memòries de manaboué
DESCRIPTION
"Memòries de Manaboué" és un recull de vivències narrades pels voluntaris del primer Camp de Treball organitzat per ADESCI i el CMU Pedralbes. Els escrits, a més, es complementen amb un bon grapat de fotografies que il·lustren els dies a Costa d'Ivori.TRANSCRIPT
Memories de Manaboue`
`
Dedicat a tots els habitants del poble de Manaboué i demés
amics ivorians que, gràcies a la seva amabilitat i simpatia,
han fet que no haguem faltat cap dia a enrecordar-nos d’ells.
Títol:
Memòries de Manaboué.
Camp de treball a Costa d’Ivori
Editat per:
Luis Berga Montaner
669 814 558
Autors i fotografies:
Miquel Alfonso Ramos
Luis Berga Montaner
Santi Costa Palau
Albert Jané Salvadó
Adrián Jurado Batanás
Daniel Jurado Batanás
Andreu Labian Pagès
Ryan Lahon
Ignacio Maristany Pintó
Quim Megías Barrera
Miguel Ochoa de Olza Soler
Gonzalo Olivieri Fernández
Pol Parareda Farriol
Mn. Emili Roure i Boada
Adrià Vallés García
Pedro Villar Llull
Eugeni Xalabarder Voltas
Per a:
ADESCI S.L.
Col·legi Major Universitari Pedralbes
Imprés per:
Jorvich S.L.
Dipòsit legal:
1696/2008
No està permesa la reproducció total o
parcial d’aquest llibre per cap mètode de
transmissió de dades, bé sigui electrònic,
mecànic, per fotocòpia, per registre o per
altres mètodes, sense el consentiment del
seu autor.
Des del 12 d’agost de 2007 fins al 7 de setembre, un grup de 23
persones, de les quals la majoria són joves universitaris, canviaren
els seus plans de vacances d’estiu per a dirigir-se cap a Costa d’Ivori.
Un únic sentit: ajudar.
Aquest llibre recull una variada mostra d’experiències que conten els
propis aventurers i una selecció de fotografies mostrades per
temàtica.
2
Presentació
D’esquerra a dreta i de dalt a baix, els joves cooperants són:
Adrián Jurado, Ryan Lahon, Ignacio Blasi, Gonzalo Olivieri, Luis
Berga, Pol Parareda, Miquel Alfonso, Álvaro Blasi, Joan Donada,
Mn. Emili Roure, Ignacio Maristany, Albert Jané, Miguel Ochoa de
Olza, Daniel Jurado, Pedro Villar, Ignasi Pujol, Santi Costa, Quim
Megías, Santi Costa (fill), Andreu Labian, César Cidraque, Adrià Vallés.
4
memoria escrita`
6
09.12.1985
Palma de Mallorca
Diplomat en Turisme per laUniversitat de les Illes Balears.
Estudiant de 3r curs de laLlicenciatura de Publicitat iRelacions Públiques per la ESRP.
Membre d’ADESCI.
LUIS
BERGA
MONTANER
A la espera de una oportunidad.
Veréis, hacía mucho tiempo que iba detrás de un
campo de trabajo. Había oído que solían
organizarse muy a menudo, pero como no es una
de nuestras prioridades más inmediatas, dejas
pasar el tiempo. Te olvidas. Lo vuelves a recordar.
Te olvidas. Y así, pasa el tiempo hasta que un día,
si hay suerte, te ofrecen participar. Así me
sucedió y no lo dudé ni un solo momento. Fue
uno de esos actos impulsivos que trato de
desterrar de mí y de los que luego me arrepiento.
Sin embargo, ésta vez sabía que no me
arrepentiría. Llevaba mucho tiempo detrás de
una cosa así, y al fin se me presentó la
oportunidad; al fin me dieron la oportunidad.
Cuando lo comenté en mi casa, me dijeron que
adelante. Les parecía muy bien que optase por
pasar una temporada junto a los “negritos de
África”, tan necesitados como están. Me dijeron
que más que ayudar a los demás, ellos me
ayudarían a mí. Era hora de saber la suerte que
hemos corrido al nacer donde hemos nacido,
vivir de quien vivimos y de tener lo que tenemos.
Similares palabras salieron de las bocas de
muchos de mis amigos, familiares y allegados. Me
felicitaban por la labor que iba a desempeñar y
por el gran paso que estaba a punto de dar. Me
llamaron desde valiente hasta insensato…, me
quedo con lo de valiente. Es cierto que el país no
está bien, que las guerras han azotado una y otra
vez a su población, ya maltrecha de por sí por la
crisis económica, que estaría en contacto directo
con muchas enfermedades, que una vez allí, si
aquello no me gustaba, tendría que aguantar todo
el mes; pero eso creo que no son excusas si se
trata de ayudar. Por azar o no, nos ha tocado vivir
en un mundo desarrollado en el que no nos falta
qué comer, mientras que otros se han
encontrado en la situación opuesta. La situación
no depende únicamente de nosotros, pero si hay
algo que esté en nuestras manos, tenemos el deber moral de hacerlo.
Recuerdo que desde que compramos el billete (marzo), hasta la fecha del viaje (agosto), las
semanas y meses pasaron muy lentos. La ilusión se apoderaba cada día más de nosotros, el
grupo de viajeros. En una ocasión, me crucé con Andreu Labián por los pasillos del Col·legi
Major Pedralbes. Él venía de clase. Como siempre, me saludó con un apretón de manos de
colega a colega y, antes de ni siquiera decirme hola, me miró y con cara más bien de
angustia me dijo: “me muero de las ganas de irme ya a Costa de Marfil”. Sin más, me soltó
la mano y se fue a su habitación. Me quedé sin palabras, enmudecido; pero más que nunca
reconfortado. A esto me refiero con ilusión.
Ocasiones como esta se sucedieron en el tiempo hasta que, un buen día, llegó la semana
del viaje, y otro buen día, el día del viaje. Todo eran nervios. Nervios que se transformaron
en la más pura satisfacción y alegría cuando aterrizamos en Abidjan.
Nuestra primera experiencia en la que nos vimos cara a cara con la pobreza, fue en Abidjan,
concretamente, en un barrio llamado Wazá. Se trata de un barrio marginal, no a las afueras
de la ciudad, en el que la mayoría son refugiados provenientes de las zonas del país más
amenazadas por la guerra, que buscan una vida en paz en la ciudad sureña. Nuestras
furgonetas aparcaron a la entrada del barrio y nos dispusimos a hacer nuestra visita. Antes
de que nos diésemos cuenta nos habíamos visto rodeados por niños, curiosos, que habían
dejado de jugar a fútbol por conocer el motivo de que un grupo tan numeroso de blancos
les visitara. La situación fue cuanto menos graciosa, explico: un pasillo, aproximadamente,
de un metro dividía el grupo de blancos y al grupo de niños negros. Los segundos no se
atrevían a acercarse, porque les dábamos miedo. Ello hasta que un chiquilicuatre de unos
siete u ocho años, “muy valiente”, se adentró en nuestro grupo y les dijo al resto que no
tenían de qué temer, no hacíamos daño. A partir de ahí, los niños nos cogieron de las manos,
es más, cada dedo de nuestras manos era para un niño diferente que se dejaba arrastrar,
se hicieron fotos con nosotros, se subieron a caballito, jugamos y caminamos con ellos. La
imagen recordaba a la película Bienvenido Mr. Marshall. Dejando fuera la anécdota graciosa,
desolaban las pésimas condiciones de vida en las que vive esta población. Las casas, las había
que ni siquiera eran de adobe; sino que con cuatro maderas y unas ramas, ya hacían de ello
su hogar. Los niños aprovechaban, desconozco si bebían o no, el agua marrón que conducía
un riachuelo, que para más INRI, desprendía un fuerte hedor. Vendían y comían pescado
putrefacto, que Dios sabe cuántos días hacía que estaba fuera del agua. Las ropas que
vestían estaban desgarradas, las de quien llevaba, por supuesto. Igual pasaba con los zapatos,
aunque éste caso presenta una particularidad: los niños corrían, y aún corren, por encima
de hierbas, piedras, tierra,...; juegan a fútbol y viven, con esos zapatos, repito, quien tiene. Pies
maltrechos, uñas rotas, cayos, durezas, heridas infectadas… Estremecedor.
Al finalizar el recorrido, y de nuevo en nuestras furgonetas, sentí como si alguien hubiera
empequeñecido mi corazón e impidiese que volviera a su posición natural. Fue entonces
cuando recordé unas palabras que dijo Dani Vives “Hoy vais a ver no el tercer, sino el cuarto
mundo”. Miseria.
La situación acabó aquí, pero desde ese mismo momento, vive en nuestras cabezas. En la
8
memoria de cada uno de los viajeros que visitamos el lugar. Y, desde ahora, en ti, lector, que
en estas líneas he tratado de describir lo que no dicen las fotos.
Desgraciadamente, este no fue un hecho aislado, e historias como esta, se sucedieron
durante todo el viaje.
En Costa de Marfil la pobreza no se ve, se vive. La pobreza está por todas partes. Las
mujeres, colectivo trabajador, transportan sobre sus cabezas todo lo que sea susceptible de
ser transportado. Y si digo todo, es que es absolutamente todo. Sino, ¿a quién se le ocurriría
transportar una bombona de butano sobre la cabeza? ¿y un tronco de más de cinco
metros?. Las mujeres son también quienes cuidan a los niños, quienes hacen la comida,
quienes cortan la leña, quienes guardan la casa. Desde niñas ya trabajan duro, mientras que
los niños, varones, juegan. ¿Y sólo eso? Creo que sí. ¿Y los hombres que hacen? No lo sé.
Quiero pensar que trabajan en el campo, que ellos ganan el dinero que entra en sus casas,
porque sino, ¿de qué viven? Lo cierto es que todo el mundo vende algo; la calle está
abarrotada de “tenderetes”. La gente vive en la calle. La calle es su casa. Curiosamente, un
día que fuimos a tomar unos chupitos de algo parecido a alcohol destilado de forma casera,
encontré el porqué a esta situación. Las casas en las que viven, únicamente, acogen los
lechos: las habitaciones donde por la noche duermen. ¿Nada más? Nada más. No hay salón,
ni cocina, ni baños. Toda la vida se hace fuera de la casa. Parte de culpa la tendrá el clima
favorable, pero, por supuesto, la razón principal se llama pobreza, escasez, penuria, miseria,
desgracia. ¿Desgracia? Desgracia económica. Porque gracia les sobra. ¡Cómo se mueven!,
¡qué ritmo!, ¡qué tocar de tambores! Será verdad que los negros tienen el ritmo en el
cuerpo.
Varias noches nos mantuvieron “en vela” haciéndonos música de tambores. Enseñándonos
sus danzas y sus ritmos, casi imposibles, por cierto; sobretodo sus ritmos. A modo de
intercambio, nosotros les mostramos nuestra cultura musical que, al final, pareció resumirse
en la, ahora más que nunca, archifamosa Macarena. Manaboué, Sago, y Gnago II acabaron
bailando nuestros ritmos latinos; e incluso llevaron el baile a las consultas médicas. De vez
en cuando aparecía un enfermo que decía dolerle todo. Se señalaba los brazos, los codos,
la cabeza, la cadera. Parecía que bailaba La Macarena. Miquel Alfonso acabó denominándolo
el mal de la macarena. Pero no, no se trataba de ninguna dolencia provocada por bailar
excesivas horas el ritmo de los del Río, sino de la malaria. Malaria y más malaria.
Tuve la ocasión de asistir dos veces como ayudante en el grupo de los médicos. Mi labor
se centró en sanar heridas, suministrar medicamentos y, al final, ayudar en lo que necesitase
el colectivo de sanitarios. Vi sida, malaria, lepra, infecciones, quemaduras, quistes,
tumores, dientes encariados o más bien, caries endentadas, muelas huecas, infecciones
bucales,… Es innumerable lo que vi. Pero sobretodo, me llamaron la atención las tremendas
heridas que portaban en sus cuerpos nuestros queridos africanos, a la vez que la naturalidad
con las que las llevan. Me explico: el tamaño o la gravedad de algunas de las heridas que
durante esos días tuve la ocasión de ver, revisten tanta peligrosidad que eran necesarias que
un médico, con medios suficientes, las tratase en profundidad. Mientras que ellos no les
daban ninguna importancia. Ignorancia total. Muchos asistían a la consulta porque habían
oído que un grupo de médicos se iba a acercar a la zona y, seguramente, como no tenían
nada que hacer…pues venían. Y si no era ignorancia, pues era inconsciencia. La muerte se
ha vuelto en algo tan natural y tan frecuente para ellos, que se demuestra con la actitud que
adoptan frente a las enfermedades.
En este sentido, recuerdo una anécdota que merece ser contada y que pone de manifiesto
lo que párrafo atrás he expresado. Durante 3 días, el grupo de españoles tuvimos como
mascota a un pangolí bebé. Se trata de un mamífero muy similar a los armadillos, aunque
con una especie de escamas. El animal estaba siendo torturado cuando Quim fue a su
encuentro y salvación. El caso es que al tercer día, el pangolí murió. Por ello, lo enterramos
y le hicimos una tumba. Entonces fue cuando Armand, un chico de unos 14 años, uno de
los más listos de los niños que asistían al colegio, un buen día descubrió la tumba y me
preguntó qué es lo que había dentro, a lo que contesté con sinceridad. Acto seguido, me
miró y sin cambiar de expresión, me dijo: “mi hermano se murió ayer”. Sin más, siguió con
sus amigos.
Nada. Ni un gesto de dolor. Ni una lágrima. Ni una voz temblorosa. Nada. Que nadie me
malinterprete, no le califico de insensible, digo que la muerte sucede tan a menudo en su
sociedad, que es algo tan normal, que, prácticamente, no le dan ninguna importancia.
La misma importancia le dan a conceptos como el ahorro, el de material, el de tiempo, o
el optimizar recursos. Y todo ello porque nadie se lo ha enseñado. No han tenido a ninguna
madre que cuando los domingos te daba las 25 pesetas de la paga, te dijese “pero no te lo
gastes, guárdalo”. Y, aunque luego te lo gastases, aprendías el concepto y, un buen día,
encerrabas la moneda dentro de la figura de barro. Magnífico. Parecerá una tontería, pero
el ahorro, y más cuando los recursos son escasos, es básico. Y en la práctica, si donde basta
poner un saco de cemento, pones dos, mal vamos. Luego, parecen mentiras los contrastes
con los que te encontrabas, con los que te dabas de morros. Si ahora hablamos de poca
optimización de recursos, una vez vi a un niño que había atado una cuerda a la lata de atún
que por la mañana habíamos desayunado, y la arrastraba estirándola por la tierra, como si
de un cochecito se tratase ¿no es esto reciclaje?
Tan grande es el contraste que quizás sea por ello que volvimos con una cantidad de
fotografías que se cuentan por millares. Con este preámbulo, todo se convierte en
potencialmente retratable. Desde ciudades a poblados, desde niños a ancianos, desde
pobreza a riqueza, desde animales a paisajes. Otro contraste: en Costa de Marfil existe
tanta pobreza como rica es su naturaleza. Selva y arena, interior y costa. Impresionantes son
sus playas: arenas rojizas, mareas atlánticas, vegetación que se adentra en el mar, rocas que
asoman sus cabezas desde el interior del océano,… Frondosa es su vegetación de interior:
palmerales, lianas, árboles imposibles de abrazar, árboles imposibles de alcanzar, hogar de
serpientes, elefantes, monos y gorilas -aunque yo no los viese.
