más allá del estado
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Más allá del estadoTRANSCRIPT
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
¿Entonces qué?
Ensayo
Jorge Murillo González01/04/2014
¿ENTONCES QUÉ?
Todo en el mundo está dividido en dos partes, de las cuales una es visible y la otra
invisible. Aquello visible no es sino el reflejo de lo invisible.
Zohar
Entre finales del siglo XVII y principio del siglo XIX, Samuel Taylor Coleridge escribió:
“Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que ha
estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?”. Entonces
qué, me pregunto también. Probablemente no haya pregunta más completa que esta,
superada la duda, ¿qué sigue?
En definitiva, si de algo estamos seguros es de que de nada se puede estar seguro.
Superado el qué hacer, nos vemos sumergidos en el entonces. El entonces es entonces un
jardín pantano, un abrevadero movedizo y turbio donde nuestros pasos parecen estar
ensimismados. Zancada a zancada se atraganta la tierra, futuro devorador de pretéritos
anhelantes. Entonces qué, ¿qué hacer con el qué hacer si a cada respuesta se empotra el
entonces? Nada, hundirse, zambullirse en el barro de la fe.
Ha sido gracias a Borges y su “Libro de sueños” que he llegado a Coleridge y
gracias a este, que he llegado hasta aquí. De sueño en sueño se han despertado realidades
que hasta el momento permanecían dormidas. Realidades similares a las que se desvelan de
revoluciones y reboliciones. Realidades que se desprenden del sueño de vivir en un mundo
mejor, reflejo visible de lo invisible.
La vida está construida de sueños y no de realidades. La realidad es un estado
momentáneo, ridícula si se le compara con la eternidad del sueño. Es el sueño quien la
precede y la sucede, es la realidad la materialización del sueño. Fue sueño la revolución
bolchevique, la caída del muro, el descubrimiento de América, la independencia del Congo,
el asesinato del “Che”, terminar con la crisis. Pesadillas algunas, sueños todos. Al final, fue
sueño el sueño.
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Como lo mencioné, el sueño es eterno, basta con que este se cumpla para que otro
ocupe su lugar y no sólo es eterno sino que también puede ser colectivo. En un sueño se
pueden albergar un sinfín de sueños. Fuera de los sueños implantados y la unificación de
las aspiraciones, podemos distinguir ciertas tendencias en las aspiraciones del colectivo.
Sería imposible reunirlos todos y más aún, explicarlos todos. Empero, es posible
concretarlos y rescatar de ese bagaje lo más significantes. Desde mi perspectiva, estas
esperanzas giran en torno a tres cosas: la crisis, el papel del Estado y la comunicación (o al
menos, es así como he decidido delimitarlos).
CRISIS PARA LA CRISIS
Crisis: Exceso, billete sin cambio, el último verano, rebajas de
invierno, muerte chiquita, Wall Street, “five minutes to midnight”,
Juan, tres veces seis, tiempos verbales, ayer, hoy, mañana,
también, todavía, tiempo sin tiempo, yo, tú, él, ella, nosotros,
ustedes, cualquiera, crisis en crisis, crisis sin crisis.
Hoy por hoy, parece ser que la crisis se ha convertido en un carcinoma cuyo
principio no tiene fin. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos en crisis. Basta
con encender la televisión, leer el diario o escuchar la radio para darse cuenta de que todo
gira en torno a la crisis: Crac en la economía, elecciones fraudulentas y excomuniones.
Entonces llega el horror y la esperanza, el horror de seguir viviendo en crisis y la esperanza
de poder salir de ella.
Si nos asimos al horror nos colocamos con la oposición, tomamos el estandarte de
la lucha y nos repetimos una y otra vez: “la revolución no es un juego”. Buscamos líderes y
nos revelamos contra el capital. Le echamos la culpa al capital y a los capitalistas, entonces
la crisis se vuelve culpa del capitalismo. En palabras de John Holloway: “Nos declaramos
anticapitalistas, pero tenemos la cabeza llena de ideas generadas por el capitalismo” Citado:
(Jiménez, 2012). Nos volvemos la crisis.
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En cambio, si nos colgamos de la esperanza, congelamos el grito y confiamos en las
recetas del Fondo Monetario. Apagamos el sueño y nos repetimos una y otra vez: “la
revolución es un juego”. Regresamos a nuestras casas y guardamos machetes y palos.
