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MODO DE DESARROLLO HUMANO: REALIZACIÓN DE LA LIBERTAD Y BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD Ponencia presentada por Julio Silva-Colmenares * en el XI Encuentro Internacional de Economistas Globalización y Problemas del Desarrollo La Habana, Cuba, 2 al 6 de marzo de 2009 Tema: Desarrollo Subtema: Enfoques Teóricos CONTENIDO Pag. 1. Crecimiento económico y desarrollo humano: una distinción necesaria 2 2. De modelo económico a modo de desarrollo: una sustitución necesaria 8 3. La realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad 10 3.1 La sociedad moderna: del individuo a la «humanidad globalizada» 10 3.2 La libertad: condición sine qua non del desarrollo humano 14 3.3 La felicidad: ascenso en el proceso de «humanización» 16 RESUMEN Esta ponencia comienza por señalar la necesaria distinción que debe haber entre crecimiento y desarrollo, destacando que del crecimiento podría decirse que es económico, pero del desarrollo que es humano. Entendido el primero como la creciente disponibilidad de medios para satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales y el segundo como su utilización para los fines propios de unas condiciones dignas de vida o de bien-estar o mejor-vivir de las personas. Se sugiere, así mismo, precisar más la diferencia entre «fuentes» y «motores» del crecimiento económico y sustituir como categoría principal en el análisis la concepción usual de modelo económico por la más compleja, pero esclarecedora, de modo de desarrollo. Como alternativa a la sociedad excluyente y cerrada del siglo 20, se señalan los rasgos de lo que podría ser un modo de desarrollo humano, el que debe tener como base la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad, lo cual requiere la acción mancomunada y complementaria del Estado, el mercado y la solidaridad social. Libertad y felicidad que no son fines en si mismos sino caminos para avanzar hacia la «humanización de la sociedad» en una «humanidad globalizada». Para ello se proponen algunas ideas básicas y propósitos estratégicos que ayudarían a la construcción de esa sociedad «centrada» en el ser humano. Palabras claves: bien-estar, crecimiento económico, desarrollo humano, felicidad, libertad, modo de desarrollo ABSTRACT The paper remarks the difference between growth and development, in the sense that growth is a term related with economics but development is a term related with human progress. Growth is the accessibility of ways for satisfying the material, social and spirituals needs, meanwhile development is related with the well-being of the people. The paper suggests the need to work on the difference between «sources» and «engines» of economic growth and replaces as category of analysis the narrow concept of economic model by the wider concept of mode (manner) of development. As an alternative to the excluding and closed society of twenty century, this paper indicates the minimum characteristics in order to get a mode of human development, which must be based on the achievement of freedom and the pursuit of happiness; which requires the joint and complementary action of the State, the market and the social solidarity. Freedom and happiness are not ends in themselves but pathways toward the «humanization of society» in a «globalize humanity». Therefore, the paper proposes some basic ideas and strategic purposes that would help to «build» a society «centered» on the human being. Key words: economic growth, freedom, happiness, human development, mode of development, well-being

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MODO DE DESARROLLO HUMANO:REALIZACIÓN DE LA LIBERTAD Y BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Ponencia presentada por Julio Silva-Colmenares *en el XI Encuentro Internacional de Economistas

Globalización y Problemas del DesarrolloLa Habana, Cuba, 2 al 6 de marzo de 2009

Tema: DesarrolloSubtema: Enfoques Teóricos

CONTENIDO Pag.1. Crecimiento económico y desarrollo humano: una distinción necesaria 22. De modelo económico a modo de desarrollo: una sustitución necesaria 83. La realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad 103.1 La sociedad moderna: del individuo a la «humanidad globalizada» 103.2 La libertad: condición sine qua non del desarrollo humano 143.3 La felicidad: ascenso en el proceso de «humanización» 16

RESUMEN

Esta ponencia comienza por señalar la necesaria distinción que debe haber entre crecimiento y desarrollo, destacando que del crecimiento podría decirse que es económico, pero del desarrollo que es humano. Entendido el primero como la creciente disponibilidad de medios para satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales y el segundo como su utilización para los fines propios de unas condiciones dignas de vida o de bien-estar o mejor-vivir de las personas. Se sugiere, así mismo, precisar más la diferencia entre «fuentes» y «motores» del crecimiento económico y sustituir como categoría principal en el análisis la concepción usual de modelo económico por la más compleja, pero esclarecedora, de modo de desarrollo. Como alternativa a la sociedad excluyente y cerrada del siglo 20, se señalan los rasgos de lo que podría ser un modo de desarrollo humano, el que debe tener como base la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad, lo cual requiere la acción mancomunada y complementaria del Estado, el mercado y la solidaridad social. Libertad y felicidad que no son fines en si mismos sino caminos para avanzar hacia la «humanización de la sociedad» en una «humanidad globalizada». Para ello se proponen algunas ideas básicas y propósitos estratégicos que ayudarían a la construcción de esa sociedad «centrada» en el ser humano.

Palabras claves: bien-estar, crecimiento económico, desarrollo humano, felicidad, libertad, modo de desarrollo

ABSTRACT

The paper remarks the difference between growth and development, in the sense that growth is a term related with economics but development is a term related with human progress. Growth is the accessibility of ways for satisfying the material, social and spirituals needs, meanwhile development is related with the well-being of the people. The paper suggests the need to work on the difference between «sources» and «engines» of economic growth and replaces as category of analysis the narrow concept of economic model by the wider concept of mode (manner) of development. As an alternative to the excluding and closed society of twenty century, this paper indicates the minimum characteristics in order to get a mode of human development, which must be based on the achievement of freedom and the pursuit of happiness; which requires the joint and complementary action of the State, the market and the social solidarity. Freedom and happiness are not ends in themselves but pathways toward the «humanization of society» in a «globalize humanity». Therefore, the paper proposes some basic ideas and strategic purposes that would help to «build» a society «centered» on the human being.

Key words: economic growth, freedom, happiness, human development, mode of development, well-being

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1 – CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DESARROLLO HUMANO: UNA DISTINCIÓN NECESARIA

Si bien las ciencias que tienen como objeto de estudio la naturaleza, en todas sus manifestaciones, tienden a tener definiciones unívocas de sus principales categorías o términos propios, en el caso de las que versan sobre la sociedad y el ser humano hay más ambigüedad, no sólo por las características de la realidad estudiada, sino porque cuenta también la cosmovisión de cada científico. Dada la multiplicidad de determinantes que hay detrás de cada fenómeno las segundas son ciencias menos exactas, ya que deben contemplar factores que pueden ser desconocidos, en el primer momento, o a los que se da distinta ponderación o interpretación. Como es natural, tales particularidades influyen en la explicación de las causas o efectos. Por tanto, las ciencias sociales y humanas son más complejas y difíciles que las ciencias naturales, aunque se cree que es al contrario. Aunque en las ciencias sociales prima mucho la incertidumbre –como se dice hoy, lo único permanente es el cambio--, tal principio orienta también la investigación en las ciencias de la naturaleza, más aún cuando se pasa de la física newtoniana y la física cuántica. Por tanto, no es fácil la medición ni se pueden determinar con exactitud causas y efectos, pues puede ser frecuente el encadenamiento dialéctico de causa→efecto→causa o el desconocimiento de factores ocultos que pueden ser determinantes.

No obstante, existen categorías en las ciencias económicas que desde hace tiempo deberían ser más precisas, como «crecimiento» y «desarrollo», ya que son de vieja usanza. Así, por ejemplo, se aplica el calificativo «económico» de manera indistinta a los sustantivos «crecimiento» y «desarrollo», como si tales expresiones significasen lo mismo. Por consiguiente, se utilizan con frecuencia las categorías compuestas de «crecimiento económico» y «desarrollo económico» como si fuesen sinónimos, lo que se ha ido incorporando a los textos de Economía, ayudando a la confusión o imprecisión que muestra a veces esta ciencia. Pero mantener esta confusión o imprecisión, por más generalizada que esté, puede hacer más daño que provecho. Si bien no se desconoce que desde hace varias décadas diversos estudiosos han insistido sobre la conveniencia de esta distinción, hoy se quiere recalcar en que sea más preciso el uso de los términos «crecimiento» y «desarrollo».1

Incluso la definición de tales palabras ayuda a esta distinción. El diccionario de las Academias de la Lengua define «crecimiento», de manera sencilla, como la “acción y efecto de crecer” y «desarrollo» como la “acción y efecto de desarrollar o desarrollarse”, pero reconoce una acepción propia de desarrollo para la Economía: “evolución progresiva de una economía hacia mejores niveles de vida”. Ese mismo diccionario define que «económico», según la primera acepción del término, es lo “perteneciente o relativo a la economía”, la que define a su vez, en la tercera acepción, como “ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos”.2 Como puede verse, esta última definición es restrictiva, pues desconoce que la satisfacción de las necesidades humanas sociales y espirituales también es objeto de

1 Recuérdese, por ejemplo, el texto de Pierre Vilar titulado Crecimiento y Desarrollo, publicado por primera vez en Paris en 1964 y luego en varias ediciones en español por Planeta-Agostini de Madrid. Un aporte pertinente en esta distinción, se encuentra en el libro del académico colombiano Rubén Darío Utria, El desarrollo de las naciones. Hacia un nuevo paradigma, Sociedad Colombiana de Economistas, Bogotá, 2004.2 Diccionario de la Lengua Española. Vigésima segunda edición. Espasa, Madrid, 2001, pp. 460, 515 y 583

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actividad económica. En el mismo campo de lo económico, un diccionario reciente de Economía dice que por “crecimiento económico se entiende el incremento del ingreso real per cápita de la población, siendo el ingreso real medido a través del Producto Interno Bruto”.3 Similar connotación le da el Grupo de Estudios del Crecimiento Económico Colombiano (GRECO) del Banco de la República, liderado por el conocido académico Miguel Urrutia Montoya, cuando en el párrafo inicial de un libro sobre el particular reconoce: “El crecimiento económico es uno de los sucesos más importantes que puedan ocurrir en una sociedad. Su principal indicador es la tasa media anual de aumento del producto per cápita durante un número apreciable de años; una generación por ejemplo”.4

