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1 Introducción En el ámbito de la literatura, las metáforas sirven para enriquecer el lenguaje y a expresarse mejor. Es precisamente, en el campo literario es donde los escritores han sabido sacar gran aprovecho de este recurso, como Ibn el mokafaa en Kalila y Dimna. La metáfora es muy utilizada en los diferentes géneros literarios: los poetas, ensayistas, narradores, todos ellos se valen de las metáforas en la creación de sus obras. El tema que pretendemos estudiar, lleva como título: “significación metafórica en la lluvia amarilla de Julio Llamazares». Donde intentaremos poner de relieve este tipo de metáforas correspondientes al lector y también, dependerán del contexto en el cual se emplea el escritor. Por ejemplo, la palabra “amarillo” podría simbolizar el tormento que vive el autor como consecuencia de una desesperación u otro estado de ánimo que atraviesa en este momento. Como género literario, La lluvia amarilla, es una novela autobiográfica, donde el reflejo de la vida de Julio, su infancia, con el hecho que sucedió en el año 1983, en el embalse del Porma fue despoblado. Con un amigo suyo, visitó el pueblo y lo que vieron fue semejante a un barco hundido. Esta visión caló hondo en la vida de Llamazares, con los tópicos de desaparición, bordura y falta de posición. Este vacío de su pueblo ha dejado una profunda huella, que fue transpuesta en La lluvia amarilla; un viaje sin retorno hacia el pasado, y será la temática y la problemática de la obra. Es como un canto lento en el cual el último habitante con su perra sin nombre en una villa, en la montaña; que en el éxodo de sus habitantes despobló, expresa su historia vista por sus ojos de anciano, con un tono de lamento. Llamazares deja muy claro que la novela, es verosímil, ya que Ainielle(el espacio geográfico de la obra) existe; la realidad y la ficción se funden.

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Introducción En el ámbito de la literatura, las metáforas sirven para enriquecer el lenguaje y a

expresarse mejor. Es precisamente, en el campo literario es donde los escritores han sabido

sacar gran aprovecho de este recurso, como Ibn el mokafaa en Kalila y Dimna.

La metáfora es muy utilizada en los diferentes géneros literarios: los poetas,

ensayistas, narradores, todos ellos se valen de las metáforas en la creación de sus obras.

El tema que pretendemos estudiar, lleva como título: “significación metafórica en la

lluvia amarilla de Julio Llamazares». Donde intentaremos poner de relieve este tipo de

metáforas correspondientes al lector y también, dependerán del contexto en el cual se

emplea el escritor. Por ejemplo, la palabra “amarillo” podría simbolizar el tormento que

vive el autor como consecuencia de una desesperación u otro estado de ánimo que

atraviesa en este momento.

Como género literario, La lluvia amarilla, es una novela autobiográfica, donde el

reflejo de la vida de Julio, su infancia, con el hecho que sucedió en el año 1983, en el

embalse del Porma fue despoblado. Con un amigo suyo, visitó el pueblo y lo que vieron

fue semejante a un barco hundido. Esta visión caló hondo en la vida de Llamazares, con los

tópicos de desaparición, bordura y falta de posición.

Este vacío de su pueblo ha dejado una profunda huella, que fue transpuesta en La

lluvia amarilla; un viaje sin retorno hacia el pasado, y será la temática y la problemática de

la obra. Es como un canto lento en el cual el último habitante con su perra sin nombre en

una villa, en la montaña; que en el éxodo de sus habitantes despobló, expresa su historia

vista por sus ojos de anciano, con un tono de lamento.

Llamazares deja muy claro que la novela, es verosímil, ya que Ainielle(el espacio

geográfico de la obra) existe; la realidad y la ficción se funden.

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Llevar a cabo este estudio, nos pareció muy interesante por un lado viendo cómo el

autor ha logrado una fama universal, sólo con una novela como La lluvia amarilla; que es

la segunda obra. Y por otro lado es una oportunidad poder hablar de una literatura muy

poco estudiada en nuestro Departamento.

Desde nuestro punto de vista, la metáfora es importante en nuestro habla, porque

facilita a explicarse mejor y decir lo que pensamos sin ofender a nadie y transmitir nuestro

mensaje, aunque sea difícil al expresarse, por ejemplo; tratar un tema político usando la

metáfora de una manera indirecta y lista, sin meternos en problemas, como lo ha hecho

nuestro autor Julio Llamazares.

Para llevar a cabo esta memoria de Magister, y tras la lectura de esta novela, nuestra

problemática ha sido la siguiente: ¿por qué esa presencia tan poderosa de la naturaleza para

expresar sus sentimientos y sus ideas, y eso se revela en los títulos de sus obras, Luna de

lobos, La lluvia amarilla, El río del olvido …etc.? Y también:

¿Por qué la cultura urbana está casi ausente en esta novela?

¿Cómo manifiesta el uso de la metáfora en la novela?

¿Por qué esta trascendencia fenomenológica y universal?

¿Por qué la lluvia amarilla se considera como novela lirica- rural?

¿Cómo se manifiesta la memoria en Ainielle?

Y por fin ¿es una novela a favor del recuerdo o del olvido?

Partiendo de eso, estas problemáticas son el fundamento de nuestro estudio, nos

servirán de guía a lo largo de nuestro trabajo, lo llevaremos a cabo basándonos por ejemplo

sobre teorías y artículos de revistas como las de José Carlón, Nicolás Miñambres, María

Paz López Brea Espiau, Jordi Pastor, Baah, Bachelard, Penzkofer y muchos más.

Nuestro trabajo está dividido en tres capítulos: el primero, lleva como título el

contexto social de la novela.

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En ello, trataremos la vida del autor y la novela social- política, su concepto y su

trascendencia fenomenológica y universal, también el estilo llamazariano y el manejo de

las metáforas.

El segundo capítulo se dedica al análisis literario de la novela y sus características, y

también tratar la lluvia amarilla por el aspecto lírico rural, basándonos sobre criticas de

autores famosos y respuestas por parte de Llamazares.

En primer lugar, presentaremos los personajes llamazarianos y el punto de vista de

estos últimos poniendo de relieve qué tienen de fantástico-real.

A partir de ahí, transcurran varias horas que se convierten en una atormentada espera,

y Llamazares manejando lo real y lo ficticio, transmuta la realidad en materia poética

haciendo que por la mente de Andrés corran las imágenes de lo que ha sucedido en su vida,

infancia, matrimonio, hijos, el pueblo que se niega a abandonar, el amargo aislamiento al

lado de la perra, pero también su desesperado futuro, imaginándose cómo va a ser su

muerte y su entierro.

Luego explicaremos los dos puntos importantes que han marcado la trayectoria

literaria de Llamazares. La primera hace alusión a la presencia de la naturaleza tan

poderosa y tan bien descrita, en las obras del autor y la segunda, tiene que ver con la

característica de “literatura rural”, empleada por bastantes críticos a la hora de calificar y

referirse a la obra de Llamazares.

En el tercer capítulo dedicado al análisis semántico del tema central de nuestra

memoria de Magister; que es el estudio de las metáforas, el simbolismo y el mito con el

propósito de demostrar la creación de esta perfecta armonía entre lo ficticio y lo real, y la

manifestación de la memoria en Ainielle.

A través de la obra, Llamazares crea un mundo confuso que perturba el lector y al mismo

tiempo despierta su espíritu crítico y de investigación.

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Siguiendo con nuestro análisis semántico, analizaremos el tiempo real e imaginario de

la novela que se lleva a entrar en un círculo entre el pasado y el futuro dentro de un espacio

dividido entre la memoria y el recuerdo, una lucha entre dos factores importantes en que

gira toda la historia y nos deja perdernos en la historia entre el conflicto que hay entre el

recuerdo y olvido. y acabaremos esta memoria de Magister con una conclusión apoyando

sobre los diferentes resultados que hemos encontrado a lo largo de nuestra investigación.

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1. Hacia una definición de la novela

1.1. ¿Qué es una novela?

Esta palabra procede del italiano novella, entendida como noticia, narración

o relato novelesco. En ocasiones se usa esta palabra también para referirse a una

invención, mentira, embuste o ficción.

Una novela es una obra literaria de carácter narrativo y de cierta extensión.

Está escrita en prosa y narra hechos ficticios o basados en hechos reales. Es

también un género literario que incluye este tipo de obras de un autor. Época,

lengua o estilo.

Por ejemplo; el código de Da vinci, que intenta llenar espacios con información que

mezcla lo real con lo fantástico aplicado a una historia política, por ejemplo; alguna visión

de la vida de Emiliano Zapata plagada de hechos no confirmados.

La novela social, llamada también novela de los años cincuenta o realismo social,

surge alrededor de los años 50 con el cambio de la estructura social que asienta en torno a

las grandes ciudades desde las zonas de marginación y miseria.

Son un grupo de novelas aparecidas en los años cincuenta en España, que significan

un cambio en la novelística de posguerra, cambio que se inicia con la publicación de cuatro

novelas claves: La colmena de Camilo José Cela, La noria de Luis Romero de 1951, El

camino de Miguel Delibes y Las últimas horas de José Suarez Carreño, premio Nadal

1949.

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1.2. Biografía del autor De entre los nuevos autores españoles que aparecieron a finales de los 70 en el

panorama literario del País1, tenemos a Julio Alonso Llamazares, famoso por Julio

Llamazares, escritor que logró revitalizar la novela rural en España, nacido en el

desaparecido pueblo de Vegamián, León(1955), (pueblo sepultado en el fondo del embalse

del porma2).

Su padre fue maestro en esta pequeña villa y cuando iniciaron la construcción del

embalse se marcharon de allí sin dejar familiares. Sin embargo, algo de nostalgia al saber

que su lugar natal está bajo del agua.

Es licenciado en derecho, pero se dedica al periodismo escrito, radiofónico y televisivo

en Madrid, lugar donde reside. Se le puede considerar, un escritor de la llamada nueva

novela española. Ha cultivado diversos géneros: poesía, literatura de viajes, la crónica de

prensa y el guión cinematográfico y artículos periodísticos.

A pesar de su espíritu de viajero, permanece profundamente unido a su provincia de

origen. Es un hombre poco sociable, y afirma que de la literatura lo único que le interesa es

escribirla. No está de acuerdo con que el escritor se le exija que sea un personaje social: “el

acto de escribir, es un acto solitario” (Batista, 1999:3).

Su obra está dedicada a guardar en la memoria sus paisajes, sus hombres y su historia.

La mayoría de sus libros, se proyectan de esta manera, siempre llevan un trazo de marco

real; aunque todos son diferentes.

Demuestra una gran sensibilidad para tratar el tema de la naturaleza y se nota en el

título de la obra la lluvia amarilla, que bebe y se forja en lo rural (…) donde no sólo

observamos la historia de unos campesinos que sufren un sin fin de desgracias, sino que

1 El País, es un periódico español. 2 es el segundo embalse más grande de la provincia de León, en la comunidad autónoma de Castilla y León, España. construido por el ingeniero y el escritor madrileño Juan Benet.

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estamos ante la interpretación más exacta del efecto rural que se fragua en la posguerra

(Pardo2002:2).

Un hecho significativo en la vida de Llamazares es que en el año 1983, el embalse del

Porma fue vaciado con un amigo suyo, José Carlón, visitó el pueblo y lo que vieron fue

algo semejante a un barco hundido lleno de lodo, restos esparcidos de lo que una vez fue

un pueblo, trozos de casas con sus blancos de hierro derrumbado, ventanas sin vidrios,

paredes con algunos marcos de puertas y pedazos de techos. La vieja torre de la iglesia en

el suelo, trazos de lo que fue una carretera que conducía a los pueblos vecinos, el laberinto

de viejos caminos, restos de un chopo (álamo) que permanecía ahí como un árbol enfermo.

Esta visión caló hondo en la vida de Llamazares, con los tópicos de desaparición,

borradura y falta de posición. Esta penosa visión de su pueblo fue traspuesta en La lluvia

amarilla, un viaje sin retorno hacia el pasado, a pesar de que el mismo Llamazares, en un

programa especial de radio y televisión española internacional (1999), afirme que no sabe

hasta qué punto esta situación lo había influido : “ lo único que tengo claro, es que el

hecho de no tener un lugar al que volver, a un sitio de referencia como la mayoría de las

personas, me hace sentir más apátrida , lo cual dicho sea de paso, es muy saludable, sobre

todo en estos tiempos de fiebre nacionalista” .

La lluvia amarilla es una especie de elegía, como un canto lento en el cual el último

habitante de una villa en la montaña -que en el éxodo de sus habitantes despobló-expresa

su abandono con un tono de lamento.

Inicialmente recuerda los eventos cercanos y violentes, después recorre el tiempo

hasta llegar al olvido. A pesar de las alucinaciones sufridas por el narrador, Llamazares

deja muy claro que la novela es verosímil, ya que Ainielle existe, la realidad y la ficción se

funden. Fue publicada por la Editorial Seix Barral, S.A en 1988.

Con La lluvia amarilla, lo mismo en Luna de lobos (1985), Llamazares explora un

tópico de literatura española inaugurando con el Quijote: la evocación de los perderos, su

honor, su ética. En 1979 publica un libro de poemas titulado La lentitud de bueyes.

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Publica el ensayo EL entierro de Genarín (1981); libro extraño que prodía la pasión de

Jesucristo. En 1989 aparece otro volumen de poemas Memoria de la nieve, con el que gane

el premio (Jorge Guillén).

El río del olvido (1990), es un recuento de su viaje a pie de seis días por comarcas

leonesas con el curueño piloto de rio de los veranos de su infancia. Reúne sus principales

artículos en el volumen en Babia, publicado en 1991. En 1994 publica Escenas de cine

mudo, en el que relata la infancia del narrador en una remota aldea minera leonesa.

En 1998 publica Tras -os- montes: un viaje portugués con lo que Llamazares ha

realizado una novela y un libro de viaje al mismo tiempo, ya que refleja fielmente el

paisaje portugués, centrándose concretamente en la región tras -os-montes3.

Otros dos títulos de publicación reciente son Los viajeros de Madrid ( 1998, artículos

de prensa), en el que Llamazares recoge la visión de 30 ilustres visitantes sobre la ciudad,

desde el siglo 16 hasta la actualidad; y el otro es llamado Tres historias verdaderas (1998,

relatos).

Es importante destacar también que Llamazares ha escrito varios guiones

cinematográficos, en 1984 redactó y protagonizó El relato de un bañista en 1987, el

director Julio Sánchez Valdés contó con su colaboración para llevar a la pantalla su novela

Luna de lobos.

En 1995 compuso el guion del techo del mundo y 1999 el de la película flores de otro

mundo. Toda esta producción lo ha colaborado entre las figuras más destacadas de la

narrativa española actual.

3 es una región histórica portuguesa situada al noreste del país, fronteriza con las comunidades autónomas españolas de Galicia y Castilla y León.

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1.3. Contexto social de la obra de llamazares

Siguiendo los pasos del maravilloso libro de Julio Llamazares, La lluvia amarilla,

novela –como bien sabido- ambientada en Ainielle4 (exactamente en la senda amarilla

entre Olivan y Ainielle) en sus últimos años de vida, se abrió la puerta ante un fenómeno

social y universal que es el problema de la despoblación de los pueblos en España tras la

guerra civil en todo el mundo.

La lluvia amarilla ha venido más de cuatrocientos mil ejemplares en todo el mundo5,

ha sido traducida a más de veinte idiomas y ha sido objeto de tesis y tesinas en las

Universidades más dispares que se pueden imaginar. Además, ha generado mucha

literatura cuyo tema es la novela amén de libros de fotografías y estudios autobiográficos.

Llamazares nunca fue consciente de esto, pero lo más curioso es observar cómo la

novela trasciende los límites de la literatura para convertirse en un fenómeno social y

universal.

La novela vuelve una lectura obligatoria en los centros de secundaria de la comunidad

autónoma de Aragón y de la junta de comunidades de Castilla - la Mancha- es probable

que esta sea una de las razones por las que una de cada tres familiares en la comunidad de

Aragón tienen un ejemplar de la novela en su biblioteca.

Siguiendo la ruta fenomenológica de la novela, nos encontramos con que hay

familiares en Aragón que han nombrado a sus hijas Ainielle, el nombre del pueblo que

quedara deshabitado cuando muera Andrés, el protagonista de la novela.

4 es una localidad española actualmente despoblada, perteneciente al municipio de Biescas, en la provincia, en la comarca del alto Gállego, en la comunidad autónoma de Aragón. como dice Llamazares al principio de la lluvia amarilla, Ainielle existe. es un pueblo real que quedó abandonado en el año 1970, por lo tanto la historia es reconstrucción poética de la muerte del lugar.

5 J.Llamazares cuenta que cuando publicó la novela (1988), tanto él como su editor pensaron que la distribución de la misma sería muy minoritaria, y se conformaban con vender unos miles de ejemplares.

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Existe una ruta señalizada como La ruta de la lluvia amarilla, que surca las sierras

pirenaicas de Huesca que desembocan en Ainielle. Esta ruta es objeto de visitas de culto de

lectores y amantes del Pirineo.

Las anécdotas alrededor de La lluvia amarilla, se suceden una tras otra dejando un

rastro de extrañeza por lo que tiene de curioso que una obra literaria contemporánea haya

alcanzado tal popularidad, siendo como una novela difícil, triste y tan alejada de la

mercadotecnia6 actual.

Entonces hay que preguntarse: ¿Por qué está trascendencia fenomenológica y

universal? probablemente, porque su tema central, es el abandono del mundo rural, es un

tema de carácter antropológico que toca y une a mucha gente que se siente identificada con

los pensamientos del autor, con mucha gente de todo el mundo, porque estos movimientos

migratorios afectan tanto a las zonas más ricas del planeta como a las más deprimidas.

1.4. El estilo Llamazariano

La lluvia amarilla, y con esto entramos en la problemática del lenguaje empleado por

el narrador de la obra, ha sido calificada por la mayoría de los críticos de novela “lírica” y

efectivamente, no puede pasar desapercibido el gran número de representaciones

simbólicas o metafóricas que se dan cita en la obra, la densidad semántica de los

significantes, la subordinación de la acción al sentimiento o el empleo de variados recursos

rítmicos.

En lo que se refiere al estilo de Julio Llamazares, es uno de los más puros y

auténticamente literarios de la literatura española actual. Su lenguaje, lírico y expresivo,

adquiere a menudo valor estético por sí mismo a causa de sus virtudes fónicas y rítmicas y

está sabiamente sopesado para extraer de él las más sutiles y recónditas emociones. Busca

6 Julio Llamazares dice: Humildemente, yo escribo para otra cosa, para hacer pensar y sentir, y eso se consigue solo manipulando el lenguaje para sacar de él toda su capacidad: algo que a veces se nos olvida, habituados como estamos a esas novelas comerciales en las que lo de menos es cómo están escritas y lo de más el gancho de su argumento.

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intencionadamente la musicalidad, fundamentada en la repetición periódica de

determinados grupos de tónicas y átonas, en la dureza (acumulación de oclusivas,

palatales, velares y vibrantes) o suavidad fónica (sibilantes) de las consonantes:(…) La

herrumbre de cerrojo, al rechinar bajo el empuje de una mano, basta para romper el equilibrio de

la noche y sus profundas bolsas de silencio. (p.14).

La disposición tipográfica de los “capítulos” y de los “párrafos” está deliberadamente

estudiada para producir un efecto visual de resonancias connotativas, su prosa está incluso

medida y rimada, lo que refuerza aún más esta impresión de estatización extrema, por

ejemplo:

Como arena, el silencio sepultara mis ojos. Como arena, que el viento ya no podrá esparcir. Como arena, el silencio sepultara las casas. Como arena, las casas se desmoronarán. Oigo yo sus lamentos. Solitarios. Sombríos. Ahogados por el viento y la vegetación. (p.125).

Sus frases, por lo general más bien cortas y con pocos verbos, generan un ritmo lento,

monótona, intensificado por el empleo frecuente de la reiteración anafórica de gran fuerza

intensificadora. Ello queda patente en el aserto de Andrés al pensar que sus días están

contados y que pronto tendrá que comparecer ante Dios:

Nunca le tuve miedo. Ni siquiera de niño. Ni siquiera la noche en que la lluvia amarilla me enseño su secreto. Nunca le tuve miedo porque siempre supe que él también es un pobre y solitario cazador de perros viejos. (p.139).

En su novela, cuenta Llamazares, todos sus libros tienen el aire poético de una

autobiografía ¿esa es el alma de la literatura? “la memoria, no los acontecimientos. Las

novelas son autobiográficas, porque reflejan el alma del escritor, no porque estén contando

su vida.

Luna de lobos (1985), por ejemplo, que habla de los huidos de la posguerra, es antro

biográfica, (aunque yo no viví en ese tiempo, lo es, porque refleja mi personalidad). y con

La lluvia amarilla ocurre lo mismo, pensé a que nunca hay vivido en una aldea remota del

pirineo ni sea un viajero loco… por o menos de momento”

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La lluvia amarilla parece la madre de sus libros. Julio dice: “puede ser, pero para mí la

madre de mi literatura, es mi primer libro de poemas y en concierto el primer poema ese

que dice: Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta ahora. Todo es tan lento como el

pasar de un buey sobre la nieve. Ahí está todo lo que yo pienso. Por eso soy un escritor tan

previsible. Siempre estoy escribiendo el mismo, aunque con matices. La esencia de lo que

escribo es mi perplejidad ante el mundo y ante la realidad y sobre todo, ese sentimiento

que siempre me ha acompañado desde que tengo uso de razón, que es el sentimiento de

extranjería.

