modernidad liquida -...

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Traducción de MIRTA ROSENBERG en cola oración con \ JAIME ARRAMBIDE SQUIRRU ZYGMUNT BAUMAN MODERNIDAD LIQUIDA MÉx~co - ARGENTINA - BRASIL - COLOMBIA - CHILE - ESPANA ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA - GUATEMALA - PERO - VENEZUELA

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Traducción de MIRTA ROSENBERG

en cola oración con \ JAIME ARRAMBIDE SQUIRRU

ZYGMUNT BAUMAN

MODERNIDAD LIQUIDA

M É x ~ c o - ARGENTINA - BRASIL - COLOMBIA - CHILE - ESPANA ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA - GUATEMALA - PERO - VENEZUELA

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Primera edición en inglés. 2000 Primera edición en español (FCE, México), 2003 Primera reimpresión (FCE. Argentina), 2003 Segunda reimpresión (FCE. Argentina), 2003 Tercera reimpresion (FCE, Argentina). 2004

Título original: Liquid Modernity

O 2000, Zygmunt Bauman O 2000, Polity Press y Blackwell Publishers Ltd. ISBN de la edición original: 0-7456-2409-X D.R. O 2002. FONDO DE CULTURA ECONOMICA DE ARGENT~N~,, S, A.

El Salvador 5665; 14 14 Buenos Aires, Argentina www.fce.com.ar 1 [email protected] Av. Picacho Ajusco 227; 14200 México D. F.

ISBN: 950-557-5 13-0

Fotocopiar libros está penado por la ley.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital, en forma idéntica, extractada o modificada. en castellano o en cualquier otro idioma, sin autorización expresa de la editorial.

IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED LV ARGENTINA Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Prólogo Acerca de lo leve y lo líquido'

La interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han conver- tido incluso en necesidades reales para muchas perso- nas, cuyas mentes sólo se alimentan [...] de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados [...] Ya no toleramos nada que dure. Ya no sabemos có- mo hacer para lograr que el aburrimiento dé fruto.

Entonces, todo el tema se reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente hu- mana ha creado?

PAUL VALÉRY

La "fluidez" es la cualidad de los líquidos y los gases. Según nos infor- ma la autoridad de la Encyclopczdia Britannica, la que los distingue de los sólidos es que "en descanso, n o pueden sostener una fuerza tangen- cial o cortante" y, p o r lo tanto, "sufren un continuo cambio de forma cuando se los somete a esa tensión".

Este continuo e irrecuperable cambio de posición de una parte del material con respecto a otra parte cuando es sometida a una ten- sión cortante constituye un flujo, una propiedad característica de los fluidos. Opuestamente, las fuerzas cortantes ejercidas sobre un sólido para doblarlo o flexionar10 se sostienen, y el sólido no fluye y puede volver a su forma original.

Los líquidos, una variedad de fluidos, poseen estas notables cualidades, hasta el punto de que "sus moléculas son preservadas en una disposición ordenada solamente en unos pocos diámetros rnoleculares"; en tanto, "la amplia variedad de conductas manifestadas por los sólidos es resultado directo del t ipo de enlace que reúne los átomos de los sólidos y de la dis- posición de los átomos". "Enlace", a su vez, es el término que expresa la estabilidad de los sólidos -la resistencia que ofrecen "a la separación de los átomosn-.

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8 MODERNIDAD L~QUIDA

Hasta aquí lo que dice la Encyclop~dia Britannica, en una entrada que apuesta a explicar la "fluidez" como una metáfora regente de la eta- pa actual de la era moderna.

En lenguaje simple, todas estas características de los fluidos implican que los Iíquidos, a diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente su forma. Los fluidos, por así decirlo, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo. En tanto los sólidos tienen una clara dimensión espacial pero neutralizan el impacto -y disminuyen la significación- del tiempo (resisten efectivamente su flujo o lo vuelven irrelevante), los fluidos no conservan una forma durante mucho tiempo y están constantemente dispuestos (y proclives) a cambiarla; por consiguiente, para ellos lo que cuenta es el flujo del tiempo más que el espacio que puedan ocupar: ese espacio que, después de todo, sólo llenan "por un momento". En cierto sentido, los só- lidos cancelan cl tiempo; para los Iíquidos, por el contrario, lo que im- porta es el tiempo. En la descripción de los sólidos, es posible ignorar completamente el tiempo; en la descripción de los fluidos, se cometería un error grave si el tiempo se dejara de lado. Las descripciones de un fluido son como instantáneas, que necesitan ser fechadas al dorso.

Los fluidos se desplazan con facilidad. "Fluyen", "se derraman", "se desbordan", "salpican", "se vierten", "se filtran", "gotean", "inundan", "rocían", "chorrean", "manan", "exudan"; a diferencia de los sólidos, no es posible detenerlos fácilmente -sortean algunos obstáculos, disuelven otros o 'se filtran a través de ellos, empapándolos-. Emergen incólumes de sus encuentros con los sólidos, en tanto que estos últimos -si es que si- guen siendo sólidos tras el encuentro- sufren un cambio: se humedecen o empapan. La extraordinaria movilidad de los fluidos es lo que los asocia con la idea de "levedad". Hay Iíquidos que en pulgadas cúbicas son más pesados que muchos solidos, pero de' todos modos tendemos a visualizar- los como más livianos, menos "pesados" que cualquier sólido. Asociamos "levedadn o "liviandad" con movilidad e inconstancia: la práctica nos de-

. muestra que cuanto menos cargados nos desplacemos, tanto más rápido será nuestro avance.

Estas razones justifican que consideremos que la "fluidez" o la "liqui- dez" son metáforas adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual -en muchos sentidos nueu'a- de la historia de la modernidad.

Acepto que esta proposición pueda hacer vacilar a cualquiera que esté familiarizado con el "discurso de la modernidad" y con el vocabulario empleado habitualmente para narrar la historia moderna. ¿Acaso la mo- dernidad n o fue desde el principio un "proceso de licuehcción"? ¿Acaso "derretir los sólidos" no fue siempre su principal pasatiempo y su mayor

logro? En otras palabras, tacaso la modernidad no ha sido "fluida" desde el principio?

Éstas y otras objeciones son justificadas, y parecerán más justificadas aun cuando recordemos que la famosa expresión "derretir los sólidos", acuñada hace un siglo y medio por los autores del Manifiesto comunista, se refería al tratamiento con que el confiado y exuberante espíritu mo- derno aludía a una sociedad que encontraba demasiado estancada para su gusto y demasiado resistente a los cambios ambicionados, ya que to- das sus pautas estaban congeladas. Si el "espíritu" era "moderno", lo era en tanto estaba decidido a que la realidad se emancipara de la "mano muerta" de su propia historia.. . y eso sólo podía lograrse derritiendo los sólidos (es decir, según la definición, disolviendo todo aquello que per- siste en el tiempo y que es indiferente a su paso e inmune a su fluir). Esa intención requería, a su vez, la "profanación de lo sagrado": la desauto- rización y la negación del pasado, y primordialmente de la "tradi- ción" -es decir, el sedimento y el residuo del pasado en el presente-. Por lo tanto, requería asimismo !a destrucción de la armadura protectora forjada por las convicciones y lealtades que permitía a los sólidos resis- tirse a la "licuefacción".

Recordemos, sin embargo, que todo esto no debía llevarse a cabo para acabar con los sólidos definitivamente ni para liberar al nuevo mundo de ellos para siempre, sino para hacer espacio a nuevos y mejores sólidos; para reemplazar el conjunto heredado de sólidos defectuosos y deficientes por otro, mejor o incluso perfecto, y por eso mismo inalterable. Al leer el Ancien Régime [El Antiguo Régimen y la Revolución] de De Tocqueville, podríamos preguntarnos además hasta qué punto esos "sólidos" no es- taban de antemano resentidos, condenados y destinados a la licuefac- ción, ya que se habían oxidado y enmohecido, tornándose frágiles y poco confiables. Los tiempos modernos encontraron a los sólidos premodernos en,'un estado bastante avanzado de desintegración; y uno de los motivos más poderosos que estimulaba su disolución era el deseo de descubrir o inventar sólidos cuya solidez fuera -por una vez- duradera, una solidez en la que se pudiera confiar y de la que se pudiera depender, volviendo al mundo predecible y controlable.

Los primeros sólidos que debían disolverse y las primeras pautas sagra- das que debían profanarse eran las lealtades tradicionales, los derechos y obligaciones a.costumbrados que ataban de pies y manos, obstaculizaban los movimientos y constreñían la iniciativa. Para encarar seriamente la tarea de construir un nuevo orden (¡verdaderamente sólido!), era nece- sario deshacerse del lastre que el viejo orden imponía a los constructores.

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"Derretir los sólidos" significaba, primordialmente, desprenderse de las obligaciones "irreIevantes" que se interponían en el camino de un cálcu- lo racional de los efectos; tal como lo expresara Max Weber, liberar la iniciativa comercial de 10s !grilletes de las obligaciones domésticas y de la densa trama de los deberes éticos; o, según Thomas Carlyle, de todos los vínculos que condicionan la reciprocidad humana y la mutua responsa- bilidad, conservar tan sólo el "nexo del dinero". A la vez, esa clase de "disolución de los sólidos" destrababa toda la compleja trama de las re- laciones sociales, dejándola desnuda, desprotegida, desarmada y expues- ta, incapaz de resistirse a las reglas del juego y a los criterios de racionalidad inspirados y moldeados por el comercio, y menos capaz aun de competir con ellos de manera efectiva.

Esa fatal desaparición dejó el campo libre a la invasión y al dominio de (como dijo Weber) la racionalidad instrumental, o (como lo articuló

, Marx) del rol determinante de la economía: las "bases" de la vida social infundieron a todos los otros ámbitos de la vida el status de "superes- tructura" -es decir, un artefacto de esas "bases" cuya única función era contribuir a su funcionamiento aceitado y constante-. La disolución de los sólidos condujo a una progresiva emancipación de la economía de sus tradicionales ataduras políticas, éticas y culturales. Sedimentó un nuevo orden, definido primariamente en términos económicos. Ese nuevo orden debía ser más "sólido" que los órdenes que reemplazaba, porque a dife- rencia de ellos- era inmune a los embates de cualquier acción que no fue- ra económica. Casi todos los poderes políticos o morales capaces de trastocar o reformar ese nuevo orden habían sido destruidos o incapacita- dos, por debilidad, para esa tarea. Y no porque el orden económico, una vez establecido, hubiera colonizado, reeducado y convertido a su gusto el resto de la vida social, sino porque ese orden llegó a dominar la totalidad de la vida humana, volviendo irrelevante e inefectivo iodo aspecto de la vida que no contribuyera a su incesante y continua reproducción.

Esa etapa de la carrera de la modernidad ha sido bien descripta por Claus Offe (en "The utopia of the zero oprion", publicado por primera vez en 1987 en Praxis International): las sociedades complejas "se han vuelto tan rígidas que el mero intento de renovar o pensar normativa- mente su 'orden' -es decir, la naturaleza de la coordinación de los pro- cesos que se producen en ellas- está virtualmente obturado en función de su futilidad práctica y, por lo tanto, de su inutilidad esencial". Por li- bres y volátiles que sean, individual o grupalmente, los ''subsistemas" de ese orden se encuentran interrelacionados de manera "rígida, fatal y sin ninguna posibilidad de libre elección". El orden general de las cosas no

admite opciones; ni siquiera está claro cuáles podrían ser esas opciones, y aun menos claro cómo podría hacerse real alguna opción viable, en el improbable caso de que la vida social fuera capaz de concebirla y ges- tarla. Entre el orden dominante y cada una de las agencias, vehículos y estratagemas de cualquier acción efectiva se abre una brecha -un abismo cada vez más infranqueable, y sin ningún puente a la vista-.

A diferencia de la mayoría de los casos distópicos, este efecto no ha sido consecuencia de un gobierno dictatorial, de la subordinación, la opresión o la esclavitud; tampoco ha sido consecuencia de la "coloniza- ción" de la esfera privada por parte del "sistema". Más bien todo lo con- trario: la situación actual emergió de la disolución radical de aquellas amarras acusadas -justa o injustamente- de limitar la libertad individual de elegir y de actuar. La rigidez del orden es el artefacto y el sedimento de la libertad de los agentes humanos. Esa rigidez es el producto general de "perder los frenos": de la desregulación, la liberalización, la "flexibiliza- ción", la creciente fluidez, la liberación de los mercados financiero, labo- ral e inmobiliario, la disminución de las cargas impositivas, etc. (como señalara Offe en "Binding, shackles, brakes", publicado por primera vez en 1987); o (citando a Richard Sennett en Flesh and Stone [Carne y pie- dra]), de las técnicas de "velocidad, huida, pasividad" -en otras pala- bras, técnicas que permiten que el sistema y los agentes libres no se comprometan entre sí, que se eludan en vez de reunirse-. Si ha pasado la época de las revoluciones sistémicas, es porque no existen edificios pa- ra alojar las oficinas del sistema, que podrían ser invadidas y capturadas por los revolucionarios; y también porque resulta extraordinariamente difícil, e incluso imposible, imaginar qué podrían hacer los vencedores, una vez dentro de esos edificios (si es que primero los hubieran encon- trado), para revertir la situación y poner fin al malestar que los impulsó a rebelarse. Resulta evidente la escasez de esos potenciales revoluciona- rios, de gente capaz de articular el deseo de cambiar su situación indivi- dual como parte del proyecto de cambiar el orden de la sociedad.

La tarea de construir un nuevo orden mejor para reemplazar al viejo y defectuoso no forma parte de ninguna agenda actual -al menos no de la agenda donde supuestamente se sitúa la acción política-. La "disolu- ción de los sólidos", el rasgo permanente de la modernidad, ha adquirido por lo tanto un nuevo significado, y sobre todo ha sido redirigida hacia un nuevo blanco: uno de los efectos más importantes de ese cambio de dirección ha sido la disolución de las fuerzas que podrían mantener el tema del orden y del sistema dentro de la agenda política. Los sólidos que han sido sometidos a la disolución, y que se están derritiendo en este

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12 MODERNIDAD L~QUIDA

momento, el momento de la modernidad fluida, son los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivos -las estructúras de comunicación y coordinación entre las políticas de vida individuales y las acciones políticas colectivas-.

En una entrevista concedida a Jonathan Rutherford el 3 de febrero de 1999, Ukich Beck (quien hace pocos años acuñó el término "segunda mo- dernidad" para connotar la fase en que la modernidad "volvió sobre sí misma", la época de la soi-disant "modernización de la modernidad") ha- bla de "categorías zombis" y de "instituciones zombis", que están "muer- tas y todavía vivas". Nombra la familia, la clase y el vecindario como ejemplos ilustrativos de este nuevo fenómeno. La familia, por ejemplo:

¿Qué es una familia en la actualidad? ¿Qué significa? Por supuesto, hay niños, mis niños, nuestros niños. Pero hasta la progenitura, el núcleo de la vida familiar, ha empezado a desintegrarse con el di-

<S vorcio f...] Abuelas y abuelos son incluidos y excluidos sin recur- sos para participar en las decisiones de sus hijos e hijas. Desde el punto de vista de los nietos, el significado de los abuelos debe de- terminarse por medio de decisiones y elecciones individuales,

LO que se está produciendo hoy es, por así decirlo, una redistribución y una reasignación de los "poderes de disolución" de la modernidad. Al principio, esos poderes afectaban las instituciones existentes, los marcos que circunscribían los campos de acciones y elecciones posibles, como 10s patrimonios heredados, con su asignación obligatoria, n o por gusto. Las configuraciones, las constelaciones, las estructuras de dependencia e interacción fueron arrojadas en el interior del crisol, para ser fundidas y después remodeladas: ésa fue la fase de "romper el molde" en la histo- ria de la transgresora, ilimitada, erosiva modernidad. NO obstante, los individuos podían ser excusados por no haberlo advertido: tuvieron que enfrentarse a pautas y configuraciones que, aunque "nuevas y mejores", seguían siendo tan rígidas e inflexibles como antes.

Por cierto, todos los moldes que se rompieron fueron reemplazados por otros; la gente fue liberada de sus viejas celdas sólo para ser censu- rada y reprendida si no lograba situarse -por medio de un esfuerzo de- dicado, continuo y de por vida- en los nichos confeccionados por el nuevo orden: en las clases, los marcos q ~ i e (tan inflexiblemente como los ya di-

. sueltos estamentos) encuadraban la totalidad de las condiciones y perspec- tivas vitales, y condicionaban el alcance de los proyectos y estrategias de vida. Los individuos debían dedicarse a la tarea de usar su nueva liber- tad para encontrar el nicho apropiado y establecerse en él, siguiendo

fielmente las reglas y modalidades de conducta correctas y adecuadas a esa ubicación.

Sin embargo, esos códigos y conductas que uno podía elegir como pun- tos de orientación estables, y por los cuales era posible guiarse, escasean cada vez más en la actualidad. Eso no implica que nuestros contemporá- neos sólo estén guiados por su propia imaginación, ni que puedan decidir a voluntad cómo construir un modelo de vida, ni que ya no dependan de la sociedad para conseguir los materiales de construcción o planos autori- zados. Pero sí implica que, en este momento, salimos de la época de los "grupos de referencia" preasignados para desplazarnos hacia una era de "comparación universal" en la que el destino de la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente indefinido, no dado de an- temano, y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios antes de al- canzar su único final verdadero: el final de la vida del individuo.

En la actualidad, las pautas y configuraciones ya no están "determi- nadas", y no resultan "autoevidentes" de ningún modo; hay demasia- das, chocan entre sí y sus mandatos se contradicen, de manera que cada una de esas pautas y configuraciones ha sido despojada de su poder coercitivo o estimulante. Y, además, su naturaleza ha cambiado, por .lo cual han sido reclasificadas en consecuencia: coino ítem del inventario de tareas individuales. En vez de preceder a la política de vida y de en- cuadrar su curso futuro, deben seguirla (derivar de ella), y reformarse y remoldearse según los cambios y giros que esa política de vida experi- mente. El poder de licuefacción se ha desplazado del "sistema" a la "so- ciedad", de la "política" a las "políticas de vida" ... o ha descendido del "macronivel" al "micronivel" de la cohabitación social.

