maravillosa. Una ola se hencha, herva con la espuma y caarotundamente, desparramndose y corriendo por las ripias. Despus, no pudiendo llegar mslejos, se deslizaba hacia atrs, provocando el ruido sordo las ripias que despertaba; y apenashaba retrocedido cuando una nueva ola, igualmente redonda, con el mismo chapoteo alegre,llegaba, rompa y se extenda como una capa transparente hasta el lmite que tena fijado.Kolya arrojaba un trozo de tabla que haba encontrado para que Lady, la perrita fox-terrier, selo trajera de vuelta, y sta levantaba ambas patas delanteras y brincaba en el agua antes deproceder a nadar tensamente. La ola siguiente la sorprenda, envindola poderosamente

    hacia atrs y depositndola en la total seguridad de la playa.Despus se quedaba goteando sobre las ripias, frente a la madera que el mar le habaarrancado, y se sacuda violentamente. Mientras los dos muchachos nadaban en cueros,Lida, que se haba baado esa maana con su madre y Sofa, mucho ms temprano, seretir a unas rocas que llamaba Ayvazovskian en honor a los paisajes marinos de ese pintor.Kolya nadaba con movimientos desparejos, al estilo trtaro, en tanto que Martin seenorgulleca del crol correcto y veloz que le haba enseado un profesor particular inglsdurante su ltimo verano en el norte. Sin embargo, ninguno de los muchachos se alejabamucho de la costa, aun cuando, con respecto a esto, una de las fantasas ms caras deMartin era un mar desolado y tormentoso, despus de un naufragio, en el que l, solo en laoscuridad, sostena a flote a una muchacha criolla con quien la noche anterior haba bailadoel tango sobre cubierta. Era sumamente agradable echarse despus de un bao sobre laspiedras calientes y mirar, con la cabeza vuelta hacia atrs, los cipreses enclavados comonegras dagas en el cielo. Kolya, hijo de un doctor de Yalta, que haba pasado toda su vida enCrimea, tomaba estos cipreces, el cielo esttico y el mar maravillosamente azul con susdeslumbrantes escamas metlicas, como algo natural y rutinario, y a Martin le era difcilatraerlo hacia sus juegos favoritos, transformndolo en el esposo de la muchacha criolla,casualmente arrastrado por la corriente hasta la isla deshabitada.A la tarde treparan por entre los angostos senderos de cipreces hasta Adreiz. La villa,grande y ridcula con sus cuantiosas escaleras, pasadizos y galeras (su construccin era tandivertida que uno a veces no saba en qu nivel estaba, o tal vez, subiendo unos pocosescalones de repente se encontraba, no en el entresuelo, sino en la terraza del jardn),siempre estaba iluminada por una amarillenta lmpara de petrleo y desde la verandaprincipal poda orse el tintineo de la vajilla. Lida se pasara al grupo de los mayores. Kolya seatracara de comida y se ira inmediatamente a dormir. Martin se sentara en la penumbra delos ltimos escalones, comiendo cerezas de su mano, escuchando con atencin las vocesalegres y vivaces, las carcajadas de Ivanov, la charla agradable de Lida y una discusin entre

    su padre y el pintor Danilevski, un locuaz tartamudo. En general los huspedes erannumerosos: risueas muchachas con alegres pauelos, oficiales de Yalta y vecinos viejos ymiedosos, que el invierno ltimo se haban retirado en masse a las montaas durante una

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    incursin de los rojos. Nunca estaba claro quin haba trado a quin, ni quin era amigo dequin, pero la hospitalidad de la madre de Lida, una mujer poco notable que usaba gafas ygorguera, no conoca fronteras. De esta suerte, un da apareci Arkady Zaryanski, un hombreflaco y plido como un cadver, que tena alguna que otra relacin con el teatro: uno de esospersonajes absurdos que recorren los frentes de batalla dando recitales de poesa conacompaamiento musical, programan representaciones en la vspera de la devastacin de

    una ciudad, salen corriendo a comprar charreteras y vuelven en cambio, resoplando felices,con un sombrero de copa milagrosamente obtenido para el ltimo acto de Sueo de amor.Haba empezado a perder el pelo y tena un perfil fino y dinmico, pero en face comenzaba aser menos apuesto: bajo sus ojos color de barro colgaban dos bolsas y le faltaba un incisivo.En cuanto a su personalidad, era un hombre gentil, amable y sensitivo, y esa noche, cuandotodos salieron a dar un paseo, cantara en un aterciopelado tono bartono la romanza quecomienza diciendo:

    Recuerdas nuestras horas en la playa,el sol encenda el cielo con franjas escarlata,

    o contara un chiste armenio en la oscuridad, y en la oscuridad alguien reira. Al encontrarlopor primera vez, Martin reconoci en l, con asombro y aun con cierto horror, al borracho quelo haba invitado a colocarse contra la pared para dispararle, pero aparentemente Zaryanski

    no recordaba nada, de modo que la identidad de Dedman qued en la oscuridad. Zaryanskiera un excepcional bebedor y se volva violento cuando estaba en copas, pero el revlver,que un da reapareci durante una partida de campo en una meseta cercana a Yalta, unanoche impregnada de luz de luna, chirrido de grillos y vino moscatel, result tener el cilindrovaco. Durante largo tiempo Zaryanski continu gritando, amenazando y murmurando,hablando de cierto amor fatal suyo. Lo cubrieron con un levitn militar y se fue a dormir. Lidase sent cerca de la fogata, con el mentn apoyado entre las manos y con sus ojos brillantesy danzarines, de un castao rojizo por las llamas, mirando saltar las chispas. Al cabo de unrato, Martin se incorpor, ascendi una oscura cuesta con csped y camin hacia el borde delprecipicio. Bajo sus pies vio un abismo totalmente negro, y ms all el mar, que parecaelevarse y aproximarse, con la estela de la luna llena: la huella de turco, que se extendaen el centro y se angostaba al llegar al horizonte. A la izquierda, separadas por la misteriosa ylbrega distancia, las luces de Yalta rielaban como diamantes. Cada vez que se volva, Martin

    vea no lejos de all el incansable y flamante lecho del fuego, las siluetas de la gente a sualrededor, y la mano de alguien que agregaba una rama. Los grillos seguan chirriando; detanto en tanto llegaba una vaharada de enebros ardientes; y sobre la negra estepa alpestrina,sobre el sedoso mar, el cielo enorme que todo lo cubra y al que las estrellas daban un colorgris paloma, haca que uno girara la cabeza hacia l. Entonces, sbitamente, Martin volvi aexperimentar una sensacin que haba percibido ms de una vez en su niez: unaincontenible intensificacin de todos sus sentidos, un impulso arrebatador y mgico, lapresencia de algo, slo por lo cual vala la pena vivir.6

