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BIBL. UNIV., NUEVA ÉPOCA, ENERO-JUNIO 2007, VOL. 10, No. 1, P. 21-32 21 Más allá del placer de la lectura * Elsa Margarita Ramírez Leyva** * Comentario a la conferencia magistral titulada "El placer de la lectura" dictada por el Dr. Guillermo Alfaro López en la Biblioteca Central de la UNAM el día 11 de octubre de 2006, dentro del marco de festejos de su 50 o aniversario. ** Investigadora del Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas (CUIB), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Torre II de Humanidades, Ciudad Universitaria, 04510 México, D.F. México. Correo electrónico: [email protected] Resumen Este artículo intenta explorar a fondo la propuesta de H.G. Alfaro, “El pla- cer de la lectura”, en dónde está el peligro del placer de leer. Para ello recor- tamos algunos aspectos históricos relacionados con los peligros que suscitaba la falta de control sobre lector gozoso. Asimismo, tratamos de despejar con apoyo de la teoría psicoanalítica el proceso pulsional que involucra al Eros y al Tánatos, a fin de buscar qué esta atrás del placer de leer, ¿Podría ser ese ins- tante de júbilo? Palabras clave: deseos en la lectura, emociones en la lectura, placer por leer, lectura, psicoanálisis, lector. Abstract The article intends to explore in depth H.G. Alfaro’s proposal on “El placer de la lectura” about where the dangers of the reading pleasure are located. For that purpose an outline of the historical aspects related to the dangers promoted by the lack of controls over the joyful reader is made. Likewise, with the support of the psychoanalytical theory the document attempts to clarify the pulsional process involving Eros and Tanatos in order to find what lies behind the pleasure of reading. Could this be a moment of joy? (frre) Keywords: reading wishes, reading emotions, reading pleasure, reading, psychoanalysis, readers. (frre) ...cuando alguien, haciendo uso de la dialéctica y eligiendo un alma adecuada, planta y siembra palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quienes las plantan, y que no son estériles, sino portadoras de simientes de las que surgen otras palabras, en otros caracteres, son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal, que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible para el hombre. Sócrates Ni la cultura ni su destrucción son eróticos: es la fisura entre una y otra la que se vuelve erótica. El pla- cer del texto es similar a ese instan- te que se vuelve insostenible, imposible... Roland Barthes La letra sólo existe, pues, para el “espíritu”, para el soplo, al fin, del lector. Emilio Lledó Para Héctor Guillermo Alfaro López

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Page 1: Más allá del placer de la lectura - Biblat · 2010. 11. 4. · lugar del placer por transgredir la ley. Alfaro llega incluso a aconsejarnos que nos cuidemos a este respecto. Cabe

BIBL. UNIV., NUEVA ÉPOCA, ENERO-JUNIO 2007, VOL. 10, No. 1, P. 21-32

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Más allá del

placer de la lectura*

Elsa Margarita Ramírez Leyva**

* Comentario a la conferencia magistral titulada "El placer de la lectura" dictada por el Dr. Guillermo Alfaro López en la Biblioteca Central de la UNAM

el día 11 de octubre de 2006, dentro del marco de festejos de su 50o aniversario.

** Investigadora del Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas (CUIB), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Torre II de

Humanidades, Ciudad Universitaria, 04510 México, D.F. México. Correo electrónico: [email protected]

Resumen Este artículo intenta explorar a fondo la propuesta de H.G. Alfaro, “El pla-cer de la lectura”, en dónde está el peligro del placer de leer. Para ello recor-tamos algunos aspectos históricos relacionados con los peligros que suscitabala falta de control sobre lector gozoso. Asimismo, tratamos de despejar conapoyo de la teoría psicoanalítica el proceso pulsional que involucra al Eros yal Tánatos, a fin de buscar qué esta atrás del placer de leer, ¿Podría ser ese ins-tante de júbilo?

Palabras clave: deseos en la lectura, emociones en la lectura, placer por leer,lectura, psicoanálisis, lector.

AbstractThe article intends to explore in depth H.G. Alfaro’s proposal on “El placerde la lectura” about where the dangers of the reading pleasure are located.For that purpose an outline of the historical aspects related to the dangerspromoted by the lack of controls over the joyful reader is made. Likewise,with the support of the psychoanalytical theory the document attempts toclarify the pulsional process involving Eros and Tanatos in order to find whatlies behind the pleasure of reading. Could this be a moment of joy? (frre)

Keywords: reading wishes, reading emotions, reading pleasure, reading,psychoanalysis, readers. (frre)

...cuando alguien, haciendo uso dela dialéctica y eligiendo un alma

adecuada, planta y siembra palabrascon fundamento, capaces de

ayudarse a sí mismas y a quieneslas plantan, y que no son estériles,

sino portadoras de simientes de lasque surgen otras palabras, en otroscaracteres, son canales por dondese transmite, en todo tiempo, esa

semilla inmortal, que da felicidad alque la posee en el grado más alto

posible para el hombre. Sócrates

Ni la cultura ni su destrucción soneróticos: es la fisura entre una y

otra la que se vuelve erótica. El pla-cer del texto es similar a ese instan-

te que se vuelve insostenible, imposible...