Confiamos en que la crisis del capital es pasajera y en lugar de buscar soluciones, dejamos
que la teoría justifique sus fallas y recitamos lo que Maquiavelo diría: “porque hay tanta
distancia entre cómo viven los hombres y cómo deberían vivir que, quien abandona el
estudio de lo que se hace para estudiar lo que debería hacerse, prepara más bien su ruina
que su preservación” Citado: (Villoro, 2001)
Sin embargo, tanto la esperanza como el horror han tenido el mismo resultado, el
del fracaso. Tan es así que los horrorizados, cansados de luchar, se transformaron en
esperanzas. Mientras que las esperanzas, cansadas de esperar, se volvieron al horror. Pero
esto sólo puede ser posible por dos razones: por la falta de fuerza en la lucha o por la
debilidad de la crisis. En cualquier caso, sólo cabe una pregunta ¿Qué hacer con la crisis?
La pregunta de siempre, la Hidra de nueve cabezas, aquella a la que a cada respuesta le
crecen dos preguntas.
No obstante, no es la pregunta el problema sino la respuesta. Todo se resume en “ser
felices” y no hay nada más que eso, “a rose is a rose is a rose y nada más” (Cortázar, 2009).
Pero, parece ser que nos cuesta trabajo asimilar que vivimos en un mundo equivocado, es
como cuando el médico nos dice que tenemos cáncer, nos negamos a creer que es verdad.
Es este rechazo el que nos orilla al no hacer, al dejar “ser” para poder “estar”. Es
este rechazo el que nos empuja a la resignación, al cese de la reflexión y a la adopción de la
teoría como justificación de la praxis. Un ejemplo muy característico en el que la teoría se
convirtió en el pretexto de la práctica e incluso en un modus vivendi, es el de la política
mexicana.
Al igual que sus congéneres postcoloniales (con sus excepciones), la política en
México se ha corrompido o como diría el Subcomandante Marcos, la clase política se
desdibujó. Los políticos, que según Guillermo Fadanelli, “hoy son bufones ansioso de votos
que prefieren rodearse de asesores de imagen” (Fadanelli, 2005) no se han tomado el
tiempo necesario para reflexionar el verdadero significado de su función como líderes
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políticos. Así como, los gobernados que, tampoco se han dado el tiempo suficiente para
meditar su función como gobernados.
La democracia no es ni una forma de gobierno ni una oportunidad
social, sino una metafísica de las relaciones sociales del hombre y de su
experiencia en la naturaleza.
John Dewey
Lo político como tal se ha viciado o en otras palabras, se ha fetichizado. Esta
fetichización consiste en el envilecimiento subjetivo del representante singular, que tiene el
gusto, el placer, el deseo, la pulsión sádica del ejercicio omnipotente del poder fetichizado
sobre los ciudadanos disciplinados y obedientes. Se fetichiza cuando creen que ejercen el
poder desde su autoridad autoreferente (Dussel, 2006).
México sin embargo, a diferencia de sus compañeros latinoamericanos, parece estar
más inmerso en este sistema. Algunos dicen que esto se debe a su cercanía con Estados
Unidos, “¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos" o en vocablos
más recientes: “¡Pobre México! Tan lejos de Octavio Paz y tan cerca de Espinoza Paz”. Y
aunque parezca un cliché, tanto la una como la otra son totalmente ciertas.
Si hablamos de exportaciones, Estados Unidos ha atiborrado el mercado mexicano a
manos llenas. Le ha dado el maíz, las gasolinas y ¿por qué no? Le ha dado hasta
presidentes. De poquito en poquito implantaron un sistema y con este la necesidad del
mismo, se nos hizo firmar y como siempre se les olvido avisarnos de los efectos negativos.
Hombres de gris con títulos de Yale y de Harvard aplicaron recetas contra el pueblo,
nos dijeron que la panacea era el mercado y caímos. Nos dejamos convencer por un sistema
racional irracional, el neoliberalismo. Cantidad por calidad, cuando el desarrollo tiene que
ser cualitativo y no cuantitativo. La ganancia por encima de todo, “capital muerte” o muerte
al capital.
