mitos escatologicos
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Tres mitos de Platón
José Fortuny Pou
Filosofía Griega. 1º de grado de filosofía.
UIB. Junio 2011
Contenidos:
En el Gorgias.
En el Fedón.
En la República.
¿Por qué los mitos?
¿Para qué los mitos?
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Los mitos escatológicos de Platón componen, por sí mismos, desprovistos de contexto, una
atractiva y variada obra de literatura fantástica. Pero en el ámbito de su filosofía, adquieren un
sentido mucho más amplio, siempre en función y al servicio de sus argumentos. El del Gorgias
nos habla del valor del verdadero vivir, por y para, la filosofía. El del Fedón quiere resaltar, con la
figura de Sócrates como paradigma, el premio a una ética y a una vida esencialmente virtuosa. En
la República se insiste en que la justicia es el único camino para los hombres y en que la
responsabilidad de la elección de su destino individual, es exclusivamente suya. Aquí presento un
resumen de cada mito y una sucinta explicación, o especulación, de alguno de los posibles motivos
e intenciones que pudo tener Platón para escribirlos.
En el Gorgias, (522e - 527e)
En el final de este dialogo Sócrates advierte a Calicles del juicio que padecen los difuntos y cual
es el destino final de las almas. Para ilustrar la conversación, Platón pone en boca de su maestro
un mito que considera verdadero, ante el escepticismo de Calicles. Nadie teme a la muerte en sí
misma –dice Sócrates– lo que se teme, es cometer injusticia. Que el alma vaya al Hades cargada
de delitos es el más grave de todos los males. Ya en la época de Crono existía una ley, según la
cual el que ha vivido con justicia y con piedad debe ir, después de muerto, a las Islas de los
Bienaventurados. El que ha llevado una vida de injusticia va al Tártaro, una cárcel de expiación y
castigo. En la antigüedad tal sistema judicial no funcionaba muy bien: los jueces estaban vivos y
juzgaban a los hombres, aún vivos, el día de su muerte. Las sentencias no siempre eran acertadas y
Plutón y los guardianes de las Islas de los Bienaventurados, se quejaron a Zeus de que, en
ocasiones, algunos difuntos iban a lugares que no merecían. La solución de Zeus, que Prometeo
tenia que comunicar y hacer cumplir, fue: primero, arrebatarles a los hombres el conocimiento
anticipado de su propia muerte; segundo, juzgarlos desnudos, esto es, sin sus atributos, que pueden
ser engañosos; en tercer lugar, se les debía juzgar después de su muerte; por último los jueces
también debían estar muertos y desnudos. Sólo el alma del juez podía examinar las almas
solitarias sin ornamentos, ni sequitos. Tres de los hijos de Zeus fueron nombrados jueces.
Radamantis juzgaría a los de Asia, Éaco a los de Europa. Minos pronunciaría la sentencia
definitiva, cuando hubiera dudas. Los procesos se celebraban en la “pradera de la encrucijada” de
donde parten los caminos, uno de ida y uno de vuelta, que conducen al Hades y al Tártaro.
En tanto que alma y cuerpo conservan el mismo estado después de la muerte, un hombre
grande, por ejemplo, hace un cadáver grande; un alma pura en vida es, también, pura tras la
muerte, al menos, durante cierto tiempo. Las señales de la conducta de los hombres son visibles
cómo las cicatrices. El juez examina las almas por igual y, en función de sus señales, decide a
donde van a ir. Si el castigo es justo, el castigado se hace mejor y saca un provecho. A los demás
les sirve de ejemplo y mejorarán, por el miedo a sufrir el mismo castigo. El provecho se alcanza
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con dolor y sufrimiento. Los delitos más graves resultan incurables, son castigados para siempre y
sirven de advertencia. Aquellos más duramente castigados suelen ser los tiranos que, por su poder,
cometen los peores delitos. La tradición ofrece ejemplos de castigos terribles en las figuras de
personajes cómo Sísifo, Tántalo y Ticio. Quienes que no tienen suficiente poder para cometer el
mal, como es el caso de Tersites, son más afortunados, en la opinión de Sócrates, porqué se
pueden redimir. Los bondadosos de entre los poderosos, merecen mayor admiración por ser muy
difícil mantenerse justo cuando se tiene la libertad de ser injusto.