    La estela centelleante de aquella luna lo seduca del mismo modo que el sendero en elbosque del cuadro de su cuarto de nio. Y el enjambre de luces de Yalta entre la extensanegrura, de composicin y poderes desconocidos, tambin le recordaban una impresin quehaba tenido en su niez: a la edad de nueve aos, vestido slo con su camisa de dormir ycon los pies helados por el fro, estaba arrodillado frente a la ventanilla de un coche cama; elSud Express atravesaba velozmente la campia francesa. Sofa, despus de haber puesto asu hijo en la cama, se haba reunido con su esposo en el coche comedor. La criada dormaprofundamente en la litera superior. Estaba oscuro en el estrecho compartimiento; la pantallaflexible de pao azul dejaba pasar slo un poco de luz de la lmpara de noche. Sus borlas sebalanceaban y las paredes crujan levemente. Tres escurrirse de las sbanas, Martin habareptado por la alfombra hasta la ventanilla y haba levantado la cortina de cuero. Para estohaba tenido que soltar un broche, tras lo cual la cortina se haba deslizado suavemente.Temblaba de fro y le dolan las rodillas, pero no poda apartarse de la ventanilla, ms all dela cual pasaban fugazmente las laderas oblicuas de la noche. Fue entonces cuando derepente vio lo que ahora recordaba en la meseta de Crimea: un puado de luces en ladistancia, en el doblez de la oscuridad entre dos colinas. Las luces se escondan y

    reaparecan, luego volvan titilando en una direccin completamente distinta y bruscamentese desvanecan, como si alguien las hubiera cubierto con un pauelo negro. Pronto el trenfren y se detuvo. Dentro del coche se hicieron audibles varios ruidos extraamente

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    incorpreos: conversaciones montonas, toses; luego, la voz de su madre lleg desde elpasillo; y, deduciendo que sus padres deban de estar regresando del coche comedor ypodan de paso echar una ojeada en el compartimiento adyacente, Martin volvi a meterse enla cama. Poco ms tarde el tren comenz a moverse, pero luego se detuvo un buen rato,emitiendo un suspiro de alivio muy largo y sibilante, y, simultneamente, al oscurocompartimiento llegaron plidas franjas de luz. Martin serpente nuevamente hacia la

    ventanilla: vio el andn iluminado de una estacin; un hombre pasaba haciendo rodar unacarretilla para equipajes con un sordo traqueteo, y sobre la carretilla de hierro haba uncanasto con la misteriosa inscripcin FRGIL. Varias moscas de agua y una gran polillagiraban alrededor de un farol de gas. A lo largo del andn caminaban oscuras personas,conversando al pasar de cosas desconocidas. Despus se oy el ruidoso choque de lostopes del vagn y el tren se puso en marcha. Los faroles pasaban y desaparecan; tambinpas una pequea estructura con una fila de palancas en el interior y muy iluminada. El trense bamboleaba ligeramente cada vez que se desviaba a otros rieles. Al otro lado de laventanilla todo se oscureci y, otra vez, slo qued la noche fugaz. Y nuevamente, saliendode la nada, no ya entre dos colinas sino mucho ms cerca y ms tangibles, las lucesfamiliares se esparcieron frente a l, y la mquina emiti un silbido quejumbroso, como sitambin ella lamentara dejarlas atrs. Despus se escuch un violento estrpito y endireccin opuesta pas un tren como un disparo... y se esfum como si nunca hubieraexistido. La noche negra y ondulante continu su fluida carrera y las elusivas luces fueron

    achicndose gradualmente hasta quedar en la nada.Cuando desaparecieron por completo, Martin baj la cortina y se acost. Despert muytemprano. El tren pareca moverse de un modo ms plcido y uniforme, como si se hubieraacostumbrado a la marcha rpida. Cuando Martin solt la cortina, sinti un mareomomentneo, pues el campo pasaba en sentido contrario, no haba esperado encontrarsecon las primeras luces del cielo, de un color ceniza plido, y las colinas con terrazas cubiertasde olivos le resultaban absolutamente nuevas.Desde la estacin fueron a Biarritz en un lando alquilado, a travs de un camino polvorientorodeado por zarzas polvorientas, y puesto que Martin vea moras por primera vez, y por algnmotivo la estacin se llamaba La Negra, tuvo mil preguntas que hacer. Hoy, a los diecisisaos, segua comparando el mar de Crimea con el ocano en Biarritz: s, las olas de Vizcayaeran ms altas y las rompientes ms violentas, y el gordo baigneur vasco, con su traje debao eternamente hmedo (Esa profesin es mortal, sola decir su padre), acostumbraba a

    tomar a Martin de la mano y lo guiaba hacia la parte menos profunda del agua. Entoncesambos se ponan de espaldas al mar y una ola inmensa y rugiente se precipitaba sobre ellos,arrastrando e inundando el mundo entero. En la primera franja de playa, una mujer morena,con algunos pelos grises en el mentn, iba al encuentro de los que haban terminado debaarse y les echaba una toalla esponjosa sobre los hombros. Ms atrs, en una cabina queola a alquitrn, un empleado lo ayudaba a uno a zafarse de las pegajosas batas de bao, ytraa una batea con agua caliente, casi hirviendo, donde haba que sumergir los pies.Despus, una vez vestidos, Martin y sus padres solan sentarse en la playa: la madre, con sugran sombrero blanco, bajo una sombrilla blanca y escarolada; el padre, tambin bajo unasombrilla, pero de color crema y muy masculina; y Martin, llevando una camiseta a rayas y unsombrero de paja tostada con la leyenda H.M.S. Indomitable en una cinta ajustada a lacopa. Con los pantalones totalmente arremangados, acostumbraba a construir un castillo dearena rodeado de fosos. Un barquillero que usaba boina se acercaba y haca girar,rechinando, el manubrio del cilindro de lata roja que contena su mercadera. Esos largos

