marxismo para pelotudos 1

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Marxismo para pelotudos I Arte, estado y reproducción social. -Por Lilu Un análisis del arte (y sus sujetos) desde el punto de vista marxista debe empezar por ubicar en el contexto social, histórico, ideológico, político y económico al campo que queremos estudiar. Pero no se trata de llegar a las determinaciones histórico-económicas sobre el contenido de las obras de arte (una visión según la cual el arte está determinado en forma más o menos directa por intereses de clase claramente expresados en la estructura económica de la sociedad, constituyendo una suerte de programa de explicitud variable, pero explícito en algún punto) ni de analizar en que lugar de la producción material de la vida humana se encuentra el arte como mercancía (reduciendo las particularidades del campo de lo simbólico al problema de los valores de cambio), sino de entender cuáles son y cómo funcionan los elementos transformadores del arte como forma de conocimiento, en tanto van a estar ligados a la praxis de sujetos sociales concretos en un espacio y tiempo concreto, y en todo caso integrar así el problema de las correspondencias entre forma/contenido y clase, y de la producción y distribución de objetos de arte. En Marx la noción de praxis implica dos momentos: el de práctica teórica, práctica transformadora en el plano de las representaciones (en el nivel ideológico, o pre científico/científico si adherimos) y el de praxis como compromiso o agenciamiento en el mundo real. Es decir: la práctica parece ser posterior a la teoría en tanto implica “perseguir una idea”. En este caso, estaríamos indagando en cómo el espacio social (con sus determinaciones estructurales-económicas y sueprestructurales-ideológicas) afecta la construcción de ideas que van a ser las que intervengan en una relación siempre dialéctica, en la transformación de la sociedad en términos estructural-económicos y sueprestructurales-ideológicas (la delimitación entre lo estructural y lo superestructural, el alcance de cada campo y la pertinencia de relacionar ciertos parámetros con uno u otros de manera cerrada es discutible). El conocimiento del mundo no es del mundo “tal como es” sino de las formas en que el mundo ha variado como resultado de la acción transformadora, y de las percepciones y representaciones que van a construir las visiones diversas de ese mundo “tal como es”, pero también como “debería ser”. La visión marxista Muy resumida, la concepción de la sociedad en el marxismo consta de 3 niveles: a. la base: la división y la organización del trabajo, el modo y las técnicas de producción. b. La estructura social: las relaciones de producción, la lucha de clases c. La superestructura: ideologías e instituciones, ciencia, arte, derecho, pensamiento, religión. Las interpretaciones deterministas de este esquema sugieren que estos niveles están determinados de manera directa y unidireccional en el orden a-b-c. Es una interpretación que no nos sirve, por que no explica como han sido elementos políticos, ideológicos o religiosos (todos superestructurales) los que han determinado la base material de la vida humana a lo largo de toda la historia (basta pensar en la influencia que han tenido La Biblia, el Corán, o El Capital en la transformación de las relaciones materiales en la sociedad). Esta relación dialéctica entre base, estructura y superestructura se debe a que ninguna está separada de las demás realmente, son esquemas que utilizamos para interpretar la realidad, y en todo caso, los elementos que colocamos en ellos interactúan y se determinan entre si en una relación compleja, contradictoria, y teniendo a la vez un desarrollo y una inercia propios. Simplificando el esquema al máximo, llegaríamos a la conclusión de que a cada forma de producción material de la vida humana le corresponde una ideología (una ciencia, un arte, un

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Page 1: Marxismo para pelotudos 1

Marxismo para pelotudos I

Arte, estado y reproducción social. -Por Lilu

Un análisis del arte (y sus sujetos) desde el punto de vista marxista debe empezar por ubicar

en el contexto social, histórico, ideológico, político y económico al campo que queremos

estudiar. Pero no se trata de llegar a las determinaciones histórico-económicas sobre el contenido

de las obras de arte (una visión según la cual el arte está determinado en forma más o menos

directa por intereses de clase claramente expresados en la estructura económica de la sociedad,

constituyendo una suerte de programa de explicitud variable, pero explícito en algún punto) ni de

analizar en que lugar de la producción material de la vida humana se encuentra el arte como

mercancía (reduciendo las particularidades del campo de lo simbólico al problema de los valores

de cambio), sino de entender cuáles son y cómo funcionan los elementos transformadores del

arte como forma de conocimiento, en tanto van a estar ligados a la praxis de sujetos sociales

concretos en un espacio y tiempo concreto, y en todo caso integrar así el problema de las

correspondencias entre forma/contenido y clase, y de la producción y distribución de objetos de

arte.

