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36 NI ANALÓGICOS NI DIGITALES: SIMPLEMENTE LECTORES (2010) MsC. José Alberto López Díaz No basta con que existan más lectores, debe existir también un cambio de paradigmas 1 . Leer para el presente En una escena memorable de Cinema Paradiso, el antológico filme rodado en 1988 por el director italiano Giuseppe Tornatore –quien es, a la vez, su guionista principal-, el personaje Alfredo, viejo proyeccionista de la sala de cine del mismo nombre en el ficticio poblado de Giancaldo, dice a Totò, el niño a quien inicia en los secretos del séptimo arte: El progreso siempre llega tarde. Para entender el sentido de estas palabras y por qué partimos de ellas en el presente trabajo, es necesario reconstruir el contexto que las explica. A fines de los años 40 los rollos de película se fabricaban con nitrato de celulosa, sustancia muy inflamable que requería del operador de cabina una cuidadosa manipulación para hacer visibles en pantalla las imágenes en ella impresas: había que acercarles unas pastillas de carbón que se quemaban lentamente y producían la luz requerida. Si las pastillas se colocaban demasiado lejos de la película, no generaban la suficiente luz; pero si se colocaban demasiado cerca, entonces el excesivo calor podía quemar la cinta. A pesar de que estos secretos se los revela el proyeccionista al joven aprendiz, un descuido de ambos genera un incendio que destruye el edifico y deja ciego a Alfredo. Años más tarde, cuando ya la tecnología ha cambiado, Totò invita al viejo operario a la cabina y le expone los avances del cinematógrafo. Es entonces cuando Alfredo lanza, envuelto en un halo de nostalgia, su categórico juicio: El progreso siempre llega tarde. Habría tenido razón el personaje si hubiera añadido algo que entonces escapa a su apreciación: para quién llega tarde el progreso. Objetivamente hablando, el progreso –el tecnológico, que es al que se refiere el personaje- llega siempre cuando tiene que llegar y, de hecho, nos está llegando continuamente aunque a veces de manera casi imperceptible, pues es la insaciable insatisfacción humana la que lleva a la búsqueda incesante de nuevos y nuevos caminos de desarrollo; pero no es menos cierto, viendo el fenómeno desde la subjetividad, que esa noción no se instala en todos los hombres por igual: hay quienes lo sueñan adelantándose a sus circunstancias históricas; hay quienes lo gestionan, quienes lo materializan, quienes lo padecen aunque se adaptan, quienes se resisten hasta el final; y hay quienes lo reciben como herencia y lo disfrutan… Para estos últimos, que no formarían parte de la generación de tránsito entre una y otra tecnología, la “conquista” o el “desconcierto” que es 1 Adelaida Nieto. ¿Se le hubieran quemado las alas a Ícaro si supiera leer? Conferencia ofrecida como directora del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), en el 5° Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro, celebrado en el marco de la 28ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (19, 20 y 21 de abril de 2002)

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NI ANALÓGICOS NI DIGITALES: SIMPLEMENTE LECTORES (2010) MsC. José Alberto López Díaz

No basta con que existan más lectores, debe existir también un cambio de paradigmas1.

Leer para el presente En una escena memorable de Cinema Paradiso, el antológico filme rodado en 1988 por el director italiano Giuseppe Tornatore –quien es, a la vez, su guionista principal-, el personaje Alfredo, viejo proyeccionista de la sala de cine del mismo nombre en el ficticio poblado de Giancaldo, dice a Totò, el niño a quien inicia en los secretos del séptimo arte: El progreso siempre llega tarde. Para entender el sentido de estas palabras y por qué partimos de ellas en el presente trabajo, es necesario reconstruir el contexto que las explica. A fines de los años 40 los rollos de película se fabricaban con nitrato de celulosa, sustancia muy inflamable que requería del operador de cabina una cuidadosa manipulación para hacer visibles en pantalla las imágenes en ella impresas: había que acercarles unas pastillas de carbón que se quemaban lentamente y producían la luz requerida. Si las pastillas se colocaban demasiado lejos de la película, no generaban la suficiente luz; pero si se colocaban demasiado cerca, entonces el excesivo calor podía quemar la cinta. A pesar de que estos secretos se los revela el proyeccionista al joven aprendiz, un descuido de ambos genera un incendio que destruye el edifico y deja ciego a Alfredo. Años más tarde, cuando ya la tecnología ha cambiado, Totò invita al viejo operario a la cabina y le expone los avances del cinematógrafo. Es entonces cuando Alfredo lanza, envuelto en un halo de nostalgia, su categórico juicio: El progreso siempre llega tarde. Habría tenido razón el personaje si hubiera añadido algo que entonces escapa a su apreciación: para quién llega tarde el progreso. Objetivamente hablando, el progreso –el tecnológico, que es al que se refiere el personaje- llega siempre cuando tiene que llegar y, de hecho, nos está llegando continuamente aunque a veces de manera casi imperceptible, pues es la insaciable insatisfacción humana la que lleva a la búsqueda incesante de nuevos y nuevos caminos de desarrollo; pero no es menos cierto, viendo el fenómeno desde la subjetividad, que esa noción no se instala en todos los hombres por igual: hay quienes lo sueñan adelantándose a sus circunstancias históricas; hay quienes lo gestionan, quienes lo materializan, quienes lo padecen aunque se adaptan, quienes se resisten hasta el final; y hay quienes lo reciben como herencia y lo disfrutan… Para estos últimos, que no formarían parte de la generación de tránsito entre una y otra tecnología, la “conquista” o el “desconcierto” que es 1 Adelaida Nieto. ¿Se le hubieran quemado las alas a Ícaro si supiera leer? Conferencia ofrecida como directora del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), en el 5° Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro, celebrado en el marco de la 28ª Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (19, 20 y 21 de abril de 2002)

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para otros, se asume de forma “natural” porque es parte de una herencia cultural recibida y, por tanto, de su realidad presente, al no haber participado de la experiencia vital del “tránsito”. La noción de progreso existe, en fin, para los que lo perciben como “lo nuevo”. No es de extrañar, entonces, que ya haya una generación para la cual las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTICs) hayan empezado a ser tomadas simplemente como tecnologías2, sin el adjetivo, que pierde toda vigencia ante los nativos de la era Web. A propósito de ello, en su interesante ponencia Nuevos grafismos para una nueva lectura: otras dimensiones culturales en la Blogósfera3, presentada en el Congreso Internacional de Lectura 2009: Para leer el XXI, la doctora en Ciencias de la Información Ania R. Hernández Quintana, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, incluye una clasificación de los usuarios de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) que no deja de ser atendible: los que nacieron antes de 1980 y que, por tanto, no son nativos digitales, reconocidos en la literatura especializada, según la autora, como Generación X o Generación Perdida, y que incluye a aquellos grupos generacionales “en tránsito”, obligados a desarrollar determinadas habilidades psicológicas para enfrentar los cambios impuestos por el avance de la tecnología electrónica; y los nacidos con posterioridad a esa fecha, ya bajo el signo de Internet y de los sitios Web, identificados, siempre de acuerdo con criterios de la autora, como Generación Net o Generación Y.

Coincidente en su esencia con la anterior, y también reseñada en la ponencia de la Dra. Hernández Quintana, aparece otra clasificación, sostenida por algunos sociólogos actuales, según la cual las personas y los grupos humanos pueden dividirse en analógicos o digitales. Los analógicos serían, como los miembros de la Generación X, los que conocieron “la cara colonial de la Web”4, pues les tocó insertarse en un universo digital donde ya todo había sido diseñado de antemano y quedaba listo para ser consumido, es decir, para que fuera consultado; de modo que se erigieron básicamente en receptores y consumidores de productos informáticos “prefabricados”. Psicológicamente conformados dentro de otro paradigma, se acercaron más lentamente a las nuevas tecnologías, descubrieron y asimilaron con más escrúpulos las posibilidades de la Internet y, en general, alcanzaron menos destrezas en su interacción con la Web. Frente a ellos, estarían los digitales o la Generación Y, para quienes la Red no solo existe para ser consumida,

…sino para ser transfigurada y considerada un espacio de creación mucho más colectiva y a la vez personal en manos de (…) gente que no conoce el mundo sin las implicaciones de Internet, habituados a los contenidos digitales y a la comunicación instantánea, que

2 Este concepto es tan amplio que incluye conquistas culturales de la humanidad que, a fuerza de haber perdido su carácter novedoso, hoy no se sienten como tales. El códice medieval, por ejemplo, es fruto de una tecnología; el libro, fruto de la aparición de la imprenta, lo es también. 3 Véase el trabajo de referencia en Memorias Lectura 2009. Para leer el XXI. Comité Cubano del IBBY. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, 26-31 de octubre de 2009. [CD-ROM] 4 Ania R. Hernández Quintana. Op. Cit.

