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MISCELÁNEA RELACIONES 71, VERANO 19 9 7, VOL. XVIII

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MISCELÁNEA

R E L A C I O N E S 7 1 , V E R A N O 1 9 9 7 , V O L . X V I I I

c

John GledhillU n iv e r s it y C o ll eg e , Lo n d r e s

E l e s c e n a r io g e o g r á f ic o y c u l t u r a l

La región de la Ciénega de Chapala en Michoacán se encuentra al sures­te del Lago de Chapala, en el límite con el vecino estado de Jalisco. Un plano fértil, ensanchado por la recuperación de tierras del lago durante el porfiriato, colinda al lado occidental con las accidentadas sierras del altiplano jalmichiano, una región escasamente poblada de comunidades rancheras. La gente de los ranchos se ve a sí misma como "gente blan­ca", no mestiza ni indígena, y tiene una larga y orgullosa tradición en el mantenimiento de una relativa libertad de dominio económico y políti­co (Barragán, 1990). En el siglo xix las colinas que suben del llano hacia el sureste deslindaron otra frontera social y étnica entre la población mestiza de las tierras bajas y las comunidades indígenas Purhépechas de la Meseta Tarasca. Algunas de las mismas comunidades de campesi­nos de la Ciénega tenían también, de hecho, raíces indígenas,2 pero éstas habían sido borradas desde mucho tiempo atrás por lo que se refiere a prácticas sociales cotidianas e identidad. Aunque las condiciones étni­cas coloniales figuraban en algunos de los procesos judiciales asociados

1 El trabajo de campo en que se basa este artículo se llevó a cabo en varios años entre

1982 y 1994 con el apoyo del Consejo de Investigación Económica y Social del Reino Uni­

do, la Fundación Wenner-Gren para Investigación Antropológica y el Fondo Central de

Investigación de la Universidad de Londres. Extiendo mi agradecimiento a todas estas

organizaciones.

2 En el período prehispánico Michoacán tenía grupos indígenas que hablaban ná­

huatl además de los Purhépechas, aunque los pueblos indígenas de la Ciénega parecen

haber pertenecido a la primera categoría.

EL FIN DE TODA ILUSION? NEOLIBERALISMO,

RELACIONES ECONÓMICAS TRASNACIONALES

Y REFORMA AGRARIA EN LA CIÉNEGA DE

CHAPALA, MICHOACÁN'

con las luchas comunitarias de reclamo de tierras antes de la Revolución de 1910 (Gledhill, 1991: 56), la región se había convertido en "hogar" de gente con una gran diversidad de orígenes sociales, étnicos y geográfi­cos, y la política de la reforma agraria impulsó un tipo específico de cul­tura de clase regional "mestiza". Por la influencia de las ideologías aso­ciadas con los poblados rancheros vecinos, las cuales hacen hincapié en la relación entre propiedad privada y dignidad social, la cultura local del mestizaje muestra una cierta tendencia hacia el autocuestionamien- to y hasta la autodenigración, ya que su lugar en la sociedad regional ha llegado a estar inextricablemente entrelazado con el ejido y el proyecto social de la Revolución (Gledhill, 1995: 59 - 61).

El viejo camino real que pasaba por la orilla sur de la Ciénega comu­nicó esta región con el pueblo de Zamora hacia el oriente y más allá con la capital del estado, Morelia, y con la ciudad de México. Hacia el noro­este, el camino pasó por dos pueblos, Jiquilpan y Sahuayo, por el límite estatal en La Barca y Ocotlán, para llegar a la capital de Jalisco, Gua­dalajara. Pero fue el establecimiento de un servicio de barco de vapor a través del lago y la construcción de líneas de ferrocarril a la ciudad de México a finales del siglo xix, lo que más contribuyó a facilitar la rea­lización del potencial agrícola comercial de esta región, antes de que un camino pavimentado adecuado para el paso de camiones pesados fue­ra construido como parte de una serie de transformaciones efectuada en la región por el estado posrevolucionario en la segunda mitad de los años de 1930. Antes de la modernización de la estructura de transporte los productos de la Ciénega, incluido el azúcar, eran transportados a lomo de muía. Las operaciones de los arrieros se extendían a lo largo de vastas distancias y terrenos muy difíciles y sirvieron para conectar este llano con las haciendas de tierra caliente en el sur por vía de rutas muy distintas a la red moderna de caminos y carreteras. No fue, sin embar­go, simplemente la geografía física lo que conformó la estructura económica de la región y su articulación al mundo exterior en tiempos

de la Revolución.La principal entidad social de la parte occidental de la Ciénega en

1910, y durante algún tiempo después, fue el gigantesco latifundio co­nocido como Guaracha y que en aquella época era propiedad de una rica familia de banqueros de Guadalajara con las mejores conexiones

políticas y matrimoniales dentro de la élite porfiriana macrorregional y nacional. Guaracha representaba el centro de una red de poder local que abarcaba un número de pequeñas propiedades en el rincón nororiental de la Ciénega y en el área de Vaso de la Laguna más allá de las colinas del sur. Las más de las pequeñas familias propietarias en el pueblo de Jiquilpan también vivían a la sombra de Guaracha. Esas familias pro­porcionaban algunos de los administradores a esta gran propiedad, pero existía una distancia social sustancial entre ellos y los dueños au­sentes de Guaracha. Diferencias en las posiciones de clase de distintos estratos de la élite regional fueron complementadas por variaciones en las relaciones de clase y en los sistemas de explotación de mano de obra que caracterizaban a las distintas empresas agrarias en la región más amplia del occidente de Michoacán (Moreno, 1980,1989; Gledhill, 1991, 1995). Sin embargo Guaracha en sí era, en muchos aspectos, muy simi­lar a la imagen estereotípica de la hacienda del porfiriato según la "Le­yenda Negra" de los ideólogos de la Revolución agraria, aunque la aplastante explotación que infligía a sus peones y medieros fue impul­sada por una racionalidad capitalista y no feudal (Miller, 1990; Gledhill, 1991; Knight, 1991).

Es cierto que los peones de la vieja hacienda desarrollaron algunas tácticas de "resistencia" frente a las disciplinas que sus amos pretendían imponerles, intentando por ejemplo, sembrar sus propios terrenos de subsistencia en vez de presentarse a sus labores en los campos de caña. El control ejercido por terratenientes en la década de 1920 se basaba en la vigilancia y en castigos violentos ejecutados por los guardias arma­dos de la hacienda. Pero la resistencia a los términos de la explotación capitalista no representó un desafío al sistema en sí y el especial y espe­cífico interés histórico de la Ciénega de Chapala reside en el hecho de que la hacienda de Guaracha no sería destruida por el fervor revolucio­nario de los peones y campesinos que explotaba, ya que la mayoría de ellos permaneció leal a su patrón hasta el final. La reforma agraria en la Ciénega fue impuesta desde arriba por un grupo de revolucionarios ja­cobinos de la "pequeña burguesía". Representaban la base de su poder los empleados, comerciantes y artesanos de los pueblos provinciales, los campesinos más acomodados en pueblos que habían sido privados de sus tierras y de su autonomía económica por la expansión de la hacien­

da, y los migrantes que regresaban de los Estados Unidos como conse­cuencia de la Gran Depresión de 1929. El líder de esta facción revolu­cionaria era hijo del dueño de una tienda y de un salón de billar en Ji- quilpan, casado con una mujer de la humillada cabecera municipal de Villamar, un pueblo que había perdido todas sus tierras ante la hacien­da de Guaracha. Después de huir de su comunidad de origen para in­gresar en el ejército revolucionario, este hombre llegó no solamente a convertirse en destacado soldado y en gobernador del estado, sino que ascendió desde la posición de caudillo regional para llegar a ser el prin­cipal arquitecto de la fase más radical de la reforma agraria en México. Durante ésta se introdujo el ejido como una alternativa viable a la agri­cultura capitalista de gran escala y, en segundo lugar, fue la persona que consolidó el sistema político postrevolucionario basado en la hegemo­nía del pri y en el control, desde la cima, de las organizaciones de cam­pesinos y trabajadores. La Ciénega de Chapala fue el lugar de nacimien­to de Lázaro Cárdenas y su historia agraria subsecuente ha sido, en par­te, la historia de un juego de relaciones muy especial entre la familia Cárdenas y aquellos que sacaron provecho de la reforma agraria que llevó a la región. Sin embargo es parte también de una historia más ge­neral, de una historia importante para la evaluación de los fracasos del pasado, y de las posibilidades a futuro de la reforma de la tierra.

Un p aisaje r u r a l c o n s u m i d o p o r el "d e s a r r o l l o "

En la Ciénega el ejido llegó a ser la principal forma de tenencia de la tie­rra. Los campesinos recibieron no solamente tierras de la más alta cali­dad comercial, sino también el agua necesaria para regar una parte im­portante de esas tierras. Se hicieron grandes inversiones en la infraestructura de riego en los años 60 y 70. Es éste el tipo de región donde, teóricamente, el ejido tenía más que ganar del renovado apoyo que el Estado nacional empezaba a ofrecer a la agricultura campesina a partir de la administración del presidente Díaz Ordaz y hasta el apogeo de la estatización durante los gobiernos de Echeverría y su sucesor, Ló­pez Portillo. El mismo Lázaro Cárdenas mostró un nuevo interés en ca­nalizar recursos hacia la Ciénega en los dos años anteriores a su muer­

te en 1970. No estamos hablando pues, aquí, de una región donde los campesinos fueron abandonados a su suerte para que llevaran una vida precaria en tierras marginales sin alternativa práctica alguna más que cultivar el maíz y el frijol para completar la subsistencia de su familia.

Las extensiones asignadas a cada ejidatario, cuatro hectáreas de tierra de riego u ocho de temporal, quizás no fueron generosas, pero los refor­madores las consideraban suficientes para establecer empresas agríco­las en pequeña escala y no como simple complemento a un trabajo asa­lariado como en el modelo de las parcelas más pequeñas de temporal concedidas a beneficiarios en otras regiones, como en el estado de Mé­xico (Relio, 1986).

La Ciénega de Chapala estaba en un lugar geográfico estratégico para aprovechar la expansión de los mercados nacionales e internacio­nales de frutas y vegetales, y así sucedió durante la segunda mitad de los años 60 y durante los 70. Pero no fueron los campesinos con títulos para la mayor parte de los terrenos donde se cultivaban productos co­merciales como jitomate y lechuga los que ganaron grandes cantidades de dinero durante los años de auge de la agricultura en la Ciénega. Con­forme el Estado retiraba progresivamente su apoyo financiero al "sector social" durante los años de crisis en la década de 1980, cada vez más eji- datarios abandonaban la tierra por completo o se limitaban a cultivar poco y sólo para su subsistencia en algún rincón de sus parcelas. Sin embargo, aun cuando la administración de Salinas de Gortari anuncia­ba la necesidad de una reforma profunda del sistema del ejido, se hacia cada vez más evidente que no eran únicamente los ejidatarios más po­bres los que no lograban sobrevivir a las tácticas de "choque" del programa neoliberal de Salinas, que pretendía acabar con los subsidios y abrir, de la noche a la mañana, la agricultura de México a las vicisitu­des de la competencia internacional. Los ejidatarios antes relativamente prósperos que habían dado en arrendamiento extensiones importantes de tierras y que se habían convertido en socios menores durante la épo­ca del auge comercial precedente también se arruinaban. Hasta los grandes agricultores de hortalizas que dominaban los mercados de abasto de las ciudades metropolitanas estaban reduciendo la escala de sus operaciones (y asimismo la cantidad de trabajo disponible para la gente sin tierras y las oportunidades para los ejidatarios que rentaban

sus tierras a esos empresarios o sus agentes locales en los pueblos). Ya para mediados de los años de 1990, lo que yo había conocido a finales de los 70 como un paisaje agrario bullicioso y productivo se había con­vertido en un panorama de desolación con grandes extensiones de tie­

rras abandonadas sin siembras, y campos más humildes sembrados con sorgo o maíz en vez de los cultivos de antaño de alto valor como el jito­mate y otros. Hasta los mismos campos de sorgo y maíz parecían empo­brecidos en comparación con las normas del pasado, desfigurados por plantas chatas y por la disminución en el peso del grano.

