monografía viaje al centro de la tierra 4_15122013

71
CARÁTULA UNIDAD EDUCATIVA TULCÁN RECOPILACIÓN DE INFORMACIÓN DEL LIBRO VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA POR JULIO VERNE Autora: María Narváez Tutor: Mauricio Benavides Tulcán, 2013 i

Upload: marlon-cuaspud

Post on 28-Dec-2015

344 views

Category:

Documents


7 download

TRANSCRIPT

Page 1: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CARÁTULA

UNIDAD EDUCATIVA TULCÁN

RECOPILACIÓN DE INFORMACIÓN DEL LIBRO VIAJE AL CENTRO DE LA

TIERRA POR JULIO VERNE

Autora: María Narváez

Tutor: Mauricio Benavides

Tulcán, 2013

i

Page 2: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

DEDICATORIA

El presente trabajo está dedicado a mi familia, por ser los promotores de mi desarrollo y

formación, quienes con su amor, entrega y comprensión, han sabido guiar mi porvenir.

María Narváez.

ii

Page 3: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

AGRADECIMIENTOS

A Dios y a mi familia, por brindarme su amor, colaboración, paciencia y fuerza, que

permiten seguir adelante con mis estudios, sobre todo en los momentos difíciles, han estado

siempre presentes guiando mi camino, con exhortaciones llenas de sabiduría para poder

enfrentar cada uno de los obstáculos y retos que se presentan durante esta etapa de mi vida

estudiantil.

María Narváez.

iii

Page 4: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

ÍNDICE

CARÁTULA..................................................................................................................i

DEDICATORIA............................................................................................................ii

AGRADECIMIENTOS................................................................................................iii

ÍNDICE.......................................................................................................................iv

INTRODUCCIÓN........................................................................................................1

CAPÍTULO I................................................................................................................4

EL LIBRO MISTERIOSO............................................................................................4

CAPÍTULO II.............................................................................................................12

LA CLAVE DEL ENIGMA..........................................................................................12

CAPÍTULO III............................................................................................................16

EL PROYECTO INSENSATO...................................................................................16

CAPÍTULO IV............................................................................................................21

LECCIONES DE VÉRTIGO......................................................................................21

CAPÍTULO V.............................................................................................................24

A TRAVÉS DEL ATLÁNTICO NORTE.....................................................................24

CAPÍTULO VI............................................................................................................27

EL TERCER HOMBRE.............................................................................................27

CAPÍTULO VII...........................................................................................................32

TIERRAS DE ISLANDIA...........................................................................................32

CAPÍTULO VIII..........................................................................................................36

iv

Page 5: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

AL ASALTO DEL SNEFFELS...................................................................................36

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES............................................................41

BIBLIOGRAFÍA.........................................................................................................42

v

Page 6: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

INTRODUCCIÓN

La obra literaria “Viaje al centro de la Tierra”, por Julio Verne, es un precedente literario,

que ha ganado la simpatía de quienes han podido encontrar en sus líneas, la pasión por la

aventura. El presente trabajo, recopila las vivencias de los personajes: el profesor

Lidenbrock y Axel, sobrino del sabio erudito, quienes se encaminan en un proyecto

ambicioso, siguiendo la ruta creada por Saknussemm,en un manuscrito misterios, para llegar

al mismísimo centro de la Tierra, y percibir una infinidad de parajes y vivencias, que a la

apóstrofe, envuelven al lector, en un deleite por la investigación y el descubrimiento.

El Capítulo I, se encuentra encaminado a describir, cómo empieza esta aventura; se describe

a los personajes principales, y se encamina a explicar, cómo estos, emprenden el proyecto de

viajar al centro de la Tierra. Así, Lidenbrock, era un profesor de mineralogía, director y

conservador de un Museo mineralógico, en Johannaeum, quien se encolerizaba en cada

sesión de clase. No le importaba tener o no tener buenos alumnos y cosas parecidas.

Enseñaba para sí mismo, no para los discípulos. Era un sabio egoísta. Para mejor resumir,

un avaro intelectual. Pero reunía en sí, el genio de un geólogo y la visión del mieralogista.

Era un hombre alto, delgado, con una salud titánica, y un aire juvenil, que le quitaba diez

años de encima. Disponía de una considerable fortuna y no necesitaba trabajar para vivir.

Trabajaba por vocación.

Axel, además de ser sobrino del profesor, era su ayudante de laboratorio, y su mejor

discípulo, a quien le entusiasmaba las ciencias geológicas, y jamás se aburría con sus amados

pedruscos. Vivían en un barrio antiguo de Hanburgo, con la señorita de diecisiete años

llamada Graubemnm, ahijada del profesor Lidenbrock,

Al entrar Axel a la biblioteca del domicilio donde habitaba, observó a su tío que

contemplaba con profunda admiración un libro fascinante; libro que lo había encontrado por

casualidad en la tienda del judío Havelius. El libro era una crónica de los príncipes noruegos

que reinaron en Islandia. El “Heims Kringla” de Shorre Turleson, el famoso autor islandés

del siglo XII.

Al abrir y cerrar alternativamente el libraco, un mugriento pergamino se deslizó de entre sus

hojas, cayendo al suelo; el profesor Lidenbrock lo recogió con gran avidez, dando por

sentado el incalculable valor que tendría un documento antiguo oculto en semejante texto,

quizás desde épocas inmemoriales. Este pergamino tenía cinco pulgadas de largo y cuatro de

1

Page 7: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

ancho, surcado por líneas trasversales de caracteres un tanto misteriosos, que con tenía letras

rúnicas, idénticas a la del manuscrito de Shorre Turleson. Criptograma de oculto sentido. En

el margen de la anteportada había unos garabatos muy confusos, parecidos a una mancha de

tinta, que tenían unos caracteres rúnicos, muy conocidos para el profesor, ¡Arne

Saknussemm!, célebre alquimista islandés del siglo XVI,

El Capítulo II, describe cómo Axel, descubre la clave del enigma, leyendo el párrafo de

derecha a izquierda empezando por el final; el profesor leypo todo el documento, cuyo latín

chapucero podía traducirse más o menos así: “Baja al cráter del Yóculo del Sneffels, por

donde la sombra del Sacartaris llega a acariciar, antes de las calendas de julio, audaz viajero,

y llegarás al Centro de la Tierra. Esto hice yo. Arne Saknussemm”. El profesor muy

contento replicó a su sobrino que tendría que preparar las maletas para emprender el viaje.

El Capítulo III, abarca como comenzaron los preparativos para el viaje al centro de la Tierra,

Axel pensaba que el viaje lo emprenderían en dos meses, pero cuando llegó a casa después

de una caminata que hizo por la calle se dio cuenta que el tío ya lo estaba preparando todo

para viajar en dos días, a las seis de la mañana salieron camino a la estación para su viaje al

centro de la Tierra.

El Capítulo IV, describe el viaje hasta Islandia, en tren, luego de tres horas de viaje llegaron

a la ciudad de Kiel, de verde playa y elegante bahía, cuyo próximo viaje sería por mar en el

barco Ellenora, el cual no zarpaba si no hasta las diez de la noche a las aguas del Báltico

occidental. Desembarcaron en Korsor, puerto de la costa de Seeland; posteriormente se

subieron en tren, trayecto final hasta Copenhague, después de este trayecto, se subieron a un

barco Danés, que se hacía a la mar rumbo Reykiavik.

En el Capítulo V, recibieron cartas de recomendación del señor Thomson, dirigida al conde

de Trampe, gobernador de Islandia, otra para el señor Finsen, alcalde de Reykiavik, y para

Picturson, coadjutor del obispo. El 2 de junio abordaron el barco Varkirie, en una travesía de

diez días sobre la mar. Al llegar a Islandia, en el muelle los estaba esperando el gobernador

en persona, el profesor le entregó las cartas de recomendación que llevaba.

El Capítulo VI, se refiere, cómo un tercer integrante se acopló a la expedición, el cual fue

recomendado por el señor Fridriksson, catedrático de ciencias naturales en la escuela de

Reykiavik, un sabio humilde como pocos, quien los alojó en su casa. El tercer integrante era

el señor Hans Bjelke, un hombre de actitud calmada, tranquilo, un hombre en quien confiar.

2

Page 8: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Entre los instrumentos más destacados se encontraba: un termómetro centígrado, un

manómetro de aire, un cronómetro ginebrino, dos brújulas, un anteojo para visión nocturna,

y dos fuentes de energía. En la madrugada del 16 de junio emprendieron el viaje hacia el

norte.

En el Capítulo VII, describe la travesía por la superficie terrestre, hasta llegar a las puertas

del volcán Sneffels.

El Capítulo VIII, indica el asalto del volcán Sneffels, hasta conquistar su cumbre, a cinco mil

pies sobre el nivel del mar.

3

Page 9: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO I

EL LIBRO MISTERIOSO

Mi tío, el profesor Lidnbrock, regresó precipitadamente a casa aquella mañana del domingo

de mayo 1863. Recuerdo que vivíamos en la calle Konigstrasse No. 19, una de las más

viejas del barrio antiguo de Hamburgo, protegidos por techos y paredes bien modestos. La

pobre Marta creyó tal vez que aquel día iba con retraso, pues el puchero apenas empezaba a

cocer en el hornillo.

“¡Menuda se va a armar cuando mi tío, el más impaciente de los hombres, vea que la comida

aún no está lista!”, pensé.

- ¿Ha vuelto ya el señor Lidenbrock? – preguntó Marta asustada, entreabriendo la puerta del

comedor.

- Sí, Marta. Pero tranquilícese. No puede tener a punto la comida porque aún no son las dos

de la tarde, hora habitual de comer.

- ¿Cómo, entonces, regresa tan pronto el señor?

- Ya lo dirá él, si quiere.

- ¡Ay, siento que viene hacia acá! Yo me voy, señorito Axel. Hágale usted entrar en razón.

Marta se dirigió a la cocina, y yo me quedé un instante a solas.

¿Hacer entrar en razón al más irritable de los profesores? Eso era una tarea imposible para

alguien tan indeciso como yo. Opté por retirarme discretamente a mis habitaciones, pero

entonces oí rechinar la puerta y crujir la escalera de madera bajo el peso de unos pies

desproporcionados. A poco, el rey de la casa cruzó el comedor y entró a su despacho. De

paso, me dijo con su acostumbrada brusquedad:

- Sígueme, Alex.

Sin tiempo para moverme siquiera, hube de aguantar su frenético exabrupto: “¿Qué haces ahí

parado? ¡Vamos, espabila!” naturalmente, eché a correr hacia su despacho.

4

Page 10: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Les diré, amables lectores. Otto Lidenbrock no era mal hombre, aunque así parezca. No,

simplemente era el más original y testarudo de todos los seres humanos, y así morirá, si es

que no cambia de carácter, cosa inverosímil por otra parte.

Era profesor de mineralogía en Johannaeum, y se encolerizaba varias veces en cada sesión de

clases. No supongan mal; a él le importaba un pimiento la atención que se le dispensaba,

tener o no tener alumnos aplicados, y cosas parecidas. Enseñaba para sí mismo, no para los

discípulos. Era, pues, un sabio egoísta, un pozo de ciencia. Para mejor resumirlo, un avaro

intelectual.