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perciben, piensan y ejecutan tareas de modo completamente distinto, entre otras razones, porque la lectura y la escritura de textos en formato digital ha transformado la mente humana y su capacidad de asimilar información.5

Por supuesto, esto refleja solo una tendencia mundial alimentada por la globalización tecnológica y avalada, quizás, por el panorama actual de los países más desarrollados del planeta. Numerosas naciones de la llamada “periferia” quedan excluidas de esta realidad. En nuestro caso, las limitaciones financieras del país y otros tantos obstáculos derivados de la política estadounidense hacia a la Isla han matizado la normal inserción de Cuba en este campo. No obstante, se ha privilegiado el uso social de las TIC hasta en los más recónditos lugares a partir de la generalización de la informática en todos los niveles de la educación, la creación de los Joven Club y de salas de computación para ofrecer cursos y brindar diferentes servicios sociales, la apertura de escuelas especializadas en la formación de técnicos medios y de centros universitarios para capacitar especialistas de nivel superior, etc. Ello ha posibilitado que la inmensa mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes dispongan de los conocimientos básicos necesarios para acceder a las tecnologías, aunque aún servicios como el correo electrónico o el acceso a Internet tengan un limitado alcance público y el ritmo expansivo de las tecnologías hacia el ámbito privado sea lento. En otras palabras, las demarcaciones esbozadas antes, aunque plausibles, no son absolutas; ni las pretendidas fronteras entre analógicos y digitales podrían trazarse, en nuestro caso, obedeciendo exclusivamente a razones generacionales, sino más bien en relación con el acceso o no a la infraestructura necesaria para el desarrollo de capacidades y habilidades. De cualquier modo, lo que caracteriza a nuestra época es la pluralidad de códigos y lenguajes a disposición de la sociedad toda y de sus instituciones, que deben ser descifrados y leídos:

el lenguaje de los materiales tradicionalmente impresos en soporte papel (libros, revistas, folletos, periódicos…);

el lenguaje de las imágenes convencionales (las estáticas como el dibujo, la fotografía o la pintura, y las dinámicas como los audiovisuales: el cine, la televisión, el video…);

el lenguaje digital almacenado en una amplia gama de dispositivos electrónicos, desde los discos de distinto formato (disquetes, memorias, CD, DVD, discos duros) -que suponen múltiples y cada vez más sofisticadas mixturas de palabra, sonido, imagen, color, movimiento-, pasando por los software, materiales multimedia o videojuegos, hasta los accesibles solo gracias a la conexión, en sistema, de las computadoras a servidores, acoplados a su vez a una red de redes como la Intranet, red cerrada y de pequeñas dimensiones, generalmente destinada al ámbito académico, educacional, empresarial, etc., o la Internet conjunto de redes interconectadas a escala mundial que utilizan el mismo protocolo de comunicación y entre cuyos servicios figuran, sin pretender abarcarlos todos, el acceso a:

5 Ania R. Hernández Quintana. Op. Cit.

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- correo electrónico, - intercambio de archivos, - sitios Web, - boletines electrónicos, - enciclopedias y bibliotecas - versiones digitalizadas de diarios y revistas, libros y otros muchos

materiales, - opciones de Chat o comunicación en tiempo real entre usuarios

conectados a una misma red, - blogs o sitios interactivos en línea, comúnmente de carácter

personal, donde se publican textos, fotos, videos, opiniones, etc., que admiten el intercambio autor-lector.

Esta proliferación de recursos informáticos, que cada vez se hacen socialmente más accesibles, están conviviendo con los lenguajes tradicionales en el flujo y reflujo de información, ideas, proyectos, programas, aspiraciones, servicios, planes, encuentros y desencuentros, etc., que se entretejen en la sociedad contemporánea para el funcionamiento de sus complejas estructuras y de su vida espiritual. La sociedad se informatiza. La documentación se digitaliza. ¿Seguirán las instituciones y fuerzas sociales implicadas, responsabilizadas y/o interesadas en la construcción de una ciudadanía apta para los retos del presente y del futuro abogando simplemente por la formación de más lectores o promoviendo la lectura como hasta ahora? ¿No es ya tiempo de formarse y formar lectores de nuevo tipo? Como bien expresa Adelaida Nieto en la cita que sirve de exergo a este material: “No basta con que existan más lectores, debe existir también un cambio de paradigmas”. La Web y el nuevo paradigma de lectura No todo lo que tiene que ver con el mundo de la informática se relaciona necesariamente con la Web. Una computadora es un canal de acceso a la información (o al entretenimiento), como un libro, como un radio, como un televisor. Pero todavía no es la Web. La Web, abreviación de la expresión lingüística en inglés World Wide Web, traducible al español como Red Global Mundial, es un medio mixto que combina textos e imágenes, estáticas o cinéticas. Consiste, esencialmente, en un sistema de enlaces de hipertexto mediante el cual se organiza la información en Internet. Un documento con hipertexto permite conexiones paralelas de este con otros muchos documentos que rompen la linealidad unidireccional de la lectura tradicional y proponen, opcionalmente a quienes lo consultan, casi ilimitados recorridos diferentes por el texto. La Web exige, entonces, saber leer los textos y también saber leer las imágenes porque la lectura –y por tanto la comprensión de lo leído- queda sujeta al recorrido seleccionado a voluntad del usuario. Esto no hace suponer que leer en la Web se erija sobre la base de las ruinas del paradigma precedente; por el contrario, lo subsume, lo asimila e integra. Incluso más: como afirma José A. Millán, no es posible adentrarse en la sociedad digital sin habilidades avanzadas de

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lectura6. Si es así, no se trata de elegir, porque no estamos situados ante ninguna encrucijada. No cabe, en este caso, la duda shakespeareana. No obstante, lo novedoso del cambio siempre impone algunas interrogantes: ¿Acaso estaremos asistiendo al nacimiento de una nueva Torre de Babel donde cada quien se adueña a su manera de las “verdades” contenidas en un texto a partir de su individual elección del recorrido de lectura para convertir esas “verdades” en “opiniones”? ¿Debería inferirse de ello un desajuste tal en los patrones globales de comprensión y comunicación que conduzca al fomento desenfrenado de la insolidaridad? Por fortuna, la especialista Hernández Quintana nos saca de dudas cuando nos revela, en la ya referida ponencia, un dato y una opinión que no dejan de ser alentadores. El dato es el siguiente: según da cuenta el experto brasileño Aldo Barreto, un equipo de científicos de la Universidad de California encabezados por el neurocientista Gary Small descubrió que en la región del cerebro que controla la habilidad para validar informaciones complejas, para aceptarlas o rechazarlas y para tomar decisiones perceptivas, se producen nuevas conexiones neuronales, con independencia de la edad del usuario, apenas cinco horas después de haber iniciado búsquedas en la Web. Subrayemos esto: con independencia de la edad del usuario. Dicho de otra manera: la llegada de la nueva era no es el final del camino para nadie puesto que, felizmente, todos estamos potencialmente equipados por la naturaleza para asimilarla. Y la opinión autorizada de la autora a que hacíamos referencia es esta:

…lo importante es reconocer la nueva filosofía de esta Web: la colaboración. Los contenidos pueden hacerse potencialmente entre todos y por todos, lo cual es una visión más compleja y menos hegemónica que apela a una arquitectura de participación informal. Los internautas se involucran en la construcción y recreación de un entramado de relaciones más ricas que permite y busca la diferencia, y más solidaria, ya que se apoya en la reciprocidad de saberes que actúan en la cibersociedad.”7

Entonces no podemos entender el presente (y el futuro) de la lectura a partir de los viejos paradigmas. Sin dudas el progreso tecnológico que experimenta la lectura representa un desafío para los lectores expertos –y seguramente también para los que están en formación- en la medida en que modifica la manera acostumbrada de acceder a la lectura de un libro. Ir a la librería y comprar el libro o acudir a la biblioteca y tomarlo en préstamo ya no son los únicos caminos que conducen a la lectura. Los nuevos caminos prescinden muchas veces del desplazamiento físico; pero exigen, en cambio, la infraestructura de que antes hablamos, que no siempre ni en todos los casos está disponible

6 Millán, José Antonio (2001): La lectura y la sociedad del conocimiento. Federación de Gremios de Editores de España. Madrid, España. [documento en PDF] 7 Ania R. Hernández Quintana. Op. Cit. La expresión en negrita no aparece destacada en el original. Obedece a la intención de quien escribe el artículo.

