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Caso preparado por el Profesor Santiago Alvarez de Mon y Mª José Sánchez, Asistente de Investigación, como base de discusión en clase y no como ilustración de la gestión, adecuada o inadecuada, de una situación determinada. Mayo de 2005. Copyright © 2005, IESE. Para pedir otras copias de este documento, o un documento original para reproducirlo, llame a IESE PUBLISHING al 34 932 534 200, envíe un fax al 34 932 534 343, escriba a Juan de Alós, 43 - 08034 Barcelona, España, o a [email protected] No está permitida la reproducción total o parcial de este documento, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios. Ultima edición: 20/3/09 1 DPO-59 0-405-031 Muhammad Yunus, un liderazgo real 1 Por favor, hábleme de sus orígenes. ¿Dónde nació? Soy bengalí. Bangladesh está en la confluencia del Ganges y sus afluentes. Se formó por las numerosas crecidas de éstos. Es un territorio muy llano. Sólo hay una pequeña parte que es un poco montañosa. Chittagong, donde yo nací, es el puerto principal del país, una ciudad mercantil de tres millones de habitantes. Pasé la infancia en la calle Boxirhat, en el corazón de un viejo barrio comerciante. Mi padre tenía una pequeña joyería en el número 20. Era su segunda tienda en la ciudad. Tuvo que abandonar la primera en 1943, cuando fue destruida, en parte, por una bomba japonesa. Mi madre dio a luz a catorce niños, cinco de los cuales murieron jóvenes. Éramos siete hermanos y dos hermanas. Formábamos una gran familia feliz. ¡Con tantos no había espacio para sentirse triste! Criado en una familia tan numerosa, aprendí muy pronto a ocuparme de los bebés (a veces me confiaban dos al mismo tiempo). Pude comprender el valor de la lealtad, las virtudes de la emulación, la necesidad de ayudarnos mutuamente y el arte del compromiso. Por aquel entonces yo no tenía ni idea de lo que era la pobreza. Todos estábamos al mismo nivel, no se notaba la diferencia. Es algo de lo que no te das cuenta hasta que creces y tienes una visión global. 1 Este caso ha sido preparado en base a una entrevista personal a Muhammad Yunus y su libro «Hacia un mundo sin pobreza», Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2000. Este documento es una de las 300 copias autorizadas para utilizar en el Executive MBA International Week 2015, General Management , Pablo Bartól, 2014-2015, 2015-05-26

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Caso preparado por el Profesor Santiago Alvarez de Mon y Mª José Sánchez, Asistente de Investigación, como base de discusión en clase y no como ilustración de la gestión, adecuada o inadecuada, de una situación determinada. Mayo de 2005. Copyright © 2005, IESE. Para pedir otras copias de este documento, o un documento original para reproducirlo, llame a IESE PUBLISHING al 34 932 534 200, envíe un fax al 34 932 534 343, escriba a Juan de Alós, 43 - 08034 Barcelona, España, o a [email protected] No está permitida la reproducción total o parcial de este documento, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios. Ultima edición: 20/3/09

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Muhammad Yunus, un liderazgo real1

Por favor, hábleme de sus orígenes. ¿Dónde nació?

Soy bengalí. Bangladesh está en la confluencia del Ganges y sus afluentes. Se formó por las numerosas crecidas de éstos. Es un territorio muy llano. Sólo hay una pequeña parte que es un poco montañosa. Chittagong, donde yo nací, es el puerto principal del país, una ciudad mercantil de tres millones de habitantes. Pasé la infancia en la calle Boxirhat, en el corazón de un viejo barrio comerciante. Mi padre tenía una pequeña joyería en el número 20. Era su segunda tienda en la ciudad. Tuvo que abandonar la primera en 1943, cuando fue destruida, en parte, por una bomba japonesa. Mi madre dio a luz a catorce niños, cinco de los cuales murieron jóvenes. Éramos siete hermanos y dos hermanas. Formábamos una gran familia feliz. ¡Con tantos no había espacio para sentirse triste!

Criado en una familia tan numerosa, aprendí muy pronto a ocuparme de los bebés (a veces me confiaban dos al mismo tiempo). Pude comprender el valor de la lealtad, las virtudes de la emulación, la necesidad de ayudarnos mutuamente y el arte del compromiso. Por aquel entonces yo no tenía ni idea de lo que era la pobreza. Todos estábamos al mismo nivel, no se notaba la diferencia. Es algo de lo que no te das cuenta hasta que creces y tienes una visión global.

1 Este caso ha sido preparado en base a una entrevista personal a Muhammad Yunus y su libro «Hacia un mundo sin

pobreza», Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2000.

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¿Qué recuerda de sus padres?

Mi madre, Sofia Khatun, era una mujer empecinada. Muy apegada a la disciplina, una vez que había tomado una decisión se aferraba a ella con una determinación feroz. Quería que fuéramos tan metódicos como ella. Era una mujer llena de compasión y de bondad. Seguramente fue quien tuvo mayor influencia sobre mí. Tenía siempre algún dinero separado para los parientes pobres que de tanto en tanto venían a visitarnos desde aldeas lejanas. Con su preocupación por los desfavorecidos, me ayudó a encontrar mi camino, modeló mi personalidad.

Por desgracia, mi madre sufrió durante 33 años una grave enfermedad sin que ningún médico pudiera dar con un diagnóstico certero. A lo largo de esta terrible prueba, mi padre, que no disimulaba su pena, demostró una admirable fuerza de carácter. Se adaptó a la situación y en medio del caos supo mantener un clima de normalidad en la familia. En toda circunstancia, se ocupó lo mejor que pudo de su mujer, esforzándose por actuar ante ella como si nada hubiera cambiado, como si fuera siempre la Sofia Khatun con la que se había casado en 1930, cuando él tenía 22 años. Nos enseñó a hacer lo mismo, y hasta la muerte de mamá, en 1982, se mostró como un marido atento y amable.

Amábamos a nuestra madre y la rodeamos de afecto, pero para Momtza, Salam y yo –los tres hijos mayores– que la conocimos en su juventud, cuando era para la familia una fuente de fuerza, orgullo y honor, era terrible verla tan disminuida. Nos costó aceptarlo. ¡Cuán duro debió de ser para mi padre! Él jamás habló mal de mi madre. Nunca se quejó de su suerte. Era fuerte, leal y afectuoso. Todos nos inspiramos en su ejemplo. No fue un padre muy severo, rara vez nos castigaba. En cambio, era muy intransigente en todo lo que concernía a nuestros estudios. Era feliz viéndonos detrás de un libro. Estaba decidido a dar a sus hijos la mejor educación posible. Lo que hoy somos, se lo debemos en gran parte a él.

¿Qué impronta le dejó el colegio? ¿Cuáles eran sus asignaturas preferidas? ¿Era un buen estudiante?

La escuela secundaria de Chittagong me abrió nuevos horizontes. La atmósfera era decididamente cosmopolita. Mis compañeros de curso eran hijos de políticos de diferentes regiones. Me gustaban mucho la geografía y las matemáticas. Como sacaba buenas notas, podría decirse que era un buen estudiante. Pero el éxito escolar no se medía sólo por las asignaturas, sino que además el civismo, el respeto por las artes y las creencias religiosas, el gusto por la música y la poesía ocupaban lugares importantes. ¿Era disciplinado y trabajador? No lo sé, probablemente no. El principal atractivo que encontré fue el escoutismo. Además del aspecto lúdico, me mostró el sentido moral de la vida y el amor al prójimo. Gracias a esta afición y a las buenas calificaciones, mi padre acabó por ver con buenos ojos mis actividades extraescolares. Desde entonces tuvo una confianza inquebrantable en mí. Me apoyó sin reserva en todas mis empresas.

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¿Hubo alguna persona que influyera de forma especial en usted?