Si el paisaje más rico y próspero del pasado ocultaba el hecho de que los campesinos no fueron en realidad los principales beneficiarios del proceso de "desarrollo", el panorama de los 90 mueve a la pregunta de si la totalidad del sector agrícola de México puede recuperarse de todo el daño provocado por un salinismo ahora desacreditado. Sin embargo esto no es simplemente un producto de los errores del salinismo, los cuales (efi el momento de escribir este texto), siguen sin corregirse en una nueva administración que al parecer está todavía menos preocupa­da por los problemas de revitalización de la producción agrícola, a la vez que tiene que enfrentar la crisis económica y política generalizada que se ha dado a partir de diciembre de 1994.3 Como una hija predilec­ta del cardenismo, la Ciénega de Chapala muestra las limitaciones de la época aparentemente más radical de la reforma agraria en México, que tienen a la vez un origen político y que están asimismo relacionadas con

1 Después de una reunión el día 17 de mayo de 1995 entre el Presidente Zedillo y lí­

deres de las organizaciones campesinas que participaban en el cap, el representante de

la UGOCP, Alfredo López Domínguez, comentó que (Zedillo) está preocupado con otros

problemas, y nosotros, los líderes de las organizaciones tendremos que buscar puntos de

contacto y de simpatía con otros miembros de su gabinete, ya que enfrentamos un prag­

matismo en el cual la atención de la cabeza del ejecutivo está dominada por los grandes

problemas económicos {La ¡ornada, 18 de mayo, 1995). Las principales peticiones presen­

tadas por los líderes de estas organizaciones campesinas moderadas, incluyendo la cn c ,

incluían una urgente revisión de la reforma del artículo 27 con la justificación de que ni

los funcionarios ni los jueces sabían cómo responder a las ambigüedades de la legislación

actual, y para un más adecuado programa de subsidios que compensa a los productores

los efectos a corto plazo de la devaluación y los efectos a más largo plazo del Tratado de

Libre Comercio tlc (nafta ).

el carácter predominantemente capitalista de la economía nacional.4 Durante la década de 1970 esta región mostraba las. limitaciones del es­tatismo neopopular que precedió al neoliberalismo. Si con la ayuda de la retrospección el período 1970-1982 puede verse casi como una "Época de Oro" desde el punto de vista de los campesinos en comparación con el período previo y el subsecuente, fue ese también un período durante el cual se profundizó de manera significativa la transformación capita­lista de la sociedad rural, y durante el cual las dimensiones internacio­nales de esa transformación llegaron a ser más visibles (Gledhill, 1991: 298-301). Además, desde el punto de vista ecológico, fue un período que atestiguó la destrucción de gran parte de la capacidad de la región para reproducir su anterior riqueza y diversidad (Boehm de Lameiras, 1989). La erosión progresiva de algunos de los cimientos materiales de una so­ciedad agrícola regional estuvo precedida por los cambios sociales que minaron algunas de las bases para la cooperación de los campesinos y de las comunidades y, como mostraré adelante con más detalle, la cre­ciente dependencia de familias campesinas del trabajo migratorio en el norte ha reforzado estas tendencias, especialmente en los años más re­cientes.

La Ciénega de Chapala podría, entonces, verse como una región atrapada por dos procesos interrelacionados. Uno de éstos es la descom­

4 Véase Markiewica (1993) para una crítica particularmente incisiva de la reforma

agraria cardenista desde este último punto de vista. Este autor afirma que el hecho de

que Cárdenas no cambió el carácter básicamente capitalista de la economía condenó al

ejido al fracaso desde el principio, de manera que ni la "contra-reforma" de Alemán en

los años 40, ni el neoliberalismo de Salinas deben verse como "traiciones" a una política

más radical que hubiera producido diferentes resultados históricos de no haberse soca­

vado. Aunque estoy de acuerdo en que es importante ser realistas acerca de las limita­

ciones del proyecto cardenista (y los subsecuentes intentos neopopulares para "refuncio-

nalizar" el ejido), aún pienso que es importante reconocer, en primer lugar, que de hecho

existen modelos alternativos para el desarrollo rural y que la agricultura capitalista en

gran escala no es el único régimen agrícola compatible con una economía de mercado,

que tampoco es necesariamente el más eficiente económicamente hablando, mucho m e­

nos el más deseable desde la perspectiva social. Segundo, diferentes modelos de reforma

agraria en México tuvieron, y, de hecho, potencialmente tendrán distintas y cualitativas

implicaciones sociales.

posición y decadencia de un proyecto de reforma agraria inextricable­mente vinculado con el proyecto político de mantener la hegemonía del partido del Estado, el cual fue creado precisamente para consolidar el poder de los caudillos urbanos que vencieron al proyecto popular cam­pesino enraizado en la Revolución. El otro es la evolución de un juego de relaciones de clase transnacionales basado en la articulación de esta zona del México rural con centros de poder económico en los Estados Unidos mediante flujos migratorios de mano de obra y mercancías. Como Palerm y Urquiola (1993) lo han sugerido, este segundo proceso indica la necesidad de efectuar un examen más detallado de la natura­leza aparentemente "disfuncional" del ejido mexicano en regiones como la Ciénega de Chapala. Lo que puede verse desde el lado mexica­no de la frontera como la descapitalización y el fracaso en la conser­vación de la reproducción social, podría ser entendido de una manera más positiva por el vecino de México. El capital norteamericano ha lo­grado tanto los beneficios provenientes del empleo de trabajadores de familias sostenidas en parte por actividades económicas en el sur, como grandes mercados para una amplia variedad de productos, incluidas la maquinaria agrícola y los herbicidas y pesticidas que jugaron un papel clave en la transformación de la agricultura de la Ciénega (y del ecosis­tema local) en los años de 1970.

En 1995, la Ciénega de Chapala se empieza a ver como una región que no sólo sirvió de periferia al alimentar la prosperidad y el creci­miento de un remoto centro metropolitano, sino que también ha prácti­camente consumido, al quedar una mera sombra de lo que en alguna época llegó a ser. Como mostraré con mayor detalle, la emigración en gran escala de la región no es nueva y la migración internacional tiene una larga historia en la mayoría de sus pueblos. Pero entre aquellos que permanecían, las generaciones de antes podían contar con buenas cose­chas de la fértil y negra tierra si tenían, o podían conseguir, el dinero ne­cesario para sembrar; tampoco experimentaban las carencias de agua potable que ahora son eventos cotidianos provocados por la disminu­ción de los mantos y el agotamiento de las fuentes subterráneas de agua. Hoy en día hasta los terrenos de las colinas (ecuaros) que tanto eji- datarios como no ejidatarios podían cultivar con un azadón para com­pletar el presupuesto familiar con alimentos cultivados en casa, están

severamente erosionados y siguen siendo relativamente improductivos a pesar de la aplicación de fertilizantes. La reciente caída en la produc­ción de verduras en el llano ha agravado los problemas de empleo origi­nados por la mecanización de la agricultura y por las muy limitadas oportunidades de trabajo en los pueblos locales. Quizás la vida en la Ciénega en los años 90 es mejor, ya que muchas familias ahora tienen te­levisores a color, videos, estufas de gas, refrigeradores y hasta baños modernos; además el dinero proveniente de p r o n a s o l ha permitido que algunas de las comunidades más grandes tengan calles pavimentadas y alumbrado público. No obstante, la mayoría de estas "mejoras materia­les" se deben mucho más a los ingresos, o a las remesas de dinero de los migrantes, que al desarrollo agrícola local; estos cambios serán cada vez menos relevantes frente a la nula creación de nuevos empleos. Esto no quiere decir que el campesinado local no haya resistido e impugnado las estructuras de dominio causantes de los resultados aquí descritos; lo han hecho de diversas maneras según lo explicaré más adelante. No es difícil constatar que el provecho de esta resistencia es cada vez más marginal.

L a h is t o r ia a g r a r i a d e la C ié n e g a a n t e s d e l s a l i n is m o

La lucha por la reforma agraria en algunas de las comunidades de la Ciénega comenzó aún antes de que estallara la insurrección armada de Madero contra el gobierno de Porfirio Díaz. Algunas extensiones fueron distribuidas entre los campesinos antes de la presidencia de Cárdenas, notablemente bajo el gobierno radical de Francisco Múgica a principios de los años 20, y bajo los auspicios de Cárdenas durante el propio perío­do del general como gobernador civil hacia finales de esa década. Sin embargo, hasta los años 30 la región se distinguía más por su apego a la causa de los Cristeros que por su entusiasmo popular por la reforma agraria (Gledhill, 1991). La causa del agrarismo recibió un fuerte impul­so con el retorno de importantes números de migrantes de los Estados Unidos en el mismo momento en que Cárdenas consolidó finalmente su poder político a nivel del estado; pero aquel poder era aún fuertemente impugnado por los intereses de los terratenientes que todavía conserva­

ban bastante poder social a pesar de la Revolución y que contaban con el fuerte apoyo ideológico de la Iglesia.' Muchos de los anteriores,"nor­teños" habían regresado de los Estados Unidos a Michoacán, como hizo el famoso líder agrarista michoacano Primo Tapia originario de Naranja (Friedrich, 1977, 1986); es decir, cargados con ideas políticas radicales tomadas del movimiento socialista internacional. Pero el balance del poder regional creó una situación que favorecía el pragmatismo por en­cima de la prosecución de ideales y la violencia probó ser un medio dé­bilmente justificado por los fines en ambos extremos de la lucha. La relación del agrarismo con la figura del violento cacique que a menudo ejercía un precario poder en beneficio de sus parientes y clientes -mate­rialmente asignándoles tierras en vez de repartirlas entre los demás miembros de las comunidades campesinas- contribuyó poco al fortale­cimiento de la base popular a favor del cardenismo en la región de su nacimiento y la naturaleza precisa del proyecto cardenista siguió llena de ambigüedades. Desde los días de la Liga de Comunidades y Sindica­tos Agraristas6 de Primo Tapia, que abarcaba todo el estado, los líderes radicales del movimiento de reforma agraria habían favorecido un mo­delo del ejido basado en el cultivo colectivo de la tierra; sistemas de este tipo fueron conservados por medio del uso de la violencia en algunos de los cacicazgos indígenas (Friedrich, 1986). Este paradigma tampoco probó ser muy atractivo para la mayoría de los potenciales beneficiarios de la reforma agraria en la Ciénega. Sin embargo fue el sistema que se impuso a los anteriores peones acasillados de la ex hacienda de Guara­cha cuando esta propiedad fue expropiada por decreto presidencial en octubre de 1935 a pesar de la oposición de la mayoría de los mismos peones.

La expropiación de la hacienda de Guaracha fue la culminación de un proceso negociado detrás del escenario con el anterior dueño, dise­

5 Sin embargo, no acepto el argumento de que el apoyo local de la Cristiada puede

explicarse simplemente en términos de la "mistificación" pasiva del campesinado por los

clérigos. Véase Gledhill, 1991, pp. 90-92.

La Liga se estableció en 1922 pero em pezó a desintegrarse después del asesinato de

Tapia en 1926. Eventualmente fue reemplazada por la Confederación Revolucionaria del

Trabajo de Cárdenas, fundada cuatro meses después de que Cárdenas ascendió a la

gubematura en septiembre de 1928.

ñada para crear un caso ejemplar para la nueva política agraria de Cár­denas. El terrateniente abandonó la hacienda por completo y vendió al gobierno no solamente sus propiedades privadas residuales sino tam­bién el ingenio azucarero. Este poco común experimento de intentar po­ner en marcha una empresa agroindustrial completa en la forma de una cooperativa de campesinos fue un desastre sin precedentes que terminó cuatro años después con la clausura del ingenio y el parcelamiento de la tierra entre beneficiarios individuales (Gledhill, 1991). La resistencia de parte de los campesinos al sistema de cultivo colectivo fue sólo un aspecto del problema, aunque el hecho de que la mayor parte de la tier­ra antes perteneciente a la hacienda fuera utilizada para crear ejidos in­dividuales en vez de colectivos no se perdió en los ex peones, quienes fueron arrastrados hacia la cooperativa cuando ni siquiera sus propios líderes habían sido informados acerca de los planes del presidente pre­vios a su ejecución. La burocracia que llegó para supervisar la adminis­tración del ingenio en esta revolución social autoritaria desde arriba se mostró incapaz de comunicarse cultural o políticamente con sus clientes campesinos recalcitrantes, y su sistema de administración a través de intermediarios cuidadosamente seleccionados ayudó a desarrollar una corrupción que rápidamente llevó a la empresa a la bancarrota. Pero aun esto fue más un síntoma que una causa del desastre, la cual parece haber resultado de maniobras malintencionadas procedentes de una ne­fasta alianza entre el hermano menor del presidente, Dámaso Cárdenas, el entonces indiscutible cacique político regional, y terratenientes priva­dos de Jiquilpan que anhelaban el agua de riego de la vieja hacienda. La siguiente fase de la historia agraria de la región, que duró desde los años de 1940 hasta los de 1960, puede resumirse como un período de ex­plotación de los ejidos por parte de una nueva burguesía agraria regio­nal producto del cambiante equilibrio en el poder de clase provocado por la Revolución (Zepeda, 1984).

