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Miguel Hernández Poesía esencial Edición de Jorge Urrutia a partir de la realizada con Leopoldo de Luis para la Obra poética completa Alianza Editorial

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Miguel Hernández

Poesía esencial

Edición de Jorge Urrutia a partir de la realizada con Leopoldo de Luis para la Obra poética completa

Alianza Editorial

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© Herederos de Miguel Hernández© Introducción, estudios y notas: Herederos de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia

© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1982, 1984, 1986, 1988, 1990, 1992, 2010Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 913938888

www.alianzaeditorial.esISBN: 978-84-206-5169-9

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Índice

17 Aproximación a la figura de Miguel Hernández 31 notas sobre la edición

EL rAYo qUE no cESA (1934-1935)

37 Estudio previo 43 1. Un carnívoro cuchillo 44 2. ¿No cesará este rayo que me habita 45 3. Guiando un tribunal de tiburones 45 4. Me tiraste un limón, y tan amargo 46 5. Tu corazón, una naranja helada 47 6. Umbrío por la pena, casi bruno 47 7. Después de haber cavado este barbecho 48 8. Por tu pie, la blancura más bailable 48 9. Fuera menos penado si no fuera 49 10. Tengo estos huesos hechos a las penas 49 11. Te me mueres de casta y de sencilla 50 12. Una querencia tengo por tu acento 50 13. Mi corazón no puede con la carga 51 14. Silencio de metal triste y sonoro

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51 15. Me llamo barro aunque Miguel me llame 54 16. Si la sangre también, como el cabello 54 17. El toro sabe al fin de la corrida 55 18. Ya de su creación, tal vez, alhaja 55 19. Yo sé que ver y oír a un triste enfada 56 20. No me conformo, no: me desespero 56 21. ¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria 57 22. Vierto la red, esparzo la semilla 57 23. Como el toro he nacido para el luto 58 24. Fatiga tanto andar sobre la arena 58 25. Al derramar tu voz su mansedumbre 59 26. Por una senda van los hortelanos 59 27. Lluviosos ojos que lluviosamente 60 28. La muerte, toda llena de agujeros 60 29. Elegía (A Ramón Sijé) 62 Soneto final

PoEMAS no incLUidoS En Libro (1935-1936)

67 Estudio previo 71 Elegía (A la panadera) 74 Mi sangre es un camino 76 Sino sangriento 79 vecino de la muerte 82 Égloga 86 El ahogado del tajo 87 oda entre arena y piedra a vicente Aleixandre 90 A raúl González tuñón 90 oda entre sangre y vino a Pablo neruda 95 Epitafio desmesurado a un poeta 96 Me sobra el corazón 97 Sonreídme 99 Alba de hachas

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viEnto dEL PUEbLo (1937)

103 Estudio previo 109 Elegía primera 113 Sentado sobre los muertos 115 vientos del pueblo me llevan 117 El niño yuntero 119 Los cobardes 122 Elegía segunda 123 nuestra juventud no muere 124 Llamo a la juventud 128 recoged esta voz 132 rosario, dinamitera 133 Jornaleros 135 Al soldado internacional caído en España 136 Aceituneros 138 visión de Sevilla 140 ceniciento Mussolini 142 Las manos 144 El sudor 146 Juramento de la alegría 148 1.º de mayo de 1937 149 El incendio150 canción del esposo soldado 152 campesino de España 154 Pasionaria 156 Euzkadi 158 fuerza del Manzanares

EL HoMbrE AcEcHA (1937-1938)

163 Estudio previo 169 canción primera 170 Llamo al toro de España 172 rusia

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175 La fábrica-ciudad 177 El soldado y la nieve 179 Los hombres viejos 183 El vuelo de los hombres 186 El hambre 188 El herido 190 carta 193 Las cárceles 195 Pueblo 196 El tren de los heridos 198 Llamo a los poetas 200 oficiales de la vi división 201 18 de julio 1936-18 de julio 1938 202 Madrid 204 Madre España 205 canción última

PoEMAS no incLUidoS En Libro (1937-1939)

209 Estudio previo 213 digno de ser comandante 216 Memoria del 5.° regimiento 219 España en ausencia 222 teruel 224 canto de independencia 226 Andaluzas 227 Las desiertas abarcas 228 Hijo de la luz y de la sombra 233 Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío 234 A mi hijo 236 Enmudecido el campo, presintiendo la lluvia 237 todo era azul 237 desde que el alba quiso ser alba 238 orillas de tu vientre 240 nacimiento de España

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cAncionEro Y roMAncEro dE AUSEnciAS (1938-1941)

