moralidad de los actos humanos

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Página 1 de 3 INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO II 2015_2 Texto 14: Moralidad de los actos humanos 1. Moral El objeto material de la moral son las costumbres, los actos y la conducta del ser humano. Su objeto formal es el conjunto de leyes que deben orientar esta actividad. En el caso de la Teología Moral, estas reglas son los designios de su Creador, instituidos en el derecho natural y por las normas reveladas. Abarca la vida integral del hombre y no solo de algunos aspectos de su vida. Puesto que el Depósito de la Fe fue confiado a la Iglesia por el propio Cristo, esta Teología Moral no puede ser separada de la Teología Dogmática, es decir, la interpretación del Magisterio de este Depósito. La constitución metafísica del ser humano como persona individual, racional y relacional, confiere a la libertad humana una preeminencia sobre todas las formas infrahumanas de criaturas, por eso el hombre es capaz de mérito o demérito por sus acciones, puesto que puede elegir entre hacerlas o no hacerlas. 1 Esta libertad no significa la libre elección entre el bien y el mal, sino la elección del bien por un acto libre y voluntario dictado por la razón orientada por la Revelación, es decir, por la Ley divina. 2 El hombre debe conducirse de acuerdo con lo que Dios ha proyectado sobre la naturaleza de su ser específico. Por ello, la eticidad es un constitutivo ontológico del ser humano, de modo que la dimensión ética es intrínseca a su persona. 3 Esta obediencia a la verdad, explica el Papa Juan Pablo II, no siempre es fácil. Como consecuencia del pecado original, el hombre está continuamente tentado a desviar su mirada del Dios verdadero, buscando una libertad ilusoria fuera de la verdad que es el propio Cristo. 4 2. La conciencia Moral La Constitución Gaudium et spes (16) explica que, en lo más profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley a la que debe obedecer y cuya voz resuena llamándole siempre a hacer el bien y a evitar el mal. Consecuentemente, la conciencia moral está puesta por Dios como un juicio de la razón por el que la persona reconoce la cualidad moral de sus actos concretos, estando obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto 5 . Hay situaciones en que el juicio moral es una decisión difícil. En estos casos se debe buscar siempre lo que es justo y bueno, discerniendo la voluntad de Dios. Por eso el Catecismo indica las siguientes reglas básicas: Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédlo también vosotros (Mt 7, 12; cf. Lc 6, 31). La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo: “Pecando contra vuestros hermanos… pecáis contra Cristo” (1 Cor 8, 12). La conciencia humana es dependiente de diversos factores, por eso, se acostumbra dividir los tipos de conciencia, de acuerdo con el cuadro abajo: 1 Cf. RODRÍGUEZ, Victorino. Estudios de antropología teológica. Madrid: Speiro, 1991, pp. 260-262. 2 Cf. RHONHEIMER, Martin. La perspectiva de la Moral. Fundamentos de la Ética Filosófica. Madrid: RIALP, 2000, p. 210. 3 Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática. Curso fundamental de la fe católica. Madrid: BAC, 2009.p. 555. 4 Cf. JUAN PABLO II. Carta Encíclica Veritatis Splendor, n. 1. 5 Cf. CEC n.s. 1777-1778.

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La moralidad de los actos humanos y su relación con las leyes divinas.

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Page 1: Moralidad de Los Actos Humanos

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INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO II 2015_2

Texto 14: Moralidad de los actos humanos

1. Moral El objeto material de la moral son las costumbres, los actos y la conducta del ser

humano. Su objeto formal es el conjunto de leyes que deben orientar esta actividad. En el caso de la Teología Moral, estas reglas son los designios de su Creador,

instituidos en el derecho natural y por las normas reveladas. Abarca la vida integral del hombre y no solo de algunos aspectos de su vida. Puesto que el Depósito de la Fe fue confiado a la Iglesia por el propio Cristo, esta Teología Moral no puede ser separada de la Teología Dogmática, es decir, la interpretación del Magisterio de este Depósito.

