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Miguel de Cervantes adaptación de Agustín Sánchez Aguilar ilustración de Nivio López Vigil

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Page 1: Miguel de Cervantes€¦ · don Quijote, y estaban tan impacientes que andaban enfurruñados todo el día. De modo que una noche, sin pensárselo dos veces, se metieron en bandada

Miguel de Cervantesadaptación de Agustín Sánchez Aguilarilustración de Nivio López Vigil

Page 2: Miguel de Cervantes€¦ · don Quijote, y estaban tan impacientes que andaban enfurruñados todo el día. De modo que una noche, sin pensárselo dos veces, se metieron en bandada

Edición no venal, 2005

Depósito Legal: B. 27.501-2005ISBN: 84-316-8028-8

Núm. de Orden V.V.: U-206

© NIVIO LÓPEZ VIGILSobre las ilustraciones

© AGUSTÍN SÁNCHEZ AGUILARSobre la adaptación y las actividades

© VICENS VIVES PRIMARIA, S.A.Sobre la presente edición según el art. 8 del Real Decreto Legislativo 1/1996

Obra protegida por el RDL 1/1996, de 12 de abril, por el que se aprueba el Texto Re-fundido de la Ley de Propiedad Intelectual. Los infractores de los derechos reconocidosa favor del titular o beneficiarios del © podrán ser demandados de acuerdo con los artí-culos 138 a 141 de dicha Ley y podrán ser sancionados con las penas señaladas en losartículos 270, 271 y 272 del Código Penal. Prohibida la reproducción total o parcialpor cualquier medio, incluidos los sistemas electrónicos de almacenaje, de reproduc-ción, así como el tratamiento informático. Reservado a favor del Editor el derecho depréstamo público, alquiler o cualquier otra forma de cesión de uso de este ejemplar.

IMPRESO EN ESPAÑAPRINTED IN SPAIN

Editorial VICENS VIVES. Avda. de Sarriá, 130. E-08017 Barcelona.Impreso por Gráficas INSTAR, S.A.

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Otra vez don Quijote

Don Quijote vuelve a los caminos 5

Dulcinea no es lo que parece 16

¡Leoncitos a mí! 28

El caballo que voló a Candaya 44

Sancho Panza aprende a ser rey 58

El caballero vencido 74

Actividades 91

Índice

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Don Quijote vuelve a los caminos

Hubo un tiempo ya muy lejano en el que todo el mun -

do hablaba sin parar de don Quijote. Cervantes acaba-

ba de escribir sus locas aventuras, y la gente las leyó

con enorme entusiasmo. Los mozos se llevaban el libro

a las tabernas, los criados lo hojeaban a escondidas en

las cocinas de los palacios y hasta los niños lo manosea -

ban como si fuera su juguete más querido. Y, cada vez

que Cervantes salía a pasearse, la gente le preguntaba

con mucho interés:

—¿Cuándo os pondréis a escribir la segunda parte

de Don Quijote?

«¿La segunda parte?», pensaba Cervantes. «¡No

habrá segunda parte ni aunque venga a pedírmela

el mismísimo Sancho Panza!»

Pero tanto le insistieron aquí y allá, que al final

Cervantes se dejó convencer. Así que una tarde

tomó su pluma y empezó a escribir el libro que

todos deseaban.

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Cuando los niños supieron que Cervantes estaba es-

cribiendo más aventuras de don Quijote, se volvieron

locos de felicidad. Día tras día, pasaban ante la casa

del escritor y le gritaban desde la calle:

—¡Señor Cervantes, señor Cervantes, decidnos

qué le pasa a don Quijote en la segunda parte!

A lo que Cervantes respondía desde su escritorio:

—¡Tened paciencia, que pronto lo sabréis!

Pero los niños no podían aguantar la curiosidad.

Querían conocer cuanto antes las nuevas aventuras de

don Quijote, y estaban tan impacientes que andaban

enfurruñados todo el día. De modo que una noche, sin

pensárselo dos veces, se metieron en bandada en casa

de Cervantes, rodearon su cama por todos lados y anun -

ciaron con voz decidida:

—¡O nos contáis qué le pasó a don Quijote o no dor-

miréis en toda la noche!

Cuando el bueno de Cervantes vio su aposento lleno

de niños, pensó por un momento que estaba soñando.