Desarrollo, en cambio, tiene un contenido más amplio y profundo, más interrelacionado y complejo. Un diccionario de Filosofía define desarrollo, en términos generales y con base en la dialéctica materialista, como “movimiento, cambio esencial y necesario en el tiempo. El desplazamiento en el espacio es desarrollo en tanto se conserva en él, metamorfoseada, el cambio en el tiempo”.5 Y el desarrollo de la sociedad, desde el punto de vista de la teoría del valor-trabajo –tan necesaria hoy para entender la vertiginosa acumulación capitalista--, tiene como eje definitorio el “trabajo como intercambio de materia, de energía y de información entre la naturaleza y los hombres”, como “condición perpetua de la existencia y del desarrollo de la vida de la sociedad”, como hace años dijo el filósofo soviético Vitali Rachkov. Como continúa Rachkov, por “su esencia, la vida social es siempre actividad práctica, sensitivo-material, caracterizada por uno u otro grado de conveniencia. Por último, la característica universal del desarrollo histórico de la humanidad es el progreso social (…) en la vida social hay un lógico hilo de engarce de todos los procesos como cierto sistema de nexos internos estables, sustanciales y repetidos entre los hombres. La vida de la sociedad es una forma especial, superior, de movimiento de la materia (…)”.6

Es decir, el desarrollo, en su más amplia acepción, es movimiento o cambio esencial y necesario en la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. El desarrollo, como movimiento es infinito, pero como resultado concreto, témporo-espacial, es finito. El desarrollo no es movimiento lineal sino zigzagueante, casi siempre en espiral, aunque ello no niega la regresión o la implosión. El desarrollo supone la solución permanente de las contradicciones entre fenómeno y esencia, causa y efecto, necesidad y casualidad, contenido y forma, posibilidad y realidad, en el marco de lo singular, lo particular y lo universal, de lo abstracto y lo concreto y de lo histórico y lo lógico. Por eso, en los procesos socio-económicos las llamadas crisis7 son parte del desarrollo.

En el caso concreto de cualquier sociedad capitalista actual, hay que tener en cuenta que pueden ocurrir fenómenos que obedecen a la necesidad del desarrollo capitalista, en

3 Hasse H. Rolf, Schneider Hermann y Weigelt KLaus (editores), Diccionario de Economía Social de Mercado, Fundación Konrad Adenauer, México, 2004. p. 113. 4 Grupo de Estudios del Crecimiento Económico Colombiano, El crecimiento económico colombiano en el siglo XX. Banco de la República y Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 2002. p. 3 5 Varios. Diccionario de Filosofía. Progreso. Moscú, 1984. p. 1116 RACHKOV, Vitali. El progreso social y la previsión científica, en Varios. Civilización, Ciencia, Filosofía. Academia de Ciencias de la URSS, Moscú, 1983, p. 2197 Recuérdese que crisis, vocablo que proviene del latín crisis y del griego κρίσις, en estos idiomas significaba mucho más que la idea estrecha que hoy expresa; en griego significaba discernir, escoger, distinguir, tener ojos críticos; también tiene relación con verbos como acrisolar y purificar. (Tomado de Frei Betto, Mi nombre es crisis, documento recibido por correo electrónico el 2 de diciembre de 2008 y proveniente del Servicio Informativo ALAI-Amlatina).

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general, esto es, que han de interpretarse a la luz de tendencias universales que corresponden a regularidades ya descubiertas y conocidas; otros fenómenos son particulares o específicos, en función del ámbito que cubren o del proceso que reflejan, y unos más son casuales o fortuitos y se enmarcan en las desviaciones ocasionales que se presentan en la regularidad. En este movimiento dialéctico es posible que existan fenómenos regulares de una parte, región o país que no pueden ser explicados por regularidades abstraídas sobre realidades diferentes; estos fenómenos o manifestaciones pueden corresponder a necesidades o particularidades de su propio desarrollo y sobre ellas deben abstraerse nuevos principios científicos. Ahí radica la trascendencia histórica y científica de estudiar y conocer en detalle la especificidad del desarrollo de cada región o país, ya que no es un simple ejercicio académico sino, a su vez, una necesidad científica que tiene efectos políticos. Hay que recordar de nuevo que, como decía Marx, si la apariencia coincidiese con la esencia, no sería indispensable la ciencia. Como nos enseña la dialéctica materialista, la tarea principal de la ciencia es descubrir la necesidad objetiva en la naturaleza, la sociedad y el pensamiento para ver, tras la apariencia exterior de los fenómenos, los nexos estables y esenciales que se dan en su interior y poder abstraer, de esa manera, las formulaciones científicas del caso. Con Amartya Sen la concepción sobre el desarrollo de la sociedad «da» un salto cualitativo, pues considera a la libertad no tanto como soporte básico del desarrollo sino como sinónimo de desarrollo. La traducción al español de su libro de 1999 como Desarrollo y libertad, da la impresión de que entre estas dos categorías hubiese una posible disyuntiva, por el uso de la conjunción y. Pero si se ve el título original en inglés, Development as freedom, puede observarse que entre las dos existe una interrelación dialéctica: la libertad (freedom) es condición sine qua non del desarrollo (development) y el desarrollo no puede entenderse fuera de la libertad. Como dice en la introducción, el “desarrollo puede concebirse, como sostenemos en este libro, como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos. El hecho de que centremos la atención en las libertades humanas contrasta con las visiones más estrictas del desarrollo, como su identificación con el crecimiento del producto nacional bruto, con el aumento de las rentas personales, con la industrialización, con los avances tecnológicos o con la modernización social. (...) Si lo que promueve el desarrollo es la libertad, existen poderosos argumentos para concentrar los esfuerzos en ese objetivo general y no en algunos medios o en una lista de instrumentos especialmente elegida”. Vista la libertad como «producto social», parece apropiada la síntesis que logra cuando la concibe “como las capacidades individuales para hacer cosas que una persona tiene razones para valorar”.8

Estas ideas las reitera Sen en una ponencia presentada en 2001 ante la Conferencia Mundial del Instituto Internacional de Prensa, en su natal India: “El desarrollo no se puede medir solamente por la acumulación de objetos inanimados utilizables, tales como el aumento del Producto Interno Bruto (PIB) o por el progreso tecnológico. Para los seres humanos responsables el punto de primordial importancia debe ser el de resolver si tienen la libertad para hacer lo que tienen razón de valorar. Esto hace que la libertad sea el objetivo fundamental del desarrollo (...)”.9

8 Sen Amartya, Desarrollo y libertad. Planeta, Bogotá, 2000, p. 199 Sen Amartya, Desarrollo y libertad, Planeta, Bogotá, 2000, p. 19 y La Revista de El Espectador, 25 de febrero de 2001, p. 47.

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Cuando el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) empezó a preparar sus Informes sobre el Desarrollo Humano a principios de los años noventa, lo definió como “un concepto amplio e integral. Comprende todas las opciones humanas, en todas las sociedades y en todas las etapas de desarrollo. Expande el diálogo sobre el desarrollo, pues éste deja de ser un debate en torno a los solos medios (crecimiento del producto nacional bruto, PNB) para convertirse en un debate sobre los fines últimos. Al desarrollo humano le interesan tanto la generación de crecimiento económico como su distribución, tanto las necesidades básicas como el espectro total de las aspiraciones humanas, tanto las aflicciones humanas del norte como las privaciones humanas del sur. El concepto de desarrollo humano no comienza a partir de un modelo predeterminado. Se inspira en las metas de largo plazo de una sociedad. Teje el desarrollo en torno a las personas, y no las personas en torno al desarrollo”. Y en otro momento señala que el “proceso de desarrollo debe por lo menos crear un ambiente propicio para que las personas puedan desarrollar todos sus potenciales y contar con una oportunidad razonable de llevar una vida productiva y creativa conforme a sus necesidades e intereses”. 10

El Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD correspondiente al año 2000 precisa mejor esta idea y señala que el desarrollo humano incluye, además de algunos indicadores económicos y sociales, “otras esferas de opciones”, como “la participación, la seguridad, la sostenibilidad, las garantías de los derechos humanos, todas necesarias para ser creativo y productivo y para gozar de respeto por sí mismo, potenciación y una sensación de pertenecer a una comunidad. En definitiva, el desarrollo humano es el desarrollo de la gente, para la gente y por la gente”. Y el mismo texto enfatiza: “Los derechos humanos y el desarrollo humano tienen una visión común y un propósito común: velar por la libertad, el bienestar y la dignidad de todos en todas partes. Velar por: Libertad de la discriminación, ya sea en razón del género, la raza, el origen nacional o étnico o la religión; Libertad de la necesidad, para disfrutar de un nivel de vida decente; Libertad del temor, de las amenazas contra la seguridad personal, de la tortura, de la detención arbitraria y otros actos violentos; Libertad de la injusticia y de las violaciones del imperio de la ley; Libertad para participar en la adopción de decisiones, expresar las opiniones y formar asociaciones; Libertad para tener un trabajo decente, sin explotación”.11 Pero este avance tiene un sustento esencial en la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas hace más de medio siglo, en diciembre de 1948, cuyo artículo 25 preceptúa que “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”.

Visto lo anterior, «crecimiento», desde la perspectiva económica, debe entenderse como la creciente disponibilidad de bienes y servicios para satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales de los seres humanos. Y «desarrollo», también desde la visión de las ciencias económicas, debe verse como el mejoramiento de las condiciones de vida de los seres humanos, o su bien-estar, por medio de la satisfacción de sus necesidades materiales, sociales y espirituales. Es decir, el «crecimiento» permite la disponibilidad de los bienes y

10 Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo –PNUD-. Desarrollo humano: Informe 1992, Bogotá, Tercer Mundo, 1992, página 1911 Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo –PNUD-. Informe sobre desarrollo humano 2000, página 19 (Tomado de la página de internet www.undp.org)

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servicios necesarios, lo que corresponde al campo de la oferta, de la producción, mientras el «desarrollo» es la utilización de esos bienes y servicios para vivir mejor, lo que corresponde más al campo de la demanda, sobre todo del consumo final.