Al principio la explotación de los ejidatarios recién individualizados fue de un tipo indirecto, una "formal sumisión" del proceso productivo campesino al capital (mercantil), en términos marxistas. Los adelantos de semillas y efectivo a ser pagados al tiempo de la cosecha, permitieron a los comerciantes-agiotistas hallar el medio para privar a la mayoría de los ejidatarios de todo su excedente de producción más allá de las nece­

sidades de consumo de sus familias y, con el paso del tiempo, se creó una situación de creciente endeudamiento que sentó las bases de un sis­tema neolatifundista de explotación capitalista impuesto sobre el ejido mediante el alquiler de tierras (Gledhill, 1991, cap. 5). Desde fines de la década de 1940 en adelante, la mayor parte de la producción comercial de la Ciénega la realizaron empresarios capitalistas en terrenos rentados usando administradores escogidos de entre los mismos ejidatarios para supervisar el trabajo de grupos de jornaleros. Entre los que participaban en estos grupos se podía encontrar a veces hasta al mismo dueño de la parcela, aunque muchos ejidatarios preferían intentar vivir con los in­gresos que ellos mismos o sus hijos podían ganar como migrantes bra­ceros en los Estados Unidos y así evitar más humillaciones. El mismo Dámaso Cárdenas aspiraba en un momento dado a convertirse en el nuevo acaparador de los excedentes de los campesinos a través de un sistema de créditos administrado desde el molino de trigo que constru­yó en Jiquilpan con los frutos de su poder político y sus compromisos de clase. La operación de este sistema corría por cuenta de una red de agentes en los ejidos bajo la supervisión del último administrador de la hacienda de Guaracha. Sin embargo, Cárdenas se vio obligado a renun­ciar al proyecto cuando realizó su ambición de convertirse en goberna­dor del estado a principios de los 50. Así, el campo quedó libre para el acceso de un grupo de hombres emprendedores, aunque con menos in­fluencia política, cuya principal ventaja (además de su capital), era su destreza en la manipulación de los idiomas del paternalismo y la cultu­ra de clase del campesinado.

Los neolatifundistas locales eran, en última instancia, sólo engranes de una maquinaria mucho más grande; en vista de la debilidad de la economía campesina subyacente, se vieron obligados a correr el riesgo de controlar la producción en forma directa en vez de gozar de las ga­nancias más fáciles de una simple intermediación comercial. El creci­miento renovado del trabajo asalariado, tanto en casa como en los Esta­dos Unidos, dio un golpe de muerte a los intentos de parte de algunos campesinos de compensar su falta de capital mediante prácticas de intercambio recíproco de mano de obra para evitar el pago en efectivo de mano de obra no familiar. Aun dejando de lado el empleo de mano de obra familiar, el dinero se volvía cada vez más la medida de todas las

cosas en la agricultura campesina con la llegada de los primeros trac­tores seguida de, en la década de 1970 y bajo el patrocinio del Estado, la introducción de nuevos insumos agroquímicos como herbicidas que po­dían abaratar el trabajo de los jornaleros con sus machetes. Para enton­

ces sólo una minoría de agricultores poseía caballos o muías, de modo que aquellas tareas aún no mecanizadas generalmente requerían la con­tratación de jornaleros pagados en efectivo. No obstante, en ningún momento desapareció por completo la producción campesina indepen­diente, ya que siempre hubo algunos ejidatarios que invertían en la tie­rra las remesas de dinero enviadas por sus familiares migrantes; o bien eran un poco más prósperos que sus paisanos en virtud de contar con otra fuente de ingresos. Algunos otros, más porfiados, se rehusaron a rentar sus tierras y lucharon con la ayuda de sus hijos que aún no emi­graban al mantener bajo control el monto de sus deudas. Con todo, la tendencia general era que los ejidatarios que conservaban sus derechos a la tierra se volvían cada vez más dependientes de las remesas de di­nero de los migrantes en los Estados Unidos. Aquellos que optaron por irse a la ciudad normalmente vendían sus títulos definitivamente,7 sin embargo hasta los años de 1970 el valor de los terrenos era tan bajo que para la mayoría de los migrantes ordinarios al norte fue factible com­prar derechos en un ejido. Así, irónicamente, la migración internacional, y no la rural-urbana, funcionó más para conservar el sistema del ejido que para disolverlo.

Los primitivos neolatifundistas se dedicaron principalmente a la producción de granos básicos, ayudando así a reponer algo del déficit provocado por la disminución de la producción campesina, aunque se encontraban también a la vanguardia de la introducción en la Ciénega de nuevos cultivos destinados al procesamiento industrial El sorgo, cultivado aquí como un elemento básico de los alimentos balanceados que se daban al ganado y a los cerdos en la industria comercial de car­nes, y el cártamo, el girasol y otras semillas para aceite son, todos, culti­vos susceptibles a la siembra y la cosecha mecanizadas para las cuales

7 Para una discusión más detallada de la alienación de tierras, véase Gledhill, 1991,

cap. 6.

las condiciones de la Ciénega eran ideales, dado que la mayor parte de la tierra es llana, sin obstáculos e irrigable. Al explotar la incapacidad de la agricultura campesina para prosperar ahora que estaba abandonada por el Estado, las actividades de los neolatifundistas eran parasitarias en el sentido de que los empresarios gozaban del acceso a los terrenos del ejido a un precio muy bajo. Pero esta situación cambió en cierto gra­do con la llegada desde el bajío de agricultores de verduras en gran es­cala en la segunda mitad de la década de 1960. La llegada de los jitoma- teros no puso fin únicamente a 20 años de estancamiento en el valor de renta de las tierras sino que creó también una nueva demanda de mano de obra, incluyendo a mujeres y niños. Esta nueva demanda de mano de obra en el sector agroindustrial se complementó con otros desarro­llos en regiones vecinas; en particular con el desarrollo de la agroindus- tria de fresa en Zamora (Arizpe y Arand, 1981). Durante su apogeo, la industria de la fresa reclutaba cantidades significativas de mujeres jóve­nes como trabajadoras y viajaban diariamente de sus pueblos a los cen­tros de trabajo. Pero esto decayó hace unos diez años en lo que respec­ta a la Ciénega (Gledhill, 1995: 42+43), ya que los ingresos de la migra­ción internacional tendían a aumentar desde que la contratación de mano de obra cedió su lugar a la migración indocumentada al finalizar el programa bracero en 1964. Este período de intensificación de la ex­plotación capitalista de la tierra y de la mano de obra de los campesinos de la Ciénega fue realmente de ligera mejoría económica en relación a la década anterior. Sin embargo la transformación mayor estaba aún por llegar.

La década de 1970 atestigua una disminución importante en la renta de tierras ejidales por los neolatifundistas, conforme la disponibilidad de créditos baratos y de un nuevo paquete de programas de apoyo para la agricultura campesina animaba a muchos de los ejidatarios a regresar a sus parcelas. Muchas parcelas seguían en alquiler, especialmente aquellas que estaban en manos de gente anciana cuyos hijos habían emi­

grado en forma permanente de la región, o de viudas que a veces prefe­rían dar sus tierras en alquiler en vez de heredarlas a sus propios hijos adultos. A la vez que aumentaban las oportunidades de empleo y los sa­larios en el sector público, algunas parcelas ejidales pasaron permanen­

temente a manos de profesionistas locales como médicos, maestros y

burócratas agrarios; el aumento del valor de la tierra hizo cada vez más difícil la adquisición de terrenos ejidales por parte de los migrantes co­munes y corrientes a los Estados Unidos. La reconsolidación de los eji­dos estuvo por lo tanto acompañada de nuevas fuerzas que promovían la disolución a largo plazo de las comunidades campesinas tradiciona­les. Estas fuerzas estaban fortalecidas por la creciente diferenciación del campesinado y por la concentración de la tierra en las manos de las fa­milias más acomodadas. Entre los principales involucrados en las com­pras de títulos de parcelas ejidales figuraban las familias de aquellos que habían actuado como administradores campesinos de los neolati- fundios, quienes generalmente conservaban suficiente poder económi­co como para poderse establecer como empresarios por cuenta propia. Pero la creciente estatización creó otros elementos de una élite ejidal emergente en la forma de ejidatarios que estrechaban relaciones con funcionarios agrarios, interesados ellos mismos en rentar tierras del eji­do y en proseguir algunas otras formas de acumulación privada con apoyo en la manipulación ilícita o en el robo de recursos públicos (Gledhill, 1991, cap. 9). Transformaciones tecnológicas e inversiones en infraestructura hicieron indispensables las inversiones en maquinaria agrícola, camiones y equipo de transporte. Sin importar el origen de su capital, un pequeño grupo de "ejidatarios ricos" y de empresarios loca­les partícipes en estas actividades fue el principal beneficiario local de la "modernización" promovida por el Estado. La Ciénega de Chapala presentó varios ejemplos de cómo una forma alternativa de organiza­ción de la modernización fincada en el desarrollo de cooperativas de servicios para que los campesinos pudieran compartir colectivamente la maquinaria y las instalaciones con facilidades de procesamiento y co­mercialización, pudo ser derrotada por las estrechas ligas entre los intereses del sector privado y la burocracia agraria.

Lo que a primera vista parece ser una revitalización de la economía campesina resulta mucho menos sustancioso visto de cerca, y este juicio se refuerza por una evidencia más. Primero, las ganancias reales de la agricultura campesina fueron limitadas, especialmente para aquellos que no tuvieron dinero propio para complementar los créditos recibidos del gobierno. Problemas en la administración del sistema de crédito como demoras en la entrega de fondos para la realización de tareas

específicas, resultaron en prácticas de cultivo inadecuadas y en la con­secuente disminución de rendimientos.* Un índice de las limitaciones del nuevo sistema agrícola patrocinado por el Estado refleja los cam­biantes patrones de la migración internacional. Se supondría que aque­llas zonas como la Ciénega que aparentemente aprovecharon mejor las nuevas políticas tuvieron menores índices de migración en la década de 1970, pero en realidad se dio lo contrario. Los créditos y la moderni­zación tecnológica sí hicieron aumentar los ingresos familiares, pero no lo suficiente para sostener a toda la familia; una parte de los nuevos ingresos fue invertida, por lo tanto, en patrocinar la migración interna­cional de uno o más hijos (López y Zendejas, 1988).

De cualquier manera, la agricultura de una parcela ejidal trajo al me­nos a la mayoría de los ejidatarios un nivel de ingresos sustancialmente mejor que lo que ganaban como jornaleros en los años 70 y principios de los 80. Para 1990 los campesinos productores de sorgo, el cultivo más popular en la Ciénega a principios de la década, habían experimentado un aumento dramático en sus costos a la vez que el precio en el merca­do caía como resultado de la reducción de los subsidios y la eliminación de controles sobre importaciones. Aun con rendimientos del orden de 6 toneladas por hectárea, cifra muy superior al rendimiento promedio de la zona, un productor que cultivara 3.5 hectáreas podía lograr un ingre­so neto poco mayor a un solo salario mínimo a principios de los años 90 (Gledhill, 1995:16). Para esta etapa, otro de los grandes beneficios de la estatización desde el punto de vista de los campesinos también estaba desvaneciéndose: el seguro contra la pérdida total de los cultivos que les proporcionaba la agencia estatal a n a g s a , reemplazada en 1990 por un nuevo programa operado por a g r o a s e m e x (el cual comentaremos más adelante). Aunque a n a g s a únicamente cubría las deudas que el campesino tenía con el banco estatal de crédito rural, b a n r u r a l , de modo que aquellos agricultores que perdían toda su cosecha quedaban sin ingreso neto alguno, por lo menos evitaban las deudas que anterior­mente habían atado a los campesinos a los agiotistas y neolatifundistas.

N Durante mi trabajo de campo en los primeros años de la década de 1980, encontré

que las diferencias en rendimientos por hectárea entre parcelas adyacentes del mismo

ejido regularmente eran del orden del 100% o más (Gledhill, 1991:338).

Más aún, los funcionarios estaban frecuentemente dispuestos y hasta ansiosos para hacer reclamaciones fraudulentas de pólizas de seguro, acuerdos que generalmente eran benéficos para los mismos campesinos (si bien la parte del león quedaba en manos de los funcionarios). El frau­de era endémico en la administración del sistema estatista y tuvo varias consecuencias adicionales. Una buena porción de los recursos destina­dos a los campesinos fue simplemente desviada a los bolsillos de los funcionarios o de empresarios particulares que rentaban tierras ejidales. La mala administración de los funcionarios de b a n r u r a l dio lugar a la emergencia de un "mercado negro" de insumos esenciales como fertili­zantes; lo cual significaba que los agricultores del sector privado y una pequeña élite dentro de los mismos ejidos se constituyeron en los prin­cipales beneficiarios de los subsidios ofrecidos por el gobierno al cam­po. Esta situación no representaba solamente un enorme costo para el resto de la sociedad, incluidos los obreros urbanos, sino también redujo el dinamismo de un sistema de agricultura capitalista que tenía menos incentivos para innovar y optimar la eficiencia mientras podía seguir sosteniendo al sector ejidal.