En Marx la noción de praxis implica dos momentos: el de práctica teórica, práctica

transformadora en el plano de las representaciones (en el nivel ideológico, o pre

científico/científico si adherimos) y el de praxis como compromiso o agenciamiento en el mundo

real. Es decir: la práctica parece ser posterior a la teoría en tanto implica “perseguir una idea”. En este caso, estaríamos indagando en cómo el espacio social (con sus determinaciones

estructurales-económicas y sueprestructurales-ideológicas) afecta la construcción de ideas que

van a ser las que intervengan en una relación siempre dialéctica, en la transformación de la

sociedad en términos estructural-económicos y sueprestructurales-ideológicas (la delimitación

entre lo estructural y lo superestructural, el alcance de cada campo y la pertinencia de relacionar

ciertos parámetros con uno u otros de manera cerrada es discutible). El conocimiento del mundo

no es del mundo “tal como es” sino de las formas en que el mundo ha variado como resultado de la acción transformadora, y de las percepciones y representaciones que van a construir las

visiones diversas de ese mundo “tal como es”, pero también como “debería ser”.

La visión marxista

Muy resumida, la concepción de la sociedad en el marxismo consta de 3 niveles:

a. la base: la división y la organización del trabajo, el modo y las técnicas de

producción.

b. La estructura social: las relaciones de producción, la lucha de clases

c. La superestructura: ideologías e instituciones, ciencia, arte, derecho, pensamiento,

religión.

Las interpretaciones deterministas de este esquema sugieren que estos niveles están

determinados de manera directa y unidireccional en el orden a-b-c. Es una interpretación que no

nos sirve, por que no explica como han sido elementos políticos, ideológicos o religiosos (todos

superestructurales) los que han determinado la base material de la vida humana a lo largo de toda

la historia (basta pensar en la influencia que han tenido La Biblia, el Corán, o El Capital en la

transformación de las relaciones materiales en la sociedad).

Esta relación dialéctica entre base, estructura y superestructura se debe a que ninguna está

separada de las demás realmente, son esquemas que utilizamos para interpretar la realidad, y en

todo caso, los elementos que colocamos en ellos interactúan y se determinan entre si en una

relación compleja, contradictoria, y teniendo a la vez un desarrollo y una inercia propios.

Simplificando el esquema al máximo, llegaríamos a la conclusión de que a cada forma de

producción material de la vida humana le corresponde una ideología (una ciencia, un arte, un

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derecho, una religión que sirvan de sostén para reproducir esas relaciones sociales). Sin embargo,

la sociedad es mucho más compleja que eso, y a medida que se desarrollan las distintas formas

de producción y reproducción de la vida humana, hay una puja entre las diferentes ideologías por

encabezar y dirigir su desarrollo histórico, cada una con diferentes niveles de consciencia. Una

vez que un modo de producción, pongamos por caso el feudal, agotó sus posibilidades, la

superestructura que sirvió a su desarrollo va a entrar en conflicto con aquellas ideologías que, sin

tener en ese momento un equivalente en la base, van a tomar conciencia (por no estar

comprometidas con el régimen existente) de las contradicciones y necesidad de superación (en

este caso, la ideología burguesa). Nos encontramos con que el primer paso es la acción

transformadora de la superestructura sobre la estructura y la base social. Establecida la nueva

base social, su modo de producción va a tener una etapa donde se desarrollen las fuerzas

productivas y la ideología que en principio fue transformadora, se va a convertir en

conservadora: su función es ahora conservar y reproducir el nuevo orden.