Del «crecimiento» puede decirse que es «económico», pero del «desarrollo» que es «humano». Si aquél es más cuantitativo que cualitativo, éste es más cualitativo que cuantitativo. Si el «crecimiento» es creación social de riqueza, disponibilidad de los bienes y servicios necesarios para vivir, el «desarrollo» implica la distribución equitativa de la riqueza creada, la utilización de esos bienes y servicios para que los seres humanos puedan vivir mejor. Sin duda, durante la mayor parte del siglo 20 se pensó que la tarea fundamental de las ciencias económicas era lograr el incremento de la producción de bienes y servicios, y se confundía «crecimiento» con «desarrollo», pero entre los años setenta y ochenta del siglo pasado se comprobó que tal incremento no era suficiente para alcanzar el mejor vivir o la realización de los seres humanos. Por eso se insiste tanto en que si bien crecimiento económico y desarrollo humano son procesos distintos, deben ser simultáneos y complementarios, en un escenario propicio para la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad. O sea, el «crecimiento» es el medio y el «desarrollo» es el fin.

Luego a la Economía, como ciencia social por antonomasia, ha de preocuparle más la demanda que la oferta. Lo que no ocurre hoy por influencia de nuevas escuelas del pensamiento económico, que sacrificaron el fundamento filosófico y ético en el humanismo que le dieron autores como Smith, Ricardo, Marx y Keynes, entre otros, en aras de una supuesta disciplina exenta de principios y valores, aséptica, campo fértil para el ejercicio exclusivo de las matemáticas, lo que no niega que pueden ser herramienta útil para el análisis económico. En esta disciplina, que en términos generales coincide con la llamada Economía Neoclásica, la preocupación esencial por el ser humano, propia del humanismo, fue sustituida por la medición de la actividad económica. Como dijo el académico y profesor universitario Julián Sabogal al autor de estas líneas, “el pensamiento económico ortodoxo nació a la sombra de la física newtoniana y se quedó anclado en ella. Yo pienso que debemos construir una nueva ciencia compleja del desarrollo, centrada en los fines”.12

De manera resumida podría decirse que el crecimiento económico se manifiesta como incremento –o disminución, si es el caso-- en la oferta doméstica, expresada en la producción nacional neta de bienes y servicios por los sectores y ramas que componen la actividad económica medible, que casi siempre corresponde al denominado Producto Interno Bruto –PIB-, a lo cual se adiciona la oferta externa, que entra por la vía de las importaciones, para completar la oferta total de cualquier economía; una y otra pueden ser legales o ilegales. Como se observa, no es tan difícil cuantificar y analizar su comportamiento. No ocurre lo mismo con el desarrollo humano, pues la utilización de la oferta tiene varias finalidades, muchas de ellas más cualitativas que cuantitativas y, muchas veces, ocultas o con propósitos perversos. También de manera resumida podría definirse el desarrollo humano como el ascenso del ser humano en la realización de sus capacidades y aspiraciones con base en la disponibilidad de oportunidades, en una escala de valores histórico-concreta.

La más importante utilización de la oferta en cualquier sociedad moderna está constituida por el consumo de los hogares, entre cuyas «cuatro paredes» se encuentran todos los habitantes

12 Correo electrónico del 27 de abril de 2007.

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de una sociedad, sin distinción de clase social, edad, sexo o situación física. Pero por eso mismo, son bien diferentes y sus consumos muy diferenciados, sobre lo cual ejerce gran influencia el funcionamiento del mercado. Otra parte la consume una institución también muy importante en la sociedad moderna: el Estado, en todas sus manifestaciones. Y en el modelo de contabilidad nacional más usado, un tercer componente completa la demanda doméstica: La formación bruta de capital fijo, o inversión total. El consumo del Estado o la inversión también encuentran al final de su uso a los seres humanos, pues nada que se hace sobre la faz de la tierra escapa a que llegue a ser usado o consumido por una persona o grupo de personas. Por último se encuentra la demanda externa, o consumo de producción nacional por agentes situados en el exterior; como en el caso de la oferta, todas las formas de la demanda pueden ser legales o ilegales, más o menos visibles.

De lo anterior se desprende que las «fuentes» básicas del crecimiento son los distintos componentes de la demanda, ya que de ellos depende, a la larga, el comportamiento de la oferta total. Diciéndolo de otra manera, la oferta doméstica (PIB) está determinada, siempre pensando en el mediano y largo plazo, así como en términos macroeconómicos, por factores externos a ella, lo que no niega que existan «motores» del crecimiento, esto es, factores que en ciertos momentos pueden obstaculizarlo o estimularlo, como son los cambios en la población, la inversión en capital físico o en el llamado hoy capital humano, el ritmo de la productividad y el contenido de la innovación, entre otros. La distinción entre «fuentes» y «motores» debe ser nítida, pues es muy diferente su papel en el proceso económico. Mientras las primeras son fundamentales, pues sin ellas no puede haber reproducción ampliada, o crecimiento económico continuado, los segundos son complementarios, pues actúan sobre la oferta, en si, modificando sus condiciones intrínsecas, o sea, son simples medios para mejorar o acelerar el crecimiento económico.13 En realidad, los seres humanos terminan siendo «fuente» del crecimiento económico como consumidores, ya sean inmediatos o remotos, sin importar su posición social, así como «motor» del crecimiento económico como agentes en el proceso de trabajo –cualesquiera que sea su posición respecto a éste--, con todo el bagaje de sus conocimientos, que de alguna manera es el conocimiento acumulado por la humanidad.

Para concluir este acápite sobre crecimiento y desarrollo, puede recordarse que durante miles y miles de años el desarrollo del género humano estuvo confiado a la espontaneidad y en muchos casos al azar. Hacia principios del siglo 21 hay más de 6.000 millones de seres humanos sobre la tierra, con una cuadruplicación de la población mundial en menos de un siglo, pero más por una impresionante capacidad de adaptación para sobrevivir que merced a una búsqueda deliberada. Si se exceptúa la época griega, apenas hace un poco más de 300 años se estudia con cierto rigor científico el comportamiento de la sociedad, desde los aspectos más materiales, como la utilización de la naturaleza para satisfacer necesidades, hasta los asuntos más refinados e intrincados de la vida espiritual. Y sólo en el siglo 20 se hizo consciente la idea de que es necesario «construir» el futuro, pero ya no como producto

13 Esta distinción se aparta de la propuesta presentada por Robert Solow a mediados del siglo 20 (típica del pensamiento neoclásico) que plantea que los «motores» del crecimiento son la acumulación de capital, el incremento de la población trabajadora y el aumento de la productividad multifactorial. (Véase el muy mencionado artículo A contribution to the theory of economic growth, en Quartely Journal of Economics, vol. LXX, No. 1, 1956). En este sentido, Solow mezcla «fuentes» con «motores», pues mientras la acumulación de capital es una «fuente», ya que supone el consumo de una producción anterior, la población trabajadora y la productividad si son «motores», pues por si mismos no pueden mantener el crecimiento constante en el tiempo, pero si mejorarlo o acelerarlo.

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de un instinto individual sino de un proceso social, cuyos resultados no están predeterminados.

Por eso, al tiempo que avanza el conocimiento científico sobre la sociedad, la naturaleza y el pensamiento, también se entiende que el desarrollo, en su compleja realidad, no es lineal ni el futuro es predecible, pues está signado de incertidumbre y desorden. Hoy, en el gozne entre siglos y milenios, se busca, sin desconocer la incertidumbre, un nuevo paradigma del desarrollo de la sociedad humana, ante el evidente fracaso de las «recetas» utilizadas hasta ahora para alcanzar lo que se espera sea el objetivo: el desarrollo integral del ser humano, esto es, la satisfacción creciente de sus necesidades espirituales, sociales y materiales. Búsqueda que es universal y compromete no sólo a los científicos sociales, sino a toda la sociedad humana, y que debe permitirnos unir voluntades de muy distinta procedencia. Esta forma compleja de acercarse a la realidad la hemos llamado «pragmatismo dialéctico».

2 – DE MODELO ECONÓMICO A MODO DE DESARROLLO: UNA SUSTITUCIÓN NECESARIA

Para avanzar por el camino hacia un nuevo paradigma para la sociedad humana, hay que sustituir como categoría principal en el análisis la concepción usual de modelo económico por la más compleja, pero esclarecedora, de modo de desarrollo. Esta distinción no es caprichosa, pues no sólo supone rescatar concepciones prístinas de la Economía Política sino estar más cerca del contenido que llevan sus definiciones. Según el Diccionario de las Academias de la Lengua Española, que presenta una extensa lista de definiciones de la palabra modelo, en las dos más cercanas a lo que nos interesa, su contenido tiene relación estrecha con la idea de arquetipo que se imita o reproduce, o con la de “esquema teórico, generalmente en forma matemática, de un sistema o de una realidad compleja (por ejemplo la evolución económica de un país), que se elabora para facilitar su comprensión o el estudio de su comportamiento”. Partiendo de esta definición, podría entenderse el modelo económico más como un instrumento para conocer el comportamiento de la producción, distribución y consumo de bienes y servicios que como un medio para «pensar» el desarrollo de una sociedad. Por tanto, más adecuado para conocer el pasado, lo que ocurrió, que para soñar el futuro, pues tiende a ser rígido, inflexible.

En cambio, la definición de las academias de la palabra modo, de la cual también dan una larga lista, está más cerca, en lo que nos incumbe, de expresar la “forma variable y determinada que puede recibir un ser, sin que por recibirla se cambie o destruya su esencia”, o “forma o manera particular de hacer una cosa”. Por tanto, hablar de modo de desarrollo permite desbordar el mero aspecto económico, que a veces se confunde con su expresión matemática, y asumir una concepción más integral de la sociedad, para develar su esencialidad. En esta propuesta se parte del hecho de aceptar que puede existir multiplicidad de sociedades que se desarrollan bajo los parámetros generales del modo de producción capitalista, pero que no son iguales ni en el tiempo ni en el espacio, ni revisten la misma forma o apariencia los fenómenos que le son propios, aunque pueden mantener, en algunos aspectos, lo esencial del contenido. Es decir, el modo de producción capitalista está en permanente proceso de cambio, en el tiempo y en el espacio, por lo que puede haber formas variables o maneras particulares de expresarse, lo que lleva a atenuar o acentuar los rasgos positivos y negativos inherentes a su esencia. La superación dialéctica –que no siempre supone la destrucción o extinción total de lo anterior-- del modo de producción capitalista está en un nuevo modo de desarrollo humano.