    trozos curvos de barquillo, mezclados con la arena que llevaba el viento y la sal del mar,permaneceran entre los recuerdos ms vividos de ese perodo. Detrs de la playa, sobre elpaseo de piedra que anegaban las olas en los das de tormenta, una jovial florista, muymaquillada y bastante lejos de ser joven, pondra el acostumbrado clavel en el ojal de lachaqueta blanca del padre, mientras ste observaba el procedimiento, entre amable ydivertido, echando hacia adelante el labio inferior y apoyando los pliegues de la barbilla contrala solapa.Fue una lstima abandonar, a fines de septiembre, aquella playa feliz y la blanca casa decampo con su higuera nudosa que se negaba a ceder tan siquiera un solo fruto maduro.Camino a casa se detuvieron en Berln, donde varios muchachos, y hasta algn adulto con unportafolios bajo el brazo, se deslizaban con el ruido caracterstico de los patines sobre lascalles asfaltadas. Y adems estaban las maravillosas jugueteras (locomotoras, tneles,viaductos), los campos de tenis en las afueras de la ciudad, en el Kurfrstendamm, el

    cielorraso del Wintergarten simulando una noche estrellada, y el viaje al bosque de pinos deCharlottenburg, que hicieron un da fro y claro, en un emocionante cup blanco.En la frontera, donde haba que hacer transbordo de trenes, Martin se dio cuenta de que

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    haba dejado olvidado en su compartimiento el portaplumas con la delgada lente de cristal, enla cual, al llevrsela al ojo, surga como un destello un paisaje azul y ncar, pero durante lacena en la estacin (gallina con avellanas y salsa de gemiana) el camarero del coche camalo trajo y el padre de Martin le dio un rublo. Al llegar a lado ruso de la frontera, los recibieron elhielo y la nieve. Toda una montaa de troncos se hinchaba en el tnder del ferrocarril. Lalocomotora rusa, de color carmes, fue equipada con un quitanieve en forma de abanico y de

    su alta chimenea fluy un humo blanco y rizado. El Nord-Express, rusificado en Verzhbolovo,conserv el revestimiento marrn de sus vagones, pero su aspecto qued mucho ms formal,sus flancos cubiertos hasta una altura mayor, hubo calefaccin en todo su interior, y, en vezde alcanzar velocidad inmediatamente, le llevaba mucho tiempo ganar impulso despus decada parada. Fue agradable encaramarse sobre uno de los asientos rebatibles del pasilloalfombrado de azul, pero al pasar el obeso revisor de uniforme marrn chocolate golpe aMartin en la cabeza con la linterna que empuaba en la mano. Afuera se extendan loscampos blancos; aqu y all, sauces sin hojas sobresalan del manto de nieve. Junto a labarrera de un paso a nivel, una mujer con botas de fieltro sostena una bandera verde; uncampesino que haba saltado de su trineo cubra con sus mitones los ojos de su caballo detiro. Y por la noche Martin vio algo maravilloso; al otro lado de la ventana negra y de su reflejovolaban miles de chispas: rasgos en forma de flecha con la punta de fuego.

    7

    A partir de ese ao, en Martin se desarroll una verdadera pasin por los trenes, los viajes,las luces distantes, los estremecedores lamentos de las locomotoras en la oscuridad de lanoche y la vivacidad de museo de cera que haba en las fugaces estaciones locales, congente que nunca volvera a ver. Ni su lento desplazamiento, ni el rechinar del varn del timn,ni el temblor interno del carguero canadiense en que l y su madre dejaron Crimea en abril de1919, o el tormentoso mar y la impetuosa lluvia, provocaban tanto el entusiasmo de viajarcomo un tren expreso y slo muy gradualmente Martin se dej invadir por este nuevoencanto. Una desgreada muchacha que llevaba impermeable y una bufanda negra y blancaalrededor del cuello se paseaba por cubierta resoplndose el cabello que le haca cosquillasen el rostro, acompaada por su plido esposo, hasta que el mar termin de indisponerlo, yen la figura de la mujer y en su bufanda al viento Martin reconoci la emocin de viaje que locautivaba al ver la gorra a cuadros y los guantes de cabritilla que su padre sola ponerse en

    los compartimientos del ferrocarril, o el maletn con la correa al hombro que usaba aquellania francesa, con quien haba sido tan entretenido vagar por los largos pasillos de un trenrpido, insertado en el transitorio paisaje. Aquella muchacha era la nica que pareca unmarino ejemplar, muy diferente del resto de los pasajeros a quienes el capitn de ese buquefletado improvisadamente, al no encontrar carga en la revuelta Crimea, haba admitido abordo, para no hacer el viaje de vuelta con la nave vaca. Pese al abundante equipaje llenode bultos, reunido precipitadamente, atado con sogas en lugar de correas, toda aquellagente pareca navegar por casualidad o estar all para hacer un viaje breve. La frmula de losviajes distantes no lograba adaptarse a la confusin ni a la melancola de aquellos pasajeros.Huan de un peligro mortal, pero por alguna causa, Martin se preocupaba muy poco por estacircunstancia o porque ese usurero de rostro agrisado con un cmulo de piedras preciosassujetas en un cinturn ajustado a su piel, de haberse quedado en Crimea, hubiera sidomuerto en el acto por el primer hombre del Ejrcito Rojo que se tentara con el fulgor de losdiamantes. Martin segua la costa rusa con una mirada casi indiferente, a medida que staretroceda en la lluviosa neblina, muy simple y moderadamente, sin que un solo signopermitiera entrever la sobrenatural duracin de la separacin. Slo cuando todo sedesvaneci en la bruma, record vidamente, en un instante, Adreiz, los cipreses y la alegrecasa, cuyos moradores respondan incansablemente a las preguntas de los atnitos vecinos:Huir? Pero dnde podramos vivir sino en Crimea?Y su recuerdo de Lida tena matices muy diferentes de los de su verdadera relacin original:recordaba que una vez en que ella se quejaba por la picadura de un mosquito y se rascaba lapantorrilla, enrojecida sobre el bronceado, l haba querido mostrarle cmo hacer un cortecon la ua sobre la roncha, y ella le haba pegado en la mano sin motivo alguno. Tambinrecordaba la visita de despedida, cuando ninguno de los dos saba de qu conversar yhablaban permanentemente de Kolya, que se haba ido de compras a Yalta, y el alivio quehaba sido que finalmente regresara. Ahora el largo y delicado rostro de Lida perseguaobsesivamente a Martin. Mientras descansaba en una litera bajo un sonoro reloj, en la cabina

    del capitn, con quien se haban hecho grandes amigos, o comparta en reverente silencio lamirada de su primer compaero, un canadiense picado de viruela que raramente hablaba yque cuando lo haca pronunciaba el ingls como si estuviera masticando, pero que haba