245 Estudio previo 251 1. Ropas con su olor 251 2. Negros ojos negros 252 3. No quiso ser 252 4. Tus ojos parecen 253 5. En el fondo del hombre 253 6. El cementerio está cerca 254 7. Sangre remota 254 8. ¿Qué quiere el viento de encono 254 9. No salieron jamás 255 10. El viento ceniciento 256 11. Como la higuera joven 257 12. El sol, la rosa y el niño 258 13. Besarse, mujer 258 14. Llegó tan hondo el beso 259 15. Si te perdiera... 259 16. Cuerpo del amanecer 259 17. En este campo 260 18. Cada vez que paso 260 19. El corazón es agua 261 20. Tierra. La despedida 261 21. Por eso las estaciones 261 22. Cada vez más presente 262 23. Si nosotros viviéramos 262 24. Una fotografía 263 25. Llegó con tres heridas 263 26. Escribí en el arenal 263 27. Cogedme, cogedme 264 28. Tus ojos se me van 264 29. Ausencia en todo veo 265 30. ¿De qué adoleció 265 31. Tan cercanos, y a veces 266 32. Tú eres fatal ante la muerte 266 33. Llevadme al cementerio

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266 34. La luciérnaga en celo 267 35. Uvas, granadas, dátiles 267 36. Las gramas, las ortigas 268 37. Atraviesa la calle 268 38. Troncos de soledad 268 39. Todas las casas son ojos 269 40. El amor ascendía entre nosotros 270 41. Cuando paso por tu puerta 271 42. Rumorosas pestañas 271 43. Fue una alegría de una sola vez 272 44. Entusiasmo del odio 273 45. ¿Qué pasa? 273 46. Corazón de leona 274 47. La vejez en los pueblos 274 48. Llueve. Los ojos se ahondan 276 49. Era un hoyo no muy hondo 276 50. Mi casa contigo era 277 51. Muerto mío, muerto mío 277 52. Todo está lleno de ti 278 53. Callo después de muerto 279 54. La libertad es algo 279 55. Cuerpo sobre cuerpo 280 56. Bocas de ira 280 57. Tristes guerras 280 58. Los animales del día 281 59. Menos tu vientre 282 60. Beso soy, sombra con sombra 284 61. Palomar del arrullo 284 62. Boca que arrastra mi boca 286 63. La basura diaria 287 64. Cerca del agua te quiero llevar 287 65. El azahar de Murcia 288 66. No pudimos ser. La tierra 290 67. El número de sangres 290 68. La cantidad de mundos 291 69. Entre nuestras dos sangres 291 70. A la luna venidera

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292 71. Vino. Dejó las armas 293 72. El mundo es como aparece 294 73. Todas las madres del mundo 297 74. La cebolla es escarcha (Nanas de la cebolla) 301 75. De la contemplación 301 76. Entre las fatalidades 301 77. ¿Para qué me has parido, mujer? 302 78. Debajo del granado 302 79. El mar también elige 302 80. Querer, querer, querer 302 81. Tanto río que va al mar 303 82. Ni te lavas ni te peinas 303 83. No te asomes 303 84. Tengo celos de un muerto 304 85. Qué cara de herido pongo 304 86. Enterrado me veo 304 87. Tú de blanco, yo de negro 304 88. No puedo olvidar 305 89. Enciende las dos puertas 305 90. El pozo y la palmera 305 91. Son míos, ¡ay!, son míos 305 92. El pez más viejo del río 306 93. Rueda que irás muy lejos 307 94. Con dos años, dos flores 308 95. Era un hoyo no muy hondo 309 96. Dicen que parezco otro 309 97. La fuerza que me arrastra 309 98. ¿Quién llenará este vacío 310 99. Cada vez más ausente 310 100. Quise despedirme más 310 101. De aquel querer mío 311 102. Que me aconseje el mar 311 103. Bulto de vidrio florido y dorado 311 104. Dime desde allá abajo 312 105. Déjame que me vaya 312 106. El último y el primero 314 107. Es la casa un palomar

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315 108. Me tendí en la arena 316 109. Se puso el sol 316 110. Arena del desierto

otroS PoEMAS dE LA SEriE dEL CANCIONERO Y ROMANCERO DE AUSENCIAS

Y PoEMAS ÚLtiMoS

319 Estudio previo 323 otros poemas de la serie del Cancionero y Romancero de Ausencias323 Los animales íntimos323 Entre las fatalidades323 La oliva y el limón324 Muerto mío 324 Llama, ¿para quién?324 Cuando te hablo del muerto 324 Rotos, rotos: ¡Qué rotos!325 No vale entristecerse 325 Me descansa325 Cuerpos, soles, alboradas325 Suave aliento suave325 No sigas muerto 326 Pongo cara de herido326 Cuando respiras me hieres326 Por la voz de la herida326 Desenterrar vivos326 Todo es bueno327 Conozco bien los caminos327 Písame328 El hombre no reposa... 329 Sigo en la sombra, lleno de luz: ¿existe el día? 329 Sonreír con la alegre tristeza del olivo 330 vuelo 331 Muerte nupcial 333 El niño de la noche 334 cuerpo de claridad que nada empaña