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Si se parte de la concepción de Marx, en las fuerzas productivas, componente material del modo de producción --y que la Economía moderna denomina factores de producción--, el elemento esencial, por ser el único que posee creatividad y capacidad de innovación, es el ser humano, llamado hoy capital humano, aunque esta definición no sea la más afortunada. En realidad, el único y verdadero factor capaz de crear riqueza, es el ser humano. Los factores inanimados (capital físico o dinerario y tierra) sólo ayudan a dar forma a los bienes y servicios creados por el trabajo del ser humano. Las relaciones de producción constituyen el componente inmaterial del modo de producción y son, de alguna manera, el tejido social que determina su carácter. En 1847, un año antes de publicar El manifiesto comunista, Marx había escrito en Trabajo asalariado y capital que las “relaciones sociales en las que los individuos producen, las relaciones sociales de producción, cambian, por tanto, se transforman, al cambiar y desarrollarse los medios materiales de producción, las fuerzas productivas. Las relaciones de producción forman en conjunto lo que se llaman las relaciones sociales, la sociedad, y concretamente, una sociedad de carácter peculiar y distintivo”. Antes, en La ideología alemana, escrita con Engels entre 1845 y 1846, habían dicho que “las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las circunstancias”.14

Sólo si se desconoce esta forma de pensar de Marx y Engels se les puede acusar de deterministas o fundamentalistas.

Sobre la base de tales ideas, el concepto de modo de desarrollo supone formular preguntas sobre la sociedad que se tiene y sobre lo que se quiere que ella sea en el futuro. Con base en el pragmatismo dialéctico, la discusión sobre modo de desarrollo supone hablar más de valores que de precios, más de la esencia que del fenómeno, más del contenido que de la forma, más de lo microeconómico y microsocial que de lo macroeconómico y lo macrosocial. Por tanto, el análisis de sus determinantes va más allá de la ciencia económica, incluso más allá de las ciencias sociales y humanas, y compromete, en primera instancia, a todo científico que tenga algo para decir sobre la sociedad, pero a la larga compromete a todas las personas.

En este sentido, podría definirse el modo de desarrollo como la forma variable y particular de satisfacer una sociedad las necesidades materiales, sociales y espirituales de sus miembros, lo que supone indagar desde lo más complejo y permanente de la organización social, como las creencias religiosas, la propiedad y la producción, hasta lo más simple y cotidiano, como los hábitos de alimentación, la moda en el vestuario y las formas de entretención. Este modo de desarrollo está «atravesado» por el contenido y el ritmo del crecimiento económico y los aspectos que se determinen prioritarios en el desarrollo humano. En resumen, hay que avanzar hacia la «utopía posible»15 de un modo de desarrollo humano con base en la realización de la libertad y la búsqueda de la felicidad. Entendida la libertad como una «construcción social», esto es, resultado del esfuerzo mancomunado de la sociedad para garantizar a todas las personas las condiciones de una vida digna, y la felicidad como la

14 Marx C.y.Engels F. Obras escogidas, tomo I. Progreso, Moscú, 1973. pp. 517, 718, 163 y 3915 Posible, en cuanto el Diccionario de la Lengua Española (vigésima segunda edición, p. 1534) define utopía como “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. Si bien la etimología más aceptada de la palabra utopía se vincula con las expresiones griegas ού «no» τόπος «lugar»: lugar que no existe, en las anotaciones de pie de página que trae la edición de Utopía de Thomas More revisada por Ralph Robynson (Ediciones Folio, Barcelona, pág. 120) se dice que también puede provenir de εύ «bueno» o «feliz», por lo que podría significar lugar bueno o feliz o tierra de la felicidad, que también es la idea que transmiten diversos textos de la época griega.

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«opción individual» que se toma ante diversas oportunidades, y que debe respetarse mientras no afecte de manera negativa a otras personas.

3 - LA REALIZACIÓN DE LA LIBERTAD Y LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD 3.1 - La sociedad moderna: del individuo a la humanidad «globalizada»

Los resultados de la actividad económica en la mayoría de los países del mundo durante los últimos decenios obligan a recuperar la concepción prístina de la Economía Política, entendida como la reflexión filosófica, política y ética sobre las relaciones sociales que surgen en el proceso de producción, distribución y consumo de la riqueza y de apropiación del excedente. A su vez, debe ser una nueva Economía Política que tenga como finalidad el desarrollo integral del ser humano, sin que ello niegue el crecimiento económico, entendido como la utilización inteligente de los recursos disponibles para producir los bienes y servicios que satisfacen las crecientes necesidades materiales, sociales y espirituales de la población. Pero la acumulación y consumo de bienes no puede convertirse en el fin fundamental de la sociedad. Volviendo a una idea expresada antes, hasta las décadas de los años setenta y ochenta del siglo 20 se redujo de tal manera el contenido de la categoría socio-económica desarrollo, que en varias escuelas del pensamiento terminó siendo casi sinónimo de crecimiento económico. Ello llevó a que se creyese que el aumento cuantitativo del Producto Interno Bruto –PIB- era suficiente para hablar de desarrollo. El transcurso histórico ha demostrado que tal «reduccionismo» teórico trajo más efectos negativos que positivos. Pero incluso en el análisis del crecimiento económico con frecuencia se confunden los efectos con las causas, por lo que se terminan buscando las soluciones en donde no se pueden encontrar.

Por fortuna, la comunidad académica entendió la necesidad de redefinir la categoría de desarrollo y cómo aplicarla a la sociedad humana. Como se vio en páginas anteriores, en esta labor ha sido valioso el aporte del Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo –PNUD-, que desde 1990 inició la publicación anual del Informe Mundial sobre Desarrollo Humano, preparado cada año por científicos sociales con alta calidad académica y la más amplia experiencia. En los informes publicados se ha avanzado de manera sustancial en la «construcción» de una concepción integral de desarrollo humano, al tiempo que se realiza un análisis sobre la realidad mundial.

Sobre esa base, un enfoque pragmático pero dialéctico de la historia reciente enseña que la «estadolatría» con «mercadofobia» no es la solución, como tampoco lo es la «mercadolatría» con «estadofobia», pues ninguna de las dos concepciones ha permitido avanzar hacia la solidaridad social que sustenta el desarrollo humano. La consunción del «modelo» impuesto por la extinguida Unión Soviética, que representaría la primera de estas concepciones [«estadolatría» con «mercadofobia»], pero la rápida obsolescencia del «modelo» recomendado por el Consenso de Washington, que representaría la segunda [«mercadolatría» con «estadofobia»], confirmarían que el fundamentalismo sólo lleva a «callejones sin salida». Muchos teóricos y políticos privilegian, tanto en la teoría como en la práctica, el crecimiento económico y el mercado y desconocen o minimizan el papel del Estado y de la solidaridad social en el bienestar general, partiendo del supuesto de que el mercado es el mejor sistema para asignar los recursos y que el crecimiento económico es suficiente para el mejoramiento de las condiciones de vida. Pero crece el número de quienes piensan que entre Estado y mercado no existe una contradicción insoluble sino dialéctica,

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esto es, que se soluciona en el proceso de desarrollo, pues en su mayoría son diferencias que pueden armonizarse y funciones que deben complementarse. Al tiempo de que Estado, mercado y solidaridad no son excluyentes sino complementarios, debe entenderse que puedan sufrir transformaciones esenciales.

De esta manera, se necesita un esfuerzo sinérgico conjunto pues la historia comprueba que si bien el mercado es el escenario adecuado para garantizarle al individuo el ejercicio de sus opciones, casi nunca la «mano invisible» de la competencia logra hacer la mejor asignación de los recursos, pues la fuerza de quienes ocupan posiciones dominantes produce efectos perversos que son a veces bastante visibles. Por tanto, el Estado tiene la responsabilidad ineludible de ser el «cerebro ecuánime» que establece reglas del juego transparentes y orienta y regula la actividad económica, sin pretender reemplazar al mercado, como fue la tendencia teórica y práctica durante el siglo 20. Y al mercado y al Estado hemos de añadir el «corazón altruista» de la solidaridad social, para crear mecanismos de compensación que lleguen a quienes de verdad la merecen y poder reducir de manera sustancial los factores que excluyen a la mayoría de la población de los beneficios del progreso. Sobre este «trípode» descansa la concepción de un modo de desarrollo humano, como nuevo paradigma.

En consecuencia, hay que pasar de un Estado privatizado y empresarial a un Estado estratega y comunitario, esto es, que en lugar de estar en poder de unos pocos grupos económicos, políticos y sindicales, y caracterizarse por contar con entidades ineficaces e ineficientes, se transforme en orientador del desarrollo de la sociedad y en propiedad de los ciudadanos. Al mismo tiempo, se busca sustituir el mercado cerrado y monopolístico, que es el escenario propicio de la crisis, por un mercado abierto y democrático, para beneficio efectivo de los ciudadanos-clientes. Y el paternalismo y el asistencialismo, muy utilizados por el clientelismo, deben ser reemplazados por una solidaridad social eficaz y sostenible, esto es, que llegue a quienes la merecen y cuyo costo pueda ser asumido por la sociedad. En este sentido, hay que tener en cuenta que Estado y mercado son conquistas de la humanidad, y que ambas instituciones, junto con la solidaridad social, tienen una función esencial en la realización de la libertad y en la búsqueda de la felicidad, como finalidad de la vida social.

Pero la libertad y la felicidad no son destinos, sino caminos que la sociedad ha recorrido durante miríadas de años en búsqueda de utopías que coloca como horizonte inasible y movible, en especie de signos cardinales en el ascenso hacia la humanización. Pero este anhelo, más que milenario, debe realizarse ahora en la aldea mundial en construcción. Desde esta perspectiva no puede confundirse a la globalización o «mundialización», como es necesario insistir, con el avance hacia un mercado mundial, que si bien comenzó hace varios siglos, en muchos bienes y servicios de difícil movilización no es fácil que deje de ser local, al mismo tiempo que tampoco puede identificarse un medio –el mercado– con una finalidad –la búsqueda de una sociedad global–.

