n o s c r e e n n a d a a l o s n i ñ o s n u n c a · triste, con ojos llenos de legañas verdes....

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CUENTOS SIN CORONA a los niños nunca nos creen nada AUTORA: MIREYA TABUAS ILUSTRADORA: GABRIELLA DI STEFANO

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C U E N T O S S I N C O R O N A

a los niños nunca nos creen nada

A U T O R A : M I R E Y A T A B U A SI L U S T R A D O R A : G A B R I E L L A D I S T E F A N O

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A los niños nunca  nos creen nada     Esta mañana, a los pies de mi cama, amanecióacostado el inmenso animal. Es mi culpa. Dejé laventana abierta de noche y eso que mi mamá me lotiene prohibido. —Se puede meter una mariposa negra o unacucaracha voladora y después quién las saca—argumenta mi mamá  con voz regañona y mediodormida.   Y si por unos insectos tan chirriquiticos mi mamáse pone tan brava, seguramente me dejará sindesayuno, y hasta sin almuerzo ni cena (de por vida)si se entera de que entró volando por la ventanademi cuarto un bicho de semejantes proporciones.     Yo pensaba que este animal no existía, porquesiempre aparece en todos los cuentos de hadas. Ymi papá dice que lo que escriben en los cuentos dehadas son puras mentiras para niños idiotas (poreso me obliga a leer el periódico).  En todo caso, yopensaba que un animal como éste, si existió algunavez, ya se había extinguido hace siglos, como losdinosaurios, las princesas de sangre azul o loscentauros.  Nunca me había topado con un bichoasí hasta el día de hoy.  No hay ejemplares de estetipo ni siquiera en el Museo de Ciencias, donde casitodos los animales (¡hasta un oso pardo!) están

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disecados mirándolo a uno sin moverse. Tampocoestán en el zoológico del Pinar, ni en el Parque delEste, donde las nutrias se mueren de hambremientras uno se muere de aburrimiento viéndolas. Además un animalote así de grande debería sermás ágil. Pero lo toco con el pie y no quierelevantarse (como mi papá en las mañanas). Me miratriste, con ojos llenos de legañas verdes.  No sé silavarle su cara dorada para ver si se espabila, comohace mi mamá cuando no quiero despertarme parair al colegio. Pero a lo mejor no le gusta el agua(como a mí) y me muerde con su diente único. Porsu boca sale un hilo de humo, parecido al delcigarrillo que fuma mi papá. Aunque este olor esdiferente, como de menta o nuez moscada o qué seyo. ¿Quién podía imaginar que estos monstruosfueran tan indefensos? ¡Con tanto miedo que metenen las comiquitas de la televisión! ¡Siempredestruyendo ciudades y arrancando árboles de raíz!Todos los niños de mi edad les tienen muchorespeto. Podría contarles a los de mi colegio quetengo uno de estos en mi cuarto. Seguro que no mecreen, pero los traeré aquí y se los enseño. Entoncessí que seré importante. Me dejarán entrar en elequipo de fútbol, aunque sea bajito, gordo y le tenga

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miedo a las pelotas.  Y ya nunca más me llamarán “Bolade grasa ambulante”; o “Cochinito podrido”;.  Meinvitarán a todas las fiestas de cumpleaños. Y puedeser que Patricia, por una vez en la vida, se fije en que yosoy el que se sienta en el pupitre que está a suderecha.       Aunque, pensándolo bien, mejor no digo nada. Galán, el jefe de los niños de mi salón y capitán delequipo de fútbol, es cinta azul en kárate. Puede venir yquitarme el animalote a la fuerza para convertirlo en sumascota privada.  Y yo no podría hacer nada paraevitarlo. Tendría que comprarme una espada de verdady comportarme como todo un príncipe valiente y salir adefender lo mío.  Pero creo que no tengo madera parapríncipe.    También podría avisarle a Maldonado, el profesor deBiología.  Haber comprobado la existencia de unmamífero de este calibre (¿será un mamífero?) estremendo descubrimiento. Podría recibir hasta elPremio Nobel. Saldría en los periódicos y en latelevisión.  Seguramente eso le gustaría a Patricia y talvez no sólo se fije en que me siento en el pupitre deal lado, sino hasta acepte ser mi novia ¡Uf! Pero tampoco podría hacerle una crueldad así aeste noble animal.  Lo meterían en un laboratorio, lollenarían de tubos y soluciones químicas para medir su

