memorias de un reportero de los tiempos de cristo (edibesa) - carlos de heredia

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Memorias de Un Reportero de Los Tiempos de Cristo (Edibesa) - Carlos de Heredia

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  • VIDAS DE JESS / EDIBESA 7Coleccin dirigida por Jos A. Martnez Puche, O.P.

    3

  • CARLOS M.a DE HEREDIA, S. J.

    MEMORIAS DE UNREPORTERO DE LOSTIEMPOS DE CRISTO

    EDIBESA. Madre de Dios, 35 bis.Tel.: 91 345 19 92 - Fax: 91 350 50 99

    E-mail: [email protected]://www3.planalfa.es/edibesa

    28016 MADRID

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  • Gracias a:Candy Martnez de Qulez,Juan Antonio Espinosa ySantos Martnpor su valiosa colaboracin

    Con el mximo respeto al texto original, se ha sometido a una revisin y actualizacin de palabras,giros y citas bblicas, en orden a una mayor correccin y mejor comprensin.

    Jos A. Martnez Puche

    EDIBESAMadre de Dios, 35 bis. 28016 MadridTel.: 91 345 19 22Fax: 91 350 50 99E-mail: [email protected]:\\www3.planalfa.es/edibesa

    ISBN: 84-8407-122-7Depsito legal: M. 23.713-2000

    Fotocomposicin e impresin:Color 2002, S. L.

    IMPRESO EN ESPAA - PRINTED IN SPAIN

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  • NDICE

    Introduccin

    LIBRO PRIMERO

    EL Q UE HA DE VENIR

    1. En las oficinas del Boston Graphic2. Principio del manuscrito3. Treinta aos atrs4. En el mercado5. A la orilla del Jordn6. La entrevista7. El lago8. Cafarnan9. El Bautismo

    10. Cumpleaos de Ans11. Algo de poltica12. Arimatea13. Can14. Herodes15. Herodas16. Betania17. Samara18. Endor19. El gemelo20. Las bodas21. El templo22. En la cama23. Chuza24. Cefas25. La vendedora de higos26. Quarto27. De viaje28. Empieza la lucha29. Epilpticos30. El diablo31. Bienaventurados32. Su mirada33. La cuestin del sbado34. La tempestad35. Curaciones36. Maqueronte37. Una gira38. El nmero trece39. La mujer40. Efervescencia poltica

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  • 41. Un banquete42. Entusiasmo43. Samuel44. Cartas y recortes

    LIBRO SEGUNDO

    YO SO Y

    1. Una hierba maravillosa2. Manuscrito divino3. Los recabitas4. Sina5. Purim6. Despedida7. Una sorpresa8. Discusiones9. Gallos y caballos

    10. Sus manos11. Una carta12. Confesin13. Nuevos escribas14. Graduacin15. Estn verdes16. Intereses heridos17. Tabernculos18. Ceremonias19. Fin de fiesta20. Luz21. Sidonio22. Investigaciones23. Zaqueo24. La visita25. Tramas polticas26. Una hiptesis27. Los tres hermanos28. Simn29. La enfermedad30. El mensaje31. Crees t esto?32. Aqu; fuera!33. El justo no miente34. El vaso de alabastro35. Hosanna36. La conspiracin37. La cena38. La traicin39. Simn Pedro40. Yo soy41. El programa del da42. Claudia43. Todo se ha cumplido

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  • 44. Los funerales45. Myriam46. El gran sbado47. La ltima lucha48. Fragmentos49. As como lo dijo50. Mara!51. El retrato52. Ms pruebas53. A puertas cerradas54. Pilato55. En casa de los Baltazar56. A Galilea57. De vacaciones

    LIBRO TERCERO

    Y AHO RA, Q U?

    Prlogo1. La prpura de tiro2. La junta3. El pescador de perlas4. Toma y lee5. Nuevas noticias6. El lazo de la unin7. El rey electo8. El pastor9. Un regao de mi abuelo

    10. La relacin de Marta11. El pan con levadura12. En las sinagogas13. La proclama de Pedro14. Los nios15. Un da perfecto16. Aquella noche17. El plan de mi abuelo18. Carta muy interesante19. Cien aos despus20. La cuestin candente21. Una cita22. Las credenciales de Pedro23. Con el senador Pudens24. Cena de familia25. Dificultades26. Ananas y Safira27. Consecuencias opuestas28. Nuevo chasco29. La primera corona30. El panegrico31. De viaje32. Los novios

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  • 33. Nuevos cristianos34. Empieza la desunin35. El tejedor de tiendas36. Conversando con Jonadab37. La vspera38. El matrimonio39. Fiestas40. Prosiguen las fiestas41. El hijo prdigo42. Das felices43. Entrevistas44. Ms entrevistas45. En Magdala46. En Jerusaln47. Felipe48. Los cuervos viejos49. Santiago Alfeo50. Cumpliendo una promesa51. Rhod52. Antioqua53. Los elegidos54. Todos hijos55. Rumbo a Europa56. Basta de Jerusaln57. Platicando con mis nietos58. Salve, oh cruz preciosa!59. Id por todo el mundo60. Haciendo recuerdos61. Cra cuervos62. La dispersin63. Agabo64. Sale la luna65. Jos66. La estrella67. Nazaret68. Maestra69. Llega Quarto70. La tercera dimensin71. Onsimo72. La perla negra73. El bibliopola74. Narracin de Mardoqueo75. Testigos ardientes76. Los dos grandes testigos77. Antiguos conocidos78. Las dos hermanas79. Las catacumbas80. Regalos81. Las gemelas82. Judea Capta83. En la isla de Creta84. Los nufragos

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  • 85. Fin de Mardoqueo86. La inspiracin87. Juan88. La Vernica89. Exmenes y premios90. Y ahora, qu?91. Cartas y telegramasEplogo

    LA LEYENDA MARIANAdel Padre Carlos M.a de Heredia, S. J.

    Algunas ediciones de MEMORIAS DE UN REPORTERO DE LOSTIEMPOS DE CRISTO han aadido al final la famossima LEYENDAMARIANA, del mismo clebre autor, Padre Heredia.

    Como en esta edicin hemos optado por presentar una letra ms legible y se hapasado de las mil pginas,

    LA LEYENDA MARIANASE EDITA EN UN TOMO DE EDIBESA APARTE

    Para quienes han disfrutado leyendo las Memorias de un reportero, hay unasegunda parte, centrada en la Madre, Myriam, del mismo estilo que lasMemorias: fidelidad absoluta a los datos evanglicos, adornados con la creacinde un ambiente, tan bien logrado segn la tradicin juda y cristiana, en el queMyriam y los personajes que la rodean se mueven como seguramente se movieronen su da. No se lo pierda!

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  • INTRODUCCIN

    Hay libros que piden presentacin del autor cuando ste es menos conocido, o haquerido, por modestia o deferencia, subrayar su nombre con el prestigio de un amigo. Noes tal el motivo de estas lneas, ni es mi pluma la que debe sealarte quin es el PadreCarlos M.a de Heredia, jesuita mejicano, rebosante de sangre y gracia espaolas, comopregonan sus varias obras llegadas a nuestras manos a travs del Atlntico. Si erespersona piadosa, conocers, sin duda, Una fuente de energa, uno de los pocos librosascticos que se leen una vez empezados con el inters de una novela. Y si te atraen losmisterios de leyendas de velador, seguramente habrs odo asombrado las experienciasextraas de este jesuita, reflejadas en varios de sus libros sobre Los fraudes espiritistas.

    El libro que tienes en tus manos, si no me engao, necesita unas palabras depresentacin para evitar cierta extraeza, si eres catlico instruido, y aun quiz algo deescndalo, si perteneces al grupo de lectores piadosos.

    El autor deja entrever su intencin al escribir este libro, cuando dice, por labios delsupuesto empresario yanqui, Mr. Connor, que desea una descripcin de lo que pas enlos aos de Cristo, como lo hubiera podido escribir un reportero de nuestro tiempo sihubiera vivido entonces.

    La original inventiva del autor realiza esta ocurrencia, presentndonos al escritor delBoston Graphic, Mr. Myles, que, bien provisto de dlares, se traslada a Tierra Santapara mejor ambientarse, y, de camino, tiene la suerte de alojarse en el clebre monasteriode Santa Catalina, al pie del monte Sina, donde encuentra, arrumbados, nada menos quelos manuscritos de unas autnticas Memorias del tiempo de Cristo, que le dan eltrabajo hecho, con el atractivo de excitar la curiosidad americana al reclamo de undescubrimiento arqueolgico inesperado. Con agudeza periodstica nos describe, ensupuesta correspondencia, las peripecias de su intento, acentuando las dificultades de lalectura y traduccin para excitar ms el inters de los lectores.

    Por fin, empieza la transcripcin acomodada de los artculos que iba enviando, yaparecan en el nmero dominical del Boston Graphic, con interrupciones intercaladas yaun lagunas inevitables, por el mal estado del manuscrito, que mantienen vivo el intersde los lectores de estas Memorias.

    No deja de afectar al lector espaol la ocurrencia del Padre Heredia, que presentacompatriota nuestro al autor de las Memorias, Rafael Ben Hered, quien, despus detrasladarse a Palestina, por encargo de su padre moribundo, tiene la suerte de presenciarel desarrollo del drama de Jess, referido autnticamente en los santos Evangelios. Elambiente, los personajes, todo el relato, presenta el colorido realista de algo vivido, con latrama imaginaria, pero probable, de una novela histrica de los tiempos de Jesucristo.Las citas textuales de los libros sagrados garantizan al lector el fundamento histrico delrelato. Ni faltan las alusiones oportunas a las absurdas teoras racionalistas contra elEvangelio, representadas en personajes fingidos de la poca, que dejan entrevergraciosamente (a travs de sus nombres algo deformados) las mismas invectivas de un

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  • Strauss o de un Renn. El proceso psicolgico de la conversin del mismo autor de estasMemorias no puede por menos de afectar a ms de un lector moderno. Ms an, losltimos captulos de la obra, con la presencia inesperada en Roma de Mr. Connor y sufamilia, la audiencia concedida por Po XII, que culmina meses ms tarde en laconversin de este rico judo al catolicismo, adquieren un inters insospechado, mezclade historia y ficcin literaria, al presentarse el mismo Padre Heredia como autorverdadero de las MEMORIAS DE UN REPORTERO DE LOS TIEMPOS DE CRISTO.

    La originalidad del autor en su relato hace llegar a todos los lectores, aun los menosdispuestos a estudios serios de apologtica, las pruebas razonables que preparan odefienden la fe catlica en la divinidad de Jesucristo y de su obra. Amenamenteentreverada con notas y alusiones del supuesto manuscrito de Ben Hered, se divide laobra en tres partes bien diversas.

    La primera parte, El que ha de venir, nos hace asistir a la vida pblica de Jess, cuyapredicacin y milagros coinciden con las esperanzas mesinicas del pueblo escogido enaquellos mismos aos. En la segunda parte, Yo soy, encierra la afirmacin irrebatible de latesis mesinica de Jesucristo, cuya vida, muerte y resurreccin se refiere como a travsde los mismos espectadores, y sobre el fondo histrico resalta, luminosa, la divinidad delmismo Cristo. La tercera parte, Y ahora, qu?, narra los comienzos de la Iglesia comoobra de Cristo, atrayendo hacia s las miradas del judo antiguo y del intelectual moderno,como realizacin innegable de la obra mesinica, anunciada siglos antes por los profetas.Es natural que, al contacto de la gracia divina, brote en aquellos nimos el destello de lafe cristiana, como vemos luego en el propio Mr. Connor, en las ltimas pginas de laobra, que recuerdan la conversin de tantos otros al contacto del Evangelio.