Dice J. Llamazares: “que en todas sus novelas la presencia del mismo estilo en su

prosa, un mismo gusto por la evocación poética, pero los argumentos de ambas novelas son

muy distintos, así como su escritura”.

Y añade también: “escribir”, es buscar música de las palabras, para él, la literatura es

música, es solo el relato puro, es la música de las palabras que hace que esto se transforme

en una emoción. “eso es lo que más tiempo me lleva conseguir, por eso, soy tan lento

escribiendo”.

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2. Análisis literario de la lluvia amarilla

2.1. El dialogo del protagonista La lluvia amarilla es una novela autobiográfica de nostalgia, pues es un penoso anhelo

por el pueblo que quedara totalmente abandonado en el momento que muera su último

habitante, es “un intento desesperado de repropiarse un pasado perdido” . (Jamson, 1995.47).

Desde el inicio se presenta a un personaje, Andrés de casa Sosas, como un sujeto

frustrado, fracasado, angustiado por su existencia, su descendencia y su vejez, quien está al

acecho de un grupo de hombres que lo van a buscar para matarlo.

A partir de ahí, transcurran varias horas que se convierten en una atormentada espera; y

Llamazares, manejando lo real y lo ficticio, transmuta la realidad en materia poética,

haciendo que por la mente de Andrés corran las imágenes de lo que ha sucedido en su vida,

infancia, matrimonio, hijos, el pueblo que se niega a abandonar, el amargo aislamiento al

lado de la perra, pero también su desesperanzado futuro, imaginándose como va a ser su

muerte y su entierro.

La lluvia amarilla, es la reproducción del monólogo, en primera persona y desde el

presente narrativo, del último habitante de Ainielle mediante el cual el protagonista va (…)

recuperando, durante la tensa espera de la muerte, desde la soledad de la proximidad transcurrida

en solitario hasta los recuerdos deshilachados de la infancia (…), (R.Acin, Heraldo de Aragón,

21/4/1988).

Nos parece interesante la tesis de María7 Paz López- Brea Espiau que en su trabajo La

lluvia amarilla de J. Llamazares, o el arte del diálogo oculto”, propone una lectura

diferente de la novela:

[…] la lluvia amarilla,[…] es, a simple vista, el monólogo de un viejo al borde de la muerte[…)]En la obra se establecen unas identificaciones entre el protagonista y los diferentes elementos de su entorno que permiten formar una red de coherencias y de significados[…] gracias a esta identificación, sería lógico pensar

7 López-Brea Espiau, María Paz: “El arte del dialogo oculto, tierras de León, 30/9/1989).

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que los elementos de naturaleza adquieren el rango de personaje. De esta manera, la forma aparente de monólogo que recorre toda la novela, es realmente un dialogo muy especial con estos personajes no humanos[…], (tierras de León, 30/09/1989).

Siguiendo con nuestro análisis, nos ocuparemos a continuación, de los personajes de la

novela. María Paz López- Brea Espiau, en su trabajo, que ya hemos señalado, ordena los

personajes de la lluvia amarilla en tres categorías:

I-vivos: (Andrés y la perra). II- no vivos: (los fantasmas). III- y no humanos8(elementos naturales). La primera categoría obedece, a grandes rasgos, a lo que Bobes Naves9 llama

presentación “realista” de un personaje, y las otras dos a la presentación “imaginativa”,

esto es, el modo de presentación que (…) no se preocupa de conseguir verosimilitud, porque no

busca el contraste de verificación o falsación con la realidad humana (…), (1985:77).

El protagonista de la novela es Andrés de Casa Sosas. Su mirada, su memoria, su

conciencia y, en parte su voz, son los “responsables” de la presentación de este monólogo

interior y, los demás personajes, todos ellos secundarios. No obstante, la particularidad de

este personaje, entre la vida y la muerte, la locura y la memoria, condiciona tanto su puesta

en escena como la del resto de los personajes. sin embargo, al lado de Andrés, la persona

física, hemos captado la presencia, poderosa y significativa, de su conciencia. R. Gullón,

(1984:38), apunta con respecto a esta clase de personajes: (…) si se piensa que en la novela

lírica el Yo es escenario, además de sujeto, la actitud lectoral ante los fenómenos mentales habrá

de parecerse a la de quien asiste a una representación (…).

En La lluvia amarilla, la representación mental de Andrés, el protagonista vivo/ no

vivo de la obra, se auto-presenta por única y última vez, en la página 131, refiriéndose, a su

8 En ocasiones, parece pensar sobre ellos la maldición como sobre los protagonistas del llano de llamas de Juan Rulfo. Los ecos de Pedro Páramo resuenan de manera especial en La lluvia amarilla, en la cual, a partir del capítulo décimo, se borran las fronteras entre los vivos y los muertos y Andrés cohabitara con los fantasmas del pueblo. 9 Carmen Bobes Naves (Oviedo, 1930) filóloga, catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, fue la primera directora del Instituto Bernaldo de Quirós de Mieres e introductora de la Semiología en España. Fue la octava catedrática de España, la primera casada, y formó con su marido, Ramón Maciá, el primer matrimonio de catedráticos del país, lo que estuvo muy lejos de ser una ventaja. Es autora de 30 libros y de 250 artículos. Tiene dos hijos y tres nietas, Raquel, Carmen y Teresa.

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tumba que acababa de cavar: (…)cuando la vean-si pasa mucho tiempo, quizá llena de nuevo de

ortigas y de agua-, más de uno pensará que, como se decía, Andrés de Casa Sosas, el último de

Ainielle, ciertamente estaba loco(…) .

Pocos datos más conocemos acerca de este personaje: su edad (unos setenta años), su

sexo, su familia y su desesperado aferramiento a su tierra natal. Sin embargo, este

personaje, es el personaje más “potente”, más “característico” y más “redondo” de todos

que J.Llamazares ha “creado” hasta el momento.

Cabe mencionar que una de las características esenciales de los personajes esta

únicamente en la mente del protagonista(Andrés), con excepción de la perra, es su

oposición al propósito de Andrés (circunstancia esta que acentúa aún más la soledad del

personaje principal y la inutilidad de su empeño): los personajes vivos porque con su

marcha o su muerte contribuyen al abandono de Ainielle, los no vivos porque son una

premonición del vacío final que se acerca y los personajes no humanos porque reivindican

el territorio que un día les arrebataron los hombres.

2.1.2 El análisis de los personajes (esquema aclaratorio) v

Los hijos,

Camilo,

Andrés y

Sara

Andrés (El protagonista)

Sabina Su esposa

Los vecinos Casa de Julio, Gavín

La perra Su

compañera después la muerte de su esposa.

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Hace algunos párrafos, hemos ocupado la presentación “realista” de los personajes

vivos de la novela. De ellos, aparte, claro está, del protagonista, cobran mayor

trascendencia en la novela la familia de Andrés -sobre todo, su mujer Sabina- y los últimos

habitantes que abandonan Ainielle -los de Casa Julio, Gavín, etc.-. No obstante, algunos de

estos personajes vivos, antes todavía de su muerte o marcha del pueblo, se presentan en la

memoria de Andrés envueltos en una forma irreal. Es el caso, por ejemplo, de Sabina poco

antes de su suicidio: (…) Sabina vagaba por el pueblo, como una aparición o un hálito irreal

(…), (p.23).

Tanto en la memoria de Andrés como en la novela, los personajes vivos ocupan un

espacio reducido, mientras los personajes no vivos y no humanos son los que vienen a

reivindicar con insistencia un mayor protagonismo y relevancia. No olvidemos, que en la

presentación “imaginativa” de estos personajes que se lleva al cabo en la novela, el propio

pueblo de Ainielle se identifica con el protagonista ya que la suerte de cada uno está

estrechamente relacionada con la del otro. A Ainielle, al igual que a la nieve, el viento, el

río, el silencio o el fuego, se le atribuyen a lo largo de la novela rasgos y características

humanos: (…) al fondo, recortándose en el cielo, el perfil melancólico de Ainielle: ya frente a

ellos, muy cercano, mirándoles fijamente desde los ojos huecos de sus ventanas (…), (p.11)

Siguiendo con nuestro análisis, hemos elegido una presentación conjunta de estos

componentes del texto, sobre todo en su función “imaginativa”, es decir, en la proyección

que tienen en la memoria delirante de Andrés, la naturaleza y sus elementos cobran vida y

se convierten en auténticos personajes, de ahí la separación de los personajes de la novela

en vivos, no vivos y no humanos. Sin embargo, esta separación de los personajes como

hemos constatado, comparte características con otra categoría de personajes y adquieren,

incluso, tercera dimensión.

Paralelamente, la identificación que se produce entre el narrador y algunos, por lo

menos, personajes de la novela, así como la presencia de la voz de algunos de ellos en el

texto, añaden al monólogo interior tintes al dialogismo, hasta tal punto, que algunos

críticos, acertadamente, han hablado, refiriéndose a la lluvia amarilla, de monólogo

plurifÓnico o de diálogo subyacente al monólogo del personaje.

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La mayoría de los personajes –de todo tipo10- de la novela, se sitúan en la posición del

oponente del sujeto actancial (Andrés) , acentuando, de esta manera, la lucha solitaria e

inútil del protagonista por conservar vivo su pueblo y su cultura. Y es precisamente el

pueblo, Ainielle, uno de los “personajes” que se escapa de la condición de oponente para

convertirse, a través de su identificación con Andrés (sus destinos van están unidos, porque

con la muerte de Andrés, Ainielle muere), en protagonista y sujeto actancial. No obstante,

y hablando con propiedad, el único personaje que acompaña al protagonista en su lucha

contra la destrucción del pueblo, es la perra. (..El único ser vivo que no me ha abandonado…).

Esta perra anónima (no le han llamado porque sencillamente ya no quedaba otro perro

en el pueblo), refleja aún más el abandono que sufre Andrés y su pueblo a causa de la

huida o la muerte de los personaje humanos. No en vano, durante las largas noches de

soledad y silencio, Andrés buscaba en la penumbra (…) el calor y la mirada, más humana, de

la perra (…), (p.24).

Andrés, en un gesto de misericordia, poco antes de morir, mata a la perra de un

disparo. Es un acto de un gran simbolismo (el protagonista de la obra, de esta manera, pone

fin a la perra para que no sufra del abandono), y así lo concibe el propio Andrés cuando

realiza el siguiente paralelismo- comparación entre lo que es su vida y la vida de un perro

abandonado: (…) me dejaron aquí como un perro sarnoso al que la soledad y el hambre acaban

condenando a roer sus propios huesos (…), (p.135).

En la novela, la representación de la perra es la única “compañía” de Andrés dándole el

“afecto” que necesitaba (que el resto de los personajes le negaron o no le pudieron dar) .

en este aspecto, José Carlón apunta, con respecto a la relación de Andrés con su perra: (…)

en este paisaje de sonoridad milenaria asoman los animales de origen, sobre todo el perro como

compañero habitual del poblador, un perro y un hombre que repiten en esencia la figura

prehistórica de la primera alianza(…) (1996:27).

10 vivos no vivos y no humanos.

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No es de extrañar, por lo tanto, que todos ellos vayan asociados –en la memoria del

personaje principal- a nociones tales como la soledad, el olvido, el abandono, la traición, el

dolor o la destrucción.

Empezamos, pues, nuestra referencia al valor semántico de los demás personajes de la

novela ocupándonos, en primer lugar, de los personajes vivos. Queremos señalar, que

todos los datos que se conocen acerca de estos personajes provienen de la memoria del

narrador y del “tratamiento” que reciben de ella. No obstante, en el monólogo del

personaje se detectan pequeñas desigualdades que dejan lugar a la manifestación de voces

pertenecientes a algunos personajes secundarios11. Estas voces “rompen” con el monopolio

del narrador y enriquecen la polifonía12a del texto (aunque tenemos que aclarar que en sus

cortas intervenciones nunca llegamos a conocer su punto de vista sobre cuestiones

importantes, privilegio éste exclusivo del narrador de la obra), a la vez que se utilizan, por

parte de Andrés, como “pruebas” de que no todo su discurso se debe a alucinaciones de su

delirante memoria(otra cosa distinta son las voces de los personajes no vivos que cita el

narrador y que examinaremos más adelante). Como ejemplos más característicos de estas

voces citadas, podríamos mencionar la carta que Andrés, el segundo hijo de Andrés de

Casa Sosas, manda a su familia desde Alemania, (p49), la voz del padre de Andrés poco

antes de morir, (…)vengo de ver el sitio- recuerdo que me dijo-al que me llevaréis muy pronto y

para siempre(…), p.74, o la voz de Sabina que se dirija a su hijo Andrés el día de su marcha:

(…)Sabina debía de estar dándole a Andrés los últimos consejos…: escríbenos no hagas caso a tu

padre, olvida lo que te dijo y vuelve siempre que quieras(…), (p.53).

Más adelante, en el mundo de personajes vivos (oponentes del sujeto actancial) que

desfilan por las páginas de la novela (y la memoria de Andrés), más concretamente, se trata

de Camilo, hijo mayor del protagonista , de Andrés, hijo segundo del narrador, de julio,

último habitante del pueblo que “huyo” de Ainielle y de Sabina, esposa de Andrés.

11 Curiosamente, éste no es el caso de la única oración del relato que está escrita en discurso directo: “la noche queda para quienes”, (p.143). como, muy acertadamente, sostiene M.Knuz, (1997:264), esta oración-epitafio que cierra la novela, a pesar de ser pronunciada por uno de los hombres de la expedición, no deja de ser una creación de la conciencia del narrador, metida en la boca de uno de los personajes. 12 polifonía: abundancia de los ritmos.

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Los dos hijos de Andrés y Sabina, pertenecen a la larga lista de los vecinos que

abandonaron Ainielle en su lenta, e imparable, muerte. Sin embargo, los dos casos no

tienen nada en común, Camilo, que por ser el mayor (…) era en realidad, el designado por la

sangre y la costumbre para heredar mi puesto (…), (p.55), fue víctima de la sangrienta guerra

civil. Su desaparición, (su muerte nunca llegó a confirmarse), marcó claramente el destino

de su familia, a la vez que el momento histórico en que sucedió este triste acontecimiento

se puede percibir como un puente que une la lluvia amarilla con la primera novela del

escritor leonés: Camilo es “compañero” de Juan, Gildo, Ramiro, Ángel y de todos aquéllos

que “desaparecieron” durante esa brutal contienda que fue el trasfondo de luna de lobos.

Andrés, el hijo segundo, pertenece a la categoría de aquellos que se fueron de su

pueblo (André13s emigró a Alemania) en busca de una vida mejor. Forma parte, de la gran

ola de emigración, a la que hacíamos alusión anteriormente cuando hemos tratado la

novela social, y que, durante las décadas de los cincuenta y sesenta, asoló los pueblos de

España, (Andrés se va de Ainielle en 1949).Si la desaparición de Camilo fue una fatalidad,

la marcha de Andrés fue recibida por su padre como una traición a su casa y a su pueblo.

Camilo, era la única esperanza de supervivencia que tenía su familia y, justamente por

eso, su partida: (…) dejo un vacío tan grande dentro de la casa que, aunque su nombre nunca

más volvió a ser igual desde aquel día (…), (p.53).

A los oídos de Andrés, que ni siquiera fue despedido por su padre, recordamos que (el

narrador, nunca despidió a ninguno de sus vecinos), el día de su marcha, resonaba la

terrible maldición de su progenitor (de su tierra): (…) si se marchaba de Ainielle, si nos

abandonaba a su destino la casa que su abuelo había levantado con tantos sacrificios, nunca más

volvería a ser mirado como un hijo (…), (p.52).

Andrés, el hijo, al igual que ocurría con Ángel en Luna de lobos, aunque por motivos

bien diferentes, salía de un espacio textual (rompía la frontera del espacio “propio”)

sabiendo que la tierra que abandonaba ya no “tenía perdón” para él, (como no lo tuvo para

13 en la obra, hay dos Andrés: Andrés el padre y Andrés el hijo.

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Aurelio, es vecino del pueblo, el día que regreso para recoger algunas de sus pertenencias y

se encontró con la escopeta amenazante de Andrés), porque por abandonar el pueblo y

como hemos dicho, que (el destino de cada uno esta estrechamente relacionado con el

otro).Andrés, ve que es el único ser que merece estar en Ainielle.

La lenta y penosa historia de la despoblación de Ainielle, como el propio narrador

confiesa, fue un proceso que empezó cuando él apenas era un niño. No obstante, y

exceptuando la salida de sus dos hijos, la marcha que más afecto a Andrés fue la de Julio,

justamente por ser éste el último vecino, aparte de Andrés y Sabina, que quedaba en

Ainielle.

Más que una marcha fue, en realidad, una huida: (…) Julio se fue al final de aquel mismo

verano, sin recoger casi sus cosas, como si temiera que yo pudiera adelantarme (…), (p.80). La

salida apresurada de Julio, fue la última parte en la larga cadena de abandonos que

marcaron el destino del pueblo, ya que, a partir de entonces, nadie volvería a salir de

Ainielle.

De este modo, su marcha significó el triunfo final de la muerte, y el inicio de una larga

y amarga soledad que culminaría diez años más tarde. Y desde aquel adios, pues, aquella

misma madrugada, hiciera su aparición la lluvia amarilla:

[…]pero, de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta14 y amarilla… A partir de aquella noche, el óxido fue ya mi única memoria y el único paisaje de mi vida […], (p.81).

Sin embargo, y a pesar de todo, la marcha de Julio no fue la última escala del

descenso de Andrés a los infiernos de la soledad y de la muerte. El punto final, es el

suicidio de Sabina. El doloroso recuerdo de su trágica muerte es el que abre el relato de la

vida del narrador, justamente, para señalar, y resaltar, que hubo un antes y un después de

este suicidio. El relato de los dos meses que transcurrieron desde la marcha de Julio hasta

el suicidio de Sabina, ocupa el capítulo dos, y en él, más que la relación de dos personas, se

14 metáfora de llanto y tristeza.

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nos cuenta el “desencuentro” de dos sombras que vagan en silencio por las calles desiertas

de Ainielle: (…) y, así, cuando llegó la nieve, la nieve estaba ya, desde hacía mucho tiempo, en

nuestros propios corazones (…), (p.20).

La presencia de la nieve (el fenómeno físico) simboliza, pues, la llegada de la “otra”

nieve: el olvido, el silencio, la muerte. Sabina, más sensible a la muerte o marcha de sus

hijos y vecinos, menos dispuesta a vincular su existencia a la existencia de su pueblo y

tolerar una relación con un hombre con el que ya no hay ningún punto de comunicación,

decide poner fin a su vida (decide, en definitiva, no sufrir la agonía de la lenta muerte de

Ainielle y su cultura).

La reacción, inmediata, espontánea, de Andrés, después del suicidio de Sabina, es

decir, después de la confirmación de que él sólo tenía que luchar por conservar vivo el

pueblo y todo lo que él representa, fue destruir u ocultar todas las cosas que pertenecían o

recordaban a Sabina (fotos, ropa, joyas, etc.), en un acto desesperado y vano de borrarla de

su memoria, de olvidar. No obstante, en el momento mismo de quemar el relato de su

difunta esposa, Andrés, consternando, fuera de sí, se da cuenta de que los muertos ya han

tomado posesión de la casa:(…)sé que nadie jamás me creería, pero, mientras se consumía entre

las llamas (el retrato), su voz inconfundible me llamaba por mi nombre(…), (p.35).

Y es, justamente, el propio Andrés quien, en un acto simbólico, a la vez que

sobrecogedor, se vincula para siempre con la muerte, al atar a su cintura la soga (metáfora

de la alianza matrimonial o del cordón umbilical) con la que Sabina se había quitado la

vida.

No fue esa la primera vez que los personajes no vivos entran en la vida y los recuerdos

del protagonista –narrador, (mucho antes, habían hecho su aparición las sombras del

desaparecido Camilo y de Sara, la niña muerta del matrimonio), pero si fue el inicio de un

largo período durante el cual los muertos se apoderaron del pueblo y poblaron la delirante

memoria de Andrés; es tan “viva” la presencia de estas sombras fantasmales de su madre(…)

sentada en el escaño, junto al fuego, inmóvil y en silencio, igual que siempre, parecía haber

venido a demostrarme que era el tiempo, y no ella, el que realmente estaba muerto(…), (p.86). El

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fantasma de Sabina y de la madre de Andrés, los fantasmas de todos los familiares muertos

y de todos los muertos del pueblo, vinieron a recordarle al narrador que, en realidad, él

también era uno de ellos y convencerle de que su sitio estaba entre las sombras que cada

noche intentaba mantener viva la lumbre en las casas destruidas de Ainielle.

Andrés, a lo largo de los últimos diez años de su vida, se debatió entre el inútil

esfuerzo de salvar su pueblo y la convicción de que realmente, cuando murió Sabina:

[… ] como un río encharcado, de repente el curso de mi vida, se había detenido y, ahora, ante mí, ya sólo se extendía el inmenso paisaje desolado de la muerte y el otoño infinito donde habitan los hombres y los árboles sin sangre y la lluvia amarilla[…], (p.40)

Este, pues, “inmenso paisaje”, que será nuestro siguiente punto de atención, cobra vida

en los recuerdos del narrador, hasta tal punto que, o se identifica con él o establece una

relación dialógica cuyo denominador común es la amenaza de la proximidad de la

destrucción, de la muerte (no en vano, todas las descripciones paisajísticas que realiza

Andrés, están impregnadas de este olor a muerte, de esta amenaza, palpable y apocalíptica,

de la destrucción final).