Y para agravar la confusión, muchos analistas establecen una sinonimia entre globalización y libre movilización de personas, mercancías y dinero, que en el caso de los intangibles y el dinero hoy se hace más invisible y veloz con las transferencias electrónicas, mientras se restringe la movilidad humana. Tal sinonimia no existe y la globalización siempre será un proceso más complejo, ya que no puede reducirse a cambios económicos, pues afecta todas las facetas de la vida humana, sin excepción alguna. Por consiguiente, el contenido de la

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globalización incluye también aspectos técnicos, culturales, políticos, morales y éticos, o sea que es social, en el sentido más amplio del término.

La globalización, como el mercado, no puede ser medio sin barreras, ni convertirse en fin, por sí misma, pues su razón de ser es la persona humana como ser social. Los valores que dan contenido al desarrollo humano integral no pueden sujetarse a la racionalidad del mercado o del costo-beneficio. En ese sentido, se entiende la globalización como el tránsito progresivo pero cada vez más acelerado hacia una sociedad mundial que integra, en contradicción dialéctica, lo local, lo nacional y lo internacional, tránsito que está determinado por el desarrollo e introducción de la revolución científico-técnica –RCT- a la producción, distribución y consumo, ya sea de bienes o de servicios.

La globalización puede homogeneizar los medios que permiten satisfacer las necesidades humanas pero no puede homogeneizar la cultura, de la cual baluarte esencial son los valores de cada comunidad. Esto es, se puede homogeneizar con qué vivir pero no cómo vivir, o sea el modo de pensar, sentir y actuar. En otras palabras, es evidente el avance hacia un mundo cada vez más homogéneo en lo material pero más heterogéneo en lo espiritual. La producción y el consumo se uniforman pero los grupos humanos se diversifican. Dos peligros acechan en ese proceso; por la homogeneidad el mundo se va «uniformizando», desapareciendo las diferencias, lo que puede llevar a un empobrecimiento cultural; por la heterogeneidad aumenta el racismo, la xenofobia, el nacionalismo, la intolerancia, el fundamentalismo.

Pero este proceso no es producto súbito de los lustros finales del siglo 20. Puede decirse que su marcha se aceleró desde finales del siglo 15, cuando los grandes descubrimientos geográficos posibilitaron el tránsito de los mercados locales a los nacionales y mundiales, con el consiguiente paso de las ciudades-Estado al Estado-nación, y se aceleró con el Renacimiento, cuando las concepciones humanistas sustituyeron a las teológicas en el fundamento del pensamiento. La expansión y profundización del desarrollo capitalista desde el siglo 16 impulsaron el proceso de «mundialización».

Como ya lo señaló el Manifiesto comunista, “La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. (...) Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias (...) son suplantadas por nuevas industrias, (...) que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas partes del globo. (...) En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos (...) En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual. (...)”.16

Quizá uno de los principales aportes del Manifiesto consistió en la descripción de la revolución industrial y lo que ello significó como desarrollo de las fuerzas productivas y 16 Las citas del Manifiesto del Partido Comunista están tomadas de la versión publicada en C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, tomo I, Progreso, Moscú, 1973, pp.110 a 140

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avance hacia un mercado mundial, proceso que aún continúa y cuya marcha se ha acelerado, impulsada por la RCT de hoy, en especial en la informática y las comunicaciones, impensables hace siglo y medio. Así mismo, al analizar la globalización y la RCT como procesos simultáneos y complementarios, interesa tener en cuenta, siguiendo la dialéctica materialista sustentada por Carlos Marx, que la ciencia y la tecnología transforman la ideología [cambios en el modo de producir y consumir modifican la forma de pensar los seres humanos], pero a su vez los cambios en la ideología transforman la ciencia y la tecnología [nuevos modos de pensar modifican las necesidades materiales, sociales y espirituales y la manera de satisfacerlas]. En la etapa actual de la RCT esta interrelación es un acontecimiento diario, casi doméstico, con una velocidad de cambio imprevista hace un par de lustros. En esta relación dialéctica se encuentra buena parte de la explicación de lo que ocurre en la sociedad contemporánea, marcada por la incertidumbre y el desequilibrio permanente, con mucho optimismo en algunos aspectos y gran pesimismo en otros.

La ideología, la forma de pensar, y la ciencia y la tecnología, la forma de hacer, cada vez están más juntas y caminan de la mano. Pero ni la ciencia y la tecnología es lo único que mueve al mundo, ni la ideología ha muerto, como lo pregona cierto discurso que pretende tener de su lado la verdad. La verdad está en la realidad y en la realidad ciencia y tecnología e ideología se ínter-influyen, en contradicción dialéctica, y actúan de consuno, transformando a velocidades impresionantes las formas de pensar y de hacer.

La fase actual de la RCT, nacida de la revolución industrial, como ya se dijo, es una fuerza progresista, de empuje en el proceso de apropiación y transformación de la naturaleza, en su forma más integral, para satisfacer las necesidades materiales, sociales y espirituales de los seres humanos. Hoy, la incorporación acelerada de la informática y la telecomunicación en todos los ámbitos de la vida ha «roto» concepciones espacio-temporales milenarias, reduciendo el tiempo y eliminando en la práctica la distancia, categoría propia de la geografía, ya sea en lo más simple y cotidiano o en lo más complejo y esporádico, ocurra en el hogar o en las grandes organizaciones; se acercan la producción y el consumo mundiales, no tanto en el espacio como en el tiempo. Como se dice ahora, el tiempo es más corto y el espacio más pequeño; a esos dos fenómenos se les llama «aceleración de la historia» y «aldea mundial». De otro lado, parecería que el paradigma es buscar la identidad en la diversidad. La sociedad humana, por su propia naturaleza, debe ser global, pero cada ser humano es un individuo irrepetible. O diciéndolo de otra manera, lo esencial de la civilización humana es la tendencia hacia la «globalización», con una afirmación de la individualidad. Sin duda, el paso hacia un modo de producción y de vida más universal afecta de diversas maneras y con muy distinto contenido y significado a todas las regiones y países del mundo.

Como dijera el Papa Juan Pablo II ante la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, la globalización debe basarse en dos principios inseparables: el reconocimiento de la condición inalienable del ser humano, que siempre será fin y no medio, sujeto y no objeto, y el respeto al valor de las culturas, ante las cuales ningún intruso puede imponer otras formas de vida. De manera enfática dijo el Papa: La globalización “no puede ser una nueva versión del colonialismo y debe respetar la diversidad de las culturas”.17 Pero tal respeto no implica el aislamiento cultural. Como dice Edgar Morin, cuando “se trata de arte, música, literatura y pensamiento, la mundialización cultural no es homogeneizante”, aunque está creándose lo que llama “un caldo de cultura planetaria”, con “aportes originales de múltiples culturas” y que

17 Tomado de Tobón Londoño Gustavo, Ética para el mercado, La República, 3 de mayo de 2001, p. 4A.

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como característica que debe extenderse hacia el siglo 21 “sería un triunfo para los humanos”. En la complejidad planetaria, continúa diciendo, se está ante la “continuación de la hominización en humanización, vía ascenso a la ciudadanía terrestre”.18

3.2 - La libertad: condición sine qua non del desarrollo humano

Al volver a las relaciones entre creación de la riqueza y superación de la pobreza, así como sobre la libertad y los valores en la Economía, es bastante conocido en los medios sociales y académicos el trabajo teórico de Amartya Sen. Cuando Sen recibió el premio Nobel la revista Dinero de Bogotá lo definió diciendo que es, “sencillamente, el economista social más importante del siglo XX. (...) Sen maneja la amplitud conceptual que sólo tuvieron economistas clásicos como Adam Smith, John Stuart Mill y Karl Marx, irrumpiendo simultáneamente en la economía, la sociología, la ética y las leyes y mezclando el rigor analítico con una obsesión por la relevancia. En sus clases en Harvard recomendaba a sus alumnos teorizar y diseñar políticas guiados sólo por la preocupación por los problemas de la gente y las necesidades humanas”.19 Y tomando una idea expresada a mediados del siglo 20 por el sacerdote dominico Louis-Joseph Lebret, lo que interesa es el desarrollo de todo el ser humano y de todos los seres humanos.

Esta concepción significa una diferencia esencial con quienes confunden la Economía con la utilización de simples medios para maximizar las ganancias u optimizar el uso de los recursos, lo que puede ser necesario pero no siempre indispensable para alcanzar la prosperidad. En cambio, al tener como objetivo la libertad y la felicidad de los seres humanos, puede servir para hacer un mejor uso de los recursos y facilitar la distribución equitativa de los resultados del desarrollo. Al mismo tiempo, los aportes teóricos de Amartya Sen, y de personas de similar pensamiento, ayudan a entender que en la Economía, más que en otras ciencias, no puede aspirarse a la exactitud, como ocurre en casi toda actividad científica hoy, ni a predicciones rigurosas.

A pesar de la claridad que expresa Amartya Sen, pueden decirse unas palabras más sobre la libertad, que según el diccionario de las academias de la lengua (DRAE), es la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. La autonomía y la responsabilidad, que suponen la libertad de los demás y la valoración de sí mismo, hacen de la libertad un «producto social» que se amplía poco a poco y no es absoluto, ya que está limitado por las opciones de que se disponga en realidad para satisfacer las necesidades concretas; ello comprueba que la equidad requiere un escenario de libertad y que la realización de la libertad implica la utilización de medios concretos que, desde el punto de vista económico, tienen un precio mercantil que debe sufragarse. Recuérdese que el paso de la heteronomía –los demás toman las decisiones por mí– a la autonomía –tengo la capacidad para tomar decisiones con base en mi conciencia– marca el «salto» de la Edad Media a la Modernidad, lo que conlleva abandonar la irresponsabilidad por los actos propios, responsabilidad que se transfería a algún ser superior, mediato o inmediato, y asumir la plena responsabilidad, con todos los riesgos que implica.