    El lector que haya seguido hasta el final toda la obra, no tendr ms remedio queagradecer al autor el haberle acercado a Jesucristo, hacindole crecer en su conocimientoy amor, al mismo tiempo que goza con el encanto de su inventiva literaria. Con raznrepetir las frases que pone el autor en labios del Santo Padre en aquella audiencia deMr. Myles: Tu obra ser leda por muchos, y har un gran bien.

    Y hecha la presentacin de la obra, me despido de ti, lector amable, para noretardarte ms la fruicin de la lectura de estas Memorias, que, impacientemente, estsesperando.

    Jos Caballero, S. J.

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  • LIBRO PRIMERO

    EL QUE HA DE VENIR

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  • 1EN LAS OFICINAS DEL BOSTON GRAPHIC

    Bill Connor toc un botn, son un zumbador, y Myles, que estabatranquilamente leyendo en su escritorio, se levant al orlo.

    Qu deseaba usted? pregunt.Sabes hebreo? inquiri Bill.Desde chico lo aprend con el rab Wise. Vivamos en el barrio judo; hice amistad

    con su hijo Neftal, y aqul me tom cario, y se propuso ensearme su idioma. Tresaos despus ya poda traducir corrientemente a Isaas.

    Magnfico! dijo Bill. Y sabes rabe?Tambin lo aprend en mi barrio, y puedo leer el Corn.No se necesita ms; creo que t eres el hombre que buscaba. Y has ledo la Vida

    de Cristo, por Tissot?Ni aun saba que existiera semejante autor.Pues aqu la tienes y diciendo esto, mostraba a Myles tres grandes y gruesos

    volmenes que tena sobre el escritorio. Llvalos, y dales una ojeada; luego vendrs acontarme la impresin que te ha causado, pues tengo un plan que tal vez podamos llevara cabo.

    Myles tom bajo el brazo los volmenes, y, balancendose de un lado a otro, segnsu modo de andar, se dirigi a su pupitre, encendi la pipa y se puso a hojear el tomoprimero. Apenas haba llegado a la pgina diez, cuando el joven reprter se dio unapalmada en la frente y dijo: Acabramos! Esta es la famosa estampa del Magnificatque tanto critica el cannigo Shean en Mi nuevo coadjutor Cierto que quita la ilusinque nos dejan las imgenes de la Virgen pintadas por los grandes artistas: pero, si he dedecir verdad, esta imagen me parece mucho ms conforme con la realidad que aqullas.As debi ir vestida la Virgen en su visita a Isabel, y no como nos la pintan Rubens o elTiciano. Este es un vestido legtimamente oriental, como es oriental todo el paisaje que lesirve de fondo

    La escena que acabamos de referir pasaba en la sala editorial del Boston Graphic.Mr. Connor, llamado familiarmente Bi, era el editor en jefe, y Myles, uno de losprincipales reporteros.

    Dos largas horas pasaron antes de que Myles terminara de examinar los volmenes;al fin, llevndolos otra vez bajo el brazo, se dirigi de nuevo al escritorio de Mr. Connor.Este, con su eterna visera verde sobre la frente y los pies en alto, sobre el pupitre, lea unperidico, doblado en largas tiras, segn era su costumbre.

    Bill! dijo Myles, dejando caer bruscamente los libros sobre el escritorio del editor.Qu hay? pregunt este, soltando el peridico.Ya los examin, y me parecen muy interesantes.Me alegro mucho respondi Mr. Connor.Las otras vidas de Cristo que he ledo son todas poco ms o menos lo mismo

    aadi Myles.

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  • Eso me parece a m tambin; en cambio, Tissot, con el lpiz, nos ha dado a conocerla indumentaria, las costumbres y los paisajes de Palestina como debieron ser en tiempode Cristo. No es verdad?

    Yo pienso lo mismo. Tissot ha hecho algo nuevo, y a m me han impresionado susdibujos. Propiamente no ha escrito una vida de Cristo, sino que ha ilustrado diversospasajes de los Evangelios.

    Yo opin el editor no creo en nada; pero, a pesar de todo, la figura de Cristo mees sumamente simptica, y su doctrina, aunque no la sigo, me parece admirable. Lasvidas de Cristo que he ledo no me llaman la atencin, unas por eruditas y otras por faltade erudicin. En cambio, siempre que leo los Evangelios me siento sumamenteimpresionado. Estas lminas de Tissot me han hablado al corazn mucho ms que Lavida de Jess, por Renn o por Strauss. Yo no s si alguno ha intentado escribir una vidade Cristo desde el mismo punto de vista que Tissot tom para sus ilustraciones; eso megustara.

    Ya entiendo aadi Myles. Usted quisiera un Cristo como lo entendieron los queen su tiempo vivan, y no visto a una distancia de dos mil aos.

    Me has comprendido muy bien, Myles; eso es lo que deseo. Yo quisiera unadescripcin de lo que pas en aquella poca memorable como la habra escrito unreprter de nuestro tiempo si hubiera vivido entonces.

    Lo que usted quiere es algo as como Las memorias de un reportero de los tiemposde Cristo.

    Magnfico, magnfico! exclam el editor, entusiasmado. Y, desde luego, yatenemos el ttulo, que ser sumamente llamativo: Las memorias de un reportero de lostiempos de Cristo. Y te consideras capaz para escribir con este tema una serie deartculos para nuestro peridico?

    Myles se rasc la cabeza, y respondi:Me parece cosa difcil, aunque el argumento es enteramente de mi gusto. Para

    escribir esas Memorias, sin embargo, creo indispensable hacer un viaje a Tierra Santa, yvivir all una temporada.

    Muy bien, Myles; voy a proponer la idea al Board of Directors de nuestroperidico; creo que autorizar los gastos, como si se tratara de enviar un reprter a laguerra entre China y el Japn. Vuelve a verme maana, y, mientras tanto, ve pensando tuplan.

    Myles se retir frotndose las manos. El argumento le llenaba, y, teniendo cartablanca para su viaje a Palestina, crea poder escribir algo muy interesante en estilomoderno. Con su fogosa imaginacin, ya se vea entrevistando a Pilato; navegando en ellago de Genezaret con Andrs y Pedro; conversando con la suegra de este; asistiendo albaile del natalicio de Herodes y siguiendo a Cristo por todas partes, presenciando susacciones y escuchando sus palabras. Lo primero que hizo fue ir a casa y hablar con suexcelente madre, a quien comunic sus planes. La buena anciana, de extraccinirlandesa, se entusiasm pensando en lo que su hijo poda escribir acerca de NuestroSeor, y anim a Myles a llevar a cabo la empresa.

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  • Bueno, madre dijo, conmovido, el joven; ahora te toca pedir mucho a NuestroSeor para que yo escriba algo digno de l y no queriendo mostrar su emocin, semarch directamente a la Boston Library, donde pidi vidas de Cristo. Sinexageracin, le trajeron ms de doscientas escritas en ocho lenguas diversas.

    Cuando concluya con estas dijo el bibliotecario, sonriendo, le traeremos, porpartes, ms de dos mil; pero si usted quiere libros relacionados con la obra de Cristo, sercosa de vaciar media biblioteca.

    * * *

    Ocho das despus, Myles, bien provisto de buen nmero de cartas derecomendacin para las autoridades de Egipto, Arabia y Palestina, y de sus TravalersCheques, se embarcaba en Nueva York rumbo al Oriente. Al abrir la maleta, ya en elvapor, Myles se encontr con un extrao envoltorio, en el cual, prendida con un alfiler,vio una tarjeta que deca: Para un reportero de los tiempos de Cristo. Agnes. TomMyles el bulto con curiosidad, no sabiendo qu podra contener aquel regalo de su novia;lo abri, y con sorpresa encontr una tnica y una gran toga romana. Esa era, en efecto,la indumentaria que corresponda a un periodista de hace dos mil aos. Myles se quit elabrigo, se puso la tnica, se envolvi en la toga como capa de torero, se cal susombrerito quesadilla, sac la pipa, sentse en la confortable butaca de su camarote,subi los pies en una silla, y fumando empez a pensar en la primera carta que debaescribir al editor del Boston Graphic. Estando en esa postura, entr al camarote unamericano, compaero suyo, y, al ver aquel cuadro, djole, sorprendido:

    Qu es eso, Myles? Te has vuelto loco?No, mi querido amigo, no estoy loco estoy en traje de carcter.Carcter de qu? pregunt el amigo.Es el traje propio de un reportero de los tiempos de Cristo.

    Monasterio de Santa Catalina o de la Transfiguracin. Monte Sina. Arabia.Mr. William Connor. Boston Graphic. Boston, Mass (U. S. A.).Aunque todava no llego a Tierra Santa, pues estoy en Arabia, pennsula del Sina,

    tengo excelentes noticias que comunicarle. No escribir sobre mi viaje hasta aqu, puesnada de importancia ha sucedido. Este antiqusimo monasterio de monjes cismticosgriegos, est situado al pie del histrico monte Sina, donde Moiss recibi de Yahv lasTablas de la Ley. La sagrada montaa es imponente; parece de fuego por su color rojizo,es abrupta y pelada y termina en un pico que besan las nubes, cuando las hay en estatierra sedienta, en medio del desierto. Al pie, sin embargo, dentro del recinto de esteedificio, hay una fuente de la que beben los numerosos habitantes del monasterio. Este,ms que monasterio, parece una fortaleza. Edificado a varios metros de altura sobre elnivel del desierto, est circundado por una gran muralla. Para llegar a l hay que subiratado a una cuerda, con que lo levantan a uno hasta la muralla, como cualquier fardo.Temen los monjes las incursiones de los beduinos, y por eso toman sus precauciones. Yopude ser admitido gracias a las cartas y credenciales que me dio el patriarca cismtico de

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  • Alejandra; de otra suerte, hubiera hecho mi viaje en balde. Mucho podra decirse de estepueblo-monasterio; pero lo que me interesa es llegar a la biblioteca. Esta es un gran salnabove-dado, donde se encuentran amontonados, no clasificados, innumerables rollosde pergamino de valor histrico incontestable, pero desconocido para estos monjesignorantsimos. Aqu fue donde Tischendorf, en la primavera de 1844, encontrarrumbados los rollos del Codex Sinaiticus, que contiene escritos en hermossimoscaracteres griegos los Evangelios y varios libros del Antiguo Testamento. Su antigedadse remonta, segn los crticos, al siglo IV de nuestra Era. Tuve yo conocimiento de estehecho en Alejandra, y, en mi deseo de encontrar documentos que pudieran ayudarmepara escribir mis Memorias, vine decidido a buscarlos aqu. Mucho trabajo me costconseguir la confianza de estos cismticos; pero algunos dlares distribuidosprudentemente me dieron al fin paso franco a la biblioteca. Ms de un mes he pasadorevisando antiqusimos papiros y pergaminos igualmente venerables. Al fin, la casualidadpuso en mis manos un verdadero tesoro. En un canasto arrumbado y cubierto, sinexageracin, por el polvo de los siglos, encontr muchos rollos escritos en claroscaracteres griegos. Mis estudios de esta lengua, hechos en el Boston College, mefacilitaron la lectura y qued sorprendido al encontrar que eran lo que podramos llamarlas Memorias de un judo hispano de la poca de Cristo. Empec a leerlos, y cada vezme iban interesando ms y ms. Son un verdadero tesoro; con ellos no necesito ya msque dedicarme a interpretarlos para tener las Memorias que trato de escribir. Tuve queemplear mucha sagacidad y no poco dinero para persuadir a estos cismticos de que melos vendieran. Como, gracias a usted, tengo carta blanca en cuestin de dinero, nodud un momento en adquirir para el Boston Graphic tan admirable manuscrito. Hoysalgo con mis cien rollos cuidadosamente empaquetados, para Jerusaln, donde, ayudadode unos intrpretes griegos, espero poner manos a la traduccin, interpretacin yacomodacin de tan interesante documento. Ya no escribo ms, pues quiero mandar estacon una caravana que se dirige a Alejandra. Yo seguir con otra caravana hacia Palestinapor el camino del desierto.

