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Los Cuadernos de Literatura MIRADA ACTUAL SOBRE «MIRADA RETROSPECTIVA»: LOU ANDREAS SALOME Pilar González Martínez Lou von Salomé, 1881. D esde hace bastante tiempo la figura de Lou (1861-1937) me inquietaba: desde las memorables cartas de Rilke hasta la más que supeicial y equívoca pe- lícula de Liliana Cavani ( «Más lá del bien y del mal»), todo contribuía a dejme insatisfecha, porque o bien aquélla aparecía idealizada o bien denigrada, como una diosa o como un monstruo. Por eso, la aparición de esa singul autobiogría que es Mirada retrospectiva* me parece especial- mente reseñable: es la propia Lou la que ayuda a contestar gr parte de los interrogantes durante largo tiempo sin respuesta convincente, convir- tiéndose a la vez en un persone accesible, con una dimensión humana, no poco entrañable. Por un lado, enseguida se percibe, en efecto, 75 que e un caso insólito para su época, y no sólo porque quebró en innumerables aspectos la idea establecida acerca de la «naturaleza femenina»; también porque en ocasiones se comportó con una libertad y una lucidez inusues. Libertad que no consiste, desde luego, en la posesión de los otros para anular su voluntad, tiranizados y destruirlos, consecuencia de visualizar relaciones de poder allí donde únicamente existen complejos afectos sobre complejas personalidades. La mada de Lou no es la de «la Gorgona»: los sueños que inspira están dentro de cada cual y la eventual incapaci- dad de realizarlos tiene su origen en las propias impotencias. Ella no necesita, como el inseguro Don Giovanni, el «Catálogo» de conquistas para irmar su ego, no es esa su búsqueda. Y dotar a Lou -como pretendió la Cavani- de los atributos de aquél para expresar «hasta dónde puede llegar también una mer...», es puro revanchismo y no entender nada acerca de la libertad, de la madurez o de la argamasa de los delicados y ricos senti- mientos de Lou Andreas Salomé. Desde otra perspectiva, y a pesar de reconocer lo mucho conseguido en los diversos terrenos de lo profesion, lo amoroso, y lo social, se constata que recortó sus alas y limitó su vuelo: t vez .se debiera a los miedos e inhibiciones que enraízan en su inncia o tal vez al destino, a ese destino conradiano de los «gestos reizados desde la oscación en un breve instante y por los que se paga toda una vida... » VINCIA DE LA VA Todavía muy joven, Lou comprende que para la clase de vuelo que desea emprender carece de referencias, de heroínas con las que identificarse o a las que emular. Por eso decide «negarse a vivir conrme a ejemplos, y escuchar sólo la voz de sus deseos, impulsos o intuiciones», convencida de que «vivir plenamente la personalidad lleva en sí misma su propia legitimación». Y tanto en lo mor como en lo intelectual se atreve a llegar muy lejos. En concreto, Lou abraza una cierta pobreza y aligera en extremo su equipe, que- dando reducidas sus expectativas materiales a una simplicidad en el vestir y en el comer y a una «relación radical con el aire» que le permita estar siempre disponible para lo más importante: la amistad, el amor, el conocimiento, la aventura. Pero Lou, que vive como despegada de la moral de su entorno, es consciente sólo a medias de la rareza de su situación: de ahí, un primer plano de contradicciones que es posible detectar. Ante todo el hecho de disponer de medios económicos más que holgados, de pertenecer a una milia aristo- crática y tolerante, de poseer una sólida rma- ción, además de su esplendorosa belleza, motiva que sus deseos se logren sin excesiva dificultad, y que sea menos duro y no tan evidente este ir

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Los Cuadernos de Literatura

MIRADA ACTUAL

SOBRE «MIRADA

RETROSPECTIVA»:

LOU ANDREAS

SALOME

Pilar González Martínez

Lou von Salomé, 1881.