Roland Barthes

La letra sólo existe, pues, para el“espíritu”, para el soplo, al fin, del

lector.Emilio Lledó

Para Héctor Guillermo Alfaro López

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Por lo general, el inicio de un textoes una bienvenida al lector, dondequien escribe explica sus intencio-nes, pinta de modo breve su tema ytraza un itinerario para recorrerlo; enocasiones, comienza con una pre-gunta que obliga a pensar en algunarespuesta o despierta curiosidadpara seguir adelante. En cambio, noes común empezar con una adver-tencia sobre el placer, precisamentecuando ya el título del asunto remitea una disposición de ánimo paraperderse en la dimensión del deleite.En el texto que aquí se comenta,

aspecto gobierna la discursividadde los sectores políticos, culturales,académicos y, desde luego, loseconómicos, además de justificarinversiones para formar pueblos delectores y emprender programasdestinados a “enseñar” el placer deleer, a diferencia de lo que ocurríaen épocas pasadas, cuando paramuchos la lectura, en particular larealizada a solas y en silencio,resultaba sospechosa y hasta peli-grosa. Cuántos libros y lectoresfueron castigados por infringir lasleyes impuestas por quienes deter-minaban qué, cómo y dónde leer, esdecir por quienes pretendían –y encierta medida lograron– controlarmente y emociones. Ahora la lectu-ra, para enormes mayorías, es unacto deserotizado. Sin embargo, enla disertación de Alfaro encontra-mos un camino para recuperar elplacer perdido en ese privilegiado yluminoso instante, expuesto demanera muy bella en la metáfora dela epifanía. La perspectiva con queeste autor aborda el asunto mellevó a elegir el título de mi comen-tario, que me compromete a apo-yarme en algunas premisas delcampo psicoanalítico.

El texto suscita la pregunta: ¿quépeligros podría encerrar el placer deuna actividad tan noble como lo esla lectura, si, como el propio Alfaroafirma, “desde los orígenes de laescritura se ha leído con placer nopocas veces”? Desde luego, pero,como en todas las épocas, la ley

Guillermo Alfaro nos recuerda quelos efectos del goce resultan peli-grosos y hasta evoca la historia tes-timonial de los desastres ocasiona-dos por él. Ciertamente, un ejemplolo constituyen los “padres primordia-les”, Adán y Eva, expulsados dellugar del placer por transgredir la ley.Alfaro llega incluso a aconsejarnosque nos cuidemos a este respecto.

Cabe preguntar si es oportuna esaadvertencia precisamente ahora,cuando se redescubre que en lalectura hay placer y cuando este

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intenta normar ese disfrute y, así,establece lo que debe ser un placer“bueno” y un placer “malo”. Lamisma naturaleza de la ley abre elcamino para que se la transgreda,ya sea de manera consentida oclandestina. Recordemos que elcontenido del placer “malo”, segúnla época, las circunstancias y ellugar, varía, aunque siempre ocupael lugar del “pecado,” y sólo deja deserlo cuando la ley, a través de insti-tuciones como la familia, la escuela,la biblioteca y la Iglesia, lo permite.

En su obra, Alfaro nos hace recor-dar que desde tiempos remotos,anteriores al de los griegos ya pro-vistos de alfabeto, se produjeronobras para el placer. Pero anterior aellos, ya en otra cultura encontra-mos obras elaboradas con esamisma intención; por ejemplo eseantiguo texto de escritura cuneifor-me creado en el siglo V antes denuestra era, donde se relatan lashazañas del héroe babilónicoGilgamesh, epopeya tan popularque tres centurias después yahabía una versión estándar repro-ducida en diversas ciudades. Estehecho nos hace pensar en perso-nas que seguramente, gracias a lamediación de esclavos que leían envoz alta para sus amos y acompa-ñantes, experimentaban gratasensoñaciones en donde ocupabanel lugar del protagonista. ¿Cuántas

repetición busca de nuevo ese ins-tante de placer; pero en algún lugarun fragmento de ese instante se haperdido pese a toda voluntad.

