((mtg)archidruida,2) [emery, c] - cadenas rotas

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Magic, The Gathering: CADENAS ROTAS (Triloga: "Archidruida", vol.2) Clayton Emery 1995, Shattered Chains Traduccin: Albert Sol

_____ 1 _____ Fue el muchacho, Stiggur, desde lo alto de su bestia mecnica, quien primero vio el peligro. --Gaviota! Hacia el norte! Es un..., un... No s qu es! Todo el campamento alz la mirada. Haba docenas de personas de todas las constituciones, estaturas y colores, envueltas en abigarrados ropajes multicolores para protegerse de la nieve de comienzos del invierno que cubra el suelo. Desde all slo se podan ver pequeas conferas que llegaban justo a la altura de la cabeza de un adulto, rboles y ms rboles que parecan extenderse hacia el horizonte sin acabar nunca. Gaviota el leador dej caer su cena, cruz el campamento a la carrera y subi a toda prisa por la escalerilla de cuerda que colgaba a lo largo del flanco de la bestia mecnica. El general de aquel sorprendente ejrcito haba iniciado su carrera como leador, y tena el aspecto que poda esperarse en un leador. Gaviota era alto y estaba bronceado por toda una vida pasada al aire libre, con una larga cabellera castaa a duras penas retenida en la nuca por una tira de cuero. Llevaba una tnica de cuero repleta de marcas y araazos encima de una camisa de lana y un faldelln de cuero, y completaba su atuendo con unas polainas rojas y unas resistentes botas que le llegaban hasta la rodilla. Su aliento se convirti en nubculas mientras suba por la escalerilla. La bestia mecnica era un extrao artefacto, un gigantesco caballo hecho de madera y planchas de hierro cuyas entraas no tenan nada que envidiar a un molino en su confusin de rechinantes engranajes de madera, tiras de cuero, poleas y palancas. Todava tenan que descubrir si aquella criatura minuciosamente construida estaba viva o no. Slo saban que siempre estaba en movimiento, zumbando como una colmena, y que poda ser guiada mediante palancas colocadas sobre su crneo de roble. El propietario, o amo, o amigo de la bestia era un joven hurfano llamado Stiggur, un nombre que significaba puerta porque se era el lugar donde haba sido encontrado. Stiggur era flaco y tendra unos trece aos, y las

vestimentas de cuero y lana que envolvan su delgado cuerpo, apretndolo como si fuera una salchicha humana, estaban claramente inspiradas en el atuendo de Gaviota, su hroe. Gaviota trep hasta el precario nido-silla de montar que Stiggur haba construido en lo alto de la bestia mecnica. Durante los meses transcurridos desde que haba aprendido a controlarla, Stiggur haba ido aadiendo una mejora detrs de otra, amontonando los artilugios, corazas y armas primero y cargndola de sacos, bolsas y cestas para transportar el campamento ambulante despus. Gaviota tuvo la sensacin de estar encima de un almacn mvil mientras escrutaba el horizonte por encima de las copas de las conferas. Estando de pie, se encontraba a casi nueve metros del suelo. La taiga, un bosque de conferas subrtico, pareca extenderse interminablemente en aquel valle de fondo plano. Al este haba una planicie ms alta que el resto de la zona, casi una meseta y tan lisa como el tablero de una mesa, que se desplegaba hacia el norte hasta perderse de vista. Al oeste se alzaba una cordillera, una hilera de montaas en forma de dientes de sierra tan altas que un guila no poda atravesarlas. La consecuencia de todo eso era que el ejrcito improvisado compuesto por todos aquellos individuos tan distintos unos de otros slo poda seguir avanzando por la taiga con la esperanza de que terminara en algn sitio. Pero algo haba surgido de la nada para obstruirles el paso. Un cono, pens el leador. Un cono invertido que... se meneaba? El aire glido estaba tan limpio que hizo que Gaviota tuviera la sensacin de poder alargar las manos y tocar aquella cosa. Era enorme, de un centenar de metros de altura o ms, y se aplanaba por arriba, como el humo de un incendio forestal que se extendiera en sentido horizontal al chocar con un nubarrn de tormenta. El cono se iba estrechando hasta quedar reducido a casi nada en el suelo. All donde tocaba el suelo --del bosque?--, escupa un chorro de fragmentos diminutos al aire, como si un perro estuviera cavando y lanzando un surtidor de tierra por entre sus patas. --Qu es, Gaviota? Stiggur pensaba que Gaviota lo saba todo. Pero el leador le decepcion. --No lo s, muchacho. Es una columna... oscura... de humo que gira? Es peligrosa? Y a qu distancia se encuentra? No tengo nada que me permita juzgar la distancia... Pero aquellos fragmentos que eran arrojados por los aires parecan familiares. Y era un ulular aquello que oa a lo lejos...? Un retumbar de cascos medio ahogado por la nieve interrumpi el curso de sus pensamientos. Bardo, el paladn, irrumpi en el campamento, apartando las masas oscuras de las conferas desde la grupa de su nervioso corcel de guerra. Bardo, un soldado profesional consagrado a su dios, llevaba cota de malla debajo de una capa de lana color marrn hoja abierta delante para permitir que su blasn de tela mostrara su smbolo sagrado: un bculo alado trazado en rojo. Haba tantos dioses que Gaviota nunca se haba tomado la molestia de preguntarle a cul representaba. Disciplinado y meticuloso, Bardo mandaba un grupito de cazadores-exploradores. Todos iban armados con arcos largos que sobresalan de las aljabas especiales adosadas a sus sillas de montar, y con espadas largas que llevaban cruzadas a travs de la espalda o en vainas colgadas de sus sillas.

Bardo tena la mandbula prominente, y sus ojos eran de un azul tan glido como los glaciares de las lejanas tierras del norte en las que haba nacido. Su cabellera reluca con un amarillo tan vivo como el de la paja por debajo de su capuchn de cota de malla. Bardo llev su caballo hasta la base de la bestia mecnica. Cuando habl, el acento del paladn result todava ms perceptible que de costumbre debido a la excitacin que impregnaba su voz. --Se acerrcan jinetes porr el norrte, Gaviota! Estn contorrneando la meseta, y vienen hacia aqu! Crreemos que hay unos trreinta! Mis explorradorres han ido a investigarr si hay otrro grrupo porr el oeste, y me imagino que lo habrr! --Qu clase de jinetes? Son tropas de caballera? Hay algn comerciante con ellos? Una sacudida de la cabeza. --No. Todos llevan arreos de guerra. --Bien... Gaviota se sinti estpido e impotente, como de costumbre. Haba sido nombrado lder de aquel ejrcito tan variopinto sin saber muy bien cmo, y la gente esperaba que tomara decisiones. Gaviota pens que no estaba cualificado para ello, desde luego. Era un leador. Que le pidieran que derribase un espino sin que rozara a sus vecinos, y podra hacerlo caer encima de una aguja. Pero si le preguntaban qu medidas haba que adoptar ante dos contingentes de caballera que amenazaban con rodearles... --Debemos de ser su objetivo, ya que aqu no hay nada ms. Da la alarma general, Stiggur. --El muchacho alz un cuerno de carnero recubierto con adornos de oro y sopl por l, produciendo una estruendoso trompeteo que hizo vibrar el crneo de Gaviota--. Bardo, usa esas seales tuyas para avisar a tus exploradores de que sigan observndoles, pero sin entablar combate. Enva a Helki y Holleb hacia..., eh..., hacia el oeste para que no nos tiendan una emboscada. Ah, y manda a alguien a nuestra retaguardia para que no nos pillen por sorpresa. Bardo frunci el ceo. --No tengo gente suficiente parra tantas cosas. --Oh... Bueno, de acuerdo. Yo me encargar de eso. Vamos, muvete! No, espera! Sube aqu a ver si reconoces esta cosa. Los soldados se iban metiendo la cena en la boca o la guardaban en la camisa mientras se apresuraban a coger sus armas debajo de Gaviota. Las esposas y esposos de los combatientes les ayudaban a colocarse los arreos de guerra. Los cocineros y el resto del squito correteaban de un lado a otro, preparando el campamento por si tenan que irse a toda prisa. Haba gente corriendo por todas partes. Dos soldados se dieron de narices el uno con el otro al seguir las rdenes que ladraban sus sargentos. Bardo nunca caminaba cuando poda montar, por lo que hizo avanzar su caballo en una pirueta lateral y agarr la escalerilla desde la silla. Se encogi al lado de Gaviota --la espalda de la bestia mecnica no era muy ancha--, y frunci el ceo mientras contemplaba el cono que giraba en el norte. --Nunca lo haba visto antes. --Y t eres de las tierras del norte... --murmur Gaviota con voz pensativa--. Dnde ests, Varrius? Varrius! Sube aqu, quieres? Varrius era un hombre delgado de brazos nudosos, abundante barba negra y piel bronceada por los soles del sur. Dej a un cabo a cargo de la tarea

de reunir a sus soldados y fue corriendo hasta la bestia mecnica para subir por la escalerilla. Cuando lleg arriba, su piel morena se puso plida. --Por los brazos de Hiperin! Es un tornado! --Un tor-na-do? --pregunt Gaviota, y volvi a pensar que un leador ignorante que haba pasado los primeros veinte aos de su existencia en una aldea no era precisamente el aventurero ideal--. Qu es...? --Un remolino de viento! --grit el soldado. Varrius, que estaba acostumbrado a vivir en las tierras del sur, llevaba ms ropa que de costumbre. Una coraza de malla trabajada en forma de escamas de pez recubra sus prendas de abrigo, y llevaba un casco con refuerzos de lona acolchada adornado por una gran pluma roja. Una espada corta y una daga casi tan grande como la espada colgaban de su arns de guerra. --Es una... Es una tempestad asesina! Gira tan deprisa que puede lanzar una casa por los aires! No ves lo que les est haciendo a esos rboles? Gaviota volvi la vista en esa direccin. El tornado estaba ms cerca, aunque el leador todava no estaba muy seguro de lo lejos que se encontraba. No haba forma alguna de calcular las distancias en un ocano de verdor, pero cuando volvi a mirar esta vez s pudo reconocer los fragmentos que estaban siendo arrojados al aire: eran conferas de dos metros de altura. A medida que giraba, la tormenta iba esparciendo docenas de troncos en todas direcciones, de la misma manera que una sierra despide chorros de serrn. Y cuando comprendi lo que significaba aquello, Gaviota slo fue capaz de murmurar un Oh, vaya casi inaudible. Aquel tornado tena ms de cien metros de altura, y estaba abriendo un surco de quince metros de anchura por el bosque a menos de un kilmetro y medio de distancia. Y vena hacia ellos. *** El pnico barri el campamento, otra tormenta que aadir al tornado. El campamento se extenda a lo largo de un hueco creado con las hachas, ocupando un claro lleno de tocones y ramitas y agujas de confera pisoteadas. El bosque interminable no se interrumpa nunca, por lo que cada nuevo campamento deba ser creado de la nada, talando rboles y quemando los troncos resinosos de las conferas. Entre la confusin de barro revuelto y ramas dispersas se alzaba un abigarrado conjunto de tiendas y petates totalmente carente de orden. La zona de las cocinas estaba relativamente limpia y despejada, as como la de los cartgrafos y bibliotecarios, pero el resto... Ni siquiera haba unas autnticas letrinas, y probablemente el fro era lo nico que les haba mantenido libres de las enfermedades hasta aquel momento. Gaviota pens que realmente tenan que organizarse un poco en cuanto disfrutaran de un rato de calma. La gente corra en todas direcciones, tropezando y cayendo a cada momento. Bardo y sus exploradores desaparecieron entre los troncos, esfumndose sin dejar rastro. Helki y Holleb, centauros y cnyuges que siempre luchaban y actuaban en pareja, se pusieron sus yelmos pintados y alzaron sus lanzas emplumadas. Llevaban gruesas camisas de lana debajo de

