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MEDITACION TERCERA A LA CIUDAD DE CARTAGENA Si es propio de todo el que posea alguna elevación de alma el amar con predilección la tierra en que vio la luz primera, y tributarle cuantos homenajes de respeto y veneración sean posibles, ¿cómo yo, nacido en Cartagena, no he de ofrecer a aquella ciudad una muestra de mi amor filial, dedicándole este fruto (si bien indigno de ella) de mis meditaciones? Madre de García Toledo y de Torices, de Narváez y de Real, de Ayos y de Madrid, de 108 Castillos y Revollos, y de otros tántos varones distinguidos, Cartagena tiene la gloria de ser uno de 108 pueblos que más ilustración han dado a la república, y no ha cedido a ninguno en patriotismo desde que dio la hora de la regeneración americana. Rival de Jeru- salén en la constancia con que resistió a los estragos del hambre en un prolongado asedio; compitiendo con la Nueva Esparta en la heroi- cidad con que peleó por sostener sus derechos; imitando a Tiro sus moradores en la noble re- solución de abandonar la tierra donde dor- mían SU8 abuelos, antes que someterse alodio- so yugo opresor, Cartagena ha dado a Colom- bia y al mundo un ejemplo de consagración y

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MEDITACION TERCERA

A LA CIUDAD DE CARTAGENA

Si es propio de todo el que posea algunaelevación de alma el amar con predilección latierra en que vio la luz primera, y tributarlecuantos homenajes de respeto y veneración seanposibles, ¿cómo yo, nacido en Cartagena, no hede ofrecer a aquella ciudad una muestra demi amor filial, dedicándole este fruto (si bienindigno de ella) de mis meditaciones?

Madre de García Toledo y de Torices, deNarváez y de Real, de Ayos y de Madrid, de108 Castillos y Revollos, y de otros tántos

varones distinguidos, Cartagena tiene la gloriade ser uno de 108 pueblos que más ilustraciónhan dado a la república, y no ha cedido aninguno en patriotismo desde que dio la horade la regeneración americana. Rival de Jeru-salén en la constancia con que resistió a losestragos del hambre en un prolongado asedio;compitiendo con la Nueva Esparta en la heroi-cidad con que peleó por sostener sus derechos;imitando a Tiro sus moradores en la noble re-solución de abandonar la tierra donde dor-mían SU8 abuelos, antes que someterse alodio-so yugo opresor, Cartagena ha dado a Colom-bia y al mundo un ejemplo de consagración y

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magnanimidad, que será admirado por las ge-neraciones venideras y celebrado por la hiato-ria y por la poesía. ¡Qué mucho, pues, que unhijo de tan ilustre ciudad se vanaglorie de suorigen, y se apresure a manifestar del modoque le sea posible los deseos que le animanpor su dicha y prosperidad, especialmente cuan-do median motivos personales de gratitud pro·funda por distinciones recientemente recibidaspor la patria adorada! ¡Feliz si puedo correspondera ellas, y acreditarla, con mi celo y mi esmeroen servir a Colombia, que BOy uno de sus másamantes hijos!

Bogotá, 24 de septiembre de 1829.

EXAMEN POLfTICO DE LA SITUACIÓN DECOLOMBIA A FINES DE 1829

Sunt bona, sunt quoedam me-diocria, sunt mala plura.

MART••Epi!!. 17, lib. l°.

Los negocios humanos se ligan y encadenan de talmanera, que para hacernos cargo del estado presentede una nación, necesitamos a veces remontarnos a losprincipios que ha tenido, a fin de descubrir las causasque influyeron en el orden de cosas existente, y poderapreciarlo con exactitud. Por esto es por lo que, antes dellegar a examinar la actual situación de Colombia, juzgueoportuno contemplar las diversas fases de·su existencia.Dando una ojeada a las eminencias de nuestra historia,se nos presentó primero la época en que la filosofía ea-peculativa ocupara el trono de Nueva Granada y Ve-nezuela, y dictara las leyes de nuestra sociedad: época

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en que, siendo la soberanía del pueblo nuestro dogmapolítico: «la ignorancia como el saber, el espíritu delibertad como el de cruel despotismo, los vicios y lasvirtudes, presidieron a la marcha de nuestra infancia»;resultando las tristes consecuencias que debían esperar-se de semejante trastorno de todos los principios socia-les. Seguimos después la gloriosa carrera de la repú-blica, hasta que la ambición, la miseria y la exaltaciónde las ideas redujeron la patria a tan lastimosa situa-ción, que a no ser por Bolívar, que pudo parar a Co-lombia allá en los confines de la muerte y la vida, ha-bría ciertamente desaparecido aquel nombre mágico ysagrado, y sus hijos hubiéramos tenido que asistir a susfunerales, cubiertos de la infamia y la vergüenza delpatricidio,

Apenas hubo accedido el Liberjador a la voz nacio-nal, que le gritaba que salvase a la república; no bien sehizo cargo de la autoridad suprema, cuando trazó re-gias que guiasen su conducta. Dictador sin ejemplo, ex-pidió su decreto orgánico de 27 de agosto, en el cualpuso en cierto modo límites a su propio poder, creandoun Consejo de Estado, cuyo dictamen debla tener lamayor influencia en todas las medidas del jefe de la ad-ministración. Estaban además garantizados en aquelestatuto provisorio de los derechos más importantes delos colombianos; y se ofrecía que para el 2 de enero de1830 sería convocada la representación nacional: pro-mesa que después hemos visto con cuánta religiosidadse ha cumplido.

Pero las pasiones no raciocinan jamás. No habíatranscurrido un mes desde que con la promulgación deldecreto orgánico diera el Libertador la más victoriosa

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respuesta a los que le acusaban de aspirar al poder ab-soluto, cuando se intentó el crimen más atroz y másabsurdo a un tiempo mismo. Peraonas que aclama-ban a la moral en tocos sus discursos y escritos, pro-yectan un horrible asesinato: individuos que siempre te-nían la virtud en los labios, manifiestan, tomando parteen él, cuán distante se hallaba aquélla de su pecho: losque se preciaban de amantes de la libertad y del orden,comprobaron, con semejante proyecto, que no conocíanotro medio de cimentarlos que sangre y ruinas. Tráma-se la muerte del fundador de Colombia; y son cómpli-ces de esta iniquidad sujetos que le debían la más pro-funda gratitud. Seducida por los conjurados la brigadade artillería que estaba en la capital, el palacio del jefede la nación se vio convertido en escena de matanza:poco faltó para que el puñal parricida alcanzase aBolívar. Por fortuna,

-Con sus alasel ángel de la patria lo cubríay su preciosa vida proteqla-,

El benemérito U rdaneta coronó en esta ocasión susdistinguidos servicios a la República: poniéndose a lacabeza del batallón Vargas y del primer escuadrón deGranaderos a caballo, y sostenido por otros dignos ofi-ciales, batió a los conjurados, preservó la ciudad de loshorrores que la amenazaban, y salvando de sus asesinosal Libertador, salvó a Colombia de su ruina infalible.

Pocos días después de esta horrenda escena comien-zan a desenvolverse los planes desorganizadores traza-dos desde Ocaña, Le, anta un jefe el estandarte de larebelión en Patía so pretexto de sostener la constituciónde Cucuta¡ y triunfando en aquel primer momento,

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ocupa a Popayán, aguarda del gobierr.o del Perú elauxilio prometido para semejante sublevación, e in-tercepta la cr municación directa entre el ejército delsur y la capital. La lealtad de los m oradores del Cauca,las vigorosas medidas tomadas en el instante por elLibertador, su aproximación al teatro del levantamien-to, y la respetable actitud que el benemérito generalFlores supo dar a nuestras tropas en el mediodía. con-tienen los progresos del mal. Los facciosos, puestos enfuga por Córdoba en Popaván, batidos por Heres enlos Pastos, abandonados en su criminal empresa porlos pueblos, e impedidos de unirse a los peruanos pornuestro ejército del sur, que en ello hizo a Colombiael más señalado servicio, no ha liaron refugio sino enla sumisión. Un decreto de olvido y amnistía que expi-dió el Libertador Bolívar les hizo prestar obedienciaal gobierno; y .la discordia civil, que afligía al país,fue ahogada en los brazos de la clemencia». iPlegue alcielo que este alzamiento cierre en Colombia la carrerade los atentados contra el orden legal! Ojalá desapa-rezcan para siempre de nuestro suelo las sediciones mi-litares, «que son la panzona moral de los estados, lacausa de la ruina de las naciones y de la pérdida detoda líbertadls

Ya para esta época amenazaba el ejército del Perúinvadir nuestro territorio; con cuyo acto se proponíanlos insensatos mandatarios de aquel país colmar la me-dida de los agravios inferidos a sus libertadores. Peroes necesario echar una mirada retrógrada sobre estosagravios, que formarán uno de los más curiosos capítu-los en la historia de la ingratitud.

Al atentado de haber sublevado la división colom-biana que dejó en Lima el general Bolívar, y de ha-

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berIa hecho zarpar hacia nuestras costas con miras pro-ditorias, a todo cuanto se perpetrara contra nuestrastropas y contra su ilustre jefe en Bolivia, agregó el pre-sidente del Perú la expulsión tan injusta como ignomi-niosa del ministro de Colombia. Tomando una acti-tud hostil, se agolpan tropas de aquel estado hacianuestra frontera meridional, y se bloquea el puerto deGuayaquil, al mismo tiempo que se envía a Bogotá unministro plenipotenciario. Nuestro gobierno había recla-mado la devolución de las provincias deJaén de Braca-moros y de Mainas, que el del Perú había usurpado encontravención al uti possidetis, que todos los estadosamericanos se habían propuesto porregla en la demarca-ción de su territorio; y el enviado peruano expone que notenía órdenes ni instrucciones para concluir cosa algunaen la materia. Nuestro gobierno había instado por laliquidación y pago de la deuda que el Perú había con-traído con Colombia de resultas de la guerra de su in-dependencia; y el ministro confiesa no estar autorizadopara transigir este punto. Parece, a la verdad, que notraía facultades sino para añadir nuevos ultrajes e in-sultos atroces a los muchos que habíamos recibido,para alentar a los desafectos, ofreciendo cooperacióny apoyo a sus empresas criminales, y para concertarcon algún traidor los medios de dilacerar la república.Agotada la paciencia del jefe de Colombia, exhaustoscuantos medios pudieron ponerse en práctica para con-ciliar nuestro amor a la paz con lo que era debido a lajusticia, se retiró el pseudo-mensajero de la concordia;y nuestro gobierno se vio forzado a poner de manifiestolos justos motivos que le asistían para declarar la gue-rra al Perú.