Puesto que el “problema” es el pla-cer, no está por demás explorar suetimología. Nos encontramos con elhedonismo, procedente del griegohedoné, placer, gozo, voluptuosidad.Se trata de una doctrina que pro-clama el placer como fin supremode la vida. Desde un principio, entrelos antiguos griegos, el placer seconsideraba un bien, el fin últimoque persigue la acción humana, y apartir de esa premisa se establecie-ron dos posturas: según la primera,el único bien que debe perseguir elser humano es placer, entendidocomo disfrute individual, inmediatoy sensible; en tanto, la segunda juz-gaba el placer como el principio y elfin de la vida feliz, mas no comodeleite inmediato, sino como bie-nestar constante y ausencia dedolor. Según otros, el placer nocorresponde al individuo, sino a lasociedad, y el bien moral es la con-secución del placer para el máximonúmero de personas. El discursoreligioso de nuestra era proscribiótodo placer que no fuera el de labúsqueda de la sabiduría en lapalabra de Dios, como lo ilustra sanAgustín, quien animaba a sus mon-jes a leer las Sagradas Escriturascon estas palabras: “Leedlas, por-que las encontraréis más dulcesque toda miel, más agradables quetodo pan, más alegres que todo

veces habrán ordenado la relecturade tal historia para revivir incesan-temente esos momentos gratifican-tes y cuántas veces más habránevocado esas imágenes acústicasque, como bien señala Lledó, “másallá de la particular historia, sehacen presentes a los ojos [o en losoídos] de cualquier lector que noesté ahogado por el vital pero siem-pre efímero aire del instante. Esemás hondo aliento que nos permitesalir de los surcos del texto... ?”1

Pero ello también es constatación,agrega este autor, “de que la vidadel pensamiento no transcurre enel tiempo primero de la sensación,sino en ese otro tiempo paralelo,distante y lento, en el que la con-ciencia impone otro ritmo más com-plejo, que el de la fiel, unidimensio-nal, naturaleza”.2 Es decir, un másallá en donde una sensación quedacomo impronta que cobra potenciaen la mirada retrospectiva, pues elinstante de una sensación cual-quiera es inaprehensible y sóloqueda una representación de ella ala que el pensamiento, con las imá-genes y palabras, imprime en elpresente otros sentidos y significa-dos que el instante desvaneció. Lamemoria, al evocarlos, los hace cir-cular en una temporalidad y en unritmo marcado por la aparición y ladesaparición. Ésa es la fatalidad delplacer y por eso siempre se produ-ce el eterno retorno; por eso la

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1 LLEDO IÑIGO, Emilio. El surco del tiempo: meditaciones sobre..., p. 15.

2 Ibid., p. 156.

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vino”.3 La lectura monástica era unaactividad de rumigáre, un darlevueltas al texto mediante la refle-xión, hasta que sólo quedara el bieny, al mismo tiempo, desaparecieranlos ataques de los demonios quedesviaban del camino hacia laSabiduría, primera de todas lascosas que debía buscarse. Por esecamino habría de llegar la luz queencendería y haría brillar al yo dellector. Posteriormente, la lecturaescolástica se convirtió en un actode repetición, de copia se convirtióen lectio, lección, texto y lecturadespojados de placer sacrificadospor supuesto saber.

Más tarde, el padre del psicoanáli-sis, Freud, demuestra que el princi-pio del placer regula de maneraautomática los procesos anímicos.Confirma que, en todos los casos,dicho proceso se pone en marchacuando se produce y eleva una ten-sión o energía fuente de displacer,

lugar de este planeta, lo rigen tresimperios que, fatalmente, llegan aun mismo final: la no existencia.Estos imperios son la autoconser-vación hasta la inmortalidad. el pla-cer hasta el goce y el poder hastala crueldad. Esos imperios se fun-dan en la fuerza del placer, que unpoco más allá pueden ser atrapa-dos por el principio de nirvana, porla quietud o por el imperativo “gozasin cesar”. No obstante, la proximi-dad de esos estados que ejercenuna enorme atracción generaangustia y empuja hacia el retorno.

En otras palabras podemos decirque nuestro ser, para ser, vive enuna permanente tensión a causadel placer, pues, aunque sea demanera momentánea, tiende aaproximarse al goce, aunque elhacerlo compromete el proceso delciclo vital y, por tanto, tendrá quealiarse al principio de repetición, unretorno a un estado de reposo míni-

que busca liberarse. Es decir el dis-placer como condición para se pro-duzca el placer. Entonces, por lafunción del principio del placer, sedescarga y ello hace que el aparatoanímico reduzca el monto de ener-gía para mantenerla constante enel más bajo nivel posible, de unmodo sólo temporal. Pero nuncasuprimirla del todo.4 La falta y elexceso de placer se encuentran enla in-existencia, sea por el caminodel goce o por el de la quietud, porconsiguiente, deben regularse. Almismo tiempo cuando se ejerce elcontrol sobre las energías que pre-cisan liberarse; esa retención, esepoder sobre ellas y ese liberarlaspara después de nuevo controlar-las, esa dosis de crueldad, es gene-radora de placer, precisamente elorigen del principio de repetición.Consideradas las característicasdel placer, hemos de proponercomo premisa universal que a todoindividuo, de cualquier época y

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3 ILLICH, Iván. En el viñedo del texto. Etología de la lectura..., p. 76.