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Leer en la Web –leer en línea u on line, como comúnmente se expresa en la bibliografía sobre el tema- demanda un ordenador y un software adecuado que, de paso, sirven también para no quedar excluidos de la llamada Sociedad de la Información. Esos dos elementos, más una conexión a la Red, permitirán al usuario el acceso no solo a la sección virtual de una librería conectada en red en busca de un libro en soporte papel, sino la búsqueda en Internet del título que se desea, de manera instantánea y con suficiente información sobre lo que se va a leer. La existencia de los ya mencionados hipertextos y sus hipervínculos trae consigo –como se dijo antes- una nueva manera de adjudicarse la lectura: en tanto que permiten la interactividad, benefician una experiencia de nuevo tipo en la que el texto puede complementarse con: a) enlaces directos o documentos de referencia que se citan en él; b) otras indicaciones referenciales gracias a las que se puede profundizar en su contenido; c) la combinación de sonidos e imágenes que hay que saber leer: símbolos, dibujos figurativos o no, íconos, grafismos como los llamados emotíconos, esas representaciones convencionalmente codificadas, portadoras de conceptos a los que se vinculan sentimientos y emociones; d) posibles accesos a foros de debate con otros lectores e, incluso, con el propio autor; e) cualquier otro enlace que puede interrumpir la linealidad de la lectura (algo parecido a lo que pretendió Julio Cortázar en soporte papel cuando propuso, para su novela Rayuela, varias opciones de lectura). Apenas con un clic en alguna de las ventanas que figuran en la imagen en pantalla se abren las opciones. Es verdad que leer en soporte digital se asocia todavía a cierta rigidez y a la incomodidad, y que, a diferencia de las acciones hoy automatizadas que se conjugan ante la lectura del libro –abrirlo, localizar la página y ponerse a leer- supone la adaptación a una serie de pasos, de orden técnico, previos al acto mismo de lectura, como pueden ser: 1) el encendido de la máquina y la pantalla; 2) el establecimiento de una conexión; 3) la descarga de un software; 4) saber manejar el producto informático; 5) y haberse familiarizado con la “navegación”, si se trata de la Web, y con las múltiples opciones de búsqueda y consecuentes recorridos propuestos por los hipervínculos, todo lo cual requiere un aprendizaje, un adiestramiento y una adquisición: la capacidad para saber ojear rápida, diagonalmente, los posibles trayectos que pueden seguirse en función de lo que se desea encontrar, y estar en condiciones de discernir críticamente los recomendables de acuerdo con los objetivos de lectura. Y si se tiene en cuenta que en Internet toda la información aparece en un mismo plano, como si perteneciera al mismo rango, se hace indispensable aprender a discriminar lo relevante, según los fines, de lo accesorio. Entonces hay que aprender a leer en diagonal para seleccionar y desechar. Y hay que aprender a leer códigos imaginísticos desconocidos fuera de la Web.

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También es verdad que las habilidades de lectura, dadas las nuevas condiciones, se desarrollan más rápidamente si se dispone de la infraestructura necesaria (computadora, conexión a un servidor que dé acceso a Intranet o Internet, etc.); pero también lo es que ya el papel dejó de ser el único soporte para la lectura, y que leer hoy no significa necesariamente hacerlo en papel. Leer en papel o en pantalla son, en la actualidad, opciones fundamentales, y hasta cierto punto complementarias, para obtener información y apropiarse de conocimientos. Podría admitirse, incluso, que leer en papel sigue siendo todavía una opción más práctica (puede verificarse en casa, en la biblioteca, en un medio de transporte, en un lugar de tránsito mientras se espera, etc.) y asociable –si se quiere- al placer; mientras que leer en pantalla se vincula más con la investigación y el tiempo de trabajo; pero ambas dimensiones, en un momento supuestamente enfrentadas, empezaron ya a compartir espacios, pues la información, cada vez más, circula en los nuevos formatos.

A propósito de lo dicho, la especialista argentina Myriam Nemirovsky8, que asesora y coordina los procesos de formación de profesores en lenguaje escrito y matemática, destaca tres usos básicos de los nuevos formatos en la enseñanza: el procesador de textos como instrumento de escritura; el correo electrónico como modo de comunicación; y la Internet como fuente de información. Del procesador de textos señala su gran utilidad para hacer más atractivos y estimulantes los procesos de escritura desde edades tempranas9; del correo electrónico, su potencialidad para estimular la comunicación interpersonal escrita y, de paso, revitalizar el viejo y ya casi olvidado género epistolar, ahora bajo nuevas condiciones de inmediatez y envío, lo que genera textos de nuevo tipo: más coloquiales y anecdóticos, brevísimos en muchos casos y sin los requerimientos de amplia información o datos relevantes exigidos por otros tipos de textos; y de la Internet apunta cuánto puede favorecer la consulta rápida de múltiples y variadas fuentes para localizar la información que se desea leer. Esto último crea la necesidad de encarar la enseñanza de una estrategia particular de lectura –lo apuntamos otra vez- que la escuela no había impulsado hasta ahora: la lectura diagonal, de un vistazo, para decidir si el texto hallado es pertinente en función de lo que se busca. Se hace imprescindible hoy ante la cantidad de información disponible, que reclama del usuario habilidades para seleccionar con rapidez qué leer y qué descartar, qué leer de manera superficial y qué con detenimiento.

Entonces, dadas estas circunstancias, lo más prudente es que todos aquellos que tengamos que ver directa o indirectamente con la lectura y su promoción –maestros y profesores, bibliotecarios, libreros y editores, escritores, artistas de la palabra, instructores de arte, funcionarios de cultura, intelectuales o simplemente genuinos lectores que han experimentado sus ventajas y están en

8 Nemirovsky, Myriam (2004): La enseñanza de la lectura y de la escritura y el uso de soportes informáticos. Revista Iberoamericana de Educación. Versión digital. Número 36 (septiembre-diciembre). 9 En el primer material incluido en este mismo tabloide, El desarrollo de los hábitos de lectura, hoy, particularmente en el epígrafe 2.6 “Las tecnologías y los hábitos de lectura”, el lector encontrará otros muchos argumentos en favor de todo lo que pueden enseñar las TIC como formas especiales del fomento del hábito de lectura.