Contraste por comparación, por supuesto. Pero ahí, todos somos iguales. Una de las cosas
que más me tocó la fibra sensible fue el tema de la educación.
Asistí diariamente a la escuela del pueblo para dar clases de español. En ella, tuve la
oportunidad de, en ocasiones, ver niños que, a pesar de ser analfabetos, venían a aprender
10
español; o niños a los cuales su vista les empezaba a jugar malas pasadas y no veían con
claridad. En contraposición, también vi niños que demostraban ser más listos que los demás.
Aprendían más rápido, lo comprendían todo. Todos ellos son niños como tú y como yo lo
fuimos. Con una excepción, que tú no eras pobre y él sí. ¿A qué me refiero? Estos niños,
de tener dinero, podrían asistir diariamente a la escuela, o al menos con regularidad, y
aprender a leer y escribir; podrían haber ido al oculista y salvar sus problemas con la vista;
podrían llegar a costearse la universidad y llegar a ser personajes importantes, científicos
o estudiosos de renombre o políticos honrados que acabasen con la terrible corrupción
que abarrota el país. Pero no, la realidad es que son niños a los que, desde un principio, se
le han cerrado todas las puertas. Niños sin oportunidades. Sin oportunidades de progresar.
Agradezco a Dios haber tenido la ocasión de asistir a este campo de trabajo y de ayudar
en la medida en que lo he hecho. Porque más allá de mi labor puntual, les ha llegado un haz
de esperanza y de ilusión que cae como agua en terreno seco.
Ahora, y para finalizar, creedme que aún más gratificante que el haber podido ayudar, fueron
los momentos en que un renacuajo te miraba con ojos tremendamente sinceros, y con un
grandísimo esfuerzo, te decía en español: “Gracias”. No fui a Costa de Marfil para recibir
agradecimientos, pero os aseguro que volví con el alma llena de ellos.
12
19.02.1962
Vic (Barcelona)
Doctor en Medicina i Cirugia.
Metge dentista i professor de laUniversitat Internacional deCatalunya.
SANTI
COSTA
PALAU
Le Palu. ¿Realmente tenían elpaludismo o tenían miedo apadecerlo?
Dispensario-Maternidad de Manaboué
10h:Salimos del camino ancho de tierra rojiza
que va de Sago a Manaboué y, a 200 metros,
encontramos el dispensario sanitario rodeado de
altas palmeras y plataneros. Es una edificación de
una sola planta, con techo de uralita y con 2
dependencias, una a la derecha es la maternidad,
en la que hay una sala en la que alguien trajo una
cama para las parteras (debe ser más comodo
parir aquí que en el suelo de las chozas de barro),
y otra sala con 4 camas de hierro para descansar
las primeras 24 horas acompañadas de sus
comadronas, que son su madre y alguna pariente
cercana. A la izquierda, hay un triste y oscuro
despacho para poder pasar visita a los cientos de
autóctonos que se han enterado de que los
vienen a curar de todas sus enfermedades. Sólo
hay una mesa donde escribir (el problema es que
no se encuentra un bolígrafo por ninguna parte)
y una silla de madera de patas cortas que hace
que el paciente se encuentre en el sótano del
puro infierno. La sala de espera es el pequeño
cobertizo que separa las dos estancias y en la
que hay una serie de bancos de madera, también
de pata corta, que al llegar nosotros están ya
ocupados. Los que no han encontrado sitio, se
esperan sentados en el suelo. Junto a ellos están
las cabras, ovejas y gallinas, que también esperan
a que sean visitados sus propietarios.
Aparte de rasguños, heridas y quemadas,
diagnosticamos las enfermedades dermatológicas
que podemos conocer, pero también nos
muestran las que desconocemos. El tratamiento
acabará siendo el mismo, primero una enseñanza
de higiene personal con agua y jabón y una
pomada de las pocas que llevamos. Pero lo que
realmente me sorprendió es “le Palu” o Paludismo. La gran mayoría de ellos acudían
diciendo que tenían “le Palu”, y se señalaban la cabeza indicando que les dolía mucho y
meneaban los brazos de una manera sincronizada como haciéndonos entrever que tenían
unos ataques de frío. ¿Pero realmente tenían la enfermedad en estos momentos o tenían
miedo a padecerla? Unos venían con fiebre pero otros no.
Recuerdo una vez en Niger que visité a un enfermo de paludismo y me contó que empieza
como si un espíritu maligno le hubiese entrado en el organismo. Algo malo le pasa, está
cansado, todo le irrita, la gente, las voces, el olor y la luz. Necesitan estar encerrados en las
cabañas sin que entre ni un rayo de sol, porque no lo pueden aguantar. Al cabo de poco rato
aparece el ataque. Es un súbito ataque de frío. Un frío polar. Empiezan a tiritar, a temblar y
a agitarse, acabando en convulsiones. Lo que piden en este instante es que alguien los tape,
pero que los tape con algo que pese, no con una simple sábana, sino con un edredón de
muchos kilos y que le aplasten (en África no hay los edredones que utilizamos en nuestras
casas de los Pirineos). Tras el frío polar, viene la fiebre alta y el charco de sudor a su
alrededor. Momentos en que el paciente no es nada. Todo le duele, está débil, inerte, no
mueve ni brazos ni piernas y pasan días hasta que pueda ponerse en pie.
Entonces, la pregunta que me hice en Manaboué es: ¿tienen realmente los pacientes que
visitamos “LE PALU“ ? ¿vienen a la consulta porque ya han tenido el ataque polar, o porque
tienen miedo a que les venga porque en su choza algún pariente lo está teniendo? ¿es la
fiebre que marca el termómetro el inicio o final de la enfermedad?
No pudimos realmente diagnosticarles de “le Palu” porque no pudimos hacer una simple
analítica, pero lo que sí os digo es que SÍ que les tratamos. A unos con gelocatil y a otros
con antipalúdicos.
14
04.04.1982
Lloseta (Mallorca)
Estudiant d’Enginyeria Elèctrica de laUniversitat Politècnica de Catalunya.
DANIEL
JURADO
BATANÁS
A pico y pala
Llegamos a la escuela, pasando por el campo de
fútbol al lado de un bosque que albergaba el
cementerio del poblado; nos dirigíamos a
nuestro lugar de trabajo. En el recuerdo, tengo la
imagen de un grupo de jóvenes con unas ganas
increíbles de ayudar, de trabajar, de hacer algo
sabiendo que a cambio lo material es impensable.
Nuestro trabajo consistía en construir un
comedor y unos lavabos a la antigua usanza, con
herramientas rudimentarias del campo y material
adquirido por no-sotros mismos.
Empezamos por los cimientos (es evidente si se
quiere construir un edificio), se tenia que hacer
todo a mano y eso en la construcción es
bastante duro.
Salían las primeras ampollas en las manos y el
cansancio era evidente, es entonces cuando uno
se acuerda de los avances tecnológicos y piensa
en la rapidez con el mínimo esfuerzo con que se
realizan las faenas que nosotros estábamos
haciendo en ese pueblecito perdido entre los
montes verdes.
Algo no iba bien y eso lo percibimos todos, mi
amigo Jack hablaba y hablaba, nosotros no
entendíamos nada pero menos mal que estaba
con nosotros Dani Vives. El problema
burocrático - administrativo - social fue solucio-
nado y el planteamiento de la construcción
estaba encaminado.
Ya se había realizado la primera fase de la obra,
las diferencias en la forma de trabajar eran
evidentes y los problemas por el idioma lo
acentuaban. El “Masón”, que en castellano
significa “paleta” era el encargado de poder llevar
a cabo la obra, nosotros lo escuchábamos y
obedecíamos (en relación al curro, que, esto
suena a esclavitud).
Éramos un conjunto, un TEAM un poco raro. Por
una parte la gente del poblado que también colaboraba, una gente muy currante, a ratos, y
en que su fuente principal de energía se basaba en el Bangui y el gin africano. Después
teníamos el grupo contratado por la asociación que eran el paleta con su ayudante, y por
último, el grupo de blanquitos que ya con algún callo que otro en las manos fabricábamos
“briques”(bloques), hacíamos “béton”(pasta-hormigón-mezcla) o hacíamos de ayudantes a
los masones:
¡¡¡¡¡¡QUE MÁQUINAS!!!!!!
Los días pasaban y, poco a poco, se empezaba a ver el fruto de tanto esfuerzo, de días
enteros de fabricación y producción. Había días mas cansados en los cuales deseabas llegar
a la noche para poderte lavar y duchar, y había días que quedaban ganas de pegarse un
bailoteo (sinceramente, pocas veces).
En el corazón y en la memoria tengo el recuerdo de buenas personas, nuestro objetivo no
se logro por falta de tiempo en relación a lo material, pero, en lo humano, la amistad y el
esfuerzo, chicos, SOIS GRANDES. GRACIAS.
Mi breve memoria se ha basado en un pequeño resumen sobre la construcción en
Manaboué, pero no me voy a olvidar de todos los demás, hay momentos e imágenes de cada
uno de todos los que éramos que nunca espero olvidar.
Las fotos podrán refrescar los momentos pasados en un lugar, el cual no podíamos imaginar
que podrían llenar nuestro corazón de bondad, amistad y algo que empieza a faltar en
nuestra sociedad. LA FELICIDAD!!!
Gracias a todos los que hicieron posible este viaje. GRACIAS.
16
20.11.1987
Olot (Girona)
Estudiant de 3r curs d’EnginyeriaAeronàutica a la ETSEIAT, de laUniversitat Politècnica de Catalunya.
Membre fundador d’ADESCI.
ANDREU
LABIAN
PAGÈS
Els més menuts
No és fàcil d’oblidar una experiència com la que
varem viure aquest estiu a Cote d’Ivoire. No és
fàcil ni vull que ho sigui ja que en guardo un munt
de records fantàstics. Al pensar en aquest
magnífic lloc no sols em venen al cap els
paisatges, les costums, l’idioma, les platges,...Ni la
pobresa , la malària, la corrupció o la sida. No. Al
pensar-hi em venen al cap cadascun dels noms,
els somriures, la impaciència (molt humana, per
cert) pels regals, les abraçades sentides de l’últim
dia amb la Margaret, l’Angie, la gordi, la Macu,... I
és que són ells, els nens i els més joves, els qui em
donen esperança, pels qui vull lluitar per un futur
molt diferent al que els ha tocat viure als seus
pares.
Wassà, barri de refugiats d’Abidjan. L’expectació
amb la que et contemplen els més menuts, una
barreja de por, indiferència i curiositat, la veritat
és que impressiona. El color de la pell, els
tatuatges, les gorres, les bambes, les camisetes
impecables i blanques que portem, res no
encaixa allà al mig! Primer et comportes com si
estiguessis veient un reportatge pel Discovery
chanel.. Seguidament reflexiones i t’intentes
convèncer que allò ho estàs vivint en primera
persona. Dona la sensació que allà no hi pintes
res, que estàs fora de lloc. En el fons, et negues a
acceptar que tot allò sigui tant real. No fou fàcil
d’assumir a l’instant, almenys per mi, tot el que
ens venia al damunt. En Dani ens estava passant
el primer capítol d’un curs accelerat sobre la
misèria a l’Àfrica. La veritat és que als nens no
els costà res perdre’ns la por i, sense cap tipus
de mirament, ven aviat estaven disposats a donar-
te tot el que tenien. Una mà i una abraçada!
Aquella inevitable sensació de brutícia i
deixadesa, les marques de fongs i fang al cap dels
menuts, petites ferides mal curades, panxones...
Tot allò que la nostra societat ens ha portat a
tenir un cert respecte, a pensar-nos-ho dues vegades abans de parlar, agafar-los la mà o
abraçar-los, estava allà i en quantitats industrials. Enmig d’aquest paisatge de sorra, fang i
deixalles, com si d’això mateix es tractessin, conviuen milers de persones sense res. Ni tan
sols en podem dir chabola a algunes de les patètiques construccions dins les quals fan vida.
“Si que comencem forts”, vaig pensar dins meu. Allò anava pel bon camí. Ja no semblava una
pel•lícula i, a poc a poc, anàvem assumint-ho tot.
En un moment donat te n’adones que ja no fa aquella pudor del primer dia en baixar de
l’avió, del repel•lent mosquits o de l’olor dels peixos fregits exposats a ple sol un dia de
mercat. Ja no et fa cosa agafar aquell nen per la roba bruta que porta , curiosament la
mateixa muda que la de les properes tres setmanes. Allà no te n’adones, però ara, sí que
veus que hi ha un moment de canvi. Una certa imprudència que t’obre una miqueta més
a la gent, als nens, als joves i als més grans. Una tranquil•litat i un cert despreniment d’alguns
dels “bens” que la societat occidental imposa com a principals. La por a “pillar” alguna
malaltia tropical, per exemple, passa a formar part del paquet de problemes secundaris.
Estic segur que qualsevol de nosaltres podria descriure amb pels i senyals el caràcter de
cadascun del nens del poble. Jo no se parlar francès i d’això ja n’estava convençut abans
d’agafar l’avió cap a l’Àfrica. El que no m’esperava és que molts d’ells, tampoc. No fou cap
problema. Una cosa si que fou crucial: aprendre la diferència de pronuncia entre femme
(dona) i faim (gana), ja que contestar que tens gana a una proposició de matrimoni no era
del tot recomanable, almenys, en aquella situació.
En les carones del petits trobes a faltar alguna cosa. Te n’adones que són únicament les
mares les que s’ocupen dels fills. No tardes en veure que són les dones les més
treballadores i lluitadores. No em deixaven de sorprendre les nenes més grans ( o menys
petites), fent de mares, avies, pares, portant a dos xiquets de la ma i a un altre a l’esquena!
L’excessiva feina i les fatídiques costums poligàmiques, releguen a la dona a un segon pla.
Això repercuteix també en els menuts que troben, en molts casos, la falta de la figura del
pare i de temps de dedicació de la mare. No ens ha d’estranyar, doncs, aquella afició a
agafar-nos i a sentir que algú els hi feia una mica de cas!
La Gordi és espectacular. Moníssima de cara i amb un posat de princeseta. Tota ella rodoneta
però amb un caminar altiu. La pobre, igual que molts altres nens, te panxoneta per
desnutrició, no per menjar poc però si per no cuidar què, com i quan menja. Amb les seves
trenetes i sempre a prop de la font, com si fos aquell el seu castell particular. Unes parets
que li permeten amagar-se de les mirades dels desconeguts i des de on molt sovint et
saluda vergonyosament amb la seva maneta blanca i negra.
L’Angie i en Dodo, amics inseparables. Una amistat reflexada en les contínues disputes per
a absolutament tot. Totalment rapats, per si les mosques ( o els fongs, o els paràsits ...) De
caràcters ben diferents, l’un tot modest i carinyós, l’altre una mica més (bastant més)
trapella. Acabes aprenent que un dels pitjors errors que pots cometre al poble és fer-li
alguna cosa a l’un que sense preocupar-te de fer-li a l’altre. Si no segueixes al peu de la
lletra aquesta norma, ets pell.