Sin embargo, no es necesario ir tan atrás para demostrar que las cosas no han
cambiado. Las pasadas elecciones, son ya un ejemplo claro de las exacerbaciones del
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neoliberalismo. Tenemos por un lado a las televisoras, que de herramientas del estado
pasaron a ser dueñas del estado. Pero también tenemos a los movimientos sociales, que
aunados a la clase obrera son los únicos que pueden generar el cambio e instituir así una
democracia participativa.
Es aquí donde se vuelve al principio y dónde nos volvemos a preguntar ¿por qué
tanto la exacerbación del neoliberalismo, como la articulación de los movimientos sociales
no han logrado acabar con la crisis? En cualquier caso, la respuesta es la misma. Si lo que
se quiere es terminar con la crisis y si esta se expresa como la des-articulación extrema de
las relaciones sociales, entonces la revolución debe entenderse, en primer lugar, como la
intensificación de la crisis (Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, 2010). Pero
habrá que tener cuidado, porque la crisis no sólo es contra-estructura, sino que también
podría significar la restructuración del capital. Es decir, que tenemos que forzar a la crisis
para colgarnos de la oportunidad de la revolución, antes de que el capital se cuelgue de esta.
ESTAR O NO ESTAR
Sólo en la adversidad se alcanzará la grandeza y nuestro tiempo no es un tiempo de
adversidad, es un tiempo de facilidad y la facilidad es la piel de lo efímero.
Leonardo da Jandra
No recuerdo con exactitud el día en el que la palabra “Estado” dejó de ser el espacio
territorial en el que convergen vacacionistas, traileros, carreteras, mapaches y venados. Ya
no era sólo Nayarit o Tamaulipas, el concepto se transformó. Probablemente fue en
primaria que el concepto mutó, en alguna de las magistrales clases de civismo que me fue
dictada la definición. No obstante, no fue sino hasta la preparatoria que tuve mi primer
encuentro (real) con el Estado.
Había que realizar un breve ensayo en el que se incluyesen dos conceptos: Nación y
Estado, he ahí la palabrita. En ese entonces, bastante inocente, recuerdo haber comenzado
con una pregunta: ¿qué fue primero, la nación o el Estado? No tengo muy en claro lo que
respondí, lo cierto es que el abismo intelectual de aquellos días sigue muy de cerca al
actual.
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El desenlace que tuvo el trabajo no requiere de mayor explicación, delineado el
cuestionamiento, siguió la respuesta. La hipótesis era sencilla, el Estado no era más que un
agente represor y la nación el evangelizador. Recordado esto, es inevitable no sentirse
avergonzado, pero si de algo estoy seguro es de que no lo estoy tanto como lo estaré
mañana tras releer esto.
La vida es un constante arrepentimiento, avanzar para retroceder. Un ir y venir donde el
ayer es devorado por el mañana y este a su vez, sucumbe ante las huellas de su pasado. Es
por eso que he recordado dicho trabajo. Pese a la falsedad del razonamiento, hay algo que
prevalece. Se siembra la duda: ¿es necesario el Estado?
A lo largo de todos estos años, son numerosas las distintas definiciones que escuchado
sobre el Estado, desde el “Espíritu Objetivo” de Hegel a las relaciones de poder expresadas
por Marx. Incluso, podríamos decir que dentro de las ciencias sociales, el Estado es el
concepto que más se ha reinventado. Y así como se ha reinventado, se ha reivindicado, pero
también ha desistido y no hay que ondear más en esto, pues es bien sabido lo que ha pasado
con el Estado tras la llegada del neoliberalismo.
Sin embargo, no ha sido sólo el capital quien ha negado la necesidad del Estado sino
también la senda revolucionaria, quien recientemente ha comenzado a tomar caminos
alternos. Aunque, respecto al capital, me gustaría detenerme un poco y aclarar ciertas cosas.
Es cierto que el Estado ha permanecido en lontananza respecto a los gobiernos capitalistas,
pero en ningún momento podemos hablar de una desaparición del mismo ni siquiera como
una aspiración sino solamente como un subordinado.
El argumento que sostiene lo anterior radica en la realidad del Estado y la naturaleza de sus
relaciones sociales. Dichas relaciones a su vez, se ven determinadas por la organización del
trabajo. En otras palabras, “el hecho de que el trabajo esté organizado sobre una base
capitalista, significa que lo que el Estado hace y puede hacer está limitado y condicionado
por la necesidad de mantener el sistema de organización capitalista del que es parte”
(Holloway, 2010). Es decir, aun cuando el Estado ha sido desplazado por las estructuras
neoliberales, el papel del Estado sigue siendo de vital importancia. Y probablemente, ese
desplazamiento sea el verdadero problema.