Los acontecimientos que se narran en la novela, están situadas temporalmente en las

épocas frías del año15, esto es, invierno u otoño, y, además, muchos de ellos tienen lugar en

horas de escasa (anocheceres, amaneceres) o nula (noches) iluminosidad, por ejemplo: La

descripción del amanecer en el que sucedió el suicidio de Sabina: (…) cuando me desperté, estaba

amaneciendo. La fría luz que salpicaba los cristales…me hizo dudar por un instante de si, en

efecto, la nieve no habría profanado ya la casa… una niebla espesa, cuajada de amenazas, cubría

ahora los árboles y los tejados más cercanos(…), (p.25). . Esta atmósfera mortuoria que

envuelve Ainielle, este ambiente oscuro y frío, viene a mostrarse, aún más, la proximidad

de la muerte del personaje, la victoria final de esa lluvia amarilla, (metáfora del otoño y,

por extensión, de la muerte), que lo impregna todo. Andrés, por lo tanto, vive en este

paisaje oscuro y luctuoso, a la vez que el paisaje se reproduce y cobra vida en sus

alucinaciones., antes, el protagonista se erige en guardián último de un territorio y de una

cultura, se produce entre Andrés y Ainielle (el espacio “propio”) una identificación, hasta 15 según los datos, el tiempo de la obra fue en el mes de otoño/ octubre.

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tal punto que la conciencia del moribundo personaje se convierta en conciencia de todo el

pueblo (o viceversa).

El propósito común de estos dos actantes es defenderse de los adversarios, externos e

internos, y perpetuarse en el tiempo (propósito inalcanzable, como se encarga de dejarnos

bien claro, desde el inicio mismo de la novela, el narrador). Por lo tanto, en la conciencia

de Andrés, todos esos peligros que amenazan el pueblo, adquieren características humanas

(personajes no humanos), circunstancia ésta que tiene como resultado la aparición de una

especie de diálogo entre el narrador y los elementos “enemigos”, en la medida en que

Andrés interpreta su manifestación como amenaza o augurio de algo malo que ocurrirá. Sin

embargo, es curioso, a la vez que llamativo, el hecho de que sean los elementos naturales

los máximos “exponentes” de esta amenaza, relegando a los peligros que provienen del

espacio “exterior”, (nuevos modos de vida, invasores, etc.), a un segundo plano.

La explicación a esta, aparentemente, peculiar circunstancia la podemos buscar, como

no, en la atormentada conciencia del narrador. Más concretamente, si bien al principio, fue

la esperanza de una vida mejor (las sirenas del espacio “exterior”) la que condujo a la

emigración masiva de los habitantes de Ainielle e inicio el proceso de destrucción del

pueblo, en su etapa final, éste se ve amenazado por la propia naturaleza (que en esta obra, y

al contrario con lo que ocurría en Luna de lobos, enseña casi exclusivamente su rostro

cruel y destructor) que en la conciencia de Andrés llega a adquirir características de

vengador implacable. Esta naturaleza, pues, y la presentación “imaginativa” de sus

elementos, será nuestra próxima referencia, no sin antes hacer hincapié en un hecho

relevante: y es que no siempre Andrés se encuentra en armonía con su propio espacio (con

su pueblo), puesto que existen momentos en los que Ainielle adquiere en los ojos del

narrador el aspecto amenazador de un ser fantasmal y terrorífico:

[…] de repente, todo el pueblo parecía haberse puesto en movimiento. Las paredes se apartaban, silenciosas, a mi paso, los tejados flotaban en el aire como sombras desgajadas de sus cuerpos y, sobre el vértice infinito de la noche, el cielo se había vuelto amarillo por completo[…], p.89.

Es el miedo que produce a Andrés el hecho de haber tomado conciencia de que está

habitado (defendiendo) un pueblo “tomado” por los fantasmas, “tomado”, en definitiva,

por la muerte.

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Como hemos dicho, anteriormente, los elementos naturales (la naturaleza, en general),

que entran con Andrés en una relación “dialógica” y adquieren en su imaginación una

dimensión antropomórfica16 y, a veces, monstruosa, representan la destrucción, el dolor, el

paso del tiempo, son, en definitiva, los máximos oponentes del sujeto actancial en su

empeño por conservar vivos su pueblo y su cultura. Pasaremos, pues, a continuación, al

examen de algunos de estos elementos que están resumidas en el cuadro siguiente:

El “Viento”, representado como un “perro rabioso”, una “bestia herida” o un “hosco

visitante”, es el “mensajero” de la destrucción por antonomasia: (…) desde la ventana de

este cuarto, contemplamos las huellas de su paso: pizarras y maderas arrancadas, postes caídos,

ramas quebradas, bancales y sembrados y muros arrasados (…), p.19.

Cuando él se fue, llego el momento de la “Lluvia”. Andrés, el día en que, mudó,

asistió a la marcha de su segundo hijo, quiso escuchar su “lamento en los cristales”. Pero

fue una impresión errónea y pasajera, una alucinación. Pronto la lluvia de agua dejó paso a

la otra lluvia, la amarilla, que lo sepultó (lo corrompió) todo. Y, cuando el frio se hizo más

intenso, se apoderó del pueblo una “maldición antigua y blanca”, la “Nieve” que, como el

olvido y la muerte; José carlón, al hacer hincapié en la “presencia” constante de la nieve en

la obra de J.Llamazares, recurre a una metáfora que bien puede aplicarse al personaje-

narrador de La lluvia amarilla: (…)la nieve no sólo es el elemento estético que vertebra la obra,

también es el lugar de la ausencia desde donde se escribe. Es como aquel que recuerda la vida

entre las lapidas de un cementerio y recuerda la vida que fue y la nostalgia de lo que se fue entre

lo que sólo es muerte y nada (…) (1996:29), empezó (…) a sepultar enteramente una vez más

los tejados y las calles (…), (p.22). Sin embargo, a esa tierra sin futuro, pero, tampoco,

presente, donde el tiempo parecía helado e inmóvil, llegó, como una ilusión fugaz y breve,

el deshielo y con él el agua, como un sueño, empezó a fluir por el cauce del “Río”. Pero

Andrés, sabe muy bien que ya:

[…] la corriente estaba dentro de mí mismo. Aunque ya no la sentía, sabía que fluía como un río invisible por mis venas y que me arrastraría sin remedio cuando el turbión final del tiempo penetrara bajo los pasadizos abisales e infinitos de la muerte en que ahora está ya entrando […], (p.108).

16 Antro= hombre/ Morfos = forma; quiere decir que los elementos naturales cobraban en su imaginación forma humana.

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Y es esa misma agua la que alimenta (…) el terrible poder de las ortigas cuando,

adueñadas ya de las callejas y los patios, comienzan a invadir y a profanar el corazón y la

memoria de las casas (…), (p.11). O las “negras garras muertas del musgo y la carcoma” que con

sus “brazos invisibles” roían (…) primero, las paredes, más tarde, los tejados (…), (p.82). Este

poder destructor de la naturaleza que intenta recuperar todo aquello que un día le

arrebataron los hombres, se ve reflejado, también, en el mundo animal. Exceptuando la fiel

perra, todos los contactos de Andrés con los animales evidencian su desesperada lucha por

sobrevivir y mantener vivo su pueblo. De esta manera, y después de haber matado al jabalí

(la fuerza bruta) que (…)había empezado ya a creerse el único dueño y habitante(…)del pueblo,

y haber sobrevivido a la picadura de la víbora (el símbolo del mal), el narrador, rendido,

apenas tendrá tiempo de escuchar el pájaro de “alas negras” (la muerte) que baten las

paredes de su casa, instantes antes de entregar su alma a ese “pobre y solitario cazador de

perros viejos” (¿Dios?), del capítulo 19, al que Andrés, como afirma con orgullo, nunca le

tuvo miedo, “ni siquiera de niño”.

En ese mismo momento, otro de los personajes no humanos, el mayor poder

devastador de todos, el inmenso “Silencio”, (…)introducía su larga lengua sucia hurgando en

la penumbra de las casas del olvido y el polvo amontonado por los años(…); (p.26) y se apodera

de Ainielle.

Por último, vamos a dejar la palabra al propio autor que justifica en los siguientes

términos el empleo del monólogo:

[…] yo considero que cada tema novelesco determina un lenguaje y punto de vista, o como dicen los escultores, que la obra está ya dentro del árbol y hay que desbrozar lo que sobra. El monólogo surge porque la sensación que me interesa transmitir sólo podía referirla a través de un sólo personaje. Lo que he hecho ha sido manipular ese monólogo con un personaje que está a caballo entre la realidad y la locura, que no sabe si está vivo o muerto, y que duda de su propia memoria, porque ya ha perdido la noción del paso del tiempo. Más que un monólogo se trataría de una transcripción de su memoria final […], (Lanza, 25/3/1988).

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2.1.3. Cuadro de los elementos naturales

Los elementos naturales

La metáfora

La nieve

Metáfora del olvido et la muerte.

La lluvia

Metáfora de la destrucción.

El agua

Metáfora del sueño.

El silencio

Metáfora del vacío del pueblo y de la

inmovilización.

2.2. Características de la novela y del protagonista

2.2.1. Rasgos de dureza y ternura

La dureza de carácter que define el comportamiento del protagonista de esta obra, unas

veces es real y otras es ficticia. Por ejemplo, Andrés muestra una gran dureza cuando su

hijo decide marcharse de la casa: (…) si se marchaba de Ainielle, si nos abandonaba y

abandonaba a su destino la casa que su abuelo había levantado con tantos sacrificios,

nunca más volvería a ser mirado como un hijo (…) (p.52).

Sin embargo, muestra ternura cuando expresa:

tan grande dentro de la casa que, aunque su nombre nunca más volvió a ser pronunciado dentro de ella, tampoco nada ya volvería a ser igual desde aquel día, la partida de Andrés dejó un vacío”.(p.53).

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No sólo con su hijo muestra sentimientos, también los tiene con sus amigos: “Hubo en

aquellos años algunas despedidas que todavía recuerdo con especial tristeza” (p.77); de igual

manera dice lo contrario: (…) Hizo un gesto impreciso con la mano, como si fuera a saludarme-

después de tantos años-, pero mi frialdad le hizo entender que no obtendría respuesta por mi parte

(…) (p.95).

La frustración de una vida cuyas metas nunca llegan a alcanzarse es el objeto de los

pensamientos de Andrés.

2.2.2. La soledad […] en la soledad encuentra el terreno propicio para la reflexión sobre sí mismo y

sobre el mundo que lo rodea y, en este sentido, es en ella donde descubre su propia verdad

interior […] , (Barrero, 1987:160). Andrés ha decidido permanecer en esta soledad, ya que

su objetivo es marcharse del pueblo, un pueblo que está muerto, en el que ya no queda

nada, ni hombres, ni animales, ni comestibles, solo él y su soledad (…) Durante todos

estos años, aquí solo, igual que un perro, he visto transcurrir los días y los meses (…)

(p.137).

Rechaza todo contacto humano. Evita relacionarse con persona alguna, no acepta que

alguien llegue al pueblo: (…) he guardado día y noche los caminos de Ainielle, sin permitir que

nadie se acercase al pueblo (…) (p.136).

El rechazo de la compañía de otras personas, y la reducción de los contactos humanos

al mínimo, son imprescindibles para subsistir en la soledad absoluta. Conviene con la

soledad ya que no halla en el mundo que lo rodea ningún elemento de apoyo.

Producto de esto, él se considera en conflicto con la humanidad porque los demás son

insensibles hacia sus problemas:

[…] Después de haber cruzado la barrera de amenazas que ellos mismos me oponían, después de atravesar de extremo a extremo todo el pueblo y de llamar a varias puertas sin obtener respuesta alguna, yo sabía ya que me podía ir cuando quisiere porque nadie en Berbusa me abriría […] (p.102).

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Manifiesta desprecio hacia el vacío del mundo externo, marginándose de él y

creándose uno propio(…) Fue la última vez que me rebaje a intentar pedir ayuda, la última

ocasión en que alguien pudo verme más allá de las fronteras que el orgullo y la memoria

claramente me imponían(…) (p.102).

Sin embargo, también se queja de su soledad:

(…) Hasta su orilla he ido muchas veces estos años, buscando compañía, cuando la soledad

era fuerte que ni siquiera los recuerdos podían sustraerme a su obsesión (…) (p.103).

La soledad entró a su corazón y se iluminó su memoria, por eso él decide narrar su

historia; no obstante, él se considera una sombra, un recuerdo, siente temor y recelo

después de cuatro meses de no hablar con nadie.

2.2.3. La mirada Se incorpora en la novela como un elemento necesario, ya que no se da una

comunicación oral. Sin embargo, el poder de la mirada hace que el protagonista se

desconcierte cada vez más, como cuando es acosado por las miradas de su madre y de los

otros fantasmas, aun, por los ojos de Sabina muerta. Esto significa incomunicación, a

través de esas miradas no hay comunicación con ellos. Andrés ve el retrato de Sabina

colgado en la pared y sus ojos en otra fotografía, lo que provoca que él sienta que ella está

a la par de él en un escaño. Otro aspecto importante es que en la mirada de Andrés se

mantiene vivo el pueblo, cuando esta ya no exista, el pueblo también morirá.

En La lluvia amarilla, la mirada es siempre intensiva y cargada de significación. en

vez de expresar las cosas con palabras, se leen en los ojos.

En el capítulo seis, en que el protagonista habla de la marcha de su hijo menor,

encontramos ejemplos ilustrativos:

La mañana anterior, Andrés nos lo había dicho. En realidad, lo había dicho varias veces a lo largo de aquel último año. Pero aquella mañana, una extraña tristeza en su mirada y en su voz, nos advirtió

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que al final había tomado la decisión definitiva. Ni su madre ni yo le respondimos. Sabina se escondió a llorar en algún cuarto y yo según sentado junto al fuego inmóvil17, sin mirarle, como si no lo hubiera oído. (p.52).

Las palabras de Andrés no tienen validez hasta que “una extraña tristeza en su mirada”

las afirma. Los padres no responden a su hijo con palabras sino que la madre, se escondió a

llorar y el padre actúa como si no hubiera oído a su hijo, no lo mira. el padre, según dice,

ya había advertido a su hijo en una ocasión anterior que si éste abandonara el pueblo y su

casa, nunca más volvería a entrar en ella, ni “ nunca más volvería a ser mirado como un hijo”

(p.52).

En adelante, se vuelve a destacar el poder de la mirada. La mirada de Sabina se vuelve

obsesión para Andrés. Después de la muerte de su mujer, el protagonista encuentra la

mirada de ésta, incluso en los ojos de su perra: (…) se me quedó mirando como los mismos

ojos fríos y apagados, con la misma turbadora expresión que sólo días antes descubriera en los

ojos insomnes y quemados por la nieve de Sabina. (p.32).

2.2.4. El tema amoroso Este a veces se convierte en el episodio central de la vida del protagonista. En la lluvia

amarilla, no se da el amor como pasión o romance, pero el amor gira alrededor de Andrés:

extraña a su madre, a su esposa cuando se suicida, a sus tres hijos que ya no tiene por

diferentes motivos: la guerra (Camilo), enfermedad (Sara), y por abandono de la casa

(Andrés). Siente resentimiento (lo que antes fue cariño) por los habitantes del pueblo que

lo dejaron solo. También se puede considerar el amor que él siente por la perra, que es la

única que no lo abandona hasta el instante que él decide acabar con ella.

Después de la partida de los últimos vecinos de Ainielle, o sea desde que Andrés

queda en el pueblo sólo con su mujer, él se da cuenta de cómo las palabras pierden su

poder:

17 metáfora de la inmovilidad del entorno real del protagonista en su mente.

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La interminables noches junto a la chimenea comenzaron a sumirnos poco a poco en […] desolada indiferencia contra la que las palabras se deshacían como arena […] antes las palabras servían […]para ahuyentar el frio y la tristeza del invierno. ahora, en cambio, a Sabina y a mí, el fuego y las palabras nos volvían más distintos[…](p 19.20)

Una mañana, al despertarse, el personaje no encuentra a su mujer y sale a buscarla.

Cerca del molino del pueblo, encuentra la perra:

Pero ella, cuando me vio,[… ] se incorporó en su sitio y retrocedió lentamente hacia la puerta del molino sin dejar de mirarme un solo instante. Dudé de si, con ello, trataba de guiarme o de si por el contrario, lo que intentaba en realidad era contarme el paso. Pero en sus ojos[… ] comprendí de inmediato lo que, detrás de ella, y detrás de la puerta del molino, me esperaba. (p.27).

En realidad y según la obra, la fidelidad está relacionada con los animales. El perro en

La lluvia amarilla, es el único capaz de ser fiel a un paisaje, capaz de mantener esa mirada

y esa actitud que nosotros admiremos pero que no podemos alcanzar. “la verdad es que ya

hace lo único que me interesa, son los paisajes y los animales.” dice Llamazares (marzo:

1988.27).

2.2.5. El suicidio Se presenta no en el protagonista, sino en su esposa Sabina. Ella, sin ninguna

explicación, decidió acabar con su vida de una manera que impactó a Andrés: se colgó con

una soga entre la maquinaria abandonada del molino, lugar donde él se escondía cada vez

que una familia se marchaba de Ainielle, para no despedirse.

Luego Andrés se fija en una antigua fotografía de Sabina: “cuando, de pronto, reparé en

la presencia amarillenta del relato, los ojos de Sabina, se clavaron en los míos”. (p.31). Andrés

desvilla su mirada, pero la mirada fija de “los ojos amarillos de Sabina”, (p.35). Sigue

perturbándolo hasta que el personaje, finalmente, decide destruir la fotografía. Aun cuando

el relato se consume entre las llamas, Andrés, oye la voz de Sabina llamando por su

nombre y ve como “sus ojos me miraban pidiéndome perdón.” (p.30).

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En realidad, si prestamos atención, la fijación del protagonista en los ojos nos revela

mucho de su personalidad y de su manera de ser, por ejemplo; su dificultad de comunicarse

con los demás. Además, como hemos visto, las referencias al campo visual del personaje

nos ofrecen una pista en la interpretación del problema clave de la novela, es decir; la

muerte del protagonista que se revela en el capítulo 19. Veamos las últimas líneas de este

capítulo: Es él que me llama por mi nombre en el silencio de la noche. Es él que ya viene subiendo

la escalera lentamente. Él que atraviesa el pasillo. Él que se acerca a esa puerta que esta frente a

mis ojos, pero que yo no puedo ya siquiera ver. (p.14).

2.3. La lluvia amarilla: Una novela lírica

Toda obra de J.Llamazares (novelas, cuentos, ensayos, libros de viaje, guiones

literarios para películas) ha ido creciendo a la sombra de una indeclinable vocación

poética.

Empezó su carrera de escritor con la publicación de dos bellísimos libros de poesía: La

lentitud de bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982) y, desde entonces no nos ha vuelto

a gratificar con ninguna otra obra poética, en cualquiera de sus páginas persiste soterrado y

vivo el latido de la poesía. Él es perfectamente consciente de ello: (…) pienso que en mis

novelas hay mucha poesía y, seguramente, en mi poesía había bastante narración (…).

“Sorprende- dice Nicolás Miñambres- que una obra tan breve como la de J.Llamazares

presente una estructura literaria tan precisa, articulada mediante una serie de motivos, símbolos,

tipos y paisajes unidos con absoluta armonía18”.

Tres años después de su primera novela, J.Llamazares presentó La lluvia amarilla. La

obra que más sensación provocó, tanto entre el público lector (ya va por la vigesimoctava

edición, Veintiséis de ellas en Seix Barral y dos en RBA Editores), como entre los críticos

literarios, de todas las que, hasta la fecha, ha publicado el autor.

18 Nicolás Miñambres, “la narración de J. Llamazares”, en Ínsula, s.72.573 (Agosto-Septiembre, 1994), (p.26).

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Fue publicada en Marzo de 1988. La obra en sí ocupa 135 páginas desde la página 9

hasta la 143- ya está dividida en Veinte capítulos, simplemente enumerados de 1 al 20.

La obra, al igual que Luna de Lobos (1985), y casi la totalidad de las obras narrativas

del autor, está precedida por una breve nota aclaratoria:

“Ainielle existe. En el año 1970, quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto. Todos los personajes de este libro, sin embargo, son pura fantasía de su autor, aunque (sin él saberlo) bien pudieran ser los verdaderos”.

Nota que, como es obvio, nos sitúa en el lugar de la narración y, al mismo tiempo,

juega con los conceptos de “ficción” y “realidad”, estores, con la noción de la novela y del

reportaje.

Con respecto a la “historia” de la novela, recoge recuerdos de Andrés de Casa Sosas -

último habitante de Ainielle- que en un monólogo (el día postrero de su vida) nos relata sus

vivencias (sobre todo las de los últimos y solitarios diez años) en la aldea en la que nació y

en la que se dispone a morir. No obstante, y nos parece oportuno señalarlo, muchos

críticos19 insisten que, para bien o para mal, se basa en otros planteamientos literarios.

Veamos algunas opiniones al respecto:

María Dols, (Ajoblanco, n°7, mayo 1988), relacionando el pasado “poético” de

Llamazares con el presente “narrativo” opina que:

[…] el lenguaje narrativo requiere otro tratamiento aun pudiendo conservar parte del lirismo poético; y, sobre todo, requiere el planteamiento de un argumento y una estructura que dé consistencia al relato para no perderse por el camino fácil de la subjetivación y aniquilar todo planteamiento de acción y desarrollo de la historia que se pretende contar. Algo de esto le ha ocurrido a Julio Llamazares en su segunda novela… La lluvia amarilla se lee más como poema o diario que como novela. Y el posible argumento, la desaparición de un pueblo, en ningún momento llega a transmitirnos el clímax de tragedia que hubiera podido tener si la novela hubiese existido [ …]

19 ver la página 40 critica de la novela.