Los jueces envían a los malvados al Tártaro, indicando si se pueden curar o no. En ocasiones
el alma de algún filosofo es enviada directamente a las Islas de los Bienaventurados. Sócrates
confiesa que, por la convicción de que estos hechos son así, él medita acerca de la forma de
presentar a los jueces un alma lo más sana posible. Despreciando honores de la multitud,
cultivando la verdad, siendo lo mejor que pueda mientras viva y en el momento de la muerte. A
Calicles, directamente, le dice que censura a los que no sean capaces de defenderse ante el juez. Y
aunque esto parezca un cuento de viejas, no hay nada que demuestre que no sea cierto, ni nadie,
siquiera los más sabios, que puedan demostrar que se deba llevar un modo de vida distinto del que
resulta útil después de la muerte. Este relato, le dice, “sirve de guía por encima del tuyo, Calicles,
para vivir y morir practicando la justicia”.
En el Fedón, (107c - 115a)
Al final de este dialogo, Sócrates les cuenta a sus amigos, momentos antes de tomar la cicuta,
cómo es el viaje al más allá y cual es el destino de las almas, tras el juicio al que son sometidas,
después de la muerte. Además les hace una detallada descripción geográfica del otro mundo.
Cada difunto es acompañado por su propio daímôn, al lugar donde se congregan los difuntos
para ser sentenciados y, de allí, guiados al Hades, dónde recibirán “lo que se merecen” para luego
regresar, a través del tiempo, al punto de partida. De los ritos fúnebres 1, se deduce que el camino
recorrido no es fácil. Las almas, apegadas a su cuerpo, las criminales y no purificadas, son
arrastradas de mala manera por su daímôn y, rechazadas por las demás. Vagan errantes, como
indigentes por largos periodos, hasta que son reclamadas por la Necesidad a su morada. Las almas
puras, que en vida han actuado con sensatez, siguen adelante y encuentran a los dioses como
guías, para llegar a las maravillosas regiones de la tierra que se merecen.
En este punto, a requerimiento de Simmias, Sócrates se embarca en la descripción de las
tierras del Hades. Avisando previamente, sin embargo, a su interlocutor, de que es más fácil contar
como es tal lugar que demostrar que es como se cuenta. La tierra está en el centro de una esfera
1 Algunas laminillas halladas en enterramientos de los siglos IV y V a.C., como la de Hiponio o la de Petelia, de origen Órfico, que contienen instrucciones para el viaje de los difuntos, dan prueba de ello.
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celeste que la sustenta, inmóvil, por su propia homogeneidad. Es enorme, está llena de cavidades
en las que confluyen agua, niebla y aire. La parte de la tierra que conocen los griegos, “entre las
columnas de Heracles y el Fasis”, es sólo una pequeña parte. En el cielo, además de la tierra, están
los astros y el éter. La superficie de la tierra, donde viven los hombres es, en realidad, el fondo del
éter, como sería el fondo del mar respecto de la atmósfera. Cómo los peces, que se arrastran por el
fondo arenoso, los hombres creen vivir en la superficie y por ser pesados y débiles no llegan a
asomar la cabeza por encima del borde del cielo. Si pudieran, verían que aquello es la tierra en
sentido propio, allí está la verdadera luz. Los colores, son más puros y brillantes, los seres más
proporcionados, sanos y bellos. Las rocas son piedras preciosas, hay oro y plata por doquier. El
espectáculo produce felicidad. Los hombres de allí viven alrededor del aire como los de aquí viven
alrededor del mar. Su aire es el éter, tienen una sola estación en el año, lo que respiran es más puro
y, por eso, los sentidos son más agudos, no hay enfermedades y se vive más. Es un lugar visitado
por los dioses donde el sol, la luna y las estrellas, se ven tal cómo son.