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condiciones de compartirlas- construyamos un presente para la lectura en armonía con la evolución tecnológica y los nuevos paradigmas, ampliando la gama de alternativas con las que se cuenta para leer y para escribir, y que sepamos aprovechar –y no desechemos- la experiencia acumulada por el tradicional acercamiento al libro para impulsar el uso inteligente y también el disfrute de la cada vez más demandada lectura digital. El presente ya está construido sobre la base de la convergencia de códigos. La Generación Net, de lectores-escritores digitales (en la comunicación interactiva cada vez más se combinan ambos procesos), ya creció naturalmente implicada en las manifestaciones del colaboracionismo digital. Si, como dice Millán, “el manejo de la información en la sociedad actual exige capacidades desarrolladas de lectura”10, habría que preguntarse si hemos formado en esa generación de cibernautas los sólidos criterios que se necesitan para juzgar la calidad y no solo el volumen de la información disponible en la red; si les hemos revelado las ventajas de lo que significa realmente leer y contribuido a desarrollar suficientemente en ellos las habilidades tradicionales de lectura, sin las cuales poco se avanzaría en el universo digital. Y si la lectura es “la llave del conocimiento en la sociedad de la información”11, deberíamos preguntarnos sus promotores cómo podemos aprovechar al máximo las potencialidades de los nativos digitales para encauzarlos, tanto de la mano del libro como de la mano de la Web, hacia esos valiosos manantiales, cada uno insertado en su propio paisaje, de los que brota incesante la memoria de la humanidad. A principios de 2010, invitado a participar en una discusión sobre el futuro de la literatura impresa, el semiólogo y narrador italiano Umberto Eco, ampliamente reconocido sobre todo desde la aparición de su novela El nombre de la rosa, fue tajante: “No cuenten con el fin del libro”.12 No menos concluyente, José A. Millán asegura que seguirán leyéndose las novelas y obras de ficción en materiales impresos, mientras se reservarán para otros menesteres las lecturas digitales. Sea como sea, podrá haber cambiado la forma, pero no el fondo. La apropiación del saber y la cultura seguirá siendo una necesidad humana. Todo depende de la actitud que se asuma –que asumamos- frente al progreso: si se ve como amenaza o desencadena una estrategia; si continúa interpretándose como barrera (que lo es solo para los “Alfredos”, envueltos en la nostalgia del pasado y a riesgo de quedar confinados, por otra forma de ceguera, dentro de la condición de ignorantes cultos) o se interpreta como manifestación de la dialéctica entre mejoras tecnológicas y habilidades psicológicas13. Si desde la Antigüedad hasta hoy han ido cambiando los procedimientos de representación textual y siguió leyéndose, desde el presente habrá que asegurarle un futuro a la lectura, y no será, precisamente, aferrándose al pasado.

10 Millán, José Antonio (2001): Op. Cit. 11 Millán, José Antonio (2001): Op. Cit. 12 Véase la sección Tintazos de “El tintero”, suplemento cultural de Juventud Rebelde. No. 57, p. 01. En Juventud Rebelde. Edición dominical del 21 de marzo de 2010. Año 45. No. 130. 13 Millán, José Antonio (2001): Op. Cit

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Nuestro presente es el pasado del futuro, que quizás no sea tampoco el de la digitalización, o al menos el de la digitalización tal como la conocemos hoy. Entretanto, seamos como San Ambrosio en tiempos de San Agustín14: agentes del cambio. Bibliografía consultada - El Escribano (pseudónimo): Sección Tintazos de “El tintero”, suplemento

cultural de Juventud Rebelde. No. 57, p. 01. En Juventud Rebelde. Edición dominical del 21 de marzo de 2010. Año 45. No. 130.

- Hernández Quintana, Ania R. (2009): “Nuevos grafismos para una nueva

lectura: otras dimensiones culturales en la Blogósfera”. En Memorias Lectura 2009. Para leer el XXI. Comité Cubano del IBBY. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, 26-31 de octubre de 2009. [CD-ROM]

- López Díaz, José A. (2009): “De la lectura del mundo a la lectura de la

palabra: en busca de un nuevo paradigma para la Era Digital”. En Memorias Lectura 2009. Para leer el XXI. Comité Cubano del IBBY. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, 26-31 de octubre de 2009. [CD-ROM]

- Millán, José Antonio (2001): La lectura y la sociedad del conocimiento.

Federación de Gremios de Editores de España. Madrid, España. - Ministerio de Cultura de España (2004): Incidencias de las nuevas

tecnologías en el sector del libro en el ámbito de la Unión Europea (Informe). Madrid, 2 de febrero. [Documento en PDF]

- Nemirovsky, Myriam (2004): La enseñanza de la lectura y de la escritura y

el uso de soportes informáticos. Revista Iberoamericana de Educación. Versión digital. Número 36 (septiembre-diciembre).

- Nieto, Adelaida (2002): ¿Se le hubieran quemado las alas a Ícaro si supiera

leer? Conferencia ofrecida en el 5° Congreso Internacional de Promoción de la Lectura y el Libro, 28° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires; 19, 20 y 21 de abril (Material digitalizado).

- Rodríguez Pérez, Leticia et al. (2009): El desarrollo de los hábitos de

lectura, hoy. (Material inédito elaborado a partir de los talleres de igual nombre desarrollados por especialista cubanos en la República Bolivariana de Venezuela en febrero-marzo de 2009).

14 En el siglo IV n. e., adelantándose a la práctica entonces generalizada de leer en voz alta, San Ambrosio había comenzado a leer en silencio. En sus Confesiones cuenta San Agustín, figura más importante de la escuela filosófica de la Patrística y uno de los llamados Padres de la Iglesia, el asombro que le produjo descubrir a San Ambrosio leyendo sin despegar los labios.

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- Rodríguez Pérez, Leticia y Osvaldo Balmaseda Neyra (2009): Actividades

para leer, pensar y disfrutar. Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de La Habana.

- Varios (2009/2010): El cine de Tornatore. Unione dei Circoli Cinematografici

ARCI. Ministerio de Bienes y Actividades Culturales. Roma (Material de divulgación especialmente preparado para el ciclo de sus películas en La Habana, Cine Riviera, 8 – 14 de enero de 2010).

NUEVOS TIEMPOS, NUEVAS LECTURAS (2010) Dra. Ileana Domínguez El cambio de milenio nos ha sumergido en una revolución marcada por la telemática, la robótica y las autopistas de la comunicación: la era de la cibercultura. Una revolución radical, como lo fuera aquella del Neolítico, y las otras más recientes, la del siglo XVIII -revolución del carbón y del acero- o la del XIX, la de la energía eléctrica. Un convulso cambio de esquemas. Las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) han generado una profunda transformación en la sociedad. Se trata de todo un sistema tecnológico que incluye redes telemáticas, la imagen y el sonido digitales, televisión, radio, fotografía, hasta Internet, los videojuegos y las tecnologías multimedia. Frente a la cultura del primer entorno, basada ante todo en el habla y la presencia del cuerpo, o la del segundo, que necesita una concepción material de los objetos culturales, como la escritura, los libros, etc., la cultura digital está basada en representaciones tecnológicas digitalizadas a las que se puede acceder a través de redes telemáticas. Cada nueva tecnología surgida en la historia de la humanidad ha significado un cambio importante en la cultura. Pasó con el papiro, con el manuscrito y con la imprenta. Hoy, ya a finales de la primera década del siglo XXI, los productos tecnológicos se han erigido como sistema de acceso masivo a la información y, sobre todo, de tráfico de información en que se manifiesta una creatividad prodigiosa que combina lo visual con lo auditivo, lo verbal con lo pictórico y lo representacional con el simulacro. La revolución tecnológica, al introducir nuevos elementos en el sistema comunicativo, está modificando el número y la naturaleza de los soportes técnicos y, por consiguiente, los hábitos y el modo de lectura de los ciudadanos. El papel crucial va a ser desempeñado por los medios -los tradicionales: prensa, radio y televisión- y, sobre todo, por los nuevos, aquellos basados en la informática, (internet, multimedia). En un futuro no muy lejano quien no esté familiarizado con ellos se convertirá en un analfabeto funcional Ahora bien, más información no deviene, necesariamente, en mejor información. La cantidad sólo puede ser sinónimo de calidad si somos capaces de discernir entre unos datos y otros, si distinguimos las referencias básicas