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    helado misteriosamente el corazn de Martin cuando le inform que los viejos lobos de marno se sentaban ni aun despus de haberse retirado, que los nietos se sentaban pero losabuelos permanecan de pie (la fuerza del mar permanece en las piernas): mientras seacostumbraba a todas estas novedades nuticas, al olor del aceite y al balanceo del barco, alas extraas y diversas variedades de pan, una de las cuales saba a la eucarstica prosforarusa, Martin trataba de convencerse de que haba partido de viaje por despecho, de que

    sobrellevaba un amor desdichado, pero que nadie, al ver su semblante tranquilo, ya curtidopor el viento, podra sospechar su angustia. Inesperadamente apareca la gente mssorprendente y misteriosa: estaba la persona que haba fletado el barco, un hosco puritanode Nueva Escocia, cuyo impermeable colgaba del retrete del capitn (que estaba encondiciones lamentables), oscilando justo sobre el asiento. Estaba el segundo compaero deMartin, llamado Patkin, un judo oriundo de Odessa, en cuyo ingls con acentonorteamericano podan distinguirse los rasgos borrosos del idioma ruso. Y entre losmarineros haba un tal Silvio, un sudamericano que siempre andaba descalzo y llevabaconsigo un pual. Cierto da el capitn apareci con una mano herida; al principio dijo que lohaba araado un gato, pero ms tarde su amistad le hizo confesar a Martin que Silvio lohaba mordido al pegarle l por estar borracho a bordo. Fue as como Martin se inici en lavida de los marinos. La compleja estructura arquitectnica del buque, todos esos pasillos,esos pasajes labernticos y puertas batientes, le entregaron pronto sus secretos y se le hizodifcil encontrar un rincn todava desconocido. Mientras tanto, la joven con la bufanda a

    rayas pareca compartir la curiosidad de Martin, pues pasaba como una sombra por loslugares ms inesperados, siempre con el cabello henchido por el viento, siempre mirando a ladistancia. Ya al segundo da su esposo fue obligado a permanecer recostado, dormitando ycon el cuello de la camisa desabrochado, en una de las banquetas de hule del saln,mientras en otra banqueta descansaba Sofa, con una rodaja de limn entre los labios. Devez en cuando Martin tambin senta un vaco en la boca del estmago y una especie deinseguridad general, en tanto que la joven era infatigable. Martin ya haba decidido que era aella a quien salvara en caso de desastre. Pero a pesar del turbulento mar, el barco lleg alpuerto de Constantinopla un amanecer con nubes de color lechoso e inmediatamente unturco mojado apareci en cubierta, y Patkin, que pensaba que la cuarentena deba serrecproca, le grit Te voy a 'hund'! (ya tebya utonu), e incluso lo amenaz con una pistola.Al da siguiente se desplazaron hasta el mar de Mrmara, pero el Bosforo no lleg a dejarhuellas en la memoria de Martin, aunque s tres o cuatro de sus minaretes que parecan

    chimeneas de fbrica en la nieve, y la voz de la muchacha del impermeable, que hablabasola en voz alta, mirando la brumosa costa. Martin, esforzndose para escuchar, creydistinguir el adjetivo amatista (ametisto-vy), pero finalmente decidi que estaba en unerror.8

    Despus de Contantinopla el cielo aclar, aunque como dijo Patkin, el mar permaneciochen(muy) picado. Sofa se arriesg a salir a cubierta, pero al poco tiempo retorn alsaln, diciendo que no haba nada ms odioso en el mundo que aquel servil hundirse yresurgir de las visceras de uno, a comps con el hundirse y resurgir de la proa del barco. Elmarido de la muchacha gema preguntando a Dios cundo terminara todo aquello yapresuradamente, con manos temblorosas, se apoderaba de la jofaina. Martin, a quien sumadre, reclinada en el asiento, tomaba de la mano, sinti que, a menos que se fuera de unavez, l tambin vomitara. En ese momento entr la joven, echndose la bufanda hacia atrscon un movimiento rpido y haciendo una compasiva pregunta al marido. El marido, sinhablar ni abrir los ojos, hizo un gesto muy ruso con la mano, como si se cortara la garganta ala altura de la nuez (queriendo decir: Esto me est matando), y entonces ella repiti lamisma pregunta a Sofa, que respondi con una martirizada sonrisa.Usted tampoco parece muy feliz dijo la muchacha, mirando seriamente a Martin.Luego vacil, volvi a echarse el extremo de la bufanda sobre el hombro y sali. Martin fuetras ella. El viento fresco y la vista del mar azul intenso y coronado de nieve lo hicieronsentirse mejor. Ella se sent sobre unas sogas amarillas y comenz a escribir en unapequea libreta de tafilete. El da anterior uno de los pasajeros, hablando de ella, haba dicho:No est mal esa hembra, y Martin se haba dado vuelta indignado, pero no haba podidoidentificar al bellaco entre el desesperado grupo de hombres con los cuellos de sus abrigoslevantados. Ahora, al mirar los rojos labios de la joven, por los que ella se pasaba la lengua a

    medida que su lpiz garabateaba la pgina, Martin se senta turbado, no saba de qu hablary en sus propios labios senta un gusto salado. La muchacha segua escribiendo y no parecareparar en l. Sin embargo, la cara redonda y agradable de Martin, sus diecisiete aos, una

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    cierta firmeza en su figura y sus movimientos, a menudo frecuente en los rusos pero poralguna causa conocida como algo britnico, en fin, toda la apariencia de Martin en suabrigo azul con cinturn ajustado haba causado cierta impresin en la joven.Ella tena veinticinco aos, se llamaba Alia y escriba poemas: tres cosas, se dira, que nopodan sino hacer fascinante a una mujer. Sus poetas favoritos eran dos mediocres de moda:Paul Graldy y Vctor Gofman. Y sus propios poemas, tan sonoros, tan sabrosos, estaban

    escritos en forma coloquial (t, en lugar de vos) y abundaban en brillantes rubes, rojoscomo la sangre. Recientemente uno de ellos haba disfrutado de gran xito en la sociedad deSan Petersburgo. Comenzaba as:

    Sobre una seda prpura, bajo una capa imperial,tus caricias de vampiro se apoderaron de m;maana juntos moriremos, abrasados por un fuego carmes,y nuestros cuerpos en la arena hallarn su paz mortal.