Había trabajado mucho durante todo el día y se sentía

muy cansado porque ya era un hombre viejo: más viejo

aún que el propio don Quijote. Pero ¿cómo iba a decir-

les a aquellos niños que se fueran? Aun-

que había llevado una vida muy dura,

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Cervantes tenía un corazón muy blando. Así que se le-

vantó de la cama, se calzó sus viejas pantuflas, salió del

cuarto poquito a poco y se sentó ante el fuego que ardía

en la chimenea. Y, rodeado de niños por todas partes,

comenzó a decir:

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Ya sabéis que don Quijote regresó a su casa en una

jaula. El pobre iba tan aporreado y dolorido que tuvo

que pasarse un mes en la cama, pues no tenía fuerzas

ni para mover un dedo. Por fortuna, su criada lo mimó

como a un hijo: le daba ocho huevos al día para que re -

cobrara el color de la cara, lo tapaba hasta los bigotes

para que no se resfriase y le limpiaba las orejas con

copos de algodón para sacarle el polvo de los caminos.

Es decir, que sólo le faltaba cantarle una nana de vez

en cuando para que se durmiera a pierna suelta.

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Gracias a aquellos cuidados, don Quijote empezó a

mejorar. Un día, el cura y el barbero fueron a visitarlo,

y don Quijote habló con tanta sabiduría de las cosas de

la vida, que la criada comenzó a gritar:

—¡Mi amo ya no está loco, mi amo ya no está loco!

Pero no sabía la pobre lo equivocada que estaba. Por-

que, de pronto, el cura mencionó al caballero Amadís de

Gaula, y entonces don Quijote dijo:

—Pues yo soy mejor caballero que el mismísimo Ama -

dís, porque una vez maté a más de tres mil gigantes en

una sola mañana.

Cuando el cura y el barbero salieron de la casa, iban

tan tristes que daba lástima verlos.

—¡El señor Alonso sigue tan loco como antes! —se la-

mentaban—. Y lo peor es que el día menos pensado se

escapará otra vez de casa para vivir nuevas aventuras.

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Aquella misma mañana, don Quijote recibió otra

visita. Era el bueno de Sancho Panza, que venía a ver

a su amo. Pero, cuando estaba a punto de entrar en

la casa, la criada se le plantó delante de la puer-

ta y comenzó a gritarle:

—¡De aquí no pasas, maldito Sancho Panza,

que tú eres el que vuelves loco a mi señor y lo

llevas de aquí para allá para que me lo dejen molido

a palos!

—En eso andáis muy equivocada —soltó Sancho—,

porque fue don Quijote quien me dijo: «Vente conmi-

go, que antes de tres días te haré rey». Y sin embar-

go aquí sigo, tan pobre como nací, sin más corona

que mi sombrero de paja ni más criados que las

cabras de mi corral. Así que dejadme pasar,

que vengo a reclamar lo que es mío.

—¿Es que no me has oído, pelagatos? ¡Te

he dicho que te vayas ahora mismo a tu casa!

Los gritos eran tan grandes, que don

Quijote acabó por oírlos, y entonces le dijo

a la criada:

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—Deja entrar al bueno de San-

cho Panza, que es el mejor escu-

dero del mundo.

Así que la pobre mujer no tuvo más

remedio que apartarse. Sancho subió

entonces al aposento de su amo dándose

tanta importancia como si fuera un marqués.

—Dígame, señor —le preguntó a don Quijo-

te—, ¿cuándo saldremos otra vez a buscar aventu-

ras? Lo digo porque me gustaría ser rey antes de

hacerme viejo. Y, si es que no tiene ningún reino a

mano, apáñeme al menos un condado, que, cuando

se tiene sueño, ningún colchón parece pequeño.

Don Quijote respondió que el reino de Sancho es-

taba al caer, y luego se puso a hablar con mucho en-

tusiasmo sobre las cosas de la caballería.

—¿Sabes que el gigante Tripablanca era más

alto que las nubes? —decía—. ¿Y que el ma-

go Merlín se convertía en pájaro cuando

le venía en gana para mirar el mundo des-

de el cielo?

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En eso estaban cuando, de repente, alguien entró en

el cuarto veloz como un rayo.

—¡Oh grandísimo don Quijote de la Mancha —venía

diciendo—, dejad que bese vuestras santas manos, por-

que sois el caballero más valiente del mundo!

El que daba aquellos gritos era un bachiller que vi-

vía en el pueblo, pasaba de los veinte años y se llamaba

Sansón Carrasco. Tenía la boca enorme, los ojos muy

vivos y una cara redonda como la luna llena. Y en la al-

dea todo el mundo lo conocía por dos cosas: era más lis-

to que el hambre y le encantaba gastar bromas.

