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Docente Titular: Orlando de Jesús Patiño| Año 2009 UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MANIZALES CURSO DE DESARROLLO SOSTENIBLE: LECTURAS.

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Docente Titular: Orlando de Jesús Patiño| Año 2009

UNIVERSIDAD

AUTÓNOMA

DE

MANIZALES

CURSO DE DESARROLLO SOSTENIBLE: LECTURAS.

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2

UUnniiddaadd 11:: LLaa ssoosstteenniibbiilliiddaadd ccoommoo RReevvoolluucciióónn ccuullttuurraall,,

tteeccnnoollóóggiiccaa yy ppoollííttiiccaa

Introducción

El paso del hombre en la escala evolutiva de las especies es realmente un momento muy corto en la historia de la tierra. En

35000 años, el ecosistema planetario asistió a un incremento de la

población sin precedentes que dejaron crisis ecológicas marcadas en

las culturas.

El hombre de hoy se puede definir o caracterizar como un individuo tecnológico consumista y constructor de entornos artificiales. Lo

anterior se disfraza con calidad de vida y caemos en un sedimento

social de dependencia asistida de necesidades e intereses.

El reconocimiento de la cultura y los principios rectores que

fundamentan la acción del hombre dimensionan el desarrollo integral

de las comunidades. Las sociedades muestran criterios de sostenibilidad regidos bajo principios e intereses que se edifican en la

orientación de valores.

La sostenibilidad como revolución para el desarrollo es una

importante estrategia que logrará acortar la brecha entre los países

desarrollados y el resto de países. También es la posibilidad de

agenciar el desarrollo desde la escala local con visión global. La revolución generalmente se asocia a procesos antisociales de

protesta, pero en este caso es la posibilidad personal y comunitaria

de hacer filantropía intergeneracional en relación a las próximas

generaciones.

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Objetivos de la Unidad 1:

Identificar y anticipar las acciones aptitudinales que

orientan la sostenibilidad en la relación de equilibrio

hombre – naturaleza. Fundamentar el desarrollo humano sostenible como

modelo de crecimiento social a nivel profesional y

comunitario.

Interpretar de manera integral el nivel de desarrollo

orientado desde la conducta de educación para conservación.

Implementar estrategias personales de solución a la

problemática ambiental deducidas de la inferencia

particular frente a lo global.

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Cómo Arreglar el Mundo.

Autor Desconocido. Tomado de: Cuentos y Fábulas.

http://www.luisprada.com/Protected/cuentos_y_fabulas.htm#C%C3%B3mo%20Arreglar%20el%20Mundo

Un científico vivía preocupado con

los problemas del mundo y estaba

resuelto a encontrar medios para disminuirlos. Pasaba días

encerrado en su laboratorio en

busca de respuestas para sus

dudas. Cierto día, su hijo, de siete años, invadió su santuario decidido

a ayudarlo a trabajar. El científico,

nervioso por la interrupción, intentó hacer que el hijo fuera a

jugar a otro sitio. Viendo que sería

imposible sacarlo de allí el padre

procuró algo para darle al hijo con el objetivo de distraer su

atención...

De repente tomó un planisferio de

una revista, y, con una tijera, recortó el mapa en varios pedazos.

Junto con un rollo de cinta

adhesiva lo entregó al hijo

diciendo:

— ¿A ti te gustan los

rompecabezas? Entonces voy a darte el mundo para arreglarlo. Aquí está

el mundo todo roto. ¡Mira si puedes arreglarlo bien! Hazlo todo solo.

Calculó que al niño le llevaría días para recomponer el mapa. Algunas horas

después, oyó la voz del hijo que le llamaba calmamente:

—Padre, padre, ya he hecho todo. ¡Conseguí terminar todo!

Al principio el padre no dio crédito a las palabras del hijo: "¿Sería imposible

a su edad haber conseguido recomponer un mapa que jamás había visto?"

Entonces el científico levantó los ojos de sus anotaciones seguro que vería un trabajo digno de un niño. Para su sorpresa el mapa estaba completo.

Todos los pedazos habían sido colocados en sus sitios. ¿Cómo sería posible?

¿Cómo el niño había sido capaz?

—Tú no sabías cómo era el mundo, hijo mío. ¿Cómo lo conseguiste? —...Padre, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando tú quitaste el papel

de la revista para recortar, yo vi que del otro lado había la figura de un

hombre... Cuando tú me diste el mundo para arreglarlo, yo lo intenté pero no lo conseguí. Fue entonces que me acordé del hombre, di vuelta a los

recortes y empecé a arreglar el hombre, que yo sabía cómo era. Cuando

conseguí arreglar el hombre, di vuelta a la hoja y encontré que había

arreglado al mundo...