Sin embargo la eterna presencia de la corrupción fue en parte un reflejo de la importancia política de la reforma agraria y de la manera en que la hegemonía del pri se había conservado en áreas rurales mediante el apoyo de caciques locales y regionales cuya función era asegurar los votos de los ejidatarios. La intervención masiva del Estado en el campo en los años 70 fue enormemente productiva en términos de cacicazgos, conforme nuevas carreras fueron realizadas con apoyo en la riqueza y el poder procedentes del manejo de algunos de los nuevos y ambiciosos proyectos de desarrollo que el gobierno patrocinaba; así, por ejemplo, la planta procesadora de fresa y varias estrategias para promover rebaños de ganado lechero de alta calidad en la Ciénega. Hasta el humilde cargo de comisario ejidal se convirtió ahora en un camino seguro de promo­ción para aquellos que "cooperaban" con los funcionarios de niveles más altos. El campesinado de la Ciénega empezó a referirse a si mismo como a víctimas de una "mafia" de funcionarios y promotores políticos cuya impunidad fue garantizada frecuentemente por redes personales en la capital estatal o nacional. Aún así, la simple expansión del sector estatal de la economía llevó consigo otros beneficios a zonas como la

Ciénega en la forma de un enorme aumento de empleos manuales así como profesionales en el sector publico, incrementando la cantidad de fuentes de ingreso local disponible para los grupos familiares. Muchas familias campesinas invirtieron en la educación los escasos recursos que habían ahorrado a partir de una combinación de actividades económi­cas que incluía la agricultura y la migración; se apoyaban en la idea de que esto aseguraría a la siguiente generación una cierta movilidad social. A fines de los años 70 y principios de los 80 esta estrategia parecía dar frutos, pero el inicio de la crisis y el colapso económico al final del período de López Portillo, junto con el cambio a políticas neoliberales durante la administración de De la Madrid pronto ensombrecieron esas esperanzas. Entre 1983 y el ascenso de Salinas a la presidencia, los empleos en el sector público desaparecieron a una velocidad acelerada. Los ingresos reales de los profesionistas locales y especialmente de los maestros de escuela cayeron abruptamente; llegaron a un punto en que muchos decidieron completar sus ingresos por medio de la migración a los Estados Unidos.

Bajo elrégimenestatista, el campesinado de la Ciénega se reprodu­cía socialmente mediante la combinación de la agricultura con varias formas de migración, aunque fue la migración internacional la que se convirtió en la principal estrategia para las familias que permanecían como residentes en las zonas rurales; anteriores patrones de migración temporal hacia otros lugares del estado de Michoacán, como la región de cultivo de caña de azúcar en las inmediaciones de Los Reyes, perdie­ron importancia. Hubo variaciones considerables en las estrategias agrí­colas adoptadas por diferentes familias en relación con factores "tradi­cionales" de la economía campesina, tales como la disponibilidad de mano de obra familiar así como con factores "no-tradicionales" como los ingresos procedentes de trabajos fuera del campo (Gledhill, 1991, cap. 9). Pero esta "economía campesina" estaba jugando su papel den­tro de un sistema internacionalizado de producción agrícola: suminis­traba cultivos destinados al procesamiento industrial y no al consumo humano directo; cultivaba los productos utilizando maquinaria e insu- mos agroquímicos comercializados por compañías transnacionales; y reproducía una fuerza de mano de obra que encontraba empleo al norte de la frontera y no simplemente en la agricultura, sino en empleos in­

dustriales y en el sector de servicios en ciudades norteamericanas que no hubieran existido sin la presencia de un flujo de migrantes indocu­mentados baratos y relativamente indefensos. Fue el Estado mexicano quien patrocinó la "refuncionalización" del ejido en un mundo cam­biante, pero lo hizo de manera tal que aseguró que la granja campesina jamás pudiera lograr un crecimiento autosostenible por medio de la acumulación de excedentes para su reinversión (Gordillo, 1988). Con­forme el país se deslizaba hacia una crisis económica general, cada vez más grave, la facción neoliberal que paulatinamente tomaba el control del Estado encontró conveniente poner énfasis en la "mano muerta" que la tutela y el "paternalismo" del Estado habían impuesto sobre la posibilidad de iniciativas de parte de los campesinos, y también en los enormes costos fiscales de los subsidios públicos. Una nueva clase de debate surgió en los círculos oficiales entre los tecnócratas, cuyo pro­grama oculto buscaba un repentino reemplazo del ejido por la agricul­tura capitalista, y los campesinistas que adoptaron una visión más matizada de lo que se podía hacer en el contexto mexicano y abrazaban aún la idea de reformar el ejido y no de abolirlo (Cornelius, 1992). A fi­nal de cuentas, sin embargo, las condiciones básicas para la estrategia reformista, el gradualismo y los acomodos de una transición no encon­traron cupo en el programa de un régimen que estaba dispuesto a sacri­ficar a todo el sector agrícola frente a las exigencias de las negociaciones del tratado de libre comercio; desarrolló asimismo una política agrícola inconsistente que vacilaba entre la "terapia de choque" de la Europa oriental y las concesiones políticamente decididas y con poco significa­do económico real.

L a crisis d e l o s o c h e n t a y el im p a c t o d e l S a l i n is m o

Aunque los créditos de parte de b a n r u r a l aún quedaban disponibles para aquellos ejidatarios de la Ciénega con tierra de riego hasta 1991, la cantidad de gente que no podía pagar sus créditos y que por lo tanto quedaba privada de ellos, aumentó en forma progresiva y muchas per­sonas decidieron salir del sistema oficial por su propia voluntad. El arrendamiento de tierras ejidales volvió a incrementarse al final de la

década hasta un nivel semejante al que tuvo en la época de los neolati­fundistas, pero las tendencias de la renta no reprodujeron las de la épo­ca anterior. Los que daban tierras en alquiler en los años 80 no intenta­ban manejar grandes extensiones y tenían antecedentes sociales distin­tos; se incluían migrantes más exitosos en el norte, ex profesionistas del sector público que habían acumulado algún capital durante la época de la estatización y un rango de otros actores, algunos locales, otros de pueblos más grandes, que esperaban sacar una ganancia rápida al sem­brar y especular con cosechas de verdura o de frijol. En algunos casos los mismos ejidatarios que habían dado sus tierras en alquiler partici­paban activamente en el proceso del cultivo, pero hayan o no trabajado para la persona que rentaba las tierras, el nivel técnico de cultivo y de los recursos invertidos seguía estando más cercano a las normas de la agricultura campesina local que a las de los grandes productores comer­ciales en centros regionales de agroindustria como Zamora. Lo que es­tos nuevos actores tenían en común era el dinero necesario para finan­ciar la producción, aunque con frecuencia no obtenían las ganancias que esperaban/

Los ejidatarios de la Ciénega de Chapala resultaron ser un fuerte apoyo para Cuauhtémoc Cárdenas en la campaña electoral de 1988 y la mayoría apoyó al recién creado p r d en las elecciones estatales y munici­pales que siguieron en 1989, obligando al p r i a recurrir a medidas clara­mente fraudulentas que, por su parte, provocaron la ocupación de pre­sidencias y otros conflictos que no pudieron ser resueltos sino con la in­tervención de la policía judicial y del ejército en 1990. En otras zonas del estado, como la región cañera de Los Reyes, el p r i logró conservar la ma­yor parte de su base política rural dentro de los ejidos a pesar de una generalizada inconformidad con las políticas neoliberales en el ramo agrícola. Estas diferencias de respuesta política a una crisis agrícola pueden explicarse en parte por los distintos contextos sociales: el PRD

realmente ganó las elecciones municipales en Los Reyes (y estuvo muy cerca de hacer lo mismo en el vecino municipio de Tocumbo), pero su­puesto el apoyo recibido por las comunidades indígenas, los jornaleros sin tierras y los obreros urbanos, algunos de los cuales se mostraron receptivos a los esfuerzos de movilización del movimiento social radi­cal e independiente de la Unión de Comuneros "Emiliano Zapata". Es

evidente que las comunidades de la Ciénega tuvieron una relación his­tórica particularmente estrecha con el cardenismo, aunque se podría considerar su tendencia neocardenista como algo irónico, no solamente por su respuesta poco entusiasta al movimiento agrario original funda­do por don Lázaro, sino porque habían mostrado poco entusiasmo por su hijo cuando éste fue gobernador del estado. Su reacción parece haber estado, pues, guiada más bien por lo que consideraban el abandono de su situación por parte del Estado y la situación provocada por las políti­cas neoliberales: el proceso de estatización no sólo les había traído algu­nos beneficios tangibles que para 1988 estaban ya desapareciendo, sino que la alternativa representada por la transformación capitalista de los ejidos era mucho más que un simple espectro en la Ciénega con su larga historia de explotación por intermediarios comerciales y operaciones capitalistas a gran escala en tierras ejidales rentadas. Aquellos que ha­bían vivido bajo el duro régimen de la hacienda de Guaracha o que habían pasado buena parte de sus años productivos en los campos o en las fábricas del Norteamérica tenían buenas razones para valorar el esti­lo de vida representado por el ejido moderno, aun si habían resentido la corrupción y los limitados beneficios ofrecidos por el régimen agrario estatizado. Además, destacaban en el liderazgo del movimiento neocar­denista los ejidatarios que podían ser definidos como de "clase media".

Provenientes de familias que habían progresado en lo social, pero que no formaban parte del estrato de ricos ejidatarios asociados con el neolatifundismo y el caciquismo, estos líderes a menudo habían estado activos en movimientos en contra de funcionarios corruptos y preten­dían lograr mejores condiciones para los campesinos ante b a n r u r a l . En este sentido, sus perspectivas correspondían a un nuevo estilo de políti­ca agraria enfocado ahora a la producción. Bajo la presidencia de Salinas algunas de las facciones dentro del mismo estado neoliberal abogaban por fomentar directamente el desarrollo de organizaciones indepen­dientes de campesinos orientadas a la producción, en parte como una estrategia que segregaría grandes secciones del campesinado de organi­zaciones independientes que estaban exigiendo más reparto de tierras, y también como un reconocimiento al hecho de que gran parte del viejo aparato "oficial" del control político relacionado con la c n c había deja­do de ser efectivo y de que era inevitable la resistencia de los campesi­

nos hacia los cacicazgos más escandalosos que habían surgido del pro­ceso de estatización (Gordillo, 1988; Harvey, 1993). Sin embargo la acep­tación del neocardenismo por parte de los reformistas del ejido en la Ciénega reflejó su evaluación (que resultó ser la correcta) del impacto que el neoliberalismo probablemente tendría sobre sus propios prospec­tos para el futuro. Su antagonismo hacia Salinas iba profundizándose no sólo por el continuo deterioro de su situación económica sino por el hecho de que sus intentos por ganar cargos políticos locales fueron en­torpecidos continuamente por facciones del pri que usaron cualquier medio disponible para mantenerse en el poder (aparentemente con el apoyo de la capital del estado) y hasta apartó a muchos de los leales al propio partido oficial (Gledhill, 1995: 48 + 51).