Sí, Quazi Sahib Hub, el inspector del colegio. Fue un auténtico maestro. Recuerdo que él vio en mí especial facilidad para dirigir personas. Muy pronto me dejó al frente del grupo de escoutismo. Con Quazi hicimos un viaje en tren a través de India. La excusa era acudir a la primera reunión nacional de exploradores de Pakistán (1953). Nos detuvimos en algunos de los múltiples vestigios históricos que jalonaban el recorrido. Casi siempre cantábamos y jugábamos, pero delante del Taj Mahal, en Agra, vi llorar en silencio a Quazi Sahib Hub. Sus lágrimas no eran por el monumento, ni por los célebres esposos que allí descansaban; ni siquiera por el poema grabado en el mármol blanco. Lloraba por nuestro destino, por el peso de esa historia que llevábamos con nosotros. Nos enseñó a ser muy autoexigentes. Canalizaba nuestras energías. Provocaba nuestra imaginación. Nos transmitía su pasión. Toda la vida le estaré agradecido. Murió asesinado en 1973 en la guerra de liberación de Bangladesh.

¿Qué hizo al acabar el colegio?

Estudié la carrera de Económicas en la Universidad de Dhaka (Bangladesh). Tras cinco años allí, me gradué. Nada más acabar, con 21 años, conseguí trabajo como profesor en mi vieja escuela universitaria de Chittagong –fundada en 1836 por los británicos, esta institución era una de las más reputadas del subcontinente. Enseñé allí entre 1961 y 1965 a estudiantes de casi mi misma edad. ¡Me encantó! También me metí en negocios. Mi tiempo lo dividía entre ambas ocupaciones.

¿Uno de esos negocios fue una empresa de embalaje?

Sí, ¡fue toda una experiencia! Había advertido que casi todos los productos de embalaje debían ser importados de Pakistan occidental, en la mitad oriental no se fabricaba ninguno. Le pedí a mi padre permiso para instalar una fábrica de embalajes e imprenta. Nos dieron el crédito enseguida. Nos pusimos manos a la obra y las cosas salieron bien. Aquel ensayo fue un auténtico éxito comercial. Nunca me preocupó ganar dinero. Nunca me tentó transformarme en un hombre de negocios: al crear aquella fábrica me estaba probando a mí mismo –y a la vez a mi familia– que podía triunfar en los negocios. Aquello me dio una gran confianza. Me demostró, en el momento justo, que no tendría problemas en materia de dinero.

¿Cuándo solicitó una beca Fullbright para estudiar en Estados Unidos? ¿Por qué eligió Económicas?

Un día leí en el periódico un anuncio sobre las becas Fullbright. Decidí solicitarla, la conseguí y me fui de Bangladesh. Era 1965. Estuve fuera durante siete años. ¿Razones que me empujaron? En mi país, los estudiantes que quieren continuar con estudios de postgrado se tienen que ir fuera, a Inglaterra o a los Estados Unidos. Yo quería seguir estudiando, tuve la oportunidad y la aproveché. ¿Por qué Económicas? De niño quería E

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ser abogado. La mayoría de los líderes de nuestra independencia lo eran. Pensé que era lo más apropiado. Cuando acabé el instituto empecé a dudar. Una vez implantada la independencia, el siguiente paso debería ser cambiar la situación económica de la gente. Ese razonamiento me llevó a estudiar Económicas en lugar de Derecho. Tenía otras opciones, pero no me arrepiento de mi elección. Es lo mejor que podía haber hecho.

¿Podría considerarse una vocación?

No lo sé. Cuando era un chiquillo que jugaba en las calles quería ser bombero, piloto... la enseñanza no entraba en mis planes. No tenía ni idea de lo que quería hacer. Como sabe, mi familia tenía un pequeño negocio. Lo más normal es que me hubiera dedicado a él. La presión para hacerlo es habitual. Es muy raro que yo continuara estudiando, pero lo hice. Mientras estaba en la universidad empecé a pensar que quizá podría ser profesor. Me apunté a todos los cursos que tenían que ver con Económicas, su grado de aplicación a la vida real no me importó hasta mucho más adelante. En aquellos días había un debate en las calles de Bangladesh que afectaba especialmente a la gente joven: la economía socialista frente al libre mercado, el papel del Estado frente al sector privado... Me di cuenta de que yo disfrutaba dando clase sobre ello. La forma en la que podía explicar las cosas, la participación de los alumnos... ¡Me sentía feliz! Los estudiantes apreciaban mi labor y eso me llenaba. Era un profesor muy querido.

¿Cómo fueron aquellos años en Estados Unidos? ¿Qué piensa del estilo de vida americano?

Tuve suerte, el período que pasé en Estados Unidos fue históricamente muy importante. Llegué cuando el movimiento de los Derechos Civiles –Martin Luther King y su campaña contra la segregación– estaba en alza. Por ejemplo, la universidad en la que estudié en Tennessee, Vanderbilt University, empezó a admitir estudiantes de raza negra el año en el que yo ingresé. Me chocó mucho cómo la gente podía ser excluida de las cafeterías, de los lavabos, de los restaurantes, de los autobuses... sólo por el color de su piel. No salía de mi asombro. ¿Cómo un país tan rico como Estados Unidos podía promover y apoyar este tipo de cosas? ¡A mí ni se me había ocurrido que la gente pudiera pensar de esa manera!

En la misma época –mediados de los sesenta– tuvo lugar el movimiento «hippie». Recuerdo que usaban el siguiente lema: «Si tienes más de 30 años, no tienes nada que hacer. No creemos ni confiamos en ti». Eran gente joven que desafiaba sistemáticamente todo lo existente, adolescentes de familias ricas viviendo como indigentes... De nuevo fue una tremenda experiencia para mí. En tercer lugar, también tuve la oportunidad de vivir la reacción del pueblo americano ante la intervención de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. La división de la sociedad, los movimientos estudiantiles, la agitación política, gente encarcelada por negarse a ir a filas... ¡fue increíble! En medio de todo lo que estaba pasando a mi alrededor me pregunté a mi mismo, ¿dónde estoy yo? Las experiencias que estaba viviendo me ayudaron a empezar a valorarme. E

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En el ámbito académico, ¿algo que destacar?

Sí, el profesor Georgescu-Roegen. Había sido ministro de Finanzas de Rumania hasta 1948, cuando tuvo que exiliarse. Era un matemático filósofo. Sus cursos eran verdaderas obras de arte. Mientras él dirigía mis trabajos, aprendí a respetar modelos precisos que mostraban que ciertos planes concretos pueden ayudar a comprender y construir el porvenir. También me hizo ver que las cosas nunca son tan complicadas como uno imagina. Con demasiada frecuencia se tiende a buscar soluciones complejas a problemas simples, o a ocultar la ignorancia con explicaciones complicadas destinadas a impresionar a la galería. En dos horas de curso con este profesor se me abrieron los ojos.

¿Cuánto tardó en doctorarse? ¿Cuándo y cómo decidió regresar a su país?

Llegué en 1965 y me doctoré en 1970. Estuve tres años estudiando y luego, mientras acababa de escribir la tesis, di clases en otro campus cercano, Tennessee State University. Desde el principio sabía que volvería, la cuestión era decidir cuándo. En 1971, al estallar la guerra civil en Bangladesh, me pregunté a mí mismo si debía regresar o apoyar el movimiento desde Estados Unidos. Elegí esta última opción y pospuse mi vuelta. A finales de 1971 Bangladesh alcanzó la independencia. En 1972 volví a mi país lleno de sueños e ideales, convencido de que la racionalidad occidental sería la solución de nuestros problemas.

¿Cómo fue el regreso? ¿Qué hizo al volver?

Me encontré una nación devastada. Mi país era pobre, pero cualquier pequeña infraestructura anterior a la guerra había desaparecido. Los puentes estaban destrozados, las carreteras eliminadas, las instituciones en ruinas, mucha gente asesinada... La economía estaba por los suelos. Al volver, en seguida fui elegido por uno de mis antiguos profesores para formar parte de la Comisión de Planificación. Adujo que era una emergencia nacional. El gobierno necesitaba profesionales para ayudar a planificar y a definir los procedimientos de actuación. Yo no estaba muy entusiasmado, nunca quise trabajar para el gobierno.