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temperatura y sus reacciones.  El no se lo merece.Se ha portado bien. No ha hecho nada de ruidopara que mamá no descubra su existencia.Si ella lo encuentra aquí hasta me puede pegar conla correa de cuero de mi papá. A ella no le gustanlas mascotas y menos aún una de este tamañote.      ¿Estará cómodo? Debería acostarlo en mi cama.Así descansaría mejor y dejaría de mirarme contanta melancolía.  Pero yo no puedo cargar con él.Es pesado como elefante. Además, su piel deescamas doradas pincha cuando uno la toca, asíque tampoco puedo hacerle caricias para aliviarle lapena.  De todos modos, si pudiera montarlo en micama es capaz de romperla con el peso.  Entonces habría que oír a mi mamá. —Eso te pasa por no hacerme  caso y metertantas porquerías en tu cuarto, Angelito. (Con loque me fastidia que me llamen Angelito)     Y mi papá diría: —Ahora dormirás en el piso, porque yo notengo dinero para una cama nueva.       Ahhhh, y además me pegarían con la famosacorrea y me dejarían sin cenar. Hablando de cena.  Mi animal tiene que comer. A lo mejor por eso está tan extraño y tristón. Yo por

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lo menos me pongo así cuando no como. Elproblema es que si mientras salgo a buscar comida,mi mamá entra en el cuarto a  limpiar y lo ve, así consu cara triste y dorada, seguro sale corriendo comouna loca y va a acusarme con papá.  Así hizo el díaque encontró una araña metida en un frasco dentrode la nevera.  Yo la puse allí con el propósito decalcular la resistencia al frío de las arañas.  Así sabríasi ellas tienen posibilidad de sobrevivir en el PoloNorte. Una buena idea. Pero a mamá no le parecióprecisamente eso, sólo gritaba y gritaba.  Las mamásno pueden comprender el interés científico de sushijos pequeños. Apuesto a que si eso mismo lohubiese hecho mi papá, mi mamá lo hallaría muyimportante y hasta a la araña la vería de lo másbonita.     Pero que este tremendo animal haya escogido micuarto como refugio no le parecerá a mamá nadabonito.  Me echará toda la culpa. Yo dejé la ventanaabierta, es verdad, y esperaba que entrara unamosca, una avispa o una abeja para arrancarles unaa una las paticas. Pero ¿cómo iba a imaginar queeste bicho medio enfermo y fantástico iba abuscarme precisamente a mí como médico decabecera?.  Tal vez me vio cuando curé las heridasque se hizo Benjamín, el gato del vecino, al pelear 

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con un perro callejero. O me ha observado quitarlelos piojos a las palomas de la plaza.*** Mejor, en vez de estar pensando tanto, voy y ledigo a mamá.  Este animal necesita pronto algo quécomer y yo no sé de eso. ¿Le gustará el pollo ensalsa o los espaguetis? (Nadie puede despreciarunos espaguetis) Pero quizás a mamá sele ocurrióprecisamente hoy cocinar espinacas, acelgas ovainitas (guácatela). Y una cochinada de esas no levoy a ofrecer a mi nuevo amigo.      Salgo de mi cuarto. Antes cubro al bicho con unasábana, por si acaso entra alguien.  Voy donde mimamá.  Está frente al televisor.  Tiene puesta la mallade hacer gimnasia.  En la televisión están pasandoun programa donde enseñan a hacer ejercicios pararebajar la barriga. Pero mamá, aunque pase el díapracticando: “Arriba, abajo, un, dos, tres”; no va aperder ni medio kilo de peso.  Se la pasa comiendo. Come al levantarse, come cuando va a comprar almercado, cuando cocina, cuando sirve la mesa;come cuando comemos nosotros, cuando lava losplatos; cuando sale a trotar, cuando regresa; cuandohay fiesta, cuando no hay; cuando ve televisión,cuando no ve; cuando se acuesta y hasta cuando se

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duerme. La he visto dirigirse a media noche a la nevera yarrasar con todo.  Pero ella siempre se empeña enque va a rebajar. Además siempre me dice a mí: —Estás comiendo mucho, estás muy gordo.Tienes que hacer ejercicio.     Ahora le toco el hombro y le pregunto en voz bienalta (es un poco sorda) si por casualidad ella no sabequé cosa le puedo dar de comer a un animal así degrandote.    Ella me responde: —Un dos, un dos...Déjame tranquila, Angelito...Undos...    Vuelvo y le repito la pregunta, añadiéndole que esurgente. Ella sólo me dice, sin mirarme siquiera: —¿Urgente? Ah , ya sé ¿tienes hambre a estahora? En la cocina hay pan con chorizo... ¡Y me traesun poquito!    Es decir, no escuchó nada de lo que dije. De todos modos, si me hubiera oído, diría algocomo: —Deja de estar inventando tonterías, Angelito.    Con lo que me molesta que me digan Angelito. ***

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Voy a buscar a mi papá.  Está en la cama, leyendoel periódico, por supuesto. —Papá, te quiero preguntar una cosa. —¿No ves que estoy ocupado, Angelito? ¡Con lo que odio que me llamen Angelito!    De todos modos, como sabía que me iba aresponder así, yo tenía una buena frase preparada. —Papá, es una pregunta corta...Algo para la tarea.  En la escuela nos hablaron de un animal grandote,dorado... (Ya sé que es una mentira, pero a veces los niñostenemos que mentir para que los papás nosescuchen).    Y le pregunté al final: —Papá ¿qué puede  comer un animalotote así?    Papá piensa un rato. Luego me mira muy molesto(siempre hace lo mismo cuando no se sabe larespuesta). —¿Y para qué pagamos el colegio si nosotros lospapás tenemos que responder todas las preguntas?Mañana le dices a la maestra Loló que te conteste. —No hay tiempo, papá— digo yo con lasesperanzas perdidas— el animal tiene que comer yao se muere. Pero papá no me escucha. Está concentradísimoleyendo otra vez el periódico.  No sé qué le ve, yoprefiero las comiquitas.

