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MISCELÁNEA RELACIONES 80, OTOÑO 1999, VOL. XX

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MISCELÁNEA

R E L A C I O N E S 8 0 , O T O Ñ O 1 9 9 9 , V O L . X X

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RAEBNER Y LA ESTRUCTURA TEÓRICA

SUBYACENTE EN LA "M ESO AM ÉRICA"

DE KIRCHHOFF

„ Luis Vázquez LeónCIE SA S de O c c id e n te

Las circunstancias para las que este trabajo1 fue escrito fueron polémi­cas desde el inicio. Las discusiones comenzaron en el seno de un grupo de académicos del in a h que venía exponiendo sus ideas en un semina­

rio de nombre largo pero de intereses cortos: el Seminario de Historia, Sociología y Filosofía de la Antropología Mexicana. Me refiero a que un rasgo característico de la academia dentro de tan añosa institución es la invisible cárcel del pasado en que se desempeñan los propios "guardia­nes del pasado",2 obsesionados por retener en sus manos un patrimonio colosal que en realidad los confina bajo sus propias determinantes. En otro trabajo mayor he usado la metáfora bíblica y hobbesiana del Levia- tán para expresar tan extraña condición de guardianes y de prisioneros. Este abrumador condicionamiento social obliga, entre otras cosas, a una reiteración de tópicos de estudio hasta el cansancio. Uno de los más ite­rados es el eterno retorno sobre el concepto de Mesoamérica, hábito que gobierna toda su actividad de conocimiento hasta en sus aspectos más rutinarios, ya que en él se socializa a las nuevas generaciones de la e n a h

para renovar la tradición de como piensa la institución. Con todo, esa renovación es pobre en su significación o referente. Hasta quienes en al­gún momento pretendieron entender a Mesoamérica como un amplio sistema cultural han terminado por rendirse al concepto de Mesoaméri­ca como área cultural.

1 Ponencia corregida, originalmente expuesta en la Jornada Académica "Mesoaméri­

ca, una polémica científica, un dilema histórico", celebrada en la en ah el 15 de Junio de

1997 bajo los auspicios del deas- in a h y del Seminario de Historia, Sociología y Filosofía

de la Antropología Mexicana.

2 Esta definición fue prohijada por la administración del in a h en algún momento de

su historia. Aquí sólo la repito.

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Como suele ocurrir en todo ambiente donde impera un pensamien­to único, aparecen de tiempo en tiempo movimientos heréticos. Eso ocurrió en las discusiones del seminario. Se exageró un tanto, pero ahí se trazó una línea divisoria entre partidarios del concepto y críticos del concepto. Mis comentarios anteriores a este debate -inspirado en deba­tes clave sostenidos en el seno de la antropología social inglesa (Ingold 1996)-, me clasificaron por omisión (lo que, legalmente hablando, equi­vale a "caer en rebeldía") dentro de estos últimos (Vázquez 1996 y Váz­quez y Rustsch 1997). Fue así como llegamos al pretendido "dilema his­tórico" (nueva exageración) del debate, otra vez la discusión sobre la validez o no del concepto. A la batalla sin espadas pero con palabras se agregaron algunos académicos externos al seminario. Este artículo ex­pone el argumento empleado en esa ocasión, luego de que había venido examinando el uso nacionalista, museográfico y de poder ligado al tér­mino, lo mismo que el lugar de Kirchhoff en las teorías de la historia cultural alemana. Se podría decir entonces que es un trabajo que tiene sentido dentro de esos trabajos, por lo que remito a ellos. Por desgracia el argumento fue malinterpretado en su momento. El apelar a una gra­mática de la argumentación conocida como "abogado del diablo"3 me indispuso tanto con los partidarios como con los detractores, hasta el punto de que los trabajos del debate nunca fueron publicados. La forma de argumentación empleada explica también que sea una aproximación internalista en vez de "internalista externalista", esto es, atiende mejor a las ideas que a su condicionamiento social. Las consecuencias impo­pulares de este proceder equivalen a sostener que para criticar una posi­ción, cualquiera que ésta sea, hay que conocerla a profundidad en sus razonamientos. Ese es el reclamo general que hago al final, y pienso

3 Explica Warburton la lógica del abogado del diablo: "Alguien que fortalece lo más

posible el caso contra una posición por interés del propio argumento más que un real

desacuerdo con la posición. El abogado del diablo lleva el argumento del oponente hasta

el límite a pesar de simpatizar con él ampliamente. Esta es una técnica útil para identifi­

car escapatorias e impedir trampas. Si un argumento puede sostenerse en ataques del es­

crutinio de alguien para debilitarlo, entonces puede ser bueno; si no, entonces debe ser

abandonado (preferiblemente sin añadir causas espurias ad hoc), o eliminado en el peor

de los casos" (Warburton 1996:42).

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como en aquel momento que vale lo mismo para los partidarios del con­cepto como para sus opositores.

El K irchh off in c o m o d o

Cuando Paul Kirchhoff (1900-1972) expuso en 1943 su informe y, a poco, clásico artículo "Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición ét­nica y caracteres culturales" (Kirchhoff 1960 [1943]), dejó bien asentado que éste poseía un carácter provisional -abierto a críticas que nunca se hicieron, no así las típicas falacias ad h o m in e n - en especial el método por él seguido y los resultados por ese medio alcanzados. No obstante su disposición, por alguna razón de peso que desconocemos, nunca dijo bien a bien de qué método se trataba. Empero, los resultados de su clasi­ficación geográfica cultural resultaron tan convincentes, que a ninguno de sus numerosos epígonos le pareció necesario continuar esa línea de análisis sistemático, consecuencia desgraciada que ocasionó en su autor algún sentimiento de decepción hacia los mesoamericanistas mexi­canos.4

Visto el asunto con la retrospectiva histórica actual, puede inferirse

que al menos en parte su decepción estaba prefigurada desde la estruc­tura misma del artículo ya que, como él mismo indicaba, había preferi­do prescindir de las notas y de la bibliografía pertinentes, carencias que oscurecieron la finalidad teórico-sistemática que subyacía a semejante aplicación histórico-cultural de un método nunca explicitado.5 Acaso por algún corto tiempo hubiera sido posible deducir el presunto méto­do kirchhoffkiano a partir de sus comunicados escritos para la organiza­

4 Véase al respecto su prólogo a la segunda edición, así como sus palabras vertidas

en ocasión del homenaje a Roberto J. Weitlaner y su obituario a Robert von Heine-Gel-

dern (Kirchhoff 1960,1966 y 1969).

5 Como dice Putnam (1989) uno aprende un término teórico de la misma manera en

que se aprenden la mayoría de las palabras, sea con definiciones léxicas o por imitación

de otros hablantes; pero refinamos su uso por medio de la lectura de la teoría en que se

emplea el término. En este caso, se provee el término, pero no el contexto teórico-meto-

dológico de utilización.

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ción de la i Reunión de Mesa Redonda "Tula y los tolteca", esto es, la ini- ciática mesa redonda de la sm a celebrada en 1941, pero, bien vista, ésta no dejaba de ser otra aplicación menor, en camino a la ulterior redacción de "Mesoamérica".6 Así las cosas, es probable que hayan sido sus pri­meros alumnos de la e n a h los que, por su cercanía e interacción, mejor que nadie se percataron en 1942 de lo que, en convincentes palabras, Armillas llamó la enseñanza kirchhoffkiana de "los principios básicos del difusionismo".7

En lo que sigue busco dilucidar lo que un autor ha caracterizado como una "base metódica", esto es, un producto de procedimientos o métodos compartidos y empleados socialmente. Tales métodos, según él, pueden ser numerosos, pero aparecen reticulados y se estructuran en una compleja interrelación (Heritage 1990). La base metódica a que haré referencia es la mantenida por la historia cultural alemana en la que Kirchhoff se socializó en la Universidad de Leipzig y, a poco, como asis­tente en el Museo Etnológico de Berlín entre 1927 y 1929, específica­mente en el método desarrollado por Fritz Graebner en su libro de texto M e th o d e der E thno log ie (1940 [1911]). En síntesis, el argumento que desa­rrollaré para tal fin es el siguiente: Si el método graebneriano era el mé­todo usado socialmente por la tradición de la etnología alemana de la época y si Kirchhoff siempre fue un fiel seguidor de Graebner, se dedu­

6 En otro lugar (Vázquez y Rutsch 1997) hemos advertido ese orden de indagación,

a saber: 1) utilización de las fuentes históricas; 2) corroboración por la arqueología; 3) dis­

tribución etnográfica; 4) distribución lingüística; 5) distribución de grupos raciales (sma

1987 [1941]).