En el ciclo agrícola de verano-primavera de 1990 se abolió a n a g s a y se introdujo la nueva política de seguros proporcionada ahora por a g r o a s e m e x para aquellos ejidatarios que seguían sembrando con el apoyo de b a n r u r a l . Sin embargo, no les advirtieron por anticipado las implicaciones de este nuevo sistema. Los campesinos que optaron por sembrar sorgo fueron los más severamente afectados. Con la decisión por parte del gobierno de quitarlo de la lista de productos del sistema de precios de garantía y de eliminar restricciones sobre la importación de este grano, el año de 1990 tenía que haber sido un mal año para pro­ductores de sorgo simplemente por los bajos precios ofrecidos por los acaparadores regionales, quienes cínicamente se negaron a respetar el "precio de concertación" que el gobierno y los comerciantes habían su­puestamente negociado. Pero, por si fuera poco, ese año fue de bajos rendimientos en la región de la Ciénega, hecho que reflejaba tanto las anomalías del clima local como un deterioro adicional en las prácticas de cultivo debido a los crecientes costos, a g r o a s e m e x carecía de perso­nal suficiente para llevar a cabo inspecciones efectivas de los cultivos, y el joven e inexperto inspector que entrevisté entendía como su verdade­ro encargo el de castigar a un campesinado que el gobierno estaba em­peñado en eliminar. En los casos en que los ejidatarios recibieron un tra­to más amable, pocos emprendieron el viaje a Morelia para registrar su reclamo, y ninguno tuvo los medios a la mano para pagarle a b a n r u r a l

antes de hacerlo; un requisito de este nuevo sistema que claramente per­judicaba a los campesinos carentes de recursos. Como resultado, la ma­

yoría de los ejidatarios en la Ciénega terminó el ciclo con cartera venci­da. Y esta situación, por su parte, le dio al gobierno el pretexto que nece­sitaba para cerrar la oficina local de b a n r u r a l , junto con otras seis su­cursales en el estado, en julio de 1991. Estas medidas marcaron el final

definitivo de la producción campesina de excedentes comercializables apoyada por el Estado y fue pronto seguido de la enmienda al Artículo 27 constitucional.

p r o c e d e (el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titula­ción de Solares Urbanos), sin embargo, ha logrado poco avance en la re­gión de la Ciénega de Chapala. En primer lugar, los ejidatarios de la región tienen muy buenas razones históricas para inquietarse en re­lación a cualquier intervención jurídica en asuntos relacionados con la tenencia de la tierra, ya que la estructura actual del régimen de ésta está basado en lo que eran, antes de los cambios legislativos, ilícitos comu­nes relacionados con el desarrollo de un mercado de títulos ejidales. No fue solamente que la tierra había llegado a concentrarse en manos de los "ejidatarios ricos" que surgieron durante el período del latifundio y en personas sin legítimo derecho de considerarse como "campesinos", sino que con demasiada frecuencia había sido adquirida por personas no residentes en las comunidades asociadas con los ejidos. Una cantidad considerable de tierra también está en manos de los emigrados que son residentes permanentes en los Estados Unidos. A primera vista estas cir­cunstancias parecieran hacer atractivas las reformas salmistas de la tenencia de la tierra para los ejidatarios, puesto que las nuevas leyes efectivamente sancionan la mayoría de los abusos del pasado. Lo que viene a complicar esta situación es la necesidad de mantener la socia­bilidad dentro de las comunidades rurales en las que las relaciones interpersonales son ya muy tensas. Los campesinos más pobres están convencidos de que las reformas a la ley de la tenencia de la tierra son una simple maniobra para asegurar su desalojo de los ejidos, y sus ex­periencias con asuntos relacionados con derechos de la tierra en el pasa­do les da un nulo nivel de confianza en cuanto a la transparencia de la justicia en cualquier procedimiento burocrático administrado por fun­cionarios externos apoyados por las autoridades ejidales. Como ya he subrayado, la posición económica de lo que alguna vez fue una élite eji­dal ha sido severamente socavada en años recientes, haciendo que la

acumulación de tierras sea de mucho menor interés directo para ellos de que fue en épocas pasadas (aunque algunos tal vez estarían dispuestos a actuar como agentes para con los forasteros), y algunos muestran un claro temor de que la intervención del Estado podría aún hacer que perdieran las tierras adquiridas en forma no tan legítima o las que aún constituyen la base de alguna disputa.4 En la ausencia de fuertes pro­motores internos del procedimiento p r o c e d e en las comunidades agra­rias, hasta la fecha la burocracia regional aún no ha presionado a las asambleas ejidales a pesar de sus tácticas de demora, las cuales han lo­grado frenar todo avance del programa. Esta situación es enteramente consistente con el comportamiento antes característico de los funciona­rios de la s r a , quienes permitían que todo asunto contencioso fuera re­suelto o no dentro de las mismas comunidades mediante prácticas in­formales, al tiempo de que recibían pagos de todos los participantes.

Los otros programas importantes introducidos por el régimen de Salinas, p r o n a s o l y p r o c a m p o , han tenido un impacto económico igual­mente insignificante en la Ciénega, pero en este caso no por carencias en cuanto a su ejecución, sino porque han servido fines exclusivamente políticos. Los programas de p r o n a s o l , supuestamente diseñados para apoyar a agricultores de nivel subsistencia, fueron usurpados por las autoridades locales del p r i y pervertidos, de tal manera que se asegu­rara que los fondos jamás llegaran a los pobres ni tampoco, por lo regu­lar, a invertirse en actividades agrícolas (Gledhill, 1995: 51). Las inver­siones en proyectos de infraestructura, como agua potable, han sido manipuladas por las administraciones priístas para obligar a las comu­

9 En 1990, una disputa muy antigua sobre tierras entre un hijo y un hermano del más

importante ex cacique de la comunidad en el ejido de Emiliano Zapata, la cual he estu­

diado durante muchos años, dio un nuevo y violento giro con el asesinato del principal

protagonista por su sobrino-nieto, quien logró escapar a la justicia y huir a los Estados

Unidos sin impedimento alguno debido a las buenas relaciones entre su familia y las au­

toridades municipales priístas. Es notable que el funcionario de la SRA encargado de la

asamblea decenal de depuración del censo que tuvo verificativo más tarde en ese mismo

año, sabiamente aceptó el consejo del comisario de no insistir mucho en este aconteci­

miento, y el autor intelectual del crimen (él mismo un ex-comisario), prudentemente dejó

de presentarse en la asamblea seguro de que sus parientes y clientes defenderían sus in­

tereses y de que el resto de la comunidad no forzaría este asunto más allá de unos gritos.

nidades a renunciar al p r d y no simplemente como una medida de pre­sión para comprar sus votos: a los miembros de una pequeña comuni­dad se les dijo que un pozo profundo tramitado por los líderes ejidales del p r d permanecería tapado hasta que entregaran el 1 0 0 % de la vota­ción a favor del pri en las elecciones al congreso de 1991. Las elecciones para gobernador y funcionarios municipales de 1992 estuvieron caracte­rizadas por los mismos vicios que recientemente han tenido tanta publi­cidad en el estado de Tabasco. Y aunque los abusos directos en el mane­jo de recursos de p r o n a s o l para propósitos electorales fueron demasiado evidentes durante el proceso electoral municipal, (del cual fui testigo presencial), todo fue simple extensión de una tendencia de larga histo­ria en cuanto al reparto de recursos de p r o n a s o l dentro de y entre mu­nicipios según los principios de lo que George Collier (1994) ha llama­do muy atinadamente "la política de exclusión" (Gledhill, esva: 50).

Se puede resumir adecuadamente la experiencia de p r o c a m p o en 1994 de una manera muy simple, a saber que los campesinos insisten en llamarlo "p r i c a m p o ". Este resultado era quizás predecible dado que quien encabeza la s a r h en el distrito de riego local es uno de los princi­pales elementos en la máquinaria electoral regional del p r i, muy dado a sermonear a los campesinos sobre la necesidad de poner fin al paterna- lismo. Es bastante evidente, sin embargo, que en el estado de Michoacán pocas cosas se dan a partir de iniciativas puramente locales, dada la fuerza permanente del ahora dividido y fraccionado p r d en el estado. Pero aún así, es muy dudoso que cualesquiera de los programas que Sa­linas ofreció como compensación por el impacto social y económico de las políticas neoliberales haya sido adecuado aunque no se hubieran pervertido para fines políticos. Los afortunados campesinos que llega­ron a ver fondos de p r o c a m p o no los consideraban suficientes para com­pensar el continuo aprieto "precio-costo" al cual se encontraban sujetos, mucho menos les permitían un momento de respiro y considerar la po­sibilidad de sembrar algún otro cultivo que pudiera ser más rentable a largo plazo. Se hacían pocas ilusiones de lo que significaría permitir que el precio del maíz y de otros granos básicos cayeran a niveles interna­cionales todavía antes de la devaluación de diciembre de 1994 con su impacto devastador sobre los precios de insumos agrícolas y sobre los costos del servicio de la deuda. Los informes que he recibido del campo

desde mi última visita a la Ciénega en noviembre de 1994 indican que muy poco del dinero de p r o c a m p o ha entrado en la producción agríco­la. El porcentaje de tierras sembradas con cualquier cultivo durante el primer ciclo de 1994-95 fue el más bajo del siglo.

Si examinamos la situación de la agricultura en la Ciénega en su evolución a lo largo del sexenio de Salinas, parece claro que es simple­mente el resultado predecible de un patrón de continuo deterioro. El único "éxito" aparente de la política agrícola de Salinas fue el incremen­to en la producción de maíz y de frijol que permitió al país revertir su creciente dependencia de la importación de alimentos en 1991 y 1992. Pero esto fue una consecuencia del programa gubernamental que man­tenía los precios de garantía para estos alimentos básicos, mejorando así su relativa rentabilidad. En 1991 y 1992 el maíz era el cultivo de riego más significativo en todos los municipios de la Ciénega con la excepción de uno, y el maíz y el frijol representaban, juntos, el 50% de toda la ex­tensión de riego sembrada (Gledhill, 1995: 29). Sin embargo esto no re­presentó tanto una reactivación de la producción de excedentes de parte de los campesinos, sino más bien un retroceso en las actividades de los productores comerciales, incluidos los "ejidatarios ricos" que ya no te­nían la capacidad de seguir activos en el mercado de verduras o que fueron obligados a contraer sus operaciones debido a los incrementos en costos y a los inadecuados niveles de rentabilidad. Parece que el go­bierno de Salinas supuso que un proceso de "selección económica" bajo el libre movimiento de las fuerzas del mercado no solamente permitiría a los medianos agricultores comerciales continuar con sus operaciones, sino que los llevaría a una posición desde la cual podrían invertir en ac­tividades más rentables consistentes con la reorganización del sector agrícola que exigía el tratado de libre comercio.10 Sin embargo, se hizo

10 Cuando estas expectativas iniciales no se cumplieron y se introdujo el procampo

como un paliativo político y económico, la intención nuevamente era la de fomentar la

sustitución de cultivos y dejar el cultivo de maíz para aquellos agricultores con más capi­

tal. En vista de que muchos agricultores comerciales seguían sembrando maíz y frijol,

esta expectativa tampoco se cumplió y los excedentes nacionales de maíz crecían, obli­

gando a la liquidación de existencias excedentes hacia salidas tales como la industria

porcina en 1994. El impacto de la sequía, de las alzas en los costos de los insumos y del

2 el f i n de t o d a i l u s i ó n ?__ _______________________

muy pronto patente en el verano en 1993, plagado de manifestaciones

de protesta en tractores por agricultores privados en Jalisco bajo el pa­trocinio del movimiento El Barzón, que las carteras vencidas no eran un problema exclusivo del sector campesino y que el Barzón vio que era bastante fácil atraer a grandes grupos de campesinos a sus reuniones organizadas en Jiquilpan y en otros lugares de la Ciénega.

Muchos de los barzonistas habían sido fieles priístas hasta que los bancos privados a quienes debían dinero empezaron a amenazar con embargar sus tierras. Pero el atractivo de este movimiento para los cam­pesinos con tendencias perredistas aumentó debido a sus tácticas agre­sivas que incluían la toma de bancos y a la represión de que fueron obje­to los líderes barzonistas después de que el movimiento intentó organi­zar protestas en tractores en la ciudad de México el día del destape de Luis Donaldo Colosio como candidato a la presidencia por el p r i . Pero no fueron simplemente los actos de los barzonistas, (ni tampoco su mar­tirio),11 lo que estimuló la respuesta positiva de los ejidatarios. El movi­miento articulaba un discurso que contradecía la retórica gubernamen­tal sobre el "paternalismo", tan despectiva como poco sincera a la luz de los eventos de 1991 y del escándalo de a g r o a s e m e x según el punto de vista de la mayoría de los campesinos de la Ciénega. Aferrándose al pa­pel de productores emprendedores y "responsables", los barzonistas ar­güyeron explícitamente que no buscaban limosnas, sino que exigían que el gobierno aceptara su responsabilidad de proporcionar un campo parejo para todos en cuanto a subsidios, lo cual les permitiría operar bajo condiciones comparables a las de agricultores en otros países. Des­

endeudamiento de los agricultores provocan, en el mom ento de escribir estas líneas, un

déficit en el abastecimiento doméstico de alimentos, no obstante los intentos de los fun­

cionarios por desmentirlo.

