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4 Navegar hacia un lugar seguro

Pequeña Liebre y la tierra retumbante

Dos contra el Mississippi

Lecturas niveladas

Número de palabras: 2.209

1505245

ISBN-13:978-0-547-03575-8ISBN-10:0-547-03575-6

por Joseph Killorin Brennanilustrado por Yoshi Miyake

Dos contrael Mississippi

Copyright © por Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este trabajo puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o medio, electrónica o mecánicamente, incluyendo fotocopia o grabación, ni por ningún sistema de almacenamiento de infor-mación, sin el permiso por escrito del propietario de los derechos del contenido, a menos que dicha copia esté expresamente permitida por las leyes federales de propiedad intelectual. Cualquier solicitud de permiso para copiar cualquier parte de este trabajo debe ser enviada a Houghton Mifflin Harcourt School Publishers, atención Permisos, 6277 Sea Harbor Drive, Orlando, FL. 32887-6777.

Impreso en Chile

ISBN: 978-0-547-03575-8 ISBN Edición Chile: 978-0-547-87265-0

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El poderoso MississippiEn julio de 1993, un muchacho llamado Lastings Howorth

y su hermana Emma trabajaron juntos para completar una tarea peligrosa. El río Mississippi estaba por inundar su granja y se encargaron de salvar la manada de 300 vacas lecheras de la familia. Había otro problema además del río. Lastings y Emma tenían personalidades muy diferentes. Si bien no había tiempo que perder, Lastings caminaba lentamente, pensativo, mientras que Emma iba adelante, apurada, con desesperación.

Las diferentes personalidades del hermano y la hermana se parecían mucho a los estados de ánimo del río Mississippi. Cuando el sol brillaba, el río corría perezosamente; pero, cuando las lluvias primaverales derretían las nieves del invierno, el río se levantaba impetuoso.

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Los dos niños sabían que mientras el río permaneciera dentro del cauce, estarían a salvo. Sin embargo, si rompía los diques gigantescos, iban a necesitar mucha suerte.

Si el agua rebasaba los diques, la tierra llana a ambos lados del río pronto quedaría bajo el agua, como lo había estado antes de que se construyera el sistema de diques para controlar el río. Los diques, las represas y otras estructuras para controlar las inundaciones del río Mississippi se han estado construyendo desde mediados del siglo XIX.

En 1993, al principio del verano, la nieve derretida ya había convertido la tierra que rodea al Mississippi en una vasta esponja saturada. Como la lluvia continuaba, el nivel del Mississippi comenzó a subir rápidamente.

Preparación para la inundaciónEmma y Lastings vivían con sus padres en Galena, Illinois.

Cada primavera, cuando el nivel del río comenzaba a subir, oían las mismas advertencias sobre la inundación. Aun así, a Emma y a Lastings les resultaba difícil creer que el río podría realmente hacer algo que el dique no pudiera controlar. Les costaba mucho creer en los relatos de sus abuelos acerca de la tormenta de 1927, cuando el río Mississippi había pasado a través de las ventanas de los dormitorios de la granja en que vivían.

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Aun así, habían practicado los simulacros de seguridad. Sabían que cuando llegara el momento, su padre y sus tíos llevarían todas las pertenencias valiosas a la casa de los primos que vivían en terrenos más altos, en una casa a la que el agua del río nunca había llegado. Su madre y sus tías llevarían a Emma y a Lastings a una escuela secundaria en Springfield. La escuela también estaba en terrenos altos y el gimnasio se usaba como refugio de emergencia.

Sin embargo, antes de que los niños pudieran salir, debían reunir las vacas y llevarlas a una larga cadena de colinas en la granja Gettleman, el terreno más alto que había cerca de su propia granja.

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Esto puede parecer una tremenda responsabilidad para un niño y una niña de poca edad. Sin embargo, Emma, a los 12 años, sabía que su familia necesitaba vender la leche de las vacas para ganarse la vida. Ella estaba a la altura del desafío.

Emma y LastingsLastings, el hermano menor de Emma, que tenía como

nombre de pila el apellido de soltera de su madre, hacía todo de manera lenta y bien pensada. No lograba hacer tantas tareas como su hermana, pero siempre las hacía bien, cualquiera que fuese la tarea. Por ejemplo, en otoño, Emma sola rastrillaba las hojas del patio del frente en dos horas. Lastings rastrillaba las hojas del patio lateral, que era la mitad de grande que el patio del frente. Le llevaba toda la tarde, pero sacaba hasta la última hoja, mientras que Emma no sacaba muchas de las hojas del patio del frente.

Emma pensaba que Lastings era perezoso. Estaba convencida de que tenía razón siempre y de que su manera de trabajar era la única. Lastings, por otra parte, pensaba que Emma era un potrillo desbocado que galopaba en la dirección equivocada. Derrochaba energía perfectamente útil apurándose a realizar una tarea que Lastings sabía que se podía hacer mejor si se preparaba un buen plan de antemano.