D esde hace bastante tiempo la figura de Lou (1861-1937) me inquietaba: desde las memorables cartas de Rilke hasta la más que superficial y equívoca pe­

lícula de Liliana Cavani ( «Más allá del bien y del mal»), todo contribuía a dejarme insatisfecha, porque o bien aquélla aparecía idealizada o bien denigrada, como una diosa o como un monstruo. Por eso, la aparición de esa singular autobiografía que es Mirada retrospectiva* me parece especial­mente reseñable: es la propia Lou la que ayuda a contestar gran parte de los interrogantes durante largo tiempo sin respuesta convincente, convir­tiéndose a la vez en un personaje accesible, con una dimensión humana, no poco entrañable.

Por un lado, enseguida se percibe, en efecto,

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que fue un caso insólito para su época, y no sólo porque quebró en innumerables aspectos la idea establecida acerca de la «naturaleza femenina»; también porque en ocasiones se comportó con una libertad y una lucidez inusuales. Libertad que no consiste, desde luego, en la posesión de los otros para anular su voluntad, tiranizados y destruirlos, consecuencia de visualizar relaciones de poder allí donde únicamente existen complejos afectos sobre complejas personalidades. La mirada de Lou no es la de «la Gorgona»: los sueños que inspira están dentro de cada cual y la eventual incapaci­dad de realizarlos tiene su origen en las propias impotencias. Ella no necesita, como el inseguro Don Giovanni, el «Catálogo» de conquistas para afirmar su ego, no es esa su búsqueda. Y dotar a Lou -como pretendió la Cavani- de los atributos de aquél para expresar «hasta dónde puede llegar también una mujer ... », es puro revanchismo y no entender nada acerca de la libertad, de la madurez o de la argamasa de los delicados y ricos senti­mientos de Lou Andreas Salomé.

Desde otra perspectiva, y a pesar de reconocer lo mucho conseguido en los diversos terrenos de lo profesional, lo amoroso, y lo social, se constata que recortó sus alas y limitó su vuelo: tal vez .se debiera a los miedos e inhibiciones que enraízan en su infancia o tal vez al destino, a ese destino conradiano de los «gestos realizados desde la ofuscación en un breve instante y por los que se paga toda una vida ... »

VIVENCIA DE LA VIDA

Todavía muy joven, Lou comprende que para la clase de vuelo que desea emprender carece de referencias, de heroínas con las que identificarse o a las que emular. Por eso decide «negarse a vivir conforme a ejemplos, y escuchar sólo la voz de sus deseos, impulsos o intuiciones», convencida de que «vivir plenamente la personalidad lleva en sí misma su propia legitimación». Y tanto en lo moral como en lo intelectual se atreve a llegar muy lejos. En concreto, Lou abraza una cierta pobreza y aligera en extremo su equipaje, que­dando reducidas sus expectativas materiales a una simplicidad en el vestir y en el comer y a una «relación radical con el aire» que le permita estar siempre disponible para lo más importante: la amistad, el amor, el conocimiento, la aventura.

Pero Lou, que vive como despegada de la moral de su entorno, es consciente sólo a medias de la rareza de su situación: de ahí, un primer plano de contradicciones que es posible detectar. Ante todo el hecho de disponer de medios económicos más que holgados, de pertenecer a una familia aristo­crática y tolerante, de poseer una sólida forma­ción, además de su esplendorosa belleza, motiva que sus deseos se logren sin excesiva dificultad, y que sea menos duro y no tan evidente este ir

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contra-corriente. En segundo lugar, también acusa cierta inconsciencia respecto de los límites y los riesgos de su compromiso, en particular de la so­ledad y el dolor que suele comportar. Y aunque tiene próximo el ejemplo de Virginia Woolf y su torturada lucidez, Lou se aferra a sus conviccio­nes, olvidando con frecuencia las fragilidades que le acosan, confundiendo la firmeza de los propósi­tos con la viabilidad de su consecución, presa de un injustificado optimismo tanto respecto del curso de la historia, en general, cuanto de la evo­lución de las relaciones entre el hombre y la mu­jer, en particular. El propio Freud advertirá cómo «incluso las cosas más espantosas» Lou «las mira como si fuera Navidad». Por último, no deja de

Lou von Salomé, Paul Rée y Friedrich Nietzsche.

ser significativo cómo después de haber luchado con esfuerzo e imaginación para romper los estre­chos límites marcados en su tiempo a la mujer, y una vez alcanzado metas incluso sorprendentes, Lou no duda en señalar que, en realidad, todo le ha sido dado, y que es la vida -poesía- «la que nos sirve, la que nos inventa»: por debajo de tanto arrojo y tantos impulsos de libertad, subsiste, pues, una corriente subterránea de pasividad, una última tentación de espera confiada en los dones de la vida, que excluye la batalla por aquello que no se presenta de la forma más idónea.