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Partiendo de la misma base, de la falta de una trama argumental fascinante, Nicolás

Miñambres llega a sacar conclusiones totalmente opuestas a las de Dols:

[…] en La lluvia amarilla está ausente una trama argumental llamativa. Pero el paisaje sigue presentándose como fuente de extrañas obsesiones. El paisaje, el pueblo de Ainielle y, sobre todo, su camino hacia la destrucción; bajo los efectos de esa lluvia amarilla…será esta visión, sólo estacional en apariencia, la que vaya dando a la novela un tratamiento sobrecogedor[…]”, (Diario de León, 3/4/1988).

Una tercera opinión, es la de José A. Ponte Far, (La Voz de Galicia, 30/6/1988), que

en su artículo “Reflexión poética sobre la soledad” subraya que:

[…] la novela se articula en torno a una trama argumental muy sencilla pero engañosa… engañosa porque parece que vamos a encontrarnos con una novela que pondrá énfasis en el aspecto sentimental y bucólico de un hecho literariamente muy explotable, y nos sorprendemos viéndonos situados ante un discurso novelístico profundo y duro, que va mucho más allá de cantar las excelencias de una vida o la tragedia de la desaparición de un pueblo de los pirineos […].

Como se puede dilucidar de estas reseñas, una vez más, los críticos no

desaprovecharon la ocasión para hacer hincapié en el lenguaje poético de Llamazares y el

marcado carácter “lírico” de la obra, esta vez son más argumentos e insistencia, de tal

manera que algunos hasta llegaron a cuestionar la pertenencia de algunos a estos

dictámenes, , pensamos que sería conveniente hacer una pequeña referencia a un artículo

de Darío Villanueva, titulado precisamente Más sobre la novela lírica,

(Ínsula,n°461,abr.1985), y que nos será de gran ayuda a la hora de aclarar algunos conceptos

sobre la llamada novela “lírica” o “poemática”. El artículo, presenta la tesis del crítico, según

la cual la única ley que “conoce” y “respeta” la novela es:

La de “transgredirlas todas”, queriendo así, contestar a los intentos de delimitación del género llevados a cabo por varios estudiosos de la materia. Con respecto a la novela lírica, Villanueva le dedica el siguiente comentario: […] la novela lírica se opone a la novela realista decimonónica por su interiorización y su subjetividad, esa constante no es sino respuesta que el arte narrativo da a las exigencias sociales, científicas y filosóficas de una nueva época marcada por el relativismo, el perspectivismo, la anteposición de existencia a esencia, la inseparabilidad epistemológica de sujeto y objeto, perceptibles en indicios tan concluyentes como las teorías de Einstein o el principio de indeterminación de Heisenberg[…]

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Citamos este artículo como punto de referencia, ya que muchas de las reseñas que a

continuación vamos a presentar manejan distintos conceptos de lo que es una “novela

lírica”.

A este respecto también nos parece de utilidad el siguiente aforismo tomado del libro

de Ricardo Gullón, La novela lírica: (…) en la novela lírica el Yo es escenario, además de

sujeto (…), (1994:38). Pensamos que ésta es la mejor definición de Andrés de Casa Sosas

y así también lo ha visto María Paz López-Brea Espiau en su magnífico análisis de la obra

que hemos ocupado en el apartado anterior.

En el siguiente cuadro, están resumidas las opiniones de los críticos: 2.3.1. Cuadro de las opiniones de algunos críticos

A favor

opuesto

Nicolás miñambres

Cesar Augusto Ayudo

Juan de la Cruz Gutiérrez

Rosa María Andrés

Ramón Acín

Francisco Solano

2.4. La lluvia amarilla: una novela rural

Llamazares, por su parte, explica de la siguiente manera su predilección por los

paisajes montañosos y el protagonismo que ellos cobran en toda su obra:

[…] he oído decir a Rafael Alberti que no es que sintiese nostalgia del mar, sino que escribía constantemente de él porque formaba parte de su personalidad. A mí me ocurre lo mismo con ese ámbito montañoso, nevado, que protagoniza mis novelas y está al servicio de mis diferentes estados de ánimo, dejándose interpretar de una manera

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subjetiva, convirtiéndose en una pasión, o lo que es igual, es una enfermedad del corazón y del espíritu […], (Diario 16,25/3/1988).

Pues bien, esta preferencia de Llamazares por los paisajes montañosos, le ha costado

al escritor la calificación de novelista rural:

[…] cuando lo que priva es el neón y la llamada estética urbana –con ensoñaciones de rascacielos y modos de asfalto-, libros como los del novelista Llamazares se convierten en extranjeros. Trocar el escenario de tugurios y dédalos callejeros por la áspera fisonomía de los montes o las soledades de un pueblo abandonado es, según el propio Llamazares, apostar a valores de poco interés en bolsa[…], (José Manuel Fajardo, cambio 16,7/3/1988).

Con él coincide José María Parreño cuando señala que (…) su novela, (la de Llamazares),

es el contrapeso necesario de toda la narrativa urbana actúa (…)” (El Urogallo, n°29-30, sep.-

oct.1988)

Juan de la Cruz Gutiérrez, por su parte, considera que La lluvia amarilla es “…una

buena novela sobre el mundo rural, tan descuidado por tantas y diversas circunstancias…”, (Ya,

2/7/1988).

A Llamazares, estos comentarios no le han sentado nada bien y, de ahí, su reacción

contundente:

[…] la distinción entre lo rural y lo urbano no la tengo muy clara. Lo que sí sé es que yo no escribiría como escribo si no viviera en una gran ciudad conservando simultáneamente una memoria rural. En ese sentido soy un escritor representativo español, porque la sociedad española es una sociedad urbana con una memoria rural… Lo que me interesa es hacer consciente la escisión entre el hombre y la naturaleza, que en este caso se trata, anecdóticamente, del último habitante de un pueblo abandonado, pero que si yo fuese neoyorkino, por ejemplo, a lo mejor una novela de parecida intencionalidad se referiría a la soledad del inquilino del piso 202 de un rascacielos[…], (10/4/1988).

Con Llamazares coincide J.M.López de Abiada, (1994:211), cuando aclara que:

[…] no es aventurado aseverar que el argumento capital, el significado esencial de La lluvia amarilla es la soledad. Un tema por tanto, muy de nuestra época, que por sí solo desautoriza la extendida opinión de

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la crítica que, desconcertada sin duda por el espacio novelesco, ha asignado a esta obra el calificado de rural. Más es evidente que la presencia y la actualidad del tema en la narrativa contemporánea hace que La lluvia amarilla sea, también, una novela, además de moderna, furiosamente urbana[… ] .

A partir de esta cita, constatamos que la obra es una novela urbana y la vez

rural.

2.5. La personificación de la naturaleza

En las líneas de este punto, nos ocuparemos primero de dos cuestiones muy

importantes que han marcado la trayectoria literaria de Llamazares. La primera cuestión

hace alusión a la presencia de la naturaleza tan poderosa y tan bien descrita, en las obras

del autor y la segunda, estrechamente relacionada con la anterior, tiene que ver con la

característica de “literatura rural”, característica empleada por los críticos a la hora de

calificar y referirse a la obra de Llamazares.

La naturaleza, pues, desempeña un papel importante en toda la obra del autor, tanto

narrativa como poética o ensayística. Veamos lo que opinan algunos críticos sobre el caso

de la lluvia amarilla. N. Miñambres, indica que el paisaje en esta novela:

[…] se presente como fuente de extrañas obsesiones. El paisaje, el pueblo de Ainielle y, sobre todo, su camino hacia la destrucción; bajo los efectos de esa lluvia amarilla, esas “hojas muertas20 de los chopos, que caían, lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía”. Será esta visión, sólo estacional en apariencia, la que vaya dando a la novela un tratamiento sobrecogedor […], (Diario de León, 3/4/1988).

J.M.Iziquiedo, abunda en lo mismo cuando señala que:

[…] La lluvia amarilla se describe la naturaleza reflejando el estado de ánimo del protagonista… La naturaleza conlleva el caos que terminará dominando la situación y que supondrá la recuperación de todo aquello que le pertenecía[…], (Iberoromania, n°41,1995).

20 metáfora de la muerte y de la destrucción.

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Veamos algunos ejemplos con respecto a lo dicho: Una de las personificaciones de los

fenómenos naturales más largos e impresionantes en La lluvia amarilla se sitúa en el

capítulo dos. En este capítulo, el protagonista habla del primer otoño que él y Sabina

pasaron solos en Ainielle después de la marcha de los últimos vecinos. Primero, Andrés

cuenta brevemente el dolor que sintió al partir los de Casa Julio:

También, aquella noche, corrí a esconderme en el molino. Lo hacía siempre que alguien se marchaba para no tener que despedirme, para que nadie viera la pena que me ahogaba cada vez que, en Ainielle, otra casa se cerraba. Y, allí, sentado en la penumbra, como una pieza más entre las de la maquinaria ya inservible del molino, les oía perderse poco a poco por la senda que lleva a tierra baja. Aquella vez, sin embargo, sería la última. Después de la de Casa Julio, no había ya otra casa que cerrar ni otra presencia de vida en Ainielle que las mías. (págs.: 17-18).

El protagonista se compara y reconoce la pena que le ahoga y cuenta cómo se

esconde para no ver la partida de sus vecinos, pero, sin embargo, su discurso se mantiene

casi neutral, como si se tratase de un reportaje. No obstante, cuando describe la reacción de

su mujer en la misma ocasión, su habla transmite más emoción:

[…] Ni siquiera se acercó hasta la ventana a despedirles con un último gesto o una última mirada. Con la memoria y el corazón desechos por el llanto, escondió la cabeza debajo de la almohada para no escuchar los golpes en la puerta ni los cascos de la yegua cuando se alejaban […], (p.18).

Hay que fijarse en el hecho de que Andrés estaba en el molino y no pudo ver lo que

hacía Sabina en el momento. O sea, el personaje describe el comportamiento de su mujer

tal como la imaginaba y, por tanto, éste más bien sólo refleja su propia reacción. Por tanto,

en esta descripción sobresalen los mismos componentes que observamos en la anterior: la

falta de una última mirada, el hecho de esconderse y el de escuchar el alejamiento de los

vecinos desde el escondite. Sin embargo, al descubrir el sentimiento de su mujer, el

protagonista se permite una metáfora mucho más emotiva comparada con la que él utilizó

en cuanto a sí mismo, es decir, “la memoria y el corazón desechos por el llanto”. Parece

que el protagonista tiene dificultades para expresar sus sentimientos directamente y que,

por tanto, prefiere atribuirlos a otra persona o, como veremos, a algún elemento natural.

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Asimismo, para Ramón Acín21, la naturaleza en la obra de Llamazares es a la vez

protagonista y factor desencadenante:

[…] quien haya seguido la trayectoria literaria de Llamazares, con esta novela volverá a sentir esa conjunción de vida y literatura, de realidad y ficción a través de esa naturaleza siempre presente (principio y fin, benefactora y aniquiladora, paraíso e infierno, horizonte sin límites y tumba […], protagonista y factor desencadenante, donde se mueven los personajes cubiertos por la soledad y en lucha permanente con sus mil demonios interiores[…]”, (heraldo de Aragón, 21/4/1988).

2.6. El narrador protagonista de la novela

Otro aspecto de la novela, y con esto regresamos a cuestiones relacionadas con el

narrador-protagonista, que ha causado ciertas discusiones entre los críticos es el referente

al registro lingüístico del narrador. Mientras la mayoría de ellos se deshace en elogios hay

una pequeña parte que considera que:

[…]el personaje-narrador, es buena lógica, no puede estar en posesión de un registro lingüístico tan brillante poético… Las metáforas y otras figuras literarias que enriquecen el lenguaje usado no pueden ser corrientes en la competencia lingüística de un campesino sin preparación intelectual ni escuela. Hay una disfunción clara entre la voz del narrador y la palabra usada[…], (J.A.Ponte Far, La Voz de Galicia, 30/6/1988).

Lo mismo viene a opinar Ángel Basanta, (ABC, 10/7/1988), en un comentario suyo

bastante interesante, donde alude de que el personaje-narrador de la lluvia amarilla, sin

previa intelectual, ni estudios puede tener un registro lingüístico refinado.

[…] más a pesar de todo, aun contando con la fusión de narratividad y poesía, con su naturalidad estilística y una sintaxis corta y sencilla, La lluvia amarilla no llega a ser una novela lograda. No hay una elemental coherencia con alguna de las reglas fundamentales en la poética de lo que Philippe Lejeune llamó el pacto autobiográfico. El texto no acredita la fenomenicidad de su existencia como emanado del

21 Ramón Acín, (Huesca), doctor en filosofía y letras (universidad de Zaragoza), catedrático de lengua y literatura. Académico de número en Real Academia de Bellas Artes de San Luis (Zaragoza). fue el primer presidente de la Asociación de Escritores, en Aragón (2003.04), y cofundador y codirector de la revista de letras “El Bosque”, (Zaragoza, 1992., 1996).

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narrador protagonista; nada justifica la corrección y pulcritud estilística de este rudo aragonés del pirineo oscense, y no hay una mínima recreación del habla popular. La perspectiva impuesta es la del autor implícito: la elegancia estilística y el alimento poético –en lo cual abundan los tópicos- remiten al poeta […].

Una posible explicación de esta supuesta disfunción podría ser la aportada por José

Antonio Ugalde, (El País, 17/4/1988):

[…] sin embargo, para comprender el verdadero alcance de la novela, para explicar la inusitada virulencia y la poco maquillada inmediatez con que de rienda suelta a impulsos fanáticos generalmente reprimidos, hay que concluir que Andrés es la máscara de Llamazares, un alter ego al que el autor ha insuflado sus propios sueños de renuncia y desintegración […].

José María Izquierdo22, por otro lado, hace uso al concepto del “autor implícito23” para

justificar, por lo menos en parte, este desajuste entre el habla hipotética de un hombre de la

montaña y el del protagonista-narrador de la novela:

[…] en toda narración (a parte del narrador y los personajes), por el mero hecho de escoger un tema, una forma, un argumento, etc.…se encuentra reproducida otra voz que dista mucho de ser la de ellos: la voz del autor implícito]…] , (Explicación…Vol.XXIII,N°2,1994-95).

El autor se identifica con el personaje y la personalidad de Andrés (protagonista

de la novela).

Páginas atrás, habíamos señalado que dentro de todas las reseñas que se han ocupado

de La lluvia amarilla, y nosotros poseemos, hay una, según nuestro parecer, que destaca

por su originalidad. Originalidad que consiste en el intento de ofrecer una lectura diferente

de la novela. Se trata del trabajo de María Paz López-Brea Espiau “La lluvia amarilla, de

Julio Llamazares, o el arte del diálogo oculto”, (Tierras de León, 30/9/1989).

22 José María Izquierdo, (Madrid), fue redactor, jefe de Diario 16, subdirector de informaciones y en la Habana. en 1983, se incorpora a El País, donde fue jefe de Edición. Desde Septiembre de 20058 hasta Noviembre de 2009. fue director en CNN+ y los informativos de Cuatro. 23 se refiere a Julio Llamazares.

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La autora (ya mencionada), en su empeño por mostrar el carácter dialógico de la

novela sostiene que:[… ] la verdadera personalidad del narrador-protagonista está distribuida

entre todos los elementos de su entorno […]. Pues bien,[… ] esta equivalencia entre la mirada del

viejo y la del pueblo permite la equiparación de ambos al mismo rango (como personajes), así

como la peculiar comunicación entre los dos […].

Veamos un ejemplo de diálogo, de los muchos que ofrece la autora ya mencionada, y

más concretamente el que se produce entre el “fuego” y “el viejo” (el narrador, se

entiende): (…) el fuego tiene dos significaciones diferentes según se trata del presente o

del pasado. Y aquí la segunda dimensión, en la que se establece el diálogo indirecto entre

el viejo y el fuego: (…) sobresaltado, desvié la mirada hacia la lumbre. Los troncos crepitaban

doloridos (…), (p.34). Y respecto al viejo: (…) como si el fuego que brotaba de la herida me

abrasara las venas y quemara los huesos… todo mi cuerpo ardía como una antorcha viva, (…),

(p.66). Ambos personajes quedan identificados mediante la noción de dolor (…).

López-Brea Espiau, clausura su estudio con la advertencia de que el diálogo entre el

narrador y su entorno se produce en la dimensión simbólica o poética de la novela ya que

en su dimensión real el “viejo” se nos presenta como el único ser vivo del pueblo.

Concluiremos nuestro recorrido por la crítica relacionada con La lluvia amarilla,

ofreciendo un panorama de las sobras y los escritores que, según los críticos, más

influencia han ejercido sobre esta obra y su autor. En este aspecto es inevitable la mansión

del nombre de Juan Rulfo y de su novela emblemática, Pedro Páramo. N.Minambres, por

ejemplo, señala que (…) todos los fantasmas de Andrés desfilaran obsesivos, a través de las

páginas, en relación lejana con los muertos de Pedro Páramo (…), (Diario de León, 3/4/1988).

A. Basanta, por su parte, detecta una relación más estrecha con la obra de Rulfo y

además añade la influencia de Juan Benet:

B. (…)en el texto se adivina fácilmente, entre otras prosapias, el eco literario del motivo de

la ruina en las novelas de Juan Benet y la mitología popular del mundo fantasmal de las

animas en pena magistralmente captado en las narraciones de Juan Rulfo(…), (ABC,

10/7/1988). En los mismos términos se expresa C.Bértolo al coincidir que (…)la

textura de esplendida prosa de La lluvia amarilla nos remite al mejor Benet y en

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ocasiones-que son de agradecer- consigue sabores dignos de Rulfo(…), (El Urogallo,

n°24, ABC, 1988).

Con más precesión, nos parece la aportación al respecto de José Baeza, (Quimera,

n°78-79,1988), señalado:

[…] no resulta difícil intuir la deuda que el texto mantiene con Juan Rulfo… El parentesco es obvio, y probablemente excesivo, aunque el mundo de Rulfo no está teñido de un escepticismo tan radical como el de Llamazares. El hombre de Rulfo es una víctima del cosmos, un ser indefenso que asiste resignado a los acontecimientos del mundo, mientras que el de Llamazares es, por encima de todo, una víctima de sí mismo, de su propia lucidez[…] .

Efectivamente, a través de la obra Andrés aparea como una víctima del abandono

de los habitantes de todo el pueblo, así como víctima de sí mismo, porque es a la vez

el protagonista y la víctima.

Llamazares, a su vez, cuando le plantearon esta cuestión, contesto lo siguiente: :

[…] por mi propia biografía, por mi propia peripecia humana, yo estaba condenado a escribir una historia de pueblos abandonados. Yo nací en un pueblo que ahora está destruido y vengo de un mundo que está desapareciendo… Empecé a escribir sobre eso sin pensar para nada en Rulfo ni en Pedro Páramo, que por supuesto es una de las novelas que más me han apasionado[… ] , (Quimera, n°80,1988).

De nuestra parte, estamos de acuerdo con lo que ha dicho Llamazares, porque es una novela

autobiográfica y en ella el autor refleja sus dolores, aunque el estilo está muy cercano a lo de Juan

Rulfo. Y apoyamos lo que ha dicho Julio Llamazares al contestarse a las preguntas hechas por

parte de los críticos.

De lo dicho, concluiremos este análisis, citando dos reseñas, la primera pertenece a

Biruté Ciplijausk24aité y apunta que la novela de llamazares:

[…] recuerda hasta cierto punto La muerte y la primavera de Mercé Rodoreda o, por su cualidad fantástica, al Juan Rulfo de Pedro Paramo. Se podría rastrear otros ecos: el título mismo hace venir a la

24 Biruté Cipijauskaité, el ciervo, revista mensual de pensamiento y cultura, ISSN 0045-6896, N° 449-450, 1988. pág., 34.

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memoria la lluvia amarilla de Juan Ramón Jiménez, que al final adquiere los tonos verdes de García Lorca. Pero los ecos son los de menos…la voz es sumamente original, modulada con gran maestría[… ] , (El Ciervo, n°449-450, jul.-ag.1988).

La segunda, Joaquín Marco, por otro lado, resalta las afinidades de temas literarios

entre Delibes y Llamazares pero añade que (…) el tema del abandono de los pueblos y la

resistencia del individuo a abandonarlos era, en Miguel Delibes, casi un argumento ecologista.

Pero Llamazares deja a un lado las causas y los efectos, atraído por la tragedia individual (…),

(El Periódico de Catalunya, 16/4/1988).

De que por su propia biografía y su peripecia humana, él estaba condenado a escribir

una historia de pueblos abandonados; porque nació en un pueblo que ahora está totalmente

destruido y en lo que concierne la comparación entre él y Rulfo, dice que el hombre de

Juan Rulfo es víctima del cosmos, es un indefenso a los acontecimientos del mundo,

mientras que el de Llamazares, es víctima de sí mismo.

2.6.1. Esquema resumido del dialogo del narrador

Poético Simbólico

Entorno

Único ser vivo en la obra

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2.7. Crítica de la novela

Pasemos ahora a examinar en primer lugar, el lenguaje poético que emplea Llamazares

(y su estilo en general) y en segundo lugar, la calificación de la obra de “novela lírica”, tal

como han sido presentadas y comentadas por los críticos literarios sin olvidar los

comentarios del propio autor al respecto. Empecemos por la opinión de Patri Goialde25,

(Egin, 1/4/1988):

[…]pocos escritores jóvenes han conseguido tratar temas de carácter comprometido con tal elegancia de estilo, incorporando la poseía a la narración, haciendo gala de una ternura encomiable, agigantada en proporción directa a la crudeza y miseria de la situación que se narra… Un estilo cuidado, con pequeños párrafos auténticas joyas narrativas… y adecuada y precisa utilización del adjetivo […].