Como resultado, la nuestra es una versión privatizada de la moder- nidad, en la que el peso de la .construcción de pautas y la responsabili- dad del fracaso caen primordialmente sobre los hombros del individuo. La licuefacción debe aplicarse ahora a las pautas de dependencia e inte- racción, porque les ha tocado el turno. Esas pautas son maleables hasta un punto jamás experimentado ni imaginado por las generaciones ante- riores, ya que, como todos los fluidos, no conservan mucho tiempo su forma. Darles forma es más fácil que mantenerlas en forma. Los sólidos son moldeados una sola vez. Mantener la forma de los fluidos requiere muchísima atención, vigilancia constante y un esfuerzo perpetuo ... e in- cluso en ese caso el éxito no es, ni mucho menos, previsible.

Sería imprudente negar o menospreciar el profundo cambio que el advenimiento de la "modernidad fluida" ha impuesto a la condición hU- mana. El hecho de que la estructura sistémica se haya vuelto remota e

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14 MODERNIDAD LIQUIDA

inalcanzable, combinado con el estado fluido y desestructurado del en- cuadre de la política de vida, ha cambiado la condición humana de mo- do radical y exige repensar 10s viejos conceptos que solían enmarcar su discurso narrativo. Como zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo. La pregunta es si su resurrección -aun en una nueva forma o encarnación- es factible; o, si no lo es, cómo disponer para ellos un funeral y una sepultura decentes.

Este libro está dedicado a esa pregunta. Hemos elegido examinar cinco conceptos básicos en torno de los cuales ha girado la narrativa ortodoxa de la condición humana: emancipación, individualidad, tiempolespacio, trabajo y comunidad. Se han explorado (aunque de manera muy frag- mentaria y preliminar) sucesivos avatares de sus significados y aplicacio- nes prácticas, con la esperanza de salvar a los niños del diluvio de aguas

* contaminadas.

La modernidad significa muchas cosas, y su advenimiento y su avance pueden evaluarse empleando diferentes parámetros. Sin embargo, un rasgo de la vida moderna y de sus puestas en escena sobresale particu- larmente, como "diferencia que hace toda la diferencia", como atributo crucial del que derivan todas las demás características. Ese atributo es el cambio en la relación entre espacio y tiempo.

La modernidad empieza cuando el espacio y el tiempo se separan de la práctica vital y entre sí, y pueden ser teorizados como categorías de es- trategia y acción mutuamente independientes, cuando dejan de ser -como solían serlo en los siglos premodernos- aspectos entrelazados y apenas discernibles de la experiencia viva, unidos por una relación de corres- pondencia estable y aparentemente invulnerable. En la modernidad, el tiempo tiene historia, gracias a su "capacidad de contención" que se am- plía permanentemente: la prolongación de los tramos de espacio que las unidades de tiempo permiten "pasar", "cruzar", "cubrir". . . o conquis-

tar. El tiempo adquiere historia cuando la velocidad de movimiento a través del espacio (a diferencia del espacio eminentemente inflexible, que no puede ser ampliado ni reducido) se convierte en una cuestión de in- genio, imaginación y recursos humanos.

La idea misma de velocidad (y aun más conspicuamente, de acelera- ción), referida a la relación entre tiempo y espacio, supone su variabili- dad, y sería difícil que tuviera algún sentido si esa relación no fuera cambiante, si fuera un atributo de la realidad inhumana y prehumana en vez de estar condicionada a la inventiva y la determinación humanas, y si no hubiera trascendido el estrecho espectro de variaciones a las que

los instrumentos naturales de movilidad -los miembros inferiores, hu- manos o equinos- solían reducir los movimientos de los cuerpos premo- dernos. Cuando la distancia recorrida en una unidad de tiempo pasó a depender de la tecnología, de los medios de transporte artificiales exis- tentes, los límites heredados de la velocidad de movimiento pudieron transgredirse. Sólo el cielo (o, como se reveló más tarde, la velocidad de la luz) empezó a ser el límite, y la modernidad fue un esfuerzo constante, imparable y acelerado por, alcanzarlo.

Gracias a sus recientemente adquiridas flexibilidad y capacidad de ex- pansión, el tiempo moderno se ha convertido, primordialmente, en el arma para la conquista del espacio. En la lucha moderna entre espacio y tiempo, el espacio era el aspecto sólido y estólido, pesado e inerte, capaz de enta- blar solamente una guerra defensiva, de trincheras ... y ser un obstáculo para las flexibles embestidas del tiempo. El tiempo era el bando activo y dinámico del combate, el bando siempre a la ofensiva: la fuerza invaso- ra, conquistadora y colonizadora. Durante la modernidad, la velocidad de movimiento y el acceso a medios de movilidad más rápidos ascendie- ron hasta llegar a ser el principal instrumento de poder y dominación.

Michel Foucault usó el diseño del panóptico de Jeremy Bentham co- mo archimetáfora del poder moderno. En el panóptico, los internos es- taban inmovilizados e impedidos de cualquier movimiento, confinados dentro de gruesos muros y murallas custodiados, y atados a sus camas, celdas o bancos de trabajo. No podían moverse porque estaban vigila- dos; debían permanecer en todo momento en sus sitios asignados por- que no sabían, ni tenían manera de saber, dónde se encontraban sus vigilantes, que tenían libertad de movimiento. La facilidad y la disponi- bilidad de movimiento de los guardias eran garantía de dominación; la "inmovilidad" de los internos era muy segura, la más difícil de romper entre todas las ataduras que condicionaban su subordinación. El domi- nio del tiempo era el secreto del poder de los jefes.. . y tanto la inmoviliza- ción de sus subordinados en el espacio mediante la negación del derecho a moverse como la rutinización del ritmo temporal impuesto eran las principales estrategias del ejercicio del poder. La pirámide de poder es- taba construida sobre la base de la velocidad, el acceso a los medios de transporte y la subsiguiente libertad de movimientos.

El panóptico era un modelo de confrontación entre los dos lados de la relación de poder..Las estrategias de los jefes -salvaguardar la propia vo- latilidad y rutinizar el flujo de tiempo de sus subordinados- se fusionaron. Pero existía cierta tensión entre ambas tareas. La segunda tarea ponía Iímites a la primera: ataba a los "rutinizadores" al lugar en el cual habían

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16 MODERNIDAD L~QUIDA

sido confinados los objetos de esa rutinización temporal. Los "rutiniza- dores" no tenían una verdadera y plena libertad de movimientos: era im- posible considerar la opción de que pudiera haber "amos ausentes".

El panóptico tiene además otras desventajas. ES una estrategia costosa: conquistar el espacio y dominarlo, así como mantener a los residentes en el lugar vigilado, implica una gran variedad de tareas administrativas en- gorrosas y caras. Hay que construir y mantener edificios, contratar y pa- gar a vigilantes profesionales, atender y abastecer la supervivencia y la capacidad laboral de los internos. Finalmente, administrar significa, de una u otra manera, responsabilizarse del bienestar general del lugar, aunque sólo sea en nombre del propio interés ... y la responsabilidad sig- . . . nifica estar atado al lugar. Requiere presencia y confrontación, al menos bajo la forma de presiones y roces constantes.

LO que induce a tantos teóricos a hablar del "fin de la historia", de posmodernidad, de "segunda modernidad" y "sobremodernidad", o ar- ticular la intuición de un cambio radical en la cohabitación humana y en las condiciones sociales que restringen actualmente a las políticas de vi- da, es el hecho de que el largo esfuerzo por acelerar la velocidad del mo- vimiento ha llegado ya a su "límite natural". El ~ o d e r puede moverse con la velocidad de la señal electrónica; así, el tiempo requerido para, el mo- vimiento de sus ingredientes esenciales se ha reducido a la instantaneidad. En la práctica, el poder se ha vuelco verdaderamente extraterritorial, y ya no esrá atado, ni siquiera detenido, por la resistencia del espacio (el ad- venimiento de los teléfonos celulares puede fwncionar como el definitivo "golpe fatal" a la dependencia del espacio: ni siquiera es necesario acce- der a una boca telefónica para ~ o d e r dar una orden y controlar sus efec- tos. Ya no importa dónde pueda estar el que emite la orden -la distinción entre "cerca" y "lejos", o entre lo civilizado y lo salvaje, ha sido prácti- camente cancelada-). Este hecho confiere a los poseedores de poder una oportunidad sin precedentes: la de rescindir de los aspectos más irritan- tes de la técnica panóptica del poder. La etapa actual de la historia de la modernidad -sea lo que fuere por añadidura- es, sobre todo, pospanóp- tica. En el panóptico lo que importaba era que supuestamente las perso- nas a cargo estaban siempre "allí", cerca, en la torre de control. En las relaciones de poder pospanópticas, lo que importa es que la gente que maneja el poder del que depende el destino de los socios menos volátiles de la relación puede ponerse en cualquier momento fuera de alcance ... y volverse absolutamente inaccesible.

El fin del panóptico augura el fin de la era del compromiso mutuo: en- tre supervisores y supervisados, trabajo y capital, líderes y seguidores, ejér-

citos en guerra. La principal técnica de poder es ahora la huida, el escurri- miento, la elisión, la capacidad de evitar, el rechazo concreto de cualquier confinamiento territorial y de sus engorrosos corolarios de construcción y mantenimiento de un orden, de la responsabilidad por sus consecuencias y de la necesidad de afrontar sus costos.

Esta nueva técnica de poder ha sido ilustrada vívidamente por las es- trategias empleadas durante la Guerra del Golfo y la de Yugoslavia. En la conducción de la guerra, la reticencia a desplegar fuerzas terrestres fiie notable; a pesar de lo que dijeran las explicaciones oficiales, esa reticen- cia no era producto solamente del publicitado síndrome de "protección de los cuerpos". El combate directo en el campo de batalla no fue evita- do meramente por su posible efecto adverso sobre la política doméstica, sino también (y tal vez principalmente) porque era inútil por completo e incluso contraproducente para los propósitos de la guerra. Después de to- do, la conquista del territorio, con todas sus consecuencias administra- tivas y gerenciales, no sólo estaba ausente de la lista de objetivos bélicos, sino que era algo que debía evitarse por todos los, medios y que era con- siderado con repugnancia como otra clase de "daño colateral" que, en esta oportunidad, agredía a la fuerza de ataque.

Los bombardeos realizados por medio de casi invisibles aviones de combate y misiles "inteligentes" -lanzados por sorpresa, salidos de la nada y capaces de desaparecer inmediatamente- reemplazaron las inva- siones territoriales de las tropas de infantería y el esfuerzo por despojar al enemigo de su territorio, apoderándose de la tierra controlada y admi- nistrada por el adversario. Los atacantes ya no deseaban para nada ser "los últimos en el campo de batalla" después de que el enemigo huyera o fuera exterminado. La fuerza militar y su estrategia bélica de "golpear y huir" prefiguraron, anunciaron y encarnaron aquello que realmente es- taba en juego en el nuevo tipo de guerra de la época de la modernidad líquida: ya no la conquista de un nuevo territorio, sino la demolición de los muros que impedían el flujo de los nuevos poderes globales fluidos; sacarle de la cabeza al enemigo todo deseo de establecer sus propias re- glas para abrir de ese modo un espacio -hasta entonces amurallado e inaccesible- para la operación de otras armas (no militares) del poder. Se

.podría decir (parafraseando la fórmula clásica de Clausewitz) que la guerra de hoy se parece cada vez más a "a promoción del libre comercio mundial por otros medios".

Recientemente, Jim MacLaughlin nos ha recordado (en Sociology, 1/99) que el advenimiento de la era moderna significó, entre otras cosas, el ataque consistente y sistemático de los "establecidos", convertidos al modo de

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vida sedentario, contra los pueblos y los estilos de vida nómades,~comple- tamente adversos a las preocupaciones territoriales y fronterizas del emer- gente Estado moderno. En el siglo XN, Ibn Khaldoun ~ o d í a cantar sus alabanzas del nomadismo, que hace que 10s pueblos "se acerquen más a la bondad que los sedentarios porque [...] están más alejados de los ma- los hábitos que han infectado los corazones sedentariosn, pero la febril construcción de naciones estados-nación que se desencadenó poco tiem- po después en toda Europa puso el "suelo" muy por encima de la "san- gre" al sentar las bases del nuevo orden legislado, que codificaba los derechos y deberes de los ciudadanos. Los nómades, que menospreciaban las preocupaciones territoriales de los legisladores y que ignoraban abso- lutamente sus fanáticos esfuerzos por establecer fronteras, fueron presen- tados como los peores villanos de la guerra santa entablada en nombre del progreso y de la civilización. Los modernos "cronopolíticos" no sólo los consideraron seres inferiores y primitivos, "subdesarrollados" que necesi- taban ser reformados e ilustrados, sino también retrógrados que sufrían "retraso cultural", que se encontraban en 10s peldaños más bajos de la es- cala evolutiva y que eran, por añadidura, imperdonablemente necios por su reticencia a seguir "el esquema universal de desarrollo".

Durante toda la etapa sólida de la era moderna, los hábitos nómades fueron mal considerados. La ciudadanía iba de la mano con el sedenta- rismo, y la falta de un "domicilio fijo" O la no pertenencia a un "Estado" implicaba la exclusión de la comunidad respetuosa de la ley y protegida por ella, y con frecuencia condenaba a los infractores a la discriminación legal, cuando no al enjuiciamiento. Aunque ese trato todavía se aplica a la "subclase" de los sin techo, que son sometidos a las viejas técnicas de control panóptico (técnicas que ya no se emplean para integrar y discipli- nar a la mayoría de la población), la época de la superioridad incondicio- nal del sedentarismo sobre el nomadismo y del dominio de lo sedentario sobre lo nómade tiende a finalizar. Estamos asistiendo a la venganza del nomadismo contra el principio de la territorialidad y el sedentarismo. En la etapa fluida de la modernidad, la mayoría sedentaria es gobernada por una elite nómade y extraterritorial. Mantener 10s caminos libres para el tráfico nomade y eliminar los pocos puntos de control fronterizo que quedan se ha convertido en el metaobjetivo de la política, y también de las guerras que, tal como lo expresara Ciausewitz, son solamente "la ex- pansión de la política por otros medios".

La elite global contemporánea sigue el esquema de los antiguos "amos ausentes". Puede gobernar sin cargarse.con las tareas administra- tivas, gerenciales o bélicas y, por -añadidura, también puede evitar la mi-

sión de "esclarecer", "reformar las costumbres", "levantar la moral", "civilizar" y cualquier cruzada cultural. El compromiso activo con la vi- da de las poblaciones subordinadas ha dejado de ser necesario (por el contrario, se lo evita por ser costoso sin razón alguna y poco efectivo), y por lo tanto lo "granden no sólo ha dejado de ser "mejor", sino que ha perdido cualquier sentido racional. Lo pequeño, lo liviano, lo más portable significa ahora mejora y "progreso". Viajar liviano, en vez de aferrarse a cosas consideradas confiables y sólidas -por su gran peso, so- lidez e inflexible capacidad de resistencia-, es ahora el mayor bien y sím- bolo de poder.

Aferrarse al suelo no es tan importante si ese suelo puede ser alcan- zado y abandonado a voluntad, en poco o en casi ningún tiempo. Por otro lado, aferrarse demasiado, cargándose de compromisos mutuamente in- quebrantables, puede resultar positivamente perjudicial, mientras las nuevas oportunidades aparecen en cualquier otra parte. Es comprensible que Rockefeller haya querido que sus fábricas, ferrocarriles y pozos pe- troleros fueran grandes y robustos, para poseerlos durante mucho, mucho tiempo (para toda la eternidad, si medimos el tiempo según la duración de la vida humana o de la familia). Sin embargo, Bill Gates se separa sin pena de posesiones que ayer lo enorgullecían: hoy, lo que da ganancias es la desenfrenada velocidad de circulación, reciclado, envejecimiento, descarte y reemplazo -no la durabilidad ni la duradera confiabilidad del producto-. En una notable inversión de la tradición de más de un mile- nio, los encumbrados y poderosos de hoy son quienes rechazan y evitan lo durable y celebran lo efímero, mientras los que ocupan el lugar más bajo -contra todo lo esperable- luchan desesperadamente para lograr que sus frágiles, vulnerables y efímeras posesiones duren más y les rin- dan servicios duraderos. Los encumbrados y los menos favorecidos se encuentran hoy en lados opuestos de las grandes liquidaciones y en las ventas de autos usados.

La desintegración de la trama social y el desmoronamiento de las agen- cias de acción colectiva suelen señalarse con gran ansiedad y justificarse como "efecto colateral" anticipado de la nueva levedad y fluidez de un poder cada vez más móvil, escurridizo, cambiante, evasivo y fugitivo. Pero la desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del poder, que emplea como principales instrumentos el descompromiso y el arte de la huida. Para que el poder fluya, el mundo debe estar libre de trabas, barreras, fronteras fortificadas y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y particularmente una red es-

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trecha con base territorial, implica un obstáculo que debe ser eliminado. Los poderes globales están abocados al desmantelamiento de esas redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, ,que es la fuente ~ r i n c i ~ a l de su fuerza y la garantía de su invencibilidad. Y el derrumbe, la fragili- dad, la vulnerabilidad, la transitoriedad y la precariedad de los vínculos y redes humanos permiten que esos poderes puedan actuar.