4 Cf. FREUD, Sigmund. Más allá del principio del placer: psicología de las masas y análisis del yo y otras obras, 1920-1922. En: Obras completas..., p. 7.

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mo; de esa manera, podemos decirque el principio del placer ejerceuna función reguladora porqueevita el exceso del monto del placertanto como el del displacer, quepuede ser destructivo. Por otro lado,la repetición asegura un disfruteque rememora la actividad primariadirigida a recuperar el dominioantes de que el placer inicie suimperio.5 Al respecto, Nietzsche yase había adelantado, pues en sutexto sobre El nacimiento de la tra-gedia señala que ésta, más allá delalivio del espanto y la compasión,más allá de purificar de un afectopeligroso mediante una vehementedescarga de él, es para ser noso-tros mismos el eterno placer deldevenir –ese placer que incluye ensí mismo el placer de destruir–.6

Hay un ritmo que debe establecer-se: en un comienzo titubeante,camina hacia delante, pero, llegadoa cierto lugar de este camino, selanza hacia atrás para volver a reto-marlo desde cierto punto y así pro-longar el trayecto. Como señalaNietzsche, “la doctrina del eternoretorno, es decir, de un ciclo incon-dicional, infinitamente repetido, detodas las cosas”.7 El placer aparecey se inserta en este ritmo.

Al respecto, Derrida señala queel placer es ritmo, y que resultaindispensable un desequilibrioque lo lance hacia delante.Placer–displacer, ritmo que refie-re a un valor métrico, y que, másque oposición, produce una alte-ridad en donde dolor y placer noson opuestos, sino simplementediferentes. El principio del placerimpone el ritmo, obtiene subeneficio de la moderación yesclaviza al sujeto bajo su impe-rio. Derrida identifica ese ritmoen Nietzsche como una diferen-cia que también aparece en elbien y en el mal,8 en el placer-displacer, en la vida y la muerte;la diferencia entre uno y otro esun espacio, un instante. QueSalvador Elizondo lo describe enesta frase de su Farabeuf:“...esperándome como un tigre,en un quicio que, transpuesto, esla frontera entre la vida y lamuerte, entre el goce y el supli-cio, entre el día y la noche...”9

Esta alteridad, Alfaro la aborda enla dualidad “racionalidad abstrac-ta-placer” de la lectura, que esasimismo el resquicio por dondeaparece la epifanía. Al respecto,

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5 Ibid., Vol. XIX, p. 31.

6 NIETZSCHE, Friedrich. Ecce homo: cómo se llega a ser lo que se es, p. 78.

7 Ibid., p. 79.

8 DERRIDA, Jacques. La tarjeta postal: de Sócrates a Freud y más allá, p.382-385.

9 ELIZONDO, Salvador. Farabeuf, p. 85.

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señala que, entre los antiguos grie-gos, la lectura estuvo al servicio delpensamiento racional abstracto,plasmado en la cultura escrita comouna racionalidad que impone límitesal placer, pues éste hace perder larazón. Por ello, los antiguos griegosdistinguieron entre la lectura para larazón, que debe estar bajo el controlde la voluntad, y la lectura de placer,destinada a avivar la emoción, parala experiencia estética, voluptuosa, ya erotizar la imaginación, que des-borda los límites.

Sin embargo, esa lectura “racional”podría convertirse en otra forma deplacer, a saber: la de domeñar a lalectura hedonista, ponerle límites aesta lectura fuente de liberación,que va más allá de la voluntad, de larazón, esa que Michel de Certeauconsidera “rebelde y vagabunda”. Lalectura insertada en el diálogo del“alma consigo misma sin voz” y sintiempo está liberada de someti-miento.10 Es a esta la que la razónbusca controlar y en ello encuentreun grato sadismo. Recordemos quela lectura en la Edad Media, salvo lavinculada con las Sagradas Escri-turas, llegó a considerarse peligrosa,propiciatoria de la transgresión, ytodavía en algunos lugares se prohí-be, persigue y castiga porque repre-senta la maldad, el pecado, la lujuria.Refugiada en la clandestinidad, re-sulta más apetitosa que su hermanala literatura, culta, alimento de la

Después, el placer de la lectura fuepermitido, legitimado, como nos diceAlfaro: “clama por el reconocimientoque le permita estar a la par de lalectura cognoscitivista hecha para elrazonamiento”. En el discurso ilus-trado del mundo occidental se pro-pugnaba la libertad de los ciudada-nos para usar el raciocinio en lacreación de una nueva sociedadpróspera y generosa con sus inte-grantes. Entonces el deseo de leerse orienta hacia ser lector como unaidentidad ideal. Precisamente la lec-tura, en ese contexto, se convirtióen un imperativo y, por tanto, endeseo, obligación y esperanza,mientras el analfabetismo se conce-bía como una lacra que debía supri-mirse. Es entonces por entre resqui-cios que el placer de leer logrófiltrarse a través del discurso másracional, el de los ilustrados. Paraconvencerse de esto basta ver laspinturas decimonónicas (el hermosocartel que anuncia la conferenciamagistral de Alfaro reproduce unade ellas) que representan el disfrutede mujeres, hombres y niños enpleno acto de leer. Y en literaturatenemos a Madame Bovary: unaadvertencia, para las lectoras, sobrelos riesgos del placer obtenido alleer novelas románticas, cifrada par-ticularmente en el pasaje donde serefiere que, desde muy joven, Emmaempezó ensuciarse las manos conel polvo de los libros de la bibliotecapública. La novela de Flaubert nosdeja ver que la intensidad del placerde leer sobre amores apasionados