18 Morin Edgar, Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, Unesco, París, 1999, reedición de ministerio de Educación Nacional de Colombia, Bogotá, 2000, pp. 76-79, 85 y 86.19 Dinero, Bogotá, 30 de octubre de 1998, pp. 88 y 89

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Los planteamientos de Amartya Sen llevan de nuevo a la idea de que entre libertad y necesidad existe una estrecha relación dialéctica, razonamiento que tampoco es reciente. Hegel ya analizaba a principios del siglo 19 esta relación. Como dice Engels en su conocido libro AntiDüring, “Hegel ha sido el primero en exponer rectamente la relación entre libertad y necesidad. Para él, la libertad es la comprensión de la necesidad”. En palabras de Hegel, “la necesidad es ciega sólo en la medida en que no está sometida al concepto”. Por consiguiente, la libertad no puede quedarse en la definición primitiva e ingenua de entenderla como la posibilidad de hacer lo que se quiera sin constricción o restricción alguna, abusando de la autodeterminación, la que se ve como ausencia de limitaciones para el individuo. Para quienes hacen de la «mercadolatría» el dogma de fe de un nuevo fundamentalismo económico la libertad se queda en esa definición primitiva, pero la ampliación de la libertad económica no puede ser para el beneficio de unos pocos que controlan el conocimiento y la propiedad.

Como muy bien lo dijo Engels hace más de un siglo, “la libertad no consiste en una soñada independencia respecto a las leyes naturales, sino en el reconocimiento de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan para determinados fines”. Y a continuación precisa que la “libertad consiste, pues, en el dominio sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza exterior, basado en el conocimiento de las necesidades naturales; por eso es necesariamente un producto de la evolución histórica. Los primeros hombres que destacaron de la animalidad eran en todo lo esencial tan poco libres como los animales mismos; pero cada progreso en la cultura fue un paso hacia la libertad”.20

En consecuencia, la libertad supone la posibilidad de resolver la necesidad, pero no bajo una ciega causalidad, sino como posibilidad que siempre implica riesgos. En consecuencia, el ejercicio de la libertad no puede llevar al libertinaje, como desenfreno o uso abusivo de las posibilidades. Libertad, libre albedrío o autonomía que debe ejercerse, por añadidura, en un mundo de incertidumbre, unido, además, en la diversidad, en donde todo está entretejido. Por tanto, si bien la libertad se realiza en el individuo, es una conquista de la humanidad que se da en el marco de la vida social. La libertad individual sólo fue posible cuando en las relaciones entre las personas pudieron eliminarse los factores que obligaban a algunos sectores de la población a la sumisión ciega y al conformismo coactivo, lo que producía sujetos heterónomos y sin responsabilidad, como ocurría en todas las sociedades llamadas «primitivas». La división social del trabajo y la cooperación entre individuos diferenciados permitió que se desarrollara la autonomía y la responsabilidad, características de la libertad individual en la época moderna.

Cuando se vincula libertad con felicidad es pertinente la observación que hiciera a mediados del siglo 20 el filósofo Karl Jaspers: “A nadie se le puede obligar a ser feliz”. La felicidad supone la libre opción, pero para que la opción sea libre debe darse en condiciones de equidad, o sea de igualdad de oportunidades. Y como un fundamento esencial de la libertad con equidad es el acceso democrático al conocimiento, así como la disposición suficiente y oportuna de información, a medida que se desarrolla la sociedad del conocimiento mayores posibilidades se tienen para conquistar la libertad, al tiempo que en la sociedad del conocimiento la libertad es indispensable, pues es imposible aprender a pensar bajo un régimen autoritario. Pero no puede olvidarse que el paso de la posibilidad a la realidad

20 Engels Federico, AntiDüring, Grijalbo, México, 1962, p. 104

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implica un esfuerzo humano consciente que debe traducirse en acciones concretas a través de medios materiales específicos cuya adquisición debe hacerse en términos mercantiles.

La libertad, en abstracto, no existe, ya que siempre será un conjunto de libertades específicas, concretas, con precisa delimitación témporo-espacial en cada sociedad. Sin duda, una de las razones sustanciales del surgimiento del Estado de derecho fue esa: darle protección jurídica a intereses que la sociedad valora como válidos y que, por tanto, deben tener una garantía superior a la fuerza individual. Es decir, la satisfacción de las necesidades humanas que cada sociedad reconoce como un valor y decide proteger para su comunidad debe tener como garante el poder social del Estado. Pero esa protección tampoco es abstracta, inasible. Por tanto, nadie es libre si no cuenta con una dotación mínima de elementos para poder disfrutar con autonomía de esa satisfacción. Durante los siglos 17, 18 y 19 se avanzó en la protección de un catálogo creciente de derechos civiles y políticos. Durante el siglo 20 el turno fue para los derechos sociales, los que también fueron ampliándose y profundizándose.

En 2001 el premio Nobel de Paz fue conferido al secretario general de las Naciones Unidas, el africano Kofi Annan, no sólo por sus méritos personales sino en reconocimiento también a la tarea cumplida por la más importante organización mundial. Al recibir tan alta distinción expuso algunas ideas que apoyan los planteamientos hechos en estas páginas. Para comenzar, expresó su convicción de que “en el siglo XXI la misión de las Naciones Unidas vendrá definida por una conciencia nueva y más profunda de la santidad y la dignidad de cada vida humana, independientemente de la raza o la religión. Para ello tendremos que proyectarnos más allá del marco de los Estados, por debajo de la superficie de las naciones o las comunidades”, lo cual implica reconocer la globalización en su verdadera dimensión. Por eso también dijo: “Las fronteras de hoy no separan a naciones, sino al poderoso del desvalido, al libre del esclavizado, al privilegiado del humillado”.21

En el caso de Colombia, la Constitución de 1991 propone un salto dialéctico, la «utopía posible» de transformarse en un Estado social de derecho. En términos jurídicos ello supone que a toda persona debe garantizarse un mínimo vital para su subsistencia. Pero cada sociedad debe determinar el contenido de ese mínimo vital, pues ello implica no sólo disponer de los medios para garantizarlo sino de los recursos pecuniarios para sufragarlo, cuando el precio de mercado no pueda ser pagado por algunos sectores de la población. Por eso, la propuesta de un modo de desarrollo humano en condiciones de libertad y felicidad tiene una tríada de soporte que, además de un mercado abierto y democrático, incluye un Estado estratega y comunitario y una solidaridad social eficaz y sostenible.

3.3 - La felicidad: ascenso en el proceso de «humanización»

Sobre la felicidad puede decirse, así no haya una definición unívoca, que tampoco es, como la libertad, un anhelo reciente de la humanidad. Hace 26 siglos, en la Grecia antigua, una de las primeras menciones sobre la felicidad es atribuida a Tales de Mileto (624?-548 a.n.e.). Casi dos siglos después, Demócrito (460?-370 a.n.e.) hace referencias sustanciales sobre la felicidad y Aristóteles (384-322 a.n.e), alumno de Platón y filósofo idealista objetivo, uno de los primeros en exponer de manera sistemática la lógica analítica, plantea que el fin último del ser humano es la felicidad, pero no reducida al placer, los honores o la riqueza, sino

21 La Revista de El Espectador, 23 de diciembre de 2001, pp. 47 y 48

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como la manera de ser conforme a ciertos valores. Sorprende que una definición tan anterior en el tiempo, contemple como esencial lo mismo que hoy se pretende recuperar: la felicidad es una opción individual que tiene que ver con los valores que cada persona reconoce o acepta. Ya hacia finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, en la ciudad-estado de Florencia se trata de emular la Atenas de los siglos 5 y 4 a.n.e., el siglo de Pericles, quien fue uno de los primeros gobernantes conocidos que quiso hacer de la felicidad una política de Estado.

Del Renacimiento brota la época de la Ilustración, caracterizada por una corriente del pensamiento cuyos representantes procuraban eliminar los defectos de la sociedad existente sobre la base de divulgar las ideas del bien y la justicia, así como el conocimiento científico. Uno de sus principales representantes fue Jean Jacques Rousseau (1712-1778), filósofo, sociólogo y teórico de la pedagogía, quien en su Discurso sobre el Origen de la Desigualdad entre los Hombres (1755) plantea que los seres humanos en estado natural son, por definición, inocentes y felices, y que es la civilización la que impone la desigualdad, en especial a partir del surgimiento de la propiedad privada, lo que les acarrea la infelicidad.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776, el mismo año en que Smith publicara su libro Sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, también incorpora esta idea, «the pursuit of happiness». Como se lee en el preámbulo, “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad”. Idea que Thomas Jefferson, uno de los inspiradores de tal Declaración, había planteado así: “...todos los hombres han sido creados iguales e independientes, y de esa igualdad derivan derechos que le son inherentes y inalienables, entre los cuales se encuentran la preservación de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. En similar línea de pensamiento, pero en un plano de moral puritana, otro de los promotores de la independencia estadounidense, Benjamín Franklin, dijo: “Sé virtuoso y serás feliz”.

Ya en nuestra América, El Libertador Simón Bolívar proclamó al instalar el congreso de Angostura en febrero de 1819: “El sistema de gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad posible”. Y más adelante dijo, refiriéndose a la sociedad antigua: “La República de Esparta que parecía un invención quimérica, produjo más efectos reales que la obra ingeniosa de Solón. Gloria, virtud, moral, y por consiguiente la felicidad nacional, fue el resultado de la legislación de Licurgo”.22 Jeremy Bentham, contemporáneo de Bolívar, uno de los fundadores del utilitarismo y de lo que se llamó en su época la «aritmética moral», con el principio del altruismo [asegurar la máxima felicidad para el máximo número de personas], también dijo que la mejor sociedad es aquella en la que sus ciudadanos son más felices. El economista inglés Richard Layard recuerda esta idea en un libro reciente, titulado La Felicidad: Lecciones de una nueva ciencia, y cita un sabio consejo de Bentham: “Cree toda la felicidad que pueda crear; remueva toda la miseria que pueda remover”. Y en 2006 el ex presidente colombiano Belisario Betancur dijo en un encuentro de escritores realizado en Cartagena: “La política es el arte de dirigir al pueblo en busca de la felicidad”.23 Este sucinto

22 Bolívar, Simón. Obras Completas. (Compilación de Vicente Lecuna). Tomo V. Reimpresión de Ecoe editores, Bogotá, 1979, pp. 339 y y 34023 Cita tomada del editorial del diario Portafolio del 7 de febrero de 2006, en donde se transcriben frases pronunciadas en el Hay Festival, realizado en enero de ese año en Cartagena (Colombia).

