medios, modernidad y tecnología - david morley

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Medios, modernidad y tecnología: la geografía de lo nuevo es una contribución fundamental a los actuales debates teóricos y metodo- lógicos en torno a los estudios culturales y sobre medios. Los temas abordados van desde su estatus (y futuro) como disciplinas, hasta el significado «mágico», «ritual», «sagrado» que adoptan la tecno- logía y los medios de comunicación de nuestra época, definidos como la esfera d e « l o nuevo, lo brillante y lo simbólico». Asimismo, se analiza la relación de la tecnociencia con nuestra definición modernidad y se reflexiona acerca de las críticas planteadas por ría poscolonial a los modelos históricos occidentales o euro- trieos hoy prevalecientes. Para profundizar en estas cuestiones, David Morley recurre a un conjunto de disciplinas, desde la geografía cultural, la antro- logia y la etnología, hasta los estudios de diseño, la teoría literaria a historia del arte, pasando por la teoría poscolonial y los estudios regionales. El resultado es una inédita perspectiva «desoccidentali- zada» de los estudios culturales y sobre medios que desarticula la idea de que «nosotros» (occidentales) hemos llegado al fin de la Historia, ya sea como resultado de un destino ineluctable fundado en la superioridad del capitalismo de libre mercado con respecto a todas las demás formas de vida social, o como resultado del Deux ex Machi- na de las nuevas tecnologías basadas en la electricidad y la digitali- zación. Más que dicotomías o divisiones binarias convencionales, Morley nos muestra las numerosas coincidencias y continuidades entre Occidente y Oriente, entre el pasado tradicional («irracional») y la lógica de lo moderno, entre lo mágico y lo tecnológico. David Morley es profesor de Medios y Comunicación en el Goldsmiths College de Londres y uno de los principales renovadores de los estu- dios culturales y sobre medios. Algunas de sus publicaciones anterio- res son: Home Terrítoríes: Media, Mobility and Identity (2000), Spaces of Identity (con Kevin Robins, 1995), Televisión, Audiences and Cultural Studies (1992) y Family Televisión: Cultural Power and Domestic Leisure (1986). MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOG La geografía de lo nuevo David Morley s < O í L U ge( g gedisa

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Texto de Morley, D. Medios, modernidad y Tecnologóia.

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Page 1: Medios, modernidad y Tecnología - David Morley

Medios, modernidad y tecnología: la geografía de lo nuevo es una c o n t r i b u c i ó n f u n d a m e n t a l a los actuales debates t e ó r i c o s y m e t o d o -l ó g i c o s en t o r n o a los e s t u d i o s c u l t u r a l e s y sobre m e d i o s . Los t e m a s abordados van desde su e s t a t u s (y f u t u r o ) como d i s c i p l i n a s , hasta e l s i g n i f i c a d o « m á g i c o » , « r i t u a l » , « s a g r a d o » que a d o p t a n la t e c n o -l o g í a y los medios de c o m u n i c a c i ó n de nuestra é p o c a , d e f i n i d o s c o m o la esfera de « l o n u e v o , lo b r i l l a n t e y lo s i m b ó l i c o » . A s i m i s m o , se analiza la r e l a c i ó n de la t e c n o c i e n c i a con nuestra d e f i n i c i ó n d é

m o d e r n i d a d y se r e f l e x i o n a acerca de las críticas planteadas por ría p o s c o l o n i a l a los modelos h i s t ó r i c o s o c c i d e n t a l e s o e u r o -

t r i e o s hoy p r e v a l e c i e n t e s . Para p r o f u n d i z a r en estas c u e s t i o n e s , David Morley recurre a un

c o n j u n t o de d i s c i p l i n a s , desde la g e o g r a f í a c u l t u r a l , la a n t r o -l o g i a y la e t n o l o g í a , hasta los estudios de d i s e ñ o , la t e o r í a l i t e r a r i a a h i s t o r i a d e l a r t e , pasando por la t e o r í a p o s c o l o n i a l y los estudios

regionales. El resultad o es una i n é d i t a perspectiva « d e s o c c i d e n t a l i -z a d a » de los e s t u d i o s c u l t u r a l e s y sobre medios que desarticul a la idea de que « n o s o t r o s » ( o c c i d e n t a l e s ) hemos llegado a l fin de la

Historia, ya sea como resultado de un d e s t i n o i n e l u c t a b l e f u n d a d o en la s u p e r i o r i d a d d e l c a p i t a l i s m o de l i b re mercado con respecto a t o d a s las d e m á s formas de vida s o c i a l , o c o m o resultado d e l Deux ex Machi-na de las nuevas t e c n o l o g í a s basadas en la e l e c t r i c i d a d y la d i g i t a l i -z a c i ó n . Más que d i c o t o m í a s o d i v i s i o n e s binarias c o n v e n c i o n a l e s, Morley nos muestra las numerosas coincidencia s y c o n t i n u i d a d e s e n t r e Occidente y Oriente, e n t r e e l pasado t r a d i c i o n a l ( « i r r a c i o n a l » ) y la l ó g i c a de lo m o d e r n o , e n t r e lo m á g i c o y lo t e c n o l ó g i c o .

D a v i d M o r l e y es profesor de Medios y C o m u n i c a c i ó n en e l Goldsmiths College de Londres y uno de los p r i n c i p a l e s renovadores de los e s t u -dios c u l t u r a l e s y sobre medios. Algunas de sus p u b l i c a c i o n es a n t e r i o -res s o n : Home Terrítoríes: Media, Mobility and Identity ( 2 0 0 0 ) , Spaces of Identity ( c o n Kevin Robins, 1 9 9 5 ) , T e l e v i s i ó n , Audiences and C u l t u r a l Studies ( 1 9 9 2 ) y Family T e l e v i s i ó n : C u l t u r al Power and Domestic Leisure ( 1 9 8 6 ) .

MEDIOS, MODERNIDAD

Y TECNOLOG La geografía de lo nuevo

David Morley

s <

O í L U ge( g

gedisa

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PRIMERA PARTE

LA GEOGRAFÍ A DE LA MODERNIDAD Y LA ORIENTACIÓN DEL FUTURO

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Ilustración 1 . Señalización del «Foro Global», ubicado en Tubinga (Alemania), cuyo nombre indica la ecuación convencional de lo global con Occidente. Foto del autor.

1 . EurAm, MODERNIDAD, R A Z Ó N Y ALTERIDAD

¿DESPUÉS DE OCCIDENTE?*

¿ D e s c e n t r a r a l h o m b r e d e EurAm?

En un texto anterior (Morley y Robins, 1992), Kevin Robins y yo hemos sostenido que el pánico de Euroamérica acerca de la «amenaza económica» planteada por Japón y los «cuatro t i -gres» de la economía del sudeste asiático (Taiwán, H o n g Kong, Corea del Sur y Singapur) ha de comprenderse en el contexto más amplio de la desestabilización que imponen esos desarrollos a la correlación establecida entre los conceptos de Occiden-te/Oriente y moderno/premoderno. Por ello, resulta cuestionada la supuesta centralidad de Occidente como el (necesario) foco cultural y geográfico para el proyecto de modernidad (o, a decir verdad, de posmodernidad). Por lo tanto, se ha de subrayar tan-to la medida en que el binomio Occidente/Oriente es, en sí mis-mo, una división temporal (tanto como geográfica) y, a la inver-sa, la medida en que la división «temporal» entre modernidad y el ámbito de lo premoderno (o lo «tradicional») ha tenido, du-rante largo tiempo, un subtexto geográfico crucial. Como ob-serva Sakai, «Occidente no es simplemente [...] una categoría geográfica [. . .] [sino más bien] un nombre que siempre se asocia con las regiones [. . .] que parecen económicamente superiores; [.. .] [por lo tanto] [. . .] el predicado histórico se traduce en uno

* Se publicó una versión anterior de este capítulo en D. Morley y K. H. Chen (eds.) (1996), Stuart Hall: Critical Dialogues in Cultural Studies, Lon-dres y Nueva York, Routledge. Dado que este capítulo fue escrito antes de las invasiones estadounidenses a Afganistán e Irak, algunos aspectos del análisis están inevitablemente desactualizados. Sin embargo, sigo sosteniendo los principales argumentos expuestos aquí.

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geográfico, y viceversa» (Sakai, 1988: 476-477). Si la historia no es sólo temporal o cronológica, sino también espacial y rela-cional (y si, al revés, nuestra comprensión de la geografía nun-ca es históricamente inocente), entonces nuestro análisis de las ideas de posmodernidad debe adoptar esa perspectiva geohistó-rica, si el objetivo es evitar los peores excesos del centrismo eu-roamericano.

Julien y Mercer señalan la ironía de que, si bien se ha habla-do mucho, en la teoría cultural contemporánea, acerca del «fin de la representación», o incluso del «fin de la historia», hace m u -cho menos tiempo que se ha comenzado a prestar un grado de atención comparable a las «posibilidades políticas del f i n del etnocentrismo». Luego sostienen que el proyecto crucial de la teoría cultural posmoderna, en relación con las cuestiones de «raza», etnicidad y eurocentrismo, no es, simplemente, celebrar ahora lo que antes se consideraba «marginal», sino más bien i n -tentar deconstruir «las estructuras que determinan lo que se considera culturalmente marginal». Su idea central está expre-sada con toda claridad en el título: «De M a r g i n and De Centre», donde sostienen que la cuestión principal es «examinar y soca-var la fuerza de la relación binaria que produce lo marginal como una consecuencia de la autoridad atribuida al centro» (1988: 2-3, la cursiva es nuestra).

A pesar de que el «posmodernismo» suele presentarse como una descripción de una condición supuestamente universal, su definición casi siempre se construye dentro de los términos de lo que, en realidad, es el provincialismo angloeuropeo (o euroame-ricano, para emplear el término japonés), Huyssen habla de lo que llama «el carácter específicamente americano del posmoder-nismo» (1986: 190). Con una perspectiva latinoamericana, Be-verley y Oviedo (1993: 2) observan que Octavio Paz sostiene que el posmodernismo no es más que otro grand récit importa-do que no encaja en América Latina, la que, según esos autores, «debe producir sus propias formas de periodización cultural» (1993: 2). Su idea es que las concepciones dominantes del pos-modernismo (como la influyente versión de Jameson [1985]) casi siempre son bastante etnocéntricas y tienden a conllevar, como sostiene Ahmad, «una supresión de la mult ipl ic idad de d i -

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ferencias significantes entre y dentro de los países capitalistas avanzados y las formaciones imperializadas» (Ahmad, 1987: 3, citado en Beverley y Oviedo, 1993: 4).

Naturalmente, no sólo el posmodernismo, sino la moderni-dad misma, debidamente comprendidos, pueden adoptar m u -chas formas: Appiah (1993: 249-250) ha sostenido que, en al-gunos contextos africanos, la modernidad ha sido representada por el catolicismo; Bruner (1993) afirma que el posmodernismo se ha de comprender como la forma específica que la moder-nidad adopta en América Latina. Así, Calderón (1993: 54) ex-plica cómo, en América Latina, las meras temporalidades de la cultura están incompletas y mezclan los tiempos de la premo-dernidad, la modernidad y la posmodernidad (véase Braudel, 1984, para un modelo teórico del análisis de las temporalidades simultáneas, diferenciales), cada uno de los cuales está vincu-lado históricamente a las culturas correspondientes que son o fueron, cada cual en su momento, epicentros del poder. Además, Bruner señala los modos diferenciados de participación en la mo-dernidad (y la posmodernidad), como entre el «centro» y la «periferia». Según este autor, «la modernidad no se puede inter-pretar al modo de Marshall Berman (1983), como una experien-cia colectiva singular [...] n i como variaciones de esa misma ex-periencia que, a largo plazo, tenderán a confluir» (1993: 42). Sostiene que la modernidad es, necesariamente, una experiencia diferenciada en el mundo capitalista. Además, como observa, ese mundo sigue teniendo «un centro, que irradia una zona de peri-ferias marginales y dependientes» que, a pesar de las comple-jas dinámicas «posmodernas» de heterogeneidad y desplaza-miento, «siguen estando ligadas al centro hegemónico» (ibíd.: 52). En ese sentido, los latinoamericanos están

condenados a vivir en un mundo donde las imágenes de moderni-dad y modernismo nos llegan desde afuera y se vuelven obsoletas antes de que podamos materializarlas [...] En todos los ámbitos de la cultura [...] las síntesis culturales modernas importantes se producen primero en el norte y más tarde descienden hacia noso-tros. [...] Así es como ha sucedido [...] a largo plazo con nuestra mera incorporación en la modernidad (ibíd.: 52-53).

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Beverley y Oviedo (1993) van más allá de la teoría de la «mesa de billar» del imperialismo cultural , según la cual los paí-ses impactan unos en otros, a la vez que permanecen intactos, como entidades «dadas». Sostienen que el mismo Estados Uni -dos, que durante largo tiempo ha sido «el centro de los centros» en el sistema imperial mundial , está siendo transformado por el cambio demográfico y lingüístico: pronto Estados Unidos será el tercer país hispánico más grande del mundo. Cuando se cum-pla el tricentenario de la Revolución norteamericana (2076), una mayoría de la población de Estados Unidos será de origen africano, norteamericano nativo, asiático o latino: en ese senti-do, el «centro» mismo ya no está siendo simplemente invadido, sino transformado por lo que eran sus propios márgenes.

Sin embargo, Richard (1993) profundiza en la cuestión, al identificar la naturaleza contradictoria de la «disposición hetero-lógica» del posmodernismo que, como observa, «parecería bene-ficiar el resurgimiento de todas esas periferias culturales hasta ahora censuradas por la predominancia europeo-occidental y sus fundamentos universalistas en una representación autocentrada» (ibíd.: 160). Señala que el posmodernismo proclama a viva voz su propio papel al «decretar el f in del eurocentrismo», sostenien-do que su propia crítica de la modernidad ha «dañado la supe-rioridad del modelo europeo, debilitando sus fantasías de domi-nación, a través de la relativización de las categorías absolutas y la deslegitimación de las categorías universales». Así pues, pa-rece que las subculturas, los márgenes, las periferias de antes son invitadas a desempeñar papeles protagonistas en una «nueva modulación antiautoritaria de la posmodernidad, finalmente res-petuosa de la diversidad». Sin embargo, Richard es escéptica en cuanto a esa nueva tendencia de la «revaluación» de lo «subal-terno», en la medida en que, a pesar del aparente altruismo del gesto «posmoderno», esas categorías subalternas de los márge-nes siguen siendo «dichas por la posmodernidad, sin obligar a la institución cultural [del centro] a ceder su monopolio discursivo sobre el derecho a hablar». Tal como señala Richard, «celebrar la diferencia como festival exótico [...] no es lo mismo que dar al tema de esa diferencia el derecho a negociar sus propias con-diciones de control discursivo [.. .] [y] el conflicto de identi-

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dad/diferencia [por ende] continúa siendo arbitrado por la dis-cursividad del Primer Mundo». La cuestión es, como observa Richard, que, «aun cuando su hipótesis actual es la de la «des-centralización», los intelectuales de los países imperialistas más poderosos siguen estando ubicados en el centro del debate acer-ca de la descentralización (Richard, 1993: 160-161).

Tal como señala en otro texto (Richard, 1987), así como, al parecer, se considera que la mera heterogeneidad de las culturas de América Latina, creada a partir de las partes del continente dis-continuas, múltiples e híbridas, ha prefigurado el modelo ahora aprobado y legitimado por el término «posmodernismo» y «Amé-rica Latina se halla en una posición privilegiada, a la vanguardia de lo que se ve como nuevo», al mismo tiempo se le retira ese «privilegio». Continúa: «[. . . ] así como parece que, finalmente, la periferia latinoamericana habría logrado la distinción de ser posmodernista avant la lettre [ . . . ] , el posmodernismo da por ter-minado todo privilegio que esa posición podría ofrecer, [.. .] des-mantela la distinción entre centro y periferia y, de ese modo, anula su significado» (ibíd.: 10).

¿ Q u é O t r o es e l O t r o ?

Todorov (1984) se interesa por lo que caracteriza como los «peligros de un relativismo excesivo» en la teoría cultural con-temporánea. Inmediatamente concede que el «universalismo ex-cesivo» es un peligro correlativo, en la medida en que la «llama-da universalidad de muchos teóricos del pasado y del presente no es nada más n i nada menos que un etnocentrismo incons-ciente, la proyección de sus propias características a gran escala», puesto que lo que ha sido presentado como «universalidad», en realidad ha sido un conjunto de descripciones apropiadas sólo para los «hombres blancos de algunos países europeos». Sin em-bargo, su idea central es que ese fallo no debería conducirnos, mediante una reacción negativa, a abandonar, simplemente, la «mera idea de humanidad compartida» entre y a través de las culturas, lo que para él sería «incluso más peligroso que el uni -versalismo etnocéntrico» (ibíd.: 374). En relación con ello, To-

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dorov destaca las observaciones de Jan-Mohammed sobre los peligros de la «alegoría maniquea», en la que se produce «un campo de oposiciones diversas aunque intercambiables entre blanco y negro, bien y mal , superioridad e inferioridad» (Jan-Mohammed, 1986: 82). En ese t ipo de escritura «maniquea», Todorov sostiene que «los otros raciales no son n i salvajes no-bles n i sucias vacas [.. .] [y ] , así sean juzgados como inferiores (por quienes promueven la civilización) o como superiores (por quienes defienden el primit ivismo), son radicalmente opuestos a los blancos europeos (Todorov, 1984: 377; véanse las observa-ciones de Ahmad, 1994: 94-95, sobre su incómodo descubri-miento, al leer a Jameson [1986], de que «el hombre a quien [.. .] desde una distancia física había tomado como un camarada era, en su propia opinión, el otro de m i civilización»).

Suleri, de forma algo acida, sostiene que, si la crítica cultural debe abordar los usos que otorga a la alteridad, también «debe afrontar [. . .] la cuestión teórica que formula sucintamente S. P. Mohanty (1989): "¿Hasta qué punto tenemos que forzarnos a nosotros mismos a indicar qué otro es el otro?"» (Suleri, 1992: 9). El argumento de Suleri es que, al mismo tiempo que la des-centralización de los discursos coloniales en la teoría social re-ciente ha sido un paso adelante fundamental, existen límites más allá de los cuales una articulación de la otredad sólo sirve para «ventriloquizar el hecho de la diferencia cultural». Tal como ob-serva, un mero ensayo de las manifestaciones probadas de la al-teridad conduce, finalmente, a una «repetición teórica que [.. .] asienta, en lugar de desplazar, la rigidez de la relación binaria uno/el otro que rige en el discurso tradicional sobre la coloniza-ción». Según la autora, el problema es que el lenguaje de la al-teridad se puede leer con demasiada facilidad como «una va-riante posmoderna del idioma obsoleto del romance: la mera insistencia en la centralidad de la diferencia como una entidad ilegible puede servir para confundir y, en verdad, sensacionalizar lo que aún queda por leer» (ibíd.: 11). Lo que quiere decir es que la «falacia de la totalidad de la otredad» no es más que el complemento necesario para «la ficción del poder total recla-mado y, al mismo tiempo, otorgado por la dominación colo-nial» (ibíd.: 13). Análogamente, sostiene que, si bien la «alteri-

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dad» comienza como una estrategia destinada a desestabilizar las perspectivas eurocéntricas u orientalistas, «su dependencia indiscriminada de la centralidad de la otredad tiende a reprodu-cir lo que, en el contexto del discurso imperialista, era la cate-goría familiar de lo exótico» (ibíd.: 12).

Chow (1993) arguye que, bastante extrañamente, el primo directo del orientalista es el maoísta (en su forma «subalterna» actual, dentro de los estudios culturales norteamericanos) que, «a diferencia del desdén del orientalista por las culturas nativas con-temporáneas del no-Occidente» tiende hacia una fantasía tercer-mundista que «convierte a todas las personas de las culturas no occidentales en una forma «subalterna generalizada» que luego es utilizada para promover agresivamente un «Occidente» igual-mente generalizado (ibíd.: 13). Lo fundamental en Chow es que esa noción de «subalternidad», «cuando se construye estrictamen-te en términos de extranjería de raza, tierra e idioma, puede ce-garnos y llevarnos hacia la explotación política tan fácilmente como puede advertirnos sobre ésta» (ibíd.: 9), sobre todo porque «la representación del «otro» como tal ignora [...] la clase y las jerarquías intelectuales dentro de esas otras culturas» (ibíd.: 13).

Análogamente, Ahmad (1994) critica trabajos recientes so-bre la «alteridad» en la medida en que exhiben una tendencia a plantear la cuestión como un asunto de «diferencia civilizacio-nal, primordial». Como observa, con este t ipo de perspectiva, «toda la historia de las textualidades occidentales, desde Home-ro hasta Olivia Manning», luego tiende a ser tratada como una «historia de ontología orientalista, contra la cual se postula una simple categoría de literatura «del Tercer Mundo» como el «sitio prima facie de la práctica liberacionista» (ibíd.: 64). Con-tra ese t ipo de enfoque maniqueo, A h m a d se preocupa por defender un concepto de diferencia «escrito con d minúscula, como algo local y verificable empíricamente, no [...] [como] una categoría epistemológica o una condición ontológica perenne» (ibíd.: 90). Se opone con vehemencia a la tendencia hacia la re-presentación del Otro colonizado (o poscolonizado) como una «masa» indiferenciada (véase el comentario habitualmente cita-do de Raymond Will iams, según el cual «no hay masas, sólo hay maneras de ver a los demás como masas»).

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El argumento principal de Todorov (1984) es que lo que ve como la tendencia sobrerrelativista en la teoría cultural posmo-derna contemporánea ha conducido, con demasiada frecuencia, a la afirmación de la existencia de la incomunicabilidad entre culturas, lo que, en su opinión, «presupone la adhesión a un conjunto de creencias racistas, similares a las del apartbeid, que postulan una discontinuidad insuperable en la especie humana». Su propia posición se basa en la premisa de que la comprensión de la otredad es posible, en principio, precisamente porque la otredad nunca es radical: en la medida en que estamos «separa-dos por diferencias culturales, también estamos unidos por una identidad humana común» (ibíd.: 374; véase West [1994], para una perspectiva que también va «Más allá del eurocentrismo y el multiculturalismo »).

Por las mismas razones, Todorov es impaciente respecto a la crítica radical del orientalismo, en la medida en que suele pare-cer que esa crítica supone «que no existe algo así como la cultu-ra japonesa o las tradiciones del Próximo Oriente, o que esa cul-tura y sus tradiciones son imposibles de describir, [.. .] [o que] los intentos pasados de describirlas no aportan nada más que los prejuicios de los observadores» (1984: 374; la cursiva es del or i -ginal). Reserva un enfado particular hacia esa clase de análisis cultural relativista que aborda los textos, como él dice, «que ha-blan de torturas y linchamientos [...] con un aparato crítico que excluye toda interrogación en cuanto a sus verdades y sus valo-res» (ibíd.: 379). Sin duda, Todorov habría estado de acuerdo con el fallecido Bob Scholte, cuando concluyó que, «si bien nunca podemos saber toda la verdad, y podemos no tener los medios l iterarios para decir todo lo que pensamos saber de la verdad [ . . . ] , ¿no deberíamos seguir tratando de contarla? (Scholte, 1987: 39). El argumento de Todorov continúa con el saludable co-mentario de Appiah sobre el trabajo de W E. B. D u Bois sobre el racismo, en el sentido de que D u Bois «se interesó a lo largo de toda su vida no sólo por el significado de raza, sino también por la verdad sobre ésta» (Appiah, 1986: 22). Como observa sarcásticamente Todorov, sólo dentro de cierto t ipo de institu-ción académica resguardada es posible flirtear con la suspensión escéptica o relativista de todos los valores y las reivindicaciones

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de verdad. Alejarse de la «veneración de los dogmas como ver-dades inmutables» de ningún modo debe implicar el abandono de «la idea de la verdad misma» (Todorov, 1984: 379).

No hay v e r d a d e s « a f r i c a n a s »

Appiah (1993), en su análisis de si el «pos» de poscolonial es el mismo que el de posmoderno, parte de la premisa de que «la caracterización modernista de la modernidad debe ser cuestio-nada» (ibíd.: 233). Más específicamente, sostiene que debe re-chazarse, sobre todo con argumentos empíricos, la caracteri-zación que Weber hace de la modernidad, según la cual ésta conlleva la racionalización gradual pero inevitable del mundo. Así, Appiah sostiene que lo que nos rodea no es algo tan grande como «el tr iunfo de la Razón Ilustrada, [.. .] sino más bien lo que Weber erróneamente tomó como tal , [.. .] la incorporación de to-das las áreas del mundo [...] y de la vida "pr ivada" de antaño en la economía de mercado» (ibíd.: 234). Lo fundamental en Appiah es que, según la teoría de Weber, la racionalización modernista debería ser acompañada tanto por un proceso sistemático de se-cularización como por el declive del carisma, pero ninguna de las dos cosas sucedió. Como observa, la política del siglo XX ha estado dominada por una serie de líderes carismáticos (Stalin, Hitler, M a o , etc.), y las religiones (por no mencionar los nacio-nalismos) están creciendo en todo el mundo (en particular en Es-tados Unidos; véanse mis observaciones en el capítulo 2).

Lo que sostiene Appiah es que Weber interpretó errónea-mente la modernidad: el «comienzo de la sabiduría posmoder-na» (ibíd.: 234) es reconocer que la «racionalización» weberiana no ha tenido lugar. En gran parte esto se debe, según Appiah, a que Weber postula la «tradición» y la «modernidad» de manera demasiado simplista, como si fueran categorías que se oponen y se excluyen mutuamente. Para Appiah, esa oposición binaria no responde a los hechos de su propia infancia en Ghana, en la que, recuerda, si «crecí [. . .] creyendo en la democracia constitucio-n a i 5 [•..] también supe que debíamos respeto a los jefes asante». Para Appiah, los beneficios de la modernidad estaban claros

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desde temprana edad: «cuando ya tenía edad para la demo-cracia, supe que también estábamos preparados para el desa-rrol lo y la modernización; que esto significaba carreteras y hos-pitales y escuelas (por oposición a los caminos de tierra que atravesaban los bosques, y el juju, y la ignorancia)». Sin embargo, fundamentalmente, por lo que se refiere a los recientes debates so-bre la identidad y la alteridad, Appiah observa: «Por supuesto, no tomamos nada de todo esto [es decir, los frutos del desarrollo] para abandonar las libaciones de nuestros ancestros. [.. .] En po-cas palabras: crecí creyendo en el desarrollo y en la preservación de lo mejor de nuestra herencia cultural» (1993: 256-257).

En otro punto de su argumentación, Appiah simplemente aconseja que «no debemos exagerar la distancia de Londres a Lagos» (ibíd.: 121). Se opone con vehemencia tanto «a lo que podríamos llamar alteritismo, la constitución y la celebración de uno como otro» (ibíd.: 251), como a ser «tratado como una má-quina de otredad» (ibíd.: 253; véase Suleri, 1989) por un pos-modernismo/poscolonialismo que «parece exigir de su África [...] [algo] demasiado cercano a lo que la modernidad [...] le exigía» (Appiah, 1993: 253-254), es decir, una fuente de «au-tenticidad primitiva». La afirmación de Appiah es, con bastante razón, que «el papel que África, como el resto del Tercer M u n -do, desempeña para el posmodernismo euroamericano [.. .] debe distinguirse del papel que el posmodernismo podría desempeñar en el Tercer Mundo» (ibíd.: 254).

La preocupación de Appiah es alejarse de la «postulación de una África unitaria contra un Occidente monolítico», pues se trata de un binarismo improduct ivo de uno y otro lado que, como él sugiere, es «la última de las consignas de los moderni-zadores sin la cual tenemos que aprender a vivir» (ibíd.: 251). En realidad, según A p p i a h , es crucial para todos superar esa oposición binaria, en la medida en que sostiene que «los a f r i -canos y los occidentales pueden preguntarse juntos qué signifi-ca ser moderno. Y [. . .] ninguno de nosotros comprenderá qué es la modernidad hasta que nos comprendamos unos a otros» (ibíd.: 172).

El complemento de la crítica de Appiah a las teorías binarias de la alteridad es una oposición igualmente tenaz a todas las for-

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mas del relativismo posmoderno, sea en asuntos de ética o de epistemología. En su lectura favorable de la novela Bound to Violence, de Yambo Ouologuem, de 1968 (publicada en inglés en 1971), Appiah observa, con aprobación, que en lugar de «ha-cer causa común con un relativismo que podría avalar la inter-pretación, la legitimación, de la horrorosa explotación de la nueva-antigua África en sus propios términos locales, la base del «proyecto de deslegitimación de Ouologuem no es la del pos-modernismo: se basa, en cambio, en una apelación a una ética universal, [.. .] una apelación al simple respeto del sufrimiento humano» (Appiah, 1993: 246).

Análogamente, en asuntos de epistemología, en su debate de «Ethnophilosophy and its crides», Appiah apoya la crítica de Wiredu (1979) de los apóstoles de Négritude, en su ensayo «How N o t to Compare African Thought w i t h Western Thought». En ese ensayo, W i r e d u , como creyente en la universalidad de la razón (véase Gellner, 1992), sostiene que la idea de que hay algo particularmente «africano» en las supersticiones acerca de los espíritus, etc., es bastante desacertada, en la medida en que, observa A p p i a h , «deriva de la incapacidad de ver que esas creencias son muy similares a las que estaban muy expan-didas en Europa en el pasado» (Appiah, 1993: 164). Como sos-tiene, «lo más característico del pensamiento tradicional africa-no es que es tradicional; no hay nada especialmente africano en él» (ibíd.: 167; véase también la crítica que Ahmad [1994: 289-290] hace de la teoría de Jameson sobre la literatura del Tercer M u n d o como una «alegoría nacional», para una argumenta-ción similar en cuanto a la incapacidad de Jameson de ver los paralelismos correspondientes con la literatura europea medie-val). Appiah apoya el análisis de Wiredu, según el cual el modo de pensamiento «tradicional» no es específicamente africano (o «tercermundista»), así como su evaluación negativa de las d i -mensiones autoritarias de éste, ya que Wiredu, sobre la base de argumentos iluministas, considera que esa idea es perjudicial en la medida en que funciona para retener el «desarrollo». Wiredu define este proceso como «un proceso histórico mundial conti-nuo en el que participan todos los pueblos, occidentales y no occidentales», que ha de ser «evaluado por el grado en que los

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métodos racionales han penetrado a través de las costumbres». Para Appiah, tanto como para el propio Wiredu, «no hay ver-dades africanas [véase Chow, 1993: 6, sobre esta cuestión], sólo hay verdades, algunas de ellas sobre África» (citado en Aomah 1993: 166). F P '

P o s m o d e r n i s m o , a n t i i m p e r i a l i s m o y p r o y e c t o de la I l u s t r a c i ó n

En su análisis de la teoría del poscolonialismo y el posmo-dernismo, Ahmad (1994) es particularmente incisivo con los crí-ticos metropolitanos, cuyo «radicalismo» puede equipararse, en su opinión, al rechazo del racionalismo (o al proyecto de la Ilus-tración) mismo. Para ellos, como dice Ahmad, parece que «todo intento de conocer el mundo en su totalidad, o sostener que está abierto a la comprensión racional, más aún el deseo de cam-biarlo, [ . . .] debe ser rechazado como un intento indigno de construir "grandes relatos" y "totalizar los conocimientos". La posición epistemológica de Ahmad es más bien dura, pues se puede juzgar a partir de sus rigurosas afirmaciones de que «los posmodernismos que han estado más en boga últimamente ofre-cen conocimientos falsos de los hechos reales», y «el posmoder-nismo [.. .] es, en el sentido más preciso de estos términos, re-presivo y burgués» (ibíd.: 35-36). Para Ahmad, lo condenable es el rechazo que hacen los posmodernistas de los conceptos de cla-se y razón, como muchos «esencialismos», en particular porque, como observa acertadamente, esto lleva lógica (e inevitablemen-te) a un punto de vista metodológicamente individualista (con el individuo descentrado como el único lugar posible de significa-do), mientras que, afirma, «el conocido escepticismo posmoder-nista acerca de la posibilidad del conocimiento racional impulsa al mismo «individuo» a mantener sólo una relación irónica con el mundo y su inteligibilidad» (ibíd.: 36).

En una argumentación paralela, Eagleton observa, en su re-visión de Bhabha, que, como muchos posmodernistas, Bhabha se sitúa en contra, en principio, de las oposiciones binarias fijas, como la oposición entre colonia y metrópolis, o a toda versión

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de «nosotros o ellos». Sin embargo, Eagleton arguye que el pro-pio análisis de Bhabha sigue estando atrapado, en última ins-tancia, en esas mismas oposiciones:

Por un lado, tenemos un conjunto de términos positivos no califi-cados: lo marginal, lo ambivalente, lo transicional y lo indeter-minado. Contra éstos, hay un conjunto de nociones oscuramente demonizadas: unidad, rigidez, progreso, consenso, individualidad estable. Como la mayoría de los escritores posmodernos, Bhabha romantiza lo marginal y lo transgresivo, y casi no puede hallar ningún valor en la unidad, la coherencia y el consenso (Eagleton, 1994).

Por lo que respecta a Eagleton, lo importante es que el aná-lisis de Bhabha sigue estando apegado a las ortodoxias prede-cibles y repetitivas del «lenguaje de la diferencia cultural» que exhibe una ortodoxia en cada frase tan tenaz como la que se propone criticar. Como sostiene Eagleton, «el pensamiento pos-colonial también tiene sus exclusiones rigurosas, su canon, sus palabras clave obligatorias, y dentro de éste cada cual «está au-torizado a hablar de las diferencias culturales, pero no - o no mucho- sobre la explotación económica» (ibíd.).

La propia crítica que Ahmad formula de las ideas posmo-dernistas de Bhabha en su trabajo anterior Nation and Narra-tion (Bhabha, 1990) se basa, en parte, en la simple pero elocuen-te observación de que el propio Bhabha vive en esas «condiciones materiales de la pos modernidad que preserva los beneficios de la modernidad como la base desde donde pueden formularse los juicios sobre el pasado - y lo pos-». En opinión de Ahmad, «un t ipo de intelectual muy moderno, muy opulento, es el que desa-credita tanto la idea de "progreso" [. . .] por no hablar de la "modernidad" misma, como meras "racionalizaciones" de ten-dencias "autoritarias" dentro de las culturas» (1994: 68). Lo que quiere subrayar es que, por contraste, «los que viven [...] en lugares donde la mayoría de la población no tiene acceso a [...] [los] beneficios de la modernidad [.. .] difícilmente pueden per-mitirse el lujo [literalmente] de los términos de ese pensamien-to» (ibíd.: 68-69).

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A Ahmad le interesa la «sociología del conocimiento» de la teoría poscolonial misma, a la que provocativamente caracteri-za como «un fenómeno de la clase alta emigrada, enemistada con su propio origen de clase y su ubicación metropolitana» (1994: 210), la que, en su opinión, tiende a la sobredramatiza-ción del «destino de exilio», que a menudo subrepresenta «la preferencia personal como el destino ordenado por la repre-sión» (ibíd.: 209). Uno de los peligros en los que se concentra A h m a d se refiere a la medida en que, tal como él dice, «Oriente, renacido y muy expandido ahora como un "Tercer M u n d o " , [. . .] parece haberse transformado, para muchos teóricos pos-modernos, en una carrera, incluso para el "or ienta l " , y dentro de "Occidente" también» (ibíd.: 94, el subrayado es del origi-nal ; véase también Chow, 1993: 15). Aunque estos descendien-tes de los «subalternistas» maoístas estadounidenses rápida-mente señalarán la explotación de «The East is a Career», de Benjamín Disraeli, siguen sin ver su propia explotación, cuando hacen del «Oriente» su carrera.

Sin embargo, más allá de estas críticas polémicas y tal vez i n -necesariamente personalizadas, A h m a d tiene una preocupación m u y seria. N o es la simple falta de sinceridad de la clase alta lo que preocupa a A h m a d , cuando esos escritores se concentran exclusivamente en su condición de exiliados y reniegan de sus propios orígenes de clase personales. Lo que le preocupa es el efecto de esa negación, que distorsiona el trabajo analítico pos-terior, del cual el tema de la diferencia de clases luego tiende a ser evacuado, lo que - e n v e r d a d - no sorprende. De modo que A h m a d es muy ácido acerca de l o que describe como «el tema de la migración de la clase alta, posmoderna», donde

el inmigrante en cuestión procede de una nación que está subor-dinada en el sistema imperialista de las relaciones interestatales pero, simultáneamente, de la clase [...] que es dominante dentro de e a nación, [...] [lo que permite] que el inmigrante llegue al país metropolitano para sumarse al [...] estrato profesional medio [...] [y] fY5r)e [...] una retórica que sumerge la cuestión de clase y habla de la Migración como de una condición ontológica (1994: 12-13).