No era buen orador, y eso le perjudicaba. Cando no encontraba la palabra justa en el

momento oportuno, terminaba soltando alguna expresión incorrecta que despertaba sonrisas

en el auditorio. Y eso le sacaba de sus casillas; se le trababa la lengua aumentaba su

nerviosismo, proliferaban nuevas sonrisas, y se ponía ya frenético. De esa manera,

paulatinamente, se creaba un ambiente desagradable y de mal gusto en su aula.

A pesar de todo, mi tío era un auténtico sabio; de vez en cuando rompía algunos ejemplares

mineralógicos, por falta de cuidado pero reunía en sí el genio de un geólogo y la visión del

mineralogista. Con su martillo, su punzón, su soplete, y los frascos de ácidos y reactivos se

sentía a sus anchas. Clasificaba un mineral cualquiera, sin vacilar, solo por su aspecto, por

su dureza, por su manera de romperse, olor, sabor, o fusibilidad. De ahí que su nombre fuera

famoso en los centros docentes y académicos. Becquerel, Brewster, Homboldt, Sabine

Humpry Davy, entre otros sabios no dejaban de visitarle a su paso por Hamburgo, no de

consultarle respecto a las más delicadas cuestiones de Química. Un tratado de

“Cristalografía transcendental”, publicado en 1853 en Leipzig, aumentó si cabe su

celebridad, por más que no llegase a cubrir gastos de impresión.

A demás mi tío era director y conservador de un museo mineralógico, propiedad del Ilustro

Struve, embajador ruso, cuya colección gozaba de justa fama entre todos los europeos.

Así era el autoritario profesor. Un hombre alto, delgado, con una salud titánica, y un aire

juvenil que le quitaba diez años de encima.

Disponía de una considerable fortuna, y no necesitaba trabajar para vivir. Es obvio pues que

actuaba por vocación.

En nuestra casa de ladrillos y madera asomada a un tortuoso canal que cruzaba el barrio

antiguo de Hamburgo, residía también una joven natural de Virlandia, que se llamaba

Gruben, tenía 17 años de edad y era ahijada de un tío.

5

Page 11: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Yo, además de sobrino, era también su ayudante de laboratorio y su mejor discípulo. Me

entusiasmaban las ciencias geológicas, y jamás me aburrí con mis amados pedruscos.

En general, vivía felizmente a pesar del carácter intransigente de mi tío, un hombre que no

sabía esperar y metía prisas a la propia naturaleza. Incluso estiraba periódicamente las hojas

de su reseda, una planta casera, para que así creciesen más rápidamente. Ante una

personalidad tan peculiar, no cabía otro recurso que la obediencia. Por eso mi precipité a su

despacho – biblioteca cuando, incapaz de una mayor demora, y esperé sus órdenes.

Dicha estancia era igualmente un museo de mineralogía. Ejemplares de todas las especies

del reino mineral hallaban acomodo en sus repisas y estantes, y yo los conocía uno por uno.

En muchas ocasiones había soslayado juegos travesuras propios de mi edad para encerrarme

allí y dedicarme a su estudio y contemplación.

Sin embargo, al entrar en el despacho de mi tío, no me acordaba de aquellos lignitos,

grafitos, resinas, sales orgánicas y demás elementos de la colección. Su dueño era quien

absorbía mi preocupación. Sepultado en su sillón de terciopelo de Utrecht, manoseaba un

libro que contemplaba con profunda admiración.

- ¡Qué libro más fascinante! – Exclamaba a intervalos.

Me sorprendió vivamente oírle. Para el profesor Ledenbock, ningún libro tiene valor a no

ser de que se trate de un ejemplar difícil de hallar, o, por lo menos imposible de leer.

-¿Si?- Repuse yo perplejo.

-¡Desde luego! Es un tesoro inestimable que he encontrado esta mañana, revolviendo al

descuido, en la tienda del judío Hevelius – afirmó exaltado.

-Ah, ¿y de qué trata?- pregunté yo, con actitud glacial.

-¡Es la crónica de los príncipes noruegos que reinaron en Islandia!- Gritó, escandalizado por

mi ignorancia. Según él, a simple vista tenía que haber reconocido su importancia.

-¿De veras?- Exclamé, aparentando asombro-. ¿Y cuál es su título?

-Te creía más ilustrado, muchacho- me reconvino alegremente-. Es el “Heims Krimla”, de

Shorre Turleson, el famoso autor islandés del siglo XII.

6

Page 12: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-Muy interesante. Tendrá bien claros los caracteres, supongo - avbenturé vencido por la más

absoluta indiferencia.

-¿Caractéres? ¿Qué dices, desgraciado? Acaso tomas esto por un vulgar libro impreso? ¡Es

un manuscrito rúnico! –aulló ofendido.

Empecé a comprender. ¡De modo que aquel galimatías con lomo de becerro cubiertas

añosas y hojas amarillentas entrecruzadas por cintajos sin color, era un manuscrito! El

asunto se animaba. No obstante, debió leer algo en mi rostro porque agregó:

-¿Sabes lo que es un manuscrito rúnico?

-A medias -repliqué vacilante.

-Los “runos” eran caracteres de escritura usados antiguamente en Islandia, cuya invención

atribuye la tradición al mismísimo Odín –puntualizó él, sabedor de mi ignorancia.

-¡Ya caigo! -Mentí yo, a sabiendas.

-¿Qué vas a caer? –me cortó agresivo, mientras un día nuevamente la mirada entre esas

páginas carcomidas por el tiempo.

Al cabo se puso abrir y cerrar alternativamente el libraco, hasta que un mugriento pergamino

se deslizó de entre sus hojas, lamió el borde de la mesa, y cayó al suelo. Mi tío lo recogió

con gran avidez, dando por sentado el incalculable valor que tendría un documento antiguo

oculto en semejante texto, quizá desde épocas inmemoriales. (Véase imagen 1 (IMAGEN

DE PÁG. 11)

-¿Qué será esto? –Especuló con la mayor excitación

Acto seguido, desplegó sobre la mesa un trozo de pergamino que tenía cinco pulgadas de

largo y cuatro de ancho, surcado por líneas trasversales de caracteres un tanto misteriosas.

Tras examinarlos un buen rato con anteojos, mi tío anunció gravemente:

-Son letras rúnicas, idénticas al del manuscrito de Shorre Turleson.

-¿Qué significa? –Le pregunté, ya sinceramente interesado.

-Aún no lo sé –farfulló entre dientes, con la mente centrada en el enigma-. Dudo que tengan

relación con el texto, pero jugaría que es antiguo islandés.

7

Page 13: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Se fueron los minutos muy deprisa. Mi tío con su cabeza hundida entre las manos, se

devanaba los sesos en busca de alguna explicación plausible. Políglota insigne como era, no

podía rendirse a la evidencia, para mí tan clara: Aquello era un misterio insoluble.

-La sopa está en la mesa, señores –anunció Marta introduciendo el rostro por la puerta

entornada.

-¡Al diablo la sopa! –Exclamó mi tío, furiosa-. ¡Y al diablo también tú y tus cacharros!

Marta huyó despavorida, y yo creí prudente seguirla al comedor.

No me parecía tan crucial el problema, como para olvidarme de sus exquisitos guisos. ¡Allá

el profesor con sus manías!

-Me temo que algo grave se prepara –murmuró la pobre Marta a mi lado-. Jamás ha faltado

mi amo a la mesa, jamás, por ninguna causa… ¿Sabe usted lo que le ocurre señorito Alex?

Me encogí de hombros. Una de tortilla de jamón con nuez moscado y acederas reclamaban

mi atención, ya digerida la suculenta sopa.

Luego venía una lonja de ternera con compota de ciruelas, y langostinos en dulce de postre:

demasiada tarea para meterse en honduras.

Recién saboreado mi último langostino oí una voz de trueno que me llamaba al despacho.

De un salto llegué junto a mi tío.

-Descubriré este secreto aunque se hunda el mundo –farfullaba por lo bajo, con gesto

avinagrado -. ¡Vaya, por fin llegaste! A ver, siéntate ahí y escribe, me dijo a continuación.

Tuve unos instantes para observarle. Se reconcomía de frustración y cólera. Hablaba en

serio, hundiría el mundo antes de ceder, nadie tan empecinado como él se había cruzado

nunca en mi vida.

Me senté en la mesita auxiliar, tomé papel y lápiz, y carraspeé en señal de aviso.

-Voy a dictarte, una tras otra, cada palabra de nuestro alfabeto que corresponde a cada uno

de esos caracteres o letras islandesas. Algo resultará. ¡Y no te equivoques! –me advirtió

solemnemente.

8

Page 14: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Sí, resultó un conglomerado de palabras incomprensibles, dispuestas en tres filas verticales

sin la menor ilación. Mi tío cogió la hoja recién escrita y la estudio largo tiempo con gran

atención, hablando a ratos consigo mismo.

-Nos hallamos ante un criptograma de oculto sentido, muchacho- me dijo por último-. Sus

signos están tergiversados deliberadamente; combinados de un modo correcto, formarán

unas frases inteligibles.

-¿Por qué tergiversados, tío? –me atreví a preguntar.

-Hay descubrimientos esenciales que no pueden quedar a merced del vulgo, y se enmascaran

prudentemente. Esta es una manera de hacerlo.

Guardé silencio. En mi opinión, dicho criptograma, si así podía llamarse, no quería decir

nada, pero ¡cualquiera se lo decía al profesor!

-El criptograma no ha sido escrito por la misma mano que redactó el libro –prosiguió él, tras

comparar un texto con otro-. La primera letra del criptograma es una doble eme que no

apareció en el alfabeto islandés hasta el siglo catorce. Así pues, median como mínimo dos

siglos entre el libro y el documento.

-Su explicación me parece convincente –admití, sin énfasis.

Sin prestarme atención, el profesor avanzó en sus indagaciones.

Suponiendo que el criptograma habría sido trazado por uno de los dueños del libro, buscó su

nombre concienzudamente por cubiertas y páginas. Al fin, en el margen de la anteportada,

halló unos garabatos muy confusos, parecidos a una mancha de tinta. Con ayuda de la lente,

consiguió identificar unos caracteres rúnicos muy conocidos para él:

-¡Arne Saknussemm!-leyó gritando, exultante-. Es el nombre de un célebre alquimista

islandés del siglo dieciséis. ¡Oh, qué hallazgo!

-¡Es maravilloso! –exclamé, por decir algo.

-Seguramente habrá ocultado en este criptograma algún secreto revolucionario, como hacían

en su época Paracelso, Bacon, y tantos otros alquimistas-insistió él.

-Es imposible dar con su significado, tío –dije, con ánimo de disuadirle.

9

Page 15: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-¡Nada hay imposible para un hombre de ciencia, muchacho! –bufó, contrariado-.No cejaré

hasta dar con el quid del misterio, no comeré ni dormiré, y tú tampoco, Axel.

“¡Horror! ¡Qué perspectiva! –barboté para mis adentros – Afortunadamente, hoy he comido

por ambos”.

-Lo primero es determinar el idioma en que está escrito el jeroglífico. Después, tendré que

rastrear la clave de su cifrado. Matemáticamente, existen trillones de combinaciones posibles

de letras, a partir de las ciento treinta y dos que integran el pergamino.

Si se te ocurre algo, Axel, no vaciles en proponérmelo, porque la búsqueda puede ser ardua

y…

Siguió hablando de corrido, y yo me abismé en el terrible panorama bosquejado por mi tío.