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335 Sepultura de la imaginación 336 Ascensión de la escoba 336 Eterna sombra

341 Cronología 345 Bibliografía 353 Índice alfabético de títulos y de primeros versos

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Todos los biógrafos han resaltado la importancia del paisaje, así como del medio ambiente en que se desenvuelve la vida de Miguel Hernández, y muchos acuden a los textos de Gabriel Miró, el gran estilista de Alicante, en cuyas novelas del primer cuarto de siglo se captan las esencias tradicionales y el colorido barroquizante de Ori-huela.

Si en el joven Miguel influyen la luz y el color de la huerta, in-fluyen también las costumbres y la tradición levítica. Ciudad jerar-quizada y católica, en la que su familia ocupaba un modestísimo lugar girando en torno al quehacer paterno, en una humilde casa. Miguel Hernández Sánchez trataba en ganado lanar, criando pe-queños hatos de cabras y ovejas, para vender y comprar, vendiendo también la leche que producía, en un negocio de poca monta, sos-tenido con personal esfuerzo al que asoció pronto el de los hijos va-rones (Vicente y Miguel). El matrimonio tuvo además dos hijas (Elvira y Encarnación). Tres más murieron de muy niños.

En semejante contexto familiar un hijo con vocación artística re-sulta un desacomodo. No culpemos del todo al padre —que inclu-so pegaba al chico si lo encontraba leyendo—, producto de una so-ciedad clasista y discriminatoria, en la que la cultura es un lujo, en un medio rural cuyo ínfimo nivel educativo obstruye toda com-

Aproximación a la figura de Miguel Hernández

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prensión. Apegado a su oficio, habría sido un milagro que admitie-se de buen grado un hijo poeta. Por otra parte, parece necesario re-conocer que, pese a todo, la asistencia de un muchacho al colegio hasta los catorce años (edad a la que el padre decidió que Miguel lo dejara), en aquella época, en un medio agrario y en familia de po-cos recursos, era casi excepcional. Ni siquiera la ley de enseñanza obligatoria marcaba entonces esa edad, y ha sido siempre una ley incumplida, sobre todo en el campo y en los barrios suburbanos. Quizá sería más justo decir que los padres de Miguel, dadas sus cir-cunstancias y su ambiente, no hicieron poco y que el chico disfrutó de mayor escolaridad que la inmensa mayoría de los hijos de pasto-res y campesinos en la España de 1920.

Desde el 73 de la oriolana calle de Arriba, el niño Miguel camina-ba a diario hasta las escuelas del Ave María, anejas al colegio de San-to Domingo, de la Compañía de Jesús. Primero, en aquella escuela, con un maestro formado en las doctrinas del padre Manjón; después —de los 9 a los 14 años— en el propio colegio, con los padres de la Compañía, Miguel fue «alumno de bolsillo pobre». Así le llamó su condiscípulo José Marín Gutiérrez «Ramón Sijé» —hijo de acomo-dada familia y luego abogado y escritor, tempranamente muerto, cuya influencia en los primeros años de Miguel resultó visible.

Alumno de bolsillo pobre, su talento natural y su vocación por las letras suplieron la truncada enseñanza escolar. Por ese talento y por esa vocación hubo de sobresalir pronto, puesto en seguida en contacto con los libros. Por eso, aunque las exigencias de una pre-caria economía doméstica lo arrancaron, por decisión paterna, de aquellos iniciales estudios, no se pierde el muchacho en los rudos quehaceres, sino que persevera en las lecturas y aun saca del oficio experiencias capaces de sustanciar sus versos.

Por de pronto, el menester pastoril le puso más en comunicación con la naturaleza, huella imborrable en sus escritos. Es en la misma naturaleza donde aprende la vida, los milagros vivos y diarios cuya comprensión va a dar sabiduría a su obra, enraizándola en la tierra. Miguel poeta va a sufrir, sin duda, los inconvenientes del autodi-

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dacto, pero también va a gozar las virtudes del hombre sencillo y natural. Entre aquéllos, unas lecturas irregulares y dispersas, caren-tes de sistema, obtenidas por préstamos amistosos y en las bibliote-cas de los centros locales de recreo, así como la proclividad a las influencias. Ello justifica que mezclase folletines por entregas, na-rraciones piadosas, literatura mística, poemas del modernismo, Ga-briel y Galán, Gabriel Miró o, incluso, poemas vanguardistas. La permeabilidad del joven, sin un rigor selectivo, sin un encauza-miento del gusto, se descubre zozobrante en sus primeras muestras. Pero la vocación estaba allí, como una marea creciente capaz de so-brepasar todo escollo, y allí estaba un sentido espontáneo de lo puro, un amor por lo que nace de la tierra y nos integra en el ám-bito de la naturaleza madre.