7 Su párrafo completo es este: "Realmente, [el] que nos introdujo a todos a la teoría

etnológica fue Kirchhoff. El nos presentaba diversas escuelas. Claro, algunas de estas es­

cuelas eran ya caducas en su tiempo y nos lo decía. Veíamos los principios básicos del

difusionismo, etcétera" (Durand 1990:54). La palabra etcétera puede significar aquí cual­

quier cosa, no así el enunciado previo, que es indicativo al asentar un hecho. Es de

resaltarse de paso que el legajo tercero de su primer curso en 1937 está perdido, y según

parece fue sustraído por Kirchhoff mismo (García Mora 1979). Supongo que en él se en­

contraba la enseñanza de tales "principios básicos del difusionismo", pues la parte final

del legajo previo introduce la discusión del "método histórico cronológico", mismo que,

decía, Wilhelm Schmidt habría tomado de Fritz Graebner, malinterpretándolo (Kirchhoff

1979 [1937]: 16-19).

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ce que el método subyacente en "Mesoamérica" era el mismo planteado por Graebner. Antes, sin embargo, expondré varios argumentos contex­túales, previos a la reconstrucción de la estructura conceptual interna de toda esa "finalidad teórico-sistemática" (Graebner 1940: 31) que justifi­caba, externamente, su aplicación concreta a la hoy conceptuada como

el área cultural mesoamericana.Unas palabras adicionales pueden contribuir a captar el sentido de

mi aproximación internalista y sus límites. Como establecí antes, la base metódica que refiero es un supuesto más amplio que la reconstrucción formal de un solo método, el graebneriano en este caso. En otro lugar hemos advertido, con Mechthild Rutsch (Vázquez y Rutsch 1997), que la historia cultural no es una teoría, sino una serie de teorías con "aires de familia", dentro de las cuales son discernibles estilos particulares. Algo parecido dice un especialista en este campo, el historiador Wood- ruff D.Smith (1991), quien ha hablado de que habría cuando menos dos "patrones teóricos" en competencia, uno de los cuales agruparía a va­rias generaciones de etnólogos emparentados con su más lejano antece­sor, Alexander von Humboldt, ligando así, en sucesión generacional, a Friedrich Ratzel (1844-1904),a Leo Frobenius (1873-1938), y a Fritz Graebner (1877-1934) entre los teóricos más sobresalientes de la "revo­lución difusionista". Todos ellos compartían lecturas de los mismos au­tores dieciochescos como Herder y Humboldt, una visión similar del

comportamiento académico, un conjunto de supuestos, objetivos y mo­dos discursivos, y una relación similar con su contexto sociopolítico.8 No abundaré en todos estos caracteres, pero resulta obvio señalar que Smith ha reproducido algunas ideas de Thomas S. Kuhn y sus paradig­mas. En lo que aquí respecta, nuestro interés en abordar el libro de texto de Graebner y su aplicación mesoamericana por Kirchhoff, también re­siente una influencia análoga. Se recordará que fue Kuhn quien hizo no­tar la importancia de la pedagogía en la interpretación general de la

8 "Uno de los sellos distintivos del difusionismo alemán -su apariencia bibliófila y

de museo- era debida en parte a la ausencia de la experiencia de campo en los antece­

dentes de algunos de sus líderes (tales como Schmidt y Graebner) y en parte a los esfuer­

zos difusionistas para conformar sus trabajos publicados según los patrones académicos

convencionales" (Smith 1991:156).

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ciencia. Y que sostenía que el adiestramiento prolongado de los acadé­micos se halla cifrado en los libros de texto, los que facilitan una forma­ción científica dogmática y hasta autoritaria en torno a la terminología, métodos, resultados y modos de percepción de la realidad (Kuhn 1980 [1962]; Barnes 1986 [1982]).

Luego, ha sido el programa filosófico del estructuralismo (pienso en Sneed, Stegmüller y Moulines) el que ha sugerido en esta tesitura que el modo de reconstruir una estructura teórica es interpretando formal­mente los razonamientos plasmados en libros y artículos, pero sobre todo en los libros de texto. Estos serían los medios por los cuales la cien­cia normal kuhniana transmite a sus practicantes un teoría estandariza­da, esto es, los conceptos, principios e instrumentos típicos de la estruc­tura abstracta que es aplicada externamente, sea en modelos o en casos concretos. A diferencia de otros esquemas normativos o evaluativos de la ciencia, los estructuralistas admiten que la multiplicidad de tales apli­caciones hace de una teoría un conjunto abierto, cambiante y variable según el usuario. Pero además generan conjuntos de teorías con una es­tructura abstracta común, pero que difieren en terminología a la vez que suponen las teorizaciones previas (cfr. Moulines 1982 y 1991). M u ta tis m u ta n d is , lo que aquí sugiero es que la historia cultural alemana consti­tuye un "marco de teorías" con una estructura global común y que cam­bia en estos términos. Para el actual propósito, sólo me ocuparé de una parte de esa serie general o "patrón teórico", dejando para otra oportu­nidad el tratamiento de un segundo manual escrito un cuarto de siglo después del M eth o d e der E thnolog ie de Graebner. Me refiero al H andbuch der M eth o d e der ku ltu rh is to risch en E thnolog ie de Wilhelm Schmidt (1973, 1939 [1936]).9 Y lo hago por una declarada razón histórica: tanto para Graebner como para Kirchhoff, las aportaciones teóricas de Schmidt eran incorrectas y sospechosas de excesivo teologismo católico, si no de evolucionismo lineal. Ambos a su vez decían disponer de un método y

u De hecho, dentro del mismo marco de teorías habría un tercer hito metodológico,

el Lehrbuch der V ölkerkunde (Manual de etnología) editado por Konrad Preuss y Richard

Thurnwald en 1938, con ideas cercanas al funcionalismo y una postura más interesada

en el trabajo de campo prolongado. El texto fue denunciado como opuesto a la teoría

etnológica difusionista dominante del nacional-socialismo.

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de una aplicación objetivas de la etnología histórico-cultural.10 Y son ese método y su aplicación los que realmente me interesa develar.

O rtodoxia e interiorización del m étod o de G raebner

El prologuista de la traducción castellana de Graebner se refirió a él en estos términos: "Su talento, su tenacidad y su ortodoxia lo han llevado, pronto, a ser jefe de escuela" (Graebner 1940: x). Entre otras causas del porqué de su expresivo enunciado, el prehistoriador argentino Fernando Márquez, antes citado, hacía referencia a las refutaciones y correcciones de Haberland, Schmidt y Frobenius reiteradas una y otra vez por Graebner en su exposición metódica, omitiendo Márquez -como para mostrarnos su mimética ortodoxia hacia el maestro- toda referencia al manual de Schmidt, publicado en alemán cuatro años antes y traducido al inglés a un año de la traducción platense. De cualquier modo, Márquez no era el único entre sus contemporáneos que imagina­ba a Graebner de esa manera. El curador del Museo Pitt-Rivers de la Universidad de Oxford se expresó de manera parecida en 1934, al decir: "El más intransigente exponente del método [histórico-cultural] en Alemania es F. Graebner, cuyo M e th o d e der E thno log ie apareció en 1911" (Peniman 1952 [1935]: 324). Estas apreciaciones coinciden por lo demás con ideas que recapitulará muchos años después un historiador de la etnología alemana: "En pocos años, Graebner en lo particular había des­collado como el líder de lo que habría de convertirse en el estilo domi­nante de la antropología alemana. La revolución difusionista estaba completada" (Smith 1991:155).11

10 Aparte de esta delimitación de los alcances de mi análisis, debo agregar que los fi­

lósofos estructuralistas proponen hacer de sus interpretaciones lo más rigurosas posible,

utilizando el formalismo de la lógica matemática. Para facilitarme las cosas, aquí he echa­

do mano de la lógica informal tal como ha sido expuesta por Phelan y Reynolds (1996).