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repaso histórico muestra que de manera lenta pero persistente avanza la idea de que un mundo mejor es posible, y que para llegar a ese mundo es necesario avanzar también en el reconocimiento de la felicidad como un objeto de estudio científico.

Sin duda, hablar de felicidad en algunos medios académicos todavía suena extraño, pues se le considera un asunto superficial o trivial. Pero avanza con rapidez el reconocimiento de la felicidad como algo importante en la vida de las personas, pero que también tiene efectos significativos en la vida de la sociedad. En 2006 el reconocido diario estadounidense, The New York Times, informaba que en más de 200 universidades se ofrecen diversos cursos que tienen como tema central la felicidad; incluso en la prestigiosa Universidad de Harvard es la clase electiva con mayor asistencia. El fundamento teórico de esta electiva, la Psicología Positiva, es un movimiento científico fundado en 1998 por el profesor Martin Seligman, de la Universidad de Pensilvania, para acercarse de una manera nueva a la complejidad de la psiquis humana. Seligman y otros colegas suyos plantean que en lugar de concentrarse en el estudio de las patologías de la conducta, la Psicología debe reorientarse hacia el análisis y el realce de las fortalezas de las personas, para que puedan vivir mejor en el presente, se preparen para el futuro y no se encadenen al pasado. Podría decirse es una especialidad de la Psicología que estudia no los problemas de la gente sino lo que la hace feliz, sin negar las dificultades. Como puede verse, la Psicología Positiva es un medio auxiliar valioso para entender la búsqueda de la felicidad en el proceso de desarrollo humano, ya que la felicidad se mueve en el campo de las opciones del individuo, de aquello que es valioso o a lo que le da valor cada persona, para lo cual juegan un papel determinante sus fortalezas.

En el libro ya mencionado de Layard, expone ideas que son pertinentes para el propósito de estas páginas: “Si realmente queremos ser felices necesitamos un concepto de bienestar colectivo, un objetivo compartido al cual todos contribuyamos. (…) Con buenas políticas públicas y buena voluntad es posible eliminar la miseria (…) El desempleo es una de las mayores causas de infelicidad porque perjudica la situación financiera, la autoestima y las relaciones interpersonales. (…) El nivel de felicidad de una sociedad crece en la medida en que crece la solidaridad de la comunidad con los más necesitados”. Enfatiza en que en “los últimos 50 años el ingreso per cápita se ha duplicado, pero la gente hoy en día no es más feliz que hace medio siglo” y trae a colación unas palabras de Keynes: “Hemos sido equivocadamente entrenados durante muchos años para progresar y progresar, no para disfrutar la vida”. También señala otros aspectos negativos que deben estudiarse con detenimiento, como es el hecho de que los “países con los ingresos per cápita más altos tienen hoy en día mayor frecuencia de presión, alcoholismo y criminalidad que hace 50 años”.24 Como es natural, con el paso del tiempo ha cambiado el contenido de la categoría felicidad. Hay que recordar que durante el siglo 20 se produjo una abundante literatura sobre el significado y las implicaciones de la felicidad, vinculada, en particular, a las concepciones teóricas de la economía del bienestar y su ejecutoria más relevante, el Estado del bienestar. Cuando Arthur Cecil Pigou, quien dirigió, en reemplazo de Alfred Marshall, la cátedra de Economía Política en la Universidad de Cambridge entre 1908 y 1944, publicó en los años treinta su libro The Economics of Welfare, dijo que el bienestar humano, en su expresión integral, es el “principio y fin que rige la forma y extensión de la ciencia económica”. A ideas similares se han referido autores como A. Marshall, K. J. Arrow, K. E. Boulding, J. R. Hicks, 24 Tomado de La felicidad per cápita (I) y (II), editoriales del diario Portafolio, 21 y 22 de noviembre de 2005, referidos al libro La Felicidad: Lecciones de una nueva ciencia, de Ricarch Layard.

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O. Lange, V. Pareto, L. Robbins, P. A. Samuelson, J. A. Schumpeter, G. J. Stingler y T. Scitovsky, entre otros. Sin duda, la categoría o concepto felicidad adquiere cada día mayor relevancia en la ciencia económica y aumentan los centros de investigación y los investigadores dedicados a esta problemática, así como la literatura sobre el particular. Incluso en la tradicional reunión anual de la Asociación Estadounidense de Economía –AEA– correspondiente a 2002, fue uno de los temas centrales en la discusión, con enfoques innovadores y polémicos.

En estas páginas, se quiere incorporar la felicidad como elemento o categoría central en la reflexión sobre el desarrollo, pues corresponde a uno de los preceptos fundamentales de la Economía Política, desde hace más de 200 años: las personas buscan aumentar al máximo su bienestar, entendido como componente esencial de la felicidad. Como dijo Samir Amin: “La idea de que cada vida humana es irremplazable, la idea de la felicidad, la idea de una individualidad irreductible a su condición de miembro de una colectividad familiar o étnica determinada, todas éstas son ideas modernas”.25

Incluso empiezan a existir países que hacen de la categoría felicidad una variable, ya no macroeconómica sino macrosocial, que debe definirse, medirse e incorporarse a la contabilidad nacional. Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía en 2001, dijo en el IV Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, celebrado en La Habana en febrero de 2002, que en uno de sus viajes como vicepresidente del Banco Mundial había encontrado un pequeño país en donde las autoridades “en lugar de proponerse elevar al máximo el Producto Nacional Bruto (...) se trazaron como misión nacional elevar al máximo la Felicidad Nacional Bruta”. Es país es Bhután, pequeño reino budista enclavado en el Himalaya. Como se lee en una nota periodística, “Hace unos años, el gobierno de Bhután rechazó los indicadores típicos para medir el progreso, reemplazándolos por un modelo innovador llamado “Felicidad Nacional Bruta (GNH, por su sigla en inglés)…”26

Así mismo, el Boletín del Fondo Monetario Internacional informa que, aunque “la felicidad nacional general, un concepto muy propio del Reino de Bhután podría hacer reír a más de uno, sus cuatro pilares (desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo, conservación del medio ambiente, preservación y promoción de la cultura y el buen gobierno) son aspiraciones lógicas de todo país. Esta filosofía de desarrollo holístico ha guiado a Bhután a lo largo de tres décadas de estabilidad política que, sumada a la considerable asistencia exterior -–proveniente de India-- ha fomentado cambios moderados, crecimiento económico, modernización e integración internacional, pese a la irregular geografía y a la escasez de recursos naturales. En los últimos 20 años el PIB real ha crecido a un 6,5% anual y se ha avanzado sustancialmente hacia la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. (…)”.27

Como ejemplo de trabajo académico nativo puede recordarse que en 1992 los estudiantes colombianos Julio M. Silva Salamanca e Iván Darío Hernández ganaron un concurso latinoamericano estudiantil de ensayo económico con un trabajo titulado Sea F la función de felicidad..., cuyo epígrafe inicial es la siguiente «reflexión» de Mario Moreno ‘Cantinflas’: “El primer deber del hombre es ser feliz, y el segundo hacer felices a los demás”. Este corto ensayo comienza por señalar que en su elaboración se ve a la felicidad de manera explícita,

25 Samir Amin, Los fantasmas del capitalismo, Áncora Editores, Bogotá, 1999, p. 11726 El secreto de la felicidad nacional, página de The Wall Street Journal en El Tiempo, 13 de octubre de 2004, p. 1-1727 Bhután y la búsqueda de la felicidad nacional, Boletín del FMI, año 2005 (5 de septiembre), p. 262

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aunque muchos economistas la utilizan en sus modelos de forma implícita, y que por “ser tan implícita algunas veces ni la ven, y otras veces al darse cuenta, se avergüenzan de ello”. Entre sus resultados finales destacan que “una condición necesaria para ser feliz, es obtener un ingreso, mas sin embargo, ésta no es una condición suficiente para ello”, por lo que “avenimos una ley, intuitivamente adaptada, que denominamos: propensión marginal de la felicidad”. Y que la “utilidad en sí misma no es la felicidad, por tanto el cálculo de la felicidad, si éste fuese posible, no es el mismo cálculo de la utilidad...”. El último párrafo es una reflexión «feliz»: El objetivo principal del ensayo era recobrar la “importancia de ‘variables no económicas’ (o mejor deberíamos llamarlas variables no relativas a precios). Si dicha inquietud llegara a calar un poco en el gremio al cual pertenecemos, nos sentiremos totalmente satisfechos”.28

Alberto Carrasquilla recuerda, en un artículo de prensa, que en el año 2000 empieza a circular una publicación académica trimestral denominada The Journal of Happiness Studies y que ya “existe un volumen bastante importante de estudios acerca de las características y la naturaleza de la felicidad humana”; menciona, así mismo, el libro de Robert Wright, Non Zero: The Logic of Human Destiny, en donde se plantea la hipótesis de que, en cuanto a la felicidad, los ricos interactúan en juegos de suma cero (alguien gana sólo si otro pierde), mientras los pobres tienen la posibilidad de diseñar juegos que benefician a todos, sin que sean de suma cero: ampliar la educación, mejorar la salud, garantizar la alimentación, etc.29

Son juegos en los que sociedades como la colombiana, y otras similares, tienen todavía mucho campo para avanzar y el «corazón altruista» de la solidaridad social vasta tarea por cumplir.