11 Ser víctima de la violencia de la policía judicial es una experiencia conocida por to­

dos los líderes de la comunidad (incluidos algunos priístas y elementos apolíticos) que

han sobrepasado las líneas trazadas por las más altas autoridades. Esto era particular­

mente recordado por los perredistas, ya que la memoria de la detención y tortura que ex­

perimentaron varios de sus militantes locales y candidatos a cargos públicos en 1990 aún

estaba fresca los asesinatos de perredistas en Michoacán continuaron durante el sexenio

de Salinas.

de la debacle de diciembre de 1994, el movimiento El Barzón ha exten­dido su base aún más en muchos sectores de la sociedad mexicana. Sin embargo, parece que hay límites en su atractivo para con los campesi­nos en la Ciénega. La primera ola de entusiasmo había retrocedido un

año más tarde debido a un cierto escepticismo: muchos campesinos expresaban dudas acerca del valor de aliarse con agricultores cuya posi­ción de clase era radicalmente distinta de la suya y todos temían acce­der a cualquier forma de crédito que implicara dar sus tierras o sus ca­sas en garantía.

Este último factor ha sido foco de una hostilidad generalizada hacia las reformas neoliberales en la región desde hace mucho tiempo, aun entre los individuos más acomodados del campo. Estos últimos entien­den los riesgos de las iniciativas de agricultura en pequeña escala que tratan de aprovechar cultivos con más altos costos de producción y mer­cadas más inestables y sospechan de cualquier modelo de desarrollo que parece fortalecer el papel del capital transnacional. En efecto, es es­pecialmente entre los productores comerciales de mediana escala donde se encuentra el mayor grado de escepticismo acerca de la posibilidad de que México llegue algún día a tener un "comercio genuinamente libre" con los Estados Unidos; una postura basada en el conocimiento profun­do de la influencia política que ejercen los intereses agrícolas del norte y de las estrategias comerciales de los brokers norteamericanos en el mercado internacional de alimentos.

Es evidente, pues, que aunque las políticas neoliberales no han deja­do de ser impugnadas por los campesinos en la Ciénega de Chapala, sus acciones políticas y afiliaciones con movimientos sociales más amplios han dado hasta la fecha muy pocos frutos. En cierto sentido las tácticas de demora manifestadas en las respuestas locales al programa p r o c e d e

podrían interpretarse como una continuación de patrones informales de resistencia a la dominación del Estado existentes desde mucho tiempo atrás. Y esto es, después de todo, otra visión de algunas de las respues­tas anteriores de parte de los ejidatarios frente a la estatización, las cuales nos hacen recordar las formas de "resistencia" practicadas en el contex­to del antiguo régimen de la hacienda. En sus respuestas individuales al sistema que les impuso b a n r u r a l (descrito por algunas personas como una nueva forma de "peonaje"), los ejidatarios desviaron los pocos re-

cursos públicos que les llegaban hacia los proyectos o propósitos que ellos consideraban de mayor beneficio: vender un costal de fertilizante en el mercado negro, llegar a un arreglo con el inspector de a n a g s a .

Gran parte del aparato legal responsable de los ejidos fue manipulado o ignorado de acuerdo con objetivos locales, a veces de modo que sim­plemente reflejaba el dominio de los caciques sobre la voluntad general en las asambleas ejidales; pero también, en ocasiones, porque la gente local consideraba como una solución justa de acuerdo con sus propios criterios un resultado formalmente ilegal. Es cierto que gran parte de la resistencia al mejoramiento de los términos en que los campesinos indi­viduales fueron dominados y explotados contribuyó concretamente a la disfuncionalidad a largo plazo del sector ejidal, y que, como individuos, los campesinos se convirtieron frecuentemente en cómplices de su pro­pia dominación cuando recurrían a estas prácticas con la intención de mejorar sus situaciones personales. Sin embargo es necesario reconocer que los mismos campesinos normalmente eran conscientes de este he­cho, que sus respuestas sí tuvieron algún impacto histórico sobre las prácticas de los burócratas y de los funcionarios, y que muchos ejidata­rios siguieron esperando reformas del sistema al apoyar al movimiento reformista local ya mencionado a pesar de su escepticismo ante sus resultados potenciales. Es significativo, por tanto, que se hayan mostra­do tan antagónicos a los proyectos de los reformadores neoliberales.

Aunque el proceso de reforma del ejido ha sido presentado por par­te de sus patrocinadores dentro del gobierno nacional como un medio para impulsar a los campesinos "productivos" y quitarles el Estado de encima, fue impuesto por medios autoritarios no democráticos y se está implantando mediante una nueva expansión de la burocracia agraria: los campesinos de la Ciénega, por tanto, ven el proceso como una con­

tinuación de las políticas de siempre "impuestas desde arriba", motiva­do por una cada vez mayor sumisión de una élite nacional alienada frente a los intereses norteamericanos; así relacionan toda interferencia en los derechos de la tierra local con los dos puntos más importantes de su memoria histórica, el antiguo latifundio y la situación agraria de los Estados Unidos donde "cada cosa tiene su dueño" y la tierra pertenece a los "puros ricos". Sin embargo, hay varias contradicciones en su po­sición.

Primero, su enojo provocado por los discursos neoliberales sobre el "paternalismo y la responsabilidad", que pueden interpretarse como un "culpar a los campesinos" por el fracaso de la agricultura ejidal, se com­bina con la idea de que el Estado es el responsable de proporcionarles

los medios para ganarse la vida. Durante el apogeo del régimen de b a n ­

r u r a l , los ejidatarios se quejaban con frecuencia de que los créditos que recibían "no alcanzaban" porque esperaban recibir el equivalente de un salario por su trabajo más la "utilidad" que les correspondía como "dueños" de la tierra. Esta visión subjetiva del contrato entre el Estado y el campesino no era tan ilógica (después de todo, ¿cuál era la ventaja de recibir la tierra si uno iba a estar en las mismas que otra persona que no tenía nada?), pero tampoco correspondía a la idea existente en las mentes de algunos de los arquitectos del programa de reforma agraria de la "racionalidad" que supuestamente caracterizaba al resistente e independiente "agricultor".

Aunque ésta es una combinación de ideas algo incómoda acerca de los derechos de los propietarios particulares y de los asalariados, es, a la vez, precisamente lo que se podría esperar de una población campesina anteriormente sumida por un modelo Junker de transformaciones agrícolas capitalistas a la cual se le había prometido su independencia económica, al estilo ranchero, pero que en la práctica se ha visto obliga­da a sólo "irla pasando" mediante la migración, y a trabajar en distantes mercados de mano de obra. Segundo, las perspectivas campesinas en la Ciénega están fuertemente cargadas con la idea de que el Estado pos­revolucionario les ha hecho promesas en repetidas ocasiones sólo para luego no cumplirlas, mientras que se consideraban a sí mismos como dignos beneficiarios de la asistencia gubernamental por su positiva con­tribución económica al resto de la sociedad mexicana como productores de los alimentos que abastecen a la ciudad. Perspectivas similares se pueden constatar en otras regiones de México que han sido moldeadas en gran medida por el proceso de estatización (Gates, 1993: 7), y esto hace especialmente sensible el asunto de las supuestas "deudas" del campesinado: los intentos de los círculos oficiales hoy en día por descar­tar las promesas oficiales del pasado como simple "demagogia" no son convincentes a la luz de las continuas campañas que pretenden con­vencer a los campesinos de que el Estado y la persona de su presidente

t i e n e n m u y p r e s e n t e e l b i e n e s t a r d e lo s c a m p e s i n o s c u a n d o e l pri l e s

p i d e s u s v o t o s .

En medio de este problema está la manera en que el Estado posre­volucionario redefinió la sociedad sobre principios no liberales, corpo­rativos y jerárquicos (Lomnitz-Adler, 1992: 278). Los "campesinos" ten­drían su "lugar" en la sociedad así como en la organización sectorial de la representación política; al abandonarlos en cuanto al apoyo económi­co y al adoptar discursos que insinúan que su sector se ha convertido en un anacronismo histórico, el neoliberalismo amenaza lo que queda de la identidad y de la dignidad social de muchas comunidades rurales sin ofrecer sustituto significativo alguno. El neoliberalismo, por lo tanto, ha reforzado las tendencias fundadas en la historia que llevan a los campesinos de la Ciénega de Chapala a considerarse como una "comu­nidad de sufrimiento".

El potencial que tiene este segundo planteamiento para aportar una base de acción colectiva de oposición campesina al neoliberalismo ha sido socavado, sin embargo y en ciertos respectos, por la transformación social progresiva de las comunidades de la Ciénega y por el impacto de las estrategias económicas espontáneas que muchas familias han desa­rrollado en un intento de aguantar el efecto inmediato de la reducida viabilidad de la actividad agrícola. Aunque la "recampesinización" (el uso continuo de por lo menos una parte de la parcela ejidal para culti­var pequeñas cantidades de productos para la subsistencia), aún no ha sido amenazada por ninguna fuerte demanda alternativa capitalista en cuanto a la tierra. El hecho de que tan enorme extensión de tierra queda ahora completamente sin cultivarse sugiere que la migración podría te­ner otro significado muy distinto a aquél que describí para el período hasta los años de 1970, cuando funcionaba de varias maneras para man­tener viva la posibilidad de revitalizar el ejido. Ya he mencionado la cambiante composición social de los ejidos de la Ciénega provocada por el incremento en el valor de la tierra durante la década de 1970, pero otro rasgo impactante de esta zona, como es el caso en muchas otras zo­nas de México, es el de la concentración de ancianos en la pirámide de edades de los ejidatarios, factor que adquiere un significado especial tanto en relación a la reforma del Artículo 27 constitucional como en el contexto de los cambios en las tendencias de la migración internacional.

E m ig r a c ió n y t r a n s n a c i o n a l i z a c i ó n

Durante mucho tiempo la Ciénega de Chapala ha estado caracterizada por la emigración neta de su población. Los primeros migrantes inter­nacionales dejaron los pequeños pueblos locales y las comunidades agrícolas antes de la Gran Depresión y muchos de ellos encontraron tra­bajos estables en las fábricas industriales del norte (Gledhill, 1991, cap. 8). El siguiente éxodo tuvo lugar después de la reforma agraria car- denista, la cual dejó a la mitad de la fuerza laboral de la ex hacienda sin derechos en los recién creados ejidos. El cierre del ingenio de Guaracha y las dificultades de los años de 1940 impulsaron a los migrantes a las ciudades metropolitanas de México y este proceso, junto con algunos movimientos hacia nuevas zonas de colonización rural, fue alentado por el paternalismo de la familia Cárdenas. Los migrantes rurales-urba- nos de la década de 1940 incluían a muchos ejidatarios decepcionados, algunos de los cuales habían sido cardenistas prominentes, así como a mucha gente que carecía de tierras. Los descendientes de muchos de aquellos qué dejaron la región durante ese período han logrado cierta movilidad social desde la clase trabajadora hasta la clase media, pero mi investigación sobre la migración interna de la región ha mostrado que, a todo lo largo, las familias de los ejidatarios han tenido mayor éxito que las familias sin tierras en cuanto a conseguir trabajos urbanos mejor remunerados y avances en la educación. Esto sugiere que la principal ventaja social de poseer derechos en tierras ejidales ha sido la oportuni­dad que ofreció a la siguiente generación de escapar de la vida campe­sina (Gledhill, 1991: 208-9). Durante el período en el que la mayoría de los que emigraban a los Estados Unidos lo hacía como jornaleros con­tratados por el programa de Braceros, los ejidatarios se encontraban nuevamente a la vanguardia por la simple razón de que tenían mayor facilidad para conseguir los préstamos necesarios para pagar a la plaga de nefastos intermediarios colocada entre los necesitados y la lista que autorizaba la entrada a los Estados Unidos (Gledhill, 1991: 252-53). Sin embargo, aquí las historias de migración internacional desde distintos pueblos de la Ciénega comienzan a divergir.12

12 Para una discusión más detallada de los factores que pudieran invocarse para ex-

Algunas comunidades que eran económicamente marginadas logra­ron altos índices de legalización, como es el caso de Jaripo que contaba con el apoyo de un hijo nativo que se convirtió en un valioso patrón político (Fonseca, 1988). Los migrantes de estas comunidades desple­garon una tendencia de creciente permanencia en los Estados Unidos y se mudaban de los campamentos de migrantes hacia zonas residencia­les y a empleos cada vez más urbanos. Otros tenían un menor número de emigrados y mostraban una ampliación en la composición social de la población migrante hasta incluir una mayor proporción de gente de familias sin tierras al finalizar las contrataciones de mano de obra en 1964, cuando la mayoría de los migrantes se volvió indocumentada. Hasta la fecha algunas comunidades, como el pequeño pueblo de Cerri- to Cotijarán que estudié en 1990 y 1991, conservan un patrón migrato­rio en gran medida estacional desde el campo mexicano hacia los cam­pos de California y de Arizona, concentrándose en unos cuantos lugares por el importante papel de los mayordomos y contratistas nacidos en la comunidad (Gledhill, 1995: 106-109). Sin embargo otras,* como la más grande comunidad vecina de Emiliano Zapata (antes Guaracha), tienen una tendencia migratoria mucho más diversificada tanto geográfica como ocupacionalmente, a pesar de que la gran mayoría de sus mi­grantes entre 1964 y 1988 era de indocumentados (esva: 124-34). Este úl­timo tipo de comunidad también mostraba síntomas relativamente tem­pranos de lo que ahora se ha convertido en tendencias más comunes hacia ausencias extendidas de parte de los hombres migrantes en el norte y hacia aumentos en la migración de mujeres y de familias.