La constitución metafísica del ser humano como persona individual, racional y relacional, confiere a la libertad humana una preeminencia sobre todas las formas infrahumanas de criaturas, por eso el hombre es capaz de mérito o demérito por sus acciones, puesto que puede elegir entre hacerlas o no hacerlas.1

Esta libertad no significa la libre elección entre el bien y el mal, sino la elección del bien por un acto libre y voluntario dictado por la razón orientada por la Revelación, es decir, por la Ley divina.2

El hombre debe conducirse de acuerdo con lo que Dios ha proyectado sobre la naturaleza de su ser específico. Por ello, la eticidad es un constitutivo ontológico del ser humano, de modo que la dimensión ética es intrínseca a su persona.3

Esta obediencia a la verdad, explica el Papa Juan Pablo II, no siempre es fácil. Como consecuencia del pecado original, el hombre está continuamente tentado a desviar su mirada del Dios verdadero, buscando una libertad ilusoria fuera de la verdad que es el propio Cristo.4 2. La conciencia Moral

La Constitución Gaudium et spes (16) explica que, en lo más profundo de su conciencia, el hombre descubre una ley a la que debe obedecer y cuya voz resuena llamándole siempre a hacer el bien y a evitar el mal. Consecuentemente, la conciencia moral está puesta por Dios como un juicio de la razón por el que la persona reconoce la cualidad moral de sus actos concretos, estando obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto5.

Hay situaciones en que el juicio moral es una decisión difícil. En estos casos se debe buscar siempre lo que es justo y bueno, discerniendo la voluntad de Dios. Por eso el Catecismo indica las siguientes reglas básicas:

• Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. • Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédlo también vosotros (Mt 7,

12; cf. Lc 6, 31). • La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo: “Pecando contra

vuestros hermanos… pecáis contra Cristo” (1 Cor 8, 12). La conciencia humana es dependiente de diversos factores, por eso, se acostumbra

dividir los tipos de conciencia, de acuerdo con el cuadro abajo: 1 Cf. RODRÍGUEZ, Victorino. Estudios de antropología teológica. Madrid: Speiro, 1991, pp. 260-262. 2 Cf. RHONHEIMER, Martin. La perspectiva de la Moral. Fundamentos de la Ética Filosófica. Madrid: RIALP, 2000, p. 210. 3 Cf. FERNÁNDEZ, Aurelio. Teología Dogmática. Curso fundamental de la fe católica. Madrid: BAC, 2009.p. 555. 4 Cf. JUAN PABLO II. Carta Encíclica Veritatis Splendor, n. 1. 5 Cf. CEC n.s. 1777-1778.

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Conciencia

De acuerdo con la ley moral

a) Conciencia verídica o recta

b) Conciencia errónea

Culposamente errónea

No culposamente errónea

Escrupulosa Perpleja Laxa Cauterizada Farisaica

De acuerdo con los grados de asentimiento

Conciencia cierta o firme Conciencia probable Conciencia dudosa o hesitante

2.1. Desde el punto de vista de la conformidad con la ley moral:

a) Conciencia verídica o recta: se apoya en principios auténticos, declarando lícito o ilícito, según es realmente.

b) Conciencia errónea: declara lícito o ilícito de modo equivocado, por partir de principios morales falsos. Puede darse con culpa o sin culpa. La ignorancia culpable no justifica seguir los dictámenes de una conciencia errónea.

Esta se subdivide en: 1. Conciencia escrupulosa: por motivos de poca monta, juzga ser pecado una acción

que efectivamente no lo es, causando angustia y desequilibrio. Su principal fundamento es el egoísmo y no el amor a Dios. Muchas veces es una fuga para no enfrentar otros defectos que no se quiere corregir. Debe ser diferenciada de la conciencia delicada que, por recto amor a Dios, busca corregir las menores imperfecciones y ocasiones de pecado, lo que es muy bueno.

2. Conciencia perpleja: frente a un dilema juzga haber pecado en cualquiera de las opciones, sinceramente no ve como evitar la culpa. En esos casos lo mejor es buscar ayuda de una persona prudente. En último caso, no siendo posible evitar las dos opciones, se opta por el “mal menor”, es decir, se busca el bien, evitando el “mal mayor”.

3. Conciencia laxa o relajada: juzga no haber pecado, o ser falta leve, lo que es en realidad un pecado grave. Es resultado de la tibieza y del relativismo. Debe ser combatida con la fuerza descrita en Ap 3, 16-20.

4. Conciencia cauterizada: la costumbre inveterada de pecar hace con que la persona ya no perciba la ilicitud de sus faltas.