    De usted como siempre,MYLES.

    * * *

    Jerusaln. Palestina.Querido Bill: Despus de tragar arena, finsima y pasar por unos calores caniculares,

    llegamos a esta Ciudad Santa. Con las cartas que traa de Estados Unidos para losbuenos frailes franciscanos, tengo ya mi alojamiento en esta hospedera. He conseguidodos rabs y dos intrpretes griegos, y maana, sin falta, empezaremos el trabajo detraduccin y adaptacin del manuscrito. Los buenos frailes estn admirados desde quevieron estos valiossimos pergaminos. El documento est escrito con una sencillezadmirable, y el modo de juzgar del autor es semejante al mo, que, al escuchar la lecturade algunos pasajes, ya traducidos, me parece estar oyendo lo que yo mismo hubiera

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  • escrito. Creo que no se van a necesitar comentarios. En algunos lugares, los pergaminosestn algo rodos por los ratones; pero me parece que no han comido esos animalejosnada de importancia.

    Con mi prxima carta ir el primer captulo de las Memorias. He dicho captulo porcostumbre; pero son ms bien trozos separados los que forman este interesantsimodocumento. Y hasta luego. Suyo como siempre,

    MYLES.

    * * *

    Jerusaln.Mi querido Bill: Creo que la publicacin de estas Memorias va a hacer poca. Estn

    escritas con tanto donaire y, por otra parte, con tanta exactitud, que mis amigos losbuenos frailes franciscanos de Tierra Santa no caben en s de gozo. Hoy le remito lasprimeras cuartillas. Lalas, y creo que merecern su aprobacin. Dejo a voluntad deusted los ttulos de los captulos, como si fueran encabezados de peridico. Espero,ansioso, su opinin.

    Suyo,MYLES.

    * * *

    Cuando llegaron a manos de Mr. Connor las primeras hojas de este manuscrito, lasley con avidez, y despus, triunfante, las llev a presentar al Board of Directors desu peridico. stos dispusieron que se empezaran a publicar el prximo domingo; y as,apareci en la edicin dominical del Boston Graphic el siguiente encabezado:

    Descubrimiento inaudito. Un documento de los tiempos de Cristo, encontrado pornuestro reportero en el monte Sina.

    Y luego, en el prembulo, decan los editores que la publicacin se hara cadadomingo. Su ttulo era este: MEMORIAS DE UN REPORTERO DE LOS TIEMPOS DE CRISTO.

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  • 2PRINCIPIO DEL MANUSCRlTO

    Me llamo Rafael Ben Hered, de la tribu de Benjamn. Mis antepasados, despus de lacautividad de Babilonia, emigraron a Palestina, y fueron a establecerse a Lucentum, en lacosta de la Hispania Cartaginense. Yo nac en Calagurris Nassica, de donde era mimadre. A los pocos aos fui llevado a Barcino, donde mi padre tena un gran almacn demercaderas de Oriente, siendo considerado como uno de los comerciantes ms ricos dela Tarraconense. Desde muy nio quiso mi padre que le acompaara yo en sus viajes porel Mediterrneo, no solo de Hispania, sino de Galia e Italia. Queriendo darme unaeducacin esmerada, a la muerte de mi madre me dej en Roma, en casa de unosparientes israelitas, para que asistiera yo a las clases de los principales maestros de lapoca. All aprend a la perfeccin el latn, el griego y la Filosofa, hacindome desdeentonces a las costumbres romanas. Me tocaron los aos ms florecientes del reinado deAugusto.

    Terminada mi educacin literario-filosfica, lleno de ardor y ambicin, me dediqu,financiado por mi anciano padre, al comercio de telas finsimas, joyas, perfumes yobjetos de arte. La suerte me favoreci mucho ms de lo que yo hubiera imaginado, yantes de los treinta aos era ya uno de los joyeros ms ricos y respetados de Italia yGrecia. Cierto da recib un mensaje de mi octogenario padre; me peda fuera a Hispaniapara cerrarle los ojos, pues presenta su prximo fin. Cumpl con toda devocin y cariomis deberes filiales. Cuando muri mi padre y abr su testamento, me encontr quecomenzaba de esta manera: Hijo mo queridsimo: Quedas poseedor de una granfortuna, pues a lo que t has ganado se aadirn los bienes que te dejo como nicoheredero. Muero tranquilo, en la religin de mis padres, esperando que tus ojos vean loque no fue concedido a los mos: la redencin de Israel. A pesar de lo mucho que hasviajado, nunca has extendido tus correras a la tierra santa de tus mayores. Te ruego, sime tienes cario, que cumplas esta ltima voluntad de tu padre. Cuando ests cansado delos negocios, ve a visitar el templo santo de Jerusaln, y en l ofrece vctimaspropiciatorias por el alma de tu padre y de tu madre. Acurdate de lo que hizo JudasMacabeo, que envi doce mil dracmas de plata al templo de Jerusaln para que seofreciesen sacrificios por los pecados de los difuntos; presintiendo recta y religiosamentela resurreccin, consideraba que a los que haban muerto despus de una piadosa vida lesestaba reservada una gracia grande. Es muy santo y saludable el pensamiento de rogarpor los difuntos para que sean libres de sus pecados. Quiero an recomendarte otra cosa.Yo, a pesar del tiempo que he dedicado a los negocios, no me he olvidado nunca deseguir estudiando las Escrituras. Por esta lectura me he llegado a convencer que est yamuy cerca la redencin de Israel, y tengo el presentimiento de que esta llegar durantetus das. Riquezas te sobran, de talento no careces, instruccin profana la tienes endemasa; pero, segn lo que he visto, poco sabes de la religin de tus padres. Ve aPalestina, y dedica tu ingenio al estudio de esa religin bendita; escudria las Escrituras,estudia los usos y costumbres de los tuyos en aquella tierra, que, con esto, mucho

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  • aprovechars. Levanta diariamente tu corazn a Yahv, y pdele te haga digno de ver loque mis ojos no vieron, lo que desearon ver los santos profetas y no alcanzaron. Estoyseguro, hijo mo, que t sers de los escogidos; la salvacin de Israel se acerca.

    Despus de esto daba sus instrucciones testamentarias, encargndomecontinuadamente la limosna, como otro Tobas. Al fin me daba la bendicin con toda laefusin de su alma.

    Muchos aos han pasado desde entonces, y cada vez que recuerdo sus palabras, laslgrimas ruedan por mis ya enjutas mejillas.

    Varios aos tard en cumplir con la postrera voluntad de mi padre. Era yo an joven,en comparacin de lo que soy ahora. Al fin, un da, estando en Brundicio, supe que iba azarpar una trirreme llevando a Palestina al nuevo procurador romano Poncio Pilato. Medecid a marchar, tanto ms que la nave tocaba Alejandra, donde tena yo que arreglarvarios asuntos.

    Durante el viaje, en circunstancias bastante vulgares, hice conocimiento con Pilato. lse haba mareado mucho, y yo padeca del mismo mal. Los dos nos encontramospagando al mar nuestro tributo en la baranda de la nave. Yo iba vestido de romano; tenaa ello derecho por ser ciudadano y mis riquezas me abran las puertas de los msencumbrados magnates del Imperio. Trabamos amistad, y cuando, sintindonos mejorlos dos, proseguimos nuestras conversaciones; sabedor de que yo llevaba conmigo ricasgemas, quiso que se las enseara a su esposa, Claudia Procla. As comenz esa amistad,que deba reanudarse ms tarde. Yo me qued en Alejandra, mientras ellos siguieron aPalestina. Nos despedimos, no sin rogarme ambos que, a mi llegada a Judea, fuera avisitarlos, lo que les promet.

    Contra lo que yo esperaba, mi permanencia en Alejandra se alarg dos aos ms. Alfin, decidido a cumplir religiosamente la ltima voluntad de mi padre, emprend micamino al pas de mis mayores, como ellos lo haban hecho, a travs del desierto.Entonces, lleno de salud, vida e ilusiones, pis por vez primera las vertientes del montesanto del Sina, donde muchos aos ms tarde haba de establecer mi ltima morada.

    Despus de la destruccin de la ciudad y del templo, huyendo del mundo, construaqu una gran fortaleza, acompaado de varios amigos que quisieron seguirme. Unafuente hermossima nos proporciona sus abundantes aguas para beber. Mis grandesriquezas me facilitaron la edificacin de este retiro, donde pienso acabar mis das despusde haber puesto en orden mis Memorias. Estas no las he escrito ahora, sino muchos aosatrs, cuando viajaba por Palestina y an se levantaba, soberbio, el templo de Yahv,ahora destruido.

    No quiero retocarlas; quiero que vayan como las escrib entonces; testigo presencialde los acontecimientos ms grandes que jams ha registrado la Historia. Solo he queridoque mis escribas las pasen en limpio, y para esto he hecho venir los mejores pergaminosde Alejandra. Quiero que si alguna vez son ledas estas Memorias, el lector reciba lasmismas impresiones que yo recib, esperando que mis relaciones, sencillas e ingenuas,produzcan en su alma el mismo efecto que aquellos hechos, que yo presenci con misojos, produjeron en la ma. Repito que van como fueron escritas hace muchos aos,

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  • cuando yo estaba en el vigor de la vida, y, pena me da el confesarlo, en el apogeo de miincredulidad filosfica. Quiero advertir, sin embargo, que, aunque hinchado con la cienciaprofana que haba aprendido en Roma, nunca trat de cerrar mis ojos a la luz. Buscabala verdad, y la verdad me sali al encuentro sin yo pretenderlo. Ojal que esta disposicinma sea tambin la que anime a los lectores de estas Memorias, pues estoy seguro de quesi van sinceramente en busca de la verdad, esta les saldr, como a m, al encuentro, ylos har libres.

    Sirvan, pues, estas lneas como prlogo1.

    * * *

    Yo, Josefo, hijo del historiador, escribo estas lneas para dar a los lectores de estasMemorias una idea de la fisonoma y carcter del autor, a quien trat ntimamentedurante los ltimos veinte aos de su vida.

    Era Rafael Ben Hered nativo de Hispania, pero perteneciente a una de las msrenombradas familias de la tribu de Benjamn, citada expresamente en el captulo 26 delLibro de los Nmeros, verso 40. Cuando le conoc, aunque nonagenario, estaba an enla plenitud de sus facultades mentales. Tena una memoria felicsima, un entendimientoclaro y una brillante imaginacin. Era extraordinariamente erudito en las literaturas yciencias profanas, como educado en la mejor escuela de Roma de tiempos de Augusto.Segn l me contaba, sus conocimientos en la lengua hebrea eran escasos cuando vino aPalestina; pero se dedic con tanto ardor al estudio de las Escrituras, bajo la direccin deSamuel Ben Abia, que lleg a dominar la lengua hebrea como cualquiera de los msrenombrados doctores de Israel. Cuando lleg a Alejandra, apenas hablaba la lenguaaramea, corriente entonces en Judea; pero tom maestros, y cuando arrib, despus dedos aos, a Palestina, hablaba aquella lengua con soltura y la escriba con elegancia. Ensu aspecto fsico recordaba a los patriarcas. Su estatura era mediana; su nariz aguilea;sus cejas, juntas y pobladas, y su barba blanca como la nieve le llegaba ms abajo de lamitad del pecho. Tena gran cuidado de ella y presentaba la textura de la seda. Sus ojos,negros y sumamente vivos, eran un tanto picarescos. Sus labios, rojos, delgados y finos.Su dentadura, completa como la de Moiss, era blanca. Sus manos, suaves, tenan dedoslargos y delicados. Todo su porte era majestuoso, como el de un patriarca, y eraexquisitamente limpio en su persona e indumentaria. Se mostraba en todo su refinadaeducacin, siendo su hablar tranquilo y cadencioso. Por lo que toca a su carcter moral,aunque su juventud haba sido bastante borrascosa y disipada, como l confesabaingenuamente, era de lo ms equilibrado. Iracundo, haba logrado dominaradmirablemente este defecto, mostrndose siempre humilde y manso, a pesar de lorelevante de sus prendas y de su posicin, no solo desahogada, sino opulenta. Aunqueacostumbrado a mandar y ser obedecido, era suave su trato, en especial con losinferiores, a quienes amaba y de quienes, por esto reciba muestras de cario. Eraenemigo acrrimo de la mentira, del dolo y de la falsedad. La astucia y la desconfianza,propias de su carrera de comerciante, le haban servido de mucho para no dejarse

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  • engaar; pero estaban templadas con la simplicidad de su trato casi de nio. Esto no quitaque estuviera siempre prevenido contra el fraude: era muy difcil embaucarle. De carcterpositivo en sus investigaciones, hizo muy buenas migas, como l mismo cuenta, conToms, llamado el Gemelo, poco inclinado a admitir cosas sin prueba convincente. Apesar de sus muchas riquezas, era generoso y sumamente caritativo, casi manirroto, conlos menesterosos, aunque opuesto a toda ostentacin. Nadie saba las limosnas quehaca, y sola retirar su proteccin de aquellos que, indiscretamente, publicaban sugenerosidad.