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Volvemos, una vez más, a la cuestión de la razón, la alteri-dad y el Otro , y a la cuestión crucial de si la diferencia debe es-cribirse (implícita o explícitamente) con una d minúscula o ma-yúscula, porque la supresión de la diferencia de clase interna es, en opinión de Ahmad, el correlato de las teorías maniqueas de la alteridad. Lo que subraya Ahmad es que, con demasiada fre-cuencia en la teoría cultural contemporánea, «el conjunto del "Tercer M u n d o " , con todas sus clases singularizadas en una oposicionalidad», es idealizado como «el sitio de, simultánea-mente, la alteridad y la autenticidad» (ibíd.: 33). Por lo tanto, se-ñala que las ideas de «nacionalismo cultural» con frecuencia resuenan en conceptos de una tradición autónoma/indígena «auténtica», y que, en muchos análisis de ese t ipo, el par tradi-ción/modernidad de los primeros teóricos de la «modernización» (véase Lerner, 1964) simplemente se invierte, en una dirección indigenista, de tal modo que luego se sostiene que la tradición es superior a la modernidad, para el Tercer M u n d o , y pueden de-fenderse las posiciones más oscurantistas en nombre del nacio-nalismo cultural.

Ahmad está preocupado, esencialmente, por negar que el nacionalismo sea «algo unitario, siempre progresista o siempre retrógrado» (1994: 11). Sus críticas apuntan, ante todo, a lo que describe como «la manera patentemente posmodernista de desa-creditar todos los esfuerzos de hablar de orígenes, colectividades [...] [o] de determinar proyectos históricos». Ve que esta ten-dencia tiene la consecuencia perniciosa de hacer que los críticos operen a partir de esas premisas incapaces de distinguir «entre las formas progresistas y retrógradas del nacionalismo», de tal modo que «lo que se desacredita es, más bien, el nacionalismo como tal» (ibíd.: 38). Esto es algo que Ahmad condena, precisa-mente por el hecho de que, por lo que a él respecta, como las «colectividades humanas que se hallan en el patio trasero del ca-pital , [ . . .] todas las relaciones con el imperialismo pasan a tra-vés de sus propios Estados-nación», la lucha nacional sigue sien-do crucial, puesto que, «simplemente, no hay manera de romper con ese dominio imperial sin luchar por [...] una reestructura-ción revolucionaria del propio Estado-nación» (1994: 11). A h -mad está más preocupado por evitar lo que describe como «ac-

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titudes monolíticas hacia el tema del nacionalismo» (ibíd.: 91), así éstas sean de celebración incondicional o de total desdén: su propio interés está en un análisis coyuntural de las funciones d i -ferenciales del nacionalismo, en varias circunstancias históricas (véase Mattelart , 1979).

Brennan (1989) ofrece un análisis paralelo al de Ahmad al respecto, tomando el argumento de Gramsci de que la coloniza-ción no es simplemente un asunto internacional, sino también interno. En este sentido, apoya el argumento de Mattelart , se-gún el cual

el imperialismo sólo puede actuar cuando es una parte integrante del movimiento de las propias fuerzas sociales de un país. En otras palabras, las fuerzas externas sólo pueden aparecer y ejercer sus actividades perjudiciales en cada nación a través de la mediación de fuerzas internas. [...] Por lo tanto, plantear el problema del im-perialismo también significa plantear el problema de las clases que actúan como enlaces en esas diferentes naciones (Mattelart, 1979: 58-59).

Precisamente por esa razón, como observa Brennan, Grams-ci sostuvo que la «situación internacional debe ser considerada en su aspecto nacional» (citado en Brennan, 1989: 13).

Retomaré la cuestión del nacionalismo o de su resurgimien-to como un rasgo preocupante de nuestros tiempos posmoder-nos en la sección final de este capítulo. Sostendré allí que lo que podemos ver, en el futuro de EurAm, se parece, por lo menos, no tanto a la «cultura posmoderna de la diversión» (Mestrovic, 1994), sino a algo más oscuro, asociado a las «épocas oscuras» de Europa. Sin embargo, antes de postular que el f u t u r o de E u r A m puede ser un retroceso, quisiera volver a algunas de las implicaciones de hacer una referencia cruzada a las perspectivas temporal y espacial que esbocé al comienzo de m i argumenta-ción. He observado, en relación con el reciente «pánico de Ja-pón» en Occidente, que en el futuro la modernidad (o tal vez la posmodernidad) quizá pueda ubicarse más en el Pacífico que en el Atlántico: una perspectiva que socava fundamentalmente la ecuación durante largo tiempo establecida de Occidente con la

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modernidad, el progreso y las llaves del mundo del futuro. Aho-ra deseo analizar la medida en que, vista desde la larga duración del desarrollo histórico, la asociación de Occidente con (y la do-minación sobre la definición de) la modernidad (en tanto está constituida por la razón, la ciencia y el progreso), no es más que, precisamente, un fenómeno histórico (de una relativa larga du-ración) en la medida en que puede considerarse que, hasta el si-glo XV aproximadamente, Occidente quedó detrás de Oriente en muchos aspectos. Para decirlo más claramente: la asociación en-tre Occidente y la modernidad debe verse como radicalmente contingente, en términos históricos. Si no hay una relación ne-cesaria entre esos términos, entonces oponer uno de ellos no i m -plica necesariamente oponer el otro.

D e l t e c n o o r i e n t a l i s m o a l p r o t o m o d e r n i s m o o r i e n t a l

Por supuesto, hoy en día se considera que un posmodernismo total trasciende los penosos trabajos de la modernidad misma. La principal carga del trabajo de historiadores como Wol f (1982) y Wallerstein (1974) es descolocar el narcisismo de la perspectiva tradicional, con su énfasis excesivo en la narrativa interna, autogenerada por Occidente, y reubicarlo dentro del contexto más amplio de la historia mundial (véase también A m i n , 1989). El punto central de ese argumento es que debemos alejarnos, finalmente, tanto de ese énfasis en el excepcionalis-mo euroamericano como de su sombra -«etnohistoria»-, que, como observa Wolf , tal vez «ha sido llamada a separarla de la historia " rea l " , del estudio de lo supuestamente civilizado» (Wolf, 1982: 19). En realidad, como dice Wolf , «cuanta más et-nohistoria conozcamos, más claramente surgirá " s u " historia y "nuestra" historia como parte de la misma historia». Como afirma, en una formulación similar a la de Appiah (1993), «pue-de no haber una "historia negra" aparte de una "historia blan-ca" y, por supuesto, viceversa» (véase también Davis, 1992).

En realidad, dentro del campo ahora muy desacreditado del «orientalismo», numerosos autores, como Hourani (1992) y Hodgson (1993), ofrecen miradas similares a las de Wolf y Wa-

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llerstein. Por ejemplo, a Hodgson (1974: xvii) debemos la ca-racterización de la tradicional proyección «Mercator» del mapa del mundo centrada en Europa (que, por ende, sistemáticamen-te distorsiona nuestra imagen del hemisferio sur), como lo que él llamó la «proyección J im Crow». El proyecto de Hodgson, como observa Burke, en su «Introducción» al l ibro de H o d g -son Rethinking World History (1993), era precisamente «reu-bicar la historia de Occidente en un contexto global, y en el proceso descolgarla de las teleologías eurocéntricas (o lo que po-dríamos llamar posFoucault, el principal discurso europeo sobre sí mismo)» (en Hodgson, 1993: x i i ) . El problema es cómo pensar la modernidad, no tanto como específicamente o necesariamen-te europea (contra el análisis de Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 1958), sino sólo contingentemente. A Hodgson le preocupa evitar, según la formulación de Burke, el t ipo de «occidentalismo» que nos da «la historia de Occidente como la historia de la libertad y la racionalidad [. . .] [y] la histo-ria de Oriente (elija un Oriente, el que sea) como la historia del despotismo y el estancamiento cultural» (Burke, en Hodgson, 1993: xv) . En el análisis de Hodgson, el islam era, durante largo tiempo, el Otro mucho más rico y exitoso contra el que Occi-dente se definía, y la Europa occidental no alcanzaba el nivel cultural de las principales civilizaciones orientales sino en 1500 aproximadamente. Así, Burke observa (véase también Wolf , 1982) que la descripción convencional de la modernidad, como «una curva ascendente que va desde la antigua Grecia hasta el Renacimiento, a los tiempos modernos», no era sino una ilusión óptica (1993: x i x ) . En realidad, Hodgson sostiene que, para la mayor parte de la historia registrada, Europa era un puesto de avanzada insignificante del continente asiático. A decir verdad, este argumento postula que, si la historia de la «civilización» debe tener u n «centro», desde un punto de vista histórico, ese centro está en Asia. Además, como Burke señala en relación con la cuestión de la modernidad, para Hodgson,

el Renacimiento no inauguró la modernidad, sino que llevó a Eu-ropa al nivel cultural de las otras civilizaciones importantes del Oikoumene («el mundo de la agricultura establecida, las ciudades

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y la alta cultura», Hourani, 1992: 3). Y lo hizo [...] asimilando los avances de otras civilizaciones asiáticas. La lista de inventos que se desarrollaron en otros lugares y que luego se difundieron en Europa es muy larga (Burke, en Hodgson, 1993: xix).

En verdad es una lista muy larga que, además, tiene varias consecuencias, dada la centralidad de las ideas del avance tec-nológico para nuestra concepción del «progreso», la «civiliza-ción» y la «modernidad», y la suposición generalizada de que la tecnología es, en gran parte, una (si no la) esfera clave de la su-perioridad occidental (pero véase también el argumento que exponemos más adelante sobre el significado del reciente «repo-sicionamiento» de Japón como el sitio clave del avance tecnológi-co actual).

Claxton observa que el filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626) seleccionó tres innovaciones - e l papel y la imprenta, la pólvora y la brújula magnética- que tuvieron una incidencia mucho mayor que cualquier otro invento en la transformación del mundo. Claxton observa que Bacon consideraba que el o r i -gen de esos inventos era «oscuro» y murió sin saber que, en rea-l idad, todos procedían de China (Claxton, 1994: 27). La idea central es, evidentemente, que el Renacimiento europeo, lejos de haberse generado a sí mismo, se inspiró en gran medida en las culturas árabes, sobre todo porque el redescubrimiento euro-peo del conocimiento griego clásico en el Renacimiento se basó en traducciones árabes, que fueron, a lo largo de las «épocas oscuras de Europa», su principal fuente (véase Brown, 1991, sobre el papel del Imperio bizantino al respecto). La reconquis-ta de Toledo por la España cristiana (en 1085) y de Córdoba (en 1236), dos importantes centros musulmanes de aprendiza-je, dieron acceso a la Europa cristiana al conocimiento científi-co musulmán y al sistema arábigo de numeración. Así, sostiene Claxton, lejos de ser inherentemente occidentales, «lo que lla-mamos ciencias surge como resultado de nuevos métodos de experimentación, observación y medición, que fueron in t rodu-cidos en Europa por los árabes; [ . . .] la ciencia [moderna] es la contribución más importante hecha por las civilizaciones islá-micas» (Claxton, 1994: 18).

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Claxton cita el texto de Singer, History of Technology, a f in de postular que «por la imitación y, finalmente, el perfecciona-miento de las técnicas y los modelos que habían llegado desde o a través del Próximo Oriente, los productos de Occidente co-braron predominancia» (citado en Claxton, 1994: 18). A nues-tros fines, uno de los puntos más interesantes para destacar es que, si se acepta ese argumento, la relación de la ciencia y la tec-nología europea con la musulmana en el primer período moder-no (en el que la inferioridad occidental pasó a transformarse en superioridad, primero a través de la imitación y después a través del perfeccionamiento de los modelos copiados) puede verse en estrecho paralelismo con la relación de las tecnologías japonesas con las euroamericanas de finales del siglo XX, en que los «imi-tadores» originalmente inferiores superan a los «maestros» (véa-se también M o r i t a , 1986, para una historia pormenorizada de esta «transformación», en el caso de Sony).

Si el futuro ha de ser tecnológico y Oriente está colonizan-do rápidamente el sector de la alta tecnología (por ejemplo Sin-gapur como la primera ciudad-Estado posmoderna «totalmen-te conectada»), entonces el futuro también será oriental . ¿Y qué hay del futuro de EurAm? Como se ha dicho en inconta-bles ocasiones, en los años recientes, Estados Unidos ha repen-sado fundamentalmente su tradicional orientación «atlántica». Hemos visto el surgimiento de una relación conflictiva entre Estados Unidos y la Comunidad Europea en su conjunto (vé-anse los conflictos entre Estados Unidos y Francia en la última ronda de negociaciones del G A T T y la naturaleza «rechinante» de las contorsiones de la alianza euroamericana a lo largo de la crisis en Bosnia). Ahora , Estados Unidos muestra más signos de ver su propio fu turo económico centrado en los acuerdos comerciales con el Pacífico, y no con el Atlántico. Tal vez el anuncio del presidente Roosevelt del inicio de la «era del Pací-f ico», hecho originalmente en 1903, finalmente se haga reali-dad: «La era del Mediterráneo murió con el descubrimiento de América; ahora, la era del Atlántico está en el punto más alto de su desarrollo y pronto agotará los recursos a su disposición; la era del Pacífico, destinada a ser la mayor de todas, sólo está en sus comienzos» (citado en Knightley, 1991). Si ése es el

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caso, a pesar de los orígenes parisinos de gran parte de la teo-ría posmoderna, ¿cuáles son las perspectivas para Europa en la era de la posmodernidad?

P o s m o d e r n i d a d e n E u r A m : ¿ e l r e g r e so de las « é p o c a s o s c u r a s » ?

El historiador francés Ala in Mine sostiene que el futuro de Europa ofrece algo bastante similar a la experiencia de la «Edad Media» europea. En su opinión, estamos retrocediendo, con el colapso actual del Estado-nación, hacia una situación de un «desorden duradero, semiestablecido, que se alimenta de sí mis-mo» (Mine, 1994). Esta opinión es respaldada por el historiador británico N o r m a n Stone, quien análogamente postula que pode-mos estar dirigiéndonos hacia una situación comparable a la de Inglaterra durante la «Guerra de las Rosas» del siglo XV, don-de la forma dominante de socialidad no era tanto el nacionalis-mo como el tribalismo (Stone, 1994; véase también Maffesoli , 1994). Stone ofrece, además, una analogía entre el estado actual de la Comisión Europea y el del papado del siglo XV, en tanto «órgano soberano sombrío sin demasiado poder que es el pr in -cipal hacedor de la ley, cuando, en realidad, hay zonas enormes fuera de la ley» (Stone, 1994), pues el Estado-nación se desinte-gra, desde arriba y desde abajo.

M i n e opina de modo similar, cuando sostiene que ahora es-tamos más allá de la pesadilla foucaultiana del «ojo del Estado que todo lo ve» o del «largo brazo de la ley». La emergencia de «zonas grises», que son, efectivamente, zonas impenetrables para los organismos de control social, lugares donde ya no existen los poderes legislativos, se asemeja a la experiencia de la Edad Me-dia, en su opinión. Como dice, tal vez de manera bastante melo-dramática, «cuando hoy en día uno ingresa en un suburbio " d i -fícil" de París (o de Birmingham, podría decirse), ya no hay mantenimiento del orden social, no hay policías n i trabajadores sociales, la única forma de organización social deriva de la eco-nomía de la droga. Son, claro está, áreas pequeñas, pero no exis-tían hace cinco años» (Mine, 1994). Muchas ciudades nortea-

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mericanas tal vez sigan estando un poco delante de Europa en este aspecto.

Lo importante es que, durante tres siglos, en Europa el Esta-do existió para crear orden; hoy estamos viendo áreas que se de-sarrollan sin ningún tipo de orden o de poder estatal. La opinión de Mine al respecto también es respaldada por la de Stone:

El mandato del Estado central, que se ha desarrollado en Europa desde la época del absolutismo en el siglo xvi , ha dejado ahora de regir en partes de muchos países. [...] Se pueden ver enormes blo-ques de contrucciones, por ejemplo, en muchas ciudades europe-as, que en realidad son manejadas por señores de la droga. En esas áreas, hay que entenderse simplemente con el señor de la droga lo-cal [...] y, en ese sentido, estamos nuevamente en algo parecido a la experiencia de la Edad Media (Stone, 1994).

Tanto Enzensberger (1994) como Mestrovic (1994) también han efectuado análisis de las tendencias hacia la desintegración social que preocupan a Mine y Stone. Enzensberger ofrece un análisis convincente de las maneras en que el término de la Gue-rra Fría ha generado, en realidad, una nueva era de grandes nú-meros de «guerras civiles» incontrolables, grandes y pequeñas. Análogamente, Ignatieff (1994) sostiene que, en la época poste-r ior a la Guerra Fría, cuando amplios sectores del mundo ya no pertenecían a una esfera claramente definida de influencia impe-r ia l , o de los grandes poderes, «grandes sectores de la población mundial han obtenido el derecho a la autodeterminación en las condiciones más crueles: se los ha librado, simplemente, a su propia suerte» (Ignatieff, 1994: 8).

Tanto Enzensberger como Ignatieff sostienen que podemos estar dirigiéndonos hacia algo desagradablemente similar a la «guerra de todos contra todos» hobbesiana. En esa situación, los conflictos tienden a subdividir perpetuamente a quienes an-tes habían logrado vivir de forma pacífica como vecinos (bajo un sistema que Ignatieff llama un «nacionalismo cívico»), y a convertirlos en enemigos (dentro del «nacionalismo étnico»). A mediados de la década de 1990, Enzensberger pone el ejemplo de la guerra civil en Afganistán, y sostiene que,

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mientras el país estaba ocupado por las tropas soviéticas, la situa-ción invitaba a que se la interpretara con los parámetros de la Guerra Fría: Moscú apoyaba a sus sucedáneos, Occidente, a los muyaidines. En apariencia, se trataba de la liberación nacional, la resistencia a los extranjeros, los opresores, los no creyentes. Pero, apenas los ocupantes fueron desalojados, se desató una verdadera guerra civil. No quedó nada del armazón ideológico. [...] la gue-rra de todos contra todos tomó su curso, [...] lo que queda es la revuelta armada (1994: 17).

Las imágenes recientes de los conflictos en Somalia y en Ruanda parecerían, lamentablemente, confirmar muchos de los tristes pronósticos de Enzensberger.

En ese sentido, precisamente, en su análisis de los conflictos en la ex Yugoslavia, Ignatieff sostiene que «el nacionalismo ét-nico ha devuelto a las personas comunes de los Balcanes al esta-do prepolítico donde, como predecía Hobbes, la vida es horren-da, salvaje y corta» (1994: 30). Mestrovic (1994) ofrece, como indica su subtítulo, un análisis perturbador de la «confluencia del posmodernismo y el poscomunismo» en Europa del Este. Define la «balcanización» como un proceso de «ruptura de una unidad en unidades cada vez más pequeñas, que son hostiles en-tre sí», pero inmediatamente añade, para que no se malinterpre-te su énfasis, que «no hay razón para entender la balcanización literalmente, como algo que debe aplicarse sólo a los Balcanes» (ibíd.: i x ) . Mestrovic observa que el término «balcanización» fue inventado, por supuesto, «para denotar a esas personas de los Balcanes que parecen masacrarse entre sí», por oposición a los «americanos, franceses y británicos civilizados» (ibíd.: v i i i , la cursiva es del original) . Sin embargo, su propio análisis lo lleva a concluir que no se trata de que exista alguna tendencia especial hacia la sangre y el odio por parte de las personas que habitan en esa región geográfica en particular (lo que equivaldría, como observa Ignatieff (1994: 15), «a buscar excusas para nosotros, [. . .] [relegando] los Balcanes a una zona subracional de fana-tismo intratable»). En cambio, en opinión de Mestrovic, el con-fl icto en la ex Yugoslavia presagia el comienzo de un proceso más amplio de fragmentación o «balcanización» de la ex Unión

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Soviética y, potencialmente, de muchas partes de Europa. Ya no es posible pensar, como observa Mestrovic, «la cultura posmo-derna del entretenimiento» en oposición a las «oscuras realida-des del poscomunismo» (1994: 1).

El relato de vida de Ignatieff (1994) en la ex Yugoslavia co-rresponde bien, lamentablemente, a lo que, a primera vista, pa-recerían ser las opiniones excesivamente pesimistas de M i n e y Stone (citados más arriba). Así, por ejemplo, Ignatieff observa que, en los Balcanes, lo que había sido una de las partes más ci-vilizadas de Europa (sobre todo por lo que respecta al mult icul -turalismo, véase Andric , 1993, para un relato novelístico) ahora ha vuelto a la barbarie de la Edad Media, donde

la ley y el orden, cuando existen, son administrados por los seño-res de la guerra. Hay poco combustible, por lo tanto las aldeas han vuelto a la época anterior al automóvil. Todo el mundo cami-na. [...] El nacionalismo del siglo xx ha devuelto una parte de Eu-ropa al tiempo anterior al Estado-nación, al caos de la guerra ci-vil de la época feudal (1994: 34).

En realidad, la propia experiencia de Ignatieff parecería con-f irmar las especulaciones de M i n e y Stone sobre el retorno de las figuras, los papeles y las instituciones medievales. Entonces, observa que

amplios sectores de la ex Yugoslavia ahora están regidos por figu-ras que no se veían en Europa desde los tiempos medievales: los señores de la guerra. Aparecen donde un Estado-nación se desin-tegra: [...] en Líbano, Somalia, el norte de la India, Armenia, Ge-orgia, Osetia, Camboya. [...] Con sus teléfonos, faxes y sofistica-das armas personales, parecen posmodernos, pero la realidad es totalmente medieval (1994: 28).

Lo particular del análisis de Ignatieff es que, más allá de esas observaciones descriptivas o generalizadas, también ofrece un panorama de las causas que dirigen el proceso de «balcaniza-ción» y el odio étnico, y analiza ese «paso hacia el odio», no como una expresión de cierta tendencia humana que lleva a aborrecer o rechazar la «otredad», n i como una aberración irra-

EUrAITI, MODERNIDAD, RAZÓN Y ALTERIDAD: ¿DESPUÉS DE OCCIDENTE? / 57

cional. Para Ignatieff, lo que hay es la respuesta muy compren-sible de personas temerosas del colapso del orden social que antes había sido sostenido, aunque parcialmente, por el Estado-nación. La situación tal vez no sea demasiado diferente de la que durante largo tiempo afrontaron muchos jóvenes negros en los guetos de Los Ángeles, para quienes, por lo general, no se trata de elegir los colores de los Cripps porque odian a los Bloods (o viceversa), sino más bien de que es demasiado peligroso no tener aliados en una «zona de guerra» y, por ende, verse obligados a elegir los márgenes. Para cualquier individuo ésta es, obviamen-te, una estrategia defensiva regida por el miedo. Sin embargo, como observó Durkheim (1964), los procesos sociales operan detrás de los individuos, y el efecto general, aunque no sea i n -tencional, de esa formación de lealtades defensivas es, por su-puesto, reforzar la necesidad de que los demás hagan lo mismo. Entonces el círculo vicioso comienza a autosostenerse.

En la situación de los Balcanes, Ignatieff sostiene que lo que ahora vemos como «odio étnico» es, en gran medida, el resulta-do del «terror que surge cuando se desintegra la autoridad legí-tima» (1994: 16). En su opinión, lo que pasó fue que, «en el te-mor y el pánico que barrió las ruinas de los Estados comunistas, la gente comenzó a preguntarse: ¿ahora, quién me protegerá?» (1994: 6). En su análisis, el «nacionalismo» y la «pertenencia ét-nica» se consideran persuasivos precisamente porque ofrecen «protección». Como dice Ignatieff:

El señor de la guerra ofrece protección, [...] una solución. Dice a la gente: si no podemos confiar en nuestros vecinos, deshagámo-nos de ellos. [...] La lógica de la limpieza étnica no está motivada por el odio nacionalista. La «limpieza» es la solución fríamente racional del señor de la guerra para la guerra de todos contra to-dos. Desháganse de sus vecinos, dice el señor de la guerra, y ya no tendrán miedo de ellos. Vivan entre ustedes, y vivirán en paz; mis muchachos y yo les daremos protección (1994: 30).

En este aspecto tal vez vemos algunos de los rasgos del lado oscuro de la posmodernidad, donde la alteridad y la heteroge-neidad son menos una causa de celebración que de miedo. Está

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58 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

fuera de discusión que la historia del «proyecto de Modernidad del Iluminismo» (véase Habermas, 1987) está atravesada por el centrismo euroamericano y por los sesgos de clase, género y raza. Sin embargo, si, como he sostenido antes, la relación del proyecto con sus orígenes geohistóricos y sociales es contingen-te, la exposición de esos orígenes y la crítica de esos sesgos inca-pacitantes tal vez debería conducirnos no a abandonar el pro-yecto, sino más bien a intentar perseguirlo de manera más tenaz, en otro lugar, aunque sus días estén contados en EurAm.

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2. M Á S A L L Á DE LA A B S T R A C C I Ó N GLOBAL

LA T E O R Í A REGIONAL Y LA E S P A C I A L I Z A C I Ó N DE LA HISTORIA

La m o d e r n i d a d y O c c i d e n t e : c o l o n i a l i s m o , t i e m p o y c o n t i n g e n c i a

Su llegada [...] no fue una tragedia, como imaginamos, tampoco una bendición, como ellos imaginan. Fue un acto melodramáti-co que, con el paso del tiempo, se convertirá en un [...] mito [ . . . ] . Allí es como aquí, ni mejor ni peor, pero soy de aquí, como la os-cura palmera que está en el patio de nuestra casa y no en otra. ¿El hecho de que vengan a nuestra tierra, no sé por qué, significa que deberíamos envenenar nuestro presente y nuestro futuro? Tarde o temprano se irán de nuestro país, como muchas otras personas, a lo largo de la historia, se han ido de otros países. Los ferrocarri-les, los barcos, los hospitales, las fábricas y las escuelas serán nuestros, y hablaremos su idioma sin sentimientos de culpa ni de gratitud. Volveremos a ser como éramos -gente común-y, si so-mos mentiras, seremos mentiras de nuestra propia creación.1

Según la narrativa tradicional, se considera que la industriali-zación de Europa occidental (y, en primer lugar, de Inglaterra) mar-ca el comienzo de la modernidad. En esa historia, todos los acon-tecimientos clave que se toman para simbolizar la modernidad se adscriben a una zona cartográfica imaginada llamada «Occiden-te». 2 Esa ecuación geopolítica de la modernidad con Occidente sin duda tiene consecuencias profundas para nuestra interpretación de lo que es la «historia» (así como de dónde está la historia). A l re-cordar su propia experiencia de cuando se le enseñaba historia en la escuela, el músico británico-asiático N i t i n Sawhney se enfurece con el recuerdo de cómo la perspectiva básica eurocéntrica siempre era dominante: «No me digan [...] [que eso es] la historia, [...] es una historia de algunas partes del mundo que ustedes consideran

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más importante que otras». Como dice, en el mejor de los casos, «cuando se enseña historia africana, se enseña desde el punto de vista de la esclavitud, o si se enseña historia de la India, se enseña desde el punto de vista del colonialismo».3

El problema fundamental con el imaginario cartográfico en el que se basa la teoría de la modernización es que Occidente no sólo se concibe como una forma particular de modernidad, sino como un modelo universal para la humanidad. Además, como observa N a o k i Sakai, el esquema que postula se organiza «jerárquicamente en Occidente y el Resto, la modernidad y sus Otros, los blancos y los colonizados». 4 Esta cartografía es, por supuesto, no sólo espacial, sino también temporal y, específica-mente, historicista. Por lo tanto, la noción convencional de mo-dernidad está basada, como observa Dipesh Chakrabarty, en el mismo historicismo que permitió a M a r x sostener que «el país que está más desarrollado industrialmente sólo muestra a los de-más, a los menos desarrollados, la imagen de su propio futuro». 5

Esta visión historicista plantea el tiempo («primero en Europa, luego en otras partes») como una medida de la distancia cultu-ral que se supone que existe entre Occidente y el Resto. Como sostiene Chakrabarty, «la idea europea moderna de historia [...] provino de pueblos no europeos [.. .] como la manera europea de decir "todavía n o " a otra persona, [. . .] una recomendación al colonizado de que espere», frente a «las reivindicaciones demo-cráticas anticolonialistas por la autoconducción [que] insisten con vehemencia en el "ahora" como el horizonte temporal de ac-ción». Sin embargo, como sabemos, en la actualidad, y fuera de «la sala de espera del historicismo», como dice Chakrabarty, «el tiempo de la modernidad nunca es unitario [.. .] [porque] la mo-dernidad siempre aparece en múltiples historias».6

El otro problema es que este esquema, al reducir la catego-ría de Occidente a la condición de un sitio geográfico unitario, descuida todas las formas de heterogeneidad que siempre han existido - y siguen existiendo- en Occidente. Por lo demás, no deja espacio para ninguna idea respecto a que podría haber una mult ipl ic idad de modernidades, algunas de ellas de origen no occidental: que el Resto podría ser capaz de generar sus propias formas de modernidad. Reconocer esta última posibilidad tam-

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bien significa reconocer que la modernidad no tiene un vínculo necesario con una raza, una etnia, una nacionalidad o una ubi-cación temporal en particular. Así, Sakai sostiene que debemos reconocer que

lo que alguna vez pareció exclusivamente europeo ya no pertene-ce al mundo euroamericano, y cada vez hay más instancias en las que los loci no euroamericanos son más «occidentales» que algu-nos aspectos de la vida norteamericana y europea. Esta diversi-ficación de Occidente nos permite descubrir algo fundamental-mente «asiático» y «africano» en las personas que se forman a sí mismas como «occidentales» [y viceversa] y concebir relaciones entre personas en muchos lugares [...] y en un orden distinto de la jerarquía por la raza del mundo eurocéntrico.7

Retomaré estas cuestiones más adelante, pero antes es nece-sario abordar la ecuación de la modernidad con la seculariza-ción.

M o d e r n i d a d , f e y s e c u l a r i z a c i ó n

La desecularizació n de Occidente

En el esquema convencional, se supone que la religión decae-rá automáticamente cuando la sociedad se vuelva más depen-diente de la ciencia. El problema es que, empíricamente, las co-sas no responden a esas expectativas. Si, como resultado de la derrota formal de la religión en lo que Goran Therborn llama «la guerra civil europea de la modernidad», Europa sigue sien-do la parte del mundo más secularizada (donde sólo un 2 0 % de 'os ciudadanos se describe como «religioso»), en otras partes -desde Estados Unidos hasta Japón y el sur de As ia - la religión es mucho más activa y es una parte viva y vibrante de la moder-nidad. En realidad, el resurgimiento de la religión -la revanche de Dieu, como dice Gilíes Kapel, o la «desecularización del mundo», para George Weigel- es una de las principales tenden-cias de la vida social contemporánea en todo el mundo.

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Esto se debe, en parte, a la pertinencia continua de las histo-rias antiguas. Uno estaría tentado de señalar las muchas formas «secularizadas a medias» en que los resabios de las tradiciones cristianas siguen apareciendo en las instituciones públicas y los rituales de las sociedades occidentales.9 Sin embargo, las historias más recientes también son instructivas al respecto. Si uno de los acontecimientos más influyentes del siglo XX fue el colapso de la Unión Soviética y de su imperio, debemos destacar el papel cru-cial que en ese proceso tuvo la religión - y , sobre todo, el catoli-cismo, representado por el polaco Karol Wojtyla , el papa Juan Pablo I I - . Como ha dicho sucintamente Timothy Garton Ash, «sin el Papa polaco, no hubiese habido revolución de Solidari-dad en Polonia en 1980; sin Solidaridad, no se hubiese produci-do un cambio drástico en la política soviética hacia Europa del Este bajo Gorbachov; sin ese cambio, no se hubiesen producido las "Revoluciones de Terciopelo" en 1 9 8 9 » . 1 0 A la luz de esas consideraciones, John Gray sostuvo que debemos reconocer que la fe religiosa está floreciendo en el mundo contemporáneo, mientras que las «fes seculares» de la Ilustración están en re-troceso, de modo que «vivimos en una época postsecular. La religión vuelve a ser un pivote en la guerra y la política, y ahora el sueño humanista de un mundo sin Dios se acerca más a una fantasía».