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“El desarrollo sostenible es aquel capaz de

satisfacer las necesidades del presente sin

comprometer el derecho de las generaciones

futuras para satisfacer las suyas propias”

Informe de Brundtland. 1987

11.. LLaa ssoosstteenniibbiilliiddaadd ccoommoo RReevvoolluucciióónn ccuullttuurraall,, tteeccnnoollóóggiiccaa yy

ppoollííttiiccaa..

El concepto de sostenibilidad

surge por vía negativa, como

resultado de los análisis de la

situación del mundo, que puede

describirse como una ―emergencia planetaria‖ (Bybee, 1991), como

una situación insostenible que

amenaza gravemente el futuro de

la humanidad.

Un futuro amenazado es, precisamente, el título del primer

capítulo de Nuestro futuro común,

el informe de la Comisión

Mundial del Medio Ambiente y

del Desarrollo, conocido como Informe Brundtland (CMMAD,

1988), a la que debemos uno de

los primeros intentos de introducir

el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad: "El desarrollo

sostenible es el desarrollo que

satisface las necesidades de la

generación presente sin comprometer la capacidad de las

generaciones futuras para satisfacer

sus propias necesidades".

Se trata, en opinión de Bybee (1991), de "la idea central unificadora

más necesaria en este momento de la historia de la humanidad",

aunque se abre paso con dificultad y ha generado incomprensiones y

críticas que es preciso analizar.

Una primera crítica de las muchas que ha recibido la definición de la

CMMAD es que el concepto de desarrollo sostenible apenas sería la

expresión de una idea de sentido común (sostenible vendría de

sostener, cuyo primer significado, de su raíz latina ―sustinere‖, es

"sustentar, mantener firme una cosa") de la que aparecen indicios en

Tomado textualmente de: VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2008). «La sostenibilidad como [r]evolución cultural, tecnológica y política» [artículo en línea]. OEI. http://www.oei.es/decada/accion000.htm.

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numerosas civilizaciones que han intuido la necesidad de preservar

los recursos para las generaciones futuras.

Es preciso, sin embargo, rechazar contundentemente esta crítica y

dejar bien claro que se trata de un concepto absolutamente nuevo,

que supone haber comprendido que el mundo no es tan ancho e ilimitado como habíamos creído. Hay un breve texto de Victoria

Chitepo, Ministra de Recursos Naturales y Turismo de Zimbabwe, en

Nuestro futuro común (el informe de la CMMAD) que expresa esto

muy claramente: "Se creía que el cielo es tan inmenso y claro que nada podría cambiar su color, nuestros ríos tan grandes y sus aguas

tan caudalosas que ninguna actividad humana podría cambiar su

calidad, y que había tal abundancia de árboles y de bosques naturales

que nunca terminaríamos con ellos. Después de todo vuelven a

crecer. Hoy en día sabemos más. El ritmo alarmante a que se está despojando la superficie de la Tierra indica que muy pronto ya no

tendremos árboles que talar para el desarrollo humano". Y ese

conocimiento es nuevo: la idea de insostenibilidad del actual

desarrollo es reciente y ha constituido una sorpresa para la mayoría.

Y es nueva en otro sentido aún más profundo: se ha comprendido que la sostenibilidad exige planteamientos holísticos, globales; exige

tomar en consideración la totalidad de problemas interconectados a

los que la humanidad ha de hacer frente y que sólo es posible a

escala planetaria, porque los problemas son planetarios: no tiene

sentido aspirar a una ciudad o un país sostenibles (aunque sí lo tiene trabajar para que un país, una ciudad, una acción individual,

contribuyan a la sostenibilidad). Esto es algo que no debe

escamotearse con referencias a algún texto sagrado más o menos

críptico o a comportamientos de pueblos muy aislados para quienes el

mundo consistía en el escaso espacio que habitaban.

Una idea reciente que avanza con mucha dificultad, porque los signos

de degradación han sido hasta recientemente poco visibles y porque

en ciertas partes del mundo los seres humanos hemos visto

mejorados notablemente nuestro nivel y calidad de vida en muy

pocas décadas.