Los 3 pisos de este edificio social se desarrollan en un conflicto y una contradicción

permanente, entre sí y al interior de sí mismos. Así es que nos encontramos que en un modo de

producción determinado, como puede ser aquel donde prima el capitalismo financiero, conviven

en la superestructura cualquier cantidad de ideologías: las que quieren mantener y conservar

dicha estructura, las que están ligadas a concepciones más industrialistas o más

agroexportadoras, y aquellas que luchan contra las diferentes variantes del sistema de

explotación. En el campo económico encontramos lo mismo: conviven sectores industriales con

sectores agrarios y latifundistas, pequeños y medianos productores, sectores financieros,

cooperativas de trabajo y empresas recuperadas, luchando entre sí, algunas por dominar a las

demás, otras por sobrevivir como pueden.

La nomenclatura dicotómica estructura-superestructura tiene, por supuesto, sus límites, ya que

implica de por si una dirección particular, y por lo tanto, una disposición a desconocer o perder

de vista relaciones más complejas y otro tipo de determinaciones que, al menos, ponen en

cuestión la definición de cada uno de los estratos y su delimitación. Sin embargo, voy a utilizar

con cierta “inocencia” y algunas otras con cuales iremos arreglando cuentas de a poco, ya que su

utilidad didáctica no es menor y su uso crítico da lugar a su propio cuestionamiento.

Para llevar el tema a lo concreto es necesario caracterizar el tipo de sociedad en que vivimos.

Partamos por decir que vivimos en una sociedad capitalista, esto es, con sus variantes,

actualmente el sistema económico que prima globalmente es el capitalista, y las ideologías que

priman son también las ideologías que tienden a reproducir el orden capitalista, o sea, prima la

ideología de las clases dominantes. ¿En qué consiste el sistema capitalista? Básicamente en la

existencia de 2 clases principales, una propietaria de los medios de producción de la vida humana

y una que no siendo propietaria de ellos es la que los opera, en beneficio de los propietarios. De

esta manera, un obrero que trabaja fabricando automóviles, no dispone de los medios de

producción, no tiene más remedio que construir autos para que otro (el capitalista) se apropie de

su trabajo y obtenga grandes ganancias, mientras él probablemente se movilice a pie, en micro, o

tenga que fabricar muchos autos hasta poder comprar el propio (comprárselo al mismo capitalista

para el cual él fabricaba autos). ¿Cómo es que el capitalista se apropia del trabajo ajeno? A través

del sistema del salario. Un obrero que trabaja operando medios de producción ajenos y que

fabrica productos sobre los que no tiene ningún derecho, le vende al capitalista su única

propiedad capaz de producir riqueza: la fuera de trabajo. Se la vende durante una cantidad de

horas en las cuales TODO lo que él haga es propiedad del capitalista. Así, nuestro obrero

imaginario, produce en sus horas de trabajo 6 autos (por dar una cifra cualquiera), que son todos

para que el capitalista los venga a cambio de cierta suma. De esa suma, el capitalista utiliza una

parte para pagar el salario del obrero durante esas horas. La ganancia del capitalista consiste en

que SIEMPRE el salario va a ser menor a la cantidad de riqueza producida por el obrero: si el

obrero en 8 horas produce 100 (uso una proporción imaginaria), el salario que recibe será de 50,

con lo cual el obrero trabajó 4 horas para sí mismo a cambio del salario, y 4 horas totalmente

gratis para el capitalista. Teniendo en cuenta que el capitalista es uno y los obreros que trabajan

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gratis para él un porcentaje de sus horas son muchos, la ganancia del capitalista es exponencial,

mientras que la del obrero siempre es la mínima necesaria para reproducir su vida de obrero y la

de su familia (el estándar de vida obrera varía según el momento y lugar: puede incluir coche,

vacaciones, tecnología y entretenimientos, o solamente la alimentación y abrigo mínimos).

El punto crucial de esto es de qué manera el obrero accede a someterse a la explotación cuando

parece tan evidente que de su relación con el capitalista es el capitalista el que sale ganando.

Aquí es donde entran en juego las formas ideológicas que tienden a reproducir el capitalismo.