Las primeras amistades de Miguel significan, lógicamente, mu-cho en su formación. Primordial fue la de Ramón Sijé, con la as-cendencia que supone haber sido condiscípulo infantil y llegar a graduarse como universitario. Sijé fue ensayista precoz, hombre de pensamiento católico, atraído por las corrientes renovadoras del neocatolicismo, siguiendo la pauta de intelectuales como José Ber-gamín. A ejemplo de Cruz y Raya —la notable revista de este últi-mo—, Sijé fundó y dirigió El Gallo Crisis, meritoria empresa en el pequeño círculo de una provincia. Para entonces, ya Miguel había publicado en la prensa local sus primeros e inseguros poemas, y corría el riesgo de enemistarse con su padre para probar suerte en Madrid. Excedente de cupo en el servicio militar obligatorio y, por lo tanto, liberado de él, se cuenta que habría deseado ir al cuartel como me-dio para evadirse y, sobre todo, de conocer una gran ciudad.

Continuamente «alumno de bolsillo pobre», son los amigos quienes reúnen dinero para el billete hacia la capital. «Siempre so-bre la madera de su vagón de tercera», como don Antonio Machado. Había entonces en Miguel —1931— más entusiasmo y deseo de superación que valor literario, y había en los cenáculos de Madrid más curiosidad folclórica ante el joven poeta-pastor que cauces de ayuda positiva. Es sabido —lo dicen todos sus comentaristas— que

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en Madrid le recibieron Concha Albornoz —hija del entonces mi-nistro de Justicia de la República— y Ernesto Giménez Caballero, editor de una de las trincheras de la literatura joven: La Gaceta Li-teraria. También es conocido el hecho de que el periodista Martí-nez Corbalán publicó una entrevista en Estampa —publicación gráfica muy difundida—. Pero, carente de más sustento, hace falta mucho corazón para regresar al pueblo y a la casa paterna, incrimi-nadora, y mantener los palos del sombrajo de las ilusiones. La ca-pacidad de entusiasmo fue proverbial en Miguel, quien supo poner siempre buena cara al tiempo adverso.

Si por la boca muere el pez, por los ojos se pierde o se salva el poeta: por sus lecturas. La vocación le acercó algunas poéticamente enriquecedoras. Buen levantino, amigo del color y de la luz, de la policromía barroca, se aficionó a algunos clásicos. La obra de Gón-gora —reactivada en la atención culta de aquellos años— le estalló en las manos como una granada de furiosa hermosura. Góngora es oscuro por dentro, pero brillante por fuera. Asombra la facilidad con que Miguel salta del verso simple, que respira aires de un bu-colismo gabrieligalanesco, o de romanticismos sentimentaloides, o de pastiches modernistas, a una trabajada y conceptuosa recrea-ción de la realidad, con metáforas que, si beben en Góngora —o en los gongoristas de la época: Alberti, Gerardo Diego...—, poseen elementos personales innegables, a más de un arranque auténtico. Porque no se miente el poeta a sí mismo elaborando sus barrocas octavas reales, como una visión apresurada puede hacer pensar, sino que canta cuanto le rodea, cuanto constituye su mundo, enjo-yándolo con un lenguaje tropológico recargado, como si quisiera salvarlo de su vulgar cotidianidad.

El primer libro, con aquellos recientes poemas, Perito en lunas, es decir: el que sabe escribir poemas (luna es sinónimo de cristal y «cristal» había significado «poema» para los simbolistas y para Sijé), aparece en 1933. Su primer libro. Rodeado por el cariño de sus amigos de Orihuela, las reuniones en la panadería de Carlos y Efrén Fenoll, con Jesús Poveda y los hermanos Marín Gutiérrez («Ramón

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Sijé» el mayor, el otro, luego, «Gabriel Sijé») y con el jovencísimo Manolo Molina, son el círculo propicio para celebrar el éxito. Mi-guel, crecido en su personalidad, regresará a Madrid, si no con ma-yores recursos económicos, sí con un bagaje poético más rico. Es en marzo de 1934. Lleva consigo dos actos de un auto sacramental, otro fruto de la dedicación a los clásicos.

