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U ·N 1 .V E R S 1 D D
(De Les - ouvelles Littéraires, Parí ).
L1evad mí cuerpo al ma terna! y adustoPáramo que se hern1ana con el ciclo.
{(Moriré católico peniteote yliberal impenitente".
M onÚllambert.
Miguel de Unamuno, de cuerpo
.)? de alma, presente
MARICHALARPor ANTONIO
HA 1 uerto un agonista. Ha· lTIUerto en su tierrade Ca tilla, donde quiso vivir y descansar después d~e muerto, con esa firule creencia, tan es- .pañola, de lTIorir por no morir y -de resistir altien1po. .
Fouché. N apoleón confió denlasiado en ellos ylos puso al tanto de todos sus secretos, sin pensar que p09ían traicionarle.
Es también profundamente propio del corsosu sentimi nto de la falnilia. Se preocupó por darles una posición a todos sus hermanos y hermanas, sin g-uardarles resentinliento alguno cuandole habían dado en qué sentir. Pero en donde sunaturaleza de corso se nlanifiesta de' lnodo aúnmás inconfundible es en la !llanera de conlprender a las nlujere y en el amor. Idea enteramenteoriental, como tenía que s r en el nativo de unai la n que tan a menudo s recib,-l1 influenciasdé ia. "Nada entenden10s el la nlujer, los pueblos occid ntales, decía en Santa Elena a lascondesas Bertrand y Montholon. Todo 10 henlosechado a perder por tratarlas denlasiado bien.
.Los pu bIas orientales, pensando ¡nejor y lnásxactanlente, han declarado a la mujer propie
dad del hombre, pues, en ef cto, la naturalezalas hizo esclavas. Solo por nue5tra extravagancialas hemos de larado entre nosotros soberana".
¿ Ocultará la i la de Córcega el secreto deapoleón? Lo historiadores sabrán decidirlo.
l\1as, de acuerdo con el autor de la obra que estaInas comentando, yo diría que por encima det das las influencias insulares, debe - ponerseaquella onfianza ll1Ística en su de tino, en suestrella, e nfianza que no le abandonó jamás,y qu , tal como ocurre en su concepción sobreel anl r, viene de más allá de Córcega, pues viene del fond del A ia fatalista ..
Que e o escribía ha e unos 'años, desterrado,este hOlnbre tan de su ti rra, y dealnbulando por
. Parí.s. Los bulevares pudieron verle con su traje.negro, u chaleco cerrado, sus gafas de oro y i05
Evangelios bajo el brazo, y 10 haprían tOlnado,nlás de una vez, por un pastor protestante.
y U namuno era católico. Lo era hasta en sucomplexión robusta. Si, 'como se dice entre no.')-
Sus cOll1patriotas, por 10 delnás, le odial antambién y la enviqia que en ellos suscitaban sutriunfo n9 hacía: más que aumentar el odio quepor él sentían. Cuando se recibió en Ajaccio lanoticia de su abdicación, el prefecto de la ciudadhizo ilulninar el palacio del 'Ayuntamiento y ordenó que se arrojara al mar un busto de Napoleón.
u de decirse que durante veinte años Napoleón no hizo más que reneg-ar de su tierra natal y, sil'! embargo, la in-iagen· de ésta había devenir a acompañarle en el lecho de m lerte. Ensu testamento, Napoleón escribió: 'Si proscribe lni cadáver, como se ha proscrito mi persona, deseo que se me ntierre junto a nlis antepasado en la catedral 'de Ajaccio".