Además, está en juego una importante cuestión filosófica en todos estos análisis acerca del significado preciso de términos como «secularización» y «ateísmo». Como dice Gray, «como sabemos, el ateísmo es un producto derivado del cristianismo. N o es una postura universal, sino más bien una versión negati-va del monoteísmo occidental y puede tener poco interés para una persona cuyos horizontes van más allá de esa tradición». Por otra parte, así como el ateísmo depende del cristianismo, las ideologías modernas de la emancipación humana, como el co-munismo y el neoliberalismo, se pueden ver como «los hijos ile-gítimos de la promesa cristiana de la salvación universal».1 1 Si el ateísmo es una forma cultural específicamente poscristiana, en-tonces se plantea la cuestión de si puede decirse lo mismo del se-cularismo. Así, Ziauddin Sardar sostiene que podría haber for-mas alternativas al secularismo musulmán, que serían bastante

A S ALLÁ DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 67

diferentes de sus homologas europeas poscristianas; no serían formas contrarias a una religión (específica), sino más bien res-petuosas de todos los sistemas de creencias, sean religiosos o seculares, como sugiere I f t ikar M a l i k . A l f inal de ese camino f i -losófico, como señala Sardar, se encuentra la posición del aca-démico musulmán A l Ghazali, muy desafiante (para los occiden-tales), quien duda de la «igualdad de oportunidades»: incluso de manera arrogante, sostiene la duda filosófica no sólo en relación con alguna variedad en particular de la fe religiosa, sino tam-bién en relación con la razón instrumental misma. 1 2

Fe y política: campesinos indios y fundamentalistas norteame-ricanos

El caso de la política india es muy ilustrativo en este sentido. Sobre la base de la ecuación convencional de la modernidad con la secularización de la sociedad, como sostiene Ranajit Guha, muchos historiadores occidentales (como Eric Hobsbawn) han desestimado las acciones campesinas indias como «prepolíti-cas», en la medida en que no exhiben las características secu-lares propias de la racionalidad moderna. En cambio, Dipesh Chakrabarty observa que con frecuencia estaban organizadas en torno a varios ejes particularistas (de casta, parentesco y reli-gión) y consideraban a «dioses, espíritus y agentes sobrenatu-rales como actores a la par de los humanos». 1 3 Sin embargo, el argumento de Guha es que esas acciones campesinas, que movi -lizaron a los dioses y los espíritus dentro del ámbito de lo políti-co, no deberían desestimarse como meros resabios anacrónicos de la tradición en el mundo moderno. Debemos reconocer, en cambio, que, si bien sus acciones «llevaron la categoría de lo po-lítico más allá de los límites que le asigna el pensamiento políti-co europeo» y no siguieron «la lógica de los cálculos racionales seculares» que se consideraban apropiados en esos términos, participaron de todos modos, y de manera muy eficaz, en lo mo-derno. Si bien algunas de sus creencias provienen de los tiempos precoloniales, «de ningún modo eran arcaicas en el sentido de antimodernas». 1 4 Más ambiciosamente, Chakrabarty concluye

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que esa instancia también nos ofrece un modelo general para comprender cómo «lo sobrenatural no secular existe cerca de lo secular y [...] ambos se hallan en lo político». Así, observa que, «mientras el Dios del monoteísmo puede haber recibido algunos golpes - s i no llegó a morir-» en la historia europea del siglo xix del «desencantamiento del mundo», los dioses y otros seres que habitan las prácticas de la superstición nunca murieron en nin-gún lado . 1 5

Sin embargo, el caso ejemplar es el de Estados Unidos. Si la modernidad suele entenderse como secular por definición y como occidental por implicación, y si Estados Unidos es el país más avanzado de Occidente, para mantener el silogismo, Esta-dos Unidos debería ser, evidentemente, secular. N o cabe duda de que el silogismo no se sostiene en absoluto, ya que, como obser-va acertadamente John Gray, en muchos sentidos sigue siendo apropiado seguir a De Tocqueville cuando destaca la intensa re-ligiosidad de la sociedad norteamericana. En realidad, Estados Unidos no sólo tiene el movimiento religioso fundamentalista más poderoso, de lejos, de todos los países avanzados, sino que también tiene, en muchos aspectos, un régimen menos secular que, por ejemplo, el de la Turquía contemporánea, más allá del reciente auge de la política islámica en ese país. 1 6

Como observa Luc Sante en su ensayo sobre Estados U n i -dos como «el país de Dios», «la exacta medida de la certidum-bre religiosa norteamericana no siempre ha sido visible para los observadores externos, y ciertamente no lo es para quienes sólo conocen las ciudadelas de la maldad de las costas este y oeste». A l respecto, Todd Git l in ha sostenido que, para los fines políti-cos actuales, el término «Norteamérica» es, en realidad, un con-cepto muy regionalizado y quiere decir «el Sunbelt (la costa des-de California hasta Florida), la antigua confederación más los Estados de las montañas y las praderas». Como observa, cuan-do esa América desdeña los valores securalizados (y «corrup-tos», para ellos) de Europa, «también se burla del nordeste de América». Para ellos, «Washington D C es un insulto y Nueva York es donde comienza Europa». 1 7 En el centro de la Nortea-mérica republicana, gráficamente representada por las áreas en azul en los mapas electorales de Estados Unidos producidos des-

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pues de la reelección de George W. Bush, «la nación norteameri-cana [...] sigue siendo una fortaleza del moralmente correcto 84% de la población que cree en los milagros [...] y un número igual que cree en la vida después de la muerte [.. .]», mientras que el 4 0 % se describe como que «ha renacido». Este último dato es un indicador de la medida en que la religión fundamen-talista, en particular, ha llegado a dominar los aspectos centrales de la vida norteamericana contemporánea. 1 8 Así, Norteamérica ha sido descrita por Simón Schama como dividida en dos, no ya entre demócratas y republicanos, sino entre una Norteamérica secular en las periferias de la costa, que mira hacia fuera y «se vincula libremente en lo comercial y lo cultural con Asia y Eu-ropa», y una Norteamérica religiosa sin acceso al mar, «con sus raíces profundas de creencias obstinadas enterradas debajo de las pasturas y el maíz», que se encuentran «en iglesias, granjas y barracones; lugares amurallados, cercados y consagrados». Para los seculares, abiertos al mundo, como los describe Schama, la gran conmoción es descubrir que «la Norteamérica religiosa es su modernidad; que, en lugar de atrofiarse ante el avance del blog y el zipdrive, esa Norteamérica es la que impulsa al res to» . 1 9

Lo nuevo en toda esta situación es que la Administración Bush ha llevado los discursos religiosos fundamentalistas de la región central de Estados Unidos (y, sobre todo, del Cercano Oeste) no sólo al centro de la escena política interna - p o r ejem-plo, en la modalidad de iniciativas con financiación federal en apoyo de la virginidad y contra el aborto- , sino también a la es-cena mundial . De modo que Estados Unidos no sólo tiene un procurador general, John Ashcroft, que fue ungido antes de en-trar en funciones y que cree firmemente que la mera existencia de Estados Unidos es la prueba de una voluntad divina en los asuntos del hombre, sino también u n general evangélico cristia-no, W i l l i a m Boykin, con papel de líder en la «guerra contra el terror». El teniente general Boykin se ve a sí mismo como un gue-rrero santo y ha descrito esta guerra como una cruzada religio-sa entre los valores judeocristianos y Satán, librada por el «ejér-cito de Dios». El general describió su certeza de la victoria , en una avanzada mil i tar anterior en Somalia, como respaldada por la creencia de que «sabía que m i Dios era más grande que el de

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ellos. Sabía que m i Dios era un Dios de verdad, y que el de ellos sólo era un ídolo». 2 0 Por otro lado, y de manera igualmente preo-cupante, se dijo que el propio George W. Bush se presentó en sus reuniones preelectorales como el ministro del «Dios verdadero», que representa en última instancia a una mayoría que tal vez sea más teocrática que republicana. Sin duda el partido obtiene gran parte de su dinero de grupos fundamentalistas cristianos, y se ha dicho que algunos organismos eclesiásticos cumplen u n papel crucial en las elecciones, como «el nervio y el músculo del p a r t i -do» . 2 1 En ese contexto, Gray sostiene que «parte de la fuerza para reformar Oriente Medio proviene de la creencia fundamentalis-ta cristiana de que una mayor tensión hará realidad la profecía bíblica de un conflicto catastrófico en la región». En ese sentido, sostiene que «la política exterior estadounidense es fundamen-tal ista». 2 2

Si bien, en el contexto de la política internacional actual, se considera, con cierto sentido común, que el fundamentalismo religioso es un fenómeno «extranjero» (y predominantemente islámico), como observa Benjamín Barber, también es posible identificar rápidamente una versión norteamericana de la jibad, representada por la «mayoría moral» de la derecha cristiana, que llega hasta el centro de la cultura norteamericana contem-poránea a través de los programas televisivos y por la radio que se transmiten en los horarios centrales.2 3 La fuerza de ese senti-miento religioso ampliamente expandido tal vez pueda medirse por la forma del insulto que se propinó al periodista del New York Times, Chris Hedges, cuando estudiantes del Rockford College, en Il l inois, criticaron su discurso de «Commencement», en la ceremonia de graduación, en mayo de 2003. Cuando H e d -ges propuso un comentario crítico de la política exterior esta-dounidense actual, los estudiantes lo interrumpieron para cal i f i -carlo de «extranjero a t e o » . 2 4

Debe recordarse que, si la Ilustración es representada en Eu-ropa como un escape del poder de la religión, para los colonos puritanos que se fueron hacia América el viaje representó, por contra, «un escape hacia la libertad religiosa del Nuevo M u n d o , un escape hacia la fe, y no lejos de la fe», como observó Salman Rushdie. Las continuidades entre los primeros puritanos y los

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políticos de hoy son sorprendentes, en particular porque el ac-tual gobierno de Estados Unidos parece compartir la fe de los pu-ritanos de que e l m u n d o existe para ser conquistado por los cristianos. 2 5 El resurgimiento contemporáneo del fundamenta-lismo protestante en Estados Unidos prosigue una larga línea de estallidos periódicos de fervor religioso, que remite al «Gran Despertar» de los años 1730. La versión actual incita, una vez más, al regreso a los «valores tradicionales de la familia» basa-dos en la observancia de conductas como ir a la iglesia o rezar en la escuela, que permitirían recobrar una «Norteamérica cris-tiana protestante». Por ello, el presidente de la «mayoría mo-ral», Jerry Falwell , ha instado a sus seguidores a «luchar contra las minorías radicales que están tratando de sacar a Dios de nuestros libros de texto y a Cristo de nuestra nación. Nunca de-bemos permitir que nuestros niños olviden que ésta es una na-ción crist iana». 2 6 La ironía de todo esto, como acertadamente observa Z i a u d d i n Sardar, es que, en su fundamentalismo reli-gioso, los neoconservadores cristianos que actualmente dirigen la política, tanto inter ior como exterior, de Estados Unidos tie-nen mucho en común con los «terroristas» islámicos contra los que han declarado la guerra. Así como el islam wahhabista abo-ga por «un retorno a la pureza y a la simple profundidad [...] de las palabras del Corán» , que deben tomarse literalmente, sin ningún espacio para la «interpretación» o la adaptación, en mu-chos Estados norteamericanos se está volviendo al punto en que, por ejemplo, no se permite la enseñanza de la teoría evolutiva en las escuelas porque contradice la «verdad literal», o la «inerran-cia», según la terminología bautista, de la B ib l ia . 2 7

Por supuesto, si queremos evitar la trampa de reificar y esencializar estas formas de fundamentalismo contemporáneo tenemos que reconocer, con John Gray, que son fenómenos modernos y no una suerte de resabio desconcertante de una época anterior . 2 8 H a de verse, en cambio, que estas formas cul-turales emergen c o m o respuesta dialógica a las presiones de la colonización t a n t o interna como externa y al avance de la mo-dernidad. Como Roger Keesing y otros autores han señalado, los movimientos destinados a preservar las formas tradiciona-les o kastom, vistos bajo la amenaza de la modernización, bien

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pueden implicar la reforma idealizada de la tradición en cues-tión, pero sólo se pueden comprender en el contexto del en-cuentro de lo tradicional con lo moderno. Quienes vivieron ple-namente en tradiciones bien establecidas no se pensaron como «tradicionalistas», porque desconocían las alternativas, posi-ción epistemológica que, por supuesto, es imposible sostener en nuestro mundo contemporáneo, saturado por los medios de comunicación. 2 9

Así, Malise Ruthven distingue el fundamentalismo del ám-bito de lo tradicional, que por lo general no tiene conciencia o reflexión de sí. Según Ruthven, el fundamentalismo es «la tradi-ción que se vuelve consciente de sí y, por consiguiente, se vuelve también defensiva»; es, precisamente, una respuesta autocons-ciente a las angustias que generan los desafíos disruptivos de la modernidad. Por lo tanto, en términos generales, el fundamen-talismo se puede definir como «una forma religiosa de ser que se manifiesta en una estrategia por la cual los creyentes angustia-dos intentan preservar su identidad distintiva como personas o como grupo ante la modernidad y la secularización». En ese sen-t ido , el fundamentalismo se debe entender como u n fenómeno esencialmente moderno aunque, por lo general, mire hacia la Edad de Oro , cuyas certidumbres y valores se propone restable-cer. Esto no sólo es cierto para el gobierno talibán en Afganis-tán, que deseaba restaurar la era mítica de la sociedad afgana tr ibal , sino también para el actual fundamentalismo cristiano en Estados Unidos, que desea restaurar una visión romántica de la Norteamérica moralmente correcta y socialmente estable que imaginan que existió entre el f i n de la Segunda Guerra M u n d i a l y la debacle de V i e t n a m . 3 0

Sin embargo, hay una vuelta más, ya que en un sentido los comentarios de De Tocqueville sobre la «religiosidad» de Norte-américa trascienden la cuestión de la religión formal y también implican cuestiones de nacionalidad. Como sostiene Ian Jack al respecto, «el simple hecho de ser norteamericano es, para m u -chos estadounidenses, ser parte de la fe evangélica, patriótica, ser uno de los elegidos, uno de los salvados». Aquí se plantea la cuestión de «la fe del único país del planeta que cree en sí mismo de esta manera, el único país donde la ciudadanía misma es un

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acto de fe» . 3 1 Esta fe en Norteamérica y en su «misión» en el mundo corresponde, naturalmente, al discurso de lo que se sue-le llamar «el excepcionalismo norteamericano». Sin embargo, como señala John Gray, no hay nada «excepcional» en el plano histórico acerca de esa creencia, ya que la convicción actual de los estadounidenses de que su país tiene la «misión» de ser el agente de la civilización universal también fue sostenida por m u -chos poderes imperiales anteriores; en el siglo x i x por los britá-nicos, en el x v i l l por los franceses y en el XVII por los españoles y portugueses.3 2

La m o d e r n i d a d y s u c e n t r o m ó v i l : la f o r m a c i ó n d e las p e r i f e r i a s

Como sabemos, la modernidad no ha tenido, en su historia, un centro constante. Fernand Braudel observa que las diversas «largas duraciones» de la historia están marcadas, precisamen-te, a través del proceso del continuo «recentramiento» de la eco-nomía mundial . De modo que sostiene:

El esplendor, la riqueza y la felicidad de la vida siempre están uni-dos en el centro de la economía mundial, en su núcleo. Allí es donde el sol de la historia brilla con los colores más vividos; allí es donde están los precios y los salarios más altos, los bancos, las industrias rentables, [...] allí está el punto de partida y de llegada, [...] donde está ubicado el comercio exterior. [...] Una moderni-dad económica avanzada se concentra en su núcleo: el viajero la reconoce cuando contempla Venecia en el siglo XV, Ámsterdam en el siglo XVII, Londres en el xvm y Nueva York en la actualidad.3 3

En este mismo sentido, Bonaventura de Souza Santos obser-va que «cada período histórico o tradición cultural selecciona un punto fijo que funciona como el resto de sus mapas actuales, un espacio físico simbólico al que se le puede atribuir una posición privilegiada y desde el cual todos los demás espacios se distr i -buyen de una manera organizada». La «superioridad» - y el po-der- de ese «centro», como observa Nelly Richard, depende de

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si «está dotado de la autoridad suficiente como para calificarlo de dador de sentido». 3 4 Además, la relación entre el «centro» v la periferia que constituye para sí se debe entender como una re-lación de incidencias mutuas. Si la modernidad es, histórica-mente, un fenómeno europeo, no se puede comprender de forma aislada, sino sólo en función de sus relaciones con la «no mo-dernidad» que consecuentemente crea en su periferia. Así, como sostiene Dussell, «la modernidad aparece cuando Europa se afirma como «centro» de una Historia mundial que inaugura: la "periferia" que rodea ese centro es, por consiguiente, parte de esa autodefinición». 3 5

Las relaciones hegemónicas del centro con la periferia no sólo se constituyen espacialmente, sino también temporalmen-te . 3 6 Así, en este modelo, cuando el centro es el ámbito de lo «factual» de donde deriva lo nuevo, la periferia, con su «atra-so», se constituye como fuera del tiempo de la modernidad. En el contexto del imperialismo y el colonialismo, el centro, como sitio y fuente de la modernidad, del progreso y del avance me-tropolitano, se instala como el nodo de poder de una oposición binaria con la periferia, como el sitio del tradicionalismo, el re-gionalismo y el atraso provincial. En esa relación binaria, el cen-tro actúa como modelo o punto de referencia original, mientras que la periferia sólo puede ser una mala copia, «una extensión, un reflejo, condenado a la reproducción y la imitación de una sucesión de momentos originales». Cabe entender que la perife-ria tiene algunos poderes activos (y limitados) en «traducir» o «adaptar», para el consumo local, las formas culturales que i n -giere del centro. Sin embargo, se sigue considerando que partici-pa en un proceso de mimesis que traduce esos discursos en una «lengua inferior, subordinada», y que entonces las periferias se definen como receptoras, más que dadoras, de significado. 3 7 Si bien un modelo simple del «sistema mundial», que opera desde un único centro imperial (que incluso cambia históricamente con el tiempo), ya no es apropiado en nuestra época, la posición de Occidente - y la de otros centros imperiales- dentro de ese sis-tema sigue siendo una cuestión fundamental.

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De F u k u y a m a a H u n t i n g t o n : e l t r i u n f o o l a d e c a d e n c i a d e O c c i d e n t e

Por supuesto, durante largo tiempo se ha entendido que Oc-cidente es el centro de la civilización mundial y que ha definido a las demás regiones del mundo como periferias de consecuen-cias variables. Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín y se de-rrumbó la Unión Soviética, algunos creyeron que, literalmente, había un solo centro para el sistema mundial , bajo la forma de Estados Unidos. Ése era el momento del triunfalismo occidental, expuesto de la manera más vehemente por Francis Fukuyama. 3 8

Para éste, la victoria del capitalismo liberal, del libre mercado, en el plano mundial no era una mera contingencia: sostenía que se trataba (y siempre se había tratado) de una inevitabilidad his-tórica. Además, postulaba que el proceso continuo de moderni-zación hacía también inevitable el hecho de que todas las socie-dades, en todo el mundo, se moldearían según los parámetros de Occidente, lo que se debía a que el proceso de modernización «garantiza una creciente homogeneidad de todas las sociedades [...] Todos los países que están siguiendo un proceso de moder-nización económica deben asemejarse unos a otros cada vez más; debe unificarse nacionalmente, sobre la base de un Estado centralizado, urbanizar, reemplazar las formas tradicionales de organización social, como las tribus, las sectas y las familias, con formas económicamente racionales, basadas en la función y la eficacia». 3 9 Para Fukuyama, por supuesto, lo «económica-mente racional» se equiparaba con la economía de Friedman, cuya superioridad, como modo de construir y de comprender los asuntos humanos, no admitía ninguna objeción. Sin embar-go, como sabemos, las cosas no sucedieron como Fukuyama preveía en la última década y media, y ahora ya no vivimos tan-to en el t r iunfo del capitalismo liberal global como en lo que se podría describir como «el nuevo desorden mundial». 4 0

Si la obra de Fukuyama El fin de la historia y el último hom-bre fue una lectura triunfalista de la aparente victoria histórica de Occidente en el contexto de la euforia posterior a 1989, el trabajo de Samuel Hunt ington da una nota más pesimista (y a decir verdad paranoica) de la decadencia de Occidente. El tra-

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bajo de Hunt ington está basado en algunos supuestos proble-máticamente profundos y, en última instancia, está regido por una visión radicalmente conservadora de la historia y la políti-ca, pero de todos modos merece la pena despegar algunas de sus ideas genuinas - y útiles- de sus motivaciones políticas reaccio-narias. 4 1 Como acertadamente sostiene H u n t i n g t o n , con una perspectiva histórica a largo plazo, uno puede postular un argu-mento perfectamente convincente, contra Fukuyama, según el cual el poder global de Occidente llegó a su punto culminante al término de la Primera Guerra M u n d i a l , en 1919, cuando los lí-deres de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, reunidos en París, llegaron a determinar qué países existirían y cuáles no, qué nuevos países se crearían, cuáles serían sus fronteras y quién los dirigiría, y cómo Oriente Medio (en particular) y otras par-tes del mundo se dividirían entre los poderes que habían tr iun-fado . 4 2 En realidad, en ese mismo año, Paul Valéry expresó sus angustias acerca de cómo la expansión de la ciencia y el poder tecnológico en todo el mundo, alentada por el auge de naciones como Japón, podría llevar a una situación en la que Europa de-caería en importancia para volver a ser «lo que realmente es, [...] un pequeño promontorio en el continente de Asia», y perdería su posición histórica y su papel como «la porción elegida del glo-bo terráqueo, la perla de la esfera, el cerebro de un gran cuerpo». 4 3

En realidad, desde entonces el dominio de Occidente ha de-caído de forma constante y parece que seguirá haciéndolo. De modo que, contra muchas suposiciones ampliamente aceptadas, Hunt ington demuestra que el número de personas en el mundo que habla inglés, por ejemplo, ha disminuido (del 9 ,8% de la población mundial en 1958 al 7,5% en 1992), en comparación con el número creciente de personas que hablan mandarín, a pe-sar de que, contra esa disminución numérica general, es i m -portante observar la predominancia continua (y ahora institu-cionalizada) del inglés en ámbitos tecnológicos clave, como la computación, la investigación científica y la aeronavegación. Se-gún algunas predicciones, cerca del año 2020, en comparación con la posición al término de la Primera Guerra M u n d i a l , la proporción de occidentales en la población mundial también disminuirá - d e l 50 al 10%- , su control del terri torio global pa-

í riF LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 77 MÁS ALLA de

sarà á del 50 al 2 5 % y el de la producción económica del 70 al

30% c o n ^ o s correspondientes aumentos, en todos estos ámbi-tos p a f a China, la India y el mundo musulmán. En realidad, si los índices de crecimiento actuales persisten en China y la India, cerca del año 2050 la región de «Chindia» tendría aproximada-mente la mitad de la producción global.

En todos estos aspectos fundamentales, Hunt ington sostiene que «el equilibrio de poder entre las civilizaciones está cambian-do: Occidente está decayendo en su influencia relativa». En rea-lidad, al mismo tiempo que llora sus consecuencias, Hunt ington aprueba la afirmación de Michael H o w a r d de que «el frecuente supuesto occidental de que la diversidad cultural es una curiosi-dad histórica, rápidamente erosionada por el crecimiento de una cultural mundial anglófona orientada hacia Occidente, formada por nuestros valores básicos [ . . . ] , simplemente, no es cierto». 4 4

Huntington sostiene que, actualmente, «por primera vez en la historia», la política global es multipolar y de múltiples civiliza-ciones», y que «la modernización es distinta de la occidentali-zación» y «no está produciendo n i una civilización universal [...] ni la occidentalización de las sociedades no occidentales». 4 5

Es consciente de que la modernidad adoptará diversas formas en el futuro y de que no es intrínsecamente «occidental». Como sostiene, «Japón, Singapur y Arabia Saudí son sociedades mo-dernas, prósperas, pero claramente no occidentales. La suposi-ción de que otros pueblos que se modernizan serán "como no-sotros" denota algo de arrogancia occidental». 4 6

Si bien, en última instancia, el propio interés de Hunt ington sólo es apoyar el dominio de Estados Unidos (o de una versión culturalmente purificada de este país) en los asuntos de nego-cios, también comprende que la etapa occidental de la historia mundial ya ha pasado y cita la denuncia de Spengler de que Oc-cidente mantiene una visión de la historia miope, ptolemaica. Spengler sostuvo, ya en 1918, que era necesario adoptar una v i -sión copernicana y sustituir el «fragmento vacío de una historia lineal por el drama de numerosas culturas formidables». Para Hunt ington , lo fundamental es que «la colonización europea ya ha sido superada; la hegemonía estadounidense está decayendo. Ahora viene la erosión de la cultura occidental, mientras que se

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reafirman mores, lenguas, creencias e instituciones indígenas históricamente arraigadas». 4 7

Evidentemente, una limitación importante del argumento de Huntington es que sólo puede conceptualizar esas fuerzas como «resabios» históricos de un período anterior, que se reafirman como verdades eternas, en lugar de verlas como elementos cultu-rales auténticamente modernos que surgen en el presente, como respuestas, contemporáneas, a las formas occidentales de la mo-dernidad. 4 8 Sin embargo, desde este punto de vista no se puede dar por sentada la hegemonía occidental en el comercio mundial y, como dice Hunt ington, «en aspectos fundamentales el mundo se está volviendo más moderno y menos occidental». 4 9 Es intere-sante observar, desde el extremo opuesto del espectro político, que Immanuel Wallerstein adopta una opinión similar a la de Huntington. Para Wallerstein, también está claro que el poder mundial de Estados Unidos está en declive y considera que todas las protestas en contra de esa idea no son más que es un indica-dor de las preocupaciones reales (y justificadas) acerca de la fra-gilidad de las reclamaciones de Occidente sobre el poder. Como dice, «nosotros [los estadounidenses] hemos pasado los últimos treinta años subrayando con fuerza que aún somos hegemóni-cos y que todos deben seguir reconociéndolo. Pero si uno es ver-daderamente hegemónico, no necesita pedir que los demás lo re-conozcan». 5 0 Más recientemente, la posición de Wallerstein fue apoyada por el argumento de John Ralston Saúl según el cual, tras haberse desarrollado en los años 1970, la globalización al-canzó su punto más alto con el establecimiento de la Organiza-ción M u n d i a l de Comercio ( O M C ) en 1995, y que su fortuna ha disminuido desde entonces. Así, Saúl sostiene que en realidad ahora la globalización está en retroceso, desde la crisis financiera asiática de 1997-1998 (después de la cual países como Malasia impusieron controles a la exportación de capitales) y, específica-mente, desde la ruptura de las conversaciones sobre el Acuerdo Mult i lateral de Inversiones de 1999, ante la resistencia coordina-da a esas propuestas por parte del mundo en desarrollo. En ese sentido arguye que, desde 1999, la O M C ha estado en gran me-dida paralizada y que, por ende, el proceso de la globalización d i -rigido por Estados Unidos ha estado en retroceso.5 1

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D i s t i n c i o n e s y d i f e r e n c i a s : h a c i a l a s t e o r í a s r e g i o n a l e s

Sin caer en un abandono posmoderno de todos los Grandes Relatos, uno podría quejarse, con cierta razón, de que el proble-ma que comparten las visiones de Fukuyama, Hunt ington y Saúl, por más opuestas que puedan ser sus conclusiones, es que todos caen en una generalización rápida sobre el relato de la historia, la modernización y la globalización. En lugar de esos esquemas generalizadores, que tratan de reducir toda la historia en un Gran Relato, sea de la inevitabilidad de la hegemonía oc-cidental o de la decadencia occidental, tal vez nos sea de más u t i -lidad realizar algunas diferenciaciones entre los relatos y las perspectivas de diversas regiones, zonas y períodos. Es decir, su-brayar cuestiones de particularidad y localidad, a f i n de evitar el vacío de la teoría global abstracta de una clase indiferenciada. Sin embargo, esto no significa sostener que la «particularidad» lo sea todo, pero cabe esperar que se trasciendan las limitaciones contingentes y las especificidades de las experiencias «locales» abordándolas directamente.

En su conocido estudio Los orígenes sociales de la dictadu-ra y de la democracia, Barrington Moore Jr. efecúa un análisis histórico comparativo de los continuos efectos políticos de los diferentes caminos (democrático-burgués, nacionalista, comu-nista) tomados hacia la industrialización por diferentes países (Inglaterra, Francia, Estados Unidos, China, Japón, India). De modo similar, Goran Therborn realiza un análisis del significa-do continuo de los diferentes caminos tomados hacia la moder-nización: en Europa, el camino de la «guerra civil», como en la Revolución francesa; el de las colonias, donde la modernidad llegó desde afuera bajo la forma del imperialismo; el de los paí-ses como Japón, que iniciaron una suerte de «modernización re-activa», importándola deliberadamente del exterior; y la de los Nuevos Mundos de asentamiento europeo, como el continente americano, donde los colonos fueron la fuerza interna de la mo-dernidad, en oposición tanto a las poblaciones nativas locales como a los poderes coloniales europeos anteriores. Sin embargo, debido a que la posición central de Europa occidental en el pa-trón emergente de la primera globalización estaba reforzada por

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sus primeros éxitos en la industrialización, que relegaron las cul-turas antes poderosas del sur de Asia y China a la periferia, esa centralidad, como observa Therborn, sigue arrojando una gran sombra. Como sostiene, aún no hay un país colonizado por Eu-ropa o por Estados Unidos que luego haya podido lograr la in-dustrialización y la modernización.5 2

Si bien el discurso principal sobre la globalización contiene muchos eslóganes sin fundamentos acerca de u n «mundo sin fronteras», donde la fuerza abrumadora de la globalización sim-plemente arrolla todo lo que encuentra, la evidencia empírica con que contamos acerca de las tendencias actuales hacia la re-gionalización del comercio global señala una dirección bastante diferente. Para Therborn, lo que se necesita es un enfoque regio-nal fundado, que se concentre en «las diferentes vistas regiona-les sobre la globalización actual y sus resultados». Este es, en parte, un asunto histórico, y sostiene que siguen teniendo signi-ficado las diferencias regionales entre «las zonas culturales i n -terétnicas que aún resisten, a gran escala [ . . . ] , que son, en gran medida, el sinónimo de los condicionamientos de las religiones mundiales y sus equivalentes funcionales de cosmologías y f i lo-sofías ét icas». 5 3 A l respecto, Therborn apoya las ideas de H u n -t ington, que también observa que la regionalización económica es una fuerza creciente en Europa, América del Norte y el este de Asia, donde la parte del comercio que se efectúa en cada una de esas regiones ha aumentado de forma continua en los últi-mos años. Sin duda, la última parte del siglo XX ha sido testigo de una fuerte tendencia hacia una mayor regionalización del comercio mundial . En ese período, el comercio intrarregional aumentó considerablemente, tanto en Europa, en el continente norteamericano y en Asia como en América Latina, y está más fuertemente institucionalizado, en todas estas regiones, a través de organizaciones como la CE, el T L C A N , el A S E A N y el M E R -CATOR, respectivamente. La región económica que se conoce como «Gran China» (que abarca China continental, Hong Kong, Taiwán y la diáspora china hacia el sudeste asiático) ahora pa-rece perfilarse como la quinta zona más importante (y, sobre todo, de crecimiento más rápido) de comercio intrarregional del siglo x x i . Sin embargo, lo fundamental es que los flujos globales

A L L Á DE LA A B S T R A C C I Ó N GLOBAL: LA T E O R Í A REGIONAL Y LA ESPAUALIZAUUN u t l a m b i u i u » / o í

están cada vez más regionalizados, aunque sean relativamente recientes y aunque nuevos flujos direccionales sigan los caminos establecidos de las historias previas, como el patrón de inmigra-ción a Europa después de la Segunda Guerra M u n d i a l de sus ex colonias y la preponderancia de la diáspora china al extranjero, que contribuye a la mayor parte de las actuales inversiones «ex-tranjeras» en China . 5 4

A la luz de estas consideraciones sobre el significado de las teorías «regionales», examinemos, desde un punto de vista dife-rente, el tema de cómo la sobreabstracción de la mayor parte de la teorización de la modernización y la globalización se podría abordar de manera crítica.

P r o b l e m a s d e s o b r e a b s t r a c c i ó n y u n i v e r s a l i s m o en la t e o r í a de la m o d e r n i z a c i ó n , la t e o r í a p o s c o l o n i a l y l o s e s t u d i o s c u l t u r a l e s : la p e r s p e c t i v a de l o s e s t u d i o s r e g i o n a l e s

La teoría de la modernización contemporánea está domina-da, como Bruce Cummings acertadamente sostiene, por un mo-delo de «hombre económico» (sic) derivado de la «teoría de la elección racional» de M i l t o n Friedman. Este modelo muy l i m i -tado y contingente del individuo racional, que maximiza sus intereses, si bien está arraigado en la historia y la cultura especí-ficas de las ideas occidentales del «libre mercado», no sólo «co-lapsa la diversidad de [...] la experiencia humana en [esa] sola categoría», sino que ahora ha colonizado el estudio de la mo-dernización en todo el m u n d o . 5 5 Este enfoque tiene muchos antecedentes en los estudios de desarrollo, y se basa en la impo-sibilidad de reconocer que la dinámica del libre mercado capi-talista supone la existencia -debajo de la «línea inferior» del cálculo económico- de marcos y conceptos culturales particula-res acerca de la calidad de persona que están lejos, en realidad, de ser universales. 5 6 Alternativamente podría argüirse que la teoría de la modernización supone la viabilidad (y, en algunas variantes, el deseo) de instituir esas formas culturales como he-gemónicas, mundiales, y que obliteren todos los vestigios de las

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demás culturas. Retomaré estos temas en el capítulo de conclu-sión sobre la modernidad y la tradición.

U n problema que se presenta aquí es que este t ipo de mode-lo abstracto y erróneamente universal de los procesos de mo-dernización y globalización «no reconoce la modernidad como [.. .] una forma cultural específica que, [.. .] varía según la expe-riencia [...] de lugar y de tiempo» y se basa en una visión total i -zadora de la economía de la «elección racional». A la luz de es-tas distintas deficiencias, incluso un organismo tan noble como el N o r t h American Social Science Research Council (SSRC) ha reconocido que «no se puede comprender el mundo si se omiten las cuestiones locales, específicas, [.. .] de cada contexto, así como si se es indiferente a las fuerzas interregionales». La cues-tión no es sólo que la globalización haya hecho que todas las re-giones sean «más porosas, menos limitadas y menos fijas». La dificultad central reside en el marco global nebuloso de muchas investigaciones actuales, que no se arraigan debidamente en «historias y culturas específicas de un lugar». 5 7 A la luz de todas estas dificultades con las teorías actuales de la modernización (sobre todo por su carácter generalmente abstracto, al que nos referiremos más adelante), merece la pena explorar la posibilidad de que el ámbito de los estudios de regiones ahora descuidado, con la experiencia que ha acumulado en las formas regionales de interpretación, sea capaz de, por lo menos, proporcionar co-rrecciones útiles a sus inadecuaciones.

Naturalmente, existen algunas objeciones a la posibilidad práctica de toda propuesta tendente a volver a los estudios re-gionales para hallar soluciones a estos problemas. Por un lado, como observa sarcásticamente Paul Bové, los estudios regiona-les no pueden reformarse con facilidad, precisamente porque fueron inventados para servir a los intereses de política exterior de los poderes estatales que desde siempre han sido sus princi-pales auspiciantes, y esos estudios ya no responden a los intere-ses estatales. Evidentemente, si tomamos el caso de Estados Uni -dos, en el período de inicio de la Organización M u n d i a l de Comercio, las relaciones del poder estatal con el sistema univer-sitario estadounidense han estado muy claras, y la enseñanza de cualquier materia que no se considerara propiamente «nortea-

MÁS A L L Á DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORIA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACION DE LA HIMUK1A / O J

mericana» (sea en los estudios regionales o estadounidenses o en cualquier otro ámbito) se ha vuelto una cuestión cada vez más problemática.

Por otra parte, hay un problema conceptual fundamental: que, en un mundo donde la última superpotencia que queda es Estados Unidos, el objeto de estudio de «nuevos» estudios re-gionales tendría que ser el mercado mundial , o el mundo mismo como escena donde Estados Unidos ejecuta su proyecto impe-rialista. En esta medida, como observa Bové, no sólo sería difí-cil delimitar la «región» que fue, y no fue, objeto de ese proyec-to, sino que la propuesta supuestamente gradual bien podría dar el resultado de reconstituir el ámbito de competencia de los es-tudios norteamericanos haciéndolos extensivos de los estudios sobre el planeta. 5 8 Si, como Rey Chow observa, los estudios re-gionales durante largo tiempo han participado en la producción de especialistas cuyo papel principal es cursar maestrías sobre otras regiones y modos de vida, para Bové la otra cuestión es que Estados Unidos se ha posicionado no sólo como el principal agente legítimo del conocimiento sobre el resto del mundo, sino también como el único en el lugar de «sujeto-agente [. . .] para quien el mundo [es] "naturalmente" el campo de acc ión». 5 9

Sin embargo, y a pesar de esas dificultades, el camino tal vez siga siendo seguir una versión reformada de los estudios regio-nales o norteamericanos. En esta propuesta, los estudios nortea-mericanos se reconceptualizarían como parte de los estudios re-gionales y, por lo tanto, se trataría a Estados Unidos como una región entre otras, en lugar de darle el estatus privilegiado de una supuesta universalidad. Se ha sugerido, en otros trabajos, que ese enfoque debería inspirarse, por lo que respecta a la sen-sibilidad mult icultural , en los estudios poscoloniales y cultura-les. Sin embargo, como observa Chow, un problema clave con la idea de que los estudios regionales pueden ser «rehabilitados» a través de una sensibilidad creciente con respecto a las cuestiones del multiculturalismo es que esa política liberal de «reconoci-miento» sigue siendo, en gran medida, «un camino unidireccio-nal [...] de la cultura blanca que reconoce las culturas no blan-cas» . 6 0 Además, tanto para Cummings como para Harootunian, nay otros problemas. En primer lugar, ambos sostienen que ese

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multiculturalismo es meramente cómplice de las maquinaciones de las corporaciones transnacionales, en la medida en que «ver-sionan» sus productos, para adaptarlos mejor a los mercados lo-cales. Desde este punto de vista, consideran que las propuestas del SSRC sólo siguen la dirección de multinacionales como Coca-Cola (que fue la primera empresa norteamericana que transfirió el control principal de sus negocios a su oficina «mun-dial» y no nacional). De modo que la celebración «neomoder-na» del multiculturalismo es, para Harootunian, indistinguible de la fetichización capitalista de pequeñas diferencias expresa-das en eslóganes como los «United Colours of Benetton». Si al-gunas de las sobresimplificaciones de las complejidades de la cultura de consumo pueden ser vistas como el t ipo de reduccio-nismo característico de los académicos que trabajan con una perspectiva económico-política clásica, deben darnos, de todos modos, una pausa para el pensamiento.6 1

Y lo que es más elocuente, esos críticos también acusan a los estudios poscoloniales y culturales de caer, en algunos aspectos, en formas de teorizaciones universalistas abstractas que son tan inadecuadas, a su manera, como las teorías conservadoras de la modernización. En el caso de los estudios poscoloniales, Anne McLintock sostiene que la singularidad de su terminología, cuan-do habla de «The colonial condition» o de «The post-colonial experience», «produce un recentramiento de la historia global [...] que señala una reticencia a abandonar el privilegio de ver el mundo en términos de una abstracción singular y ahistórica». 6 2

Si el desarrollo de los estudios poscoloniales ha estado dominado por las figuras principales de Edward Said y H o m i K. Bhabha, es-tos críticos sostienen que ambos autores caen en la misma falla de la «singularización» abstracta. De modo que, en relación con Said, Harootunian sostiene que su trabajo exhibe una «indife-rencia sorprendente hacia el resto de las experiencias y regiones coloniales [. . .] calificadas como el Tercer M u n d o , que [.. .] tuvie-ron una experiencia de colonización anterior que terminó en el siglo x ix , como América Latina, o ninguna experiencia de esa ín-dole, como Tailandia o J a p ó n » . 6 3 En el caso de Bhabha, Haroo-tunian sostiene que su trabajo es problemático no sólo porque se basa en una versión unlversalizada de un marco psicoanalítico

LA DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL! LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACION DE LA HISTORIA / OJ

es en realidad, culturalmente específico de Europa, sino también porque, a pesar de que se funda, sobre todo, en la histo-ria particular del Imperio británico en la India (o más bien Ben-gala), ha servido para t ipif icar la «relación putativa entre los ingleses y sus sujetos bengalíes como un tropo muscular que pro-mete persistir para la relación entre colonizador y colonizados en todos lados». 6 4 Si bien estas críticas tal vez puedan aplicarse más adecuadamente a quienes han unlversalizado, sin proponérselo, el modelo de Said del orientalismo o el modelo de Bhabha del poscolonialismo, en lugar de que lo que ambos autores pretendí-an para sus trabajos, siguen siendo importantes. Para Harootu-nian, la idea central es que

la cronología del colonizador no siempre es la misma que para el colonizado: [además], Bengala, bajo el imperio de los británicos, es diferente, en el plano temporal y en el espacial, de Corea bajo el dominio japonés, aunque sean contemporáneas; y las formas de dominación cultural difieren ampliamente de África a Asia, lo que exige una sensibilidad con respecto a las historias políticas y eco-nómicas específicas [que] la teoría colonial rara vez [...] consigue adoptar.6 5