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Aunque reducido a tan dura extremidad, el Liberta-dor, inclinado siempre a que se arreglasen amistosamen-te las diferencias, envía una misión de paz a aquel esta-do; pero su presidente, que ya había desechado arro-gante la mediación del vencedor de Ayacucho, se de-niega con efugios a recibir al plenipotenciario de Co-lombia, manifestando así cuán distante estaban suobcecación y su perversidad de satisfacer a nuestrosjustos reclamos.

Oprimido el congreso peruano por la facción domi-nante, da al mundo un grande ejemplo de escándalo.Expide un decreto autorizando a La Mar para hacer laguerra a Colombia, a Colombia que había redimidoal Perú. Cuando ambos pueblos necesitaban de reposopara reparar los males de la guerra; cuando ambos te-nían tántas conquistas que hacer sobre la naturalezade su propio territorio, el Perú, alucinado, confiado ennuestras divisiones intestinas, cree el propicio momen-to para realizar el plan antiguo de renovar el Imperiode los Incas, dando al estado la extensión que hay des-de Juanambú a Potosí. No satisfechos sus mandatarioscon haber negado a Colombia, por galardón de sus be-neficios, ela gratitud, la gloria, la deuda y hasta lostratados», marchan a despedazar el seno de su liberta-dora y a verter la sangre de sus hijos.

Comienzan los peruanos su nefanda empresa por elataque del inocente pueblo de Guayaquil, objeto detiempo atrás de su codicia; pero al cabo de tres días decombate, el valor de la guarnición y la lealtad de loshabitantes les obligaron a abandonar con pérdida suintento. Más afortunados fueron en otra tentativa pos-terior; porque habiendo evacuado a Guayaquil todas

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nuestras tropas disponibles, a fin de incorporarse alejército para resistir la invasión enemiga, hubo de cele-brar aquella ciudad una capitulación; y en virtud deella la ocupó una división peruana.A la sazón hollaban ya las tropas de La Mar el suelo

sagrado de Colombia; y contando con el apoyo de al-gunos hijos desnaturalizados de la patria, se prometíanimponernos la ley. En vano fueron cuantos esfuerzospracticó el héroe de Ayacucho para hacer conocer aaquel jefe la injusticia de sus procedimientos y paraque se transigiesen amigablemente las diferencias. En-greído el presidente del Perú con la superioridad numé-rica de sus fuerzas, y creyéndose ya vencedor, pretendedictar a Colombia, por precio de la paz, condicionesque ella no podía aceptar sin mengua y sin deshonor;y añadiendo la perfidia a la arrogancia, emprende mo-vimientos militares en el momento mismo en que se es-taba negociando. No disfrutó, sin embargo, de sus ilu-siones mucho tiempo: treinta días de campana fueronbastantes para probarle que el valor colombiano, quehabía libertado el suelo de los incas, debía hacer prodi-gios cuando se trataba de la defensa de nuestros hoga-res y de la conservación del honor nacional. En Sara-guro reciben los peruanos la primera asombrosa pruebade nuestra inmensa superioridad; y en el Portete deTarqui fue completamente puesto fuera de combate elejército de La Mar, con pérdida de dos mil quinientoshombres; agregando así el general Sucre nuevos laure-les a la inmarcesible corona que ya orlaba sus sienes.Tan generoso después del combate como moderado an-tes de la acción, y como experto capitán el día de labatalla, cuando podía Sucre haber acabado con el res-

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to de las fuerzas invasoras, exige por condiciones depaz las mismas que propuso antes de su memorabletriunfo. Celebróse, a consecuencia, el tratado prelimi-nar de Girón, que ciertamente nada tenia de oneroso nide humillante para el vencido.

La noble Colombia, d~pués de haber recogido laspalmas de la victoria, después de haberse honrado contántas pruebas de moderación, se adelanta, con la fren-te cubierta de laureles y con los tratados en la mano,a pedir la evacuación de su territorio. Mas con perfidiainaudita, y con total menosprecio de lo que se debe ala fe pública, se resuelve La Mar a infringir lo pacta-do aun después de ratificarlo; y con el mismo oficial queconducía las órdenes ostensibles para la evacuación deGuayaquil, envía órdenes secretas en contrario. Parajustificar su conducta, se vale de efugios miserables, in-dignos de un magistrado y aun de todo hombre de honor.El vicepresidente, encargado en Lima del poder ejecu-tivo, se manifiesta igualmente sordo al clamor de la jus-ticia. Obstinados uno y otro, se desentienden de todosentimiento de pudor, y resuelven proseguir la guerra.

Afortunadamente sucesos posteriores han cambiadola faz de los negocios. El presidente La Mar se ha vistoprecisado a hacer dimisión de,l mando que inconstitu-cionalmente ejercía, y ha sido deportado a Centro Amé-rica en premio de su traición, Al mismo tiempo queesto pasaba en Piura , el general Lafuente era elevadoen Lima provisoriamente a la suprema autoridad; y laopinión pública, tánto tiempo comprimida, pudo mani-festarse libremente. Hemos visto ya condenados por

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ella los actos de la fementida administración anterior;hemos visto reclamar el cumplimiento de 10i! tratados;hemos visto que se ha dado oídos a lo que demandanlos intereses bien entendidos del Perú y de Colombia:la paz; hemos visto que, como un paso preliminar parasu conclusión, se ha' evacuado a Guayaquil y el territo-rio colombiano; y si bien esta resolución no ha sido se-ñalada con toda la nobleza y buena fe que debiera, almenos se ha removido el principal obstáculo para la neogociación de un tratado de paz, puesto que Colombiano habría podido ni debido entrar jamás en transacciónalguna, mientras que el enemigo ocupase un solo pal-mo de nuestra tierra. El congreso peruano, luégo quese haya reunido, habrá resuelto probablemente ponertérmino a esta guerra, que ha sido el escándalo del mun-do, y restablecer entre des pueblos hermanos la concor-dia y la buena inteligencia que turbaron los proyectosinsensatos de un hijo desnaturalizado de Colombia.

Si como se cree, no está muy distante el día en quese reúnan los plenipotenciarios de ambos países paratransigir sus diferencias por medio de un tratado defini-tivo de paz, yooplno que, habiéndose infringido porparte del Perú el convenio preliminar de Girón, no estáobligada Colombia a adoptarlo a la letra como base dela nueva negociación. En aquel caso, séame permitidoindicar cuáles deberían ser, en mi concepto, los princi-pales artículos del tratado de paz entre los dos es-tados:l. o La devol ución a nuestra república de las provin-

cias de Mainas y Jaén de Bracamoros.2." La satisfacción debida por parte del Perú acerca

de la expulsión de Lima de nuestro ministro.

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3.· Que se proceda a nombrar por ambas partes unacomisión, encargada de concluir a la mayor brevedadla demarcación de límites entre las dos potencias.

4.· Que la misma u otra comisión se encargue dearreglar, también con la menor demora posible, la li-quidación de las sumas que el Perú deba a Colombiapor los gastos hechos para libertarlo, teniendo para ellopresentes las estipulaciones del tratado concluido enGuayaquil en 18 de marzo de 1823; y conviniéndoseen un plazo y modo racional para hacer efectivo el pagode esta deuda.

5.· Que cada uno de los dos estados se obligue a nointervenir jamás, directa ni indirectamente, en los nego-cios domésticos del otro.

6.· Que por parte de Colombia y del Perú se nom-bre una potencia amiga, que haciendo las funciones deárbitro, decida sin apelación qué suma deberá abonarel Perú a Colombia por los perjuicios que se han segui-do a ésta de la invasión de su territorio, y de la infrac-ción del tratado de Girón,

No me parece difícil justificar la conveniencia, lanecesidad y la justicia de semejante condición.

cEn las menores como en las más grandes circuns-tancias, el honor nacional es siempre el consejero másseguros. El pueblo que se somete voluntariamente a lainjusticia, se en vilece, y así Colombia no puede prescin-dir de exigir que se le devuelvan las provincias de Jaény Mainas, que desde I718 en que se creó el virreinatode la Nueva Granada, formaban parte de él, y que portanto no tiene derecho el Perú para haberse apropiado.

Siempre que un gobierno tolera agravios públicos enla persona de sus funcionarios, o de cualquiera otro mo-

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do, invita a agravarlos con nuevas injurias; y «semejan-te tolerancia acaba por anonadar el noble orgullo, yconsumar la ruina de las nacíoness , El decoro de Co-lombia exige, pues, una satisfacción por el insulto ofre-cido a su ministro en Lima.

Una buena demarcación de límites es necesaria paraevitar en adelante todo motivo de desavenencia entreambos estados. El Perú la ha diferido en varias épocasy con diversos pretextos, contraviniendo a uno de losartículos del tratado que se celebró en Lima el 6 de ju-lio de 1822, y correspondiendo mal a la delicadeza quesobre este negocio, como sobre otros tantos, mostró elLibertador durante todo el tiempo que tuvo en sus ma-nos los destinos de aquel país. La naturaleza ha traza-do con mano dura y firme los límites de Colombia enlas líneas que ha tirado de montañas, ríos o desiertos;y como deslinde fundado en estas bases, es una de lasmejores garantías para conservar buena inteligencia en-tre pueblos vecinos, sería conveniente que uno y otroacordasen amigablemente el cambio o cesión de algu-nos territorios; con lo cual quedarían mejor definidassus fronteras, mejor redondeados los dos países, y seevitarían a sus respectivos habitantes los perjuicios quehoy experimentan y los inconvenientes que tocan. Ennuestro humilde concepto, sería de desear que el Perúcediese a Colombia todo el territorio que le pertenecedesde la boca del río Colán, inclusive, hacia el Norte; yen lo interior, todo lo que está a la ribera septentrionalde Macará, desde su nacimiento hasta su confluencia conel Colán y embocadura de éste. Nosotros cederíamos,por nuestra parte, el dilatado terreno que nos perteneceen la margen meridional del Amazonas, desde cerca de

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los 810 de longitud (meridiano de París) hasta dondelleguen los límites del Perú por el nordeste; es decir,los pueblos que se hallan al oriente de Chamaya, deJaén, y de la Angostura de Cumbinapia, y al sur deBorja, San Ignacio y San Joaquín de Omaguas. De estamanera, Colombia poseería a Túmbez, y dominaría,como es de necesidad, todas las aguas del golfo deGuayaquil; y el caudaloso Marañón separaría natural-mente a los dos países en su curso de occidente aoriente por entre los 4 y ~ y 6 Y ~ de latitud sur. Final-mente, tirando una línea recta desde el nacimiento delMacará hasta la cordillera; siguiendo la dirección deésta del septentrión al mediodía, hasta Ametistas; ydescribiendo después un semicírculo hacia Tallabamba,sobre el Amazonas, quedarían, en mi opinión, bien es-tablecidas las fronteras de Colombia y el Perú.