sus corazas llenas de volutas y adornos, y mantas de caballo cubran sus lustrosos flancos rojizos por debajo de sus arreos de guerra. El viejo gigante, Liko, con sus dos cabezas calvas no demasiado inteligentes y su nico brazo, se irgui, nicamente para estorbar. Era el nico que poda ver por encima de los rboles, pero el peligro que representaba el cono de vientos tardara algn tiempo en poder abrirse paso a travs de su dura mollera. Los sargentos vestidos de rojo que llevaban cota de malla escamosa --Toms, Neith y Varrius-- empezaron a ladrar rdenes a sus abigarrados pelotones, arrancando comida de entre los dedos a manotazos y exigiendo ver las armas para inspeccionarlas. Tres derviches santos muronianos giraban en veloces crculos, anunciando con gritos estridentes que el momento del fin estaba cerca. El pie de un derviche derrib a un cocinero y derram todo un caldero de sopa humeante sobre la nieve. Todos corran, saltaban y se hacan preguntas los unos a los otros. Gaviota se introdujo entre toda aquella agitada confusin, aullando rdenes que nadie oa. --Pon tu bestia en movimiento y aljala del campamento, Stiggur! Eh, vosotros, buscad algn refugio! T, coge esos caballos y llvatelos! talos a los rboles, pero no los pongas todos juntos y... Eh! Te estoy hablando! Ven aqu! Saca estos... Alguien volc un cesto y tir al suelo una flaca silueta gris verdosa no ms grande que un nio. Era un trasgo, la ms intil de todas las especies, y aquel representante de ella se llamaba Sorbehuevos. En cuanto sinti la fra nieve bajo sus pies descalzos --el trasgo estaba envuelto en harapos y pareca un montn de hojas secas--, Sorbehuevos se apresur a buscar algo caliente y dio un salto que termin sobre las botas de Gaviota. El leador, enfurecido, agarr al trasgo que no paraba de gritar y lo lanz hacia las conferas. Sorbehuevos era una especie de mascota, totalmente intil pero indispensable. Antes de que Gaviota pudiera girar sobre sus talones, una joven que llevaba los brazos cargados de rollos de pergamino choc con l. Gaviota no saba cmo se llamaba, y slo saba que era una estudiante de magia a la que su hermana Mangas Verdes haba encontrado en algn lugar de su ruta. La muchacha le pido disculpas y se apresur a recoger los rollos desparramados sobre la nieve embarrada. Gaviota sinti el impacto de un tronco en su hombro recubierto de cuero y lana y torci el gesto mientras se encoga sobre s mismo. Pero slo era el gigante, Liko, preguntndole qu deba hacer. A pesar del fro, el gigante llevaba como nico atuendo una larga camisola sin mangas confeccionada con trozos de lona llena de remiendos, velas de navo y pieles de ternero sin curtir que haban obtenido de un matadero. Aquella pobre montaa de carne boba haba perdido el brazo izquierdo, rodo a mordiscos hasta la altura del codo, en una batalla anterior. Para compensar esa prdida y la falta de equilibrio que produca, Gaviota y unos cuantos artesanos le haban tallado un largo garrote con pinchos de hierro que pesaba tanto como el brazo derecho del gigante, y lo haban unido al mun para que Liko pudiera caminar sin inclinarse a un lado. Gaviota ech la cabeza hacia atrs y se rasc la coronilla. --Qu has de hacer? Pues... Eh... Slo... Bueno, ve en esa direccin, a ver si divisas algn jinete a caballo. Deja que te vean, y luego vuelves y me cuentas lo que ha ocurrido, de acuerdo? El gigante asinti y se alej con su lento y ruidoso caminar, sus sucios

pies descalzos hundindose profundamente en la tierra embarrada a cada paso que daba. Liko ni siquiera notaba los pinchazos de los afilados tocones que abundaban en el campamento. La gente estaba desapareciendo, aunque Gaviota no hubiera sabido decir exactamente dnde salvo entre los rboles. Que se vayan, pens. Corri hacia una de las tres grandes tiendas que se alzaban al final del claro. Se agach para entrar en ella, y falt muy poco para que su cabeza chocara con la de su hermana. El atuendo de Mangas Verdes haca honor a su nombre, pues iba totalmente vestida de verde. Algunas de las prendas eran magnficas, y otras casi harapos. La joven incluso se haba puesto zapatos para la nieve. Su viejo y maltrecho chal de ganchillo, que haba sido tejido por su madre, reposaba sobre sus hombros encima de una capa verde. Su cabeza, como siempre, estaba desnuda, y su cabellera castaa se hallaba tan despeinada como la de Gaviota. Se parecan mucho, con la nica diferencia de que la hermana slo llegaba al esternn de su hermano. Un tejn al que le faltaba un trocito de una oreja, una especie de mascota, grua y gimoteaba junto a los pies de Mangas Verdes. Instalado sobre su chal como si fuera un nido, haba un gorrin llamado Hueso de Cereza. --Busca a Lirio y poneros a cubierto, Verde! Hay un tornado! Es un vendaval muy fuerte, y se est acercando! --P-Por dnde vi-viene? Hasta haca unos meses, Mangas Verdes haba pasado toda su vida siendo medio retrasada. Su mente no se haba despejado y no haba aprendido a hablar hasta despus de haber salido de su tierra natal, el Bosque de los Susurros, y haber dejado atrs los encantamientos del bosque que haban estado nublando su cerebro. La joven todava no hablaba muy bien. Pero los encantamientos tambin haban impregnado cada fibra de su ser, convirtindola en una poderosa hechicera nata..., que an deba aprender a controlar y utilizar sus poderes. Cuando Gaviota seal el norte, Mangas Verdes se limit a desaparecer dentro de la tienda. El tejn se apresur a seguirla. --Puede q-que te-tenga algo... --Verde! Ven... Oh! Lirio estaba saliendo de la tienda, andando de espaldas. Era otra hechicera nata y carente de adiestramiento, y una continua fuente de amor y perplejidad para Gaviota. Vestida de blanco invernal como un armio, Lirio llevaba un traje ceido al talle y una chaqueta corta adornada con flores de brocado, unos slidos zapatos cerrados con cordones y una capa blanca cuyos bordes estaban adornados con ms flores azules, rojas y amarillas. Su rostro era de un aceitunado oscuro, y llevaba su negra cabellera recogida detrs de la cabeza y sostenida mediante cintas blancas. Lirio le obsequi con una radiante sonrisa, se puso instintivamente de puntillas para darle un rpido beso y despus se acord de quin era y se detuvo antes de completar el gesto..., y volvi a abrir la herida en el corazn de Gaviota al hacerlo. Lirio se mova con una cierta dificultad, pues todava no haca muchos meses que haba sufrido la fractura de una pierna y un brazo. Pero lo que la mantena alejada de Gaviota no era ese antiguo dolor, sino una carga que pesaba sobre su corazn. --Yo me ocupar de Mangas Verdes --se limit a murmurar--. T cuida del

campamento. --Pero... Lirio ya haba desaparecido. Gaviota ya poda or el gemido del torbellino de viento y el chasquido de la madera al romperse. El leador decidi dejar de preocuparse por las mujeres. Aquel par de muchachas probablemente eran tan capaces de cabalgar sobre un tornado como l lo era de montar encima de una vaca lechera. Volvera a su trabajo, que consista en ser el general de aquella turba. Eso no quera decir que supiera gran cosa sobre el oficio de general, naturalmente. El campo acab viendo un poco de orden, aunque slo fuese porque la mayor parte de quienes no podan combatir haban huido a la carrera para esconderse en el bosque. Los sargentos rojos, as llamados por sus maltrechos plumajes --Toms, Neith y Varrius--, haban logrado reunir a sus tropas en una formacin de hileras ms o menos regulares. Algunos se pusieron firmes cuando Gaviota fue corriendo hasta ellos. Otros manoseaban nerviosamente sus arreos, o aprovechaban la ocasin para dar unos cuantos bocados ms a su cena interrumpida. --Cules son sus rdenes, seor? --ladr Toms, corpulento, calvo, bronceado y de negra barba. Gaviota movi su enorme hacha de doble filo en un vacilante vaivn. En momentos como aqullos, echaba de menos el cortar madera. --Toms, llvate a tus hombres a unos..., eh..., unos doscientos pasos adelante y despligalos en una hilera hacia el noreste. Var, haz lo mismo en el noroeste. Vamos a proteger el campamento. Neith, coloca a tus hombres detrs de nosotros y despligate para cubrirnos la retaguardia. Si tienes que enfrentarte a fuerzas superiores, ve retrocediendo hacia el campamento. De lo contrario, mantnlos alejados del centro. Ah, y procurad agachar la cabeza si esa nube de tormenta pasa por entre vosotros. Entendido? Resultaba obvio que lo haban entendido, y resultaba igualmente obvio que tenan una docena ms de preguntas que hacer y que la disciplina les impeda formular. Todos obedeceran sin rechistar al mejor estilo militar. Gaviota vio cmo se alejaban al trote por entre los arbolillos. El leador hizo un rpido repaso de s mismo. Tena su hacha y, metido debajo de su cinturn, un nuevo ltigo hecho con piel de serpiente negra, idntico a los que haba usado en el pasado para espantar las moscas de las orejas de sus mulas. Pero dnde estaban su arco largo y su aljaba? Los haba cogido del flanco de la bestia mecnica y los haba colgado del palo de su tienda, pero haban desaparecido. Quin haba podido...? Alguien fue corriendo hasta la hoguera, agarr una rama que tena la punta envuelta en llamas --Gaviota no entendi por qu--, y despus se qued inmvil como si no supiera qu direccin seguir. --Ponte a cubierto, idiota! --le grit el leador. Meneando la cabeza, su arco largo olvidado ya haca rato, Gaviota se abri paso entre las conferas y fue hacia las primeras lneas, dondequiera que estuviesen, y aquel vendaval gigante. Acababa de llegar a las lneas y haba respondido a la interpelacin de un centinela cuando unos gritos que helaban la sangre hendieron el aire helado. ***