Si estas tendencias mezcladas se desarrollaran sin obstáculos, hom- bres y mujeres serían remodelados siguiendo la estructura del m01 elec- trónico, esa orgullosa invención de los primeros años de la cibernética que fue aclamada como un presagio de los años futuros: un enchufe por- tátil, moviéndose por todas partes, buscando desesperadamente tomaco- rrientes donde conectarse. Pero en la época que auguran los teléfonos celulares, es probable que los enchufes sean declarados obsoletos y de mal gusto, y que tengan cadavez menos calidad y poca oferta. Ya aho- ra, muchos abastecedores de energía eléctrica enumeran las ventajas de conectarse a sus redes y rivalizan por el favor de los buscadores de en- chufes. Pero a largo plazo (sea cual fuere el significado que "a largo pla- zo" pueda tener en la era de la instantaneidad) lo más probable es que 10s enchufes desaparezcan y sean reemplazados por baterías descartables que venderán los kioscos de todos los aeropuertos y todas las estaciones de servicio de autopistas y caminos rurales.

Parece una diotopía hecha a la medida de la modernidad líquida ... adecuada para reemplazar los temores consignados en las pesadillas al estilo Orwell y Huxley.

Junio de 1999.

1. Emancipación

Hacia fines de las "tres gloriosas décadas" que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial -tres décadas de crecimiento sin precedentes y de afianzamiento de la riqueza y de la seguridad económica del próspe- ro Occidente-, Herbert Marcuse protestaba:

En cuanto al presente y a nuestra propia situación, creo que nos enfrentamos a un nuevo momento de la historia, porque hoy de- bemos liberarnos de una sociedad relativamente funcional, rica y poderosa [...] El problema al que nos enfrentamos es la necesidad de liberarnos de uná sociedad que atieríde en gran medida a las demandas materiales e incluso culturales del hombre -una socie- dad que, por usar un eslogan, reparte sus mercancías a un amplio sector de la población-. Y esto implica que nos enfrentamos a la liberación de una sociedad en donde la Iiberación no tiene el apa- rente sustento de las masas.'

Para Marsuse, que debamos y tengamos que emanciparnos, "liberarnos de la sociedad", no representaba un problema. LO que sí era un proble- ma -el problema específico de una sociedad que "reparte sus mercan- cías"- es que esa liberación carecía de un "sustento de las masas". Para decirlo más sencillamente: pocos individuos deseaban liberarse, todavía menos estaban.dispuestos a actuar para lograrlo, y prácticamente nadie sabía con certeza en qué medida esa "liberación de 1a.sociedad" sería di- ferente de la situación en la que ya se hallaban todos ellos.

"Liberarse" significa literalmente deshacerse de las ataduras que im- id en o constriñen el movimiento, comenzar a sentirse libre de actuar y moverse. "Sentirse libre" implica no encontrar estorbos, obstáculos, re- sistencias de ningún tipo que impidan los movimientos deseados o que puedan llegar a desearse. Tal como lo observara Arthur Schopenhauer, la "realidad" es creada por el acto del deseo; la empecinada indiferencia

Herbert Marcuse, "Liberation frorn the affluent society", en: Stephen Eric Bronner y Douglas MacKay Kellner (cornps.), Crrttcal Theory and Socrety: a Reader, Londres, Routledge, 1989, p. 227.

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3. Espacioltiempo

George Hazeldon, un arquitecto británico establecido en Sudáfrica, tie- ne un sueño: una ciudad diferente de las ciudades comunes, en las que los extraños de aspecto amenazante emergen de las esquinas oscuras, salen sigilosamente de las calles sórdidas y se amontonan en los barrios bajos. La ciudad soñada por Hazeldon es más bien una versión actua- lizada, de alta tecnología, de la ciudad medieval, protegida por gruesas murallas, almenas, fosos y puentes levadizos, una ciudad aislada de los riesgos y los peligros del mundo; una ciudad hecha a medida de individuos que desean controlar y monitorear su propia proximidad: algo seme- jante, según él mismo dijo, al Mont-Saint-Michel, una mezcla de claus- tro y fortaleza.

Cualquiera que vea los planos de Hazeldon coincidiría en que la parte del "claustro" ha sido imaginada a semejanza de la Thélkme de Franqois Rabelais, esa ciudad de diversión y gozo compulsivos en la que la felicidad es el único mandamiento, y no un refugio para ascetas piadosos dedicados a la autoflagelación, la oración y el ayuno. La par- te de "fortaleza", sin embargo, es genuina. Heritage Park, la ciudad que Hazeldon está a punto de construir sobre 500 acres de terreno virgen cerca de Ciudad del Cabo, se diferenciará de otras ciudades por su ais- lamiento: cercas eléctricas de alto voltaje, vigilancia electrónica de los accesos, barreras y guardias armados.

Si uno puede comprarse una residencia en Heritage Park, pasará gran parte de su vida alejado de los riesgos y peligros del turbulento, poco hospitalario y aterrador mundo que empieza justo afuera de las puertas de la ciudad. Adentro, habrá todo lo que una buena vida necesita para ser completa y totalmente satisfactoria: Heritage Park tendrá sus pro- pios negocios, iglesias, restaurantes, teatros, áreas de recreación, bos- ques, parque central, lagos llenos de salmones, campos de juego, pistas de aerobismo, campos de deporte y canchas de tenis ... y lugares vacíos para agregar cualquier cosa que una vida decente demande en el futuro, según los cambios de la moda. Hazeldon es muy claro cuando explica las ventajas que Heritage Park ofrece y que superan las de casi todos los sitios donde vive ahora la gente:

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Hoy la seguridad cs lo más importante. Nos guste o no, ésa es la mayor diferencia [...] Cuando yo era chico, en Londres, había una comunidad. Yo no hacía nada malo porque todo el mundo me conocía, y seguramente se lo contaría a mis padres [.. .] Eso es lo que queremos recrear aquí, una comunidad que no tenga de qué preocuparse.1

Entonces, de eso se trata: por el precio de una casa en Heritage Park, uno comprará la entrada a una comunidad. Una "comunidad" es, en esta época, la última reliquia de las antiguas utopías de la buena sociedad; de- nota lo que ha quedado del sueño de una vida mejor compartida con me- jores vecinos y que sigue mejores reglas de cohabitación. Porque la utopía de la armonía se redujo, de manera realista, al tamaño del vecindario más inmediato. No es raro que la comunidad se haya convertido .en uno de los puntos fuertes para asegurar una venta. Tampoco es raro que en 10s folletos de promoción de Heritage Park distribuidos por Hazeldon, la co- munidad aparezca como un suplemento indispensable -pero que otros si- tios no ofrecen- de los buenos restaurantes y las pintorescas pistas de aerobisrno que también pueden encontrarse en otras ciudades.

Sin embargo, debemos advertir cuál es el sentido de esa comunidad ge- neradora de sentido. La comunidad que Hazeldon recuerda de su infancia londinense, y que desea recrear en la tierra virgen de Sudáfrica, es primor- dial, aunque no. únicamente, un territorio estrechamente vigilado, donde los que hacen cosas que pueden disgustar a los demás son rápidamente castigados y puestos en línea -donde holgazanes, vagabundos y otros in- trusos que "no son de aquí" tienen cerrada la entrada o son perseguidos y expulsados-. La diferencia entre el pasado gustosamente recordado y su réplica actualizada es que aquello que la comunidad de la infancia de Ha- zeldon lograba usando sus ojos, lenguas y manos, de manera práctica y sin pensarlo- demasiado, en Heritage Park está a cargo de las cámaras de ocultas y de docenas de guardias armados que controlan los accesos de se- guridad y patrullan las calles discreta u ostentosamente, según el caso.

Un grupo de psiquiatras del Instituto Victoriano de Salud Mental FO- rense, de Australia, ha declarado recientemente que "cada vez más gente ha denunciado, falsamente, ser víctima de acechos y persecuciones, ero- sionando la credibilidad y provocando gastos del dinero público", dine- ro que, según argumentan los autores del informe, "debería ser empleado

' Citado de Chris McCreal, "Fortress town ro rise on Cape of low hopes", en: The Guardian, 22 de enero de 1999.

en lag verdaderas víctima^".^ Algunas "falsas víctimas" investigadas, tras ser sometidas a estudios diagnósticos, revelaron estar afectadas por "se- veras perturbaciones mentales", ya que "creían ser perseguidas con la convicción de que todo el mundo conspiraba en su contra".

Muchos psiquiatras han señalado que creer ser víctima de una conspi- ración no es nada novedoso; por cierto, es un estado que ha atormentado a algunos humanos en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra. Nunca hubo; en ninguna parte, escasez de personas ansiosas por encon- trar una lógica a su desdicha, a sus humillantes derrotas y a lasfrustracio- nes de su vida, cargándoles la responsabilidad a las malévolas intenciones y monstruosas conjuras de otros. Lo que resulta totalmente novedoso es que ahora se inculpa a los merodeadores (en co.mpañía de otros vagos y holgazanes, personajes que no pertenecen al sitio donde aparecen), que re- presentan al diablo, los íncubos, los espíritus y los duendes malignos, el mal de ojo y las brujas. Si "las falsas víctimas" abusan "de la credibilidad pública", es porque los "merodeadores" ya se han convertido en un nom- bre popular para el miedo ambiente que acosa a nuestros contemporá- neos; de modo que la presencia ubicua de los merodeadores se ha vuelto creíble y el miedo de ser perseguido se ha convertido en un sentimiento co- mún. Y si la gente falsamente obsesionada con la amenaza de la persecu- ción puede "consumir el dinero público", es porque ya se ha destinado una cantidad de dinero público -que crece cada año- a localizar y atrapar a los merodeadores, los vagabundos y otras versiones actualizadas de ese miedo moderno, el miedo al mobile uulgus -la clase inferior de gente nó- made, que se filtra en los lugares donde sólo la gente correcta tiene dere- cho a estar-, y porque la defensa de las calles, al igual que el exorcismo de las casas embrujadas del pasado, ha sido reconocida como un propósito digno y como la manera adecuada de proteger a los que necesitan protec- ción de los temores y los peligros que los ponen nerviosos, los inquietan, los vuelven susceptibles y los atemorizan.

Citando City of Quartz (1990), de Mike Davis, Sharon Zukin describe la nueva apariencia de los espacios públicos de Los Ángeles tras la instru- mentación de las medidas de seguridad exigidas por los residentes y pues- tas en marcha por sus custodios electos o designados: "los helicópteros zumban por el cielo sobre los barrios semejantes a guetos, la policía mal- trata a los adolescentes como supuestos miembros de bandas delictivas, los propietarios compran el tipo de armas de defensa que pueden afron-

Véase Sarah Boseley, "Warning of fake stalking claims", en: The Giiardian, 1" de fe- brero de 1999, citando el informe de Michel Pathé, Paul E. Mullen y Rosemary Purcell.

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102 MODERNIDAD LIQUIDA

tar. .. o que se atreven a usar". La década de 1960 y la de 1970 fueron, se- gún.Zukin, "el hito que marcó la institucionalización del miedo urbanp".

Los votantes y las elites -en términos amplios, lo que se concibe como clase media en los Estados Unidos- podrían haber elegido aprobar las políticas del gobierno destinadas a eliminar la pobre- za, controlar la competencia étnica e integrar a todo el mundo a través de instituciones públicas comunes. En cambio, eligieron comprar protección, estimulando así el crecimiento de la indus- tria de la seguridad privada.

Zukin señala que el peligro más tangible que corroe lo que denomina "la cultura pública" es "la política del miedo cotidiano". El estremecedor y perturbador espectro de las "calles inseguras" aleja a la gente de los lu- gares públicos y le impide procurarse las artes y oficios necesarios para compartir la vida pública.

"Ser duros" contra el crimen construyendo más cárceles e impo- niendo la pena de muerte es la respuesta habitual a la política del miedo. "Encerrar a toda la población", escuché decir a un hom- bre en el autobús, llevando la solución a su extremo más ridícu- lo. Otra respuesta es privatizar y militarizar el espacio público [...] hacer las calles, parques y comercios más seguros, pero me- nos libres [ . . . 1 3

Un concepto de comunidad definida por sus límites estrechamente vigi- lados y no por sus contenidos; la "defensa de la comunidadn traducida a la contratación de guardianes armados para custodiar la entrada; los merodeadores y vagabundos promovidos al rango de enemigos públicos número uno; el recorte de las áreas públicas a los enclaves "defendibles* de acceso selectivo; la separación y la no negociación de la vida en co- mún y la criminalización de las diferencias residuales: éstas son las prin- cipales dimensiones de la evolución actual de la vida urbana.

Cuando los extraños se encuentran con extraños

Según la definición clásica de Richard Sennett, una ciudad es "un asen- tamiento humano en el que los extraños tienen probabilidades de cono-

Sharon Zukin, The Culture of Cities, Oxford, Blackwell, 1995, pp. 38 y 39.

~ e r s e " . ~ Quiero agregar que esto significa que los extraños tienen proba- bilidades de encontrarse en su-calidad de extraños, y que posiblemente seguirán siendo extraños tras el ocasional encuentro que termina de mo- do tan abrupto como comenzó. Los extraños se encuentran de la mane- ra que corresponde a los extraños; un encuentro entre extraños no se parece a un encuentro entre familiares, amigos o conocidos -es, compa- rativamente, un desencuentro-. En el encuentro entre extraños no se re- toma el punto en el que quedó el último encuentro, ni se recuentan las pruebas y tribulaciones o las alegrías del ínterin, ni hay recuerdos comu- nes: no hay nada en qué basarse ni qué seguir en el curso del encuentro presente. El encuentro entre extraños es un acontecimiento sin pasado. Con frecuencia es también un acontecimiento sin futuro (se supone y se espera que esté libre de un futuro), una historia que, sin dudas, no "con- tinuará", una oportunidad única, que debe ser consumada plenamente mientras dura y en el acto, sin demora y sin postergaciones para otra ocasión. Como la araña, cuyo mundo está encerrado en la tela que teje con sustancias de su propio abdomen, el único respaldo con el que los extraños pueden contar debe ser tejido a partir del delgado y frágil hilo de la apariencia, las palabras y los gestos. En el momento del encuentro no hay tiempo para ensayo y error, ni aprendizaje a partir de los errores ni esperanza alguna de tener otra oportunidad.

De ello se desprende que la vida urbana exige un tipo de habilidad bastante especial y sofisticada, toda una familia de habilidades que Sen- nett consignó bajo el rótulo de "civilidad", es decir,

la actividad que protege mutuamente a las personas y que no obstante les permite disfrutar de su mutua compañía. Usar una máscara es la esencia de la civilidad. Las máscaras permiten una sociabilidad pura, ajena a las circunstancias del poder, el males- tar y los sentimientos privados de todos los que las llevan. El propósito de la civilidad es proteger a los demás de la carga de uno mismo.s

Por cierto, se espera que el propósito sea recíproco. Proteger a otros de una carga indebida, cuidando de no interferir con sus asuntos, sólo tie- ne sentido si uno puede esperar una generosidad y una restricción simi- lares por parte de los otros. La civilidad, como el lenguaje, no puede ser

Richard Sennen, The Fa11 of Public Man: o>z rbe Socral Psychology of Capttalism, Nueva York, Vintage Books, 1978, pp. 39 y ss.

S Richard Sennett, ibíd., p. 264.

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"privada". Antes de convertirse en un arte aprendido indjvidualmente y practicado privadamente, la civilidad debe ser una característica del en- torno social. El entorno urbano debe ser "civil" paFa que sus habitantes puedan aprender las difíciles destrezas de la civilidad.

2Pero qué significa que el entorno urbano sea "civil" y, por lo tanto, un sitio hospitalario para la práctica individual de la civilidad? Signifi- ca, fundamentalmente, la provisión de espacios que La gente puede com- partir como personE publica -sin que se la inste, presione u obligue a quitarse la máscara y "soltarse", "expresarse", confesar sus sentimien- tos íntimos y exhibir sus pensamientos, sueños y preocupaciones más profundos-, Sin embargo, también significa una ciudad que se presenta a sus residentes como bien común que no puede ser reducido al conglo- merado de los propósitos individuales y como tarea compartida que no puede realizarse por medio de una multitud de propósitos individuales, como una forma de vida con vocabulario y lógica propios y con su pro- pia agenda, que.es (y debe seguir siendo) más extensa y más rica que cual- quier preocupación o anhelo individual -de modo que "usar una máscara pública" es un acto de compromiso y participación y no de "descompro- niiso", una retirada del "verdadero yo", que opta por salirse de las re- laciones y .el involucramiento mutuos, una manifestación del deseo de quedarse solo y de dejar solos a los demás-.

En las ciudades contemporáneas hay muchos sitios que reciben el nombre de "espacios públicos". Los hay de muchas clases y medidas, pe- ro casi todos ellos pertenecen a una de dos categorías. Estas categorías se apartan del modelo ideal de espacio civil en dos direcciones opuestas aunque complementarias.

El lugar llamado La Défense, una enorme plaza situada en la ribera derecha del Sena, concebida, comisionada y construida por F ran~o i s Miterrand (como monumento duradero de su presidencia, en la que el esplendor y la magnificencia del cargo estaban desconectados de las de- bilidades y los fracasos de su titular), encarna todos los rasgos de la pri- mera de las dos categorías de espacio ~ ú b l i c o urbano pero enfáticamente no "civil". El visitante de La Défense-advierte de inmediato que se trata de un lugar inhóspito: todo lo que está a la vista inspira respeto pero de- salienta la permanencia. Los edificios de formas fantásticas que rodean la enorme plaza vacía están hechos para ser mirados, no para entrar en ellos: envueltos de arriba abajo en cristal espejado, no parecen tener ven- tanas ni puertas de acceso abiertas a la plaza; con gran ingenio, consiguen darle la espalda a'la plaza que rodean. Resultan, a la vista, imperiosos e impenetrables -imperiosos por impenetrables, ya que ambas cualidades

se complementan y se refuerzan mutuamente-. Estas fortalezaslermitas herméticamente selladas están en el lugar, pero no pertenecen a él ... y es- timulan a cualquiera que esté perdido en la chata vastedad de la plaza a seguir su ejemplo y sentirse del mismo modo. Nada mitiga ni interrumpe el vacío uniforme y monótono de la plaza. N o hay bancos donde sentar- se, ni árboles cuya sombra ofrezca refugio del sol y permita refrescarse. (Sí hay, por cierto, un grupo de bancos dispuestos geométricamente en un extremo del espacio; están colocados sobre una plataforma un poco ele- vada, por encima del nivel de la plaza -una plataforma semejante a un escenario, donde el acto de sentarse a descansar sería ofrecer un espec- táculo a los otros que, a diferencia de los que se sientan, tienen algo que hacer allí-.) Una y otra vez, con la monótona regularidad del horario del subterráneo, esos otros -como una atareada fila de hormigas- emergen de la tierra, se despliegan sobre el pavimento de piedra que separa la sa- lida del subterráneo de alguno de los relucientes monstruos que rodean (sitian) la plaza y desaparecen rápidamente. El lugar vuelve a quedar va- cío ... hasta la llegada del próximo tren.