La fe de los tratados, no menos que la rigurosa justi-cia, nos da derecho a exigir el reembolso de los gastosque hicimos para libertar la patria de los incas; y noconcibo cómo pueda el gobierno de Lima desentender-se un momento de tan sagrada deuda, cuando él, sinhaber sido invitado a prestar auxilio a Bolivia, y sinque mediase convenio alguno, encargó a su ministrocerca de aquella república, que solicitase una compen-sación pecuniaria por los esfuerzos hechos a favor desu independencia.

Como el Perú ha dado una vez el fatal ejemplo de in-tervenir en los negocios domésticos de otro estado;como la malignidad, por una parte, se ha esmerado enprestar proyectos ambiciosos al que está satisfecho conhaber sido el Libertador de medio mundo; y como porotro lado los celos que se tienen de Colombia han pro-

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porcionado acogida en el continente americano a seme-jantes imputaciones, creo necesario que se proscriba ex-plícitamente en el tratado el ejercicio de toda interven-ción por parte de cualquiera de los dos países en los asun-tos del otro.

Finalmente, habiendo faltado el Perú al cumplimientode la convención de Girón, me parece justo que haga aColombia alguna compensación por los perjuicios quela ha irrogado; y bastante prueba daremos de modera-ción con someter la decisión de este punto al arbitriode una potencia amiga.

Concluidas así las desavenencias, restablecida la ar-monía entre los dos pueblos, y dando por siempre alolvido todo lo pasado, necesita Colombia aplicar susfuerzas y conato a su organización y prosperidad inte-rior, y trazar una línea de política externa, juiciosa,fija, y de la cual no se desvíe sin gravísimo s motivos.Comenzaré por examinar cuáles son las relaciones quedebe conservar o establecer con las naciones america-nas y europeas.

Colom bia tiene 'celebrados tratados con todas las po-tencias que se han formado en América de la desmem-bración del poder español; y por ellos está obligada asostener la independencia de cualquiera de aquellas quese vea amenazada, bien sea la antigua Madre Patria, obien por otro potentado. Afortunadamente, desde queyacen en la tumba del emperador Alejandro los princi-pios que dictaron el pacto de la Santa Alianza; desdeque las naciones que están a la cabeza del mundo civi-lizado han dado :su aprobación a la independenciaamericana, ésta no tiene que temer ninguna cruzada, ysólo queda expuesta a los ataques de España.

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Sabemos por noticias recientes que Fernando, alen-tado por las disensiones domésticas de que México hasido el teatro en estos últimos tiempos, y por el desor-den y la anarquía que desgraciadamente han afligido aaquel país, ha hecho un esfuerzo extraordinario; y queha destinado a Nueva España una expedición conside-rable. Sus proyectos son hasta ahora un misterio: no sesabe a ciencia fija si ~e propone volver aquel estado ala antigua condición de colonia; o si, por el contrario,pretende valerse de los elementos monárquicos que exis-ten en México, y del descontento producido por los úl-timos acontecimientos entre las personas acomodadas ysensatas, para erigir un estado independiente, con el in-fante don Francisco de Paula a la cabeza. En el primercaso, desde luégo me atrevo a pronosticar que, auncuando las tropas españolas obtuviesen los primerostriunfos en razón de las actuales circunstancias del país,la victoria se declarará en último resultado por la noblecausa de la independencia: así lo tiene decretado la na-turaleza. Mas si Fernando proyecta cimentar estrechasrelaciones políticas y comerciales con México, colocan-do en el trono de aquel imperio a uno de los miembrosde su dinastía, no me atrevo a calcular cuál será el re-sultado: los mexicanos sabrán adoptar lo que más lesconvenga. En cualquiera de los dos casos, los interesesbien entendidos de Colombia, la necesidad de atenderantes que todo a su propia conservación, junto con laimposibilidad de auxiliar a México a sostener su inde-pendencia (si es que se ve amenazada), le imponen eldeber de abstenerse de tomar parte en la contienda, yde estar preparada para todo evento imprevisto. Lamen-lamos la suerte que cabrá a aquel país si llegan a ho-

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liarlo los Morillos, los Morales, los Barradas; y tome-mos lección en los funestísimos efectos que allí han pro-ducido los trastornos y convulsiones civiles, para evitar-los entre nosotros. Colombianos! hé aquí nuevos y po-derosos estímulos para cobrar juicio, para desterrar parasiempre de nuestro suelo a las facciones, para mantener-nos en la más estrecha unión, presentarnos ante la Es-palla y ante el mundo todo en una actitud que infundarespeto a nuestra sacrosanta independencia, y para de-dicarnos en sosiego a las artes de la paz, única fuente dela felicidad y riqueza de los estados!

La invasión de México y la impotencia en que se en·cuentran de auxiliarle los otros pueblos americanos,ce mprueba la inutilidad de una liga semejante a la quese trató de llevar a efecto en el istmo. "Para que lossistemas federativos tengan duración, han de reposarsobre intereses comunes, duraderos; todas las partescontratantes han de entrar en ellos de buena fe, y contodos sus medios». Si examinamos lo que ocurrió enla época de la reunión de la asamblea de Panamá, y loque el transcurso del tiempo ha puesto luégo de mani-fiesto a nuestros ojos, encontraremos que eran más apa-rentes que reales las ventajas que de aquel congreso seprometían los nuevos estados: que bajo ciertos aspectosera inútil o impracticable lo que se quería estipular allí,y bajo otros podía haber sido sumamente perjudicial alos cobeligerantes, Como no me propongo examinarlo que conviene a los otros, sino a Colombia en sus cir-cunstancias actuales; como la felicidad de la patria eslo que ocupa toda mi atención e interesa todos mis afec-tos, no obstante que como amante de la humanidad de-

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seo el bien de los demás pueblos, me contraeré sólo alo que respecta a nuestro país al discutir esta materia.

Es un error creer que Colombia pueda tener algún in-terés en común con aquellos estados, si exceptuamos elde la defensa de España; y para ésta, el orbe ha sidotestigo de que la madre de Bolívar no necesita de auxi-lios ni recursos extraños. N o habiendo, pues, comuni-dad de intereses, y existiendo entre las nuevas nacionesno sólo las rivalidades que se habían creado entre ellascuando provincias de un mismo imperio, si las que sehan originado y crecido con la guerra de la indepen-dencia, habiéndose manifestado todas ellas tan celosasde las glorias de Colombia y de su Libertador, comode todo influjo externo; mediando tánta distancia, sub-sistiendo tánto obstáculo físico y moral para que losmiembros de la gran familia americana puedan prestar-se mutuamente auxilios, que con muy pocas excepcio-nes fueran eficaces en caso de una invasión; siendo tandifícil determinar con precisión el casus foederis, meparece evidente que el tratado de alianza defensiva ge-neral era poco menos que impracticable.

Otro de los objetos de la confederación fue estable-cer un consejo anfictiónico que sirviese de árbitro yconciliador de las diferencias que pudieran suscitarseentre las partes que concurriesen a la asamblea de Pa-namá. Semejante pensamiento podía producir efectoalguno porque, según observa justamente el secretariode los Estados Unidos de América en las instruccionesque dio a los ministros de aquella potencia que debie-ron asistir al congreso del Istmo, «los complicados yvastos intereses que pertenecen a las naciones de esteinmenso continente no pueden confiarse con seguridad

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a la superintendencia de una autoridad legislativa».Negándose el gabinete de Wáshington a considerar elcongreso como un consejo anfictiónico revestido de po-der para decidir controversias entre los estados ameri-canos, o para regularizar, bajo ningún respecto, su con-ducta, ¿qué medios, ni qué posibilidad tenían las otraspotencias de nuestro hemisferio para hacer efectivaslas resoluciones de la asamblea?.... Y sin ellos, ¿de quéservían las decisiones de ésta?

He dicho que la reunión podía haber tenido, bajoalgún aspecto, resultados desagradables o perjudicialesa los cobeligerantes; y para ello me fundo en las ins-trucciones que acabo de citar del secretario de estadonorteamericano. Los objetos que se proponía aquel go-bierno en la misión que destinaba a Panamá eran ma-terias de navegación y comercio, puntos de derechomarítimo, derechos de neutrales y beligerantes; objetostodos en que los Estados Unidos tenían mucho que ga-nar, y nosotros nada. ¿Cómo puede ser a este respectouno mismo el interés de aquella nación, eminentementemercantil, emprendedora, y con una marina considera-ble, y el interés de Colombia y demás estados america-nos, sin comercio propio, naturalmente apáticos, y casisin barcos? ¿Cómo ha de poder mezclarse nuestro paísen muchos anos en las opuestas pretensiones marítimas,que tánta controversia, tánta negociación y aun derra-mamiento de sangre han ocasionado a la Gran Bretañay a la América del Norte? ¿No es evidente que la adop-ción por parte de Colombia de las ideas de los EstadosU nidos en la materia, sin serIe de la menor utilidad enlargo tiempo, podrían envolverla en las contiendasque ellos están llamados a tener frecuentemente con la

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Inglaterra? Mas no hay un solo punto de las mencio-nadas instrucciones en que so color de libertad y deuna reciprocidad aparente no se soliciten grandes ven-tajas para aquella república, a costa de la nuéstra y delos otros estados que concurrieran a la asamblea delIstmo. La nación más septentrional de nuestro hemis-ferio, elevada por la emancipación de todo él al rangode potencia de primer orden, tiene las aspiraciones quenecesariamente le dan su fuerza y sus recursos; trata deponerse a la cabeza de un nuevo sistema americano;pero Colombia, que en mi modo de ver no tiene encomún con ella ningún interés político, debe negarse atoda relación que no esté cimentada en la más completareciprocidad, y limitarse a tener con los Estados U ni-dos de América aquellas conexiones comerciales a queles dan derecho su riqueza y espíritu de empresa, ymantener cuanta amistad y buena armonía sean com-patibles con nuestros intereses, no menos que con lagratitud que les debemos por ser el primer pueblo quereconoció nuestra independencia.