La Margaret i en Jeremy, germans; les moníssimes Emile i la rebatejada Minicupi; la Macu amb
18
el seu pentinat de bolets; en Pacum ( Tatà pels amics ) ballant el seca-seca...
Son el futur d’aquest país, i tan de bo, el de molts altres. No m’agradaria llevar-me un dia i
veure que no hi ha opció per ells, que la situació del país els impulsa a un camí sense sortida
Que tants d’ells que gaudeixen de dots en l’estudi (Armand, per exemple) no puguin arribar
mai a la universitat. M’agradaria pensar que tots, els polítics del país en primer lloc, aprenen
una miqueta de la innocència d’aquests petits. No necessiten les guerres, ni disputes per la
riquesa i per interessos internacionals. Aquí juguem tots, entre tots ja l’hem liada prou. No
són les pluges d’abril les que provoquen tres milions de refugiats a la capital. Ni el calor de
l’estiu el que provoca la extensíssima corrupció entre els òrgans governants. Tampoc la
malària és la causant de l’explotació infantil ni de la poca consideració vers la dona.
Suposo que és una mica diferent si ja has estat en algun d’aquests països abans. Tot i això
em dona la sensació que mai deixes de sorprendre’t ni d’aprendre. Se’m fa impossible pensar
que podem arribar a acostumar-nos a acceptar que hi ha milions de persones en aquesta
situació! Si això passés ,i passa, voldria dir que alguna cosa està fallant.
En fi, molta feina per fer i amb raons suficients per a seguir treballant a tope.
20
02.10.1984
Barcelona
Llicenciat en Odontologia per laUniversitat Internacional deCatalunya.
IGNACIO
MARISTANY
PINTÓ
Adaptation
Primera parte
Suena la alarma de mi móvil. La apago. Llevaba un
buen rato oyendo ruidos extraños afuera, cantos
de gallo, gente que pasa... Desconcertado y con
los ojos entreabiertos observo que algo extraño
recubre todo mi cuerpo a un metro de altura. Es
la mosquitera. Es entonces cuando me sitúo y
susurro: “Dios mío, no puede ser, sigo aquí”.
Sí sí, queridos amigos, para mí el viaje a Costa de
Marfil empezó como algo muy duro a lo que
poco a poco me fui acostumbrando, necesité
algún tiempo para coger el ritmo de aquella
gente, para empaparme de sus costumbres. Las
anéctotas bucólicas que muchos cuentan de
nuestra experiencia africana, no me
acompañaron hasta pasados los diez días de mi
estancia en el poblado. Reconozco que llegué al
país con una barrera psicológica que me costó
mucho superar. Mi primera experiencia negativa
fue en el mismo viaje, en el que hicimos escala
en Lisboa y Dakar, para llegar por fin a Abidjan.
Nuestra escala en Dakar duró más de 6 horas y
como era de noche y caía una tormenta
monumental, tuvimos que quedarnos en el
aeropuerto, un lugar tan lleno de gente que para
andar tenias que ir empujando nativos mientras
te clavaban una mirada fulminante. Mis
necesidades biológicas me obligaron a buscar un
toilette dónde empezó nuestra mala suerte.
Siempre agradeceré a mis compañeros Gonzalo,
Pol y César, que decidieran acompañarme a los
servicios pues, una vez allí, nos encontamos con
un hombre peculiar que llevaba un gorro de
playa, dispuesto a sacarnos todo nuestro dinero
por el uso del pestilente retrete. Una vez nos
hubo robado nuestra calderilla, creímos
habernos librado de él, sin embargo, su pesada
presencia nos acompañó el resto de nuestra
estancia en Dakar aunque no consiguió sacarnos
más dinero. Finalmente, el avión partió a Abidjan dónde nos encontramos con el resto del
grupo en una casa confortable donde pudimos descansar y comer bien. Al día siguiente
salimos en furgonetas a Manaboué, poblado donde pasaríamos el resto del mes. Ahora sigo
con mi relato de un dia cualquiera en Manaboué.
Tras incorporarme un poco, me froto la cara y miro a los lados. Gonzalo e Ignacio aún
duermen. Aparto la mosquitera y consigo ponerme en pie. Me calzo las hawaianas, busco
mi cepillo de dientes y salgo de la casa dispuesto a cepillarme. Como cada mañana me
encuentro el bidón de agua lleno hasta arriba, preguntándome quien será que me lo llena
cada dia, porque el agua tiene que bombearse del pozo y traerse en barreños hasta aquí.
Salgo unos metros y me cepillo los dientes.
Decido sentarme en una silla del porche a descansar un poco antes de vestirme. Aprovecho
esos minutos para mentalizarme de mi situación mientras miro el paisaje que tengo
enfrente.
“Qué narices hago aquí” – pienso – “A quien pretendo engañar, esto es un asco”.
Sólo llevo cinco días aquí y mi paciencia se está agotando. Entonces veo pasar a una mujer,
que vive en frente de mi casa. Como cada mañana lleva un barreño de agua en la cabeza,
para dar de beber a su familia, y me da los buenos días con una sonrisa blanquísima. Le doy
los buenos días yo también, con una sonrisa más o menos falsa. Me dispongo a llenar mi
barreño para darme una “ducha”. Entro en el cuatro de baño y, de cuclillas, empiezo a
tirarme cubos de agua fría por la cabeza. Me enjabono bajo la atenta mirada de los siete
lagartos que habitan en la ventana, y luego me aclaro con otro cubo de agua.
Ya vestidos con el uniforme de trabajo, y tras un ligero desayuno, salimos con las furgonetas
hacia algún poblado con la intención de cubrir las necesidades odontológicas de los
habitantes, mientras rezo para que la furgoneta no se encalle en ninguno de los múltiples
barrizales del camino. Una vez allí me derrumbo al contemplar que una masa de gente,
quizás unas setenta personas, quizás cien, espera nuestra atención. Sus caras no muestran
mucha simpatía. Hacemos toda la instalación: sillas, mesas, fórceps, escupideras, etc, y
empezamos el trabajo, que es bastante sencillo: el paciente te señala el diente que le duele
y tú se lo arrancas. No tenemos medios para más. La práctica es interesante, pero a medida
que pasan las horas se convierte en un trabajo de autómatas. El desagradable olor de unas
bocas que nunca han conocido el cepillo de dientes y la imagen de un cubo lleno de esputos
sangrientos que sirve de alimento a decenas de moscas, hacen que el trabajo se vaya
volviendo insoportable. La incertidumbre por la posible infección de SIDA de los pacientes
me provoca un miedo que me hace ser especialmente distante. La mayoría de ellos no me
da las gracias después de la intervención. Yo empiezo a estar harto.
Hoy es sábado y, por suerte, sólo trabajamos por la mañana. Al volver a Manaboué, las
cocineras, lideradas por Marie, nos sirven manyoc con pescado. Una náusea recorre mi
garganta y busco desesperado la mirada de Juan para partirme el plato con él.
“Juan está en cama, se encuentra mal” – me explica Pol.
“Mierda” – pienso para mis adentros – “me tengo que comer esto yo solo”
22
Tardo media hora en comerme el tradicional manjar, bajo la vigilancia de Marie, que ya me
pilló un día dejando la comida en el plato, sintiéndose muy ofendida. Después de cepillarme
los dientes, me instalo bajo el porche a leer un rato. Al segundo párrafo, un doloroso
retortijón me obliga a correr hacia el baño.
“No me lo creo, vuelvo a tener diarrea, maldito manyoc...” – digo resignado.
Lleno un cubo para ducharme, pues después del trabajo estoy algo sudado y la manía de la
higiene la tengo muy arraigada, de hecho, despreocupado por lo mucho que cuesta bombear
el agua, me ducho casi tres veces al dia. Inconscientemente hago un movimiento brusco con
la toalla, que asusta a los lagartos. Éstos saltan de la ventana hacia el interior del baño y
empiezan a corretear alterados a mi alrededor. Mis gritos histéricos despiertan a Gonzalo
que estaba haciendo la siesta. En vez de ayudarme, se ríe de mí y coge su cámara de fotos
dispuesto a inmortalizar el momento, aunque por respeto ante mi total ausencia de ropa,
guarda la cámara y sale en busca de un nativo. Aparece un niño muy simpático, que coge mi
hawaiana y empieza a apalear a los lagartos. Algunos se han metido debajo de nuestros
colchones por lo que la caza se convierte en algo caótico. Yo animo al niño mientras me
reconpongo del susto y voy sacando lagartos muertos a la calle.
Superado el mal trago, decido ponerme a lavar ropa, pues tengo acumulado un gran saco
de ropa sucia. Preparo dos barreños. Hacer la colada a mano, me lleva más de una hora.
Mientras froto mis camisetas en el porche mi mente viaja a Barcelona, con mi novia, mi
familia, mis amigos, etc. Me pongo un poco nostálgico. Van pasando niños que me preguntan
en un poco conseguido español: ¿cómo te llamas? Les contesto con mi nombre y una
sonrisa poco sentida.
“Las enseñanzas de Eugeni, Juan, Miguel o Luis en la escuela están siendo muy fructíferas”
– pienso – “lástima que les sirva de excusa para entablar conversación conmigo”
Una vez toda mi ropa está tendida, en el tendedero comunitario que fabriqué uno de los
primeros dias, me pongo a limpiar la casa pues está llena de tierra y bichos. Lo que empezó
como algo puntual, es ya una actividad diaria. Cada tarde cojo la “escoba” (palitos de
palmera atados con un cordón) y barro todo el porche, también movilizo el bidón (pues
está junto a la puerta y se forma un charco que todo el mundo pisa al entrar en casa,
dejando el suelo perdido). Después me arrodillo y, con ayuda de un cepillo, barro toda la
casa. Vacío medio bote de insecticida por paredes y techo. Me doy cuanta de que empiezo
a sentir esa cabaña como mía, empiezo a hacerla mi hogar. Ignacio se burla de mí porque
he conseguido mesas para que las maletas no estén en el suelo.
“Si he de vivir aquí un mes, esto tiene que ser decente” – me digo mientras observo
orgulloso la limpieza y el orden que he conseguido.
De pronto oigo unas risitas infantiles. Me asomo por la puerta y veo como dos niñas sucias
y alocadas juguetean frente a mi casa. Una se divierte con mi ropa tendida echando por
tierra todo mi trabajo de limpieza y la otra hunde su cabeza en el bidón de agua para beber.
Una expresión entre incredulidad e indignación se dibuja en mi cara. Con cuatro gritos y
un amago de persecución, las niñas salen corriendo. Invierto una hora más en limpiar mi
ropa de nuevo. También echo un buen chorro de desinfectante Bactex 40 en el bidón de
agua, pues la niña iba realmente sucia.
Gonzalo las apodó Boca sucia y Troglodita. Tienen unos cinco años, y siempre van juntas.
Deben de ser hermanas. Los nombres se deben a que la primera vez que las vimos, Boca
sucia llevaba toda la cara manchada de comida y Troglodita parecía haber metido los dedos
en el echufe, llevaba unas trenzitas despeinadas dirigidas hacia todas las direcciones.
Empieza a oscurecer. Me hunto brazos y piernas de Relec, y me pongo ropa de manga larga.
Agotado, cojo mi libro y sigo leyendo dónde lo habia dejado, esta vez con la linterna frontal
en la cabeza. Por fin disfruto de unos minutos de paz y tranquilidad. Se está muy a gusto.
Como cada tarde, se pone a llover, pero me gusta oír llover mientras leo. La lluvia inicial se
convierte en un chaparrón. Levanto la mirada del libro y observo mi ropa tendida, lavada
por segunda vez, empapándose de nuevo bajo esa tormenta de agua y barro. Salgo
corriendo y recojo la ropa. Ya no hay solución: vuelve a estar sucia. Con un sentimiento de
tristeza, extiendo mis prendas en sillas bajo el porche. Camino cabizbajo, chorreando, hacia
el interior de la casa. Me ducho por tercera vez y me pongo ropa limpia y seca.
Es la hora de cenar. Con mala cara le exigo a Marie una ración insignificante de espaguetis
aceitosos, sin ni siquiera molestarme en darle una explicación. Están bastante buenos. De
pronto aparece Noé, un chico habitante del poblado, que nos invita a Gonzalo, Ignacio,
Álvaro, Ryan, Luis y a mí a su casa a beber banghi. Tras nuestra negativa, se indigna y opta
por obligarnos, por lo que finalmente aceptamos, claro. Noé, nos muestra su casa y nos
presenta a su mujer e hijas (con alguna segunda intención). Nos hace sentarnos en una
mesita del jardín y entonces trae la bebida. Sirve un buen vaso de banghi a cada uno. La
repugnante bebida alcohólica hecha con extractos de palmera tiene un olor tan
desagradable que hace imposible que me la beba. Noé no nos quita la vista de encima
esperando que catemos el brevaje que ha elaborado. Gracias a Ryan, que con su
espectacular francés distrae la atención de Noé, consigo deslizar el vaso por debajo de la
mesa tirando al suelo todo su contenido. Ya estoy más tranquilo.
Al volver, los jóvenes del poblado quieren deleitarnos con unos bailes típicos.
Evidentemente, asistimos al espectáculo que, para colmo, requiere nuestra participación.
Consigo resistir el numerito hasta el final. Ha sido tan repetitivo, monótono, aburrido y
largo como siempre, pero almenos no han conseguido sacarme a bailar el Macuseyo.
Entro en casa y me pongo el pijama muerto de sueño. Levanto la mosquitera y me estiro
aliviado en el colchón. De pronto, algo mojado toca mi espalda. Empiezo a palpar el colchón
y las sábanas y me doy cuenta de que están absolutamente empapados.
“¿Es una broma?” – grito – “¡Hay goteras!”
Así es, el agua de la tormenta ha penetrado por el techo y ha mojado mi colchón. No los
de Gonzalo e Ignacio, que están intactos, sino el mío exclusivamente. Con ayuda de Ignacio,
saco el colchón al porche, a punto de llorar de desesperación. Gonzalo me invita a su
colchón doble dónde no hago más que pensar:
“No aguantaré, quiero volver, odio esta gente y este maldito país, me dan asco”
Me pongo el iPod y cierro los ojos, ya más tranquilo. La música me llena de melancolía.
24
Echo alguna lágrima y finalmente me duermo.
Segunda parte
Por desgracia así transcurrieron los primeros días, demasiado tiempo. Ahora tengo la
sensación de haber perdido aquellos primeros días en Manaboué, en los que no hice otra
cosa que quejarme de todo lo que me rodeaba. Escapaba de todo lo que pudiera gustarme
de aquella experiencia. Me negaba a hacer amigos en el poblado, de hecho, soy el único al
que los niños optaron por no acercarse.
Una mañana me desperté unas horas antes de lo previsto porque no tenía más sueño. Salí
al porche y descubrí algo que me conmovió. Al fin conocí a la persona que llenaba el bidón
de agua. La apodé Cubitos, pues siempre se la podía ver transportando un pesado cubo de
agua sobre su cabeza. Cubitos era una chica de unos 20 años con un retraso mental que la
habia convertido en una marginada. Asombrado por su impresionante fuerza y equilibrio me
quedé observando como llenaba mi bidón, barreño tras barreño. Regina, así se llamaba en
realidad, bombeba el agua del pozo y después recorría unos 200 metros con el barreño en
la cabeza, que vacíaba dentro de mi bidón. Necesitaba unos siete barreños para llenarlo del
todo, lo que implicaba bombear agua siete veces y hacer siete viajes con el cubo a cuestas.