Sin embargo, más allá de esto, Harootunian también sostie-ne que la manera y la medida en que los trabajos de Said y Bha-bha han sido adoptados - y exportados en todo el m u n d o - a través de los estudios «ingleses» merecen cierta atención. 6 6 A l respecto, acusa a los estudios ingleses de «parecer ansiosos por imitar tanto al imperialismo como al colonialismo». Análoga-mente, James Fuji i critica el actual imperialismo académico mundial de los estudios culturales (originalmente británicos), cuando observa que, si ahora pueden ser (banalmente) «repre-sentados como el software general para la producción académi-ca en humanidades en la actualidad, no podemos dejar de ver que el "lenguaje" que constituye ese software es indudablemen-te el inglés». 6 7

En realidad, en este contexto Stanley Aranowitz ha sosteni-do que el reciente dominio académico mundial de lo que original-mente fue comprendido como los estudios culturales británicos,

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pero que ha ahora ha sido «exnominado» y se conoce simple-mente como estudios culturales, representa, para él, otro avance sumamente problemático. Argumenta que, en efecto, constituye otra forma no declarada de imperialismo cultural , en la medida en que es, en realidad, un canon de trabajo específicamente bri-tánico, derivado en gran medida (tal vez críticamente) de los es-tudios literarios ingleses, que ahora ha sido exportada y se ha vuelto hegemónica en áreas caracterizadas históricamente por intereses y cánones culturales bastante diferentes. Por estas ra-zones, sostiene que tal vez sería más adecuado pensar los estu-dios culturales como una forma particular, regional, de estudios regionales, en este caso del Reino Unido, que se ha generalizado indebidamente como un modelo para la interpretación de cues-tiones culturales en todo el mundo. En el caso de los estudios norteamericanos -disciplina a la que él está más estrechamente asociado-, sostiene que un motivo de su desarrollo fue precisa-mente la necesidad que sintieron los académicos norteamerica-nos, que a menudo trabajan en departamentos de bajo estatus, de afirmar y validar una agenda específicamente norteamerica-na acerca de la cultura popular, ante el dominio histórico de los estudios ingleses. En este caso, tal vez sea importante distinguir cuidadosamente, como hizo Stuart H a l l , presionado sobre el tema por la audiencia presente en la conferencia «Critical Dia-logues in Cultural Studies», celebrada en Tokio en 1996 (evento organizado por el British Council , respecto al cual Fujii es ex-tremadamente crítico), entre los «estudios culturales británicos» y los «estudios culturales en Gran Bretaña». Esta última expre-sión, con su simplicidad geográfica, a menudo reniega de toda noción de la «pertenencia» particular de cualquier forma espe-cífica de estudios culturales a un lugar concreto o a una relación de propiedad determinada entre ambos términos. 6 8

Teorizar la r e g i o n a l i d a d

Si nos proponemos examinar una forma revisada de estudios regionales -sea formada por los estudios culturales/poscoloniales o n o - para contar con una perspectiva sobre la globalización más

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concretamente regionalizada, debemos afrontar otra dif icultad, relacionada con la definición de las unidades de análisis que deben emplearse en esa tarea. Como ha señalado A r j u n Appa-durai, el problema con la mayoría de las formas de análisis re-gionales, y específicamente con el paradigma establecido de los estudios regionales, es que confunden «una configuración part i -cular de estabilidades aparentes con asociaciones permanentes entre espacio, terri torio y organización cultural». Estos enfo-ques se basan en una conceptualización de zonas relativamente fijas o conglomerados inmóviles de rasgos culturales con «lími-tes históricos más o menos duraderos y [.. .] propiedades resis-tentes» (tendencia de la que tal vez Hunt ington sea el caso ex-tremo). Sin embargo, deberíamos reconocer que en realidad no son más que «dispositivos heurísticos para el estudio de los pro-cesos geográficos y culturales», y no «hechos geográficos per-manentes basados en un estrato de coherencia natural , cultural o de civilización».6 9

Esta es, en última instancia, la fuerza del argumento de A p -padurai acerca del significado de las disyunciones y las contra-dicciones entre los flujos globales de objetos, personas, imáge-nes y discursos en todo el planeta, que, por lo general, funcionan para desestabilizar los límites de determinadas zonas o regiones. Como observa, los caminos (o vectores) de los diversos flujos globales no son necesariamente «contemporáneos, convergentes [...] o coherentes», sino que tienen diferentes «velocidades, ejes, puntos de origen [. . .] [y] terminación, que a menudo están en contradicción entre el los». 7 0 De modo que, cuando la publicidad masiva generada por los medios de comunicación transnaciona-les funciona de tal modo que escribe los guiones de la imagina-ción de la inmigración en todo el mundo, para muchos, que ca-recen del visado requerido para entrar físicamente al mundo de sus sueños, es muy difícil, por diversidades geográficas, diferen-cias culturales y fronteras nacionales, seguir siendo isomorfos. En ese sentido, tal vez sería más conveniente, en lugar de tomar las zonas geográficas como unidades de nuestra cartografía (y suponer que dentro de cada una hallaremos sólo un conjunto de propiedades exclusivas o predominantes), que tomáramos las diversas propiedades (formas culturales, políticas y económicas,

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por ejemplo) como las unidades básicas, y luego intentáramos ver dónde se pueden hallar, sin dar por sentado que natural-mente corresponden a la geografía. Desde este punto de vista, no sólo se podría sostener que ahora el mundo consiste en un número de (diversos) centros poderosos, cada uno de los cuales constituye su propia periferia, sino también, siguiendo a Imma-nuel Wallerstein, que los centros y las periferias pueden verse mejor no tanto como localidades enlazadas, sino como procesos enlazados, que sólo se inscriben como tendencias y de forma provisional en lugares geográficos particulares. 7 1

Tras haber dibujado el mapa de nuestras dificultades para comprender las geografías regionales de la globalización, aho-ra debemos abordar algunas dificultades filosóficas fundamen-tales acerca de las relaciones del poder occidental y el conoci-miento. Estos problemas son particularmente pertinentes para los estudios regionales.

La f i l o s o f í a de la h i s t o r i a : las c o n s e c u e n c i a s d e H e g e l

A pesar de que representa un avance fundamental en nues-tra interpretación de la globalización, ahora se ha vuelto una suerte de lugar común observar que ha habido u n ensamblaje históricamente contingente de Occidente con la modernidad. Sin embargo, Pheng Cheah va mucho más allá cuando sostiene que el supuesto «isomorfismo entre las estructuras universales de la razón y las estructuras sociales de Occidente» sobre las que se basa ese ensamblaje no es sólo una contingencia histórica. 7 2

Su postura es que, en realidad, es el resultado inevitable de la i n -fluencia (lamentablemente) continua de una visión hegeliana de la historia en las ciencias sociales occidentales. Si bien hoy unos pocos académicos continuarían adoptando consciente y seria-mente las ideas de Hegel sobre esta cuestión (aparte de Fukuya-ma y sus discípulos), Cheah sostiene que, de todos modos, la influencia de Hegel al respecto sigue siendo profunda y genera-lizada, aunque poco reconocida.

El argumento principal de Cheah es que las «Conferencias sobre la Filosofía de la Historia Mundial» de Hegel siguen pro-

: nF 1 A A B S T R A C C I Ó N GLOBAL: LA T E O R Í A REGIONAL Y LA E S P A C I A L I Z A C I Ó N DE LA HISTORIA / 89 M Á S ALLA uc

orcionando la matriz subyacente filosófica y conceptual para ^ran parte de las ciencias sociales en Occidente, sobre todo las relacionadas con el desarrollo y la modernización, y específica-mente para la disciplina de los estudios regionales. El argumento de Hegel era que, fundamentalmente, la historia se debe com-prender como un proceso gradual de la realización de la liber-tad, que se debe lograr a través del autoconocimiento. Sostenía que ese proceso es realizado, en cada etapa de la historia mun-dial, por la nación cuyo «espíritu» captara y expresara mejor esa búsqueda de libertad y autoconocimiento. En su propia épo-ca, Hegel afirmaba que el Volksgeist alemán era el que mejor ex-presaba el «espíritu mundial moderno», al trascender su propia particularidad y alcanzar un estado de conciencia «universal» de la naturaleza y el destino de la humanidad: hoy en día, esa m i -sión (o «carga») parecería ser reclamada por Estados Unidos . 7 3

De modo que Hegel otorgaba a las naciones europeas - y a sus formas de conocimiento, tanto de sí mismas como de las de-más- un estatus trascendente, mientras que a otras naciones y regiones del mundo (como Oriente, que Hegel equiparaba al l u -gar de la infancia de la humanidad) les atribuía el papel de «muer-tos vivos», existentes en la periferia de la historia mundial , sin la capacidad de trascender su propia particularidad o de alcanzar incluso formas universales de conocimiento. En el esquema de Hegel, no sólo nunca podían «conocerse» a sí mismas, sino que eran simples objetos de conocimiento que sólo podrían llegar a ser debidamente comprendidos por otros (occidentales). Por lo tanto, como sostiene Cheah, la matriz conceptual de Hegel «predetermina que las regiones no occidentales son distintas a pr ior i de un sujeto autoconsciente del Conocimiento Universal», sujeto que, claro está, desde ese punto de vista sólo puede ser oc-cidental . 7 4 Dada esta premisa, se desprende que todos los Otros no occidentales del resto del mundo pueden ofrecer un terreno empírico de oportunidades para la aplicación de las formas uni-versales del conocimiento teórico producido sobre ellos por y en Occidente. Esta distinción entre el universalismo autoconsciente de la teoría occidental y el particularismo irreflexivo de todas las otras formas de cultura locales es, para Cheah, entre otras cosas, el fundamento conceptual de los estudios regionales.

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En concordancia con los comentarios de Cheah acerca de cómo, siguiendo el punto de vista de Hegel sobre Oriente como la infancia de la humanidad, el resto del mundo es designado simplemente como un espacio de investigación empírica para la teoría occidental, Miyosh i y Harootunian observan que el pro-yecto etnográfico de los estudios regionales siempre ha sido conceptualizado de modo similar, como un estudio de los «pri-mitivos» y los «nativos» que se designan como pertenecientes al ámbito de la infancia, similar al de «lo siniestro» de Freud. 7 5

Aquí la cuestión fundamental es lo que Harootunian llama, en otro texto, la «tiranía unidireccional» que designa -como «este» o «sur»- el lugar adonde uno va a hacer trabajo de campo. Re-cordando sus propias experiencias como graduado en estudios regionales, Harootunian menciona que otros lugares, sea Japón, Asia o África, eran comprendidos simplemente como el lugar adonde uno tenía que ir y hacer observaciones de primera mano a f in de «penetrar y, por ende, interpretar los secretos ocultos de la sensibilidad y el conocimiento nativos». 7 6 Como observa, la diferenciación entre el «campo» por estudiar y la conciencia del observador occidental también era temporal, en la medida en que, si bien ambos habitaban el tiempo presente, se procedía como si, al recorrer la distancia física hacia su campo de estudio, en realidad el observador estuviera retrocediendo en el tiempo al ámbito de lo premoderno, para estudiar a quienes (de algún modo) aún vivían en el pasado. 7 7

Estos aspectos van mucho más allá de la crítica convencio-nal (aunque importante) según la cual los estudios regionales han participado durante largo tiempo en la producción de lo que podríamos llamar «conocimiento sucio», al servicio de los intere-ses de las naciones poderosas que sólo reconocían la necesidad de «conocer mejor a sus enemigos» (y competidores) a f in de controlarlos o derrotarlos. Por cierto, como observa Appadurai , en Estados Unidos la particular «geografía basada en la Guerra Fría, del miedo y la competencia» instalada en la epistemología institucional de los estudios regionales, no se puede interpretar de forma separada del programa de seguridad del gobierno de Estados Unidos, que durante cincuenta años ha financiado gran parte del trabajo en estudios regionales. Sin embargo, como

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ambién hemos visto, esta cartografía se ha basado asimismo en la suposición de que la teoría (y la metodología de investigación adecuada) son en cierta medida, natural e intrínsecamente, tan-to occidentales como modernas, de modo que el resto del mun-do sólo fue visto en el «idioma de los casos, los acontecimientos, los ejemplos y los tests in situ» para la aplicación de la teoría oc-cidental. 7 8

Sostener estos argumentos es reconocer, simplemente, el sig-nificado constitutivo de los aparatos políticos e institucionales a través de los cuales se producen las regiones, dado que «no son hechos, sino artefactos de nuestros intereses y nuestras fanta-sías, así como de nuestras necesidades de conocer, recordar y o l -vidar». Podría decirse, de manera bastante neutral, que por lo general se entiende que una región es una «región delimitada cartográficamente [. . .] isomorfa con una cultura antropológica distintiva», es decir que el único lugar que no puede ser desig-nado como una región entre otras es el mismo Occidente, ya que esa región se autodefine como el sitio del conocimiento univer-sal. Dentro de este marco conceptual, sólo desde el punto de vis-ta aventajado de Occidente los demás lugares pueden ser desig-nados como «regiones». En realidad, para Cheah, siempre se considera que una región «tiene las dos características funda-mentales de ser no occidental y tener límites; [ . . .] por lo tanto, no occidental es casi sinónimo, ineluctablemente, de "región" y viceversa». Dadas estas limitaciones fundamentales, si la f inal i -dad de los estudios regionales es ayudarnos a producir el t ipo de interpretación de la globalización que necesitamos, es decir, de múltiples perspectivas, regionalmente diferenciado, como obser-va Cheah, sin duda tendrán que «intentar exigirse más a sí mis-mos que lo que tradicionalmente se han exigido». 7 9

R e u b i c a r a O c c i d e n t e

Una de las peculiaridades de los términos «occidental» y «no occidental» es que, si bien se proponen como cartográficos, evidentemente implican algo más que eso. Desde un punto de vista norteamericano, lo no occidental es claramente no sólo lo

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que queda fuera de esa región geográfica, ya que ha sido utiliza-do para incluir algunas partes de Europa, si no todas. En reali-dad, en los últimos años ha sido fascinante ver cómo Europa misma ha sido diferenciada al respecto. Pongamos un ejemplo: no hace mucho tiempo, Polonia, como parte del «bloque del Este», no era vista convencionalmente como parte de Occidente. Sin embargo, en el contexto de la Segunda Guerra del Golfo, fue designada como parte de la «nueva Europa», que era vista en-tonces más como una parte de Occidente que la «vieja Europa» de Francia y Alemania. Y, en términos geopolíticos, luego Var-sovia parecía ser el «Occidente» de París. De modo que, como dice Cheah, «el principio para la inclusión en el mundo occi-dental [. . .] parece ser la existencia de una relación de famil iari-dad y consanguinidad con Estados Unidos como centro». 8 0

La identidad de esa entidad elusiva que es «Occidente» tam-bién es el tema de un fascinante ensayo de N a o k i Sakai, quien sostiene que, para decirlo con crudeza, podríamos definir fun-cionalmente a Occidente como «el grupo de países cuyos gobier-nos [en algún momento] han declarado [...] su afiliación militar y política con Estados Unidos». Sakai continúa cuestionando si es correcto utilizar el artículo definido en la expresión the West (en inglés, «el Occidente»), como si fuera el nombre de una re-gión singular. Como Sakai observa, en términos geográficos o cartográficos, «occidental» es un concepto esencialmente relati-vo, que sólo designa la dirección desde la cual, desde cualquier puesto de observación, se pone el sol. En ese sentido, cada lugar tiene su propio occidente, y cada lugar es u n occidente desde otro lugar. Por ende no hay razón, en geografía, dada la natura-leza esférica de la superficie terrestre, para que un lugar en par-ticular sea designado como «el» occidente.8 1

Siguiendo a Gramsci, Sakai considera que la solución para ese misterio reside en el hecho de que «los índices geográficos i n -corporen el punto de observación particular de quienes ven el mundo desde su posición como el centro». 8 2 Por lo tanto, la ubi-cación geográfica de Occidente no se puede comprender sin ha-cer referencia a la cuestión histórica de cómo Europa (y luego América) llegó a dominar y, por lo tanto, definir la cartografía del mundo. Decir que Irak está en Oriente Medio y Japón está en

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el Lejano Oriente es inteligible sólo desde un punto de observa-ción euroamericano, para el cual éstos son el «medio» este y el «lejano» este, respectivamente. Sin embargo, rápidamente se ad-vierte la labilidad potencial de esta cuestión si observamos que, desde un punto de vista japonés, las ciudades europeas de París y Berlín simbolizaron en cierto modo la modernidad occidental, mientras que, desde otro punto de vista, fue Tokio la ciudad que cumplió la misma función simbólica para la modernización de las ciudades de Taiwan. Análogamente, para los taiwaneses la ca-pacidad de hablar japonés, y no un idioma europeo, fue lo que caracterizó la forma más alta de capital cultural deseable, al estar ese idioma asociado al pensamiento científico, racional . 8 3

La idea central de Sakai es que no hay una cualidad singular - n i una religión, una forma particular de vida económica, polí-tica democrática o «raza», y tampoco ninguna combinación es-pecífica de todos estos aspectos- que sea adecuada para definir la identidad principal de Occidente. Si tomamos el criterio espe-cífico, derivado de la identificación histórica de Europa con la cristiandad, de las tradiciones religiosas judeocristianas como definitorias de Occidente, entonces deberíamos incluir lugares fuera del occidente geográfico, como Etiopía, Perú, Israel y Fi l i -pinas como parte de Occidente, y excluir ciertos países (como Bosnia o Albania) o regiones (partes del sur de Yorkshire, Lan-cashire y los Midlands, los condados del centro de Gran Breta-ña), donde el cristianismo ya no es la religión dominante. Si, en cambio, tomamos el desarrollo económico y sus formas asocia-das, como la arquitectura, como índices de «occidentalidad», su definición es particularmente problemática y confusa. En la ac-tualidad, estas formas de modernidad no están de ningún modo confinadas a Euroamérica, y muchos lugares geográficos fuera de ese territorio son - y parecen ser- considerablemente más moder-nos, en varios aspectos, que algunos lugares dentro de él.

¿ G r e d a e s t á e n O c c i d e n t e ?

Si consideramos la cuestión de qué regiones pertenecen y cuáles no a Occidente, Grecia funciona como un «caso límite»

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y\ I MEDIOS, MODERNIDAD Y T E C N O L O G Í A

particularmente revelador. Así, se ha sostenido que los estu-dios sobre la Grecia clásica no pueden formar parte de los es-tudios regionales, con el argumento de que se trata de los comien-zos de Occidente que, como hemos visto, tiene dificultades para verse como una región entre otras. Como dice Simón Goldhil l , la Grecia antigua no puede ser tratada sólo como «otra» porque es una de las fuentes privilegiadas de donde la cultura occiden-tal moderna toma sus valores. 8 4 Sin embargo, al mismo tiempo a veces se considera que es correcto definir los estudios sobre la Grecia moderna como parte de los estudios regionales, ya que ahora la Grecia moderna no es occidental sino «parte de la re-gión de los Balcanes y, por lo tanto, es correcto incluirla entre los países que forman Europa del Este» . 8 5 Por otro lado, como sostiene Michael Herzfeld, la «peculiar historiografía cultural» de Grecia a menudo ha sido entendida como «atrapada entre la mediocridad levantina y el helenismo en degeneración». Así, en la Grecia moderna la situación es más complicada por el hecho de que, a causa del largo período de la ley otomana, sólo a tra-vés de un «helenismo práctico» expresado por medio de la ne-gación de esas influencias «orientales» y por la reexcavación de los restos durante largo tiempo enterrados (si no difuntos) de lo que es, en realidad, u n conjunto mucho más antiguo de tradi-ciones helénicas, ahora Grecia lucha por redefinirse a sí misma como una nación occidental, es decir moderna. 8 6

Sin embargo, si deseamos comprender el lugar especial de la Grecia clásica en la imaginación europea, tenemos que retro-traernos al siglo xix y, específicamente, al lugar de las ideas so-bre la civilización clásica en la construcción de la identidad na-cional alemana. Aquí encontramos una historia compleja y ambivalente sobre la historia y la identidad «europeas» de la que, en una versión, puede sostenerse que va «de Atenas a Ausch-witz» . 8 7 Si la vuelta a la antigüedad clásica fue un fenómeno pa-neuropeo a finales del siglo xix, en ningún lado se produjo con tanta fuerza como en Alemania, y sólo en ese país se dio el «re-descubrimiento» de la antigüedad envuelto en el proyecto de la invención de la identidad nacional. Ese proceso condujo a una forma de lo que se ha descrito como la «grecomanía», por la cual se sentía que Alemania podía inventarse una nueva identi-

- n F LA A B S T R A C C I Ó N GLOBAL: LA T E O R Í A REGIONAL Y LA E S P A C I A L I Z A C I Ó N DE LA HISTORIA / 95 ALLA Dt un

dad en medio del trauma posterior a su derrota por Napoleón, incluso podía llegar a tener el mismo estatus que los antiguos,

cultivando precisamente un Volksgeist moldeado sobre el de los griegos.8 8 En esta visión maníaca, el «camino especial» de Euro-pa había comenzado en Atenas y los griegos habían sido «el ojo de la aguja a través del cual toda la historia mundial tenía que pasar antes de poder llegar al estadio moderno». Si el bastón de la historia mundial había pasado de los griegos a los romanos y luego a la Europa católica, ahora debía ser traspasado al Estado moderno, racional y burocrático de Alemania . 8 9 De modo que la antigua Grecia se convirtió, para los alemanes cultivados del si-glo x i x , en una verdadera fuente de inspiración y aspiración y «ansiar Grecia, hallar en Grecia el verdadero hogar, era visto como el signo del gran alma alemana». Para Hegel, Grecia era «el foco de luz en la historia, [ . . .] con los griegos nos sentimos comple-tamente en casa»; Nietzsche ansiaba «el único lugar en el que uno puede estar en casa, [. . .] el mundo griego»; Schiller alenta-ba a Goethe a «hallar una patria griega en su interior«; Wagner se sentía «más en casa en la Atenas antigua que en cualquier condición que el mundo moderno tenga para ofrecer». El estu-dio de los griegos se consideraba esencial para la formación del nuevo carácter nacional alemán, y todo el sistema de educación fue reorganizado sobre la base de ese filohelenismo rampante. Para Humboldt , en el «conocimiento de los griegos [...] hallamos el ideal de lo que nosotros desearíamos ser», y la nueva Alema-nia fue moldeada, entonces, a part ir de los ideales de Grecia. 9 0

Estos no sólo son asuntos intelectuales, ya que todo este mo-vimiento cultural dio mucha importancia tanto al cuerpo como a la mente. En su comentario sobre el tristemente célebre docu-mental de Leni Riefenstahl sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, Olympia, Goldhi l l observa no sólo cómo a lo largo de la película se nos muestran muchas imágenes de esculturas grie-gas junto a los cuerpos de los atletas, sino también, en la imagen f inal , la escultura clásica de Mirón, El Discóbolo, que comienza a rotar y luego se difumina en la de un atleta moderno, que es re-presentado como la nueva «encarnación del ideal antiguo escul-pido». Elocuentemente, esto señala también cómo el culto del cuerpo alimentó al nacionalismo alemán y su agresiva promo-

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ción del físico ario, bien entrenado. Como él observa, Nietzsche ofrece un claro vínculo entre el filohelenismo cultural románti-co del siglo x i x y el culto del cuerpo en la ideología nazi, cuan-do dice que se «han renovado los lazos con los griegos, la forma del hombre más alta hasta ahora». Como señala Goldhi l l , aquí vemos el argumento ideológicamente cargado de que, tanto inte-lectual como físicamente, la raza alemana desciende de los grie-gos y que, como éstos eran la forma más alta del hombre, ahora los alemanes aspiraban llegar a ese pináculo. 9 1

U n problema clave con esa trayectoria cultural - o proyec-ción (sic)-, según el convincente argumento de Goldhi l l , co-mienza con Freud, cuyas teorías representaron una profunda provocación para el nuevo sentido alemán/helénico de la identi-dad. Freud no sólo escribió en el pináculo de la relación amoro-sa del mundo germano con Grecia, y en la época de un crecien-te fervor nacionalista alemán, sino que también descubrió «el oscuro secreto de deseo y violencia en la historia familiar de la raza». Su movilización de la mitología griega en un discurso psi-coanalítico expuso «verdades escandalosas que amenazaban el mi to nacional alemán de un origen puro, blanco, en Grecia», ya que, si Freud ofrece una historia de «de dónde venimos», esa his-toria no es precisamente la de unos ancestros gloriosos. Llega-mos aquí al lado oscuro de la identidad europea. Para Meier, la piedra sepulcral de la tiranía de Grecia sobre Alemania fue la Dialéctica del Iluminismo, de M a x Horkheimer y Theodor Ador-no, que dibuja el colapso de la civilización burguesa en el perío-do nazi precisamente en esas infatuaciones filohelénicas con la racionalidad y la perfección.9 2 En la nueva era de la fortaleza lla-mada Europa vemos, con una perspectiva histórica más larga, una reaparición de los sueños de esos primeros grandes paneu-ropeistas que fueron Napoleón Bonaparte y Adol f Hitler, en los que, una vez más, nos vemos alentados a reimaginar que, de al-guna manera, la cultura europea comienza y continúa con el mundo de la mitología griega clásica. Sin embargo, como nos re-cuerda Stuart H a l l , ése siempre ha sido un proceso retrospectivo en el que la cultura griega se ha despegado artificialmente de sus raíces asiáticas y egipcias, para proveer a Europa de una genea-logía aria p u r a . 9 3

- D E LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / Tf

P r o v i n c i a l i z a r E u r o p a : l a c u e s t i ó n d e l a r e c i p r o c i d a d

Como demuestra el caso de Grecia, no es tan fácil, en reali-dad distinguir lo que pertenece exactamente a Occidente y lo que pertenece a Oriente. Es, en cambio, muy difícil, como ob-serva Dipesh Chakrabarty, pensar la cuestión de la modernidad política en algún lugar del mundo sin invocar conceptos que o r i -ginalmente derivan de Europa. Como él sostiene, históricamen-te muchos miembros de las clases medias indias «adoptaron con gusto los temas de la racionalización, la ciencia, la igualdad y los derechos humanos promulgados por la Ilustración europea», y sin ellos las críticas modernas hacia el sistema de castas indio, por ejemplo, habrían sido literalmente impensables. Del mismo modo, si bien ese proyecto apunta a «provincializar» Europa, Chakrabarty insiste en que de ninguna manera se trata de descar-tar lo que originalmente fue el pensamiento «europeo». Sostiene que, si el pensamiento europeo «es indispensable aunque inade-cuado» para pensar la experiencia de la modernidad fuera de Occidente, «provincializar Europa se convierte en la tarea de ex-plorar cómo ese pensamiento -que es ahora la herencia de todos y que nos afecta a todos- puede ser renovado [.. .] para y desde los márgenes del planeta que ese pensamiento ha ayudado his-tóricamente a crear» . 9 4

A l postular estos argumentos, Chakrabarty tal vez también nos da una solución al problema que Rey Chow plantea cuando con razón deplora la manera en que, desde algunos lugares, se rechaza toda la teoría con argumentos «políticos». Como dice, hoy en día, en la era «de la crítica generalizada del imperialismo occidental», el estudio empírico de las culturas no occidentales de algún modo «asume una suerte de superioridad moral», y ahora los practicantes más conservadores de los estudios regio-nales pueden «dotar a sus propias posiciones retrógradas de la gloriosa aura multiculturalista de defensa de las tradiciones no occidentales». En esta brutal reacción, se valida un antiteoricis-mo simplista, con el argumento de que no deberíamos «utilizar la teoría occidental para interpretar otras regiones del mundo». 9 5

Éste es, claramente, un movimiento regresivo que depende de la suposición infundada de que la teoría es necesariamente «occi-

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dental» y que sólo pertenece a Occidente; posición que es rápi_ damente contradicha por el reconocimiento de Chakrabarty d e

que las nuevas formas de lo que originalmente fue el pensa-miento euroamericano ahora tal vez hallen su mejor expresión en otros territorios.

En última instancia debemos reconocer que ahora la «capa-cidad de imaginar las regiones y los mundos es un fenómeno glo-balizado»; que todas las regiones producen sus propias «pers-pectivas regionales»; y que lo que, por lo general, se trata como meras «regiones» subsidiarias en realidad produce sus propias cartografías del m u n d o . 9 6 La cuestión es, entonces, cómo los de-más nos ven a nosotros, cómo se ven entre ellos y cómo esos territorios se conceptualizan a sí mismos, más allá del origen his-tórico o geográfico de los marcos teóricos que movilizan al ha-cerlo. Estos son asuntos complejos de tipología cultural compa-rativa. Si tomamos el caso de la experiencia zulú de occidentales en el sur de África en el siglo x i x , no había, como observa Robert Thornton, un «Occidente» en el campo de visión zulú, sino más bien «un conjunto confuso de actores de poder incierto [. . .] Para los zulúes, el Occidente invasivo estaba muy diferenciado. Incluía a los ingleses, los holandeses, los portugueses y otras naciona-lidades europeas; todas ellas se comportaban de manera muy di-ferente a los zulúes, pero además solían estar en conflicto entre sí. En esa situación, los zulú no sólo respondían a una invasión avasallante e indiferenciada de los occidentales, sobre todo por-que no estaba claro para ellos cuál de los diferentes grupos euro-peos constituía el mayor pel igro . 9 7 Si volvemos a los Estados Uni -dos de hoy, entre los indios pueblo zuni encontramos que tienen algo de la tipología de los turistas que suelen visitarlo, que se d i -ferencia entre los siguientes tipos: 1) neoyorquino, 2) texano, que usa botas de cowboy y conduce cadillacs; 3) hippie, que usa ca-misetas desteñidas, se suma sin que lo inviten a las danzas aborí-genes e insistentemente hace preguntas sobre el peyote, y 4) el t ipo «salvar-a-las-ballenas»; figuras que hoy están, irónicamente, incorporadas en las rutinas de danzas aborígenes.9 8 En el Japón contemporáneo hallamos categorizaciones de Occidente, algunas de las cuales no se diferencian en absoluto entre Europa y Amé-rica (EurAm): algunas (oh-bei) utilizan principalmente a Estados

OE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / y?

dos sólo como símbolo de la modernidad contemporánea, • n tras que otras (sei-yo) se refieren principalmente a Europa, y

m ecífícamente a Francia, como el sitio de alto estatus de la he-rencia cultural europea de la modernidad. 9 9

por lo tanto, la cuestión es cómo los «otros», que Occiden-te asigna a formas específicas, designadas de regionalidad, per-ciben el mundo. Como observa Appadurai , desde una perspecti-va occidental ahora el concepto de «Pacific Rim» puede producir u n sentido de regionalidad más útil y coherente que uno que divida el Pacífico por el medio, como históricamente ha hecho la línea del tiempo internacional. Sin embargo, sigue pendiente la cuestión de si las personas que viven dentro de lo que Occiden-te designa como esa región piensan necesariamente de ese modo, y qué divisiones se producen en su propia topología y cartogra-fía del mundo. Más fundamentalmente, en lugar de continuar suponiendo la centralidad de Occidente y sus visiones de los otros, ahora ha llegado el momento de mirar cómo se ve el m u n-do desde otros puntos de observación distintos de Occidente y, además, dejar que el O t r o nos busque, nos influencie y tal vez (incluso) nos rechace. «[Ya que] Pronto seremos [sólo] otra cul-^ 100 tura».

La e t n i c i d a d f i c t i c i a d e O c c i d e n t e

En años recientes, los académicos dedicados a los estudios culturales, como Richard Dyer y Stuart H a l l , han sostenido que la «blanquitud», y no el hecho de estar marcado como una for-ma específica de «raza» o de etnia, funciona como la «norma» (invisible), contra la cual se caracterizan todos los demás . 1 0 1

Análogamente, N a o k i Sakai argumenta que Occidente sigue presentándose como la norma universal de la humanidad, y no simplemente como una forma antropológica de vida entre otras. A l respecto, el argumento de Sakai funciona paralelamente con el de Cheah, al concentrarse en el juego de manos hegeliano a través del cual Occidente se presenta a sí mismo como la única fuente adecuada de conocimiento teórico, universal, y como el puesto de observación desde el cual todas las demás formas de

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100 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

vida humana han de ser conocidas y definidas. En esta ope ción conceptual, como él observa, la humanidad occidental reserva para sí el estatus trascendental del «Hombre» (s/c), mientras que el resto del mundo es antropologizado y, por ende «degradado a la etnicidad». 1 0 2 En ese contexto, Tr inh T. M i n h -ha observa agudamente que

cuando la gente me pregunta, muy naturalmente, sobre «mi próxi-ma película en Vietnam», no puedo sino preguntar: ¿Por qué Viet-nam? ¿Por qué tengo que concentrarme en Vietnam? Se impulsa a los pueblos marginados a que se preocupen por sus propios asun-tos. Entonces [...] las regiones en las que se les permite trabajar si-guen estando muy marcadas, mientras que las regiones donde los euroamericanos realizan sus actividades no están marcadas. Uno está confinado a su propia cultura, etnia, sexualidad o género.1 0 3

Para Sakai, en última instancia Occidente «debe su unidad putativa a varias declaraciones sobre sí mismo y sus diferencias del Resto», ya que distingue entre sí mismo -como el poseedor de la racionalidad científica- y todos los demás, a quienes se consi-dera que siguen viviendo en la premodernidad y, por lo tanto, son incapaces de alcanzar el conocimiento trascendente. Para Sakai, como para Bruno Latour, precisamente esa división fun-dacional es la más problemática. Si Occidente es una forma de «etnicidad ficticia», donde debe buscarse «la correcta compren-sión de la distinción entre Occidente y el Resto, será en la topo-grafía del inconsciente colonial, y no en la geografía material del mundo». N o hay que buscar un unicornio misterioso; por el contrario, para Sakai se trata del simple reconocimiento de que ahora el «Resto» está esparcido por todo el terri torio de la civi-lización occidental, así como ahora las huellas de Occidente es-tán dispersas en todo el mundo. Desde este punto de vista, aho-ra podemos reconocer tanto «la diseminación transformadora y viviente de las ideas euroamericanas en sitios no euroamerica-nos» como los legados de las formas culturales no euroameri-canas en sitios occidentales. Como sostiene Sakai, sólo de esa manera «podremos ver las huellas de Occidente, así como de no Occidente, en todos nosotros» . 1 0 4

Á DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 101

Comenzar d e s d e o t r o l u g a r : la m o d e r n i d a d e n A s ia o r i e n t a l

En general, los debates en torno a la globalización, la occi-dentalización o el imperialismo cultural siguen estando conden-sados alrededor de una división binaria entre quienes sostienen «el argumento fuerte» de que los productos culturales de Occi-dente siguen teniendo efectos significativos en otros lugares y, por otro lado, quienes sostienen que esos «efectos» son desvia-dos, en cierta medida, por los procesos activos de consumo cul-tural, a través de los cuales los «otros» reinterpretan el material occidental que consumen. Sin embargo, ambas posturas com-parten el supuesto de que Occidente sigue siendo el punto de partida y la polaridad clave en torno a la cual se organizan esos flujos culturales. De modo que aún tendemos a pensar las inte-racciones global-local a partir de cómo el Resto responde a Oc-cidente (a través de la imitación, la apropiación o la resistencia), mientras que la dinámica de la interacción entre los países fuera de Occidente sigue sin examinarse suficientemente.1 0 5 He soste-nido en otro texto que no deberíamos subestimar la importancia y las consecuencias que sigue teniendo el imperialismo cultural norteamericano en términos empíricos, pero también es cierto que a escala conceptual, como nos recuerda James Carrier, Oc-cidente, real o imaginado, no necesita ser obligatoriamente, o no siempre, el polo contra el cual se define el resto. 1 0 6 La dinámica cultural actual de Asia oriental y meridional es particularmen-te elocuente al respecto, ya que allí se hallan varias instancias donde ya no es Estados Unidos sino, en diferentes circunstan-cias, Japón, Taiwán o H o n g Kong los que, según los habitantes de esa región, ofrecen los modelos más persuasivos de lo que sig-nifica ser moderno.