La política que desde un principio ha seguido elgabinete de Wáshington, la que dicta la razón, es laque hemos de proponernos por modelo. Colombia, enmi concepto, debe aislarse del resto de los estadoshispanoamericanos; dejar que cada uno se gobiernelibremente, y a su modo; ejercer ella misma semejantederecho en toda su plenitud; cultivar con todos rela-ciones de amistad y comercio. Varias son las conside-raciones que se ofrecen en apoyo de este sistema.

Los negocios deben mirarse bajo su aspecto positivo,dejando a un lado todo lo que es grandioso y caballe-resco: en los asuntos políticos, no menos que en lus de

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la vida privada, lo brillante debe posponerse siemprea lo sólido. Los estados americanos que, como Colom-bia, se han formado de la desmembración de la manar,quía española, encierran muchos más gérmenes de des-organización que la patria de Bolívar, y están amena-zados; por mucho tiempo aún, de desórdenes, conrul-siones y' trastornos que harán poco apetecible unaÍntima relación con ellos. Basta fijar un momento lavista en lo que está pasando afias há en México yen elRío de la Plata, en Centro América y en Bolivia, enChile y en el Perú, para convencernos de la necesidadde separarnos de unos pueblos, donde no hay fe; depueblos «donde los tratados son papeles, las constitu-ciones libros, las elecciones combates, la libertad anar-quía, y la vida un tormento». Colombia, por el contra-rio, en razón de los elementos que para ello posee, ofre-ce toda probabilidad de organizarse en 1830 de unmodo estable, análogo a sus circunstancias, y conso-nante con el espíritu del siglo, es decir, sobre bases deorden y de libertad. Debe, pues, separarse en políticade los estados que acabo de nombrar, para no ser con-taminada, para no ser confundida, como hasta aquí,con ellos, por las naciones amigas y neutrales. Si alsacudir las cadenas de la Madre Patria todos fuimosconsiderados como unos infantes políticos, tratadoscomo tales, y si sufrimos todos indistintamente por lasfaltas de uno solo o por las de todos, ahora que noshemos emancipado y estamos admitidos en la socie-dad de las naciones, es justo que cada cual sea juz-gado por sus acciones solas, y no lleve la pena delos actos de los otros hermanos. La distinción co-mienza ya a hacerse¡ y es necesario fortalecerla con la

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completa separación que aquí indico. Por otra parte,siendo Colombia y su Libertador los que más se hanilustrado en la guerra de la independencia, se han exci-tado los celos de los cobeligerantes; especialmente des-de que se esparció la idea de que se proyectaba formarun solo imperio o confederación de Colombia, Boliviay el Perú. Es, por tanto, de primera necesidad acallaraquellos celos y desvanecer semejante temor; y paraello debemos concentrarnos en nosotros mismos, y noencontrar a ninguno de los pueblos hispanoamerica-nos sino en el terreno de la amistad. Sea toda nues-tra alianza con ellos una alianza feliz de esfuerzos inte-lectuales; nuestra confederación, una confederación salu-dable de buenos oficios y de trabajos útiles.

Antes de concluír esta materia, permítaseme recordarcuán conveniente será que desde ahora se haga la de-marcación de nuestros límites por tratados, con el im-perio del Brasil (digno de nuestra amistad), con la GranBretaña por lo respectivo a Guayana, y con Guatemala;a fin de precaver todo motivo de desavenencia en losucesivo.Si del continente americano pasamos a la Europa, en-

contraremos que nuestras relaciones con ella debenconservarse o establecerse sobre el mismo pie de amis-tad, buena inteligencia y conexión mercantil. Demosuna ojeada a la posición de aquella culta porción delglobo. El coloso del Norte está empeñado en una gue-rra con la Turquía, que, amenazada de muerte, se de-fiende con la energía que inspira el sentimiento de lapropia conservación,'y ha burlado hasta aquí los cálculosde los políticos que no supieron apreciar la fuerza que daa un pueblo una guerra de existencia y de religión, El

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resto de la Europa, aunque se mantiene en paz, puede serllamado en parte a mezclarse en la contienda según susintereses distintos. Pueblos hay, como los de Alema-nia, que viven descontentos con el orden de cosas exis-tente, y que al cabo de quince afias aguardan todavíael cumplimiento de las promesas liberales, que en lahora del peligro les hicieron sus monarcas. Otros, comola Suecia y los Países Bajos, disfrutan de bienestar socialbajo el influjo de leyes justas y de soberanos ilustrados.La Grecia aún no ha obtenido el fruto de sus cruentossacrificios por la independencia, y aguarda que las gran-des potencias europeas decidan sobre su suerte. La Ita-lia gime en silencio bajo el peso de su degradación.Portugal ya no tiene alientos para sobrellevar a un tira-no, que ha renovado en el siglo XIX cuanto ha ofrecidode más atroz el despotismo en todos los siglos ante-riores. La Gran Bretaña y la Francia está'l a la cabezadel movimiento de civilización que agita al globo. Laprimera, venciendo sus anticuadas preocupaciones reli-giosas, concede a una tercera parte del imperio los de-rechos políticos de que el fanatismo la privara. Welling-ton y Peel, los mismos que toda su vida combatieronla emancipación católica, cediendo ahora sabiamenteal torrente de la opinión y al imperio de la neces idad,la promueven, y obtienen un triunfo, a que no fueronbastantes los talentos superiores de Pitt, Fox y Canning.La Gran Bretaña, mediante la justa concesión que aca-ba de hacer a la Irlanda, quizás no permanecerá largotiempo tranquila espectadora de las grandes cuestionesque se agitan en Europa. Sin embarazo interno, libredel temor de una guerra civil, no estará paralizada su ac-ción, y podrá atender a los negocios de Portugal y a la

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cuestión griega, que cada día se complica más con lacuestión rusa. La Francia, restablecida ya de las dolenciasque le causó un ministerio deplorable; igualmente dis-tante hoy día del liberalismo demagógico de 1793 y dela servilidad que repele el siglo, perfecciona sus insti-tuciones domésticas, ensancha sus libertades comercia-les, prospera considerablemente, y ve aumentarse suinfluencia política.

Colombia no puede permanecer, como la Puerta Oto-mana, sin ministros entre los pueblos civilizados; antesbien debe cultivar la amistad de todos ellos. Por con-veniencia y por un sentimiento de dignidad, debe pro-curar establecer o conservar conexiones con Rusia, conlos Países Bajos y otras potencias. Pero Francia y laGran Bretafl.a, por su capacidad mercantil, son las dosnaciones europeas con quienes estamos llamados a tenermás relaciones. La producción industrial y agrícola dela primera excede ya con mucho a sus consumos; y ne-cesitando, por consiguiente, aquella nación nuevas sali-das, las busca en los vastos mercados de América. Poresto, el monarca que hoy empufl.a el cetro de Luis XIV,yque lleno de ilustración proclamó al mundo que cel co-mercio y la industria constituyen la gloria de los esta-dos», ha tenido a bien enviar una misión a Colombia. Eldigno representante de Carlos X manifestó al gobiernodesde su llegada a Bogotá cuán sinceros son los deseosque animan a su monarca «por nuestra tranquilidad yprosperidad, por el desarrollo de nuestros inmensos re-cursos, y por el establecimiento y consolidación de ins-tituciones libres y fuertes». Expresó asimismo el caba-llero Bresson cel alto concepto que su gobierno tiene delos méritos y virtudes del Libertador»; y me parece fuera

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de toda duda que luégo que el próximo congreso consti-tuya cual debe a Colombia, se cimentaran muy amiga-bles y estrechas relaciones entre dos pueblos, que estánllamados a tenerlas por la mayor analogía que existe en-tre su idioma, carácter, costumbres y culto, y los nués-tras. Pero es necesario que Colombia, por su parte, sepresente tranquila y consolidada a los ojos de la Francia.El ministro de negocios extranjeros de esta potencia,contestando recientemente a un miembro de la cámarade diputados sobre el estado de sus relaciones con laAmérica, manifestó su disposición a fundarlas con losnuevos potentados americanos, «siempre que la situacióndeplorable de éstos permitiese establecer conexionesestables con gobiernos efímeros, que, incesantementederribados por el abuso de la fuerza militar, dejan laindustria sin fomento, el comercio sin confianza, yabandonan las propiedades extranjeras y nacionales alpillaje de los soldados y de los proletarios». La Ingla-terra, por sus considerables capitales disponibles, porsu industria perfeccionada, por su vasto comercio y na-vegación gigantesca, también conservará frecuente co-municación con nuestro país; y debemos siempre cul-tivar su amistad, especialmente cuando la nación y elgobierno británicos tienen muy distinguidos títulos anuestra gratitud.

Mas con ninguna de las mencionadas potencias euro-peas tenemos relaciones políticas naturales; y por tanto,nuestro sistema respecto de ellas debe ser el mismo quecon los estados del continente americano: paz, benevo-lencia, amistad, comercio, y mutuo respeto.