«No es mi sitio. La burocracia no va conmigo» —le decía a mi jefe.

«Es sólo por un período corto, únete a nosotros y más adelante dedícate a lo que quieras» —él insistía.

«Soy profesor, me gusta ejercer, eso es lo que debo hacer» —le intentaba explicar.

«Pospón el dar clase mientras exista esta urgencia y el país te necesite» —contestaba.

Al final, me convenció y me uní a la comisión. Sobreviví tan sólo tres meses. Cuando vi que no había trabajo que hacer y que todo era papeleo, dejé mi carta de dimisión en mi mesa y desaparecí.

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Volví a las clases, a lo que me encanta, a lo que me hace disfrutar... Al poco tiempo de llegar a la universidad me ascendieron a jefe de departamento, lo que hizo que tuviera mucha flexibilidad para hacer las cosas a mi manera. Redefiní casi todo. Rediseñé los cursos que impartía porque quería escapar de la ineficacia del proceso convencional. Traté de adaptar la materia a la economía real, tal y como yo la entendía. Uno de mis objetivos era que los estudiantes, lejos de convertirse en expertos teóricos –lo que no tenía mucho sentido para ellos– vieran la economía bajo el prisma de la realidad de Bangladesh. Llevé el departamento lo mejor que pude. Quise que los estudiantes experimentaran e investigaran su entorno. Intenté que descubrieran y definieran los problemas de la realidad que les rodeaba y que se implicaran activamente en la búsqueda de soluciones.

¿Fue entonces cuando concentró sus esfuerzos en la agricultura?

Sí, con un territorio de 14 millones de hectáreas y una de las densidades de población más altas del mundo, tenía claro que Bangladesh debía aumentar su producción agrícola. Decidí ayudar a los habitantes de Jobra. Pero, ¿cómo producir más alimentos? Estudiantes y profesores nos convertimos en agricultores voluntarios. Cambiamos algunas variedades de la cosecha y respetamos al máximo los intervalos regulares entre cada brote. ¿Se había visto alguna vez que un profesor universitario plantara arroz con los campesinos? Al principio se burlaron de nosotros. Muchos estudiantes desaprobaron mi actitud pragmática. Sin embargo, la producción se cuadriplicó. Con una perspectiva empírica estaba deseoso de aprender gracias a mis propios errores y a los de otros. Para ello, reuní al mundo universitario y a la aldea bajo el CURDP –Proyecto de desarrollo rural de la Universidad de Chittagong.

Más adelante creé una cooperativa agrícola, la Granja de los Tres Tercios. El objetivo era aprovechar la estación seca para obtener una cosecha más. Los propietarios pondrían sus tierras, los jornaleros ofrecerían su mano de obra y yo me haría cargo de todos los gastos. Cada parte recibiría un tercio de la cosecha. Fue un período agotador. Era una etapa de aprendizaje. El primer año culminó con gran éxito. Las cosechas fueron abundantes. Perdí 13.000 takas porque los campesinos me engañaron con mi parte. A pesar de todo, tenía la sensación de haber ganado: obtuvimos cosechas donde hasta entonces nunca había crecido nada en temporada seca.

El éxito de nuestra experiencia puso de relieve un problema que hasta entonces no había llamado la atención. Una vez cosechado el arroz, se necesitaba mano de obra para separarlo de la paja seca. Esta tarea ingrata y aburrida estaba reservada a los jornaleros peor pagados, mujeres pobres cuya alternativa era mendigar. Descalzas, de pie, trabajaban sin interrupción. Las condiciones eran terribles, ¡ganar cincuenta centavos utilizando el peso del cuerpo y el movimiento de los pies desnudos durante diez horas al día! En la Granja de los Tres Tercios me quedó claro que mientras más rico era el campesino, más beneficios obtenía. En cambio, mientras más pobre era el trabajador, menor era el provecho que sacaba a su dedicación. Busqué cómo modificar el proceso, pero ningún intento resultó convincente.

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Permítame aprovechar este mano a mano. Por favor, cuénteme cuándo se encontró a una mujer llamada Sufia Begum... ¡Me interesa oírlo de su boca!

Como le dije, en 1974 la situación en Bangladesh era desesperada –hombres y mujeres esqueléticos inundaban las estaciones de Dhaka, luego llegaron los muertos. En clase yo teorizaba sobre cómo levantar el país, sobre cómo sacar a la gente de la pobreza… e, impotente, veía que en lugar de movernos en esa dirección estábamos yendo hacia la opuesta. Lo académico me sonaba vacío. Los libros de texto no tenían significado alguno para la gente que se estaba muriendo. Me sentía muy frustrado. ¿Qué debía hacer? Pensé que lo mejor era implicarme en ayudar a la gente a sobrevivir. Mientras pensaba qué camino tomar, me asaltaron las siguientes preguntas: «¿por qué preocuparme por las grandes ideas?, ¿por qué no salgo a la calle y simplemente veo si puedo serle útil a una sola persona?». Bien pensado, ¡no tenía nada que perder! Jobra sería mi universidad; su gente, mis profesores. Me puse manos a la obra: empecé a recorrer las aldeas de los alrededores, a tener contacto directo con la gente, a hablar con ellos... poco a poco pretendía descubrir qué se podía hacer. Intenté comprender Bangladesh comprendiendo Jobra. Jobra fue mi Bangladesh. Era el Bangladesh que podía sentir, tocar. Me era posible verificar todo lo que quisiera. Y, además, podía intentar que las cosas se movieran un poco.

Todas las situaciones que conocí tenían algo en común: la gente sufría porque tenía poco dinero. El primer caso que me encontré fue el de Sufia Begum. Ella fabricaba preciosos taburetes de bambú. Era extremadamente pobre. Quise entender su situación, saber cuánto dinero ganaba... ¿Respuesta? Dos peniques al día. ¡No podía creerlo! Al no tener dinero para comprar la materia prima que utilizaba, lo pedía prestado a un intermediario y éste le imponía unas condiciones que rozaban la esclavitud. Sufia, sin salario alguno, tenía que venderle al final del día todos los taburetes de bambú al precio que el usurero decidiera. ¡Se quedaba sin apenas beneficio!2 Cuando averigüé que tan sólo necesitaba un cuarto de dólar para salir del círculo vicioso, me puse muy nervioso, me alteré, me emocioné... ¡25 céntimos por su libertad! ¿Debería dárselos y que mandara a paseo al intermediario?

Me paré a mí mismo y me pregunté, ¿es un caso aislado o hay más gente en la aldea en una situación similar? Antes de actuar me pareció importante averiguar el alcance del problema. Un estudiante y yo visitamos durante varios días a mucha gente de los alrededores. Hicimos una lista de 42 mujeres que necesitaban un total de 27 dólares. En clase yo hablaba de billones de dólares, y a unas pocas yardas de mi aula, la gente sólo necesitaba unos pocos dólares para cambiar de vida.

Decidí darles el dinero sin cobrar ningún interés. El efecto en la gente fue impactante. ¡Me miraban como si hubiera hecho un milagro! ¿Por qué alguien les daba dinero? Su reacción me hizo pensar: si podía hacer a esa gente tan feliz, ¿por qué no intentar repetirlo con más personas? Podía hacer una lista más grande y volver a dar dinero, pero pensé que no era lo más idóneo. Si el proceso dependía de mí o de cualquier otra

2 Véase documento de trabajo Banco Grameen, preparado por Ana Janeiro Dias y supervisado por el profesor Eugenio Viaza.

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persona, tendría un límite. Era necesario institucionalizarlo. ¿Por qué no poner en contacto a la gente directamente con el banco? Allí podían pedir prestado el dinero que necesitasen. El banco se negó en rotundo a participar, ellos no prestaban dinero a la gente pobre. Me tuve que ofrecer como avalista. Les dije, «prestadles el dinero, yo asumo el riesgo».