11 Esta interpretación coincide con la expuesta por otro etnólogo alemán de la época.

En 1911, en su comentario bibliográfico de Graebner, Franz Boas expresó no sólo diferen­

cias profundas de método, sino incluso de estilo, esto es, que Graebner lo presentara

como el método de la etnología, sin considerar otro "completamente moderno método

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Esa revolución difusionista acaeció en el baluarte mismo de la tradi­ción bastiano-seleriana contraria, es decir, en el Museo Etnológico de Berlín, donde Graebner, que era historiador medievalista, trabajó entre 1899 y 1906, año en que se hizo cargo de otro museo, el Rautenstraucht- Joest en Colonia, ciudad donde redactó su M e th o d e ..., obra que publicó en una serie de manuales universitarios de la Universidad de Heilder- berg. Fue sin embargo en el museo berlinés donde se puso en contacto con la etnología en calidad de curador de la colección de objetos etno­gráficos recogida en los Mares del Sur (Baumann 1979:197). Como el propio Graebner dijera, la crítica de tales testimonios de la cultura ma­terial era la ocupación cotidiana de todos estos etnólogos de museo (Graebner 1940:46-47).12 Ni él ni su colega Bernhard Ankermann hicie­ron trabajo de campo en Oceanía y en Africa. Lo suyo era la clasificación de materiales de museo, obsesiva condicionante que se repite como esti­lo y tradición hasta entre los primeros etnólogos norteamericanos que desarrollaron una idea independiente del área cultural dentro de su propia variante teórica de historia cultural (c fr . Ehrich y Henderson 1979:521-522; Greenberg 1979), pero reteniendo, junto con los alemanes,

de la etnología, al menos como se desarrolla en los Estados Unidos" (Boas 1982:295 y

304). Y concluirá con estas palabras: "Me perdonarán si no acepto éste como el método

de la etnología. Veo un progreso seguro en el paciente desentrañamiento de los procesos

mentales que pueden observarse entre pueblos primitivos y civilizados, y que expresan

las actuales condiciones bajo las que se desarrollan las formas culturales. Cuando comen­

cemos a conocer esto, seremos capaces de proceder gradualmente a problemas más difí­

ciles de relaciones culturales entre áreas aisladas que exhiben similitudes peculiares" .

12 Glenn Penny , quien ha estudiado en detalle el contexto museográfico de la etno­

logía alemana, ha mostrado como toda la disciplina estaba determinada por las necesida­

des de estos museos, condicionante que no se limitaba a ordenar piezas sino que restrin­

gió seriamente su trabajo de campo prolongado, incluso en el caso de Konrad T. Preuss,

quien hiciera una sustancial etnografía de coras, huicholes y mexicaneros de un año y

siete meses entre 1905 y 1907, es decir, mucho antes de que B. Malinowski anunciara otro

método moderno de trabajo de campo desarrollado entre 1915 y 1918. Fue la competen­

cia entre museos y el financiamiento privado de colecciones (y, por ende, de las expedi­

ciones etnográficas) las que explican que Preuss nunca concluyera su monumental etno­

grafía del Gran Nayar (de hecho sólo publicó un primer volumen sobre la religión cora),

debiendo dedicarse a otros grupos étnicos de Colombia, para los que sí dispuso de fon­

dos para coleccionar...y escribir (Penny 1998; Jáuregui y Neurath 1998; Furst 1998).

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el mismo sentido y referente clasificador y descriptivo de los objetos culturales.13 Cuando Kirchhoff arribó al museo de etnología berlinés, Graebner ya no estaba ahí desde hacía dos décadas, pero sí respiró el mismo aire "bibliófilo y de museo" de su antecesor, si bien para enton­ces debió dedicarse a ordenar las colecciones americanas como asistente de Konrad Th. Preuss (1869-1938).14

La falta de contacto personal con Graebner no fue obstáculo para establecer una "relación de parentesco" teórico con él. Para Kirchhoff, Graebner fue una referencia constante desde su primer curso de etnolo­gía en el Museo Nacional de Arqueología en 1937, y lo siguió siendo hasta su último curso en el Instituto de Ciencias Sociales de la u ia en 1971 (Kirchhoff 1979 [1937]:18; 1983 [1971]: 45). A pesar de sus extraños olvidos públicos, otros colegas de Kirchhoff se encargaron de recordar­le su comunidad teórica y temática a propósito de las relaciones trans­pacíficas de Mesoamérica y las altas culturas asiáticas, relación "sospe­chada ya por A. Humboldt, planteada por Graebner y luego estudiada por Kirchhoff" (Bosch-Gimpera 1991:80).15 Es sobre todo un hecho irre­cusable que Kirchhoff vivió y fue testigo de la revolución difusionista acaudillada por Ankermann y Graebner (Riese 1995), al desarrollar és­tos, con dos aplicaciones previas a la formalización del método (en Áfri­ca y Melanesia), el concepto de círculos culturales que había sido ade-

13 Como indican ambos autores, "aunque el concepto de área cultural, en cuanto ins­

trumento de investigación teórica, sufrió un eclipse temporal, siguió utilizándose para

ordenar las colecciones de los museos -propósito para el que fue creado originalmente-

y para presentar datos descriptivos con destino a la enseñanza" (Ehrich y Henderson

1979:521).

14 La relación de Preuss y Kirchhoff es incierta. Neurath y Jáuregui (1998:42 y 46) han

observado que Kirchhoff presta escaso reconocimiento a la traducción al alemán de la

Historia tolteca-chicimecn realizada por Preuss y Menghin, ni que decir de su interpreta­

ción.

15 Asimismo Wolfgang Marschall dijo ser continuador de las investigaciones de

Kirchhoff sobre la influencia hinduista hacia Mesoamérica, junto con Th. Barthel, interés

ya anunciado por Graebner en 1921 (Marschall 1979 [1972]: viii; Graebner 1948 [1920-

1921]); en relación al conocimiento de causa de Bosch Gimpera respecto a la historia cul­

tural alemana (su propia teoría, por lo demás), es recomendable consultar el trabajo de

Díaz-Andreu (1995).

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lantado por Ratzel. Como apunta W.D. Smith, los jóvenes estudiantes de etnología de la época veían ya como algo obsoleto e inadecuado la falta de teoría que habían prohijado Bastian y Seler con su idea induc­tiva de que la teoría devendría naturalmente de la recolección a escala de datos (Smith 1991:111-114); luego la finalidad teórico-sistemática de Graebner vino a dotar a toda la etnología alemana de algo que carecía, es decir, de un método expuesto como libro de texto, libro de uso gene­ralizado en el adiestramiento universitario. La vertiginosa dominancia que ganó la teorización normativa de Graebner fue el antecedente direc­to de su posterior conversión a la teoría etnológica oficial, sostenida ya no por Graebner sino por la autoritaria política cultural del Tercer Reich, creando enseguida un ambiente de intolerancia asfixiante bajo el cual circularon entre los etnólogos acusaciones de traición a "la concepción historicista de la etnología" (Kisch 1959 [1945]: 207), mismas que eran motivo suficiente para perseguir toda desviación a la ortodoxia teórica,

incluso físicamente.16En parte al menos, la apariencia de ortodoxo e intransigente de

Graebner deviene del hecho mismo de sustentarse en el supuesto taxa­tivo de que "Una metodología general, recopilatoria, de la etnología no existe hasta hoy".17 También a que, comparado a la laxitud metodológi­ca de Ratzel, su método era bastante complejo, deductivo y sistemático, poco afecto a las conexiones entre elementos culturales por sí mismos, pero también al trazado de relaciones demasiado amplias sin una espe­cificación demostrable de continuidad y parentesco entre complejos

lh Walter Lehmann y Konrad Preuss sufrieron en carne propia sus simpatías por el

funcionalismo de Malinowski (quien estudió en Leipzig antes de marcharse a Londres)

considerado entonces un "adversario declarado de la actual Alemania nacional-socialis­

ta", según palabras de Walter Krickeberg en 1938. Cargos similares se levantaron contra

los simpatizantes del cura católico austríaco Wilhelm Schmidt. A decir verdad, todas las

ciencias y humanidades de la época pasaron por tensiones políticas similares a ésta, pro­

ducto del nacionalismo nazi. La anécdota de que el mismísimo Reichsführer-SS, Heinrich

Himmler, dirigiera excavaciones arqueológicas y de que interpretara a la Venus de Ves-

tonice como de origen hotentote no hace sino demostrar a qué grado el difusionismo era

ya la teoría oficial de la dictadura en 1941 (cfr. Kisch 1959, Walker s.d.,Welch 1995;

McCann 1994; Fischer 1990).