Las amistades llegan pronto. El matrimonio de poetas Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás, con quienes compartió unas jor-nadas literarias en Murcia. El propio García Lorca, al que conoció en una excursión de «La Barraca». Vicente Aleixandre, al que escri-be pidiéndole un ejemplar de La destrucción o el amor. Miguel ha roto con su vida de muchacho campesino. Ya tras el primer viaje, consiguió empleo en una notaría. No es, pues, pese a sus pocos años de escolarización, un muchacho inculto. Posee unos conoci-mientos amplios que sus estudios irregulares le han proporcionado. Desde luego, una cultura literaria.

En este punto de la incultura de Miguel Hernández es conve-niente precisar, porque el fervor en torno de su nombre, tras la do-lorosa e injusta muerte, ha creado al socaire de las terribles circuns-tancias una leyenda sobre bases reales, pero leyenda al fin. No hay ingenios legos, y Miguel no lo fue. Cómo pudo formarse, aprender, adquirir los conocimientos que evidentemente poseía; cómo pudo, simplemente, escribir, son preguntas que sólo hallan respuesta y ex-plicación en su constancia vocacional, en su decisión superadora y, por supuesto, en su extraordinaria inteligencia. Su obra revela de forma inequívoca una preparación en distintas direcciones y un pro-fundo conocimiento del idioma. Pero, además, conocía el francés (últimamente, en la cárcel, estudiaba inglés), y en un borrador pue-de descubrirse, por el reverso, el comienzo de una glosa en esta len-gua de un poema propio. En el examen de sus cuadernos —en los que, por supuesto, aparece una aceptable ortografía— llama la aten-ción la labor correctora, reveladora de meditados repasos del poema, lo que en modo alguno se corresponde con una imagen rústica, de zagal improvisador arrastrado por facilidad irreflexiva. Lo que sí es

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de resaltar, para mayor asombro, es que todo este trabajo —forma-tivo y creacional— hubo de realizarlo siempre con incomodidades y sin sosiego. Los primeros años, en la casa familiar, de pocas condi-ciones, y en el campo. Luego, en pensiones y casas de huéspedes mo-destísimas. Más tarde en los acuartelamientos y trincheras o en rápi-das estancias de retaguardia. Por último, en sucesivas cárceles, donde bien es sabido que «toda incomodidad tiene su asiento».

Olvidemos la leyenda de la rusticidad. Era, eso sí, Miguel, en aquella época de sus primeros viajes a Madrid, una personalidad aún insegura, lógica en sus pocos años y en su formación adquirida como hemos visto. En Orihuela, ha intervenido en centros católicos, pero también en centros socialistas. Ha publicado en periódicos de dis-tintos matices y ha debido de tener sus luchas íntimas con las creen-cias religiosas. Por si fuera poco, también sus nuevos e importantes amigos —sobre todo cuando ingrese en el círculo amistoso de Pablo Neruda— van a dividir con algún conflicto sus afectos.

Porque los viajes a Madrid abren campos distintos, amplían sus conceptos provincianos. Le gusta volver, y aun escribe unos poemas en que repudia la gran ciudad, pero se siente, pese a todo, atraído por la vida literaria madrileña. El verano de 1934 transcurre de nuevo en su comarca, donde termina el Auto Sacramental. Ya está escribiendo poemas de El silbo vulnerado. Publica en La Verdad, de Murcia, en El Gallo Crisis. Aquel otoño inicia sus relaciones con Jo-sefina Manresa, modista de un taller de Orihuela a la que conoció poco antes. Para fin de año, de nuevo en Madrid.

Miguel Hernández resuelve el problema de su estancia en Ma-drid, primero, entrando a colaborar en las Misiones Pedagógicas, creadas por los organismos culturales del gobierno de la República para trabajar educacionalmente en los pueblos y pequeñas ciuda-des. Viaja, para esa labor, con Enrique Azcoaga, escritor dos años más joven que él, conocido por entonces en sus primeras colabora-ciones. Luego, Miguel trabajará en la redacción del diccionario tau-rino, de José María de Cossío, para la editorial Espasa Calpe, y como secretario del propio Cossío.

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Las nuevas lecturas, las nuevas amistades y su propia granazón juvenil le llevan a una poesía más fluida y humana, agilizando las armaduras gongorizantes. En poco tiempo Miguel recorrió mucho camino: si en 1931 escribe piececitas ingenuas, en 1933 recrea un barroquismo arrebatado y en 1934 se encuentra en posesión de un verso jugoso, rico de imágenes y expresivo, de una tesitura emo-cional, como son los sonetos de Imagen de tu huella. Claro que an-tes, el influjo místico y el lastre barroco dejarán la valiosa muestra de un auto sacramental (Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras1), que publica en Madrid Cruz y Raya, y de unos poemas como confesiones morales que reflejan la crisis religiosa, inevitable por el choque de un ambiente católico —colegio, amigos como Ra-món Sijé, protectores como el canónigo Almarcha— y un vitalis-mo innato y desbordante, que ya se movió en espacios más libres. Un año después lo veremos creando una obra cenital (El rayo que no cesa), centrada ya en un mundo poético propio, sacudido por una intuición trágica.