    En su trato familiar, era alegre y jovial, inclinado a la broma de buena calidad; peroera muy medido con personas puntillosas y sensibles. Nunca hablaba mal del prjimo, yprefera callar si no haba materia que pudiera alabar en la conducta de los dems2.

    * * *

    Segu con todo cuidado la ruta de nuestros Padres en el desierto, por lo cual, a pesarde que llevaba provisiones en abundancia, fue el viaje tan penoso, que no volver aintentarlo. Por supuesto, que no dur cuarenta aos, sino cuarenta das, pero fuesuficiente.

    Siguiendo por el desierto de Pharan, atravesamos Edn, y llegamos, finalmente, almar Asfltite o Muerto, precisamente en el punto donde debieron estar las CiudadesMalditas. La impresin que me caus ese mar fue de verdadera desolacin. Da una ideade muerte mucho ms pronunciada que el desierto. En este nadie espera encontrar sinoaridez por doquiera; pero cuando uno se encuentra frente al agua, lo que espera esvegetacin, frescura y alegra, y, sin embargo, alrededor de aquella llanura de aguacaliente, quieta y en extremo salobre, la naturaleza parece muerta. En las aguas de estemar no hay vida, como la hay en el ocano. All no hay peces que resistan lo salobre delas aguas. Por otra parte, lejos de sentir algn fresco delante de aquella sabana lquida, elcalor es intolerable. Cunto hubiera deseado poderme baar para lavarme del polvo delcamino y refrescarme algn tanto en aquella agua que aparece cristalina y tranquila!Quise probarla, y tuve que arrojarla luego; tena un sabor detestable a sulfato demagnesio mezclado con petrleo, sabor que me qued durante buen rato en la boca. Enla ribera encontr, en lugar de vegetacin, una sustancia negra y resinosa, el asfalto, elbetn, que denuncian la existencia subterrnea del petrleo. Cuando quise lavarme lasmanos, las saqu impregnadas de sales, como me haba sucedido en ciertas fuentestermales de la Panonia, donde, si se mete un ramo de frescas flores, sale, en pocosminutos, convertido en un manojo de flores impregnadas de sales y contextura de piedra.Esto me trajo a la memoria la historia de la mujer de Lot, convertida en esos mismosparajes en estatua de sal. Sin duda, un chorro hirviente de aquellas aguas salinas la matinstantneamente, en castigo de su desobediencia, e impregnada de aquellas sales, quedall convertida, para escarmiento de los venideros, en verdadera estatua de sal.

    Dej presuroso aquel paraje, y me dirig hacia el Norte, llegando felizmente a Engad,el centro de los escenios, en donde se cultiva la vid que produce el famoso vino. Son

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  • como anacoretas que viven en las cavernas rocosas del lado Oeste del mar Muerto. Merecibieron afablemente, dndome hospitalidad por aquella noche.

    Al da siguiente, muy temprano, empezamos la subida de las montaas del desiertode Jud, rido y triste. Al caer la tarde divis una pintoresca poblacin con sus casasblancas como grandes dados de cal, en medio de higueras y sicomoros: era Hebrn, unade las ciudades ms antiguas del mundo, cerca de la cual nuestro padre Abrahn,peregrino en aquella tierra, fij su tienda, edific un altar y ofreci al Seor agradablesacrificio.

    Haba yo enviado un mensajero a Samuel Ben Abia, que habitaba en la poblacin,anuncindole mi llegada. As, pues, cuando nuestros camellos, reconociendo el lugar dedescanso, dieron a los aires su relincho particular, vi venir hacia m a un venerableanciano. Era Samuel, quien, con la tradicional hospitalidad de los patriarcas, me llev asu casa, me lav los pies, me dio el beso de paz y me proporcion al punto abundantealimento: un magnfico cabrito asado, panes cocidos al rescoldo, higos, dtiles y unmagnfico vaso de cuerno lleno de vino de Engad.

    _____________1 Aqu termina el prlogo escrito por Rafael Ben Hered a la edad de ciento diez aos. Juntamente con este

    prlogo encontr un pergamino separado y escrito por distinta mano. Su autor Josefo, hijo del famosohistoriador, que fue, como l cuenta, uno de los compaeros del autor en sus ltimos das. (Nota del traductor).

    2 Despus de esta descripcin del carcter del rab Rafael Ben Hered, nos hace Josefo hijo la descripcin delos ltimos das y muerte de nuestro cronista; pero, teniendo estas rasgos especiales, preferimos dejarlo paracuando, terminadas las Memorias, volvamos a tratar del autor. Ahora continuamos con la narracin de nuestrocronista o reportero, como se le llamara en nuestros das. (Nota del traductor).

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  • 3TREINTA AOS ATRS

    Desde que pis tierra de Judea, pude notar una cosa muy curiosa. As como entrenosotros, los judos de la Dispersin, no se habla de ordinario de otra cosa que denegocios, entre estos buenos israelitas de Palestina el tema obligado de lasconversaciones es la cuestin religiosopatritica del advenimiento del Mesas. Los pobresy los ricos, la gente de los poblados y la del campo, los que pertenecen al partido o sectade los fariseos, lo mismo que los escenios, los escribas y los herodianos, y hasta lossaduceos, todos hablan de lo que llaman la Esperanza de Israel. En consecuencia, tanpronto como qued hospedado en la preciosa quinta de Samuel Ben Abia, de razasacerdotal; despus que, cumpliendo las obligaciones de la hospitalidad, me dioabundantemente de comer, lo primero que me pregunt el piadoso israelita fue:

    Qu piensan nuestros hermanos de la Dispersin de la llegada del Mesas?Yo, con toda sencillez, respond:No saben an que haya llegado.Ni yo lo saba tampoco.Samuel sonri tristemente al ver mi ignorancia, y aadi:No, no ha venido an, o por lo menos no lo sabemos, hijo mo; mal podan saber

    nuestros hermanos de la Dispersin lo que nosotros ignoramos. No, no te pregunto eso.Lo que te pregunto es si vosotros, como nosotros, pensis y hablis del Mesas esperado,ya que el tiempo sealado por la profeca de Daniel est terminando.

    Mi padre respondera uno de los que no se olvidaban de esto, y en su testamentome recomend que viniera a Palestina, ya que el tiempo del cumplimiento de lasprofecas, como t dices, haba llegado. Esperaba que viera yo con mis ojos lo que a lno le fue dado ver: la Salud de Israel.

    Tu padre, Esteban, a quien quise mucho, era ciertamente de los que esperaban conansia la salvacin de nuestro pueblo. Cuntas veces hablamos de ello en este propiolugar, bajo esta frondosa higuera! Pero lo que yo te pregunto es si como tu padre hayotros muchos; si todos los dispersos piensan en esto con frecuencia.

    La pregunta era tan directa, que ya no pude seguir divagando, y le dije confranqueza:

    Querido Samuel, en lo que pensamos los de la Dispersin es en negocios y msnegocios. Creo yo que la esperanza en la redencin de Israel existe, sin embargo, en todocorazn israelita; pero ms bien bajo la forma poltica que la religiosa. Como Roma lodomina todo, es cordialmente odiada de todos, y, naturalmente, esperan que algunovenga a sacudir este yugo. Y como nuestras profecas, por otra parte, hablan de eselibertador, s, piensan en l, pero desde el punto de vista poltico ms bien que delreligioso.

    Samuel suspir tristemente, y coment:No merecemos que venga; aqu tambin casi todos piensan de esa manera.

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  • * * *

    Haba yo llegado muy estropeado de mi viaje a travs del desierto, y necesitaba unlargo reposo. Por otra parte, el tiempo no urga y la quinta de Samuel era de lo ms apropsito para pasar unos das descansando. Hebrn, como he dicho, es una de lasciudades ms antiguas del mundo. Est llena de recuerdos, y, con tan buen ciceronecomo Samuel, pas all varios das visitando la comarca, instruyndome un poco en lahistoria de Israel y estudiando las profecas, que yo apenas conoca de nombre.

    Una tarde, habiendo salido a dar un paseo por el valle de Mambre, donde seencuentran las tumbas de Abrahn, nuestro padre, y de Sara, su mujer, me acerqu a ungrupo de pastores que haban ordeado una cabra y beban en vasos de cuerno laespumosa leche, mientras coman higos y dtiles secos. Al verme llegar, el ms anciano,que era uno de los pastores de Samuel, con toda llaneza me invit a acompaarlos en sumerienda, aceptando yo gustoso el ofrecimiento.

    Rab me dijo David, que as se llamaba el anciano pastor, llegas en los momentosen que contaba a estos muchachos una historia de hace treinta aos.

    Pues prosguela, querido David aad con benevolencia, que a m me encantanlas historias de los ancianos ; siempre tiene uno que aprender de los mayores, aunquecuenten cuentos.

    Dispensa, rab repuso el pastor; lo que yo narraba es una historia verdadera quepresenci en casa de Zacaras, el hermano mayor de mi amo Samuel.

    Tanto mejor, tanto mejor exclam, sonriendo; cuenta esa verdadera historia, y sies interesante, como lo presumo, la escribir en mis Memorias.

    Yo tena entonces cuarenta aos continu el pastor, ya que ahora tengo setenta, yviva en la casa de Zacaras, el cual, aunque mudo, estaba en Jerusaln ministrando en eltemplo, pues era un sacerdote. Una maana me llam Isabel, la esposa de mi amo, y medijo: David, t eres hombre de confianza y quiero hacerte un encargo: mi prima Mara,la esposa de Jos de Nazaret, est en Jerusaln y quiere venir a verme. Toma el mejorasno, ve a la casa de Phanuel, mi primo, y all la encontrars; dile que vas de mi parte ytrela con mucho cuidado, haciendo que descanse en Beln.

    Aunque yo no saba dnde iba a parar la historia del viejo pastor, escuchabaatentamente, presintiendo que me iba a narrar algo interesante.

    Hice lo que me mandaba mi ama continu y no tuve por qu arrepentirme. EraMara una jovencita como yo no he visto otra jams. Y no era porque fuera hermosa,que lo era, y mucho, sino por su modo de ser: era una nia llena de gracias, toda bondad,con unos ojos tan dulces, con una voz tan armoniosa, y, sobre todo, era tan buena, queme cautiv desde el primer momento que me habl. Emprendimos el viaje; yo la cuidabacon todo esmero y ella me haca preguntas sobre los lugares por donde pasbamos y enlos que haba vivido, cuando era pastor, el santo rey David.