Sin decir una sola palabra y con una sonrisa en la cara, terminó su trabajo agotador.
“Merci beaucoup” – le dije. Fue la primera vez que me sentí realmente agradecido con
alguien del poblado.
Regina contestó con una sonrisa y se fue. Aquella imagen me dejó tan impresionado que la
seguí espiando. Entonces fue cuando vi que no sólo llenaba mi bidón sino los de todos, es
decir, unos ocho bidones. Hacía su trabajo de madrugada, cuando aún no habia salido el sol.
Era sorprendente que, por ser retrasada, le habían asignado ese duro trabajo, y ella lo hacía
sin queja ninguna.
Más tarde descubrí que las chicas de su edad le apaleaban de vez en cuando. Con una
bronca, prohibí a esas chicas volver a tocar a Regina pero, al parecer, en el poblado los
retrasados son vistos como inferiores y merecen las palizas. Además, Regina se había ganado
muy mala fama en el poblado, pues tenía dos hijos de unas relaciones esporádicas por las
que, según cuentan, reclamó un dinero por los servicios prestados. Mi opinión es que se
aprovecharon de ella y la dejaron embarazada.
Tras conocer a Cubitos y su triste historia me propuse hacerle algo más agradable su
estancia con nosotros. Cada vez que la veía llenando el bidón, le agradecía su trabajo e
intentaba entablar conversación con ella. Poco a poco fue cogiendo confianza conmigo. Así
fue como llegué a conocer su nombre real y que tenía dos hijos. Cubitos fue la primera
persona que despertó mi cariño hacia esa gente.
Días más tarde, sucedió aquella trágica anécdota en el dispensario. Creo que a todos nos
quedó una huella después de la muerte de aquella chica que estaba de parto, y de su bebé.
Todos los dentistas fuimos llamados de urgencia a ayudar a Santi, Quim y Miquel en aquel
parto con complicaciones: el niño no venía en la posición adecuada, sino totalmente
atravesado, de hecho, lo primero en salir fue el brazo. Con una sensación de impotencia
absoluta, por la falta de material para realizar una cesárea, vimos como se nos iba de las
manos aquella pobre chica que no tendría ni 15 años, y su bebé que no consiguió nacer. Con
aquella experiencia noté que mi actitud empezaba a cambiar. Empecé a sentir que aquella
gente me necesitaba de verdad, que mi trabajo allí tenía un sentido. Desde una extracción
dental hasta la administración de un simple analgésico, todo era mínimo, pero para ellos
suponía la solución de un problema o un dolor que les estaba machacando desde hacía
meses.
Desde entonces disfruté mucho más de mi estancia en Manaboué, de la gente del poblado
y de mi trabajo. Un día, la mujer que vivía delante de mi casa y que cada mañana pasaba
delante de mí con un barreño en la cabeza, cambió de saludo matutino. En vez de darme
los buenos días, se acercó a mí y me invitó a su casa. Quería presentarme a su familia,
enseñarme su casa y su huerto. A diferencia de lo hubiera hecho días atrás, acepté la
invitación. Una vez bajo el techo de su cabaña nos presentamos. Su nombre era Stella. Me
presentó a sus dos hijas, que casulmente eran Boca sucia y Troglodita y a su marido. Me
enseñó orgullosa su sencilla cabaña (ubicada en la zona pobre del poblado). La encontré
realmente acogedora. También me enseñó su huerto dónde cultivaba manyoc y cañas de
azúcar. Las dos niñas se abalanzaron sobre mí y me abrazaron, por lo visto, no me tuvieron
en cuenta lo antipático que fui cuando las eché de mi casa. Stella y yo nos pusimos a hablar.
Ella me preguntó por mí, si estudiaba, si estaba casado, por mi ciudad, por los blancos, etc.
Realmente le interesaba la vida del vecino que apenas le saludaba por las mañanas. Antes
de despedirnos me regaló un coco que ya habia echado raíces para que lo plantara en mi
tierra, y un vestido suyo para que se lo regalara a mi madre. Stella fue tan amable conmigo
que consiguió cambiar mi actitud con los habitantes de Manaboué.
Gracias a personas como Stella y Regina, fui apreciando la simpatía de aquellas personas.
Tardé tiempo en saborear aquella cultura que, siendo radicalmente distinta a la mía, tenía
muchas cosas que envidiar como es la hospitalidad (¡todo el mundo te invita a su casa!), la
humildad, pues siendo conscientes de su pobreza, saben ser felices con lo poco que tienen.
El cariño que nos transmitieron los niños fue algo que tampoco olvidaremos. Tenían
admiración por nosotros, más de uno se quedaba quieto mirándonos durante rato y rato.
El respeto a los ancianos, tan degenerado en nuestra sociedad, es allí el pilar que sostiene
a los poblados. La inexistencia del aborto, la primera causa de muerte en los países
desarrollados, que atenta contra el ser humano más indefenso. En Manaboué, la felicidad no
está en el dinero, sino en una numerosa familia dispuesta a asumir las dificultades que les
vengan. Los hijos son el principal orgullo de los padres.
Finalmente conseguí encariñarme con Manaboué, hasta el punto de despertarme por las
mañanas lleno de ganas de trabajar y de convivir con ellos, pero la estancia terminó y tuve
que volver, pero almenos sé que lo coseguí, ¡conseguí adaptarme! Nunca lo olvidaré, y por
supuesto, volveré.
26
02.11.1984
Tordera (Barcelona)
Estudiant de 5è curs de Medicina dela Universitat de Barcelona.
QUIM
MEGÍAS
BARRERA
Hospital Nothing
Hem començat el viatge, ja no hi ha volta enrere.
Aquestes van ser les paraules que vaig pensar
una vegada vaig aterrar a Abidjan, Costa d’Ivori. I
mai m’hagués pensat que serien el preludi de 30
dies de situacions precioses, de moments
intensos i de records difícils d’oblidar. Eren les 3
de la matinada, i ja només d’aterrar vaig tenir el
prefaci per començar la crònica de viatge: ens
trobem amb una càlida rebuda de color verd, que
tot i ser el color de l’esperança aquest cop era
més aviat el color dels uniformes de camuflatge
dels nombrosos militars que, en comptes del
famós Relec o Mosiguard, duien com a insecticida
fusells del calibre 9 mm… Ja m’acostumaré a
veure aquest nou repelent, em vaig dir en veure
tanta arma junta només d’aterrar. I és que a tan
sols a mig quilòmetre de l’aeroport, uns militars
van intentar extreure’ns uns milers de francs
demanats sutilment darrere la paraula “souvenir”,
que aquesta vegada s’amagava, no en el verd
militar, sinó en el fosc color d’una nit que, sens
dubte, obria el cofre on havíem de dipositar tots
els records que ens enduríem d’aquest viatge.
Ens vam trobar amb barris marginals on els nens
es rentaven amb l’aigua bruta que treien d’un
rierol que passava entremig de les cases, i que
després anaven a buscar, enmig de les runes i la
brossa que envoltaven la zona de les valls
d’Abidjan, quelcom que poguessin fer servir per
jugar, fent cas omís als avisos que els fragments
de vidres trencats, ferros rovellats i pedres
amuntegades advertien tot mostrant les seves
parts més esmolades i punxants. Velles cicatrius,
ferides recents i peus coberts de durícies en
nens que encara no tenien edat per descobrir qui
són els Reis Mags, es passejaven entre nosaltres
donant-nos la benvinguda en un lloc tan brut
com pobre i que, malgrat la situació precària amb
què viuen, ens regalaven els somriures més rics
d’il•lusió que hi hagi en tota la capa terrestre, fent-nos entrega d’allò que més rics els fa: la
seva càlida i contagiable simpatia.
Un poble que podria fer la competència al zoo de Barcelona per la quantitat de bestioles
salvatges que hi habitaven, entre ells taràntules, escarbats rinoceronts, serps grosses com
un braç i llangardaixos que es passejaven tot cofois dels seus colors, és el que ens vam
trobar quan ens van dir que havíem arribat. Però era el mateix poble que, a l’igual que el
pou on cada dia, cada hora, cada minut hi havia algú bombant aigua amb el peu i fent-la
brotar pel sortidor, era capaç de fer brollar la gratitut i l’alegria suficient com perquè ens
sentíssim com a casa, amb una gent disposada sempre a regalar-te un somriure per tal que
tu et sentissis com un més d’ells.
Nens, nenes, criatures, canalla… I moltes més paraules com aquestes per descriure la
quantitat d’infants que cada dia ens demostraven que no es cansaven mai de mirar-nos,
tocar-nos la pell d’unes mans que mai havien vist abans, i que cada dia ens sorprenien per
la capacitat per aprendre i espavilar-se que els caracteritza i els fa únics.
Malalts, molts malalts que, descobridors de la medicina moderna per primera vegada en ple
segle XXI, venien a nosaltres de tots els pobles de la rodalia per tal de convertir-se en
beneficiaris de comprimits de diferents colors i formes que els havien de fer més lleugers
els seus mals o bé treure’ls la curiositat de probar-los per primera vegada a la seva vida.
Malalts que, desconeixedors del que les paraules lepra, càncer o immunodeficiència
significaven, venien a nosaltres per tal que els poguéssim donar alguna solució al mal que
els tormentava i que pels precaris recursos econòmics de què disposaven, no podien fer de
més ben portar. I aquí sí que vaig tocar fons. Em semblava impossible estar on estava i no
poder demanar quelcom tant comú com una radiografia, una simple analítica o bé disposar
d’un aparell d’ecografies per tal de poder diagnosticar amb garanties i amb unes certes
condicions. Els conceptes d’esterilitat, higiene i cirurgia neta que havia après amb les
pràctiques a hospitals, guàrdies i metges amb els que havia treballat, es veien reduïts a
l’equació més mínima com era la de sistema sanitari en aquell país és igual a zero. Un volum
tan elevat de pacients sense cap sistema sanitari que els empari és impossible que et deixi
igual.
I la gratitut. L’enorme, admirable i emocionant gratitut amb la què ens van obsequiar.
Quelcom increïble que encara a dia d’avui, quan miro les fotos, quan llegeixo aquestes línies
o simplement quan penso en els somriures de la Teresa, la comadrona, que sempre trobava
graciosa qualsevol de les expressions que feia servir per expressar-me amb el meu francès
minso; les mirades tímides de la infermera “fashion”, com li dèiem, que amb la seva forma
de vestir moderna i occidental, m’ajudava cada dia a endreçar el material al dispensari de
Sago; l’esquena ampla i forta d’en Pablo que cada dia ens ajudava a esterilitzar el material i
a carregar-lo a sobre la furgoneta sense esperar res a canvi, les mans molsudes i dures que
sempre buscaven les nostres per apretar-les afablement i donar-nos així el bon dia, la bona
nit o simplement les gràcies; en Tatà, el meu Tatà, o Muça, o Paco com ell deia i que va ser
el primer pacient –i primer nen- que vaig anestesiar i obrir-li el peu per tal de netejar la
ferida sobreinfectada que li privava caminar bé pel mal, i que amb el pas dels dies i les cures
28
va aprendre que el mal del primer dia era només el començament de poder tornar a jugar
amb els altres, a córrer i fer vida normal. Les seves abraçades, les escarafalles de riure que
feia i la gràcia amb què ballava el ball regional del “seca-seca”, són tan sols unes miques dels
tants i tants records que he posat a dintre el cofre que vam obrir el primer dia d’aterrar a
Àfrica.
Ens van prometre que cada vegada que sentissin cantar el gall a l’albada se’n recordarien
de nosaltres i donarien gràcies perquè algú s’havia recordat ells. Avui, ara mateix a punt de
ser mitja nit, crec que qui hem de donar gràcies a Déu hem de ser nosaltres per
l’experiència que vam viure, i l’exemple que ens van donar. Gent pobra, gent humil, però que
en quant a altruisme, simpatia i sentit de l’amistat i la reciprocitat són com una deu d’aigua
que mai para de brollar, com un riu ple d’aigua que és impossible de dir-ne el cabal perquè
de llera a llera de riu no s’abarca amb la vista. Així són la gent de Manaboué que ens van
acollir. Així són els manabouencs, els de Sago, els de Nyago I i Nyago II, els de Lissandre,
Abidjan i Guedipó que amb el seu exemple ens han demostrat les seva riquesa més preuada:
que estimar és compartir.
I fins aquí el que puc dir de la meva experiència a Costa d’Ivori. Se’m fa difícil resumir en
poques línies tantes emocions, sentiments, sorpreses, cares d’alegria i cares de patiment,
somriures carregats d’efusivitat i cares d’agraïment que en tant poc temps vaig poder
recollir, totes i cadascuna d’elles capaces de tocar fins a l’última fibra dels sentiments humans
i fer vibrar fins a la nota més alta l’emoció que vaig sentir poble rere poble en veure
persones amb lepra que perdrien una cama; gent amb tumors que ningú els havia tractat ni
diagnosticat i que portaven en silenci el seu dolor; nens amb desnutricións descomunals per
beure aigües no tractades i ser alimentats de forma deficient. Totes i cadascuna d’aquestes
persones han fet que hagi tornat aquí molt diferent a com vaig marxar. Ara em sento més
que privilegiat, més que afortunat per tenir la sort d’haver nascut al món on vivim. I al
mateix temps em sento una mica més buit, després d’haver deixat allà persones que cada
una d’elles s’han quedat amb un bocinet de cor que només ells en són propietaris. És
impossible tornar indiferent.
Tant de bo que ara que nosaltres hem rebut tant i tant d’aquesta gent poguem estar a
l’altura de les circumstàncies i tornar-los amb escreix tot el que ells ens han donat sense
tenir res. Tant de bo que aquest camp de treball, aquest escrit, el llibre I les fotos us facin
veure què vam viure i com continuen vivint aquelles persones. Els nostres amics, ara també
vostres.
Podríem explicar-vos mil i una anècdotes; podríem ensenyar-vos totes les fotos que ens
demaneu fins a comptar-les per milers, i donar-vos les explicacions necessàries per fer-vos
una idea de quina és la realitat del poble ivorenc, però res canviarà, res estarà a l’alçada de
les abraçades que ens vam fer en marxar, a les cares que seguien amb la mirada caiguda les
furgonetes que ens tornaven a la capital, de les mans dels nens fregant-nos les nostres
intentant agafar el color blanc de la nostra pell. Res serà comparable a l’anar allà i viure-ho
altre cop. Per això mateix, necessitem que ens ajudis: perquè ens necessiten. Ens agradaria
que tots tinguéssim quelcom en comú: que compartim el que tenim. Ja va essent hora de
començar. T’apuntes?
30
03.07.1986
Ciudad Real
Estudiant de 3r curs d’EnginyeriaIndustrial de l’IQS de la UniversitatRamón Llull.
MIGUEL
OCHOA
DE OLZA
SOLER
Sin título.
Por fin llegó el momento esperado desde hacía
mucho tiempo, empezaba el campo de trabajo en
Costa de Marfil. El primer contacto con los
marfileños fue en el aeropuerto de Casablanca,
íban a ser nuestros compañeros de vuelo y sus
ropas y joyas delataban que formaban parte de la
alta sociedad, el tipo de personas con las que
precisamente no íbamos a tratar durante nuestra
estancia en este precioso país.