Estas cuestiones se pueden analizar concretamente si se considera el trabajo de Koichi Iwabuchi y M a n d y Thomas so-bre cómo las cuestiones de simil i tud y distancia cultural son percibidas por los consumidores en Asia oriental, en relación con la importación de bienes culturales de diferentes países ve-cinos de la región. Si tomamos el caso de Vietnam, está claro que ahora los símbolos y los productos de la cultura popular de

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102 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

otras culturas del este de Asia -telenovelas taiwanesas, vídeos de H o n g Kong, cantopop y juegos de ordenador japoneses, así como mangas-, y no los productos de Estados Unidos, son los que simbolizan las formas deseables de cosmopolitismo urbano y cool para muchos jóvenes vietnamitas. Como dice un vietna-mita , «Japón, Taiwán o Corea del Sur son nuestros modelos. Deseamos ser como en ellos algunos años. Hacen las cosas mucho mejor que los norteamericanos». Por supuesto, como observa Thomas, en Vietnam, como en muchos otros lugares, lo «extran-jero» es una categoría inevitablemente ambigua, que represen-ta tanto una reacción de deseo y opor tunidad como un foco de temor y ansiedad. 1 0 7

Sin embargo, la cuestión clave, a los fines de m i argumenta-ción, es que, como forma particular de extranjería, la cultura del este de Asia, si bien no es del todo familiar para los vietnamitas, es sentida como mucho menos extranjera que la modernidad repre-sentada por Estados Unidos u Occidente. Encontramos aquí una instancia de lo que Iwabuchi ha llamado la dinámica ambivalente de la «diferencia cultural» y la «similitud bizarra» en la cultura global contemporánea. Según las conclusiones de ese estudio, en Taiwán los programas de televisión específicamente japoneses, y no norteamericanos, son los que proveen a muchas personas de «un modelo concreto de lo que significa ser moderno en Asia oriental», por la simple razón de que hallan más fácil, por razones de «proximidad cultural», identificarse con materiales culturales importados de Japón que de Estados Unidos. De modo que varios de los encuestados taiwaneses observan que «Tokyo Love Story [...] no es una historia sobre otra persona. Es una historia de nues-tra generación, sobre nosotros, sobre mí [...] me puedo identificar fácilmente con ella»; otro dice que «Occidente está tan lejos de no-sotros que no puedo relacionarme con los dramas de los nortea-mericanos»; otro declara que «los dramas japoneses reflejan mejor nuestra realidad. [...] Beverly Hills 90210 (en España, Sensación de vivir) [.. .] no es nuestra realidad o nuestro sueño»; otro simple-mente observa que «me puedo relacionar fácilmente con los dra-mas japoneses. Son más cercanos a lo que nosotros sentimos». 1 0 8

Sin duda, todo esto debe alertarnos acerca del hecho de que los modelos de las formas deseables de modernidad pueden apa-

D E LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 103

ecer con aspectos diferentes y en lugares particulares del mun -do y c i u e n ° y e n n o s i e m P r e derivan necesariamente de Oc-cidente. Sin embargo, el argumento de Iwabuchi va más allá. A l recurrir a las nociones de «proximidad cultural» parecería repro-ducir la invocación de Hunt ington de las diferencias «de civi l i -zación» como explicaciones del potencial (y los límites) de los flujos culturales. 1 0 9 Sin embargo, mientras Hunt ington trata esos patrones de civilización como si estuvieran reificados, como si fueran verdades naturales o eternas, Iwabuchi está interesado en explicar cómo esas preferencias y resonancias culturales se pro-ducen históricamente y dentro de coyunturas particulares. Esto equivale a sostener que la proximidad cultural , como una in -fluencia, por ejemplo, para ver las preferencias, no es un hecho dado o una esencia estática, sino más bien una función de una dinámica cultural que se debe comprender en su contexto histó-rico específico.

Desde este punto de vista, la identificación emergente de los taiwaneses con los productos culturales japoneses como símbo-los de la modernidad sólo puede comprenderse dentro del con-texto del legado histórico del colonialismo japonés en Taiwán. N o se trata sólo de que Japón, su idioma, su cultura y sus tra-diciones educativas siguen ejerciendo una influencia histórica considerable en su ex colonia. Además, como observa Iwabuchi , debido a sus sentimientos negativos hacia el régimen autoritario del período de posguerra del gobierno del Kuomintang en Tai-wán, muchas personas de más edad, en particular, ven a sus ex dirigentes japoneses de manera positiva. Por otra parte, dados los recientes avances económicos de Taiwán, ahora muchos ta i -waneses sienten cierta coetaneidad o temporalidad compartida con Japón. Como dice uno de los encuestados de Iwabuchi , «Taiwán solía seguir a Japón y siempre era un " Japón" de hace diez años. Pero ahora estamos viviendo en la misma era. N o hay un desfase temporal entre Taiwán y J a p ó n » . 1 1 0

Adoptar esta perspectiva no es simplemente alejarse de la ecuación convencional de Occidente con Estados Unidos y sólo «reemplazar» la figura de este último con la de Japón como nue-vo centro de la modernidad, o tal vez Singapur, como la p r i -mera «ciudad totalmente conectada» del mundo (conexión to-

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104 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

tal ahora, con los estudios de animación digi tal instalados por George Lucas en colaboración con el gobierno de Singapur). Más radicalmente, significa comprender que todas esas configu-raciones están necesariamente definidas por el contexto y por el tiempo. Es entender, además, como ha sostenido Braudel, que la modernidad siempre tiene un centro móvil, que se traslada de un locus geográfico a otro con el tiempo y que, en un momento dado, lo que parece ser «el centro» depende la periferia donde uno se posiciona. Desde este punto de vista, como Rem Kool -haas ha dicho, «quién posee "Occidente" ya no es algo que "no-sotros" podamos controlar, sino más bien un conjunto de his-torias que se desarrollan muy rápido y que ahora escriben y amplían o t ros» . 1 1 1

La d e s o c c i d e n t a l i z a c i ó n y e l p r o b l e m a d e l o c c i d e n t a l i s m o

Los problemas planteados por estas consideraciones son de particular pertinencia para la teoría de los medios. Aquí volve-mos a las dificultades antes señaladas sobre las deficiencias de las generalizaciones abstractas, demasiado confiadas, de gran parte de la teoría de la civilización, en la que, como James Cu-rran y Myung-Jin Park han sostenido, «los teóricos estudian el universo sin ir nunca mucho más lejos del aeropuerto interna-c ional» . 1 1 2 Las dificultades de esos modelos teóricos abstractos son diversas. En primer lugar, esas visiones simplificadas de la globalización tienden a omit ir el significado crucial del contexto local de los procesos globalizadores. En segundo lugar, por lo general los paradigmas de interpretación derivados de una si-tuación tienden a ser importados a granel y aplicados en otro l u -gar, sin ser debidamente adaptados a la situación local. En tercer lugar, como observan Curran y Park, la mayor parte de la teoría de medios occidental es tanto autoabsorbida como parroquial , con el resultado de que las teorías universalistas sobre los me-dios de comunicación se presentan sobre la base de evidencia generalmente obtenida de los mismos y pocos escenarios eu-roamericanos, de tal modo que nuestros modelos (supuesta-mente universales) de los medios mundiales en realidad están

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indebidamente influenciados por la experiencia de unos pocos países atípicos». Sin duda, como John D o w n i ng sostiene, es bas-tante absurdo unlversalizar la experiencia concreta de lugares como Estados Unidos y Gran Bretaña, como si esas democracias estables, opulentas, con sus historias protestantes y sus intrusio-nes imperialistas, posiblemente se pudieran considerar como re-presentativas de todo el m u n d o . 1 1 3

Por estas razones, escritores como John D o w n i ng y Paul W i -llemen han sostenido que es necesario desarrollar una perspec-tiva más internacionalmente comparativa, tanto dentro de los estudios sobre medios como sobre c ine , 1 1 4 y ese mismo ímpetu es el que lleva a Curran y Park al encomiable proyecto de «desoc-cidentalizar» los estudios sobre medios. Sin embargo, éste es un territorio complicado. Uno de los problemas con los estudios comparativos es, claro está, la cuestión de dónde comienza uno a realizar las comparaciones - y si el mojón es el de una perspec-tiva occidental, desde donde todas las demás instancias son tra-tadas como desviaciones de esa «norma», entonces uno corre el riesgo de repetir todos los problemas conceptuales del hegelia-nismo, como sostiene Cheah- . 1 1 5 El proceso analítico no puede ser acumulativo o «suplementario», donde una serie de «otras» experiencias se añaden como complicaciones o desvíos intere-santes de una norma occidental. Sin embargo, el imperialismo cultural suele ser, precisamente, u n asunto de exportación de normas, estándares y formatos, de Occidente al Resto, dentro de relaciones de poder históricamente específicas. De modo que, más allá de los argumentos presentados más arriba sobre el sen-tido con que, en algunos lugares del Asia oriental actual, el «mo-jón» de la modernidad (desde donde la gente toma sus conduc-tas) podría verse como mejor ubicado en Tokio o Taiwán que en Nueva York, no ayudará a sustituir un modelo filosóficamente más sofisticado (o tal vez más «políticamente correcto») de una modernidad virtualmente multicentrada para un análisis empíri-co cuidadoso de dónde siguen estando en realidad los centros i m -periales de Occidente, en el mundo de los medios y en otros ám-bitos. En ese sentido, no podemos «desoccidentalizar» nuestra interpretación de estas cuestiones prestando menos atención a Occidente y más atención a otros lugares. Por el contrario, un

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descentramiento profundo de nuestro marco analítico nos exigi-rá continuar prestando cuidadosa atención a Occidente y sus poderes imperiales, pero con una nueva perspectiva, en la que Occidente es visto simplemente como un conjunto de formas y normas culturales, entre otros, aunque particularmente poderoso.

N o hay documentación bien elaborada sobre la cuestión del orientalismo, n i sobre las imágenes de Occidente y el Otro . Sin embargo, como sostiene James Carrier, la cuestión del «socio comanditario» del orientalismo, el «occidentalismo» - l a cues-tión de la derivación de imágenes de Occidente, tanto dentro como fuera de ese t e r r i t o r i o - ha sido mucho menos explorada. Esto es muy importante, como sostiene Carrier, no sólo en tér-minos de la necesidad de dar vuelta al telescopio conceptual y considerar la cuestión de cómo nos ven los demás, sino también de cómo los vemos nosotros. Más fundamentalmente, su argu-mentación sostiene que las imágenes occidentales de la alteridad están basadas, por supuesto, en cierta imagen fundamentalmen-te arraigada - y , a su entender, bastante confusa- de sí mismos, como la norma en relación con la cual se comprende la «dife-rencia» de los demás. Su interés está en el proceso del orientalis-mo en la representación antropológica, y está preocupado por el proceso de autodefinición a través del cual las personas se defi-nen a sí mismas en oposición con lo que ven como extraño a ellas, intensificando su propio sentido de pertenencia y dramati-zando sus diferencias con respecto a los demás. Comenzando con la observación de Kenneth Burke de que, «para decir qué es una cosa, uno la coloca como otra cosa», él sostiene que «Orien-te» sólo puede haber sido construido en referencia a su diferen-cia (en gran medida) imaginada de la imagen que Occidente tie-ne de sí mismo, en la forma de Occidente.

A d a m Kuper sostiene algo parecido cuando considera que durante largo tiempo los antropólogos han tomado la «sociedad primitiva» como su objeto especial de estudio, pero en la prácti-ca ese objeto ha resultado ser no tanto esas sociedades, sino más bien una imagen negativa de su propia sociedad, vista a través de un espejo distorsionante, que luego ellos proyectaban a quie-nes estaban estudiando. 1 1 6 Entonces, Occidente produce una imagen de sí sobresimplificada y artificialmente homogeneiza-

MÁS ALLÁ DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / J Q y

da como una entidad imaginada que suprime sus diferencia s ¡ n _ ternas y oculta los muchos aspectos de la vida occidental q U e

simplemente, no responden a esa visión esencializada e i d e a . J i 2 a ' da de su naturaleza. Además, sobre la base de esa visión e r r c 5 n e a

de sí mismo, Occidente, a su vez, luego produce una visión t ^ a r n _ bien esencializada del Resto del M u n d o , definido por sus o l i f e _ rendas no con lo que Occidente es en realidad, sino en relación, C O n

la autoimagen de Occidente. De modo que si el mundo p r i r ^ j j - j . vo es visto como simple y estático, en una esfera irracional, g Q

bernada en gran medida por la magia, los rituales y oscuras f 0 f

mas de juju e intercambio de ofrendas, ello se debe, sobre t t ^ ^ a que esos atributos se derivan lógicamente, por oposición, c4 e j a ' autoconcepción de Occidente, como un mundo complejo y pidamente cambiante de opciones de consumo regido p o * r j a

ciencia, la investigación empírica y la calidad de la economía r a _ cionalmente definida, todo ello basado en las firmes p r a c t i C l . dades de la filosofía uti l i taria . El concepto de sociedad t r a d i , c ¿ 0 _ nal pr imit iva es generado, entonces, como la imagen n e g a t i V a

e invertida de la concepción occidental de lo que significa S e r

moderno.

Aquí el problema no es difícil de observar. El modelo « c 0 n _ vencional de Oriente y Occidente da lugar a todo t ipo de ^ n o _ malías, en las que todos los tipos de personas parecen e s t a r e n

el lugar equivocado en el momento equivocado («simples a l ^ e . anos» en Europa, «ciudades totalmente conectadas» en el S u _ deste asiático, sectas fundamentalistas en la región central de Estados Unidos). Nuestras alternativas son rígidas; una sería l n ¿ _ ciar una operación total de «limpieza conceptual» que de a l g u n

modo englobaría, caso por caso, todas esas anomalías en tét-mi-nos teóricos. Sin embargo, tal vez sería preferible reconocer q U e

ese t ipo de binarismo conceptual art i f ic ia l del mundo c J e o e

abandonarse (por su rigidez apabullante) en favor de un e s q U e . ma conceptual bastante diferente. Retomaré estas cuestiones más adelante, en el capítulo de las conclusiones, a f in de ofrecer- U n

enfoque diferente de la cuestión de cómo podríamos concept U a _ lizar mejor las relaciones entre Oriente y Occidente y entre dernidad y tradición.

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108 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

N o t a s

1. Tayeb Salih, 2000, Season of Migration to the North, primera publicación en 1966, Harmondsworth, Penguin, pp. 49-50 y 60.

2. Naoki Sakai, 2001, Introducción a Traces, p. v i i . 3. Véase Eric Wolf, 1982, Europe and the People without His-

tory, Berkeley, California, University of California Press. N i t i n Sawh-ney, entrevistado por Simon Hattenstone en «Fm a Bit of a Geek», The Guardian (revista), 17 de marzo de 2003, p. 6.

4. Sakai, ibid., p. vii i ; véase también H . D. Harootunian, 2002, «Postcoloniality's Unconscious/Area Studies' Desire», en M . Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Durham, N C , Duke Uni-versity Press, p. 164.

5. De Marx, «Preface to the First Edition», Capital, vol. I ; citado en D. Chakrabarty, 2001, «Europe as a Problem of Indian History», en Traces, p. 163; véase también Johannes Fabian, 2001, «Africa's Bel-gium*, en Anthropology with an Attitude, Stanford, California, Stan-ford University Press.

6. Chakrabarty, ibid., pp. 163-164; Sakai, ibid. , p. v i i i . 7. Sakai, ibid., p. x. 8. Goran Therborn, 2002, «Asia and Europe i n the World», In-

ter-Asia Cultural Studies, n.° 3 (2), p. 292; Kapel y Weigel, ambos ci-tados en Samuel Huntington, 1993, «The Clash of Civilisation», Fo-reign Affairs, n.° 72 (3, verano), p. 26. [Trad, cast.: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona, Pai-dós, 2007.]

9. Véase Talal Assad, 1993, Genealogies of Religion, Baltimore, M d . , Johns Hopkins Press.

10. Timothy Garton Ash, 2005, «The First World Leader», The Guardian, 4 de abril.

11. John Gray, 2004, «A Second Coming of Belief», Independent on Sunday, 26 de noviembre. Véase también Alister McGrath (2005), The Twilight of Atheism, Londres, Rider Books.

12. Ziauddin Sardar, 2005, Desperately Seeking Paradise: Jour-neys of a Sceptical Muslim, Londres, Granta Books. [Trad, cast.: Bus-cando desesperadamente el paraíso: viajes de un musulmán escéptico, Barcelona, Gedisa, 2006.]; Iftikar Malik y al Ghazali, citado en Sar-dar, ibid., pp. 25-27, 25-26 y pássim.

13. Ranajit Guha, 1983, Elementary Aspects of Peasant Insur-gency in Colonial India, Delhi, Oxford University Press; Dipesh Cha-krabarty, ibid., p. 167. Véase Chakrabarty, ibid., p. 167. Véase Chakra-

MÁS A L L Á DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 109

barty, ibíd., para un análisis de las limitaciones del enfoque de Hobs-bawn sobre las rebeliones de los campesinos indios.

14. Chakrabarty, ibíd., p. 168; Guha, ibíd., p. 168. 15. Chakrabarty, ibíd., pp. 170-171. Al respecto, véase el recien-

te auge de los partidos religiosos, como el BJP, en el manejo de la po-lítica india hasta la victoria del Partido del Congreso en las elecciones de primavera de 2004; véase también Arvind Rajagopal, 2001, Poli-tics after Television in India, Cambridge, Cambridge University Press.

16. John Gray, 2003, Al-Qaeda and What it Means to be Mo-dern, Londres, Faber, p. 23.

17. Todd Gitlin, 2003, «Europe? Frankly, America Doesn't Give a Damn», The Guardian, 3 de febrero. Luc Sante, 2003, «God's Country», Granta, p. 207.

18. Luc Sante, 2003, «God's Country», Granta, n.° 84, pp. 207-208. 19. Simon Schama, 2004, «Onward Christian Soldiers», The

Guardian, G2, 5 de noviembre. Recientemente, Harold Bloom obser-vó que «se está preguntando si el sur ha ganado tardíamente la Gue-rra Civil, más de un siglo después de su supuesta derrota. Los líderes del Partido Republicano son todos del sur; incluso los Bush, a pesar de sus conexiones con Yale y Connecticut, tuvieron el cuidado de hacer-se de Texas y Florida», The Guardian (revista), 17 de diciembre.

20. Sante, ibíd., p. 207; Suzanne Goldenburg, 2003, «US De-fends Role for Evangelical Christian», The Guardian, 17 de octubre.

21. Sidney Blumenthal, 2002, «A Moral Dilemma», The Guar-dian, 4 de noviembre, y también su «The Lowest Ignorance Takes Charge», 2004, The Guardian, 11 de noviembre.

22. Gray, ibid., p. 95. 23. Benjamin Barber, 1995, Jihad vs. McWorld, Nueva York, Ba-

Uantine Books, pp. 210-214. 24. En Charles Glass, 2003, «Over There», Granta, n.° 84, p. 32. 25. Salman Rushdie, 2005, «In Bad Faith», The Guardian, 14 de

marzo; George Monbiot, 2004, «Puritanism of the Rich», The Guar-dian, 9 de noviembre.

26. Barber, ibid., pp. 212-213. 27. Véase Ziauddin Sardar, 2002, «Mecca», Granta, n.° 77, pp.

245-246. Para otro paralelismo sobre cómo los fundamentalistas islá-micos han formado su ideología sobre las tradiciones del antiindus-trialismo romántico, véase Ian Buruma y Avishai Margalit, 2004, Oc-cidentalism: A Short History of Anti-Westernism, Londres, Atlantic Books. [Trad, cast.: Occidentalismo: breve historia del sentimiento an-tioccidental, Barcelona, Península, 2005.]

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I l l ) / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

28. Gray, ibíd. 29. Kessing, citado en James Carrier (ed.), 1995, Occidentalism,

Oxford, Oxford University Press, pp. 6-7. 30. Malise Ruthven, 2004, Fundamentalism: The Search for Mea-

ning, Oxford, Oxford University Press, citado en Madeleine Bunting, 2004, «Back to Basics», revisión de Ruthven, The Guardian, Saturday Review, 29 de abril, p. 12. Véase también Jason Burke, 2004, reseña del libro de Ruthven en su «The Appeal of Zeal», The Observer (re-vista), 20 de junio.

31. Ian Jack, 2003, «Introduction*, Granta, n.° 84, p. 7; Michael Ignatieff, 2002, «What We Think of America», Granta, n.° 77, p. 49.

32. Gray, ibíd., p. 50. Retomaré estas cuestiones de la religión, la tradición y la modernidad en el capítulo de conclusión.

33. Fernand Braudel, 1985, La Dinámica del capitalismo, Ma-drid, Alianza Editorial, pp. 102-103; citado en José Joaquín Bruner (1993), «Notes on Modernity and Postmodernity in Latin America», Boundary, n.° 2, vol. 20 (3), otoño, p. 57.

34. B. Santos, 1991, «Una cartografía simbólica de las represen-taciones sociales», Nueva Sociedad, n.° 116, Caracas (noviembre-diciembre), p. 23, citado en Nelly Richard, 1996, «The Cultural and Postmodern Decentring», en J. Welchman (ed.), Reshaping Bor-ders, Minneapolis, Minneapolis, University of Minnesota, p. 71, ibid., p. 82.

35. Enrique Dussell, 1993, «Eurocentrism and Modernity», Boundary, n.° 2, vol. 20 (3), otoño, p. 65.

36. Véase Sakai, ibíd. y Sakai, 1988, «Modernity and its Criti-que», South Atlantic Quarterly, n.° 87 (3), sobre la superposición de esos planos conceptuales.

37. Richard, ibíd., pp. 72 y 79. 38. Francis Fukuyama, 1992, The End of History, Harmonds-

worth, Penguin. [Trad, cast.: El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Editorial Planeta, 1992.] Véase el análisis del trabajo de Fu-kuyama en «The End of What?», cap. 10 de D. Morley y K. Robins (eds.), 1996, Spaces of Identity, Londres Routledge.

39. Fukuyama, ibíd., p. xv. 40. Para una explicación sucinta de la teoría de Friedman, véase

el libro basado en la serie de televisión que hizo que sus ideas fueran objeto de la atención popular, Mil ton Friedman y Rose Friedman, 1980, Free to Choose, Londres, Seeker y Warburg. [Trad, cast.: Liber-tad de elegir: hacia un nuevo liberalismo económico, Barcelona, Gri-jalbo, 1992.]

ALLÁ DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 111

41. Samuel Huntington, 1996a, The Clash of Civilisations, Nue-va York, Simon & Schuster. Véase también la versión original del ar-tículo de Huntington, sobre el que se basó su libro en Foreign Affairs (verano de 1993); y 1996b, «The West, Unique, not Universal», Fo-reign Affairs (noviembre/diciembre); y también 1996c, «The Clash of Civilisation Debate», Foreign Affairs.

42. Huntington, ibid., 1996a, p. 91. 43. Valéry, citado en Jo-Anne Pemberton, 2001, Global Meta-

phors, Londres, Pluto Press, p. 65. 44. Huntington, ibid., 1996a, pp. 20 y 310. 45. Ibid., p. 20. 46. Huntington, ibid., 1996c, «If Not Civilisation, What?», en el

número especial de Foreign Affairs I Norton Books sobre «The Clash of Civilisations Debate», pp. 63-64. Desde el extremo opuesto del es-pectro político, Martin Jacques apoya en gran medida el pronóstico de Huntington, sosteniendo que «es poco probable que el futuro esté do-minado por el mundo occidental. [...] Ahora, sin lugar a dudas, la región más importante del mundo es el este de Asia», y observa que, desde ese punto de vista, el «siglo norteamericano», en retrospecti-va, parece haber sido más bien «medio siglo»; Martin Jacques, 2005, «China well on its way to being the other Superpower», The Guar-dian, 8 de diciembre.

47. Citado en Huntington, ibid., 1996a, p. 55; Huntington, ibid., 1996c, p. 64.

48. Véanse mis comentarios sobre los movimientos Kastom como respuestas autoconscientes a la erosión de la tradición.

49. Huntington, ibíd., 1996a, p. 78. 50. Immanuel Wallerstein, 2003, The Decline of American Po-

wer, Nueva York, The New Press, p. 213. 51. John Ralston Saul, 2005, The Collapse of Globalism, Lon-

dres, Atlantic Books. Véase también la reseña de Martin Jacques sobre el libro de Saul, 2005, «The End of the World as We Know It?», The Guardian (revista del sábado), 23 de julio.

52. Barrington Moore Jr., 1967, The Social Origins of Dictators-hip and Democracy, Londres, Allen Lane. [Trad, cast.: Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Barcelona, Península, 2002.]; Therborn, ibíd., pp. 290 y 292. Por supuesto, uno podría adu-cir que la India (o, al menos, algunas partes de la India) está a punto de desmentir esta hipótesis.

53. Therborn, ibíd., pp. 288, 290 y 302-304. 54. Therborn, ibíd., pp. 294-296 y 305.

Page 43: Medios, modernidad y Tecnología - David Morley

1 1 Z / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

55. Bruce Cummings, 2002, «Boundary Displacement*, en Ma-sao Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Durhar~ NC, Duke University Press, pp. 286 y 293.

56. Véase Daniel Lerner, 1964, The Passing of Traditional So-ciety, Glencoe, 111., Free Press.

57. H . D. Harootunian, 2002, «Postcoloniality's Unconscious Area Studies' Desire», en Miyoshi y Harootunian (eds.), ibid., p. 158; informe American SSRC 1996, citado en Bruce Cummings, ibid., pp. 288-289.

58. Paul Bové, 2002, «Can American Studies Be Area Studies*, en Masao Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Dur-ham, NC, Duke University Press, pp. 207 y 222.

59. Rey Chow, 2002, «Theory, Area Studies, Cultural Studies*, en Masao Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Dur-ham, NC, Duke University Press, p. 108; Bové, ibid., p. 211.

60. Chow, ibid., p. 113. 61. Cummings, ibid., p. 291; Harootunian, ibid., p. 166. El con-

traste más elocuente tal vez sea, en ese sentido, el que puede verse en-tre académicos como George Ritzer, 2000, The McDonaldisation of Society, Londres, Sage. [Trad, cast.: La McDonaldización de la socie-dad, Madrid, Editorial Popular, 2006.], para quien los procesos de glocalización no son más que un soborno capitalista para disimular la similitud esencial del McWorld, y James Watson, 1998, Golden Ar-ches East: McDonalds in East Asia, Stanford, Calif., Stanford Univer-sity Press y James Lull , 2001, «Global Politics and Asian Civilisa-tions*, en B. Morean (ed.), Asian Media Productions, Richmond, Curzon Press, quien sostendría que los consumidores del este asiático de maharaja macs y teriyaki burgers ahora han incorporado tanto esas formas culturales glocalizadas que ya no son victimizados ni explota-dos por ellas, ya que esa «adaptación» ha tenido lugar tanto en térmi-no orientales como occidentales. M i opinión al respecto puede hallar-se en 2005, «Globalisation and Cultural Imperialism Reconsidered*, en J. Curran y D. Morley (eds.), Media and Cultural Theory, Londres, Routledge.

62. Anne McClintock, citado en Benita Parry, 2002, «Signs of Our Times», en Masao Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Durham, NC, Duke University Press, p. 122.

63. H . D. Harootunian, 2002, «Postcoloniality's Unconscious» / Area Studies' Desire», en Masao Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Durham, NC, Duke University Press, p. 152.

64. Harootunian, ibíd., pp. 168-169.

• D E L A ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 113

65. Harootunian, ibíd., pp. 172. 66. Su argumento es que el trabajo de algunos de los otros aca-

démicos fundadores de la poscolonialidad, como Césaire, Senghor y fvlemmi, ha sufrido cierta falta de interés debido, en gran parte, a que fueron escritos en francés, que no es un «idioma internacional» en la misma medida que el inglés. Sin embargo, el contraejemplo de Fanón, quien también escribió en francés, pero cuyas teorías han logrado re-conocimiento global, parece desmentir este punto.

67. Harootunian, ibíd., p. 168; James Fujii, 2002, «From Politics to Culture», en Masao Miyoshi y H . D. Harootunian (eds.), Learning Places, Durham, NC, Duke University Press, p. 362.

68. Véanse también mis comentarios sobre este aspecto en la en-trevista a Johannes Van Moltke en el cap. 2 de la edición original de este libro, no incluido en esta traducción en castellano.

69. Arjun Appadurai, 2000, «Grassroot Globalisation and the Research Imagination», Public Culture, n.° 12 (1), p. 7; véase también James Clifford, 1992, «Travelling Cultures», en Larry Grossberg et al. (eds.), Cultural Studies, Londres, Routledge.

70. Appadurai, ibíd., p. 5. 71. I . Wallerstein, 1987, «Periphery», en J. Eatman (ed.), The

New Palgrave Dictionary of Economic Theory and Doctrine, Ba-singstoke, Macmillan.

72. Pheng Cheah, 2001, «Universal Areas», Traces, n.° 1 , p. 45. 73. Véase G. W. F. Hegel, 1953, Reason in History: A General In-

troduction to the Philosophy of History. Publicado por primera vez en 1837, Nueva York, Macmillan. Véanse también mis comentarios más adelante en este capítulo sobre la invocación de los alemanes de sus antepasados griegos en el siglo xix.

74. Cheah, ibíd., pp, 47 y 49-52. 75. M . Miyoshi y H . D. Harootunian, 2002, «Introduction:

The "Afterlife" of Area Studies», en Masao Miyoshi y H . D . Haroo-tunian (eds.), Learning Places, Durham, NC, Duke University Press, P- 7.

76. Harootunian, «Postcoloniality's Unconscious», ibíd., pp. 151 y 161-162.

77. Véase Johannes Fabian, 1983, Time and the Other, Nueva York, Columbia University Press. Retomaré estas cuestiones sobre la «coetaneidad» en el capítulo final.

78. Appadurai, «Grassroots, Globalisation and the Research Imaginary», ibid., p. 4.

79. Appadurai, ibid., p. 8; Cheah, ibid., pp. 38 y 43.

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114 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

80. Cheah, ibíd., p. 39. Para una versión menos teórica, pero más melodiosa, del mismo aspecto sobre las relaciones entre Estados Uni-dos y Europa, véase la canción «Political Science» de Randy Newman, 1972, en la que el cantante irónicamente sugiere que Estados Unidos debería drop the Big One («arrojar la grande») sobre Europa, preci-samente con el argumento de que este continente es (ya en esa época) «demasiado viejo».

81. Naoki Sakai, 2001, «The Dislocation of the West and the Status of the Humanities», Traces, n.° 1 , p. 82.

82. Sakai, ibid. , p. 80; Antonio Gramsci, 1971, Prison Not books, Nueva York, International Publishers, p. 447, citado en Sakai, ibid., p. 93.

83. Sakai, ibid., pp. 85-86. 84. Simon Goldhill, 2005, Love, Sex and Tragedy: Why Classics

Matters, Londres, Hodder Headline. 85. Robert A. McCaughey, 1984, International Studies and Aca-

demic Enterprise, Nueva York, Columbia University Press, p. x i i , ci-tado en Cheah, ibid., p. 64.

86. Véase M . Herzfeld, 1995, «Hellenism and Occidentalism*, en James Carrier (ed.), Occidentalism: Images of the West, Oxford, Oxford University Press, p. 219. Sobre este tema, véase también mi análisis del trabajo de Martin Bernal, 1996, Black Athena, en D. Mor-ley y K. Robins (eds.), Spaces of Identity, Londres, Routledge

87. Christian Meier, 2005, From Athens to Auschwitz, Cambrid-ge, Mass., Harvard University Press.

88. Mark Lilla, 2005, reseña de Meier, ibid., New York Review of Books, 23 de junio.

89. Meier, citado en Lilla, ibid. 90. Goldhill, ibid., pp. 282-283. 91. Goldhill, ibid., pp. 25-28. 92. Goldhill, ibid., p. 295; véase también Lilla, ibíd., sobre este

tema. 93. Stuart Hall , 2003, «In, but not of Europe...», Soundings,

Londres, Lawrence & Wishart. 94. Dipesh Chakrabarty, ibid., pp. 160 y 171-172. A l respecto,

Gayatri Spivak explica cómo modificó su forma de enseñar en la Uni-versidad de Hong Kong cuando se dio cuenta de que los estudiantes sabían muy poco acerca de las tradiciones literarias occidentales: «Desarmé por completo el curso y comencé a enseñar desde Aristóte-les. [...] Y así, con mis pobres conocimientos de griego antiguo, estoy enseñando Aristóteles en griego; y, con mis pobres conocimientos de

- I I Á DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIALIZACIÓN DE LA HISTORIA / 115 MÁS ALL"

taliano, estoy enseñando Dante en italiano. Siempre les digo: lean l i -teratura occidental no porque todo en Occidente sea bueno, sino para

ue puedan aplicar esos conocimientos teóricos a sus propios mate-riales. No lean los textos occidentales creyendo que todo en Occiden-te es malo y que, por lo tanto, ello puede demostrar que todo lo chino es mejor. Ambos son lo mismo. Lean los textos occidentales porque pueden hacerlo y verán que, en algunos sentidos, Occidente ganó. Así, podrán ver que es interesante», Jenny Sharpe, 2002, «A conversation with Gayatri Chakravorty Spivak», Signs: Journal of Women in Cul-ture and Society, n.° 28 (2).

95. Chow, ibid., pp. 110 y 112. 96. Appadurai, ibid., pp. 7-8. 97. Robert Thornton, «The Colonial, the Imperial and the Crea-

tion of the European in South Africa», resumido por James Carrier, 1995, en su Introducción a su volumen Occidentalism, ibid., pp. 21-22.

98. Dean MacCanell, 1994, «Cannibal Tours», en L. Taylor (ed.), Visualizing Theory, Londres, Routledge, p. 104, que se basa en Jill Sweet, 1989, «Burlesquing the Other», Annals of Tourist Research, n.° 16.

99. Véase Yuiko Fujita, 2006, «Cultural Migrants: Young Ja-panese in Tokyo, London and New York», tesis de doctorado, De-partamento de Medios y Comunicación, Goldsmiths, Universidad de Londres.

100. Francesco Bonami, 1997, «The Electronic Bottle: Dreaming of a Global Art and Geographic Innocence», en Okuwi Enwezor (ed.), Trade Routes: History and Geography, Johannesburgo, Greater Jo-hannesburg Metropolitan Council. Para un análisis fascinante sobre cómo Occidente se ha visto tradicionalmente desde otros puntos de vista, véase Alastair Bonnett, 2004, The Idea of the West, Basings-toke, Palgrave. Véase también el importante artículo de Ariuf Dirlik, 2005, «Asia, Pacific Studies in an Age of Global Modernity», Inter-Asia Cultural Studies, n.° 6 (2 de junio).

101. Richard Dyer, 1994, Whiteness, Londres, Routledge, Stuart Hall, 1996, «New Ethnicities», en D. Morley y K. H . Chen (eds.), Stuart Hall: Critical Dialogues in Cultural Studies, Londres y Nueva York, Routledge.

102. Sakai, ibíd., pp. 73 y 83; véase Fabian, ibíd., sobre la nega-ción occidental de la co-evalness de otras formas de vida humana.

103. En Nancy N . Chen y Trinh T. Minh-ha, 1994, «Speaking Nearby», en L. Taylor (ed.), Visualizing Theory, Londres, Routledge, p. 443.

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116 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

104. Étienne Balibar, citado en Sakai, ibid., p. 89; Sakai, ibid pp. 82, 86 y 90-91. Sobre Latour, véase el capítulo 7 de este libro.

105. Véase Koichi Iwabuchi, 2000, «Discrepant Transnational and Cosmopolitan Imaginarles in East Asian Popular Cultural Traf-fic*, documento para la conferencia «Crossroads in Cultural Studies* Birmingham, 2000. Véase también el trabajo posterior de Iwabuchi, 2002, Recentring Globalisation, NC, Duke University Press.

106. James Carrier, 1995, Occidentalism: Images of the West, Oxford, Oxford University Press, p. 25. Sobre este aspecto, véase Jo-nathan Spencer, 1995, «Occidentalism in the East*, en Carrier, ibid., sobre las preocupaciones de Sri Lanka acerca de las influencias cultu-rales del sudeste asiático, no de Estados Unidos, en ese país. Véase también mi ensayo de 1994, «Postmodernism: The Highest Stage of Cultural Imperialism*, en M . Perryman (ed.), Altered States, Londres, Lawrence & Wishart.

107. Mandy Thomas, 2000, «Proscribing Desire: The Vietna-mese State and East Asian Popular Culture», documento para la con-ferencia «Crossroads in Cultural Studies*, Birmingham, 2000; Thomas, ibid., pp. 3-4. Acerca de las ambivalencias de la «extranjería»; veáse Dick Hebdige, 1988, «Towards a Cartography of Taste», en su Hiding in the Light, Londres, Routledge, y Ken Worpole, 1983, Dockers and Detectives, Londres, Verso.

108. Iwabuchi, 2000, ibid., pp. 4-5. 109. Esto es lo opuesto de lo que sostienen C. Hoskins y R. M i -

rus sobre el fracaso o el éxito relativo de las importaciones culturales en un contexto dado; véase su trabajo de 1988, «Reasons for the US Dominance of the International Trade in Television Programmes*, Media, Culture and Society, n.° 10 (4).

110. Iwabuchi, 2000, ibid., p. 5. 111. Rem Koolhas, citado por Jane Jacobs, 2003, «The Global

Domestic», conferencia en Goldsmiths, Universidad de Londres, mayo.

112. James Curran y Myung-Jin Park, 1997, De-Westernising Media Studies, Londres, Routledge, p. 12.

113. Curran y Park, ibid., p. 15. John Downing, 1996, Interna-tionalising Media Theory, Londres, Sage, retomado en Curran y Park, ibid., p. 3.

114. Downing, ibid.; Valentina Vitali y Paul Willemen (eds.), 2006, Theorising National Cinema, Londres, British Film Institute.