En aquel momento no tenía ni la más remota idea de lo que estaba empezando. La creación de un banco no estaba en mi mente. Sólo quería demostrar al director de la sucursal que la gente pobre pagaría. La primera vez ni yo mismo estaba muy seguro de los resultados. Después de los tres primeros años, mi experiencia me confirmó que la gente pobre es muy cumplidora y devuelve sus créditos. Todavía hoy, considero que mi trabajo y el de mis colegas del Grameen apunta a un solo objetivo: acabar con la pobreza, esa plaga que humilla al hombre en lo más profundo de sí.

¿Por qué las mujeres?

En mi enfrentamiento particular con los bancos siempre he tenido dos grandes alegaciones en su contra. La primera es que el sistema bancario ha sido diseñado para excluir a los pobres. No es algo accidental, es por diseño. Por eso los bancos han inventado los «muros colaterales». Si se construyen barreras artificiales, los pobres no entran en el sistema. Mi razonamiento era que los bancos dan créditos a la gente rica. Ellos muchas veces no pagan. Si hay pobres que tampoco pagan, estarán empatados. Pero los bancos todavía siguen dando el dinero sólo a los privilegiados y a nadie más. El resto son justificaciones. Mientras más posees, más fácil es obtener. Si no tienes nada, nada obtendrás.

El segundo argumento es que no sólo excluyen a los pobres, también a las mujeres. Los bancos, de forma intencionada, establecen sus propias normas para ello. Los banqueros me dicen: «no, no, nunca hemos hecho eso». Yo les muestro la evidencia y les planteo: si una mujer, incluso si es muy rica, viniera a una oficina del banco con un plan de negocio a pedir un préstamo, no sería raro que mantuviera el siguiente diálogo con el director.

Director de la sucursal: ¿Ha discutido su proyecto con su marido?

Mujer rica: Sí, lo he discutido con él.

Director de la sucursal: ¿Tiene su apoyo?

Mujer rica: Sí, cuento con todo su respaldo.

Director de la sucursal: ¿Por qué no lo trae para que lo conozca? Venga el lunes y charlaremos sobre ello.

Yo me pregunto a mí mismo, ¿por qué el director nunca le pide a un hombre que trae una propuesta si lo ha discutido con su mujer? ¿Por qué no le pregunta si cuenta con su apoyo? ¿Por qué no le invita a traerla y charlar sobre la inversión?... ¿Por qué la situación es tan asimétrica? Debe de haber algo en la mente de los banqueros que les

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impide prestar dinero a las mujeres. Les dije, «si entre todos los prestamistas al menos un 1% son mujeres, retiraré mis alegaciones», pero ni siquiera llegan a esa pequeña cifra.

¿Cómo afrontó este tema?

En los comienzos de mi trabajo, una de mis primeras decisiones fue no sólo dar créditos a los pobres, también la mitad de los destinatarios de mi programa serían mujeres. Fue una decisión deliberada para compensar la discriminación que existía. Empecé con ese propósito, pero curiosamente las mujeres no querían unirse al proyecto. Huían de mí. Con el rostro disimulado bajo la punta del sarí, de espaldas y sin mirarme a los ojos, jóvenes y ancianas me ponían excusas de todo tipo.

«Lo que usted dice nos asusta, señor.»

«Mi marido se ocupa del dinero.»

«Préstele el dinero a mi marido. Él se ocupa. Nunca tuve dinero en las manos y no quiero ni tocarlo.»

«No sabría qué hacer con ese dinero.»

«Ya tenemos bastantes problemas para pagar la dote, profesor, no queremos tener otros con nuestro marido.»

Se veían con claridad los efectos desastrosos de la pobreza. Perpetuamente humillados en el exterior, los maridos sólo tenían poder sobre sus mujeres, verdaderas víctimas a quienes podían injuriar, golpear, tratar como animales, antes de pedir el divorcio. Sabía que la violencia conyugal era un problema. Ninguna de esas mujeres quería mezclarse en asuntos de dinero, dominio tradicionalmente reservado a los hombres. Yo les explicaba, «no hay que asustarse. Podéis tocar las monedas, los billetes... ¡no hay nada de lo que preocuparse!» Pero no me creían. Me llevó mucho tiempo convencer a las mujeres de que se unieran a nuestro programa. Pero, por lo general, cuando una mujer está acorralada —no tiene qué comer, fue abandonada por su marido, debe mendigar para alimentar a sus hijos y nadie la ayuda— mantiene su decisión de integrarse al Grameen, a pesar de todo. En algunos casos la elección es dramáticamente simple: o ella pide prestado al Grameen o ve morir a sus hijos.

Hasta los seis años no alcanzamos el nivel de 50/50. Mientras tanto, restringimos la entrada de los hombres. Una vez que llegamos a este ratio, nos dimos cuenta de algo que no habíamos ni imaginado: el dinero que llegaba a las familias a través de las mujeres generaba mucho más beneficio que el que acababa en manos de los hombres. Las mujeres inmediatamente prestaban atención a los niños. Tenían mayor visión, iban unos pasos por delante. Los hombres estaban más pendientes de ellos mismos que de sus propias familias. Cuando nos dimos cuenta cambiamos nuestra política: nos centramos en las mujeres. Esa es la razón por la que hoy en día el 96% de los 3,5 millones de prestatarios son mujeres.

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¡Desde menos de quinientos clientes a 3,5 millones de prestatarios! ¿Cómo lo han hecho?

El secreto se puede ceñir a una palabra: lentamente. Lo que nos hizo tener éxito en esa etapa temprana fue la paciencia, la capacidad de innovación, el avanzar sin prisa pero sin pausa, y la voluntad y la capacidad de corregir errores, pues nos equivocamos muchas veces. Cuando el Banco Mundial renunció a invertir en el Grameen y decidió crear su propia organización, analizando nuestra experiencia recuerdo que les dije: «Si pretenden reunir la velocidad del caballo, la majestad del león, el coraje del tigre y la elegancia del ciervo, teóricamente conseguirán un superanimal, pero en la práctica es muy probable que nunca despegue».

Ha debido enfrentarse a muchas resistencias -los hombres, las autoridades, el Gobierno, los intermediarios… ¿Cómo lo ha sobrellevado?

Siendo comprensivo, entendiendo el contexto. Estábamos haciendo algo nuevo, obviamente era lógico encontrar resistencias. Era parte del juego. Incluso empecé a verlo de otra manera. Si ciertas personas no se hubieran opuesto, me hubiese sorprendido. Lo desafiábamos todo. Si no se nos hubiera prestado atención podía significar que algo iba mal, que no estábamos haciendo lo suficiente. La agitación, la oposición, el nerviosismo... creo que eran legítimos. Estábamos rompiendo los esquemas mentales de ciertos colectivos, les hacíamos daño.

Los hombres de las familias a las que les dábamos créditos estaban muy molestos. Pensaban que dando el dinero a sus esposas, los humillábamos y usurpábamos su autoridad. ¿Por qué, si ellos eran los poderosos de la familia, dábamos el dinero a sus mujeres? ¡Estábamos minando su prestigio! Su oposición fue total. Trataron de conseguir tantos adeptos en contra de nosotros como fue posible. Esparcieron rumores por las aldeas convirtiendo el tema en una cuestión religiosa. Según su interpretación, la religión exige mantener a la mujer en un segundo plano. Nosotros, convirtiéndola en receptora del dinero, le estábamos dando protagonismo. Por tanto, estábamos provocando a su religión. Los fundamentalistas nos criticaron y condenaron nuestro trabajo. Más tarde el tema pasó del terreno de la religión al de las emociones. La gente nos miraba con odio, ¡éramos algo horrible!