17 Graebner (1940:1).

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culturales en vez de elementos solos. En cierta forma, su "finalidad teó-

rico-sistemática" era un perfeccionamiento de procedimientos esboza­dos por toda su filiación teórica (Smith 1991:155ss).

Aunque no es una tarea fácil sintetizar en este corto espacio todos los razonamientos distribuidos a lo largo de 253 páginas, es conveniente establecer que su método es incomprensible sin su matriz epistemológi­ca museográfica y su formación como historiador. En efecto, a ello se debe su metodología recopilatoria, genético-comparativa, particularista y deductivo-causal. Cabe insistir también en su predisposición a la for­malidad, expresada en numerosas cláusulas deductivas inexistentes en otras teorizaciones antropológicas (inclusive posteriores), pero que Graeb­ner oponía con especial vehemencia a las inferencias inductivo-uni- versalistas del evolucionismo de la época, incluidos Bastían y sus alum­nos, pero asimismo a otros difusionistas como Schmidt y Ehrenreich.

Su metodología general estaba compuesta por cuatro ordenamien­tos básicos y un conjunto de procedimientos derivados, pero conectados lógicamente por conceptos e inferencias. La conexión de ordenamientos y procedimientos era como sigue:

M eto do lo g ía g en er a l de F. G raebner

Ordenamientos básicos Procedimientos derivados

1. Crítica a) De fuentesb) De relaciones internas

y externas

2. Interpretación a) Criterio de formab) Criterio de cantidadc) Criterio de continuidadd) Criterio de grado

de parentesco

3. Combinación a) Círculos y estratos culturalesb) Series evolutivasc) Causalidad

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El primer ordenamiento era el que más reproducía ideas del histo­riador cultural Ernest Bernheim de que la cultura de los pueblos sin his­toria era como un documento susceptible de interpretación por etnólo­gos y prehistoriadores por igual. Aquí Graebner trasladó sin más el método histórico postulado por Bernheim en otro manual, el Lehrbuch der h istor ischen M e th o d e u n d der G esch ichtcphilosophie (1908), afirmando que la metodología histórica "hace que nuestra disciplina pueda y deba ser considerada, tanto objetiva como formalmente, como una rama de la ciencia histórica".18 La crítica de fuentes era entendida entonces como

una crítica de la autenticidad de las piezas de museo coleccionadas, tarea considerada de gran valor científico, pues de ella dependía todo el método. Esa crítica de los objetos de la cultura material (sin faltar su ca­talogación y descripción acuciosas) estaba acompañada de una más ajustada crítica de fuentes históricas y etnográficas, de ahí lo de crítica externa (sobre objetos) y crítica interna (sobre textos). Ambas, a su vez, constituían una crítica de primer grado que dedujera sus fines, sentido e importancia en tanto que fuentes. La crítica de segundo grado suponía ya una abstracción mayor, ubicada en los siguientes ordenamientos de interpretación y combinación, que eran también los propiamente etno­lógicos. Cabe decir que Graebner estaba plenamente consciente del uso de fuentes literarias tales como códices y relaciones coloniales para abordar estratos culturales recientes o civilizados (las altas culturas), como era el caso del "área cultural mexicana", para la cual critica a Sa- hagún, Seler y Preuss.19 Asimismo, apreciaba el carácter auxiliar de la lingüística y de la prehistoria tanto para descubrir nexos de "forma",

18 Ibidem , p. 4.

19 Ibidem , pp. 49-55; la referencia del "área de cultura mexicana" es mencionada por

Graebner en relación a los estudios etnográficos de Preuss entre los indios coras, si bien

no comparte su interpretación de que las formas culturales actuales sean las mismas de

la antigüedad. Cito: "En el dominio del mexicanismo Preuss ha emprendido la tarea, en

estos últimos tiempos, de inferir la interpretación de las antiguas representaciones reli­

giosas -y naturalmente también de las otras fuentes-, de las ideas y usos de los actuales

indios del área de cultura mexicana" (ib id ., p. 89). La diferencia con Preuss (un seleriano)

era de método según veremos, pero explica por qué Kirchhoff (un graebneriano) autoli-

mitaba su clasificación cultural de Mesoamérica al siglo xvi, dejando abierta la cuestión

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como para la fijación de su "sucesión cronológica relativa", en camino a la deducción de series evolutivas y aun la determinación del lugar de origen de los "círculos culturales".20

Por su trabajo en el Museo de Etnología sabemos que una de las pri­meras tareas que emprendió Graebner fue la de agrupar dichas fuentes (colecciones etnográficas y arqueológicas) en mapas de difusión de ras­gos en toda Oceanía (Baumann 1979:197). En su metodología, el trazar mapas estaba a caballo entre la interpretación primaria y la secundaria, y era un precepto que él reconocía provenir de la geografía humana de Ratzel.21 Ya desde aquí parecía relevante que toda recolección de objetos se basara en áreas geográficas.22 En efecto, fue Ratzel quien exigió trans­formar la ordenación espacial de culturas en una ordenación temporal y luego en una ordenación causal que Graebner perfecciona al exigir por su parte que toda interpretación de una área o de varias a distancia (comparación), fuera una "distribución [de objetos] científicamente deducida",23 para entonces "deducir sus conexiones en el tiempo y el origen de ellos".24

de la inferencia de los estratos culturales para las fases previas. Nótese de paso que para

Graebner era del todo normal hablar de esta área cultural en 1911; también para Preuss

(1998: 404), si bien él hablaba de entrada del "círculo cultural mexicano", entendido

como región con relaciones culturales concretas conectadas a los antiguos mexicanos.

Dado su fuerte interés etnográfico, a Preuss le era más interesante el concepto de conver­

gencia de pensamiento entre tribus actuales y la antigua cultura azteca, "relaciones que

solamente pueden explicarse en virtud de una antigua cultura común" (Preuss 1998:406),

el círculo cultural precisamente. Cabe agregar que Preuss estaba más cercano a las ele- m entargedanken de Bastian y a la concepción de círculos culturales de Schmidt, que a la

revolución difusionista de Graebner. Ya desde ahí estaba indispuesto con quienes le re­

clamarían luego su heterodoxia. Para una mayor discusión de los "aires de familia" (y

desaveniencias) entre los pensadores histórico-culturales alemanes, remito a Smith

(1991) y a Vázquez y Rutsch (1997).

20 Ibidem , pp. 109-113.

21 Como en el caso del método histórico de Bernheim, Graebner recurre a otro méto­

do estandarizado, D ie geographische M eth o de in der E thnologie de Ratzel; ib idem, p. 139.

22 Ibidem , p. 12.

23 ib idem , p. 73.

24 Ibidem , pp. 113-114.

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La crítica de relaciones era la precondición para el agrupamiento de los objetos en grupos culturales llamados "complejos culturales", es decir, un conjunto de elementos culturales relacionados pero fundados en un rasgo característico del complejo. El "área cutural" sería entonces la región donde se localiza un "complejo particular". Ello implicaba co­menzar a inferir relaciones o conexiones culturales entre fenómenos ais­lados, esto es, entre fenómenos particulares generalmente despreciados por la evolución cultural, que los subsumía en una misma serie evoluti­va universal, válida para cualquier fenómeno cultural. En esta valora­ción absoluta del fenómeno particular cifra Graebner su principal diver­gencia con los teóricos evolucionistas de dentro y fuera de Alemania y que, vista en retrospectiva, recuerda ciertos supuestos del multievolu- cionismo de los cincuenta, pues aducía paralelismos e invenciones inde­pendientes, si bien causados siempre por la transmisión (difusión), a partir de pocos orígenes de propagación y distribución, lo que daba lugar a "combinaciones múltiples y aculturaciones variadas".25 Huelga decir que Graebner captó que el fondo de sus diferencias no era sólo on­tologico, sino epistemológico, relativo al método inductivo, al "teorema científico-natural" biologista y al supuesto de la unidad psíquica de la humanidad. En última instancia, sus propias "series evolutivas" le indi­caban más bien una unidad de las culturas humanas, una "genealogía de formas de cultura" como las describía Frobenius, entre las que se apreciarían relaciones, y "De las relaciones a manera de árbol genealógi­co -en realidad la índole de variación que debe ser imaginada más bien ondulante como en el lenguaje, antes que ramificada- deriva la conclu­sión de complejos arcaicos de relativa sencillez".26 Semejante "evolucio­nismo" de su historia cultural tenía más que ver con la geología y la genética que con la biología darwiniana.