    Era David de Hebrn? le pregunt. El viejo me mir casi espantado de miignorancia, y respondi:

    No, rab; era de Beln, no lo recuerdas? y sin esperar mi respuesta, continu: el

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  • cual vena a estos montes cuando nio a apacentar sus rebaos. Otra vez me preguntaquella jovencita por mi mujer y mis hijos, y me encarg que se los llevara paraconocerlos cuando llegramos a la casa de su prima. Al fin llegamos; mi ama, que era yaanciana, la aguardaba impaciente al pie del emparrado; le dio el sculo de paz, y no bienla tuvo en sus brazos, cuando mi ama empez a cantar llamndola bienaventurada,postrndose despus en su presencia.

    Y qu hizo la jovencita?Le respondi igualmente cantando y diciendo cosas muy elevadas que yo no

    entend. Solo me pareci que daba muchas gracias a Yahv por los favores que le habahecho y porque ya se cumpla lo que haba prometido a nuestro padre Abrahn.

    Y eso fue todo? pregunt algo decepcionado con la historia del viejo.Poco tiempo despus prosigui el pastor, mi ama lsabel, con todo y tener ms de

    setenta aos de edad, dio a luz un hijo y mi amo Zacaras recobr instantneamente lapalabra.

    Y no pas algn prodigio ms? pregunt yo, sonriendo incrdulamente.Por entonces, eso fue todo repuso David; pero unos meses despus fue lo mejor.

    Era una noche muy fra, al fin de diciembre: habamos llevado nuestro rebao, buscandopasturas, hasta cerca de las piscinas de Salomn, y nos recogamos los pastores, por lanoche, en una cueva que hay en Etam. Sera la tercera vigilia, esto es, como las tres de lamadrugada, cuando la cueva se llen de una luz deslumbrante y apareci un ngel. Nosllenamos de terror, y eso que no somos asustadizos

    Tuve en la punta de la lengua estas palabras: Pero estaran borrachos, pues noquera dar crdito a la sencilla narracin del pastor; pero le vi tan serio, mir tanrespetuosos a los otros pastores que lo escuchaban, que prefer guardarme miobservacin.

    Entonces continu David el ngel nos dijo: No temis; pues he aqu que os doyla buena nueva de un gran gozo, que ser para todo el pueblo; que os ha nacido hoyun Salvador, que es el Cristo Seor, en la ciudad de David. Y esta ser para vosotros laseal: hallaris al Nio envuelto en paales y puesto en el pesebre3.

    Y encontraron a ese Salvador en paales? pregunt, tratando de no rerme de lacandidez de aquella gente.

    Nos levantamos luego continu el pastory fuimos a Beln guiados por una granluz, y cul no sera nuestra sorpresa al encontrar, en una gruta destinada a establo, alNio que nos haba dicho el ngel reclinado en un pesebre.

    Y eso te llama la atencin? pregunt yo, irnicamente.Por supuesto! respondi el pastor. A todos nos llam la atencin encontrar a esa

    hora, en aquel lugar lleno de una luz celestial, a un Nio recin nacido envuelto enpaales y recostado en un pesebre, donde comen las bestias, y no en una cuna paranios. Pero lo que a m me sorprendi, sobre todo, fue que la Madre del Nio era nadamenos que la jovencita que yo haba llevado pocos meses antes a casa de mis amos.Mara, la esposa de Jos de Nazaret, la criatura ms perfecta que jams he visto en mivida, y estaba en aquella cuadra resplandeciente de felicidad.

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  • Dijo David estas ltimas palabras con tal conviccin, que la risa burlona se hel enmis labios. Aquel hombre no engaaba: hablaba con entera buena fe. Por qu no habayo de creer su testimonio? Y reservando hacer mis investigaciones para ms tarde, lepregunt:

    Y qu pas despus?Que al cabo de algn tiempo vinieron unos Magos de Oriente preguntando por el

    que haba nacido Rey de los judos. Haban visto en su lejana tierra la estrella que nosalumbr a nosotros aquella noche en que se nos apareci el ngel, y decan que habanvenido a adorarlo.

    De manera pregunt que el Nio no solo era el Salvador del pueblo, sinotambin Rey?

    As lo decan los Magos, y fueron a informarse por Herodes dnde haba nacido elnuevo Rey.

    Conociendo lo ambicioso y sanguinario de Herodes, estuve por no creer al pastor.Cmo iba a dejar el idumeo que le saliera un rey en su camino sin hacer el brbaro unade las suyas?

    Y Herodes se turb continu el viejo, y todo Jerusaln con l, y mandconvocar a los prncipes de los sacerdotes y de los escribas y les pregunt dnde habade nacer el Cristo.

    Y qu le respondieron? interrogu, con una sonrisa.Todos dijeron sin vacilar que en Beln de Jud, como lo haba profetizado

    Miqueas; de all haba de salir el caudillo que haba de guiar al pueblo de Israel aadi el pastor.

    Herodes qued contento con eso? insist.Por supuesto que no respondi el viejo. Recomend a los Magos que vieran al

    nuevo Rey y le avisaran para ir a adorarlo l mismo.Y Herodes iba a adorar ese Rey? pregunt, riendo.Tienes razn para rerte, rab repuso David; lo que quera el infame Herodes no

    era adorar al Rey, sino matarlo.Y lo mat? pregunt, intrigado.Lo ms probable es que lo haya matado, pues mand Herodes a sus soldados, y

    esos brutos dieron muerte a muchos nios de Beln y sus cercanasMi desilusin fue grande al pensar que ese Rey recin nacido haba terminado de

    modo tan trgico, cuando yo empezaba a esperar en l, tenindolo por posible caudillode Israel, y as me qued sin decir palabra. Todos estbamos en silencio, cuando otropastor, tambin ya viejo, exclam:

    Si me dispensas, rab, yo te dir lo que realmente pas.Con gusto respond; di lo que sepas.Soy de Beln aadi Dan, que as se llamaba el pastor, viva junto a la casa

    habitada por Jos de Nazaret y su esposa, Mara, y yo presenci la visita de los Magosde que ha hablado David. Tena yo entonces veinte aos y serva a Mara en todo lo quese le ofreca, pues, como ha dicho muy bien David, era ella una criatura angelical. Una

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  • maana, muy temprano, seran las dos, o ruido en la casa vecina, que era la de Jos. Melevant y fui a ver lo que pasaba. Jos haba ensillado su borrica, y Mara, cargada con elNio, estaba sentada sobre el animal, Me acerqu a ellos, y Jos me rog no hiciera elmenor ruido y me fuera a acostar. Haba luna, y Mara me mir como diciendo queobedeciera a su esposo. Esta mirada fue un mandato para m. Salieron sin ser notados.Al medioda llegaron los herodianos, tocando las trompetas y mandando a todas lasmadres que llevaran a sus hijos menores de dos aos a una casa que tena un gran patio.All se encerraron aquellos bandidos y mataron unos treinta chiquillos Pero Mara, consu Hijo Jess, guiados por Jos, haban escapado. Quin les avis? No lo s; pero queescap el Nio de la muerte no me cabe duda

    Y no se ha vuelto a saber nada de ese Nio? pregunt a Dan.Nunca ms he odo hablar de l respondi.Das despus, acompaado de Samuel y habiendo caminado toda la noche, llegaba

    yo al despuntar la aurora a la cumbre del monte de los Olivos. A un kilmetro y medio dedistancia se amontonaba sobre colinas la ciudad de la visin de paz: Jerusaln. Laimpresin que me caus aquel paisaje jams lo olvidar. El sol, saliendo a mis espaldas,empezaba a iluminar los dorados techos del Santuario, que se elevaba al cielo como unamole de blanqusimo mrmol. Lo restante de la ciudad no me mereci ni una mirada.Todo mi espritu, concentrado en mis ojos, estaba fijo en el templo del Seor, smbolo demi religin y de mi raza. No soy ni devoto ni patriotero; pero, sin poder remediarlo, sedoblaron mis rodillas y mis ojos se llenaron de lgrimas cuando escuch el sonido de lastrompetas de los sacerdotes y vi el blanco incienso del sacrificio matutino subir,lentamente, por el espacio.

    Entonces, como nunca, me sent hondamente religioso y profundamente judo. Lamajestad de Yahv me anonadaba, mientras mi orgullo de raza me haca exclamar: Nohay Dios como el Dios de Israel.

    _____________3 Todas las palabras que van con esta letra cursiva son tomadas de la Sagrada Escritura, mientras que lo

    restante del texto no tiene ms autoridad que la de Ben Hered, el autor de estas Memorias. (Nota del traductor).

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  • 4EN EL MERCADO

    Jerusaln es una poblacin relativamente pequea, ya que su mayor longitud midemenos de mil metros y su total superficie no llega a cuatro kilmetros cuadrados; esto es,tiene menor superficie que la de los montes Celio y Vaticano en Roma. Est construidasobre tres colinas, pues ninguna de ellas se eleva ms de cien metros de altura sobre elnivel de los valles Hinnon y Cedrn, que la rodean por el Este, el Sur y el Oeste. Sobre elmonte Moria est edificado el templo. Este monte colinda al Oeste con el Acra, en dondeest la parte baja de la ciudad. Las dos colinas quedan separadas de la parte alta de laciudad por el valle Tyropen o de los queseros. Esta parte, que es la mayor y la msantigua, est construida sobre el monte Sin. Aqu es donde vive la gente rica y selevantan el antiguo palacio de los Asmoneos, el Xisto, los pacios de Ans y Caifs, ydominando la poblacin, en el extremo Noroeste, el magnfico palacio de Herodes. Estastres colinas, muy escabrosas y desiguales, estn rodeadas por una muralla altsimaerizada de torres, entre las que descuellan las llamadas de Hppico, Phasael y Mariamn.Al Noroeste del templo, colindando con el Acra, est la fortaleza Antonia.

    Como tanto la ciudad alta como la baja han sido edificadas en distintas pocas y sinplano alguno, las estrechas calles suben y bajan siguiendo las sinuosidades del terreno.Solamente las ms importantes estn pavimentadas con grandes losas, pues las restantestienen por suelo la caliza roca de las colinas. En la parte alta hay varias casas construidascon piedra, siguiendo el estilo griego esto es, un paralelogramo con ventanas al exterior;en el interior, un patio rodeado por columnas. Las dems casas, que se amontonan unassobre otras y tienen la forma cbica, terminadas por copulitas, estn hechas de ladrillo ode adobes. Para comunicar la ciudad alta con el templo hay puentes, y para reunir unacasa con otra, infinidad de arcos, que sirven tanto de paso a los peatones como desoporte a los edificios; muchas calles son tan empinadas, que tienen escaleras de piedra.

    Segn lo que he podido averiguar, la poblacin de Jerusaln no llega a los 70.000habitantes en tiempos normales; pero cuando vienen las grandes festividades del templo,los peregrinos son cientos de miles. En estas pocas, unos se hacinan en las casas de lapoblacin, y otros, la mayora, viven en tiendas que levantan, principalmente en el barriode Betsaida, fuera de los muros y en la colina de Ofel. En el ngulo que forman el Acra yel monte Sin, fuera de las murallas, hay una eminencia que no llega a diez metros dealtura, llamada Glgota o colina de la Calavera; este es el lugar donde suelen ajusticiar alos reos sentenciados a muerte de cruz.

    La casa de Samuel, con quien vivo, es una de las mansiones privadas ms amplias dela vecindad, y est situada en la parte alta de la ciudad, no lejos de la de Caifs, el sumosacerdote. Tiene un huerto con frondosas higueras y hermosos rosales en la parteposterior del recinto. En el centro hay un gran patio rectangular con su peristilo ocorredores alrededor, en los cuales estn las habitaciones. Entre este patio y el huerto hayuna sala, y sobre esta queda la habitacin de los huspedes, que yo ocupo. Essumamente amplia y sirve cada ao de cenculo en donde celebran la Pascua. Aqu,

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  • sobre una gran mesa, tengo muchos rollos de pergamino para ir escribiendo misMemorias, y en un gran armario de madera preciosa guarda Samuel los volmenes quecontienen la ley.