Moriríamos todos de hambre, seguro: yo, él, y Marta. Grauben, mi tierno amor, se libraría

por hallarse a la sazón en Altona, en casa de un pariente suyo.

Gruben, mi hermosa Grauben, ¿Cuándo la volvería a ver? Era rubia de ojos azules,

encantadora en todo momento, formal como pocas chicas de su edad. Nos habíamos

prometido en secreto, y yo la adoraba. ¿Qué haría en esos momentos? ¿Pensaría en mí con

frecuencia? Aunque les parezca sorprendente, escuche esto: Ella era muy entendida en

mineralogía, y hubiera podido dar lecciones a muchos sabios. Todos los días rotulábamos

juntos las muestras minerales del profesor Lidenbrock, las limpiábamos de impurezas, y

sacudíamos el polvo de sus cambiantes superficies. Gruben profundizaba en las cuestiones

científicas como una verdadera experta. De haber estado en el despacho con migo, quizá me

ayudase a frenar los ímpetus desbocados de mi tío, pero no, ella estaba lejos, demasiado lejos

para mis deseos.

Un violento puñetazo me hizo volver a la realidad. El profesor reclamaba mi colaboración.

-Escribe al azar una frase cualquiera, Axel. Tal vez por ese camino logremos algo.

-Probemos a hacerlo de arriba abajo, en vertical, formando columnas, a ver si así damos en el

clavo –propuse yo maquinalmente.

-¡Buena idea¡ -aceptó él.

Garabatee una larga frase del modo predicho, y después volví a mis ensoñasiones. En voz

alta otra tras un alud de juegos matemáticos, mi tío deletreo su significado convencional:

10

Page 16: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-Te-amo-con-toda-mi-alma, Grauben, y-tu-también, ¿Verdad?

-Con que esas tenemos… -carraspeo mi tío-. ¿Tú y Grauben enamorados? Muy bien,

apliquemos ahora el método inverso…

Ni se inmutaba Estupefacto, comprendí que mis fantasías me habían jugado una mala pasada

pero el profesor Lidemborck planeaba en ese momento muy por encima de los asuntos

mundanos.

-¡Caramba¡ ¡Me salen cosas absurdas! –Gritó mi tío, aporreando nuevamente la mesa, tras

condensar sus tanteos en un texto disparatado-. ¡Esto no tiene sentido! ¡Es un verdadero

rompecabezas!

A continuación, salió del despacho como un alud, ganó Konigstrasse en tromba, y

desapareció al fin, calle adelante, llevando por todos los demonios y un millón de ideas

contradictorias.

11

Page 17: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO II

LA CLAVE DEL ENIGMA

El portazo hizo temblar toda la casa, y Marta acudió desde la cocina para ver lo que ocurría.

-¿Se ha ido? –me preguntó desconsolada.

-Sí, Marta. Está muy preocupado por su maldito criptograma.

No vivirá hasta dar con la solución, que él se imagina que existe –dije yo, francamente.

-Pero y su comida?

-Se ha olvidado de ella, y tampoco cenará. –Al ver que juntaba las manos, asustada, proseguí

-: además, quiere obligarnos a ayunar con él. Y lo peor es que ese escrito es totalmente

indescifrable.

-¡Dios nos ampare! Moriremos todos de hambre –gimió la pobre mujer.

-Así es, mi buena Marta. Con un hombre tan terco como mi tío, la muerte por inanición es

cosa hecha esta vez.

Ella regresó a su cocina lloriqueando, y yo pensé en ir a contárselo todo a Grauben. Al fin y

al cabo podía llegar a Altona tras una buena caminata. Desistí finalmente; mi tío podía

volver de un momento a otro, y, si no me hallaba en casa podía desencadenar el Apocalipsis

anunciado por los profetas.

Me entretuve clasificando una colección de geodas silíceas que acababan de enviarnos de

Besancon. Pero mis pensamientos, quedaron siempre muy lejos de la tarea que tenía entre

manos. El misterio del rancio pergamino me atraía ya irresistiblemente. Mi cabeza hervía y

una cierta inquietud me encargaba. Presentía graves sucesos. Si por los menos estuviese

Grauben a mi lado…

Una vez finalizado el trabajo, me arrellané en el sillón de terciopelo de mi tío. Con gesto

maquinal, tomé el pedazo de papel donde reposaba la absurda serie de letras nacidas de mi

mano.

-¿Qué significa esto? –Me preguntaba repetidamente.

Con gran tenacidad, procuré sacar palabras inteligibles de allí.

12

Page 18: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Agrupé las letras de dos en dos, de tres en tres; uní la primera a la decimoquinta, vi que la

vigesimocuarta, vigesimoquinta, y vigesimosexta formaban la palabra “sir”. De esta manera

saqué palabras como “hielo, señor, cólera, buque sagrado, cruel, arco, mar”, etc., cada una en

un idioma distinto.

Horas después, mi cerebro bullía y mis ojos se desplomaban mirando el texto.

Descuidadamente, me abaniqué con la hoja de papel, cuyo adverso y reverso aparecían

sucesivamente ante mi vista. En uno de esos rápidos movimientos, creí distinguir palabras

latinas, todas ellas seguidas, como “craterem” y “terrestres”.

La sorpresa me paralizó por completo. Intuía que ahí estaba la clave de la engina. Tal y

como estaba la hoja, vuelta tal revés, podía leer perfectamente el mensaje, sin necesidad de

mirarlo al trasluz. Aturdido, leí el párrafo entero en voz alta, y su significado me dejó

atónito, como herido por un rayo. ¿Habría llegado realmente ese hombre hasta dónde decía?

-¡Ah no! ¡Ni pensarlo! Grité, espantado-. ¡Mi tío jamás se enterará de esto! ¡Solo faltaría

que quisiera emprender dicho viaje!

Con lo tozudo que es nadie podría quitarle la idea de la cabeza, y me arrastraría a la

perdición con él.

Me abalancé sobre la chimenea, con ánimo de quemar la hoja de papel y también el

pergamino de Saknussemm. Cuando iba a echarlo todo al fuego, se abrió de súbito la puerta

de la biblioteca y apareció me tío. Apenas logré devolver los papeles a su mesa son que se

diese cuenta.

El profesor regresaba más preocupado que nunca, fatalmente enredado en la maraña del

secreto. Sin decir palabra ocupó un sillón, y volvió a ensayar nuevas combinaciones de

palabras. Durante el resto del día escribió, borró, escribió de nuevo sobre lo borrado, tachó

una vez más, y así sucesivamente, cien, mil, dos mil ocasiones.

-¿Desea cenar, señor? –Preguntó Marta, desde el lumbral de la puerta.

No obtuvo respuesta. El profesor Lidembrock se había desconectado por completo del

mundo exterior; ni oía ni veía. Inútil, pues dirigirse a él con argumentos cotidianos.

Pasé la noche tendido en el sofá. Al despertar, vi que mi tío seguía atrapado en el mundo de

las permutaciones infinitas. Pálido y demacrado por el esfuerzo, vivía lejos de la Tierra,

13

Page 19: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

ajeno a todo lo que no fuera su gran obsesión, Sentí lástima de él pero resistí como un héroe

la comezón de mi lengua. Nuestras vidas dependían de mi discreción.

Cuando Marta quiso salir de casa para ir al mercado, como tenía por costumbre, halló la

puesta cerrada. La llave no estaba en la cerradura, y yo comprendí que mi tío la había

quitado al volver de su paseo el día anterior. Indudablemente, se proponía hacernos víctimas

de su frustración.

La forzada abstinencia fue desarbolando mi resolución de la víspera. Con el estómago vacío

siempre se ven las cosas de distinta manera, y pensé que, después de todo, daría con la clave

del secreto más pronto o más tarde. ¿Por qué, entonces sacrificarse para nada, y morir de

hambre estúpidamente? Aun conociendo el la pretendida azaña de ese viajero, tiempo habría

para encontrar argumentos que le disuadiesen de sus propósitos imitativos.

-Tío –Le dije, pero él no respondió -: querido tío…

-¿Qué quiere? –respondió con fastidio.

-Descubrí la clave del enigma ayer tarde.

-¡Ah, estupendo! –Exclamó sin comprenderme.

-¡Lo sé todo! –Grité, inclinándome sobre él y tamborileando con mi dedo índice sobre ese

maldito papel-. ¡Di solución al misterio!

¿Queeee…? Su sorpresa fue infinita.

-Lea el párrafo de derecha a izquierda, empezando por el final –balbucí, casi arrepentido.

-¡Ah, astuto Sanukssemm! ¡De modo que en esto consiste tu estratagema! –aulló,

transfigurado por la emoción.

Turbado y febril, leyó todo el documento, cuyo latín chapucero podía traducirse, más o

menos, así:

“Baja al cráter del Yókulo del Sneffels, por donde la sombra del Sacartaris llega a acariciar,

antes de las clanedas de julio, audaz viajero, y llegarás al centro de la Tierra. Esto hice yo.

Arne Saknussemm”.

Al finalizar su lectura, dio un respingo casi eléctrico, saltó de su sillón y corrió a abrazarme,

loco de alegría. Mis costillas crujieron de modo alarmante, y él empezó a ir y venir por la

14

Page 20: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

biblioteca, terriblemente excitado. Luego, echó a rodar las sillas, sacudió el aire con

manotazos y bofetadas, desparramó por el suelo sin cuidado sus preciosos minerales y, por

último, se derrumbó extenuado en su sillón, con la cabeza entre las manos.

-¿Qué hora es? –preguntó, tras una larga pausa.

-Las cuatro y cuarto de la tarde –respondí, con acento de reproche.

-Tengo un hambre descomunal, como si no hubiese comido en dos días. Vamos a la mesa

muchacho. Después, comenzarás a preparar las maletas.

-¿Las maletas? ¿Qué maletas? ¿La suya? -inquirí yo, aterrorizado.

-Y también la tuya, Axel –replicó el profesor, inexorable.

15

Page 21: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO III

EL PROYECTO INSENSATO

Al sentarnos a la mesa, yo temblaba de miedo, pero intenté dominarme. Solo argumentos

científicos de gran solidez podrían aguar el insensato proyecto de mi tío, y tenía que

encontrarlos a toda costa. ¡Ir al centro de la Tierra! ¡Qué idea tan desmesurada! De

momento, resolví comer y dejar las cuestiones dialécticas para más adelante. Tenía, en

verdad, un hambre atroz.

Ni qué decir tiene que mi tío, al hallar la mesa vacía de comida, armó un jaleo de

consideración. Devolvió la llave a Marta y ésta se apresuró a comprar lo más indispensable.

Una hora después, ya estábamos en los postres, con el cuerpo aliviado de sus carencias y el

ánimo fortalecido.

Nada más terminar, mi tío me hizo señas para que le siguiese a la biblioteca. Comprendí que

se acercaba el momento de la verdad, la batalla verbal definitiva.

-Axel, muchacho, te agradezco tu inapreciable ayuda. Ya me disponía a abandonar el

asunto, cuando tú me diste su solución.

Nunca lo olvidará –dijo, como preámbulo.

Naturalmente, me maldije a mí mismo por ni haber esperado un poco más.

-Fue pura casualidad, tío… -murmuré, irritado.