Recuerdo el impacto al llegar al pequeño y
cuidado aeropuerto de Abidján, se paseaban
militares bien armados y que nos hacían pensar
que habíamos llegado a un país de inestabilidad
política y que tiene en la memoria reciente una
guerra civil. Pudimos comprobar que el país es
completamente seguro y que la guerra es sólo
pasado.
Ya de camino a nuestro campamento base, donde
íbamos a dormir las tres primeras noches, nos
paró un grupo de gendarmes. Mientras uno pedía
papeles, otro más espabilado, muy
simpáticamente y con una sonrisa de oreja a
oreja no cesaba de decir la palabra “souveniro”,
traducción barata al español de souvenir. Sólo
cuando ya habíamos arrancado comprendimos
que lo que quería era dinero y todos nos
alegramos de no haberle entendido, pues de
haberlo hecho, no hubiésemos sabido como
reaccionar frente a esos armarios con fusiles.
Fue en una visita que hicimos a un barrio
marginal de Abidján cuando pudimos comprobar
de primera mano la pobreza que abunda en la
zona, y nos dejó a todos impresionados. Nada
más llegar y antes de bajar de las furgonetas los
niños dejaron de jugar a fútbol y se acercaron
atraídos por la curiosidad de ver una “tribu” de
blancos. Al principio hubo un gracioso momento
de desconcierto, nosotros mirándoles y ellos
mirándonos; separados por una línea imaginaria que sólo se descompuso cuando un valiente
niño pasó a nuestro bando, volvió para decir a los demás que éramos inofensivos. Atravesaba
el barrio de punta a punta un canalillo de agua verde casi fluorescente, que se cruzaba con
puentes hechos de tablas de madera, había montones de basura con letreros que decían:
prohibido echar basura: son sólo simples ejemplos de la precaria situación en la que viven.
Dimos una vuelta por todo su poblado siempre rodeados por unos niños que se peleaban
por cogernos de las manos, se emocionaban al verse en las cámaras digitales, que sentían
mucha curiosidad por nuestro pelo más largo y menos rizado que el suyo y que no dejaron
de tocar.
Sin tiempo casi para cambiarnos de ropa nuestro siguiente destino fue la realidad opuesta
del país: una merienda con un antiguo ministro de defensa. Fue una agradable tertulia en la
que nos comentó la actualidad política del país.
El largo viaja a Manaboué se hizo entretenido por las paradas de avituallamiento en las que
compramos maíz, cacahuetes y algunas de esas frutas exóticas como la fruta de la pasión,
el coco y cítricos extraños y refrescantes.
La llegada a Manaboué fue espeluznante y pocos éramos los españoles que no teníamos los
pelos de punta al ver como nos recibieron. Vestían todos con sus mejores ropas, hechas de
telas de colorines y que, muchas veces, tenían motivos religiosos. Nos condujeron al
cobertizo multiusos, el que durante nuestra estancia iba a tener las funciones de iglesia,
comedor, sala de estar, sala de actos... Hubo una ceremonia de recepción en la que se bebió
bangi, bebida fermentada de palmera y que cada vez que nos la servían acababa en el suelo
o se quedaba en el vaso; no faltó el discurso del patriarca y un ofrecimiento de gallo antes
de que se abriera el baile al estilo autóctono, que nosotros intentamos seguir provocando
las carcajadas de los manaboueños.
Estar de profesor en la escuela y organizarles juegos fue una experiencia que será, sin duda,
inolvidable. Escuchar como los niños repiten gritando los colores que les indicas, ver como
se apasionan cuando dicen la palabra acertada y consiguen un punto en el ahorcado, verlos
correr con una sonrisa en la boca en busca del pañuelo convierte estos momentos en
recuerdos imborrables.
Deben ser explicadas las noches de baile regadas con Koutoukou. Casi todas las noches se
repetía este ritual de danzas, que consistía en una mezcla de bailes marfileños y españoles.
Ellos cantaban coordinados, y acompañados de tambores, canciones como el Makuseyo (o
como sea que se escriba). Nosotros, en cambio, intentábamos enseñarles la Macarena, el
Aserejé y demás canciones típicas que todo español sabe, pero que sólo se las sabe a medias
y debe improvisar. El momento más esperado de estas noches era la ronda de Koutoukou,
la bebida alcohólica de 50º que tanto nos “apasiona” y que te bebías con cara arrugada y
no te acababas nunca para que no te volvieran a servir.
Mencionar el día que fuimos a Gnago, un pueblo cercano, es algo obligatorio. Ese día sólo
teníamos una furgoneta por lo que el chófer debía hacer dos viajes, y para no perder tiempo,
conducía tan rápido por esos caminos de tierra con baches, que acabamos mareados y casi
atropellando a la gente. Nuestra misión en el pueblo era entretener y enseñar a los niños,
32
como hacíamos en Manaboué. Bueno pues, cuando ya llevábamos bastante rato de clase les
propusimos un descansillo, y sorprendentemente, lo rechazaron, preferían seguir haciendo
clase, y así lo hicimos. Cuando de verdad acabó la clase, y acabó porque el director de la
escuela así lo dijo aunque los niños no estaban de acuerdo, se les dejó una simple (para
nosotros) y espectacular (para ellos) pelota de fútbol. Disfrutaron toda la mañana.
Posteriormente tuvimos una reunión con el rico del pueblo, fue una graciosa reunión
protocolaria en la que la conversación fue escasa debido a nuestro nivel de francés, se
podría decir que hubo un intercambio de información entre gestos y palabras sueltas. Nos
invitó a una gran comida, ¡que bueno estaba todo! Y se organizó un show en el que cantaron
canciones tradicionales y nosotros, una vez más, bailamos la macarena.
¡Qué maravilla de playas! Fueron nuestra salvación después de intensos días de trabajo,
jugar a fútbol en la arena, bañarse entre olas, tumbarse al sol y explorar la playa en busca
de cosas extrañas sentaba de maravilla. Más curioso fue el accidente que tuvimos a la vuelta:
se rompió el retrovisor de una furgoneta al chocar con un pié humano que colgaba de un
camión, íban tantos hombres en el camión que llevaban los pies colgando al aire.
Una vez en España se echa de menos oir el zumbido de un mosquito portador de malaria
volando por la habitación y saber que la tela mosquitera que te envuelve te protege, se echa
de menos la incertidumbre del momento antes de ir a comer en el que deseas que no haya
cabeza de pescado, se echa de menos ir de compras sin un militar que va a cinco metros
de distancia con un fusil y sin pasar por el ritual del regateo. ¡Qué aburrido es el primer
mundo!
34
27.06.1983
Barcelona
Llicenciat en Odontologia per laUniversitat Internacional deCatalunya.
GONZALO
OLIVIERI
FERNÁNDEZ
Sin título.
Y como estrellas de rock salimos de entre el
gentío, invasión de campo, manchados de barro,
rodeados por un tumulto de gente que se
agrupaba entorno a nosotros a medida que nos
retirábamos del campo victoriosos cual Messi,
Ronaldinho y compañía: baño de multitudes. 1-0
amarrategui en el gran estadio de Sagó.
Amanece y, antes de abrir los ojos, busco incons-
cientemente el borde del colchón, extiendo el
brazo para abrirme paso a través de mi
mosquitera antes de incorporarme, y no está. La
mosquitera no está. Los primeros rayos de sol
entrando a través de la astillada ventana que no
cierra nada. Solo mi habitación, un armario, libros,
mi ordenador. Me levanto, un zumo, leche
fría…¡¿Donde está el choco punch?!
13 de agosto de 2007.
Llegamos a Costa de Marfil cuatro elementos
indescriptibles, cuatro desconocidos.
Describiendo una amplia curva, la ruta africana,
pasando por Lisboa, atravesando de noche las
ruidosas lindes de Dakar, nuestra expedición
llegó a medio día al país del que nunca nos
podremos olvidar. Todo no había hecho más que
empezar.
Ahí nos encontramos con un grupo de lo más
vario-pinto, y esa misma noche llegó el convoy
restante vía Casablanca. Una buena y envidiada
vía de ida, pues más discutible sería decidir si lo
fue de vuelta. África nos dio un último recuerdo,
uno de despedida, pero de cómo volvimos cada
uno de nosotros es otra historia…
Unos días viviendo a lo grande, literas, muebles,
agua corriente, aire acondicionado…y ¡comida!
Enormes bandejas de ensalada, patatas y carne,
distintas bebidas de colores, postre, servilleteros
con nombres extraños, servilletas, un espejismo.
Qué felices que se presentaban los
acontecimientos para nuestros mal acostumbrados paladares, pronto conoceríamos las
exquisiteces de la madre África, la mañoca, el pescado “fresco” pan con el que poder hacer
nudos sin quebrarlo, galletas-polvorón…
En un lugar donde todo está del revés, donde una vida parece no valer nada, una sonrisa,
se dibuja en el rostro de cualquiera y te trastoca el alma, lo trastoca todo. Pero acabas por
acostumbrarte, inmunizándote a los lloros, a las infecciones, al hambre. Factores que
equívocamente pasan a un segundo plano. Ahí nos situamos un afortunado grupo de nenes
de mamá viviendo una de las experiencias de nuestra vida, de esas de sentarse y contar una
y mil veces con amigos y familiares.
- “¡Calla! y deja que el abuelo nos vuelva a contar de cuando estuvo en Costa de Marfil”.
Costa de Marfil es abundancia, abundancia de recursos, abundancia desordenada, abundancia
descontrolada. Abidjan, capital económica del país, descontrol, catedrales de un tamaño
desmedido, hoteles, incongruencia, quinto o sexto mundo.
Es una mano tendida, es cariño, cariño contenido en instantes previos de reconocimiento,
ins-tantes de “te observo”, de “no me acerco”, “de sonrío”, de “te doy la mano”, de “te
abrazo”. Instantes en los que uno se siente dolorosamente alejado.
Es un “ahora voy”, un “ya lo haré”, un “quedan dos horas…” Son interminables caminos,
caminos de tierra, abriéndose paso a través de la inmensidad de la selva, hacia lugares
perdidos, hacia el océano.
Son charcos en el irregular trazado, son camiones deslucidos, son autos oxidados, son
mujeres llevando sobre sí cualquier cosa que puedas imaginar, sin dejar de sonreír, machete
en mano, a quienes observamos alucinados.
Es el canto de los gallos al amanecer, amaneceres relámpago que nunca vi, que tan pronto
como se retira la luz al anochecer, aparece sin previo aviso por la mañana, y empieza otro
gran día, al parpadear, otro día en Costa de Marfil. Los primeros rayos de luz, el sonido del
agua vertida en el cubo de la entrada, Cubitos.
Es un tablón de madera barrando el paso hacia la habitación a los lagartos del baño, es un
“oye, despierta”, un “¡me ducho primero!”, un “buenos días a todos”, un “pásame el agua,
el pan, la leche en polvo, la mermelada…” Es un “¡no tengo cobertura!”.
Divididos en varios grupos según las funciones que más o menos se esperaba que fuésemos
capaces de desempeñar. Profesores, constructores y sanitarios.
Visitamos varios poblados haciendo…lo que pudimos, que viene a ser más bien insuficiente.
Asis-tencia con aforo ilimitado. Montones y montones de pacientes.
Pero dejando aparte lo que es obvio, los sanitarios nos dividíamos en dos: los médicos con
sus respectivos enfermeros, por un lado, y por el otro, el resto, a una improvisada clínica
dental, o-dontología al aire libre. “Me duele aquí”. O más bien: me señalo un diente y me lo
quitas, “que no señora que ese está bien, hay que sacar este otro”. “Perdón, no entiendo…
¡¡¡RYAAAAAN!!!”
El protocolo de visita a los pueblos descolocaba un poco la primera vez, y por supuesto nos
equivocamos, pero en el resto de ocasiones creo que nos hicimos con la rutina. Todo
36
consistía en llegar al poblado, ir a la casa del jefe, primera noticia, segunda noticia, ¡mil
noticias! Asintiendo sonriente imaginando qué podía ser lo que nos estaban contando. Unos
sorbos del siempre, siempre ofrecido banguí, y ¡ale, al lio!
El montaje del chiringuito era rápido: los médicos en cualquier sitio, con paredes o no, y
nosotros, los dentistas, unas sillas, unos cubos-escupidera, un par de mesas de plástico y, en
el mejor de los casos, bajo un toldo del Betis.
Y mientras unos se encargaban de casi todo (Pablo, Sam, Willy…), otros envolvían pastillas
de colores a modo de regalo y el resto arrancábamos dientes. Y así pasaban los días.
Cuando estuvimos agotados, física y psíquicamente: un oasis. Embutidos en dos furgonetas
a toda chufa, parando a comprar pan. Aparentemente, el mismo que habíamos estado
tomando día tras día, pero que al tacto uno descubría lo maravilloso de las cosas
insignificantes. Por fin llegamos. El ruido de las olas. Bajando por una leve pendiente entre
los árboles se habría ante nuestros incrédulos ojos el inmenso océano golpeando con
fuerza sobre la arena y las rocas. Palmeras, cocos y nosotros, nadie más.
Sassandra Beach son olas, son olones, son lavadoras, son unas risas, son unos “madre mía”,
son los tambores, son los micrófonos.
Y tras un gran día de desahogo, volvimos por el mismo trayecto de vuelta con una sonrisa
de oreja a oreja incrustada en nuestro rostro que con la ayuda de una paradita en un
supermercado hicieron de ese día uno inolvidable.
Costa de Marfil: 18.000.000 + 23 habitantes.
Es una experiencia increíble.
¡Gracias a todos!
38
05.12.1984
Barcelona
Estudiant de 4t curs d’EnginyeriaIndustrial per la UniversitatPolitècnica de Catalunya.
POL
PARAREDA
FARRIOL
Memòries d’Àfrica
Agost / Setembre 07 Costa d’Ivori
Fa prop de dos mesos que vam tornar del camp
de treball a Manaboué. Experiències, sensacions,
sentiments i nous horitzons són el que evoca un
viatge com aquest.
Tres setmanes aproximadament vivint en un
llunyà indret entre plantacions de cacau, de cafè
i negres fan que hom es senti despullat de tot
allò que normalment l’envolta. La comoditat
passa a ser ua amiga desconeguda mentre que
vulnerabilitat de sentir-se lluny de casa comença,
en certa forma, a fer-se present. Resumir tot el
que pot arribar a aportar un viatge com aquest
resulta difícil.
Al arribar a Costa d’Ivori un es sent, al principi,
com un més dels pocs turistes que hi ha. Però a
mesura que passaven els dies i, especialment,
quan vam deixar les comoditats que oferia
Abidjan per anar cap aquest racó de
món(Manaboué) l’adaptació a la vida autòctona
era, pràcticament, l’única sortida. Cal dir que en
cap moment vam deixar de ser blancs i no vam
perdre els privilegis que això suposa allà. Malgrat
això, alimentar-se amb menjar autòcton, dormir
al terra amb un matalàs de dubtosa higiene o
l’esforç físic de treballar a l’obra en aquell clima
no deixa de ser quelcom dificultós en cert
moments.