    De una a otra las damas lo haban copiado para s, lo haban aprendido de memoria y lorecitaban, y un cadete naval le haba puesto msica. Casada a los dieciocho aos, la jovenhaba permanecido fiel a su esposo durante dos aos, pero el mundo que la rodeaba estabasaturado del rubdeo humo del pecado; persistentes caballeros de rostros prolijamenteafeitados fijaban la hora de sus suicidios para el jueves a la siete de la tarde, la medianoche

    de Navidad, o las tres de la madrugada bajo las ventanas de su casa; las citas sesuperponan y se haca difcil cumplirlas todas. Un gran duque haba languidecido por suculpa; Rasputn la haba asediado durante un mes con sus llamadas telefnicas. Pero ellasola decir que la vida no era ms que el humo leve con perfume mbar de un cigarrilloRgie.Martin no entenda nada de aquello. La poesa de la joven lo dejaba algo perplejo. Cuandodijo que Constantinopla era cualquier cosa menos color amatista, Alia replic que carecatotalmente de imaginacin potica, y al llegar a Atenas le regal las Chansons de BilitisdePierre Louys, en la edicin en rstica, ilustrada con figuras de adolescentes desnudos, de lacual le leera algunos pasajes pronunciando sugestivamente el francs, al caer la tarde, en laAcrpolis; el lugar ms indicado, podra decirse. Lo que ms atraa a Martin de la forma dehablar de Alia era el modo en que pronunciaba la letra r, como si en lugar de una sola letrahubiera toda una galera, acompaada, como si aquello fuera poco, por la reflexin de la voz

    en el agua. Pero en lugar de aquellos coribnticos franceses, aquellas noches blancas deSan Petersburgo plenas de guitarras o aquellos libertinos sonetos de cinco estrofas, Martinlogr encontrar en esa muchacha con nombre difcil de asimilar algo muy, muy diferente. Larelacin que haba comenzado imperceptiblemente a bordo del barco continu en Grecia,junto al mar, en uno de los blancos hoteles de Falero. Sofa y su hijo fueron a parar a uncuarto muy chico y sucio. Su nica ventana daba a un patio polvoriento en el que, al alba, trasvarios y agnicos preparativos, luego de batir las alas y hacer otros sonidos, un gallocomenzaba su larga serie de gritos roncos y alegres. Martin dorma en un duro canap azul;la cama de Sofa era estrecha y poco firme y tena un colchn lleno de bultos. El nicorepresentante del reino de los insectos en la habitacin era una pulga solitaria que, encompensacin, era muy taimada, voraz y totalmente inatrapable. Alia, que haba tenido lafortuna de conseguir un excelente cuarto con dos camas, invit a Sofa a que fuera a dormircon ella, mandando en cambio a su esposo a dormir con Martin. Despus de decir variasveces seguidas No faltara ms, no faltara ms, Sofa acept encantada, y el cambio tuvolugar ese mismo da. Chernosvitov era grande, zancudo, hurao y llenaba el pequeo cuartocon su presencia. Aparentemente la pulga se envenen con su sangre, porque no volvi aaparecer. Martin se deprima ante los implementos de tocador de aquel hombre un espejodividido por una grieta, agua de colonia, una brocha de afeitar que siempre olvidaba enjuagary que quedaba todo el da sobre el alfizar de la ventana, la mesa o una silla, y la intrusinse haca especialmente difcil de tolerar a la hora de acostarse, cuando Martin se veaobligado a despejar el canap de diversas corbatas y camisetas de malla. Mientras sedesvesta, Chernosvitov se rascaba negligentemente entre bostezo y bostezo. Despuscolocaba un gran pie desnudo sobre el travesano de una silla y, mesndose el cabello, sequedaba esttico en aquella incmoda posicin, hasta que lentamente se pona otra vez enmovimiento, daba cuerda a su reloj, se meta en la cama, y luego, durante largo tiempo,gruendo y gimiendo, amasaba el colchn con el cuerpo. Poco despus, en la oscuridad, suvoz repeta siempre la misma oracin:

    Slo te pido algo, muchacho: no envicies el aire.Cuando ambos se afeitaban por la maana, invariablemente deca:Crema para el acn. A tu edad es indispensable.

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    Mientras se vesta, escogiendo, cuando era posible, calcetines que le garantizaran ciertodecoro por tener los agujeros en el dedo gordo y no sobre el taln, sola exclamar (citando aun bardo popular):Ah, s, a tu edad yo tambin era un buen corcel.Y silbaba suavemente por entre los dientes. Todo aquello era muy montono y aburrido.Martin sonrea cortesmente.

    Sin embargo, el hecho de saber que corra cierto riesgo le proporcionaba algn consuelo.Una noche cualquiera, durante un sueo traicionero, poda pronunciar claramente un nombrey, otra noche cualquiera, el exasperado marido poda llegar silenciosamente hasta l con unaafilada navaja de afeitar. Chernosvitov, naturalmente, slo se afeitaba con una maquinilla;trataba este pequeo instrumento con el mismo descuido que la brocha, y en el cenicerosiempre haba una hoja de afeitar oxidada, con flecos de jabn petrificado que alternaban conpelos negros. Su malhumor y sus frases inspidas eran para Martin una prueba de sus celos,reprimidos pero profundamente arraigados. Yendo como iba todo el da a Atenas porcuestiones de negocios, no poda evitar la sospecha de que su mujer pasara el tiempo que sequedaba sola con el muchacho simptico y calmo pero mundano que Martin vea en smismo.9

    El da estaba muy caluroso y polvoriento. En los cafs servan enormes vasos de aguahelada acompaados con una taza diminuta de un brebaje negro y dulce. En los cercos quebordeaban la playa, los carteles que anunciaban a una soprano rusa comenzaban a rasgarse.El tren elctrico que iba hacia Atenas llenaba el ocioso da con su rumor sordo y continuo,tras lo cual todo volva a la quietud. Las soolientas casitas de Atenas recordaban pequeospueblos bvaros. A distancia, las atezadas montaas se vean portentosas. En la Acrpolis,plidas amapolas temblaban con el viento, entre trozos de mrmol roto. Justo en medio de lacalle, accidentalmente, empezaban las vas sobre las que descansaban vagones de trenesde refuerzo. En los jardines maduraban naranjas. Poda haber un lote de terreno vacante conun soberbio grupo de columnas una de ellas cada y fracturada en tres partes dentro del. Todo ese mrmol amarillento que se desmoronaba paulatinamente quedaba nuevamentebajo la custodia de la naturaleza. El hotel de Martin, mucho ms nuevo, dado su perodo deconstruccin, compartira el mismo destino.