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sobre las que apoyarnos y las directrices mínimas sobre cómo conducirnos. La educación tiene ante sí la inmensa tarea de determinar los valores y criterios esenciales que nos permitirán comportarnos en la vida Por otra parte, el nuevo aprendizaje no puede vivir de espaldas a los instrumentos que mayoritariamente recogen y suministran la información. El reto de la docencia no es únicamente suministrar instrucción, sino proporcionar las claves para poder encontrar información fidedigna, comprenderla y transmitirla adecuadamente. Por ejemplo, la cuestión no va a ser leer un determinado libro -puesto que innumerables títulos estarán al alcance de cualquiera- sino despertar el deseo de leer, enseñar a elegir la lectura y poder asimilarla con criterio integrándola en el conjunto del saber personal. Luego, será preciso comunicar lo aprendido con originalidad y eficacia. Esto supone que los grandes retos del educador han de orientarse en las siguientes direcciones: a) Enseñar a buscar, para poder investigar con discernimiento en una oferta desbordante. b) Enseñar a entender, captando la esencia de los conceptos, relacionando causas y consecuencias, infiriendo conclusiones de interés e integrando lo aprehendido en los conocimientos de los que anteriormente ya se disponía. c) Enseñar a aplicar el sentido crítico para discernir, para matizar, para avanzar, y aplicar dicho sentido crítico a uno mismo y a su propia actuación personal. d) Enseñar a comunicar, a expresar las propias ideas en un marco abierto al diálogo y al respeto mutuo. (Merayo Pérez, A, 2000: 38) Es indispensable suministrar al alumno el criterio suficiente para que consuma medios con sentido crítico y no quede desprotegido ante estrategias comerciales o ideológicas. La enseñanza acerca de los medios de comunicación no debe ser más que un aspecto particular de algo mucho más amplio e importante: la enseñanza de la comunicación en todos sus niveles. Es preciso, por tanto, no reducir la educación para la comunicación a la mera educación para los medios, dado que otros aspectos resultan prioritarios y más decisivos para la formación del estudiante: la intercomunicación personal y la comunicación con el grupo son cuestiones básicas de la competencia comunicativa que debe caracterizar al estudiante del siglo XXI. Por otro lado, sólo desde la competencia comunicativa (saber hacer) es posible constituirse en consumidores críticos (saber juzgar) y en miembros activos y participantes de los procesos sociales de comunicación (saber ser). Nuevas formas de lectura

Las invenciones técnicas suponen modificaciones sustanciales en los hábitos perceptivos. Mientras el lector de un libro se enfrenta a una realidad estática, abstracta, hecha de ideas y conceptos expresados a través del código lingüístico y, a veces, reforzada con imágenes de diferente tipo, el telespectador se enfrenta a una realidad dinámica, concreta, hecha de

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presencias físicas. Como consecuencia, el telespectador exige cada vez más concreción, más dinamismo. De igual forma, el lector de productos informáticos se enfrenta a una simultaneidad y multiplicidad de códigos que en principio, pudieran confundirlo. Texto, imágenes: índices que sugieren diferentes informaciones, íconos en representación de algo; audio; videos; todo al mismo tiempo, pidiendo ser descodificado en virtud de oportunidades simultáneas que permiten el acceso a la información en diferentes canales para un solo receptor o para muchos en muchos lugares a la vez. Se afirma que existen dos sistemas totalmente diferenciados de procesamiento de las informaciones: el procesamiento lineal, también llamado secuencial, y el procesamiento en paralelo, llamado también global. Mientras en el procesamiento lineal se captan de una manera sucesiva informaciones procedentes de una sola fuente; en el procesamiento en paralelo se captan, de una manera simultánea, informaciones procedentes de varias fuentes posibles. Los medios audiovisuales e informáticos posibilitan extraordinariamente este sistema de procesamiento de las informaciones: la imagen, el movimiento, la música y el color tienen una enorme incidencia en la sensibilidad, conectan fuertemente con la emotividad, apelan a la intuición, motivan y despiertan interés por la forma diferente de presentar las informaciones, por lo que resulta necesario tenerlo en cuenta en la enseñanza y aprendizaje de los contenidos en las escuelas o como formas de autoaprendizaje. En un aula donde por lo regular se utiliza una abundante cantidad y diversidad de textos, se promueve, a través del modelo del maestro, que los estudiantes avancen en sus posibilidades de obtenerlos empleando bibliotecas y librerías, rastreando lo que buscan entre amigos y familiares. El profesor también debe mostrarse como modelo de sujeto que lee, que acude a los textos con distintas finalidades para consultar datos, ampliar información, seguir la trama de una novela, profundizar un conocimiento, divertirse, indagar, revisar, y ante cada situación utiliza diferentes estrategias lectoras. La importancia del trabajo didáctico sobre esas estrategias se enfatiza desde hace tiempo. A la rica diversidad de posibles maneras de encarar una lectura -que en cada caso depende del texto y de la finalidad del acto lector-, hay que añadir que ahora también se obtienen textos a través de productos informáticos: libros electrónicos, software, internet. Esta alternativa genera la necesidad de encarar la enseñanza de una estrategia particular de lectura: leer en diagonal, es decir, obtener información de un vistazo para decidir si el texto hallado es pertinente en función de lo que se busca. Se añade una estrategia lectora imprescindible hoy: saber seleccionar qué leer y qué descartar, qué leer de manera superficial y qué con detenimiento. La comparación de textos que tratan de determinado tema, la señalización de las semejanzas y de las diferencias entre ellos, los aportes de cada uno, los aspectos en los que se complementan, en los que difieren o en los que se contradicen, son aprendizajes ineludibles que hoy tiene que asumirse.

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Y no es necesario encarar esa tarea sólo a partir de cursos avanzados; hay que enseñarla también a los niños pequeños desde la enseñanza primaria para que sean capaces de desarrollar hábitos con eficacia: comparar distintas versiones de cuentos clásicos, de recetas de un mismo plato, de biografías acerca de un personaje, de noticias periodísticas relacionadas con un hecho. Así, poco a poco, lo van logrando mediante actividades y procedimientos pertinentes adecuados. Todo ello acudiendo tanto a textos en soporte papel como en pantalla, haciendo uso de la perspectiva didáctica que impulsa utilizar en las aulas la mayor riqueza y diversificación posible de textos. El empleo de los soportes informáticos afecta a los modos de producir y de interpretar textos, tal como lo han hecho siempre los cambios tecnológicos a lo largo de la historia. Por eso, aunque usar un procesador de texto, enviar mensajes electrónicos o consultar información mediante algún producto informático o Internet no significa como tal una revolución, sí requiere y promueve que los estudiantes accedan a ciertas formas peculiares de realizar las acciones lectoras (y escritoras) que pongan en juego estrategias específicas pertinentes ante dichos medios, ampliando así la gama de alternativas con las que cuentan para leer (y para escribir). Donde se trabaja tomando en cuenta los diferentes soportes de búsqueda y utilización de la información, se propicia el desarrollo de capacidades lectoras y escritoras con un alto nivel de disfrute y de logros. El aula es una ventana al mundo, y la forma en la que se puede trabajar enriquece y potencia posibilidades, además de ser coherente con el momento histórico en el que vivimos. Quede claro que no podemos separar el lenguaje/la lengua de otras manifestaciones icónicas integradas en el flujo de información digital. Hay que recurrir a la semiótica como ciencia universal de la comunicación y entender que la lengua propia -manifestación cultural, superestructura de profundas estructuras de conocimiento y aprendizaje, identidad personal, norma, sistema de sistemas, etc.-, constituye sólo un código entre otros muchos, integrados todos para dar cumplimiento a un objetivo de la sociedad de hoy: comunicar. Tanta información simultánea parece romper la barrera espacio / tiempo. Tal multiplicidad de códigos, la influencia de voces extranjeras, la rapidez en la forma de escribir y comprender, no debe hacernos olvidar la importancia de la lengua materna como instrumento de conocimiento y de comunicación que manejamos a diario y que debe seguir siendo importante como objeto de estudio para conocerlo y manejarlo cada vez mejor. Cuidar nuestra lengua materna frente a la revolución tecnológica es hoy responsabilidad ciudadana. Es cierto que el fenómeno "multimedia" está cambiando nuestras vidas. El impacto de las tecnologías multimedia está modificando nuestra forma de comunicarnos, de leer y escribir, de enseñar, de trabajar, y hasta de jugar. El mundo se vuelve interactivo. Los niños, los jóvenes y también los adultos empiezan a vivir su existencia a golpe de telemática, videojuegos, CD-ROM, ordenadores multimedia, correo electrónico, realidad virtual, versión electrónica de los periódicos, libros interactivos, ..., es decir: "si nuestra generación ha asumido en su subconsciente que para aprender hacen falta lápices, libros, museos y