-No solo eso, muchacho. Derrochaste ingenio e intuición en el instante decisivo. Por tal

motivo, compartirás con migo la gloria de llegar al centro de la Tierra. Pero te ruego el

secreto más absoluto, ¿Entiendes? De divulgarse el asunto muchos envidiosos intentarían

emprender este viaje antes que yo, y nunca podría perdonártelo.

-¿Cree que hay tantos sabios temerarios en el mundo? –me burlé amargamente.

-¡Desde luego! Si éste documento trascendiese, un batallón de geólogos se precipitaría tras

las huellas de Arne Saknussemm –afirmó sin titubeo.

-Nada prueba la autenticidad de este pergamino, tío –objeté impaciente.

-Nosotros lo probaremos, Axel –contestó rotundo.

16

Page 22: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-¿Puedo exponer mis objeciones en ese proyecto? –inquirí fastidiado por la tozudez del

profesor.

-¡Claro que sí, muchacho! Habla. Ya eres mi colega de expedición, mi colaborador

insustituible. Habla sin reparos –me animó él.

-Quisiera saber, para empezar, qué significan ese Yókulo, ese Seffels, y ese Scartaris, de los

que jamás he oído hablar.

-Tráeme el tercer atlas geográfico del segundo estante de la librería grande, serie zeta, lamina

cuatro –me ordenó secamente.

Obedecí, y mi tío puso ante mis narices el mapa de Henderson, uno de los mejores que

existían de Islandia.

-Observa la denominación de sus volcanes, y verás que todos llevan el nombre de Yókul, que

en islandés significa “Ventisquero”. Por la elevada latitud de esa isla, casi todas las

erupciones tienen lugar entre capas de hielo. De ahí que todos los volcanes reciban dicho

nombre, aparte del que les distingue particularmente, por su puesto.

-¿Y Sneffels, qué quiere decir?

-Ese nombre alude al volcán que te señalo con el dedo. ¿Ves?

Se encuentra en el extremo noroccidental de la isla, a 75 grados de latitud, y mide 5000 pies

de altura. Si su cráter conduce al centro del globo, será el volcán más célebre que jamás

haya existido.

-¡Eso no es posible! –le interrumpí yo.

-Dime por qué –me desafió en tono severo.

-Porque el cráter debe hallarse obstruido por la lava, rocas ígneas…

-¿Y si el cráter se haya apagado? –insinuó de pronto.

-¿Apagado? Pues entonces… ¡de acuerdo! Pasaremos a la palabra Scartaris -concluí,

huyendo de la quema.

17

Page 23: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-Es el nombre de uno de los picachos de la montaña, cuya sombra se proyecta sobre el cráter

al aproximarse las calendas de julio, es decir, a últimos de junio. Con tan precioso detalle,

Saknussemm nos indica la vía de penetración en el volcán que debemos seguir.

Naturalmente, expuse otras muchas objeciones. Aludí al creciente calor de las

profundidades, un grado más de temperatura por cada setenta y nueve pies de profundidad,

según las últimas teorías científicas, que imposibilitarían a mí entender cualquier descenso

en la corteza terrestre más allá de cierto punto crítico. Aludí también a la teoría del calor

central de la Tierra, que predice la fusión y volatilización de los materiales en zonas

próximas al núcleo. Finalmente, viendo destrozados mis argumentos por los increíbles

conocimientos del profesor, me referí a las tinieblas subterráneas, que nos impedirían la

visión una vez agotadas nuestras lámparas eléctricas. Su respuesta me hundió en la

perplejidad:

-Mira, Axel. Podemos contar para alumbrarnos allá abajo con los fenómenos eléctricos y

también con la atmósfera, que gracias a su presión, puede ser luminosa en el centro del

globo.

Suspiré marcadamente, en señal de derrota y murmuré:

-Está bien, tío. Guardaré escrupulosamente el secreto. Se lo prometo.

Concluida la sesión, escapé hacia la calle ansiosamente. Me sentía febril y desazonado.

Necesitaba respirar el fresco aire de las afueras, si es que quería reponerme. Caminé hacia

los márgenes del Elba, como buscando la barca de vapor que comunicaba la ciudad con el

ferrocarril. Mi hipótesis descabelladas agitaban mi cerebro, sin poderme decidir por

ninguna. ¿Podía tomar enserio las insensatas especulaciones de mi tío? ¿No me había dejado

apabullar, acaso, por su persuasión? Razonadas en frío sus deducciones carecían de sentido.

¡Bajar al centro de la Tierra! ¡Inverosímil!

Siguiendo las márgenes del Elba por las afueras de la ciudad, llegué a la carretera de Altona.

Un presentimiento me guiaba: Encontraría a mi amada Grauben. Así ocurrió, en efecto, un

poco más adelante. Ella regresaba a pie, con paso calmoso, a nuestra casita de Hamburgo.

-¡Grauben, Grauben! –la llamé, desde lejos.

Quedó extrañada de verme por esos parajes. Apretando el paso vino a mi encuentro.

-¿Has venido a buscarme, Axel? –me preguntó, con dulce voz.

18

Page 24: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-Sí, querida mía. Necesitaba verte con urgencia, y el instinto me ha traído hasta ti.

-Tienes mala cara. ¿Te ocurre algo? –Comentó, tras observarme detenidamente.

Con suma concisión, le hablé del proyecto de mi tío, y ella fue abriendo los ojos según me

escuchaba. Al terminar yo mi relato, quedó mucho tiempo silenciosa, y por fin comentó:

-Te envidio, Axel. Vas a participar en una singular aventura.

-¿Cómo dices? –exclamé, asombrado.

-Sí, Axel, una empresa maravillosa, digna del sobrino de un sabio. También participaría yo

en ella, si pudiese.

Quedé estupefacto, son posibilidad de reaccionar. ¡De modo que aquel proyecto de locos

despertaba su envidia! Nadie puede entender a las mujeres, por mucho que se diga lo

contrario. La sensatez no rige en ellas, criaturas de impulsos vehementes y sueños

disparatados. Esperaba encontrar a mi Grauben una valiosa ayuda contra la manía de mi tío,

y resulta que ella le refrendaba.

Sin agregar palabra, proseguimos nuestro camino de regreso a casa, cogidos de la mano.

Aún confiaba en que acontecimientos imprevistos echasen a bajo viaje tan demencial, pues

quedaban dos meses para las calendas de julio.

Oscurecía cuando llegamos a la Konigstrasse. Suponía que nuestra casa estaría silenciosa

como de costumbre, con Marta dedicada a su cuidado, y mi tío enfrascado en sus estudios de

mineralogía. Pero allí había un jaleo infernal. Varios mozos de cuerda descargaban bultos

en la calle, mientras el profesor iba de acá para allá, dando órdenes como un descosido.

Marta, por su parte, temblaba en un rincón, abrumada por el caos reinante.

-¡Ah, por fin te hecho el ojo encima! –Gritó mi tío, nada más verme-. Dónde te has metido,

si puede saberse? ¡No has preparado las maletas, mis papeles están revueltos, y no encuentro

la llave de mi saco de noche!

A todo esto, yo le contemplaba alelado. No sé cómo pude farfullar:

-Pero, ¿Es que nos vamos ya?

-¡Naturalmente, hombre! Pasado mañana al amanecer. Y te vas de paseo por ahí en vez de

prepararlo todo.

19

Page 25: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Entré en casa como un sonámbulo creo que me dormí al instante, echado de cualquier

manera en mi cama, pero desperté en plena noche, cercado por horribles pesadillas, y ya no

logré conciliar el sueño.

Apenas se hizo de día, me puse a organizarlo todo. Casi sin darme cuenta, le pregunté a mi

tío, en un aparte:

-No entiendo su prisa, tío. Faltan seis semanas para las calendas de julio.

-¡Cuatro, joven inconsciente, cuatro! ¿Y crees que es tan fácil llegar a Islandia! De

Copenhague a Reykiavik no hay más que un servicio de barcos cada mes. Si perdemos el

siguiente, no alcanzaremos a ver la sombra del Scartaris proyectándose sobre el cráter del

Sneffels. Así que, ¡rápido!

Todo el día se me fue en preparativos. Escalas de cuerda, cuerdas con nudos, antorchas,

zapapicos, grapones de hierro, azadas, y otras mil cosas atestaban la acera inmediata a

nuestra casa. A intervalos, llegaron instrumentos de física, de armas, de aparatos eléctricos,

suministros por los proveedores de mi tío.

-Hasta mañana por la mañana- me despidió mi tío, nada más cenar-. Salimos a las seis en

punto.

-¿A dónde van ustedes? –me preguntó Marta boquiabierta, mientras recogía la mesa. Le

indiqué con un dedo el centro de la Tierra, y ella volvió a preguntar:

-¿Al sótano?

-Un poco más abajo - balbucí yo, con gesto extraviado.

A las seis en punto, sin saber aún cómo ni por qué, me vi metido en el coche de caballos,

camino de la estación. Minutos después, recordé vagamente mis besos de despedida a

Grauben, sus promesas de amor eterno, el trasiego de maletas, los sueños subterráneos de la

niche pasada, con imaginarias caídas por abismos sin fin, y algunos otros detalles propios de

toda partida. Incapaz, sin embargo, de afrontar lo que me esperaba volví a caer en mi

delirante modorra.

20

Page 26: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO IV

LECCIONES DE VÉRTIGO

Sería las seis y media cuando llegamos a la estación. El tren con destino a Kiel, en el litoral

de los Belt, partía treinta minutos después, y había que apresurarse. Los numerosos fardos

del profesor Lindenbrock fueron descargados del coche, trasportados, pesados, rotulados y

metidos finalmente en el vagón de equipajes. No eran aún las siete, pero mi tío y yo

estábamos ya ocupando nuestros respectivos asientos, uno frente al otro, en el coche

asignado.

Con un seco pitido, el tren arrancó a su hora en punto. Mientras mi tío repasaba

mentalmente todo lo que llevaba consigo, por si olvidaba algo, yo perdía la mirada en las

infinitas llanuras de Holstein, monótonas y cenagosas siempre. Rechazaba cualquier

pensamiento, huía de toda impresión emocional, dominado por lo inexorable del viaje.

A mitad de camino, el profesor Lidenbrock acarició una hoja de papel, doblaba con mimo,

que guardaba en su interior el membrete de la cancillería danesa y la firma del señor

Christiensen, cónsul en Hamburgo, y amigo suyo. Se trataba de una carta que debía

procurarnos recomendaciones, en Copenhague, para el gobernador de Islandia. El

departamento secreto de su maleta contenía igualmente el documento de Saknussemm, que

yo maldecía con todas mis fuerzas.

Tres horas de viaje nos situaron en Kiel, una ciudad con verde playa y elegante bahía, cuyo

próximo enlace por mar con Dinamarca, el vapor Ellenora, no zarpaba hasta media noche.

Teníamos, pues, casi el día entero a nuestra disposición, y lo gastamos vagando de acá para

allá, por tortuosas callejas del barrio portuario y por los bosques cercanos a la ciudad.

A eso de las diez de la noche ya estábamos a bordo, impacientes y aburridos por partes

iguales. Nuestros camarotes no eran de lujo, pero nos complacieron. Se largaron por fin las

amarras, y el Ellenora cortó pronto con su proa las tenebrosas aguas del Báltico occidental.