En efecto, esta crítica es común entre los críticos literarios, donde le acusan

por tener mezclado lo poético con lo narrativo.

Joaquín Marco, por su parte, indica que La lluvia amarilla es (…) antes una elegía que

una novela. Se sostiene a través de un lenguaje cuidado y pleno de matices, de gran efecto

sugeridor, sobre todo en las descripciones paisajísticas (…), (El periódico de Catalunya,

16/4/1988).

Bastante interesante es la comparación de las dos primeras novelas de Llamazares

realizada por Ángel Basanta. El crítico, sugiere que:

[…] hay un fondo común entre las dos, con modificaciones y diferencias de matiz no demasiado profundas: ambas están construidas en primera persona, situadas en el espacio agreste de la montaña y de novela de aventuras y el tono épico de Luna de lobos han sido sustituidas en La lluvia amarilla por la condición de novela lírica, con adelgazamiento de todos sus componentes estructurales […], (ABC, 10/7/1988).

25 Patri Gioalde, director de Musikene, el funcionamiento de la orquesta del centro superior de música del Pais Vasco.

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Nicolás Miñambres26, por otro lado, busca las conexiones entre los dos poemarios del

escritor leonés y la novela:

[…] la novela encarna, con una forma lírica sobrecogedora, todas las obsesiones rurales que el autor ha apuntado en sus libros de poesía pero lejos de caer en el provincianismo literario… El dramatismo lírico y simbólico preside el tratamiento de los pueblos abandonados… y entre los distintos artificios en forma de endecasílabos y octosílabos armónicamente engarzados en la prosa de la obra […], (Ínsula, n°502, oct. 1988).

De la procedencia poética de Llamazares y de las implicaciones que esto conlleva en

su trayectoria actual, también, se hace eco en su crítica José Baeza

[…] antes de adentrarse en el difícil territorio de la novela, Llamazares gozaba de una excelente reputación como poeta. Esa procedencia pesa en sus dos primeras novelas. Es patente la voluntad de alcanzar lo que podría mal-llamarse un lenguaje poético, de crear imágenes una tras otra, de hablar con metáforas. Es un terreno peligroso por su proximidad a lo “cursi”, que Llamazares bordea con habilidad, aunque en ocasiones la acumulación y reiteración de imágenes y la copiosa adjetivación pueda resultar algo fatigante e incluso distanciadora. Pero en general Llamazares sortea esos escollos, y sitúa su lenguaje en un nivel más que aceptable […]; (Quimera, n°78-79,1988).

Por otra parte, existe un artículo publicado en 1988, en la revista Leer, (n°12), donde el

crítico-anónimo27- expresa en los siguientes términos con respecto al género literario al

que, supuestamente, pertenece La lluvia amarilla:

[…] tal vez no sea estrictamente un libro narrativo puesto que sobre todo la prosa está construida desde un lirismo exacerbado, en este sentido el ritmo poético, la belleza de la adjetivación y la virtuosa manera de conectar el presente y el pasado pueden considerarse las mejores aportaciones de esta suite literaria […].

Gran interés, según nuestra opinión, presenta el planteamiento de C.Bértolo que

empieza con la constatación de que: 26 Nicolás Miñambres (Amatos de alba, Salamanca, 1946), es licenciado en Filosofía y Letras por la universidad de Salamanca. E s catedrático de lengua y literatura en el centro de Enseñanza Secundaria. considera que su latos esencial, es la relacionada con la crítica literaria, centrada en la narrativa contemporánea, especialmente, en la narrativa de Castilla León. 27 Hemos hecho esfuerzo por buscar el anonimato autor de este artículo, pero no hemos logrado ninguna información. por lo cual reservamos a respetar esta opinión.

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[…]a una parte significativa de los narradores de última hora les gusta contar la historia desde un plano de ambigüedad en el que la realidad y la fantasmagoría se entreveran peligrosamente. Esta coincidencia generacional, si bien para algunos críticos señala una tendencia lírica, no deja de ser, a nuestro entender, un refugio en la intimidad que denota o falta de ambición o falta de confianza en la novela en cuanto género[…]”. Sin embargo, sigue Bértolo, […] en la novela de Llamazares esta ambigüedad, que muchos parecen equiparar con la necesaria complejidad que todo texto narrativo debe incluir, no llega a anular los valores narrativos gracias a que el autor ajusta de modo brillante el lenguaje con la voz narrativa (…), (El Urogallo, n°24,abr.1988).

Por último, de la materia poética de La lluvia amarilla nos habla Rosa María Andrés

Alonso, señalando que no es sólo una novela realista ya que:

[…] en última instancia sus cimientos realistas (la historia, la cronología, los personajes, el espacio) se han convertido en ruinas, que la memoria palpa con color y nostalgia. Porque La lluvia amarilla es una proustiana búsqueda del tiempo y del espacio perdidos. De unos tiempos y de unos espacios que trascienden el dato objetivo para formar parte de un continuum de materia poética […], (1992:26).

No obstante, y siguiendo con las cuestiones que examinamos a lo largo de los últimos

párrafos, no todo es elogio. Esta vez, hay críticos que o no ven con buenos ojos la prosa

poético-narrativa de Llamazares o no la consideran muy lograda, relacionada además con

la supuesta falta de argumento de la novela, de María Dols, a continuación, nos

ocuparemos de otras tres reseñas que vienes a defender, más o menos, la misma opinión.

María Dols, hace una referencia a la falta del argumento en la obra tratada, donde

defiende la misma opinión mencionada anteriormente.

La primera, es de Francisco Solano, (Reseña, n°185, ag.1988), y bastante severa.

Veamos un fragmento:

[…] más que una novela, Julio Llamazares ha escrito una elegía. La diferencia entre ambos términos es, en este caso, no de género, sino de tono…el autor no ha sabido desprenderse de ese fraseo, tan cercano al versículo, que convierte la prosa narrativa en una constante admonición al tiempo, a la soledad, al silencio, a la memoria, a las sombras. Su condición de poeta…depara a Llamazares un uso del

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lenguaje que se decanta más por la belleza de las palabras que por la eficacia del curso narrativo… La lluvia amarilla se dirige a un lector poco exigente que se abandona al deleite de la prosa poética, acaso porque sigue creyendo, sin fundamento cierto, que la poesía hace más amable la vida[…].

La segunda, igual de contundente, la firma Ramón Friexat y coincide en gran parte con

la anterior al afirmar que la segunda novela de Llamazares: (…) invoca nuevamente su dependencia del poder del lenguaje como instrumento de convicción; pregona su total despreocupación de la ordenación de una trama argumental, ya de insalvable fragilidad en Luna de Lobos, aquí gravemente ahondada; acentúa hasta extremos paroxísticos la voluntad descriptiva en detrimento del plano significativo; continua preocupándose más por la creación de un clima, del protagonismo de una atmósfera presuntamente inquietante que del andamiaje, de la arquitectura de la narración, dando como resultado un tono que se quiere obsesivo pero deviene cansinamente repetitivo (…), (La Vanguardia, 7/4/7988).

Por último, la tercera reseña apareció dos años más tarde y a raíz de una crítica al libro

de viaje de Llamazares El río del olvido (1990).César Augusto Ayudo, señalaba que:

[…] La lluvia amarilla viene a demostrar muy a las claras las limitaciones de Llamazares como novelista, como narrador de historia ambiciosas y bien trabadas, quedándose simplemente en un evocador de párrafos sugerentes, pero con escasos recursos argumentales […], (El Norte de Castilla, 17/3/1990).

En lo que concierne al estilo de Llamazares, estamos de acuerdo con lo que ha dicho

José Baeza en que la reputación de Llamazares como poeta, digamos, es un arma con dos

filos. de una parte, logró una fama que es muy importante pero al mismo tiempo podría

llamarse un lenguaje poético, porque para algunos críticos, señalan que la Lluvia amarilla

tiene una tendencia lírica, aunque Llamazares ha escrito solamente dos libros de poesía en

su vida y cada uno en un mes, y el resto es literatura.

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2.7.1. Respuestas a las críticas por parte de Llamazares

A todos estos comentarios, tanto los favorables como los desfavorables, ha contestado

Llamazares a través de sus entrevistas. Pero antes de pasar a la exposición de sus opiniones

al respecto, creemos necesario citar un pequeño fragmento de una entrevista en el que el

escritor nos explica su poética personal:

[…]yo tengo la idea de que todo lo que escribo parte de mi propia memoria y de la memoria colectiva a la que se entronca mi memoria, Pero tiendo en cuenta que la memoria no es algo objetivo, no es algo real, sino que es algo que evoluciona, que se modifica y, en el fondo, es una gran mentira sobre la que asentamos nuestra personalidad. La memoria se inventa, se deforma, se recrea y en el proceso de construcción de mi memoria -que eso y no otra cosa es la literatura- a la vez que me voy dando cuenta que mi memoria es la de una destrucción…me doy cuenta de que mi memoria se destruye a la vez que la escribo[…], (El Día, 23/4/1988).

Pasemos ahora a las “respuestas” de Llamazares a las cuestiones que los críticos

literarios plantearon en los párrafos anteriores. Con respecto a los matices poéticos de su

prosa los reproches de los críticos, no duda en declarar:

[…] no sé escribir de otra manera, pero tampoco estoy muy de acuerdo. Cuando hacia poesía me decían que era narrativa, y ahora que escribo novela dicen que es lírica, y eso me parece una falsedad. Cuando escribo novela lo hago desde la más pura voluntad narrativa y con un afán por contar que es antropológicamente narrativo. Lo que ocurre es que en la literatura no es tan importante el qué como el cómo, crear una estructura verbal en orden a contar algo, el propio proceso de cómo se va a contar. Y para mí el lenguaje es lo más importante a la hora de escribir[…], (El Día, 23/4/1988).

En lo que concierne a la estructura casi versicular de La lluvia amarilla, el escritor la

justifica de la siguiente forma: (…) si, (el protagonista), es un hombre que vive solo la

estructura ha de ser su memoria; pero que se va borrando, una memoria delirante porque está

loco, loco de soledad (…), (Cuadernos del Sur, 5/5/1988). Por último, y en relación con el

léxico que emplea en sus obras, veamos su comentario:

[…] el idioma es una categoría intelectual, pero no hay que confundir categoría intelectual con una mayor cultura adquirida. Por ejemplo, en mis novelas llama la atención la riqueza del vocabulario a la hora de referirme a la naturaleza. En la ciudad, como los árboles sólo sirven para dar sombra, no son más que eso, árboles. Pero tú no oirás a un

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campesino que te diga un árbol. Dirá ese roble, o ese pino. Yo he heredado esa riqueza y creo que es un privilegio […], (Quimera, n°80,1988).

Después de analizar la obra de Llamazares, y al género perteneciente a la novela,

vamos a pasar a examinar otros aspectos de la obra, empezando por su tema. Como

observaremos, la tónica general de todas las críticas es la constatación de que el autor,

sigue fiel a la línea que trazó en sus obras28 anteriores: como en Luna de lobos, donde el

léxico usado por el autor, es mucho más abundante al tratar los elementos naturales.

Según Tulio H.Demicheli, (ABC, 24/3/1988), el escritor leonés (…) ha construido su

universo literario alrededor de la memoria, de la memoria de un paisaje en fuga, el de la

Naturaleza (…).

Nicolás Miñambres, por su parte, señala que:

[…] los dos libros, (los dos poemarios), preludian la temática que, con el paisaje como pretexto, se desarrollará en torno a la soledad del hombre, ansioso de hallar protección y consuelo en su entorno mientras espera la llegada de la muerte (la lluvia amarilla)…éste será el fondo de la obra. Esa lluvia amarilla, de múltiples, extrañas y evocadoras connotaciones, será la portadora de todas las tragedias, unidas por el sustrato común de la soledad… Desde este planteamiento, con la soledad como exclusivo y único apoyo, los recuerdos serán el refugio al que acude, impotente, el protagonista. Por ello la memoria se convertirá en el hilo conductor que logra articularlos[… ] , (Ínsula, n°502, oct., 1988).

Por su parte, María Paz López-Brea Espiau, en su estudio semiótico sobre La lluvia

amarilla, un estudio muy sugerente e interesante sustenta que (…)el elemento memoria, junto

con el de la muerte actúan como eje de la novela, y todos los personajes participan de él (…),

(Tierras de León, 30/9/1989).A su vez, Emilio Escartín Núñez, que en la segunda parte de su, ya

mencionado, estudio, “Julio Llamazares o el Valle de la Soledad” se ocupa de la segunda

novela del autor, advierte que La lluvia amarilla transcurre en un universo diferente al

nuestro y por lo tanto esto hay que condicionar nuestra lectura, ya que:

[…]de otro modo la anécdota de la novela no pasaría de ser la historia de un pobre hombre que se niega a morir. Pero La lluvia amarilla es algo más profundo, amplio y rico. Es la soledad del hombre plasmada

28 ver la cronología de las obras en el apéndice documental.

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en toda su crudeza y expresada en términos asequibles a todo lector que quiera ver algo más de lo que aparentemente se le ofrece[…], (Mar Oceana, n°1,1994).

Para concluir con las aportaciones de los críticos, citaremos la opinión de J.M.López

de Abiada, (1994:211), quien sustenta que:

[… ] no es aventurado aseverar que el argumento capital, e significado esencial de La lluvia amarilla es la soledad29: un tema, por tanto, muy de nuestra época, que por sí solo desautoriza la extendida opinión de la crítica que, desconcertada sin duda por el espacio novelesco, ha asignado a esta obra el calificativo de rural […].

A todos estos críticos, ha contestado Llamazares claramente y estamos de acuerdo al

decir que él tiene la idea de que todo lo que escriba forma parte de su propia memoria y de

que la memoria no es algo real, sino que se evoluciona y se modifica y en el fondo es una

gran mentira.

A nuestro parecer, afirmamos que la memoria se produce con el tiempo, el futuro no

existe, porque cuando haces algo o dices algo es ya memoria dentro de cinco minutos es ya

pasado y el pasado es memoria, el futuro no existe. Entonces como ha dicho Llamazares, la

memoria se modifica. y con lo que ha dicho Tulio H. Demicheli, el escritor leonés ha

construido su propio universo literario alrededor de la memoria, de la memoria del paisaje

y de la naturaleza. Está muy claro en la respuesta de Llamazares al decir que nunca

escucharas a un campesino diciendo árbol, sino pino o roble y él está orgulloso de heredar

ese privilegio.

29 Llamazares dejó bien claro el tema de su novela:(…) la lluvia amarilla es una reflexión sobre la soledad y la memoria… Quería poner un pueblo que existiera… y me dediqué a recorrer numerosos pueblos abandonados a fin de recoger anécdotas y experimentar en mi propia persona la soledad del lugar (…), (Campo Soriano, 18/2/1988).

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3. Análisis semántico de La lluvia amarilla

3.1. Significación metafórica de la novela

Tres años después de su primera novela30, Julio Llamazares presentó La lluvia

amarilla, que es el monólogo del último habitante de un pueblo abandonado del pirineo

aragonés, entre La lluvia amarilla de las hojas caídas del otoño que se equipara al fluir del

tiempo y la memoria (metáfora del paso del tiempo).

La lluvia amarilla se considera como la obra que más sensación provocó, tanto entre

el público lector, como entre los críticos literarios, de todas las que, hasta la fecha ha

publicado el autor.

Fue publicada en Marzo de 1988. La obra, al igual que Luna de lobos (1985), y casi la

totalidad de las obras narrativas del autor, está precedida por una nota aclaratoria:

“Ainielle existe. En el año 1970, quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto. Todos los personajes de este libro, sin embargo, son pura fantasía de su autor, aunque (sin él saberlo) bien pudieran ser los verdaderos”.

A medidas que sus novelas se suceden, los símbolos reaparecen de manera recurrente,

y adquiere nuevas y más profundas significaciones; porque debemos tener en cuenta que

hay muchas cosas (especialmente algunos términos abstractos) que no pueden decirse sino

es mediante una metáfora .

Ya dijimos que Julio Llamazares es un escritor que desarrolla un número limitado de

temas, de motivos, que se repiten invariablemente en sus obras, independientemente de

género al que pertenezcan, y son las metáforas, los símbolos o las combinaciones de

símbolos los que mejor expresan la fuerza de sus obsesiones.

30 Luna de lobos.

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Sabemos ya que el título, puede encerrar la clave para entender o interpretar el

contenido de un texto, una canción o una película, así, sin duda, es una obra maestra, y el

juego de las metáforas se revela en el título; La lluvia amarilla y el color amarillo es la

gran muestra, donde ocupa la metáfora central de la novela, el significado no se revela

inmediatamente, sino que a través de la lectura, la repetición es tan insistente que resulta

evidente que constituye de un elemento significativo.

La lluvia amarilla es un complicadísimo entramado de metáforas que se relacionan

entre ellas rozando, una “metáfora impresionista”, de esa suerte, todo se encenderá de

amarillo en la novela.

El color amarillo, aparece en la novela en relación con fenómenos y elementos tan

diversos como:

1-Elementos y fenómenos naturales:

[…]El círculo amarillo de la luna […] (p.42).

2-Objetos de la vida cotidiana:

[…] Una antigua fotografía amarillenta […] (p.34).

3-Rasgos físicos del personaje:

[…] Los ojos amarillos […] (p.73).

4-Del pueblo:

Las tapias, las paredes, los tejados, las ventanas y las puertas de las casas, todo a mí

alrededor era amarillo. (121).

5-estados psicológicos

[…] la locura deposito sus larvas amarillas en mi alma […] (p.47).

6-los elementos abstractos:

[…] El silencio y la humedad se entremezclaban en una pasta espesa y amarilla […]

(p.121).

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La comprensión de la metáfora retarda por la variedad de las referencias, pero el

significado está implícito en el texto y el lector lo aprende poco a poco, conforme el color

amarillo va apareciendo en distintos contextos. De este modo, el lector se introduce

paulatinamente en el mundo privado del protagonista, y el texto mantiene la ilusión de

intimidad.

Como hemos dicho, el color amarillo es la metáfora central la más estudiada de La

lluvia amarilla, Julio Llamazares mismo comenta así el título de la obra.

La lluvia amarilla, es también metáfora de la pérdida de la memoria, de la identidad, la

disolución del yo: (…) cuando el miedo atraviesa mis ojos y La lluvia amarilla va borrando de

ellos la memoria y la luz de los ojos queridos (…). (p.17); eso significa que el amarillo va

apoderándose del protagonista y de todo aquello que le rodea, sintiendo así, el amarillo de

la muerte hasta colmar su alma.

La lluvia amarilla es una metáfora de la muerte y el paso del tiempo, a partir de una

correlación metafórica con lo amarillo. Así pues, la lluvia amarilla, es aquella que nos

envuelve y nos lleva de forma insalvable a la vejez, y lo que nos conduce a la muerte.

También, simbolizara el olvido, el fluir temporal, el efecto destructor de los orígenes

naturales, el origen de la tristeza. De este modo, todo se tiñe de amarillo en la novela, ya

desde el arranque sabemos que Andrés, está condenado a desaparecer, que su solitaria vida

va a finalizar en breve, y lo vislumbramos porque él mismo nos lo revela:

[…] Por eso, nadie iniciara el gesto de la cruz o el de la repugnancia cuando, tras esa puerta, las linternas me descubran al fin encima de la cama, vestido todavía, mirándoles de frente, devorado por el musgo y por los pájaros […], (p.16).

De eso, lo amarillo conlleva todos los trastornos que producen en la soledad del

pueblo. De esta suerte, el estado de Sabina (la mujer de Andrés) y su propia muerte son

debidos a la preponderancia del amarillo. Por otro lado, Andrés será consiente de que

Sabina, ha sido vencida por lo amarillo, por esa lluvia fría y destructora que avejenta las

casas, en el momento en que tiene conocimiento su ausencia:

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[…] cuando me desperté, estaba amaneciendo. […] en la cocina, sin embargo, el fuego de la lumbre permanecía aun apagado y no encontré a Sabina por ninguna parte. […] y, entonces, de repente, como si la luz de la mañana hubiera golpeado con violencia mis sentidos y el infinito desamparo de la casa me estallara entre las manos, una sospecha, súbita se apoderó de mi convirtiendo el silencio en una nueva pesadilla y el sueño de la noche en un pensamiento[... ] , (pp.25.26).

Como hemos dicho, Andrés está consciente de que Sabina fue vencida de lo amarillo

y sabe dónde debe ir y qué es lo que encontrará:[… ] Sabina estaba allí, balanceándose,

colgada como un saco entre la vieja maquinaria, con los ojos inmensamente abiertos y el cuello

quebrantando por la soga […], (p.27).

La muerte de su mujer deja completamente a Andrés solo en Ainielle, donde a partir

del momento fluirán todos los recuerdos de días mejores. La soledad y la desaparición de

su esposa se conviertan en algo obsesivo, centrando su desaparición en objetos como la

cuerda con la que se suicidio y su fotografía amarillenta:

[…] yo estaba allí, junto a la cama, completa ente a oscuras, definitivamente roto ya por el cansancio y por el sueño y no sé si decidido o resignado a enfrentarme de una vez a la infinita soledad que, desde hacía varias noches, me esperaba entre las sábanas […] (p.30).

En consecuencia, el correlato metafórico del término amarillo se ve ampliado por el

simple hecho de que la soledad se convierte en un referente paradigmático del mismo

elemento.