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documentales de televisión, en un futuro muy próximo, habrá que añadir una nueva arma educativa, el espacio multimediático". (Eco, U. 2001:53) Para el pensador y semiólogo italiano, los nuevos creadores deberán aprender a definir tres elementos fundamentales: el "interface" donde van a desarrollar su obra, la coreografía que armonice las imágenes, sonidos, textos e ideas y los enlaces subyacentes que permitan acceder a toda la información contenida en el producto desde múltiples puntos de vista. Si retenemos el 10 % de lo que vemos; el 20 % de lo que oímos, el 50 % de lo que vemos y oímos (ventaja multimedia) y el 80 % de lo que vemos, oímos y hacemos (interactividad) se ha de terminar imponiendo el aprendizaje interactivo y en ello las nuevas formas de lectura tendrán una importancia crucial como vías de acceso al conocimiento. Reflexiones finales No estamos lejos del momento en el que el conocimiento multimedia va a definir la división entre analfabetos (al menos funcionales) y letrados. Esto significa que habrá que alfabetizarse no sólo verbalmente sino icónicamene o, mejor, "multimediáticamente". La nueva lógica textual denominada hipertexto exige un lector activo, selectivo e inteligente que pueda “navegar” entre la información, reconocer y utilizar eficazmente los diferentes códigos y, finalmente, seleccionar la que necesita en un proceso de lectura crítica y creadora. Bibliografía Aguaded, Ignacio y Julio Cabero.(2007). Educación y Medios de Comunicación en el

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LECTURA, LITERATURA Y SALUD: UN CAMINO EN BUSCA DE LA FELICIDAD Y LA VIDA Dr. Juan Ramón Montaño Calcines INTRODUCCION Desde pequeños sabemos, sin querer, que hay cuentos, poemas y canciones que nos impregnan el alma de amor y de besos; esos cuentos, esos poemas,

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tienen el perfume y la voz de la madre o de la abuela; y calan con garfios de acero en nuestra memoria; y nos acompañan durante toda la vida. Luego, conoceremos nuevos cuentos y poemas que nos abren los ojos y la mente al mundo: son los cuentos y poemas que constituyen las lecturas de la escuela y tienen el rostro y la voz y los gestos de aquellos primeros maestros que nos enseñaron las primeras y elementales letras del alfabeto. Hay cuentos y poemas que nos hablan del amor y la amistad y nos brotan estrellas en la piel y nos dejan un aroma de nardo en los labios. Y hay cuentos y poemas que son como la mar: refrescante; porque nos calman y nos alivian los dolores del cuerpo y del alma. Quizás de estos últimos textos, de los que calman y alivian y curan las heridas, los desgarrones que nos da la vida, poco se habla en muchos ámbitos profesionales; y esta puede ser una forma más que venga a enriquecer y a profundizar el ambiente favorable de lectura que hoy se vive en nuestro país. Habría que recordar que el famoso escritor inglés, Oscar Wilde, sostenía que proporcionar libros a los enfermos aunque solamente fuera para compensar, con el placer del espíritu, el dolor del cuerpo, era tarea no solo digna sino, además, necesaria. Y de eso se trata en el presente trabajo: de develar las relaciones entre lectura, literatura y salud, para que desde la escuela, desde el hogar, desde la sociedad toda, se aproveche esta práctica socio-cultural como camino que tienda puentes entre el arte y la vida, como un camino seguro para encontrar la felicidad. DESARROLLO Hay dos novelas que quisiéramos comentar porque muy bien pueden incitarnos el deseo, la charla, la reflexión sobre este tema. Una de ellas es una novela titulada Una lectora nada común, de Alan Bennett, que relata el encuentro accidental de una mujer singular, de más de ochenta años -la reina Isabel II de Inglaterra- quien una tarde, persiguiendo a sus perros por los jardines del Buckingham Palace, llega cerca de las cocinas (un lugar habitualmente no frecuentado por ella) y descubre, sin quererlo, la furgoneta de una biblioteca móvil; sube al vehículo para disculparse del alboroto de sus perros y decide llevarse un libro en calidad de préstamo. También conoce a Norman, un joven trabajador de las reales cocinas con quien entablará una cómplice amistad mediada por los libros, pues será él quien le vaya recomendando lecturas que ella irá devorando con auténtica delectación. Así, la reina descubrirá en esos libros otras vidas, otras historias, otros sentimientos, otras experiencias que harán aflorar en su personalidad otras facetas hasta ese momento insospechadas en una mujer de su “real” condición. “Si le hubieran preguntado si la lectura había enriquecido su vida habría contestado que sí, sin duda alguna, aunque habría añadido con la misma certeza que al mismo tiempo la había vaciado de toda finalidad. En otra época

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era una mujer resuelta y segura de sí misma, que sabía cuál era su poder y tenía intención de cumplirlo todo el tiempo que pudiera. Ahora muchísimas veces estaba dubitativa. Leer no era actuar, eso era lo malo (…) Volvió a encender la luz, tomó su libreta y escribió: “no pones la vida en los libros. La encuentras en ellos”. (Bennett, A. 2008: 100 -101) Otra de las novelas cuenta cómo Claudia, una joven deportista, sufre un accidente y, por tal motivo, es hospitalizada. Mientras permanece en cama bajo los cuidados médicos, recibe la visita -casual- de un atractivo hombre, profesor de Literatura, por demás. A partir de ese encuentro “casual” y de recibir misteriosos mensajes se produce su encuentro con los libros y la literatura: conocerá los encantos y beneficios de la poesía y un sentimiento nuevo y desconocido la embargará por completo. Al final de la novela, ella dirá: “… No sé mucho de poesía, pero sí que tengo clara una cosa: la poesía debería ayudarnos a vivir, a crecer, a ser nosotros mismos…” (Frabetti, C.2007:61). De los efectos del amor y de la poesía; de la lectura y su valor compensatorio y desarrollador; de los beneficios de la lectura, trata esta historia, escrita expresamente para el público juvenil cubano por Carlo Frabetti, matemático y escritor italiano radicado en España y titulada El cuervo dijo nunca más. A partir de estas anécdotas narrativas extraídas de dos novelas, vale la pena la interrogación siguiente: ¿Qué relaciones se pueden establecer entre lectura, literatura y salud? Intentemos esbozarlas. Intentemos una aproximación a ella. Comencemos por las metáforas de la lectura. .. A lo largo de la historia humana, de la historia de la lectura y de la pedagogía abundan las metáforas sobre la lectura relacionadas con muy disímiles referentes: desde la tan conocida metáfora de la lectura del mundo que ya Goethe había esbozado cuando afirmara: “Ved cómo la Naturaleza es un libro vivo, incomprendido pero no incomprensible”. El saber popular y el pedagógico también se han hecho ecos de esas metáforas de la lectura; así, los lectores reconocen “saborear” un libro o “alimentarse” con él o “devorarlo” en unas cuantas horas o “rumiar” un pasaje que se está leyendo… Cuenta Alberto Manguel en su libro Historia de la lectura, que Francis Bacon, el erudito inglés del siglo XVI, catalogó el proceso al decir: “algunos libros hay que saborearlos, otros hay que tragárselos y unos pocos hay que masticarlos y digerirlos” (Manguel, A. 2004: 228) Porque existe una tradición desde la antigüedad, desde Platón, según la cual, el texto que se lee es portador de un pneuma, de un animus o de un espíritus que al mezclarse con la sustancia espiritual de quien lee, lo (con)forma, lo (trans)forma o lo (de)forma. Un ejemplo clásico es el que nos ofrece el destacado intelectual italiano Umberto Eco en su famosa novela El nombre de la rosa con aquel monje ciego –el venerable Jorge- para quien “todas las cosas del mundo llevan a una cita o a un libro” y que cubre con un veneno mortal las páginas del libro, que según él, contiene signos que son ya, moral o espiritualmente, peligrosos, mortales, deformadores para quien lo leyese. Y es que esta relación directa entre lectura y salud da lugar a lo largo de la historia a