115. Para una demostración sorprendente del poder conceptual de un enfoque contrario en lo que se refiere a la comparación, véase la

A L L Á DE LA ABSTRACCIÓN GLOBAL: LA TEORÍA REGIONAL Y LA ESPACIAUZACIÓN DE LA HISTORIA / 117

y l l a de Manthia Diawara, Rouch in Reverse, en la que la autora p £ „ I etnógrafo francés Jean Rouch al tema de una película etnogra-iSVechl en su propio «habitat natural», en los institutos antropolo-

*C° ni P Burke ckado en Carrier, ibíd., p. 2; Adam Kuper, 1988, The ¡nvention ofPrimitive Society, Londres Routledge.

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SEGUNDA PARTE

DOMESTIC!DAD, MEDIACIÓN Y TECNOLOGÍAS DE LO « N U E V O »

Page 47: Medios, modernidad y Tecnología - David Morley

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ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S

M E D I A C I Ó N , D O M E S T I C A C I Ó N Y D I S L O C A C I Ó N

Tras haber examinado algunas perspectivas teóricas genera-les sobre las «nuevas» formas de modernidad y su geografía en un nivel «macro», me concentraré ahora en una microperspecti-va sobre otra forma de «novedad», en relación con las nuevas tecnologías de nuestro tiempo, sobre cómo han sido «domesti-cadas» y cómo vivimos con ellas en nuestra existencia cotidiana. M i interés específico en este capítulo es abordar las cuestiones de la identidad desde el punto de vista de cómo debemos com-prender la idea de la casa mediatizada, y también abordar las cuestiones de tecnología desde el punto de vista de cómo pode-mos comprender tanto el proceso histórico de su domesticación como el fenómeno contemporáneo de su dislocación.

En este contexto también me propongo elaborar una pers-pectiva que trata de articular lo simbólico con las dimensiones materiales del análisis. Lynn Spigel aborda este aspecto de otra ma-nera cuando sostiene que «el auge simultáneo del suburbio pro-ducido por las masas y un lugar ubicuo llamado televisionland (la tierra de la televisión) plantea una serie de cuestiones que hace poco tiempo los académicos han comenzado a indagar».1 A l re-plantear estas cuestiones retomo, siguiendo a Spigel, la formula-ción de Raymond Will iams de la «privatización móvil» a f i n de describir los estilos de vida de los suburbios mediatizados. Para Will iams, la «privatización móvil» ofrece la doble satisfacción de permitir a las personas «quedarse en casa», seguras, dentro del ámbito de su seguridad ontológica familiar, y al mismo tiempo viajar (imaginaria o «virtualmente») a «lugares que las generacio-nes anteriores n i siquiera podían imaginar visitar».2

Spigel sostiene que, por lo menos en el contexto norteameri-cano, se puede comprender la genealogía de las ideas sobre la do-

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122 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGIA

mesticidad en un mundo saturado por los medios como un des rrol lo en tres etapas principales en el período de posguerra. Como ella observa, en la situación inmediatamente posterior a la guerr la televisión se veía, en gran medida, como agente de enlace, capaz de juntar las vidas de los familiares que habían sido separados por la guerra, y la tecnología se veía como un agente de formas dese-ables de «juntar a la familia». 3 La primera etapa del desarrollo de la televisión en el período de posguerra implicó el modelo de borne theatre (basado en ideas de accesibilidad, de traer «una s lida imaginaria en la ciudad» a la cultura doméstica sedentaria de espectadores pasivos, seguros en casa, en el «círculo familiar», en la sala de estar; permitir visitas imaginarias a los grandes placeres de la ciudad y una sensación falsa de estar participando en la vida pública, para familias que, en realidad, se quedaban seguras en los suburbios. Esta primera etapa, según opina Spigel, es la que en-capsula realmente el modelo de la «privatización móvil» de W i -lliams. Con el advenimiento de la televisión portátil en Estados Unidos en los años sesenta, destinada a simbolizar las aspiracio-nes de lo que la industria entonces imaginaba como una audiencia móvil y más activa de «personas que estaban en la onda», este modelo fue suplantado por el (aún vigente) modelo del «hogar móvil», que se caracteriza no tanto por la privatización móvil, sino por lo que la autora llama «la movilidad privatizada».4

En la última etapa de estos desarrollos, como sostiene Spi-gel, se da el modelo de la «casa inteligente» digitalizada (a la que nos referiremos más adelante), que ofrece no tanto una imagen de movil idad, sino un «espacio sensible» que, como suele decir-se, trasciende profundamente las divisiones interior/exterior y tra-bajo/casa, en el sentido de que realmente hace innecesario tras-ladarse adonde sea. En su forma digitalizada, la misma casa se puede considerar, en términos de Vir i l io , como el «último vehícu-lo», donde el confort, la seguridad y la estabilidad pueden con-vivir felizmente con la posibilidad de un «vuelo» instantáneo d i -gitalizado adonde sea, y la importación instantánea en casa de elementos deseados procedentes «de cualquier otro lugar». 5 Sin embargo, como veremos, todo este discurso higb-tecb suele es-tar cuidadosamente enmarcado y domesticado por una visión más bien nostálgica de los «valores familiares».

ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: M E D I A C I Ó N , DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN / 123

Queda claro, en el presente contexto, que tenemos que ir más allá del interés prácticamente exclusivo que los estudios so-bre medios siempre han tenido por la televisión, a f in de abordar el significado contemporáneo de una gama más amplia de tec-nologías de la comunicación. Sin embargo, sostendré que ne-cesitamos «descentrar» los medios en nuestro marco analítico, para comprender mejor las maneras en que los procesos de los medios y la vida cotidiana se entrelazan. El problema que afron-tamos no será resuelto por las propuestas contemporáneas de «modernizar» los estudios sobre medios, reconceptualizándolos como «estudios sobre la web» o algo similar, ya que ello sólo implicaría colocar a Internet en el centro de la ecuación, donde solía estar la televisión. Ese cambio sólo reproduciría una pro-blemática tecnológicamente determinista muy antigua, pero con una nueva apariencia. Aquí la cuestión clave es, para decirlo de forma paradójica, cómo comprender la variedad de maneras en que los medios nuevos y los antiguos se adaptan unos a otros y conviven en formas simbióticas, y también cómo vivimos con ellos en tanto partes de nuestros «conjuntos de medios» perso-nales o domésticos.6

La ( m u y a n u n c i a d a ) « m u e r t e » de l a g e o g r a f í a

Entre otras cosas, estas nuevas tecnologías de comunicación han sido promocionadas como el anuncio de la «muerte» de la geografía. Desde un punto de vista británico, un ejemplo con-temporáneo elocuente que parecería señalar en esa dirección es el crecimiento de los cali centres (centros telefónicos de atención al cliente) instalados en la India. Debido a la combinación de una economía con salarios bajos y un alto nivel en el dominio del inglés nativo, numerosas empresas británicas han instalado en ese país una gran cantidad de centros telefónicos de «aten-ción al cliente». A los empleados de esos centros se les imparten cursos intensivos sobre la cultura británica contemporánea y se los forma para que presenten, a quienes los l laman, una forma muy desarrollada de «britanidad virtual», que oculte por com-pleto su ubicación geográfica real. Se les incita a utilizar nombres

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-124 / MEDIOS, MODERNIDAD Y TECNOLOGÍA

que «suenen ingleses» para identificarse cuando responden la llamadas y a que, en la medida de lo posible, disimulen su acen-to indio. En realidad, en algunos de esos centros ahora se ense-ña deliberadamente a los empleados a hablar con acentos britá-nicos regionales, a f i n de establecer mejor la autenticidad de su «britanidad» y la veracidad de la impresión que se les enseña a dar, de responder a quienes los l laman como si estuvieran en algún lugar «cerca de casa». 7 En las pantallas de los ordenado-res de esos centros, en la India, continuamente se muestra la temperatura actual en el Reino Unido y la hora del meridiano de Greenwich, y se les pide que operen en función de estos datos para satisfacer a los clientes británicos. Además, los emplea-dos tienen que estar al corriente de las noticias y las telenovelas en Gran Bretaña y consultar los informes del tiempo británicos, a f in de poder entablar una conversación más amena con sus clientes.

Sin embargo, si bien estos centros telefónicos ya no necesi-tan estar en el terr i torio geográfico del Reino Unido para tratar eficazmente con sus clientes británicos, no están (a pesar de los defensores de la nomadología posmoderna) en cualquier lado, y tampoco están de ningún modo «desterritorializados». Están ubicados precisamente donde están porque la India ofrece a los inversores la atractiva combinación de un alto nivel de habilida-des en el manejo del inglés nativo con una economía de bajos salarios, como resultado de la larga historia de la presencia i m -perial británica en tierra india. Por razones del mismo t ipo, los centros telefónicos franceses y españoles tienden a estar en el norte de África. De modo que la supuesta geografía «desterrito-rializada» de nuestra era posmoderna es mucho más legible si se interpreta como un conjunto de geografías «secundarias» o «a la sombra», creadas a través de la compleja historia del impe-rialismo.

Además, a pesar de las disimulaciones que por lo general se practican en esos centros de atención telefónica, el ciberespacio tiene una geografía muy real. Como han demostrado las investi-gaciones realizadas por el Centre for Advanced Spatial Analysis de Londres, la densidad relativa de las conexiones a Internet por kilómetro cuadrado en diferentes localidades geográficas varía

ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: M E D I A C I Ó N , DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN /

ormemente y el acceso a esas tecnologías (y a la «conectivi-&A á» que ofrecen) depende en gran medida de donde uno esté, tanto en el espacio geográfico como social.8 En general, la distri-bución de estas nuevas tecnologías copia las estructuras de po-der establecidas, y los flujos del tráfico por Internet tienden a se-

uir las rutas establecidas por las formas de comunicación anteriores. Como demuestra M a t t h e w Z o o k , la economía de la era de la información está lejos de ser «sin lugar», y en realidad la producción de conocimiento está arraigada en lugares muy particulares, lo que constituye un «medio de innovación» geo-gráfico específico. Como observa Castells en su introducción al trabajo de Z o o k , la ubicación de los dominios de Internet es uno de los patrones más concentrados en el plano espacial, no sólo por país sino también por región, e incluso por lugares específi-cos dentro de las áreas metropolitanas. 9 Además, como demues-tra Zook, una parte muy desproporcionada de la producción, la distribución y el consumo de datos sobre Internet tiene lugar, en realidad, dentro del territorio geográfico de Estados Unidos: no sólo la tercera parte de los nombres de dominios mundiales está registrada en ese país, sino que casi todo el tráfico mundial de Internet pasa a través de trece «servidores raíz» instalados en Estados Unidos, que tienen los directorios maestros de los sufi-jos de dominios (.com, .net, .uk, .fr, etc.). Z o o k observa que la gran paradoja es que, a pesar de la capacidad de Internet de tras-cender el espacio, la gran mayoría de las compañías mundiales «punto.com» sigue estando agrupada en un número muy pe-queño de conglomeraciones urbanas: Nueva York, Los Angeles, Londres y San Francisco. 1 0

Además, como ha demostrado el proyecto «Globalised So-ciety» en Copenhague, a pesar de todas las opiniones que anuncia-ban que Internet significaría la muerte de la geografía, la pregun-ta «¿Dónde estás?» es una de las más insistentes en las sesiones de chat por Internet, y preguntas como «¿Dónde vives?» o, más técnicamente, «¿Desde dónde estás posteando}» aparecen con mucha frecuencia. Todo esto parece sugerir un deseo continuo de reterritorializar la incertidumbre de la ubicación inherente a los mundos en línea. En su estudio sobre los espacios de I n -ternet para usuarios múltiples, Jenny Sunden observa que la

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premisa de un espacio abstracto, fluctuante, es constantemen te desafiada por los participantes que «pasan una cantidad de t iempo considerable en la creación de anclajes geográficos para textos cuyos orígenes terrestres se ocultan en la interfa del ordenador». 1 1

Análogamente a las observaciones que he presentado más arriba sobre el uso de la «hora británica» y las normas cultura-les británicas en los centros de atención telefónica en la India, los investigadores de Copenhague también hallaron muchos ejem-plos de lo que caracterizan como «dar por sentado que Estados Unidos es el lugar y la cultura de la red» y de la «norteamerica-nidad» como la «norma silenciosa» o la posición por default del uso de Internet . 1 2 Estas suposiciones están incorporadas en actitudes y prácticas que construyen a Estados Unidos como el centro del universo en línea y a las demás partes del mundo como su periferia, y están expresadas en frases hechas, como cuando alguien se refiere a sí mismo en línea diciendo que escri-be «desde el sur», suponiendo que el destinatario del mensaje entenderá que significa el sur de Estados Unidos; o cuando al-gunas personas se refieren a sí mismas diciendo que están en la «hora de la costa este», sin sentir la necesidad de indicar que se trata de la costa este de determinado país . 1 3 En efecto, en ese sentido Estados Unidos (y la hora de Estados Unidos) sigue con-formando, en amplia medida, el horizonte de la percepción de lo que podríamos llamar «lo real en l ínea». 1 4

Pongamos un ejemplo de otra tecnología, a la que me referi-ré más adelante. A l igual que con Internet, la primera pregunta que se hace en muchas conversaciones por teléfono móvil es «¿Dónde estás?». A pesar de los argumentos de Meyrowitz de que al advenimiento de la televisión significa que «nosotros» (quienesquiera que seamos) ahora vivimos en un «otra parte ge-neralizado», y no en un lugar que pueda especificarse, y a pesar de la opinión de Wark de que ya no tenemos raíces u orígenes, sino sólo antenas y terminales, parece que, en realidad, aún se-guimos habitando localidades geográficas reales, que asimismo tienen consecuencias muy reales para nuestras posibilidades de conocimiento o acción. 1 5

ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: M E D I A C I Ó N, DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN / 127

H i s t o r i a s m e d i a d a s y l a d o m e s t i c a c i ó n d e la t e l e v i s i ó n

Rodeados como estamos de los debates acerca del impacto que en el futuro tendrán las nuevas tecnologías de la comuni-cación, es muy posible que lo primero que necesitemos, si desea-mos evitar los peligros tanto del utopismo como de la nostalgia, y además evitar el error históricamente egocéntrico de tratar los dilemas de nuestra propia época como si fueran únicos, es en-contrar alguna manera de ubicar esos debates futurológicos en una perspectiva histórica. Por supuesto, esta preocupación nos lleva a una de las cuestiones centrales del trabajo histórico: la cues-tión de la periodización y de cómo distinguir entre las formas de acceso y provisión de los medios en desarrollo, ya que son trans-formadas por procesos de cambios institucionales, económicos, políticos, tecnológicos y culturales. Contamos con algunas pau-tas que pueden guiarnos. John Ellis ha señalado acertadamente la necesidad de distinguir, por lo que respecta a la televisión, en-tre lo que él llama la «era de la escasez» (cuando había pocos canales), la «era de la disponibilidad» (cuando el número de ca-nales en oferta para el telespectador comenzó a aumentar pau-latinamente) y la era actual de «la abundancia y la incertidum-bre» (donde hay múltiples canales, controles remotos, vídeos programados y fragmentación de la audiencia). 1 6

La cuestión clave es determinar qué es exactamente lo que está siendo transformado y cómo, en respuesta a esos cambios, necesitamos adaptar nuestros paradigmas analíticos. Junto con la conveniente genealogía de modelos de domesticidad y consu-mo de medios que propone Spigel, sería útil considerar el traba-jo de Robert Al ien sobre la transformación de la industria del cine como resultado de cambios tanto demográficos como tec-nológicos, en un contexto donde la creciente centralidad de los «valores familiares» en la esfera política también se refleja en el creciente predominio en el mercado de «películas para público familiar». El análisis de Alien clarifica no sólo la manera en que, en Estados Unidos, los vídeos y los D V D domésticos se han transformado en el principal modo de consumo de películas, sino también cómo funcionan ahora las películas en vídeo: no son tanto una fuente de ingresos (ya en 1992 los ingresos por ta-

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quilla registraban una disminución del 25%) , sino como fon de «mercadeo de plataforma» para las ventas de productos ; xiliares (en particular, juguetes y juegos) que hoy en día consti tuyen la principal fuente de ganancias de la industria. En rela-ción con mis observaciones acerca de la necesidad de evitar el «mediacentrismo», lo que los análisis de Alien y Spigel nos ofre-cen, como ejemplos, son maneras de trazar las interconexiones entre los discursos políticos de «valor», los cambios demográfi-cos en la estructura doméstica, las definiciones culturales de do-mesticidad, los modos de consumo de los medios y sus efectos retroactivos en los modos de la producción industr ia l . 1 7

El desarrollo del trabajo histórico sobre los medios de co-municación ha sido uno de los más importantes del período re-ciente, sobre todo el de Paddy Scannel en el Reino Unido y el de Spigel y Jeffrey Sconce en Estados U n i d o s . 1 8 Con una perspec-tiva a más largo plazo, el trabajo de Siegfried Zielinski ubica acertadamente la reciente historia del cine y la televisión en el contexto más amplio de la historia de lo que él llama la «au-diovisión». Subraya que el cine y la televisión deberían verse sólo como entreactos en esa historia. Análogamente, la colección a cargo de Barbara Mar ia Stafford y Francés Terpak, basada en la exhibición del L A Getty Museum, en 2002, sobre «dispositi-vos visuales maravillosos», por lo general ubica las tecnologías de medios modernas dentro de la larga serie histórica de «ins-trumentos para el aumento de la percepción», desde el gabinete de curiosidades y el peep show hasta la cámara oscura, el m i -croscopio y el d iorama. 1 9

Sin embargo, a pesar de estas dignas excepciones, cuando se aborda la historia de los medios por lo general se suele hacer de manera muy reducida, tanto en términos institucionales como tecnológicos. M i principal interés al respecto son las «historias íntimas» de cómo vivimos con medios tan distintos. Una cues-tión importante en este sentido es cómo nuestros recuerdos per-sonales, sobre todo de la infancia, son formulados en torno a ex-periencias con los medios, como los programas y los personajes emblemáticos de la televisión. A l respecto, también podríamos trazar un paralelismo con el análisis de Gastón Bachelard acer-ca de cómo la estructura material de la casa provee el «tejido»

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : MEDIACION, D O n t a i l t m i m . » — —

hre el que se van tramando los recuerdos de la infancia, pero ahora tal vez debamos ampliar la analogía y pensar cómo ese «tejido» tiene una estructura mediada y mater ia l . 2 0

Desde este punto de vista, también debemos prestar aten-ción a la compleja historia del proceso de domesticación de la televisión, reconociendo que, al respecto, la historia doméstica de la televisión está lejos de ser singular. Así como, con el tiem-po, el televisor fue desplazándose de su lugar f i jo en la sala de es-tar a otros espacios de la casa, el teléfono ha hecho un viaje si-milar, tal como describen Elíseo Verón y sus colegas en Francia. En efecto, el teléfono se ha multiplicado paulatinamente y se ha trasladado del espacio público de la recepción a otros cuartos de la casa.21 Claramente, cuando llegamos a la era del teléfono mó-vil (que consideraré más detalladamente más adelante), no sólo se trata de la personalización total de la tecnología, sino que muchos usuarios lo consideran como una parte de su cuerpo, como un reloj de pulsera. Como dijo un maestro británico al describir las dificultades que tenía para lograr que los alumnos no llevaran el teléfono móvil al aula de examen, donde están prohibidos, el problema es que, para los niños de hoy en día, el te-léfono es como una dimensión de su existencia que dan por des-contada: para ellos es «como cualquier otro artículo de su vesti-menta [.. .] Se lo ponen en el bolsillo por la mañana y no piensan conscientemente en ello»; para esos niños, tener teléfono es sim-plemente una parte normal de «estar vestidos», y viceversa.2 2

En oposición al argumento de Simón Fr i th , según el cual históricamente las tecnologías de difusión reforzaban los «pla-ceres del corazón» como u n sitio para las actividades del ocio doméstico que antes habían adoptado formas más públicas, la cuestión actual puede ser lo que el surgimiento de formas pú-blicas de televisión y de las nuevas tecnologías de comunicación «personalizadas» hacen ahora para desestabilizar la centrali-dad de la casa.2 3 En efecto, hoy en día el teléfono móvil suele ser la dirección vir tual de la persona, la nueva corporización de su sentido de casa, mientras que la «línea telefónica fija» se con-vierte en un medio de comunicación absolutamente secundario, y de aparente insignificancia para muchos de los integrantes de la nueva generación en el Reino Unido , que rara vez se moles-

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tan en dar su teléfono f i jo (si es que lo tienen), excepto C o -una suerte de «refuerzo» o de «último recurso», y sólo dan número «móvil».

Hogares m ó v i l e s y e d u c a c i ó n « P a l m P i l o t »

Aunque tengamos que evitar los peligros de una «noma dología» demasiado generalizada de la vida posmoderna, las rao vilidades, del t ipo que sean, sin duda son centrales para nuestro análisis. En este contexto, ahora la familia extendida tiene que ser vista como la familia estrechada, gracias a las conexiones te-lefónicas a larga distancia, sobre todo en el caso de los inmi-grantes, que suelen gastar una gran parte de su salario en llama-das a su país de origen. Como Roger Rouse dice, esto les permite «no sólo "estar en contacto", sino contribuir a tomar decisiones y participar en la vida familiar a distancia». 2 4 Esto pone en evi-dencia las maneras en que las personas se han adaptado a las ca-pacidades que esas nuevas tecnologías les ofrecen para permitir-les, literalmente, estar en dos lugares al mismo tiempo. Como Kevin Robins y Asu Aksoy sostienen en su estudio de los inmi-grantes turcos en Londres, esa capacidad de oscilar entre lugares ahora no es, para muchos inmigrantes, más que un hecho tr ivial de la vida cotidiana, pues por lo general van y vienen, en dife-rentes momentos de un mismo día, entre canales de televisión turcos y británicos, entre conversaciones cara a cara en Londres y llamadas telefónicas a larga distancia a parientes o amigos que están lejos, practicando una gran variedad de interacciones co-municativas por diferentes medios. En ese sentido, dando vuelta a la panacea de Raymond Will iams, Robins y Aksoy insisten en que, para muchos inmigrantes, lo «usual» es ahora la cultura transnacional, por lo menos en sus formas mediadas. 2 5

Evidentemente, las nuevas tecnologías son cada vez más i m -portantes en la vida de muchas familias, no sólo las de los i n -migrantes. La investigación realizada por Jan English-Lueck, Charles Darrah y James Freeman de la San José State University of California sobre «Tener una familia en Silicon Valley» deriva de un estudio etnográfico a largo plazo realizado como parte de

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«Silicon Valley Cultures Project» (Proyecto de culturas de Si-licon Valley). Como centro de la industria informática de Cali-fornia, Silicon Valley, con su concentración sin igual de teckies, ofrece un laboratorio natural para el estudio de las más actuales aplicaciones tecnológicas en la vida cotidiana y, en realidad, de la saturación tecnológica de la vida doméstica. Para dar sólo una idea, en ese contexto un entrevistado en el marco del pro-yecto se describió apologéticamente como algo «anticuado» por seguir escribiendo las notas donde organiza sus actividades dia-rias con lápiz y papel, en lugar de usar la Palm Pi lo t . 2 6

A l investigar estas cuestiones, English-Lueck y sus colegas estudiaron una gran variedad de lo que describen como los ho-gares «infomatizados» de la zona, que por lo general poseen una masa básica de dispositivos de información, incluidas gra-badoras de cintas de vídeo, reproductores de C D , discos láser, fax, contestador automático, servicio de contestador automáti-co, pagers, ordenadores fijos y móviles, Palm Pilots y teléfonos móviles. Así como Bausinger sostiene que, en lugar de estudiar el uso de las tecnologías de medios una por una, deberíamos prestar atención a cómo funcionan todas juntas, como «con-juntos de medios», English-Lueck insiste en que no debería ver-se a esas personas como simples propietarias o usuarias de dis-positivos individuales, sino como operadoras de «ecosistemas

de tecnología». 2 7

Por supuesto, incluso en la vanguardia de la alta tecnolo-gía los mismos dispositivos pueden utilizarse de varias mane-ras y pueden tener efectos contrarios en hogares de diferentes tipos, juntando a familiares que ya mantienen una relación cer-cana, al mismo tiempo que permite a otros alejarse y, por ende, colocando los antiguos patrones de relaciones en formas media-das y de una manera diferente. 2 8 Así, en algunos casos se crean nuevas redes de conexión mediante la producción y el envío de vídeos a través del correo electrónico y, ahora, por la distribu-ción electrónica de imágenes fijas y móviles de la vida domésti-ca a través de la cámara del teléfono móvil (los primeros pasos del bebé; lo que le pasó a Jack al salir de la escuela hoy). En otros casos, los miembros de la familia han manifestado sentir placer por poder ser más independientes y pasar más tiempo fí-

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sicamente separados, porque se sienten «más seguros» gracias las formas virtuales de contacto a distancia que permiten esta tecnologías (en realidad, según English-Lueck, la única vez e que todos los miembros de una familia habían estado físicamen te juntos algunas semanas fue cuando acordaron estar todos e casa para ser entrevistados por el investigador).

Una de las principales preocupaciones de la investigación de English-Lueck y su equipo es la difuminación radical de los lí mites entre trabajo y hogar debida al desarrollo de los nuev patrones de trabajo en casa que permite la tecnología del orde-nador. En ese contexto, un aspecto interesante es la medida en que los discursos institucionales sobre la identidad que se origi-nan en el mundo de los negocios comienzan a abrirse camino en el hogar. Nos encontramos con situaciones donde las familias cada vez más se ven a sí mismas y a sus problemas en los térmi-nos de la teoría de la gestión. De modo que sus diversas activida-des se organizan utilizando los principios de la gestión comer-cial, como en el caso de una familia que había establecido una «Declaración de misión familiar», derivada del l ibro de Steven Covey, Los siete hábitos de la gente altamente productiva, que habían impreso y pegado en la puerta del refrigerador. 2 9

Si bien esas instancias de transferencia de los modos de or-ganización de grupo y de actividades basados en el ordenador desde el mundo de los negocios hasta el espacio doméstico son exclusivas, por lo menos hasta hoy, de las secciones más tecno-lógicamente avanzadas de las sociedades ricas, ahora se están expandiendo más allá de los confines de Silicon Valley. En todo Estados Unidos, dado el auge de los dispositivos de computa-ción móviles, como los Palm Pilots en el ámbito doméstico de la clase media, ahora diversos sitios web promocionan calendarios basados en Internet y también ahora programas como «WeSync» y «OrganisedHome.com» permiten que los familiares separados puedan mantenerse en contacto y coordinar sus actividades a distancia. 3 0

Como sostienen estos investigadores, todo esto revela u n cuadro de situación donde ahora los nuevos modos de comuni-cación electrónica se han convertido en la infraestructura de la vida familiar. Esto se da, sobre todo, en familias de clase media,

ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: MEDIACIÓN, DOMESTICACIÓN Y DISLOCACIÓN / 133

de los padres están ocupados, son profesionales, viven con horarios muy ajustados y tienen que equilibrar constantemente las exigencias del trabajo y la famil ia . En estos casos, la organi-zación de la fiesta de cumpleaños de los hijos está junto con las o b l i g a c i ° n e s de trabajo, y los acuerdos se negocian tanto entre cónyuges como entre padres e hijos, así como cuando se llega a un acuerdo con un cliente. Por lo tanto, los dispositivos de tele-comunicaciones se uti l izan para coordinar las obligaciones la-borales de los padres y los compromisos sociales en sincronía con el club de los niños después de la escuela. En lugar de ver una simple oposición entre la tecnología y la familia, en esta cultura, ahora mantener y actualizar la infraestructura técnica que apoya y posibilita las actividades de la familia es vista como una forma clave de «trabajo familiar». Además, estas tec-nologías a menudo constituyen las modalidades de la in t imidad doméstica. Como dice English-Lueck, «los entrevistados dije-ron llegar a su casa por la noche, sentarse juntos, cada uno con su ordenador portátil, leer cada uno su correo electrónico y ha-blar sobre eso, [ . . .] [y] eso es lo que ahora constituye su " t i em-po para la p a r e j a " » . 3 1

Para los miembros muy estresados y móviles de esas familias con dobles ingresos, la cuestión de quién pasa a buscar a los n i -ños de qué lugar y a qué hora, por ejemplo, de sus actividades después de la escuela, se negocia cada día, por teléfono móvil y por correo electrónico. Cuando llegan a casa, los niños pueden recitar sus actividades para el día siguiente, mientras los padres las anotan debidamente en sus Palm Pilots, verifican si hay al-gún problema con sus demás citas y prometen a sus hijos con-firmarles el lugar y la hora donde pasarán a buscarlos a media tarde del día siguiente. Este es un mundo donde ahora la educa-ción virtual tiene que llevar parte de la carga del cuidado de los hijos, y donde estar en contacto electrónico con un hi jo (darle la bienvenida a casa con un mensaje de texto, desearle que «ten-ga un buen día» como una manera de demostrar preocupa-ción y responsabilidad) puede cumplir un papel cada vez más importante en los patrones de crianza de los hi jos . 3 2

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V i g i l a n c i a t e c n o l ó g i c a e n la e s f e r a d o m é s t i c a

En las familias que son objeto del estudio de Silicon Valley los dispositivos de comunicación móviles llevan una parte im-portante de la carga de la educación y, lo que es bastante prede-cible, de la parte de la madre. Así, el estudio muestra que una madre siempre lleva «un pager y un teléfono móvil para estar en contacto con su hijo adolescente cuando llega a casa después de la escuela». En esas familias también hay un sistema cada vez más complejo de reglas familiares que rigen el uso (y penalizan el no uso) de los dispositivos técnicos a través de los cuales se co-munican (se les dice a los niños que deben tener siempre encen-didos sus pagers o teléfonos). Incluso una madre dice: «Me pon-go nerviosa cuando [su hijo] no tiene el teléfono encendido». 3 3

Esos tipos de «educación por procuración» tecnológicamente mediada se están expandiendo cada vez más. Sin duda, y en el Reino Unido también, ahora se ha vuelto muy común que los padres efectúen diferentes formas de «telecuidado» de los h i -jos y los equipen con teléfonos móviles precisamente para poder saber dónde están y qué están haciendo.

Esta forma de vigilancia parental posibilitada por la tecno-logía es un negocio cada vez más grande. En el Reino Unido, en el verano de 2005 se hizo el lanzamiento comercial, al inicio de las vacaciones escolares de verano, del servicio «KidsOK», que permite a los padres seguir continuamente el paradero de los h i -jos a través de los enlaces GPS de sus teléfonos móviles. 3 4 Por su-puesto, ésta no es una vía unidireccional; también hay ejemplos de hijos adultos que imponen a sus padres mayores el uso del te-léfono móvil, para mantenerlos bajo vigilancia, como parte de su obligación de «cuidarlos». 3 j Pero no sólo se trata de una cuestión de vigilancia intergeneracional: la prensa británica ha publicado recientemente una serie de artículos donde se da cuen-ta del fenómeno emergente de relaciones de adultos que rompen cuando uno de los miembros de la pareja descubre la infidelidad del otro controlando subrepticiamente la casilla de «mensajes recibidos» de su teléfono móvil . 3 6

En ese contexto, el teléfono móvil o el pager también se con-vierten en un símbolo concreto que representa la permanencia

ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS ÍNTIMAS: MEDIACION,

A 1 vínculo entre los miembros de la familia . Como dicen André Carón y Litizia Caranovia, «independientemente de si está en-endido o no, es el símbolo de la disponibilidad recíproca de los

miembros de la familia y de estar constantemente "en contac-to"» . Por supuesto, como también observan, el significado atri -buido a ese símbolo puede ser diferente para cada miembro: para una madre, puede ser el símbolo del cordón umbilical elec-trónico con sus hijos, que a veces pueden verlo, con resenti-miento, como una suerte de correa electrónica. 3 7

La medida en que el hogar trasciende el espacio físico de la casa para incorporar las «extensiones» como el coche está bien establecida, y esas cuestiones de formas mediadas de vigilancia parental a distancia también surgen en ese contexto. En Estados Unidos, como observan James H a y y Jeremy Packer en su estu-dio sobre la integración progresiva de una variedad de dispositi-vos de comunicación en el automóvil, ahora es posible instalar una «caja negra» en el coche y controlar cómo conducen sus h i -jos adolescentes cuando toman el coche prestado, lo que auto-máticamente «advierte» al conductor que está superando la ve-locidad permitida o cometiendo alguna forma de infracción vehicular definida por los padres. Como dice una madre, «todos los coches deberían tener este dispositivo; [ . . .] es como tener una

niñera en el coche» . 3 8

Aquí tal vez sea necesario hacer una observación, pues algu-nos de estos comentarios pueden interpretarse como una suerte de nostalgia irracional por un mundo previrtual de m i parte. Si bien reconozco cabalmente los beneficios potenciales de estas tecnologías en el hogar, también hay límites por lo que respecta a la sustitución de los vínculos reales por vínculos virtuales. Este argumento ha sido sostenido por Deirdre Boden, que halla, en su investigación sobre agentes de Bolsa, que el contacto por co-rreo electrónico y por teléfono se consideraba inadecuado para mantener la confianza personal de la que, en última instancia, dependen sus acuerdos financieros. Para esos fines, sólo se con-sideran suficientes las reuniones cara a cara, es decir, según Bo-den, «la compulsión de la proximidad» incluso en un mundo al-tamente tecnologizado. 3 9 Sea en el mundo de las finanzas o en las relaciones familiares, la cuestión es cómo puede mantenerse

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la confianza sin esas reuniones cara a cara, y es difícil lograrlo sin el grado de «redundancia» comunicativa que proporciona l a

proximidad física para entablar y mantener relaciones de con-fianza, sobre todo cuando hay problemas. Sin embargo, cabe observar que English-Lueck y su equipo también hallaron evi-dencia de angustia en la vida cotidiana. La angustiada concien-cia de sus entrevistados acerca de la fragilidad de todas esas acti-vidades organizadas en microdispositivos electrónicos «justo a tiempo» se mide gráficamente por la medida en que a diario in-tentan construir una «redundancia» comunicativa de salvaguar-dia: se comunican por correo electrónico, pager y teléfono para recordarse mutuamente el mismo acuerdo doméstico, como una forma de «seguro» contra los peligros triviales, pero con posi-bles consecuencias de peso, de una batería muerta o un fallo téc-nico en alguno de sus muchos dispositivos de comunicación.4 0

F r a g m e n t a c i ó n e i n d i v i d u a l i z a c i ó n

Sin duda, la vida familiar de nuestro tiempo está cambian-do, mientras nos adaptamos a las nuevas tecnologías y hallamos la manera de hacer frente a nuevas estructuras de trabajo y de movil idad y, a pesar de su continua centralidad ideológica, el núcleo familiar está decayendo rápidamente en Occidente. Tal vez no sea posible (o, en definitiva, importante) pensar dónde está el huevo y dónde la gallina en este aspecto, pero es evidente que necesitamos elaborar un modo de análisis que pueda articular esos cambios en la demografía de los hogares con el rápido cre-cimiento de «sistemas de medios personalizados» individuales que se está produciendo en nuestra época. En este contexto se ha sostenido que, en el Reino Unido, el éxito de un programa tele-visivo de tipo «magacín familiar», como Nationwide, que se emitió con tanta repercusión en el horario principal de noche de la BBC1 durante muchos años en el Reino Unido, no podría re-petirse en la actualidad. Según el verificador de Canal 4, T i m Gardam, que había participado en el programa Nationwide, [éste] «funcionó porque se emitió a una sociedad y un público de espectadores de televisión que suelen ver juntos la tele», sitúa-

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ón que, según Gardam, ya no es posible, pues se trató de «la ultima generación de la televisión familiar». 4 1

por cierto, en el Reino Unido los modos de ver la televisión han cambiado radicalmente en los últimos años; la costumbre de que toda la familia junta vea la televisión ha sido reemplaza-da por modos individualizados de consumo de los medios. El hogar «multipantalla» ya es la norma, y esto afecta a la vida do-méstica de maneras profundas. Ahora más del 5 0 % de los niños británicos entre 4 y 9 años tiene un televisor y, con frecuencia, también tiene una consola de juegos en su habitación. Muchos analistas han señalado, además, que existe una fragmentación i n -terna del hogar, como la moda que rige en muchas casas de la alimentación por turnos, donde los miembros de la familia co-men en horarios distintos comidas preparadas en el microondas. Podemos ver, entonces, que la institución de la «comida fami-liar», aunque para muchos trabajadores fuera algo así como una fantasía de clase media, ahora ha sido socavada por la combi-nación de comidas «rápidas», de fácil preparación, disponibles en los supermercados, con nuevas tecnologías para cocinar y los nuevos patrones de trabajo de las mujeres que, en épocas ante-riores, habrían preparado la comida.