La evidencia estadística disponible muestra que es muy distinta la percepción que se tiene sobre la felicidad según diversas condiciones de vida y forma de pensar. Así, por ejemplo, una investigación adelantada por Alberto Alesina, Rafael Di Tella y Robert MacCulloch encontró que entre las personas que se identifican con el pensamiento de «derecha» en los Estados Unidos es mayor la proporción de quienes se declaran «muy felices”, 37%, mientras que entre quienes tienen la misma percepción pero se consideran de «izquierda» el porcentaje es más bajo: 30%. Igual ocurre en Europa, aunque allí se midió la percepción de satisfacción. De acuerdo con la investigación, ello obedece a una muy diferente apreciación sobre la pobreza y la inequidad en la sociedad. Esta misma investigación encontró que la percepción de felicidad cambia según la opinión que se tenga sobre la movilidad social y la igualdad de oportunidades. La mayor creencia que expresan los estadounidenses al respecto, permite que sus pobres sean «menos infelices» que los europeos. En ambas sociedades fue evidente que las personas aceptan la intervención estatal para corregir la concentración del ingreso y la centralización del capital, pero a medida que se cree más en la movilidad social y la igualdad de oportunidades se confía menos en la intervención directa para alcanzar tal fin.30

Otros estudios ofrecen perspectivas y resultados diferentes pero interesantes para la investigación. En una nota titulada La economía de la felicidad la revista Dinero reseñó la

28 Silva Salamanca Julio M. y Hernández Iván Darío, Sea F la función de felicidad, Universidad Nacional, Facultad de Ciencias Económicas, Bogotá, 1992, p. 1929 El Tiempo, 27 de diciembre de 2000, pp. 1-1130 Tomado de Portafolio, 27 de septiembre de 2001, p. 32, reseña sobre el trabajo de Alberto Alesina, Rafael Di Tella y Robert MacCulloch, Inequality and Hapiness: Are Europeans and Americans Diferent?, NBER Working Paper Nº 8198.

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publicación por Carol Graham y Stefano Pettinato, investigadores del Centro de Dinámica Social de Brookings Institutions, del libro Happiness and Hardship: Opportunity and Vulnerability, en donde construyeron “un índice del grado de felicidad de los ciudadanos” de América latina, según opiniones comparables de 17 países del subcontinente. Para terminar, en la nota se hace esta insinuante pregunta: “¿No es tiempo de pensar que la felicidad es una dimensión más relevante para el análisis social que el ingreso, la pobreza o la ilegalidad?”31 Como cree quien escribe estas páginas, y un creciente número de investigadores, hay que comenzar a cuantificar la Felicidad Nacional Bruta, sin que deje de medirse el PIB o indicadores similares.

Después, la misma revista publicó un informe en donde destaca que “encontró más de 20 trabajos recientes en la literatura internacional sobre la nueva economía de la felicidad”. Con base en la revisión de algunos de esos trabajos, en el informe se plantea que si bien la “conexión entre ingreso y felicidad no es muy estrecha para comparar países o una sociedad a lo largo del tiempo, (...) quienes se sienten con menor ingreso en cualquier sociedad sí se sienten menos felices. En América latina y en Colombia, el 20% de la población de mayores ingresos es 50% más feliz que el 20% más bajo”. No obstante, “Graham y Pettinato encuentran que, en América latina, la felicidad decrece sistemáticamente con la inflación, el desempleo y el empleo por cuenta propia”, situaciones en donde se supone disminuye el ingreso individual.

Pero de otro lado, la experiencia de los países más industrializados muestra que crecimientos significativos del ingreso per cápita no conducen siempre a avances similares en la felicidad. “Estados Unidos –dice el Informe– es un caso claro. El porcentaje de gente que hoy se declara feliz no es muy distinto al que se registraba hace 30 años, a pesar de que el ingreso per cápita es casi el doble. La evolución de Japón no es muy distinta”. Los colombianos –concluye el Informe con base en estudios econométricos– “podríamos obtener más felicidad si tuviéramos más intensidad democrática, mayor riqueza y una actitud más abierta ante el mercado, mientras que el efecto cuantitativo de una mayor cantidad de educación o menor desempleo no sería mucho”.32 La felicidad aumentaría mucho más si, además, se modificaran nuestros valores.

Al ver la relación entre desarrollo, trabajo y felicidad, el filósofo y educador Jorge Yarce Maya distingue entre el activista del trabajo y el trabajador activo. “La persona trabajadora activa ve en el trabajo un medio para la felicidad personal –dice--, como columna vertebral de su quehacer. (…) Siendo la ocupación principal, le da toda la importancia y sentido a la luz de realidades que no son trabajo: valores humanos, amistad, relaciones sociales, descanso, conducta moral, etc. El trabajo activo se convierte en creación y se vierte en la productividad dentro de la propia actividad, y en una pasión profesional muy marcada, que sirve de motivación para mejorar cada día, haciendo que trascienda a las demás personas y a la sociedad”.33

Al pasar a otro punto de vista, hay que decir que la felicidad no puede confundirse con lo que la sociedad moderna llama a veces «éxito». En el Informe de la revista Dinero citado más atrás, el profesor de economía Alejandro Sanz de Santamaría señala que la felicidad con base en ese tipo de «éxitos» externos es fugaz y que la “búsqueda de esa falsa ‘felicidad’

31 Revista Dinero, 30 de marzo de 2001, p. 1832 Revista Dinero, 27 de abril de 2001, pp. 44-5033 Yarce Maya, Jorge. El trabajo, La República, 30 de septiembre de 2001, p. 4A

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amarra las personas a lo material-inmediato, las aleja de lo espiritual-trascendente y las arrastra hacia la corrupción y la violencia”.34 También en la línea de investigar sobre la felicidad y la naturaleza humana, sorprende encontrar que esta relación ha llegado hasta la culinaria a través de lo que se llama la gastronomía molecular, peculiar disciplina que interrelaciona gente de ciencia con cocineros profesionales. El físico y químico británico Nicolás Kurti considera lamentable que se sepa “más sobre la temperatura en el núcleo de una estrella que en el centro de un soufflé”. Y el gastrónomo francés Brillant-Savarin dice que “el descubrimiento de un nuevo plato aporta más felicidad a la humanidad que el descubrimiento de una estrella”, exageración que vista en términos apropiados es una reflexión razonable.35

La idea propuesta de felicidad está muy lejos de la vanidad, el hedonismo o el placer fácil y más cerca de la serenidad y la armonía que sugiere como pauta de vida un escritor como José Saramago, quien desde la alta cumbre de la literatura no niega su condición de ateo y marxista. Al preguntarle el periodista español Juan Arias acerca de la felicidad y el dolor, el Nobel portugués respondió: “Vivir en armonía no significa que no tengas conflictos sino que puedas convivir con ellos con serenidad... Puedes librar una batalla, pero es una batalla sin dramatizar, simplemente vivida con serenidad, con armonía”. La idea propuesta de felicidad –se insiste-- trasciende el campo de lo económico, sin negar que la realización de la felicidad, en lo material, supone la utilización de bienes y servicios específicos que se mueven en relaciones mercantiles. Por eso debe incorporarse la felicidad, junto a la libertad, como condiciones de un nuevo modo de desarrollo y no sólo de un modelo económico, pues éste implica una concepción menos profunda y con menor amplitud.36

En coincidencia con estas ideas, uno de los economistas más importantes del siglo 20, el norteamericano John Kenneth Gailbraith, enumera en su libro Una sociedad mejor las características que a su modo de ver debe tener una sociedad buena. El profesor Julián Sabogal Tamayo en una breve referencia al libro y ante la pregunta de qué es una sociedad buena, responde con Gailbraith: Es aquella donde “cada uno de sus miembros, a despecho del género, la raza u origen étnico, tenga acceso a una vida gratificante”. Es decir, que “nadie puede quedar al margen y sin ingresos, condenado a la inanición, a carecer de vivienda, a la enfermedad sin tratamiento o a privaciones similares”.37

En ese sentido, tampoco puede limitarse la felicidad a ser un simple «bien útil» para el crecimiento económico o instrumento para la acumulación de recursos. Esa ética utilitarista, que considera la utilidad como principio de la moral, impide ver que la felicidad, como la libertad y otros valores sustantivos, es un bien deseable por sí mismo, que no puede

34 Revista Dinero, 27 de abril de 2001, p. 4635 El Tiempo, 10 de mayo de 2001, pp. 2 y 1136 Al respecto puede verse la investigación Felicidad: La Evolución como Categoría Científica y la Relación con el Desarrollo, Bogotá, 2007, 207 pp., preparado por el Observatorio sobre Desarrollo Humano con el patrocinio financiero del DANE. La investigación tuvo como investigador principal a Julio Silva-Colmenares y como investigadores auxiliares, por parte de la Universidad Autónoma de Colombia, a Lilia Stella Quintero Mahecha, economista, especializada en Gerencia Financiera, magíster en Filosofía y profesora de las universidades Autónoma e Incca de Colombia, y por parte del DANE, a Diana Stella Contreras Suárez, economista, cursante de la Maestría en Economía de la Universidad Nacional de Colombia, analista profesional en el DANE y coordinadora del grupo de apoyo a la investigación; Claudia Yanira Hernández Villamizar, psicóloga, especialista en Comunicación Organizacional y en Aprendizaje Autónomo y analista profesional del DANE, y Lina María Fajardo Suárez, economista y analista profesional en el DANE.37 Sabogal Tamayo Julián, Una sociedad buena, La República, 23 de febrero de 2001, p. 4A

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sujetarse a cálculos de costos marginales, o costo-beneficio, sin desconocer la importancia de la matemática en su cuantificación como un bien público por excelencia, que, como se dice en la jerga económica, tiene efectos de alta externalidad positiva. Lo anterior no niega que el consumo de los bienes y servicios que coadyuvan a la felicidad –sin ser la felicidad—contribuye al crecimiento económico. Como se ha insistido a lo largo de estas páginas, el crecimiento económico y el desarrollo humano, en condiciones de libertad y felicidad, deben ser procesos paralelos y complementarios.

* Fundador, miembro de número, coordinador de la Comisión sobre Problemas del Desarrollo y Vicepresidente de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas; miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España; PhD en economía (summa cum laude) de la Escuela Superior de Economía de Berlín y doctor en ciencias económicas de la Universidad de Rostock (Alemania); director del Observatorio sobre Desarrollo Humano y profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Colombia; profesor visitante de postgrado en varias universidades; autor de 10 libros, 14 folletos y más de 200 ensayos y artículos científicos publicados en Colombia y el exterior; coautor en 18 libros. [email protected]

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