La supeditación de la naturaleza a las necesidades y deseos de los seres humanos ha sido vista siempre como signo distintivo de

sociedades avanzadas, explica Mayor Zaragoza (2000) en Un mundo

nuevo. Ni siquiera se planteaba como supeditación: la naturaleza era

prácticamente ilimitada y se podía centrar la atención en nuestras necesidades sin preocuparse por las consecuencias ambientales y

para nuestro propio futuro. El problema ni siquiera se planteaba.

Después han venido las señales de alarma de los científicos, los

estudios internacionales… pero todo eso no ha calado en la población,

ni siquiera en los responsables políticos, en los educadores, en

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quienes planifican y dirigen el desarrollo industrial o la producción

agrícola…

Mayor Zaragoza señala a este respecto que "la preocupación, surgida

recientemente, por la preservación de nuestro planeta es indicio de

una auténtica revolución de las mentalidades: aparecida en apenas una o dos generaciones, esta metamorfosis cultural, científica y social

rompe con una larga tradición de indiferencia, por no decir de

hostilidad".

Ahora bien, no se trata de ver al desarrollo y al medio ambiente como

contradictorios (el primero "agrediendo" al segundo y éste "limitando"

al primero) sino de reconocer que están estrechamente vinculados, que la economía y el medio ambiente no pueden tratarse por

separado. Después de la revolución copernicana que vino a unificar

Cielo y Tierra, después de la Teoría de la Evolución, que estableció el

puente entre la especie humana y el resto de los seres vivos… ahora estaríamos asistiendo a la integración ambiente-desarrollo (Vilches y

Gil, 2003). Podríamos decir que, sustituyendo a un modelo económico

apoyado en el crecimiento a ultranza, el paradigma de economía

ecológica que se vislumbra plantea la sostenibilidad de un desarrollo sin crecimiento, ajustando la economía a las exigencias de la ecología

y del bienestar social global.

Son muchos, sin embargo, los que rechazan esa asociación y señalan

que el binomio ―desarrollo sostenible‖ constituye una contradicción,

una manipulación de los ―desarrollistas‖, de los partidarios del

crecimiento económico, que pretenden hacer creer en su compatibilidad con la sostenibilidad ecológica (Naredo, 1998; García,

2004).

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La idea de un desarrollo sostenible, sin embargo, no tiene nada que

ver con ese desarrollismo y significa, como señala Maria Novo (2006),

"situarse en otra óptica; contemplar las relaciones de la humanidad

con la naturaleza desde enfoques distintos". Se trata de un concepto que parte de la suposición de que puede haber desarrollo, mejora

cualitativa o despliegue de potencialidades, sin crecimiento, es decir,

sin incremento cuantitativo de la escala física, sin incorporación de

mayor cantidad de energía ni de materiales. Con otras palabras: es el crecimiento lo que no puede continuar indefinidamente en un mundo

finito, pero sí es posible el desarrollo. Posible y necesario, porque las

actuales formas de vida no pueden continuar, deben experimentar

cambios cualitativos profundos, tanto para aquéllos (la mayoría) que viven en la precariedad como para el 20% que vive más o menos

confortablemente. Y esos cambios cualitativos suponen un desarrollo

(no un crecimiento) que será preciso diseñar y orientar

adecuadamente.

Precisamente, otra de las críticas que suele hacerse a la definición de

la CMMAD es que, si bien se preocupa por las generaciones futuras, no dice nada acerca de las tremendas diferencias que se dan en la

actualidad entre quienes viven en un mundo de opulencia y quienes

lo hacen en la mayor de las miserias. Es cierto que la expresión ―…

satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias

necesidades" puede parecer ambigua al respecto. Pero en la misma

página en que se da dicha definición podemos leer: ―Aun el

restringido concepto de sostenibilidad física implica la preocupación por la igualdad social entre las generaciones, preocupación que debe

lógicamente extenderse a la igualdad dentro de cada generación‖. E

inmediatamente se agrega: ―El desarrollo sostenible requiere la

satisfacción de las necesidades básicas de todos y extiende a todos la

oportunidad de satisfacer sus aspiraciones a una vida mejor‖. No hay,

pues, olvido de la solidaridad intrageneracional .