No haba forma de saber qu aspecto tena el ataque o de averiguar de dnde proceda, aparte de suponer que vena de delante de ellos..., o quiz viniera de un lado, o de atrs. Los gritos volvieron a surgir de la nada, y Gaviota solt una maldicin y sigui avanzando. El bosque no cambiaba nunca. El suelo del valle era plano, arena bajo capas de agujas muertas de color marrn, y se extenda kilmetros y ms kilmetros hacia el este y el oeste. Con tanta abundancia de luz solar y ninguna competencia salvo la de las otras conferas que tuvieran por vecinas, los rboles iban creciendo y desplegndose hasta que sus tiesas ramas impregnadas del perfume de la resina se entrelazaban unas con otras. Fuera cual fuese la direccin hacia la que se volviera la mirada, el bosque era como un mar de agua que llegara hasta el pecho. Un mal sitio para luchar, se reproch Gaviota. Un autntico general habra elegido otro lugar. Y dnde estaba el resto de las tropas? Lo nico que poda servir para orientarse era el tornado, que ya poda ver a pesar de estar rodeado de troncos. El torbellino se alzaba en el cielo, girando en el norte y escupiendo rboles hechos trizas como si fueran semillas de meln. Pero no pareca estar ms cerca. Sera posible que algo as fuera capaz de mantenerse inmvil en el mismo sitio? Podra un hechicero conjurar un tornado y dirigirlo despus? Eso sera como guiar una montaa. Vio soldados delante y alrededor de l, una cabeza aqu, un casco all, espaciados en su curva lnea irregular. Pero en cuanto al enemigo... Entonces vio a uno. Su piel era muy oscura --ms que la de Toms, incluso--, tanto que casi pareca negra. Tena una frondosa barba negra, e iba envuelto en una tnica de lana de un azul tan vivo como el del cielo al atardecer. Incluso su cabeza estaba envuelta en tela. Aquella prenda era lo que Gaviota haba odo llamar un turbante en un puerto de mar. Su caballo era marrn oscuro, y llevaba un arns de cuero adornado con incrustaciones de oro labrado. El hombre agitaba sobre su cabeza una espada curvada como un creciente lunar, pero no estaba lanzando mandobles a los rboles, pues el caballo era capaz de bailar grcilmente por entre ellos. El jinete estaba reservando sus golpes para los enemigos. Gaviota vio cmo uno de sus soldados --no saba su nombre-- retroceda rpidamente, se enredaba en un amasijo de ramas durante un momento y lograba plantar los pies en el suelo y alzar su espada larga. El soldado llevaba un arco corto a la espalda, pero no haba dispuesto del tiempo --o de la destreza-- necesario para poner una flecha en l y tensarlo. El soldado estaba esperando la acometida del jinete. Lanzas, maldicin! --pens el leador--. Tendramos que llevar lanzas! O, mejor an, lanzas largas que se pudieran clavar en el suelo para arrancar a las tropas montadas de sus sillas... Pero enfrentarse a la caballera blandiendo espadas era una estupidez. El jinete, que se encontraba muy por encima del infante y se mova mucho ms deprisa, apart la espada sin ninguna dificultad y despus atac con su sable curvo en un golpe de revs. Sorprendido por aquel ataque tan repentino, el infante perdi la parte superior de su cabeza bajo aquella hoja tan afilada como una navaja de afeitar. Gaviota no pudo evitar sentir un escalofro mientras contemplaba con

horror la muerte de su hombre y se maldeca a s mismo por su falta de preparacin. Aplast varias ramas con sus codos y alarg la mano hacia el arco largo colgado de su hombro. Pero el arco largo no estaba all. Entonces se acord: el arco estaba perdido en algn lugar del campamento. Gaviota se qued boquiabierto mientras el jinete haca que su montura volviese grupas en su direccin. La hoja que pareca una enorme hoz gir sobre el hombro del jinete que la blanda. Aullando como un demonio surgido del infierno, el jinete carg sobre el leador. A falta de cualquier otra defensa, Gaviota se agach..., y sigui movindose con el cuerpo inclinado. Los rboles se volvan ms frondosos cerca del suelo. Las ramas llevaban mucho tiempo muertas y ya no tenan agujas, pero seguan siendo tan duras como alambres. Unos momentos antes a Gaviota no le hubiese hecho ninguna gracia tener que arrastrarse por entre ellas, pero su nueva situacin le haba dado la fuerza de los desesperados y los acosados. Deslizndose y avanzando a rastras, con el cuerpo tan pegado al suelo como si fuera una serpiente, el leador us la cabeza y los hombros para abrirse paso a travs de las ramas, que se partan con un estrpito ensordecedor. Empujando y debatindose, y recogiendo grandes cantidades de agujas en su cabellera y su cuello y notando cmo se le metan entre la ropa y la piel, Gaviota sigui abriendo un sendero durante unos tres metros de dificultoso avance. Se hallaba estorbado por la pesada hacha que empuaba en su mano izquierda, a la que le faltaban los ltimos tres dedos, aplastados cuando un rbol cay sobre ella. Una rodilla derecha lisiada, el resultado de otro roble que haba cado en la direccin equivocada cuando su tronco acab de romperse, supona un estorbo similar. Ningn soldado le haba causado jams heridas tan graves como los rboles que cort en el pasado. Jadeando en busca de aire, como si se hubiera zambullido debajo del agua, Gaviota decidi que ya haba ido lo bastante lejos. Cerr los ojos y subi estruendosamente por entre el dosel de ramas entrelazadas, lanzndose a travs de l como un gigantesco conejo enloquecido. Para aparecer en el sitio equivocado. El jinete de la tnica azul estaba a unos tres metros de distancia, todava lanzado a la carga. Pero en aquel momento estaba buscando al otro lado de su montura. Haba visto cmo Gaviota desapareca por all, y no haba conseguido seguir su travesa casi subterrnea. Lo cual era un grave error por su parte. El leador alz su hacha, escupiendo agujas y ramitas mientras lo haca, y la coloc sobre su hombro como si se dispusiera a cortar un haz de ramas. Gaviota pens que nunca sera un buen soldado, porque era incapaz de atacar si no le haban visto antes. --Aqu, carroa! El jinete, sorprendido, gir justo a tiempo para no poder esquivar lo suficientemente deprisa. El caballo pareci bailar bajo su experta gua, pero las olas de verdor lo atraparon eficientemente. El jinete alz su cimitarra, medio atacando y medio encogindose sobre s mismo... Y los cinco kilos de metal del hacha de Gaviota cayeron sobre l. El pesado borde, que estaba lo bastante afilado para poder afeitar una piel, se abri paso a travs del muslo derecho del jinete, su silla de montar y la

caja torcica de la montura. El caballo piaf, preparndose para relinchar, pero se encontr con que no dispona de aliento que gastar en ello, pues su pulmn haba sido abierto por el hacha y se haba llenado rpidamente de sangre. El jinete se limit a parpadear mientras su muslo se separaba de l, y la mitad inferior de su pierna quedaba libre para caer y acabar colgando del estribo. No era el momento ms adecuado para fijarse en ese tipo de cosas, pero Gaviota vio que el jinete llevaba zapatos de cuero puntiagudos que se curvaban hacia arriba y terminaban en una diminuta campanilla de plata. Un instante despus los chorros de sangre salieron disparados en todas direcciones: sobre las ramas de las conferas, por el aire... Perdido el equilibrio, y con su corazn ya empezando a fallar, el jinete se inclin en la direccin opuesta a aquella de la que haba llegado el golpe pero, disciplinado, sigui empuando su cimitarra y las riendas. Su peso hizo que la cabeza de la montura girase, pero el animal estaba boqueando, con la boca llena de espuma rojiza, y se tambale, choc con un rbol y se qued inmvil, para acabar hundindose lentamente hacia el suelo. Gaviota sinti pena por el animal, pues tardara mucho tiempo en morir. Y Gaviota supuso que su jinete sin duda era otro hombre tan corriente como l, arrancado de alguna remota comarca de los Dominios por el capricho de un hechicero y obligado mediante yugos mgicos a luchar para que el hechicero pudiera... Qu? Arrebatar ms poder a otro hechicero? Maldicin!, pens. Si alguna vez olvidaba el propsito de su vida, el mundo no paraba de recordrselo. l, su hermana y su ejrcito haban decidido detener a los hechiceros como pudieran, impidiendo que devastaran pases enteros y convirtieran en un caos las vidas de las personas normales y corrientes. A pesar de que su hermana y Lirio, su amante --o antigua amante, o cuasi amante--, eran un par de hechiceras. Gaviota expuls de su mente el pensamiento y las paradojas y se abri paso por entre los rboles, buscando a sus soldados mientras avanzaba. Adnde haban ido? Habra acabado dando la espalda a su ruta original sin enterarse mientras luchaba? Gaviota gir sobre s mismo en un lento crculo, buscando el torbellino que le permitira orientarse. Pero el tornado haba desaparecido. El cielo era de un color azul hielo, y estaba tan lmpido como slo poda estarlo el aire invernal en las montaas. Cmo...? Oy gritos, se volvi y avanz en esa direccin. Fue gritando Amigo, amigo! mientras caminaba hasta que se encontr con una mujer envuelta en harapos armada con una ballesta y una pica. La mujer le indic dnde estaba Toms con una inclinacin de cabeza. El leador y Toms no tardaron en estar el uno delante del otro en aquel laberinto de verdor, tan cerca que sus pechos casi se rozaban. --Habis capturado algn jinete? --pregunt. Conseguir cautivos era su primer deseo, pues los cautivos traan consigo conocimientos..., algo que resultaba difcil recordar en el ardor de la batalla, tal como acababa de demostrar Gaviota. --Tal vez, seor. Istu derrib a un hombre de su silla de montar. --Puede que sobreviva --inform el soldado, envainando su espada corta y utilizando ambas manos ensangrentadas para dar nfasis a cada palabra--. Aparecieron por nuestra derecha, as que sabemos que hay dos grupos que estn intentando flanquearnos. Creemos que acabamos con tres de ellos, y perdimos a uno de los nuestros antes de que retrocedieran. Gritaron en alguna

lengua olvidada de los dioses, probablemente llamndonos medusas, y luego se fueron en direccin norte. Estar tan cerca de l hizo que Gaviota pudiera oler el sudor de Toms y la peste a ajo de su aliento. Toms y sus hombres del sur le ponan ajo a todo. --Crees que pueden estar movindose en un crculo para llegar al campamento desde atrs? --No lo s, seor. --Toms movi una mano en un gesto que abarc cuanto les rodeaba--. Podran haber ido a cualquier parte. Gaviota levant la voz. --Alguien ha visto hacia dnde fue ese remolino? Entonces se dio cuenta de que slo poda ver a cuatro soldados ms, y se pregunt donde habran cado los jinetes que haban sido derribados de sus monturas. El leador supuso que su sangre y sus huesos alimentaran a los rboles durante aos. Nadie respondi, por lo que Toms se decidi a hablar. --Estbamos ocupados rechazando el ataque, seor. Gaviota contempl el mar verde con el ceo fruncido. A partir de ese momento se mantendra encima de la bestia mecnica, utilizndola como torre mvil, o cabalgara entre las tontas cabezas de Liko para poder ver qu infiernos haca el enemigo. --Bien, retrocedamos hasta unos..., eh..., unos cien pasos del campamento. Tenemos que estar lo bastante cerca unos de otros para poder ornos si grita... Y se call de repente, y se qued boquiabierto. Toms gir sobre sus talones y mascull una maldicin. Avanzando velozmente a travs del cielo, justo por encima de sus cabezas, haba docenas de hombres y mujeres que blandan espadas e iban sentados sobre alfombras voladoras. --El campamento! --grazn el leador. El tornado deba de haber sido una distraccin para conseguir que se alejaran del campamento. Gaviota gir sobre sus talones y alz el hacha para apartar las ramas, pero enseguida se qued inmvil. Delante de l haba una silueta humana negra y cubierta de pelos. Incluso encogida sobre s misma como un oso, era ms alta, ms ancha y ms robusta que Gaviota. La silueta abri una boca rojiza ribeteada de colmillos y rugi.

_____ 2 _____ Norreen coloc a su nio dormido encima de su regazo y volvi a anudar las cintas de su corpio. Hammen, tan moreno como sus padres, dej escapar un balbuceo adormilado. El nio se quedaba dormido cada noche cuando lo amamantaba. Si consegua depositarle dentro de su cuna sin que se despertara... --Pap? --gorgote el nio. Sus ojos se abrieron, grandes como platos y del mismo color azul turquesa que los de su padre--. Pap dnde?