Soplaba un fuerte viento en el Gran Belt, y la noche era oscura como boca de lobo. El mar

se iba picando paulatinamente. Logré dormirme enseguida. A las siete de la mañana

desembarcamos en Korsor, puerto de la costa de Seeland. Otro tren nos esperaba, algo más

allá de los muelles, y en él emprendimos el trayecto final, hasta Copenhague. Mi tío, que

casi se había peleado con el capitán del Ellenora por cuestiones de horario, quería empujar el

vagón con los pies, tal era su impaciencia. Por fin, distinguimos a lo lejos un brazo de mar.

21

Page 27: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-¡Es el Sund! –gritó mi tío, ansioso-. ¡Ya llegamos! ¡Y llegamos!

Pernoctamos en la fonda del Fenix, en Brend Gade. Tras reponernos de las fatigas del viaje

y acicalarnos un poco, acudimos al Museo de Antigüedades Nórdicas, cuyo director, el

profesor Thomson, era amigo íntimo del cónsul de Hamburgo.

Dicho señor nos atendió cordialmente, leyó la carta del cónsul, y prometió hacer lo más grato

posible nuestro viaje “de turismo” a Islandia, pues eso le dimos a entender. Incluso nos

ayudó a buscar un buque próximo a partir hacia aquellas latitudes, sin esperar el barco –

correo.

Por pura casualidad encontramos un hueco en la Valkyrie, un barco danés que se hacía a la

mar rumbo a Reykiavik el 2 de junio, varios días antes de lo previsto por mi tío. Tal fue su

entusiasmo, que casi abrazó al señor Bjarme, capitán del velero.

-El martes, a las siete empunto de la mañana, deben estar a bordo –nos advirtió el amable

personaje.

Almorzamos en un restaurante que pasaba por ser francés, y luego nos pusimos a visitar la

capital. A mi tío le daba lo mismo ir a un sitio u otro, gracias a lo cual, y por una vez,

impuse mis criterios. El palacio real no nos impresionó, como tampoco el puente del siglo

XVII que atraviesa el canal delante del museo. El cenotafio Thorwaldsen, cuyo interior

guarda las obras de dicho escultor, sí que nos pareció admirables, pero mi tío caminaba con

la mirada puesta en el suelo, obsesionado por su cita con el Sneffels.

Algo, a la postre, llamó su atención: Un alto campanario de la isla de Amak, en la parte

sudoeste de Copenhague. Se empeñó a visitarlo contra viento y marea, y allí fuimos. Un

vaporcito que conectaba con la mencionada isla, nos puso de patitas en el muelle de Dock-

Yard. Atravesamos un dédalo de angostos callejones, y alcanzamos el templo de Vor-

Frelsert Kirk, nada interesante de por sí, a excepción de su alto campanario, ceñido por una

estrecha escalerilla que ascendía por su lomo en espiral hasta lo más alto. De improvisto, me

olí lo que el profesor Lindembrock quería.

-Subamos – ordenó, con acento implacable.

-La altura me da vértigo, tío. Dudo que pueda hacerlo – objeté yo, alarmado.

-¿Sabes lo que te espera en el cráter de Senlffels, muchacho? Creo que te conviene practicar

un poco – insinuó cruelmente.

22

Page 28: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Haciéndome cruces, me dispuse a obedecer. El sacristán del templo nos dio la llave que

abría la cerca de hierro, y comenzamos la ascensión. Mi tío iba en cabeza, ágil y templado

como siempre; yo, a la zaga luchando ya con los primeros indicios de vértigo.

Hasta la plataforma del campanario, la cosa no fue mal. Pero cuando vi que de allí partía

otra escalerilla en forma de caracol, fragilísima a simple vista, y cuyas espirales se perdían

entre las nubes, tuve sudores fríos.

-No podré subir – murmuré fatigado.

-¡Nada de cobardías! ¡Arriba! – me espoleó el profesor.

Arreciaba el viento y crecía mi atolondramiento con forme remontábamos por la fachada de

la torre. Más que trepar me arrastraba de bruces y de rodillas, con los ojos cerrados,

abrumado por el mal de las alturas. Por último, desde la esfera del cimborrio, mi tío me

aferró del cuello, y tiró de mí hacia arriba, temiendo que me quedase hundido como un

guiñapo, entre los peldaños de hierro. Jadeante y mareado, dejé que me izase hasta arriba.

-Mira todo bien, de arriba abajo, y hasta el horizonte. Es tu primera lección de abismo –

Insaciable.

-Y de vértigo – rezongué entre dientes.

La vista de Copenhague, espléndida en verdad, quedó para mi totalmente inadvertida en esa

primera ocasión. Después, vendrían nuevas lecciones, cada vez mejores asimiladas, una por

día de estancia en la capital, y ya pude admirar la estructura de tejados salpicados por la

neblina, así como la verde campiña circundante y el centello de las aguas del Sund. También

avizoré las costas de Suecia, perdidas en la bruma de levante, que apenas insinuaban sus

esbeltas ondulaciones.

23

Page 29: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO V

A TRAVÉS DEL ATLÁNTICO NORTE

Al día anterior a la salida recibimos cartas de recomendación del señor Thomson,

complaciente hasta el final, para el conde de Trampe, gobernador de Islandia, para el señor

Finsen, alcalde de Reykiavik, y para Pciturson, coadjutor del obispo. Mi tío, en justa

correspondencia, casi le trituró las manos a base de apretones.

El día dos, a las seis de la mañana, ya estábamos a bordo, equipajes incluidos. Nos tocaron

en suerte unos camarotes estrechos pero limpios.

-¿Tenemos viento favorable? – Preguntó mi tío, atento al menor detalle.

-Del todo – aclaró el capitán Bjarme -. Viento sudeste, que nos permitirá dejar el Sund a un

largo y a todo trapo.

Momentos después la Valkyrie aparejó y penetró en el estrecho a pleno velamen. Una hora

más tarde, Copenhague se hundía entre las olas y la goleta rozaba casi la isla de Helsingor.

La Valkyrie era muy velera, pero nada permitía la duración exacta del viaje. Llevaba a

Reykiavik trigo, alfarería, carbón y vestidos de lana. Su tripulación constaba de cinco

marineros, todos ellos daneses.

-¿Cuánto puede durar la travesía? – preguntó mi tío al capitán.

-Unos diez días, suponiendo que no tengamos vientos frescos del noroeste al rebasar las islas

Feroe.

-¿Y en caso contrario? –Se inquietó el profesor.

-Tranquilícese, amigo. Llegaremos en el plazo previsto –dijo con sorna el capitán.

Al oscurecer, la goleta dobló el cabo Skagen en la punta norte de Dinamarca, cruzó durante

la noche de Skager-rak, bordeó más tarde la costa sur de noruega frente al cabo Lindesnes, y

entró a buena marcha en el mar del Norte. Dos días después, divisamos las costas escocesas,

y el velero puso proa hacia las Feroe, pasando entre las Shetland y las Orcadas.

Ya estábamos en pleno Atlántico Norte, cuyas grandes olas azotaban los costados de la

Verkyrie. Picando el viento norteño logramos alcanzar las Feroe, no sin trabajo. El día 8

24

Page 30: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

oteamos Myganess, la más oriental de aquellas islas, y desde aquel momento se orientó el

bauprés al cabo Portland, extremo meridional de Islandia.

La travesía se desarrolló sin incidentes notable. Mi tío sufrió agudos mareos que le pusieron

de mal humor, y yo recordé con no poca malicia sus “lecciones de vértigo” de días

anteriores.

El día once, con tiempo despejado, doblamos el cabo, Portrland y pudimos contemplar el

Myrdals Yokul que lo tachona. La goleta se abrió un poco, más adentro, para evitar los

bajíos rocosos, y cruzó varias manadas de ballenas en horas sucesivas. Al atardecer,

contemplamos un enorme peñasco horadado de parte a parte, cruzado furiosamente por el

oleaje. A decir verdad, los islotes del Westmasn brotaban del océano como un salpicón de

rocas en medio de la líquida extensión. La fuerte marejada nos obligó a alejarnos del cabo

Reiljaness. ¡Qué espectáculo ofrecían los acantilados del suroeste al ser azotados por la

espumosa resaca!

Aún tuvimos que afrontar un temporal de poniente que nos obligó a arribar las velas durante

dos días. Por fin, rebasamos la boya de la punta Skagen, erizada de puntiagudos rompientes,

y nos internamos en la bahía de Faxa, delante de Reykiavik.

El profesor Lidenbrock salió de su camarote bastante maltrecho, aunque animado. Apenas

pisó cubierta, me remolcó hacia la proa y me señaló con un dedo el extremo septentrional de

la bahía, donde se alzaba una gran montaña rematada en doble cono y espolvoreada por

nieves externas.

-¡El Snelfess! –gritó entusiasmado-. ¡Míralo bien, muchacho! Tras recordarme con un gesto

lo secreto del asunto que nos traía a Islandia, se acomodó en el bote que nos aguardaba.

Poco después, pisamos el suelo de esa tierra brumosa y fantasmal. Un sujeto de buena

presencia y aires interesantes apareció de súbito en el muelle: era el gobernador en persona.

Mi tío se alegró mucho de verle, puso en sus manos cuantas cartas de recomendación traía, y

entabló con él un diálogo amistoso. Resultado: el señor Trampe quedó enteramente a nuestra

disposición.

El alcalde, por su parte, también se mostró a la altura de las circunstancias y nos saludó de

modo lisonjero. Al señor Picturson, coadjutor de la diócesis, no tuvimos ocasión de verle

por estar ausente de la capital. En cambio, trabamos relaciones con un personaje muy digno,

cuyo auxilio nos allanó bastante el camino: se trataba del señor Fridriksson, catedrático de

25

Page 31: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Ciencias Naturales en la escuela de Reykiavik, un sabio humilde como pocos, que quiso

alojarnos en su casa, invitación que acogimos de buen agrado.

-La cosa marcha, Axel. Lo más difícil ya está hecho – afirmó mi tío, una vez acomodados en

nuestras respectivas habitaciones.

-¿Usted cree? –me atreví a insinuarle.

-Indudablemente. Desde ahora, ya solo tenemos que bajar, bajar y bajar.

-¡Ah, visto de esa forma…! Pero supongo que, después de bajar, habrá que subir.

-¡Bah, eso no me importa! Lo principal es llegar al centro de la Tierra. Más tarde, Dios dirá.

Mientras el profesor acudía a la biblioteca en busca de algún otro manuscrito de

Saknusssemm, yo me fui a visitar la ciudad, diciéndome: “cada loco con su tema”.

Más que capital, aquello era un triste poblado arracimado entorno a dos calles paralelas a la

playa. Cabañas de madera apuntalada por bigas encarnadas daba cobijo a los moradores, al

igual que chozas de turba y tierra apisonada, con paredes inclinadas hacia el interior y

techumbres orientadas hacia el sur. El comercio y la navegación eran las únicas actividades

de relieve, y la gravedad del paisaje circundante pesaba excesivamente allí. Apenas se veía

gente por la calle, pues casi toda la población se ocupaba de abrir, salar y cargar bacalao,

principal artículo de exportación. Los hombres eran fuertes, aunque pesados de

movimientos, rubios y melancólicos. Ninguna sonrisa podía advertirse en aquellos

semblantes petrificados por los hielos del círculo polar ártico, siempre meditabundos, como

abrumados por los rigores de un destierro voluntario más allá de la civilización.