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una riquísima imaginería en la que los libros –sobre todo los pertenecientes a la literatura artística- son concebidos como “alimentos espirituales”, como una especie de “dieta del espíritu, del alma” desde donde se delimitan los libros que deben leer niños y jóvenes y aquellos que resultarían dañinos. Ello implica la existencia de libros “dulces”, “ácidos” o “insípidos”; de “digestión ligera” o “pesada”; libros que pueden provocar “asco”, “repugnancia”, o libros que “no se pueden digerir con facilidad”. Siempre habrá en este discurso una oposición entre unos libros “necesarios para el crecimiento del ser humano” y otros, “dañinos” y “venenosos”. También hay toda una gama de matices en la metáfora de la lectura como medicina y, entonces se habla de libros “curativos”, beneficiosos para el alma, que calman y consuelan, frente a otros que serán como una “droga” y “ofuscan” e “irritan el espíritu”. Habrá unos que provoquen “euforia”, frente a otros que serán altamente “depresivos”. Habrá libros “piadosos” frente a libros “perversos” y hasta “satánicos”. Unos inculcarán la virtud, la esperanza, la solidaridad, el amor, el esfuerzo, la compasión y otros, por el contrario, incentivarán el egoísmo, la mentira, el pecado, la pereza. Vistos así, mientras unos vivifican y sanan y ennoblecen; otros, corrompen y matan. La lectura desde ese imaginario colectivo guarda una estrecha relación con la salud. Pero… ¿desde qué perspectivas se establecen esas relaciones entre el libro, la lectura, la literatura y la salud? Para muchos, la lectura es una fuente de felicidad, una experiencia única, singular, insustituible. Porque el mundo en el que vivimos lo construimos a la manera del cuento, de la novela, de la narrativa. Por medio de ella nos construimos y construimos al otro –y a los otros. La comprensión de los textos que leemos siempre nos lleva a realizar actos de introspección y de prospección que se basan en una serie de reflexiones, de inferencias y formulación de expectativas e hipótesis en relación con el significado que le atribuimos a lo que leemos. De esta manera, hay una lectura que se proyecta hacia el futuro, que es anticipatoria y que nos sirve para leer otras vidas que nos ayudarán a vivir la propia, pues leyendo aprendemos a vivir en las vidas de otros y nos vestimos con la piel y los ojos de esos otros. La lectura se convierte así, en una auténtica educación sentimental y en fuente de felicidad. Pero hay otra lectura que también es saludable –muy saludable-: aquella que se proyecta hacia el pasado, en la que se busca una explicación de lo vivido, una reconstrucción de la memoria tanto individual, personal, como socialmente compartida, que en algunos casos llega a cambiar la vida del lector. Vista así, la lectura –la lectura verdadera- se conforma en una especial relación entre el texto y el lector, que se va construyendo desde un universo cultural compartido, desde una complicidad emocional que se edifica en el propio acto de la lectura. Esa peculiar relación entre texto y lector tiene la singularidad de (con)formarnos y (trans)formarnos en lo que somos, porque somos también en función de cómo nos comprendemos y del modo en que nos narramos a nosotros mismos y a los otros y lo otro.

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Leer es una fuente de salud y felicidad y va más allá de la descodificación, lo ratificamos en voz de Jorge Larrosa cuando nos dice que: “Si solo es experiencia lo que (nos) pasa y lo que (nos) forma o (nos) transforma, la experiencia que hacemos al leer un texto es otra cosa que descifrar un código. Y eso, entre otras cosas, porque cada experiencia de lectura también suspende y hace estallar el código al que el texto pertenece”. (Larrosa, J. 2009: 31) Se trata de una experiencia polivocal donde el sujeto lector se reformula a sí mismo, porque leer “…implica riesgos para el lector (…) El lector se va al desierto, se pone frente a sí mismo; las palabras pueden sacarlo de su casa, despojarlo de sus certidumbres, de sus pertenencias”. (Pettir. 2001: 193) Esta actividad de lectura como riesgo tiene un enorme poder formativo porque se constituye en un ejercicio de construcción y reconstrucción de la identidad al remover por medio de la lectura todo cuanto se es, al mismo tiempo que es una experiencia cognitivo-emocional que contribuye a educar la inteligencia, la sensibilidad y emocionalidad, como ya lo sabía Marcel Proust cuando afirmaba: “Una mente original sabe subordinar la lectura a su actividad personal. No es para ella más que la más noble de las distracciones, la más ennoblecedora sobre todo, ya que únicamente la lectura y la sabiduría proporcionan los “buenos modales” de la inteligencia (…) es en esa relación con la lectura donde se forja la educación de los “modales” de la inteligencia”, (Proust, M. 1999: 58) ¿Qué bondades tiene la lectura literaria que la sitúan en el campo de la

salud? Las obras literarias están destinadas a embelesar, a producir placer. Es mediante ese placer que el lector –niño, adolescente, joven o adulto- se identifica con el héroe de las narraciones y vive todas sus peripecias, pasa junto a él pruebas muy difíciles y las supera, es abandonado o recibe un premio por sus esfuerzos y conducta. Las disímiles situaciones por las que atravesamos en la vida están reflejadas en la literatura. Las bondades de las obras literarias han sido tratadas por innumerables estudiosos, críticos e investigadores; entre esas bondades están: Son fuente de distracción, encanto, diversión sana y placentera. Transmiten una profunda emoción y vitalidad a los lectores. Ofrecen verdades a través de la ficción, de las imágenes artísticas. Son una herramienta muy importante para la construcción de la identidad y

de criterios personales. Contribuyen a la elaboración de significados sociales y culturalmente

compartidos. La lectura literaria ayuda a aguzar nuestra vista y nuestro oído interiores, favorece la escucha atenta; favorece la escucha atenta –que es también una

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actividad saludable porque reduce el ritmo cardíaco y disminuye la presión arterial. Por otra parte, la lectura literaria es fuente de bienestar y de salud porque contribuye a que aquilatemos el espíritu, a que acallemos ese ruido interior que nos impide comprender a los demás. La lectura es también escucha consciente que favorece en el lector la disposición mental que le permite conectar con los personajes y con la información para poder enfrentar los retos de la vida. Nuestro Héroe Nacional, José Martí, ha dicho que “los libros consuelan, calman, preparan, enriquecen, redimen” (Martí. José, 1985: Tomo XV: 190); es decir, sirven ellos para curar las heridas que nos abre la vida. Y en efecto, la curación a través de la lectura de cuentos es muy antigua, ya en la medicina tradicional en la India se ofrecía un cuento que diera forma a un determinado problema a la persona psíquicamente afectada, desorientada, con el propósito de que meditara sobre él. Se esperaba de esta manera que con la lectura de la historia la persona enferma llegara a vislumbrar tanto la naturaleza del conflicto que vivía y por el que sufría, como la posibilidad de su solución con la superación de la crisis. La lectura del cuento le brindaba al paciente no solamente la posibilidad de descubrir un camino para poder salir de su angustia o de, al menos, aliviarla; sino que además, le serviría para encontrar el camino del autorreconocimiento. Ese valor terapéutico, “curativo”, compensatorio de la lectura ya se conocía desde la antigüedad, por eso, en el frontispicio de la gran biblioteca de Tebas (año 1000 A.N.E.) figuraba la frase: “La lectura, medicina para el espíritu”. Será en la Edad Media cuando comience a existir una clara conciencia de la utilización de los libros como tratamiento de las enfermedades lo cual puede demostrarse porque ya en el año 1272 se proporcionaban lecturas del Corán a los enfermos del hospital Al Mansur, como un tratamiento terapéutico más. En el siglo XIX, Benjamín Rush, médico norteamericano, recetaba libros de entretenimiento e instrucción como un tratamiento más de valor terapéutico. Y no será hasta 1858 que aparezca el primer artículo sobre biblioterapia, escrito por John Milton. Luego, en el siglo XX aparecerán los primeros testimonios de un bibliotecario realizando un papel activo en el tratamiento de un enfermo mental, en los escritos de E. Kathelen Jons. Y la primera definición del término “biblioterapia” aparecerá en el año 1941 en el Diccionario Ilustrado de Medicina donde se le define como “el uso de los libros y su lectura en el tratamiento de enfermedades nerviosas”. Luego, en 1966 la Asociación Americana de Medicina aceptará el término “biblioterapia” como “el uso de materiales de lectura seleccionados como auxiliares terapéuticos en la medicina y la psiquiatría”. El psicoterapeuta alemán Víctor Frank usó el libro, la lectura, como terapia y su máximo objetivo era despertar en los pacientes la responsabilidad de vivir por adversas que fueran las circunstancias.