De Córcega, de su raza corsa, Napoleón heredaba la pasión política u orgullo, su gravedad. (Talleyrand 10 llanlaba el indiverti le yFouché el furioso); su firlneza n la adver idad, su orgullo ("aunque sólo tengamos un pedazo de pan negro, sepalnos permanecer nnuestro puesto") ; su fidelidad en la amistad (con10 lo prueba su te tanlento), su prontitud deespíritu, la vivacidad de los sentimientos, u pa-·labra abundante y precipitada cu ndo 10 en1bargaba alguna enl0ci' n, sus gestos rápidos, suscóleras rep ntinas. .. Sólo que. Napoleón era untrabajador, en tanto que el nativo de Córcega,por 10 menos lnientra está en la isla, es' casisiempre indolente. N o era tampoco v ngativo:"El hOlnbre, verdaderatnente hombre, decía, nosabe odiar. Su arrebatos de n1al hUI or y de cólera nunca duran ll1ás allá de un nliuuto. Porqúe no se detiene en las per onas, sino que piensa solo en las cosa, en su gravedad y e 1 suscanse uencia". Y, sin lnbargo, toda la vidapolítica de N apol ón e tuvo dirigida por unaidea de vendetta) de venganza contra Inglaterra.Había alnado demasiado en la juventud a supatria chica para no odiar a los ingles s cuando pret ndi. ron·' apoderarse de Córc ga, y cuando enviaron desterrado a Landre, ande murió, a Paoli, el héro nacional. M. Brice tienerazón al decirnos: "La obra de Napoleón consistió en. transformar el reyerta per onalísirnael viejo -antagonisll10 q le exi tía entr Franciae Inglaterra, y en consider rlo COll'10 uno dee os du los a mu rte que solalnente terlninanal morir uno de los adversarios". o puso N apoleón tal nardecimiento en la lucha, sino porque ra cor o. Fue 110 1 oleaje de la voluntadorgullo a de un hombre contra la terqu dad de .un pueblo tambi'n orgulloso. Y si al fin 1 de suvida e puso en manos de los ingles s, u'- porque inlfiginó que ést s tendrían. de la hospitalidad la misn1a noble y elevada idea que las gent .de su Córc ga.
La cone pción de la anlistad que Napoleóntraía de su isla le llevó a confiar en la· fidelidaddel Zar Alejandro 1, con quien un día ntablara
.amistad. Y apoleón creyó ingenuamente Quela amistad del eslavo sería tan sólida como la suya. I~o propio- le ocurrió acerca de Talleyrad y
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·~ ......otros, "no estar muy católico" equivale a no sentirse bien, a Unamuno le salía a la cara su catolicidad de hombre vivido en el yermo austero. Tenía espaldas de pelotari, piel atezada de marino,ojo de águila y nariz de tajamar. Era áspero,enjuto y sanguíneo.
También sufrió destierro en Africa, confinadodentro de una isla, lilnitada e infinita porque eraun.. desierto, y se sintió tan a gusto en aquella inmensidad isleña, que cuando llegó el momento desu liberación, le faltó la gana de partir. La tierrale retenía. El mar, en cambio, le era repelente.Recuerdo que una vez paseaba con él por losacantilados de la costa cántabra. Anochecía y laNaturaleza toda era una confabulación de belleza ·plena. Unamuno, embozado siempre en símismo como Saturno en su anillo, discurría enteramente indiferente al espectáculo. N o obstante, el contorno era tan intenso que le presionó deteniéndole súbitamente. Estaba frente almar, y exclamó: .-j Qué hermoso es esto!Pero, al decirlo, había dado ya la vuelta y en
carándose con la tierra, lanzaba la mirada, jubilosamente. hacia las montañas del interior, yallí la fue apacentando. en las verdes colinas delos confines que empezó a designarme, cada unapor su IJombre y por la acción que durante lasúltimas guerras ciyiles la habían hecho notoria.
. Nació Unamuna en Bilbao y se formó al ecodel cañoneo durante el sitio. Su primera novela, Paz en la Guerra, está preñada de obsesionestolstoyanas que no le abandonarán jamás. Había nacido, digo, en un puerto, en una villa que'tiene el título de "invicta" y donde llamarse "villano" era para Unamuno motivo de orgullo: enaquella fiera Vizcaya cuyos Señores traen unasarmas nietzscheanas donde lobos devoran corderos. Allí nutrió su hambre de rebeldía, al cobijoinquieto de las frondas de un roble secular, cargado de fueros y privilegios. Pero Unamuno erademasiado independiente para poder ser separatista. Lo era de la persona y. de la colectividad
, toda, ,dé la nación, pero aborrecía los vanos retraimientos provincianos que, en su aparente rebeldía, no son acaso más' que manifestaciones desesperadas de timidez.