¿Cómo iniciar las inferencias del parentesco cultural? Graebner puso a punto cuatro "criterios de relación cultural" usados con ligereza por sus colegas. Eran éstos los "criterios básicos de forma y cantidad", y los "auxiliares de continuidad y grado de parentesco cultural". Se ini­

25 Ibidem , pp. 114-135.

26 Ibidem , p. 222.

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ciaba así una actividad combinatoria, cuyo punto culminante consistía en establecer relaciones culturales extensas, incluso de continente a con­tinente. Estos criterios pueden enunciarse formalmente así:27

C riterios de relación c ultural de E G raebner

Criterio de forma: coincidencia en cualidades que no resultan necesaria­mente de la esencia del objeto.Criterio de cantidad: coincidencia cuantitativa y múltiple de formas. Criterio de continuidad: enlace continuo de formas en áreas de disper­sión radialCriterio de grado de parentesco: enlaces cercanos o alejados de formas originarias o de préstamo.

Para Graebner todos estos criterios interpretativos permitían valorar objetivamente un fenómeno aislado, establecer sus conexiones y avan­zar hacia sus causas particulares. La elaboración de relaciones cultura­les era el "problema primero y fundamental de la etnología",28 por lo que su punto inicial era conseguir su estructuración en complejos para "áreas de dispersión continua",29 todavía bajo la consideración de su ubicación geográfica o espacial, deduciendo así su carácter de fenóme­nos análogos culturalmente emparentados. La etnografía, la geografía y la lingüística acudían en auxilio de esta fase de estudio, pero contri­buían bajo el supuesto de que ofrecían sólo los eslabones finales de la historia cultural, en tanto que el genuino procedimiento etnológico con­sistía en ir de lo superficial a lo profundo sustrayendo los procesos más recientes a los más pretéritos, operación repetida hasta que llegaba a los complejos más antiguos pero de mayor extensión geográfica. Para esto era útil la prehistoria y la comparación suprarregional, así como el uso cuidadoso del criterio de grado de parentesco. De cualquier forma, la

27 Ibidem , pp. 155-184; c/r. con el glosario elaborado por Sieber en la traducción ingle­

sa del manual de Schmidt (1973: 345-353), elaborado para facilitar su comprensión entre

los antropólogos culturales norteamericanos.

28 Ibidem , p. 159.

29 Ibidem , p. 162.

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base de toda la reconstrucción era la determinación regional inicial.30 Los criterios de forma, cantidad y continuidad eran esenciales para fijar el contenido y límites de las "áreas de cultura homogénea" y, por su­puesto, de las "áreas de aculturación" o de "cultura mixta".31 Al proce­der así, se disponía ya de áreas de "cultura primaria", desde las cuales se podía profundizar en la sucesión cronológica y al final en sus causas.

Sin embargo, el grado sumo de la interpretación era alcanzado al momento de transitar de la ubicación espacial a la ubicación temporal de las relaciones culturales.32 En otras palabras, al pasar a la combina­ción, "la auténtica razón de ser de la disciplina toda", pues entrañaba enlazar los complejos con la historia evolutiva por medio de deduccio­nes más atrevidas.33 Atrevidas porque enlazaban regiones geográfica­mente aparentemente distantes, para las que el criterio de continuidad podía resultar inasible. Según Graebner no era así. Utilizaba como argu­mento el ejemplo de la historia cultural de la "civilización europea- microasiática" (indoeuropea), en que la dispersión prístina había sido continua por medio de la demostración de puentes culturales entre re­giones separadas.34 Si bien todos los criterios seguían siendo válidos, en­traba en función el grado de parentesco, fuera por préstamo (parentesco débil) o parentesco originario (parentesco fuerte). La forma de determi­nar esto consistía en apoyarse tanto en la fijación previa de los comple­jos y sus dispersiones -un préstamo elemental le resultaría menos orgá­nico a un complejo que un parentesco fincado en la transmisión radial de complejos enteros- y en el concepto de "círculo cultural", a saber, "una pluralidad de complejos afines", que debería abarcar a la vida cul­tural, captando su "integridad material",35 lo más completa posible. El círculo, a diferencia del área cultural uniforme, era más extenso geográ­

30 "La mejor garantía objetiva la ofrecerá una fundamentación lo más amplia posible,

junto con el trabajo al detalle, que no pretenda abarcar en audaz vuelo países y pueblos,

sino que se limite, por el momento, a poner pie firme en una sola región, y luego desde

ahí, a avanzar paso a paso, cuidadosa y seguramente" (Graebner 1940:185).

31 Ibidem , p. 186-187.

32 Ibidem , p. 91.

33 Ibidem , pp. 105-106.

34 Ibidem , pp. 177 y 182-183.

35 Ibidem , pp. 195-198.

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ficamente, no con una uniformidad absoluta en esos términos, sino, so­bre todo, implicando una estratificación cultural-cronológica relativa, de tal suerte que hubiera un "ciclo de formas" en que "los complejos más recientes se hallan situados más cerca de la puerta de penetración y los más antiguos aparecen arrinconados en las partes más alejadas del continente respectivo".36

La imagen metafórica que Graebner visualizaba era la del mundo como un gran árbol o, mejor, como una serie de enormes árboles genea­lógicos, con "antiguos troncos de la cultura" separados entre sí, pero cuyo crecimiento en ramificación se empalmaba genéticamente en gra­do diverso.37 En realidad esta visión metafórica era completada por otra más ajustada a su concepción teórica, la de "ondas circulares produci­das al caer piedras en el agua".38 Mas el problema de ver tan compleja­mente la historia genética de la humanidad era no sólo la determinación de esos círculos, sino determinar su dispareja cronología, lo que él de­nomina las "series evolutivas" o sucesiones en el tiempo de las formas culturales en mayor o menor grado emparentadas. Gracias a la concep­ción geológica y al auxilio de la prehistoria, Graebner asumía que ahí donde hubiera un desgrarramiento de complejos o conjunto de comple­jos (área o círculo), la forma intrusiva sería la más reciente y la no intru­siva la más antigua. De manera complementaria, los complejos más recientes conservarían mejor su estructura que los más antiguos.39 Ense­guida, de semejante estratificación y de la fijación de las direcciones de la expansión cultural, se podían inferir las "series evolutivas", cuya pre­tensión era la de fijar tanto el "ciclo de formas" como la "forma origina­ria" o causa última de la cultura, que sería el principio de la serie. La llamada "forma madre común" o "forma primigenia".40

36 Ibidem , p. 210.

37 Ibidem , pp. 223-224.

38" A simple vista parece como si los distintos elementos culturales pudieran haberse

originado independientemente en lugares diversos de una misma región y, al extender­

se, haberse combinado de la manera más diversa, como se cortan, por ejemplo, las ondas

circulares producidas al caer piedras al agua" (Graebner, 1940:195).

39 Ibidem , pp. 208-214.

40 Ibidem , pp. 225-237.

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Concluye aquí, con los problemas de causalidad, la elaborada meto­dología graebneriana.41 La nota que indicaría el final de una serie sería el momento en que el etnólogo ya no pudiera derivar más los comple­jos culturales de unidades inmediatamente superiores o más antiguas.42 Al final, sorprende que toda esta concepción tan abigarrada de las cul­turas particulares, con un desarrollo divergente y heterogéneo, conclu­yera en una concepción monista de la "unidad genética de las culturas humanas".43 A mi juicio, la clave causal no es tanto genética sino que proviene de un supuesto no explicitado en Graebner, según el cual esa "forma originaria" es como un primer motor cultural (la cultura en la pureza particular herderiana), idea que nos remite a la causa final aris­totélica como la responsable de poner en marcha todo el movimiento de propagación circular. No es casual, pues, que distinguiera entre una causalidad externa (las relaciones e influencias) y una causa interna (el origen), que es la universal substancia de la cultura, es decir, el fin últi­mo de la historia cultural.44

MESOAMÉRICA COMO APLICACIÓN DEL MÉTODO GRAEBNERIANO

A lo largo de su metódica exposición, Graebner mismo hizo referencia a ciertas aplicaciones concretas de la historia cultural. Desde nuestro punto de vista, la "Mesoamérica" de Kirchhoff es una de ellas. Antes de

41 Ibidem , pp. 240-253; este capítulo final del M eth o d e der E thnologie fue traducido al

inglés por V. F. Calverton (Graebner 1931).