A partir del capítulo catorce, el color amarillo adquiere una connotación más centrada

en la muerte mediante la introducción de una nueva metáfora.

En la obra de Llamazares, es muy habitual comparar los seres humanos con los

fenómenos naturales: cogemos como ejemplo: el manzano que plantó el padre de Andrés el

día en que nació el narrador; eso significa que el conjunto lingüístico empleado por parte

del autor está reflejado por las acciones de los personajes de la novela.

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Los árboles, pues, como metáfora de la vida, se plantan para exorcizar la muerte, en el

primer caso, o para representar (saludar) la nueva vida que nace y “echa raíces” en el

segundo. Y es, justamente, ese manzano el que protagoniza uno de los episodios más

significativos de la novela. Como cuenta Andrés, (…) mientras hubo vecinos en Ainielle, la

muerte nunca estuvo vagando más de un día por el pueblo (…)(p.116).

Según el protagonista:

[…] En Ainielle, cuando alguien moría, la noticia pasaba, de vecino en vecino, hasta el final del pueblo y el último en saberlo salía hasta el camino para contárselo a una piedra. Era el único modo de liberarse de la muerte […], (p.116).

En Ainielle, pues la muerte (el mal) tenía que salir del espacio “propio” del pueblo y

depositarse en una piedra (un objeto) hasta que algún viajero (persona extraña no del

pueblo) se sentara en ella y se llevara la muerte a otro sitio, lejos del pueblo

No obstante, cuando se suicida Sabina, Andrés al no tener a otro ser humano a quien

contárselo, se le cuenta al viejo manzano de su huerto. De esta manera, la muerte no salió

del pueblo y se apoderó no sólo del árbol, sino de Ainielle.

El protagonista recuerda que, (…) ese año, el árbol 31-ya casi seco- se llenó de flores y, en

otoño, de “manzanas grandes, carnosas, amarillas (…) (116). No obstante, Andrés no probó las

manzanas porque (…) sabía que nutrían su esplendor con la savia putrefacta de la muerte (…),

(116).

Así, mediante la concordancia del amarillo con los elementos manzanas y savia, se

consigue relacionar el color amarillo estrechamente con la muerte.

31 J.Llamazares, en una entrevista dice apropósito del árbol: (…) en la ciudad, como los árboles solo sirven para dar sombra, no son más que eso, árboles. Pero tú no oirás a un campesino que te diga un árbol. Dirá ese árbol, o ese pino. Yo he heredado esa riqueza y creo que es un privilegio (…) (quimera, n°80, 1998).

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En el capítulo quince, la metáfora del amarillo alcanza su máximo: el protagonista

cuenta cómo todo a su alrededor se teñía, poco a poco, de amarillo:

[…] primero, fue la hierba, el musgo de las casas y del río. Luego, el perfil del cielo. Más tarde, las pizarras y las nubes. Los árboles, el agua, la nieve, las aliagas, hasta la propia tierra fueron cambiando poco a poco el color negro de su entraña por el de las manzanas corrompidas de Sabina. […] Hasta que, una mañana, al levantarme y abrir la ventana, vi las casas del pueblo completamente ya teñidas de amarillo [...] (P.119-120).

En definitiva, Llamazares usa las palabras claves que definen el sufrimiento y la

destrucción del pueblo de Ainielle, y a la vez, introduce un nuevo elemento: es el vocablo

amarillo, que da nuevas variaciones semánticas a los elementos originales tratados

anteriormente.

De esta forma, crea un universo, en el que las palabras expresan más que en el lenguaje

ordinario debido a la utilización de un símbolo que viene ya anunciado en el título de la

novela.

El final de la novela, todo se tiñe de amarillo y destruye el pueblo de Ainielle:

[…] Día a día, en efecto a partir de aquella noche junto al río, la lluvia ha ido anegando mi memoria y tiñendo mi mirada de amarillo. No solo mi mirada. Las montañas también. Y las casas. Y el cielo. Y los recuerdos que, de ellos, aún siguen suspendidos. Lentamente, al principio, y, luego ya, al ritmo en que los días pasaban por mi vida, todo a mi alrededor se ha tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y el paisaje un simple espejo de mí mismo[... ] (p.119).

El momento en que Andrés matara a su perra es el instante en que todo terminó, que

ya todo es amarillo, todo es olvido, que esa insistente lluvia amarilla, presagio de muerte y

destrucción. Andrés, con la muerte del can32, ha terminado el ciclo de la vida (o de la

muerte), ha sido el último en conocerla, el último en pasar la noticia. De este modo, el

ciclo de la vida que caracterizaba a los habitantes del pueblo de Ainielle queda roto, ya que

nadie podrá pasar la noticia de la muerte de Andrés.

32 el perro.

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3.1.1. Cuadro de metáfora del color amarillo

Ejemplos relacionados con el color

amarillo

L a metáfora

El circulo amarillo de la luna. (p.12).

Metáfora de la influencia del color amarillo

sobre la naturaleza.

Una antigua fotografía amarilla. (p.34).

Metáfora del paso del tiempo, porque con el paso del tiempo, las cosas pierden su color y

se vuelvan amarillas.

Los ojos amarillos. (p.73).

Metáfora de la muerte, no hay alma en el cuerpo, todo es pálido, todo es muerto.

Las tapias, las paredes, los tejados, las

ventanas y las puertas de las casas, todo a mi alrededor era amarillo.(p.121).

Metáfora del vacío y de la soledad del

pueblo.

La locura deposito sus larvas amarillas en

mi alma… (p.47).

Metáfora de la ausencia de la conciencia

(Locura).

El silencio y la humedad se entremezclan en

una pasta espesa y amarilla. (p.121).

Metáfora del vacío.

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3.2. Temporalidad y Espacialidad Por último, y con respecto a los informantes, las referencias temporales y espaciales,

nos gustaría enfocar más en los detalles relacionados con el espacio y el tiempo.

Los datos temporales que tenemos en la obra son muchos y muy variables. Para

empezar, toda la novela ocurre en el espacio de 24 horas. Más concretamente, y tal como

queda claro, tanto en el inicio como en el final de la misma, La lluvia amarilla empieza el

anochecer de un día y acaba el anochecer del día siguiente. En el concerniente al año en el

que todo esto ocurre, nos da cumplida información el narrador implícito de la obra en la

pequeña nota introducida que abre la novela.

La última noche de Andrés, pues, se sitúa en 1970 y, a partir de esta referencia,

tenemos la posibilidad de situar los distintos acontecimientos33 que tienen lugar en la obra.

En lo relativo al espacio de la novela, ahora, conviene resaltar que en esta obra el

escritor leonés, al contrario con lo ocurrido en Luna de lobos, ha escogido como escenario

de su segunda novela un pueblo real, existente, de la provincia de Huesca, Ainielle, como

señalaba la nota introducida, existe (es más, se quedó, tal como ocurre con el Ainielle

literario, definitivamente abandonado en 1970), al igual que existen, son reales, el resto de

las referencias geográficas de la obra (Sobrepuerto, Biescas, Sabiñánigo, etc.).

Lo que no ha cambiado, con respecto al paisaje de la novela anterior, es el predominio

absoluto de los paisajes montañosos, es decir, de la geografía tan poderosa y característica

de las obras de Llamazares.

33 teniendo cuneta la manera desorganizada y la estructura circular de la novela, no fue nada fácil, detectar los datos de la novela.

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3.2.1. El tiempo

La tradicional metáfora del río34 de la vida aparece también en esta novela. El tiempo

que fluye inexorablemente se interioriza en nuestro personaje, al igual que otros elementos

paisajísticos. Así describe el propio autor el tópico de la vida como un río: “el tiempo fluye

igual que fluye el río: melancólico y equivoco, al principio, precipitándose a sí mismo a medida

que los años van pasando…” (p.106).

Esta omnipresencia del tiempo se manifiesta en la novela tanto en el contenido como

en la estructura. Respecto al contenido, la presencia del tiempo en la obra hace que se

igualen en un mismo nivel realista y imaginativo.

Este transcurrir del tiempo es el pilar estructural de la novela ya clásica, donde el

último habitante de Ainielle, nos cuenta, gracias al monólogo sus recuerdos. Consciente de

su vejez y su soledad deja que fluya el tiempo ido en un mundo fantasmagórico. Por

supuesto, nosotros nos acordamos también de otra novela magistral, Pedro Páramo de

Juan Rulfo.

Para él paso de las estaciones viene marcado por ese transcurrir inmisericorde que

conduce a la muerte. De ahí el título La lluvia amarilla, que nos conduce a la inevitable

destrucción de la memoria, pues nos adelantamos sin poder evitarlo a la orilla.

El fluir del tiempo y la insoportable soledad, serán otros dos actantes que contribuirán

sobre la manera de la derrota final del protagonista pero esto no es todo. Nos queda

examinar otro actante que, según nuestro entender y, contrariamente de lo que opinan

muchos críticos al aspecto, se alía con el resto de los oponentes hasta conseguir la locura

de Andrés. Se trata de la memoria, de los recuerdos del protagonista.

Efectivamente, la reconstrucción del pasado se sumerge cada vez más en la

desesperación que se desarrolla en la mente de Andrés manteniéndolo a un pasado que no

34 metáfora del paso de tiempo.

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se puede escapar. El propio Llamazares en el sexto poema de su primer poemario, La

lentitud de los bueyes, atribuía a los recuerdos, precisamente; esta función destructora:

(…) soledad sin olvido es agua muerta. O quizá menos: leña seca

destinada a arder en fuegos sin costumbre. / Porque la soledad no

alimentada con olvido es el terreno donde crecen los abrojos del

recuerdo. / Y en el recuerdo está el origen de la autodestrucción (…).

Andrés, “preso” de sus recuerdos, no conseguirá liberarse de ellos hasta el final de sus días.

Como ya hemos dicho, la historia de la obra se desarrolla en un periodo de 24 horas, y

todas las indicaciones temporales, que menciona Andrés durante su narración, se basan

únicamente, en su memoria. Por ejemplo: la muerte de Sabina es el acontecimiento más

importante de la vida del protagonista, y el suceso que con más frecuencia aparece en el

texto.

El suicidio de Sabina divide la vida de Andrés en dos, y significa para él el principio de

la destrucción. Asimismo, la muerte de la esposa constituye un momento que cambia

totalmente la dimensión temporal de Andrés:

[…] A partir de ese día, la memoria fue ya la única razón y el único paisaje de mi vida abandonado en un rincón, como un reloj de arena cuando se le da la vuelta, comenzó a discurrir en sentido contrario al que, hasta entonces, había mantenido [...] (p.41).

A partir de entonces, la vida del protagonista consiste casi únicamente en recuerdos y

en la espera de la muerte.

El protagonista recuerda varios sucesos de su infancia, incluyendo la edad que tenía en

cada ocasión: su abuelo murió cuando él tenía seis años (págs. 72.73); cuando tenía diez, se

murió el niño monstruoso de la casa Acín (p.63); y, a los quince años, vió quemarse el

caserón de Sobrepuerto (p.111).

Hay acontecimientos que el protagonista no menciona en absoluto en su discurso,

como el nacimiento de Camilo y de Andrés, y otros cuyo año de sucesión no llegamos a

saber, por ejemplo, la boda y la muerte del padre. Sin embargo, en general, el protagonista

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parece recordar mejor y con más seguridad los sucesos anteriores a la muerte de su esposa

que los posteriores.

Andrés, el personaje –narrador (lo seguimos llamando así porque, al fin y al cabo, la

consciencia también forma parte de su ser), el día concreto del presente narrativo ya

muerto encima de la cama (…) devorado por el musgo y por los pájaros (…), (p.16). Por lo

tanto, como acabamos de explicar es su consciencia la que se encarga de “rememorar” la

vida del personaje. Mirándolo bien, el propio narrador se autodefine en la página 115 de la

novela: (…) seguramente, nada cambiará, ni en mi memoria ni en mis ojos, cuando la muerte se

apodere definitivamente de ellos. Seguirán recordando, mirando, más allá de la noche y de mi

cuerpo (…). Es, pues, esta memoria, esta consciencia y esta mirada indestructibles las

encargadas de la narración de esta obra.

En este sentido, Llamazares, con el empleo del futuro en los capítulos 1 y 20, ha

querido, por una parte, diferenciar el presente narrativo de la gran analepsis35 que el resto

de la obra y, por otra, dar la sensación de permanencia en el tiempo de esta invulnerable,

conciencia del personaje.

Siguiendo con nuestro análisis semántico del tiempo, en la presentación de la

transcripción de la memoria final de Andrés, los caminos tortuosos de los recuerdos de su

moribundo personaje, dotando, así, el texto de mayor claridad (a la vez que nos acerca al

sufrimiento y locura del personaje), así como la selección de los acontecimientos que

marcaron la vida de Andrés (la mayoría de ellos de mal recuerdo), aparte de marcar

claramente el eje, muerte/memoria, alrededor del cual gira toda la obra, resaltan la apuesta

de su autor por la destrucción, final e irreversible. Esta situación se ve reforzada, primero,

con la apuesta por una narración ulterior (analepsis) que no deja ningún espacio a la

esperanza y, segundo, con la estructura cerrada y circular de la obra, estructura en la que

no se da ninguna posibilidad de continuidad.

Pero es más, los pocos recuerdos que remiten a momentos y acontecimientos alegres

de la vida del narrador, son pocos que lo único que consiguen es hacer aún más penoso el

contraste entre lo que era un pueblo habitado, con vida y esperanza de futuro, y lo que es la

35 analepsis≠ prolepsis (narración ulterior).

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sombra del Ainielle actual, abandonado y muerto. Por su parte, la falta total de

“prolepsis36”, además de poner de manifiesto el pesimismo del autor acerca del porvenir de

estos pueblos y de su cultura, constituye toda una llamada de atención a este tipo de vida y

a los derechos de sus habitantes.

No obstante, nos ocupamos de precisar el aspecto lirico de la novela, donde la noción

del tiempo vivido, da una sensación de un tiempo estacando, y no se refleja claramente en

el monólogo interior del narrador. En este aspecto, y tal como tuvimos la oportunidad de

comprobar en páginas anteriores, Andrés percibe el tiempo como un río que fluye (…)

melancólico y equivoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando

(…), (p.106). Independientemente de esta sensación, relacionada, como no, con el momento

de vida en el que se encuentra el personaje, Andrés, en los últimos años de su existencia,

empieza a sentir el estancamiento del tiempo y hasta, incluso, (…) a perder la noción y la

memoria de los días (…), (p.107). Y es que para la delirante memoria del moribundo

personaje, a su avanzada edad, cuando todo había perdido ya su sentido, cuando todo

estaba teñido de amarillo, el tiempo era (…) el que realmente estaba muerto (…); (p.86).

Francisco Reus (1995:376.377), por ejemplo, considera que la novela es casi

totalmente intemporal “y que las alusiones al tiempo son siempre vagas e indefinidas”.

Efectivamente, el protagonista mismo se cuestiona, en muchas ocasiones, su memoria, y

sus alusiones temporales son, a menudo, imprecisas. Sinceramente Andrés, recuerda

algunas fechas claves y la aproximada distancia temporal entre muchos otros

acontecimientos.

. En realidad, se mencionan solo cuatro fechas exactas en La lluvia amarilla, primero,

sabemos que Sabina muere en Diciembre de 1961, y que el último día del mismo mes

Andrés entierra todos los objetos que le recuerdan a ella. (PP: 17,37).

Segundo, el personaje se acuerda de que fue (…) un día de Febrero, en la Cuarenta37 y

Nueve, un día gris y frio que ni Sabina ni yo jamás olvidaríamos (…) (p.52). Cuando su hijo

36 prolepsis: perspectiva del futuro. 37en el año 1949.

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Andrés se marchó del pueblo. Tercero, el protagonista afirma que en 1950 en el pueblo

quedaban sólo la familia Julio, Tomás Gavín, Sabina, él mismo y Adrián, y que el mismo

año, el último se marchó (p.77). La cuarta fecha, se presenta en el epígrafe de la novela

(p.7) en él cual se afirma que Ainielle quedó completamente abandonado en 1970, o sea,

este es el año en que se muere Andrés. El discurso del personaje afirma este dato.

Con la ayuda de estas cuatro fechas claves podemos situar en el tiempo la mayoría de

los otros acontecimientos importantes de la vida del personaje. Por ejemplo, deducimos

que el personaje nació en 1901: Andrés menciona que cuando nació, su padre plantó un

manzano junto al pozo, y revela que al morir Sabina (en 1961) el manzano tenía sesenta

años (p.11).

Asimismo, sabemos que la picadura de la víbora del séptimo capítulo tiene lugar en

Agosto, ocho años antes del momento de la locución (págs. 62.64), es decir, en 1962. A

veces, resulta algo más complicado calcular las fechas, ya que no es temporal el

protagonista cuenta un suceso (Jordi Pastor: 2002). En estos casos, hay que determinar,

primero, el plano temporal principal con que se relaciona el acontecimiento en cuestión

para poder, luego, calcular la fecha o el año de sucesión de éste.

Por ejemplo, en el sexto capítulo, cuando el personaje recuerda a sus hijos, en el texto

aparecen unas discontinuidades que dificultan la ordenación temporal de los

acontecimientos. Por tanto, cuando Andrés afirma que (…) la respiración sonaba justo allí,…

en la pequeña habitación cerrada con candado desde hacía Veinte años en la que había agonizado

y muerto Sara (…) (pp. 56.57). Sin embargo, cuando tomamos en cuenta un contexto más

amplio, encontramos la respuesta: unas páginas antes (p.53), Andrés dice que fue la partida

de su hijo menor (en 1949) la que resucitó los fantasmas de Camilo y Sara. Es decir,

Andrés oyó la respiración de su hija muerta, seguramente, poco después de la marcha de

Andrés y, por tanto, los veinte años antes coincide con el año 1929. Además, el

protagonista añade que Sara tenía cuatro años al morirse (p.57), y así averiguamos,

efectivamente, que ella nació en 1925.

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Según la metáfora del propio Andrés, el tiempo, o la vida humana, es como un río:

“…la infancia, el río avanza lentamente, pero con los años se va precipitando hasta que, al acabar

la juventud, el tiempo se deshiela por completo y se convierte en un vapor efímero. En la vida de

Andrés, este último momento coincide con la muerte de su madre en 1926”, (p.p: 106.87). La

muerte de Sabina, otro punto significativo en la vida del protagonista, vuelve a afectar la

percepción temporal de Andrés: (…) el tiempo empieza, de repente, a correr en sentido

contrario (…), (p.40). Finalmente, la soledad total y la aproximación de la propia muerte

causan a Andrés el último cambio radical: el tiempo se le detiene.

La cuestión del tiempo detenido, sin embargo, guarda estrecha relación con la

problemática del tiempo vivido, es decir, con la manera que el personaje-narrador percibe

el paso del tiempo. Andrés, a lo largo del relato, reflexiona numerosas veces acerca del

tiempo y su transcurrir; sin embargo, toda la novela en un intento, desesperado y

condenado de antemano, de recuperar el tiempo perdido, de conservarlo, por lo menos, en

la memoria de un personaje moribundo:

[…] el tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equivoco al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando… A partir de ese instante, los días y los años empiezan a acortarse y el tiempo se convierte en un vapor efímero […], (p.106).

Frente a esta sensación que experimenta el personaje de la rapidez del tiempo, contrasta

de igual manera la sensación de aburrimiento y monotonía, especialmente, de los últimos

diez años de su vida, que le producen el efecto contrario:

[…] aquel año transcurrió con mayor lentitud que de costumbre. Todos, en realidad, a partir de aquel primero, transcurrirían ya de igual manera: cada vez más premiosos y monótonos, cada vez más cargados de indolencia y de melancolía […], (.59).

Y es que el paso del tiempo, en esta novela, esta unido al sentir de Andrés, su

percepción y estado anímico.

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3.2.2. Esquema de todos los hechos importantes en la obra

3.3. El espacio

3.3.1 .El espacio entre lo real y lo mítico en La lluvia amarilla Ainielle es uno de tantos pueblos españoles que está muriendo por la progresiva

urbanización del país, la particularidad de éste, es que está muriendo junto a su último

habitante, y La lluvia amarilla es su monólogo. Julio Llamazares lo retrata como a uno de

tantos, porque “España está llena de pueblos habitados por la gente sola que no tiene ninguna

posibilidad de salir de ahí y que se busca por si misma soluciones disparatadas, desesperadas y un

poco esperpénticas” (Delgado Baista5). El drama de su protagonista es un drama compartido

por multitud de personas que se ven obligadas a abandonar su tierra, con la excepción de

que el protagonista de la lluvia amarilla resiste, representa la supervivencia; es, quizás, la

narración de una lucha que muchos desearían haber sido capaz de llevar a cabo.

Emigracion de los vecinos

Suicidio de su esposa

Amarga y lenta soledad que duro

10años con la compania de su

perra

la muerte de Andrés y Ainielle

(el pueblo)

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No hay duda de que para Llamazares, su pasado es de influencia decisiva a la hora de

escribir algo semejante. En la entrevista realizada por Delgado Batista al autor, éste habla

de lo que significó para él regresar a su pueblo natal, Vegamián, que quedó sepultado para

siempre en el fondo del embalse de Porma cuando era niño. Llamazares dice que ese

regreso a su pueblo natal emergiendo del lodo, es una de las experiencias que más le han

marcado:

La sensación de volver al lugar donde nací y verlo lleno de lodo; entrar en tu casa, en las habitaciones que todavía están allí, llenas de barro y de truchas muertas… es una sensación muy difícil de describir. Yo creo que es de las experiencias que marcan a uno (6).