-"On mourra seul" decía Pascal, y Unamuno, pascaliano acérrimo, sintió su soledad siemprecomo una solvencia y como un deber de manteñerse sin apoyo en un taburete espiritual. Sehablaba mucho de su egolatría sin reconocer que,en efecto, ese egocentrismo ele Unamuno era unsíntoma de probidad intelectual de quien se siente, en todo caso, forzado a responder con respuesta propia y caliente.
Anduvo siempre descabalado, sobre todo enpolítica. Un espíritu así es capaz de coincidir ode discrepar, pero jamás aelhiere a nada. TeníaUnamuno el desasimiento de los místicos. Y, como místico español, andaba a ras de tierra. EnCastilla la levitación es apenas' perceptible. Se
'comulga con el pan moreno de la hogaza tierna.Los pucheros de Santa Teresa, el manzano deSan Juan de la Cruz son de una realidad coti-
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UN IVERSIDAD
diana, terrena, y el pan nuestro de cada día es eltestimonio concreto del Padre Nuestro que estáen los Cielos.
Suelo duro, alto aire, noche cerrada. Y el alma en agonía, cuesta arriba. La tierra que retiene gravemente. El cielo que hace desprendidos.Pero nada de alas, de sombras ni de velos, queal español todo eso se le antoja elenco, más quede espiritualidad, de espiritismo.
Años antes que a_Pirandello, a Unamuno levisitaron sus personajes nonnatos reclamándoleexistencia, o como aquel de su novela Niebla,quejándose de que la vida sea demasiado corta.En cambio, un hijo de Unamuno decía, cuandoniño y viendo que le reprendían: -"Si yo sé esto, no. nazco"-. Unamuno andaba azacanado enestos trabajos de. dar vida a un Otro, tenaz ydescontentadizo. Así, solía distinguir: "De unoque no quiere ser, difícilmente se saca una criatura poética de novela, pero de uno que quiereno ser, sí, porque el que quiere no ser no es unsuicida" .
Pese a esta familiaridad, tan española, cOn lanada y el hecho de haber sido lector de la primera hora de Kierkegaard, cuando hace muchosaños apenas hablaba nadie de él, Unamuno nologró t1unca hacer pie en el abismo que llevabaconsigo. Ni gustó de la delectación morosa quela angustia suele proporcionar, ni halló asidero enel vacío para su metafísica.
Fué un ocioso que no descansó jamás. Y antela cercania vertiginosa de las simas, sintió el gozo de encabritarse, pero no un terror efectivo.Era de aquella tierra donde de un laboreo a otro,descansa, a veces varios años el barbecho holgón.y con la pluma en la mano y la muerte entre cejay ceja, Unamuno recaía a menudo en una coplaque gustaba citar: "Cada vez que considero queme tengo que morir -doy media vuelta en lacama- y no me harto de dormir".
Quiere .decirse que la inquietud de Unam"uno,siendo una desazón real, fue siempre un tormento relativo. Y en sus conversaciones, en esas conversaciones de las que luego hacía sus escritos,y en las que ponía mucho de razonador profesoral y algo de aldeano razonable, Unamuno repetía complacido: "todo es relativo, hasta la relatividad".
Su obra toda tiene mucho de discursiva y defungible. La hace permanente el cuajo de unaprosa de raigambre viva. Fué escritor. Lo fuemás que filósofo y más que místico. Sufrió, como poeta inmaturo que era, la acción del verboy, en último término, habría que designarlo comoun admirable retórico. Sus provoCaciones derhelor no pierden nunca el hilo del pensamientoverbal. Unamuno se nutre de raíces y siente elempuje de una savia secular enjuta. Fue torio;menos cartesiano. Estaba unido a la antigua metafísica aristotélica del verbo gramatical que enel siglo XVII hubo, a regañadientes, de ceder sitia al verbo espiritual y a la razón.