Fuera de los tratados que tenemos concluídos con laspotencias hispanoamericanas, estamos ligados por otros

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con la Gran Bretaña y con los Estados Unidos de Amé-rica. Es lamentable que en ellos se hayan insertadocláusulas, de que quizá no pudieron prescindir los ilus-trados ministros que los firmaron en nombre de Co-lombia, pero que no por eso dejan de ser perjudicialesal país. No sucede, en efecto, con estos tratados lo mis-mo que con los que se concluyeron con Chile, México,el Perú y Buenos Aires. La igualdad y reciprocidadestablecidas para la navegación y el comercio entre es-tos estados y nosotros, aunque impolíticas, no son tandañosas, puesto que aquellos pueblos no hacen ventaj asa Colombia en la materia. Pero respecto de los EstadosUnidos y de la Inglaterra, es muy desventajoso paranosotros el no hacer distinción entre los buques naciona-les y los extranjeros sobre pago de derechos, como quede este modo sufren nuestras rentas, y no hay estímul opara promover nuestra navegación y comercio, ramostan importantes de la riqueza pública. Lo que está esti-pulado en los tratados, forzoso es cumplirlo; pero siposible fuese, haríamos bien en evitar semejantes esti-pulaciones en los que en adelante se celebraren.

Réstanos hablar de la antigua Madre Patria. «La Es-paña, cual un esclavo entorpecido por un régimen nar-cótico, se arrastra entre el doble embrutecimiento deldespotismo y de la superstición, inútil a la Europa,gravosa a sus vecinos y a sí misma, fuera de la políticageneral, aislada del mundo y de su siglo». Demasiadoorgullosa, no ha querido ceder todavía en sus preten-siones, a pesar de los esfuerzos que en distintas épocashan hecho los Estados Unidos, la Gran Bretaña, Fran-cia y aun la Rusia, para hacerle entender el lenguajede la razón. Pero es de esperar que no lleve su obstina-

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ción respecto de Colombia hasta el extremo de diferirel reconocimiento de su independencia por espacio desetenta y dos anos, como sucedió con Holanda, o decuarenta, como lo hizo con Portugal. El Libertador, de-seoso de acreditar sus deseos de acelerar la reconcilia-ción, ha permitido la importación en buques neutralesde los frutos naturales y de los artefactos de la España,con excepción de los géneros estancados, o demás cuyaintroducción esté prohibida a las naciones amigas oneutrales. Si el orgullo metropolitano le impidiere adop-tar una política ilustrada y franca, creo al menos que,sea antes de mucho tiempo, convendrá en una dilatadasuspensión de hostilidad~s con nosotros. Pero cualquie-ra que sea el término que ella quiera poner a esta lucha,en adelante inútil, nuestro sistema para con la antiguametrópoli debe ser el mismo que respecto de las demáspotencias: «en paz amigos, enemigos en la guerra», Notiene, pues, que esperar concesiones, compensaciones,ni privilegios de ninguna especie por parte de Colom-bia; la mera concurrencia con los otros pueblos a nues-tros mercados le dará en ellos suficientes ventajas, acausa de nuestros antiguos hábitos, de la semejanza decostumbres y de la posesión del mismo idioma.

Según mi modo de ver, Colombia en dilatados anosno puede tener atenciones preferentes a las de organi-zarse en lo interior sólidamente, poblar, cultivar, mejo-rar su territorio, y dar toda la latitud de desarrolloposible a las facultades físicas e intelectuales de susmoradores. Para esto necesita de paz. Es, pues, la pazla necesidad más imperiosa de Colombia, y debemoshacer los últimos esfuerzos para conquistarla y conser-varla.

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Su conquista sobre el Perú está ya asegurada; y res-pecto de la España, la época de la reconciliación serámenos distante, cuanto más nos aproximemos nosotrosal orden ya la estabilidad. La conservación de la pazdepende de una política ilustrada, equitativa; y tal meparece ser la que me he atrevido a indicar en el cursodeesta Meditación. Mucho tiempo ha de pasar antesde que Colombia consuma sus productos naturales, yantes que tenga fábricas capaces de competir con lasextranjeras; necesita, por consiguiente, de comercioexterno; tanto más cuanto que las naciones, así comoel hombre, no están destinadas a vivir aisladas, y queel aumento de sus relaciones promueve la civilización.Empero, la justicia debe ser nuestra pauta respecto detodos los pueblos de la tierra; el interés bien entendidode Colombia es quien ha de dictar nuestras conexiones;y en punto de comercio, nuestros favoritos han de seraquellos que nos suministren a más bajo precio los ob-jetos que solicitemos, y los que más productos nuestrostomen en cambio. Dejemos a las generaciones subse-cuentes la solución de las cuestiones internacionales quepuedan interesarles según el estado progresivo de sunavegación y comercio propios. A la actual, la tareaque le ha sei'ialado el destino es conquistar y afianzar laindependencia; ser digna de gozar de ella por su amoral orden y a la justicia, así como la ha merecido pcr suheroísmo y por sus sacrificios.Examinada cuál debe ser nuestra política exterior,

falta indagar cuáles son las bases que conviene dar anuestra organización interna. Mas será éste el objeto dela Meditación siguiente. Voy antes a dar una ojeada ala situación doméstica de Colombia.

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El hombre, ha dicho Buffon, nada puede sino por elnúmero, no es fuerte sino por la unión, no es dichososino por la paz. Si esto es cierto, veamos hasta qué pun-to posee nuestro país las cualidades requeridas para serpoderoso y feliz.

Ca 10mbia tiene una extensa base geográfica y es ca-paz de alimentar un pueblo infinitamente más numero-so que el que la habita hoy día: tiene además todos loselementos físicos y materiales que son necesarios para lagrandeza de una nación, a saber: ventajosa posición enel globo, un clima tan vario como es feraz su suelo, yuna cordillera cuyas entrañas ocultan muchas preciosasmaterias minerales; está cercada de mares bonancibles;cuenta excelentes puertos en ambos mares; abunda enricas producciones naturales; y ríos caudalosos la corotan en diferentes sentidos, y están destinados a ser otrostantos canales de comunicación entre sus provincias,

Pero en su inmenso territorio, está diseminada, porentre vastos desiertos, una población escasa, y el estadode ésta, indicio el más seguro de la situación económi-

ca y política de un pueblo, no es, por desgracia, cualdeseara un amante de su patria. Nuestra populación sehalla dividida en castas; y esta heterogeneidad es unprincipio maléfico. Los indígenas, por el pupilaje enque los mantuvieron las leyes españolas, yacen en la últi-

ma degradación, y son tan apegados a sus costumbres ya lo que ellos llaman sus privilegios, que, bien sea porpropia inclinación o porque los estimulan aquellos quetienen interés en que continúen en su degradación, hanrechazado varias mejoras que el gobierno quiso efectuaren esa condición: bastante costará el sacarles de laapatía y abyección en que viven, y hacerlos miembros

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útiles de la sociedad. La gente de color, mucho másdespierta, aunque siempre bastante ignorante, es mássusceptible de mejoras: la revolución los ha asimilado alas clases privilegiadas; el gobierno en su justicia hapromovido a honores y empleos a los que se han dis-tinguido entre ellos; y no hay duda que a medida queesta clase se ilustre y se conduzca bien, la opinión ab-jurará sus rigores y preocupaciones en cuanto al color.La raza africana no anhela más que la emancipación.Los descendientes de los europeos son los que predo-minan, los que dan el tono a la sociedad, y han pro-movido y llevado a cabo la regeneración política. Peromientras que la lenta acción del tiempo no permita quese sientan los benéficos efectos de la revolución, y nohaga que se confunda nuestra población, Colombia ten-drá mucho que desear a este respecto •. Por la benigna influencia del clima, que limita lasnecesidades del hombre, por la feracidad del suelo, queproporciona fáciles medios de proveer a la subsistencia,y por la indolencia, que forma el fondo del carácter na-cional, hay poco estímulo y poco amor al trabajo. Deconsiguiente todo está sumamente atrasado en Colom-bia: por todas partes se observa languidez en la agricul-tura, la industria y el comercio.

La más positiva de las necesidades de nuestra especie,el cultivo de la tierra que ha de sustentarla, es malatendido, porque se embotan con facilidad los aguijo-nes del hambre, porque faltan conocimientos científicos,se hace todo por rutina, y no hay incentivo ni como-didad para exportar las producciones superfluas. Ade-más,el diezmo eclesiástico gravita sobre la agriculturadel modo más ruinoso: «En unas partes de la república

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no baja de treinta por ciento sobre sus productos brutos;en otras excede de cuarenta. El censo, que asciende acinco por ciento, y la amortización eclesiástica, le sontambién gravosos». La guerra, por otra parte, que todolo ha devorado, ganados y capitales, y que ha emanci-pado a los esclavos y quitado tántos brazos a la agri-cultura, le ha dado un golpe mortal. En vano ha sidopródiga con nosotros la naturaleza; en vano ha sentidoel gobierno la necesidad de fomentar las mejoras delsuelo, determinando se vendiesen los baldíos, y aunmandando distribuir gratuitamente a los extranjeros dosmillones de fanegadas, bajo la condición de hacer des-montes. Las circunstancias políticas del país y las co-merciales de la Inglaterra en 1826, se han opuesto a larealización de una inmigración benéfica. Así es que laspropiedades no tienen el valor que debieran, y rindenpoco: piérdense terrenos pingües y productos preciosos;y carecemos de mil frutos que pudieran connaturali-zarse.

El comercio interno, aunque con algún movimientono tiene toda la actividad necesaria, a causa de las dificultades que lo desigual del terreno ofrece para el tráfi-co de los malos caminos (peores mientras más transita-dos son, puesto que nunca se reparan), y de la escasezde cabalgaduras; todo lo cual hace subir mucho el pre-cio de los transportes. Largo tiempo ha de pasar antesque puedan vencerse estos obstáculos, y antes que ennuestros ríos, tan hermosos, y cuyas riberas están casidesiertas, se establezcan los barcos de vapor que hoynos faltan, y de que tánto necesita Colombia para quesus provincias puedan cambiar fácilmente entre sí susinteresantes producciones, y para que las del interior

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se surtan a poca costa de los artículos extranjeros quese introducen por nuestros puertos.