A f i n de colocar estos cambios demográficos y tecnológicos en las estructuras domésticas y formas tecnológicas en un mar-co teórico más amplio, tal vez debamos volver a la teoría de U l -rich Beck sobre la «individualización».4 2 El planteamiento gene-ral de Beck acerca de la muerte de las estructuras de clase tal vez sea demasiado rimbombante (por lo menos, en lo que respecta al Reino Unido) , pero la idea central de fragmentación y, a decir verdad, de «individualización» del público y de las tecnologías de medios que utiliza es, sin duda, pertinente en este contexto. Volviendo directamente a la cuestión de la individualización del consumo de los medios, uno también podría argumentar que una tecnología como el walkman (o el iPod), que utilizan habi-tualmente muchos jóvenes para crear su propio espacio autóno-mo tanto dentro como fuera del hogar, es intrínsecamente solip-sista o, como dice Stephen Bayley de manera muy gráfica, una «máquina de vete a la m. . .» para terminar toda interacción i n -deseada con el o t r o . 4 3

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Retomaré más adelante la cuestión particular del walkrnan pero ahora debemos hacer algunas observaciones si no desea-mos reducir nuestra perspectiva histórica. La individualización del ocio es anterior, en bastante tiempo, a la invención del walk-rnan y, en realidad, se puede interpretar que existe desde q u e

se inventó la imprenta , por lo menos. Como observa Wito ld Rybczynski, «la privatización de la lectura [. . .] [fue] [. . .] uno de los principales desarrollos de la era moderna temprana [y] un hito en la historia del ocio [. . .] La reflexión, la contemplación la privacidad y la soledad están asociadas a la lectura de libros [. . .] [y] a retirarse del mundo circundante, así como a las preo-cupaciones de la vida cotidiana». 4 4

Sin embargo, si bien la estrategia para el ocio de retirarse al espacio privado suplantada por el walkrnan tal vez pueda ser análoga, en ciertos aspectos, a la práctica solitaria de la lectura, se puede sostener que muchas otras formas contemporáneas de consumo individualizado de los medios tienen una función algo diferente. Si bien este argumento revela cierto tono nostálgico, el novelista Richard Powers ha escrito recientemente sobre los as-pectos negativos de la decadencia contemporánea de la lectura como una forma de ocio, en favor del uso constante de dispositi-vos de comunicación individuales que nos mantienen actualiza-dos y «en onda» con los acontecimientos del mundo más amplio. Para Powers, la lectura representa el último refugio del contagio epidémico del «tiempo real» en el que estamos «atrapados siem-pre: película del año, disco del mes, personalidad del día, escán-dalo del minuto» a través de todas nuestras tecnologías, que nos ofrecen «dos momentos envueltos en uno solo. La pantalla div i -dida, el "multitareas", el envío de mensaje de voz por teléfono móvil inalámbrico, las noticias en RSS, la escena dentro de la es-cena», son todas maneras de que necesitemos - y , a decir verdad, podamos- no perdernos nada. Éste es un mundo en que

siempre se nos puede encontrar, siempre estamos actualizados y siempre estamos inmersos en la imagen del mundo desplegable, nunca estamos solos, nunca estamos fuera del flujo constante de datos que nos llevan cada vez más lejos. En tiempo real, vivimos en dos cabezas, tres tiempos y cuatro continentes a la vez, y recu-

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS I N l I M A b : n t u .

peramos el tiempo que perdimos por culpa del tránsito con las mi-llas que recorre el viajero habitual. 4 5

Ésta es una visión significativa, claramente distópica, de lo que el futuro tecnológico nos tiene reservado. Retomaré esta cuestión más adelante.

D o m e s t i c a r e l f u t u r o

La cuestión del futuro y la cuestión de la tecnología sin duda están inextricablemente vinculadas, no sólo porque el futuro (y cada vez más el presente) se define en términos tecnológicos. Si, para muchas personas, el futuro representa un ámbito preocupan-te de cambios constantes, gran parte de esa preocupación está simbolizada por - y e n - las formas tecnológicas. La cuestión en-tonces es cómo esa problemática esfera tecnológica puede ser naturalizada y domesticada, con objeto de volverla menos amena-zante y más manejable para sus habitantes. Por supuesto, hay una visión alternativa de todo esto: están aquellos (definidos, sobre todo, por la generación, el nivel de educación y la clase) para quienes el futuro es la esfera de la esperanza, y no de la pre-ocupación. Para ellos, la tecnología funciona como el «símbolo brillante y resplandeciente» de esas esperanzas, pero en ambos casos, sea positivo o negativo, esas cuestiones siguen estando vinculadas con el significado simbólico de las tecnologías.

Si en el Occidente rico, por lo menos, la cotidianidad se ca-racteriza por lo que Bausinger una vez llamó «la omnipresencia discreta de lo técnico», una de las conclusiones más sorprenden-tes de la investigación sobre los usos domésticos de la T I C 4 6 es cómo, en muchos hogares, las personas se preocupan mucho por disfrazar la presencia de tecnologías de la comunicación en sus casas; con frecuencia ocultan el televisor, el ordenador y los cables en compartimentos de madera o detrás de una cortina. Si un número cada vez mayor de tecnologías se ha naturalizado, hasta el punto de llegar a la invisibil idad literal - o psicológica-en el ámbito doméstico, debemos entender cómo se fue reali-zando ese proceso.

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D o m e s t i c a c i ó n y n a t u r a l i z a c i ó n

La otra razón por la cual una perspectiva histórica sobre los nuevos medios debería ser central en nuestro enfoque de esta cuestiones es que, en la práctica, la dinámica de hacer que las tec nologías sean fáciles de usar para el consumidor con frecuencia implica insertarlas en formas reconocibles de épocas anteriores En ese sentido, la innovación tecnológica suele ir acompañada del impulso continuo de lograr un tecnofuturo seguro, incorpo rándolo en formatos, iconos y símbolos familiares. Así, Akiko Busch menciona los ejemplos de las «cocinas de diseño» actuales que contienen «refrigeradores con puertas de madera que los ca muflan como si fueran alacenas», y los televisores colocados en gabinetes de estilo Shaker donde ahora sus hijos ven las pelícu las de Terminator.47

A veces es posible ver que esa estrategia de diseño guiada por la nostalgia apunta a calmar los temores a la tecnología pro pios de generaciones anteriores; por ejemplo, la prensa británica dio a conocer una noticia respecto a que un asilo de ancianos, en Bristol , había hecho una petición para que algún donante le proporcionara una cabina de teléfono roja y un buzón rojo «tra-dicionales», para que los ancianos se sintieran más seguros al hacer llamadas o enviar cartas. Análogamente, en el Reino Uni -do suelen publicarse anuncios de reproductores de CD que pa-recen antiguos, sobre todo en publicaciones destinadas a una población de más edad, como Radio Times y Daily Telegraph. Uno de los grandes éxitos del mercado de la electrónica en el Reino Unido fue, en 2004, la radio digital retro, descrita por Caroline Roux como el «heredero natural de la televisión de los años cincuenta disimulada en el falso mueble bar». Sin embar-go, está claro que estos artículos no sólo atraen a las personas mayores: los jóvenes que viven vidas muy tecnologizadas tam-bién suelen comprar la misma clase de nostalgia. Así, una i m -portante guía de diseño del Reino Unido , destinada a un públi-co ambicioso, joven, que maneja tecnología, tenía un artículo sobre «siete magníficos receptáculos para televisión», descritos como «armario de lustre wenge», «de roble sólido» y «de teca reciclada», todos con u n aspecto rústico que oculta la presen-

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : M E D I A C I Ó N , D O M E S T I C A C I Ó N Y D I S L O C A C I Ó N / 141

de alta tecnología moderna detrás de las puertas de madera

c e r r a d a s . 4 8

A l respecto, David Aaronovitch ha escrito acerca de los ha-bitantes del Reino Unido a los que tal vez «en verdad les gus-taría vivir en la página principal del catálogo de "Past Times". En Estados Unidos, Aaron Betsky observa que hoy en día pare-ce haber una necesidad mayor de «lo familiar, lo conocido, lo antiguo y lo seguro, ya que la gente quiere vivir en la casa don-de imagina que se cr iaron sus padres, quieren marti l los que parezcan antiguos, aunque tengan mangos ergonómicos. [.. .] quieren [...] lo vernáculo» y, por supuesto, lo vernáculo sería naturalizado hasta el extremo de la invis ib i l idad. 4 9 Exactamente de la misma manera, un anuncio norteamericano del último sis-tema doméstico mult i funcional de entretenimiento es una ima-gen de vida familiar que muestra el nuevo sistema instalado en el mismo tipo de gabinete de madera tradicional donde, como hemos visto, se ponían los televisores cuando fueron introduci-dos por primera vez en el hogar, en una época anterior. Además, la imagen del anuncio, donde todos los miembros de la familia se muestran sonrientes, bajo la mirada benévola del padre, po-dría derivarse prácticamente de un retrato de N o r m a n Rockwell de la vida familiar suburbana en Estados Unidos en los años cin-cuenta. Así, la naturaleza potencialmente problemática de la nueva tecnología es neutralizada por el hecho de que se muestra como felizmente incorporada en el simbolismo tranquilizador del hogar más convencional. 5 0

Sin embargo, el proceso de domesticación de los medios va más allá de esto. N o es sólo una cuestión de cómo la gente llega a sentirse «en casa» con las tecnologías dentro del hogar. En el caso de los hogares de Silicon Valley antes mencionados, sostu-ve que las tecnologías que utilizaban para coordinar sus vidas se habían convertido, en efecto, en la infraestructura de las fami-lias. Con el advenimiento de la «Dreamhouse» (casa de los sue-ños) electrónica, sea en las primeras versiones que Spigel descri-be en los años cincuenta/sesenta o, en la actualidad, en el paraíso doméstico «totalmente conectado» de Bil l Gates, debidamente analizado por Fiona A l l o n (véase más adelante), llegamos a una nueva situación.5 1 En lugar de domesticar las tecnologías elec-

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1 4 2 / MEDIOS, MODERNIDAD Y T E C N O L O G Í A

trónicas, en el caso de la «casa inteligente» lo que sucede es que la misma esfera doméstica se mediatiza y se vuelve totalmente electrónica. En esta visión del hogar, las tecnologías ya no son un mero suplemento, sino un componente de lo que hoy en día es la misma casa.

O t r o sorprendente anuncio, producido en Estados Unidos por Applied Materials en su campaña televisiva «Information for Everyone» (Información para todos) muestra a un grupo numeroso de niños de clase media, vestidos a la moda, cuya na-cionalidad no se distingue, que descienden ruidosamente del transporte escolar al f inal del día y van entrando, de modo re-lajado y amistoso, en una casa vacía pero repleta de tecnología. En el transcurso del anuncio se nos muestra que, si bien la casa no tiene ocupantes adultos (a pesar de que se ve el típico y ami-gable perro labrador), sí tiene una alarma electrónica, un tele-visor, un reproductor de vídeos, muchos controles remotos, un ordenador de escritorio, u n ordenador portátil, un equipo de música, una guitarra y un teclado electrónicos. 5 2 A l entrar a la casa, el primero de los niños (que parece tener unos nueve años) teclea, como si tal cosa, el código para desactivar la alarma, mientras charla con sus amigos y sin prestar demasiada atención a la tarea técnica bastante compleja que está realizando. Mien-tras, los niños van recorriendo la casa, se sacan los zapatos, en-cienden los ordenadores, se sientan en el sofá, comen patatas fritas mientras l laman por teléfono móvil o se pelean por tener el control remoto del televisor. A l f inal , no se sabe dónde está geográficamente esa casa con los niños, pero lo que sí sabemos, metafóricamente, es que se sienten totalmente «en casa» con una gama de tecnologías altamente sofisticadas. En realidad, para esos niños el placer de volver a casa al f ina l de la jorna-da escolar parece ser, en gran medida, «sentirse en casa» con la tecnología.

Además, no sólo la casa está siendo transformada de esta manera; lo mismo sucede con el automóvil. Como James Hay y Jeremy Packer observan, la instalación de teléfonos, ordenado-res personales, sistemas de navegación y búsqueda de automóvi-les es cada vez más importante en el diseño de automóviles; ya no es un aspecto suplementario. En ese sentido, la «inteligencia»

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : MEDIACION, DOMESTICACION Y DISLOCACION ,

¿ e \ automóvil reforzado con medios de comunicación es «inse-arable de toda la infraestructura de comunicación, de la que el

automóvil sólo es un punto de enlace». 5 3

Todo esto nos lleva a la necesidad de reconceptualizar una nueva versión de la idea de Raymond Will iams acerca de la p r i -vatización móvil, en la medida en que ahora las tecnologías que pueden utilizarse para adoptar las nuevas formas virtuales de «viaje» dentro de casa son mucho más poderosas que lo que W i -lliams haya podido imaginar. Sin embargo, conviene recordar que las casas que fueron construidas en «Levittown» en el perío-do de posguerra en Estados Unidos también tenían, como una característica clave de su deseabilidad, televisores empotrados en las paredes de la sala de estar. La casa electrónica tiene una historia, que haríamos bien en recordar cuando imaginamos su f u t u r o . 5 4 Además, retomando la cuestión de la domesticación de las formas «futuristas» de tecnología, como señala A l l o n , pue-de decirse que incluso Bill Gates representa la forma de vida fa-miliar que imagina al comportarse en su «casa de los sueños» totalmente conectada de la manera más convencional, más su-burbana, lo que muestra que la futurología casi siempre va ha-cia atrás en la misma medida que hacia delante. 5 5

T e c n o l o g í a y n o s t a l g i a e n l a casa i n t e l i g e n t e

La visión de Gates de la «casa inteligente» se basa en la pro-ducción de un t ipo particular de espacialidad conectada pero muy domesticada, un modo de vida compatible con el «espacio de flujos» de una aparente movil idad incontrolada. Además, i m -plica la producción de una retórica implícita de la manera de ha-bitar ese espacio, y la casa inteligente/conectada se presenta como la manera de «encontrar un lugar» dentro de la «gran red global multinacional y descentrada de las comunicaciones». 5 6

Ante todo, esta visión de la utopía tecnológica provista por la «casa instrumental» ofrece una retórica de cómo vivir con con-fort y seguridad en un mundo inseguro. La casa inteligente se presenta como un recinto conectado, sensible y seguro, que ofre-ce una intensa sensación de privacidad en un mundo de ciudades

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asoladas por el crimen, el terrorismo y la alienación suburbana En ese contexto, la casa funciona como un equil ibrio entre el acceso instantáneo al mundo exterior dotado por la tecnología y la seguridad y la tranquil idad personal inviolables. Como dice Margaret Morse, éste es el discurso de la «autonomía de la individualidad protegida», que ofrece una forma de conexión con el mundo y, al mismo tiempo, es una protección contra éste . 5 7

En esta visión, la casa también es un espacio en el que se en-marca la nueva tecnología, se culturiza y se hace segura en el contexto de imágenes del pasado socialmente conservadoras, de la armonía rural y la estabilidad familiar. De modo que vemos que las formas de la alta tecnología más modernas de «consumo integrado, computación y dispositivos de comunicación» con-vergen en torno a una imagen muy tradicional de la maravillosa familia nuclear estilo H o l l y w o o d de los años cincuenta. 5 8 Aná-logamente, en relación con la comercialización del ordenador Macintosh «Performa» a fines de los años noventa, Alexander Chancellor observó que, a pesar de la decadencia demográfica de los hogares de familias nucleares, el ordenador llegó con un folleto que mostraba una fotografía de la familia perfecta y tra-dicional de cuatro miembros reunida alrededor del aparato. Además, el diseño del software suponía que el hombre de la casa determinaría, a través de una aplicación llamada «At Ease», qué miembros de la familia tendrían acceso a determinados niveles de información y control , al modo (supuestamente) tranquiliza-dor, aunque autoritario, del clásico pater familias V i c t o r i a n o . 5 9

Gates subraya los valores y las virtudes familiares de confort, privacidad y relax, vinculando su utopía tecnológica con una larga historia de sueño de domesticidad tranquila, de tal modo que, como sostiene A l l o n , el mundo virtual al que aspira Gates es «pacífico y domesticado, sin elementos disruptivos o desco-nocidos, [.. .] un lugar donde se vive una calidez, una famil iari -dad y una intimidad generalizadas y globalizadas».6 0 Como vimos antes, en relación con la domesticación de otras tecnologías, el resultado es, una vez más, un complejo híbrido de la alta tecno-logía y lo tradicional, «un mundo donde las "fachadas" suelen estar en flagrante oposición a sus interiores; la fachada que SÍ -

ASUNTOS PÚBLICOS E HISTORIAS INTIMAS: Mtu i «uun , W B o r a i m ™ . -

muía estar hecha a mano y camufla todos los aparatos de alta tecnología que contiene». En este sentido, el «estilo country» de los muebles y el pino natural connota una nostalgia rústica, si no bucólica, de un mundo antiguo, más seguro, como si «los i m -plementos de alta tecnología cada vez más sofisticados de las ca-sas [...] tuvieran que ser compensados [. . .] con un sello que cer-tifique los tiempos pasados». 6 1

¿ Y a h o r a ? ¿ D i s - l o c a r l o s m e d i o s ?

He trazado hasta aquí la larga historia de la domesticación paulatina de algunos medios, en particular la televisión, y he to-mado la «casa inteligente» como el punto culminante o final de esta historia, donde la misma casa se convierte en un lugar total-mente tecnologizado/conectado y llega a ser definido por las tec-nologías que la constituyen. 6 2 Sin embargo, podría argumentar-se que ahora estamos ante el comienzo de una historia bastante diferente, donde el relato se encamina en la dirección contraria, hacia la de-domesticación de los medios y la dislocación radical de la domesticidad.

En muchos países, la televisión comenzó como medio públi-co, que era visto colectivamente en lugares públicos y paulatina-mente fue entrando en las casas y, poco a poco, en los intersticios de éstas. Pongamos dos ejemplos: en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra M u n d i a l , en Estados Unidos la te-levisión era exhibida, sobre todo , en lugares públicos como bares y grandes almacenes o en el transporte público. Análoga-mente, en Japón, a comienzos de los años cincuenta, la televi-sión funcionó como una suerte de teatro al aire libre para el pú-blico que veía eventos deportivos, como luchas en escenarios instalados en esquinas y en plazas y parques públicos, donde la mult i tud se reunía a contemplarlos. 6 3 Sin embargo, es evidente que, al haber colonizado tan fuertemente la casa en el período posterior, ahora la televisión se ha vuelto a escapar de sus confi-nes. H o y en día, en todos lados, espacios públicos como salas de espera, estaciones de tren, aeropuertos, comercios, bares, res-taurantes o lavanderías, encontramos televisores. La diferencia

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es que ahora es un suplemento y no, como originalmente er una alternativa a su lugar en casa, como Anna McCarthy, e

Estados Unidos, y Goran Bol in, en Suecia, han documentado en sus estudios sobre las nuevas formas «ambientales» de tele-visión pública . 6 4

Una importante motivación comercial para este t ipo de de-sarrollo ha sido la concienciación, en la industria de la publici-dad, de la medida en que la casa es un entorno donde los anun-cios televisivos pueden, en el mejor de los casos, esperar formas distraídas de atención del espectador. Otra es su creciente preo-cupación acerca de la «movilidad virtual» creada para los es-pectadores en el hogar por el control remoto, que les permite cambiar de canales, programar lo que van a ver y evitar los anuncios. Otra motivación es haberse dado cuenta de que es muy difícil llegar a algunos grupos demográficos particularmen-te deseables (como los hombres con altos ingresos y los jóvenes con ingresos personales disponibles) a través de la televisión en el hogar y, por lo tanto, es mejor hacerlo en otros lugares. Por todas estas razones, ha habido una fuerte necesidad comercial de elaborar formas públicas de televisión basadas en la publici-dad a f in de llegar hasta esos consumidores potenciales donde-quiera que se reúnan, como públicos más dispuestos a dejarse «captar», así estén haciendo vida social en bares y restaurantes o esperando un vuelo en el aeropuerto. Tras haber colonizado la casa y visto que algunos de los consumidores clave a los que se desea llegar están ausentes de los confines de ésta, ahora la pu-blicidad comercial ha decidido seguirlos fuera del hogar y des-plazarse a la esfera pública.

Desde el punto de vista de los patrocinadores, las formas pú-blicas de la televisión tienen algunas ventajas clave: fundamen-talmente, están «libres del zapeo», ya que el programador, no el espectador, tiene el control exclusivo de los contenidos de la pantalla; además, la ubicación del televisor (por lo general de grandes dimensiones) por encima del nivel de la vista suele dar-le un aire de autoridad que no tiene la pantalla pequeña habi-tual . Por otro lado, el público de esos «lugares de espera» (de la clase que sean) suele estar aburrido y, por lo tanto, busca algu-na forma de distracción visual, pero además algunos grupos de-

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : MEDIACION, u u m t i i i i . « v - i u . . . — ~ - - -

mográficos específicos también pueden ser alcanzados si se transmiten anuncios en los lugares «correctos», donde el grupo deseado ya ha decidido, por así decirlo, estar presente y, por lo tanto, disponible para el anunciante. Como explica un director de una agencia de publicidad citado por McCarthy, «la demo-grafía del [público] está controlada por el lugar donde el mensa-je se transmite». 6 5

Es natural, entonces, que si se considera que esos anuncian-tes están intentando hacer «habitar y pasar a través de lugares particulares [...] una experiencia "auspiciada", para llegar mejor a los consumidores, justifiquen la intrusión con frecuencia inde-seada de la pantalla en la vida pública como una atracción gra-tuita, es decir, otra dimensión de la índole pública de un sit io». 6 6

Sin embargo, muchas personas han llegado a sentir que ese t ipo de formas de televisión comercial basadas en determinados l u -gares son, en efecto, un atentado contra la privacidad indiv i -dual. El punto culminante de esa tendencia en el Reino Unido fue el escándalo, en 2004, surgido por la instalación de televiso-res comerciales al pie de la cama de pacientes de hospitales por la compañía «ilustremente» llamada «Patientline». Está claro que esta forma de televisión se dirige a un público que, por defi-nición, está cautivo. Además, los televisores estaban diseñados de tal modo que se encendían automáticamente a las 6 de la ma-ñana y funcionaban sin interrupción hasta las 10 de la noche. En ese caso en particular, nadie podía escapar, literalmente; quienes no querían ver los programas no podían apagar el televisor y es-taban obligados a asistir a una serie ininterrumpida de anuncios de servicios no deseados y de repetitivos mensajes acerca del «cuidado del paciente» emitidos por las autoridades del hospi-ta l . Cuando a éste se le presionó por la irritación y la angus-tia que todo ello estaba causando a muchos pacientes muy enfer-mos, el portavoz de la compañía dijo, poco convincentemente, que el hecho de que los televisores no tuvieran una tecla para apa-garlos había sido «un accidente». 6 7

Estas evoluciones deben entenderse en el contexto teórico más amplio de los debates sobre la transformación permanente de las relaciones entre las esferas pública y privada. A l respecto, Armand Mattelart ha sostenido con acierto que, desde hace ya

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muchos años, el espacio público ha sido transformado paulati-namente por la presencia cada vez mayor de la publicidad. Aho-ra el espacio público está repleto de mensajes comerciales, sea visualmente, en carteles de grandes dimensiones en la vía públi-ca o en el reverso de los billetes de autobús, o auditivamente como en el mensaje del servicio telefónico en el Reino Unido que nos dice que la hora es «patrocinada por Accurist». Así, Aber-crombie y Longhurst sostienen que ahora, dada la ubicuidad de los medios, en cualquiera de sus formas, en el mundo contem-poráneo, la antigua distinción entre quiénes son parte del públi-co de los medios y quiénes no lo son está bastante pasada de moda, por la simple razón de que ya somos todos públicos de algún tipo de medio en casi cualquier lugar y todo el t i empo. 6 8

P r i v a t i z a r l o p ú b l i c o : e l c o c h e , e l w a l k m a n y e l t e l é f o n o m ó v i l

Si estamos obligados a tratar casi continuamente con una u otra forma de medio de comunicación, hay una cuestión crucial que se relaciona con el grado y los modos de control que pode-mos tener de ese proceso. Sin duda, tenemos que considerar las maneras en que las personas pueden, uti l izando diversas tec-nologías, construir sus espacios de recepción como formas de «hogar móvil». Necesitamos considerar tres tecnologías en par-ticular, como parte de una «serie conceptual» que tiene un papel potencial en el cumplimiento de esa función: el coche, el walk-man y el teléfono móvil. Como sostiene Patrice Flichy, «en los años cincuenta en Estados Unidos [. . .] los adolescentes llevaban a sus citas al autocine en su [. . .] coche. Sin dejarlo, pasaron de la burbuja de sonido de la radio del coche a la burbuja visual del cine. H o y en día, los usuarios de walkmans (o, ahora, de iPods) y teléfonos móviles también transportan su propia esfera priva-da con el los». 6 9

Si tomamos el coche, que, como he señalado antes en rela-ción con el trabajo de Hay y Packer, ahora debe ser entendido como un entorno cada vez más «mediatizado», rápidamente po-demos ver cómo la integración de las tecnologías del sonido lo

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : MEDIACION, OOMtSIILAUUiN y p u i m m a o i - *

hacen más agradable de habitar. Fundamentalmente, esta tecno-logía permite que se utilice como parte de una estrategia para manejar el entorno personal, manteniendo una sensación de p r i -vacidad y control mientras atraviesan el espacio público, como sostiene Michael Bul l , que cita a un conductor que declara que, «cuando subo al coche y enciendo la radio, me siento en casa. No tengo que trasladarme para estar en casa [.. .] Cierro la puer-ta enciendo la radio y ya estoy en casa»; otro dice que «estar dentro del coche es como [.. .] m i pequeño mundo, [...] estoy en mi propia burbuja [. . .] y me siento con un control total». En ese sentido, el «espacio móvil y contingente del viaje se experimen-ta precisamente como su contrario, [. . .] [porque] el conductor controla [. . .] el entorno interno del automóvil a través del soni-do». 7 0 De manera similar, vemos que los sistemas de entreteni-miento personal durante el vuelo, en los aviones, crean «burbu-jas vivenciales» protectoras, aunque en ese caso lo que están protegiendo es al usuario y no de la desafiante sobreestimula-ción del entorno, de la calle, sino de «la terrible monotonía kaf-kiana de volar», en el sentido de que en el avión la pantalla «or-ganiza y narra la anonimía del tiempo suspendido».7 1

Si llevamos nuestra atención del coche mediatizado al walkman, vemos que se produce un proceso comparable, en el que las personas pueden domesticar el espacio público, aunque no retirándose al espacio físico privado del coche con sonido, sino al espacio vir tual de la burbuja acústica creada por can-ciones seleccionadas personalmente, con las que acompañan el viaje. Siguiendo el trabajo de Iain Chambers, Rey Chow y Paul du Gay y otros sobre el w a l k m a n , Bul l explora cómo diver-sos usuarios de ese artefacto comprenden su función. 7 2 Uno de ellos simplemente dice que, con el artefacto «uno puede estar entre una m u l t i t u d [. . .] pero no importa , [.. .] es como una pa-red»; otro dice que le permite entrar en su perfecto mundo de sueños, donde todo es como él quiere «porque tengo sonidos familiares, con m i propia música, entonces sé que puedo, de al-guna manera, evadirme de las demás personas». Una importan-te consecuencia de esto es, como observa Bul l , que los usuarios de walkmans parecen alcanzar una sensación subjetiva de inv i -sibilidad pública, retirándose de la interacción social y «desa-

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pareciendo» efectivamente o sustrayéndose de la esfera públi c

aunque siguen estando físicamente presentes en e l la . 7 3 Volviei do a mis observaciones anteriores sobre la manera en que la his-toria de la individualización del ocio es anterior a la invención de tecnologías como la del walkman, aquí también conviene con-siderar el papel de la lectura del periódico como una forma an-terior, con la que los trabajadores que tenían que viajar para lle-gar a la oficina podían retirarse del espacio público a un mundo más privado. A l respecto, el éxito del nuevo diseño en tabloi-des más pequeños de algunos de los periódicos de grandes di-mensiones del Reino U n i d o , que en su formato or iginal eran algo incómodos de leer en autobuses o trenes repletos, es sin duda otro índice de la adaptación exitosa y de la continua im-portancia de los medios impresos, para cumplir las mismas fun-ciones en nuevas condiciones.

En su teorización ejemplar de la función «protectora» de las tecnologías del sonido, Bull se inspira en el trabajo de varios teó-ricos de lo urbano, desde las preocupaciones de Georg Simmel acerca de los efectos problemáticos en el individuo de la sobre-carga sonora en la ciudad atestada hasta las observaciones de Richard Sennett sobre las maneras en que la tendencia contem-poránea de las personas de «retirarse» al santuario de los «guetos solipsistas auriculares» socava la capacidad de sostener encuen-tros potencialmente productivos con la alteridad que constitu-ye la mera base de la esfera pública. De ese modo, también se introducen las complejidades añadidas a nuestras dificultades contemporáneas por el desarrollo y la adopción generalizada de la tercera de las tecnologías de la «serie» antes mencionada: el teléfono móvil . 7 4

En relación con la cuestión de la dinámica de la esfera públi-ca cada vez más privatizada, Bull sostiene que, mientras podría-mos seguir exigiendo nuestro propio espacio, «recortamos cada vez más el espacio de los otros», en una situación donde ahora el espacio urbano está habitado tanto por personas que cami-nan solas «en sueños solipsistas, usando sus estéreos persona-les» como por las que, igualmente indiferentes a los demás, se afanan por «exponer su vida privada en público a través de sus teléfonos móviles». Si, como Shin D o n g K i m dice, «hasta no

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : MEDIAUUN, m n w w w

mucho se consideraba vergonzoso hablar de asuntos priva-dos en público, [. . .] esos modales se han evaporado en esta era ¿ e contacto perpetuo». Esta actitud queda bien evidenciada en j a S observaciones de uno de los entrevistados por Bul l , que sim-nlemente dice que, «cuando estoy hablando por teléfono, [. . .] lo que sucede a m i alrededor es secundario. [ . . .] Estoy en m i pe-queño mundo. Opero suponiendo que esas personas no me co-nocen [...] y yo no las conozco».

Parece que la esfera pública, que funcionaba sobre la base de la «inatención civil» que, como observa Simmel, todos los ciu-dadanos se debían entre sí, ahora para muchas personas se ha desintegrado en una mezcla compleja de pequeñas esferas públi-cas diferentes y contradictorias que cohabitan en el mismo espa-cio geográfico, de tal modo que se siente que éste no pertenece a nadie, en lugar de a todos. Así, uno no necesita adaptar su con-ducta a la presencia de los demás, pues hoy no conocer a los de-más personalmente puede significar, literalmente, que éstos no cuentan para nada. 7 5

C o m u n i c a c i o n e s m ó v i l e s : l a h i s t o r i a d e l t e l é f o n o m ó v i l

Si el walkman es una tecnología «privatizadora», entonces ahora el teléfono móvil tal vez sea la tecnología privatizadora de nuestra época por excelencia. Evidentemente, una de las cosas que hace el teléfono móvil es dislocar la idea de hogar, pues per-mite al usuario, en palabras de la campaña publicitaria de Oran-ge en el Reino Unido, «llevar su red con usted, donde quiera que vaya». U n ejemplo elocuente es el de un estudiante extranjero en la Universidad Goldsmiths que escribió recientemente acerca de la alegría que sintió cuando, viajando en tren a la universidad una noche, el día del Año Nuevo chino, recibió un saludo de año nuevo de sus padres que lo llamaron desde Beijing, en el mo-mento simbólico de la medianoche en ese lugar; di jo, simplemen-te, que, «al oír esas voces familiares a través de m i pequeño te-léfono móvil, de pronto sentí que estaba en casa» . 7 6

Sin embargo, la otra cuestión es que, al igual que el walk-man, aunque por un medio diferente, el teléfono móvil también

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aisla a los usuarios del espacio geográfico donde realmente están y les permite llenar los espacios vacíos de la ciudad con sus pro-pias canciones tranquilizadoras. Con frecuencia el usuario no presta atención a quienes están cerca de él mientras habla con otras personas que están lejos y, en ese sentido, la comunidad momentánea de los que están en el mismo lugar o situación es desintegrada por esas formas externas de conectividad. Así, también se podría sostener no sólo que el teléfono móvil funcio-na a menudo como un refugio psíquico para su usuario, sino in-cluso como una suerte de «comunidad móvil cercada». Como dice un usuario, «cuando estoy rodeado por personas que no co-nozco, puedo conectarme fácilmente con una voz familiar; [...] hablar por el móvil me permite distanciarme de toda situación incómoda y me da una sensación de comodidad». En su investi-gación sobre los usos del teléfono móvil en los círculos de em-presarios, Sadie Plant presenta el caso de empresarios que dicen que, si llegan a una reunión donde no se sienten a gusto, porque no conocen a nadie, «pasan el tiempo» haciendo cosas con el móvil, es decir, indicando a los otros desconocidos presentes que ellos, en realidad, son personas ocupadas y bien conectadas, im-portantes, y que no pueden perder el t i empo. 7 7

Por lo general se da por sentado que el teléfono móvil es, ante todo, un artefacto para trascender la distancia espacial. Pero, así como sabemos que un alto porcentaje de los correos electrónicos que se intercambian en el mundo son enviados por personas que trabajan en el mismo edificio, el teléfono móvil pa-rece utilizarse a menudo de maneras contraintuitivas. N o se ut i -liza tanto para trascender la distancia como para establecer re-des de comunicación paralelas en el mismo espacio, que escapan a los modos convencionales de «control territorial» basados en un lugar (sea el uso de mensajes de texto por alumnos en las es-cuelas británicas o el uso que hacen para establecer un contacto prohibido niños y niñas en escuelas de Irán). En realidad, ese ar-tefacto de comunicación supuestamente «individualizado» tam-bién se utiliza con frecuencia de forma colectiva, sobre todo en-tre grupos de jóvenes cuando están juntos: se pasan de mano en mano el teléfono móvil de una persona para admirar un men-saje de texto particularmente ingenioso, o miran el tamaño de la

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.. de contactos de esa persona (como s i g n o de su populari-Ta\ con el principio de «Les caigo bien a t o d o s . M i r a d : m i tar-dad), / 7 8

>ra Sim esta llena». Como sabemos, una llamada por te le tono m ó v i l irrumpe en

1 espacio físico de la esfera pública de difere ntes maneras: moles-6 a los demás pidiendo atención de forma insistente o impone , na conversación «privada» a quienes es tán cerca del usuario mediante una conversación a alto v o l u m e n e n l a forma de lo a u e en Estados Unidos, se ha descrito c o m o e l cell-yell (expre-sión que significa «hablar a gritos por el m ó v i U ) . Además, es in -teresante ver de qué manera estos avances h a n dado lugar a un nuevo conjunto de debates sobre la etiqueta de l a s comunicacio-nes, con especial interés en esta tecnología. E l U s o ¿ e \ teléfono móvil en lugares públicos es, sin duda, u n a causa de conflicto irresuelta en el Reino U n i d o . A l relatar un incidente en el club de criquet del condado de Middlesex, en Londres -institución muy conservadora que ha impuesto una prohibición total de los mó-viles-, Jason Bennetto cuenta que u n m i e m b r o de ese club se en-frentó con otro uti l izando un cuchil lo, c u a n d o lo descubrió usando el teléfono móvil durante u n p a r t i d o . 7 9

En su investigación acerca de los usos contemporáneos de los cementerios, Ken Worpole narra que «se

cruzó con una jo-ven, que llevaba un abrigo de pie l y hablaba p 0 r teléfono mó-vil»; para él significó una infracción f i n a l de l a tradición que Steven Kern, en su clásico estudio sobre la conciencia de la mo-dernidad temprana, consideraba inviolable : q U e n u n c a podría encontrarse un teléfono en un cementerio. Esto no implica su-gerir que las crisis sobre las formas de la conversación en públi-co sean un fenómeno totalmente nuevo. Hacia finales del siglo x i x , los observadores ya veían las extrañas cosas que le suce-dían a la conversación a raíz de la invención del teléfono. La broma de M a r k T w a i n , en su relato de 1880 irónicamente t i t u -lado « A Telephonic Conversation» (Una conversación telefóni-ca), es que uno sólo puede oír la m i t a d de esas nuevas formas de conversación:

Luego sucedió lo más extraño de lo más extraño del mundo: una conversación con un solo hablante. Uno oye l a s preguntas que

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hace; no oye las respuestas. Uno oye las invitaciones que formi no oye las consabidas gracias. Se oyen pausas de silencio muerto seguido de exclamaciones irrelevantes o injustificables de alegre sorpresa o pena o angustia. No se puede saber cuál es el principio o el final de la charla, porque uno nunca oye lo que dice la perso-na que está en el otro extremo del cable.8 1

Ahora el teléfono móvil vuelve a plantear cuestiones de eti-queta que vale la pena mencionar. En el Reino Unido ha sido fascinante ver la velocidad con que se han ido desarrollando los nuevos modos de regulación del artefacto, como los «vagones l i -bres de móviles» en los trenes y los avisos en restaurantes y cines donde se prohibe su uso. 8 2 Recientemente, en respuesta a esas for-mas nacientes de desagrado público sobre su uso, incluso las compañías comerciales que obtienen ganancias gracias a ese ar-tefacto han creído conveniente cambiar la publicidad. Así, Bri-tish Telecom, cuyo eslogan publicitario para todas las formas de uso del teléfono fue, durante muchos años, «Es bueno hablar», ahora ha cambiado el punto de vista de su discurso publicitario para reconocer las limitaciones de su enfoque anterior, ante la disconformidad del público con respecto a las conversaciones por teléfono móvil. Su nueva publicidad dice así: «Algunas con-versaciones nunca deberían incluir la frase: "Espera, estoy pa-sando por un túnel"», y también hace la pregunta: «¿Realmen-te quieres una charla íntima con t u novio, veintisiete pasajeros y el conductor?». Análogamente, la nueva campaña publicitaria de la red Orange recuerda a los consumidores del Reino Unido que no deberían olvidar que «las cosas buenas también suceden cuando su móvil está apagado [.. .] U n móvil apagado puede de-cir mucho. Puede decir a la persona que está con usted: "Creo que mereces toda m i atención"».