Unaml1no pugnaba continuamente por llegar aser. "nada menos que todo un hombre". No erahombre ele letras, ciertamente. Mas, si, ante to-'
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do y sobre todo, escritor. Su ansia de inmortalidad no se satisfacía con ser -y serlo enteramente- un hombre nada más. La muerte ha dado al fin, cuenta y razón suprema de él: "Cuandotú vienes airada -canta Manrique- todo lo pasas de claro,' con tu flecha ... "
Un pensador francés, Blande!, fue quien primero atacó a la intelectualidad para, después, negar la supuesta antítesis que generalmente se hace entre acción y pensamiento. También Unamuno pudo enrolarse entre aquellos para quienes -yen quienes- el pensamiento es más bien una acción pensante. La impetuosidad atrabiliaria leconduce; se ve embarcado, y para cuando pretende reflexionar, ya es tarde; por eso buscará en e!propio instrumento de! lenguaje, una justificaciónque realice su espíritu y lo deteánine. Era batallador. No trataba de persuadir nunca. Al contrario: creía que convencer era el único modoefectivo de vencer; esto es cierto. Mas pretendíaimponer su verdad por la evidencia y no en fuerza de argumentos lógicos. Llegaba por sorpresa.Se le decía paradójico, y esto era debido a sutáctica de volver y envolver, hasta el triunfo, ala idea. Al asalto prefiere siempre el cerco: dándole vueltas a las cosas descubre la quiebra por
. donde meterse. La escala suele ser verba1. Pocoimporta. No hemos de detenernos ahora en elucidar dónde termina e! pensamiento y dónde empieza el lenguaje; en todo caso -poético- el rigor del idioma condiciona y decide la última expresión del pensamiento, por justo y premeditadoque sea. Y, en Unamuno, agrava esta situaciónel ímpetu de su estilo. Cuando defiende, porejemplo, la civilización occidental o el iberismo,pone una vehemencia propia, en rigor, de extremo occidente.
La forma prev~lece; en este turbulento, el verdadero torcedor cede a los modos en ejercicio.En el orden espiritual, v. 1;., 'Unamuno tuvo másreli~iosidad que religión. No sé si le. importabamucho la salvación del alrria. N o temía el dolordel castigo. Se aprestaba a eX1)iar, a sufrir. N unca buscó el regalo. Pero le aZúraba, en extremo,la posibilidad de la burla. Recuerdo el espanto conque me señalaba, en una carta, aquellos dísticosdel Salterio en los que se dice que el Señor hacemofa del hombre y le escarnece.
Unamuno vivió en Salamanca, en la llamada"casa de las muertes". Allí ha muerto. Siempretuvo casa fría y vivir austero. La sola compañía de sus libros-unos pocos-de un hogar-suTeresa-y el rumiado impaciente de sus ideas.Unas veces escribe y hace versos; otras toma lahoja de papel y hace una pajarita con sus dobleces. Ahora, hablando con un amigo, se ha quedado yerto. Cuando le acudieron, tenía medio pieconsumido en el brasero.
Fue un espíritu hostil; un criterio áspero, delos que no dejan de ser esclavos de su propiay deliberada independencia. Recuerdo una narración de Max Berhoon en la que aparecía un personaje que tenía profundamente marcada en lamano la raya del libre arbitrio. Tal era Unamuno. Un hombre así no puede no ser libre. De-
penderá, en todo momento, del ineludible deberde adoptar una actitud que le sea propia.
No dejaba de verse jamás. E ignoraba, deintento, a los otros. El más denso de todos suspoemas, su Cristo de Velázquez, permite suponerque cuando Unamuno pensaba en Dios, lo hacíaconcretándolo en irl)ágenes tangibles y sospechando la presencia de un tácito lector, al divinoarrobo.