    Mientras se hallaba en la playa con Alia, se deca, con arrobado estremecimiento, queestaba en una hermosa tierra remota. Y qu condimento era aquel de estar enamorado, quplacer permanecer al viento junto a una mujer sonriente con los cabellos en desorden, con lainquieta falda por momentos agitada y por momentos apretada contra las rodillas por lamisma brisa que una vez hinchiera las velas de Ulises. Un da, mientras vagaban por laondulada arena, Alia tropez. Martin la sujet, ella mir por encima del hombro la suela de suzapato, levantando en alto el pie, y volvi a caerse. Aquello fue suficiente, y Martin apret suboca contra los labios entreabiertos de la muchacha. Durante ese prolongado beso, algotorpe, ambos casi perdieron el equilibrio. Ella se zaf de los brazos de l y, riendo, declarque los besos de Martin eran muy hmedos y que deba tomar algunas lecciones. Martinrepar en el humillante temblor de sus propias piernas y en el intenso latir de su corazn. Leenfureca estar agitado de ese modo, como despus de una pelea en la escuela, cuando suscompaeros exclamaban: Mirad qu plido est! No obstante, este primer beso de su vidacon los ojos cerrados, muy profundo, sintiendo una especie de cosquilleo interior, cuyoorigen no pudo comprender en aquel momento, fue tan maravilloso, satisfizo tangenerosamente sus expectativas, que su descontento consigo mismo se disipinmediatamente. El resto de aquel da ventoso y turbulento transcurri en medio deapasionadas repeticiones y perfeccionamientos. Por la tarde, Martin se senta cansado comosi hubiera estado acarreando leos sobre los hombros. Y cuando Alia, acompaada por elesposo, entr en el comedor, donde l y su madre pelaban ya sus naranjas, y se sent en lamesa ms cercana (desdoblando hbilmente la mitra que formaba su servilleta, dejndolacaer sobre su falda con un gil movimiento de manos y aproximndose a la mesa junto con lasilla), un rubor lento invadi el rostro de Martin y durante largo rato le falt coraje para salir alencuentro de su mirada. Pero, cuando finalmente lo hizo, no pudo hallar en los ojos de lajoven la respuesta turbada que esperaba.La vida, desenfrenada imaginacin de Martin, siempre haba sido incompatible con lacastidad. Esas fantasas que habitualmente se toman por impuras lo haban atormentado

    durante los ltimos dos o tres aos, pero l no haba hecho mayores esfuerzos pararesistirlas. En un principio existieron separadamente de las verdaderas pasiones delcomienzo de su adolescencia. Una inolvidable noche de invierno en San Petersburgo,

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    despus de haber tomado parte en ciertas representaciones teatrales caseras y estando anmaquillado, con las cejas pintadas de carbn, y vestido con una tpica camisa rusa de colorblanco, se encerr en un ropero con una prima de su edad, tambin maquillada y con unpauelo atado al nivel de las cejas, y, mientras apretaba las manitas hmedas de la chica,Martin sinti la naturaleza romntica de su comportamiento, mas no se excit. MauriceGerald, el hroe de Mayne Reid, tras detener su corcel junto al de Louise Pointdexter,

    rodeaba con su brazo la frgil cintura de la rubia criolla, y entonces el autor exclamaba en unaparte: Qu puede compararse a un beso as? Cosas como sta provocaban en Martinun erotismo mucho ms profundo. Lo que invariablemente lo excitaba era lo remoto, loprohibido, lo vago cualquier cosa lo bastante indefinida como para hacer que suimaginacin se esforzara en apartar los detalles, tanto como un retrato de Lady Hamilton olos susurros que, con ojos desorbitados, haca algn compaero sobre las casas de malareputacin. Ahora la niebla se haba disipado, la visibilidad haba mejorado. Estabademasiado absorbido por estas sensaciones como para prestar la debida atencin a lasdeclaraciones de Alia: Siempre ser un sueo encantador para ti, Soy locamentevoluptuosa, Nunca me olvidars como se olvida una vieja novela leda hace mucho tiempo(conoces esa cancin?), Y nunca, nunca debes hablarles de m a tus futuras amantes.En cuanto a Sofa, estaba contenta y descontenta al mismo tiempo. Cuando alguna conocidale informaba recatadamente: Estbamos paseando y vimos a su muchacho, s, lo vimos, delbrazo con esa poetisa, con la cabeza totalmente perdida, Sofa responda que eso era muy

    natural a su edad. La temprana revelacin de las pasiones masculinas de Martin laenorgulleca, aunque no poda ignorar el hecho de que, si bien Alia era una joven dulce yamable, tal vez fuera un poquito demasiado rpida, como dicen los ingleses, y mientrasjustificaba la locura de su hijo, Sofa no perdonaba la atractiva vulgaridad de Alia.Afortunadamente, la estada en Grecia llegaba a su fin: Sofa esperaba que en unos pocosdas le llegara respuesta de Suiza, de Enrique Edelweiss (primo de su marido), a una cartasuya muy sincera, escrita con gran dificultad, acerca de la muerte de su esposo y elagotamiento de sus bienes. Enrique sola visitarlos cuando estaban en Rusia, haba sidobuen amigo de su marido y suyo, estaba encariado con su hijo y gozaba de una reputacinde hombre honesto y generoso. Recuerdas, Martin, cundo fue la ltima vez que el toEnrique vino a visitarnos? De todos modos fue antes, no?Ese antes, siempre carente de complemento, significaba antes de la disputa, antes de laseparacin de su marido, y Martin tambin acostumbraba a hablar de un antes y de un