El comercio exterior, que en los afias tranquilos dela república había tomado vuelo, ha decaído despuésconsiderablemente. La guerra ha desolado a Colombia;nuestras discordias y falta de estabilidad la han des-acreditado; y el negocio, que busca países prósperos ytranquilos, se ha alejado de nosotros. Viviendo ademásel comercio de cálculos y combinaciones, y necesitando,para formarlos, de duración y regularidad en los re-glamentos mercantiles, todo lo que contribuye a alte-rar o destruír la permanencia del sistema comercial, leperjudica y le ahuyenta. Antes de la malhadada épocade 1826, nuestras leyes en la materia guardaban másconsonancia con los principios de la ciencia económicay con la práctica de naciones más adelantadas en esteramo. Pero desde entonces acá nuestra legislación co-mercial ha sido alterada, y aun ha retrogradado. Alsistema de cobrar los derechos de importación ad va-lorem, se ha sustituido el de avalúo por arancel: siste-ma pésimo, contrario al comercio, porque recarga todoslos artículos; perjudicial al estado, porque contribuyeal fraude; y que han rechazado las principales nacionesmercantiles. Se han aumentado los derechos que pagael introductor; se han impuesto otros excesivos de puer-to; se han establecido formalidades molestas; no hayfacilidad para el pago de lo que se adeuda al fisco; noexiste un sistema de crédito; son desconocidos los puer-tos de depósito. Entre las providencias poco meditadasque se han adoptado, una de las más ominosas al co-mercio interno y exterior es el restablecimiento de laalcabala; impuesto vejatorio, ruinoso, como que persí-

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gue implacablemente al propietario y a la propiedadhasta que a fuerza de registros y molestias agota la pa.ciencia de aquél, y acaba con ésta en virtud de la repe-tición y exorbitancia de sus percepciones. De semejan-tes causas proviene que la importación se haya dismi-nuido asombrosamente en estos últimos años, con per-juicio del consumidor y del erario nacional, Por estosy otros motivos análogos, tántos productos como pu.diéramos exportar bajo un buen régimen comercial, sepierden en los campos, o no se extraen del suelo, conmengua de la riqueza pública. A falta de produccionesnaturales que dar en cambio de los efectos que se in-troducen, se llevan los extranjeros casi todo nuestro nu-merario; se extraen por alto los metales preciosos, yaun sin amonedarse; privándose así al estado, no sólode los derechos de extracción, sino también de los dequinto, fundición y cuño; y como el metálico, por másque digan los economistas, es lo que fomenta y animatodos los trabajos y especulaciones de un pueblo, Co-lombia está, por semejante extracción, exangüe, pobrísi-ma. Agrégase a esto que hemos heredado de la Espa-ña una enfermedad endémica: el contrabando; que elnegociante se cree con derecho a sostener con el fiscouna guerra declarada, aún hace alarde de defraudarlo,y lo verifica siempre que puede. De manera que si nose acude en tiempo a remediar el mal, el comercio sealejará más y más de Colombia, y las consecuencias deeste orden de cosas serán las más funestas.

Nuestras industrias se encuentran asimismo en lasti-moso estado. Discípulos de los españoles, nos separauna distancia inmensa aún de nuestros atrasados maes-tros. Es debido aquesto a la facilidad que se encuentra

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en el país para ganar la vida, a la falta de cabal distri-bución de los trabajos, y a la escasez de máquinas y he-rramientas a propósito para todo. Los artefactos de Co-lombia son toscos; y si por una parte el poco lujo y elningún gusto que había bajo el régimen colonial nosimpedían echar de menos los primeros objetos de co-modidad, por otra la dificultad de establecer obrajes an-tes de la transformación política, y la imposibilidad deluchar después con las manufacturas extranjeras, noshan acostumbrado a proveernos de fuéra de casi todocuanto necesitamos. Las fábricas son siempre, por lanaturaleza de las cosas, lo que más tarde se connatura-liza en un pueblo; y así no se efectuará entre nosotrosun cambio a este respecto sino cuando el aumento dela población, o la introducción de máquinas de vapor,dé movimiento al poder industrial. Mucho convieneacelerar el momento feliz de esta mutación. Los colom-bianos deben persuadirse de que el poderío de las na-ciones modernas consiste en el comercio y la industria,en la cantidad de sus productos: la utilidad que cada in-dividuo añade a la masa contribuye más a su fuerzaque lo extenso del territorio o el número de los habita-dores.

En la minería es en lo que más adelantados estamos;y aunque nos hallamos muy distantes de realizar lasexaltadas esperanzas que se concibieron un tiempo enInglaterra del laboreo de nuestras minas, con todo amedida que se vaya adelantando en el de los mineralesde oro y plata, de que abundan principalmente nuestracordillera occidental y las costas del Grande Océano,

Medltacionea-6

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como también en el beneficio de las minas de cobre,hierro, plomo, azogue y platina, que hay en diversospuntos del territorio, será Este ramo de suma importan-cia para la riqueza de la república.

El estado de pobreza en que se encuentra Colombiaes tanto mayor cuanto que a las causas arriba indica-das se añade el que han salido de su seno muchos capi-tales de resultas de los trastornos políticos; y que ladesconfianza ha hecho enterrar sumas considerahles,que no volverán a aparecer sino cuando haya estabili-dad y orden. A semejante estado son consiguientes elde la moral, y la condición social.

En la ínfima clase de nuestra población predominanla más crasa ignorancia, el desaseo más perjudicial ala salud, la más torpe desaplicación, la más notable fal-ta de todo sentimiento elevado o principio de mora-lidad.

En la clase media, que es el termómetro por dondedebe juzgarse de la condición de un pueblo, encontra-mos que tiene todavía mucho que desear el verdaderopatriota. Ciertamente hay alguna variación en el carác-ter nacional, según la situación más o menos abierta delas provincias al trato con los extranjeros, y tambiénsegún las modificaciones del clima; pero en lo generalaun en esta clase se desconoce la preciosa máxima deque «las naciones, para ser dignas y merecedoras de lalibertad, deben renunciar a todas las seducciones de laindolencia», La educación y la moral no están en su úl-timo grado de perfección; debido no menos a la heren-cia que nos legaron nuestros padres que a la relajaciónde los vínculos sociales, producida por la guerra y purlas discordias civiles. N o existe apego a las institucio-

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nes patrias; no hay, espíritu público; la masa no tieneopinión. Se nota poca exactitud en los negocios, pocaregularidad en el manejo de ellos, falta de consistenciaen las ideas y proyectos, cierta indiscreción en la con-ducta, y escaso espíritu de sociabilidad. El de empresaes casi nulo; y como el gobierno no es bastante rico pa-ra dar impulso o establecer muchas cosas útiles o nece-sarias, todo es molicie y dejadez. Pero en cambio deestas faltas, se encuentra excelente disposición naturalpara todo, bella índole, suma dulzura y docilidad,noble ambición, un grande orgullo nacional, hijo denuestros padecimientos, sacrificios y triunfos: esto esun principio de bien, si se le da una dirección noble,y podrá engendrar con el tiempo todas las buenas cua-lidades sociales y las virtudes cívicas que han ilustradoy engrandecido otros pueblos. El gobierno ha hechopara ello cuanto le han permitido las circunstancias, fo-mentando la instrucción, multiplicando las escuelas lan-casterianas, aumentando los colegios y casas de educa-ción, organizando y reformando el plan de estudiosy creando nuevas cátedras de enseñanza,

En los que forman la parte selecta de la nación co-lombiana hay hombres superiores por sus luces, por supatriotismo y por todas las prendas del alma. Se obser-va en la juventud afición al estudio, buena disposición,cierta efervescencia intelectual. Por desgracia no hasido feliz o saludable la dirección que ha tomado. En suansia de instruirse se apoderó de cuantos libros le deparóla suerte: hubo a las manos obras obscenas y produc-ciones de autores exaltados, al mismo tiempo quetra-tados clásicos de política; pero careciendo de estudiospreparatorios, no alcanzó, en general, a distinguir el oro

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de la escoria, y su ardiente imaginación dio la preferenciaa cu mtoh ibí~ d e mí; vi )Ie nto y exagerado en mate-rias sociales y religiosas, o su juicio no acertó a hacerlas aplicaciones convenientes a nuestro estado; de aquíviene el que se hayan adoptado como dogmas los másabsurdos principios, y las máximas más erróneas enpunto a gobierno y legislación, y que se haya desecha-do todo cuanto enseñójla religión, sin sustítuírle siquie-ra los preceptos de una sana moral.

Los efectos del régimen colonial y de las circunstan-cias políticas en que se ha visto Colombia desde queexiste, se tocan a cada paso. El egoísmo se ha apode-rado de muchas almas; y se observa bastante apatía entodas las cuestiones de interés público, excepto la de laindependencia. El aislamiento en que siempre hemosvivido se ha aumentado con la divergencia de opinio-nes, Esta falta de espíritu de asociación es tanto máslamentable cuanto que de resulta de las convulsiones, yaun del estado provisorio en que se encuentra todavíaColombia, se han acrecentado la desconfianza, los re-sentimientos, los partidos y las pasiones innobles. Sería,por tanto, de desear que todos los que pudiesen hacer-lo, propendiesen a animar las reuniones privadas, másnecesarias cuanto más raras son las distracciones públi-cas que se ofrecen en nuestro país a un ente racional,De este modo, el hábito y el gusto del placer embota-rían la animosidad y el encono, y la comunicación da-ría lugar a explicaciones trecuentes, por falta de lascuales muchas veces no se entienden dos personas quedifieren poco en su modo de pensar,

«La calma del espíritu, verdadera prueba de fuerza,es la sola fuente de la apreciación del valor real de las

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cosas: fuéra de ella, no hay seguridad ni reposo paranadie ••Esta calma es hoy la primera necesidad, el pri-mer deber de todos 103 colombianos; mas por desgracia,estamos distantes de poseerla. La intolerancia políticaestá entronizada en el país aún más que la religiosa. Seaefecto de la poca práctica que tenemos de la libertad,o del encono producido por los acontecimientos quehan afligido a la República, todo se mira con el prismade las pasiones; y basta que dos personas opinende distinto modo, para que se eviten mutuamente,se consideren enemigos y aun deseen proscribir se.Los colombianos ~no hemos llegado todavía a saberrespetar la libertad de pensar y de expresar nuestropensamiento; y los que se precian de más liberales(fuerza es decirlo) son los que menos liberalidad de-muestran, pues que aborrecen de muerte a los que di-sienten de ellos en ideas, procuran de buena fe impedirque nuestra santa insurrección se manche con excesosy crímenes.