La segunda categoría de espacio público pero no civil está destinada a prestar servicios a los consumidores o, más bien, a convertir al residen- te de la ciudad en consumidor. Según palabras de Liisa Uusitalo, "los consumidores suelen compartir los espacios físicos de consumo como sa- las de concierto o de exhibición, sitios turísticos, de actividad deportiva, shoppings y cafeterías, sin mantener ningún tipo de interacción ~ o c i a l " . ~ Esos espacios instan a la acción, no a la interacción. El hecho de com- partir el espacia físico con otros actores abocados a una actividad seme- jante añade importancia a l a acción, le da el sello de la "aprobación numérica" y de ese modo corrobora su sentido, lo justifica sin necesidad de mayor argumentación. Sin embargo, cualquier interacción entre los actores los distraería de las acciones a las que están abocados individual- mente, y seria una responsabilidad y una. ventaja para cada uno de ellos. No agregaría nada al placer de ir de compras, sino que sólo serviría para distraer la mente y el cuerpo de la tarea prevista.

La tarea es consumir, y el consumo es un pasatiempo absoluto e irre- dimiblemente individual, una cadena de sensaciones que sólo puede ser experimentada -vivida- subjetivamente. Las multitudes que colman el in- terior de los "templos del consumo" de George Ritzer son amontona- miento~, no congregaciones; grupos, no pelotones; aglomeraciones, no

Liisa Uusitalo, "Consumprion in posmodernity", en: Marina Bianchi (comp.), Tlte Active Consumer, Londres, Routledge, 1998, p. 221.

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totalidades. Por atestados que estén los lugares de consumo colectivo, no hay nada "colectivo" en ellos. Aplicando la memorable expresión.de Althusser, todos los que entran en esos espacios son "interpeladosn en tan- to individuos, y se les pide que suspendan o destruyan todo vínculo y que se despojen de sus lealtades o que las dejen de lado transitoriamente.

Los encuentros, inevitables en un espacio atestado, interíieren con el propósito. Deben ser breves y superficiales: ni más prolongados ni más profundos de lo que lo deseen los actores. El lugar está protegido con- tra todos los que puedan transgredir esta regla -contra toda clase de in- trusos, entrometidos y molestos que podrían interferir con el espléndido aislamiento del consumidor en su salida de compras-. El templo del con- sumo, bien supervisado, vigilado y protegido, es una isla de orden, libre de mendigos, saqueadores, vagos y merodeadores.. . o al menos se espera que lo sea. Las personas no se apiñan en estos templos para hablar o so- cializar; la compañía que eligen disfrutar (O tolerar) es la que llevan con ellas, como los caracoles llevan consigo su hogar.

Lugares émicos, lugares fágicos, no-lugares, espacios vacíos

Lo que ocurre dentro del templo del consumo tiene poca o ninguna in- fluencia sobre el ritmo y el tenor de la vida cotidiana que se desarrolla "del otro lado de la puerta". Estar en el shopping es "estar en otra parte".' La excursión al lugar de consumo difiere del carnaval de Mijaíl Bajtín, que también incluía la experiencia de "ser transportado": las excursiones de compras son primordialmente traslados en el espacio, y sólo secundaria- mente viajes en el tiempo.

El carnaval i r a la misma ciudad transformada; más exactamente, un intervalo de t i emp~~duran te el cual la ciudad se transformaba, y volvía después a su rutina cotidiana. Durante un lapso estrictamente definido, que se repetía cíclicamente, el carnaval revelaba "la otra cara" de la realidad cotidiana, una cara que estaba siempre presente pero que nor- malmente era invisible e intocable. El recuerdo del acontecimiento y la anticipación de otros acontecimientos futuros no permitían que desapa- reciera la conciencia de esa "otra cara".

' Turo-Kimmo Lehtonen y Pasi Maenpaa, "Shopping in the East-centre rnall", en: Pasi Falk y Colin C a m ~ b e l l (comps.), The Shopping Experience, ob. cit., p. 161.

Una excursión al templo del consumo es algo muy diferente. Su reali- zación implica la sensación de ser transportado a otro mundo, y no, como en el caso del carnaval, la sensación de estar presenciando una transus- tanciación maravillosa del mundo conocido. El templo del consumo (a diferencia del "almacén de la esquina" de antaño) puede estar en la ciu- dad (si es que no se lo Construye, simbólicamente, fuera de los límites de la ciudad, al costado de una autopista), pero no forma parte de ella; no es el mundo habitual temporariamente transmutado, sino un mundo "completamente otro7'. Lo que lo convierte en "otro" no es la inversión, el rechazo ni la suspensión de las reglas que gobiernan la cotidianidad, como en el caso del carnaval, sino el despliegue de un modo de ser que la cotidianidad excluye o que trata vanamente de lograr -y que casi nadie puede experimentar en los lugares de residencia habitual-.

La metáfora del "templo" elegida por Ritzer es muy adecuada: los es- pacios de compras/consumo son por cierto templos para los peregrinos -definitivamente no están destinados a albergar las misas negras oficiadas anualmente por los celebrantes del carnaval en sus parroquias locales-. El carnaval demostraba que la realidad no era tan dura como parecía y que la ciudad podía transformarse; los templos del consumo no revelan nada sobre la naturaleza de la realidad cotidiana, salvo su opaca tenaci- dad e impenetrabilidad. El templo del consumo, al igual que el "barco" de Michel Foucault, es "un pedazo de espacio flotante, un lugar sin lu- gar, que existe por sí mismo, que está cerrado sobre sí mismo y entrega- do al mismo tiempo a la infinitud del mar";8 puede lograr "entregarse a la infinitud" gracias a que navega alejándose del puerto de origen y se mantiene distanciado de él.

Ese "lugar sin lugar", cerrado en sí mismo, es también -a diferencia de todos los lugares ocupados o recorridos a diario- un lugar purificado. N o porque esté libre de toda la variedad y diferencia que impregna constantemente a los otros lugares, los conxamina y ensucia y pone fue- ra del alcance de los que los habitan toda limpieza y transparencia; por el contrario, los lugares de compras/consumo deben gran parte de su magnético poder de atracción a su colorida y caleidoscópica variedad de sensaciones sensoriales. Pero las diferencias de adentro -y esto las opo- ne a las que existen afuera- están tamizadas, sanitarizadas, con la garan- tía de no poseer ingredientes peligrosos ... y, por lo tanto, no resultan amenazantes. Pueden disfrutarse sin temor: una vez que la aventura ha sido despojada de riesgos, lo que queda es una diversión pura e inconta-

* Michel Foucault, "Of other spaces", en: Diacritics, 1, 1986, p. 26.

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minada. Los lugares de compras/consumo ofrecen lo que ninguna "rea- lidad ,realw puede ofrecer afuera: un equilibrio casi perfecto entre liber- tad y seguridad.

Dentro de estos templos, los compradores/consumidores pueden en- contrar lo que vanamente han buscado afuera: e! consuelo de pertenecer -la confirmadora impresión de formar parte de una comunidad-. Tal co- mo señala Sennett, la ausencia de diferencia, el sentimiento de "todos so- mos iguales" y la sensación de "no hay necesidad de negociar nada, ya que todos compartimos la misma opinión" son los significados más profundos de la "comunidad" y la causa última de su atractivo, que, según se sabe, aumenta proporcionalmente a la ~luralidad y la~multivocalidad del entorno de vida. Podemos decir aue esa "comunidad" es el ataio hacia la reunión. una clase de reunión que rara vez se produce en la "vida real": una reunión de semejantes, de "nosotros, que somos de la misma clase", una reunión que es de este modo no problemática, que no requiere ningún esfuerzo de vi- gilancia, verdaderamente preordenada; una clase de reunión que no es una tarea sino que está "dada", y está dada antes de emprender cualquier es- fuerzo destinado a darle vida. En al abras de Sennett:

Las imágenes de solidaridad comunitaria se forjan para que los hombres puedan evitar el deber de enfrentarse mutuamente [. . .] Mediante un acto voluntario, una mentira si se quiere, el mito de la solidaridad comunitaria dio a los humanos modernos la opor- tunidad de ser cobardes y ocultarse de los otros [...] La imagen de la comunidad es purificada de todo lo que pudiera expresar dife- rencia, y más aun conflicto, en cuanto a quiénes somos "noso- tros". De esta manera el mito de la solidaridad comunitaria es un ritual de purificación.9

La trampa, no obstante, es que "el sentimiento de identidad común [...] es una falsificación de la experiencia". De este modo, los que han idea- do y supervisan los templos del consumo son, de hecho, maestros del en- gaño y artistas embaucadores. En sus manos, la impresión se convierte en absoluto: no es necesario plantear más preguntas; si se las formulara, quedarían sin respuesta.

Dentro del templo, la imagen se convierte en realidad. Las multitudes que colman los corredores del shopping se aproximan tanto como es po- sible a la "comunidad" ideal imaginada que no conoce la diferencia (más exactamente, no conoce ninguna diferencia importante que requiera con-

Richard Sennett, The Uses of Disorder: Persoiral Idevtity and City Life, Londres, Fa- ber & Faber, 1996, pp. 34-36.

frontación, enfrentamiento con la otredad del otro, negociación, esclare- cimiento y acuerdo sobre el modus uiuendi). Por tal razón, esa comunidad no exige ninguna negociación, ningún trato, ningún esfuerzo por entender, solidarizarse ni conceder. Todos los que se encuentran allí pueden suponer, con cierta seguridad, que todos los demás con los que se encuentran o se cruzan han ido allí con el mismo propósito, seducidos por los mismos atractivos (reconociéndolos por lo tanto como atractivos), movidos y guiados por los mismos motivos. "Estar adentro" crea una verdadera co- munidad de creyentes, unificados por los fines y también por los medios, por los valores que respetan y por la lógica de la conducta que adoptan. En suma, el viaje a los "espacios de consumo'' es un viaje hacia una anhe- lada comunidad que, al igual que la experiencia de comprar, está perma- nentemente "en otra parte". Durante los minutos u horas que pueda durar esa experiencia, es posible reunirse con "otras personas como uno", co- rreligionario~, feligreses de la misma iglesia; con otros cuya otredad, al menos en ese lugar, aquí y ahora, puede dejarse de lado, sin tenerla en cuenta. En todos los aspectos, ese lugar es puro, tan puro como las sedes de culto religioso y como la comunidad imaginada (o postulada).

Claude Lévi-Strauss, el más grande antropólogo cultural de nuestro tiempo, señaló en Tristes tropiques que a lo largo de la historia humana se emplearon dos estrategias para enfrentar la otredad de los otros: la antropoémica y la antropofágica.

La primera estrategia. consistía en "vomitar", expulsando a los otros considerados irremediablemente extraños y ajenos: prohibiendo el con- tacto físico, el diálogo, el intercambio social y todas las variedades de commercium, comensalidad o connubium. Hoy, las variantes extremas de la estrategia "émica" son, como siempre, el encarcelamiento, la depor- tación y el asesinato. Las formas superiores y "refinadas" (modernizadas) de la estrategia "émica" son la separación espacial, los guetos urbanos, el acceso selectivo a espacios y la prohibición selectiva de ocuparlos.

La segunda estrategia consiste en la denominada "desalienación" de sustancias extrañas: "ingerir", "devorar" cuerpos y espíritus extraños para convertirlos, por medio del metabolismo, en cuerpos y espíritus "idénticos", ya no diferenciables, al cuerpo que los ingirió. Esta estrate- gia revistió también un amplio espectro de formas: desde el canibalismo hasta la asimilación forzosa -cruzadas culturales, guerras de exterminio declaradas contra las costumbres, calendarios, dialectos y otros "prejui- cios" y "supersticiones" locales-. La primera estrategia tendía al exilio o la aniquilación de los otros; la segunda, a la suspensión o la aniquila- ción de su otredad.

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La semejanza entre la dicotomía de las estrategias de Lévi-Strauss y las dos categorías contemporáneas de espacios "públicos no civiles" resulta notable, pero en absoluto sorprendente. La Défense de París (junto con otras variedades de "espacios interdictorios" que, según Steven Flusty, ocupan un lugar privilegiado entre las innovaciones urbanísticas actua- les)lo es una versión arquitectónica de la estrategia "émica", en tanto los "espacios del consumidor" representan la estrategia "fágica". Ambos <a- da uno a su manera- responden al mismo desafío: la tarea de enfrentarse con la posibilidad de toparse con extraños, esa característica constitutiva de la vida urbana. Enfrentar esa posibilidad es un problema que requiere medidas "respaldadas por el poder" cuando se carece de hábitos de civili- dad o cuando éstos no se han desarrollado o arraigado suficientemente. Las dos clases de espacios urbanos "públicos pero no civilesn derivan de la flagrante ausencia de hábitos de civilidad; ambas enfrentan las conse- cuencias potencialmente dañinas de esa ausencia, aunque no promovien- do el estudio ni la adquisición de esos hábitos, sino volviendo su posesión irrelevante, de hecho innecesaria, en la práctica del arte de la vida urbana.

A las dos respuestas descriptas hasta el momento debemos agregar una tercera. Se trata de la representada por lo que Georges Benko, si- guiendo a Marc Augé, ha denominado "no-lugares" (o, alternativamente, siguiendo a Garreau, nowherevilles)." Los no-lugares comparten algunas ' '

características con nuestra primera categoría de lugares ostensiblemente públicos pero enfáticamente no civiles: desalientan cualquier idea de "permanencia", imposibilitando la colonización o domesticación del es- pacio. Sin embargo, a diferencia de La Défense -ese espacio destinado únicamente al tránsito y que debe ser abandonado tan rápido como sea posible-, y a diferencia de los "espacios interdictorios" -cuya función consiste en impedir el acceso y que están destinados a ser rodeados y no

'

atravesados-, los no-lugares aceptan la inevitabilidad de una permanencia prolongada de extraños, de modo que esos lugares permiten la presencia

1'' Véase Steven Flusty, '"uilding paranoia", en: Nan Elin (comp.), Architecture of Fear, Nueva York, Princeton Architectural Press, 1997, pp. 48-49. También, Zygmunt Bauman, Globalization: the Hzrlnnn Corzseqrre~rces, Cambridge, Polity Press, 1998, pp. 20- 21 [traducción castellana: Globalización: consecueizcras humanas, Buenos Aires, Fondo de C u l ~ r a Económica, 19991.

" Véase Marc Augé, Non-lieux: introduction a láiithropologie de la surmodernité, París, Seuil, 1992 [traducción castellana: Los no-lugares: espacios del anoninzato, antro- pología sobre n~odernidad, Barcelona, Gedisa, 19931. También, Georges Benko, "Introduc- tion: rnodernity, postmodernity and social sciences", en: Georges Benko y Ulf Strohmayer (cornps.), Space and Social Theory: Interpreting Modernity and Postmodernity, Oxford, Blackwell, 1997, pp. 23-24.

ccmeramente física" -aunque diferenciándola muy poco de la ausencia- de sus "pasajeros", ya que anulan, nivelan o vacían de toda subjetividad idiosincrática. Los residentes temporarios de los no-lugares varían, y ca- da variedad tiene sus propios hábitos y expectativas: el truco consiste en volverlos irrelevantes durante su tiempo de estadía. Sean cuales fueren sus diferencias, deben seguir los mismos patrones de conducta. Las cla- ves de uniformidad de los patrones de conducta deben ser legibles para todos, independientemente de los lenguajes que prefieran o los que usen cotidianamente. Sea lo que fuere lo que haya para hacer en los no-luga- res, y lo que se haga, todo el mundo debe sentirse como en su casa, aun- que nadie debe comportarse como si estuviera en su casa. Un no-lugar "es un espacio despojado de las expresiones simbólicas de la identidad, las relaciones y la historia: los ejemplos incluyen los aeropuertos, auto- pistas, anónimos cuartos de hotel, el transporte público [...] En la histo- ria del mundo, nunca antes los no-lugares han ocupado tanto espacio".

Los no-lugares no requieren dominio del sofisticado y complejo arte de la civilidad, ya que reducen la conducta en público a unos pocos precep- tos, simples y de fácil aprendizaje. A causa de esa simplicidad, tampoco funcionan como escuelas de civilidad. Y como en la actualidad-"ocupan tanto espacio", ya que colonizan tramos cada vez más grandes del espa- cio público y los remodelan a su imagen y semejanza, las ocasiones de aprender el arte de la civilidad son cada vez menos y más espaciadas.