    Fuera de los edificios pblicos, no hay cosa digna de verse en Jerusaln; sal, sinembargo, a dar una vuelta esta maana, para corresponder a la invitacin de NicodemoBen Gorion, fariseo de los ms principales y ricos. Tiene a su cargo los innumerablesaguadores y fontaneros que distribuyen el agua a los peregrinos. No me extra, pues,que a los pocos pasos me empezara a hablar de las dificultades con que tropezaba por lacuestin del agua.

    Y cmo se provee Jerusaln de agua? le pregunt, viendo su inclinacin hablarsobre este punto.

    Aqu an no tenemos acueductos como nos dicen hay en la maldecida Roma, sibien Pilato se ha empeado en construir uno largusimo, desde las piscinas de Salomn,que estn ms all de Beln. Hay que aprovechar las lluvias que caen primero enoctubre, algunas en diciembre y las ms abundantes en marzo y abril, y para esto usamosde las cisternas o aljibes.

    Ya he visto repusela gran cisterna que tiene Samuel en su jardn.Pues como esta aadi Nicodemohay otras en todas las casas principales, y bajo

    los cimientos del templo hay treinta y siete: una sola de ellas, llamadas el mar grande,porque de ella se saca el agua con que se llena el mar de bronce, cerca del altar, tieneuna capacidad de ms de dos millones de litros.

    Entonces repliqual templo no le falta agua.No, el templo est bien provisto, pero lo importante y difcil es el proveer de agua a

    los peregrinos, pues stos la necesitan no solo para beber, sino para las ablucionesrituales. Cuando vienen las grandes peregrinaciones durante las fiestas, tengo que poneren movimiento a mis aguadores, que acarrean el agua, en pellejos curtidos, desde losestanques de Silo, de Gihon, de las fuentes Gemelas, de la de Amigdaln, de la deEzequas y hasta desde las piscinas de Salomn.

    Eso dije requiere un verdadero ejrcito de aguadores.De ordinario pasan de cinco mil me respondi, y apenas si dan abasto.Habamos, entre tanto, atravesado las calles, relativamente mejores, de la ciudad alta

    o de David, y bajamos por el valle de los queseros o Tyropon. No tuve que preguntar elnombre, pues el fuerte olor a queso lo estaba publicando. Aqu las calles se hacen msempinadas y estrechas, hay escalones y, por consiguiente, el trnsito es ms difcil.Multitud de vendedores ambulantes brotan por todos lados, obstruyendo el paso ypregonando sus diversas mercancas con gritos guturales ininteligibles.

    Y quines son esos que tocan el gong?Son los barberos respondi mi compaero, sonriendo, y lo que tienen en la mano

    son sus bacas de latn, que hacen sonar con las cachas de sus navajas.Y estos que blanden sus babuchas dando tacn con tacn?Son zapateros me respondi que anuncian su mercanca.En aquel momento desemboc un grupo de soldados romanos, quienes, sin

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  • consideracin alguna, pasaron por encima de unos puestos de frutas que impedan eltrnsito, haciendo tortilla los huevos, que en grandes bandejas tena una pobre mujer. Porsupuesto que la vendedora les dijo en arameo lo que en Hispalis suelen decir las placerasen nuestro idioma; y si los fruteros no acompaaron sus injurias con naranjazos fue porel respeto que les merecan los arreos militares de los conculcadores.

    T mismo has visto, Rafael me dijo Nicodemo, plido de indignacin, cmo seconducen esos hombres y tomando entre los dedos unas tiras de pergamino que llevabaatadas al brazo izquierdo, las empez a pasar, diciendo al propio tiempo algunosversculos de la Escritura.

    Y qu traes all escrito en esas tiras?Me mir sorprendido, y luego aadi:S que vienes de tierra de paganos. Estas tiras sagradas se llaman filacterias, y en

    ellas llevamos los fariseos escritos versculos de la ley y los profetas, para librarnos de lasimpurezas legales que podemos contraer. La vista de esos incircuncisos nos contamina,cuanto ms sus palabras y acciones. Estas filacterias continu las llevo yoexpresamente para encuentros como el que acabamos de sufrir. Aqu est copiado elsalmo l08, y yo deseo a esos malvados todo lo que el rey David deseaba a sus enemigos.

    Era ya la hora del medioda; el sol calentaba como fuego lquido, y no haba nadaque ver en la sucsima poblacin, llena por todas partes de gentes infectas, con cuyo rocetema yo verdaderamente contaminarme, no legalmente como mi compaero, sino conalguna enfermedad. El aire de aquellas callejas es acre, compuesto de mil fetideces demelones y sandas en corrupcin y de podredumbres de todo gnero echadas en mediodel arroyo, entre charcos de agua ftida. Relente nauseabundo, de inmundicias yestircol, mezclado con el humo del incienso que algunos piadosos queman para probar sies de la calidad requerida para los sacrificios. Hediondez viscosa que se condensa en unanube asfixiante, casi tangible, que flucta en el aire inmvil y caldeado de las callejuelasllenas de infinitas moscas.

    Esto s que contamina dije a mi compaero, llevndome la mano a las narices yespantando las moscas. No sera mejor volver a casa?

    Mi compaero, que no pareca tener un olfato tan fino como el mo y seguarepasando sus filacterias para no contaminarse con la vista de los romanos, me dijo:

    Como gustes; pero yo deseara antes llevarte a la tienda de Eliezer, puesencontraremos all reunidas a varias personas que tal vez nos darn algunas noticias. Allnos solemos reunir diariamente para cambiar impresiones.

    La idea de conseguir alguna noticia me pareci merecer el sacrificio de repasar otravez aquellas calles inmundas. Volvimos hacia la ciudad alta, y mi compaero me llev auna larga y algo menos estrecha calle, que formaba la parte ms selecta del mercado. Eraun bazar continuado, cubierto por la lona de los puestos, lo que nos defenda algo del sol.Las mercancas que all se vendan eran inodoras, y, por consiguiente, el aire menosirrespirable. Al fin llegamos a la tienda de Eliezer, un verdadero oasis respiratorio enaquella ciudad infecta. Entramos en una casa espaciosa, cuyo patio, circundado por unamplio peristilo, estaba convertido en tienda de alfombras, telas y objetos de arte. Me

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  • volv a sentir en mi elemento, aunque luego not la inferioridad de aquellos artefactoscomparados con los que yo guardaba en mis almacenes. Pero no haba venido a vertelas, sino a recoger noticias; yo no era en estos momentos mercader, sino reporteroansioso de encontrar algo digno de escribir en mis Memorias. Dej a Nicodemo que sejuntara a un grupo de fariseos que estaban hablando del gravsimo escndalo dado porHerodes Antipas, tetrarca de Galilea, el cual estaba amancebado con la mujer de suhermano Felipe. Acerqume a unos soldados romanos, quienes hablaban de las aventurasamorosas del emperador Tiberio en su isla de Caprea y de las intrigas de Seyano paratener al monarca alejado de Roma, por medio de los embustes del astrlogo Trayslo.Pas a otro grupo de mercaderes del Lbano; hablaban del tetrarca Lisania y de losnuevos impuestos que haba decretado en Abilene. Me llegu a un grupo de herodianos,los cuales reprobaban la actitud del procurador romano Poncio Pilato, quien, porcongraciarse con el Csar, haba mandado que llevaran al templo las guilas romanas ylas efigies de Tiberio. Esto haba causado una verdadera insurreccin entre los devotosjudos, y aunque finalmente haba quitado esas insignias, el odio a Roma habaaumentado. Todo lo cual me interes algn tanto, porque se relacionaba con Pilato y medaba a conocer el carcter indomable de mis hermanos de Palestina en lo que serelacionaba con la religin y el templo.

    Desesperado de adquirir alguna noticia de importancia, me fui a sentar cerca de unosviejos venerables por sus crecidas barbas. Discutan sobre un asunto que, al principio, nome llam la atencin; pero poco a poco me fue interesando. El grupo era de escribas ydoctores de la ley. Hablaban de un tal Juan, llamado el Bautista, que se haba lanzado abautizar a lo largo del Jordn. Segn las noticias recibidas, predicaba la penitencia yexhortaba al pueblo a que preparara los caminos del Redentor de Israel.

    Esto fue lo que me hizo interesar en aquella conversacin, y, sin estar debidamentepresentado con aquellos personajes, me atrev a dirigirme a uno que me pareci el msrespetable.

    Yo dije soy hebreo de la Dispersin, y he venido por primera vez a visitar eltemplo santo.

    Ya te vi hace poco me dijo un viejo antiptico y barrign. Ya vi que mandasteofrecer varios cientos de vctimas por las almas de tus padres. Pregunt quin eras, y medijeron que venas de Hispania. Qu, los judos de la Dispersin creen todava en lainmortalidad del alma y en la resurreccin de los cuerpos?

    El sujeto me haba disgustado, y supe despus que era saduceo, de la familiasacerdotal de los Boeto, traficante en ganado para las vctimas del templo. Le mir condesdn, y aad:

    Nosotros creemos lo que siempre han credo nuestros padres y, volvindome alanciano a quien me haba dirigido, prosegu:

    Te ruego, maestro, que me expliques eso que he odo de Juan el Bautista. Es algnnuevo profeta?

    Me mir bondadosamente el anciano, y respondi:De eso tratamos precisamente: de saber quin es ese hombre y autorizado por quin

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  • predica. Si su obra es de Dios, por ms que nos opongamos a ella los hombres,perdurar, y si no es de Dios, caer por s misma.

    Y podr saber, maestro, cmo te llamas?Me llamo Gamaliel respondi con sencillez.Pues bien, rab, crees t que es digno de estudiarse un hombre como Juan?Creo que s, hijo mo. No hace milagro alguno; pero su palabra es tan eficaz, que

    mueve a sus oyentes a penitencia, lo cual siempre es bueno.Pero no dice nada de las ceremonias legales interrumpi uno que me pareci

    fariseo.Ni las ataca, que yo sepa respondi el anciano. Muy bien puede ser este un nuevo

    profeta enviado por Yahv.Crees t que sea un profeta, maestro? aad.No digo que lo sea, pero muy bien puede serlo. Estamos en tiempos de gran

    expectacin, y puede venir un profeta verdadero o saltar uno falso, como ya lo hemosvisto, desgraciadamente.

    Nicodemo se acerc a m dicindome que era tiempo de volver a la casa de Samuel.Yo iba muy contento. Haba odo de Gamaliel, cuya fama atravesaba los mares, queestbamos en tiempos de gran expectacin. Esto convena con los presentimientos demi querido padre, y excitaba en m gran curiosidad. Tal vez aquel Juan era el que habade venir a salvar a Israel. No sera este aquel nio extraordinario del que me habanhablado los pastores? Cuando llegu a casa, pregunt a Samuel si l saba algo de Juan.

    Muy bien s quin es respondi: es el hijo de lsabel y de Zacaras, mi hermano.Yo no le he vuelto a ver desde hace tiempo; pero te s decir que es un hombreextraordinario.

    Y podramos ir a verle? aad, entusiasmado.Cuando gustes me respondi Samuel. Predica a orillas del Jordn, no lejos de

    Jeric.Aquella noche no pude conciliar el sueo pensando que pronto iramos a ver al

    Bautista, de quien otros me hablaron con grandes elogios. Iba yo al fin a ver, por lomenos, un profeta, y la idea de entrevistar a un enviado del mismo Yahv me llenaba deentusiasmo. Cmo sera aquel profeta? Como Isaas, elocuente y sublime, o comoElas, arrebatado y haciendo bajar fuego del cielo?

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  • 5A LA ORlLLA DEL JORDN

    En mi camino hacia Jeric, acompaado del escriba Santiago Ben Tissot, que meserva de cicerone, y de Samuel Ben Abia, mi anfitrin, pude ver, en las azoteas dealgunas casas, a los labradores aventando el trigo. Despus de trillado en las eras, losuban en mantas a las azoteas, donde la brisa soplaba con ms intensidad, y, bieldo enmano, lo arrojaban al aire, llevndose este la ligera paja, mientras el pesado grano caa enel suelo. Unos muchachos iban recogiendo el trigo ya limpio y lo ponan en sacos parallevarlos al granero, en tanto que otros juntaban la paja, y, formando gavillas, lasentregaban a las mujeres, quienes, gozosas, se las llevaban para alimentar el fuego de sushornillas.