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Cambiando de aires, el desencanto estatocéntirco también ha encontrado refugio en los
movimientos revolucionarios. El colapso de la Unión Soviética trajo consigo una enorme
ruptura para el pensamiento revolucionario. Aun con la victoria en Cuba, los logros
permanecieron bastante lejanos a los anhelos revolucionarios. De la revolución al cagadero
y, ¿entonces qué?
El Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), por dar un ejemplo, ha decidido
correr por esta línea de antipoder. Para ellos, lo que está en discusión no es quien ejerce el
poder sino cómo crear un mundo basado en el mutuo reconocimiento de la dignidad
humana, en la construcción de relaciones sociales que no sean relaciones de poder
(Holloway, 2010). Hasta cierto punto, es el antipoder probablemente el único camino.
No es tiempo de buscar la revolución, mucho menos de acudir a la reforma. No se trata de
aplastar y echar tierra, de sacrificar y engendrar con la misma semilla. Lo que se busca (o
se debe buscar) es reinventar, destruir, abolir. Romper paradigmas, quebrantar las verdades
que hasta ahora sólo han servido de ataduras. Reinventar, destruir, abolir. De lo que se trata
es de buscar nuevas formas de vida, no nuevas formas de pensamiento. De lo que se trata es
de buscar la rebolición de las cosas.
TOLERANCIA INTRANSIGENTE E INTOLERANCIA TRANSIGENTE
¿Tolerar o no tolerar? ¿Qué se puede tolerar? ¿Qué no se debe
tolerar? ¿Tolerancia es a bondad como intolerancia es a maldad?
¿Se puede tolerar lo intolerante y viceversa?
¿Tolerar o no tolerar? Quizá sea una de esas preguntas que sólo se pueden responder con
más preguntas. Probablemente sólo sean el siete y el ocho de la lista de conceptos inanes
que sólo limitan y etiquetan la conducta humana. Sin embargo, más allá de eso, quizá no
sean dos conceptos, sino uno sólo. En el momento que existe uno, existe el otro, sólo para
convertirse en el otro y viceversa.
Por otro lado, regresando a los hechos, todo esto no es más que una repetición con
protagonistas distintos y lo importante aquí no es de donde viene el grito, sino el porqué. Lo
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que realmente importa es el abuso y no el dónde o el quién, porque el dónde y el quién
aparecerán en cualquier lado, con otro nombre y un látigo más largo mientras lo sigamos
permitiendo.
Hay que aprender a ser intolerantes al silencio, al abuso, al que quiera imponer su
tolerancia, al que tolera para ser tolerado, con uno mismo. Pero también hay aprender a ser
intolerantes a la tolerancia. Sobre todo a la tolerancia moderna que se disfraza de
multiculturalismo. “El multiculturalismo liberal predica la tolerancia entre culturas mientras
deja claro que la verdadera tolerancia sólo es posible en la cultura occidental" (Zizek,
2007).
LA ERA DE LA INCOMUNICACIÓN
Las personas están más ligadas a las redes sociales para ponernos en cara su invisibilidad
y su estupidez, para hacerse presentes y decir: yo aquí estoy aunque no tenga nada que
decir.
Guillermo Fadanelli
Parece mentira, pero entre más se facilita la comunicación, más inaccesible se vuelve. Nos
comunicamos desde los baños, en las esquinas, nadando, agonizando. Cualquier momento
es bueno para no decir nada. La comunicación como incomunicación. Tuiteo, luego existo.
La homogenización de la palabra en un mundo globalizado.
Atrás quedaron los días en los que el hombre soñaba con ser invisible, atrás quedó el
silencio, la sobriedad, la reflexión. Ahora el hombre sueña con ser omnipresente. Es cierto,
vivimos en una sociedad desechable, descafeinada y mojigata, pero detrás de todo esto
habita algo más profundo; la incomunicación.
Ahora, no es sólo la incomunicación, la incapacidad de transmitir cosas. Hay algo más
profundo en todo esto y tiene que ver con el sentido que se le ha dado a la comunicación.