Dividida Colombia, por una consecuencia natural dela revolución, en distintos partidos; deseando unos ellibertinaje, otros la libertad, éstos la renovación periódi-ca de los funcionarios públicos, aquéllos su estabilidad,los unos la federación, los otros la monarquía consti-tucional, se encuentra la república en una situacióndifícil, de la cual pueden, sin embargo, sacarla la pode-rosa y patriótica cooperación del Libertador-Presidente,la sabiduría y tino que despliegue el próximo Congreso,y la influencia y los esfuerzos de los hombres sensatose ilustrados. Pero noto que estos últimos guardan si-lencio. No sé por qué se teme manifestar el pensamien-to, habiendo libertad para hacerlo. Los que tienen tan

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infundado temor; los que prefieren concentrar en símismo sus opiniones, o no emitirlas sino en los conciliá-bulos, ¿con qué derecho se quejaran si los padres de lapatria, si los directores de los destinos nacionales, se ex-traviaran por falta de luz que les señale el estado de laopinión, y que les indique las medidas que la voz pú-blica demanda? ¿Creen, por ventura, los apáticos, losegoístas, los hombres instruídos que no cumplen consu misión, que se salvó jamás ningún estado con silen-cio o con timidez?

Para completar el cuadro de nuestra condición so-cial, es necesario tratar de la religión. Manifestaré confranqueza, aunque con el respeto que merece tan deli-cado asunto, las observaciones hechas en la materia.La religión, según notó uno de nuestros distinguidosfuncionarios públicos, está reducida en Colombia aprácticas exteriores supersticiosas; y existe en el culto unlujo, cuyo costo pudiera aplicarse a objetos más útilesa la humanidad, y más adeptos, por tanto, al Criador.Los ministros del Seriar ejercen considerable influenciaen la ínfima clase del pueblo, hasta cierto punto en la me-dia, y aun entre muchas personas principales de la claseelevada. Nuestro clero, rico y considerado, ha sidoeminentemente patriota, ha prestado servicios distin-guidos a la causa de la independencia, y merece todanuestra gratitud. En sus miembros de más alta jerar-quía resplandecen la virtud y el saber; pero, por des-gracia, éstos no se extienden más abajo, y la disciplinaeclesiástica está bastante relajada. En los lugares quedebieran ser la mansión de la dulzura y caridad, moranfrecuentemente la inmoralidad y la discordia; sin em-bargo, se ha derogado la ley sobre supresión de conven-

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tos menores; y no me atreveré a decir con qué gradode acierto se ha restablecido la fatal influencia de lascorporaciones perezosas.

«Después de Dios, lo que hay de más sagrado a misojos, dice un escritor, es la legislación, como que esuna emanación de la divinidad misma. En ella residela conciencia pública de la humanidad; a ella le tocaformar las conciencias privadas, dirigirlas, mandarlas».Por desdicha, en Colombia es tal el estado de la legis-lación, que nadie sabe cuál es regla positiva de suconducta en la sociedad civil; es una ciencia oculta, yhasta el legista se ve embarazado para interpretarla.Están vigentes «leyes de las Siete Partidas, de las

Recopilaciones de Castilla y de Indias, la Ordenanza deBilbao, la de Intendentes, la del ejército, las genera-les de la armada naval que llaman de Mazarredo , la deGrandellana, y una multidad de pragmáticas sanciones,reales cédulas, decretos, órdenes y resoluciones que, he-redadas de la España, hacen juego con las leyes man-dadas observar por las autoridades de Colombia. Sontambién parte de nuestra legislación las Extravagantes,las Clementinas, las Decisiones de la Rota, los Conciliosgenerales, los Provinciales, los Sínodos diocesanos conlos acordados del Consejo de Indias, y más de tres milbulas, encíclicas y rescriptos que se contienen en el bu-1ario magno». ¡Daráse mayor multiplicidad de leyes!¿Habrá quien pueda estudiarlas ni entenderlas? ¿No esuna monstruosidad conservar entre nosotros leyes de lamonarquía española, leyes anticuadas, obsoletas, que, auncuando no estén en total oposición con las de nuestro go-bierno, pueden en ciertos casos hacerse valer por error opor malicia, y dar motivo a interpretaciones, que deben

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evitarse en lo posible? Por otra parte, nuestros congre-sos y el poder ejecutivo han expedido multitud de de-cretos y reglamentos; los han reemplazado unos conotros; de manera que, al paso que está lleno el librode leyes de Colombia, si vamos a consultarlo, nosvemos sumamente perplejos, puesto que a cada mo-mento encontramos un texto en lugar de otro texto,una ley en lugar de otra ley. ¿Podremos ser felices enmedio de semejante caos legislativo?

Si de aquí pasamos a examinar el estado de nuestraadministración, encontramos que no hay la fijeza quedebe existir en el sistema. cLos principios, sin embar-go, tan útiles a los hombres en su conducta privada,son necesariamente indispensables en los negocios pú-blicos. Ellos garantizan a los pueblos una buena admi-nistración, y a los gobiernos la confianza, el amor y lagratitud de las naciones». Si las circunstancias en que seha visto esta naciente república han ocasionado neceosariamente una inestabilidad perjudicial de principiosen el sistema administrativo, no hay duda que se aprove-charán los primeros momentos favorables para estable-cer otro nuevo e ilustrado sobre las ruinas del presente.

Entre tanto, siendo casi desconocida nuestra topo-grafia; no poseyendo la administración estados de losproductos de la agricultura, del movimiento del comer-cio; careciendo de cuadros de las facultades de los pue-blos, de las riquezas de toda especie, es imposible que,sin datos estadísticos, se pongan las bases a ningúnbuen sistema.

Verdad es que se han dictado muchos reglamentosy promulgado muchos decretos, con la mira de reme-diar este y otros males; pero sea por debilidad, por

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contemptaciones indebidas, o por otras causas que yono alcanzo, no siempre se observa lo que se ordena.Llegará, sin duda, el día en que se efectúe un cambionecesario en este género; porque no es gobierno aquelque, después de haber pesado con madurez sus dispo-siciones y de haberlas mandado ejecutar, no hace quese obedezcan en toda su extensión.Justicia es decir que los primeros funcionarios públicos

encuentran una gran falta de manos auxiliares para to-cios los ramos de la administración. N ótase en un nú-mero considerable de nuestros empleados, o poca apti-tud, o suma negligencia en el cumplimiento de susdeberes, y aun mala fe en algunos. Mas el gobiernodebe buscar, por dondequiera que se encuentren, per-sonas idóneas para los destinos, dotarlas suficientemen-te, y distribuir el premio y el castigo con mano equita-tiva, pero justiciera.

Nuestro sistema económico necesita reformas vita-les. No hay un buen plan de hacienda; sin que seaesto muy extraño, pues que aun en los países más ilus-trados los principales vehículos de la prosperidad pú-blica son aún hoy día ignorados de los espíritus mejorcultivados. Las contribuciones no son suficientes, noestán bien sentadas, ni bien repartidas; siendo tantomás necesario que se observe un método contra-rio, cuanto que esiempre que cada cual contribuyecon lo que debe, la comodidad es general, y los recur-sos del fisco inagotables». Falta orden en la recau-dación de las rentas; la administración de este ramocarece de coherencia en los departamentos; no hay unacontabilidad bien establecida, ni es efectiva la respon-sabilidad por los caudales públicos que se manejan en

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los lugares distantes del centro de la autoridad. Se hansustituido a los antiguos impuestos otros muy odiososy perjudiciales, tan sólo porque tenían la ventaja de serhabituales, y porque los reclamaron en algunas pro-vincias personas que se creyeron sinceras, pero queestaban interesadas en la continuación de los abusos.Tales son, la ominosa alcabala, la arbitraria y envilece-dora capitación, y el funesto estanco de aguardientes.Se ha ocurrido también de nuevo a la contribución terri-torial, gravosa a la agricultura, y que para ser de algu-na utilidad debe estar acompañada de un censo y deuna descripción exacta de bienes.

Por falta de sistema, como también por la ineptitud,inmoralidad y pobreza de varios empleados subalter-nos, hay una escandalosa depredación en las rentas.Los recaudadores entran a veces en transacciones cri-minales con los contribuyentes, en perj uicio del fisco.Creyendo remediar los numerosos fraudes de que eravíctima el erario, se arrendaron algunos ramos de lascontribuciones; y el mal se ha empeorado así, porquesiempre se introducen muchos abusos con el arrenda-miento de los impuestos, se enriquece a los recauda-dores con la sustancia del pueblo, y lejos de beneficiar-se el estado, se perjudica con los descontentos que en-gendran las vejaciones.

Disminuidas todas las rentas de la república, se-ñaladarnente el ramo de aduanas, por las causas queen otra parte he indicado, el gobierno, para subvenira los gastos públicos, tiene que ocurrir a contribucio-nes y empréstitos forzosos, recurso triste, porque no secura el mal, puesto que, apenas se cobra su producto

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cuando es desembolsado su importe, y renacen las neceo

sidades: recurso ruinoso, porque peca contra los primerosprincipios del impuesto, el cual debe recaer sobre lasrentas, y nunca sobre el capital del ciudadano: recursoperjudicial, porque siempre tiene algo de arbitrario, yproduce, por tanto, descontentos. Resulta de aquí quea las urgencias del estado se responde frecuentementecon quejas y reclamos por parte de los contribuyentes;y que el gobierno, o por ciertas consideraciones o por-que encuentra justicia en las solicitudes, juzga oportunohacer deducciones de la suma pedida; cediendo todoesto en mengua de sus recursos, no menos que en me-noscabo de su autoridad, a cuyo crédito y poder nadaperjudica tanto como la prueba de sus errores o de suflaqueza.

Muchos males se habrían quizás evitado con la crea-ción de un buen sistema de crédito .• Sin crédito, los te-soros se agotan, los pueblos se empobrecen, y los go-biernos no tienen fuerza ni apoyo~. Escaseando el nu-merario, era preciso suplir de algún modo la falta deeste signo representativo de todas las cosas: es decir,que se debía haber fundado una deuda pública bienorganizada, y establecido un banco nacional. En la pri-mera de estas dos medidas, habría encontrado el go-bierno un medio de circulación y de reproducción, unvínculo de adhesión y de confianza, un garante delbuen éxito de todas las empresas, y una fuente de des-ahogo para los contribuyentes, supuesto que un estado

es más ricopor lo que más debe, cuando paga exacta-mente. Con la segunda, se habría aumentado tambiénel medio circulante, se habría disminuído el interés deldinero (exorbitante hoy día), y se hubiera removido tan

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grave impedimento a los progresos de la agriculturay al fomento de todos Jos trabajos industriales.