Aún continuará de alguna forma dividido. Colaborará en El Ga-llo Crisis y, en seguida, en Caballo verde para la poesía. Cruzará co-rrespondencia con Ramón Sijé y alternará en las tertulias de Neru-da. Pero quizá la influencia más fecunda va a ser la de otro amigo: Vicente Aleixandre.

El cuarto viaje a Madrid va a consolidar definitivamente su en-trega a la vida intelectual española, con la labor en Misiones Peda-gógicas y colaboraciones en Revista de Occidente, trabaja en piezas teatrales (Los hijos de la piedra, inspirada en la revolución de Astu-rias), ayuda a Pablo Neruda en Caballo verde para la poesía y pre-para la edición de El rayo que no cesa. El año termina con la muer-te —el 24 de diciembre— de Ramón Sijé, y el dolor por el amigo entrañable, aumentado quizá con algún remordimiento por las di-ferencias que entre ellos habían surgido ideológicamente, le angus-

1 Miguel Hernández no quiso dar sentido interrogativo a este título, por lo que nunca acentuó las formas quien.

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tia hasta estallar en la bellísima y conmovedora «Elegía», famosa ya en la historia de la poesía contemporánea. En abril de 1936 va a Orihuela para hablar en el acto de dedicación de una lápida al ma-logrado escritor.

Entre 1935 y 1936 Miguel Hernández escribe piezas tan signifi-cativas como «Vecino de la muerte», «Sino sangriento» y otras, que acusan la relación con el surrealismo, así como «Sonreídme» y «Alba de hachas», donde ya aparece una conciencia social incluso revolu-cionaria.

Cuando se acerca el verano de 1936 la familia de Josefina Man-resa se ha trasladado a Elda, por nuevo destino del padre, miembro de la Guardia Civil. Miguel enferma de gripe en mayo. Aquel mes de mayo fue excepcionalmente lluvioso, y entre el mal tiempo y la en-fermedad, le sobreviene una racha deprimida. Ya entrando el vera-no y casi al borde de la guerra, se le ve en el homenaje a Vicente Aleixandre en un merendero de los Cuatro Caminos.

Con la guerra encima, Miguel corre a Orihuela. El 13 de agosto, en Elda, el guardia civil Manresa, padre de Josefina, muere como consecuencia de la sublevación. Miguel quiere entrañablemente a los hermanos pequeños de su novia, cuya tutela afectiva tomará para sí al casarse.

Aquel otoño vuelve a Madrid para alistarse en el Quinto Regi-miento de Milicias Populares. Al lado del pueblo —él mismo es pueblo y, como dice en un poema, «de su estirpe defensor»— con-tinuará, sumado a su suerte, hasta morir pocos años después.

Desde ese momento, con su pluma y con su sangre como dos fu-siles fieles, Miguel Hernández levantará poema a poema, caudalo-samente escritos, el edificio más hermoso y sincero de la poesía de la contienda civil. Comenzará por dos elegías: a Federico García Lorca y al cubano Pablo de la Torriente, asesinado uno en Granada, caído el otro en combate.

El mono azul —revista de la Alianza de Intelectuales Antifascis-tas—, Hora de España —una empresa de cultura excepcional, en plena guerra— y todos los periódicos y revistas de los frentes y de

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la retaguardia van a publicar poemas de Miguel Hernández como banderas de poesía y de entusiasmo. Así nace Viento del pueblo, cuyo contenido es erróneo juzgarlo simplemente como poesía de circunstancias, ya que responde al encuentro del poeta consigo mismo, superando una etapa de aprendizaje retórico en la que, si logró piezas excelentes, se movió en círculos de artificiosidades transformadoras de la realidad. El propio poeta explica en qué con-siste su entrada a la violenta, entusiasta y combativa poesía de Vien-to del pueblo. Considera que «había escrito versos y dramas de exal-tación del trabajo y de condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma me lo dieron aquel iluminado 18 de julio. Intuí, sentí venir contra mi vida, como un gran aire, la gran tragedia, la tremenda experien-cia poética que se avecinaba, y me metí, pueblo adentro, más hon-do de lo que estoy metido desde que me parieran, dispuesto a de-fenderlo firmemente»2.