razón, seria, reverenciada, conside-rada partera de ideas y emocionesvirtuosas, así como de verdadescientíficas. Por supuesto, hay otraescritura que es hija del placer deleer. Pensemos qué podría haceralguien con todos esos productosde su imaginación en caso de nodarles desahogo: se volverían quizáscontra su progenitor, quien, conde-nado a vivir en el eterno goce de laimaginación, enloquecería. En estesentido, confiesa Roland Barthes:“Si leo con placer esta frase, estahistoria o esta palabra es porquehan sido escritas en el placer”. Perosabemos que el placer surge demanera inesperada. Curiosamente,la lectura de textos de contenidoreligioso, al anudarse con el placer,propiciaban la lujuria, como lo ates-tiguan los escondidos documentosde un monje medieval que aprendióa escribir para alivio de su displacer.Pero, qué hubiera sido de él o delmarqués de Sade sin la escritura,que les impidió un pasaje al acto, alsuicido, a la demencia, tal como susescritos salvaron también a sus lec-tores, gracias al placer de leerlos,tanto más intenso cuanto que seconseguía de manera clandestina,pues, como lo señala con gran sen-cillez y claridad Lin Yutang, “La lec-tura de un libro prohibido, tras unapuerta cerrada, en una noche denieve, es uno de los mayores place-res de la vida”.

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10 LLEDÓ IÑIGO, Emilio, Op. cit., p.180.

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condujo a madame Bovary al goce,estado del cual nunca se recuperó,pues, por buscarlo incasablementeen la realidad, tuvo que pagar elprecio de su propia vida.

Durante el siglo pasado, la culturaescrita se masificó ante la urgenciade educar a los pueblos. Entonces, elespacio y el tiempo para el placer deleer quedaron postergados, pues sepensó que, seguramente concluidaslas obligaciones escolares, los nue-vos lectores irían en busca suya.Pero después no quedó tiempo paraleer, pues “la lectura es el privilegiolejano, deseable pero no esencial, eldesciframiento de signos que debe-ría ser más frecuente, pero [que] lavida moderna no [...] permite, [pues]hay tanto que hacer, todo pasa tanrápido, [y] sobrevivir es lo importante”,nos recuerda Carlos Monsiváis.Precisamente es el tiempo de la pos-modernidad, al que en otro de susartículos Alfaro denomina tiempolíquido,11 asible sólo en algún un ins-tante en la escritura y en la lectura.

Resulta que hoy, en los albores delsiglo XXI, preocupa seriamente,incluso en países desarrollados, elfenómeno conocido como iletrismo,definido como una declinación de lapráctica de la lectura, en particularde libros. Una elevada proporciónde lectores con mejores destrezasy una asidua práctica de la lectura

derecho de los ciudadanos, tal cualconsta en la carta magna de losEstados Unidos. Esa frase tambiénrecuerda a Ricardo Flores Magónquien en uno de sus tantos lemasseñalaba que los mexicanos tenía-mos derecho a ser felices. Quizá enese momento nadie imaginaba quela felicidad se convertiría en unamercancía.

A partir de esta premisa, “deber serfeliz”, se ha desarrollado una buenaparte de la economía que hapenetrado hasta en las culturas“místicas.” Alfaro identifica la décadade los años sesenta del siglo pasa-do como el inicio de la búsqueda deplacer, quizá para dar la espalda a laominosa cara ofrecida en las gue-rras por el ser humano racional,quien descubrió el placer que puede

de textos de calidad parecen metasinalcanzables. Ante estos hechos,se fortalece la idea de que, pararevertirlos, resulta indispensable elplacer de leer. Por eso, como afirmaAlfaro, se ha convertido en unasuerte de imperativo: hoy es obliga-torio que la lectura produzca placer.Sin embargo, Pennac nos coloca enla realidad desde la primera páginade su libro Como una novela, dondeadvierte: “El verbo leer no tolera elimperativo, aversión que compartecon otros verbos: el verbo amar... elverbo soñar...”. Y mucho menos hade producir placer sólo para abonara ese ideal del hombre de estesiglo que Alfaro refiere medianteesta cita de Pascal Bruckner:“euforia perpetua o el deber de serfeliz”. Agrega Alfaro que la felicidadincluso se ha legalizado como un

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11 ALFARO LÓPEZ, Héctor G. Tiempo líquido: la

crisis del libro y la lectura, p. 53-70.

