mi vida con la ola octavio paz

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  • 8/3/2019 Mi Vida Con La Ola Octavio Paz

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    Mi vida con la ola. (Octavio Paz)

    mayo 9, 2007 in Escritores y sus obras, Libros

    Cuando dej aquel mar, una ola se adelanto entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de

    los gritos de las otras, que la detenan por el vestido flotante, se colg de mi brazo y sefue conmigo saltando. No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla antesus compaeras. Adems, las miradas colricas de las mayores me paralizaron.

    Cuando llegamos al pueblo, le expliqu que no poda ser, que la vida en la ciudad no eralo que ella pensaba en su ingenuidad de ola que nunca ha salido del mar. Me miro seria:Su decisin estaba tomada. No poda volver. Intente dulzura, dureza, irona. Ellalloro, grito, acaricio, amenazo. Tuve que pedirle perdn. Al da siguiente empezaronmis penas. Cmo subir al tren sin que nos vieran el conductor, los pasajeros, la polica?Es cierto que los reglamentos no dicen nada respecto al transporte de olas en losferrocarriles, pero esa misma reserva era un indicio de la severidad con que se juzgaranuestro acto.

    Tras de mucho cavilar me presente en la estacin una hora antes de la salida, ocup miasiento y, cuando nadie me vea, vaci el depsito de agua para los pasajeros; luego,cuidadosamente, vert en l a mi amiga.

    El primer incidente surgi cuando los nios de un matrimonio vecino declararon suruidosa sed. Les sal al paso y les promet refrescos y limonadas. Estaban a punto deaceptar cuando se acerco otra sedienta. Quise invitarla tambin, pero la mirada de suacompaante me detuvo. La seora tomo un vasito de papel, se acerco al depsito yabri la llave. Apenas estaba a medio llenar el vaso cuando me interpuse de un saltoentre ella y mi amiga. La seora me miro con asombro. Mientras peda disculpas, unode los nios volvi abrir el depsito. Lo cerr con violencia.

    La seora se llevo el vaso a los labios: -Ay el agua esta salada. El nio le hizo eco.Varios pasajeros se levantaron. El marido llamo al Conductor: -Este individuo echo salal agua. El Conductor llamo al Inspector: -Conque usted echo substancias en el agua?El Inspector llamo al Polica en turno: -Conque usted echo veneno al agua? El Policaen turno llamo al Capitn: Conque usted es el envenenador? El Capitn llamo a tresagentes. Los agentes me llevaron a un vagn solitario, entre las miradas y loscuchicheos de los pasajeros. En la primera estacin me bajaron y a empujones mearrastraron a la crcel. Durante das no se me hablo, excepto durante los largosinterrogatorios. Cuando contaba mi caso nadie me crea, ni siquiera el carcelero, quemova la cabeza, diciendo: El asunto es grave, verdaderamente grave. No haba

    querido envenenar a unos nios?. Una tarde me llevaron ante el Procurador. -Su asuntoes difcil -repiti-. Voy a consignarlo al Juez Penal. As paso un ao. Al fin mejuzgaron. Como no hubo vctimas, mi condena fue ligera. Al poco tiempo, llego el dade la libertad. El Jefe de la Prisin me llamo: -Bueno, ya esta libre. Tuvo suerte. Graciasa que no hubo desgracias. Pero que no se vuelva a repetir, por que la prxima le costaracaro Y me miro con la misma mirada seria con que todos me vean.

    Esa misma tarde tome el tren y luego de unas horas de viaje incmodo llegue a Mxico.Tome un taxi y me dirig a casa. Al llegar a la puerta de mi departamento o risas y

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    cantos. Sent un dolor en el pecho, como el golpe de la ola de la sorpresa cuando lasorpresa nos golpea en pleno pecho: mi amiga estaba all, cantando y riendo comosiempre. -Cmo regresaste? -Muy fcil: en el tren. Alguien, despus de cerciorarse deque slo era agua salada, me arrojo en la locomotora. Fue un viaje agitado: de prontoera un penacho blanco de vapor, de pronto caa en lluvia fina sobre la mquina.Adelgace mucho. Perd muchas gotas. Su presencia cambio mi vida. La casa de pasillos

    obscuros y muebles empolvados se lleno de aire, de sol, de rumores y reflejos verdes yazules, pueblo numeroso y feliz de reverberaciones y ecos.