És ben cert que aquest tipus d’incomoditats són
fàcilment superables durant un període
relativament curt (5 o 7 dies). Però quan tens per
endavant gairebé tres setmanes en aquestes
condicions, és una altra història. Va ser,
especialment, la segona setmana (al mig de tot el
període) quan hom es comença a preguntar
(sobretot quan diarrees, els mals d’estómac o els
mosquits comencen a ser quelcom habitual), què
dimonis faig en aquest indret?
Val dir que totes aquestes “males vibracions” eren amb escreix superades pel que cada dia
rebies de l’entorn i de la gent. Habitualment es pot pensar que quan es va a Àfrica a treballar
com a cooperant ets tu qui vas a donar i ells són els qui reben la teva ajuda. En certa forma
és cert, però el que un no espera és que quan es torna s’ha rebut molt més del que has
donat. Ni la construcció d’un menjador, ni un projecte d’abastament d’aigua poden retornar
el que es rep allà.
Sentir-se estimat (tot i que no t’hi pots pràcticament comunicar si no saps francès), sentir-
se acollit com a casa, desconnectar de tot el que hom té habitualment i afrontar-se a un nou
repte és, realment, una experiència increïble. Sentir-se habitant (i no turista) de Manaboué
per tres setmanes fa que realment t’endinsis en la seva forma de viure.
Però tota aquesta experiència hauria estat diferent sense la resta de companys. Va resultar
espectacular veure com persones que no havies conegut fins llavors passessin a ser, de
forma tant important, part de la teva vida quotidiana. El bon rollo, el companyerisme i l’ajuda
mútua va fer que tot el que passés allà tingués un altre color i que els moments difícils d’un
fossin superats amb el suport de la resta del grup.
Al tornar molta gent et pregunta què és el que més t’ha sobtat del viatge. A mi
personalment hi ha dues coses. En primer lloc veure com en major o menor grau les
persones que viuen allà són felices. Riuen, es diverteixen i malgrat tot estan contentes amb
allò que tenen. Resulta sorprenent pensar que nosaltres creiem que necessitem tot i més
per arribar a (com diem nosaltres) ser feliços.
Per altra banda, és difícil pensar i assumir que mentre el nostre pas per Costa d’Ivori ha
estat momentani moltes de les persones (amb nom i cognom) que hem conegut passaran
tota la seva vida allà. I quan em refereixo “allà”, també em refereixo a “així”;amb la mateixa
forma de viure. Això últim és, potser, el més impactant de tota la situació. Mentre uns
(nosaltres) milloren i evolucionen, altres (ells) restaran igual durant, segurament, molt temps.
40
18.01.1954
Mataró
Sacerdot.
Doctor en Filosofia.
Llicenciat en Teologia.
Llicenciat en Biologia.
Actualment, és sacerdot de laUniversitat Internacional deCatalunya i del CMU Pedralbes.
MN. EMILI
ROURE
I BOADA
El miracle de Manaboué
Les breus paraules que tinc intenció de deixar
escrites en aquest relat comencen amb la
intenció de que tots recordem les afectuoses
paraules que Monsieur Papé Raymond ens va
dirigir, com agraïment, el dia de la cloenda del
camp de treball.
Ens va parlar del miracle de Manaboué, referint-
se al fet que 23 espanyols (nosaltres) haguessin
arribat fins a aquell racó de món, en plena selva
ivoriana, per desenvolupar diferents tasques
solidàries sense fer cap tipus de diferència o
distinció per raó d’edat, sexe i menys encara
religió. Afegí com a conclusió que allò havia estat
possible gràcies a la fe comuna i donava gràcies
a Déu amb una insistència certament remarcable.
També va voler deixar de manifest la feina ben
feta: la quantitat de gent que havia estat atesa des
del punt de vista sanitari, ja sigui estrictament
mèdic com odontològic, l’empeny posat perquè
els més petits aprenguessin una mica de castellà,
i l’esforç per deixar quasi acabada la “cantina” de
l’escola, que donarà aixopluc a tots els nens i
nenes que durant l’època de col•legi vagin a
estudiar.
Després d’assenyalar aquests aspectes va afegir
que tanta feina i tant ben feta no els va estranyar
gens –ja esperaven que fos així– perquè pel seu
coneixement de l’esperit de l’Obra –la
santificació del treball (que dona com a primer
punt el fer-lo bé)– això ho donava per suposat.
Però el que admiraven –i no dic sorprès per no
donar una connotació negativa que no hi era en
les seves paraules– i agraïen de forma tant i tant
especial, era la cordial i familiar relació de tots
nosaltres amb tothom, i no només amb els
habitants de Manaboué –que tant generosa i
càlidament ens van rebre– sinó, repeteixo, amb
tothom: de Sago, de Gnago..., fins hi tot els
nostres inseparables xofers i policies.
Com a tercer punt que recordo d’aquell breu i profund discurs –que em va impressionar
per ser inesperat i per l’entorn en què ens trobàvem– va ser la seva petició, precedida
d’una gran deferència, de considerar-nos –ja per sempre– fills de Manaboué, és a dir, de la
seva família, amb tot el que suposa per ells la realitat familiar, que és un vincle molt real,
profund i de compromís. I, també, el detall inoblidable de que amb el so quotidià del cant
del gall enunciant un nou dia, el seu primer record i petició a Déu aniria cap a Catalunya i
cadascú de nosaltres (quant ho agraïm!). Afirmació acompanyada d’una lògica i interessada
petició cap a nosaltres de manera que, això si, sense escoltar el sempre simpàtic cant del
gall, cada dia ens recordéssim de Manaboué, de les seves contrades i, sobre tot, dels seus
habitants.
Estem recordant el miracle de Manaboué, però penso que l’autèntic miracle per a nosaltres
no ha estat el que acabem de recordar, sinó el fet de que varem anar a donar i –perquè no
dir-ho– a donar-nos, i el que ha passat és que hem rebut molt més i se’ns ha donat encara
més. Varem anar amb les mans buides, les maletes plenes i molta il•lusió i hem tornat amb
les maletes buides, el cor ple i molt d’agraïment a Déu i aquests simpàtics amics de
Manaboué i entorns. Des d’aleshores els tenim de ben cert entre els amics: no hi ha dia que,
encara que sembli mentida, no ens recordem d’ells.
Deixeu-me fer una última i petita reflexió, i perdoneu si goso a la generalitzar-la, però hi ha
una pregunta que els primers dies –tot tornant– em vaig fer molts cops fins a trobar-ne la
meva resposta, i espero que d’alguna manera sigui també la vostra. Perquè, essent tants i tant
diferents els qui varem anar, varem tornar tots amb tant de goig i alegria? I desprès de
donar-hi voltes vaig veure que no va ser perquè tot fos prou senzill, el manejar la mar de
bo, i la feina gens cansada. No! Ni perquè ells –els nostres nous amics– visquessin amb
moltes comoditats, molt ben alimentats, ben vestits, amb molta salut i sempre nets i per tant
“feliços de la vida”. Un altre cop, no!, sinó perquè –i aquí arriba la meva conclusió– són tan
senzills, tan bons (deixeu-m’ho dir d’aquesta forma tan simple), tan agraïts, que ben poca
cosa converteix el seu rostre en una faç feliç i alegre.
Pensem –amb un cert esperit repetitiu per part meva– amb les petites atencions que teníem
cada dia amb ells a l’hora d’estar junts, de jugar amb els més petits, de tractar-los com un
més de nosaltres –de fet eren un més dels nostres– i, per fi, els cadeaux que de les nostres
coses varem fer. Era ben poca cosa però ells ho van agrair com un gran tresor. La lliçó és
prou clara. Varem anar a donar i hem rebut molt més. Varem anar a ajudar i ens van ajudar
encara més. Varem anar a ensenyar i hem après força més. Varem anar a curar i hem sortit
nosaltres sanats. Aquest per a mi és el gran miracle de Manaboué, que es conclou amb el
somriure d’aquella gran gent –l’Emil (el patriarca), el Joel, el Pablo, la Maria, el Dani, el Pakum,
la Céci, el Nono, la Macu... Tots i cadascuna de les persones que ens varem trobar, i que ens
hem emportat en el nostre cor amb l’agraïment a Déu, ja per sempre, i que l’any vinent,
pensem renovar.
42
23.02.1987
Barcelona
Estudiant de 3r curs d’EnginyeriaAeronàutica a la ETSEIAT, de laUniversitat Politècnica de Catalunya.
ADRIÀ
VALLÈS
GARCÍA
Ayoka Manaboué
Un dia, l’Andreu em va proposar d’anar a un
camp de treball a l’Àfrica (dos mesos després
d’incitar-me que ens tiréssim des d’un avió al buit
amb paracaigudes) i la meva primera reacció fou
pensar que era una bogeria. Però després de
considerar la meravellosa oportunitat que se’m
presentava, vaig dir-li que comptés amb mi,
rebutjant d’aquesta manera els mil euros que
m’oferia el meu avi per no anar-hi.
El viatge va començar a l’aeroport del Prat i els
nervis van aparèixer al trobar-me amb alguns dels
companys, que ja eren allà.
A l’arribar a l’aeroport d’Abidjan (la capital
econòmica de Côte d’Ivoire) un home ens va
demanar si érem els voluntaris que veníem de
Barcelona. Tothom va fer com si no hi fos, potser
per desconfiança o perquè no enteníem el
francès; fins que va aparèixer en Dani, un home
que només es pot classificar com la persona més
espavilada que he conegut mai.
Sobre la mitja nit vam arribar al poble, quina
rebuda! Entre danses i cants, alguns ballàvem i
altres jugàvem amb uns nens i nenes preciosos.
Aquests et tocaven el cabell i t’oloraven els
braços mentre t’abraçaven i t’oferien l’únic que
aparentment tenien, la mà. Aquella rebuda genial
només era perquè uns nois d’Europa havien
trepitjat el poble de Manaboué (regió de Bas-
Sassandra), sense encara haver fet res. Em va
impactar molt la diferència entre la policia, que
demanava “cadeaux” (regals) aturant-te enmig de
la carretera, i un nen del poble que m’avisava
insistentment “se t’ha caigut el mòbil” i no
s’atrevia a recollir-lo.
En el primer dia de feina, va haver-hi seriosos
problemes amb les tasques de construcció ja que
el permís d’obres l’havia de concedir el cap del
poble, el cap dels joves... A més, vam haver de
regatejar el preu del material i de les hores de
treball del “maçon” (paleta). L’aigua la trèiem d’una bassa, l’arena i grava d’un riu proper, la
fusta dels arbres del cementiri (les tombes del qual feien de graderia durant els partits de
futbol), el ciment era comprat (i els sacs en què venia revenuts per uns 100 francs) i les eines
portades pel “maçon” o ajudants voluntaris.
Les hores a l’obra passaven lentament ja que al principi no teníem aigua per beure i
començaven a aparèixer les primeres butllofes a les mans degudes al pic i a la pala. Als
matins fèiem una pausa en què el “maçon” i companys aprofitaven per beure “bangui” (una
beguda extreta de la destil•lació de la sàvia d’un tipus de palmera). Alguna tarda vam anar
a visitar els camps de palmeres, d’on s’extreuen, segons el tipus, dàtils, plàtans, begudes
alcohòliques, olis, cocos... ; camps de cacau i cafè, el qual s’exporta; cultius d’arròs... Als
voltants del poble abunden els camps de “mandioca” (o “iuca” tal com es coneix a l’Amèrica
del sud), que és un tubercle del qual s’extrau la “tapioca” i es fa el plat típic de la zona:
“attiéké” o “foutou”. La dieta es basa en la mandioca, però també conté animals com serps,
rates, peixos, ocells, gats, gossos, pangolins... El pangolí de Costa d’Ivori és un mamífer, crec
que del tipus Manis gigantea, que té grans escames en forma de plaques i s’enrotlla quan se
sent amenaçat, formant una armadura. Els nens i nenes, al sortir de l’escola on aprenien
castellà, venien a veure’ns i ens portaven fruita de la passió, mandarines i altres fruits que
recol•lectaven dels voltants.
Al poble hi ha tres grans famílies, de la tribu dels “godiè”, que habiten en zones diferenciades.
La llengua godiè és bastant simple (per exemple, no hi ha variació de nombre) i utilitzen la
paraula “ayoca” per a dir: hola, bon dia, adéu, gràcies... Hi ha un espai entre Manaboué i el
poble més proper (Kédigbo) on hi viuen dones que han estat marginades degut a l’adulteri
o altres suposades maleses. Manaboué presenta una clara divisió del territori mitjançant
carrers paral•lels (feta per Mr. Papé) i existeix un cap del poble i encarregats (no
encarregades) per l’aigua, l’electricitat, els joves... Només cal afegir que els homes treballen
al camp i les dones cuiden els fills, fan el menjar, van a buscar l’aigua...
L’hora de dinar sempre s’endarreria degut a l’enorme feina dels metges i dentistes, els quals
arribaven cada dia més horroritzats i, per tal d’oblidar la jornada, solien comentar l’anècdota
del dia. Era durant el dinar on es veia qui menjava perquè tenia gana o qui no ho feia perquè,
a part d’estar abatut pel “attieké”, pensava en les reserves de tonyina que havia portat de
casa.
El dia no era gens calorós (va fer sol uns tres dies) i la nit era més aviat fresca, cosa que
aprofitaven els joves per tocar el tambor, cantar i ballar. En un intent desesperat de mostrar-
los cançons o balls de casa que fossin alegres i semblants als seus, vam cantar i ballar “La
Macarena”, el “Aserejé”, l’himne del Barça, “La Bamba” i “Boig per tu”. En ritme ens guanyen
de sobres.
La navalla multiusos de la zona és el matxet ja que serveix per obrir fruits com cocos, tallar
troncs i branques, tallar palmeres, caçar animals, tallar la canya de sucre... En Desiré
l’utilitzava contínuament i amb molta habilitat. Aquest home d’uns 35 anys, fill del cap del
poble i cap dels joves va resultar ser el “meu amic”. Cadascú en tenia assignat un, amb el
qual hi hauria un intercanvi de regals en la festa programada per l’últim dia. De seguida
44
m’ho va dir i en pocs dies vam deixar de ser simples coneguts. Va presentar-me la seva
família i amics repartits entre Sago, Kédigbo i el propi Manaboué. Una tarda em va proposar
que anés amb ell a sopar a casa un amic, el qual va oferir-me “attieké” i peix. A més, va
regalar-me, per tal que els utilitzessin els meus pares, una gàbia per pescar i un sedàs per
eliminar les clofolles dels grans d’arròs.
Dos dies més tard, en Desiré, em va demanar que vingués amb algun company a casa d’un
familiar seu dit Simplice; vam anar-hi l’Andreu, el Dani i l’Adrián. Aquest home, amb dos
mullers i bons recursos, ens va servir una botella d’alcohol als cinc, mentre vaig poder
divisar a l’interior d’una de les seves cases un pòster d’en Colombo i un cartell de plats
combinats típic de qualsevol restaurant de barri.
En els darrers dies, en Desiré em va cuinar cargols terrestres, va regalar-me plàtans, canyes
de sucre, i el seu regal va ser una camisa feta d’una tela molt particular (sort que no va ser
un pollastre!).
La festa de la darrera jornada al poble va començar amb una missa en una església
improvisada, una mostra de costums i tradicions, uns balls, i finalment, va arribar l’hora del
dinar en el que van assistir diverses personalitats de Sago. Van explicar que en el passat, quan
un noi volia aparellar-se, havia de dur el màxim número d’uns objectes molt peculiars en
forma d’anella a la família de la noia. Aquestes peces, que trobaven els homes als camps, les
havia posat un ésser superior sota la terra.