Norreen sinti una punzada de melancola. --Est... fuera, cario. Est asegurndose de que los animales estn bien encerrados. --Oh. Pero quiero que pap... La gravedad venci, y los prpados del nio fueron cayendo lentamente. Su madre ya le haba colocado dentro de la cuna. El nio estaba creciendo tan deprisa que apenas caba en ella y sus pies, cada vez ms grandes, quedaban pegados al tabln del fondo. Sera un nio robusto y un hombre imponente, como era habitual en su familia, a la que Norreen llevaba tanto tiempo sin ver. Otra punzada de melancola. Norreen intent concentrarse en el nio. Ya haba empezado a hablar usando palabras en vez de los sonidos ininteligibles tpicos de los bebs. El nio necesitaba una cama, no una cuna. Pero su padre no poda hacerle una cama, porque estaba demasiado ocupado. Aquella tercera y ltima punzada de melancola hizo que las lgrimas afluyeran a sus ojos. Con la vista nublada, Norreen acab de anudar las cintas de su corpio. Por lo menos poda consolarse viendo cmo sus pechos y su estmago volvan a aplanarse poco a poco. Dioses, qu precio tan grande pagaba el cuerpo de una mujer por dar a luz un nio! Norreen haba sufrido menos cicatrices y desfiguraciones en el campo de batalla. El pequeo Hammen ya poda correr y arreglrselas por su cuenta fuera de la casa, y eso permita que Norreen pudiera hacer ms ejercicio. Debera volver a adiestrarse, acostumbrndose a sentir de nuevo el peso de la espada, el escudo, la daga y el arco en sus brazos y sus hombros. Vestida con el sencillo traje de lana de una campesina y un corpio de cintas y encajes, con su negra cabellera crecida y un poco rizada, haba muy poco en ella que pudiera delatar su antigua condicin de guerrera..., salvo la estrella de siete puntas tatuada en su antebrazo izquierdo. Y sus recuerdos, naturalmente. *** Norreen mene la cabeza y sali de la casita para ir en busca de su esposo. El aire era fresco y hmedo. El cielo nocturno estaba medio nublado, pero la Luna de las Neblinas era una calina griscea hacia el occidente. En aquel lugar de las Tierras del Sur slo haba colinas ondulantes y bosquecillos, y casi todos los campos estaban cultivados para alimentar el voraz apetito de la ciudad de Estark, que se hallaba ms al norte. Las laderas iban descendiendo plcidamente hasta que se encontraban con el Mar Interminable y las Tierras Verdes de Gish, una comarca remota y salvaje. Su casita estaba pegada a una colina cubierta de catalpas y lamos temblones, con un arroyo de lmpidas aguas corriendo a su alrededor y dominando un pequeo valle. El valle estaba cubierto de grandes parras, encajes de verdor sostenidos por estructuras de listones que llegaban hasta la cabeza de un adulto y avanzaban formando filas a travs de la pendiente y, por debajo de ella, hasta los pastizales. Junto con su esposo, Norreen era propietaria de toda la tierra que poda divisarse desde all, pues en tiempos lejanos haban sido ricos y despus haban pasado a ser ricos en tierras. Era buena tierra: la ladera estaba encarada hacia el sur y reciba mucho sol y mucha lluvia, y las noches nunca eran fras. Cuando lo compraron el viedo era muy frtil, y estaba considerado como el mejor de toda la comunidad.

Pero eso perteneca al pasado, pues a todos los efectos prcticos en aquel momento bien habra podido ser un montn de cenizas. Su esposo estaba inmvil en la ladera, contemplando los campos sin verlos y totalmente absorto en sus meditaciones. No pensaba en la granja..., ni en su esposa. Norreen fue hacia l con lenta cautela, arrastrando los pies para hacer ruido. Aos de adiestramiento y de duros esfuerzos para sobrevivir haban hecho que no fuese nada prudente sorprenderles. Una persona poda morir en cuestin de segundos. --Garth? --Eh? --Su esposo se sobresalt y gir velozmente hacia ella--. Oh, Norreen... --respondi despus, haciendo que sus pensamientos volvieran a la tierra--. Eres t. --Quin ms poda ser? --replic Norreen con una sombra de irritacin. Aparte de ella y el nio, slo haba tres sirvientes en la granja--. Qu ests haciendo? Hammen quera que le acostaras. --Eh? Garth haba vuelto a girar sobre sus talones. Enfurecida, Norreen le hundi un dedo en la espalda. Garth volvi a sobresaltarse como un tigre, y luego se relaj. Norreen podra haberse echado a llorar. Haban transcurrido cinco aos desde que lucharon por sus vidas, pero los dos seguan estando tan nerviosos e irritables como un par de lobos famlicos. Es que nunca conoceran la paz? --Escchame! Soy tu esposa, maldita sea! Deja de contemplar el cielo con cara de pena y cuntamelo de una vez! Qu ocurre? --Oh, nada... Garth era delgado y no muy alto, y su despeinada cabellera negra estaba bastante mal cortada --Norreen nunca haba aprendido el oficio de barbero--; y aunque llevaba los toscos pantalones de lana tpicos de un granjero y calzaba unos zapatos muy sencillos, todava conservaba una camisa negra llena de finos bordados hechos con hilo azul. Una maltrecha capa de cuero cuyo dobladillo estaba recubierto de bordados colgaba de sus hombros. Llevaba encima una daga, una herramienta bastante extraa para un granjero, y una bolsita de cuero repujado. Norreen sinti una irritacin todava ms intensa al verla. Lo nico realmente impresionante del fsico de Garth eran sus ojos, de un azul turquesa tan profundo como los de su hijo. Alrededor de su ojo izquierdo haba una masa de cicatrices blancas que lanzaba sus delgadas lneas en todas direcciones, con el resultado de que ese ojo azul haca pensar en un sol dibujado por un nio. En conjunto, Garth pareca un espantapjaros. Pero hubo un tiempo en que haba sido el hombre ms peligroso de todos los Reinos de Occidente. Garth, que en tiempos pasados haba sido Garth el Tuerto, volva a tener dos ojos porque haba hecho crecer el que perdi. El ojo le haba sido arrancado cuando era pequeo, por pura maldad, antes de que fuera abandonado a las llamas donde muri el resto de su casa. Pero Garth haba sobrevivido, y aprendi magia y ms magia, y volvi aos despus a la ciudad de Estark y su festival anual de hechiceros, y a su arena. Actuando en solitario, se haba unido primero a una Casa y luego a otra, librado innumerables duelos y soportado torturas tanto fsicas como psquicas, enfrentado a un Maestre con

otro y, finalmente, haba llegado a ser el hechicero ms poderoso de los Reinos Occidentales. Desde esa posicin conoci a un caminante entre los planos, una criatura que anteriormente haba sido un hombre y haba pasado a ser casi un dios. Garth haba ascendido al caminar entre los planos y haba luchado con ese dios y lo haba derrotado, y haba vuelto, el primer hechicero que regresaba a la arena en toda su historia. Desde all se haba vengado de todas las Casas de Estark --Fentesk, Ingkara, Kestha y Bolk--, hacindoles pagar la conspiracin que haba destruido la Casa de Oor-Tael muchos aos antes. El caos resultante haba acabado siendo conocido como el Tiempo de las Calamidades, una frase tan corta como acertada que abarcaba la muerte de millares de personas, la destruccin de una ciudad y la ruina de la clase gobernante de Estark. Todo por obra de aquel espantapjaros. Y durante el camino, Garth le haba robado el corazn a Norreen de Benalia. Seguro de s mismo, osado y temerario, misterioso y sin embargo vulnerable, haba ganado su amor incluso antes de que ella le salvara la vida --y l salvara la suya-- en la arena. Garth y Norreen se marcharon, dejando detrs de ellos la ciudad humeante y devastada por la plaga, y se fueron al sur, donde compraron una granja y cuidaron de los viedos, porque a Garth le gustaba mucho el vino y deseaba convertirse en vinatero. Slo quera vivir en paz y crear una nueva familia despus de haber pasado tantos aos solo y viviendo en la soledad. O, al menos, eso quiso durante un tiempo. Y sin embargo, ltimamente las vias languidecan, y eran cuidadas sin demasiado entusiasmo ni energa por los sirvientes porque su amo haba perdido el inters por ellas. Garth cada vez dedicaba ms horas a vagabundear por la noche, contemplando las estrellas y las lunas y hablando en susurros consigo mismo. Hubo un tiempo en el que empleaba la magia --pens Norreen con abatimiento--, empundola como un dios. Ahora la magia le est utilizando a l. --Norreen, he estado pensando... --Y de repente Norreen odi ese nombre, porque no era su verdadero nombre--. He estado pensando que podra... --Irte --le interrumpi--. Otra vez. Un fruncimiento de ceo oscureci el rostro huesudo de Garth. La blanca estrella de cicatrices que rodeaba su ojo izquierdo brill bajo la dbil claridad que escapaba por la puerta de la casita. --Son negocios, nada ms. Quiero conseguir unos cuantos injertos nuevos para las vias. Si las regamos demasiado, los tallos se partirn porque son de una variedad del norte. Pens que si buscaba por el sur, all donde el sol calienta ms, habra alguna variedad que... --Oh, ahrrame el tener que escuchar todas esas tonteras! --Norreen alz una mano, y Garth se encogi levemente sobre s mismo--. Dijiste eso mismo las dos ltimas veces, y volviste con las manos vacas! Las vias no necesitan injertos, y tampoco necesitan remedios mgicos! Necesitan una mano firme y delicada que les d forma, y que las riegue, las pode y les quite las malas hierbas! Necesitan semanas de trabajar rompindose la espalda, no un paseo de una semana por el ter! Si no te quedas aqu y te ensucias las manos con la tierra, no tendremos ms cosecha que una bandada de cuervos engordados a base de uvas! Antes de que Garth pudiese decir nada, Norreen seal con irritacin la

bolsa que colgaba de su costado. --Si vas en busca de esquejes, por qu te llevas eso contigo? Lo nico que te he visto sacar de esa bolsa es la maldita magia, nada ms! La magia no ayudar a esta granja, y tampoco me ayudar a m! Y un instante despus estaba llorando, maldicindose a s misma por aquella demostracin de debilidad. Su esposo no la estaba escuchando. Ni siquiera estaba all. Un hombre que haba caminado entre las estrellas nunca podra volver a plantar los pies en el suelo, o por lo menos no del todo. Garth haba probado el sabor del infinito y haba descubierto que lo finito era incapaz de satisfacerle, de la misma manera que un hombre que ha probado un vino exquisito nunca ms podr volver a resignarse a beber nicamente agua. --Me voy --anunci--. Volver... --No hace falta que te molestes en volver! --grit Norreen a travs de las lgrimas--. No estar aqu cuando regreses! Y Hammen tampoco estar aqu! El fruncimiento de ceo volvi, ms sombro que antes. --Estars aqu. Te ordeno... --T no puedes darme rdenes! --replic secamente Norreen. Su mano fue instintivamente hacia su costado en busca de su daga, su arma de combate favorita, pero no llevaba ninguna daga encima--. Ningn hombre puede darme rdenes! Soy una herona de Benalia, del Clan Tarmula! --La magia me llama. Ya hablaremos cuando regrese. Garth meti la mano dentro de su bolsa y sac de ella algo que era ms negro que la noche. Frgiles como los hilos de una telaraa, las negras hebras brotaron de su mano como una delgada pelcula para envolverle. La negrura se espes rpidamente hasta que Garth fue invisible dentro del negro capullo. Y despus se desmoron como hilos de gasa que bailaran en el viento, para revelar que Garth haba desaparecido. Norreen solt juramentos, grit, pate el suelo y apret los puos. Maldijo a Garth y a la magia y a su propia impotencia. Oh, pues claro que estara all. No tena ningn otro sitio al que ir y no poda volver a su hogar, aunque ltimamente cada vez pensaba ms en su antiguo hogar y deseaba que su hijo pudiera conocer su herencia; y adems amaba aquella granja y a las gentes sencillas del valle y la aldea cercana. Quera vivir all y ser feliz all, pero Garth siempre estaba marchndose, atrado por los cantos de sirena de la magia... Un chillido hizo que se quedara paralizada durante un momento, y despus gir velozmente sobre sus talones. Unas siluetas altas y oscuras temblaban bajo la luz de la vela en la casita dentro de la que haca unos instantes tan slo estaba su hijo. *** Se levant las faldas y se las remeti debajo del cinturn, deseando llevar puesto el viejo atuendo de cuero que tan cmodo resultaba a la hora de luchar. Fue corriendo al pequeo huerto plantado delante de la casita, y cogi una azada de hierro a la que arranc la hoja para dejar un palo terminado en un pincho de hierro. S, sera un arma lo suficientemente mortal. La cautela de los guerreros tom el control, y fue de puntillas hacia la puerta siguiendo una trayectoria oblicua. Si eran bandidos, lamentaran haber escogido su casa como objetivo de una incursin. Castigara el que hubieran puesto en peligro a