Como hemos visto, el teléfono móvil suele verse (y promo-verse) como u n dispositivo para conectarnos con quienes están lejos y, por lo tanto, nos permite superar las distancias, y ta l vez la geografía misma. Se ha dicho que el teléfono móvil per-mite la aparición de un descendiente incluso más móvil que el fláneur (el paseante), como es el phoneur (el telefoneante).8 3 Sin embargo, al igual que en las sesiones de chat en Internet, como

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todos sabemos, la primera pregunta que se hace en muchas conversaciones por teléfono móvil suele ser: «¿Dónde estás?» (así como la respuesta suele ser: «Estoy en el tren / en un em-botellamiento / voy a llegar tarde»). En ese sentido, el protoco-lo para las conversaciones por teléfono móvil es algo diferente de la charla tradicional por teléfono de línea, donde el que l la-ma, por definición, sabe dónde está ubicado el teléfono, pero no sabe quién puede responder a la llamada. Los teléfonos de lí-nea están estructurados para ser estables, pero en los sistemas sociales colectivos, como las casas o las instituciones, la identi-ficación personal es necesaria. Sin embargo, en el caso del telé-fono móvil, la identificación es reemplazada por la geografía, ya que no se trata de saber quién responderá, sino dónde está esa persona, y por lo general el que responde comenzará infor-mando al que l lama acerca de sus circunstancias geográficas y situacionales, ya que eso puede indicar aquello de lo que se pue-de (y no se puede) hablar. 8 4

En realidad, parece que la geografía no ha muerto del todo y que el teléfono móvil permite comentarios ansiosos y sin f i n acerca de nuestra ubicación y recorrido geográficos. Tal vez se podría decir, incluso, que el teléfono móvil es, entre otras cosas, un dispositivo para tratar nuestras ansiedades sobre los pro-blemas de distancia causados por nuestros nuevos estilos de vida móviles y la «desconexión» emocional que esa distancia geográ-fica simboliza para nosotros. 8 5

De c h a r l a s y c o n v e r s a c i o n e s

Para plantear la cuestión de manera algo más teórica, el geó-grafo Yi-Fu Tuan distingue entre «conversación» (charla impor-tante sobre hechos y asuntos, un discurso de la esfera pública) y «charla» (intercambio de chismes, destinados sobre todo a man-tener la solidaridad entre los que participan en el intercambio, lo que Tuan llama u n «discurso del corazón»). A partir de la dis-tinción de Tuan, John Tomlinson ha sostenido que el discurso de gran parte del uso del teléfono móvil se puede caracterizar como una forma de comunicación fática o gestual, que principalmen-

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te funciona para mantener los lazos sociales de pertenencia y de-pendencia, en lugar de intercambiar información importante o debatir temas «serios». En este contexto tal vez se comprenderí-an mejor fenómenos como el hábito de los jóvenes, en algunos de los países más pobres de Europa del Este, de hacer llamadas flash a sus amigos a lo largo del día sin dejar mensaje, porque ésa es la manera más barata de confirmar a sus amigos (me-diante el servicio de «registro de llamadas») que están pensando en ellos. 8 6

En ese sentido, lo que hace el teléfono móvil es llenar el es-pacio de la esfera pública con la charla del corazón, permitién-donos llevar nuestra casa, como una tortuga lleva su caparazón, adonde sea. Tomlinson sostiene que sería un error ver estas nuevas tecnologías como simples «herramientas para extender los hori-zontes culturales o las puertas de salida de los estrechos lazos de localidad [...] o como facilitadores de una disposición cosmopo-lita». En cambio, sostiene que deberíamos verlas como «tecnolo-gías del corazón: instrumentos imperfectos, mediante los cuales las personas tratan [...] de mantener algo de la seguridad de la ubicación cultural» en medio de una cultura de flujos y desterri-torialización.8 7 Esto significa colocar estas tecnologías, junto con el coche y los logros técnicos de la automovilidad, como parte de la serie de las tecnologías como la televisión, la telegrafía y el te-léfono, como «instrumentos que permiten controlar las distan-cias», cruciales para la gestión de la distribución contemporánea de las personas y los recursos.8 8 Análogamente, Plant sostiene que el teléfono móvil suma y responde al sentido de la movilidad constante que ahora caracteriza nuestras vidas: «[. . .] la sensa-ción continua, evasiva, de que todos los planes son contingentes y pueden cambiar en cualquier momento; una conciencia de que la vida es impredecible e insegura; y el tono algo esquizofrénico de un mundo en el que las personas se han vuelto adeptas a ha-cer sus trámites bancarios mientras practican ejercicios en el par-que». Según Bauman, éste es un período de lo que él llama la «modernidad líquida», que se caracteriza por la transformación de los sistemas sociales del estado «sólido» de organización rígida al estado «líquido» de una corriente permanente de renegocia-ciones, reconfiguraciones que implican la constante reorgani-

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ción ¿ e todas las obligaciones y los compromisos. 8 9 En ese con-texto, Gary Cooper escribe que el teléfono móvil es una «tecno-logía que conecta lo global [...] con lo más local de las interac-ciones sociales, [ . . .] [formando] un nexo entres [esos] diferentes ámbitos». Añadiendo una dimensión histórica, Roos sostiene que lo que el teléfono móvil permite es la transposición de una forma de localidad pmnoderna, donde todos los habitantes de la aldea conocen a casi todos los demás en un momento dado, en una nueva forma, vir tual , desterritorializada, en que esa misma forma continua de intimidad cotidiana ahora está dispersa en es-pacios geográficos mucho más amplios. 9 0

Sin embargo, volviendo a la distinción de Tuan entre discur-sos del corazón y del cosmos, hay ciertas dificultades concep-tuales en cuanto a la carga de valor que implícitamente tiene esta terminología. En cierta medida, esto revela un paralelismo problemático con la distinción de Basil Bernstein entre lo que llama código lingüístico «restringido» y «elaborado», que según él caracteriza respectivamente a las fortalezas del discurso «edu-cado» de clase media y a la debilidad de la comunicación de la clase trabajadora. Las dificultades que presenta la posición de Bernstein, sobre todo en la medida en que minimiza la impor-tancia de los aspectos de construcción de la comunidad del lla-mado código «restringido», fueron identificadas hace muchos años por su principal crítico, H a r o l d Rosen.9 1 A l movilizar la distinción de Tuan, a pesar de su perspicacia, Tomlinson tal vez cae también en un modelo demasiado convencionalmente ha-bermasiano de la esfera pública y de para qué debería utilizarse -como manifiesta la crítica convencional económico-política de la izquierda acerca de los talk-shows en televisión, que él consi-dera como un signo de la lamentable corrupción de los propó-sitos y las funciones de la esfera pública, en tanto lugar para el debate racional de los asuntos públicos-. Aquí la dificultad está en que esa posición se basa en una concepción no problematiza-da no sólo de la racionalidad, sino también de la clase, el géne-ro y la composición étnica del público, y de sus «verdaderas» Preocupaciones.9 2

En relación con la manera en que se aplican específicamente estos puntos a un debate acerca del teléfono móvil, debería re-

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cordarse que hubo un pánico social comparable acerca de 1 0

usos del teléfono de línea fija cuando, tras haber sido introduci do para fines comerciales (que, por supuesto, eran definidos ei términos masculinos), se supo que estaba siendo utilizado en gran medida para el «chismorreo» de las mujeres. Sólo cuando la in-dustria entendió que el teléfono, en realidad, estaba siendo uti l i -zado por mujeres por motivos sociales y familiares, el énfasis de la comercialización pasó de presentar el teléfono como un dis-positivo «práctico» para el uso comercial a venderlo como «un medio para el confort y el bienestar». 9 3

Deberíamos recordar aquí la insistencia de Román Jakob-son en la importancia crucial de la función «fática» en todas las comunicaciones: la función de establecer y mantener el «canal» de comunicación a través del cual pasa el f lu jo del contenido de la comunicación, y sin el cual no puede funcionar en absoluto. También es importante destacar el trabajo de aca-démicas feministas, como A n n M o y a l , que han detallado que las diversas maneras en que los hombres tendían a ver que las «mujeres hablan por teléfono sin un objetivo» (teléfono móvil o fi jo) también pueden considerarse, desde otro punto de vis-ta, como una parte crucial de la labor permanente que se nece-sita realizar para mantener las redes familiares y sociales.9 4 La cuestión fundamental respecto a las llamadas por teléfonos móviles (y, más específicamente, de muchos mensajes de texto) es que, si bien su contenido puede verse como t r i v i a l , poco i m -portante o incluso tonto , lo más importante es la función fáti-ca que cumplen, el gesto de «estar en contacto» para decir al otro que uno está pensando en él. A l igual que con la supuesta «redundancia» de la dimensión fática de la comunicación, con-viene destacar las maneras en que, incluso en círculos comer-ciales, donde la eficiencia (rentable) de la comunicación es el precio fundamental , se reconoce cada vez más que, como re-sultado del uso de las comunicaciones por correo electrónico a alta velocidad en muchas organizaciones, donde la dimen-sión de construcción de la relación «fática» de la comunica-ción ha estado demasiado subordinada a su contenido, a me-nudo las relaciones sociales se han roto , con consecuencias muy poco rentables. En muchos casos, esto se debe a que los

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interlocutores van demasiado rápidos, sobre todo en momen-tos de dif icultad, hasta el punto que quieren tratar de u n modo aparentemente racional y eficiente sin advertir, no obstante, que pueden ofender al no observar las «sutilezas» sociales y comu-nicativas necesarias para mantener relaciones de c ivi l idad en-tre interlocutores.

I n n o v a c i o n e s : e l t e l é f o n o m ó v i l c o m o u n a t e c n o l o g í a de micro-castíng

Por si acaso los argumentos que acabo de exponer parecen demasiado negativos acerca de los usos potenciales del teléfono móvil, concluiré analizando un ejemplo muy diferente, y radi-calmente innovador, de cómo puede utilizarse. El ejemplo pro-viene del trabajo de un estudiante de M A [licenciatura de letras o ciencias] en Goldsmiths, Gareth Jones, durante la realización de un documental para radio sobre el teléfono móvil en la cul-tura británica contemporánea. 9 5

En el Reino Unido, como en otras partes, ahora los jóvenes «personalizan» sus teléfonos móviles no sólo con accesorios fí-sicos, como fundas, sino también con accesorios electrónicos como los ringtones (tonos de llamadas) personalizados (o, para el mercado de consumo británico asiático, raagtones) en un pro-ceso mediante el cual seleccionan y graban su propia melodía, para reemplazar la señal estandarizada que el fabricante ha puesto, sea el último bit popular o una nueva selección de melo-días de Boosey & Hawkes del mundo de la música clásica. Este proceso, descrito por un fabricante como «al igual que la moda [...] otra manera de expresar su individualidad a las demás per-sonas al alcance del oído», es ahora una dimensión muy renta-ble, y de rápido crecimiento, del mercado de la música en gene-ral , que amenaza con superar pronto la importancia del C D . (En realidad, a mediados de 2005 el tono de llamada «Crazy Frog» se convirtió en el primero en llegar al podio del ranking de C D singles del Reino U n i d o . ) 9 6

Cuando Gareth Jones entrevistó a varios jóvenes en Londres y les preguntó qué ringtones tenían en sus teléfonos, descubrió

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que los resultados eran muy deprimentes. Luego, cuando 1 €

preguntó por qué tenían esos ringtones, la mayoría de los entre vistados no supo qué contestar, más allá de expresar su com-pulsión a tener «el último ringtone». Su principal preocupación era, más bien, tener instalada su propia elección personal, por-que temían que, de otro modo, sus amigos los considerarían como totalmente «fuera de onda», si tuvieran uno de los tonos de llamada estándar instalados en el teléfono por el fabricante. En ese sentido, las respuestas de los entrevistados sonaron como las peores predicciones de Adorno y Horkheimer acerca del de-sarrollo de la industria de la cultura en una historia de cómo el capitalismo había logrado dar formas de «pseudoindividuali-dad» personalizada para todos, de todos los gustos, en un pro-ceso en el que nadie puede sentirse excluido, pero del que nadie puede escapar.9 7

Sin embargo, en un caso, en lugar de una melodía un joven había grabado en su teléfono una pequeña escena de un drama social en que él y sus amigos habían participado y, cada vez que sonaba su teléfono, cualquiera que estuviera dentro de cierta distancia auditiva se enteraba del incidente traumático de abuso racial al que él y sus amigos habían sido sometidos por un empleado de seguridad de un comercio, un incidente que había grabado en el momento en que ocurrió y luego ins-talado como su tono de llamada. En este caso, estamos ante una innovación excepcionalmente imaginativa en el uso del te-léfono móvil, donde la tecnología se elige para cumplir un pa-pel impensado al transformar las relaciones entre las esferas de la experiencia pública y la privada. Así, el teléfono móvil se util iza como una suerte de minisistema de difusión que obliga a todos, dentro de cierta distancia audit iva, a conocer el drama de ese incidente en la vida del joven, cada vez que suena el te-léfono. Vemos que las relaciones del discurso público y el p r i -vado sobre cuestiones de consecuencias considerables son transformadas por un uso muy innovador e ingenioso del telé-fono móvil para fines bastante diferentes de aquellos para los que fue diseñado. 9 8

ASUNTOS P Ú B L I C O S E HISTORIAS Í N T I M A S : M E D I A C I Ó N , DOMESTICACION Y DISLOCACION I XOl

C o n c l u s i ó n

Si una de las funciones históricas clave de las tecnologías de difusión ha sido la transformación que operaron en las relacio-n e S de las esferas pública y privada, entonces las cuestiones que ahora se nos plantean se refieren a lo que estas nuevas tecnolo-gías están haciendo sobre esas relaciones y cómo, por su parte, pueden ser reguladas y domesticadiisJÑos encontramos en un

(mundo donde todos somos el público de uno u otro medio, casi todo el tiempo, y donde, después de su largo proceso de domes-ticación, la televisión (y otros medios) ahora han salido del ho-gar para (re)colonizar la esfera pública. Si bien puede decirse que ahora el hogar se ha vuelto un artefacto totalmente tecnoló-gico, también parece que la domesticidad se ha desplazado. A l recorrer el espacio público, protegidos con el caparazón de nues-tros walkmans o teléfonos móviles, podemos replantear la pre-gunta de Heidegger acerca de qué significa vivir en una cultura «sin distancias» donde las cosas no están n i lejos n i cerca. Pero, apenas establecemos la relación con esos debates anteriores, de-bemos reconocer que las cuestiones que afrontamos hoy en día, si bien son indudablemente urgentes, no son del todo nuevas. Además, hemos de reconocer, con Lynn Spigel, que, si nos pro-ponemos tener una perspectiva crítica sobre los discursos de la futurología que ahora nos rodea, sin duda debemos colocarlos en una perspectiva más cabalmente histórica que la que recono-cen para ellos. 9 9

N o t a s

1. Lynn Spigel, 2001a, Welcome to the Dreamhouse, Durham, NC, Durke University Press, p. 15.

2. Raymond Williams, 1974, Television: Technology and cultural Form, Londres, Fontana, p. 26.

3. Lynn Spigel, 1992, Make Room for Television, Chicago, 111., University of Chicago Press, p. 39.

4. Lynn Spigel, 2001b, «Media Homes: Then and Now», Inter-national Journal of Cultural Studies, n.° 4 (4), p. 391.

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5. Spigel, ibid. , 2001, pp. 386 y 398; Paul Vir i l io , 1991, Lo Dimension, Nueva York, Semiotext(e); citado en Spigel, ibíd p. 400.

6. Sobre los «conjuntos de medios», véase Hermann Bausinger 1986, «Media, Technology and Everyday life», Media, Culture and Society, n.° 6 (4). Puede hallarse un interesante intento de desarrollar una teoría de los estudios sobre medios no mediocéntrica en el re-ciente trabajo de Shaun Moore, 2005, Media/Theory, Londres, Rout-ledge.

7. Sue Peter, 2004, «Information Mobility», trabajo para la Con-ferencia «Alternative Mobilities*, Universidad de Lancaster, enero.

8. Martin Dodge y Rob Kitchin, 2001, Mapping Cyberspace, Londres, Routledge.

9. Manuel Castells, 2005, «Introduction» a Matthew A. Zook, The Geography of the Internet, Oxford, Blackwell.

10. Véanse las observaciones de Thomas Jones sobre el trabajo de Zook en «Short Cuts», 2005, London Review of Books, 4 de agos-to, p. 22.

11. Véase Jenny Sunden, 2001, «The Virtually Global: Or, the Flipside of Being Digital», Universidad de Copenhague, Global Media Cultures Working Paper, n.° 8.

12. Sunden, ibíd., p. 18. 13. Véase Sakai en el capítulo 7, sobre la relatividad esencial de

los términos «Oriente» y «Occidente». 14. Sunden, ibíd., pp. 15-18. 15. Joshua Meyrowitz, 1985, No Sense of Place, Oxford, Oxford

University Press; McKenzie Wark, 1994, Virtual Geography, Bloo-mington, Indiana, Indiana University Press; véase Torsten Haager-strand, 1986, «Decentralisation and Radio Broadcasting: On the «Pos-sibility Space» of a Communications Technology», European Journal of Communication Studies, n.° 1 (1).

16. John Ellis, 2000, Seeing Things: Television in an Age of Un-certainty, Londres, I . B. Tauris.

17. Allen, Robert, 1999, «Home Alone Together: Hollywood and the Family Film», en M . Stokes y R. Maltby (eds.), Identifying Hollywood's Audiences, Londres, British Film Institute.

18. Paddy Sacannel, 1996, Radio, Television and Modern Life, Oxford, Blackwell; Jeffrey Sconce, 2000, Haunted Media, Durham, M d . , Duke University Press.

19. Barbara Maria Stafford y Frances Terpak, 2001, Devices of Wonder: From the World in a Box to Images on a Screen, Los Ange-

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j e s California, Getty Research Institute. Siegfried Zielinski, 1999, Au-¿lo Visions: Cinema and Television as entr'actes in History, Amster-dam, University of Amsterdam Press.

20. Gaston Bachelard, 1994, The Poetics of Space, Boston, Mass., Beacon Press, 1994. [Trad, cast.: La poética del espacio, Ma-drid, FCE, 2000.] A l respecto, también podríamos considerar el cre-ciente género de escritura sobre la infancia como una experiencia profundamente mediatizada; véase Stuart Jeffries, 2001, Mrs Slo-cum's Pussy: Growing Up in Front of the Telly, Londres, Flamingo; Curtis White, 1998, Memories of my Father Watching Television, Normal, 111., Dalkey Archive Press. En términos más generales, se po-dría señalar toda la ficción autobiográfica de la «Generación X» en Estados Unidos, producida por escritores como Douglas Coupland, que sería en gran parte incomprensible para cualquiera que no com-partiera esa particular letanía de comedia de situaciones, telenovelas y estrellas de la televisión popular en Estados Unidos. Véase también el capítulo 5 al respecto.

21. Elíseo Verón, 1991, Analyses pour Centre d'Études des Tele-communications, París, Causa Rerum.

22. Richard Gardner, 2005, «More Pupils Cheat at School Exams», The Independent, 16 de abril; véanse las observaciones de McLuhan sobre la tecnología como una forma de vestirse, citadas en el capítulo 4.

23. Simon Firth, 1983, «The Pleasure of the Hearth», en J. Do-nald (ed.), Formations of Pleasure, Londres, Routledge.

24. Roger Rouse, 1995, «Questions of Identity*, Critique of Anthropology, n.° 15 (4). Un local de llamadas telefónicas en el este de Londres, donde vivo, publicita tarifas económicas para llamar a Gha-na con una fotografía de una mujer africana de mediana edad, debajo de la cual aparece el eslogan «Llama a mamá». Otro ejemplo de los usos por inmigrantes de tecnologías diseñadas originalmente con otros fines: hace unos años, Eliut Flores comentó el uso, por familias inmigrantes de Puerto Rico que vivían en Nueva York, del tiempo de inactividad de las instalaciones de videoconferencia de la ciudad, a tarifas económicas, como una alternativa «virtual» para que toda la familia «viajara de vuelta a casa», de visita; Eliut Flores, 1988, «Mass Media and the Cultural Identity of the Puerto Rican People», trabajo para la conferencia IAMCR, Barcelona, julio.

25. Kevin Robins y Asu Aksoy, 2001, «From Spaces of Identity to Mental Spaces: Lessons from Turkish-Cypriot Cultural Experiences in Britain*, Journal of Ethnic and Migration Studies, n.° 27 (4).

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26. Jan English-Lueck, 2002, Cultural@Siliconvalley, Stanford lifornia, Stanford University Press, p. 4. Para más información sobre est( proyecto, véase su sitio web en www2.sjsu/depts/anthropology/svcp

27. Jan English-Lueck, 1998, «Technology and Social Change" The Effects on the Family», trabajo para el seminario del congreso COSSA, junio, p. 9; Bausinger, ibíd., 1986.

28. English-Lueck, ibíd., pp. 6-9. 29. Stephen R. Covey, 1999, The Seven Habits of Highly Effecti-

ve People, Londres, Simon & Schuster. [Trad, cast.: Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, Barcelona, Paidós, 2007.] Véase el capítulo 4 sobre la importancia del refrigerador como centro de comunicaciones dentro del hogar: véase English-Lueck et al., 2002, «Creating Culture in Dual Career Families», documento no publicado, Departamento de Antropología, San José State University; véase también Castoriadis, citado más adelante, en cuanto a la penetración de las «fantasías de control» en el espacio doméstico.

30. Peter Meyers, 2002, «Handhelds Juggle Family Agendas», International Herald Tribune, 15 de julio.

31. English-Lueck, citada en Emma Brockes, 2000, «Doing Fa-mily in Silicon Valley», The Guardian (G2), 17 de mayo, pp. 8-9.

32. Brockes, ibíd. 33. English-Lueck, 1998, ibíd., p. 4. 34. Estas tecnologías de vigilancia parental se están desarrollan-

do con rapidez; recientemente se ha comentado sobre el diseño de pro-ductos para niños como brazaletes, juguetes e incluso pijamas que tie-nen dispositivos de búsqueda electrónicos, para que los padres pueden controlar constantemente el paradero de los niños. Véase Lucy Atkins, 2005, «Tagged, and ready for bed», The Guardian (Family), 3 de di-ciembre.

35. Véase, en el capítulo 7, el ejemplo de dos hijas que «impo-nen» a su madre el uso de un teléfono móvil que ésta no desea, para saber si está bien cuando viaja sola a la casa de veraneo que tienen en el campo.

36. Véase Andrew Johnson, 2005, «The Liddle Effect: Why 3 out of 4 Women Spy on their Men», Independent on Sunday, 8 de abril.

37. André Carón y Litizia Caranovia, 2001, «Active Uses and Active Objects: The Mutual Construction of Families and Communi-cations Technologies», documento no publicado, Departamento de Comunicaciones, Universidad de Montreal / Departamento de Cien-cias de la Educación, Universidad de Bolonia.

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38. James Hay y Jeremy Packer, 2004, «Crossing the Media(n): o-mobility, the Transported Self and Technologies of Freedom», en

js[ Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge. 39. Véase Deirdre Boden y Harvey Molotch, 1994, «The Com-

pulsion of Proximity*, en Roger Friedland y Deirdre Boden (eds.), UowHere: Space, Time and Modernity, Berkeley, California, Univer-sity of California Press. Véase también mi análisis, en el capítulo 1 de Home Territories, del argumento de Mary Douglas sobre la importan-cia comunicativa fundamental de la copresencia en las comidas fami-liares.

40. Véase también mi análisis sobre la importancia de las formas «fáticas» de la comunicación por teléfono móvil, más adelante en este capítulo.

41. Gardam, citado en John Mair, 2002, «They Made their Name with Skateboarding Ducks - Now They Rule British Televisión», Me-dia Guardian, 4 de febrero.

42. Véase Ulrich Beck y Elizabeth Beck-Gernsheim, 2002, Indivi-dualisation, Londres, Sage.

43. Stephen Bayley, 1990, Design Classics: The Sony Walkman, Londres, BBC Video.

44. Witold Rybczynski, 1991, Waiting for the Weekend, Nueva York, Viking, p. 190. [Trad, cast.: Esperando el fin de semana, Barce-lona, Salamandra, 1992.]

45. Richard Powers, 2004, «Introduction*, The Paris Review Book for Planes, Trains, Elevators and Waiting Rooms, Nueva York, Picador, extraído de R. Powers, 2004, «Real Time Bandits*, The Guardian Review, 14 de agosto.

46. Véase Roger Silverstone y Eric Hirsch (eds.), 1992, Consu-ming Technologies, Londres, Routledge.

47. Akiko Busch, 1999, The Geography of Home, Princeton, NJ., Princeton Architectural Press.

48. 2003, «Red Alert», Bristol Evening Post, 15 de enero; 2004, «Magnificent Seven television Cabinets», The Guardian Style Guide, 14 de agosto; Caroline Roux, 2004, «To Die For: Retro Technology», The Guardian (Weekend), 6 de noviembre.

49. David Aaronovitch, 2002, «Why Do We Persist with this Morbid Attachment to Heritage and Tradition?*, The Independent, 27 de diciembre; Aaron Betsky, 2003, «The Strangeness of the Fami-liar in Design*, en Andrew Blauvelt (ed.), Strangely Familiar: Design and Everyday Life, Minneapolis, Minn. , Walker Art Centre, pp. 45-46. Véase también en el capítulo 6 mi análisis sobre la moda «retro»

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jóvenes neoyorquinos en relación con el teléfono móvil entre los trendy.

50. Mis agradecimentos a James Lull por este ejemplo. Véase también Rivka Ribak, 2002, «Like Immigrants: Negotiating Power in the Face of the Computer», New Media and Society, n.° 3 (2), sobre las transformaciones de los modos de poder intergeneracionales en un mundo de tecnologías rápidamente cambiantes.

51. Spigel, 2001a, ibíd. 52. Agradezco a Dana Polan esta aguda observación sobre el sig-

nificado de la presencia del perro en un debate sobre este material e~ la Universidad de Southern California.

53. James Hay y Jeremy Packer, ibíd., p. 217; Couldry y Mc-Carthy, ibíd., «Editorial Introduction», p. 14.

54. Véase Dolores Hayden, 2002, Redesigning the American Dream: Gender, Housing and Family Life, Nueva York, Norton.

55. Fiona Allon, 1999, «Altitude Anxiety: Being-at-Home in a Glo-balised World», tesis de doctorado, Universidad de Tecnología, Sydney.

56. Fredric Jameson, citado en Allon, ibíd., 1999, pp. 92 y 98; Fiona Allon, 2004, «An Ontology of Everyday Control», en N . Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge, pp. 255 y 261.

57. Allon, 2004, ibíd., pp. 266-267; Morse, citado por Allon, 2004, ibíd., p. 267.

58. Como observa Fiona Allon, para Microsoft la familia no es sólo una ideología, como demuestra Robert Allen en su análisis sobre el creciente predominio de las «películas para toda la familia» en el mercado del cine y el vídeo en Estados Unidos. Gates sabe que la fa-milia representa su mercado más grande y de crecimiento más rápido. El primer eslogan de Microsoft no es sólo, después de todo, «Un orde-nador en cada escritorio», sino también «en cada hogar» (Allon, 1999, ibíd., pp. 91, 93 y 94).

59. Alexander Chancellor, 1997, «Apple's Unoriginal Sin», The Guardian (Weekend), 8 de febrero.

60. Allon, 1999, ibíd., p. 90. 61. Samuel citado en Allon, ibíd., p. 110. 62. Esto también es cierto, cada vez más, en un sentido literal: en

términos de propiedades (sobre todo en el sudeste asiático), en la me-dida en que el valor de la capacidad de conexión eléctrica de un edifi-cio ahora es una parte sustancial de lo que el comprador busca.

63. Spigel, 1992, ibíd., p. 32; Shunya Yoshimi, 2003, «Televisión and Nationalism: Historical Change in the National Domestic televi-

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Formation of Post-War Japan», European Journal of Cultural

Studio, n.° 6 (4), p. 463. 64. Anna McCarthy, 2001, Ambient Television, Durham, NC,

Duke University Press y Goran Bolin, 2004, «Spaces of Televisión» en N Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge. Un conjunto espectacular de instancias de la vida pública de la televi-sión fueron las reuniones masivas para ver los partidos de la Copa del Mundo en muchas ciudades del planeta, en el verano de 2002. Véase también Kim Soyoung (en prensa), «To Live as a Blade Runner in South Korea», en L. Spigel et al., Electronic Elsewheres, Minneapolis, Minn., University of Minnesota Press.

65. McCarthy, 2001, ibid., p. 100. 66. McCarthy, 2001, ibid., pp. 103 y 111. 67. John Carvel, 2004, «Hospital Patients Forced to Watch Tele-

vision They Can't Turn Off», The Guardian, 8 de abril. 68. Armand Mattelart, 1996, The Invention of Communication,

Minneapolis, Minn. , University of Minnesota Press. [Trad, cast.: La in-vención de la comunicación, Barcelona, Bosch, 1995.]; Nicholas Abercrombie y Brian Longhurst, 1999, Audiences: Sociological Theo-ry and Audience Research, Londres, Sage.

69. P. Flichy, 1995, Dynamics of Modern Communication, Lon-dres, Sage, p. 168, citado en Michael Bull, 2004, «To Each Their Own Bubble: Mobile Spaces of Sound in the City», en N . Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge, p. 275; véase tam-bién Bull, 2005, Sounding Out the City, Oxford, Berg.

70. Bull, 2004, ibid., pp. 281 y 282. 71. S. L. Kolm y Patricia Mellencamp, citados en Nit in Govil,

2004, «Something Spatial in the Air», en N . Couldry y A. McCarthy (eds.), MediaSpace, Londres, Routledge, p. 239.

72. Iain Chambers, 1990, «A Miniature History of the Walk-man», New Formations, n.° 11; Paul du Gay et al., 1997, Doing Cul-tural Studies: The Story of the Sony Walkman, Londres, Sage; Rey Chow, 1993, «Listening Otherwise», en S. During (ed.), The Cultural Studies Reader, Londres, Routledge.

73. Bull, ibid. , pp. 283-285. Por supuesto, los auriculares pue-den usarse estratégicamente para engañar a los demás. Ese uso ha sido descrito recientemente como «el acto o el arte de aparentar estar en el mundo privado, auricular, de un iPod, walkman [...] o teléfono celular [ . . . ] , es decir de usar auriculares para evitar la conversación», en 2005, «What's the Word?», The Observer Magazine, 11 de sep-tiembre.

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74. George Simmel, 1997, «The Metropolis and Mental Life» D. Frisby y M . Featherstone (eds.), Simmel on Culture, Londres, S; Richard Sennett, 1996, The Uses of Disorder, Londres, Faber.

75. Bull, ibíd.; pp. 278, 286-287; Shin Dong Kim, 2002, «Korea-Personal Meanings», en J. Katz y M . Aakhus (eds.), Perpetual Con-tact: Mobile Communication, Private Talk, Public Performance, Cam-bridge, Cambridge University Press, p. 65; citado en Bull, ibíd. Consi-dérese también el ejemplo que me dio un amigo: al quejarse a otro pasajero en un autobús porque éste hablaba alto por su teléfono mó-vil , otro pasajero criticó a mi amigo, diciéndole que el autobús era un espacio público y que, por lo tanto, el usuario del teléfono tenía la l i -bertad de usarlo cuando quisiera.

76. Este es un argumento que expuso un estudiante de M A en Goldsmiths, Da Wei Guo, en una monografía en 2005, a quien agra-dezco haberme permitido citarlo aquí.

77. Robert Luke, 2003, «The Phoneur», en P. Trifonas (ed.), Pe-dagogies of Difference, Londres, Routledge; Bull, ibíd., p. 286; Sadie Plant, 2002, On the Mobile, www.motorola.com/mot/documents.

78. Alexandra Weilenmann y Catrine Larsson, 2002, «Local Use and Sharing of Mobile Phones», en Barry Brown et ai, Wireless World, Londres, Springer-Verlag.

79. Jason Benetto, 2004, «Pólice Hunt MCC Member over Knife Incident at Test Match »4 The Independent, 7 de agosto.

80. Ken Worpole, comunicación privada; Steven Kern, 1983, The Culture of Time and Space 1880-1918, Cambridge, Mass., Harvard University Press.

81. Mark Twain, 1917, «A Telephonic Conversation», en The $ 30,000 Bequest and Other Stories, Nueva York, Harper, pp. 204-208. Publicado por primera vez en 1880. Sobre los debates en torno a la «conversación telefónica», véase Tom Gunning, 2004, «Fritz Lang Calling: The Telephone and the Circuits of Modernity» y Jan Olsson, 2004, «Framing Silent Calls: Coming to Cinematic Terms with Tele-phony», ambos en John Fullerton y Jan Olson (eds.), Allegories of Communication, Eastleigh, John Libbey Books.

82. Véase Kevin Harris, 2003, «Keep Your Distance: Remote Communications, Face-to-Face and the Nature of Community*, Jour-nal of Community Work and Development, n.° 4.

83. Véase Luke, ibid. 84. E. Laurier, 2001, «Why People Say Where They Are during

Mobile Phone Calis», Environment and Planning: Society and Space, n.° 19, pp. 485-504; J. Mey, 2001, Pragmatics: An Introduction, Ox-

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ford Blackwell. En Japón se ha desarrollado una nueva etiqueta entre uSua'rios jóvenes del teléfono móvil según la cual, reconociendo esas dificultades, ahora se considera poco amable llamar a un amigo sin ntes enviarle un mensaje de texto para saber si puede hablar.

85. John Tomlinson, 2001, «Instant Access: Some Cultural Im-plications of Globalising Technologies», Universidad de Copenhague, Global Media Cultures Working Paper, n.° 13.

86. Tuan Yi-Fu, 1996, Cosmos and Hearth, Minneapolis, Minn. , University of Minnesota Press; Tomlinson, ibid.

87. Tomlinson, ibid., p. 17. 88. Véase Hay y Packer, ibid., pp. 229-230. 89. Sadie Plant, 2002, «How the Mobile Phone Changed the

World», Sunday Times, 5 de mayo; Z. Bauman, 2000, Liquid Moder-nity, Cambridge, Polity Press.

90. G. Cooper, «The mutable mobile», en Barry Brown, Richard Harper y Nicola Green (eds.), 2001, Wireless World, Londres, Sprin-ger; J. P. Roos, 2001, «Postmodernity and Mobile Communications», trabajo para la conferencia ESA, Helsinki, agosto.

91. Harold Rosen, 1972, Language and Class, Bristol, Falling Wall Papers.

92. Para un análisis más detallado, veáse Home Territories, pp. I l l y ss.

93. Fischer, citado en Elizabeth Van Zoonen, 2002, «Gendering the Internet», European Journal of Communication Studies, n.° 17 (1), p. 7.

94. R. Jakobson, 1972, «Linguistics and Poetics», en R. de George y F. de George (eds.), The Structuralists, Nueva York, Anchor; A. Mo-yal, 1995, «The Gendered Use of the Telephone*, en S. Jackson y S. Moores (eds.), The Politics of Domestic Consumption, Hemel Hemps-tead, Harvester Press.

95. Gareth Jones, 2003, «Setting the Tone», M A Radio Disserta-tion, Colegio Goldsmiths, Universidad de Londres.

96. Véase Simon Broughton, 2004, «Editorial», Songlines, n.° 27 (octubre/noviembre): Oliver Burkeman, 2003, «Fellowship of the Rings», The Guardian (G2), 13 de agosto; Dan Milmo, 2004, «La donna e mo-bile? Key in classic ringtone», The Guardian, 23 de noviembre; Oliver Burkeman, 2003, «The Tune that Changed the World», The Guar-dian, 13 de agosto; Gerard Seenan, 2005, «Crazy Frog Outsells Cold-play», The Guardian, 25 de mayo.

97. Theodor Adorno y Max Horkheimer, 1977, «The Culture In-dustry», en J. Curran et al. (eds.), Mass Communications and Society, Londres, Arnold.

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