En el sistema servil, correspondiente a una sociedad de castas en la cual aquel que naciera

campesino siempre iba a ser campesino y aquel que naciera noble siempre iba a ser noble, la

dominación social estaba justificada en la religión: era dios quien determinaba que los

campesinos iban a trabajar siempre para sus señores. La dominación política y económica se

encarnaban en un mismo sujeto. Al ser derrocado ese sistema fue necesario otro capaz de

asegurar la posición de la nueva clase dominante, la burguesía, que dicho sea de paso, había

hegemonizado a su favor a las clases dominadas, y ahora necesitaba convertirse en su nuevo

explotador. Para esto surge uno de los inventos más brillantes de la burguesía: la libre

concurrencia. Es un concepto según el cual explotadores y explotados, suscriben un pacto entre

partes iguales, y por lo tanto el obrero es libre… de dejarse explotar por quién él elija. Con el

desarrollo de los sistemas republicanos, se construye, con la ciudadanía, esta noción de igualdad

que va a ocultar, y por lo tanto a reproducir, la desigualdad fundamental entre explotados y

explotadores. Las expresiones artísticas van a tener un rol importantísimo en la transmisión de la

ideología de las clases dominantes las masas dominadas. Pero antes que eso, hay que ocuparse

del rol del estado, pieza fundamental de la dominación capitalista.

Estado

El estado que conocemos actualmente, el capitalista, es producto y manifestación del carácter

irreconciliable de las contradicciones de clase de las que hablaba más arriba. Se dice que la clase

capitalista y la clase obrera son irreconciliables por que para existir, la clase capitalista necesita

forzosamente oprimir a la clase obrera, y la clase obrera, en tanto no disponga de los medios de

producción, no tiene otra posibilidad que ser explotada por los capitalistas. Para que la clase

capitalista, en su afán de obtener siempre más ganancia, no acabe destruyendo a la clase obrera y

el medioambiente, ni la clase obrera se rebele finalmente contra la explotación, surge el estado

garantizando la continuidad de este tipo de relaciones sociales. El estado es entonces, un órgano

de dominación de clase, que afianza y legaliza esa dominación.

Para mantener el engaño, la ideología de las clases dominantes plantea que el estado está por

encima y por fuera de la sociedad, y que las relaciones sociales que impone son las mejores,

eternas y beneficiosas para toda la sociedad.

En la república democrática, la clase capitalista ejerce su poder de forma indirecta, pero de un

modo más seguro, manteniendo a los dueños de todo en la oscuridad, mientras funcionarios,

salidos en genera de las clases medias, se ocupan de garantizar la continuidad y la capacidad de

explotación de los capitalistas, y sobre todo, manteniendo la ficción de ciudadanía igualitaria,

mediante la cual el sistema político se sostiene en base a una apariencia: si las instituciones del

estado están ocupadas no por los capitalistas en persona, sino por gente de las clases medias,

incluso bajas, va a parecer que los gobernantes tienen los intereses de la clase de la cual

provienen. Esto no solamente es falso sino que cumple la función opuesta, por que la identidad

de clase del estado no proviene de la extracción de clase de quienes operan sus instituciones sino

de la clase a la que benefician sus políticas, y es de hecho ocultando su identidad de clase y

apareciendo como una generalidad que logra administrar la dominación con eficacia.

Hay una cualidad más del estado capitalista que beneficia esa concepción del estado neutral, el

estado que "es de todos y de nadie", y es que, como garante de la reproducción global del sistema

capitalista, es capaz, para preservar el sistema y la rentabilidad, de atacar intereses puntuales de