Julio Llamazares, permaneciendo fiel al espacio montañoso que sirve de marco

espacial para la mayoría de sus obras, se ha permitido, sin embargo, y con respecto a su

novela anterior, dos cambios, más concretamente, si en Luna de lobos el trama se

desarrollaba en escenario ficticio (dentro de un marco real como era en la Cordillera

Cantábrica38), en La lluvia amarilla todas las referencias geográficas (Ainielle incluido son

reales). Por otra parte, el escritor ha abandonado su tierra natal (León), para situar su

segunda novela en las montañas de la provincia aragonesa de Huesca.

En La lluvia amarilla hay dos tipos de espacios: el real y el mítico (esta diferenciación

coincide con el binomio “lugar/ espacio” establecido por M. Bal). Esto significa que si por

una parte, existe un espacio novelesco dentro del cual se mueven los personajes, existe,

además, la reconstrucción de este mismo paisaje en la mente del protagonista-narrador.

Ambos paisajes no son comunicados a través de la mirada y la voz del narrador en la que

coexisten. No obstante, y por razones metodológicos en esta fase de nuestro análisis nos

ocuparemos del espacio “real” dejando nuestras reflexiones sobre el espacio mítico para el

siguiente análisis.

Si tenemos que proceder a una primera diferenciación en ocasión, distinguiríamos

entre el espacio “propio” del narrador y el espacio “ajeno”. En la primera categoría entra el

38 La cordillera Cantábrica es una cordillera localizada en el norte de España que discurre paralela al mar Cantábrico. Es la cadena montañosa más occidental de Europa y tiene una longitud de unos 480 kilómetros (dirección oeste-este) y una media de 100 km de anchura (dirección norte-sur), que en algunos tramos se engrosa hasta alcanzar los 120 km y en otros puntos no supera los 65 km.

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pueblo de Ainielle y en la segunda todo el espacio que no pertenece a este pueblo (desde

pueblos limítrofes hasta Alemania donde vive el segundo hijo Andrés). Como sería de

esperar de un relato en el que su protagonista intenta desesperadamente mantener vivos a

un pueblo y un modo de vivir, Andrés progresivamente levanta un “muro39” entre lo que él

considera territorio propio y lo que está fuera de sus límites y que él percibe como

territorio de la traición (no en vano, Andrés no despide a ninguno de sus vecinos cuando

ellos abandonaron el pueblo).

Esta separación se hace definitiva cuando Andrés, durante un crudo invierno, se ve en

la necesidad de bajar al vecino pueblo “ Berbusa” para pedir comida. La negativa de los

vecinos de este pueblo, que ni siquiera le abrieron las puertas de sus casas, condujo a

Andrés a tomar la determinación de no salir nunca más de su pueblo: (…) fue la última vez

que me rebajé a intentar pedir ayuda, la última ocasión en que alguien pudo verme más allá de las

fronteras que el orgullo y la memoria claramente me imponían (…), (pp.101-102).

Dentro de los límites del propio Ainielle, ahora, donde el inmovilismo de Andrés para

la mayor parte de sus días (y la totalidad de los últimos años), el lector atento puede

descubrir un gran número de binomios. Ainielle, como es natural, es para Andrés “su

territorio” (no olvidemos que es su último y único habitante), pero a pesar de ello, existen,

dentro del pueblo de Ainielle existen otros pequeños espacios.

Nos referimos, sobre todo, a casas o edificios que por la leyenda negra o por los

acontecimientos que han tenido lugar en ellos, producen a Andrés tanto terror que lo

alejan de ellos. En la lista de este tipo de espacios podríamos incluir el molino del pueblo,

después de ser el escenario del suicidio de Sabina, o el viejo caserón de Sobrepuerto, un

caserón maldito desde que un incendio lo destruyó y acabó con la vida de sus moradores:

(…) por eso, siempre que pasaba por allí, de camino a Berbusa o de regreso a casa, me santiguaba

y apretaba el paso (…), (p.111). Más peculiar aun, es el refugio, el lugar acogedor y familiar,

la casa de Andrés, particularmente a partir de la aparición en ella del fantasma de la madre

39 muro: metáfora de separación entre dos espacios diferentes, el propio del narrador y el ajeno que no pertenece a este último.

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y de todos los muertos de la familia, se convierte en un lugar, agobiante que obliga al

protagonista a pasar largas noches fuera de él, huyendo de su presencia.

En lo concerniente al binomio espacios abiertos/ espacios cerrados, se detecta un

ligero predominio de los primeros (sobre todo cuando el tiempo permite la salida de

Andrés de su casa). Así, el protagonista de la novela, pasa largas horas vagando por las

calles desiertas del pueblo o da pequeños paseos por los alrededores. Estos paseos o esta

actividad desarrollada en los espacios abiertos, se ve radicalmente reducidos en invierno,

(relación espacio/ tiempo), circunstancia que se da muy a menudo, dada la preeminencia de

esta época en el relato y la situación geográfica del pueblo. No obstante, al mencionar la

separación entre espacios abiertos/ espacios cerrados, no hay que perder la vista que,

propiamente hablando, todo el espacio que ocupa Ainielle se puede considerar como

espacio cerrado (la frontera última) frente al espacio abierto, pero ajeno y amenazador, que

representa todo territorio que no es Ainielle.

3.3.2. Esquema de los tipos de espacios que hay en la novela

El espacio

Cerrado Fuera de Ainielle

Abierto Dentro de Ainielle

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Tanto espacio como protagonista se dirigen a su final. Desde el principio, no hay

ninguna duda sobre ese destino. Las primeras páginas, escritas en tiempo futuro, nos

revelan la muerte que pronto va a sobrevenir sobre ambas entidades: (…) nadie iniciara el

gesto de la cruz o el de la repugnancia cuando, tras esa puerta, las linternas me descubran al fin

encima de la cama, vestido todavía, mirándoles frente, devorado por el musgo y los pájaros(…),

p.16).

A lo largo de la narración, la muerte a la que el protagonista y Ainielle se encaminan es

un tema que se repite a lo largo de la narración. “El olvido” será la fuerza que termine

apoderándose de todo: (…) en la distancia, nadie habrá podido imaginar las terribles

dentelladas que el olvido le hay asestado a este triste cadáver insepulto (…), (p.12), y no

sabemos que el narrador está refiriéndose a él mismo o al espacio. Se precisa para

mantener con vida el entorno en el que se vive, los ojos para reflejar la realidad; cerrados

los ojos, se clausura la realidad entera:

[…] el tejado y la luna. La ventana y el viento. ¿Qué quedara de todo ellos cuando yo me haya muerto? Y, si yo ya estoy muerto, cuando los hombres de Berbusa40 al fin me encuentren y me cierren los ojos para siempre, ¿en qué seguirán viviendo? […], (p.43).

El entorno se mantiene una vida con el abrir los ojos, y al contrario, al cerrarlos, se

clausuran la realidad.

El narrador y Ainielle tendrán una muerte paralela. Es más, el pueblo se compara a un

cementerio en varios capítulos de la novela, un cementerio de la memoria, habitado casi

por entero sólo por el abandono y el olvido de sus antiguos habitantes: (…) entre tanto

abandono y tanto olvido, como si de un verdadero cementerio se tratara (…), (p.11). No hay voz

posible que responda entre tanta muerte, el silencio lo devora todo: (…) gritar ahí fuera sería

como hacerlo en mitad de un cementerio. Gritar ahí fuera únicamente serviría para turbar el

equilibrio de la noche y el sueño vigilante de los muertos (…), (p.12).

Para el narrador no hay salvación posible, pero se sugiere la posibilidad de que su hijo,

Andrés, vuelva a Ainielle, y pueda poblar al pueblo con su presencia. Andrés( el hijo),

40 Berbusa: es un pueblo vecino a Ainielle, actualmente despoblado, perteneciente al municipio de Biescas, en la provincia, en la comarca del alto Gállego, en la autónoma de Aragón.

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recibió el desprecio de su padre cuando decidió marcharse y abandonar Ainielle, y nunca

llegaron a reconciliarse: (…) sólo si Andrés regresa, sólo sin un día olvida de mi vieja amenaza o

su propia vejez despierta al fin en él la compasión y la nostalgia, buscara entre las piedras las

huellas de esta casa(…), (p.129).

Pero esa esperanza prolongada a la memoria del lugar queda rota, y se dice que ni

siquiera el regreso de Andrés tendrá la fuerza necesaria para devolver la vida a lo que lleva

pudriéndose desde hace tanto tiempo: (…) ni un vestigio de vida. Cuando Andrés vuelva a

Ainielle, será para saber que todo está perdido (…), (p.126).

El narrador no se engaña a sí mismo, y aunque es capaz de fantasear acerca de una

posible salvación para ese espacio moribundo, nunca llega a convencerse. El capítulo final

es el fin a su desesperanza, en realidad, ni el espacio ni él mismo, tienen oportunidad de

sobrevivir. Idea aclarada en las primeras páginas escritas en tiempo futuro, que nos

informan el destino insalvable de Andrés, evidenciando la circularidad del texto: (…) me

cubrirán de tierra con la pala que he dejado allí olvidada y, en ese mismo instante, para mí y para

Ainielle, todo habrá concluido (…), (p.142).

En cuanto al espacio de La lluvia amarilla se acerca al espacio de la literatura

naturalista en varios aspectos, como el de la crudeza del entorno, la falta de idealización, y

la presentación desnuda de las fuerzas naturales. El mundo literario de Llamazares, es un

mundo que parece hostil y peligroso para el hombre, y rico su presentación poética. La

relación entre los fenómenos naturales, lo exterior, y el interior de los personajes es una

característica constante. La gran nevada que deja al protagonista al borde de la muerte,

aislado en una antigua casa encarcelado entre el silencio y el aislamiento, de modo que la

nieve se ve como algo que abarca las calles de Ainielle y también las retinas del personaje

y de su perra. La nieve y la soledad se identifican con aquellos que las sufren. Es (…) la

nieve y la mirada de la perra (…), (p.100), lo que al final mueve al protagonista a buscar

ayuda, porque ambos elementos compartían ahora a la misma sensación apática y de frío.

Ya en Luna de lobos, se otorga a la nieve el poder de adueñarse del interior de quien la

contempla: (…) solo hay nieve dentro y fuera de mis ojos (…), (p.153). También la noche,

el otoño, y sobre todo esa lluvia amarilla y silenciosa, van a contribuir a la creación de un

espacio metafórico, subjetivo y adverso.

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Robert Baah apunta la intersección de una perversidad polimórfica41 al referirse al

paisaje que el leonés describe en la mayoría de sus obras. En La lluvia amarilla, por

ejemplo, se pueblan las páginas de la tiranía de las ruinas, la podredumbre, las serpientes

venenosas, el entorno fantasmal:

Yellow leaves and fallen, winters are unduly long and harsh, and snowfall is sometimes so outrageously abundant the narrator is forced to stay indoors for weeks without adequate food supply. It is a space taken over by rats, creeping plants, ruins, oxidation, and rottenness (…) depleted of human habitation42. (Baah, 41)

Tanto la agresividad del espacio, como la del personaje, comparten el mismo destino,

que establecen una relación emocional. la internalización de los personajes en la novela

está en un espacio mítico. Tal relación entre lo físico y lo subjetivo es de carácter mítico; lo

observaremos en las siguientes páginas, en donde seguimos las ideas de Doménech en La

lluvia amarilla.

3.3.3. Lo mítico en la lluvia amarilla

Tomando en cuenta la idea del trabajo realizado por, Suárez Rodríguez, para

correlacionar el aspecto mítico en el espacio geográfico, como en el personaje y su

resistencia:

En su deseo de sobrevivir, la naturaleza ataca, devora y llega a perder su carácter creador, invadiendo todo intentado recuperar lo que siempre fue suyo. Parece que, en esos momentos, el diálogo, la provechosa comunicación entre el hombre y la tierra, se ha roto. S. Rodríguez (352).

De allí la idea de un espacio mítico, un personaje mítico y su resistencia mítica.

Ainielle, salta a la vista en una primera lectura, es un espacio en el que alguien resiste

contra toda adversidad. Tenemos el enfrentamiento ante una naturaleza que “desea

sobrevivir”, y quiere romper toda relación con el ser humano.

41 polimorfo quiere decir que puede tener varias formas sin cambiar su naturaleza. paisajes cambiantes… 42 Las hojas amarillas y caídas, los inviernos son exageradamente largos y duros, y la nieve es a veces tan exageradamente abundante el narrador se ve obligado a permanecer en el interior durante semanas sin comida. Es un espacio tomado por las ratas, plantas rastreras, ruinas, oxidación, y la corrupción (...) agotado de la habitación humana. (Baah, 41)

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El simple hecho de aguantar los elementos y de no rendirse ante nada otorga al

protagonista valores positivos, a pesar de su falta de fuerza, de ser un moribundo esperando

la muerte. el conjunto de las páginas de La lluvia amarilla, se fundamente alrededor de un

hombre que sigue fiel a sus tradiciones y sus ideas y que se niega darse por vencido hasta

su muerte, y eso da el carácter mítico por su misma determinación.

3.3.4. Esquema aclarado de lo dicho sobre lo mítico en la novela

El espacio mítico

Agresividad del espacio

Agresividad del personaje

Relación entre lo físico y lo subjetivo

Internacionalización del espacio

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En el primer capítulo de La lluvia amarilla, el propio narrador deja claro quién es, y

que el papel que va a representar en la novela es el del hombre que sufre por un

convencimiento, ante las fuerzas que quieren consumirlo: (…) nadie, sino a algún loco-

pensará más de uno en ese instante, puede haber resistido completamente solo a tanta muerte,

tanta desolación durante tantos años (…), (p.11). El narrador es consciente de su destino, y al

hacer participar al lector de él. La lucha a partir de ese momento será épica, y el personaje

se vuelve mítico.

Bachelard habla en The poetics of space ;(la poética del espacio), acerca de ese cúmulo

de valores positivos que recae sobre todo aquello que se mantiene firme ante los más

adverso. A los ojos de los que observan, una casa que resiste los ataques de un huracán

adquiere proporciones heroicas:

Faced43 with the bestial hostility of the storm and the hurricane, the house’s virtues of protection and resistance are transposed into human virtue. The house acquires the physical and moral energy of a human body […] such a house as this invites mankind to heroism of cosmic proportions […] and the metaphysical system according to which man might mediate concretely upon the house that is cast into the hurricane, defying the anger of heaven itself (p.46).

Por lo que vemos, el elemento que mantiene la lucha no tiene por qué ser un humano,

de modo que el espacio, (Ainielle), que resiste junto al protagonista contra la destrucción,

sus destinos están ligados, y adquiere dimensiones épicas. La unión entre espacio y

personaje posibilita esa lucha compartida que el lector percibe desde el principio, a través

de la lectura.

Efectivamente, el espacio mítico está encontrando su lugar en la literatura

contemporánea castellana-leonesa como planteamiento de un problema muy real que atañe

sobre todo los pueblos de España “el olvido”; porque recordemos autores que proponen,

especialmente Llamazares, es una batalla, plenamente humana, contra el olvido.

43 Frente a la hostilidad bestial de la tormenta y el huracán, las virtudes de la vivienda de protección y resistencia se transponen a la virtud humana. La casa adquiere la energía física y moral de un cuerpo humano (...) como una casa, ya que invita a la humanidad al heroísmo de proporciones cósmicas (...) y el sistema de metafísica según la cual el hombre podría mediar concretamente en la casa que se echa en el huracán, desafiando la ira del mismo cielo.(p.46).

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A pesar de que lo que genera la vida es la lucha entre” el olvido” y “el recuerdo”;

también Doménech apunta que “no excesivamente arriesgado interpretar en general la historia

de la evolución cultural como una lucha mala contra el olvido” . Defender el recuerdo para que

finalmente Andrés pueda seguir habitando Ainielle.

3.4 .Ainielle y la lucha contra el olvido

3.4.1. El espacio entre la memoria y el recuerdo Para empezar este apartado, enfocamos especialmente dos puntos: recuerdo y el

olvido.

En La lluvia amarilla, “el recuerdo”, es el motor principal de la narración, recuerdo, y

el deseo de no olvidar, son las dos ideas más usadas por la crítica al hablar sobre la obra

literaria de Julio Llamazares. No cabe duda, de que “la memoria”, sea una pieza

fundamental en toda su producción, es un núcleo temático central en su obra, y en los otros

escritores de su generación.

Hay un término que a menudo aparece en las descripciones de los estudiosos que

tratan la memoria44 en Julio Llamazares, se da a entender por la palabra “reivindicación”.

Se trata de recuperar o mantener vivo un pasado que la modernización ha terminado por

erradicarlo del pensamiento de la gente.

De este modo, Beisel apunta, respecto a las obras narrativas de Llamazares, que se

pueden destacar dos núcleos temáticos principales: el primero es “la actualización y

revalorización de experiencias no escritas, sino vivas en la memoria colectiva. El segundo es la

importancia del espacio como medio esencial de refinamiento cultural (p.195).

Además, Beisel afirme que la reivindicación del autor, la de mantener vivo el pasado

en la sociedad: “el núcleo temático central en torno al cual giran sus producciones liricas y

44 la memoria en La lluvia amarilla tiene un sinónimo que es “reivindicación”.

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narrativas representa la memoria individual y colectiva y su necesaria y a veces dolorosa

actualización” (p.194).

Pero, Penzkofer, afirma que la intencionalidad narrativa de Llamazares es de

conservar esa memoria popular y colectiva, que a la vez, es el tema más tratado por la

crítica de nuestro autor: “Llamazares es un narrador del recordar, ya que escribe con la

intensión de salvaguardar del olvido los espacios descritos en sus relatos” (p.163).

A pesar de que el mismo Penzkofer dice que La lluvia amarilla es más una novela de

olvido que del recuerdo. Señala la pieza fundamental no es reconstruir el recuerdo, sino no

dejar que el olvido se adueñe del presente; un deseo que esta evidente en la lucha del

protagonista para mantener vivo Ainielle, que se antoja la representación de otros cientos

de pueblos abandonados a su suerte por sus habitantes.

Por otro lado, Agustín Otero añade otro detalle, y propone a esa asumida

reivindicación, del leonés: el de sacar a la luz las voces silenciadas de todos esos hombres

anónimos que la historia no suele tener en cuenta:

Llamazares quiere transmitir al público las historias que le fueron contadas en su niñez en un intento de rescatar del olvido la memoria colectiva a través de la literatura. Quiere así dar valor a la historia de los hombres que siempre serán ignorados, lo que constituye lo que Unamuno llamó la “intrahistoria” de España (p.641).

No obstante, a pesar de la fuerza que la crítica de la narrativa de Llamazares, no

podemos dejar de lado lo que el propio autor dice acerca de esa llamada “reivindicación” a

la que subordina su literatura. En la entrevista realizada por Delgado Batista, apunta “el

olvido” que los españoles demuestran de su propia cultura, e incluso de su negación de

todo aquello que no es español. Y Señala que los españoles no se recuerdan quienes son:

De repente España, que era un país de medio pelo, se ha creído el país más moderno del mundo y para ser moderno lo primero que había que hacer era no responder al arquetipo de lo español y recordar de dónde venimos y quienes somos. (3).

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A continuación, sin embargo, afirma que su literatura no reivindica nada. Lo que tiene

es una exposición de la problemática, de cómo son las cosas, pero no hay en sus textos una

respuesta definitiva a favor del “pasado” o del “recuerdo”. Llamazares señala que ése es

uno de los errores más frecuentes a la hora de estudiar sus obras, el encasillarle como un

escritor reivindicativo, o rural, cuando lo único que está haciendo es exponer un hecho que

le preocupa, decía Julio Caro Baroja:

“que durante miles de años en Europa se vivió sustancialmente igual. Cambiaban cosas pero se vivió de la misma manera; y en este siglo y sobre todo en España, más tarde que en el resto de Europa, se produjo el gran cambio cultural, que fue el cambio de la cultura rural a la cultura urbana[… ] . Ese salto de una cultura a otra, esa sensación de escribir y de pérdida, aunque sé que no se puede volver atrás-ni yo querría volver atrás-, creo que forma parte de mí y por eso hablo de ello; no porque lo añore[… ] . El hecho de que haya alguien que se preocupe[…] el que alguien se preocupe de una manera más intensa de ese otro mundo, ya parece que se ha especializado y que lo reivindica. Yo no reivindico nada, simplemente que yo soy eso. Yo soy alguien que viene del mundo rural y vive en el mundo urbano. Ni reivindico el mundo rural ni lo añoro. Pero quizás destaco más porque, como vivimos es un país que es el que tenemos, pues parece que nadie quiere preocuparse de estos mundos que están ahí, que desaparecen, y el hecho de que alguien se preocupe de ello, parece que es especializa en ello. Yo no quiero especializarme en ello, simplemente, a mí me afecta. (5).

Quizás, se confunde a menudo el autor con sus personajes que, como tenemos en el

caso de La lluvia amarilla, luchan contra el olvido, y no contra la muerte. Una parte

importante de esa batalla, son las historias viejas, la oralidad, la invención, la mentira, los

cuentos transmitidos de generación en generación que, al tiempo que salvan del olvido,

mitifican el pasado a través de la cultura popular. Llamazares dice que “Desde el origen del

hombre está la necesidad de contar de que te cuenten historias. En la infancia lo primero que

pedimos es que nos cuenten cuentos y cuanto más fantásticos mejor” (Batista1).