Ciertos especialistas de antropología social acusan al Grameen de manipular las estructuras sociales y cambiar la sociedad. ¿Por qué considerar esto negativamente? Algunos procesos son irreversibles. Estoy decididamente a favor del cambio. Lo viejo debe dejar su lugar a lo nuevo: está en el orden de las cosas. No se puede cambiar sin romper con el pasado. Con todo, no creo que haya que poner en duda las tradiciones cuando son beneficiosas para la población. Tampoco les gustamos a los políticos. Los de derechas pensaban que estábamos destrozando los valores, nuestra cultura y nuestra religión.. Los de izquierdas decían que traíamos el capitalismo a las clases bajas a modo de conspiración americana. Nuestro único fin, según ellos, era asegurarnos que la revolución social nunca tuviera lugar. E

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¿Qué hay de malo en dar unos cuantos dólares –10, 30 o 40– a esas mujeres? Los que nos atacaban decían que las mujeres no podían manejar el dinero, que se lo gastarían. Sospechaban de todo lo que hacíamos. Tuve que escuchar acusaciones como: «está manipulando las cifras», «la realidad es diferente», «¡cómo va a pagar la gente pobre!», «está retocando las cuentas para enseñar las devoluciones»... Mucha gente quiso investigarnos para averiguar cuál era la foto real. Aquellos que lo hicieron se quedaron impresionados. ¡Lo que encontraron iba más allá de su imaginación! Antes de estudiarnos pensaban que sabían lo que iban a encontrar, pero no tenían ni idea. Una vez que concluyeron y vieron cuál era la situación real, no podían creerlo. ¡Realmente estaba pasando! Empezaron a admirarnos. Fue un proceso continuo: hostilidad, oposición... conversión y apoyo.

¿Cómo va el banco?

Muy bien. Es un gran banco, tiene mucho volumen y da beneficios. Como le dije antes, hay un total de 3.5 millones de prestatarios. Se conceden créditos por valor de medio billón de dólares al año. Los pobres son los propietarios. Desde que introdujimos los préstamos hipotecarios en 1984, más de 600.000 casas han sido construidas con ellos. También incorporamos becas para los niños de las familias prestatarias. Siempre hemos apostado por la continuidad de nuestras acciones, por la segunda generación. ¡Contamos con niños de 3.5 millones de familias! Queremos darles apoyo, que tengan una educación. Muchos nunca fueron al colegio. Creemos que el primer paso debe ser conseguir que den importancia a su formación. El segundo, que vayan a clase. Hoy, el 100% de los niños de las familias a las que damos créditos acude con regularidad a las aulas. Con grata sorpresa nos dimos cuenta de que no sólo iban al colegio, sino que continuaban con educación superior –instituto y universidad. Queríamos que los jóvenes que quisieran seguir estudiando no tuvieran que preocuparse por el dinero. Para ello incorporamos a la oferta del banco los créditos a los estudiantes. Si sus familias no les dan soporte, ahí estamos nosotros para poner los medios. Les decimos: «si quieres ser médico, simplemente estudia». ¡Es maravilloso ver cómo lo aprovechan!

¿Cómo es su relación con el Gobierno?

La relación con el Gobierno tiene altibajos. Se puede calificar de caliente y fría –algunas veces nos da mucho apoyo y otras ninguno. Si no hubiéramos contado con el respaldo gubernamental, no hubiéramos podido fundar el Banco Grameen. Nos convertimos en un banco en 1983. Un poco antes, en 1982, empezamos a aceptar dinero donado (comenzamos nuestras operaciones en 1976). Cuando el Gobierno se enteró se quiso inmiscuir como avalista. Aparentemente tenía un papel de apoyo, pero su actitud fue muy negativa. No les gustaba lo que estábamos haciendo. Hicieron comentarios duros y crueles sobre el Banco Grameen. Desde entonces tratamos de distanciarnos de toda actividad relacionada con el Gobierno.

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¿Y con el Banco Mundial?

En el Banco Grameen, nunca quisimos ni aceptamos dinero del Banco Mundial. No nos gusta cómo hacen negocios. Sus expertos y consultores terminan apoderándose de los proyectos que financian. No descansan hasta moldearlos a su modo. Nosotros no aceptamos que nadie se inmiscuya en el sistema que hemos construido, ni que nos dicte qué debemos hacer, ni nos obligue a adecuarnos a sus puntos de vista. Esto provocó que en los comienzos tuviéramos dificultades con esta institución.

Sin embargo, poco a poco se fue produciendo un giro. Lentamente empezaron a apreciar lo que estábamos haciendo. En 1993, el Banco Mundial concluyó en un estudio que el Grameen era viable y confiable. Las relaciones entre nuestras instituciones mejoraron. En noviembre de ese mismo año me invitaron a dirigirme a la Conferencia Mundial del Hambre en sus oficinas centrales. ¿Quién habría imaginado que un día dejaría mi despacho frente a los tugurios de Dhaka y me encontraría en el corazón del mundo financiero, invitado a dar un discurso sobre nuestra experiencia y metodología?

Más adelante, James D. Wolfensohn se convirtió en presidente de la institución. Él pretendía prestar más atención a nuestro trabajo. Recuerdo que discutíamos y debatíamos alrededor de casi todo –proyectos, planes, innovaciones... Lo invitamos a nuestra cumbre de microcréditos en 1997. Hizo un discurso muy alentador en el que afirmaba que el Banco Mundial nos prestaría su apoyo. Rápidamente, toda hostilidad procedente del alto nivel directivo desapareció. Por desgracia, continuó en los estadios medio y bajo. Nos llevó mucho tiempo cambiarlo. De hecho, no creo que todavía lo hayamos arreglado del todo.

Aunque el Presidente nos manifestara su apoyo, la institución en sí no juega el rol que debería dentro del mundo de los microcréditos. Por ejemplo, mientras hablamos de metas –desarrollos del nuevo milenio, reducción de la pobreza a la mitad en el año 2015, utilización masiva de los microcréditos– menos del 1% del catálogo del Banco Mundial va en nuestra línea. Bien sea como una herramienta para atacar a la pobreza, o como un negocio para los pobres, los microcréditos son útiles. No importa el aval teórico que tengamos del Banco Mundial. Su apoyo concreto todavía tiene mucho camino por recorrer.

Ha mencionado la Cumbre del Microcrédito celebrada en 1997, ¿cómo se desarrolló el evento?

¡Fue electrizante! Congregó alrededor de tres mil personas provenientes de 137 países. Contó con la participación de los tres copresidentes, Hillary Rodham Clinton, primera dama de Estados Unidos, la reina Sofía de España y el doctor Tsutumo Hata, ex Primer ministro de Japón. Fue el macroevento del microcrédito. La cumbre transformó radicalmente el estatus del microcrédito, que, pese a algunos, se transformó en un programa serio. Compartir testimonios y abrazos nos hizo verter lágrimas. Era obvio que si conseguíamos mantener ese nivel de energía durante los nueve años siguientes superaríamos los objetivos fijados. E

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La vida nos conduce por caminos misteriosos; nos lleva al límite de nuestra capacidad de un modo por completo imprevisible. Las personas que participan de nuestros microcréditos crecen aceptando que no son nadie, que no valen nada: ahora la cumbre los sitúa entre candilejas y los transforma en héroes de un combate por el desarrollo del mundo. Uno tras otro, los oradores los elogiaron por su infinita paciencia y sorprendente capacidad para administrar minúsculos recursos con el objeto de forjarse una vida digna. La cumbre destacó que sus pruebas y tribulaciones son comparables a las enfrentadas por los grandes héroes de la historia. El microcrédito es una herramienta que libera los sueños de los hombres y ayuda, incluso a los más pobres, a lograr dignidad y respeto y dar sentido a su vida.

¿Qué ha aprendido con la experiencia del Grameen?

Primero, que los conocimientos que tenemos sobre los individuos y las interacciones que existen entre ellos son todavía muy imperfectos; luego, que cada individuo es importante. Toda persona posee un enorme potencial y puede influir en la vida de los otros, en comunidades y naciones a lo largo de su existencia, y también más allá. En el fondo de cada uno de nosotros existen bastantes más posibilidades que las que hemos tenido oportunidad de explorar hasta ahora. Si no creamos un entorno favorable para el desarrollo de nuestro potencial, no sabremos nunca lo que se oculta en nosotros. También he aprendido que para tener éxito debemos confiar en nuestros clientes. En Grameen no se establece ningún compromiso jurídico entre el banco y sus clientes. Establecemos relaciones con seres humanos y no con papeles. El vínculo reposa en la confianza.