La actividad de Miguel Hernández durante los tres años de guerra fue intensísima. Frase suya es: «Sólo me canso y no estoy conten-to cuando no hago nada». Actúa con «El Campesino» y con la brigada del comandante Carlos (el italiano Vittorio Vidale). Re-corre los frentes del sur. Asiste a la toma del santuario de la Vir-gen de la Cabeza. Se ocupa de los servicios de Altavoz del Frente. En los campamentos o en la misma trinchera, recita ante los sol-dados, como de jovencillo hacía ante las gentes de su tierra; siem-pre supo comunicarse, cara a cara, a través de la poesía. Participó también en el II Congreso de Intelectuales Antifascistas y fue co-misionado para ir a Rusia, representando a España en el 5.° Fes-tival de Teatro Soviético. Se integró después en el Ejército de Le-vante.

Escribió de manera continuada: poemas, artículos, obras teatra-les. Publicó El labrador de más aire, que había escrito meses atrás, y las piezas breves de Teatro en la guerra. Compuso el drama Pastor de

2 Nota preliminar a Teatro en la guerra, Valencia: Ediciones Nuestro Pueblo, 1937.

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la muerte. En agosto de 1937 se le rinde un homenaje en el Ateneo de Alicante.

El 9 de marzo de 1937 contrae matrimonio civil, en Orihuela, con Josefina, y aquel verano escribe la «Canción del esposo sol dado». El 19 de diciembre nace su primer hijo, al que llama Manuel Ramón. El niño muere en octubre de 1938, antes de cumplir un año.

Corazón que en el tamaño de un día se abre y se cierra. La flor nunca cumple un año y lo cumple bajo tierra.

Ésa debe de ser la época en que comienza a escribir los primeros poemas que pasarán al Cancionero y Romancero de Ausencias, simul-táneos de algunos de El hombre acecha, último libro que él dejó pre-parado.

Han transcurrido dos años de guerra y el poeta mira ya con los ojos del dolor, desde la tragedia que él intuyó siempre como suya, pero que se extiende colectivamente. Su entusiasmo, la lucha del pueblo y su propio hijo diríamos que se identifican y cruzan por el cielo de España y por el del corazón del poeta como ave que lleva el ala herida. Sin embargo, la mujer, de nuevo, espera un hijo:

Se puso el sol. Pero tu temprano vientre de nuevo se levantó por el oriente,

y el poeta, enfermo por breve temporada en un hospital de Benicàs-sim, se reincorpora a su lucha, que, como el rayo simbólico, no cesa. El 4 de enero de 1939 nace Manuel Miguel, su segundo hijo. El li-bro El hombre acecha se está componiendo por esos días en Valencia.

La derrota del Ejército Republicano supone una tremenda des-bandada, una amarga confusión de persecuciones y represalias en la

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que Miguel Hernández queda envuelto. Se niega a salir de España, como le ofrecen, porque entiende que es necesario combatir al me-nos hasta que una posible guerra mundial cambiase la situación in-ternacional, como pretendía Negrín. Al fin, busca acogerse a la Embajada de Chile, invocando el nombre de su amigo y antiguo cónsul Pablo Neruda (su presencia en la residencia consular era tan frecuente que aparece firmando como testigo en numerosos docu-mentos). El comportamiento del diplomático Carlos Morla —con-tertulio también de los poetas del 27, años antes— no está suficien-temente claro. Lo que sí lo está es que Miguel, por algún motivo, no encontró allí lugar. Tras un intento de reunirse con su mujer y su hijo, tampoco encontró ayuda en Sevilla, donde acudió a solici-tarla del poeta Romero Murube, ni en Cádiz, donde no lo ayudó el también poeta y editor de revistas Pedro Pérez Clotet.

Busca entonces el medio de salir por la frontera portuguesa. In genuo recurso, conocido el carácter del régimen fascista de Sala-zar, cuya policía lo devolvió a la Guardia Civil de Rosal de la Fron-tera. Cárceles de Huelva, de Sevilla (como Cervantes), de la calle entonces llamada de Torrijos, hoy Conde de Peñalver, en Madrid. Entre su pequeño ajuar —ligero de equipaje, como don Antonio Machado— va un rimero de cuartillas emborronadas a lápiz, con letra menuda y renglones muchas veces superpuestos (¿quién ha di-cho que Miguel era un improvisador irreflexivo?). «No quiero per-der estos originales —escribe a Josefina— que son el fruto de casi dos años de trabajo y el pan de mañana vuestro.»