42 "Pues, en rigor, el origen de un fenómeno o de una forma se halla ratificado den­

tro de un período cuyo punto terminal está constituido por el término de formación del

respectivo grupo parcial al cual pertenece, mientras que el punto inicial lo forman ya los

comienzos de la evolución que lo separa del grupo madre, de manera que las raíces de­

ben ser buscadas en el estado del grupo madre, al menos en formaciones parciales más

antiguas" (Graebner 1940:248-249).

43 Ibidem , p. 225. .

44 "Para la etnología como ciencia histórica, esta combinación no puede consistir más

que en establecer los nexos causales entre los fenómenos aislados, y su finalidad no pue­

de ser otra que una historia evolutiva de estos fenómenos y sus complejos, para llegar fi­

nalmente, junto con las demás disciplinas históricas, a una historia general de la cultura

humana" (Graebner 1940:105-106).

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abordarla con cierto detalle, creo necesario mencionar que, no obstante su dificultad, Graebner se atrevió a formular deducciones históricas muy amplias, donde puso en juego todo este sistema lógico-conceptual. La más conocida de todas era para él más bien un modelo a seguir, a sa­ber, la historia de la civilización euroasiática, más generalmente conoci­da como el "modelo ario de civilización", que no creo necesario repetir aquí tras la puntual y polémica crítica de Martin Bernal (1987).45 Otra era la alfarería japonesa, paralela pero relacionada, en una vasta transmi­sión, "a través de toda Asia oriental, hasta América".46 También estaba la "cultura melanésica del arco", enlazada a través del Extremo Oriente con grupos africanos y americanos de cultura.47 Cita por igual otras ana­logías culturales de Melanesia y América, que le indicaban conexiones

de círculos culturales en el Caribe y Amazonas.48 Empero, los últimos trabajos de Graebner entre 1920 y 1924, estuvieron dedicados a deducir un círculo de alta cultura que enlazaba todos los desarrollos civilizato- rios del orbe (Baumann 1979:197). De estos trabajos destaca uno en par­ticular, publicado entre 1920 y 1921, referente al parentesco de los ca­lendarios asiáticos y americanos, y que implicaba una relación reciente entre Asia y América, pero en particular entre el calendario mexica y otros de Java, Siam, India y China.44 "De todo lo dicho", concluyó Graebner, "se deduce que de todas las relaciones, las más estrechas son las que existen entre México y el Asia suroriental. Pero estas relaciones forman a su vez una parte solamente del gran conjunto de relaciones con las altas culturas del Viejo Mundo".50 Tal como haría Kirchhoff cua­renta años después, Graebner admitió casi con las mismas palabras que

45 A lo largo de 1996 se publicaron varios libros que han pretendido refutar a Bernal;

la discusión de que tan negra (egipcia y levantisca) fue Atenas -en oposición al racista

"modelo ario de civilización"- ha sido ignorada del todo en nuestro país; véanse los co­

mentarios de Jasper Griffin (1996) al respecto.

46 ib id em , p. 178; si esta aseveración recuerda al lector la relación luego establecida en­

tre la cultura Jomón japonesa y la cultura Valdivia ecuatoriana, no creo que sea una sim­

ple coincidencia.

47 Ibidem , p. 216.

48 Ibidem , pp. 217-221.

49 Graebner (1948:449).

5,1 Graebner (1948:475).

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este fuerte parentesco precisaba determinar su cronología, sus centros de irradiación, el número y duración de las capas culturales, etcétera.51

Como dije al inicio, Kirchhoff omitió en su clásico opúsculo las refe­rencias a la teoría y método que lo sostenían como aplicación concreta. Nos permite saber, cuando mucho, que se trataba del informe preliminar del Comité Internacional para el Estudio de Distribuciones Culturales en América, establecido en el 27- Congreso Internacional de America­nistas, cuya primera sesión se dio en México en 1939 a invitación de Al­fonso Caso, el entonces director fundador del i n a h . Al respecto cabe agregar dos indicaciones contextúales. En ese congreso, Kirchhoff pre­sentó la ponencia "Los tarascos y sus vecinos según las fuentes del siglo xvi", que era un "estudio de la distribución de los elementos [cultura­les]", para luego "presentar cartográficamente los resultados de este es­tudio", incluyendo rutas de transmisión y las migraciones étnicas.52 El segundo indicio es que para la primera Mesa Redonda de la s m a , Kirch­hoff fungía como secretario del Centro de Estudios de Distribución y que, junto con Roberto Weitlaner, informó de las culturas nahoa y afines a través de una cartografía lingüística basada en ideas tales como "in­fluencias y contactos culturales", "préstamos", "teoría de las ondulacio­nes", "secuencias" y "migraciones".'3 Fue ahí donde Kirchhoff trazó el límite cultural entre pueblos civilizados y pueblos nómadas a partir de fuentes históricas, delimitación que ganó sustento en trabajos posterio­res sobre el "complejo agrario mesoamericano" y su influencia difusora

51 Graebner (1948:482-483).

52 Véase resúmen en in a h (1939:435).

53 En realidad, desde su primera presentación pública (Kirchhoff 1979[1937]:17) que­

dó claro que su discurso marxista estaba sobrepuesto al difusionista. Su crítica a la "es­

cuela católica de Viena" (ergo Wilhelm Schmidt) iba en el sentido de que aplicaban mal

los círculos culturales graebnerianos porque no investigaban "el origen en sentido gené­

tico". Y agregaba reveladoramente: "En la teoría de esta escuela toma este concepto [de

ondas de cultura] el lugar que corresponde a etapas de cultura. No cabe duda de que esas

'ondas de cultura' sí existen en la realidad y su estudio es importante como auxiliar para

reconstruir la historia de tribus que no han dejado documentos fechados. Una de las ta­

reas de la etnología científica es investigar las circunstancias en que esas 'ondas' se origi­

nan y las transformaciones que resultan".

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hacia el norte de México (sm a 1987 [1941]:l-2; Kirchhoff 1943 y 1973 [1948]).54

Pues bien, si en 1943 Kirchhoff no teorizó en absoluto, sí lo hizo con disimulo en 1960, justo en el prólogo a la segunda edición de "Meso- américa" por la revista T la toani de la e n a h . Aparte de expresar su ma­lestar para con los mesoamericanistas mexicanos, confió a su público las razones por las que consideraba su estudio limitado a la descripción de lo que había en común en el área, a través de la enumeración de sus ras­gos culturales exclusivos, pero sin llegar a cierta "totalidad". Vale la pena citar en extenso sus palabras, pues adquieren pleno sentido con lo ya establecido:

Por la aplicación rigurosa de este principio no se mencionan en mi trabajo rasgos tan fundamentales y característicos de la civilización mesoameri- cana como la pirámide, ni se analiza la configuración y estructuración de esa civilización, que obviamente es más que la suma de sus partes. Falta tam­bién la división de esta "superárea" en áreas culturales que se distinguen no sólo por la presencia o ausencia de determinados "elementos", sino por el grado de desarrollo y complejidad que han alcanzado, siendo los más típica­mente mesoamericanos los más desarrollados y complejos. Falta, en fin, profundidad histórica que la orientación misma del trabajo implica, esto es, la aplicación de los mismos principios a épocas anteriores, retrocediendo paso a paso, hasta la formación misma de la civilización mesoamericana (cursivas mías; comillas del autor: Kirchhoff 1960).

En términos de razonamiento lógico, el argumento expuesto es un enlace de proposiciones deductivas como sigue:

54 Se aprecia mejor ahora por qué las ideas de Preuss no fueron popularizadas en Mé­

xico y sí las de Kirchhoff. Preuss no sólo desdibuja las fronteras entre los "pueblos natu­

rales" (primitivos) y "pueblos civilizados", sino que establece parentesco cultural entre

ellos, invirtiendo la relación usual -repetida por Kirchhoff hasta el cansancio- de que la

difusión cultural siempre fue del polo civilizado al primitivo, destacando que el mismo

culto y símbolos estaban presentes en ambos (Preuss 1998a:421-422)

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PorqueComo se ha establecido, estos rasgos culturales son comunes a la su- perárea cultural

yestos son los más complejos y desarrollados entoncesEste complejo de la superárea posee una estructura

ySi esta estructura implica una profundidad histórica

ySi retrocedemos aplicando los mismos principios entonces El origen de la estructura es su formación.