¿Qué va a pasar después de Muhammad Yunus?

El Banco Grameen no es sinónimo de Muhammad Yunus. Es un movimiento global, algo de lo que la gente está convencida. Si yo desaparezco, creo que el movimiento permanecerá. El banco seguirá funcionado. Si la gente paga, ¿por qué no ofrecer servicios bancarios? Si el banco es rentable, ¿por qué abandonar el negocio? Si es sostenible, ¿por qué decir no? Cuando yo no esté, alguien me sustituirá. La clave está en el tipo de persona que sea mi sucesor. Veo tres posibilidades:

1) La primera alternativa es que él —o ella— sea una persona continuista, que siga con la tradición del banco. No hará nada malo, pero tampoco traerá ideas nuevas o afrontará retos estimulantes.

2) La segunda posibilidad es que la persona que venga no tenga capacidad suficiente para el cargo y el banco comience el declive.

3) Por último, también es posible que mi sustituto sea muy listo. Puede que yo, Muhammad Yunus, haya estado muy ocupado con mis viajes internacionales, con mis ponencias, con mis asuntos... y no haya prestado mucha atención a la propia institución. El venidero sí lo hará, fortalecerá el banco y le dará una nueva dimensión.

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Con este panorama a la vista, ¿qué pasará? No lo sé. Depende de las circunstancias. Confío y deseo que la tercera opción se imponga y se haga realidad.

¿Ha sido fácil replicar la experiencia del Banco Grameen? Por ejemplo, ¿es más difícil hacerlo en África que en Asia?

Siempre me sorprendo por la facilidad con que se puede imitar el modelo del Grameen en contextos diferentes. Creo que es fácil en todas partes. Depende de quién y cómo lo haga, de la preparación que tenga. Es más función de la calidad de la intervención personal que de la localización. Después de observar el camino recorrido por las ideas del banco en los cinco continentes, llegué a la conclusión de que las condiciones culturales, geográficas y climáticas pueden variar, pero los pobres tienen los mismos problemas en todos los rincones del planeta. La cultura de la pobreza, esa prisión donde la sociedad encierra a la gente, trasciende la diferencia de lenguas, razas y tradiciones. Me he convencido de que el crédito es una herramienta universal que desbloquea las capacidades humanas. Un buen proyecto acaba siempre por imponerse.

Releo una frase suya, «nuestro éxito se explica en gran parte por el trabajo y la dedicación de nuestro personal». ¿Podría hablarme de ello?

Para los que trabajan con nosotros, las posibilidades de carrera son muy buenas. Aunque los salarios del Grameen corresponden a lo que gana un funcionario estatal en un puesto equivalente, nuestros empleados rara vez son atraídos por las remuneraciones más altas que proponen los bancos comerciales y otras ONG. ¿Qué explica esta entrega de nuestro personal? ¿El trabajo mismo? ¿Su entrenamiento? ¿Las amistades que allí se forman, su juventud, la sensación de desafío personal o de valer mucho, la convicción de que son pioneros al servicio de su país? Supongo que cada trabajador tendrá sus razones. Conseguimos que nuestros empleados no adopten un único molde y sean todos parecidos. Queremos que mantengan su individualidad y diversidad, porque la diversidad trae fortaleza. En tiempos de crisis, es mucho más probable que se colapse una organización donde el pensamiento de todos sigue las mismas pautas.

Por otro lado, siempre me ha resultado muy complicado contratar gente con experiencia para trabajar: cuesta mucho «desprogramarlos». En el Grameen preferimos gente sin experiencia. Con nuestros limitados medios, seleccionamos a los candidatos mediante entrevistas. Luego los mandamos a nuestro instituto de formación, después de lo cual se les envía al terreno. Las nuevas incorporaciones siempre aportan una oleada de aire nuevo.

¿Cómo afecta la diferencia cultural a los clientes y empleados del banco?

A algunos geoestrategas occidentales, el mundo del porvenir les parece marcado por antagonismos culturales. Después de ver el proselitismo de algunos regímenes extremistas, parecen pensar que esos conflictos son inevitables. En el Grameen vemos

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las cosas de otro modo. Hacemos préstamos sin distinguir entre mujeres musulmanas, hindúes, cristianas o budistas. Todas las comunidades religiosas están representadas en nuestro Consejo de Administración.

Viaja mucho, gestiona gente muy diferente, es un ponente de reconocido prestigio, tiene una experiencia increíble que le avala... ¿Cuál es su reflexión sobre la globalización?

Lo primero que siento al hablar de globalización es que no es una conspiración tramada por alguien en el cuarto trasero... No, no es eso. No hay un grupo de gente guiando el proceso. Es algo natural. Es un fenómeno que está en la realidad cotidiana de todos nosotros. Además, no es algo que haya pasado sólo este siglo. Por ejemplo, si en España retrocedemos cientos de años y nos remontamos a la época en la que los capitanes se adentraban en la mar para encontrar la ruta hacia India, eso ya era globalización. La gente sacrificaba una vida fácil y tranquila para traer información, para integrar otras economías, para acercar India a Europa. Es un proceso que se ha dado en los distintos pueblos y civilizaciones. Los dramáticos acontecimientos de hoy en día son debidos al mal uso de los avances de la tecnología: comunicaciones, transporte... No se puede construir barreras, pretender no saber nada y esconder la información. La televisión por satélite e Internet te dan acceso a todo. Intentar parar la globalización es como querer luchar contra el viento. No se puede detener, pero sí utilizarlo a nuestro favor.

¿Cuáles son los escollos de la globalización? Para mí, el dilema es buena globalización frente a mala globalización. Si no hacemos nada, el camino natural nos llevará a la segunda. Las naciones más poderosas se harán con todo, barrerán a las economías más pobres. La gente pobre será desplazada por los más fuertes. Los artesanos desaparecerán porque la globalización traerá productos mejores y más baratos que los que ellos puedan producir. Si imaginamos la globalización como una autopista, es imprescindible que existan normas de circulación y guardias de tráfico para garantizar el buen funcionamiento. Todos los vehículos deben poder transitar sin miedo a ser arrollados fuera de la carretera. No sólo deben poder circular grandes camiones y coches veloces, mi pequeño carromato también tiene derecho a hacerlo. La policía y los límites de velocidad deben prevenir que sea arrasado.

La globalización necesita asegurar que incluso la persona más pobre del planeta pueda participar de la misma. No debe ser excluida por su forma de ganarse la vida. Las naciones más pobres deben encontrar e incluso ensanchar sus mercados y oportunidades. Deben estar protegidas por los guardias y las normas de tráfico de modo que nadie pueda quitarles lo que es suyo. En este marco, la gente pobre sabrá cómo hacerse más fuerte, mejor, más feliz... Si nos lo proponemos hoy, todavía es posible. Las tecnologías de la información pueden ayudar. Es factible llevar todas las facilidades hasta el lugar más recóndito. Se debe permitir a todo el mundo su legítima participación en la globalización. Pero, por desgracia, nadie presta atención a este tema. No hay normas de circulación, ni guardias... El quid de la cuestión está en la participación de la economía de base. Si pudiéramos asegurar esto, sería maravilloso apoyar la globalización. E

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¿Cuáles son sus metas contra la pobreza? Los norteamericanos suelen decir, «if there is a will there is a way». ¿No hemos encontrado el «way» para acabar con la pobreza porque no hay un verdadero «will»?