En esa tierra hay cavidades de distintas profundidades comunicadas entre sí, por conductos
en los que fluyen, cíclicamente, agua fría y caliente, fuego y lava. La mayor de esas simas es la
que ya mencionó Homero: el Tártaro. Se trata de un abismo en el que confluyen todos los ríos, que
van y vienen. Es una masa sin fondo ni lecho, su materia, el agua, se mezcla con el aire que la
sostiene, en una especie de ciclo, que llega hasta el mundo de aquí. Las corrientes, de ida y vuelta,
cruzan la tierra y la rodean. Hay que pensar que, en un universo esférico, como el que se describe,
no existe el arriba ni el abajo. Los cuatro ríos más importantes son: el Océano, que fluye en
circulo; el Aqueronte, que desemboca en la laguna Aquerusíade, lugar de estancia de muchas
almas antes de ser devueltas a las generaciones de seres vivos; un tercer río, el Piriflegetonte, nace
de entre los dos anteriores, cruza un pantano de fuego, agua hirviente y barro, pasa cerca del lago
Aquerusíade, pero sin mezclar sus aguas, y, enroscándose, dando vueltas a la tierra, va a morir al
Tártaro; por último el Estigio o Cocito y su laguna Estigia, de vivo color lapislázuli, nace en un
terrible lugar, bajo tierra, y serpentea en dirección opuesta al Piriflegetonte para desembocar en el
lado contrario del Tártaro.
En la parte final de su narración, Sócrates cuenta que, a su llegada, los difuntos son juzgados
por si han vivido con bondad y virtuosamente, o no. Los absueltos van por el Aqueronte hasta la
laguna Aquerusíade, donde se purifican y reciben honores a sus meritos. Los condenados
irremediables van al Tártaro, de donde no saldrán nunca. Quienes han cometido delitos menores y
han dado muestras de arrepentimiento, pasan un año en el Tártaro y son expulsados por el oleaje a
los ríos que allí desembocan. De vuelta a la laguna de las almas, claman perdón a sus victimas y sí
estas les perdonan, salen de allí y cesan sus males; en caso contrario su condena vuelve ha
empezar. La estancia en el Tártaro es terrorífica, obvia decirlo. Los difuntos de “santo vivir”
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ascienden a la superficie, sobre la tierra, a la morada pura, donde se establecen en el bienestar
absoluto. Entre tales elegidos, y esto es lógico viniendo de Platón, los purificados por la filosofía
viven para siempre, en moradas aún más bellas.
Según esta exposición y en vista de que la esperanza es grande y el premio lo vale, Sócrates
recomienda prudencia y virtud a su auditorio. Aclara que, si bien no puede demostrar
sensatamente, que lo que ha contado sea cierto punto por punto, en tanto que el ama es inmortal
vale la pena creerlo. “Es un hermoso riesgo”, dice. Por eso, el que durante su vida ha obrado bien,
prudentemente y con justicia, valor, libertad y verdad, va tranquilo al Hades cuando el destino lo
llama. Así le ocurre a él y así termina el mito del Fedón.
En la República, (614b - 621d)
El conocido como Mito de Er, quizá sea el más Platónico de los tres. Er, guerrero panfilio, volvió
a la vida sobre su pira, doce días después de morir en el campo de batalla y contó lo que había
visto. Tras su muerte, su alma, y otras muchas, llegaron a un lugar con dos entradas en el cielo y
dos en el suelo, donde les esperaban unos jueces. A los justos los enviaban por la derecha, con un
letrero en el pecho, hacia el cielo. A los injustos los enviaban por la izquierda, hacia las
profundidades, con un letrero a la espalda. A Er lo designaron observador y pudo ver cómo las
almas se alejaban, cada una por su puerta y como por la puerta contigua regresaban otras almas de
su peregrinar, sucias unas y limpias otras. En la encrucijada acampaban las almas y, como en una
feria, intercambiaban sus experiencias, de mil años transcurridos arriba o abajo. Mil años, porqué
cada cual pagaba una pena de diez veces por injusticia cometida, durante cien años cada vez.
Aunque la condena variaba según el tipo de delito cometido. Si alguno de los que todavía no
habían cumplido su castigo intentaba colarse por la puerta del cielo, sonaba un mugido de alarma
y aparecían una suerte de vigilantes, “hombres salvajes y henchidos de fuego” que, en el acto, los
descuartizaban como escarmiento. A los siete días de acampada, las almas debían ponerse en
marcha de nuevo y a los cuatro días de marcha llegaban a un alto paraje, desde el que se podía ver
una luz, que era como una columna entre el cielo y la tierra. En el pie de la luz terminó la andanza
y allí contemplaron un magnifico decorado. en el que el huso de la Necesidad sujetaba una serie
de ocho esferas concéntricas de diferentes tamaños, que a su vez estaban coronadas, cada una, con
una sirena que emitía una nota. En el centro, había tres mujeres sentadas en circulo y cantando al
compás de las sirenas, las Moiras. Láquesis controlaba el pasado, Cloto el presente y Astropo el
futuro y las tres hacían girar las esferas del huso. Allí fueron colocadas, las almas, en fila y
participaron en el sorteo de turnos para elegir un modo de vida al que cada alma quedaría
vinculada. Los modelos de vida fueron colocados en tierra, todos mezclados. Había gran variedad,
de toda clase de vidas animales y humanas. Es importante señalar que la responsabilidad de la
elección recaía exclusivamente en el que elegía y Platón, por boca de Sócrates, remarca que es
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necesario elegir bien, distinguiendo el modo de vida valioso del perverso. Y para elegir bien, es
necesario el conocimiento y la razón. De una sabia elección depende la felicidad del hombre.