EL TRABAJO, .. ¿ «EXCEDENTE FLORIDO»?

Lou ama el conocimiento, pero esta pasión ca­rece de objeto definido. Ella misma subraya cómo

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carece de ambición al respecto y prefiere reali­zarla sin metas bien delimitadas. Pero esta resis­tencia a señalar por dónde avanzar, esa secreta resignación ( «ni siquiera habría sabido nombrar lo que para mí era definitivamente necesario y esen­cial»), esa actitud paradójica con una vida tan apasionada y tan capaz del conocimiento, no es ajena a su empozamiento amoroso: también aquí hay una secreta resignación, una pérdida de hori­zontes, una imposibilidad de plantearse hasta dónde llegar; y también aquí como allí existen infidelidades afortunadas (sus amores, sus libros), aunque muy poco de su gran riqueza se acabe aprovechando.

Sin embargo, es interesante comparar esta acti­vidad con la de algunos varones con los que Lou compartía su visión cósmica y que se debatían igualmente con la soledad y el desamor. Así, ella misma cuenta cómo su marido era capaz en el trabajo de un «apasionamiento combativo» por las «metas fundamentales» que se proponía; cómo Nietzsche intentaba aléanzar el conocimiento desde una situación dolorosa proyectando en su obra una especie de auto-salvación, hasta instru­mentalizar el amor en función de su trabajo; o cómo para Rilke el objeto de su arte era Dios mismo. Todos ellos, de alguna manera, se salva­ban y se perdían en su obra, y ésta absorbe su pasión y su aliento.

Lou se sitúa en las antípodas de esa actitud. En primer lugar, porque quizás el objeto de su pasión fuera la vida, vivirla plena, gozosa, intensamente. De ahí su denuncia de la forma en que Rilke corteja a la poesía, porque supone una entrega y un desposeimiento tal que finalmente «detrás del poeta coronado por el destino» existe tan sólo un hombre destruido. Quizás Lou, en el reverso de Rainer y Nietzsche, se empeña en llegar hasta sus últimas raíces, vestida, eso sí, con el atuendo de los héroes y de los místicos, porque el fin que persigue, «la unidad del ser», está para ella muy cerca de lo divino, y el trabajo es tan sólo la lanza que apuntala su libertad y le permite ser ella misma enteramente.

En segundo término, su actitud ante el trabajo tiene que ver con el discurso contemporáneo so­bre el lugar de la mujer en la sociedad: un discurso que, por su propia capacidad de reiteración vacía e inútil, de asedio, es frecuentemente una trampa (ella misma opina que «la mujer moderna, que también como escritora se lanza a la arena, gasta actualmente mucha, pero que mucha de su fuerza íntima en las repeticiones de su ser sobre el pa­pel»). ¿Acaso no son reveladoras a este respecto las palabras que Alois Biedermann dirige a la ma­dre de Lou para tranquilizarla por tener una hija que posee «una dirección de espíritu e indepen­dencia de voluntad nada infantiles, casi no feme­ninas»?

Hay, en todo caso, una profunda desorientación en su actividad profesional, en su itinerario como intelectual, que al final adquirirá un emocionante

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tono patético: «en realidad he trabajado durante toda mi vida, trabajado duramente y sólo traba­jado: ¿por qué, en realidad, para qué, en reali­dad?» Son sus últimas palabras.

PALADIN DE LA AMISTAD, FUGITIVA DEL AMOR

Lou nos habla desde la soledad, una soledad asumida, plenamente consciente; desde ella se forja una individualidad rica y excepcional; desde ella se dirige a la amistad, para «profundizar la mutua soledad, para en el otro comprenderse a uno mismo», y solamente vislumbra en el amor la

Friedrich Car! Andreas. 1890.

quiebra de aquélla: por ello lo saluda con gozo y temor al tiempo.