Sí, la condición es el «will». ¿Tenemos interés? No creo. Es así de simple. Si lo tuviéramos haríamos muchas cosas de manera diferente. No nos importa la gente pobre. Es duro decirlo, pero es así. La única razón por la que existe pobreza en el mundo es porque nos da lo mismo que la haya. Una persona pobre es tan válida como cualquier otra. Lo único que le diferencia de otros seres humanos es la cantidad de dinero que posee. Sin embargo, es rechazada. ¿Recuerda que le mencioné la existencia de muros colaterales? Hay muchas barreras legales y administrativas construidas alrededor de los pobres. Se levantan bajo la consigna de ayudarlos, pero sólo consiguen hacerlos prisioneros. En nuestro día a día, estamos tan ocupados en salir adelante que encontramos todo tipo de excusas y razonamientos para marginar a los pobres. En lugar de abrirles una puerta, optamos por la vía de la caridad. Les damos dinero como quien paga impuestos, hay que hacerlo y se hace. No queremos saber en qué se empleará, si es la solución del problema, si hay otras alternativas... No hay voluntad real de que esas personas se conviertan en un ciudadano más con los mismos derechos y oportunidades que cualquiera.

¿Podremos crear un mundo libre de la pobreza? ¿Un mundo sin ciudadanos de tercera y cuarta clase, un mundo sin una subclase de hambrientos, analfabetos y descalzos? Sí, podremos, y del mismo modo como hemos creado Estados «soberanos», sistemas políticos «democráticos» o economías de «libre» mercado. Un mundo sin pobreza no será perfecto, pero será la mejor aproximación a un mundo ideal. Hemos conseguido un mundo libre de esclavitud, libre de polio, un mundo libre del «apartheid»; crear un mundo libre de pobreza será un logro todavía mayor que, al mismo tiempo, los reforzará. Y será un mundo en el que podremos estar orgullosos de vivir.

Hay que repetirlo una y otra vez: sólo se puede construir lo que se ha imaginado. No podemos construir un mundo sin pobreza si no somos capaces de concebirlo. Se puede crear un mundo absolutamente libre de pobreza. Es posible, yo creo en ello. No sólo es un reto alcanzable en un futuro lejano, sino que lo es en un marco razonable de tiempo. Si todo el mundo lo creyera, podríamos reducir el número de pobres del planeta a la mitad en el año 2015. Tan pronto como se acepta la posibilidad, puede suceder. Y si puedes reducir algo a la mitad... ¡también puedes hacerlo desaparecer! Es lógico. Lo que quiero decir es que en el año 2030 la pobreza podría estar erradicada. No estamos hablando de dentro de cinco siglos. Esto sería bueno incluso para los países ricos. Si hoy en día, 1.200 millones de personas están en la miseria, ganando un dólar al día, imagina qué podría pasar si les sacáramos de esa situación. Serían consumidores de zapatos, camisas, coches, neveras... ¡el mercado sería mucho más amplio!

¿Piensa que estamos haciendo un buen trabajo en educación?

No, de ninguna manera. Una de mis principales quejas sobre el sistema educativo es la siguiente: jóvenes brillantes acceden a nuestros colegios, institutos o universidades. Se les imparten conocimientos, conceptos, teorías... Mi opinión es que en el proceso se les

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destruye. Se les quita la forma innata que tienen de mirar la realidad. Se les roba la frescura y la naturalidad. Cuando un estudiante sale de la universidad, ha perdido sus propios ojos. No ve las cosas de la misma manera que solía hacerlo por culpa del profesor. De una forma metafórica lo expresaría así:

«Al principio, cuando un estudiante llega al sistema, ve el mundo en color rojo. Si, por ejemplo, afirma —esto es rojo—, el profesor le replicará: es azul. ¿Cómo puede ser azul? No, no, es rojo. Está usted confundido, contestará el alumno. Gradualmente, después de muchas horas de clase, el estudiante comenzará a convertirse, tímidamente dirá: empiezo a verlo azul. Tras una larga y dura integración, cuando la persona sale de la universidad, la realidad es completamente azul.»

Él o ella abdican de su identidad. Son una miniversión de sus profesores. Estos, lejos de entristecerse, se muestran orgullosos del cambio... se les puede oír expresiones del estilo: «¡es mi protegido!» o «he creado a alguien que hace lo que se necesita». Ni se les pasa por la cabeza que han podido destruir a la persona. Estamos creando robots que hacen lo que sus maestros. En lugar de dejar a los alumnos pensar a su manera, es mucho más fácil y cómodo actuar así. En las clases, la actitud de autenticidad y originalidad no se tolera. Si un alumno mimetiza al profesor, obtiene una A, de lo contrario, una C. En consecuencia, ¿qué hace? La respuesta es obvia. En este sentido, la enseñanza resulta deprimente. Se convierte en una fábrica de fotocopias. El sistema educativo, en lugar de imponer al profesor sobre la persona, debería facilitar que ésta florezca. Si no, no estamos hablando de educación.

¿Qué piensa de la política?

Ohhh… Ese es otro tema. ¡Los políticos están haciendo tanto daño a nuestra sociedad! Mi queja general sobre ellos es que se han alejado de la gente. Están atrapados en su retórica y en sus polémicas. Son una tribu. Han creado sus propios juegos. Si eres un ciudadano normal, si no les haces el juego, no puedes entrar en sus temas. Es muy difícil influir desde fuera; a menos que estés dentro y sigas sus reglas, no puedes hacer nada. Esta situación es continua. La gente, en general, está muy frustrada. Los políticos dicen sí a todo el mundo y luego hacen exactamente lo que les da la gana. Temo que algún día todo el sistema político se colapse.

¿Y qué me dice del mundo de los negocios?

A este respecto, tengo dos cosas que decir. La primera es relativa al modo en el que el mundo de los negocios y el libre mercado se relacionan. Creo que se parte de un axioma falso al afirmar que sólo existe una clase de negocios: los negocios para ganar dinero. Todo lo que aprendemos, hacemos o pensamos está enfocado a cómo ganar más dinero. Esta forma de actuar la comparte toda la organización, desde la base hasta la cúpula. Para mí, también existe otro tipo: los negocios para hacer bien a la gente. Se trata de actividades orientadas al beneficio, pero que buscan el bien del prójimo. Es importante hacer esta distinción. El primer tipo de negocios maximiza la ganancia personal, sólo busca beneficios económicos. La otra clase también tiene beneficios, si no estaríamos

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hablando de caridad –donde das dinero y no obtienes retorno–, pero maximiza el bienestar de la gente. La optimización de la rentabilidad es secundaria. Hay que ganar dinero, si no, no estás hablando de negocios, pero no es el objetivo primero. En el segundo tipo de negocios, toda la misión de la empresa está comprometida con hacer el bien. Por ejemplo, si dirijo un negocio farmacéutico, mi objetivo podría ser fabricar medicinas tan baratas como sea posible, de tal forma que incluso los más pobres puedan adquirirlas. Si por ejemplo estamos hablando de producir una droga para atacar el SIDA, que probablemente cuesta 300 dólares al día, intentaría producir una medicina alternativa por 30 dólares al día. Si lo consigo, millones de personas serían potenciales compradores y me haré rico. En mi vida me he encontrado muchas empresas del segundo tipo, pero habitualmente no son reconocidas como negocios.

Una vez aceptada la existencia de este otro modo de hacer «business», el segundo tema a abordar es la necesidad de encontrar una nueva clase de ejecutivos. Los actuales no son los apropiados. Inmediatamente te preguntan: «¿cuánto dinero estás ganando?». La gente piensa que los directivos que no pertenecen al primer tipo de negocios son flojos, pero no es cierto. Tengo algunas ideas para cambiar esta percepción. Por ejemplo, podría existir un «mercado de valores social». Una bolsa como la actual, pero donde los inversores no sólo pudieran ver los negocios que dan más dinero, sino también aquellas empresas que están haciendo algo bueno por los demás —por la gente pobre, por las mujeres... Si la gente pudiera decir «quiero invertir 1.000 euros en esta empresa que hace tanto bien social», ¡sería maravilloso! Otra posibilidad son las portadas de las revistas de negocios. Las suelen acaparar empresarios con éxito a los ojos de los lectores. Si tuviéramos un sistema de evaluación que nos permitiera investigar quién es el emprendedor social con más resultados, sería nuestro candidato para la primera página. Por desgracia, este tipo de empresarios no suelen ser considerados personas brillantes. Actualmente, la segunda clase de negocios no tiene reconocimiento. No se enseña en las clases, ni en las universidades, ni en las escuelas de negocios. En lugar de definir, crear, apoyar y financiar a posibles emprendedores sociales, nos centramos en elaborar rankings, en averiguar cómo escalar y ser reconocidos en el primer tipo de negocios. Si sólo permanecen los negocios para hacer dinero, el mundo tiene un gran problema.