    despus, sin otra especificacin.Creo que fue despus dijo, recordando la llegada del to Enrique a su dacha, laconversacin privada que haba tenido con su madre, y cmo haba salido de ella con losojos colorados, pues era particularmente lacrimoso e incluso lloraba en el cine.S, por supuesto... Qu tonteras digo agreg Sofa rpidamente, reconstruyendosbitamente la visita, la discusin que haban tenido sobre su marido, los consejos deEnrique para que ambos se reconciliaran. Pero te acuerdas de l, no? Cada vez quevena te traa algo.La ltima vez fue un telfono para hablar de una habitacin a otra observ Martinhaciendo una mueca.Instalar el telfono resultaba fastidioso, y, cuando finalmente alguien lo instal, tendiendo unalnea entre su cuarto y el de su madre, nunca funcion bien. Despus se descompuso deltodo y qued abandonado junto con los regalos anteriores del to Enrique, como El Robinsonsuizo, extremadamente pesado en comparacin al verdadero Robinson Crusoe, o los

    pequeos vagones de carga que provocaron secretas lgrimas de desencanto, pues a Martinslo le gustaban los trenes de pasajeros.Por qu pones esa cara? pregunt Sofa.Martin lo explic y ella dijo sonriendo:Es verdad, es verdad.Y se detuvo por un momento a pensar en la niez de Martin, en cosas irrecuperables,inefables; haba un desgarrador encanto en su evocacin: Qu rpido pasa todo...! Piensa:ha empezado a afeitarse, tiene las uas limpias, esa elegante corbata lila, esa mujer.Esa mujer es muy dulce, eh? dijo. Pero no crees que es un poquito apresurada?No deberas dejarte arrebatar de ese modo. Dime... no, prefiero no preguntarte nada. Es sloque dicen que en San Petersburgo era una coqueta terrible. Y no me dirs que realmente tegusta su poesa, ese demonismo femenino. Tiene una manera tan afectada de recitarversos... Es verdad que habis llegado al punto de... no s, de tomarse las manos o algo

    parecido?Martin sonri enigmticamente.Estoy segura de que no hay nada entre vosotros coment Sofa astutamente,

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    estudiando con amor el pestaear de los ojos igualmente astutos de su hijo. Estoyconvencida de que no hay nada. No tienes edad suficiente todava.Martin sonri; Sofa lo atrajo hacia ella y le dio un beso jugoso, voraz, en la mejilla. Todo estoocurra junto a una mesa de jardn, en la terraza del hotel, una maana temprano. El daprometa ser hermoso; el cielo sin nubes conservaba an un matiz borroso, como la hoja depapel de seda que a veces cubre la portada excepcionalmente vivida de una costosa edicin

    de cuentos de hadas. Martin apart cuidadosamente la hoja translcida y all, por losescalones blancos, meneando su baja cadera ms suavemente que nunca, llevando unafalda de color azul intenso por la que se deslizaba una prolija onda a medida que,descendiendo con calculada lentitud, primero un pie y luego el otro, extenda la punta dellustroso zapato, balanceando rtmicamente su bolso de brocado, sonriendo ya, y con elcabello echado hacia un lado, lleg una mujer de ojos claros, y cuello fino, y largospendientes negros que tambin oscilaban a ritmo con el descenso. Martin fue a su encuentro,le bes la mano, retrocedi unos pasos, y ella, riendo y pronunciando vibrantemente laserres, salud a Sofa, que descansaba en un silln de mimbre fumando un grueso cigarrilloingls, el primero que encenda despus del caf de la maana.Dormas tan bien, Alia, que no quise despertarte dijo Sofa, sosteniendo a ciertadistancia su boquilla esmaltada y mirando con el rabillo del ojo a Martin, que ahora estabasentado sobre la balaustrada, balanceando las piernas.Rebosando entusiasmo, Alia comenz a contar los sueos que haba tenido aquella noche,

    maravillosos sueos de mrmol, con sacerdotes de la antigua Grecia, de cuya capacidadpara aparecer en sueos Sofa dudaba seriamente. Y la grava regada pocos minutos atrsreluca hmedamente.La curiosidad de Martin creca. Los paseos por las playas y los besos que cualquiera podaespiar empezaron a parecerle un prlogo muy largo. Al mismo tiempo, su deseo por el textoprincipal se mezclaba con la ansiedad: no poda imaginar determinados detalles y suinexperiencia lo abrumaba. El inolvidable da en que Alia le dijo que no estaba hecha demadera, que no la acariciara as, y en el que, despus del almuerzo, cuando su maridoestaba convenientemente alejado en la ciudad y Sofa dorma la siesta, se desliz en elcuarto de Martin para leerle los poemas de alguien, ese da fue el mismo que comenzara conla conversacin sobre el to Enrique y el telfono de habitacin a habitacin. Cuando tiempodespus, en Suiza, el to Enrique le diera a Martin una estatuilla negra (un jugador de ftbolcon el baln a los pies) para su cumpleaos, Martin no podra entender por qu, en el mismo

    instante en que su to colocaba el inservible objeto sobre la mesa, l record con asombrosaclaridad una maana tierna y distante, en Grecia, y a Alia que descenda la escalera blanca.Inmediatamente despus del almuerzo, Martin haba ido a su cuarto y haba comenzado aesperar. Haba escondido la brocha de Chernosvitov detrs del espejo: en alguna medida supresencia le estorbaba. Desde el patio llegaban el ruido de un balde, el salpicar del agua y elsonido de un lenguaje gutural. La cortina amarilla de la ventana se hencha melosamente yun rayo de sol cambiaba de forma al tocar el suelo. En vez de crculos, las moscas describanparalelogramos y trapezoides alrededor de la caa de la lmpara colgante, posndose de vezen cuando en el bronce. Martin se quit la chaqueta y el cuello duro, se recost boca arribasobre el canap y convers con los intensos latidos de su corazn. Cuando oy las dbilespisadas de Alia y el golpe en la puerta, algo pareci restallar en la boca de su estmago.Mira, he trado toda una coleccin dijo ella en un susurro cmplice, pero en aquelmomento a Martin no podan importarle menos los poemas. Qu impetuoso eres, Dios mo,qu muchacho ms impetuoso continu susurrando Alia, mientras lo ayudaba

    discretamente. El ansiado arrebato de Martin era incontenible; ella le cubri la boca con lamano, diciendo en voz baja: Shhh, silencio... pueden ornos...Este pequeo obsequio, al menos, es algo que te acompaar siempre observ el toEnrique, alzando la voz y echndose hacia atrs para admirar abiertamente la estatuilla. Alos dieciocho aos ya se debe pensar en decorar el futuro cuarto de estudio, y como tegustan los deportes ingleses...Es hermosa dijo Martin, que no quera herir a su to, y desliz sus dedos por la pelotainmvil junto al pie del jugador.En torno al chalet de madera crecan frondosos abetos; la niebla ocultaba las montaas. Lamorena y clida Grecia haba quedado decididamente lejos. Pero qu vibrante habapermanecido la emocin de aquel da magnfico y gozoso: Tengo una amante! Qu aireconspiratorio haba tenido ms tarde el canap azul! A la hora de acostarse, Chernosvitov sehaba rascado los omplatos como de costumbre, haba adoptado sus habituales poses de

    cansancio, luego haba hecho crujir su cama, haba rogado a Martin que no dejara escaparninguna ventosidad y por ltimo haba roncado, silbando por la nariz, mientras Martinpensaba Ah, si tan slo supiera... Y ms tarde, un da, cuando sin lugar a dudas el marido