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Regreso a mi cuarto. Miro al animalotote.Aún está tendido bajo la sábana. Si al menossupiera hablar. Sólo me mira con sus enormesojos como balones de fútbol. Le he traído algode comer. No quiere. Ni pan, ni leche, nicaraotas refritas. Ni siquiera estas galletas dechocolate tan ricas (que me tengo que comeryo, están muy sabrosas y no he desayunadotodavía).        Debe ser que este tipo de animales comeotras cosas. Le di las llaves de mi cajón secreto,la gorra de béisbol, un sacapuntas. Nada legusta. Le ofrecí una araña disecada, un sapometido en formol, la lagartija viva que escondoen la caja de zapatos. Nada le apetece.     Busco en mis libros.  No explican nada de lavida cotidiana de estos animales: de qué sealimentan, cuántas horas duermen, si hacenpipí o pupú. Sólo están sus hazañas, susgrandes combates con ogros de cuatrocabezas, su debilidad por las princesas rubias yfrágiles, el terror que producen entre gnomos yunicornios. ¿Quién puede temer a un bicho tanmansito?

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Ahora lo recuerdo. Creo hacerlo leído en uncuento hace mucho tiempo. Estos bichos sealimentan de humanos. ¡Pero eso sí que no! Noestudié kinder, preparatorio, primero, segundoy ahora tercer grado para terminar mi vida en labarriga del primer monstruo que se mete en micuarto sin invitación.  Además no puedo privar ala ciencia del futuro de los conocimientos queaportaré cuando sea Ingeniero Biomolecular. Pero no, este animal es incapaz ni de matar auna mosca.    Bueno, a lo mejor lo que pasa es que estáviejo, como mi abuelo el militar. Quizás, cuandoera joven también era guerrero, fuerte einvencible como mi abuelo el militar. Tal vez,cuando seamos viejitos todos nos pondremosasí y nos vamos gastando de a poquito paraviajar ligeros de carga al cielo (o al infierno).      Eso es. Ahora estoy seguro.  Este animal seestá muriendo. Cuando mi abuelo estaba en elhospital tenía el mismo sucio en los ojos, comosi la mirada se llenara de nubes y polvo deestrellas.

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El animal se va a morir en mi cuarto. Y nosé como sacarlo de aquí, ni cómo llevarlo a unveterinario, ni cómo enterrarlo como hacencon los muertos. En el balcón, apenas haytres materos donde a duras penas crecenunas pequeñas plantas. ***    Ahora no solo el animal está triste ycallado. Yo también. Me he acostumbrado asu mirada gris, al humo que sale por su dienteúnico, a sus uñas largas donde crece lahierba. No quiero separarme de él.  Es miamigo.  El es el único que no me llama “Bolade grasa ambulante”, ni Angelito, ni nada. Elno se burla de mi colección de insectos, ni delos cuentos de hadas que me sé de memoria,ni de las galletas de chocolate que se derritenen mis bolsillos.   Tengo que hacer algo para salvarlo. Cuandoél muera me quedaré otra vez solo y cuandomenos me dé cuenta me convertiré enadulto.  Y no habrá nadie en el mundo que

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sepa que una vez por la ventana de mi cuartoentró un enorme y hermoso dragón.

Del libro "Cuentos para leer a escondidas", de MIreya Tabuas.Ilustraciones de Gabriella Di Stefano

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Si entrara un animal real o fantástico por tuventana ¿Cuál te gustaría que fuera? Dibújalo.

Yo creo que a este cuento le falta un final…¿qué crees que pasó con el niño y su amigoque entró por la ventana? Escríbelo.

Los dragones son seres mitológicos. Investigamás sobre ellos. ¿A qué animales reales separecen?

 

Actividades propuestas

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CUENTOS SIN CORONA

Este es un proyecto sin fines de lucro que sepropone la difusión online de literatura infantil yjuvenil, para acompañar a los niños y adolescentes, ytambién a sus familias y escuelas, en tiempos decoronavirus. Cada historia estará apoyada de propuestas deactividades complementarias a la lectura. Textos e imágenes han sido donados por los autorespara este proyecto exclusivamente.

Abril, 2020

Contactos:Autora: [email protected]

Ilustradora: [email protected]