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dispensar la crueldad. Así, entonces,aunque admitido este proceso,había que denegarlo, encubrirlomediante una representación: elfetiche, y un sustituto intelectual: elplacer, la felicidad, la trivialidad. Demanera que lo que no divierte nientretiene se desecha, ya que no lesirve al ciudadano “feliz” del planetaglobalizado. Este ciudadano, remiti-do a su etapa oral más placentera,ciudadano amamantado y preserva-do del sufrimiento, no debe esfor-zarse y, en vista de su estado deinmadurez, necesita que se le pro-curen todos los placeres, que sesatisfagan todos sus requerimientose, incluso, anticiparse a sus deseos.

tergar el placer, como antes, cuandose nos prometía el goce en el cielodespués de una vida de sacrificios.Esa promesa está en la tierra, en loscentros comerciales (los shop-pings). Y allí están los mensajesencargados de despertar nuestrapasión, de hacernos sentir el placero el poder al manejar un coche,apretar un botón, beber un refresco.El mercado nos impone deseos yplaceres; incluso nos prescribe ydosifica la cantidad y calidad delplacer que es posible sentir, y ade-más nos lo proporciona en modali-dades y variedades determinadas asu antojo. Pero algunas personasdesorientadas no leen porque nosaben qué elegir, porque no tienen

¿Y por qué no leer, si ello produceplacer?, interrogan los intelectuales,académicos, escritores, editores ybibliotecarios. Si el placer nosgobierna y regula nuestra voluntad,aunque, como apunta RolandBarthes, la idea del placer ya nohalague a nadie. Nuestra sociedadparece a la vez tranquila y violenta,pero sin lugar a dudas es frígida. Talafirmación es muy grave, pues equi-vale a decir que ya no deseamos,que nada nos seduce, que nada nosfalta, ya que el mercado es tanvasto y nos ofrece tantos y tanvariados productos y satisfactorespersonalizados que incluso pode-mos sustituir a otros seres huma-nos. Ahora ya no es necesario pos-

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deseos, porque experimentan unvacío que algo o alguien debe llenar.Como bien afirma Lipovetsky en sulibro La era del vacío, estamossometidos a una seducción cons-tante. Ahora hay libertad para elegirentre una multitud de posibilidades;todo depende de qué queremos“ser” o parecer que somos. Tambiéna eso se debe el éxito de los librosde autoayuda y de superación per-sonal, que nos adaptan a los idealesde la sociedad o por lo menos nosasemejan lo más posible a ellos. Alrespecto, el psicoanalista JacquesLacan, quien vio nacer la década delos años sesenta, esa década quenos marca Alfaro como el principiodel reinado de mercantilización de lafelicidad, descubrió que el deseo esdeseo del Otro, ese lugar del otroparental, actualmente ocupado porla imagen y el mercado, pues losmedios ordenan, además de la feli-cidad, la conservación de la juven-tud y la belleza. Allí están las anoré-xicas, nada por fuera, nada pordentro, viven para ser delgadas, ylos físico-culturistas, cuya existenciase consagra a la modelación de sucuerpo, para llegar a parecer lo queno son. Sus cuerpos son el objetode goce del mercado. Por eso,como señala Alfaro, “el placer termi-na girando en el vacío”. En efecto,ése es el goce: girar siempre enbusca del objeto del deseo perdido.Debido a ello, no se necesita censu-rar ya, ni prohibir ni castigar, al suje-to-objeto, puro cuerpo que ha perdi-do el sentido de la realidad y que

habita en lo real, en lo que no puedenombrarse, sin lenguaje propio, por-que algo habla y desea por ellos.

Por otro lado, impera la inmediatez,el aquí y el ahora: todo tiene que seren el presente, ya que el futuro essumamente incierto. La rapidez, quese privilegia hasta para comer, matael disfrute, pues impide sentir, imagi-nar, reflexionar. Muchas personas,incluso niños y jóvenes, declaranque no leen porque no tienen tiem-po. De ahí el éxito de los cursos quese venden para desarrollar la destre-za de la lectura veloz, a los queWoody Allen se refiere con insupe-rable ironía: “Tomé un curso de lec-tura rápida y fui capaz de leerme Laguerra y la paz en veinte minutos.Creo que decía algo de Rusia”. Esacentrifugación del tiempo, como ladenomina Alfaro, impone al sujetosu ritmo, de modo que, entre el dis-placer y el placer, no queda espaciopara que surja el deseo, el júbilo, eldeleite, posiblemente si llegaran aaparecer ni siquiera se perciban.