26

Page 32: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO VI

EL TERCER HOMBRE

Cuando regresé de mi paseo, encontré la mesa puesta. Mi tío y el señor Fridriksson

conversaban animadamente, a la espera de que yo me presentase. Me dedicaron miradas

interrogantes, y la comida se inició sin más. El menú era puramente danés, con pequeños

añadidos nativos, y no muy exquisito. Pero el profesor Lidenbrock quería desquitarse de su

forzada dieta a bordo de la Varkyrie, y comía por los tres, pletórico de velocidad y apetito.

La conversación se apoyó en la lengua del país, aunque mi tío intercalase mucho alemán y

nuestro anfitrión mucho latín. Sea como fuere, yo no cogía honda, máxime teniendo en

cuenta que ambos sabios hablaban sobre temas científicos.

Como al descuido, el profesor Lidenbrock aludió vagamente a la memoria de Arne

Saknussemm, y su contertulio reaccionó sorprendido:

-¿Conoce la vida y obra de ese gran hombre? –le preguntó.

-No lo suficiente. Sé que era un insigne naturalista, alquimista y literario, cuyas

exploraciones de la isla contribuyeron decisivamente a un mejor asentamiento territorial de

sus habitantes –repuso mi tío, evasivo.

-¡Efectivamente! Su genio abrió nuevos caminos a la ciencia del siglo XVI.

-Sin embargo, no he visto sus obras en la biblioteca local - objetó el profesor Lidenbrock.

-¿Sus obras? No existen en pare alguna, que yo sepa.

-¡Qué extraño! Él publicó muchas… -aseguró mi tío.

-Sí, pero todas fueron quemadas públicamente en Copenhague, por mano del verdugo.

-¿Cuándo?

-¡En 1573, cuando la persecución contra su autor era más intensa –pormenorizó el

catedrático.

-¡Estupendo! ¡Bien hecho! –gritó espontáneamente mi tío.

-¿Cómo dice usted? –murmuró asombrado el islandés.

27

Page 33: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-¡Qué bien hizo Saknussemm al ocultar su secreto en un criptograma ya que le quemaban sus

libros! –exclamó el profesor, saliendo malamente del paso.

-¿Un secreto en un criptograma? ¡Qué sabe usted de esto? –preguntó el isleño, intrigado.

-¡Oh, nada, nada! Mera suposiciones basadas en conjeturas de algunos sabios lunáticos.

Realmente, lo que a mí me interesa es la mineralogía. Con mayor o menor acierto, procuró

desviar la charla hacia otros temas, y el dueño de la casa se olvidó del hilo suelto, tan

comprometedor para nuestros fines.

-Imagino que aún quedan muchos volcanes, montañas y ventisqueros por estudiar –comentó

mi tío, intencionadamente.

-Desde luego –concedió el islandés -. Sin ir más lejos, tenemos uno de ellos a la vista, sí,

aquel que se perfila en el horizonte: el volcán Sneffels.

-¡Ah, claro, el Sneffels! –refrendó mi tío, con ojos brillantes.

-Es uno de los volcanes más curiosos de la isla, y lleva apagado la friolera de quinientos

años. Por alguna razón, nadie se decide a visitar su cráter.

-Será por lo distante que se halla…

-No, no es eso. Hay otros más lejanos que son bastante frecuentados por los investigadores –

repuso el anfitrión, pensativo.

-¡Vaya, me intriga lo que dice! Así pues, comenzaré mis estudios geológicos por el Sneffels.

Usted me ha decidido –mintió mi tío, aprovechando la ocasión.

-Siento no poder acompañarle –se disculpó el otro-. Lo haría con sumo agrado, pero hay

obligaciones que me retienen aquí.

-¡Deseche formalismos, señor Fridriksson! Sus deberes profesionales son lo primero –le

alentó mi tío, tajante.

Siguieron recomendaciones del sabio sobre la mejor manera de dirigirse al Sneffels. No era

posible cruzar por mar la bahía, ya que todas las lanchas estaban ocupadas; mejor sería ir por

tierra, costeando. Aunque más largo, el camino sería también más interesante para un

geólogo como el profesor Lidenbrock.

-¿Conoce usted algún guía digno de confianza? –preguntó mi tío.

28

Page 34: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

-Por supuesto. Es un hombre fiel, seguro e inteligente. Se dedica a cazar eiders en sus ratos

libres, y es muy capaz. A demás, habla el danés a la perfección.

-Espléndido. Quiero contratarle ahora mismo. Quizá le necesite durante mucho tiempo –se

impacientó mi tío.

-Hoy no podrá ser. Mañana, a primera hora, le pondré en contacto con él –prometió el señor

Fridriksson.

El profesor quedó satisfecho de la conversación. Sabía ya que nuestro anfitrión no podía

acompañarnos en la expedición, que la historia de Saknussemm era tan misteriosa como

había supuesto y que al día siguiente dispondría de un buen guía a sus órdenes. Todo ello

era suficiente para dormir por la noche a pierna suelta, y eso hicimos los dos.

Me desperté bien temprano a la mañana siguiente; por lo que podía oír, mi tío hablaba en el

comedor con alguien. Picado por la curiosidad, me levanté y vestí a toda prisa, para acudir

allí lo antes posible. Un hombre de gran corpulencia y elevada estatura escuchaba el

profesor Lidenbrock cruzado de brazos, sin parpadear ni sonreír nunca. Largos cabellos de

un rubio albino se desparramaban sobre sus hombros y en su mirada azul se retrataba la

inteligencia. Apenas movía los músculos de su cuerpo, pero, cuando lo hacía, evidenciaba

una gran ligereza. Su actitud era calmada, tranquilos sus ademanes. Hablaba con

cuentagotas en correcto danés y gesticulaba lo menos posible, como intentando ahorrar hasta

el menor átomo de energía. Se llamaba Hans Bjelke y en él se adivinaba un gran equilibrio

emocional y una rotunda filosofía: la de no inquietarse nunca por nadie ni por nada.

Su impavidez contrastaba enormemente con los desmedidos gestos de mi tío. Para decir sí

meneaba precariamente la cabeza de arriba abajo; para decir no, lo hacía de derecha a

izquierda. Viéndole tan hierático, me pregunté si realmente era un cazador. Desde luego no

podía espantar la caza, pero, ¿Se movería lo suficiente para hacerse con ella? Más tarde me

explicaría Fridriksson que los eiders son aves cuyo plumaje da lugar al edredón corriente.

Las hembras de la especie tapizan sus incontables nidos ocultos entre las rocas de los fiordos

con dicho plumaje; en su ausencia el cazador a de limitarse a meter en una bolsa las plumas

sueltas hasta reunirlas en cantidad suficiente. Más que caza, pues, era cuestión de tener

buenas piernas y un conocimiento suficiente de la ubicación de los nidos.

Aquel hombre grave y flemático se entendió perfectamente con mi tío, y el trato quedó

cerrado al poco tiempo. Ni siquiera discutieron el precio, ya que uno aceptaba lo que le

diesen, y el otro estaba dispuesto a pagar lo que le pidiesen. Hubo, pues, un rápido acuerdo.

29

Page 35: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

El trabajo de Hans consistía en llevarnos a la aldea de Stapi, al pie mismo del volcán

Snefelss, sobre la costa meridional de la península del mismo nombre; después tendría que

subir con nosotros hasta el cráter, y, según los ocultos designios de mi tío… Acompañarnos

hasta el centro mismo de la Tierra.

Veintidós millas nos separaban de Stapi, así que calculamos en dos días la duración de

nuestro recorrido hasta allí. Pero cuando supimos que tratábamos con millas danesas, de

24000 pies cada una, el panorama cambió bastante. Había que multiplicar la distancia

prevista casi por cinco, lo cual nos daba ocho o diez días de mal camino. Dispondríamos de

cuatro caballerías, una para mi tío, otra para mí, y dos para el equipaje. Hans quería ir a pie,

según sus costumbres.

Empelamos dos días en ultimar los preparativos. Era importante clasificar los elementos del

equipaje, por su carácter y prioridad de utilización. A un lado los instrumentos científicos, a

otro las armas, a un tercero los víveres, y como remate las herramientas precisas.

Nuestros instrumentos científicos más destacados eran los siguientes:

1) Un termómetro centígrado Eigel, capaz de marcar 150°

2) Un manómetro de aire comprimido para indicar la presión atmosférica

3) Un cronómetro guinébrino, calculado en el meridiano de Hamburgo.

4) Dos brújulas de inclinación y declinación.

5) Un anteojo para visión nocturna.

6) Dos aparatos Ruhmkorff, eléctricos que suministran luz portátil, segura y duradera.

Las provisiones no eran muy variadas: carne concentrada y galleta seca para cinco o seis

meses; en cuanto a bebidas, solo ginebra, pues el profesor suponía fácil hallar el agua

subterránea.

Las armas podían resumirse en dos carabinas Purdley-More y dos revólveres Colt. Yo no

veía la necesidad de llevar tales cosas; no íbamos a encontrarnos por ahí fieras o salvajes.

Sin embargo, mi tío las juzgaba imprescindibles, y no hubo más que hablar. A este bagaje

añadimos grandes cantidades de algodón –pólvora, inalterable a la humedad y de superior

energía expansiva que la pólvora corriente.

Otros muchos elementos completaban nuestro equipaje. Podría citar: una farmacia portátil,

con todo lo necesario para improvisar una cura de urgencia, tabaco y yesca, un completo

muestrario de útiles espeleológicos, unidades para renovar la electricidad de las lámparas

Ruhmkorff, tres pares de zapatos impermeables, un cinturón de cuero (propiedad de mi tío)

30

Page 36: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

con una crecida cantidad de dinero en su seno, en forma de monedas de oro, plata y billetes

de banco, etc., etc. Estábamos bien pertrechados, eso era evidente, pero yo rezaba para que

el momento de la partida no llegase nunca.

Naturalmente, llegó muy pronto. Nuestros valedores en Reykiavik nos obsequiaron con

banquetes de despedida, promesa y buenos deseos. El señor Fridiksson por su parte, regaló a

mi tío un espléndido mapa de Islandia, atribuido a Olaf Nicolás Olsen, y mucho mejor que el

tradicional de Henderson, así como varios tratados mineralógicos de interés.

La última noche no pude dormir, aquejado de insomnio pertinaz y alguna que otra pesadilla.

Temía el momento de adentrarme en las negras oquedades terrestres. En la madrugada del

16 de junio emprendimos viaje hacia el norte. Hans cargó nuestros equipajes sin un gesto de

más y el señor Fridriksson nos dedicó como último adiós unos versos de Virgilio que nos

deseaban suerte y felicidad en cualquier tentativa que realizásemos.

31

Page 37: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO VII

TIERRAS DE ISLANDIA

El día era nublado, pero tranquilo. A buen seguro la temperatura se mantendría en unos

niveles moderados, y no llovería demasiado. Hans encabezaba la marcha con paso rápido y

estable. Los dos caballos cargados con los equipajes les seguía por si solos. Mi tío y yo,

montados en mulos de poca alzada, aunque vigorosos, cerrábamos la comitiva.

En plena región del suroeste, podíamos observar cerros brumosos y lejanos promontorios

nevados. La atmósfera, repleta de vapores densos, se enroscaba sobre los picachos

descollantes, que a su vez parecía escollos sumergidos en un mar de algodón.