Lejos de tener bien organizada en el país una deudapública, vivificadora, Colombia tiene contraída con elextranjero una ruinosa, por valor de treinta millones depesos; y hace tres a1'10s que no se paga el interés, ni seamortiza la porción estipulada. Así es que la repúblicaha perdido su crédito, se aumentan día a día los cla-mores y las quejas de los tenedores de sus obligacionesen Inglaterra, las cuales pierden ochenta y cinco porciento de su valor nominal; y es necesario no dar lugara que el gobierno británico reclame justicia para sussúbditos, acreedores de Colombia.

Además, nuestra deuda doméstica asciende a diez ysiete millones de pesos; y como no se pagan tiempo hálos intereses, el papel que la representa casi no tienevalor: si alguno se negocia, es el de la deuda flotante,porque estos documentos se admiten en pago de ciertosde aduanas, con grave perjuicio de las rentas del esta-do. Nuestra deuda doméstica es una mengua, una cala-midad, porque como no tiene base ni crédito, no sepuede disminuir la cantidad de los impuestos, porqueno hay confianza, y se paralizan todos los otros valo-res industriales o reales que componen la riqueza pú-blica.

De resultas de estos trastornos económicos, hay fami-lias que están pereciendo, otras que ven toda su fortunacomprometida. Si desgracias imprevistas nos han hechofaltar a nuestra estipulación con los generosos extran-jeros y con los ciudadanos heroicos que nos han abier-to sus arcas; si urgentísimas necesidades hacen encierto modo excusable nuestra falta hasta hoy, cesará

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todo motivo de disculpa luégo que, concluida la guerracon el Perú, pueda la administración dedicar su aten-ción y sus conatos a la mejora de nuestra condición in-terna. Yo tengo la certidumbre de que el Libertador noreposará hasta no haber adoptado las medidas redento-ras que demanda la situación de Colombia a este res-pecto. cUn gobierno sabio no permitirá jamás que losque aliviaron las necesidades de la patria, o tuvieronconfianza en su buena fe, en su firmeza y recursos,cuando otros no la tenían, sufran consecuencias tristes».

N o merece ser nación la que no pueda subvenir asus necesidades. Colombia afortunadamente no se hallaen este caso; tiene amplios medios de sufragar a todossus gastos, en el momento en que se organice cual debey se piense en establecer un buen sistema económico.Pero es preciso no demorar la reforma de nuestra ha-cienda, porque el desorden y la penuria en este ramoson la verdadera causa de la flaqueza de los gobiernos,su cáncer mortal. Si hojeamos, con efecto, los anales delmundo, cencontraremos, no sin asombro, que en todaspartes, en todos los países, entre todos los pueblos,bajo todos; los gobiernos, las grandes épocas de lahistoria, las revoluciones que las caracterizan, y hastalas menores sacudidas públicas, corresponden a los vi-cios de la hacienda nacional, han recibido de ésta unafuerte impulsión, o encontrado en ella una reacciónterrible- .

La alta policía y la justicia, «estas dos institucionestutelares del orden social y de la paz pública», estándistantes de haber llegado en Colombia a un medianogrado de perfección. La primera, que previene los aten-

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tados y maquinaciones contra la tranquilidad interiorarrestando a los delincuentes y entregándolos al poderjudiciario, puede decirse que no existe. En cuanto a lasegunda, es muy lento el procedimiento de su adminis-tración. Las leyes implican su despacho, con grave per-juicio de los interesados en las causas civiles, y ponenvarias trabas en las criminales: este es el triste efectode la herencia que nos dejó España en su legislación, yde no haberse promulgado todavía los códigos civily penal.

En medio de todas las pérdidas de Colombia, el ejér-cito ha conservado su gloria sin mancilla, y su amor alpaís ha brillado con el mismo resplandor que a los prin-cipios de la revolución. El ha sido, con muy raras ex-cepciones, el ornato, el apoyo de la independencia y delorden; sin él no habría habido patria ni gobierno. Lahistoria consagrará los nombres de tántos ilustres gue-rreros que han salvado a Colombia, y que tan puros sehan mostrado en su conducta.

No obstante, en este ramo son necesarias, no menosque en los otros, varias mejoras y reformas, señalada-mente en la administración, donde hay gran falta de or-den y de economía. Compónese en su mayor parte nues-tro ejército de personas que, habiendo abrazado desdemuy temprano la carrera de las armas, no tuvieron tiem-po de formar su corazón y de cultivar su entendimiento;de modo que no son raras en los cuerpos la ignoranciay la falta de moralidad. De aquí nace el que algunosindividuos tengan pretensiones exageradas, quieran in-tervenir en los asuntos politicos y gubernativos, y hacerde la fuerza armada la espada de Damocles. Fuera deesto, ha dado el ejército colombiano las mayores prue·

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bas de sufrimiento, desinterés y consagración. Desti-tuído de casi todo, careciendo frecuentemente de lonecesario, mal pagado, mal vestido, mal cuidado, siem-pre ha sido fiel a la causa de la patria, cada día ha ad-quirido nuevos títulos a la gratitud nacional, y tieneincontestable derecho a ser recompensado pcr el go-bierno luégo que rayen los albores de la pública pros-peridad.

Gracias al cielo, he concluído ya la penosa tarea deexaminar el estado interno y las relaciones exterioresde Colombia. El corazón se me ha oprimido cada vezque he tenido que tomar de mi paleta colores negrospara bosquejar la fisonomía moral de nuestro pueblo.Quizás me motejarán algunos patriotas porque no hedisimulado nada: c tros más exaltados creerán tal vezque he pintado nuestra situación aún más triste de loque es en realidad: creo, sin embargo, haber cumplidocon mi deber no disfrazando la verdad, y no haber ex-presado sino la verdad. ¿De qué sirve escribir si no seha de aplicar su antorcha, y hacerla brillar sobre todocuanto pueda interesar a la nación? ¿Dejan de existirlos males porque se cubran con un velo? .....•..y si noson bien examinados y bien conocidos, ¿cómo es posi-ble remediarlos?

Pero si el cuadro de lo presente es capaz de con-tristar el ánimo, no se crea por eso que lo encuentrofuera del orden natural de las cosas, o que desconfíodel porvenir. Si abrimos los anales de los pueblos quenos han precedido en el curso de las edades; si exami-namos cuántas generaciones han pasado, cuántas razasdistintas han desaparecido de la haz de la tierra sindisfrutar de bienestar social, nos convenceremos de

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que se necesita un cúmulo de meditaciones ha co-mún y un extraordinario concurso de circunstanciaspara lograr que las luces penetren las masas populares,se disipen las tinieblas de la ignorancia, se mejoren lasclases vulgares, y se perfeccione la ciencia política. En-contramos la causa de esta lentitud con que se encami-nan los hombres a los adelantamientos morales, en sunatural pereza, en el apego que tienen a los hábitos con-traídos, en su ciego respeto a las preocupaciones conque se les nutrió desde la infancia, no menos que enlas dificultades que oponen a la perfección de la especieaquellas clases interesadas en mantenerla uncida altriple yugo de la ignorancia, del despotismo y de lasuperstición.

Si del registro que acabamos de indicar de esta im-portante escena de la vida de las naciones, aparece queotros pueblos más felizmente colocados, y auxiliadosde circunstancias más favorables, hicieron progresoslentos en la senda de las mejoras, ¿qué mucho que Co-lombia haya cometido yerros en su infancia política, yande vagando todavía por entre la luz y las tinieblas?La historia de su antigüedad, la de la edad media, lade los pueblos modernos, ofrece bastantes vicisitudesy errores. La Francia y la Gran Bretaña, ¡cuánto no hanpadecido antes de consolidar sus instituciones! En losEstados Unidos de América, después de la guerra deindependencia, ¿no vimos agitaciones, disturbios, par-tidos encarnizados, e insurrecciones en algunas provin-cias, aun bajo la presidencia del virtuoso y prudenteWáshington? '¿no estuvo el gobierno general próximo aser derribado? ¿DO fue amenazada la Unión, al cabo detreinta y ocho años de existencia?

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Yo vivo confiado en que las dolencias de Colombia sonpasajeras, y espero que triunfará de todas ellas, porqueposee una gran fuerza vital. Si el congreso constitu-yente y el Libertador le aplican, como no lo dudo, losremedios que la situación de la cosa pública demanda,en breve la veremos restablecida, y se desenvolveránlos elementos del bien comprimidos hasta aquí. Paísescomo los nuéstros, que «están rodeados de la esmeral-da, del amatista, del cinabrio, de la plata, del hierro,cobre y plomo; países donde se está pisando el oro yla plata; países que producen todas las riquezas del rei-no vegetal; añil, café, tabaco, seda, algodón, quina,cacao y cochinilla», no pueden ser pobres, el día enque nosotros queramos ser industriosos, Las mejorasmateriales' traerán en pos de sí las mejoras morales: laabundancia reformará nuestras costumbres sociales ypolíticas. En Colombia, ccaracterizada en su mayorparte por aquella zona tranquila que describe Virgiliocomo la más oportuna para habitación del hombre, elaspecto de una naturaleza hermosa y risueña contri-buirá a exaltar y acalorar la imaginación»; se inflama-rán las almas; esparcirán flores las artes consoladoras;se connaturalizarán las ciencias sublimes; brillarán todaslas llamas del ingenio. La industria recibirá una grandeimpulsión. Llevaremos nuestros productos al Perú y ala Guayana, al Pará y a la América septentrional,al Asia, al Africa y a la Europa. La civilización, hijadel tiempo y protectora de los pueblos, fijando su tro-no en la cima de los Andes, extenderá su imperio hastalas riberas de ambos mares, y derramará a manos lle-nas sus beneficios sobre la patria del heroísmo y sobrela obra de Bolívar.