Quan retornàrem a Abidjan, on passaríem els últims dies en el país, van tornar les imatges
de pobresa. Les construccions inacabades s’intercalen amb plantacions i barraques i, a les
vores del carrer, la gent ven fruita, recàrregues pel mòbil (anunciades per Drogbà en grans
pancartes), diaris, recipients...
Vam aprofitar aquests últims dies per a fer visites molt interessants, entre les quals em va
impresionar la colossal basílica “Nostra Senyora de la Pau” de Yamoussoukro (capital oficial),
de la qual, els estudiants d’Abidjan que ens acompanyaven, n’estaven profundament
orgullosos. Aquest monument cristià, rèplica del Sant Pere del Vaticà, va costar quasi 300
milions de dòlars i pot albergar unes 18.000 persones (7.000 assegudes). Aquesta i la, també
immensa, catedral de Sant Pau (situada a Abidjan) no reflexen el 12% de cristians que hi ha
al país.
Com a conclusió, entre moltes d’altres, puc afirmar que he après força aquest estiu i he
pogut veure el món des d’un altre punt de vista. Moltes gràcies a tots els que heu fet
possible aquesta experiència tan bonica. Com expressa l’himne dit “l’Abidjanaise”, tant de
bo el país torni a ser un model pels territoris del voltant (com ho va ser en el passat) i la
pàtria de la verdadera fraternitat.
Visca Manaboué i la Côte d’Ivoire!
46
22.04.1986
Palma de Mallorca
Estudiant de 3r curs d’Arquitecturade la Universitat Politècnica deCatalunya.
Membre d’ADESCI.
PEDRO
VILLAR
LLULL
E. E. A.
Qui m’ho anava a dir! Un mallorquinet com jo
acabaria a Costa d’Ivori, la veritat és que encara
me’n faig creus, perquè sempre xerram de coses
que hem de fer però finalment mai les acabam
fent (sobretot jo...). En aquest cas va ser diferent,
i finalment aquest fantàstic grup de vint-i-tres
intrèpids personatges, vàrem partir cap al país de
l’Àfrica occidental. Pens que el que em va fer anar
a viure aquesta experiència va ser la meva pròpia
inconsciència de no saber molt bé exactament
on anava. Me’n record del dia que els hi vaig
proposar als meus pares, la idea que, jo ja tenia
del tot decidida, i la ja famosa resposta del meu
pare: “el que facis estarà ben fet”, encara que cal
dir que el dia abans em va passar un mail amb les
recomanacions del ministeri d’afers espanyols, on
no es recomana la visita al país. Tot i així, estava
convençut que hi volia anar, tenia la seguretat de
que el nostre home en el país, en Dani Vives, faria
que la nostra expedició fos un èxit, i a més a més
que ens ho passasim d’allò més bé.
El dia abans de la sortida del viatge estava molt
nerviós, davant la incertesa de què em trobaria a
un país desconegut totalment per mi, com seria
la seva gent, on viurien... i totes aquestes
preguntes que et fas quan no tens molt clar allà
on t’has ficat. Tot i així, tenia moltíssimes ganes
de fer el viatge i ajudar en tot el que em fos
possible.
Quan vam arribar a l’aeroport de Abidjan, vaig
començar a ser conscient de que els únics blancs
que veuria eren el de la nostra expedició, i de
com funcionava el país. No em feia cap gràcia
veure aquells militars amb les metralletes, tot i
que no molt temps després, es convertiria en una
estampa habitual. A partir d’aquest moment ja
sabíem que E. E. A., (esto es África), on tot el que
coneixíem serviria de més ben poc i on ens
adonaríem que les nostres regles del joc en
l’aspecte social, poc tenien a veure amb aquest nou país que encara havíem de descobrir.
La visita al barri de Wassa a Abidjan, ens va fer entrar a la realitat que viu aquesta gent, i pens
que va marcar un punt d’inflexió en tots nosaltres. L’arribada va ser sorprenent, al principi
els nens no s’atrevien a apropar-se a nosaltres i pareixia com si mantinguessin una distància
de seguretat, fins que un dels negrets va trencar el gel, i es va agafar de la mà d’un de
nosaltres. També vam tenir el primer conflicte protocolari amb un dels “jefes” de Wassa, ja
que un d’ells no ens havia donat permís per visitar el poble. Tot es va solucionar, quan una
expedició encapçalada pel mossèn, va anar de visita a la casa del cap en qüestió.
El viatge de Abidjan a Manaboué va ser tota una experiència, jo crec, sincerament, que és
el dia que he menjat més de tota la meva vida, no hi havia lloc on no ens aturéssim a
comprar menjar: pa, plàtans, fruits secs, cocos... s’ha de dir que era per començar a conèixer
la gastronomia del nostre nou país d’acollida. Qualificaria el viatge d’etern, quasi tres-cents
quilòmetres en set hores, tot i que no és d’estranyar, ja que les infrastructures del país són
casi inexistents... i no entenc com, però sempre que demanàvem quan faltava, sempre
quedaven dues hores per arribar.
L’arribada al poble és molt difícil de descriure, jo al•lucinava, vàrem haver de passar per uns
arcs fets amb fulles de palmera, com si fóssim gent important... i ens va rebre tot el poble
cantant i ballant al més pur estil africà. Després ens van fer seure, on es va dur a terme la
cerimònia de recepció oficial, els “jefes” i la gent del poble estaven tots allà. Aquí beguérem
el primer tassó de bangui, i també ens regalaren el primer gall.
La primera nit va ser dura, molt dura, per un urbanita. No vàrem tenir temps d’instal•lar les
mosquiteres perquè varem arribar molt tard, i després de matar els corresponents
escarabats i aranyes (sort que no veiem totes les que hi havien) vàrem poder dormir. S’ha
de veure el sentiment de seguretat que dona dormir envoltat de la mosquitera.
La construcció del menjador, i més en el cas d’un estudiant d’arquitectura com és el meu
cas, va ser una gran experiència, ja que era totalment artesanal. Els fonaments els férem amb
el pic i la pala, a tots menys als germans Jurado ens van sortit bòfigues (la població local se’n
reia de nosaltres per això!), mentre que la fabricació del morter tampoc havia sofert cap
novetat en anys, es feia damunt de la terra mesclant-ho tot manualment, i el totxos, fabricats
un per un, introduint la massa dins del motlle. Per fer els encofrats, els del poble van tallar
un gran arbre que estava al costat de l’escola, que alhora està al costat del cementiri, que
serveix de grades per al camp de futbol. Sense cap preocupació van tallar la carretera, ja
que l’arbre va caure allà ben enmig. Després la fusta la vàrem utilitzar per fer els encofrats
més casolans que he vist en la meva existència, els resultats dels pilars i les jàsseres no
varen ser espectaculars... de fet valia més no posar cap nivell, però lo important era que
aguantessin el pes, i així va ser. Gràcies a la construcció aprenguerem a agafar la vida amb
el ritme africà, és a dir, fora nervis i fent tot el que podíem, tot i que les coses es feien “más
con pausa que con prisa”.
Les nits eren d’allò més divertides, sempre hi havia gent ballant i cantant, molts dies ens
ajuntàvem amb els del poble i acabàvem ballant amb ells, molts cops més obligats que per
voluntat pròpia, s’ha de dir que no tenim el ritme en el cos, tot el contrari que ells. Record
48
el dia que ens van demanar que els hi ensenyéssim la nostra dansa tribal, i jo no sé si
vosaltres coneixeu la vostra, però no és el meu cas. Així que vàrem decidir fer un show
“tipical spanish”, que com a plat fort, tenia la cançó de la Macarena de los del río. La cançó
va triomfar, i dies després tots els joves del poble ja la ballaven.
Una cerimònia, per dir-ho d’alguna manera, fou la festa de comiat o dels amics. Resulta que
havíem de fer un intercanvi de regals amb la gent del poble, però nosaltres no podíem elegir
el nostre amic, sino que eren els del poble es que elegien al seu “amic”, el cas es que hi va
haver gent que va tenir un “amic” al que no havia vist en tot el mes que portavem per allà,
una situació curiosa. El meu amic va ser en Jean Claude, vaig tenir la sort que era el meu
amic de veres, però em va saber greu una cosa, a l’intercanvi de regals jo li vaig donar roba,
del meu tamany... i ell no és que fos dels més alts del poble, així que no sé que n’haurà fet.
Ell em va regalar una tela, no d’aquelles tan catòliques sinó una més discreta, que no pens
rentar perquè no perdi aquell olor tan característic africà.
La meva relació amb les begudes del país era complicada, no crec que se’m passés pel cap,
la idea de fer un “botellón” amb aquestes begudes, perquè les conseqüències podrien ser
desastroses. El cas és que aquesta gent era capaç de veure bangui a totes hores... record
un dia que vaig anar a treure sorra del riu amb els del poble i vaig haver de beure per
compromís dos tassons de l’elixir de palmera, que portaven la mosca inclosa, surant per
damunt de la beguda. Em va costar però finalment vaig ser capaç d’entendre el ritual a
seguir per beure: en primer lloc havia de bufar suaument, per, d’aquesta forma, llançar la
escuma i la mosca de la part superior del líquid, i, en segon lloc havia de llançar una mica
del líquid a terra per tal de retornar-lo d’allà on havia sortit. L’altre beguda típica era el
cutucú, aquesta gràcies a Déu era menys freqüent, ja que era alcohol en sang directament,
una d’aquestes begudes alcohòliques que una vegada t’has begut notes totes tot el
recorregut que fa per l’interior del teu cos. Tota una experiència això de provar aquestes
begudes.
No em podia oblidar, abans de finalitzar, d’una persona molt important per a la meva
supervivència enmig de la selva... que hagués estat de nosaltres sense el libanès (que
realment era de Mauritània) i la seva fantàstica botiga!, vos recoman profundament aquest
petit negoci si algun dia passau pel poble de Sago, a uns quants quilòmetres de Manaboué.
Aquest humil comerç, va canviar profundament les meves perspectives alimentàries, varem
passar del mític arròs amb caps de peix, salsa de terra, bou recent matat... a poder menjar
galetes fabricades al propi país. La veritat és que aquestes galetes eren un poc estantisses,
però vos assegur que quan és l’únic que hi ha, es converteixen en les millors galetes del món.
Perquè la gastronomia del país es molt dura per als estómacs d’uns urbanitas occidentals
com és el nostre cas, encara no puc oblidar el futú, aquella bola pastosa de consistència més
dura que el formigó i tan difícil de empassar-se, més difícil encara si portava per damunt una
d’aquelles salses tan picants, que tant agraden a la població autòctona.
No sé si realment vàrem ajudar a aquella bona gent, el que si que tenc clar, és que ens van
donar una lliçó de com ser feliços sense tenir gairebé res, i que l’experiència sens dubte va
valer la pena.
Vull aprofitar aquestes línies per agrair molt profundament a la O.N.G. Farmacèutica
Apotecaris Solidaris, i en especial al seu president Mateu Tous i al director tècnic Joan
Albert Segura, el fet d’haver-me deixat col·laborar en una de les seves missions humanitàries.
Degut a l’estreta relació d’Apotecaris Solidaris amb la meva família soc molt conscient de
l’esforç, el treball i la dedicació que tota la gent de la O.N.G. dedica cada dia en planificar i
desenvolupar els seus projectes d’ajuda. Per a mi ha estat tot un privilegi formar part del
seu equip, de la seva gent, i sobretot de poder haver compartit aquest esperit d’ajuda i
col·laboració que ha fet d’Apotecaris Solidaris una institució reconeguda i admirada arreu
de la nostra comunitat. Un fet del que em sent profundament agraït i honrat, i del que sense
cap dubte, al igual que el país i la gent que vaig conèixer a l’Àfrica, formaran sempre part
del meu cor.
50
13.08.1970
Barcelona
Llicenciat en Ciències de laInformació per la UniversitatAutònoma de Barcelona.
Actualment, és professor de laUniversitat Internacional deCatalunya i de la Universitat deNavarra.
EUGENI
XALABARDER
VOLTAS
Tambores en las noches deManaboué
Llegamos de noche a Manaboué. Una noche en
caída libre, sin transición, pues en Manaboué nada
es difuso. Todo es contraste. Lo blanco es blanco
y lo negro es negro. Las noches son especiales.
Son tambores y grillos. Se despierta el alma,
expectante, mientras comienza la lucha contra el
mosquito. Ríos de Relec por tobillos, brazos y
cara. Calcetines y pantalón largo. Excepto los
negros, que siguen con sus chancletas, con su piel
tensa y sus palmas endurecidas por el uso del
machete. Machete para trabajar y machete para
cocinar. Cocinan comidas de sabores dulces y
salsas picantes. Menú rutinario de achiqué o
arroz. Pescado y futú. Frutas tropicales al alcance
de la mano y bangui, bebida tibia y dulzona, savia
de palmera fermentada al fuego. Y entre vaso y
vaso el ritual. Se dan las noticias necesarias, se
respeta al patriarca y se bebe de nuevo.
Los negros huelen distinto. Huelen a sudor de
plantaciones de cacao, de palmeras, de caminos
transitados a pie un día y otro. Olor a polvo. Olor
a pobreza. Olor a sudor agrio por falta de
higiene. Sudor de bienvenida y de despedida. De
acogida y de cansancio. De resignación y de
vitalidad. De danzas tribales al anochecer, de
danzas tribales al amane-cer, de danzas tribales
al atardecer. Es un pueblo que danza. Y suda
como los demás. Y sufre las enfermedades como
los demás. Pero en esta ocasión hemos
conseguido contener el sufrimiento accidental
con atención médica y odontológica. Manaboué
es contraste. Qué poco cuesta curar el cuerpo
africano y qué difícil es aliviar el alma occidental.
No hay transiciones en Manaboué. De la tristeza
a la alegría por el hecho de obtener como kadó
un par de calcetines. Un bolígrafo es una sonrisa
de felicidad. Y de recelo. Aquí uno es dueño tan
sólo de la propia dignidad. Manaboué es resignación arrastrándose por las calles sin trazar
de un pueblo donde no existen las calles, pero donde todos los caminos confluyen en un
pozo del que se obtiene agua para beber, para cocinar, para lavar... En Manaboué la tierra
no tiene sed. En agosto llueve dos de cada tres días. El clima es húmedo y empapa al que
trabaja. Pero la ropa húmeda de sudor y lluvia va levantando el comedor y las letrinas del
colegio. Ladrillos hechos a mano, uno a uno, secados al poco sol que brilla en agosto.
En los momentos de crepúsculo hay que estar atento porque no hay transiciones. Unos
tenues rayos de luz filtrándose por tejados y paredes de palma y barro. Y pocas horas
después amanecerá como anocheció, como con prisa, sin tiempo al descanso, al
entretiempo, sin grises, sin atardeceres perezosos. Viene el sol y se hace de día. Se va el sol
y se hace de noche. Da igual el idioma en el que se aprendan las palabras, como lo han
comprobado los niños que han recibido clases de castellano. Sin embargo en su idioma, el
Godje, se distinguen mejor las estrellas. Mientras, el tiempo pasa y todo sigue igual. Un día
y otro. Y otro más. Así parece que ha sido durante siglos. Así es ahora. Las casas de barro,
los fuegos de leña. Y los tambores, de noche, siguen sonando. Emiten suspiros de resignación
y vitalidad que será difícil olvidar. Me acompañarán en mi mundo occidental, pues sin pedir
permiso contagiaron mi alma con el mal de África.