Sin embargo estas tendencias se aceleraban después de la puesta en vigor de las provisiones del Acta de Reforma y Control de la Inmigra­ción (Im m igra tion Reform and C ontrol A c t) . Las primeras legalizaciones de migrantes anteriormente indocumentados bajo esta nueva ley ocu­rrieron en 1988, pero el programa de legalización no produjo exacta­mente los resultados que sus arquitectos en el Congreso de los Estados

plicar las diferencias en las tendencias de la migración internacional de comunidad a co­

munidad, véase Durand y Massey (1992) y mi propia discusión de estos problemas en

Gledhill (1995), donde se presentan algunas críticas de los presupuestos de Durand y

Massey, en particular relacionados con el género.

Unidos habían previsto. Los arreglos que éstos efectuaron para satisfa­cer las exigencias de los intereses agrícolas en cuanto a la necesidad de poner en marcha medidas que aseguraran el flujo continuo de trabaja­dores migrantes, fueron arrebatados por contratistas nacidos en México, así como por otros intermediarios, de tal manera que hicieron posible la legalización de una nueva generación de jóvenes sin experiencia previa en migración, apoyada en documentación falsificada, en cuyas filas se

encontraban hijos de importantes ejidatarios. Muchos de los que fueron admitidos gracias a la categoría de "trabajadores agrícolas especiales" (Special A gricultura!. W orkers) llevaron al norte a sus mujeres e hijos in­documentados y el proceso de la migración indocumentada siguió como antes una vez terminado el período de legalizaciones; sólo que ahora se trataba de los miembros de una nueva generación (Gledhill, esva: 118-23). Esto sugiere que las medidas legislativas de los Estados Unidos tienen poco impacto sobre la economía política que subyace al fenómeno de la migración internacional y que las redes sociales estable­cidas por la misma población migrante son de importancia fundamen­tal para la articulación de regiones como la Ciénega de Chapala con los mercados de mano de obra en el norte." Pero tal conclusión parece ser sólo parcialmente correcta a la luz de una evaluación del contexto más amplio en el que estos acontecimientos sucedieron y del impacto de la nueva legislación sobre la situación de los migrantes en el norte.

La legislación ir c a representó otro paso en el camino hacia la ins- titucionalización de los trabajadores migrantes mexicanos como una subclase étnica, al restringir sus derechos a beneficios sociales aun si conservaba la posibilidad de que los migrantes recién legalizados (po­seedores de su Green Card o tarjeta verde), pudieran, eventualmente, lo­grar la condición de ciudadana.14 El problema fundamental que enfrenta la población migrante internacional contemporánea es, sin embargo y

11 Para una discusión más detallada, véase Massey, Alarcón, Durand y González

(1987)

14 La mayoría de los que han logrado la condición legal desde finales del período del

bracerismo, en contraste con la generación anterior de migrantes, se ha detenido allí y no

ha solicitado la naturalización, aunque es posible que esta situación cambie si el gobier­

no de México acepta el argumento según el cual permitir a los mexicanos en los Estados

como lo ha expresado Michael Kearney, que a la vez que son deseados en los Estados Unidos como mano de obra, son cada vez más rechaza­dos como "personas" (Kearney, 1991). He explorado con más detalle en otra publicación las características estructurales específicas del sistema social y político de los Estados Unidos que dan lugar a esta problemáti­ca (Gledhill, 1995, cap. 7). Aquí simplemente quiero mostrar su impacto sobre las actitudes de aquellos migrantes que siguen formando parte de las comunidades locales en la Ciénega, en el sentido de que conservan lazos sociales y hacen visitas regulares, aunque muchas de estas perso­nas ya no están trabajando simplemente en forma estacional en los Estados Unidos, sino que pasan prácticamente toda su vida productiva en el otro polo de lo que Roger Rouse ha llamado "circuitos migrantes transnacionales" (Rouse, 1992). Ahora hay referencias habituales de parte de los migrantes más jóvenes referentes a la discriminación que experimentan por el color de su piel en los Estados Unidos. La aproba­ción de la Proposición 187 (ocurrida durante mi última visita a la re­gión), fue vista como sintomática de una serie de procesos que eran perjudiciales para todos los migrantes, sin importar su situación legal. Estos cabían en un patrón más amplio de victimización del campesino en el cual se consideraba al gobierno de México como cómplice porque firmó un tratado que excluía a los asuntos relacionados con el trabajo y servía al proyecto económico imperialista de los Estados Unidos. Esto representa un cambio sustancial en los discursos locales sobre migra­ción en comparación con las más ambivalentes actitudes que escuchaba a principios de la década de 1980 (Gledhill, 1991: 241-42) tendientes a una postura más antagónica en la cual los Estados Unidos es considera­do en términos más recíprocos como el centro imperialista frente al "otro colonial" que es México en la imaginación de los anglos, según la cual el migrante se ve a sí mismo como miembro de un proletariado transnacional explotado. En el caso de la Ciénega de Chapala, sin em­bargo, mientras la experiencia práctica reciente de vivir en el sistema clasista etnizado de los Estados Unidos ha reforzado sus nociones de la

Unidos ostentar la doble nacionalidad es la mejor manera de defenderlos contra la xeno­

fobia actual; un punto plasmado recientemente por José Angel Pescador, el cónsul mexi­

cano en Los Ángeles (Reforma, 10 de junio de 1995).

comunidad campesina como una "comunidad de sufrimiento", una evaluación cada vez más negativa de las condiciones y posibilidades de la vida migrante transnacional no fomenta fuertes tendencias hacia el desarrollo de nuevas solidaridades colectivas más allá del desarrollo de una ética compensatoria del valor humano de "Lo mexicano" que es completamente consistente con una práctica social individualista (Gledhill, 1995: 207-10). Varios factores coyunturales se han combinado para producir este resultado: la frustración de proyectos políticos colec­tivos de resistencia comunitaria al neoliberalismo dentro de México, nuevas tensiones comunitarias que surgen de las legalizaciones bajo la ley ir c a y nuevas tensiones sociales que han surgido en el polo norte del circuito migrante trasnacional.

Estos últimos dos factores merecen alguna discusión adicional. Ge­neralmente los jóvenes que se convirtieron en "rodinos" gracias a docu­mentación falsificada acumulaban deudas con los familiares y vecinos que ayudaron a conseguir el dinero necesario para comprar su entrada en el sistema y para lograr su primer (e indocumentado) cruce de fron­tera. Estos "ayudantes" han mostrado una tendencia a exigir continua­mente de estos jóvenes a quienes ven como inusitadamente privilegia­dos. En algunos casos la documentación que un joven "rodino" recibió privó a la vez a otro candidato de la misma comunidad, verdadera­mente calificado, de la oportunidad de alcanzar la legalización, por la simple razón de que algún intermediario vendió los papeles al mejor postor. Aun en ausencia de esta clase de engaño, el hecho de que una corta generación de jóvenes tuviera esa oportunidad especial de obtener el derecho de trabajar legalmente en los Estados Unidos necesariamente provocó divisiones en la comunidad, no sólo porque la inversión econó­mica requerida para asegurar la legalización estaba más allá de los medios de algunas familias en ese tiempo,15 sino porque la generación

15 Los "rodinos" de la Ciénega de Chapala eran reclutados de las comunidades más

pobres así como de las más ricas ya que las redes sociales de migrantes tan antiguas de

la región representaron un facilitador de gran importancia, mientras que en otras regio­

nes de Michoacán hubo mayor diferenciación intercomunitaria en cuanto al acceso a esa

condición legal. Aun dentro de la Ciénega, sin embargo, algunas familias pobres perdie­

ron su oportunidad y esta diferenciación social interna es aún más marcada en algunas

otras comunidades donde he trabajado fuera de la región de la Ciénega.

venidera de migrantes después de 1990, incluidos los hermanos y pa­rientes cercanos del individuo legalizado, quedaron condenados a la condición de indocumentados. La misma ley Simpson-Rodino contribu­yó a la creciente satanización de los migrantes indocumentados, pero este efecto fue reforzado por una variedad de transformaciones conti­nuas en California, aún el principal destino migratorio en los Estados Unidos. Más allá de la recesión provocada por la conclusión de la gue­

rra fría y la pérdida de empleos tanto en las maquiladoras mexicanas como en fábricas sindicalizadas en otros estados, la situación de Califor­nia ha sido afectada por cambios económicos y políticos más profundos: la huida de la población blanca hacia las zonas suburbanas y el deterio­ro de las ciudades, el final del sueño de seguridad económica con nive­les de vida cada vez más altos para la clase media blanca, y la mayor visibilidad de la aparente amenaza de hegemonía social y política de los anglos que representa el cambio demográfico (Gledhill, 1995: 167-71). Hasta la propia Simpson-Rodino tuvo una consecuencia no intenciona­da para las actitudes de los anglos en California específicamente, debido a que el gobierno federal no cumplió su iniciativa original de compensar plenamente al estado por los costos locales de su nueva po­lítica migratoria nacional (Eisenstadt y Thorup, 1994:72). Las reacciones nativistas y la histeria antiinmigrante no son nuevas en California, desde luego; aunque en mi opinión no sería aconsejable entender la si­tuación actual simplemente como una fase pasajera que surge debido a ciertos factores económicos coyunturales sin tomar en cuenta la más profunda crisis de la sociedad americana hacia finales del siglo xx de la cual éste es sólo un aspecto. Lo que quisiera subrayar aquí, sin embar­go, no es tanto el impacto del racismo y de la histeria de los anglos acer­ca de la posición de los migrantes contemporáneos, sino las crecientes tensiones dentro de la población migratoria en sí.

Como observé anteriormente, la //modernización,' de los ejidos de la Ciénega bajo los auspicios del estado intervencionista de los años 70 puede concebirse como otra etapa posterior a una serie de "ajustes bila­terales", los cuales han forjado un vínculo sistèmico entre la evolución de la agricultura comercial de California y partes del sector de la refor­ma agraria en México (Palerm y Urquiola, esva). Durante los años de contratación de braceros, el ritmo de modernización técnica en la agri­

cultura norteamericana fue frenado durante un período por la disponi­bilidad de mucha mano de obra barata; pero al final de cuentas el uso generalizado de braceros no acabó con la organización sindical de la mano de obra y, en un más largo plazo, la exportación de la tecnología de la revolución verde y la consecuente disminución de los precios mundiales de granos impulsaron una reorganización más radical del sector agrícola en California. El cultivo de granos y la explotación gana­dera fueron reemplazados por una producción altamente tecnificada de frutas y verduras a pasos agigantados después de 1975 y con este cam­bio se hizo más deseable, desde el punto de vista de los agricultores, una población de trabajadores agrícolas migrantes más sedentaria, (Pa- lerm, 1991: 78). Aunque la demanda de trabajadores ocasionales apor­tados por la migración estacional continuó, un número significativo de trabajadores podía ahora encontrar trabajo todo el año en las granjas de California y, de manera creciente, empezaban a vivir ahí con todo y su familia. Como Palerm ha mostrado en sus estudios en los Estados Unidos, la ley IRCA jugó un papel importante en el rompimiento de la es­tabilidad de este incipiente mercado de mano de obra al agregar una multitud de migrantes jóvenes y legalizados al creciente número de buscadores de trabajo indocumentados provenientes de varias condi­ciones rurales y urbanas ocasionadas por la crisis mexicana (Cornelius, 1990; Escobar, 1993). Los efectos eran aún más drásticos que simple­mente el impacto negativo del volumen de trabajadores sobre los sala­rios, (aunque este problema está agravándose tanto en áreas rurales como urbanas). La amenaza de sanciones para los patrones y el volu­men de trabajo de escritorio que exigen las provisiones de la ley ir c a hi­cieron que hasta los mejor intencionados agricultores dependieran cada vez más de la mediación de mano de obra que ofrecían los contratistas, por lo menos en el sur de California y en el valle central La expansión en el trabajo de reclutamiento impulsó la entrada de algunos negocios de mala fama. Sin embargo, hasta los contratistas establecidos con fuer­tes nexos en determinadas regiones y comunidades dentro de México se veían obligados por la competencia a reclutar a los trabajadores dispo­nibles más baratos, o bien dentro de México o en la zona fronteriza, aun cuando esto significaba desplazar de sus trabajos a trabajadores estable­cidos o tener que negarle un empleo a un miembro de su clientela nor­

mal o a un paisano (esva: 113-4), Así, los lazos personales entre los tra­bajadores establecidos y los agricultores se reventaron al perder aque­llos la seguridad de su empleo. Fuertes tensiones surgieron también dentro de las comunidades agrícolas entre trabajadores "establecidos" y

"rodinos", y entre migrantes legalizados e indocumentados. Además, supuesto que la California rural está sujeta a los mismos procesos de "la huida blanca" hacia los suburbios como lo es la parte urbana del esta­do,16 existe una creciente tendencia a que los pueblos de trabajadores agrícolas se conviertan en núcleos "mexicanizados", focos de pobreza rural carentes de servicios públicos adecuados y de acceso a empleos agroindustriales mejor pagados, los cuales han sido desplazados, junto con la clase media y los trabajadores ciudadanos, a los suburbios (Palerm, esva: 21).

