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Las inclinaciones criminales de la Europa democrática, por Jean-Claude Milner. Manantial. Trad: Irene Agoff. 159 páginas. Desde quizá La cuestión judía (1844) de Marx, la presencia de los judíos en la Europa occidental se muestra como un objeto dilemático para la modernidad y, por lo tanto, en términos no religiosos. Si bien se registran actos antijudíos en el Medioevo y aún en la Antigüedad, la modalidad con que la Ilustración tematiza el asunto – al menos en principio – escapa al mito cristiano que tiene a los judíos por un pueblo deicida. La razón moderna, como tal ligada a la formación del Estado-nación y a los proyectos emancipatorios universalistas, ha encontrado en los judíos un obstáculo para sus antropotécnicas sociales y culturales. Según Milner, en este sofisticado ensayo, los modernos han procurado levantar el escollo por medio de dos pares analíticos que se oponen: cuestión/respuesta y problema/solución. Obviamente el nacionalsocialismo, forma extrema de la modernidad (al decir de Adorno), ha optado por el segundo par, pero ese biologismo antisemita pertenecería a una fase ya obsoleta del antijudaísmo europeo. Para Milner, el antisemitismo no tiene futuro, aunque sí una nueva cruzada antijudía con sede en las democracias europeas occidentales en nombre de la modernidad ilimitada. En el ojo de la tormenta está, desde luego, el Estado de Israel, un todo limitado que obstaculiza el “notodo” (la noción es lacaniana) que promueve la unificación de Europa a partir de cierta pax europaea y la moderación social-cristiana de las pasiones. El centro de este antijudaísmo supermoderno, por decir así, se ubica en “la vieja Europa”: Francia y Alemania. Por el contrario, Estados Unidos aparece como un todo limitado, una sociedad-nación, que renuncia a la expansión ilimitada bajo los efectos oscurantistas del fundamentalismo

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Page 1: Milner

Las inclinaciones criminales de la Europa democrática, por Jean-Claude Milner. Manantial. Trad: Irene Agoff. 159 páginas.

Desde quizá La cuestión judía (1844) de Marx, la presencia de los judíos en la Europa occidental se muestra como un objeto dilemático para la modernidad y, por lo tanto, en términos no religiosos. Si bien se registran actos antijudíos en el Medioevo y aún en la Antigüedad, la modalidad con que la Ilustración tematiza el asunto – al menos en principio – escapa al mito cristiano que tiene a los judíos por un pueblo deicida. La razón moderna, como tal ligada a la formación del Estado-nación y a los proyectos emancipatorios universalistas, ha encontrado en los judíos un obstáculo para sus antropotécnicas sociales y culturales. Según Milner, en este sofisticado ensayo, los modernos han procurado levantar el escollo por medio de dos pares analíticos que se oponen: cuestión/respuesta y problema/solución. Obviamente el nacionalsocialismo, forma extrema de la modernidad (al decir de Adorno), ha optado por el segundo par, pero ese biologismo antisemita pertenecería a una fase ya obsoleta del antijudaísmo europeo.

Para Milner, el antisemitismo no tiene futuro, aunque sí una nueva cruzada antijudía con sede en las democracias europeas occidentales en nombre de la modernidad ilimitada. En el ojo de la tormenta está, desde luego, el Estado de Israel, un todo limitado que obstaculiza el “notodo” (la noción es lacaniana) que promueve la unificación de Europa a partir de cierta pax europaea y la moderación social-cristiana de las pasiones. El centro de este antijudaísmo supermoderno, por decir así, se ubica en “la vieja Europa”: Francia y Alemania. Por el contrario, Estados Unidos aparece como un todo limitado, una sociedad-nación, que renuncia a la expansión ilimitada bajo los efectos oscurantistas del fundamentalismo protestante y, por ello, más proclive al antisemitismo. A ojos de Milner, la organización sin límites en proliferación de Europa exigirá, a la larga, un Führer-prinzip que dirija los procesos de ilimitación. El medio que se elegiría para lograr esta homogeneidad de las sociedades sería la paz, así como la yihad expresa la voluntad de homogenización del mundo del fundamentalismo musulmán.

El argumento fuerte de Milner es que el Estado nazi liquida el paralelismo lógico-político de raíz aristotélica, en donde la triparticipación de los regímenes políticos (democracia, oligarquía, monarquía) repite la de las proposiciones lógicas (universales, particulares, singulares), que regía en Europa desde la vulgata escolástica y trazaba el universo político como un todo limitado. El Führer-prinzip sería un principio ordenador de lo ilimitado que atraviesa el mismo aparato estatal para convertirlo en instrumento del partido. La sociedad ilimitada de las democracias europeas, seguiría la misma línea una vez que la “sociedad” (ya no la “raza”) reemplaza al “pueblo” como sujeto político y la regla democrática de la mayoría en tanto sucedáneo de “todos” se diluye. Esto implicaría no sólo la muerte del Hombre en sentido foucaultiano sino el fin de lo político como enemistad al modo de Carl Schmitt, significativamente apartado del nacionalsocialismo en 1936 por las SS.

Page 2: Milner

Si los nazis expresan el desplazamiento de la modernidad hacia la técnica, en cuanto vía regia de lo ilimitado, Milner profetiza algo vertiginoso: la ingeniería genética se apresta a eliminar lo que Freud puso como límite a la modernidad – la sexualidad – y de este modo también a la “cuatriplicidad” o Cuaternidad (Geviert) masculino/femenino/padres/hijo sobre la cual ha reposado, en última instancia, el “nombre judío”. Esta liberación del canibalismo sexual, que se ha soñado desde Platón a Schopenhauer, haría posible una nueva especie de racismo en el futuro y, en consecuencia, una nueva “solución definitiva”, un nuevo odio a los judíos despertado por la persistencia de éstos en los ritos carnales de la estirpe. Rubén H. Ríos