Ahora empezamos a vislumbrarhacia dónde se dirige la advertenciade Alfaro: ¡cuidado con el placer! Talllamado de alerta tiene sentido eneste tiempo líquido donde se cons-tituye de manera simultánea elbinomio lectura consumo-desecho,en el que no hay espacio para elplacer, ni para el saber, ya que “cie-rra –nos dice Alfaro– sus posibili-dades de cuestionamiento y trans-formación social e individual”. En

efecto, se trata de una lectura quellena, pero no nutre, que propicia laglotonería y satisface por la canti-dad, pero que exilia la calidad, yatrapa, fija e inmoviliza al lector enun estado de oralidad insaciable,estado puro de goce pegado alseno materno: no hay yo, ni sujeto;hay objeto, pero no salida, y hayperversión; por eso se multiplicanlos textos despojados de placer. Yes que los autores se han conta-giado de ese tiempo rápido desti-nado al entretenimiento efímero,alcanzado mediante textos mecáni-cos hechos para la lectura rápida,lectura mecánica que EdithWharton ubica entre los peoresvicios o adicciones.12 La alerta quelanza Alfaro puede extendersehacia los mediadores quienes pre-tenden que los lectores “encuen-tren” el placer de leer por rodeos“divertidos” o a través de juegos. Esdecir, tal parece que los textos, enespecial aquellos que no se ajus-tan o se resisten a la escritura deconsumo necesitan de puntalespara que parezcan entretenidos. Yes que la lectura convertida enmercancía, sometida a las leyes deconsumo, y no a las del deleite; sealeja entonces irremediablementede esa otra lectura de tres tiemposque sugiere Barthes: la que sedetiene en el placer de las pala-bras, la que corre hacia el fin y“desfallece de tanto esperar, y laque cultiva el deseo de escribir”.

12 WHARTON, Edith. El vicio de la lectura, p. 56

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Después de que Alfaro nos ha colo-cado en el punto del paroxismo alrevelarnos el placer perverso de lalectura, pregunta: ¿cómo transitardel goce perverso al hedonismo dela lectura? Y responde sin ofrecerun camino fácil; antes bien, proponeuno muy complejo: la vía del texto.Sugiere los tres tiempos deCassany: “leer las líneas, entre líneasy detrás de las líneas”. Esto nosrecuerda una constante de los tresmomentos de la lectura en otrosautores, entre ellos Noé Jitrik, quienplantea la siguiente tríada: lecturaliteral, lectura inmediata, percibe lasletras y luego las palabras, apareceel texto, las letras actúan, el lectorlas hace resonar, puede detenerseallí o continuar, el autor señala queesa lectura es de la dimensión de lo“inconsciente”; transita a la lecturaindicial, en la cual el texto seduce,sugiere, muestra y oculta, puedeagotarse o, pasar a la lectura critico,que considera consciente. Exigedepuraciones múltiples, constan-tes.13 En los pasajes entre una y otraaparece fugaz el placer.

Emilio Lledó describe el acto deleer también en tres momentos: elde las semillas, es decir, las pala-bras, que recobran en el mundointerior de la mente resonanciasque no están en ellas originaria-mente, que las han ido adquiriendo

En el pasaje de un movimiento a otrode esos tres tiempos, se instaura larelación dialéctica mente-cuerpo,afuera-adentro, individuo-sociedad,dormir-despertar, consciente-incons-ciente, y en ese pasaje, entre todosesos elementos, surge un instanteen que, gracias a que algo del controldesaparece, falla la resistencia y sesuscita fugaz la bonheure, esa sus-tracción del tiempo que, según refie-re Alfaro, escinde –como dicen lospsicoanalistas– lo que asoma entre“dos muertes”. En ese momento seproduce el fading, se desvanece, esfugaz, apenas relumbra y ya seapaga. Y es difícil recuperarlo avoluntad. Es la felicidad, apuntaAlfaro, pero nos recuerda que ella ysu hermano el placer se han gastadopor la fuerza del mercado. Por eso nodebemos dejarnos convencer de queaquellos pueden comprarse u obte-nerse con sólo oprimir un botón. No:el placer de la lectura, a diferenciadel que se vende, no debe buscarse.Es simplemente un golpe de suerte,llega inesperadamente. Siempre estáen el texto, acechando, y, en un des-cuido, provoca ¡la epifanía! Apareceen virtud de una palabra, una oración,un párrafo, un giro lingüístico o hastadel texto todo. Posiblemente, tam-bién al concluir el texto, merced a unvuelco retrospectivo que sobrevienede golpe, extenuados de tanto espe-rar o buscar entre líneas, detrás deéstas o en ellas, la epifanía aparececargando tras de sí una constelaciónde emociones, pensamientos, place-res y sufrimientos, algunos de ellos

en la vida; semillas-palabras quecaen en una tierra fértil, capacidadgerminativa de cada lector, quienalimenta y transforma en frutos dul-ces o amargos. Puede darse elcaso que las semillas caigan en tie-rra infértil; pero también sucedeque las semillas sean estériles.14

Al parecer hay una coincidencia enese mágico número tres, puesLacan lo emplea también en estaexplicación sobre los tiempos:

1º Tiempo de ver, instante de la

mirada, re-conocimiento que

apunta a la incógnita, a la pre-

gunta. (El lector frente a la letra)

2º Tiempo de comprender, momento

de la meditación, de la reflexión, del

juicio. (el lector atrapado en el texto)

3º Tiempo de concluir, lapso de la

iluminación, el desahogo, el júbilo.