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    de Alia deba haber estado en la ciudad, y en el cuarto suyo y de Martin ella se ponanuevamente el vestido (despus de haber atisbado el paraso, como sola decir), mientrasMartin, transpirado y desgreado, buscaba un gemelo extraviado en el mismo paraso, derepente, dando un poderoso empujn a la puerta, entr Chernosvitov y dijo:Conque estabas aqu, querida. Por cierto, olvid llevar conmigo la carta de Spiridonov.Hubiera sido fastidioso.

    Alia desliz su mano por la falda arrugada y frunciendo el ceo pregunt:Ha firmado ya?Ese zorro viejo de Bernstein sigue perdiendo el tiempo repuso Chernosvitov, buscandoen los bolsillos de un traje. Si quieren demorar el pago, pueden zafarse del lo en cuantoquieran, los muy marranos.No te olvides de la prrroga, eso es lo principal dijo Alia. Bueno, lo has encontrado?Maldita sea su madre murmuraba Chernosvitov revolviendo unos sobres. Tiene queestar aqu. Despus de todo no puede haberse perdido.Si se ha perdido, todo el asunto se vendr abajo observ Alia disgustada.Perdiendo el tiempo, perdiendo el tiempo murmuraba Chernosvitov. Esa no es formade hacer negocios. Es para volverse loco. Spiridinov me har un favor si no acepta.Oye, no te pongas as, ya aparecer dijo Alia, pero tambin estaba visiblementepreocupada.Aqu est, gracias a Dios! grit Chernosvitov, y examin el papel que haba encontrado,

    con la mandbula colgando en un gesto de concentracin.No te olvides de mencionar la prrroga le record Alia.De acuerdo dijo Chernosvitov, y sali presurosamente del cuarto.Aquella conversacin de negocios dej un tanto perplejo a Martin. Ni el marido ni la mujerhaban simulado: absorbidos por sus problemas como estaban, haban olvidadoverdaderamente, y por completo, que l estaba presente. No obstante, Alia recobr su buentalante, hizo bromas sobre la ineficacia de las cerraduras griegas que cedan al menoresfuerzo y, encogindose de hombros, contest la alarmada pregunta de Martin:No te preocupes. No se ha dado cuenta de nada.Aquella noche Martin no pudo dormirse durante un buen rato y, con la misma perplejidad, sequed escuchando el complaciente ronquido. Cuando, tres das ms tarde, se embarc consu madre hacia Marsella, los Chernosvitov fueron a despedirlos al Pireo. Se quedaron sobreel muelle, cogidos del brazo, y Alia, sonriendo, agit en alto una rama de mimosa. El da

    anterior, sin embargo, haba derramado una lgrima o dos.10

    Sobre ella, sobre aquella portada, que tras quitarle el papel de seda haba resultado unpoquito burda, demasiado llamativa, Martin volvi a colocar el velo de niebla, y a travs deste los colores recobraron su misterioso encanto.Luego, en el gran crucero transatlntico, donde todo era limpio, pulido y espacioso, dondehaba una tienda de artculos de tocador, una galera de pintura y una peluquera, y donde lospasajeros bailaban el two-stepy el foxtrotpor la noche en la cubierta, Martin pens conarrobada nostalgia en la cariosa mujer de ojos claros y pecho tiernamente hundido, y en elmodo en que su cuerpo frgil cruja en los brazos, haciendo que, suavemente, ella dijera:Ay, me vas a quebrar.Mientras tanto, las costas del frica seguan acercndose, la franja prpura de Sicilia paspor el horizonte norte, despus el barco se desliz entre Crcega y Cerdea, y todas esastrridas regiones que existan en los alrededores, en algn lugar cercano, pero que pasabansin ser vistas, cautivaron a Martin con su incorprea presencia. Durante el viaje nocturnodesde Marsella a Suiza, crey reconocer sus queridas luces entre las montaas y, aunque nose trataba ya de un train de luxe sino de un expreso comn, oscuro y tiznado de polvo decarbn y que saltaba todo el tiempo, la magia fue tan poderosa como siempre: aquellasluces, aquellos lamentos en la noche. Desde Lausanne fueron en auto hasta el chalet situadoen las montaas, cien metros ms arriba, y Martin, que viajaba junto al conductor, de tanto entanto se volva para mirar sonriendo a su madre y a su to, ambos con anteojos de conducir yambos con las manos cadas sobre la falda, entrelazadas del mismo modo. EnriqueEdelweiss se haba quedado soltero, usaba un frondoso bigote, y ciertas inflexiones de su vozy la manera de jugar con un escarbadientes o una lima para uas hacan que Martinrecordara a su padre. Al dar la bienvenida a Sofa en la estacin de Lausanne, el to Enrique

    no haba podido contener el llanto, pero ms tarde, en el restaurante, logr calmarse y, en unfrancs un tanto pomposo, comenz a hablar de Rusia y de los viajes que haba hecho all enotras pocas.

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    Qu fortuna dijo a Sofa, qu gran fortuna que tus padres no hayan vivido para ver esaterrible revolucin. Recuerdo perfectamente a la vieja princesa, con su cabello blanco. Cuntoquera al pobre Sergio.Y ante el recuerdo de su primo, de los ojos de Enrique volvieron a brotar lgrimas azulceleste.S, mi madre lo quera mucho, es verdad asinti Sofa, aunque en esa poca quera a

    todos y a todo. Pero dime, cmo encuentras a Martin?Dijo esto ltimo rpidamente, como tratando de