—¿Sabéis lo que he visto en Salamanca? —dijo—.

Pues ni más ni menos que un libro titulado Don Quijote

de la Mancha que explica con pelos y señales todas vues -

tras aventuras. Y lo mejor es que está gustando tanto

que no hay nadie en toda España que no lo haya leído.

Don Quijote se sintió tan orgulloso que sus ojos brilla -

ron como estrellas.

—¿No te decía yo, amigo Sancho —exclamó—, que

algún día sería el caballero más famoso del mundo?

—¿Y hablan de mí en ese libro? —preguntó Sancho.

—Claro que sí —respondió el bachiller—. El autor ex-

plica una por una to das las palizas que os dieron por

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esos mundos de Dios. Y ha prometido que, en cuan-

to encuentre algo nuevo que contar, se pondrá a

escribir la segunda parte de vuestra historia.

—Entonces saldremos cuanto antes a buscar

aventuras —concluyó don Quijote—, para

que a ese grandísimo historiador no se le

seque la pluma lejos del tintero.

—¡Ay, Dios mío, que nos vamos otra

vez a visitar castillos y matar gigan-

tes! —dijo Sancho loco de alegría—.

¡Vamos a vivir tantas aventuras

que harán falta más de quinientos

libros para contarlas todas!

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Cuando salió de la casa de don Quijote, Sancho iba

tan contento que caminaba por la calle hablando solo:

—¡Ahora mismo me voy a buscar a mi Teresa para

decirle que en menos de dos días será reina! A mi hija

Mari Sancha la voy a casar con un conde de esos que se

perfuman hasta las uñas de los pies. Y a mi Sanchico le

compraré una capa de seda tan vistosa que cuando lo

vean por la calle le dirán a gritos: «¿Adónde va el señor

principe tan peripuesto?».

Don Quijote y su escudero salieron de la aldea a los

tres días, en plena noche para que nadie los viese. San-

cho iba tan feliz que tenía que sorberse las lágrimas.

—¡Que tiemblen los gigantes —decía—, porque les

vamos a saltar las muelas en un visto y no visto!

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La que no estaba tan contenta era la criada de don

Quijote. Porque, cuando descubrió que su amo se había

marchado, estuvo a punto de morirse del susto. Comen-

zó a sudar como si tuviera fiebre y le entró tal temblor

en las piernas que las rodillas le castañeteaban.

«¡Todo esto ha sido culpa de Sansón Carrasco!», se di -

jo. Así que fue a buscar al bachiller y empezó a gritarle:

—¡Mi amo se ha escapado otra vez, y ha sido por

vuestra culpa! Como le contasteis lo del libro, le ha

vuelto a entrar el gusanillo de las aventuras…

—Calmaos, señora —dijo el bachiller—, que todo lo

hice a propósito. Llevo días tramando un plan para que

vuestro amo se cure de su locura, y el primer paso con-

siste en que don Quijote vuelva a los caminos. Veréis: lo

que tengo pensado es que…

Supongo que queréis saber lo que había tramado

Sansón, pero tendréis que tener paciencia, pues ya os lo

contaré a su debido tiempo. Era un plan tan ingenioso

que os maravillará, así que seguid escuchando con

atención, que donde menos se piensa salta la liebre.

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¡Que tiemblen los gigantes y los dragones, porque donQuijote y Sancho andan buscando nuevas aventuras!Les esperan un león malcarado, unas damas barbudas,un caballo volador y un reino en el que todo son proble-mas. Pero lo más asombroso es que un brujo malvado haconvertido a la hermosa Dulcinea en una fea aldeanaque apesta a ajos podridos. ¿Logrará don Quijote desen-cantar a su princesa? ¿Volverá Dulcinea a oler comoDios manda? La respuesta a esas preguntas se encuen-tra en Otra vez don Quijote, un libro donde todo pareceposible y donde las risas no se acaban nunca.

Tras Érase una vez don Quijote, Agustín SánchezAguilar recrea ahora la segunda parte del Quijote conun estilo dinámico, accesible y cargado de ironía. Su tra-bajo se completa con las espléndidas ilustraciones deNivio López Vigil, que retratan a la perfección el mun-do loco y entrañable de don Quijote y Sancho.

Miguel de Cervantesadaptación de Agustín Sánchez Aguilar

ilustraciones de Nivio López Vigil