5. Conciencia farisaica: es la que sin dificultad aprueba actos gravemente ilícitos y exagera la gravedad de cosas de poca importancia (Mt 23, 24): «filtran el mosquito y se tragan el camello». 2.2. Desde el punto de vista del grado de asentimiento:

a) Conciencia segura: sin temor prudente de errar, juzga con firmeza que tal o cual acción es lícita o ilícita. Difiere de la conciencia verídica, pues esta seguridad puede proferir un dictamen erróneo.

b) Conciencia probable: es la que, aunque con recelo de errar, juzga ser lícita o ilícita una determinada acción, basándose en razones serias, pero no suficientes para proporcionar seguridad.

c) Conciencia dudosa: deja su juicio suspendido, o, cuando lo formula, no encuentra razones para no optar por la proposición contraria.6

6 Cf. BETTENCOURT, Estevão. Curso de Teologia Moral. Rio de Janeiro: Mater Ecclesiae, 1999, pp. 29-30.

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2.3. Deberes en relación a la conciencia Una conciencia bien formada –enseña el Catecismo– es recta y veraz. Formula sus

juicios según la razón, conforme al bien verdadero revelado por el Creador y la virtud de la prudencia. La educación de la conciencia es tarea para toda la vida y debe tener como fundamento la Palabra de Dios iluminada por el Espíritu Santo, que guía al Magisterio de la Iglesia.7

La ignorancia culpable o voluntaria puede llevar la conciencia a formar juicios erróneos sobre sus actos. Por eso Gaudium et spes (16) explica que «cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad, su conciencia se queda casi ciega». En estos casos la persona es culpable del mal que comete.

En el caso de una ignorancia invencible, el Catecismo8 explica que el mal cometido no puede ser imputado a la persona, pero no deja de ser un mal. Por tanto, es necesario trabajar para corregir la conciencia moral de sus errores. 3. Retribución por los actos libres

Como verdadero dueño de sus actos, el ser humano es responsable por cada uno de ellos ante su Creador. Como Dios es eterno y los actos humanos se relacionan con Él, estos son a su modo también eternos. Es decir, el buen o mal uso del don de la libertad afecta la relación del hombre con Dios, haciéndolo merecer un premio o un castigo por sus actos.

Un acto humano puede ser perdonado por la misericordia divina, pero constituye una ruptura y un rechazo al bien supremo que nos fue dado gratuitamente por Dios. Así, aunque sea perdonado y reparado, la realidad es que este acto no puede ser borrado de la existencia de su autor, pues, cometido ante Dios es eterno. Aunque el propio Dios lo olvidase y con Él toda la humanidad y el propio sujeto, este acto no dejaría de haber existido. 4. Fundamento de la Moralidad

En un ambiente donde se afirma que los calificativos de «bien» y «mal» son valores relativos y dependientes de la valoración social, es necesario ofrecer un fundamento preciso por el cual las acciones humanas puedan calificarse de buenas o de malas. Este fundamento no puede ser disociado de Dios, puesto que separar la ética filosófica de la moral religiosa alcanza la misma consecuencia de separar en un hombre el cuerpo del alma.

En nuestros días, existen posturas divergentes sobre el tema, en que la mayoría de los filósofos buscan elaborar una moral sin Dios, incluso oponiéndose a cualquier programa moral de origen religioso. Sin duda es la misma raíz del pecado original que separó al hombre de Dios, como afirmaba San Máximo Confesor: el hombre quiso “ser como Dios”, pero “sin Dios y no según Dios”.9 Precisamente, el hombre quiere ser capaz de definir lo que es bien y lo que es mal, sin tener que pedir normas al Señor.

Esta autosuficiencia fundamenta las teorías que buscan separar la conducta humana de las leyes divinas que orientan la vida del hombre. Éste no puede encontrar en sí mismo la razón de su existencia ni su finalidad última, caracterizando esta autosuficiencia como una incoherencia filosófica que niega la realidad de que no es un ser eterno y necesario, sino temporal y contingente.

Como ser contingente y creado, el hombre debe regir su conducta por el Ser necesario: su Creador.

7 Cf. Ibid. Ns. 1783-1785. 8 Cf. CEC ns. 1786-1793. 9 Cf. CEC., n. 398.