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Cuando Emma preparaba el desayuno, cocinaba el tocino y los huevos a fuego muy alto, y luego, para que no se quemarán, los volteaba rápido y sin mucho cuidado. Ella insistía en que de esta manera ahorraba tiempo. Lo que cocinaba Lastings sabía mejor, pero cuando él estaba listo para servir el desayuno, ¡ya era la hora del almuerzo!

Cuando sembraban el huerto, Lastings sacaba hasta la última maleza, dibujaba diagramas de cada parcela y medía cada agujero para cada semilla. Emma hacía pedazos el suelo con la azada y diseminaba las semillas por cualquier parte. Lastings no llegaba a sembrar muchas semillas, pero todas brotaban. Emma sembraba una gran área pero muchas de las plantas morían antes de que se pudieran cosechar los vegetales.

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Arrear las vacasComo puedes imaginar, reunir las vacas no comenzó

fácilmente. Emma estaba impaciente por comenzar. Lastings no lo hacía mejor. Se negó a dejar la casa hasta planificar la manera de trasladar todas las vacas juntas, en un solo grupo.

Cuando salieron, el nivel del río estaba a 14 metros, apenas 60 centímetros por debajo del nivel superior del dique. La lluvia había parado pero, según los pronósticos meteorológicos, el río todavía no había alcanzado el nivel máximo. Emma salió corriendo por el prado, calculando que podría fácilmente arrear las vacas hacia un corral que estaba cerca del pie de la cordillera Gettleman. Las vacas tan solo se separaron como abejas de un panal caído.

Lastings caminaba pausadamente detrás de Emma, sacudiendo la cabeza; al cabo de una hora, todavía no había llevado a una sola vaca al corral. Si bien Emma había logrado poner cinco en el corral, lo había hecho guiando a cada una con un palo y, luego, debía caminar todo el recorrido para llevar al animal siguiente.

Lastings se burló de ella. —A ese ritmo, pasarán días antes de que las reúnas a todas.

—Sí, bueno, a ti no te va mejor —gritó mientras corría para agarrar la sexta vaca.

—No te preocupes. Tengo un plan —dijo Lastings.

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El planEfectivamente, Lastings tenía una idea. Las vacas se

movían en grupo solo por dos razones: para ser ordeñadas en la mañana y para comer en la noche. Aunque era la mitad del día, la lluvia y las nubes oscuras hacían que pareciera como el amanecer. —Emma, ve a la casa, enciende todas las luces y golpea la puerta de malla unas 50 veces —le indicó.

—Vamos a dejar la casa, genio. La electricidad está apagada —dijo torciendo los ojos.

—Enciéndela nuevamente y luego lleva la máquina de ordeñar al corral y enciéndela —dijo Lastings. Emma lo miró como si estuviera loco. —Necesitamos engañarlas para que piensen que es la hora del ordeño —concluyó Lastings.

Aunque Emma tuvo la sensación de que Lastings tenía razón, no quiso felicitarlo. Sin embargo, hizo lo que él le dijo y se dirigió a la casa. Emma golpeó la puerta de malla como su familia y los empleados de la granja hacían al comienzo de cada mañana. Las vacas dejaron de comer y levantaron la cabeza. Luego, cuando Emma encendió la máquina de ordeñar, las vacas se pusieron en movimiento. Comenzaron a dirigirse al establo, donde generalmente se guardaba la máquina de ordeñar. Sin embargo, la máquina tenía ruedas y un generador portátil. Emma lo jaló hacia el corral y las vacas la siguieron.

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Toda la masa de vacas en movimiento comenzó a correr a lo largo del vallado hacia el corral. Cuando la última vaca entró en el corral, Lastings corrió hacia la tranquera y la cerró de un golpe. La primera parte del trabajo estaba hecha. El paso siguiente era llevar las vacas cuesta arriba hasta las colinas de Gettleman.

El corral estaba junto al vallado que separaba las granjas Howorth y Gettleman. Tenía tranqueras que se abrían en cada granja. Emma abrió cuidadosamente la tranquera trasera, salió jalando de la máquina y cerró la tranquera. —Llevemos la máquina de ordeñar hasta la cima de la colina y encendámosla —dijo Lastings. Ambos jalaron la pesada máquina hasta la colina.

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Arriba en la colina, encendieron la máquina de ordeñar y luego bajaron corriendo hasta el corral. Lastings abrió la tranquera y las vacas comenzaron a dirigirse cuesta arriba hacia la máquina de ordeñar. Las vacas se movían, pero no lo suficientemente rápido para gusto de Emma. Ella corrió junto a la manada gritando: —¡Vamos, vamos!

—Detente —advirtió Lastings—. ¡Irán, pero quédate atrás! —gritó.

Como siempre, Emma no le prestó atención. Como resultado, una de las vacas más viejas y lentas, Queenie, de repente entró en pánico y salió de la manada. Tropezó y cayó en una zanja, y se quedó atascada en el barro, que le llegaba a la barriga. Emma se detuvo y se dio vuelta para mirar.