En uno de sus últimos libros propone Unamuno el caso de un santo sin fe. Y nos preguntasi, en rigor, pudo serlo. Para Claudel el santo esel hombre a quien Dios no deja en paz. Pese a susinquietudes, Unamuno hallaba en la religión undescanso: el verbo que le enderezase a una inmortalidad poética. Obedeció a la real gana: aesa gana que tanto le preocupaba a Keyserlingy que un tradtictor de Unamuno, Cassou, definecomo una "ansia insatisfecha de hacer algo: producir o morder". No hay que olvidar acas'o quepoeta significa "hacedor" justamente y que unespañol -Santayana- ha buscado el conocimiento en lo que llama la "fe animal". U namuno, endefinitiva, tuvo fe; pero le faltó esperanza. Eraun "desperado" que hubiera hecho suyo, acaso,el verso de Jimena:
Ma plus douce esperance est de perdre l'espoir.
Unamuno vivió y murió dentro de la más acabada edificación española: Salamanca. Ciudad labrada como en una sola piedra. Allí fundó su obray rigió su conducta. En la ciudad abarrotada depalacios que lo están, a su vez, de bibliotecas, detemplos cuya lobreguez resplandece al destello deretablos barrocos, tan vivo el oro que parece desembarcado ahora de galeones portentosos; ciudadpintada de vítores que el sol, ~año tras año, cauteriza, oreada de olor de las paneras, y del vientomecido de los chopos.
Allí escribió Unamuno sus novelas, su teatro,sus versos y sus ensayos sobre todo. Como loshombres del Impresionismo, Una111uno ha pasadola vida ensayando. Toda su obra es un recio ensayo, una firme improvisación premeditada, qll.ese deja llevar, muchas veces por el valor verbalo etimológico ele las palabras. Y, en alguna ocasión, de una mera analogía externa como en lairresponsabilidad onírica. Estremece pensar enla conciencia sonambúlica de tanta belleza. otengo a mano ningún libro suyo. Quizá los heperdido todos'y también su recuerdo. Ahora td- .da su obra: Abel Sánche:::, D01ia Tula, En torno al Casticismo, La vida de Don Quijote y Sancho, etc., etc., se me funden en uno solo: Unamuna.
Así, suelto y libre. Pero he de preguntannesi Una111uno fue de veras, un hombre libre o sifue sólo un hombre independiente. Y he de traer·a colación la personalidad de un recuerdo. Haceaños un escritor francés se asombraba en la Revue Européenne de la integridad, que a su vertenía la crítica española y para subrayar donosamente su. aserto indicaba los domicilios de algunos de los críticos: la crítica se hacía en efectodesde la Lealtad (Canedo) la Libertad (Andrc-
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s
Es preciso obrar como hombre
de pensamiento 'B pensar co
mo hombre de acción
SOY ya lo bastante VleJO para haberme encontrado, cuando ya no era joven, al lado de nuestro querido y ad¡'nirado Xavier Léon, cuandofundó el Congreso de Filosofia. Ello fue también, durante una exposición internacion~1 universal, el año de 1900. Algunas gentes mostráronse sorprendidas entonces de que se hubiesetenido la icIea de presentar entre las herramientasmáquinas y otros productos materiales de la ci~vilización, una exhibición de! pensamiento mundial bajo sus formas más elevadas y abstractas.En realidad, Xavier Léon hubo de presentirentonces lo que las épocas siguientes han venidoa comprobar, a saber: que nuestras invencíonesy descubrimientos más maravillosos se volveráncontra nosotros si no sabemos dominarlos; queel solo engrandecimiento del cuerpo de la humanidad no hará sino incapacitar a ésta paradirigirse y aun para sostenerse en pie, si no unea aquel engrandecimiento, una demasía de energia moral. Los problemas políticos y económicos, sociales e internacionales que se presentanhoy en día. no hacen sino traducir, cada uno asu manera, esa desproporción que ha llegado aser monstruosa entre el cuerpo y el alma delgénero humano, pues el alma, llegado el momen- .to, no ha sabido ensancharse a su vez y va deaquí para allá dentro de un cuerpo que ha resultado ser demasiado grande para ella. Ciertamente nuestra filosofía no puede bastarse a sísola en la tarea de restablecer el equilibrio perdido: requiérese una voluntad en plenitud de todas sus fuerzas; requiérese también la experimentación individual y :cdlectiva, única capazde revelar las imprevisibles consecuencias decualquiera clecisión, y de hacer viable así la trayectoria de lo posible a lo imposible. Pero felizmente esta voluntad, fuerte y buena, exist~
en gran número de gentes, y por cuanto a la experimentación, bien vemos que se practica antenuestros ojos en la forma de regímenes políticos y de organizaciones sociales que hoy sólonos impresionan por sus antagonismos, pero quemás tarde hallaremos que han colaborado todasen una sola, única y grande experiencia. Venga pues la filosofía a dar a todos una conciencia plena de su movimiento, para facilitar losanálisis y sugerir fas diversas ·síntesis, y unanueva era podrá abrirse en la historia de la humanidad. Por lo que a mi respecta, veo que lasmáquinas han comenzado por agravar la des-
nio) y la Independencia (yo mismo). Pero cuando el pasado invierno me envió Maritain su Carta' sobre la Independencia le contesté otra -queno llegué a ellviarle- carta que era desde, y bajo,la independencia. Ahora, empiezo a sospechar quese descubre la libertad, cuando se pierde la independencia.