su nio y a su hogar abrindoles las venas y permitiendo que su sangre fluyera colina abajo para alimentar a las vias. Peg la oreja a la puerta y escuch, pero los ladrones no estaban haciendo ningn ruido. La habran odo? Habra perdido su habilidad, habra olvidado hasta tal punto las lecciones de su adiestramiento? Otro chillido de su beb la puso en movimiento. Opt por un ataque directo, y dobl la esquina aullando Tar-mu-la! y con el bastn de combate improvisado alzado delante de ella. Y se qued totalmente inmvil. Las tres siluetas vestan de negro: jubones de cuero, pantalones ceidos y botas de media caa. Llevaban arneses de guerra de los que colgaban espadas cortas y dagas..., todas envainadas, de momento. Eran dos hombres y una mujer, letales como tigres. El ms corpulento de los dos hombres, que se mantena detrs de los otros, sostena a su lloroso hijo en sus brazos. Tatuadas en sus antebrazos izquierdos haba conchas marinas, la marca del Clan Deniz. --Eres Rakel del Clan Tarmula? --pregunt la mujer vestida de negro. Su cabellera rubia estaba recogida en una larga trenza ceida por tiras de cuero negro que colgaba a lo largo de su espalda. --S, es ella --respondi el hombre alto y corpulento--. Aunque nadie lo dira por esas ropas... Qu estabas haciendo, Rakel? Has estado removiendo el estircol de vaca con una pala, o has estado dando de comer a los cerdos? Norreen dej escapar un jadeo de sorpresa del que ni siquiera se dio cuenta. Conoca a aquel hombre. Se haba adiestrado con l. Natal, as se llamaba... Eran hroes de Benalia. Qu podan haber venido a buscar all? Ah. A ella, claro. --Suelta a mi hijo, Natal, o sers el primero al que mate. Los dems, salid... Un veloz movimiento de ojos, y la rubia estall en un torbellino de accin. Atraves la habitacin de un salto y dirigi la pattica azada de Norreen hacia el techo de una patada, y despus gir sobre s misma y lanz una nueva patada. Golpeada en el esternn, Norreen sali despedida hacia atrs y choc con la pared. Sin aliento y con la vista nublada, se agarr a una pata de la mesa. Su gente deca que cualquier cosa era un arma en las manos de un hroe. Poda... Una bota le apart la mano de la mesa con una patada casi distrada, dejndosela entumecida e insensible. Una mano la agarr por los cabellos, le retorci el cuello y le incrust la cabeza en el suelo de tierra de la casita. Su casita, su hogar..., y el de Garth y Hammen. Con las muecas colocadas a la espalda en una posicin que le obligaba a mantener los brazos rectos y se los dejaba inmovilizados, Norreen respir polvo e intent pensar. Haba una forma de librarse de esa presa de brazos. Cul era? Le costaba tanto reaccionar, se hallaba tan impotente... Las lgrimas brotaron de sus ojos y mancharon la tierra. --Ests seguro de que es una herona? --pregunt la rubia con voz burlona--. Est ms indefensa que una criada sorprendida ordeando a su vaca, y es ms lenta que la vaca! --Es ella --respondi la voz de Natal--. Guyapi! Norreen vio por el rabillo del ojo cmo un hombre surga de la oscuridad del rincn. Llevaba un jubn oscuro similar al de los guerreros, pero en su caso

la prenda estaba adornada con un motivo de estrella-y-luna que cubra su pecho y bajaba por sus costillas. Era un hechicero benalita, el hombre que haba trado a aquel grupo de asesinos hasta all mediante un conjuro y el que los sacara de all mediante otro conjuro..., en cuanto Norreen estuviera muerta. Y su nio? Nuevas lgrimas mancharon sus mejillas. Y le haba dicho a Garth que no estara all cuando volviera, y cuando regresase encontrara sus esqueletos meticulosamente limpiados por los coyotes y las ratas. --Llvanos a casa, Guyapi. El hechicero no dijo nada y se limit a separar las manos. Los hroes, con Natal sosteniendo todava en brazos al sollozante Hammen, se acercaron un poco ms los unos a los otros. Chorros de chispas brotaron de las yemas de los dedos del hechicero: un estpido detalle de vanidad, como saba Norreen gracias a las explicaciones de Garth. Slo los hechiceros menores malgastaban la magia en trucos pirotcnicos. Pero haban dicho que les llevara a casa. Norreen se pregunt si... Las chispas se hicieron ms grandes y numerosas, ardiendo y destellando hasta llenar la casita. Eran tan brillantes que Norreen no pudo seguir contemplndolas. Prenderan fuego a su hogar? Encontrara Garth una ruina humeante y nunca sabra qu haba sido de ellos? Volvera alguna vez su esposo? Y entonces sinti un cosquilleo que se esparci por todo su cuerpo, como si las chispas se le hubieran metido debajo de la piel. Y un instante despus estaba cayendo, llorando en el vaco. *** Cuando las chispas se desvanecieron, Norreen se encontr en una pequea habitacin sin ventanas. Las cuatro paredes del diminuto cuarto estaban adornadas con tapices, hermosos pero ya un tanto descoloridos, y un candelabro de hierro proporcionaba la iluminacin. Segua inmovilizada con el rostro en el suelo, sujetada por dos hroes que le colocaron un collar de hierro alrededor del cuello y despus lo unieron a grilletes en sus muecas, que fueron colocadas a su espalda. Norreen consigui no asfixiarse estirando los brazos hacia arriba. La mujer rubia se ri. --Esto es como ponerle a un ratn un grillete hecho para las patas de un elefante. --Conoces las reglas. Todava no estn preparados para recibirnos? --pregunt Natal. Acall los gritos de Hammen pellizcndole la nariz y cerrndole la boca con un par de dedos, con lo que impeda que el nio pudiera respirar. Hammen jade desesperadamente, intentando tragar aire cuando Natal apart la mano de su rostro. Norreen se retorci impotentemente bajo sus ataduras de hierro. No poda hacer nada aparte de esperar que les dieran una muerte rpida, en vez de enviarlos a las mazmorras para que los aprendices de torturadores pudieran hacer prcticas con ellos. --Ya han hecho la seal --dijo Natal desde la puerta--. Vamos. Procurad tener buen aspecto: las cabezas erguidas, los hombros hacia atrs. El orgullo antes que cualquier otra cosa, pens Norreen. Realmente haba nacido entre aquellas gentes de corazn duro e implacable? Un instante despus sus grilletes recibieron un salvaje tirn, y Norreen fue sacada a rastras

de la diminuta sala de espera... ... para entrar en una lujosa cmara que habra podido ser una sala del trono si Benalia hubiera tenido una dinasta real. Pero la ciudad-estado no tena un rey, sino un sistema de castas rotatorias..., y Norreen sinti un horrible vaco en las entraas cuando comprendi cul era la casta que mandaba durante aquella estacin, y quin gobernaba a la casta. Docenas de cortesanos, parsitos y mirones estaban inmviles en la sala, todos vestidos con ropas caras pero sencillas, esperando impacientemente que se les ofreciera un poco de diversin. En el centro de la sala colgaba un largo estandarte azul adornado con conchas rosadas, el color y el emblema de la casta gobernante de aquel momento, el Clan Deniz. Al final de la sala haba un estrado con una larga mesa de madera lustrosa y reluciente, de aspecto muy sencillo pero muy cara, como todo en Benalia. Sentados a la mesa haba siete ancianos, los lderes de su casta. El Portavoz de la Casta ocupaba el asiento central, y Norreen le conoca demasiado bien. El canciller estaba inmvil a un extremo de la mesa, sosteniendo en las manos un rollo de pergamino ribeteado de rojo. Rojo, el color de la sangre... Eso indicaba un asunto de la mxima importancia, una cuestin de vida y muerte. Norreen saba que la muerte de la que se iba a hablar era la suya. Mientras los siete ancianos y la corte escuchaban en silencio, y los hroes inmviles detrs de ella mantenan firmemente sujetos los grilletes de Norreen y a su hijo, el canciller empez a leer el pergamino. --Rakel de Dasha de Argemone de Kynthia --estaba citando los nombres de las madres de Norreen--, se te acusa... El discurso era muy ampuloso y florido, y dur bastante rato. Nada de cuanto se dijo era nuevo para Norreen. Haba sido portadora del escudo del lder de la guerra, una mujer llamada Alaqua, que haba muerto en combate. Por derecho y por costumbre, Norreen tendra que haber muerto antes o haber muerto con ella. En vez de morir, Norreen haba sobrevivido. Explicar que tena tres flechas clavadas en el cuerpo y que el hacha de un enano le haba asestado un terrible golpe en la cabeza no hubiera servido de nada. Benalia no estaba interesada en la justicia, sino en las reglas. Los crmenes fueron sucedindose unos a otros mientras Norreen iba llenando mentalmente los huecos en el recitado: cmo haba huido a Estark (inconsciente dentro de un carro repleto de cadveres) y acechado en secreto (catorce meses en un hospital para pobres) sin informar a sus seores (un detalle muy sutil, ya que ni siquiera saba dnde se encontraba Estark en relacin a Benalia), cmo haba rebajado y denigrado su profesin librando duelos callejeros para diversin de las turbas (y para obtener comida), y haba luchado a muerte en la arena sin compensacin (para salvar la vida de Garth, el hombre del que se haba enamorado), y etctera, etctera. Norreen esper a que llegara el final del discurso, y su muerte con l. Pens en su hijo, e intent no llorar. La lista de acusaciones termin por fin. --Cmo te declaras? --Culpable de todas las acusaciones. Se haba declarado inocente alguien alguna vez? Norreen habl con voz firme y tranquila. Por lo menos poda morir con dignidad. Pero su hijo... Oh, era tan joven! --Muy bien. Aguarda el castigo.