Las diferencias pueden ser vomitadas, devoradas, alejadas, y hay lu- gares que se especializan en cada una de esas alternativas. Pero las dife- rencias también pueden ser "invisibilizadas", borradas a la vista. Ése es el logro de los "espacios vacíos". Tal como proponen Jerzy Kociatkiewicz y Monika Kostera, quienes acuñaron el término, los espacios vacíos son

[...] lugares a los que no se les adscribe sentido alguno. No tienen que estar físicamente aislados por medio de cercas o barreras. No son lugares prohibidos, sino espacios vacíos, inaccesibles debido a su invisibilidad. Si la extracción de sentido es un acto que implica pautar, compren- dcr, resituar la sorpresa y crear significado, nuestra experiencia de 10s espacios vacíos no incluye la extracción del sentido.12

LOS espacios vacíos están primordialmente vacíos de sentido. No es que sean insignificantes por estar vacíos, sino que, por no tener sentido y

'' Jerzy Kociatkiewicz y Monika Kostera, "The anthropology of empty space", en: Qualitative Sociology, 1, 1999, pp. 43 y 48.

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porque se cree que no pueden tenerlo, son considerados vacíos (más pre- cisamente, no visibles). En esos lugares resistentes al sentido nunca sur- ge e1 tema de negociación de las diferencias: no hay con quién negociar. Los espacios vacíos tratan las diferencias con un grado de radicalidad que no pueden igualar las otras clases de lugares ideados para repeler o atenuar el impacto ejercido por los extraños.

Los espacios vacíos que Kociatkiewicz y Kostera consignan son luga- res no colonizados, lugares que ni los inventores ni los supervisores de los supuestos usuarios desean colonizar. Podríamos decir que son los lu- gares "sobrantes" que quedan después de que se ha llevado a cabo la ta- rea de estructuración de los espacios que realmente importan: deben su presencia espectral a la falta de coincidencia entre la elegancia de la es- tructura y la desprolijidad del mundo (cualquier mundo, incluso un mundo deliberadamente diseñado), y a su imposibilidad de ser clasifica- dos claramente. Pero la familia de los espacios vacíos no se reduce a los productos de desecho de la planificación arquitectónica y a los márgenes olvidados por la visión urbanística. De hecho, muchos espacios vacíos no son simplemente desechos inevitables sino ingredientes necesarios de otro proceso: el de "mapear" el espacio compartido por muchos usuarios diferentes.

Diirante uno de mis viajes como docente (a una ciudad populosa, ex- tendida y vital del sur de Europa), me recibió en el aeropuerto una do- cente joven, hija de una pareja local de profesionales educados y ricos. Se disculpó advirtiéndome que el trayecto hasta el hotel no sería fácil y Ile- varía mucho tiempo, ya que no había manera de evitar las atestadas ave- nidas que atravesaban el centro de la ciudad y donde el tráfico estaba constantemente embotellado debido a su densidad. Mi guía se ofreció a llevarme en auto nuevamente al aeropuerto el día de mi partida. Como yo sabía que conducir en esa ciudad era una tarea agotadora, le agrade- cí su amabilidad-y le dije que tomaría un taxi. Y lo hice. En esta segun-

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da oportunidad, el trayecto hasta el aeropuerto demoró menos de diez minutos. Pero el taxista fue serpenteando por calles bordeadas de vivien- das pobres, precarias, olvidadas por Dios, llenas de gente tosca y eviden- temente ociosa y de niños harapientos. La afirmación hecha por mi guía, que me había asegurado que no había manera de evitar el tráfico del centro, no fue falsa. Fue sincera y fiel a su mapa mental de la ciudad en la que había nacido y en la que vivía desde entonces. Ese mapa no tenía registro de las calles de los "barrios bajos" por los que me llevó el taxis- ta. En el mapa mental de mi guía sólo había, pura y simplemente, un es- pacio vacío.

Esa ciudad, al igual que otras, tiene muchos habitantes, y cada uno de ellos tiene su propio mapa de la ciudad en la cabeza. Los mapas que guían los movimientos de las diversas categorías de habitantes no se su- perponen, pero para que un mapa "tenga sentido", algunas áreas de la ciudad deben ser descartadas, ser carentes de sentido y -en lo que al sig- nificado se refiere- ser poco prometedoras. Recortar esos lugares permite que los demás brillen y estén colmados de sentido.

El vacío del lugar está en el ojo de quien lo contempla y en las pier- nas del habitante o en las ruedas de su auto. Son vacíos los lugares en los que no entramos y en los que nos sentiríamos perdidos y vulnerables, sorprendidos, alarmados y un poco asustados ante la vista de otros se- res humanos.

" N o hables con extrafios"

La esencia de la civilidad, repetimos, es la capacidad de interactuar con extraños sin atacarlos por eso y sin presionarlos para que dejen de ser- lo O para que renuncien a algunos de los rasgos que los convierten en extraños. La característica esencial de los lugares públicos pero no civi- les -pertenecientes a las cuatro categorías ya enumeradas- es la redun- dancia de la interacción. Si es imposible evitar la proximidad física -compartir un espacio-, tal vez se la pueda despojar de su cualidad de "unión", con su permanente invitación al diálogo y a la interacción. Si no es posible evitar toparse con extraños, al menos podemos evitar tra- tar con ellos; que los extraños, al igual que los niños de la época victo- riana, sean visibles pero no aúdibles, y si n o se puede evitar oírlos, al menos que no sean escuchados. Esto se consigue haciendo que todo lo que puedan decir resulte irrelevante, inconsecuente con respecto a lo que puede, debe y desea hacerse.

Sin duda, todas estas medidas son efectivas a medias: no resuelven del todo el más dañino y detestable de los males. Los lugares públicos no civiles permiten que uno se desentienda de los extraños que 10 ro- dean, evitando el riesgoso comercio, la agotadora comunicación, el irri- tante regateo y las concesiones. Sin embargo, esos lugares no impiden que nos encontremos con extraños; por el contrario, dan por hecho que el encuentro es inevitable, ya que han sido ideados y construidos preci- samente con ese fin. Son, por así decirlo, remedios para una enfermedad ya contraída, no una medicación preventiva que hace innecesaria la te- rapia. Y sabemos que todas las terapias pueden vencer o no la enferme-

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dad. Hay muy pocos regímenes terapéuticos de acción comprobada. En- tonces, qué bueno sería lograr que la terapia fuera innecesaria, inmuni- zando el organismo contra la enfermedad. Así, librarse de la compañía de extraños resulta una perspectiva más atractiva y segura que los más sofisticados recursos destinados a neutralizar su presencia.

Esta última posibilidad parece una solución mejor, pero por cierto no carece de peligros. La manipulación del sistema inmunológico es un asunto riesgoso y puede resultar patógena. Además, el hecho de lograr que el organismo sea resistente a ciertas amenazas implica hacerlo más vulnerable a otras. Casi ninguna clase de interferencia está libre de ho- rribles efectos colaterales: se sabe que una cantidad de intervenciones médicas genera afecciones iatrogénicas -enfermedades causadas por la propia intervención médica, que son tan (o más) peligrosas como la que se intentaba curar-.

Tal como lo señala Richard Sennett:

los reclamos de ley y orden son más fuertes cuando las comuni- dades están más aisladas de la otra gente de la ciudad L...]

Durante las dos últimas décadas, las ciudades norteamericanas han crecido tanto que las áreas étnicas se han vuelto relativamente homogérieas; no parece accidental que el miedo a los extraños haya crecido en la rnisma medida en que se han reducido esas comuni- dades étnicas.13

La capacidad de convivir con las diferencias, por no hablar de disfrutar de ellas y aprovecharlas, no se adquiere fácilmente, y por cierto no vie- ne sola. Esa capacidad es un arte que, como todas las artes, requiere es- tudio y ejercicio. La incapacidad de enfrentarse a la irritante pluralidad de los seres humanos y a la ambivalencia de todas las decisiones de clasi- ficaciónlarhivo es, por el contrario, espontánea y se refuerza a sí misma: cuanto más efectivos son el impulso hacia la homogeneidad y los esfuer- zos destinados a eliminar las diferencias, tanto más difícil resulta sentir- se cómodo frente a los extraños, ya que la diferencia parece cada .vez más amenazante y la angustia que provoca parece cada vez más intensa. El proyecto de esconderse del desestabilizador impacto de la multivoca- lidad urbana en los refugios de la uniformidad, la monotonía y la repe- tición comunales se autoimpulsa y autoderrota al mismo tiempo. Es posible que ésta sea una verdad trivial, si n o fuera por el hecho de que

l 3 Richard Sennett, The Uses of Disorder ..., ob. cit., p. 194

el resentimiento ante la diferencia también se autocorrobora: a medida que el impulso hacia la uniformidad se hace más intenso, también se in- tensifica el horror ante los peligros representados por "los extraños en- tre nosotros". El peligro representado por los extraños es una clásica profecía de autocumplimiento. Se vuelve cada vez más fácil mezclar la presencia de extraños con los difusos miedos de la inseguridad; lo que al comienzo era una simple suposición se convierte en una verdad compro- bada muchas veces y por fin se torna un principio evidente.

Esa inseguridad se convierte en un círculo vicioso. Como el arte de negociar los intereses comunes y el destino compartido ha caído en de- suso, se lo practica rara vez, está semiolvidado o nadie lo domina; y co- mo la idea del "bien común" (por no hablar de la "buena sociedad") se ha vuelto sospechosa, amenazante, nebulosa o confusa, buscar la segu- ridad en una identidad común en vez de buscarla en un pacto de intere- ses compartidos se vuelve la manera más sensata, incluso más efectiva y ventajosa, de seguir adelante; pero la preocupación por la identidad y su defensa contra la polución hacen que la idea de los intereses comunes, y más notablemente de los intereses comunes negociados, parezca cada vez más increíble y fantasiosa, anulando prácticamente la capacidad y la voluntad de encontrarlos. Tal como lo resume Sharon Zukin: "nadie sabe cómo hablar con nadie".

Zukin sugiere que "el agotamiento del ideal de un destino común ha fortalecido el atractivo de la cultura", pero "según el uso común estadou- nidense, 'cultura' es, en primer lugar, 'etnicidad"', y la etnicidad es, a su vez, "una manera legítima de tallar un nicho dentro de la sociedad".14 Tallar un nicho significa, sin duda y por encima de todo, una separación territorial, el derecho a un "espacio defendible" aparte, que necesita de- fensa y que vale la pena defender precisamente porque está aparte -es decir, porque ha sido rodeado de puestos perimetrales armados que sólo dejan entrar a gente "de la misma" identidad e impiden el acceso a los demás-. Como el propósito de la separación territorial apunta a lograr la homogeneidad del vecindario, la etnicidad le resulta más útil que cual- quier otra "identidad" imaginable.

A diferencia de otras variedades de identidad, la idea de etnicidad tiene gran carga semántica. Supone axiomáticamente un casamiento oficiado en el cielo, que ningún esfuerzo humano puede separar, una suerte de víncu- lo de unidad predeterminado que precede a todas las negociaciones y pactos sobre derechos y obligaciones. En otras palabras, la homogenei-

l4 Sharon Zukin, Tlje Ctrlture of ..., ob. cit., p. 263.

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dad que supuestamente marca a las entidades étnicas es heterónoma: no un artefacto humano, ni tampoco, por cierto, un producto de la actual generación de humanos. No es raro, entonces, que la etnicidad sea la primera opción cuando se trata de aislarse del aterrador espacio polifó- nico donde "nadie sabe cómo hablar con nadie", ocultándose en un "ni- cho seguro" donde "todos son iguales" y donde, por lo tanto, no hay mucho de qué hablar y de lo poco que queda se puede hablar fácilmente. Tampoco es raro que, sin mucha consideración por la lógica, otras co- munidades que reclaman sus propios "nichos dentro de la sociedad" no vacilen en adornarse también con el oropel robado de la etnicidad y se esfuercen por inventar sus propias raíces, tradiciones, historia comparti- da y futuro común -pero siempre, en primer lugar, su cultura aparte y única, que, precisamente por su putativo carácter único, posee, según esas comunidades, "un valor en sí misma"-.

Sería erróneo descartar el renacido comunitarismo de nuestra época como un resabio de instintos todavía no erradicados, que tarde o tempra- no serán neutralizados o disueltos por el progreso de la modernización; igualmente erróneo sería atribuirlo a un momentáneo fracaso de la razón -un lamentable pero inevitable caso de irracionalidad, en flagrante desa- cuerdo con una "elección pública" racional-. Cada entorno social pro- mueve su propia clase de racionalidad, infunde su propio significado a la idea de una estrategia de vida racional -y hay fundamentos para respal- dar la hipótesis de que el actual avatar del comunitarismo es una respues- ta racional a la genuina crisis del "espacio público" ... y, por lo tanto, de la política, esa actividad humana cuyo hogar natural es precisamente el espacio público-.

Ahora que el reino de la política se reduce a la confesión pública, a la exhibición pública de la intimidad y al examen y censura públicos de las virtudes y vicios privados; ahora que el tema de la credibilidad de la gente en público reemplaza la consideración de qué es y qué debería ser la política; ahora que la visión de una sociedad buena y justa está ausente del discurso político, no es raro que (tal como observara Sennett hace ya veinte años)ls las personas "se conviertan en espectadores pasivos de un personaje político que les ofrece sus sentimientos y sus intenciones, en vez de sus actos, para que los consuman". Sin embargo, el punto es que los espectadores no esperan mucho más de los políticos, tal como sólo espe- ran de otros personajes ante las candilejas nada más que un buen espec- táculo. Y así el espectáculo de la política, al igual que otros espectáculos

públicos, se convierte en un mensaje incesante y monótono que repite y re- pite la prioridad de la identidad sobre los intereses, o en una constante lec- ción pública que reitera que la identidad es lo que importa, y que lo que cuenta es quién es cada uno y no lo que hace. Desde la cúspide hasta la base, la revelación del verdadero yo se convierte cada vez más en la sus- tancia de las relaciones en público y de la vida pública como tal; y la au- toidentidad es la ramita a la que se aferran los náufragos que esperan el rescate una vez que se han hundido los barcos impulsados por los intere- ses. Entonces, como afirma Sennett, "mantener la comunidad se transfor- ma en un fin en sí mismo, y la purga de todos aquellos que no pertenecen a ella se convierte en la tarea de la comunidad". Ya no hace falta "ningún argumento que convenza de no negociar, de expulsar a los extraños".

Los esfuerzos por mantener a distancia al "otro", el diferente, el ex- traño, el extranjero, la decisión de excluir la necesidad de comunicación, negociación y compromiso mutuo, no sólo son concebibles sino que apa- recen como la respuesta esperable a la incertidumbre existencia1 a la que han dado lugar la nueva fragilidad y la fluidez de los vínculos sociales. Esa decisión, por cierto, encaja perfectamente con nuestra obsesiva preo- cupación contemporánea por la polución y la purificación, con nuestra tendencia a identificar el peligro con la invasión de "cuerpos extraños" y a identificar la seguridad con la pureza. La aprensiva atención que se presta a las sustancias que entran al cuerpo a través de la boca o la na- riz, y la también aprensiva atención que se presta a los extraños que se filtran subrepticiamente en el vecindario del cuerpo coexisten lado a la- do dentro del mismo encuadre cognitivo. Ambas inducen el deseo de "expulsarlo(s) de mi (nuestro) sistema".

Esos deseos convergen, se funden y condensan en la política de sepa- ración étnica, y particularmente en la defensa contra la marea de "extra- ños". Tal como lo'expresa Georges Benko:16

Hay Otros que son más Otro que Otros, los extranjeros. Excluir a las personas como extranjeros porque ya no somos capaces de concebir al Otro da testimonio de una patología social.

Sin duda es una patología, pero no se trata de una patología de la mente, que intenta en vano dar sentido a un mundo desprovisto de todo signi- ficado confiable y estable, sino de una patología del espacio público que da como resultado una patología de la política: la decadencia del arte del

" Richard Sennett, Tlte Fa11 of ..., ob. cit., pp. 260 y SS. '' Georges Benko, "Introduction: modernity, postmodernity and ...", ob. cit., p. 25.

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diálogo y la negociación, la sustitución del enfrentamiento y el compro- miso mutuo por las técnicas de escape.

"No hables con extraños" -que era antes una advertencia de los pa- dres a sus hijos indefensos- se ha convertido ahora en un precepto estra- tégico de la normalidad adulta. Este precepto da nueva forma, una forma de prudencia, a la realidad de una vida en la que los extraños son personas con las que nos rehusamos a hablar. Los gobiernos, impoten- tes para modificar de raíz la inseguridad y la angustia existenciales de sus súbditos, respaldan con gusto este precepto. Ese frente unido de "in- migrante~", la encarnación más tangible de la "otredad", está destinado a reunir la difusa variedad de individuos temerosos y desorientados en algo que recuerda vagamente a una "comunidad nacional", determinan- do así una de las pocas tareas que los gobiernos actuales son capaces de llevar a cabo.

Heritage Park, de George Hazeldon, será un lugar en el que, final- mente, todos los que se encuentren podrán hablar libremente entre sí. Estarán libres de hacerlo, ya que tendrían poco de que hablar -salvo in- tercambiar información acerca de sus rutinas, y frases familiares que no implican controversia alguna, pero tampoco compromiso-. La pureza soñada de la comunidad de Heritage Park sólo puede conseguirse al pre- cio de la falta de compromiso y de la desaparición de vínculos.

La modernidad como historia del tiempo

Cuando yo era niño (y eso ocurrió en otro tiempo y en otro espacio), era común escuchar la pregunta ''¿a cuánto queda este lugar de aquel otro?", y la respuesta era: "a una hora, o menos, si uno camina rápido". Y en una época muy anterior a la de mi infancia, la respuesta, supongo, hu- biera sido: "si parte ahora, llegará allí alrededor del mediodía". En la ac- tualidad, se pueden escuchar ocasionalmente respuestas similares. Pero normalmente estarán precedidas por un pedido de especificación: ''¿tiene auto, o irá a pie?".