—No, déjala —dijo Lastings—. Tenemos que seguir moviendo a las otras. No podemos salvarlas a todas, aunque lo deseemos.

Justo en ese momento sonó una sirena de advertencia por los campos. La sirena significaba que el río estaba por desbordarse de los márgenes. Emma sabía que tenía que salvar la manada antes de regresar por Queenie. Continuó, guiando la manada mientras la sirena se mezclaba con los desesperados “¡Muuu!” de Queenie.

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El rescate de QueenieCuando Emma y Lastings pusieron las vacas a salvo,

estaban exhaustos. Pero, como siempre, Emma no se detuvo a descansar. —No puedo dejar a Queenie —gritó.

—Lo sé —coincidió Lastings.Se dirigieron apresuradamente a la zanja. Emma caminó

directamente hacia el barro y comenzó a jalar el cuello de Queenie. Lastings se paró en el borde, examinando la zona.

—¡Ayúdame! —gritó Emma, que apenas se tenía en pie.En vez de ayudarla, Lastings corrió hacia las ruinas

de un viejo edificio que parecía una casa de vecindad de una ciudad derrumbada. Comenzó a tomar unos maderos de entre los restos. Emma rápidamente ayudó a juntar tablas y extenderlas para Queenie. La vaca trató de trepar por los trozos de ruinas pero se deslizó, y por poco aplasta a Lastings.

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—Despacio. Tiene que haber una manera mejor de hacer esto —gritó Lastings. Se detuvo a pensar, hundiéndose en el barro. De repente el suelo comenzó a temblar bajo sus pies. Se dieron vuelta y vieron el agua que se escurría a través del dique. Con un rugido, un gigantesco bloque de tierra se desprendió de la parte superior del dique y arrastró una ola de escombros. ¡El río estaba rebasando el dique! Si no se movían con rapidez, se ahogarían.

En la distancia vieron que su padre había regresado de la casa de los primos. Había estado formando una pared con sacos de arena alrededor de la casa, pero ahora corría hacia ellos. Estaba demasiado lejos para ayudar.

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—Tengo que pensar en cómo resolver esto —insistió Lastings, meditando pacientemente mientras el agua se aproximaba rápidamente.

—¿¡Estás loco!? —gritó Emma—. El dique se derrumbó, el río ha rebasado. ¡No tenemos tiempo para pensar!

Pero Lastings comenzó nuevamente a arreglar los maderos debajo de la vaca como si tuviera todo el tiempo del mundo. Nunca se habría pensado que había una pared de agua que corría hacia ellos, una pared que estaba aplastando todo lo que encontraba en su camino. Vio que su padre saltaba a la camioneta pero sabían que no llegaría a tiempo.

Lastings había dispuesto una larga tabla de manera que sobresalía de abajo de las costillas de la vaca como el extremo elevado de un sube y baja. —¡Salta sobre la tabla al mismo tiempo que yo! —gritó Lastings mientras el agua se aproximaba.

Ella no entendió pero decidió no criticar a su hermano una vez más. Saltó y junto con Lastings cayeron sobre la tabla con todo su peso. Al empujar la tabla hacia abajo, el otro extremo del madero subió y levantó las patas delanteras de Queenie lo suficiente para que pudiera salir del barro. Inmediatamente la vaca comenzó a trepar por los otros maderos, libre por fin del barro.

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—¡Funcionó! ¡Mi plan funcionó! —gritó Lastings.Ahora era el turno de Emma de salvar el día haciendo lo

que le salía naturalmente. Sus brazos se movían sin cesar. Paleó y arrastró y rellenó con cualquier trozo de madera que pudo colocar debajo de la vaca sin preocuparse por patrones, planes o la organización. Queenie parecía entender. Mientras se esforzaba por salir de la zanja, la vaca colocaba las patas solo en las maderas que Emma extendía delante de ella, no en el barro. Pronto Queenie salió de la zanja y trotó obedientemente detrás de los niños mientras corrían cuesta arriba.

En la cima de la colina, Emma y Lastings se tiraron al suelo totalmente exhaustos. Dos horas más tarde, su padre remó en una canoa hasta el pie de la colina, que ahora era una isla.

—Suban. Las vacas estarán bien aquí hasta que el agua descienda —dijo—. La camioneta está estacionada a kilómetro y medio de distancia, donde el camino todavía está por encima del agua. Desde ahí podemos conducir al refugio en la escuela secundaria y pasar la noche ahí. Lo hicieron muy bien hoy —les dijo mientras sonreía.

Emma y Lastings se miraron y también sonrieron. La Señorita Impulso y el Señor Pensamiento habían encontrado una manera de trabajar juntos para salvar el día.

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4 Navegar hacia un lugar seguro

Pequeña Liebre y la tierra retumbante

Dos contra el Mississippi

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