El Portavoz estaba intentando no sonrer. Norreen se limit a fulminarle con la mirada. De los centenares de hombres que haba en Benalia, tena que estar indefensa precisamente ante Sabriam, el hombre con el que se haba negado a contraer matrimonio. Pero Norreen saba contar, por supuesto, y tendra que haber sabido que su casta disfrutaba del poder sobre todas las dems durante aquella estacin. Eso no quera decir que el mantenerse lejos de Benalia hubiera sido una mala decisin, desde luego: Sabriam pareca ms consumido por la disipacin y sus distintas adicciones que nunca. Como gobernante, era continuamente agasajado por los clanes gobernantes de una de las ciudades ms grandes de los Dominios, y las fiestas nocturnas estaban empezando a pasarle la factura: el vino, los banquetes y las orgas probablemente acabaran con l antes de que el ao llegara a su fin. Norreen esper que as fuera. Sabriam se limpi el mentn y no pudo resistir la tentacin de burlarse un poco de ella. --Benalia se siente especialmente desilusionada, Rakel. Alaqua no tena igual entre nuestros lderes de la guerra, y t eras su escudera ms prometedora... Pero le fallaste, y como consecuencia las montaas del Hierro Rojo siguen fuera de nuestra esfera de influencia. La ciudad ha pagado un precio muy alto durante el tiempo que has estado fuera, divirtindote y pasndolo bien lejos de Benalia. Sabriam casi se lami los labios despus de pronunciar la ltima palabra. --Qutame las cadenas y te ensear cul es la diversin que ms me gusta --rechin Norreen. Una risita lquida, y Sabriam tuvo que volver a limpiarse el mentn. --Debo aadir que yo tambin sufr una severa desilusin cuando rechazaste mi oferta de matrimonio. Eso fue un terrible insulto para m y para mi clan. Norreen estaba hirviendo de furia. Ser ejecutada ya era bastante malo, pero tener que soportar aquella charla era todava peor. --T s que eres un insulto a tu clan y a toda Benalia, Sabriam! Que tus manos llenas de verrugas controlen el destino de esta ciudad es como permitir que los chacales cuiden del cementerio! Y en cuanto al matrimonio, antes me acostara sobre los excrementos con un cerdo que contigo. El olor sera mucho ms agradable, habra menos probabilidades de pillar alguna enfermedad, y cuando el cerdo me abandonara por una botella o por un muchachito no me llevara ninguna sorpresa! La corte dej escapar un jadeo colectivo, aunque hubo muchos que soltaron risitas. Incluso algunos de los ancianos que flanqueaban a Sabriam sintieron deseos de asentir, pues la rivalidad que exista entre los clanes era tan feroz como las peleas callejeras entre ellos. Sabriam percibi el ridculo que se agitaba a su alrededor, y cuando volvi a hablar le tembl la voz y acompa las palabras con una pequea rociada de gotitas de saliva. --Preparadla! Las manos que la haban estado aferrando se movieron sobre sus grilletes, y la guerrera rubia se coloc delante de Norreen con una larga daga blanca en su mano. Era la temida daga de Benalia, el signo de un hroe. Van a matarme aqu mismo, en la cmara? --pens Norreen--. Ah, bueno, mejor aqu que en las mazmorras. Su hijo recordara que su madre muri con

orgullo... Pero el cuchillo suspendido sobre su cuello no busc su corazn. En vez de eso, lo que hizo fue besar su piel mientras iba deslizndose por la parte delantera de su corpio, cortando las cintas que lo mantenan cerrado. La hoja sigui bajando, hendiendo sus ropas hasta dejarla desnuda. Los cortesanos murmuraron y soltaron risitas maliciosas. Norreen se ruboriz, volvindose de un rojo carmes desde la cabeza hasta los pies, y las risitas se hicieron ms ruidosas. Norreen no poda creer que estuviera siendo objeto de aquel insulto tan descomunal. Una herona debera tener derecho a una muerte de herona. La rubia dej escapar un resoplido despectivo mientras contemplaba el cuerpo desnudo de Norreen: las nalgas engrosadas, las gordas piernas, el estmago saliente, los pechos colgantes que rezumaban leche... Salvo por su rostro y sus brazos, su piel era muy blanca. Norreen haba perdido el bronceado, mientras que los guerreros se adiestraban bajo un sol abrasador. Alguien dej un pequeo bulto de telas al lado de Norreen, y la rubia se inclin para cogerlo. En el nombre de los Eternos qu le estaban haciendo? La estaban vistiendo. La rubia le orden que levantara el pie y Norreen obedeci, asombrada. Con la ayuda de uno de los hombres, le fueron subiendo los pantalones de cuero a lo largo de sus gruesas pantorrillas y muslos, gruendo bastante ms de lo necesario teniendo en cuenta el esfuerzo que hacan. Cubrieron el torso de Norreen con el chaleco de cuero de una herona, y despus anudaron las cintas debajo de sus sobacos a pesar de las cadenas. Finalmente, le colocaron el arns de guerra con sus bolsas y su espada corta, su daga y sus guanteletes, le colgaron un escudo redondo a la espalda y la calzaron con botas. Despus la rubia retrocedi un par de pasos, y escupi para demostrar lo mucho que la irritaba tener que ocuparse de tareas mundanas. Pero Norreen segua estando llena de preguntas. Desde cundo vestan a los condenados como si se fueran a la guerra? --Las cosas han cambiado --respondi Sabriam como si le hubiera ledo la mente--. Hemos instaurado una nueva poltica. Ya no ejecutamos a los criminales. --Criminales... Los ecos de la palabra resonaron dentro de sus pensamientos--. Ya no desperdiciamos... recursos valiosos. La mencin del dinero arranc siseos ahogados a la multitud. Los guerreros no eran pescadores o zapateros remendones. Sabriam sigui hablando, levantando la voz como si quisiera acallar una vieja discusin. Benalia nunca andaba escasa de discusiones. --En una nueva demostracin de clemencia, concedemos una oportunidad de redimirse a quienes han sido condenados. Solo una... Has sido elegida para obrar segn los deseos del Castillo Parlante. Si haces bien tu trabajo, sers perdonada y readmitida en la sociedad de los hroes. Si fracasas, se te ejecutar. Todava prisionera, pero sintindose ms fuerte con sus vestimentas de guerrera, Norreen decidi hablar. --Cul es mi misin? --pregunt. --Se est reuniendo un ejrcito en las tierras del este. Dicho ejrcito planea expandirse desde el este hacia el oeste, y amenazar a la mismsima Madre Benalia. Debes unirte a ese ejrcito o introducirte en l sin ser vista, lo

que te parezca ms adecuado, y asesinar a sus lderes. --Quines son esos lderes? --pregunt Norreen. Pedir aclaraciones y detalles acerca de una orden era una reaccin automtica en ella. La cabeza le daba vueltas ante aquella suspensin de condena tan inesperada. En un momento dado estaba muerta, y al siguiente estaba viva y era lanzada al campo de batalla como un perro de caza. Saba que Sabriam tena que estar mintiendo: aquella misin slo poda tener como objeto reforzar el poder y el dominio de su clan. --Los lderes son una hechicera, una joven llamada Mangas Verdes de la que se dice que posee un gran poder sobre la naturaleza, y el general del ejrcito, llamado Gaviota el leador. Hazte con sus cabezas, y Guyapi te har volver en cuanto las tengas. --Y qu hay de mi hijo? Norreen no haba tenido intencin de gritar, pero el alarido le fue arrancado del corazn contra su voluntad. Sabriam sonri, una mueca babeante. --Tu... bastardo... se quedar aqu para que est protegido, y ser entregado a los maestros para que vaya recuperando todo el tiempo y las lecciones perdidas. Aunque me imagino que llevar tal atraso que los otros nios lo pondrn a prueba..., con mucha frecuencia. Si tardas mucho en regresar quiz ni siquiera reconozcas al nio, as que procura volver lo ms pronto posible. Hechicero! --No! --grit Norreen. Los maestros eran implacables, algo que Norreen saba muy bien por su experiencia personal. Le arrancaran hasta el ltimo gramo de humanidad a su dulce y querido nio, e incluso era posible que decidieran matarle nicamente para dar un ejemplo a los otros estudiantes. --Noooooooo! Se lanz hacia adelante, tirando de sus ligaduras y escapando a las manos de sus captores. Norreen corri hacia el estrado, manteniendo el cuerpo inclinado hacia adelante para no caer. Subi al estrado de un salto, movindose con una vieja agilidad que no conoca vacilaciones ni fallos, y despus dio otro salto que la coloc encima de la mesa. Sabriam retrocedi torpemente, aturdido y lento en sus reacciones. Norreen tuvo tiempo de asestar una potente patada --que aplast la nariz de aquel sapo e hizo brotar chorros de sangre-- antes de que la arrancasen de la resbaladiza superficie de la mesa y la hicieran caer. Se derrumb sobre el estrado y su hombro choc con l. Alguien la agarr para darle la vuelta, pero Norreen lanz otra patada y oy el crujido de una rodilla que se rompa. Entonces la mano de la rubia descendi, con la empuadura de la daga por delante, y el pesado diamante utilizado para romper crneos que estaba incrustado en el pomo del arma hizo que la cabeza de Norreen rebotara sobre el suelo de teca y le llen los ojos con un estallido de estrellas. Norreen, que segua luchando y debatindose, vio cmo el hechicero Guyapi extenda las manos hacia ella y las chispas empezaban a surgir de las puntas de sus dedos. --Mam! --grit su hijo--. No me dejes! Y entonces las chispas la envolvieron, y Norreen volvi a caer en el vaco.

_____ 3 _____ --Dejadlo! No e-es im-importante! Mangas Verdes intent hacer salir a sus seguidores de su tienda, pero todos siguieron dndose codazos y removindose en un continuo entrechocar de traseros mientras llenaban de fardos y objetos cuatro grandes bales de viaje. Mangas Verdes se inclin para coger a su tejn antes de que alguien lo pisara y recibiese un mordisco. La bestia de hirsuto pelaje surcado por franjas grises y marrones era spera al tacto, y tena el pelo tan tieso y duro como un caballo. Una de sus orejas luca una muesca resultado de una pelea librada haca mucho tiempo. El tejn no era una mascota ni un familiar. Slo era otro de los animales salvajes que seguan a Mangas Verdes de un lado a otro, como el gorrin posado sobre su hombro que un da haba bajado de un rbol y se haba quedado all. La joven hechicera se volvi hacia la entrada abierta de la tienda al or un potente aleteo en el cielo, como un kilmetro de ropa recin lavada que chasqueara en una inmensa cuerda de la colada. El tornado giraba en la lejana, pero no se aproximaba. Cul poda ser la causa de ese ruido entonces? El tejn que sostena en sus brazos gru. La gente recoga nios, armas y herramientas por todo el campamento y corra hacia el bosque. Mangas Verdes, que era responsable de todos, empez a gritar. --Huid to-todos! Y e-escondeos... La joven se rindi. Nadie la estaba escuchando, y ponerse nerviosa slo serva para que su tartamudeo empeorase todava ms. --Yo me voy! --grit la siempre prctica Lirio mientras se pona la capa--. Tenemos que salir de aqu y huir al bosque! Vamos, Mangas Verdes! Pero los dos hombres no le hicieron ningn caso y se limitaron a seguir llenando los cofres todava ms deprisa que antes. Los dos eran estudiantes de magia, personas que amaban la magia pero eran incapaces de hacer conjuros. El ms bajo se llamaba Tybalt, y haba sido nombrado encargado de los artefactos del ejrcito. Tena una enorme nariz, unas patillas ms bien ralas y unas orejas lo suficientemente puntiagudas para sugerir que por sus venas corran unas cuantas gotas de sangre de elfo. El otro era Kwam, un muchacho alto, esbelto y muy moreno. Mangas Verdes tena a cuatro de aquellos estudiantes a su servicio: intentaban descifrar los enigmas de lo que poda considerarse como un autntico tesoro de artculos mgicos, el botn obtenido por el astuto y traicionero Liante, el hechicero que haba tratado de sacrificar a Mangas Verdes y matar a Gaviota. Obligado a huir, Liante haba dejado abandonados cuatro arcones repletos de pergaminos, artefactos, juguetes, pociones y cachivaches sin ningn valor. No haba forma de distinguir lo que era valioso de lo que careca de valor, por lo que los estudiantes de la magia estaban recogindolo todo. Y entonces el ataque cay sobre ellos, tan repentino como un rayo surgido de un cielo invernal. Unos cuantos segundos bastaron para que varias cabezas envueltas en