Algunos cuestionan la idea misma de sostenibilidad en un universo

regido por el segundo principio de la termodinámica, que marca el

inevitable crecimiento de la entropía hacia la muerte térmica del

universo. Nada es sostenible ad in eternum, por supuesto… y el Sol se apagará algún día… Pero cuando se advierte contra los actuales

procesos de degradación a los que estamos contribuyendo, no

hablamos de miles de millones de años sino, desgraciadamente, de

unas pocas décadas. Preconizar un desarrollo sostenible es pensar en

nuestra generación y en las futuras, en una perspectiva temporal humana de cientos o, a lo sumo, miles de años. Ir más allá sería pura

ciencia ficción. Como dice Ramón Folch (1998), ―El desarrollo

sostenible no es ninguna teoría, y mucho menos una verdad revelada

(…), sino la expresión de un deseo razonable, de una necesidad imperiosa: la de avanzar progresando, no la de moverse

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derrapando‖. Hablamos de sostenibilidad ―dentro de un orden‖, o sea

en un período de tiempo lo suficientemente largo como para que

sostenerse equivalga a durar aceptablemente y lo bastante acotado

como para no perderse en disquisiciones.

Cabe señalar que todas esas críticas al concepto de desarrollo sostenible no representan un serio peligro; más bien, utilizan

argumentos que refuerzan la orientación propuesta por la CMMAD y

el ―Plan de Acción‖ de Naciones Unidas (Agenda 21) y salen al paso

de sus desvirtuaciones. El autentico peligro reside en la acción de quienes siguen actuando como si el medio pudiera soportarlo todo…

que son, hoy por hoy, la inmensa mayoría de los ciudadanos y

responsables políticos. No se explican de otra forma las reticencias

para, por ejemplo, aplicar acuerdos tan modestos como el de Kioto

para evitar el incremento del efecto invernadero. Ello hace necesario que nos impliquemos decididamente en esta batalla para contribuir a

la emergencia de una nueva mentalidad, una nueva forma de enfocar

nuestra relación con el resto de la naturaleza. Como señala Sachs

(2008, p.120), "tendremos que apreciar con urgencia que los desafíos ecológicos no se resolverán por sí solos ni de forma espontánea (…)

la sostenibilidad debe ser una elección, la elección de una sociedad

global que es previsora y actúa con una inusual armonía".

Sería iluso, sin embargo, pensar que el logro de sociedades sostenibles es una tarea simple. Se precisan cambios profundos que

explican el uso de expresiones como "revolución energética",

"revolución del cambio climático", etc. Mayor Zaragoza (2000) insiste

en la necesidad de una profunda revolución cultural y la ONG Greenpeace ha acuñado la expresión [r]evolución por la

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sostenibilidad, que muestra acertadamente la necesidad de unir los

conceptos de revolución y evolución: revolución para señalar la

necesidad de cambio profundo, radical, en nuestras formas de vida y

organización social; evolución para puntualizar que no se puede esperar tal cambio como fruto de una acción concreta, más o menos

acotada en el tiempo.

Dicha [r]evolución por un futuro sostenible exige de todos los actores

sociales romper con:

planteamientos puramente locales y a corto plazo, porque los

problemas sólo tienen solución si se tiene en cuenta su

dimensión glocal (a la vez local y global); la indiferencia hacia un ambiente considerado inmutable,

insensible a nuestras "pequeñas" acciones; esto es algo que

podía considerarse válido mientras los seres humanos éramos

unos pocos millones, pero ha dejado de serlo con más de 6500 millones;

la ignorancia de la propia responsabilidad: por el contrario, lo

que cada cual hace -o deja de hacer- como consumidor,

profesional y ciudadano tiene importancia; la búsqueda de soluciones que perjudiquen a otros: hoy ha

dejado de ser posible labrar un futuro para "los nuestros" a

costa de otros; los desequilibrios no son sostenibles.

Por esa razón, Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de

los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad, ha instituido

una Década de la Educación para un futuro sostenible (2005-2014), designando a UNESCO como órgano responsable de su promoción y

encareciendo a todos los educadores a asumir un compromiso para

que toda la educación, tanto formal (desde la escuela primaria a la

universidad) como informal (museos, medios de comunicación...), preste sistemáticamente atención a la situación del mundo, con el fin

de fomentar actitudes y comportamientos favorables para el logro de

un desarrollo sostenible (Gil Pérez et al., 2006).

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Referencias del artículo original

BYBEE, R. W. (1991). Planet Earth in crisis: how should science educators

respond? The American Biology Teacher, 53 (3), 146-153.

COMISIÓN MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO (1988). Nuestro Futuro Común. Madrid: Alianza.

GARCÍA, E. (2004). Medio ambiente y sociedad. La civilización industrial y

los límites del planeta. Madrid: Alianza Editorial. GIL PÉREZ, D., VILCHES, A., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2006). Década

de la Educación para un futuro sostenible (2005-2014). Un necesario punto

de inflexión en la atención a la situación del planeta. Revista

Iberoamericana de Educación, 40, 125-178. MAYOR ZARAGOZA, F. (2000). Un mundo nuevo. Barcelona: UNESCO.