A la amistad le da «lo que es del César». Y enuncia el requisito necesario para conseguirla: «parejo fundamento de las inclinaciones, ya sean de naturaleza anímica, intelectual o práctica», a la vez que advierte el resultado final: una ineluctable dialéctica de encuentros-desencuentros de proxi­midad-distancia, de compañía-soledad, que desa­fía el tiempo con la posibilidad de un frescor siempre renovado de los afectos. Es igualmente reseñable su expreso deseo de coexistencia-copar­tícipe entre sus amigos, los viejos y nuevos afec­tos entremezclados, para escándalo en ocasiones de una sociedad que de hecho imponía con sus rígidos esquemas relacionales el empobrecimiento afectivo y que no era capaz de imaginar, por

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ejemplo, que tras la convivencia de la famosa «trinidad» -Nietzsche, Rée, Lou- existía muy poco de naturaleza sexual.

Lou fue muy rica en amigos, con ellos compar­tió su trabajo, sus paseos por los bosques, sus inquietudes sociales y tantos otros retazos de su vida; poseyó además esa rara libertad para expre­sar aféctos sin vergüenza y envolver en un cálido aliento de entrañable intimidad las relaciones.

Al amor le da «lo que es de Dios», es decir, pasión y devoción. Lou amó a Rainer M. Rilke, y cuando le dice al poeta « sólo tú eres real», o cuando explica cómo «la totalidad sorprendida se reconoció, con un escalofrío, en la increíble tota­lidad», comprendemos la profundidad de aquella primera afirmación. Lou, que por su esfuerzo y coraje llegó a ser algo más que una «mujer-niña», encontró en Rilke una réplica adecuada. Porque por encima de una cotidianeidad dignamente com­partida ( que comenzaba por las faenas caseras), más allá de las discusiones intelectuales, de los viajes, del amor a la naturaleza y de tantas otras cosas degustadas en común, está el hecho de que ambos participaban de una cierta androginia: ¿acaso Lou no estuvo acosada toda su vida de observaciones del estilo «no es lo eterno femenino lo que lleva a esta muchacha a las alturas, quizás sí sea lo eterno masculino»?, ¿acaso Rilke no te­nía accesos de llanto o de emotividad incontenida o una enorme ternura?, ¿acaso, en fin, se puedecrear algo que abarque lo humano como totalidadsin participar a la vez de lo masculino y de lofemenino?

Sin embargo, a pesar de todo ello, ese amor no pudo ser retenido. Después del viaje conjunto a Rusia en el que ya se vislumbraron problemas, Lou abandona a Rilke volviendo al refugio de su matrimonio. Aún así, en el último recodo del ca­mino reconocerá que sólo hubo «uno», un amor colmado en su brevedad, que mientras duró su­puso un estar tan por completo en el otro que necesariamente abolió toda soledad. ¿Por qué, en­tonces, la ruptura? Para explicarla es necesario comprender en primer lugar la concepción román­tica y religiosa que Lou posee del amor. En la medida en que lo sublima y diviniza, más difícil hace su encuentro y perduración, cuanto más ab­solutos le atribuye, más crispadamente lo vive. Pensando que «el amor compartido muere de sa­ciedad» y que su carácter es efímero, ella, que no puede vivir las cosas importantes -la maternidad, el amor, el psicoanálisis- sin pasarlas por el «mito», sin consagrarlas en algún altar, se encuen­tra con serias dificultades para vivirlo: porque en el delgado filo del «todo» se encuentra «la nada».