telas multicolores se alzaran sobre el horizonte de arbolillos, y despus aparecieron guerreros de piel oscura vestidos con ropajes maravillosamente abigarrados..., que viajaban sobre alfombras voladoras. Las alfombras tenan unos dos metros de longitud complejamente tejidos con todos los colores del arco iris y adornados por borlas que aleteaban en las cuatro puntas, y formaban un conjunto casi insoportablemente abigarrado en aquel grisceo da invernal. Mangas Verdes se pregunt cmo se las arreglaban para dirigirlas, pues los atacantes se limitaron a mirar hacia abajo para hacer descender a sus temblorosas alfombras. Las alfombras quedaron suspendidas a unos treinta centmetros del suelo, como para evitar ser ensuciadas por la tierra y la nieve embarrada. Los incursores vestan holgadas camisas de colores chillones, pantalones bombachos y botas amarillas con la puntera curvada hacia arriba. Capas tan ligeras como la seda revoloteaban alrededor de sus hombros mientras se movan con la gracia de danzarines de ballet. Pero los recin llegados eran unos danzarines mortferos. Aullaron un nombre en una lengua desconocida, desenvainaron cimitarras de hojas curvas y se lanzaron al ataque. El primero en morir fue un derviche muroniano que haba estado girando y entonando su cancin de catstrofe y muerte. El derviche hizo realidad su profeca, pues un hombre volador lo derrib con un mandoble de su espada. El derviche, que an gimoteaba su cntico, se encogi entre los sucios pliegues de su tnica y cay de bruces sobre la nieve embarrada, donde sigui canturreando hasta que otro invasor le separ la cabeza del cuello de un solo golpe asestado con una hoja que estaba tan afilada como una navaja de afeitar. Hombres y mujeres de piel oscura --una veintena o ms-- iban y venan como una exhalacin por el campamento, derribando a los escasos rezagados que haban sido demasiado lentos en su huida. Una cocinera muri, con un cucharn todava derramando salsa en su mano. Un cartgrafo slo logr sacar la mitad de su machete de la vaina antes de acabar destripado de un sablazo. Al ver que se les negaba un rico botn de vctimas, una docena de incursores saltaron sobre las alfombras que temblaban en un suave e incesante ondular, ladraron rdenes a sus monturas y se remontaron por encima de las conferas para buscar vctimas en el bosque. Durante los primeros segundos de la incursin, media docena de merodeadores convergieron sobre Mangas Verdes y su tienda. La hechicera, boquiabierta y con los ojos desorbitados, gir sobre sus talones para entrar corriendo en ella. Si lograba protegerles de alguna manera --suponiendo que consiguiera recordar cmo hacerlo--, podra salvarse y salvar a sus estudiantes. Pero apenas haba tenido tiempo de volver a cerrar el pliegue de la entrada cuando Lirio grit. Toda la parte delantera de la lona amarillenta qued rajada de arriba abajo. Un hombre de rostro huesudo y muy moreno que luca una perilla negra y un turbante emplumado la haba rasgado desde la punta del poste hasta el suelo. El hombre dirigi un veloz chorro de palabras incomprensibles a las mujeres, probablemente dicindoles que no se movieran, y despus lanz un torrente de parloteo igualmente incomprensible a sus compaeros. Ms cimitarras hicieron jirones la gruesa lona de la tienda. Las cuerdas fueron cortadas, y el poste que sostena la tienda se fue inclinando y acab cayendo sobre la lona destrozada. Mangas Verdes y Lirio retrocedieron hasta

tropezar con Tybalt y Kwam mientras los incursores de ambos sexos las dejaban al descubierto como granjeros que acabaran de abrir un nido de ratas. La plida claridad solar ilumin dos catres de acampada, cuatro arcones recubiertos de tallas y adornos, una alfombra bastante sucia y nada ms. Los incursores empuaban con mano firme sus cimitarras, creando un anillo de acero en el que estaban atrapados las dos hechiceras y los estudiantes. Un nombre --Karli-- se abri paso entre el burbujeo de su charla. Mangas Verdes vio que su aliento formaba nubculas en el aire fro y que les castaeteaban los dientes: con la excitacin de la batalla momentneamente apagada, los incursores empezaron a notar el fro y se envolvieron los hombros con sus capas de seda. --Qu andan buscando? A nosotras, quiz? --grazn Lirio--. Y a qu estn esperando? Mangas Verdes no respondi. Su vida dependa de ello, pero no poda recordar cmo se las haba arreglado para protegerse en el pasado. Por centsima vez, dese conocer los misterios del arte de lanzar hechizos. La respuesta lleg cuando otra figura apareci en el cielo: era una mujer vestida con ropajes todava ms abigarrados y de colores ms vivos, e iba rodeada por cuatro incursores montados en alfombras voladoras. Aquella hechicera volaba por los aires sin una alfombra, como si pudiera mantenerse de pie sobre el vaco. Calzaba unas zapatillas rosadas de punta tan curvada que se enroscaba sobre el empeine y provistas de unas diminutas alas que zumbaban como las de un ruiseor. La mujer alz los brazos y se pos tan grcilmente como una mariposa en el centro del campamento devastado. Era bajita y delicada como una flor de cactus, y tena la piel oscura como la caoba y los cabellos blancos como un diente de len. Llevaba una chaquetilla recubierta de brocados, pantalones largos de una tela bastante gruesa, y una capa de plumas amarillas tan finas y delicadas que parecan vellones de lana. El rasgo ms curioso de su atuendo era que las solapas y la cintura de su chaquetilla quedaban ocultas por una mirada de botoncitos y medallones. Su sonrisa era triunfante y arrogantemente satisfecha de s misma. Mangas Verdes reconoci aquella sonrisa. La haba visto en el rostro de Liante, normalmente en el momento culminante de una nueva traicin. El tejn que sostena en sus brazos volvi a gruir, y el gorrin --al que haba puesto por nombre Hueso de Cereza-- avanz a saltitos sobre su hombro y se ocult detrs de la cabeza de Mangas Verdes. La mujer se pos sobre la nieve embarrada con una cautelosa delicadeza, como una gata que temiera mojarse las zarpas, y fue hacia los restos de la tienda. Despus arque una ceja ante sus ocupantes: Lirio envuelta en pieles y lana blanca, sus prendas adornadas con flores bordadas en hilo amarillo, azul y rojo, todas ellas mostrando las manchas y la suciedad del viaje; y Mangas Verdes, que siempre pareca un bribonzuelo sin hogar, con su maltrecha falda de lana, una chaqueta harapienta cuyas mangas verdes haban sido recortadas, una tosca capa sostenida en el hombro mediante un broche de latn, un viejo chal por encima de ella, y un sombrero para ocultar su enmaraada cabellera castaa. La hechicera, que deba de ser Karli, se dirigi a las dos mujeres en un lenguaje cantarn que haca pensar en un burbujeo de aceite emergiendo de la

arena. Su tono era condescendiente: poda reconocer la hechicera en cada una de ellas, pero la sencillez de las prendas y el descuido general de su apariencia slo le inspiraban desprecio. Despus frunci el ceo al ver que no respondan y prob otro lenguaje, con tan poco xito como antes. Viene de muy lejos --pens Mangas Verdes mientras meneaba la cabeza--, y ha llegado de un lugar de los Dominios que se encuentra muy alejado de aqu. Irritada, la hechicera lanz una mirada llena de codicia que fue ms all de Tybalt y Kwam y acab posndose en los cuatro arcones repletos de tallas que reposaban sobre la arrugada alfombra. Lirio carraspe. Mangas Verdes enseguida reconoci la mirada, identificndola como el deseo de hacerse con las posesiones de otra hechicera. Karli roz con la punta de un dedo un botn de cristal que llevaba en la solapa y extendi dos dedos hacia los estudiantes. Tybalt y Kwam grueron como si acabaran de recibir una patada en el estmago. Un golpe invisible hizo que sus pies dejaran de estar en contacto con el suelo, y los dos estudiantes fueron arrojados hacia atrs y volaron unos tres metros por el aire para acabar chocando con la hilera de conferas. Las ramas se partieron y chasquearon, rodeando sus cuerpos y ocultndolos. Karli acarici otro medalln, ste en forma de cabeza de len, y habl a sus incursores con voz cantarina. Los guerreros se apresuraron a retroceder y se fueron a toda prisa, dejando nicamente a dos centinelas prudentemente apostados detrs de Karli con las espadas desenvainadas. Los otros incursores se dedicaron con gran entusiasmo al saqueo y el vandalismo, desenrollando petates, vaciando cajas y mochilas e, incluso, derribando a patadas todos los cacharros de cocina. Eso dejaba nicamente a Mangas Verdes y Lirio para enfrentarse a Karli. Mangas Verdes tuvo un destello de intuicin, y pens que aquella hechicera crea que ya tenan en accin algn hechizo protector (y Mangas Verdes dese que as fuera)..., y comprendi que algn hechizo horrendo estaba a punto de caer sobre ellas para abrirse paso a travs de ese escudo inexistente. Antes de que eso pudiera ocurrir, Mangas Verdes pronunci un hechizo muy familiar y de cuyo efecto estaba totalmente segura. Y ocho gigantescos lobos del bosque surgieron de la nada, gruendo y formando un crculo alrededor de ella y de Lirio. *** Un mono gigante. Gaviota lo reconoci gracias a los dibujos de un viejo libro que haba visto en una ocasin. Era un mono tan grande como un hombre alto y robusto, recubierto de un lustroso pelaje tan duro y spero como el de un jabal, una criatura monstruosamente fuerte y feroz. O eso pareca. Con todo, segua siendo un animal, y Gaviota no tena ni tiempo ni deseos de enfrentarse a una bestia sin cerebro. Tena que llegar al campamento, que estaba siendo atacado por los jinetes de las alfombras voladoras. El gorila alz los brazos por encima de la cabeza y solt un grito gutural, pero no atac. Gaviota, que haba crecido en una granja, comprendi que el simio se estaba limitando a ofrecer una exhibicin de ferocidad, fingiendo atacar con el objetivo de convertirse en rey del gallinero mediante un farol. Y en vez de atacar, el leador decidi imitar a la bestia, esperando que el