Este patrón de razonamiento es el mismo del método Graebner. Mas para ofrecer mayores evidencias a favor de mi interpretación, no está de sobra detenernos un momento en un vocablo en extremo raro, la "su­perárea cultural", y en ciertas referencias correlativas en que nadie ha reparado al momento de adoptar el concepto Mesoamérica como una "proposición incorregible".55 La palabra usada entrecomillada por

55 Lejos de ser el concepto Mesoamérica sólo un término observacional o uno teóri­

co, todo parece indicar que su amplia recepción en la historia cultural mexicana se debe

más bien a que es un "término de amplio espectro", para usar la frase de Putnam

(1989:322), esto es, un término que no siendo teórico, tiende a adquirir sentidos técnicos

a través de las definiciones teóricas. Ello explicaría por qué razón los arqueólogos han

buscado cambiar su semántica sin desprenderse de sus aplicaciones, lo que le refiere

como término de apariencia observacional (Vázquez 1996). No obstante, la pasión con

que se reacciona hacia su cuestionamiento racional indica que hay algo más que ortodo­

xia en su semántica. Se trataría, entonces, de una proposición incorregible. Me explico:

las "proposiciones corregibles" e "incorregibles" fueron postuladas por el lógico mate­

mático Douglas Gasking en 1955. En resumen, las primeras dicen lo que sucede (hechos,

acontecimientos), son descriptivas y sujetas al cambio. Las segundas no, son prescripti-

vas, simbólicas y ninguna evidencia prueba que sean falsas. Las creencias de todo tipo,

la intersubjetividad de la vida social, la existencia de la realidad y aun muchas asun­

ciones científicas son proposiciones incorregibles. Y no cambian sin producir un gran

malestar, pues permiten mantener la existencia de ciertas cosas y hacer que funcione

nuestra vida social (Ultreras 1997).

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Kirchhoff es, repito, la de "superárea cultural", y las referencias son a cuatro "superáreas culturales de América", a saber: Suroeste y Sureste de Estados Unidos, Mesoamérica y los Andes (Kirchhoff 1992:37; Kirch­hoff 1960:9). En efecto, la referencia a ellas está hecha dentro del segun­do grupo de elementos agrupados, que son aquellos comunes a Meso­américa y a las demás superáreas. La relación cultural establecida es continental, sin duda, pero tanto más llamativa cuanto que encuentra afinidades incluso con la Amazonia. Este grupo, dice él, plantea impor­tantes problemas sobre la formación de la cultura mesoamericana, sugiriendo que "estos rasgos debieron difundirse antes de la formación no sólo de Mesoamérica y las otras áreas de cultivadores superiores, sino antes de los principios del cultivo mismo, desapareciendo luego en ciertas regiones" (Kirchhoff 1992:40).

Es digno de meditarse a continuación que el término "superárea cultural" no existe en Graebner pero tampoco en la historia cultural nor­teamericana, en la que el concepto de "área cultural" era el concepto máximo de clasificación, tanto que George Murdock lo comparaba con el sistema de clasificación de Linneo (Ehrich y Henderson 1979:522). Y para mayor estupor es preciso declarar que en clasificaciones etnológi­cas posteriores de la misma tradición teórica tampoco se encuentran rastros de las citadas "superáreas", ni siquiera en los atlas mundiales para todos los grupos tribales del mundo. En uno de ellos (Spencer y Johnson 1968), todo el continente americano está ordenado en 17 áreas culturales. Por cierto que en él, y a diferencia de la arqueología naciona­lista mexicana, esta etnología denomina mejor a Mesoamérica como el área de "México y América Central". En otros atlas etnológicos de re­ciente factura (c fr . Price 1990) el concepto mismo de área cultural ha desaparecido por completo, llevando el particularismo étnico a su ex­presión más alta: las culturas etnográficas distribuidas geográfica­mente, en el más puro empirismo descriptivo.

Por su alcance y dispersión me parece razonable afirmar que Kirch­hoff estaba usando un recurso metonímico para expresar el círculo me­diante la superárea cultural. Las razones de este estilo simulado de es­cribir me escapan, pero es tan constante en él, que Kirchhoff mismo debió explicar, poco antes de morir, que había vivido disgregado lle­vando dos vidas (Kirchhoff 1983 [1971]:46). Explicar ese desgarramien­

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to interior es un reto que aguarda respuesta de sus numerosos apologis­tas. Por lo pronto, y para no ir más lejos, nadie se ha puesto a reflexionar que tiene que ver arqueológicamente la Amazonia con la América Me­dia (ergo Mesoamérica), pero quisiera simplemente decir que es precisa­mente la primera región, es decir, la prehistoria del bosque tropical amazónico, la que está arrojando resultados de investigación que plan- téan un reto al modelo difusionista moderado de la colonización de América.56 Acaso Kirchhoff y su "difusionismo extremo"57 no andaban tan desencaminados. Dudo sin embargo que el común de los arqueólo­gos mexicanos, que sigue a la letra el enunciado imperativo de Caso (que prescribía "Para tí, que eres un arqueólogo que ha estudiado en México, tu área de trabajo es Mesoamérica"), estén lejanamente intere­sados en ésta, para ellos, extraña relación de parentesco cultural.58

Lo que ya ha sido generalmente admitido a estas alturas como ar­tículo de fe nacionalista y a veces hasta izquierdista,59 es que "Mesoamé­rica es una indudable unidad cultural que desde hace mucho tiempo ha tenido su propia historia, común a todos sus habitantes, aun en cuanto a aquellos rasgos que no le son básicos" (Kirchhoff 1960:12; Kirchhoff 1992:41; cursivas del autor). En realidad, el núcleo de la nueva clasifica­

56 Una síntesis de la polémica se encuentra en Lavallée (1996).

57 "Yo soy -dijo Kirchhoff con orgullo- uno de esos difusionistas extremistas que

piensa que todas las civilizaciones, las altas culturas, comenzaron en Mesopotamia..."

(Kirchhoff 1983[1971]:21).

58 En mi libro (Vázquez 1996), especialmente en el capítulo primero "El difusionis­

mo, Mesoamérica y la Escuela Mexicana de Arqueología", me he ocupado del asunto de

la "normalidad ortodoxa" del mesoamericanismo mexicano, por lo que remito a su lec­

tura.

59 Me refiero a la interpretación marxista de Kirchhoff (Goody 1995:44-47; García

Mora 1979). Puede observarse que, con excepción de Goody (y sus fuentes no son las me­

jores, pues dependen de un chivatazo de la policía política alemana a los servicios de es­

pionaje ingleses), todos los autores hacen referencia a la historia oral basada en construc­

ciones sociales incoherentes. Es por demás paradójico que el verdadero antropólogo

marxista alemán en México, Ludwig Renn (1889-1979), no sea siquiera mencionado en

toda la historiografía antropológica contemporánea en México. Aparte de su militancia

política, el problema estriba en que Renn impartió cátedra al margen de la institucionali-

dad dominante, en la Universidad Michoacana en Morelia, lo que lo coloca fuera del me­

soamericanismo nacionalista irradiado desde el in a h , la en ah y la sm a . Aparte de poseer

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ción geográfica de Kirchhoff es la distribución de rasgos en una región acotada entre Nicaragua y Sinaloa. Y que el camino metodológico segui­do por él es el mismo seguido por el método graebneriano, incluso en facetas no visibles del trazado de mapas y crítica de fuentes y relaciones internas y externas. El hecho de que no las cite en su artículo no signifi­ca que no las hubiera realizado entre 1937 y 1942, como ya hemos esta­blecido. Lo que aquí sí es visible es su primer apartado de delimitación geográfica y de distribución lingüística (asumiendo que lo étnico es la lengua) y un segundo apartado de agrupación de caracteres o elemen­tos culturales en grupos que presagian complejos culturales. Más aún, el primer grupo de ordenación, relativo a los 44 rasgos exclusivamente mesoamericanos, es una ostensible aplicación de los tres criterios de for­ma, cantidad y continuidad, quedando esbozados diversos grados de parentesco cultural entre las "superáreas", su cronología sucesiva, su historia genética y su causa original. Nótese, no obstante, que al sugerir Kirchhoff tales superáreas continentales estaba forzando el método de Graebner, pues de hecho se salta su tercer ordenamiento combinatorio. Esta falta permite comprender su insistente preocupación de que se

criticara el "método seguido" (Kirchhoff 1992:45), amén de los resulta­

dos preliminares obtenidos con sus "grupos de distribución". Ese esta­do intermedio de su aplicación está asentado en el texto mismo, cuando dice:

La justa apreciación del papel de cada familia o grupo lingüístico en la his­toria de Mesoamérica, junto con la solución del problema de determinar desde cuándo existe esta superárea cultural, cuál ha sido su extensión geográfica y cuáles sus focos culturales en diferentes épocas, presupone, además, la terminación de los estudios ya emprendidos sobre distribu­

estudios de arqueología y de conocer el método histórico-cultural, en las memorias de su

paso por Michoacán, entre 1940 y 1941, se entreve cierto interés por la antigüedad, pero

el cometido académico en Renn siempre estuvo sometido al cometido antifascista. Es sin­

tomático que Renn vea a Boas a través de la misma óptica: "Me pareció que él [M. Swa-

desh] era un discípulo de mi liberal y viejo amigo Franz Boas, el llamado padre de la

antropología americana [...] Franz Boas luchó con las mismas palabras contra la discrimi­

nación racial en los Estados Unidos" (Wistrich 1995:200-201; von Hanffstengel 1993;

Renn 1991:52)

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ciones culturales en el momento de la conquista, la realización de estudios

semejantes para diferentes épocas precolombinas; la utilización de los dos

tipos de estudios anteriores para la división de Mesoamérica en subáreas

que serán distintas en número y extensión para diferentes épocas; y más

excavaciones en regiones que en el momento de la conquista quedaban

fuera de Mesoamérica, pero que en tiempos anteriores formaban parte de

ella, como ya sabemos acerca de una amplia zona del norte de México, ocu­

pada cuando la conquista por tribus de cultura inferior.60

Para finalizar diré que es factible sostener que la discusión suscitada entre arqueólogos mexicanos sobre si Mesoamérica existe o no más allá del siglo xvi,61 está en el camino de lo que Kirchhoff esperaba que al­guien siguiera de manera sistemática, pero que él entendía al modo como lo plasmó en una serie de trabajos tardíos, los cuales para sus epí­gonos nacionalistas hablaron más bien de supuestos arranques difu- sionistas seniles, pero, cosa preocupante, ¡suscitados por el mismo estereotipo difusionista que Alfonso Caso le endilgó en la ruda réplica a Kirchhoff y a sus amigos durante el 35 Congreso Internacional de Americanistas en 1962!, oportunidad en la que Kirchhoff expuso al pú­blico su trabajo "The Diffusion of a Great Religious System from India to México", de obvia factura graebneriana.62

Epílogo

La conclusión de este trabajo está expuesta como argumento deductivo desde su preámbulo, por lo que no insistiré en ella. Lo que en cambio sí enfatizaré es la conclusión de que el Kirchhoff de 1937 era tan difusio-

60 Kirchhoff (1992:33-34; 1960:6).

61 Lorenzo Ochoa, comunicación personal.

62 Véanse las actas y memorias del congreso publicadas por el in a h (1964:3-142), en

especial el simposio "La prehistoria y la arqueología de América y del Viejo Mundo",

coordinado por Pedro Bosch-Gimpera. Asimismo es relevante abordar unitariamente

esos trabajos posteriores al regreso de Kirchhoff de Washington y Alemania, donde que­

da claro, ya sin ambages, su difusionismo extremo (Kirchhoff 1956,1969 y 1983).

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nista extremista como el de 1971. Asevero entonces que no existe la se­paración entre un "Kirchhoff joven" y un "Kirchhoff viejo", en cuanto que esa interpretación simplista es el mejor expediente que se ha inven­tado para no entrar en reconstrucciones internas como ésta, y sí respon­de mejor al apuntalamiento de una Mesoamérica como proposición incorregible que no se puede cambiar, so pena de ocasionar una tremen­da desazón emocional entre sus creyentes epígonos, puesto que gracias a ella disponen de un concepto clasificador u ordemador de esa vasta ontologia particularista del así llamado México Antiguo.

A pesar del amplio espectro de valores, compromisos ontológicos y observaciones que el término Mesoamérica agrupa, es dable establecer, como he demostrado, que también contiene una concepción teórica me­tódicamente delineada. Por lo tanto, del mismo modo que el concepto de área cultural es incomprensible al margen de la paradójica no-teori­zación particularista histórica, en que se coliga una serie de supuestos (examinar una cultura en relación a su propia historia y términos, rela­tivismo cultural, evitar la teorización a priori, etcétera.), principios y conceptos característicos (invención independiente, préstamo cultural, integración cultural, aculturación, difusión continua, etcétera),63 Meso­américa, como concepto kirchhofkiano, es incomprensible sin toda esa "finalidad teórico-sistemática" de Graebner y otros pensadores de la historia cultural alemana y austríaca de la época.

Estas aseveraciones apuntan hacia otro argumento que he dejado de lado a propósito -pues no es atribuible a Kirchhoff sino a sus epígonos desnaturalizados-, y que se refiere al modo en que se ha pretendido reducir Mesoamérica a un simple término observacional, referido sólo a evidencias observables, cuando en realidad posee ligas estrechas con teorías consideradas sobreseídas por la competencia teórica. Pondré un

ejemplo reciente para ilustrarlo. En contraste con la nacionalización uni­lateral del concepto de Mesoamérica, me parece que ha resultado bas­tante fácil a los mesoamericanistas refutar las variantes difusionistas ac­tuales, como lo ha hecho un grupo de arqueólogos (Haslip-Viera, Ortiz de Montellano y Barbour 1997) con la teoría afrocéntrica de Iván Van

63 Ehrich y Henderson (1979:521).

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Sertina, que no es sino una reedición invertida (de racismo positivo di­ría algún postmoderno) de la teoría heliocéntrica de Elliot Smith. Al pa­recer son tan endebles sus conceptos y evidencias, que ya en sus tiem­pos Wilhelm Schmidt refutó desde su propio difusionismo extremo como "falto de verdadero método" (Scmidt 1973 [1936]; 1941 [1930]). Por consiguiente hoy es fácil hacer de aquéllos blanco de burlas por su su­puesta "contaminación" de la ciencia.64 Pero que yo sepa, nadie, dentro del encerrado ámbito mesoamericanista mexicano, ha osado levantarse contra el difusionismo restringido de Bernal (1987), interpretativamente mejor documentado que todas las versiones anteriores, no obstante sus inconfundibles connotaciones heliocéntricas y hasta childeanas tempra­nas.65 Mucho más extraño, pero racional, sería asumir que Mesoamérica, en su matriz teórica y metodológica de origen, no es más que el resulta­do de una aplicación regional (una suerte de "observación teórica" u ob­servación cargada de teoría) de cierto difusionismo cultural de gran aliento teórico-metodológico. Para ello habría que determinar primero su "profundidad histórica"; no se diga explorarla en todas sus conse­cuencias. Y mucho me temo que eso es algo que no parecen estar dis­puestos a asumir los mesoamericanistas, a pesar de las más caras espe­ranzas del propio Kirchhoff.

64 "El difusionismo extremo -escribe Litvak en su comentario- se ha entendido con

la literatura y ha mostrado no sólo estar equivocado, sino haber contaminado lo que sa­

bemos de culturas y pueblos a través del mundo" (Haslip-Viera, Ortiz de Montellano y

Barbour 1997:436).

65 No por coincidencia, Bernal ha salido en defensa de Van Sertina, haciéndoles notar

a los arqueólogos mesoamericanistas su compromiso ontològico según el cual la única

realidad que existe es la descubierta por ellos mismos, además de sus creencias románti­

cas sobre la pureza de la cultura mesoamericana. Lo jocoso de su crítica, es que deviene

de argumentos difusionistas no académicos, si bien Bernal trabaja hoy en la Universidad

de Cornell, aunque no en un departamento de antropología (Bernal 1998).

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