Cuenta Er, que a pesar de las advertencias de que el orden de elección no era determinante,
el primero en elegir se precipito hacia una nefasta vida de tirano, por codicia e insensatez. Y que el
último que, por casualidad, fue el mismísimo Ulises, eligió con moderación una vida anónima,
cansado como estaba de tantas fatigas, comentando que aunque le hubiese tocado elegir en primer
lugar habría escogido la misma. Entre uno y otro, Er tuvo ocasión de presenciar como escogían
personajes de la categoría de Orfeo, Agamenón o Atalanta, cada uno según sus deseos. En cuanto
todas las almas hubieron escogido, desfilaron en orden ante cada una de las Moiras. Laquesis les
asignó un daímôn protector, a cada una; Cloto ratificó su destino haciendo girar el huso y Atropo
hizo inalterable lo anterior. Pasando bajo el trono de la Necesidad se dirigieron todas a la Planicie
del Olvido, un caluroso desierto, por el que transcurre el río de la Desatención, (“cuyas aguas
ninguna vasija retiene”), junto al que acamparon al atardecer. Bebiendo una medida de agua del
río, cada una de las almas se olvidaba de todo lo visto y aprendido. Poco después, ya de noche, en
mitad del sueño, hubo un trueno y un terremoto, y las almas fueron lanzadas como “estrellas
fugaces” para su nacimiento. Er, que no había bebido el agua del olvido, regresó a la vida, aunque
sin saber como. Volvió para traer este relato, que podrá salvar a los que le hagan caso y
mantengan inmaculada su alma. Y ya que ésta es inmortal, capaz de mantenerse firme ante todos
los males y bienes, puede practicar la justicia, la sabiduría y la bondad, con hombres y dioses,
tanto aquí como en el viaje descrito, para así alcanzar la dicha.
¿Por qué los mitos?
De la misma manera que nadie discute la importancia de Platón en el ámbito de la filosofía
universal, nadie cuestiona, tampoco, la extraordinaria calidad literaria de su legado. Platón
escribió mucho y muy bien. Sus obras están repletas de metáforas, alegorías, símiles, ironías y de
mitos. Un mito es la narración de una historia sagrada que ocurre en el principio de los tiempos, o
cuando no, mucho tiempo atrás, y que “cuenta cómo, gracias a las hazañas de unos seres
sobrenaturales una realidad ha venido a la existencia” 2. El origen de la existencia del cosmos, la
existencia de un lugar, de un animal o una planta; como empezó cierta conducta humana o una
institución. A través de ellos los pueblos aprendieron la historia de la creación del mundo, del
hombre y de sus costumbres, historias que recordaron y transmitieron generación tras generación.
Los mitos escatológicos, concretamente, tratan del fin del mundo, de la muerte y de la vida de
ultratumba. Se trata, pues, de un patrimonio colectivo, valorado cómo uno de los aglutinantes de
2 Miguel Díez R., Paz Díez-Taboada. Relatos populares del mundo. Espasa Calpe. Madrid 2007. (p 26)
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una cultura y, por lo tanto, de una sociedad. En el tiempo de Platón, de la polis. Estamos, además,
ante un canal de difusión nada despreciable.
A través de los mitos Platón pudo explicar lo inexplicable, superando el problema del
vocabulario que aún no había generalizado la comprensión aceptada de los conceptos, ni les había
puesto nombre a todas las ideas. El lenguaje filosófico no estaba aceptado como tal. Muchos de
los elementos de la filosofía de Platón no se podían expresar, de manera comprensible, con el
lenguaje de la época. “Platón creía que la mente humana no podía ir más allá con la sola ayuda de
sus particulares instrumentos de pensamiento dialéctico” 3. Además en la antigüedad no había una
división radical entre la filosofía y la “no filosofía”. Platón utilizó el lenguaje de la calle, el logos;
el literario o poético, mythos; y el telethos, lenguaje iniciático o mistérico procedente de los ritos
órfico-pitagóricos. Y los entretejió en su discurso, en su propio lenguaje para describir los
conceptos metafísicos. Este tejido, (etimología de texto), de lenguajes es el que configura sus
escritos y por tanto su filosofía 4.