En segundo lugar, el desenlace de su relación con Rilke obliga a repasar algunos puntos del his­torial amoroso de Lou, volviendo también sobre algunas de sus afirmaciones al respecto. Cuando decide casarse con el filólogo Friedrich Carl An­dreas, Lou tiene en su haber un enamoramiento frustrado hacia Guillot -con quien ella misma

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rompe al negarse a pasar del plano de la fantasía al de la realidad-, una tierna y asexuada amistad con el pesimista Paul Rée, y algunos devaneos super­ficiales como el que sostuvo con F. Nietzsche. Y no se recata en decir que si hubiera entrevisto la posibilidad de volver a amar a un hombre tanto como amó a Gillot, lo habría dejado porque habría dado lugar a una pasión, pero no a un matrimonio, que es más propiamente «la entrega común a aquello que se respeta y se aprecia en común». Por todo ello, cuando Andreas la coacciona con violencia para que se case con él, Lou no da este paso sólo bajo el miedo y la coerción: existe el terreno abonado de las inclinaciones y los gustos similares, de la proximidad en «ese entregarse a lo

Lou Andreas-Salomé, 1897.

valioso y grande», en ese «odio a lo deshonesto, a la apariencia, af fingimiento ... » Delgado puente entre los esposos, en una relación que excluye desde el comienzo lo corporal, en parte como contrapartida a la coacción, pero también porque, paradójicamente, Lou, que huye de la pasión, no puede realizar los gestos del amor en una tal au­sencia de ella.

No puede silenciarse, por otra parte, que Lou padeció problemas con su sexualidad. Aunque tuvo amigos con los que la unió una tierna amis­tad, e incluso la vivencia de un matrimonio, hasta la aparición de Rilke prácticamente se abstuvo: Fue capaz de crear una gran intimidad con sus amistades masculinas y compartir con ellas mu· chas aventuras salvo la del erotismo. Hay que

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comprender que Lou tuvo miedo a la relación física con los hombres y que, en definitiva, le resultaba más fácil elegir aquellas opciones en las cuales -según sus propias palabras- «no estaba como mujer. .. » Una pérdida de identidad que, por lo demás, es bastante frecuente en aquellas muje­res que no se sitúan en la relación hombre-mujer desde el sometimiento, o que poseyendo una fina sensibilidad no pueden evitar que dentro de ellas se agite todavía una gran parte de las viejas con­cepciones del sexo.

Y debe señalarse, igualmente, el componente maternal y de ternura que Lou incorpora a la relación con su marido para comprender su bio­grafía sentimental. Lou habla, en efecto, con mu­cha ternura de las fragilidades de Andreas, de su incapacidad para asumir la ruptura, de su desam­paro. Aquí probablemente la piedad le juega una mala pasada, porque cuando adopta el papel de «mujer-cuidadora-universal», es a costa de ir con­tra sí misma y contra aquello que de verdad ama. Aunque tampoco hay que olvidar que, según su propio testimonio, en el matrimonio sentía como una especie de seguridad y posesión, una libertad de estar cada cual a lo suyo, un respeto, en defini­tiva, unas claras ventajas.

Lo dramático es que en el fondo de todo esto, ella sabía demasiado acerca de la distancia que le alejaba de su marido y cómo ésta no podía sino aumentar con el tiempo, de su manera de no estar ante el otro, de volverle la espalda, y de la pro­funda frustración que esto suponía. Y no sólo lo sabía: además estaba dispuesta a pagar este alto precio por el abandono del orden al que había divinizado y que por tanto aparecía como más comprometido y duro, el orden del amor del que Lou fue una tenaz fugitiva.

Ni diosa, ni monstruo, pues: únicamente un ser humano contradictorio, pero, eso sí, con más ima­ginación, inteligencia y bondad de lo habitual, que se anticipa a su tiempo, negando con su vida y con su obra las definiciones convencionales de lo fe­menino, aunque a veces apoye un pie en cada orilla en un difícil equilibrio. Una insólita mujer, en cualquier caso, capaz de inspirar estos versos de Rainer M. Rilke:

«Fuiste pará mí la más maternal de las mujeres un amigo me fuiste como lo son los hombres, a la mirada eras una hembra, y las más de las veces eras un niño. Has sido lo más tierno que yo he encontrado y fuiste lo más duro con lo que luché. eFuiste la altµra que me bendijo y has sido el abismo que me devoró».

* Lou Andreas Salomé: Mirada restrospectiva. Compendiode algunos recuerdos de la vida. Alianza Editorial. Madrid, 1980. La edición alemana original es de 1968.