Yo iba pensativo, luchando tenazmente contra mis propias debilidades. Siempre que

contemplaba el Sneffelss, sentía una dolorosa presión estomacal, y me decía: “El cráter

estará cegado, y nos limitaremos a explorarlo por todos lados. Después, a casa otra vez”.

Esto me daba consuelo momentáneo.

Las cordilleras centrales en su caída hacia el mar, comprimían la senda que habíamos que

seguir, antes de desaparecer bajo las turbias aguas en forma de espolones socavados por el

oleaje. La isla parecía solitaria, y solo de tarde en tarde aparecía algún, “beer” o casa de

campo, construida con madera, barro y lava. Un país sin caminos, sepultó en gran parte bajo

una mezquina vegetación. Y lo que se ofrecía a nuestra mirada era precisamente una de las

comarcas habitadas y cultivadas de Islandia. ¡Cómo sería, pues, el territorio situado al

interior, transformado por convulsiones eruptivas, surgidos de explosiones volcánicas casi

inimaginables!

Según el mapa de Olsen, el movimiento plutónico se había concentrado especialmente en el

centro de la isla, donde se acumulaban los materiales volcánicos de desecho, las trapps o

rocas ígneas superpuestas, las fajas traquíticas, las aglomeraciones de toba, basalto u lava, el

pórfido en fusión. Y traté de figurarme lo que nos aguardaba en el Sneffelss, caos volcánico

por excelencia.

A las dos horas de viaje, arribamos al burgo de Gulunes, una simple aldehuela sin historia.

Hans aconsejó un almuerzo reparador, y accedimos gustosamente.

-¿Dónde pasaremos la noche? –le preguntó mi tío en danés.

-Gardar –repuso escuetamente el guía.

32

Page 38: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Consulté el mapa con interés, y vi que Gardar era un caserío asomado a las márgenes del

Fralfjord, a cuatro millas de Reykiavik. Se lo mostré al profesor:

-¿A cuatro millas tan solo? –se asustó-. ¡Cuatro de veintidós! ¡Magnífico paseo!

Hans hizo caso omiso de nuestras observaciones y dio la señal de marcha inmediatamente.

Tras doblar el Kollajord, cruzamos de un tirón las parroquias Brantar y Saubeer Annexia. A

las cuatro de la tarde, ya habíamos avanzado las cuatro millas de rigor, pero Gardar no

aparecía todavía. Un brazo de mar nos cortó el paso, y creí que debíamos vadearlo sobre

nuestros pequeños cuadrúpedos. En el último momento, cuando ya azuzaba por las malas al

terco mulo que me tocaba en suerte para que se metiese en el agua, Hans murmuró:

-Farja.

-¿Barca? ¿Hay una barca que cruza esto? –se interesó mi tío.

-Ja.

-¿Dónde? –volvió a preguntar.

-Der –respondió el guía, señalándola con un gesto.

-¡Haberlo dicho antes, buen hombre! –protesté yo, que me sentía ridículo ante el jaco.

Había que esperar el instante propicio para la travesía, cuando el flujo y reflujo igualasen su

acción, y la “marea se tendiese”, al decir de los marinos, de manera que la barca no fuera

arrastrada hacia el fondo del golfo, ni tampoco mar adentro. Dicho momento se presentó a

las seis de la tarde e invertimos más de una hora en la travesía. No mucho después

alcanzábamos el aoalkirkja de Gardar.

Sabía ya que en los meses de junio y julio no se pone el sol en Islandia. Sin embargo, al ver

rodar el astro rey sobre el horizonte, experimenté una gran emoción. La claridad no mermó

gran cosa, aunque el frío se presentó de improvisto. Encontramos albergue en la cabaña de

un rústico, símbolo ejemplar de la hospitalidad islandés. Él y su mujer sacaban adelante a 19

hijos, bullicioso ejército de tamaños y talantes variados.

Los aposentos eran cuatro: la cocina, el taller de tejedor, el badstofs, o dormitorio familiar, y

el cuarto de huéspedes, pieza privilegiada de la casa.

33

Page 39: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Recuerdo que cenábamos una sopa de liquen, y pescado seco con manteca agriada veinte

años atrás. Para terminar leche cuajada con galleta y jugo de vallas en enebro. Tal era mi

apatito que lo engullí todo sin vacilar, con tres o cuatro mocosos a horcajadas sobre mis

rodillas, como cada comensal adulto. Antes y después del ágape, intercambiamos besos

rituales con cada uno de nuestros incontables anfitriones. Dormidos sobre porciones de heno

seco enmarcadas con madera encarnada, y nunca me sentí tan cómodo a lo largo de nuestra

aventura, quizás debido al cansancio.

Al día siguiente, a eso de la cinco, reanudamos la marcha, no sin obligar al rústico a que

aceptase la conveniente remuneración. A poco de abandonar Gardar, el terreno se volvió

pantanoso y, por tanto, menos favorable. A nuestra derecha las cadenas montañosas

proliferaban sin desmayo, llenando los horizontes sin crestas sombrías. A menudo teníamos

que vadear caudalosos arroyos. La desolación del paisaje aumentaba por momentos.

De vez en cuando, creíamos distinguir siluetas humanas que huían a lo lejos. Si los

caprichos de la senda nos acercaban lo bastante a uno de tales seres, podíamos observar su

cabeza hinchada, su rostro cubierto de llagas repugnantes, su calva putrefacta y sus

miserables andrajos. Hans, impávido ante el espectro en cuestión, le saludaba con su típico

“soelvertu”. La infeliz criatura ni se aproximaba siquiera para tender su mano carcomida.

-Spetelsk –nos decía Hans, explicando el misterio.

-Un leproso – traducía mi tío, conteniendo un escalofrío. Sentí un estremecimiento de

horror. La lepra se hallaba por entonces muy extendida en Islandia. Aunque no era muy

contagiosa, se podía heredar, de ahí que los leprosos tuviesen vedado el matrimonio. Tales

apariciones acentuaban si cabe, la tristeza del paisaje. Ya no se veían árboles, excepto

álamos enanos similares a maleza; incluso los arbustos tendían a escasear. Una profunda

melancolía fue apoderándose de mí.

Cruzamos varios fiordos sin importancia, y también un gran golfo vadeable por barca. El

caserío de Aftames nos salió al paso una milla más adelante, pero tuvimos que pernoctar en

un pobre casucho medio derruido.

El día siguiente nos trajo parecidas experiencias, el panorama se deterioraba rápidamente, al

igual que el estado de ánimo. El profesor Lidenbrock, cada vez más impaciente, castigaba

los flancos de su montura por mera rutina, sabiendo como sabía que nada podía alterar el

ritmo de marchar impuesto por el guía.

34

Page 40: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

El diecinueve de junio pisamos ya acumulaciones de lava revestidas de extrañas formas

longitudinales. Regueros inmensos de ceniza y piedra pómez, bajaban de las montañas

vecinas hacia nosotros. Algunos manantiales calientes exhalaban penachos de vapor por

entre las grietas de la tierra, adornando nuestros movimientos con su blanco sudario.

Giramos en dirección a poniente, una vez doblada la gran bahía de Faxa. El Sneffels se

erizaba hasta las nubes a menos de cinco millas de distancia. El terreno, nuevamente

pantanoso, no hacía mella en los animales, pero si en mí. Hans, tan fresco como al principio,

ahondaba el silencio ambiental con su mutismo de siempre.

¡Cómo empezaba yo a admirarle!

El sábado 20 de julio, al atardecer llegamos a Budir, otra aldehuela de tantas, y Hans nos

alojó en casa de unos primos suyos. Fuimos bien recibidos y mejor tratados. Por mi gusto

hubiéramos permanecido allí algunos días, pero mi tío no consintió la menor demora y, a la

mañana siguiente, iniciamos la jornada final.

El Sneffels grabtaba ya sobre nosotros. Sus raíces de granito brotaban del suelo a cada paso,

y su gigantesca mole hendía el cielo como un ancho punzón metálico. A buen ritmo

contorneamos su ancha base, mientras que el profesor Lindenbrock lo devoraba con la

mirada.

Cuatro horas de marcha, nos situaron a la puerta del presbítero de Satpi. El lugar se

componía de unas 30 chozas edificadas sobre lava, un murallón basáltico lo dominaba

pomposamente, desplegando al sol sus altas columnas verticales, su arcada formada de

travesaños, y su bóveda suspendida sobre el mar. Algunos pedruscos de basalto, extendían

por en suelo daban al conjunto la apariencia de un templo antiguo en ruinas. Allí terminaba

nuestro viaje por la superficie terrestre, y la presencia del volcán avivó en mí más

preocupaciones. El comienzo de la gran aventura estaba en puertas.

35

Page 41: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CAPÍTULO VIII

AL ASALTO DEL SNEFFELS

El rector del presbiterio se mostró poco amable con nosotros, aunque muy interesado por el

dinero que llevábamos. Nos alojó en el peor aposento del edificio, sucio y estrecho en

demasía, pero dio que no tenía otro. Antes de irnos a dormir, pudimos comprobar que el

rector desempeñaba diversos oficios aparte del eclesiástico. Hacía las veces de herrero,

cazador, pescador y carpintero cuando las circunstancias lo permitían y sus feligreses se lo

demandaban. A decir verdad, tenía aspecto de todo, excepto de pastor de la iglesia

protestante.

Aquella noche observamos también que el buen hombre no era muy sobrio respecto a la

bebida, y mi tío decidió acortar nuestro descanso al máximo. Con las primeras señales de

actividad en el caserío, iniciamos los preparativos de salida hacia el Sneffels.

Hans sugirió la ayuda de tres protestantes islandeses para sustituir a los caballos, montaña

arriba, en la conducción de los equipajes. El profesor accedió, dejando bien aclarado que

tales indígenas debían regresar a Stapi una vez depositado el equipaje en el fondo del cráter,

cosa que el guía encontró razonable. Mi tío aprovechó el momento de las confidencias para

informar a Hans que era su intención de llevar la expedición del volcán hasta sus últimos

límites, aun cuando éstos se hallasen en las entrañas de la Tierra. El impasible guía se

encogió de hombros; no advertía diferencia entre hundirse en lo más profundo de su isla o

recorrerla por fuera.

Con lo pintoresco del viaje, mis zozobras habían quedado arrinconadas en algún vericueto

mental, pero la proximidad del asalto al Sneffels las hizo surgir. Una idea entre otras me

trastornaba especialmente, idea espantosa y capaz de destrozar nervios más templados que

los míos.

“Así que hemos de subir hasta la cresta del volcán –me decía yo-. O sea, se trata de visitar un

cráter. Otros lo han hecho y aún están vivos. Claro que, en realidad pretendemos hacer algo

más, descender hasta el centro mismo de la Tierra. Suponiendo que Saknussemm haya dicho

la verdad, vamos a perdernos en el laberinto subterráneo del volcán. ¿Y si el Sneffels no está

apagado? ¿Quién nos puede garantizar que no esté preparando una erupción en estos precisos

momentos? Dicen que este monstruo duerme desde el año 1229, pero tal afirmación no

excluye la posibilidad de que pueda despertar bruscamente de aquí en dos horas, dos días,

¿qué se yo cuándo? Y si despierta con nosotros dentro, será el fin”.