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ciertos sectores del capitalismo o de aplacar por momentos la vocación sobreexplotadora de la

burguesía. La clase capitalista siempre busca la mayor ganancia a corto plazo, y esto se ve en que

tiende a destruir la fuente de su propia riqueza: la vida del trabajador y el medioambiente. De ahí

la importancia de un gestor que con habilidad garantice la continuidad del capitalismo. Los

partidos de las clases dominantes (progresistas o conservadores) en el fondo se disputan el

reconocimiento por parte de los capitalistas como aquel que mejor va a realizar sus intereses de

clase, es decir, asegurar ganancias por un lado, y control social por el otro1. Aparte del cuasi-

monopolio de la ideología (que implica el monopolio completo de algunas instituciones

ideológicas), el estado necesita asegurarse para sí el monopolio de la fuerza. De esta manera las

clases dominantes acuden armadas a cualquier conflicto, de manera represiva o de forma

disuasiva, pero en cualquier caso, todo el mundo sabe que de violar alguno de los preceptos

dictados por el estado capitalista a través del derecho, será penalizado con alguna forma de

represión. Como las fuerzas represivas son del estado, y el estado es capitalista, el uso de la

fuerza represiva siempre es de clase: más allá de la igualdad formal según la cual todos somos

iguales ante el derecho, el resguardo de la propiedad privada sobre la que se sustenta el sistema

jurídico es, ante todo, el resguardo de la propiedad privada… de los capitalistas.

Sin embargo, ningún gobierno (el grupo que opera las instituciones del estado) puede reprimir

siempre, y el efecto disuasivo del posible castigo represivo es solamente uno de los dispositivos

que mantienen a las clases oprimidas bajo control. Para ejemplificar, no es el miedo a ir preso lo

que en general evita que la gente robe, sino que la mayoría de la gente cree que verdaderamente

robar es malo, siempre fue malo y siempre lo va a ser, no importa en qué contexto ni qué sujetos

intervengan. Pero la concepción misma del robo es histórica y es de clase: un obrero automotriz

que se apropia de un auto fabricado por él mismo poco podría alegar en un juzgado, y ningún

campesino podría denunciar a su patrón por la apropiación de su trabajo agrario. Por otro lado,

hay sociedades en las cuales la propiedad es colectiva, por lo tanto el concepto de robo es

sencillamente inexistente. La legitimación de las concepciones históricas como eternas se

construye a través de la religión o de la consagración de esquemas jurídicos como últimos e

insuperables (en nuestro caso el derecho romano) o como preceptos morales constitutivos de la

esencia humana.

Aparte del componente coercitivo, el estado debe garantizar el consenso. La mejor manera de

que se sostenga un sistema de desigualdades es que las mayorías (es decir, los perjudicados)

estén de acuerdo con ese sistema y participen más o menos voluntariamente de él. Es aquí donde

aparece un sistema complejísimo de concepciones a través de las cuales las necesidades, deseos,

expectativas, opciones, de las clases mayoritarias van a desarrollarse configurando un espacio

ideológico que beneficio la reproducción de la situación de dominación. Una religión que

asegure el origen divino de las jerarquías, un derecho que sostenga la inviolabilidad de la

1 Asistimos, sin embargo, a una crisis sistémica a escala mundial en la cual el estado ya no es capaz de sostener

ambas cosas a la vez, por que la crisis es a la vez financiera, de sobreproducción y sobre-acumulación, alimentaria,

energética, geopolítica-militar, ambiental y urbana, de hegemonía, etc. El brete en el que se encuentra el estado es

que debe garantizar la continuidad del sistema, pero servir a los intereses de un capitalismo que está destruyendo el

mundo del hombre a una velocidad catastrófica. El modelo extractivo-agroexportador de nuestro país pone a la vista

esta tendencia al despliegue del potencial autodestructivo del capitalismo: producción destructiva del

medioambiente y destrucción del trabajo por desempleo estructural y precarización. Frente a esta disyuntiva, el

estado argentino se definió, ya no por proteger la fuente de riqueza de la propia clase capitalista, sino por servir a la

destrucción irremediable de la vida humana y el ambiente a través de la megaminería depredadora, el fracking y los

agrotóxicos. Para los pueblos que enfrentan estos agravios quedan reservados, por un lado, los discursos que hacen

ver estas políticas como deseables o al menos inevitables, por el otro, la represión abierta. Un estado capitalista

siempre va a defender en última instancia los intereses de los capitalistas. Lo mismo sucede cuando ocurren

catástrofes naturales: el terremoto que en Haití provocó más de 200.000 muertos y pérdidas materiales incalculables

sirvió de excusa para el envío de 15.000 marines yanquis, para convertir el país en un campo de entrenamiento

militar para la contención de masas empobrecidas, con la colaboración militar de Brasil y Argentina.