    Dejando atrs a Jeric, empezamos a descender hacia la cuenca del Jordn porveredas abiertas en medio de las erizadas breas que brotan entre las calizas rocas.

    De pronto se present a mi vista una cinta brillante que, serpenteandoconstantemente entre los contrafuertes de estrecho valle, se precipitaba veloz hacia elmar Muerto, tranquilo como inmenso espejo. A pocas millas de ese mar, salobre comoninguno, y cuyas tibias aguas estn en constante evaporacin, no se distingue en lasorillas del ro vegetacin alguna. En cambio, hacia el Norte, en direccin del lago deGenesaret, se ven las mrgenes de esta corriente llenas de rboles. Las montaas deaquel estrecho can son de un color amarillo rojizo, y estn formadas por rocassalitrosas y calizas, entre las que hay innumerables cuevas.

    Al llegar a una bastante capaz, Samuel dijo:La noche se acerca, y si la hemos de pasar en el desierto, esta cueva nos prestar

    seguro abrigo.Estbamos en la ribera occidental del Jordn.Seguimos su consejo, y, descendiendo de los fuertes asnos que nos servan de

    cabalgaduras, establecimos nuestro campamento en los momentos en que el soldescenda enrojecido tras las montaas de Judea.

    Un fenmeno curioso llam mi atencin. Algunos pastores que haban trado susrebaos para abrevarlos en el Jordn, al subir la cuesta de las montaas de Judea endireccin a los apriscos, empezaron a sonar sus cuernos. En un principio cre que lospastores de Moab respondan desde sus montaas a sus compaeros de Judea sonandotambin los suyos. Santiago me sac de este error, dicindome:

    Es el eco, maravilloso en esta caada y poniendo sus manos en la boca en formade bocina, grit: Santiago! Ago respondi la opuesta montaa. En algunas partesaadivuelve el eco tres slabas con toda claridad.

    Cuando terminamos el arreglo de nuestro campamento era ya de noche, y latemperatura abrumadora del da, sin dejar de ser calurosa, haba bajado algn tanto,permitindonos dormir al aire libre. Tenamos la cueva como ltimo refugio en caso deque la temperatura descendiera notablemente, lo que Samuel asegur que no sucedera.Por mi parte, as lo deseaba, entusiasmado con la idea de pasar la noche en aquella

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  • regin salvaje, teniendo por techo el cielo tachonado de estrellas. Nuestros criados,despus de abrevar los animales y darles el pienso de paja que haban recogido en laseras, se echaron en el suelo, y pronto empezaron a dormir. Para ellos, una noche en eldesierto no tena atractivo alguno. Quedamos solos Samuel, Santiago y yo, contemplandoaquel magnfico cielo lleno de palpitantes luceros. Samuel contemplaba las estrellas;acercndose a m, en la oscuridad, me dijo, conmovido:

    As debi ser la noche en que Yahv, no muy lejos de este sitio, sacando a nuestroPadre Abrahn de su tienda, le dijo: Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes.Pues as ser tu descendencia. Y Yahv ha cumplido su promesa en parte.

    En parte? le dije.S respondi, todava falta lo principal: an no ha aparecido la estrella de Jacob.

    El prometido Mesas an no ha venido y un profundo suspiro desagarr el pecho delpiadoso israelita. Sospech, en la oscuridad, que las lgrimas surcaban las arrugadasmejillas del anciano.

    Yo me sent hondamente conmovido, y, deseoso de continuar la conversacin, le dije:Parece, sin embargo, que el tiempo de las profecas se ha cumplido; el cetro ha

    salido desde hace tiempo de las manos de Jud; reina en Galilea, sujeto a los romanos,un descendiente del idumeo, y Roma seorea en Judea, principal asiento de la nacinescogida.

    As es repuso Samuel. Y eso es lo triste, pues ahora deberamos estar preparadosmejor para recibirlo, Israel se aleja ms y ms de Yahv.

    La verdad, no entiendo esto repuse, pues ahora Israel no solo no adora doloalguno, sino que el culto del verdadero Dios es ms esplndido que nunca. All est eltemplo, magnfico cual ninguno; all estn los innumerables sacrificios ofrecidos con todaregularidad por los sacerdotes

    Los sacerdotes que ofrecen los sacrificios, el sumo sacerdote, que es nuestracabeza, son saduceos.

    Y qu con eso?Los saduceos no creen en la inmortalidad del alma, no creen en la vida futura, no

    creen en Yahv Le invocan con los labios, mas no con el coraznPero y el pueblo?Las multitudes son como las ovejas: siguen al que las gua. No hemos visto en

    nuestros das ningn verdadero profeta. Todos han sido unos impostores. Se necesitaalguno que nos gue.

    En aquellos momentos nuestra conversacin fue interrumpida por un grito pavorosoque pareca venir de lejos. Yo sent que un fro corra por todo mi cuerpo, y otro tantodebi pasar a mis compaeros, pues quedamos sin articular palabra.

    De nuevo el misterioso grito reson, y los tres nos juntamos en la oscuridad parahacernos compaa.

    Poco tiempo despus, la voz volvi a resonar ms cercana, y algunas palabras sedistinguan, aunque no claramente.

    Qu ser? dijimos los tres a un tiempo, encaminndonos hacia la cueva. De

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  • pronto llegaron a nuestros odos, con toda claridad, estas palabras:Soy la voz que clama en el desierto.Y l respondi:CiertoPoco despus:Preparad los caminos del Seor Seor Y luego:Haced sus caminos derechos, HechosY ms tarde:Haced penitencia si queris escapar de la futura ira IraLa voz se iba acercando cada vez ms. La luna empezaba a salir, y mirando nosotros

    a lo profundo de la barranca, descubrimos una especie de sombra que caminaba al ladode la corriente.

    Es, sin duda, Juan dijo Samuel, ms tranquilo.El Bautista? preguntamos Santiago y yo.S, es Juan el Bautista, mi sobrino, a quien buscamos respondi el anciano

    israelita: No hay nada que temer. Maana lo veremos.Mientras tanto, la voz continuaba gritando solemne y el eco respondindole: Cierto,

    ciertoLa idea de entrevistar a un hombre de quien tanto se hablaba y que haba hecho su

    aparicin de una manera tan romntica, hizo que no bien dorara el alba las cumbres delos montes de Moab, cuando yo me puse en pie, listo para ir en busca del Bautista.

    En vano busqu a Samuel en el campamento y alrededores; haba desaparecido. Unode los esclavos, sin embargo, me dijo que el anciano se haba levantado antes del da yhaba descendido hacia el Jordn, sin duda para hacer las acostumbradas abluciones. Enefecto, pocos minutos despus le descubr postrado sobre una roca al borde de lacorriente, con el rostro vuelto a Jerusaln, donde en aquellos momentos deba ofrecerseen el templo el sacrificio matutino. Cuando hubo terminado su oracin, subi alcampamento, y, despus de saludarnos ceremoniosamente, nos indic que ya era tiempode levantar el campo y marchar en busca del Bautista. Emprendimos, pues, la caminata,siguiendo la orilla de la corriente, hacia el Norte.

    Pronto llegamos a un remanso del ro, rodeado de rboles y arbustos, entre los cualesnacan flores silvestres y cantaban los pjaros en las enramadas. Algunos peregrinos queall encontramos en espera de Juan, nos indicaron que este debera estar con susdiscpulos todava en la altura, pues sola bajar al ro cuando el sol llegaba al cenit. Nosapeamos, y, dejando las cabalgaduras al cuidado de nuestros siervos, emprendimos a pieel ascenso de la montaa.

    Muy pronto descubrimos un grupo de hombres que trabajaban con ardor en elarreglo de una vereda que bajaba desde la cspide. Samuel, sealando a un hombrecorpulento que se destacaba del grupo, nos dijo: Ese es Juan.

    Llegamos a donde estaban los trabajadores, y al vernos el Bautista, con vozimperiosa, dijo:

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  • Venid a trabajar, a preparar el camino del Seor.Samuel obedeci al punto; mas Santiago y yo permanecimos inspeccionando los

    trabajos, para nosotros bien extraos. Encaramndonos por las rocas, llegamos a la crestade la colina, y observamos que se una la vereda a un camino que vena del Norte.

    Ese camino me dijo Santiago es, sin duda, el que viene de Seythpolis, donde sedivide en dos ramas: una que sigue al Norte hasta Tiberades, y otra que voltea alOccidente, siguiendo el valle de Jesrael, sube a Nazaret, y de all a Kaiffa, a travs de laplanicie de Esdreln, al pie del monte Carmelo.

    La vereda construida por el Bautista era enteramente recta y con suave declive, apesar de lo abrupto del lugar. Para llevar a cabo esta obra, haba Juan practicado alcomienzo un tajo enorme, y las grandes piedras que para eso haba desgajado habanrodado hasta cerca del lecho del ro. Para allanar los diversos barrancos que se oponanal paso de la vereda, el Bautista los haba cubierto con cascajo. Aquello era unaverdadera obra de romanos.

    La vereda era capaz para dar cmodamente paso a un hombre. Toda estabapavimentada con tierra pulverizada y apisonada, hacindola sumamente cmoda. Juan enpersona, usando de un enorme tronco de rbol, la apisonaba.

    Mi curiosidad me llev muy cerca de este extrao camino, e iba a dar un paso paraprobar por m mismo la vereda, cuando una voz estentrea, que reson por todo el valle,grit:

    Atrs, incircuncisos; no profanis con vuestras inmundas plantas el camino delSeor!

    Naturalmente, Santiago y yo nos retiramos apresuradamente, mientras el Bautista, dequien era la voz, nos miraba con ojos airados.

    Bajamos. Grandes piedras seguan rodando, y, como he dicho, se iban amontonadono lejos del lugar donde Juan bautizaba.

    Toda aquella maana sigui el trabajo con el mismo ardor, La parte ms dificultosaya estaba hecha. Sin embargo, casi al fin de la vereda, y cortndole el paso, haba unrbol deshojado, de nudoso tronco. El Bautista lleg hasta aquel rbol, y, tomando unhacha, empez a desgajarlo, hirindolo cerca de la raz.

    El sol se acercaba al cenit. Juan, dejando el hacha hincada en el rbol, baj aempezar los bautismos. Ya se haba reunido gran multitud de hombres, deseosos, unos,de recibir el bautismo de penitencia de manos de Juan, y otros, que, curiosos, trataban deinvestigar la conducta del Bautista, tenido como profeta por las multitudes.

    Asentados sobre las grandes piedras que haban sido rodadas para allanar el camino,se encontraban varios soldados romanos, cuyos cascos brillaban bajo el sol. Formandoun semicrculo estaban los peregrinos, y a uno de los extremos, separados de la multitud,haba dos grupos de curiosos que llamaron mi atencin, pues, desde luego, se vea queno eran gente vulgar.

    Esos que veis all me dijo Santiago, adivinando mi pensamiento, unos son fariseosy otros saduceos; desde lejos se les puede distinguir por su porte y vestiduras.

    Fariseos y saduceos aqu? preguntle, intrigado.