En La lluvia amarilla, se nombra repetidas veces ese recuerdo en el que todos se

contaban historias al calor de un fuego, para pasar así las noches de invierno. Se contaba de

aquella manera, en compañía, el pasado que ahora el narrador recuerda en completa

soledad:

Nos reuníamos todos en una de las casas, junto a la chimenea, y, allí, durante largas horas, mientras la nieve y la ventisca gemían en lo alto

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del tejado, pasamos las noches de invierno contándonos historias y recordando personas y sucesos (p.20).

El protagonista confiesa que, cuando era pequeño, espiaba a su padre y a los ancianos

del pueblo mientras se contaban historias y leyendas unos a otros , y que a menudo

terminaba por hacer suyo ese pasado tan distante, hasta el punto de que confundía la

memoria de los viejos con la suya: “entonces, sin que nadie lo supiera (…) escuchaba hasta

dormirme sus relatos y adoptaba sus recuerdos como míos (…) construía de ese modo mi memoria

con las suyas” (p.40). Eran los ancianos los que recordaban por aquel entonces, lo que

mitificaban con sus cuentos y con su deseo de contar. Ahora le tocaba a él. A nosotros,

como lectores, nos toca el papel de ser oyentes, y escuchar su historia. Según Suárez

Rodríguez, esta construcción de la memoria personal junto a la memoria de los otros

obedece a la idea de que para preservar el presente es necesario establecer un diálogo con

el pasado, idea que va a estar muy presente también en Mateo Diez45 y en Garzo46:

Llamazares parece haber captado la necesidad de comunicarse con el pasado como medio útil paras apreciar el presente y anticiparse al futuro. Y se ha propuesto, a través de sus textos, viajar en el tiempo […] y, para ello, ha echado mano en su propia memoria y de la de sus antepasados, adoptando los recuerdos de estos como suyos, construyendo, al igual que el narrador de La lluvia amarilla, su memoria con las suyas, buscando la intrahistoria del pueblo, el meollo de su alma. (Suárez Rodríguez).

De este modo, La lluvia amarilla es, en cierto sentido, un conjunto de pequeñas

historias que conforman la línea narrativa general, que circundan y explican la soledad y el

abandono. Se habla de la necesidad, incluso cultural y social, de contar y difundir historias

para sostener así la vida. En Ainielle, existía la tradición de que, cuando alguien muere, los

vecinos se lo contaban unos a otros, formando una especie de cadena que finalmente

expulsaba la muerte del pueblo.

La muerte se contempla como una fuerza de la que es necesario desprenderse al más

mínimo roce. El recuerdo se presenta como medio de salvación: contar para expulsar,

compartir el pasado para mantenerlo. Ahora que el protagonista está solo, no tiene a nadie

45 Luis Mateo Diez, nació en 21/09/1912 en Villablino, (León), es un escritor, ensayista y académico español. 46 Gustavo Martin Garzo nació en 1948 a Valladolid, es un escritor español licenciado en filosofía y letras en la especialidad de psicología, es fundador de las revistas literarias (Un ángel más y Signo de gorrión).

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a quien hablar para expulsar la muerte; es más, cuando él muera, se llevará consigo el peso

de todas las demás muertes acumuladas, porque es el único que aún recuerda.

Es claro, pues, la importancia de una pluralidad para mantener vivo “el recuerdo”. La

lluvia amarilla, de hecho, es una historia colectiva a pesar de contar con un único narrador-

protagonista. Al protagonista de La lluvia amarilla se unan todos aquellos que han sufrido

las dificultades de una vida rural, y no se limita únicamente a los que vivido o viven en las

montañas, aunque éstos, quizás se verán reflejados mejor.

Se resalta la importancia en La lluvia amarilla de un narrador en primera persona que

filtra la narración. La colectividad, de esa memoria colectiva, se rompe en La lluvia

amarilla, pero es sólo apariencia, y la vida del personaje es la vida de personas que quedan

fuera de las páginas de la novela; él representa a todos aquellos que son capaces de

compartir la misma experiencia, y su historia está hecha a partir de las historias y leyendas

de otros.

En la propia novela tenemos que el personaje comienza a dudar de sí su pensamiento

es el suyo propio o el de todas las personas que le han precedido en su dura existencia.

Empieza a verse él mismo como una colectividad en el que confluyen todas las voces del

pueblo, tanto las de los vivos como las de los muertos; él es más de uno:

¡Dadme agua y matadme! Pero ¿Quién lo está diciendo? ¿De quién es esta voz que lo repite, monótona e incansable, desde hace ya algún tiempo? ¿Es la voz de la vieja o es mi propia voz la que repite sus palabras? ¿Y esa respiración? ¿Es mi respiración o es la respiración final-final e interminable-de mi hija? El humo abrasa mis pulmones, me seca la garganta, pone en mi propia voz el eco de otras voces y el ritmo irregular de otras respiraciones distintas de la mía][…] Si Voy a morir. Estoy muriéndome, es verdad. Y tengo sed. Y fiebre. Y miedo. Estoy muriéndome y me arden en el pecho todas las voces muertas y todos los cigarros de mi vida. De mi vida que se acaba sin remedio. (p.113).

Herpoel, por su lado, asimismo apunta que el pasado se construye a través de la

memoria y la imaginación en La lluvia amarilla: (…) a través de la imaginación y los

recuerdos dispersos resucita la vida diaria del pueblo a lo largo de los años (…), (p.106).

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Mientras, Penzkofer afirma que se imagina más que se recuerda, tomando como punto

de referencia el comienzo de la obra, en el que se narra hacia el futuro, de modo que, si se

imaginan los acontecimientos futuros, parece lógico pensar que tampoco se fía al pasado.

Efectivamente, ya en las primeras páginas de la novela, el narrador nos deja entrever

que lo que está diciendo, la recuperación de todo su pasado, bien puede ser una mezcla de

sueños e impresiones personales que se mezclarían con los hechos ocurridos de verdad:

[…] mientras el sueño volvía apoderarse nuevamente de mis ojos, la nieve de la infancia comenzó a fundirse con ellos […] añadiendo a la noche la estela de otras noches, arrancando al olvido la soledad primera, transformando en memoria la mirada y el sueño[…], (p.22).

Más adelante, el juego de la ficción en el recuerdo entra la misma reflexión del

narrador, quien duda en la realdad de todo su pasado tal y como le viene a la mente:

¿Y qué es, acaso, la memoria sino una gran mentira? ¿Cómo podría yo ahora estar seguro de que aquella era, en efecto, la última noche de 1961? O de que la vieja maleta de madera y hojalata de mi padre está realmente pudriéndose en el huerto bajo un montón de ortigas […] ¿no habré quizá soñado o imaginado todo para llenar con sueños y recuerdos inventados un tiempo abandonado y ya vacío? ¿No habré estado, en realidad, durante todo este tiempo, mintiéndome a mí mismo? (p.39).

Él mismo aporta una posible explicación a su mentira: inventar para protegerse de la

decadencia, la memoria como refugio contra la soledad. Tenemos, por lo tanto, una

sugerencia acerca del propósito de esa memoria ficticia. Recordamos que “as Nicolas

Miñambres suggests, memory is created to help endure the present predicament of loneliness and

silence47” (Baah, “Unstoppable Journey” (p.73). El protagonista se esconde en el recuerdo,

creando fantasmas, creando la vida tal y como fue para no volverse loco. La escritura es la

herramienta para perpetuar esa memoria. Los recuerdos y las invenciones se unen, como

hemos dicho, indistinguibles, manteniendo de algún modo, no ya la esperanza de vivir, de

sobrevivir, sino las últimas fuerzas del protagonista, como una mano que le consolase ante

su segura desaparición.

47 Como sugiere Nicolás Miñambres, se crea la memoria para ayudar a soportar la difícil situación actual de la soledad y el silencio" (Baah, "Viaje sin parar. (73)

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Debido a que el Ainielle de La lluvia amarilla, se construye a base del recuerdo, y que

tanto protagonista como espacio están ligados existencialmente, el destrucción de la

memoria hace caer los dos:

[…] esas sustancias viejas, cansadas amarillas-como la lluvia del molino aquella noche, como mi corazón ahora y mi memoria- que, un día, tal vez muy pronto ya, se pudrirán también del todo y se desmoronarán en, al fin, en medio de la nieve, quizá conmigo dentro todavía de la casa[…], (p.84).

No cabe duda de que el recuerdo (y el olvido) es el tema más sobresaliente en la novela

de Llamazares. Se trata, con las reflexiones del narrador acerca de su funcionamiento; que

la novela desarrolla en su composición el tema de la memoria al menos a dos niveles

diferentes, Beisel afirma:

Por un lado posibilita al lector, a través de la plasticidad de las descripciones, el acercamiento al mundo de la imaginación y de la memoria del protagonista-narrador. Por otro lado el tema dela memoria misma se profundiza a través de comentarios generales que tematizan cómo funcionan los mecanismos de la misma. (Beisel, “la memoria colectiva” (p.216).

La importancia de la memoria en La lluvia amarilla alcanza a los objetos que habitan

Ainielle, que nos remiten a otros objetos, y que llevan la memoria impresa en su interior.

Sirven, a su modo, de marcas en el camino, como piedras que señalan el regreso al pasado,

marcas de la memoria. El ejemplo más claro lo tenemos en “la cuerda” con al que el

protagonista primero cuelga a un jabalí que ha cazado, y luego Sabina usa la soga para

suicidarse. Desde este punto, “el cordel” ya va a ser un símbolo de unión entre el

protagonista y su mujer muerta. Sabina pasa a encarnar el objeto inanimado, de modo que

el segundo se convierte en su recuerdo. Por eso, el narrador se lo ata a la cintura para

llevarlo siempre consigo, y por eso, cuando el recuerdo vuelve demasiado doloroso, es “la

soga” el objeto que asume a la calle, lo más lejos que puede, aunque termina por ir a

buscarla, una vez que la nieve ya la ha cubierto por completo: (…) regresé a la cocina

convencido de que ya no volvería a ver la soga en mucho tiempo (...) (p.33). Sin embargo,

siguiendo la estructura circular de la narración, vuelve a encontrarla, y vuelve a atársela a

la cintura, sabedor de que todo se repite, y que Sabina posee aquella cuerda:

[…] al volver a casa, me até de nuevo la soga a la cintura-casi sin darme cuenta […] como si el tiempo volviera una vez más a repetirse-,

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comprendí que nunca más habría de volver a abandonarme porque la soga es el alma sin dueño de Sabina […], (p.47).

Ese mismo acto consciente de atarse al recuerdo de su esposa muerta implica,

también, el deseo de recordar en todo momento. Este punto es fundamental en la teoría del

espacio mítico. Doménech señala que no basta con la presencia del pasado para que haya

un espacio mítico, sino que tiene que existir el deseo de no “olvidar”. Y es, precisamente,

este deseo de que va a motivar al protagonista, de modo que no quiere marcharse de

Ainielle; decide aceptar su destino moribundo a cambio de ligarse a su pueblo, y asumir la

responsabilidad de recordar, mientras viva, para mantener a su vez vivo ese pasado. Es

muy importante tener en cuenta, pues, que la resistencia que opone el personaje no es

contra la muerte, sino” el olvido”.

Él es el encargado de recordar. Entra a las casas para revivir con su memoria a sus

antiguos habitantes:

[...] yo vagaba entre ellas recordando sus dueños, entraba en los portales invadidos por los zarzas, y recorría las cocinas y las habitaciones arrasada como un general loco que regresara en solitario a las trincheras en la que todos sus soldados habían desertado o estaban muertos[...] ,(p.46).

Su misma presencia sirve para dar vida a Ainielle, o al menos a sus fantasmas, con los

que a veces charlaba. Las casas estaban llenas de viejos recuerdos que pedían

conversación: (…) A veces, cuando el anochecer se prolongaba mansamente entre los árboles,

encendía una hoguera con tablas y papeles y me sentaba en un portal a conversar con los

fantasmas de sus antiguos habitantes (....) (p.61).

Si hay una palabra que podemos relacionar con nuestro protagonista es “guardián48”,

así se nombra en varios episodios de la novela; el encargado de conservar algo que

lentamente va despareciendo. Como único y último testigo, siente que debe recordar todo

aquello que ve, por la propia llamada del espacio moribundo. Ainielle se encamina a su

final (…) pese a mis esfuerzos por mantener vivas sus piedras(…),(p.75), lo que corta la

48 Lo llamemos así, porque es el último ser vivo en Ainielle, y su único vigilante.

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importancia del personaje, pero aun así, la vida en un recuerdo se considera mejor que la

desaparición en el olvido, pues el protagonista hace constar que el lector está presenciando,

en su recuerdo es sólo memoria, nada más: (…) sé que, con mi muerte, ya sólo morirán los

últimos despojos de un cadáver que sólo sigue vivo en mi recuerdo (…),(p.75).

De ahí que, según esa costumbre de contar la muerte a alguien para expulsarla del

pueblo, tras la suya, no habrá vuelta atrás. Las historias no podrán ya alejar la muerte, y

llevarla lejos de la cortante realidad. Desaparecerá el guardián de Ainielle, y cuando todo

caiga con él, nadie habrá para contemplarlo: (…) yo seré el único, el primero y el último en

saberlo (…), (p.117). La relación entre el protagonista y el concepto de “vigilante” queda de

manifiesto al verse a sí mismo como el perro guardián de Ainielle:

¿O qué soy yo, sino ya más que un perro? ¿Qué he sido yo estos años, aquí solo, sino el perro más fiel de esta casa […]? Durante todos estos años aquí solo, olvidado de todos, condenado a roer mi memoria y mis huesos, he guardado día y noche los caminos de Ainielle” (p.136).

A continuación, se describe a la muerte como un cazador de perros, y que vendrá a

buscar el último que vaga por las calles desiertas del pueblo: (…) nunca le tuve miedo porque

siempre supe que él también es un pobre y solitario cazador de perros viejos (…), (p.139). Le

sobrevendrá el fin al guardián y a su memoria, pero el personaje le queda la satisfacción de

no haberse rendido y de haber cumplido con su labor hasta el final.

Entonces, ¿qué es lo que mantiene con vida a Ainielle? ¿Andrés, o su memoria? La

respuesta, es ambas cosas, ya que no podemos tener una sin la otra, no hay guardián si no

hay nada que proteger. Ainielle es un espacio en el que se conservan (…) grietas de la

memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para

borrarlas(…), (p.51). Es, sin duda, el pueblo de un tiempo congelado y retenido en el deseo

de su testigo final. Un espacio de supervivencia.

Concluimos este apartado, retomando otra vez la pregunta que hicimos al empezar este

análisis ¿se trata de novela a favor del recuerdo o del olvido? Tendríamos como respuesta

final que, a pesar de la exposición innegable de una memoria que se trata de recuperar

Ainielle, finalmente el olvido es el que sale victorioso

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Conclusión

Es difícil concluir un tema que todavía sigue un punto de múltiples investigaciones y

estudios realizados por especialistas en el dominio de la literatura. Vamos a echar una

mirada recapitulativa en lo que concierne nuestro trabajo sobre el análisis de la novela de

Julio Llamazares, significación metafórica de La lluvia amarilla, retomando las hipótesis

y preguntas hechas en la introducción, que intentaremos aclarar.

A través del título de la novela, constatamos que el autor tiene visiones metafóricas, y

al leer el libro, descubrimos que se trata de un pueblo real, (Ainielle,) que se sitúa en las

montañas del Pirineo Aragonés con motivaciones políticas y sociales.

Como hemos dicho, La lluvia amarilla, es una novela autobiográfica, que refleja la

vida del autor, su angustia, sus sentimientos y sus penas al ver su pueblo natal-Vegamián,

León-, sepultado en el fondo del embalse del Porma. Esta visión de su pueblo igual que

un barco hundido, fue traspuesta en La lluvia amarilla.

En lo que concierne a la naturaleza, Llamazares declara que en sus novelas, llama la

atención la riqueza del vocabulario a la hora de referirse a la naturaleza. Dice que; en la

ciudad como los árboles sólo sirven para dar sombra, no son más que eso, árboles. Pero,

afirma que en su país nunca oirás a un campesino que te diga un árbol: Diría, ese roble o

ese pino. Y declara, que él ha heredado esa riqueza y cree que es un privilegio para él.

Sin embargo, en lo que concierne la poca presencia de la cultura urbana en las obras de

Llamazares, tenemos como respuesta, especialmente refiriéndonos a La lluvia amarilla,

dice que; cuando habla de la naturaleza, habla también de la ciudad, el paisaje es también

lo mismo. Y que la ciudad es tan presente en La lluvia amarilla, hasta decir en broma, que

La lluvia amarilla es la novela más urbana que ha escrito, porque es el fin de la cultura

rural. Porque la ciudad disgrega más a la gente y la hace volverse más hacia sí misma. Y

alejarse más de lo que le rodea y, en este sentido, se produce una pérdida de relación del

hombre con el paisaje, lo que provoca el abandono de Ainielle.

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Esta fuga hacia la ciudad, hace crear lo que llamamos la emigración, en busca de una

vida mejor en otros países. creemos que porque el tema central de la historia, o el mensaje

que quiere transmitir el autor, es el abandono de los pueblos, del mundo rural, que es un

tema de carácter antropológico y social que toca y une a mucha gente que se siente

identificada con los pensamientos del autor.

Al principio de nuestro análisis literario de la novela, hemos mencionado que muchos

críticos, han calificado La lluvia amarilla, como novela lirica- rural. Como sabemos ya,

Llamazares ha sido poeta, y eso lo que abrió la puerta a los críticos para calificar la novela

como novela lírica, pero si tomamos en cuenta lo que ha dicho nuestro autor, cuando le

hicieron esta pregunta, tendremos como respuesta que Julio mismo ha dicho que, ha escrito

solo dos libros de poesía y además de una manera muy anormal, anormal en cuanto al

tiempo que se acostumbró en escribirlos. Dice que, ha escrito dos libros seguidos, cada uno

en un mes y le dicen que es un poeta metido en novelista. Y cuando en realidad, ha escrito

poesía solo dos meses en su vida y novela el resto del tiempo, que evidentemente escribe

igual, porque cree que su estilo está en el filo de la navaja ente lo narrativo y lo poético, y

ahí es donde se desvuelve mejor y se sitúa. Dice que, la poesía es un género de juventud y

la novela de madurez.

Con estas aclaraciones, llegamos al motor de las obras de Julio Llamazares que es “la

memoria”, y su manifestación en Ainielle, y la respuesta más inmediata que hemos

encontrado, es a través del deseo del protagonista manifestado además varias veces, de

forma explícita en las páginas de la novela. La lucha de Andrés es por el recuerdo, no por

la vida; su intención no es sobrevivir, ya que ha aceptado que pronto morirá y no le

importa después de haber sufrido tanto, sino que busca mantener vivo el recuerdo de

Ainielle por el mayor tiempo posible.

Mientras él sea capaz de recordar, la identidad del pueblo se salvara del abismo del

olvido, por lo que muchas veces encontramos la imagen del protagonista comparada a la de

un guardián -incluso a la de un perro guardián- que ha de proteger la memoria hasta la

destrucción del espacio.

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A pesar de la exposición innegable de una memoria que se trata de recuperar tanto

Ainielle.

En definitiva, las perspectivas de investigación quedan abiertas a otras investigaciones

porque la obra de Julio Llamazares titulada La lluvia amarilla se fundamenta en principios

humanísticos, además esta otra ofrece una orientación de búsqueda y de análisis fecunda

para muchos expertos o principiantes como nosotros.

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Bibliografía

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Apéndice documental

Cronología 1955: Nace en Vegamián (León), Julio Alonso Llamazares.

1979: Se publica su primer libro de poesía, La lentitud de los bueyes.

1981: Se instala en Madrid, aparece su segundo libro, El entierro de Genarín.

1982: Se edita su segundo poemario, Memoria de la nieve.

1983: Se estrena como guionista para la película de J.M.Sarmiento El filandón.

1985: Aparece su primera novela, Luna de lobos.

1986: Empieza su colaboración con el diario El País.

1987: Se estrena la película Luna de lobos basada en la homónima novela y dirigida por

Julio Sánchez Valdés.

1988: Se publica su segunda novela, La lluvia amarilla.

1990: Se edita el libro de viaje, El río del olvido.

1991: Primer libro recopilatorio de sus artículos periodísticos, En Babia.

1994: Aparición de su última, hasta la fecha, novela, Escenas de cine mudo.

1995: Se publican el guión cinematográfico, Retrato de bañista el libro de artículos

periodísticos, Nadie escucha y El libro de cuentos, En mitad de ningún parte.

2005: El cielo de Madrid, crónica generacional.

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Las obras del autor A. Poesía -La lentitud de los bueyes. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas,

Colección Provincia, 1979.

-Memoria de la nieve. Burgos: Consejo General de Castilla y León, Colección Cántico,

1982.

- La lentitud de los bueyes/ Memoria de la nieve, (edición conjunta).Madrid: Hiperión,

1985.

B. Relato de corte antropológico

- El entierro de Genarín. Evangelio apócrifo del último heterodoxo español. León:

Ediciones del Teleno, 1981.

C. Guiones cinematográficos - Relato de bañista, en José Carlón (coord.): El Filandón de S. Pelayo. León: Diputación

Provincial de León, 1984: 119-125.

- Retrato de bañista. Badajoz: Ediciones del Oeste, 1995. D. Novelas - Luna de lobos. Barcelona: Seix Barral, 1985.

- La lluvia amarilla. Barcelona: Seix Barral, 1988.

- Escenas de cine mudo. Barcelona: Seix Barral, 1994.

E. Relato de viaje - El río del olvido. Barcelona: Seix Barral, 1990.

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Fotos de Ainielle

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Iglesia románica y cementerio de Olivan.

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La portada del libro

Julio Llamazares