¿Para qué los mitos?
En vista de lo útil que resulta el lenguaje iniciático, respaldado convenientemente por la tradición
expresada en los mitos, para la religión, ¿por qué no emplearlo también para la filosofía?. Para
llegar a “ciertas regiones de la verdad” indemostrables, Platón utilizó el medio que le ofrecieron
los mitos 5. El lenguaje iniciático sugiere que, para pasar de la ignorancia al conocimiento, hay que
seguir un camino, unos pasos, un ritual. Y si quienes te indican ese camino son los poetas, o los
dioses, o los órfico-pitagóricos el plus añadido de prestigio y veracidad, es incuestionable.
“La función de los mitos es expresar dramáticamente la ideología de que vive la sociedad, mantener
ante su conciencia no solamente los valores que reconoce y los ideales que persigue (…), sino ante
todo su ser y estructura mismos, los elementos los vínculos, los equilibrios, las tensiones que la
constituyen; justificar, en fin, las reglas y las prácticas tradicionales, sin las cuales todo lo suyo se
dispersaría”6
Platón lo sabia y, ante la disyuntiva de romper con la tradición e inventar un nuevo lenguaje,
o continuar con la tradición e inventar un nuevo lenguaje, está claro que, eligió esto último7. Los
tres mitos escatológicos parecen perfectamente engarzados entre sí. Cómo una joya delicada. El
objetivo, su razón principal, es demostrar efectivamente que la actitud el filosofo tiene premio.
Que a un comportamiento moral erróneo, le corresponderá un peor destino y a una actitud
3 W. K. C. Guthrie. Los filósofos griegos. De Tales a Aristóteles. F.C.E. Mexico, 1994, (p 112)4 Estas consideraciones, y algunas de las siguientes, provienen del curso de filosofía Griega impartido por Francesc Casadesus en la UIB, el presente año.5 W. K. C. Guthrie. 1994, (p 112)6 Sagrada Biblia, trad. Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga. B.A.C. Madrid, 1985. (p 26-28)7 W. K. C. Guthrie, 1994, (p 96).
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virtuosa, iniciada en la filosofía, en la razón, le corresponderá un mejor destino. En el Fedón
Sócrates se considera afortunado por morir habiendo dedicado la vida a la sabiduría, y por tanto, a
la virtud. El mito del Gorgias está escrito para dar miedo. Calicles y Sócrates se enfrentan de
forma irreconciliable, y aquel es advertido de los castigos que le esperan en el Hades a su alma
inmortal, si sigue los caminos de la injusticia. Er, en la República, pone negro sobre blanco,
mediante la creación de un mito nuevo, el hecho de que la elección de nuestro destino no depende
más que de nosotros mismos y que los dioses están exentos de responsabilidad. Por tanto elegir el
camino de la filosofía es posible y deseable. El viaje de las almas al Más Allá es necesario
explicarlo, por mera coherencia, para justificar la inmortalidad de las almas: si es cierto que el
alma es inmortal, ¿a dónde va cuando morimos?. Podríamos decir, entre otras cosas, que a beber el
agua del olvido para regresar sin recuerdos de su vida anterior, aunque no, sin conocimiento.
Platón, con sus mitos escatológicos, demostró aquella máxima de que para entender algo hay
que meterse dentro y creérselo. Siempre colocándolos al servicio de sus intereses, con los “cuentos
de viejas” consiguió hacerse entender en su época y en las siguientes.
Bibliografía.
Miguel Díez R., Paz Díez-Taboada. Relatos populares del mundo. Espasa Calpe. Madrid, 2007
Sagrada Biblia, trad. Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga. B.A.C. Madrid, 1985
W. K. C. Guthrie. Los filósofos griegos. De Tales a Aristóteles. F.C.E. México, 1994
NOTA: Las traducciones de los diálogos resumidos son de C. García Gual de la página de Internet http//:www.librodot.com
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