Unamul10 quería libertarse de "esta <;árcel",de "estos hierros", como los llamaba Santa Teresa, en que el alma está metida. Ahora lo habrálogrado. Antes hubiera sido vano. Las estrellasestán clavadas, ahí en el firmamento, a fuerza deser interdependientes. Y, aquí, en la tierra sucedesiempre lo que nos decía Reverdy: se cree libreaquel que no ha medido todavía el alcance de suscadenas.
. En su lucha desesperada, pidiendo inmortalidad, Unamuna se asía también a sus hierros. Quería vida perdurable, obra imperecedera. Hace poco, cayó en mis manos una página suya, escritamuy a principio de siglo, que terminaba con e;;teclamor: "i Que no acabe este ensayo, que no acabe ninguna de mis obras, que mi vida no acaoeDios mío !". No recuerdo si decía "termine" O"acabe" o "concluya", porque le cito de memoria, pero sé que Unamuno temió a la obra acabada, porque es obra finita, labor conclusa la queha llegado a ser obra maestra. La obra es acción y no acaba en un escritQr, tan vivo y tanen pie como Unamuno. Termina, sí, al fin, laluclia, la agonía.
Con haber dedicado un libar íntegro -su obramás acabada~ al Sentimiento trágico de la vida,Unamuno dejó poi, definir lo que era, para él,la verdadera tragedia: el sentimiento de la adversidad que rigió toda su existencia. Cada cosa lepresentaba una cara de luz y otra de sombra, yUnamuno pugnaba por darle la vuelta.
"No vemos más que un solo lado de las cosas",decía Víctor Hugo, a quien por cierto, cada vezse iba pareciendo más Unamuno. Hay que darlesla vuelta una vez y otra en el transcurso inmóvil de lo que llamaba él: la eternidad presente.Le preocupó lo nuestro, y fue la adversidad sudesignio, su sino. Cristiano, injerto de griego,Unamuno fue hechura de infortunio: adversariode cada cosa, todo le ha sido adverso. Y en laGracia -esa décima musa, según Claudel- buscaba, sin querer, un destino capaz de ser opuestoal otro destino.
El mundo ha dado en llamar espíritu de contradicción a esa necesidad virulenta de sentirsediametralmente interesado en las cosas, y no poder abandonarlas ni conformarse a ellas. Así seengendra eso que caracterizaba a Unamuno, y queOrtega, a los veinte años, calificaba ya, en él, de"vicio intelectualista". Así se enquista cierto prurito filosófico, empecinado siempre en darle vuelta a las cosas. El hombre está al acecho, y uncierto día, en que la vida lo sorprende propicio,se echa sobre él, lo empuña y le da la vuelta deuna vez para siempre.
Unamuno está al otro lado. Goce su alma deDios, ahora que su persona es ya invulnerable ala adversidad y a los adversarios.
(De Revista Cubana. La Habana).
Por .HENRI BERGSON