Círculo de lectores.

FOLCH, R. (1998). Ambiente, emoción y ética. Barcelona: Ed. Ariel. NAREDO, J. M. (1998). Sobre el rumbo del mundo. En Sánchez Ron, J. M.

(Dtor.), Pensamiento Crítica vs. Pensamiento único. Madrid: Debate.

Pensamiento único. Madrid: Debate. NOVO, M. (2006). El desarrollo sostenible. Su dimensión ambiental y

educativa. Madrid: UNESCO-Pearson. Capítulo 3.

SACHS, J. (2008). Economía para un planeta abarrotado. Barcelona:

Debate. VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos

de supervivencia. Madrid: Cambridge University Presss. Capítulo 6.

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22.. AAggoottaammiieennttoo yy ddeessttrruucccciióónn ddee llooss rreeccuurrssooss nnaattuurraalleess

El agotamiento de muchos recursos vitales para nuestra especie – a

consecuencia de su dilapidación o de

su destrucción, fruto de

comportamientos consciente o

inconscientemente depredadores orientados por la búsqueda de

beneficios particulares a corto plazo-

constituye uno de los más

preocupantes problemas de la actual situación de emergencia planetaria

(Brown, 1998; Folch, 1998).

Conviene comenzar reflexionando

acerca del significado de ―recurso‖,

definido en los diccionarios como

"bien" o "medio de subsistencia", por lo que tal recurso natural puede

considerarse un yacimiento mineral

explotable o una bolsa de petróleo,

como un bosque, o el aire respirable... (Vilches y Gil Pérez, 2003).

De hecho, lo que consideramos recurso ha ido cambiando con el tiempo. El petróleo, por ejemplo, era ya conocido hace miles de años,

siempre tuvo las mismas características y propiedades, pero su

aparición como recurso energético es muy reciente, cuando la

sociedad ha sido capaz de explotarlo técnicamente. Y otro tanto se

podría decir de muchos minerales, de recursos de los fondos marinos, de los saltos de agua o de la energía solar, que obviamente siempre

han estado ahí.

Por otra parte, la idea de recurso lleva asociada la de limitación, la de

algo que es valioso para satisfacer necesidades pero que no está al

alcance de todos. Por eso, el agotamiento de los recursos es uno de los problemas que más preocupa socialmente, como se evidenció en

la primera Cumbre de la Tierra organizada por Naciones Unidas en

Río en 1992.

Tomado textualmente de de: VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2008). «Agotamiento y destrucción de los recursos naturales» [artículo en línea]. OEI. http://www.oei.es/decada/accion23.htm.

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Se explicó entonces que el consumo de algunos recursos clave

superaba en un 25% las posibilidades de recuperación de la Tierra. Y

cinco años después, en el llamado Foro de Río + 5, se alertó sobre la

aceleración del proceso, de forma que el consumo a escala planetaria superaba ya en un 33% a las posibilidades de recuperación. Según

manifestaron en ese foro los expertos: "si fuera posible extender a

todos los seres humanos el nivel de consumo de los países

desarrollados, sería necesario contar con tres planetas para atender a

la demanda global‖.

Dicho con otras palabras:

nos enfrentamos a un grave

problema de agotamiento

de recursos esenciales a

pesar de que la mayoría de los seres humanos tienen

un reducido acceso a los

mismos. Un agotamiento de

recursos que ha jugado un papel determinante,

aunque no exclusivo en el

colapso de pasadas

civilizaciones y que ahora amenaza con conducir "al

colapso de la sociedad

mundial en su conjunto"

(Diamond, 2006). ¿Y cuáles son los recursos esenciales cuyo

agotamiento está planteando problemas?

Resulta obligado, claro está, referirse al agotamiento de los recursos energéticos fósiles, que aparece como uno de los ejemplos más

claros. Sin embargo, los comportamientos sociales en nuestros países

desarrollados no muestran una real comprensión del problema:

seguimos construyendo vehículos que queman alegremente cantidades crecientes de petróleo, sin tener en cuenta, ni las

previsiones de su agotamiento, ni tampoco los problemas que

provoca su combustión o el hecho de que constituye la materia

prima, en ocasiones exclusiva, de multitud de materiales sintéticos (fibras, plásticos, cauchos, medicamentos…). Al quemar petróleo

estamos privando a las generaciones futuras de una valiosísima

materia prima.