(el lector emerge del texto)15

Si relacionamos estos tiempos conlos de la lectura, identificamos en elprimero el tiempo de la letra, en elsegundo el del texto y en el terceroel del lector. Es decir, en estos tresmovimientos del acto de leer seantoja una relación entre el lector yel texto en la que aparece lasecuencia de la seducción, la con-quista y el éxtasis.

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13 JITRIK, Noé. La lectura como actividad, p.71.

14 LLEDÓ IÑIGO, Emilio, Op. cit., p.126-128.

15 LACAN, Jacques. El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada..., p. 187.

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perdidos en el olvido y otros revesti-dos de un fulgor que quizá en sumomento no tenían. Así, la intensaepifanía irrumpe en las interseccio-nes del texto y del lector, en donde lapalabra puede ser erótica, nos diceBarthes, “bajo dos condicionesopuestas, ambas excesivas: si esrepetitiva hasta el cansancio o, por elcontrario, si es inesperadamentesuculenta por su novedad, en ciertostextos las palabras brillan, son comoapariciones que distraen, incon-gruentes –importa poco que puedanparecer pedantes–“.

Para finalizar, disiento de la idea delgoce que Alfaro asocia al eco delplacer, como una reverberación.

«Yo dormía, dormía, -

De un profundo soñar me he desperta-

do: -

El mundo es profundo

Y más profundo de lo que el día ha

pensado.

Profundo es su dolor,

El placer - es más profundo aún que el

sufrimiento:

El dolor dice: ¡Pasa!

Más todo placer quiere eternidad,

¡Quiere profunda, profunda eternidad!»

Agradezco a Héctor GuillermoAlfaro la invitación a comentar sutexto, que leí con placer porque fueescrito con placer. �

Ese inasible resto de la felicidad,del júbilo, si se quiere del paroxis-mo, ese más allá del placer de leer,a mi juicio, no es el goce, es elretorno al deseo. Deseo de esa epi-fanía perdida. Deseo que nos impe-le a peregrinar por los viñedos deltexto, para seguir libando en ellosdonde, quizás en una uva cualquie-ra y en el momento más inespera-do, nos sorprenda la epifanía.

Para concluir busquemos el placeren esta poesía de Nietzsche, Se-gunda canción del baile (Así hablóZarathustra III).

¡Oh hombre! ¡Presta atención!

¿Qué dice la profunda medianoche?

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Obras Consultadas

ALFARO LÓPEZ, Héctor G. Tiempo líquido: la crisis del libro y la lectura. Investigación Bibliotecológica: archivonomía, bibliote-cología e información, enero/junio 2000, vol. 14, no. 28, p. 53-70.

DERRIDA, Jacques. La tarjeta postal: de Sócrates a Freud y más allá. 2ª ed. México: Siglo XXI, 2001. 486 p.

ELIZONDO, Salvador. Farabeuf. 5ª ed. México: Fondo de Cultura Económica, 2000. 177 p.

FREUD, Sigmund. Más allá del principio del placer: psicología de las masas y análisis del yo y otras obras, 1920-1922. En: Obrascompletas: ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey. Colab. Anna Freud. 2ª ed. Buenos Aires: Amorrortu,

1984. Vol. 18, 303 p.

ILLICH, Iván. En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de Hugo de San Víctor. México:

Fondo de Cultura Económica, 2002. 210 p.

JITRIK, Noé. La lectura como actividad. México: Fontamara, 1997. 87 p.

LACAN, Jacques. El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada: un nuevo sofisma. En: Escritos 1. 22ª ed. México: Siglo

XXI, 2001. 479 p.

LIPOVETSKY, Gilles. La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. 13ª ed. Barcelona: Anagrama, 2000. 220 p.

LLEDÓ IÑIGO, Emilio. El surco del tiempo: meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria. 2ª ed. Barcelona:

Gedisa, 1992. 231 p.

NIETZSCHE, Friedrich. Ecce homo: cómo se llega a ser lo que se es. Madrid: Alianza, 2003. 135 p.

PENNAC, Daniel. Como una novela. Tr. Joaquín Jordá. 9ª ed. Barcelona: Anagrama, 2003. 169 p.

WHARTON, Edith. El vicio de la lectura. Tr. Demetrio Garmendia Guerrero. México: Verdehalago, 2001. 55 p.

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