gorila comprendiese que estaba presenciando una fiel copia de sus acciones. Gaviota alz su hacha por encima de la cabeza, empundola con las dos manos, y devolvi el aullido que acababa de escuchar. El gorila se irgui cuan alto era --revelando ser ms alto que Gaviota--, levant los brazos hacia el cielo y volvi a rugir. Fuego de los titanes --pens Gaviota--, esta criatura es inmensa! Deba de pesar tanto como un toro. Aquellos puos probablemente podran incrustarle la cabeza en el centro del torso. Pero el gorila an no le haba atacado. Gaviota movi su hacha de un lado a otro y volvi a rugir. Vio por el rabillo del ojo cmo Toms y otro soldado avanzaban en un lento movimiento circular hasta colocarse junto a l, con el arco y la ballesta preparados para hacer fuego. Gaviota no necesitaba aquella ayuda, que poda asustar al gorila lo suficiente para que decidiese atacar. El leador dio un paso hacia adelante y sigui gritando hasta que le doli la garganta. Haba entrado en el radio de accin de aquellos brazos imposiblemente largos, y aferr su hacha todava con ms fuerza que antes. Tal vez la necesitara. El simio ola a estircol y a sudor rancio. Gaviota sigui gritando hasta acabar con la garganta en carne viva. El gorila parpade, y sus gruesos labios se fruncieron en un gruido salvaje. Despus la bestia gir repentinamente sobre s misma y se esfum por entre los troncos. El gigantesco animal se desvaneci, dejando el lento ondular de la punta de una rama como nica seal de su marcha. Toms abri la boca para decir algo, pero lo que hizo fue soltar una maldicin y sealar con la mano. Media docena de negras siluetas encorvadas se alejaron velozmente por el bosque. Gaviota supuso que seran hembras o machos menos robustos. Si alguien vena a vivir all alguna vez, las leyendas sobre los demonios de las colinas duraran hasta el fin de los tiempos. Y, pensndolo bien, despus de lo ocurrido los soldados tendran otra historia increble sobre Gaviota el leador para contarla cuando estuvieran sentados alrededor de la hoguera del campamento. --Va... --Gaviota tosi, con la garganta ardiendo--. Vamos! Haz formar a tus tropas. Hemos de llegar al campamento para echar de ah a esos condenados jinetes que montan alfombras. Alfombras voladoras..., pens con amargura. Nuevas insensateces creadas por los hechiceros. Acaso nunca tendran fin? Por qu los hechiceros no podan canalizar sus poderes para una buena causa, como mejorar los campos con vistas a la siembra, curar a los enfermos, drenar pantanos o coleccionar mariposas? Qu razn poda haber para atacar al squito de un hechicero en mitad de un erial vaco y desolado? La razn era que estaban sedientos de poder, naturalmente. Eran como los dragones, que se coman a otros dragones y se hacan ms fuertes devorndose entre s. La vida surga de la muerte de otros, y los hechiceros aspiraban a mandar sobre todas las criaturas vivientes. Gaviota expuls esos extraos pensamientos de su mente, y volvi a comprobar que los soldados seguan con l y que estaban avanzando lo ms deprisa posible a travs de las conferas con rumbo al campamento. No haban andado ms de treinta metros cuando un derviche muroniano surgi de entre los rboles y fue corriendo hacia ellos, aullando y con el capuchn echado hacia atrs y la sangre que brotaba de una herida en la

cabeza chorreando por su cara. El aterrorizado derviche choc con Gaviota y empez a manotear frenticamente, buscando proteccin. El leador tuvo que apartarle de un empujn para poder seguir adelante. Uno de los soldados de Toms dej escapar un grito y seal con un dedo. Acercndose velozmente desde el campamento llegaba una alfombra voladora. La incursora que viajaba sobre ella estaba tan absorta en la vctima a la que ya haba herido que no vio a los soldados hasta que ya era demasiado tarde. Una flecha se incrust encima de sus senos. En el mismo instante, un dardo de ballesta se abri paso a travs de la alfombra y le atraves una pierna. El doble impacto hizo que la mujer se tambaleara. Gaviota esperaba verla caer de la alfombra, pero sta sigui unida a sus pies incluso mientras la mujer se doblaba lentamente sobre s misma y se precipitaba desde el cielo. Pegamento mgico --pens el leador--. Un hechizo muy til... La incursora dio un par de giros por el aire, como un guila herida envuelta en ropajes multicolores, antes de estrellarse entre los rboles. Gaviota se pregunt qu clase de botn podra proporcionarles, y despus se reproch a s mismo haberse permitido tales pensamientos. Se estaba volviendo tan codicioso como sus soldados, pero lo cierto era que ltimamente sus gastos estaban alcanzando magnitudes tremendas. Sigui corriendo y oy a una mujer que chillaba rdenes, hombres que gritaban maldiciones en una lengua extraa y gruidos que parecan surgir de una pelea entre perros. Cuando por fin logr salir de entre los rboles, Gaviota se sacudi las agujas que le pinchaban la piel llenndosela de escozores y recorri el campamento con una rpida mirada. Sus ojos se posaron sucesivamente en los cadveres y el vandalismo, la hechicera de piel morena y cabellos blancos y los dos guardias que amenazaban a Mangas Verdes y Lirio, y en la manada de lobos que se apresuraba a defenderlas. Qu hacer? Proteger a su hermana y a su amiga? Proteger a los inocentes que haban buscado refugio en el bosque? Matar incursores? Quin saba cul era el curso de accin ms aconsejable en una batalla, y cul era el acto ms insensato elegido por quienes luchaban en ella? Gaviota ni siquiera era un soldado, y mucho menos un general! Detrs de l resonaron rugidos que invocaban a Torsten, Ragnar, Jacques le Vert y una docena de dioses de la guerra ms. Los doce soldados de Toms surgieron del bosque, llenos de ardor guerrero y deseos de atacar. Los incursores de abigarrados ropajes, aquellos guerreros sometidos a la voluntad de la hechicera de los cabellos blancos, abandonaron su saqueo para gritar un potente desafo de rplica. Gaviota pens que sus acciones ya haban sido decididas. Alz su temible hacha de leador y atac. Hizo girar el hacha por encima de su cabeza y se lanz sobre el primer merodeador, que era una mujer..., y que adems result ser increblemente rpida. La mujer se hizo a un lado con un veloz salto perfectamente equilibrado y dirigi la punta de su cimitarra hacia el rostro de Gaviota, que se precipitaba sobre ella. El leador se retorci, esquivando la hoja con un chillido ahogado mientras adelantaba su hacha con un torpe vaivn en vez de usarla para golpear correctamente. No logr herir a la incursora, pero la oblig a apartarse de un salto y, un instante despus, estuvo a punto de empalarse en la punta de la espada. Gaviota perdi el equilibrio y se tambale sobre la nieve embarrada. Cuando hubo logrado recuperar el equilibrio --esperando sentir la glida

punzada de un acero en la espalda durante todo ese rato--, Toms ya se estaba enfrentando a la incursora. El veterano hizo una finta con su escudo y consigui engaar a la mujer, haciendo que se lanzara contra el escudo y liquidndola limpiamente despus mediante un veloz mandoble que le raj la trquea. Toms ya haba reanudado su avance antes de que la mujer muriera. Gaviota sigui adelante, tropezando con races y tocones, y acab unindose al combate. Los gritos de batalla haban hecho que la mayor parte de los soldados de Neith y Varrius vinieran corriendo desde el bosque, por lo que estaban igualados en nmero con los incursores. Pero aquellos halcones del desierto eran unos luchadores temibles y llenos de recursos. Gaviota vio cmo un hombre vestido con colores tan vivos como el plumaje de un pjaro haca retroceder a tres de sus guerreros. Un sable derrib a una combatiente que empuaba una pica. Sera difcil vencerles..., si es que podan hacerlo. Gaviota alz su hacha y corri hacia el grupo de incursores que estaba atacando a los hombres de Neith, cargando sobre su flanco derecho mientras gritaba Seguidme! Adelante! y otras tonteras similares. Los soldados de Neith --la mayora eran hombres, con tres o cuatro mujeres entre ellos-intentaron mantener su maltrecha formacin mientras avanzaban, dndose nimos con gritos enronquecidos. Los moradores del desierto se prepararon para enfrentarse al torpe ataque de Gaviota. Pero el leador tuvo el suficiente sentido comn para detenerse antes de entrar en el radio de accin de las espadas, aunque todava lo bastante cerca para poder usar su hacha. El incursor del desierto que tena delante comprendi su error cuando ya era demasiado tarde para remediarlo. El filo del hacha se incrust en su costado justo debajo del sobaco, matndole al instante y haciendo que su cuerpo saliera despedido hacia atrs y chocara con el de su compaera de incursin. Gaviota aprovech aquella ventaja momentnea para seguir atacando, y arranc el hacha de las costillas del agonizante y la hizo girar sin perder ni un instante para hundir el pomo en las tripas de la mujer. La incursora dej escapar un jadeo ahogado y se derrumb. Gruendo, odiando lo que haca y a s mismo, Gaviota la golpe debajo del mentn, rompindole la mandbula. Maldita hechicera --pens--, y malditas sean todas estas muertes innecesarias. Aquellas personas se vean obligadas a luchar y eran esclavas de la magia, forzadas a combatir hasta la muerte por la vanidad de un hechicero. El leador pens que todo aquello slo tena una cosa buena, y era que aunque el ejrcito que obedeca sus rdenes y las de su hermana deba luchar y morir, todos sus soldados eran voluntarios. Nadie era reclutado por la fuerza. Los combatientes aullaban, chillaban, gritaban y moran a su alrededor. Los defensores, aquellos que haban decidido seguir a Gaviota, estaban manteniendo sus posiciones y no se retiraban. El leador no poda ver qu tal le estaba yendo a su hermana con los lobos, pues la batalla se haba vuelto particularmente encarnizada alrededor de su tienda. Gaviota empez a preguntarse si podra expulsar a los demonios del desierto e invertir el curso del combate cuando Helki entr al galope en el claro con un retumbar de pezuas. --Gaviota! --grit la centauro--. Vienen tropas de caballera! Son veinte jinetes, o ms!

*** Los acontecimientos se estaban sucediendo tan deprisa que Mangas Verdes apenas poda seguirlos. La visin de los lobos hizo que los dos guardias de Karli dieran un salto. Ya fuese por lealtad o por compulsin mgica, los dos se prepararon para proteger a su seora. Un hombre reaccion instintivamente lanzando un mandoble contra el jefe de la manada, una enorme bestia de hirsuto y negro pelaje, consiguiendo herirle en el hocico mientras retroceda para esquivar el golpe. Normalmente las enormes bestias no habran atacado si no eran atacadas antes, pero estaban confusas y asustadas, y sus gruidos y feroces chasquidos de mandbulas hicieron vibrar el aire. El gran lobo salt para proteger a su manada. Un instante despus el lder de los lobos y cuatro animales ms ya estaban encima del hombre, gruendo, mordiendo y sacudiendo salvajemente las cabezas de un lado a otro para desgarrar la carne hasta revelar el hueso. El otro guardia empez a lanzar mandobles contra los lobos, pero slo consigui hacer que el resto de la manada se lanzara sobre l. La hechicera ignor la carnicera que estaban sufriendo sus guardias. Karli llev una esbelta mano morena a un medalln que colgaba de su cintura y ladr una palabra. Una cortina de fuego floreci alrededor de sus pies, como si fuera una bruja que estuviera siendo quemada viva. Las llamas subieron rpidamente hasta llegar a su cintura y su brisa hizo temblar las plumas amarillas de su capa, pero Karli no les prest ninguna atencin. Mangas Verdes y Lirio podan sentir el calor y oler el aroma resinoso de las ramitas de confera que ardan y el pesado olor a polvo que desprenda la lona recalentada. Visiblemente impaciente y de genio muy vivo, e incapaz de hablar su lengua, la mujer hundi los dedos en la palma de su otra mano. Usando imperiosamente el lenguaje de los signos, describi primero una forma redonda y luego movi los dedos para indicar pasos, acabando con un ondular que los hizo agitarse como si fueran los tentculos de un pulpo. Mangas Verdes, que no poda estar ms perpleja, intent entender lo que pretenda decirles con aquellos signos. La joven haba pasado la mayor parte de su vida con la cabeza llena de nieblas y aturdimiento y el cerebro repleto de un catico torbellino de mil pensamientos distintos que cambiaban a cada momento, y todava tena serias dificultades para concentrarse