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  • Me iba a responder Santiago cuando la multitud, que hasta entonces haba estadohablando, call sbitamente; Juan se acercaba al ro. Entonces tuve oportunidad decontemplar a mi gusto a aquel hombre extraordinario. Era de estatura muy elevada y decomplexin atltica. Su rostro, demacrado por la penitencia, le haca parecer de mayoredad de la que realmente tena. Samuel, su to, me haba asegurado que frisaba en lostreinta, y representaba Juan ms de cuarenta. Vesta una corta tnica sin mangas, decolor castao oscuro, con franjas longitudinales del mismo color, aunque mucho msclaras, todo de tela muy burda tejida con pelos de camello. Un cinturn de cuero ceasu tnica alrededor de las caderas. Sus brazos y piernas, as como el velludo pecho quese le descubra por la abertura superior de la corta tnica, daba muestras inequvocas dela vida a la intemperie que llevaba aquel atleta, todo curtido por el sol. Su paso era rpidoy seguro, como de hombre que no quiere perder tiempo y conoce el camino que pisa.Aunque los movimientos de su cuerpo todo manifestaban la nerviosidad de sutemperamento, el conjunto de su porte daba la impresin de una majestad, por decirloas, salvaje. Era un hombre que impona desde luego; se presenta que estaba hecho paraorganizar y mandar; era, en fin, el tipo de un verdadero lder. Su rostro enjuto, comollevo dicho, estaba encuadrado en un marco de pelo indmito que, brotando abundantede la cabeza, le caa en largas guedejas sobre las espaldas, mientras la ensortijada y largabarba negra le cubra el pecho. Se vea claramente que la tijera jams haba tocado aquelspero pelaje. Era nazareno, segn me haba dicho Samuel. Su nariz era aguilea, comoel pico de un ave de presa; sus labios, delgados y rojos, dejaban ver una dentadurablanqusima y pareja, y su cuadrada mandbula inferior demostraba la energa de sucarcter. Si aquel hombre, en vez de vivir como anacoreta en el desierto, hubiera crecidoen medio de la civilizacin, hubiera sido un tipo verdaderamente hermoso. No haba en lnada repugnante; todo lo contrario, su porte, como he dicho, era majestuoso e impona.Lo ms interesante en aquella figura eran sus manos y sus ojos. Aqullas, aunquetostadas por el sol y encallecidas por el trabajo manual, eran las manos de un asceta condedos largos y delicados. Sus pupilas, de un negro de acero cuando tronaba contra elpecado, tomaban un tinte azulado bellsimo, como el del cielo de Judea, y parecanperderse sus miradas en el infinito cuando hablaba, lleno de entusiasmo, del que haba devenir en pos de l; en esos momentos su actitud era la de un inspirado profeta. Cuandoimprecaba, con su voz de trueno, pareca otro Elas; mas cuando hablaba del que habade venir, su voz se suavizaba, convirtindose en armoniosa, y sus ojos se llenaban deuna luz sublime, recordando la figura del profeta lsaas.

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  • 6LA ENTREVlSTA

    La ctedra desde donde Juan predicaba era una gran roca que sobresala de lacorriente, y a la cual se llegaba por varias piedras que venan de la orilla. La concurrenciaque le escuchaba se coloc en la ribera; all terminaba la vereda construida por elBautista, que descenda en lnea recta desde la cima de las lomas vecinas, como hemosindicado. El ro forma un remanso, cerrado a la diestra de Juan por un caaveral que seadelanta hacia el Jordn. En este lugar se desnudaban los que deban ser bautizados.Tena, pues, el Bautista delante de s, cuando subi a la piedra desde donde predicaba ybautizaba, una multitud abigarrada que le escuchaba silenciosa y devota. A la izquierda sevean los grupos de fariseos y saduceos que hemos mencionado, separados delpopulacho por un montn de piedras derribadas del cerro, sobre las cuales se haban idoa sentar una docena de soldados romanos. Seguan despus, formando el centro, unnutrido grupo de discpulos de Juan, al que se haba reunido nuestro amigo Samuel.Luego se agrupaban numerosos peregrinos que por vez primera venan a aquel paraje, y,finalmente, junto al caaveral, se vean a los nuevos iniciados, quienes, bajo la direccinde algunos discpulos del Bautista, se disponan a ser por este bautizados. Santiago y yonos habamos colocado a la sombra de una higuera en una pequea altura vecina, desdedonde dominbamos perfectamente el anfiteatro, teniendo a Juan al frente. Con micuaderno y lpiz en la mano, estaba yo dispuesto a anotar las palabras del predicador,mientras Santiago sacaba un croquis de aquella escena, en cuyo primer trmino tena laconcurrencia, en segundo el Jordn y al Bautista, y, por ltimo, las rojizas montaas deMoab, todo iluminado por un sol abrasador.

    Abri Juan su boca, y con voz llena de profunda conviccin, dijo a las turbas: Hacedpenitencia, porque est cerca el reino de los cielos, tal como est escrito en el libro delas palabras del profeta Isaas: Se oir la voz de uno que clama en el desierto.Preparad el camino del Seor, enderezad sus sendas, todo el valle sea terraplenado; yas, los caminos torcidos sern enderezados, y los escabrosos igualados, y vern todoslos hombres al Salvador enviado de Dios.

    Estas sencillas y lacnicas palabras produjeron un efecto prodigioso en la multitud,que apenas las entenda, porque fueron pronunciadas con un espritu de conviccin tangrande, con una uncin tan sublime, que yo mismo me sent hondamente conmovido; ellpiz temblaba entre mis dedos, y me sent inclinado a seguir el ejemplo de la multitud,que clamaba: Penitencia, penitencia; queremos recibir el bautismo, y los austerosfariseos y los burlones e incrdulos saduceos quedaron por algunos minutos comoanonadados.

    A los gritos de Bautismo! Bautismo!, varios de los discpulos de Juan, y a unaseal de este, hicieron bajar al agua el primer grupo de catecmenos, en nmero de siete.Fueron entrando ordenadamente en el remanso, pronunciando al propio tiempo estaspalabras que se leen en el libro I de los Reyes: Hemos pecado, hemos procedidoinicuamente, hemos hecho cosas impas, pero nos arrepentimos de todo corazn y con

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  • toda el alma y hacemos oracin a Ti, oh Seor!, mirando hacia la tierra que diste anuestros padres, hacia la ciudad que T elegiste y hacia el templo santo que hemosedificado en tu nombre. Al terminar estas palabras que les haba ido sugiriendo uno delos discpulos de Juan llamado Simn Bar Jona, todos los bautizados volvan sus rostroshacia el Occidente, en direccin de la ciudad y el templo de Jerusaln. Entonces Juan,tomando en un caparazn agua del Jordn y salpicndolos, les deca: Yo, en verdad, osbautizo con agua, a fin de excitaros a la penitencia; pero est por venir otro mspoderoso que yo, al cual no soy digno de desatar la correa de su calzado; l osbautizar con el Espritu Santo y con el fuego de la caridad. Y tomar en su mano elbieldo, y limpiar su era, metiendo despus el trigo en el granero, y quemando la pajacon fuego inextinguible. Id en paz.

    Se repeta la misma ceremonia varias veces, recitando los catecmenos la anteriororacin, o bien otras tomadas de Judit, Esdras, Jeremas y, sobre todo, de los Salmos, enlas que confesaban sus pecados y prometan hacer penitencia. Cansados los fariseos ysaduceos del espectculo, se haban ido a sentar bajo unos rboles y hablaban y discutancon toda libertad, sin cuidarse de la predicacin del Bautista. Este, entonces, indignadopor la irreverencia y mal ejemplo que daban, brincando sobre varias piedras paraacercarse a la parte donde estaban aqullos, les dijo con voz de trueno: Oh raza devboras! Quin os ha enseado que as podis huir de la ira de Dios que os amenaza?Haced tambin vosotros frutos dignos de penitencia, y no andis diciendo ufanos:Tenemos a Abrahn por padre. Porque yo os digo (y sealaba las piedras dondeestaban sentados los soldados romanos) que de estas piedras puede hacer Dios hijos deAbrahn. Y recordad que la segur ya est puesta a la raz del rbol; porque todo rbolque no d buen fruto ser cortado y arrojado al fuego. Y sin decir ms, se dirigi haciael rbol donde haba dejado hincada la segur, y prosigui dando hachazos hastaderribarlo. Despus, cortndolo en pedazos, hizo con ellos una gran luminaria.

    Tras de esta manifestacin tan elocuente como simblica de la ira de Dios, losfariseos y saduceos, humillados y cabizbajos, montaron en sus cabalgaduras y volvieronpresurosos a Jerusaln para dar cuenta a sus correligionarios de la actitud de Juan.

    La multitud se fue dispersando en distintas direcciones, volviendo todos la cara paraobservar la caravana de fariseos y saduceos, de los que se rean, celebrando que elBautista les hubiera dado tan merecida leccin, que todos comprendieron perfectamente.Solo qued Juan con algunos de sus discpulos, entre los que se hallaban Andrs ySimn, hijos de Jons, trabajando incansables en la terminacin del camino del Seor.

    Nosotros nos retiramos a una cueva cercana para librarnos de los rayos del sol ytomar algn alimento.

    Ya he rogado a Juan dijo Samuel, llegando que venga a vernos antes de retirarse.Supongo que pasaremos de nuevo la noche al aire libre.

    Santiago y yo asentimos, pues aunque habamos visto al Bautista lo suficiente paraformarse una idea general de su carcter, todava desebamos tener con l una entrevista;verle de cerca, orle hablar en la intimidad. Por otra parte, una noche ms en el desiertonos fascinaba. Despus de haber odo y visto a aquel hombre extraordinario, la quietud

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  • del lugar invitaba a la meditacin y al anlisis de lo ocurrido en el da.Nuestra colacin fue sencilla, pero abundante: pan, queso de cabra, pasas, almendras

    y nueces, acompaado todo con un vaso de vino de Engad.Nuestros siervos haban encendido una hoguera para asar unos pececillos que haban

    pescado en el Jordn.Estbamos tan impresionados Santiago y yo con todo lo ocurrido, que no hablamos

    palabra durante la cena. Al terminar esta, Samuel nos dijo:Como sabis, Juan es mi sobrino, hijo de Zacaras, mi hermano, y de Isabel. Hace

    como treinta aos yo viva en Hebrn, no lejos de la morada de Zacaras. Un da, elmismo en que mi hermano deba ofrecer por primera y ltima vez el sacrificio matutino,recib un recado urgente de lsabel, que me llamaba. Fui al momento, y me dijo, afligida,que Zacaras estaba mudo.

    Y le habas dejado sano? pregunt.La vspera estaba perfectamente sano; por eso qued sorprendido al saber que

    Zacaras solo poda explicarse usando de las tablillas enceradas y del estilo con queescriba. La mano del Seor escribi me ha tocado. Isabel me explic lo que habasucedido. Habiendo entrado su esposo a ofrecer el incienso en el altar de oro colocado enel santuario, como tardara en salir, pensaron los otros sacerdotes que algo le habasucedido. En efecto, mientras ofreca Zacaras el incienso, un ngel se le apareci, y ledijo: No temas, tu oracin ha sido escuchada, y tu mujer, Isabel, te dar un hijo, aquien pondrs por nombre Juan, el cual ser para ti objeto de gozo y muchos seregocijarn en su nacimiento, pues ser grande ante el Seor. No beber vino ni cosaque pueda embriagar, y ser lleno del Espritu Santo desde el seno de su madre.Zacaras, incrdulo, pregunt entonces: Por dnde podr yo certificarme de eso?Porque yo soy ya viejo, y mi mujer es estril y de edad muy avanzada. El ngel lerespondi: Yo soy Gabriel, que asisto ante el trono de Dios, quien me ha enviado paradarte esta feliz noticia. Y desde ahora quedars mudo hasta el da que sucedan estascosas, por cuanto no has credo a mis palabras, las cuales se cumplirn a su tiempo.Nueve meses despus Isabel daba a luz un nio, a quien en el da de su circuncisin lepusieron por nombre Juan. Este es el Bautista, a quien vosotros habis odo termin,conmovido, Samuel.

    La historia era tan peregrina, que, a no haberla narrado un testigo presencial tanhonrado como Samuel, no le hubiera yo dado odos. Por otra parte, Juan era un hombretan excepcional,