"Lejos" y "largo tiempo", así como "cerca" y "poco tiempo", solían significar casi lo mismo: cuánto esfuerzo implicaría para un ser humano recorrer cierta distancia ... ya fuera caminando, arando o cosechando. Si se les pedía a las personas que explicaran qué querían decir con "espacio" y "tiempo", seguramente decían que el "espacio" es lo que uno puede recorrer en un determinado tiempo, mientras que el "tiempo" es lo que se necesita para recorrerlo. Pero si nadie les pedía explicación, difícil-

mente se abocaran a expresar esas definiciones. ¿Por qué habrían de ha- cerlo? Uno entiende bien las cosas de la vida cotidiana mientras nadie le pida una definición, y si nadie la requiere, uno no necesita definirlas. La manera en que se entendían las cosas que ahora tendemos a llamar "es- pacio" y "tiempo" no era solamente satisfactoria sino tan precisa como era necesario, mientras fueran los humanos, los bueyes o los caballos -el software- quienes tuvieran que hacer el esfuerzo y establecer sus límites. Un par de piernas podía ser distinto de otro, pero el reemplazo de uno por el otro no hacía una diferencia que pudiera justificar la aplicación de otra medida que no fuera la capacidad de los músculos humanos.

En los tiempos olímpicos de Grecia nadie pensaba en categorías o ré- cords olímpicos, por no hablar de romper esos récords. Hizo falta la in- vención de algo diferente de los músculos humanos o animales para que existieran esas ideas y para que se concibiera y se llevara a la práctica la decisión de asignar importancia a las diferencias de la capacidad de des- plazamiento de los diversos individuos -es decir, para que terminara la prehistoria del tiempo y empezara la historia del tiempo-. La historia del tiempo comenzó con la modernidad. Por cierto, la modernidad es, aparte de otras cosas y tal vez por encima de todas ellas, la historia del tiempo: la modernidad es el tiempo en el que el tiempo tiene historia.

Si exploramos los libros de historia buscando la razón por la que el espacio y el tiempo, antes fundidos en las labores vitales humanas, se han separado y distanciado en el pensamiento y la praxis humanos, en- contraremos heroicas historias de los descubrimientos realizados por los caballeros andantes de la razón -filósofos intrépidos y científicos vale- rosos-. Encontramos astrónomos que midieron las distancias y las velo- cidades de los cuerpos celestes, vemos a Isaac Newton calculando las relaciones exactas entre la aceleración y la distancia recorrida por e l "cuerpo físico" y los penosos esfuerzos por expresar todo eso en núme- ros -las más abstractas y objetivas medidas imaginables-, o a Immanuel Kant, suficientemente impresionado por todos esos logros como para clasificar el espacio y el tiempo como dos categorías trascendentalmen- te diferentes y mutuamente independientes de la cognición humana. Y sin embargo, por justificado que sea el alegato de los filósofos, SU inten- ción de pensar sub specie ~terni ta t is es siempre una parte de la infinitud y la eternidad -la parte finita y al alcance de la práctica humana-, la que proporciona la "base epistemológica" para la reflexión científica y filo- sófica y la materia empírica capaz de ser transformada en verdades atemporales. De hecho, esta limitación distingue a los grandes pensado- res de los que han pasado a la historia como fantasiosos, creadores de

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120 MODERNIDAD LIQUIDA

mito;, poetas y otros soñadores. Así, algo debe haberles ocurrido al ran- go, y a la capacidad de la práctica humana para que los filósofos se hayan dedicado a reflexionar sobre el espacio y el tiempo.

Ese "algo" es, podemos supofler, la construcción de vehículos capaces de desplazarse más rápido que las piernas de los humanos o las patas de los animales, y que, a diferencia de los humanos y los animales, podían volverse cada vez más veloces, de modo que el recorrido de distancias cada vez más largas podía insumir cada vez menos tiempo. Cuando apa- recieron esos medios de transporte no-humanos y no-animales, el tiem- po necesario para viajar dejó de ser el rasgo característico de la distancia y del.software, y se transformó, en cambio, en el atributo de la técnica de viajar. Él tiempo se ha convertido en el problema del hardware que los humanos eran capaces de inventar, construir, usar y controlar, no del inflexible software ni tampoco de los caprichosos poderes del viento o del agua, indiferentes a la manipulación humana. Por lo tanto, el tiem- po se ha convertido en un factor independiente de las inertes e inmuta- bles dimensiones de la tierra y el mar. El tiempo era diferente del espacio porque, a diferencia del espacio, podía ser alterado y manipulado; con- vertido en un factor disruptivo, es el cónyuge dinámico de la pareja es- pacio-tiempo.

Es bien sabido que Benjamin Franklin proclamó que el tiempo es oro; podía hacer esa afirmación con toda confianza, porque ya había definido al hombre como el "animal constructor de herramientas", Resumiendo la experiencia de otros dos siglos, John Fitzgerald Kennedy pudo acon- sejar a sus con~patriotas, en 1961: "debemos usar el tiempo como lierra- mienta, no como un diván". El tiempo se convirtió cn oro una vez que se convirtió en herramienta ( j o arma?) empleada primordialmente para superar la resistencia del espacio, acortar las distancias, despojar al sig- '

nificado de un obstáculo de su connotación de "remoto", ampliar los 1í- mites de la ambición humana. Así armado, uno podía abocarse con toda seriedad a la tarea de conquistar el espacio.

Tal vez los reyes podían viajar más cómodos que sus súbditos, y los nobles, mejor que sus siervos, pero, en principio, nadie podía viajar a mayor velocidad que los demás. El software nivelaba a los hombres; el hardware los diferencia. Estas diferencias (que en nada se parecen a las que derivan de las de la musculatura humana) fueron resultados de la acción humana antes de que se convirtieran en condición de su efectivi- dad, y antes de que se emplearan para crear aun más diferencias y para hacer esas diferencias más profundas e inevitables. En cuanto aparecie- ron las máquinas de vapor y el motor de combustión interna, la igual-

dad basada en el software tocó a su fin. Ahora alguna gente podía Ile- gar al destino deseado antes que los demás; también podía escapar a las persecuciones y resistirse a ser alcanzada o detenida. El que viajaba más rápido podía reclamar más territorio -y, tras hacerlo, podía controlarlo, dividirlo y supervisarlo, manteniendo a distancia a sus competidores y a los intrusos más allá de sus fronteras-.

Podemos asociar el principio de la edad moderna con diversos cam- bios en las facetas de la praxis humana, pero la emancipación del tiempo con respecto al espacio, su subordinación a la inventiva y a la capacidad técnica humanas, y su enfrentamiento con el espacio como herramienta de conquista y de apropiación son un momento inicial tan bueno como cualquier otro para empezar a contar. La modernidad nació bajo las es- trellas de la aceleración y la conquista de la Tierra, y esas estrellas forman una constelación que contiene toda la información sobre su carácter, con- ducta y destino. Su lectura sólo requiere un sociólogo entrenado, no un astrólogo.

La relación entre tiempo y espacio sería, a partir de entonces, mutable y dinámica, no predeterminada ni invariable. La "conquista del espacio" llegó a significar máquinas más rápidas. Los movimientos acelerados sig- nificaban espacios más grandes, y acelerar los movimientos era la única manera de agrandar el espacio. En este caso, la "expansión espacial" era el nombre del juego, y el espacio era la apuesta: el espacio era el valor; el tiempo, la herramienta. Para maximizar el valor, era necesario afilar la herramienta: gran parte de la "racionalidad instrumental" que, según Max Weber, era el principio operativo de la civilización moderna se con- centró en idear modos de realizar tareas con mayor rapidez, eliminando el tiempo "improductivo", inútil, vacío y desperdiciado; o, para decirlo en términos de efecto en vez de medios de acción, se concentró en llenar el espacio con más objetos, agrandando así el espacio que podía ser Ile- nado en un tiempo determinado. En el umbral de la conquista del espa- cio, René Descartes, mirando hacia el futuro, identificó la existencia con la espacialidad, definiendo todo lo existente de manera material y califi- cándolo de res extensa (como lo observara agudamente Rob Shields, se podría reexpresar el famoso cogito de Descartes, sin distorsionar su sig- nificado, diciendo "ocupo espacio, por lo tanto existo")." En un mo- mento en el que la conquista perdió fuerzas y concluyó, Michel de Certeau -mirando hacia el asado- declaró que el ~ o d e r dependía del te-

"Véase Rob Shields, "Spatial stress and resistance: social meanings of spatiaiization", en: Georges Benko y Ulf Strohmayer (comps.), Space atzdSocial Tlieory..., ob. cit., P. 194.

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rritorio y de las fronteras. (Tim Crosswell resumió recientemente el enfo- que de De Certeau: "las armas de los fuertes son [...] la clasificación, la delineación, la división. Los fuertes dependen de la certeza del mapan;l* nótese que todas las armas consignadas son operaciones que se llevan a cabo en el espacio.) Se podría decir que la diferencia entre fuertes y débi- les es la diferencia entre un territorio conformado en la imagen de un ma- pa -estrechamente custodiado y controlado- y un territorio abierto a la intrusión, a la reacomodación de las fronteras y el restablecimiento de los mapas. Al menos, así ha sido durante buena parte de la historia moderna.

D e la modernidad pesada a la modernidad liviana

Esa parte de la historia, que ahora llega a su fin, podía denominarse, a falta de un nombre mejor, "la era del hardware" o "modernidad pesada" -la modernidad obsesionada por el gran tamaño, la modernidad de "lo grande es mejor", o del tipo "el tamaño es poder, el volumen es éxitom-. Ésa fue la época del hardware, la época de las máquinas pesadas y engo- rrosas, de los altos muros de las fábricas que rodeaban plantas cada vez más grandes y que ingerían planteles cada vez mayores, de las enormes locomotoras y los gigantescos vapores oceánicos. Conquistar el espacio era la meta suprema ... apropiarse de todo lo que uno pudiera y pudiera conservar, marcándolo con todas las señales tangibles de posesión y con carteles de "propiedad privada". El territorio fue una de las mayores ob- sesiones modernas, su adquisición fue una de sus mayores compulsiones y la protección de las fronteras llegó a convertirse en una de las adiccio- nes modernas más ubicuas, inflexibles y permanentes.

La modernidad pesada fue la época de la conquista territorial. La ri- queza y el poder se arraigaban firmemente en la tierra -eran macizos, enormes e inamovibles como los yacimientos de hierro y las minas de car- bón-. Los imperios se extendieron hasta los más alejados rincones de la tierra: sólo otros imperios de fuerza igual o superior ponían un límite a la expansión. Todo lo que se extendiera entre los puntos más distantes de los reinos imperiales era considerado tierra de nadie, espacio vacío, y el espacio vacío era un estímulo para la acción y un reproche para los

Michel de Certeau, Tlle Practice of Everyday Life, Berkeley, University of Califor- nia Press, 1984; Tim Crosswell, "Imagining the nomad: mobility and the posunodern pri- mitiven, en: Georges Benko y Ulf Strohmayer (cornps.), Space and Social Theo ry..., ob. cit., pp. 362-363.

ociosos. (La ciencia popular de la época resumía perfectamente el espí- ritu de los tiempos cuando informaba a los legos que "la Naturaleza no tiene vacío".) Aun más insoportable resultaba la idea de los "sitios en blanco" del globo: islas y archipiélagos de los que todavía nada se sabía, masas de tierra que esperaban ser descubiertas y colonizadas, el interior no hollado de los continentes, los diversos "corazones de las tinieblas" que clamaban por luz. Los exploradores intrépidos eran los héroes de las modernas versiones de las "historias de marineros" de Walter Benjamln, de los sueños infantiles y las nostalgias adultas; vivida con entusiasmo en la partida y colmada de honores tras el regreso, una expedición tras otra vagaba por la jungla o el hielo en busca de una cordillera, lago o meseta todavía ausente de los mapas. También el paraíso moderno, co- mo el Shangri-La de James Hilton, estaba "allá afuera", en algún lugar aún "no descubierto", oculto e inaccesible, más allá de las inexpugna- bles cadenas montañosas o de los áridos desiertos, al final de una senda nunca recorrida. La aventura y la felicidad, la riqueza y el poder eran conceptos geográficos o "patrimonios de la tierra" -atados a su lugar, inamovibles e intransferibles-. Todo eso requería muros impenetrables, controles estrechos, guardias insomnes y locación secreta. (La base aérea norteamericana desde la que se lanzó el criminal ataque sobre Tokio en 1942, uno de los secretos mejor guardados de la Segunda Guerra Mun- dial, era apodada "Shangri-La".)

La riqueza y el poder que dependen del tamaño y la calidad del hard- ware tienden a ser lentos, pesados y de movimientos torpes. Están "en- carnados" y fijos, atados al acero y el concreto, y se los evalúa según su peso y volumen. Crecen mediante la expansión del lugar que ocupan y se protegen protegiendo ese lugar: el lugar es al mismo tiempo su leclio de cultivo, su fortaleza y su prisión. Daniel Be11 describió uno de los más poderosos, envidiados y emulados de esos lugares/lecho de cultivo/forta- lezalprisión: la planta Willow Run de General Motors, situada en Mi- chigan.19 La planta ocupaba un terreno de dos tercios por un cuarto de milla. Todos los materiales necesarios para producir autos estaban reuni- dos bajo un único techo gigante, en una monstruosa jaula. La lógica del poder y la lógica del control se basaban en la estricta división del "aden- tro" y el "afuera" y en una vigilante defensa del límite entre ambos. Las

l 9 Véase Daniel Bell, The Etzd of Ideology, Cambridge, MASS., Harvard University Press, 1988, pp. 230-235 [traducción castellana: El fin de la ideología: sobre el agotamien- to de las ideas políticas en los años cincuenta, Madrid, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, 19921.

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dos lógicas, fundidas en una, se reunían en la lógica del tamaño, organi- zada en torno de un precepto: más grande significa más eficiente. En la versión pesada de la modernidad, el progreso implicaba mayor tamaño y expansión espacial.

La rutinización del tiempo mantenía el lugar íntegro, compacto y so- metido a una lógica homogénea. (Bell señaló el poder de la rutinización calificando al tiempo de "métrico".)

En la conquista del espacio, el tiempo debía ser flexible y maleable, y sobre todo reductible por medio de la creciente capacidad "devorado- ra de espacio" de cada unidad: dar la vuelta al mundo en ochenta días era un sueño seductor, pero dar la vuelta al mundo en ocho días lo era muchísimo más. El vuelo sobre el Canal de la Mancha y el vuelo sobre' el Atlántico fueron los hitos con los que se medía el progreso. Sin em- bargo, cuando se trataba de la fortificación del espacio conquistado, de su domesticación y colonización, hacía falta un tiempo rígido, uniforme e inflexible: la clase de tiempo que podía cortarse en tajadas iguales pa- ra que encajaran en secuencias monótonas e inalterables. Se "poseía" verdaderamente un espacio cuando se lo controlaba -y el control signi- : ficaba primordialmente la "domesticación del tiempo", la neutralización de su dinamismo interno: en suma, la uniformidad y coordinación del tiempo-. Era maravilloso y excitante llegar al nacimiento del Nilo antes que otros exploradores, pero un tren que se adelantaba a su horario o las partes de automóviles que llegaban a la línea de montaje antes que otras eran las más terribles pesadillas de la modernidad pesada.

El tiempo rutinizado unía fuerzas con los altos muros de ladrillo coro- nados con alambre de púas o vidrios rotos y con las puertas estrechamen- te vigiladas para proteger el lugar de.posibles intrusos; también impedía que todos los que se encontraran dentro del lugar lo abandonaran a vo- luntad. La "fábrica fordista", el modelo más ambicionado de la raciona- lidad en la época de la modernidad pesada, era un lugar de encuentro cara a cara, pero también era un tipo de matrimonio -del tipo "hasta que la muerte nos separe7'- entre el capital y el trabajo. Era una boda de conve- niencia o por necesidad, pero no un matrimonio por amor, aunque se es- peraba que durara "para siempre" (fuera cual fuese el significado en términos de vida individual), y en general así era. Era un matrimonio esen- cialmente monógamo ... para ambos cónyuges. El divorcio estaba fuera de la cuestión. Para bien o para mal, los cónyuges estaban condenados a su mutua compañía; ninguno de ellos podía sobrevivir sin el otro.

El tiempo rutinizado ataba el trabajo al suelo, en tanto la masividad de las fábricas, la pesadez de la maquinaria y, no menos importante, la

mano de obra permanente "fijaban" el capital. Ni el capital ni el traba- jo deseaban moverse, ni tampoco eran capaces de hacerlo. Como en cualquier otro matrimonio que carece de la válvula de seguridad de un divorcio indoloro, la cohabitación estaba repleta de sonido y de furia, puntuada por violentas erupciones de hostilidad y marcada por una gue- rra de trincheras menos dramática pero más persistente. Sin embargo, a los plebeyos en ningún momento se les ocurría abandonar la ciudad; los patricios tampoco tenían libertad de hacerlo. El oratorio de Agripa no era necesario para inducirlos a quedarse.allí. La intensidad y la perpe- tuidad del conflicto eran una vívida prueba del destino común. El tiem- po congelado de la rutina fabril, junto con los ladrillos y el cemento de los muros de la fábrica, inmovilizaba con tanta eficacia el capital como la mano de obra empleada. No obstante, todo cambió con el adveni- miento del capitalismo software y la modernidad "liviana". El econo- mista de la Sorbona Daniel Cohen lo resumió así: "quien empieza su carrera en Microsoft no tiene idea de dónde la terminará. Comenzarla en Ford o en Renault significaba, en cambio, tener la certeza casi total de concluirla en el mismo sitio".20

No estoy seguro de que en ambos casos descriptos por Cohen sea legí- timo el empleo del término "carrera". Esa palabra evoca una trayectoria establecida, semejante a la "carrera hacia la titularidad" de las universida- des estadounidenses, con una secuencia de etapas marcadas anticipada- mente y acompañadas por ciertas condiciones bastante claras de ingreso y reglas de admisión. La "trayectoria de la carrera" tiende a estar modela- da por una coordinación de presiones de espacio y de tiempo. Lo que les ocurre a los empleados de Microsoft o a los empleados de sus incontables imitadores -donde toda la preocupación de los gerentes apunta a lograr "formas organizativas más laxas que puedan acompañar el flujo" y don- de la organización empresarial es considerada un intento permanente de "crear una isla de adaptabilidad superior" dentro de un mundo "múltiple, complejo y acelerado, y, por lo tanto, 'ambiguo', 'difuso' o 'plástico"'-21

'O Daniel Cohen, Richesse du mo~zde ..., ob. cit., p. 84. '' Nigel Thrift, "The rise of soft capitalism", ob. cit., pp. 39-40. Los ensayos de Thrift

soti esclarecedores y seminales, pero el concepto de "capitalismo soft" empleado en el títu- lo y en todo el texto parece un nombre erróneo y de caracterización poco feliz. No hay na- da soft en el capitalismo software de la modernización liviana. Thrift señala que "bailar" y "surfear" son las mejores metáforas para aproximarse a la naturaleza del capitalismo en su nuevo avatar. Las metáforas están bien elegidas, ya que sugieren levedad y facilidad de mo- vimientos. Los bailarines y los surfers, y particularmente los que se encuentran en una pis- ta de baile repleta y en una costa durante la marea alta, deben ser duros (hard), no soft

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126 MODERNIDAD LIQUIDA

milita en contra de las estructuras durables y especialmente en contra de las estructuras con expectativas de una vida laboral que insuma toda la vida útil del trabajador. En estas condiciones, la idea de "carrera" resul- ta nebulosa y fuera de lugar.