Naturalmente resulta difícil predecir con precisión cuánto tiempo

podremos seguir disponiendo de petróleo, carbón o gas natural. La

respuesta depende de las reservas estimadas y del ritmo de consumo mundial. Y ambas cosas están sujetas a variaciones: se siguen

realizando prospecciones en busca de nuevos yacimientos e incluso

se está volviendo a extraer petróleo de yacimientos que hace tiempo

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fueron abandonados como no rentables. Pero las tendencias son cada

vez más claras y ni los más optimistas pueden ignorar que se trata de

recursos fósiles no renovables, cuya extracción resulta cada vez más

costosa, lo que se traduce en un encarecimiento progresivo del petróleo, que se ha disparado de forma alarmante tras la invasión de

Irak.

La evidencia fundamentada de que se está alcanzando el cenit de la

producción petrolífera se ha convertido en un motivo de muy seria

preocupación, como muestran documentados trabajos en los que se analizan las consecuencias de un ―mundo de baja energía” (Ballenilla,

2005).

Pero, desgraciadamente, la situación de emergencia planetaria no es

atribuible a un único problema, por muy grave que sea el

agotamiento del petróleo. De hecho, algunos temen que no llegue a

agotarse lo suficientemente aprisa para poner freno al acelerado cambio climático que está provocando su combustión (Lynas, 2004).

Y si seguimos considerando el problema del agotamiento de recursos,

para la inmensa mayoría de la población mundial resulta tanto o más

grave el proceso de desertización y drástico descenso de los recursos hídricos, un recurso esencial tan sólo aparentemente renovable, en

cuyo acceso se dan desequilibrios insostenibles y al que, por su

importancia vital, hemos dedicado específicamente uno de los temas

de acción clave.

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Y es preciso referirse a otros muchos recursos que han sufrido una

drástica disminución como, por ejemplo, las pesquerías. Alteraciones

ecológicas, como las provocadas en la desembocadura de los ríos, a

las que no se deja llegar suficiente agua, o la utilización de técnicas como las redes de arrastre, han esquilmado irreversiblemente

muchos caladeros. Algunas de las especies comerciales se encuentran

por debajo de un 1% respecto a sus existencias de hace unas

décadas, con los consiguientes conflictos entre países y comunidades pesqueras: miles de pescadores se han quedado sin trabajo en países

como Canadá o España, obligando al desguace de las flotas. Según

un reciente estudio (Worm et al., 2006), el conjunto de la fauna

marina se encuentra en una situación de auténtico peligro lo que repercutirá en la calidad de vida de la especie humana ya que, entre

otras cosas, el mar provee del 50 % del oxígeno que respiramos y

constituye un filtro para la contaminación, además de una fuente de

alimento esencial. En dicha investigación se señala que el 30 % de las especies marinas que se pescaban ya se ha colapsado, lo que

significa que su número total se ha reducido en un 90 % desde 1950

y que, si no se toman medidas urgentes, las especies que en la

actualidad capturan las flotas pesqueras entrarán en situación de

colapso antes de 2050.

Los problemas y desequilibrios se potencian así mutuamente, poniendo en peligro la supervivencia de la especie humana. Un

ejemplo claro de ello lo constituye otro recurso esencial en retroceso:

el de la masa forestal. En los últimos 100 años el planeta ha perdido

casi la mitad de su superficie forestal. Y, como señalan informes de la FAO (Organización de la Alimentación y la Agricultura,) la Tierra sigue

perdiendo de forma neta cada año 11,2 millones de hectáreas de

bosques vírgenes. Esto sucede, según informes del Fondo Mundial

para la Naturaleza, como consecuencia fundamentalmente de su uso

como fuente de energía (cerca de 2000 millones de personas en el mundo dependen de la leña como combustible), de la expansión

agrícola y ganadera y de la minería y de las actividades de compañías

madereras que, a menudo, escapan a todo control. Un informe del

gobierno brasileño reconocía en 1999 que el 80% de la madera extraída de la Amazonía se obtenía sin permiso. Y las áreas taladas

de bosque tropical en África corresponden a especies que tardan más

de doscientos años en crecer.

Esta disminución de los bosques, particularmente grave en el caso de

las selvas tropicales, no sólo incrementa el efecto invernadero, al

reducirse la absorción del dióxido de carbono sino que, además, agrava el descenso de los recursos hídricos: a medida que la cubierta

forestal mengua, aumenta lógicamente la escorrentía de la lluvia, lo

que favorece las inundaciones, la erosión del suelo y reduce la

cantidad que se filtra en la tierra para recargar los acuíferos.