En efecto, Miguel, que ya en el colegio de jesuitas fue «alumno de bolsillo pobre», jamás mejoró de fortuna. Entristece ver cómo está en todos los momentos de su vida a falta de medios econó micos:

cultivando el romero y la pobreza

había dicho en un endecasílabo. Los amigos hacen colectas para sus intentos madrileños. Tiene que rogar ayuda al canónigo Almarcha y al diputado Martínez Arenas para sufragar la edición del primer

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libro. Acepta modestos trabajos en Madrid. Incluso en plena guerra, los sueldos del Comisariado se retrasan al punto de tener que soli-citar fondos a la familia de los Sijé para cubrir los gastos domésti-cos3. Después, tras la derrota, le vemos recabar de nuevo ayuda de D. Luis Almarcha —ya obispo— y de Martínez Arenas: toda una guerra, tres libros y cuatro obras teatrales, para volver a rogar a las mismas gentes, para continuar como alumno de bolsillo pobre. Sus únicas riquezas, la sola herencia para los suyos —él, mondo de si-necuras y privanzas—, son esos trozos de papel, con borrosos ren-glones a lápiz, que van formando poco a poco uno de los más her-mosos y conmovedores libros de amor de todos los tiempos4.

Como en radiografía psicológica y poética supo ver el maestro Aleixandre, Miguel «era confiado y no aguardaba daño»5. En los múltiples azares por los que atravesó el tropel acosado de los venci-dos, entre campos de concentración y cárceles que cubrían kilóme-tros cuadrados de España, los triunfadores entreabrían de cuando en cuando las rejas para quienes, habiéndose librado de los fusila-mientos, no tenían aún causas judiciales en trámite, o bien eran és-tas de minúscula entidad. Con ello, aligeraban algo el terrible peso muerto de los prisioneros, a los que era incluso difícil alimentar. Así salió Miguel Hernández de la cárcel el 17 de septiembre de 1939, y cometió la ingenuidad de correr al lado de los suyos6. Doce días después, era detenido de nuevo, ya no como preso innominado, sino con las acusaciones concretas que su obra mereció. En la pri-sión del edificio del Seminario de Orihuela, primero; dos meses más tarde en la cárcel de Conde de Toreno, en Madrid. Se le juzgó

3 Carta de 22-9-1938, publicada por Vicente Ramos en su libro Miguel Hernández, Madrid: Gredos, 1973, p. 158.

4 Durante su prisión, ayudaron a Miguel y a su mujer y su hijo, económicamente, en aquellos años difíciles de la posguerra (1939, 1940, 1941), sus amigos escritores Aleixandre, Cossío, Rodrí-guez Spiteri, Muñoz Rojas, Azcoaga y otros, así como, por encargo de Neruda, el agregado de la Embajada de Chile, señor Vergara.

5 Vicente Aleixandre: Los encuentros, Madrid: Guadarrama, 1958, p. 178.6 María de Gracia Ifach, en su libro Miguel Hernández, Rayo que no cesa, Barcelona: Plaza y Janés,

1975 (p. 253), se hace eco de una versión según la cual esa libertad se debió a gestiones hechas desde París por Neruda. Sin embargo, hoy sabemos que no fue debido a gestión amistosa alguna.

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en enero de 1940 y el tribunal le condenó a muerte. El recurso de gracia para la conmutación de la pena a la inferior de 30 años fue apoyado por la gestión personal de algunos escritores con influen-cias dentro del régimen: Cossío, Ridruejo, Sánchez Mazas, García Viñolas, Alfaro... Obtenida la conmutación, el recluso —que ocul-tó a su mujer por algún tiempo la gravedad de la sentencia— fue trasladado a la cárcel de Palencia y más tarde al penal de Ocaña, donde permaneció hasta junio de 1941, en que se logra su traslado al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde la familia lo tiene más cerca.

La neumonía adquirida en Palencia, la bronquitis contraída en Ocaña, el tifus que le ataca en Alicante van royendo su organismo joven pero con mucho sufrimiento encima, y aparece la tisis. Hay que hacerse cargo de lo que era una tuberculosis galopante en 1942, en España y en la cárcel. El enfermo padeció en las más terribles condiciones. Miguel nunca dejó de sufrir. Él era un muchacho ale-gre y sencillo, pero la vida no le resultó fácil. No es que fuera su des-tino, sino que una serie de circunstancias adversas, unas situaciones injustas y una guerra terrible le hicieron su víctima. Como en el caso de otro escritor apasionado, Larra, su vida literaria no llegó ni siquiera a los diez años.

Vicente Ramos —que cuenta entre sus mejores comentaristas— ha recordado, aplicándolos al propio Miguel, aquellos versos suyos escritos ante el cadáver de Pablo de la Torriente:

No temáis que se extinga su sangre sin objeto, porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.

En sus palabras con motivo del homenaje que recibió en Alican-te —verano de 1937— dijo el poeta: «Vivo para exaltar los valores puros del pueblo y, a su lado, estoy tan dispuesto a vivir como a morir». Y murió. En la madrugada del 28 de marzo de 1942, des-pués de tres años de persecuciones y cárceles, murió en la prisión