Sin embargo, esta diferencia es una mera disputa verbal. Sea o no co- rrecto el empleo de los términos, lo fundamental es que la comparación de Cohen capta certeramente el cambio de la historia moderna del tiem- po y alude al impacto que está empezando a ejercer sobre la condición existencia1 humana. El cambio en cuestión es la nueva irrelevancia del espacio, disfrazado como aniquilación del tiempo. En el universo soft- ware de los, viajes a la velocidad de la luz, el espacio puede recorrerse, literalmente, "en una fracción de tiempo"; las diferencias entre "lejos" y "aquí nomás" desaparecen. El espacio ya no limita la acción ni sus efectos, y cuenta muy poco o nada en absoluto. Ha perdido su "valor estratégico", como dirían los expertos militares.

Todos los valores, como observara Georg Simmel, son "valiosos" so- lamente mientras se consigan "renunciando a otros valores"; el "desvío del logro de ciertas cosas" es la causa de que "se los considere valiosos [a los valores]". Sin usar estas mismas palabras, Simmel cuenta la histo- ria del "valor fetiche": las cosas, escribió Simmel, "valen justo lo que cuestan" y esta circunstancia parece, perversamente, "decir que cuestan lo que valen". Lo que las hace valiosas son los obstáculos que hay que superar para poder apropiarse de ellas, "la tensión de la lucha por con- seguirlas".22 Si no hace falta tiempo, si no hay que renunciar a él -no hay que "sacrificarlon- para llegar a los más remotos lugares, los luga- res han sido despojados de valor en el sentido simmeliano. Una vez que las distancias pueden recorrerse (y, por lo tanto, se puede actuar sobre partes distantes del espacio) con la velocidad de las señales electrónicas, todas las referencias al tiempo aparecen, como diría Jacques Derrida, sous rature. El término "instantaneidad" parece referirse a un movi- miento muy rápido y a un lapso muy breve, pero en realidad denota la ausencia de tiempo como factor del acontecimiento y, por consiguiente,

(blandos). Y son tan duros como pocos de sus antecesores, capaces de permanecer inmóvi- les o de moverse por pistas bien marcadas y mantenidas. El capitalismo software no es me- nos duro que su antecesor ltardware. Y lo líquido no es nada soft. Basta pensar en un diluvio, una inundación o la ruptura de un dique.

Véase Georg Simrnel, "A cha~ter in the philosophy of valuen, en: The ConfIicr in Modern Cultrtre and Other Essays, trad. de K. Peter Etzkorn, Nueva York, Teachers Co- llege Press, 1969, pp. 52-54.

su ausencia como elemento en el cálculo del valor. El tiempo ya no es "el desvío hacia el logro", y por eso ya no confiere ningún valor al espacio. La casi instantaneidad de la época del software augura la devaluación del espacio.

En la época del hardware, de la modernidad pesada, que según los términos de Max Weber era también la época de la racionalidad instru- mental, el tiempo era el medio que requería ser cuidadosamente mane- jado para que los réditos del valor, que eran espaciales, pudieran maximizarse; en la época del software, de la modernidad liviana, la efi- cacia del tiempo como medio de conseguir valor tiende a aproximarse al infinito, con el paradójico efecto de igualar (más bien para abajo) el valor de todas las unidades que conforman el campo de los potenciales objetivos. La pregunta se ha desplazado, pasando de los medios a los fi- nes. Aplicado a la relación tiempo-espacio, esto significa que como todas las partes del espacio pueden alcanzarse en el mismo lapso (es decir, "sin tiempo"), ninguna parte del espacio es privilegiada, ninguna tiene "va- lor especial". Si es posible acceder a cualquier parte del espacio en cual- quier momento, no hay motivos para llegar a ninguna parte en ningún momento en particular, ni motivos para preocuparse por garantizar el derecho de acceso a cualquiera de ellas. Si uno sabe que puede visitar un lugar en el momento en que lo desee, no tiene ningún impulso de vi- sitarlo con frecuencia o de gastar dinero en un pasaje válido de por vi- da. Y hay menos motivos aun para soportar el gasto de una supervisión y un control perpetuos, de un laborioso y riesgoso cultivo de tierras a las que se puede acceder y que se pueden abandonar con igual facilidad, siguiendo los vaivenes de los intereses y las "relevancias tópicas".

La seductora levedad del ser

El tiempo insustancial e instantáneo del mundo del software es también un tiempo sin consecuencias. "Instantaneidad" significa una satisfacción inmediata, "en el acto": pero también significa el agotamiento y la desa- parición inmediata del interés. El tiempotdistancia que separa el fin del principio se reduce o desaparece por completo; las dos ideas, que antes eran usadas para parcelar el transcurso y para calcular de ese modo el "valor de pérdida" del tiempo, han perdido gran parte de su significa- do que -como todos los significados- surgió de su carácter encarniza- damente opuesto. Sólo hay "momentos", puntos sin dimensiones. Pero ese tiempo, un tiempo cuya morfología es la de un conjunto de momen-

Claudio
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128 MODERNIDAD LÍQUIDA

tos, {sigue siendo el tiempo "tal como lo c~nocemos"? La expresión "momento de tiempo" parece, al menos en ciertos aspectos vitales, un oxímoron. ¿Será, tal vez, que tras haber aniquilado al espacio como va- lor, el tiempo se ha suicidado? ¿No habrá sido el espacio simplemente la primera víctima de la frenética carrera del tiempo hacia su propia ani- quilación?

Lo que hemos descripto es, por supuesto, una condición liminal de la liistoria del tiempo -lo que parece ser, en nuestra etapa actual, la tenden- cia última de esa historia-. Por cerca que esté del cero el tiempo necesa- rio para llegar a un destino espacial, todavía no llegamos a cero. Incluso

- la tecnología más avanzada, equipada con los más poderosos procesado- res, no ha logrado aún una genuina "instantaneidad". Tampoco el espa- cio ha caído en una irrelevancia total y absoluta, ni los agentes humanos han logrado ingravidez, ni infinita volatilidad y flexibilidad. Pero la situa- ción descripta se avizora, sin dudas, en el horizonte de la modernidad li- viana. Y, más importante aun, es el.ideal que persiguen constantemente -aunque nunca lo alcancen ( 2 0 porque nunca lo alcanzan?)- los principa- les operadores de nuestra época, el ideal que, en el avatar de esta nueva norma, satura cada órgano, cada tejido y cada célula del cuerpo social. Milan Kundera describió "la insoportable levedad del ser" como eje de

- la tragedia de la vida moderna. La levedad y la velocidad (¡juntas!) fue- ron elegidas por ftalo Calvino, el inventor de esos personajes completa-

#..mente libres (libres gracias a su elusividad, que imposibilita cualquier intento de atraparlos) -e1 barón rampante y el caballero invisible- que (uncionan como encarnaciones últimas del eterno poder emancipador del arte literario.

Hace más de treinta años (en su clásico Bz~reaucratic Phenomenoiz), Michel Crozier i.dentificó la dominación (en todas sus variedades) con la cercanía a las fuentes de incertidumbre. Su veredicto todavía está vigen- te: dominan las personas que consiguen mantener sus actos en libertad, sin regulación y, por :lo tanto, impredecibles, mientras regulan normati- vamente (rutinizan, es decir, vuelven monótonos, repetitivos y predeci- bles) los actos de otras personas. Las personas que tienen las manos libres dominan a las personas que tienen las manos atadas; la libertad de las primeras es la causa principal de la falta de libertad de las segundas, y la falta de libertad de las segundas es el sentido último de la libertad de las primeras.

En este aspecto, nada ha cambiado con la transición de la moderni- dad pesada a la liviana. Pero el marco se ha llenado con un nuevo conte- nido; más precisamente, "la cercanía a las fuentes de incertidumbre" se ha

reducido, centrándose en un objetivo ... la instantaneidad. Las personas que se mueven y actúan más rápido, las que más se acercan a la instan- taneidad de movimiento, son ahora las personas dominantes. Y las per- sonas que no pueden moverse tan rápido, y especialmente las personas que no pueden dejar su lugar a voluntad, son las dominadas. La domina- ción consiste en la capacidad de escapar, de "descomprometerse", de "es- tar en otra parte", y en el derecho a decidir la velocidad con la que se hace todo eso.. . mientras que, simultáneamente, se despoja a los domi- nados de su capacidad de detener o limitar esos movimientos. La batalla contemporánea de la dominación está entablada entre fuerzas equipadas, respectivamente, con las armas de la aceleración y la demora.

El acceso diferencial a la instantaneidad es crucial en la versión pre- sente del fundamento eterno de la división social en todas sus formas históricas: el acceso diferencial a la impredecibilidad y, por lo tanto, a la libertad. En un mundo poblado por siervos dedicados a avanzar por tie- rra, saltar los árboles era para.10~ nobles una receta segura de libertad. Los barones de hoy tienen el privilegio de comportarse de una manera semejante, manteniendo a los sucesores de los siervos en su lugar, y esa inmovilidad forzosa que los ata al suelo es la que permite a los barones seguir saltando. Por profunda y terrible que sea la miseria de los siervos, no tienen contra quién rebelarse, y, d e rebelarse, tampoco lograrían al- canzar a los ágiles y movedizos destinatarios de esa rebelión.

La modernidad pesada mantenía el capital y el trabajo dentro de una jaula de hierro de la que ninguno podía escapar. ¿a modernidad liviana sólo ha dejado a uno de ellos dentro de la jaula. La modernidad "sóli- da" era una época de compromiso mutuo. La modernidad "fluida" es una época de descompromiso, elusividad, huida fácil y persecución sin esperanzas. En la,modernidad "líquida" dominan los más elusivos, los que tienen libertad para moverse a su antojo.

Karl Polanyi (en Tl7e Great Transformation: the Political and Econo- mic Origin of our Time [La gran transformación], publicado en 1944) proclamó que era una ficción tratar el trabajo como si fuera una "mer- cancía", y reveló las consecuencias de las estructuras sociales basadas en esa ficción. El trabajo, señaló Polanyi, no puede ser una mercancía (al menos no una mercancía como las otras), ya que no puede venderse ni comprarse independientemente de quienes lo hacen. El trabajo sobre el que escribió Polanyi era, sin duda, el trabajo encarnado: el que no podía trasladarse sin trasladar a los trabajadores. Sólo se podía contratar y em- plear mano de obra humana junto con el resto de los cuerpos de los tra- bajadores, y la inercia de los cuerpos contratados limita la libertad de los

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empleadores. Para supervisar el trabajo y para canalizarlo de acuerdo con la idea previa, había que ordenar y supervisar a los trabajadores; para controlar el proceso de trabajo, había que controlar a los trabajadores. Ese requerimiento ponía al capital y al trabajo frente a frente y 10s obliga- ba a mantenerse juntos, para bien o para mal. El resultado era una gran cantidad de conflicto, pero además una buena cantidad de adaptación mu- tua: amargas acusaciones, encarnizada lucha y poco amor, pero también un gran ingenio para establecer reglas de cohabitación moderadamente sa- tisfactorias o apenas tolerables. La revolución y el estado de bienestar fue- ron las dos consecuencias inevitables de esa situación que impedía que el descomprom/so se convirtiera en una opción viable y factible.

Ahora estamos viviendo otra "gran transformación", y uno de sus aspectos más destacados es un fenómeno radicalmente opuesto al des- cripto por Polanyi: la "desencarnación" del trabajo humano que es la principal fuente de alimentación o el campo de pastura del capital con- temporáneo. Ya no son necesarias las enormes y torpes instalaciones de vigilancia, del tipo del panóptico. El trabajo ha salido del panóptico pe- ro, más importante aun, el capital se ha liberado de la terrible carga y de los costos exorbitantes que implicaba mantenerla; el capital se ha li- berado, en realidad, de la tarea que lo ataba y lo obligaba a enfrentarse directamente con los agentes a los que explotaba para lograr reprodu- cirse y extenderse.

El trabajo desencarnado de la época del software ya no ata al capi- tal: le permite ser extraterritorial, volátil e inconstante. La desencarna- ción del trabajo augura la ingravidez del capital. La mutua dependencia entre ambos ha sido unilateralmente cortada; mientras que la capacidad de trabajo sigue siendo incompleta e insatisfecha si se la deja sola, y de- pende de la presencia del capital, el caso inverso ya no es aplicable. El capital se desplaza tranquilamente, contando con la posibilidad de bre- ves aventuras provechosas, confiado en que esas oportunidades no esca- searán y que siempre habrá socios con quienes compartirlas. El capital puede viajar rápido y liviano, y su liviandad y motilidad se han conver- tido en la mayor fuente de incertidumbre de todos los demás. En esta ca- racterística descansa la dominación de hoy, y en ella se basa el principal factor de división social.

La pesadez y el gran tamaño han dejado de ser posesiones valiosas pa- ra convertirse en desventajas. Para los capitalistas dispuestos a cambiar los enormes edificios de oficinas por las cabinas presurizadas, la levedad es la posesión más cara y provechosa, y la mejor manera de lograrla es arrojar por la borda cualquier carga no vital y dejar en tierra a todos los

miembros no indispensables de la tripulación. Uno de los ítem más en- gorrosos del quehay que deshacerse es la onerosa tarea de dirección y supervisión de un plantel numeroso -una tarea que tiende a crecer ince- santemente y a volverse más pesada con el agregado de nuevos compro- misos y obligaciones-. Si la "ciencia gerencial" del capitalismo pesado se concentraba en conservar "la mano de obra", forzándola o sobornán- dola para que permaneciera en su puesto y cumpliera con los horarios de trabajo y los programas de rendimiento, el arte gerencial de la época del capitalismo liviano se preocupa por deshacerse de "la mano de obra", obligándola a irse. Nadie planta un bosquecillo de limones para exprimir un limón.

El equivalente gerencial de la liposucción se ha convertido en la prin- cipal estratagema del arte gerencial: adelgazar, reducir; achicar, cerrar o vender algunas unidades porque no son suficientemente eficientes, y otras porque es más barato que 1;s demás se las arreglen por su cuenta en vez de asumir la carga y el tiempo que insumiría una supervisión gerencial.. . éstos son los preceptos fundamentales del nuevo arte.

Algunos comentaristas se han apresurado a concluir que "lo más grande" ya no es "lo más eficiente". Sin embargo, en una afirmación tan general la conclusión no es correcta. La obsesión por reducir, en reali- dad, es un inseparable complemento de la manía de fusionar. Los mejo- res actores del campo negocian o deciden fusiones para tener más poder de reducir, mientras que la radicalidad de "desnudar el hueso" o "des- pojarse de acciones" es aceptada como precondición vital para el éxito de los planes de fusión. Fusionar y reducir no son propósitos contradic- torios: se condicionan, respaldan y refuerzan entre sí. Sólo se trata de una paradoja aparente; la contradicción se disuelve una vez que se con- sidera la versión "nueva y mejorada" del principio de Michel Crozier. La mezcla de las estrategias de fusión y reducción ofrece al capital y al po- der financiero el espacio para moverse y para moverse rápido, globali- zando todavía más la esfera de sus viajes, y al mismo tiempo privando al trabajo de su poder de negociación y rebelión, inmovilizándolo y atándole las manos con mayor firmeza.

La fusión augura una soga aun más larga al delgado y liviano capital estilo Houdini, que ha basado su dominio en su capacidad de evasión y huida, sustituyendo los compromisos duraderos por tratos a corto plazo y encuentros fugaces, y manteniendo siempre la opción de "un acto de desaparición". El capital gana más lugar para maniobrar -más refugios donde esconderse, una matriz de permutaciones más grande, una mayor variedad de avatares disponibles y, por lo tanto, más fuerza para man-

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tener la fuerza laboral controlada, junto con la ahorrativa capacidad de lavarse las manos de las devastadoras consecuencias de las sucesivas re- ducciones; éste es el rostro contemporáneo de la dominación- con aque- llos que ya han sido golpeados y con los que temen ser los siguientes en la fila. Según consta en un estudio realizado por la Asociación Nortea- mericana de Management, "la moral y la motivación de los trabajadores decayeron agudamente durante las diversas reducciones. Los trabajado- res sobrevivientes quedaron a la espera de que les llegara el turno en vez de festejar su victoria sobre los que fueron despedido^".^^

Sin duda, la competencia por la supervivencia no es solamente el des- tino de los trabajadores -o, más generalmente, de aquellos que están del lado receptor de la nueva relación espacio-tiempo-. En realidad, se infil- tra de arriba abajo en la empresa -permanentemente a dieta- de la mo- dernidad liviana. Para seguir con vida, los gerentes deben reducir los equipos de empleados, y los directivos deben reducir sus cargos geren- ciales para ganar el reconocimiento de la bolsa y los votos de los accio- nistas, y asegurarse el derecho a un buen apretón de manos cuando termine esta vuelta de reducciones. Una vez iniciada, la tendencia al "adelgazamiento" desarrolla impulso propio; se vuelve autoimpulsada y de aceleración autónoma, y (como el empresario perfeccionista de Max Weber, que ya no necesitaba el arrepentimiento calvinista para seguir adelante) el motivo original -mayor eficacia- se vuelve cada vez más irrelevante. El miedo a perder la competencia, a ser destituido, dejado atrás o expulsado de la empresa es suficiente para mantener en marcha el juego de fusión/reducción. Este juego se convierte cada vez más en su propio fin y su propia recompensa o, más bien, el juego ya no necesita tener propósito si la única recompensa es permanecer en él.