    Cuntas olas es una ola o como puede hacer playa o roca o rompeolas un muro, unpecho, una frente que corona de espumas! Hasta los rincones abandonados, los abyectosrincones del polvo y los detritus fueron tocados por sus manos ligeras. Todo se puso asonrer y por todas partes brillaban dientes blancos. El sol entraba con gusto en lasviejas habitaciones y se quedaba en casa por horas, cuando ya hacia tiempo que habaabandonado las otras casas, el barrio, la ciudad, el pas. Y varias noches, ya tarde, lasescandalizadas estrellas lo vieron salir de mi casa, a escondidas. El amor era un juego,una creacin perpetua. Todo era playa, arena, lecho de sbanas siempre frescas. Si laabrazaba, ella se ergua, increblemente esbelta, como tallo liquido de un chopo; y de

    pronto esa delgadez floreca en un chorro de plumas blancas, en un penacho de risas decaan sobre mi cabeza y mi espalda y me cubran de blancuras. O se extenda frente am, infinita como el horizonte, hasta que yo tambin me hacia horizonte y silencio.Plena y sinuosa, me envolva como una msica o unos labios inmensos. Su presenciaera un ir y venir de caricias, de rumores, de besos. Entraba en sus aguas, me ahogaba amedias y en un cerrar de ojos me encontraba arriba, en lo alto del vrtigo,misteriosamente suspendido, para caer despus como una piedra, y sentirme suavementedepositado en lo seco, como una pluma. Nada es comparable a dormir mecido en lasaguas, si no es despertar golpeado por mil alegres ltigos ligeros, por arremetidas que seretiran riendo.

    Pero jams llegue al centro de su ser. Nunca toque el nudo del ay y de la muerte. Quizen las olas no existe ese sitio secreto que hace vulnerable y mortal a la mujer, ese

    pequeo botn elctrico donde todo se enlaza, se crispa y se yergue, para luegodesfallecer. Su sensibilidad, como las mujeres, se propagaba en ondas, solo que no eranondas concntricas, sino excntricas, que se extendan cada vez mas lejos, hasta tocarotros astros. Amarla era prolongarse en contactos remotos, vibrar con estrellas lejanasque no sospechamos. Pero su centro no, no-tenia centro, sino un vaci parecido al delos torbellinos, que me chupaba y me asfixiaba.

    Tendido el uno al lado de otro, cambibamos confidencias, cuchicheos, risas. Hecha unovillo, caa sobre mi pecho y all se desplegaba como una vegetacin de rumores.Cantaba a mi odo, caracola. Se hacia humilde y transparente, echada a mis pies como

    un animalito, agua mansa. Era tan lmpida que poda leer todos sus pensamientos.Ciertas noches su piel se cubra de fosforescencias y abrazarla era abrazar un pedazo denoche tatuada de fuego. Pero se hacia tambin negra y amarga. A horas inesperadasmuga, suspiraba, se retorca. Sus gemidos despertaban a los vecinos. Al orla el vientodel mar se pona a rascar la puerta de la casa o deliraba en voz alta por alas azoteas. Losdas nublados la irritaban; rompa muebles, deca malas palabras, me cubra de insultosy de una espuma gris y verdosa. Escupa, lloraba, juraba, profetizaba. Sujeta a la luna,las estrellas, al influjo de la luz de otros mundos, cambiaba de humor y de semblante deuna manera que a m me pareca fantstica, pero que era tal como la marea.