Laurent gba gbo nan ayao.
52
memoria fotografica` `
54
Lida Kouassi, un ex-ministre de Defensa
i conseller del President ens va rebre a la
seva casa.
El patriarca i els “jefes” dels pobles de
Manaboué i voltants, es fotografiaren
amb Mossèn Emili, el nostre patriarca.
56Monsieur Papé ens va rebre a la seva casa
amb la seva família un dels nostres darrers
dies d’estada al país.
El poble sencer de Gnago II es va fotografiar
amb nosaltres, atenent a la proposta de
Monsieur Papé.
La manca de contenidors als carrers fa d’aquestes un autèntic
abocador on les famílies més pobres cerquen residus reutilit-
zables,o bé, i amb més necessitat, restes de menjar per alleujar
la seva fam. A la imatge, una dona cerca entre els residus en
una panoràmica de la ciutat d’Abidjan.
La manca de mitjans converteix les aigües
que s’endinsen a la ciutat d’Abidjan en un
safareig públic, a on les famílies renten la seva
roba que després són assecades al sol.
58
La mancança de mitjans, afegit a un coneixement molt
deficient en matèria d’higiene, fa que rentar-se no sigui
considerat com a necessari. En aquest cas, la fotografia
pren la imatge d’un nen que surt d’aigües empantana-
des.
Rera les primeres pors dels nens deWassà d’apropar-se a
“l’home blanc”, preneren totes les confiances per a fer-se
fotos i divertir-se amb nosaltres.
Després de les salutacions pertinents,
varem fer una visita del barri a la que
ens varem sorprendre de la escassetat
que pateixen.
60Un nen es banya al nostre pas pel barri
de Wassà.
Nens i nenes ens acompanyaren en tot
moment a la visita del barri.
Els mercats s’estableixen de la calçada. Els
poblats pels que discorre la carretera es tornen
grans mercats d’abastiment a itinerants.
La carretera comarcal careix de paviment en
bon estat. Els trams asfaltats s’alternen amb
trams de fang i molt freqüents sots i basses.
62
Freqüentment, les plantacions es troben a les
afores de la ciutat. Per això, la bicicleta es torna
en el mitjà de locomoció més utilitzat. A la
imatge, un treballador torna del camp amb un
sac ple de collita.
En haver-hi pobresa, les cases d’adobe són
les més freqüents.
Els animals ocupen els poblats. No tenen un
camp propi, sino quepasturen per allà on volen.
64
Les carreteres entre pobles manquen d’asfaltat,
i el seu aspecte sol ser com el de la fotografia:
paviment de terra, sots profunds i vegetació
frondosa a ambdós costats.
Extensos camps de palmeres discorren durant tot el camí entre Abidjan i Sassandra.
66
Les dones de Manaboué ballen en honor
dels visitants blancs, en forma de
benvinguda.
Ara, són els nens de Manaboué els
que ens mostren la seva gratitud amb
una simpàtica benvinguda.
68
Els homes del poble mantenen una
conversa sota un arbre.
Eugeni i Dani són acompanyats per un
habitant de Manaboué fins al poble més
proper, Sago.
Les dones són un col·lectiu molt treballador,
a la imatge tres dones transporten grans
troncs sobre els seus caps per un camí del
poble de Sago.
70El mercat de Sago està ple de families
que posen a la venda la seva collita.
Els nens es diverteixen a un pou proper a la
localitat de Sago. La presència d’estranys alterà el
seu ordre de joc per a seguir els nostres
moviments.
Els nens també ajuden a les tasques
de la llar.Aquests dos venen del riu
de netejar unes galledes.
72
El taller de reparació de bicicletes de Sago
és freqüentat per tots els pobles de la zona.
Les vaques són animals transhumants a
Costa d’Ivori. Els camps de Manaboué
foren testimonis, i no menys aquests dos
nens que posen davant dels animals.
74Pobresa. robes trencades, si n’hi ha, condicions
antihigièniques, un tronc caigut. Així no hauria de
ser com els nens juguessin.
Costa d’Ivori és el tercer exportador del món
de cafè.A la foto, els grans de cafè esperen el seu
moment per a ser collits.
Els camps de cultiu de “Manyoc” tampoc
falten al país.
76
Extensos camps de palmeres recorren tot el
país, dels que s’extrauen cocos, dàtils, oli de
palmera, i bangui, un licor propi de Costa d’Ivori.
El procés d’assecat del cacao es du a terme al
sol durant més de 40 dies.Després, és venut a
grans fàbriques qui ho exporten i manufacturen
per a ser convertir en xocolata.
78
Els dàtils de les palmeres esperen per a ser
premsats i extreure d’ells oli de palmera.
A les classes de castellà acudiren un gran
nombre de joves. Els jocs foren part essencial
de l’aprenentatge,com per exemple, les sopes
de lletres.
80
Els nens atenen a les explicacions dels
professors a una de les aules de l’escola
de Manaboué.
Miguel va ser un dels integrants del
grup d’educació. A la imatge,
assisteix a alguns alumnes que
tenen dubtes sobre el llenguatge.
Les ànsies d’aprendre són patents al nen
de la imatge que amb llibreta i bolígraf en
mà, va fer els deures encara que fos l’hora
d’esbarjo.
Eugeni també va fer de professor.
Aquesta vegada, els nens del
poble de Gnago II varen ser qui
varen rebre classes de castellà.
82A Gnago II, el grup d’educació va
tenir la tasca d’ensenyar castellà
als nens del poblat. Ignasi, entre
d’altres, va fer de professor.
La construcció no entén de races
ni colors.Tots ajuden per a un fi
comú.
Aquest aspecte presentava la construcció
del menjador a mitjans de la nostra
estada a Manaboué.
84Dani i Adrián, germans, cooperen en la
formació de les jàceres del menjador. La
seva experiència va ser vital en certes
fases de la construcció.
L’elaboració dels blocs de ciment són
necessaris per a la construcció.
Una dona albina espera el seu torn a
l’avantsala de la consulta del metge
Miquel Alfonso.
86
Llargues coes d’espera es formaven diàriament
des de bon de matí al dispensari de Sago. Les
persones esperaven per a ser ateses.
A un lloc amb poca llum i escassos mitjans,
Miquel va passar consulta durant prop de tres
setmanes.Thierry el va ajudar amb les dificultats
de l’idioma.
Les condicions en les que desenvolupa
Santi la seva tasca com a doctor no són,
ni de lluny, les que ofereix la seva
consulta a Espanya. Tot i així, la
necessitat és la mateixa aquí i enllà.
88Sovint, les condicions per a passar consulta
no són les més òptimes, pel que qualsevol
lloc és susceptible de ser utilitzat com a lloc
de consulta. En aquest cas,Quim assisteix a
una dona.
César, estudiant de periodisme, mai va tenir
cap objecció en sanar ferides, lletges o no tant.
Miquel exercint de metge i passant revisió
amb una llanterna d’excursionista, mostra
de la mancança d’eines.
Una mare mostra la seva filla albina
front a la sala de maternitat del
dispensari de Sago.
90Apotecaris Solidaris de Mallorca va fer
una generosa donació amb la que
pogueren gaudir de medicaments
diversos poblats de la província de
Sassandra.
Els nens es fotografien, a dalt i a
baix, amb la donació.
Ryan i Gonzalo treballaren dur per a
proporcionar assistència odontològica.
Com si fos un espectacle, a les consultes
mèdiques s’apropava un gran nombre de
persones: familiars, amics o qualsevol
tipus d’afinitat.
92
Llargues coes s’amuntegaven
davant la presència del
col·lectiu de sanitaris.Així, no
és estrany que treballessin
matí i tarda per a donar
cobertura al màxim número
de pacients.
Una vista àmplia del conjunt de dentistes
desenvolupant el seu treball.
Els nens mostren agraïts la donació
que els ferem arribar.
Un nen, tímid, es renta les dents
en presència dels dentistes.
94Una nena mostra com ha aprés a
rentar-se les dents.
Ignacio i Álvaro, germans i dentistes, els
qui procuraren per la donació, ensenyen
a dos nens a rentar-se les dents.
Tots volen arribar a ser grans futbolistes.
Creixen i juguen amb la imatge, sempre
present, dels seus ídols. El futbol els fa
oblidar la seva pobresa.
El futbol és per a ells una diversió.
On hi hagi una pilota, mai faltarà un
somriure.
96El futbol ocupa una part important de la
seva vida. Els nens que juguen són els
que encara no s’han adonat de la nostra
presència, els altres, ja han deixat les
seves feines.
Ignasi,Albert, Pol, Ryan, Luis, Leandre,Dani,Andreu, Ignacio i Gonzalo varen ser reptats pel poble de Sago a
competir per un campionat. La victòria va ser pels espanyols.
Maku ens dedica una de les seves
simpàtiques rialles i de les seves
mirades de princeseta.
Una nena perd la seva mirada a l’infinit.
98El més “pillo”,Dani Rodolph.
Els nens riuen en presència de les
càmeres fotogràfiques.
La complicitat i aprovació que va tenir el poble
amb la nostra tasca fou excepcional. Un nen, amb
un gest, mostra la seva gratitud.
Possiblement, la joguina més nova i en
millor estat amb la que poden jugar els
nens de Manaboué és aquesta.
100
Cabells arrissats, llavis grossos, nas aplatat
i, per desgràcia una cicatriu, solen ser
trets característics dels africans.
Dodó ens demana una foto.
Durant els dies que el
grup d’espanyols varem
ser a Manaboué, els nens
es divertiren molt amb els
jocs que organitzarem per
a ells.
Entre tant contrast, al barri deWassà
també descobrirem la mirada
angelical d’aquesta nena.
102La cara sempre amable de
Marie ens va acompanyar
durant tota la nostra estada.
Pablo ens va ajudar cada dia amb la
nostra tasca, Fou intèrpret, picapedrer,
guia, guardià, amic i un magnífic
amfitrió.
La simpatia i amabilitat dels
habitants de Manaboué es
mostra en aquesta cara.
Nonó també ens acompanyà
durant la major part de la
nostra estada, sempre recorda-
rem la seva hospitalitat.
104
Dodó en té 5 anys i, com a tal, jugà amb
tots nosaltres.
Lettre d’adieu.
M. le patriarche du villageM. le chef du village
M. Papé Raymond
M. Daniel directeur de Comoé et
M. Eugène Chef de la délégation catalans et la délégation catalan
Mrs. Les chefs coutumiers
Honorables invités, dmis de tous bords
Chers parents,
Mnes et Mrs
Manaboué vous salue, vous dits Ayoka
Manaboué petit village moderne, avec l’electriication, des rues particulierement bien
tracées, des maisons de types modernes pour la plupart, une école avec une capacité
d’accueil de plus de 300 élevés. Cette école vient de voir la construction d’une
contine et six latrines qui d’ailleurs lui donneront une allure de modernisme et de
fierté. Et ce, grâce a la délégation espagnole conduite par M. Daniel qui a travaillé soins
cesse et sans relâche pour donner forme a cette contine et les latrines.
La délégation reflète l’image d’un peuple catalan travailleur, courageur et noble qui est
pour l’aide des pauires. Manoboué ne saura jamais vous remereier, car votre noblesse
et votre largesse dépasse notre entendement. Vous venez lo de poser un acte qui
touche nos entrailles. Nous vous disons grandement et infinitement merci de ce que
vous aviez permis de par votre acte que notre village soit dorenavant un model.
Ce faisant, nous ne pourons nous empêchez de vous dize que Manaboué est á
compter de ce jour votre village a M. Papé, homme intelligent et travailleur, charcheur
du developpement. Homme de valeur dont la nobllesse, la simplicité, l’esprit de
créativité sont vos caracterìstiques. Manaboué vous dit également merci.
Merci pour tout et que puisse le seigneur vous benisse, ainsi que nos freres catalans.
Que Dieu benisse Manaboué,
Je vous remercie !
Carta de comiat.
Senyor Patriarca del poble,
Senyor Cap del poble,
Senyor Papé Raymond,
Senyor Daniel director de Comoé i
Senyor Eugeni Xalabarder Voltas Cap de la Delegació de Catalans i la Delegació
Catalana,
Senyors Caps Costumistes,
Honorables convidats, amics de tots els horitzons
Estimats pares,
Senyores i senyors,
Manaboué us saluda, us diu Ayoka,
Manaboué, petit poble modern amb electrificació dels carrers particularment ben
traçats, de les cases de tipus modern per a la majoria dels habitants, una escola amb
capacitat d’acollida de més de 300 alumnes. Aquesta escola acaba de veure la
construcció d’una cantina i 6 lavabos que, de fet, li donaran un aire de modernisme i
orgull. I això, gràcies a la Delegació Espanyola dirigida pel senyor Daniel, que treballa
amb constància per a donar forma a aquesta cantina i lavabos.
La Delegació reflexa la imatge d’un poble català treballador, valen, que està sempre a
l’ajuda dels pobres.
Manaboué mai sabrà agrair-vos, donat que la vostra noblesa i la vostra grandesa supera
el nostre enteniment. Acabeu de realitzar un acte que arriba fins als nostres cors. Estem
infinitament agraïts per que heu permès amb el vostre acte que el nostre poble sigui
ara, un model.
No obstant això, no podem evitar dir que Manaboué és, també, des d’avui, poble del
senyor Papé, home intel•ligent i treballador, cercador del desenvolupament. Home de
valor la noblesa, simplicitat i esperit de creativitat del qual, són les seves
característiques. Manaboué li dóna també les gràcies.
Gràcies per tot i que el poder del Senyor us beneeixi a tots, així com als nostres
estimats germans catalans.
Que Déu beneeixi a Manaboué.
Moltíssimes gràcies a tots!
106
Agraïments
De la A a la Z...
ADESCI (www.adesci.org).
Apotecaris Solidaris de Mallorca.
Charité Berlin GMBH.
CMU Pedralbes.
Distribuidora Rotger.
Farmàcies Vendrell.
Fundació FC Barcelona.
Fundació Reial Mallorca.
Ràdio Tordera.
Universitat Internacional de Catalunya (Odontologia).
I a tots aquells particulars que, amb les seves aportacions individuals, han fet possible
aquest camp de treball i l’ajuda a tanta gent. En especial a:
Dani Vives i Centre Cultural Comoé.
Monsieur Papé Raymond.
Monsieur Augustus.
108
Índex
Inici 2
Presentació 4
Memòria escrita 6
Luis Berga Montaner 7
Santi Costa Palau 13
Daniel Jurado Batanás 15
Andreu Labian Pagès 17
Ignacio Maristany Pintó 21
Quim Megías Barrera 27
Miguel Ochoa de Olza Soler 31
Gonzalo Olivieri Fernández 35
Pol Parareda Farriol 39
Mn. Emili Roure i Boada 41
Adrià Vallès García 43
Pedro Villar Llull 47
Eugeni Xalabarder Voltas 51
Memòria fotogràfica 54
Lettre d’adieu 105
Carta de comiat 106
Agraïments 108