La vida instantánea

Durante varios años, Richard Sennett fue un observador regular de la reunión global de los ricos y poderosos que se realiza anualmente en Da- vos. El dinero y el tiempo que invirtió en Davos tuvieron un buen rédito: de sus escapadas, Sennett trajo algunas sorprendentes y chocantes inter-

I 3 Según un informe de Eileen Applebaum y Rosemary Batt, The New Anrerican Workplace, Ithaca, Cornell University Press, 1993. Aquí se cita a Richard Sennett, The Co- rrosion of Character ..., ob. cit., p. 50.

~retaciones de los motivos y los rasgos de carácter que mantenían en mar- cha a los principales actores del juego global. A juzgar por su informe,24 Sennett quedó particularmente impresionado por la personalidad, la ac- tuación y el credo de vida de Bill Gates. Gates, dice Sennett, "parece libre de la obsesión de aferrarse a las cosas. Sus productos aparecen furiosa- mente y desaparecen con igual rapidez, mientras que [Nelson] Rockefeller deseaba poseer pozos petroleros, edificios, maquinaria O ferrocarriles a largo plazo". Gates declaró repetidamente que refería "posicionarse dentro de una red de posibilidades en vez de paralizarse en un trabajo en particular". Lo que parece haber impresionado más a Sennett fue la des- vergonzada, manifiesta y casi jactanciosa voluntad de "destruir lo que él mismo ha hecho, según las exigencias del momento inmediato". Gates parecía ser un jugador que "florece en medio de la dislocación". Tuvo la cautela de no desarrollar apegos (particularmente apegos sentimentales) o compromisos duraderos con nada, incluyendo sus propias creaciones. No sintió miedo de tomar un camino errado, ya que ningún camino lo llevaría en la misma dirección durante mucho tiempo, y dado que volver atrás o desviarse eran para él opciones constantes e inmediatamente dis- ponibles. Podemos decir que, exceptuando el creciente espectro de opor- tunidades accesibles, Gates no acumulaba ninguna >otra cosa en su camino; los rieles eran levantados en cuanto la locomotora avanzaba unos metros, se borraban las huellas y las cosas se arrojaban tan rápida- mente como se armaban.. . y muy pronto eran olvidadas.

Anthony Flew cita a uno de los personajes interpretados por Woody Allen: "no quiero alcanzar la inmortalidad gracias a mi obra, quiero al- canzarla no muriéndomen.2s Pero el significado de la inmortalidad deri- va del sentido de la admisión de la mortalidad; la preferencia de "no morir" no es tanto una elección de otra forma de inmortalidad (una al- ternativa a "la inmortalidad gracias a la propia obra") como una decla- ración de despreocupación por la duración eterna, y de favoritismo por el carpe diem. La indiferencia a la duración transforma la inmortalidad de idea en experiencia, y la convierte en objeto de inmediato consumo: la manera en que uno vive el momento convierte ese momento en una "experiencia inmortal". Si el "infinito" sobrevive a la.transmutación, es sólo como medida de la profundidad o intensidad del Erlebnis. El carác- ter ilimitado de las posibles sensaciones ocupa el lugar que los sueños de duración infinita dejaron vacío. La instantaneidad (anular la resistencia

I4 Richard Sennett, ibíd., pp. 61-62. Anthony Flew, The Logic of Mortality, Oxford, Blackwell, 1987, p. 3.

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del espacio y "licuificar" la materialidad de los objetos) hace que cada momento parezca infinitamente espacioso, y la capacidad infinita signifi- ca que no hay Iímites para lo que puede extraerse de un momento ... por breve y "fugaz" que sea.

El "largo plazo", al que aún nos referimos por costumbre, es un enva- se vacío que carece de significado; si el infinito, como el tiempo, es instan- táneo, "tener más tiempo" puede agregar muy poco a lo que el momento ya nos ha ofrecido. No hay mucho que ganar con las consideraciones "a largo plazo". La modernidad "sólida" planteaba que la duración eterna era el motor y el principio de toda acción; en la modernidad "líquida", la duración eterna no cumple ninguna función. El "corto plazo" ha reempla- zado al "largo plazo" y ha convertido la instantaneidad en ideal último. La modernidad fluida promueve al tiempo al rango de envase de capaci- dad infinita, pero a la vez disuelve, denigra y devalúa su duración.

Veinte años atrás, Michael Thompson publicó un estudio pionero so- bre el complejo destino histórico de la distinción d~rable/ t ransi tor io .~~ Los objetos durables son aquéllos destinados a ser preservados durante un tiempo muy largo; se acercan tanto como es posible a la encarnación de la abstracta y etérea noción de eternidad; en realidad, de la antigüe- dad postulada o proyectada de estos durables se extrapola la imagen de eternidad. A los objetos durables se les asigna un valor especial y son ce- lebrados y ambicionados gracias a su asociación con la inmortalidad -ese valor último, "naturalmente" deseado. cuya aceptación no requiere ninguna clase de argumentación o persuasión-. Los objetos transitorios son opuestos a los durables, y están destinados a ser usados -consumi- dos- y a desaparecer en el transcurso de su consumo. Thompson señala que "las personas más poderosas [...] pueden asegurarse de que sus ob- jetos sean durables y que los de los demás sean siempre transitorios [...] N o pueden perder". Thompson da por sentado que el deseo de "tener objetos durables" es constante en "las personas más poderosas"; tal vez sea incluso la capacidad de hacer objetos durables, de conservarlos, de protegerlos del robo y la expoliación, de monopolizarlos, lo que hace "poderosa'' a esa gente.

Esos pensamientos parecen ciertos (o al menos creíbles) dentro del con- texto de la modernidad sólida. Sin embargo, quiero sugerir que el adveni- miento de la modernidad fluida ha socavado su credibilidad. El privilegio de los poderosos de hoy, y lo que los hace poderosos, es la capacidad -al

26 Véase Michael Thornpson, Rubbisl? T17eory: the Creation aizd Destruction of Value, Oxford, Oxford University Press, 1979, ~articularrnente pp. 113-119.

estilo Bill Gates- de acortar el lapso de la durabilidad, de olvidar el "lar- go plazo", de centrarse en la manipulación de lo transitorio y no de lo durable, de deshacerse de las cosas con ligereza para dejar espacio a otras cosas igualmente transitorias y destinadas a consumirse. Quedarse con las cosas largo tiempo, más allá de su "fecha de vencimiento" y más allá del momento en que se ofrecen reemplazos "nuevos y mejores", "supe- riores", es en realidad un síntoma de carencia. Una vez que la infinidad de posibilidades ha despojado a la infinidad del tiempo de su poder de seducción, la durabilidad pierde atractivo y pasa de ser un logro a ser una desventaja. Tal vez convenga observar que la frontera que divide lo durable de lo transitorio -que fuera alguna vez un foco de disputas y de actividad productiva- ha sido ahora abandonada por la policía fronteri- za y por los productores.

La devaluación de la inmortalidad sólo puede augurar una revolución cultural, posiblemente el hito más decisivo de la hiscoria cultural huma- na. El paso del capitalismo pesado al liviano, de la modernidad sólida a la fluida, puede resultar un desvío aun más radical y seminal que el ad- venimiento del capitalismo y la modernidad misma, considerados hasta el momento los hitos cruciales de la historia humana desde la revolución neolítica. Por cierto, a lo largo de toda la historia humana, la tarea de la cultura fue extraer y sedimentar duras semillas de perpetuidad a partir de las transitorias'vidas y las fugaces acciones de los humanos, conjurar la duración a partir de la transitoriedad, la continuidad a partir de la dis- continuidad, y trascender así los Iímites impuestos por la mortalidad hu- mana poniendo a hombres y mujeres mortales al servicio de la inmortal especie humana. La demanda de esta clase de tarea se ha reducido mu- cho en la actualidad. Las consecuencias de la falta de demanda todavía no son claras y resulta difícil visualizarlas anticipadamente, ya que no existen precedentes que nos proporcionen una base comparativa.

La nueva instantaneidad del tiempo cambia radicalmente la modali- dad de cohabitación humana -y especialmente la manera en que los hu- manos atienden ( o no atienden, según el caso) sus asuntos colectivos, o más bien la manera en que convierten (o no convierten, según el caso) ciertos asuntos en temas colectivos-.

La "teoría de la elección pública", que ha logrado recientemente avances fenomenales dentro del terreno de la ciencia política, captó ade- cuadamente la nueva postura (aunque, como suele ocurrir cuando nuevas prácticas humanas establecen una escena nueva para la imaginación hu- mana, se apresuró a generalizar acontecimientos relativamente recientes -convirtiéndolos en verdades eternas de la condición humana- que su-

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puestamente habían'sido pasados por alto o desmentidos por "los eru- ditos .del pasado"). Según Gordon Tullock, uno de los más distinguidos promotores de la nueva moda teórica, 'le1 nuevo enfoque empieza por suponer que los votantes son muy semejantes a clientes, y que los políti- cos son muy semejantes a empresario.sl'. Escéptico con respecto al valor del enfoque de "la elección pública", Leif Lewin replicó cáusticamente que "la escuela de pensamiento de la elección pública [. ..] pinta al hom- bre político como [...] un cavernícola miope". Lewin piensa que es algo absolutamente erróneo. Puede haber sido cierto en la época de los tro- glodita~, "antes de que el hombre 'descubriera el futuro' y aprendiera a hacer cálculos a largo plazo", pero no ahora, en nuestros tiempos mo- dernos, cuando todo el mundo, o la mayoría, conoce tanto a los electores como a los políticos, y sabe que "mañana volveremos a encontrarnos", de modo que la credibilidad es "la posesión más valiosa del político"27 (en tanto la asignación de la confianza, podríamos agregar, es el arma más usada de los electores). Para respaldar su crítica de la "teoría de la elección pública", Lewin refiere a numerosos estudios empíricos que de- muestran que muy pocos votantes votan pensando en su billetera, y que la gran mayoría declara que su conducta está condicionada por el esta- do general del país. Esto, para Lewin, era lo esperable; esto, para mí, es lo que 16s votantes entrevistados creyeron que se esperaba que dijeran, lo que era comme il faut que dijeran. Si se tienen en cuenta las notables disparidades entre lo que hacemos y el modo en que narramos nuestras acciones, no podemos rechazar de plano las afirmaciones de los teóricos de la "elección pública" (aunque sí la validez universal de esas afirma- ciones). En este caso, esa teoría puede haber ganado profundidad por apartarse de lo que se ha considerado, de manera poco crítica, "datos empíricos".

Es cierto que una vez los hombres de las cavernas "descubrieron el mañana". Pero la historia es tanto un proceso de olvido como de apren- dizaje, y la memoria es famosa por su selectividad. Tal vez "mañana vol- vamos a encontrarnos". Pero tal vez no, o, mejor dicho, cuando nos encontremos mañana, tal vez no seamos los mismos que nos encontra- mos hace un momento. Si así ocurre, la credibilidad y la confianza, ¿son valores o defectos?

27 Leif Lewin, "Man, society and the failure of politics", en: Crrtical Review, invier- no-primavera de 1998, p. 10. La cita criticada p roce de del prefacio de Gordon Tullock a la obra de William C. Mitchell y Randy T. Simmons, Beyond Politics: Markets, Welfare and the Failure of Bureaucracy, Boulder, COL., Westview Press, 1994, p. xiii.

Lewin recuerda la ~ a r á b o l a de los cazadores de ciervos de Jean-Jac- ques Rousseau. Antes de que los hombres "descubrieran el mañana" -cuenta la historia-, podía ocurrir que un cazador hambriento, en vez de esperar pacientemente que el ciervo saliera del bosque, cazara.un co- nejo avistado por azar, aunque su ración de carne del ciervo cazado co- lectivamente hubiera sido más grande. Sin duda. Pero en la actualidad, muy pocos equipos de caza permanecen unidos el tiempo necesario pa- ra que aparezca el ciervo, de modo que cualquiera que deposite su con- fianza en los beneficios del emprendimiento conjunto sufrirá una amarga desilusión. Y ocurre que, para atrapar al ciervo, se necesitan ca- zadores unidos, capaces de cerrar filas y de actuar solidariamente, pero los conejos adecuados para el consumo individual son muchos y no Ile- va demasiado tiempo matarlos, desollarlos y cocinarlos. Éstos también son descubrimientos.. ., nueuos descubrimientos, tal vez tan cargados de consecuencias como "el descubrimiento del mañana".

La "elección racional" de la época de la instantaneidad significa bus- car gratificación evitando las consecuencias, y particularmente las res- ponsabilidades que esas consecuencias pueden involucrar. Las huellas durables de las gratificaciones de hoy hipotecan las posibilidades de las gratificaciones de mañana. La duración deja de ser un valor y se con- vierte en un defecto; lo mismo puede decirse de todo lo grande, sólido y pesado ... lo que obstaculiza y restringe los movimientos. Ha terminado la época de las gigantescas plantas industriales y los cuerpos volumino- sos: antes, daban prueba del poder de sus dueños; hoy presagian la de- rrota en el próximo round de aceleración, de modo que son una marca de impotencia. Cuerpos delgados y con capacidad de movimiento, ropas livianas y zapatillas, teléfonos celulares (inventados para el uso del nó- made que necesita estar "permanentemente en contacto"), pertenencias portátiles y desechables, son los símbolos principales de la época de la instantaneidad. El peso y el tamaño, y especialmente lo gordo (literal o metáforico), culpable de la expansión de los dos anteriores, comparten el destino de la durabilidad. Son los peligros que hay que combatir o, mejor aun, evitar.

Es difícil concebir una cultura indiferente a la eternidad, que recha- za lo durable. Es igualmente difícil concebir una moralidad indiferente a las consecuencias de las acciones humanas, que rechaza responsabilidad por los efectos que esas acciones pueden ejercer sobre otros. El adveni- miento de la instantaneidad lleva a la cultura y a la ética humanas a un territorio inexplorado, donde la mayoría de los hábitos aprendidos para enfrentar la vida han perdido toda utilidad y sentido. Según la famosa

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expresión d e Guy Debord, "los hombres se parecen más a su época que a sus padres". Y los hombres y las mujeres de hoy difieren de sus padres y de sus madres porque viven en un presente "que quiere olvidar el pa- sado y ya n o parece creer en el futuro".28

Pero la memoria del pasado y la confianza en el futuro han sido, has- ta ahora, los dos pilares sobre los que se asentaban los puentes morales entre lo transitorio y lo duradero, entre la mortalidad humana y la inmor- talidad de los logros humanos, y entre la asunción de responsabilidad y la preferencia por vivir el momento.

Guy Debord, Conzments otz the Society of the Spectacle, trad. de Malcolm Imrie, Londres, Verso, 1990, pp. 13 y 16 [traducción castellana: Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Barcelona, Anagrama, 19901.

4. Trabajo

El Ayuntamiento de Leeds, ciudad en la que he pasado los últimos treinta años, es un majestuoso monumento a la arrogante ambición, y consiguien- te confianza en sí mismos, de los capitanes de la Revolución Industrial. Construido a mediados del siglo XIX, grandioso, macizo y opulento, fue erigido en piedra con la intención de que perdurara para siempre, como el Partenón o los templos egipcios a los que imita en su arquitectura. En su centro alberga el enorme salón de asambleas, en el que debían con- gregarse regularmente los habitantes de la ciudad para discutir y decidir los siguientes pasos a dar para mayor gloria de su ciudad y del Imperio Británico. Sobre el cielorraso del salón fueron escritas en oro y púrpu- ra las reglas que debía seguir todo aquel que quisiera unírseles en esa marcha. Entre los sacrosantos principios de una ética burguesa autoa- firmada y autoasertiva del tipo "la honestidad es la mejor política", "auspicium rnelioris @vi" o "ley y orden", un precepto llama la atención por su concisión enérgica e inflexible: "hacia adelante". Los ancestros de la ciudad, a diferencia de los visitantes contemporáneos del edificio, no debían tener ninguna duda de lo que esto significaba. No tenían necesi- dad, seguramente, de preguntar cuál era el significado de la idea de "ir adelante" llamada "progreso". Conocían la diferencia entre "hacia ade- lante" y "hacia atrás". Y podían alegar que la conocían porque ejecuta- ban el acto que producía esta diferencia: junto con "hacia adelante", otro principio había sido pintado en oro y púrpura -"labor omnia uin- cit" ("el trabajo todo lo vence7')-. Hacia adelante era el destino, el tra- bajo era el vehículo que debía conducirlos hasta allí, y los ancestros de la ciudad que comisionaron la construcción del Ayuntamiento tuvieron las fuerzas suficientes como para mantenerse en carrera hasta llegar a destino.

El 25 de mayo de 1916, Henry Ford le decía a un corresponsal del Chicago Tribune:

La historia es una pavada. Nosotros no queremos tradición. Que- remos vivir en el presente, y nos importa un bledo la historia que no sea la que hacemos hoy.