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El uso del libro y de la lectura como recurso “curativo”, “compensador” tiene un papel fundamental porque en el proceso de lectura se construye una relación de intimidad entre el lector y el texto que se lee cuyo efecto es catalizador. Para demostrar este valor terapéutico del libro y de la lectura Víctor Frank cuenta una experiencia muy interesante vivida por él en el campo de concentración de Theresienstadt, que ilustra cómo el libro puede ayudar a vivir en determinadas circunstancias. Narra él cómo un día los nazis decidieron trasladar a un millar de jóvenes al campo de concentración de Auschwitz al día siguiente. Por la mañana se vio un hecho sin precedentes: la biblioteca del campo había sido forzada durante la noche y faltaba una buena parte de sus fondos. Todos los que debían partir hacia la muerte al día siguiente, habían tomado un libro que querían llevar con ellos; algunos, su poeta preferido; otros, libros científicos… Y es que, desde la antigüedad clásica sabemos que hay una lectura racional, dirigida al animus y que descansa en el valor denotativo de la palabra; pero también hay una lectura emocional, dirigida al anima (alma) y que descansa en el valor connotativo de las palabras. También Alberto Maguel en su artículo “La pequeña biblioteca de Auschwitz. La lectura en las barracas” nos cuenta que en la segunda guerra mundial, en medio del horror de la locura nazi, muchos judíos consumaron un poderoso acto de resistencia al continuar leyendo. Ocultaron libros prohibidos que se distribuían luego entre sí o que se recitaban de memoria e iban de boca en boca en un soberano acto de rescate de la memoria, de resistencia sin par. Fue en una plaza, frente a la Universidad de Berlín, en la noche del 10 de mayo de 1933 que se quemaron los libros al convertirse estos en blanco de odio por parte de los nazis. Menos de cinco meses después de que Hitler se convirtiera en canciller, el nuevo ministro de propaganda del Reich, el doctor Paul Joseph Goebbels, declaró públicamente que la quema de autores como Heinrich Mann, Stephan Zweig, Sigmund Freud, Emil Zola, Marcel Proust, H.G. Wells le permitiría al alma del pueblo alemán volver a expresarse porque esas llamas iluminarían el punto final de una era pasada y arrojarían luz sobre la nueva. Así, en 1939 se destruye la famosa biblioteca de Lublin Yeshiva, conocida como la Academia Talmúdica, la más grande de Polonia y, mientras los alemanes nazis quemaban aquellos tesoros, los judíos reunidos alrededor de la hoguera lloraban con amargura y desconsuelo. Para acallar los lamentos los nazis, entonces, convocaron a la banda militar y, con gritos vivaces, los soldados ahogaron el ruido de los gritos judíos. Así pues, en la época de la mayor barbarie conocida por la humanidad: el nazismo, la lectura en los campos de concentración se convirtió en un acto de resistencia, en una actividad que servía para curar -o al menos aliviar- las angustias y el terror de la proximidad de la muerte. En el campo de concentración de Bergen-Belsen, recuerda Alberto Manguel, circulaba entre los prisioneros una copia de La montaña mágica, de Thomas Mann, y un niño que en aquel entonces sufrió la ignominia de aquel campo de concentración nazi, recordó los minutos que le asignaban para tener el libro entre sus manos como uno de los mejores momentos del día porque se iba a un rincón para estar tranquilo y luego tenía una hora para poder leerlo. Una hora en que se olvidaba de la proximidad de la muerte, de la angustia del vivir en aquellos barracones.

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Y un joven polaco que también sufrió los campos de concentración recordaría luego que el libro era su mejor amigo porque nunca le traicionaba y le reconfortaba en su desesperación. (Manguel, Alberto. 2007: 24)

¿En qué radica, entonces, el valor “curativo”, compensador o terapéutico de la lectura y del libro?

Radica, entre otras razones posibles, en que los textos literarios (cuentos, novelas, poemas) son aceptados como una intervención no invasiva; en que la lectura de los textos literarios reduce el nivel de resistencia y agilizan los movimientos de cambios; en que ofrecen diversos modelos de respuestas ante situaciones similares a las que vive la persona enferma; en que ayudan al autoconocimiento, a la asunción de la propia personalidad, a la aceptación de la persona en sus limitaciones y potencialidades; en que favorecen el alivio de la angustia y la tristeza. Por tanto, provocan en el enfermo una experiencia liberadora que le permite fantasear y soñar; porque ante el dolor que produce el estar enfermo, la lectura, el libro, sirven de alivio, de fuente de placer, de felicidad y hasta de risa. Si el papel de la lectura es fundamental en la construcción de la personalidad de cualquier individuo, puede serlo mucho mayor en determinados momentos de la vida, sobre todo, cuando la persona está enferma o cuando es un discapacitado o cuando padece de una mortal angustia y tristeza. Porque la lectura es una actividad profundamente humana y humanizadora. La lectura de la palabra dicha o escrita, de la que se esboza en un gesto casi imperceptible o de la que se convierte en un sueño para que seamos capaces de ver, de leer lo que hay debajo de la piel de otros, o lo que dicen silenciosamente elocuentes las miradas, o lo que comunican mudamente las manos o los cuerpos al balancearse, o lo que expresan los cambios de luz y de sombra y de colores en los espacios abiertos o cerrados, es profundamente humana y humanizadota porque en ella y a través de ella todo tiene cabida, todo es nombrable. Y es que, como afirmara Jorge Larrosa, el verbo leer mucho tiene que ver con la siembra y la recolección de todo cuanto somos. Somos lo que leemos. Obsérvese, nos dice este intelectual, lo que de común hay en esta serie: lectio, lectura, lección, (se)lección, (e)lección, (pre)lección, (pre)(di)lección, (co)lección, (re)(co)lección… En toda la serie, la acción de leer es próxima a otras afines como recoger, reunir, albergar, componer; o sea, se refieren a lo que está dispuesto para ser cosechado, recolectado, recogido. (Larrosa, Jorge. 2003: 109) Leer y escuchar leer a otros, en no pocas circunstancias, puede contribuir a la purificación, al alivio, a la “cura” del cuerpo y del alma; puede ser un escape beneficioso cuando ayuda a sobrellevar los golpes y dolores de la vida. Y ese es un camino a recorrer en el que libro y lectura son fuentes de felicidad. Lo ha dicho de alguna manera el famoso intelectual Octavio Paz cuando expresa:

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La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo (…) la actividad poética es (…) ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Es (…) invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular… Plegaria… Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente… (Paz, Octavio: 1956: 15) CONCLUSIONES Practicar la lectura desde los presupuestos de la “biblioterapia” es subrayar el valor compensatorio y desarrollador de la actividad lectora y su aprovechamiento para una mayor humanización de la medicina y de los hospitales. Una pedagogía de la lectura que tienda los puentes entre lectura y salud afincará sus principios en la búsqueda de la felicidad, del alivio a los dolores físicos y del alma; se centrará en el valor del libro como recurso para prevenir y evitar la marginación de individuos y como herramienta válida para la comunicación y gestación de unos instantes de plenitud y felicidad cuando los seres humanos están transidos de dolor y enfermedad. Los seres enfermos y hospitalizados tienen miedo a las nuevas situaciones hospitalarias en que se pueden encontrar, tienen temores ante el avance de la enfermedad; sienten temores incontrolables ante los tratamientos médicos; se intensifican en ellos los temores básicos… Ante circunstancias como las descritas anteriormente, la lectura puede ser una llave que abra las puertas al sosiego interior, a la felicidad, a la alegría… Ella puede ser un camino renovado y renovador de vida y esperanzas. En muchos países de América, por ejemplo, en Nicaragua, El Salvador y Honduras, después de terribles terremotos, la lectura de libros ha servido para que los niños no solo vuelvan a soñar y a imaginar un mundo feliz, lleno de risa y alegría, sino que también, y sobre todo, ha servido para tranquilizarlos, para ayudarlos a estar más relajados en momentos tan difíciles, para ayudarlos a encontrar la paz y la autoestima perdidas. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS BENNETT, A. 2008. Una lectora poco común. Editorial Anagrama. Barcelona. FRABETTI, C.2007. El cuervo dijo nunca más. Edfitorial Gente Nueva. La

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