¿Qué opina de la caridad?

La caridad puede tener efectos desastrosos. En muchos casos, desmotiva al mendigo, que no tiene ya la voluntad ni ganas de salir adelante. Dar limosnas no es ninguna solución a largo plazo, ni siquiera a corto. Lo que ocurre a escala individual ilustra perfectamente lo que pasa a nivel mundial con la ayuda internacional. La dependencia de la ayuda crea un entorno favorable para los gobiernos, que se han especializado en negociar cada vez mayores ayudas. Los partidarios del esfuerzo, de la austeridad y de la autonomía quedan como unos extravagantes. La ayuda alimentaria estimula la perpetuación de las penurias. En otras palabras, la caridad, como el amor, puede transformarse en cárcel.

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Cuando habla, parece que se emociona. ¿Ha estado la pasión siempre ahí?

No, no siempre. Al principio no tenía ni idea del alcance de nuestro trabajo. Ahora veo que prestar dinero puede cambiar la vida de las personas. No estamos teorizando sobre la pobreza, estamos haciendo algo. Cuando se le da una oportunidad a esta gente, se ve cómo trabajan durísimo para aprovecharla. Toda su energía y talento salen a la luz. Cuando miro a los niños de estas familias, sé que para ellos el mundo será diferente. Tendrán una oportunidad. Todo esto hace que me emocione y me apasione.

¿Qué le gusta de su trabajo?

Ayudar a las personas a cambiar sus propias vidas. Veo los resultados de mi trabajo, y para mí, eso le da sentido. No lo hago porque alguien me haya dicho que debería hacerlo, sino porque siento que es bueno. También es importante para mí no necesitar la ayuda de nadie. Cuando oigo una historia negativa —o veo una actitud mejorable— no me siento descorazonado. Sé que tengo que tomarme mi tiempo para entender la situación. No trato con ideas abstractas, etéreas o artificiales. ¡Me encanta estar en contacto con la realidad!

Ama su trabajo, de usted emana energía, pone pasión en todo... ¿Tiene «hobbies»?

Éste es mi «hobby». De lo que le estoy hablando es lo que me divierte.

¿Qué hace cuando no tiene que trabajar?

Trabajar más. Como le he dicho, es lo que me divierte. Algunas veces leo, pero siempre lo mezclo con esto. Entre líneas estoy intentando ver cómo encaja lo que estoy leyendo con mi trabajo. También muchas veces me pregunto a mí mismo cuál es el nuevo reto por venir.

Por favor, dígame algo sobre su vida familiar.

En marzo de 1980 me casé con Afrozi. Trabajaba entonces en la Universidad de Manchester y, al igual que yo, se sentía tan a gusto en Oriente como en Occidente. La conocí en Estados Unidos. Es profesora e investigadora de física punta en la universidad. De hecho, no suele viajar conmigo debido a sus responsabilidades docentes. Tengo dos hijas. La primogénita, Mónica, es de mi primer matrimonio. Es soprano. Estudió un master en la Escuela de Arte de Nueva York. Al acabar se convirtió en cantante profesional de ópera. El pasado noviembre debutó en el Metropolitan de Nueva York. Ahora trabaja en una compañía alemana. Mi segunda hija está a punto de acabar el instituto en Bangladesh. Todavía no sabemos a qué se querrá dedicar. Como vive conmigo, la veo más a menudo que a la mayor. Mónica pasa un par de E

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meses en Alemania y el resto del tiempo en Nueva York. A veces viajo sólo para oírla cantar, ¡me encanta!

Es un hombre de prestigio. Mi impresión es que el éxito no le ha cambiado. ¿Ha sido afectada su persona por el personaje que representa, fundador y presidente del Banco Grameen?

No lo sé (silencio). Probablemente esta pregunta la tendrían que contestar otros. No me siento diferente. Todavía defiendo los mismos ideales, no han cambiado. Lo que sí tengo es más y más experiencia. Sólo intento persuadir a la gente para que abra los ojos y despierte. Por ejemplo, y sé que me reitero —todavía creo que es posible un mundo sin pobreza.

¿Es optimista?

Soy optimista y realista. Lo que afirmo lo hago desde el prisma de las vivencias concretas que experimento todos los días. No son ilusiones, no son castillos en el aire... son realidades. Cuando conoces a esa gente, sientes que el desafío es difícil, pero también sabes que es alcanzable.

Es un hombre con talento, ¿qué destacaría en usted?

Nunca he pensado que soy una persona con talento. Soy un tipo normal.

Al comienzo de esta entrevista hablamos de sus años de estudiante. Era bueno en matemáticas y en economía. También parece que es muy intuitivo. Creo que se le debe dar bien interactuar con la gente. ¿Qué opina?

No lo sé. Me siento a gusto con la gente, en especial en las aldeas pequeñas. No me hacen sentir como un extranjero, soy uno de ellos... Es cierto, creo que estoy de acuerdo con usted, tengo la capacidad de relacionarme, hacerme entender y ser apreciado.

¿Cómo es usted? ¿Cuáles son sus fortalezas y debilidades?

De nuevo le contestaré que para mí es muy difícil decirlo. Soy parcial. No puedo hablar sobre mí. La gente que me ve desde la distancia es la más apropiada para entender quién soy. Sólo diría que soy una de esas personas afortunadas que disfrutan con lo que hacen.

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El pasado se ha ido, no parece vivir en él. El futuro no existe, ¿quién sabe qué traerá? Creo que tiene una tremenda capacidad para permanecer en el presente -aquí y ahora-. ¿Es cierto?

Sí, pero es así para todo el mundo. Somos burbujas destinadas a desaparecer. Hay que aprovechar el ahora. Hay que emplear bien el tiempo, se va muy rápido. La gente debería tener en mente que es limitado. Cada uno debería divertirse a su manera —algunos se compran un yate, yo disfruto de otra forma. Es fácil y simple. Permanecer en el presente no es difícil. Aspiro a hacer desaparecer la pobreza dentro de veinte años, pero vivo al día. Hablo del desarrollo del próximo milenio —de las metas de 2015, pero sé que eso me conduce directamente al presente. Pienso, ¡por el amor de Dios, qué estamos haciendo hoy! En el ahora están las respuestas del futuro. Cuando llegue el año 2015, miraremos atrás y veremos lo que hemos logrado. El futuro no me asusta, pienso que ya he hecho bastante con el tiempo que he tenido. Si miras las curvas de longevidad de Bangladesh, ya he superado la media. No me puedo quejar. El presente es lo que cuenta, es un regalo.

¿Qué significa éxito para Muhammad Yunus?

Exito para mí es convencer a alguien de que su destino le pertenece. Por ejemplo, si veo a una persona joven que nunca ha tenido una oportunidad para salir de la miseria y puedo contribuir a abrir una pequeña puerta, eso es éxito para mí. Si conozco a una familia que está tratando de escapar de una situación extrema y les puedo ayudar, eso es éxito para mí. Mi prioridad es hacerlo extensivo a tanta gente como pueda. Para mí es un placer.

¿Es feliz?

Sí, soy muy feliz y muy afortunado.

¿Qué es la felicidad?

La felicidad es ver que algo que apasionadamente quieres que pase, ocurra. Felicidad es querer hacer algo y poder. Felicidad es estar en paz por no tener contradicción alguna en tu mente. La felicidad es ver cómo una sola persona tiene el poder de cambiar el curso de los acontecimientos en dirección a su sueño. La felicidad es hacer realidad un mundo sin pobreza, ya.

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