El impacto de estas tendencias fue más notable en mis entrevistas más recientes con trabajadores migrantes en la Ciénega. Hubo muchas quejas porque contratistas "de confianza" le "negaban" a la gente los trabajos que estaban acostumbrados a tomar y, aunque la gente recono­cía que era duro conseguir trabajo debido a la mayor cantidad de per­sonas que andaba en pos de él, es evidente que esto no fue aceptado como una explicación completa. Algunos contratistas que antes con­servaban lazos con sus comunidades de origen dejaron de visitarlas y a veces sus propios parientes empezaban también a huir. Algunos de ellos habían dañado sus ya ambiguas relaciones con sus clientes durante el período de legalización, pero el sentido creciente de que las utilidades importaban más que la preservación de obligaciones sociales tradicio­nales en cuanto a las contrataciones quitaba rápidamente las últimas huellas de esta ambigüedad. Hubo también muchas historias de violen­cia, incluso de homicidio, dentro de las comunidades de migrantes en el Norte.

Dejando a un lado el impacto del acomodo progresivo a los valores y a las conductas relacionados con la vida cotidiana en los Estados Uni­

1(1 Se podría agregar aquí que la expansión de los suburbios tiende a invadir áreas an­

teriormente dedicadas a la agricultura y ocupadas por trabajadores migrantes mexica­

nos, un hecho que está detrás de algunos de los ejemplos más agresivos de la reciente vic-

timización de trabajadores migrantes por anglos (Eisenstadt y Thorup, esva).

dos, (Rouse, esva.), la creciente competencia por el trabajo en sí hubiera fomentado , sin lugar a dudas, el individualismo y la envidia. Sin em­bargo estos problemas han sido exacerbados por las distinciones cate­góricas que surgen entre diferentes tipos de migrantes que compiten por los mismos trabajos y los valores morales a ellas asignados. Si los migrantes establecidos resentían a los rodinos, los mismos rodinos sen­tían antagonismo por sus competidores indocumentados, y hasta por sus propios parientes. El problema no era simplemente que hubieran in­vertido una suma considerable para conseguir acceso legal a un merca­do de trabajo del cual ellos esperaban conseguir, por lo menos, ingresos regulares. Era fácil que llegaran a pensar que la presencia de tantísima gente indocumentada podría hacer más problemática su propia vida en el Norte, tanto desde el punto de vista del acoso de la policía como de los abusos, o algo aún peor, de parte del resto de la población "nativa".

No quisiera dejar la impresión de que se haya roto la sociabilidad dentro de la proporción cada vez mayor de población de la Ciénega de Chapala que ahora deambula por los circuitos migratorios que entre­lazan el polo capitalista de este sistema de clases cada vez más trasna- cionalizado con sus zonas rurales en México, donde se reproduce la mano de obra. Actos de solidaridad y de ayuda mutua, aun a través de líneas étnicas entre mexicanos y otros latinos, ocurren todavía y son concebidos como "correctos". Sin embargo, existe un reconocimiento generalizado y hasta una objetivación consciente de que "la gente no se ayuda tanto como antes, ni como deben de hacer". La necesidad de ser realista y de cuidar los intereses inmediatos de uno mismo (o, en una frase más pintoresca, "no hacerse pendejo"), es algo que se menciona con frecuencia cuando se platica de los dilemas existenciales de la vida contemporánea. Y estas son, como ya he observado, comunidades que han sufrido golpes muy duros a través de su historia, y no en menor grado golpes que provenían de familias no campesinas, como la de los Cárdenas que se decía capaz de proporcionarles una mejor vida. Por todo esto tienen pleno derecho de manifestar un cierto "realismo" frente a los llamados a la acción colectiva. Sin embargo los procesos más nefas­tos de fragmentación y división que he discutido aquí son consecuencia de la forma en que se está reestructurando el proceso de acumulación capitalista mediante la alianza de la élite hegemónica tecnoburocrática

de México y el capital americano. Esto golpea el tejido mismo de la vida social cotidiana de manera tal que se manifiesta etnográficamente en pequeñas disputas y viejas amistades distanciadas. No simplemente debilitan la capacidad de los individuos para juntarse en defensa de sus propios intereses, sino que los convierte en otra clase de personas y dis­minuye aún más la calidad de su vida social.

C o n c l u s i o n e s : d e il u s io n e s a e l e c c io n e s

A espaldas del arrendador de su parcela ejidal, (un ex profesionista del sector público ahora activo en el mercado de abastos de Zamora), un eji- datario de la Ciénega susurra la palabra "capitalista" a mi oído en un tono claramente despectivo. Puedo imaginar que su indignación moral, ya que esto es lo que siente, pudo haberse producido a principios del siglo xix en el bajío, cuando los terratenientes empezaron a desalojar a las antiguas familias residentes y a pasar las tierras que ellas habían tra­bajado a especuladores urbanos para la siembra de verduras, mientras los paracaidistas y los peones desempleados en las orillas de los lati­fundios literalmente morían de hambre al no haber ya existencia de gra­nos en las bodegas de los terratenientes (Tutino, 1986). En cierto modo el proceso es igual, aunque, desde luego, ahora es un mundo distinto.

A menos que México revoque el tratado de libre comercio y opte por una estrategia completamente distinta en cuanto a su sector rural, en vez de la actitud de clara indiferencia que prevalece actualmente, hay sólo un pobre futuro para los ejidos de la Ciénega y para los campe­sinos. Sin embargo las perspectivas de una nueva ola de actividad capi­talista parecen ser en este momento distantes y remotas, y el deterioro ecológico debe ser tomado en cuenta junto con las condiciones económi­cas cuando se consideran las posibilidades a más largo plazo. Ni siquie­ra el cultivo de la marihuana, que ha ayudado a otras zonas no muy lejos de la Ciénega a rescatar algo de la crisis, parece ser una alternativa viable en este paisaje abierto y visible, aunque la producción de la plan­ta y el negocio del transporte de cocaína han tenido un impacto impor­tante en la vida política y social a lo largo del estado. Además, la vio­lencia asociada con el narcotráfico y el uso de este negocio como un pre­

texto para la represión política del Estado se han sumado a las demás fuerzas que fomentan el proceso de abandono y de despoblación del vecino altiplano.

Es cierto que la administración de Zedillo aún enfrenta dificultades sustanciales tanto políticas como económicas y que mayores convul­siones de la vida nacional pueden todavía ocurrir en el futuro conforme el viejo régimen complete el proceso de desregulación iniciado durante la presidencia de De la Madrid y acelerado por Salinas de Gortari. Sin embargo, si nos basamos en los hechos conocidos en el momento de escribir, parece claro que la generación mayor aún ve algo que vale la pena conservar en el ejido (y ha resistido todo intento de cambiar su s ta ­tu s c¡uo jurídico), mientras que la generación más joven está progresiva­mente más comprometida con el trabajo y la vida en los Estados Uni­dos. Hasta la ola neocardenista fue en gran medida un asunto genera­cional. Logró en cierto grado atravesar la división entre migrantes y no migrantes y el p r d también construyó para sí mismo un significativo grupo de apoyo en California pero, en este caso como en tantos otros, ha fracasado en aprovechar plenamente sus logros iniciales en el más largo plazo (Dresser, 1993).

Las mujeres, cuyos intereses los arquitectos de la reforma de la te­nencia de la tierra parecen haber ignorado por completo, han jugado un papel tan importante en las zonas rurales como en las áreas urbanas al sujetar los ajustes familiares a las condiciones de la crisis (Chant, 1994; González de la Rocha, 1995), no tanto mediante el trabajo asalariado, aunque esto ha ocurrido, sino al maximizar el rendimiento de los acti­vos campesinos residuales y de la economía doméstica. Sin embargo las mujeres también tienen un interés cada vez mayor en los circuitos mi­gratorios transnacionales de la Ciénega de Chapala, no simplemente como apéndices domésticos a los trabajadores y padres, sino por dere­cho propio (Gledhill, 1995, cap. 6). Si vemos más allá del dominio de los precios de cosechas, los costos de insumos y hasta posibles formas alter­nativas de organizar los ejidos como unidades sociales y económicas, hasta el dominio más íntimo de relaciones e ideologías de género y de familia, se ve evidentemente que están ocurriendo cambios sociales y culturales incómodos y ambiguos pero a la vez significativos, y que necesitamos comenzar a plantear preguntas más profundas acerca de

8j l f i n de t o d a i l u s i ó n ?

las aspiraciones de la gente del campo si es que llegamos a entender las elecciones que ellos hacen en la actualidad.

A través de toda su historia, la política agraria mexicana ha sido di­señada "para un país que no existe", usando esta tan acertada frase de Neil Harvey; y esto nunca ha sido más cierto que en la situación con­temporánea. Una premisa popular de esta política es que los campesi­nos siempre viven en un solo lugar17 y que se contentan con simple­mente subsistir. Ya que muy pocas personas (y principalmente los extremadamente pobres) han estado "subsistiendo" exclusivamente como campesinos en la Ciénega de Chapala durante muchos años, no debe sorprendernos que hagan sus cálculos económicos en términos de una evaluación de los rendimientos marginales del ingreso familiar y la seguridad o asistencia de la actividad agrícola, y que pasen mucho tiempo contemplando las ventajas y desventajas de vivir dentro de dis­tintos sistemas de clases. En efecto, como ha observado Escobar, uno de los principales impactos de la crisis de la década de 1980 fue interna­cionalizar la "estructura de oportunidad" de prácticamente todo el "sector popular", rural y urbano, en el país (Escobar, 1993:75-77). Fue el estilo de vida en general de la Ciénega lo que detenía a algunas per­sonas en su región nativa en tiempos pasados, y ahora que las conse­cuencias económicas de sus decisiones están más claras que nunca, el estilo de vida de los Estados Unidos constituye el principal asunto a considerar al decidir si una emigración relativamente permanente re­presenta o no la mejor opción disponible. He presentado algunas indi­caciones del porqué las actitudes locales sobre la vida en los Estados Unidos pueden ser más negativas hoy en día que antes, pero la mone­da también tiene otra cara: se tiene que reconocer que muchas personas,

17 Alguna clase de migración, frecuentemente hacia las ciudades metropolitanas en

vez de los Estados Unidos, es, de hecho, importante en la historia de la mayoría de las

comunidades rurales en México, y es común que el investigador descubra que el pobre

y viejo jornalero con quien platica en alguna parcela haya pasado una década o más tra­

bajando en la construcción urbana. Como Frans Schryer (1990) ha mostrado en el caso de

los campesinos indígenas de la Huasteca, este proceso está detrás de los cambios en la

naturaleza de la política rural y el conflicto de clases que son comunes en una amplia va­

riedad de regiones por lo demás socialmente muy distintas.

y quizás especialmente mujeres, aún ven ventajas positivas en la emi­gración y en la vida dentro de una cultura de clases radicalmente dife­rente. También es concebible que los ingresos de los migrantes sean uti­lizados para reconstruir las comunidades rurales que el Estado ha aban­

donado a su suerte, aunque la forma de esta reconstrucción pudiera ser impugnada y el proceso resultar conflictivo. Sin embargo, al evocar mis últimos recuerdos del llano de la Ciénega con un paisaje agrario deso­lador (me impresionó que cada vez menos gente parecía volver de vaca­ciones a las casas que habían conservado en los ranchos de las colinas), es difícil escapar al sentimiento de que, al declarar y seguir declarando que "no hay alternativas", el régimen neoliberal mexicano está trun­cando opciones significativas con probable perjuicio de su gente, donde quiera que ésta viva.

Traducción: Paul Kersey

Óscar Mazín

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