36

Page 42: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Ya me veía convertido en escoria repugnante, brotando de los abismos volcánicos como

simple vomitona de la Tierra. Sin poder resistir la incertidumbre, expuse dichas reservas a

mi tío, quien respondió con la mayor sencillez:

-En eso mismo estaba pensando yo.

-¿Y qué conclusión saca? –le pregunté, súbitamente esperanzado por tan sensata confesión.

-Que no hay nada que temer por parte del Sneffels. A toda erupción volcánica le precede

siempre fenómenos indicativos, y estos brillan por su ausencia aquí.

-Pero… -intenté objetar yo, sorprendido de su respuesta.

-Sígueme, y te convencerás de mis razones –ordenó mi tío.

Obedecí maquinalmente. Al dejar el presbiterio, tomamos un camino que cruzaba el

murallón basáltico por una abertura y se alejaba del mar; atravesamos un campo pelado hasta

alcanzar un repecho de aglomeraciones volcánicas. Blancas humaredas empañaban el aire a

trechos. Dichos vapores termales, llamados reikir en lengua islandesa, procedían de

manantiales termales igualmente, e indicaban actividad volcánica en el suelo. Al apreciarlos,

creí confirmados mis temores, por eso me dejó turulato la respuesta de mi tío:

-¿Lo ves, Axel? Estas humaredas demuestran que no hay erupción en ciernes.

-¡Justamente lo contrario! –protesté yo.

-Atiende un instante, jovencito –me rogó el profesor, en tono paternalista-. Cuando una

erupción se aproxima, esas humaredas multiplican su actividad para esfumarse por completo

durante la realización del fenómeno, porque los fluidos elásticos, faltos ya de una tensión

límite, toman el camino de los cráteres, en lugar de salir por las grietas del terreno. Vemos

ahora que dichos vapores conservan su energía acostumbrada; vemos también que no hay

sustitución del viento ni de la lluvia por el típico ambiente pesado y calmo, preludio de una

erupción. Todo ello indica que no habrá erupción en bastante tiempo. La ciencia dictamina

y nosotros callamos. ¿De acuerdo?

Juzgué inútil replicarle. Tan rotundos eran sus argumentos que no daban pábulo a la

objeción. Sin embargo, pasé la noche siguiente, inmerso en una terrible pesadilla: mezclado

con resto de roca eruptiva salía proyectado desde las entrañas del Ssneffels a los espacios

interplanetarios, sin posibilidades de retorno a la Tierra.

37

Page 43: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

El 23 de junio, a las nueve de la mañana, emprendimos la ascensión al gigante dormido.

Hans y sus tres compañeros tomaron sobre sí la carga y herramientas, víveres e instrumentos.

Mi tío y yo nos valimos de sendos bastones con puntas de hierro para guardar el equilibrio

sobre la resbaladiza lava que recubría los peñascos y demás ondulaciones del terreno. El

guía más precavido que nosotros, había añadido un cántaro y varias calabazas llenos de agua,

suficiente reserva líquida para una semana.

Antes de arrancar, tuvimos ocasión de situar al rector de Stapi en su verdadero lugar. El muy

ladrón nos puso ante las narices una cuenta de hospedaje verdaderamente aterradora. Por lo

visto, nos cobraba hasta el aire podrido que habíamos respirado en aquella casucha. De mala

gana, mi tío pagó lo que le pedían. Un hombre resuelto a llegar al centro de la Tierra no iba

a discutir por una moneda más o menos.

Marchábamos en fila, encabezados por Hans, los estrechos senderos que seguíamos nos

impedían toda conversación, y, además, la fatiga propia de las alturas nos quitó pronto las

ganas de hacerlo. Detritus carbonizados llenaban algunos barrancos, más arriba del murallón

basáltico que protegía Stapi, alternando con brotes de turba herbácea y fibrosa, muestra de la

antigua vegetación pantanosa de las inmediaciones. Como buen aficionado a las Ciencias

Naturales, yo iba analizando con la mirada los sucesivos estratos geológicos puestos al

descubierto por las remociones volcánicas del terreno. Ello me servía para reconstruir en mi

mente la historia orogénica de Islandia.

Pisaba una isla muy chocante, surgida del fondo oceánico en épocas relativamente modernas.

Carente por completa de terrenos sedimentarios, Islandia se compone de Tobas volcánicas, o

sea, de aglomeraciones de piedras y rocas porosas. Antes de la formación de los volcanes,

apenas era una sólida masa de tierra emergida de las olas gracias al empuje de fuerza

centrales. Más adelante, la isla se abrió diagonalmente, del suroeste al nordeste merced a

una ancha grieta por lo cual se derramó paulatinamente toda la masa traquítica, es decir,

materiales derretidos por el calor interno de la Tierra. Las capas vertidas al exterior

recubrieron la superficie a manera de amplias sábanas. Por aquel entonces aparecieron los

pórfidos, los feldespatos y las sienitas.

Mucho después tuvieron fenómenos eruptivos que levantaron la pesada corteza,

fragmentándola por muchos sitios. Deposiciones basálticas se escaparon luego por las

aberturas recién formadas, tapizando la isla en gran parte. Tras la erupción basáltica,

vinieron otras muchas de lava, tobas de cenizas y escorias diversas. Se trataba ya de

fenómenos volcánicos en toda su plenitud. A buen seguro, tan violentas eyecciones de

38

Page 44: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

material provenían de empuje de los fuegos internos, y me parecía de locos pretender que la

masa interior de la isla no estuviese en un estado de candente licuación. En otras palabras: la

subida al cráter del Snelffels, convencería al profesor de lo absurdo de sus teorías.

Aumentaba sin cesar la dificultad del camino. El terreno se empinaba, las rocas cedían a la

menor precisión, y había que pisar con cuidado. Hans imprimía un buen ritmo a la ascensión

y, de trecho en trecho construía pequeños mogotes de piedra para trazar la senda de regreso.

Ignoraba él que futuros acontecimientos anularían tal precaución.

Necesitamos tres horas de marcha para alcanzar la falda de la montaña, e hicimos alto,

abrumados por la fatiga. Un copioso almuerzo restauró parte de nuestras fuerzas, y el reposo

impuesto después por Hans nos sentó de maravilla. Con nuevos arrestos, atacamos las

laderas del Sneffels, por una ilusión óptica, su nevada cumbre nos parecía muy cercana, pero

afortunadamente no nos dejamos engañar. Las piedras, siempre sueltas, se desprendían bajo

nuestro peso, dándonos una creciente sensación de inseguridad.

Había repechos de 36 grados de inclinación, imposibles de escalar. Ello nos obligaba a

rodearlos pacientemente. Mi tío jamás me perdía de vista, y, a veces me ofreció su brazo

como apoyo suplementario. Los porteadores islandeses, ágiles como monos, no decían

palabra, y tampoco parecían afectados por la carga que llevaban a cuestas.

A poco de alcanzar el extremo tapiz de nieve, hallamos una escalera natural que facilitó

nuestra subida. Se componía de un torrente de piedras eruptivas, llamadas stiná por los

islandeses, que permitían un fácil asentamiento de nuestras plantas. Se disponían a la

manera de escalones curiosamente equidistantes entre sí, y hacían la marcha sumamente

cómoda. A las siete de la tarde, habíamos subido ya los miles de peldaños de la escalera, y

coronábamos un entrante de la montaña, especie de estribo sobre el cual descansaba el cono

del cráter. Veíamos el mar allá abajo, a casi mil quinientos metros de distancia. El viento

soplaba con fuerza y entumecía nuestros músculos de frío. Yo no podía dar un paso más, y

el profesor Lidenbrock hizo señas al guía para que se detuviese, pero Hans negó firmemente

con la cabeza. Había de seguir hacia arriba.

-Olvanfor –murmuró, señalando la cumbre.

Mi tío le hizo algunas preguntas, y terminó moviendo la cabeza, inquieto.

-¿Qué sucede? –le interrogué, a mi vez.

-Mira hacia allá –indicó, con un gesto.

39

Page 45: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

Una imponente columna de arena, polvo y piedra pómez pulverizada, se arremolinaba sobre

la llanura y se elevaba rápidamente, girando sobre sí misma como un tornado. El viento la

impulsaba contra el flanco del Snelffels, justo hacia donde estábamos nosotros, y aquella

densa cortina corrida delante del sol, ensombrecía la montaña con su enorme silueta.

Estábamos en peligro, pues bastaría con que el remolino se inclinase un poco más para

atraparnos con sus rugientes látigos de materia. Al decir de los nativos, tal fenómeno era

muy frecuente cuando el viento surgía de los ventisqueros.

-¡Hastigt, hastigt! –exclamó repetidamente nuestro guía. Mirándole a los ojos, comprendí lo

que quería decirnos: habíamos de seguirle a toda prisa. Hans se proponía rodear al sesgo el

cono del cráter para así protegerse en su cara opuesta. Le imitamos como un solo hombre.

Minutos más tarde, la tromba se lanzó sobre el Sneffels furiosamente. El choque fue

tremendo y volaron hacia las nubes millares de pedruscos, como en una erupción corriente,

para caer después sobre la tierra en forma de lluvia asesina. Por suerte, ya estábamos en el

lugar más favorable, a salvo de cualquier riesgo. Sin la iniciativa de Hans, hubiéramos sido

desintegrados por el remolino, convertidos tal vez en polvo mesclado con las materias que el

viento arrebata a los volcanes y suele arrastrar muy lejos.

Hans creyó conveniente proseguir la ascensión, cosa que hicimos describiendo eses cono

arriba. Quinientos metros restaban aún por escalar, y la empresa nos llevó otras cinco horas

de fatiga y esperanza.

Serían las once de la noche cuando conquistamos la cumbre del Sneffels. Envueltos en una

claridad cenicienta, cenamos con ansia, y buscamos luego el sitio más propicio para dormir.

A cinco mil pies sobre el nivel del mar, era preciso contentarse con cualquier acomodo

natural, y eso precisamente hicimos. Aunque parezca mentira, aquella fue una de las

mejores noches de mi vida, pues dormí a pierna suelta y ni siquiera soñé.

40

Page 46: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES

CONCLUSIONES

Este trabajo literario, posee un deleite de imaginación y argumentos creados por

el autor, el cual logra una atención permanente en sus líneas, brindando al lector,

un gusto por continuar leyendo su exquisitez literaria.

En esta obra “Viaje al Centro de la Tierra”, se describe la persistencia y

preparación que se puede ejemplificar para conseguir o alcanzar una meta

propuesta.

Se demuestra que con obras literarias como esta, se puede motivar a la lectura,

sembrando en los lectores un ímpetu por esta actividad.

RECOMENDACIONES

Recomiendo la lectura de esta obra literaria a grandes y chicos, para que

comprueben que la lectura es una actividad fabulosa, que nos llena de sabiduría y

conocimientos, abriendo las puertas al saber.

Recomiendo a maestros y maestras, padres y madres de familia, a incentivar a la

lectura a los estudiantes con obras hermosas como “Viaje al centro de la Tierra”,

apostándole al mejoramiento continuo.

Recomiendo promover la curiosidad, investigación y realización de este tipo de

proyectos, que promueven la lectura.

41

Page 47: Monografía Viaje Al Centro de La Tierra 4_15122013

BIBLIOGRAFÍA

Berne, J. (1989), Viaje al centro de la Tierra. Edinsa, Bogotá.

42