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    Empez a quejarse de soledad. Llene la casa de caracolas y conchas, pequeos barcosveleros, que en sus das de furia hacia naufragar (junto con los otros, cargados deimgenes, que todas las noches salan de mi frente y se hunda en sus feroces ograciosos torbellinos) Cuantos pequeos tesoros se perdieron en ese tiempo! Pero no le

    bastaban mis barcos ni el canto silencioso de las caracolas. Confieso que no sin celoslos vea nadar en mi amiga, acariciar sus pechos, dormir entre sus piernas, adornar su

    cabellera con leves relmpagos de colores. Entre todos aquellos peces haba unosparticularmente repulsivos y feroces, unos pequeos tigres de acuario, grandes ojos fijosy bocas hendidas y carniceras. No s por que aberracin mi amiga se complaca en jugarcon ellos, mostrndoles sin rubor una preferencia cuyo significado prefiero ignorar.Pasaba largas horas encerrada con aquellas horribles criaturas.

    Un da no pude ms; eche abajo la puerta y me arroje sobre ellos. giles y fantasmales,se me escapaban entre las manos mientras ella rea y me golpeaba hasta derribarme.Sent que me ahogaba. Y cuando estaba a punto de morir, morado ya, me deposito en laorilla y empez a besarme, y humillado. Y al mismo tiempo la voluptuosidad me hizocerrar los ojos. Porque su voz era dulce y me hablaba de la muerte deliciosa de loasahogados.

    Cuando volv en mi, empec a temerla y a odiarla. Tenia descuidados mis asuntos.Empec a frecuentar los amigos y reanude viejas y queridas relaciones. Encontr a unaamiga de juventud. Hacindole jurar que me guardara el secreto, le cont mi vida con laola. Nada conmueve tanto a las mujeres como la posibilidad de salvar a un hombre.

    Mi redentora empleo todas sus artes, pero, qu poda una mujer, duea de un nmerolimitado de almas y cuerpos, frente a mi amiga, siempre cambiante y siempre idnticaa s misma en su metamorfosis incesantes? Vino el invierno. El cielo se volvi gris. Laniebla cayo sobre la ciudad. Llova una llovizna helada. Mi amiga gritaba todas lasnoches. Durante el da se aislaba, quieta y siniestra, mascullando una sola silaba, comouna vieja que rezonga en un rincn. Se puso fra; dormir con ella era tirar toda la nochey sentir como se helaba paulatinamente la sangre, los huesos, los pensamientos. Sevolvi impenetrable, revuelta. Yo sala con frecuencia y mis ausencias eran cada vezmas prolongadas. Ella, en su rincn, aullaba largamente. Con dientes acerados y lenguacorrosiva roa los muros, desmoronaba las paredes. Pasaba las noches en vela,hacindome reproches. Tena pesadillas, deliraba con el sol, con un gran trozo de hielo,navegando bajo cielos negros en noches largas como meses. Me injuriaba. Maldeca yrea; llenaba la casa de carcajadas y fantasmas. Llamaba a los monstruos de las

    profundidades, ciegos, rpidos y obtusos. Cargada de electricidad, carbonizaba lo querozaba. Sus dulces brazos se volvieron cuerdas speras que me estrangulaban. Y sucuerpo verdoso y elstico, era un ltigo implacable, que golpeaba, golpeaba, golpeaba.

    Hu. Los horribles peces rean con risa feroz. All en las montaas, entre los altos pinosy los despeaderos, respire el aire fri y fino como un pensamiento de libertad. Al cabode un mes regres. Estaba decidido. Haba hecho tanto fro que encontr sobre elmrmol de la chimenea, junto al fuego extinto, una estatua de hielo. No me conmovisu aborrecida belleza. Le ech en un gran saco de lona y sal a la calle, con la dormida acuestas. En un restaurante de las afueras la vend a un cantinero amigo, queinmediatamente empez a picarla en pequeos trozos, que deposit cuidadosamente enlas cubetas donde se enfran las botellas.

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