Actualmente, parece ser que la comunicación ha dejado de funcionar como un medio de
convivencia para convertirse en un método de supervivencia.
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Es muy cierto que una de las funciones de la comunicación sea la de la supervivencia. En
tiempos muy lejanos, cuando el hombre se encontraba solo frente al mundo, fue la
comunicación la que lo salvo de los grandes depredadores. La comunicación crea vínculos,
amplia panoramas. La comunicación es lo que saca al hombre de su individualidad, lo
emancipa de la reflexión y lo lleva al actuar, un actuar inmediato. Sin embargo, lo que no es
válido es que se use como recurso para pisar al otro.
En la onceava tesis sobre Feuerbach, Marx señala que los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Es
cierto, se trata de transformarlo, pero esto no sería posible sin la reflexión. La urgencia del
cambio nos ha llevado a tomar decisiones equivocadas. Es natural que estemos
desesperados, pero es en la reflexión donde está la salida.
Es por eso que convoco al silencio, a la quietud, a la soledad compartida. Acepto y aplaudo
el actuar, el grito en su más puro estado, pero incluso el silencio es grito. El silencio es el
principio del grito, la reflexión en todo caso es un grito afinado, es música. No desecho la
inmediatez del acto, por el contrario, hay fenómenos en los que no podemos permanecer
estáticos. Lo que sucede en Juárez, lo que pasó en Acteal, Atenco, Siria, Wall Street, todas
ellas requerían lo inminente.
Hace falta retornar a la reserva, a la prudencia y al a modestia. Dejar de lado la incesante
búsqueda por abarcarlo todo, por conocerlo todo, por darle verdad a todo. Es momento de
regresar al pensamiento intrínseco, al monologo interior. Es momento de sembrar dudas, de
remover certezas, replantear el lenguaje. El lenguaje te hace arrogante, cuanto más palabras
manejas y más horizonte crees que conoces, más pendejo te haces (Da Jandra, 2011)-
En definitiva, no estamos tan lejos de alcanzar esto, de reavivar el silencio. Basta con
voltear un poco para observar en las esquinas, en las redes, en las escuelas el empuje que
está teniendo la filosofía, ya no sólo entre las ciencias sino en la cotidianidad. Los griegos
se aparecen entre nosotros, la universalidad del pensamiento revive peldaño a peldaño.
“Nadie va a sobrevivir excepto los filósofos y las putas, todos serán consumidos cuando la
ciudad arda en llamas” (Fadanelli, El día que la vea la voy a matar, 1992).
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En un intento de concretarlo todo, no me queda de otra que regresar al principio, ¿entonces
qué? De ser posible, el relato de Coleridge sería la introducción, el desarrollo y la
conclusión al mismo tiempo. Tesis, síntesis y antítesis. No es que busque la manera de
evadir lo entredicho, tampoco es que se me hayan terminado las respuestas, pero he ahí la
respuesta, en el entonces.
En el ahora, en el entonces, en el después está la respuesta. En este sentido, la pregunta es
al mismo tiempo la respuesta. El entonces qué, más que una entrada, representa una salida.
Una detener del pensamiento, un despertar del sueño. El resurgimiento de la filosofía, no
como una ciencia, porque cuando (Fadanelli, Tesis al vapor, 2014)
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BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍACortázar, J. (2009). Último Round. En J. Cortázar, Último Round (págs. 129-283). México DF:
Siglo XXI editores.
Dussel, E. (2006). 20 Tesis de Política. En E. Dussel, 20 Tesis de Política (pág. 174). México DF: Siglo XXI Editores.
Fadanelli, G. (1992). El día que la vea la voy a matar. México: Moho.
Fadanelli, G. (31 de Marzo de 2014). Tesis al vapor. El universal.
Holloway, J. (2010). Cambiar el mundo sin tomar el poder. México DF: Sísifo Ediciones, Bajo Tierra Ediciones y el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Vélez Pliego" de la BUAP.
Holloway, J. (2010). Cambiar el mundo sin tomar el poder. En J. Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder (pág. 294). México: Sísifo Ediciones, Bajo Tierra Ediciones y el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades "Alfonso Vélez Pliego" de la BUAP.
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Villoro, L. (2001). El Poder y El Valor. En V. L., El Poder y El Valor. México DF: Fondo de Cultura Económica.
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