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No olvidemos, por otra parte, que en los bosques vive entre el 50 y el

90 por ciento de todas las especies terrestres, por lo que su retroceso

va acompañado de una gravísima pérdida de biodiversidad (Delibes y

Delibes, 2005). Y aún hay más problemas derivados de la reducción de la masa forestal: conforme se va facilitando el acceso a los

bosques con carreteras para recoger los árboles talados, etc., éstos

se hacen más secos y más susceptibles a los incendios, lo que reduce

aún más la masa boscosa y ello, a su vez, hace que menos agua de lluvia se filtre en la tierra… y así se abre una espiral realmente

infernal: nunca ha habido incendios como los de estos últimos años

en las selvas tropicales de Borneo, Java, Sumatra… La tala de árboles

para la venta de la madera y la quema de terrenos para prepararlos para la agricultura, unidos a fuegos espontáneos, llegaron a formar

una columna de humo que se dispersó más de un millón de km2 y

que afectó a 70 millones de personas de ciudades muy alejadas. Y lo

mismo ha ocurrido repetidamente en la selva amazónica.

Y ello se relaciona con la pérdida de otro recurso natural: el suelo

cultivable, justamente cuando nos encontramos en el momento de

aumento de la demanda alimentaria más grande de toda la historia. Se trata de otro ejemplo de vinculación de múltiples problemas.

Tenemos, por una parte, la incidencia del crecimiento de las ciudades

y del número de carreteras a costa de suelos fértiles. Así, desde los

años ochenta se pierden en China más de 400000 hectáreas de

tierras de labor cada año debido al auge de la construcción y al crecimiento industrial, y lo mismo ocurre con otros países asiáticos,

como Corea, Indonesia y Japón, en los que la rápida industrialización

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devora las tierras agrícolas y, como consecuencia, deben importar

más del 70 % de los cereales que consumen.

Por otra parte, las talas e incendios se realizan, supuestamente, para

disponer de más suelo cultivable, pero el resultado suele ser una

degradación total al cabo de muy poco tiempo: es lo que ocurre en las selvas tropicales. Por ejemplo, los gobiernos brasileños, a

principios de la década de los 80, incentivaron la colonización de

algunas zonas del bosque tropical, contando con la supuesta fertilidad

de un suelo capaz de hacer crecer tan frondosa vegetación. Pero al cabo de poco tiempo de haber talado y quemado grandes

extensiones, ese suelo fértil, de muy escaso espesor, había sido

arrastrado por las aguas al no contar con la fijación de los árboles; y

las extraordinarias cosechas del primer año disminuyeron

drásticamente. Pero era ya tarde para rectificar y en esas zonas no se puede seguir cultivando… ni crecerá de nuevo el bosque,

contribuyendo así al incremento del efecto invernadero.

Esta deforestación ha continuado en Brasil. A través de observaciones

vía satélite se ha podido seguir la expansión de las zonas

deforestadas. Cada año se dan cifras que comparan el tamaño de las zonas deforestadas en la Amazonía con el de regiones como Galicia o

países como Bélgica, mientras

"megaincendios" de extensión

semejante prosiguen año tras

año, siempre con idénticos resultados de pérdida de suelo

por la erosión.

Este fenómeno de la erosión

destructiva se ha producido en

muchas otras zonas del planeta por el afán de ampliar

las superficies cultivadas a

tierras marginales. En lo que

fue la URSS, la ampliación de

los cultivos en las llamadas tierras vírgenes apareció como

una gran conquista, pero

muchas de esas tierras se han

perdido ya debido a la erosión. Un caso paradigmático de

desastre ecológico provocado

por esa política de ampliación

de tierras cultivadas es el que se ha producido en torno al Mar de Aral: se desviaron los ríos que vertían en él para irrigar campos de

algodón y el resultado ha sido la desecación de un mar que era

navegable. Y lo peor es que el viento ha esparcido la sal del lecho

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seco por los campos de cultivo, poniendo fin a una prosperidad de

apenas dos décadas.

Pero una de las causas más importantes de la degradación del suelo

cultivable procede de la agricultura intensiva, que se traduce en

erosión eólica (el suelo arado se disgrega más fácilmente y es arrastrado por el viento), apisonamiento de los suelos por el paso de

maquinaria pesada, alteración de la composición química de los

suelos (acidificación, pérdida de nutrientes), etc. Se habla de una

espiral de degradación que ha afectado ya a la mitad de los suelos

cultivables (Bovet et al., 2007, pp 16-17).

Por otra parte, el uso de biocombustibles, como el bioetanol o el biodiésel, está impulsando el uso de maíz, soja, etc., que era

destinado al consumo humano, lo que no sólo está contribuyendo a la

escasez de estos productos sino que además está provocando

deforestaciones para contar con nuevas superficies de cultivo, pérdida de biodiversidad e incremento de los costes en la industria

alimentaria.

Y no debemos olvidar esos recursos fundamentales –pero a menudo

ignorados como recursos porque aparentemente ―no cuestan dinero‖-

que suponen los sumideros (la atmósfera, los mares, el propio suelo)

en los que se diluyen y en ocasiones se neutralizan los productos contaminantes fruto de la actividad humana. Y se trata de recursos

que estamos también perdiendo: los suelos, los océanos, el aire,

están saturándose de sustancias contaminantes. Particularmente

grave es el hecho de que los océanos (que contienen unas 50 veces más CO2 disuelto que la atmósfera) y suelos como el permafrost

ártico están transformándose, al elevarse la temperatura, de

sumideros en fuentes de CO2 y metano, amenazando con un fatal

incremento del efecto invernadero (Pearce, 2007).

Una vez más podemos ver la vinculación de los problemas, sin que,

desafortunadamente, podamos pensar en encontrar solución, aisladamente, a ninguno de ellos. Pero las soluciones a la situación de

emergencia planetaria existen y han sido apuntadas por los mismos

expertos que han señalado los problemas (CMMAD, 1988; Mayor

Zaragoza, 2000; Brown, 2004): se trata de poner en marcha, conjuntamente, medidas tecnológicas , cambios de comportamientos

y estilos de vida.

No todas son medidas sencillas, por supuesto, pero es urgente

comenzar a aplicarlas, como afirma Brown (2004), con ―una

movilización como en tiempos de guerra‖ y prestar la debida atención

a las ―Pautas para aplicar el principio de precaución a la conservación de la biodiversidad y la gestión de los recursos naturales‖. Todos

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podemos y debemos aplicar las ―3R‖ (reducir, reutilizar y reciclar) y

contribuir a la necesaria toma de decisiones.

Referencias del artículo original

BALLENILLA, F. (2005). La sostenibilidad desde la perspectiva del

agotamiento de los combustibles fósiles, un problema socioambiental

relevante. Investigación en la Escuela, 55, 73-87. BOVET, P., REKACEWICZ, P, SINAÏ, A. y VIDAL, A. (Eds.) (2008). Atlas

Medioambiental de Le Monde Diplomatique, París: Cybermonde.

BROWN, L. R. (1998). El futuro del crecimiento. En Brown, L. R., Flavin, C. y French, H. La situación del mundo 1998. Barcelona: Ed. Icaria.

BROWN, L. (2004). Salvar el planeta. Plan B: Ecología para un mundo en

peligro. Barcelona: Paidós. COMISIÓN MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO (1988).

Nuestro Futuro Común. Madrid: Alianza.

DELIBES, M. y DELIBES DE CASTRO, M. (2005). La Tierra herida. ¿Qué

mundo heredarán nuestros hijos? Barcelona: Destino. DIAMOND, J. (2006). Colapso. Barcelona: Debate

FOLCH, R. (1998). Ambiente, emoción y ética. Barcelona: Ed. Ariel.

LYNAS, M. (2004). Marea alta. Noticia de un mundo que se calienta y cómo nos afectan los cambios climáticos. Barcelona: RBA Libros S. A.

MAYOR ZARAGOZA, F. (2000). Un mundo nuevo. Barcelona: UNESCO.

Círculo de Lectores. PEARCE, F. (2007). La última generación. Benasque: Barrabes

VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos

de supervivencia. Madrid: Cambridge University Presss. Capítulo 3.

WORM, B., BARBIER, E. B., BEAUMONT, N., DUFFY, J. E., FOLKE, C., HALPERN, B. S., JACKSON, J. B. C., LOTZE, H. K., MICHELI, F., PALUMBI, S.

R., SALA, E., SELKOE, K., STACHOWICZ, J. J., y WATSON, R. (2006).

Impacts of biodiversity loss on ocean ecosystem services, Science, 314, 787-790.

Actividad 1 y 2:

Recuerde desarrollar la ACTIVIDAD 1 y la ACTIVIDAD

2 que se encuentran en la sección Actividades de

Aprendizaje del Aula digital.

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