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propiedad capitalista, una escolaridad que socialice a cada generación enseñándoles como

propias las necesidades del mercado, una ciencia que impulse el desarrollo de la tecnología y el

pensamiento en función del lucro, unas artes que transmitan representaciones de como es y como

debe ser el mundo y la vida, y que oculte las relaciones de opresión, etc. En realidad todo esto es

la transferencia de las necesidades de la clase capitalista a la ideología de las clases explotadas.

De aquí que aquel que lucha contra la explotación del hombre por el hombre, contra el

capitalismo, debe ver en estado, como condensación de las relaciones sociales de dominación, un

objetivo primordial.

El arte en el capitalismo

Tenemos entonces dos aspectos para mirar respecto del arte en el capitalismo. Por un lado, el

más evidente es la mercantilización, la circulación de producciones artísticas como mercancías y

la transformación de la fuerza de trabajo del artista en una mercancía también, que puede ser

comprada durante determinado tiempo a cambio de un salario. Los artistas en este sentido son

trabajadores de un sector más en la división social del trabajo, como los ferroviarios, los

oficinistas o los maestros, viviendo la alienación de ver su propio trabajo como una fuente de

riqueza ajena, y las condiciones por él mismo creadas como causantes de su propia pobreza. Esto

mientras las “grandes” figuras, las que llenan estadios, las que más enriquecen a los empresarios,

son imbuidas de propiedades místicas, de talentos únicos, colocándolos a la vez como ejemplos

paradigmáticos y deseables de la realización personal de los artistas y como ocupantes de un

lugar inalcanzable para la mayoría. De esta manera los artistas quedan alejados no solo de su

producción, mercantilizada, sino también del resto de la sociedad, y esta separación es exaltada

como un don, convirtiendo esta situación en la virtud más distintiva: cuanto más miserable sea el

artista, más pura es su obra, más admirable su talento. Es un habitante de lo espiritual y lo

trascendental: no puede preocuparse por las necesidades del cuerpo, ni del suyo ni de los demás,

ni tampoco de su mente, porque en su arte lo que debe expresar es una idea súbita de origen

misterioso, a lo sumo disparado por una acontecimiento externo, pero donde el acto creador es

independiente de lo social. La concepciones del público y el artista como actores completa y

necesariamente separados están ligadas a las de un “Arte” ideal que flota en la eternidad y se hace evidente para los hombres a través de ciertos talentos. Por ello, el artista, si entra en

contacto otros sujetos sociales, no debe descubrir nunca que es un explotado más, sus

representaciones y auto-representaciones no pueden quedar libradas a la construcción de una

identidad de clase junto a las clases mayoritarias: tiene que ser un paria, un iluminado, un

talentoso. Por esto mismo, el arte, tiene que ser un lujo para pocos. En todo caso, a través de la

escuela, las clases trabajadoras podrán acceder a una educación en arte siempre ligada a la

reproducción de los símbolos patrios, a la expresión individual, a lo recreativo, a lo puramente

técnico. De lo que se priva a las personas restringiendo su participación en el campo del arte es

de un campo de la actividad humana relacionado a la capacidad de simbolización, síntesis de

sentidos diversos determinados histórica y contextualmente, la apertura semántica que provoca el

arte (esencial para la elaboración de conceptos, la apropiación de la palabra y la construcción de

identidad), el desarrollo de las nociones de tiempo, espacio y forma, la percepción, las tramas

ficcionales y el universo de la imagen, operaciones complejas cognitivas y motrices, cuestiones

compositivas y estéticas. Del arte como campo especifico de conocimiento, pero también como

vehículo para conocer.

Y aquí aparece el segundo aspecto: el arte opera en el campo de las representaciones, es una

forma de conocimiento que aporta a la construcción de las subjetividades y las relaciones

intersubjetivas, y a la construcción de los diferentes esquemas de interpretación/intervención con

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los que conocemos e interactuamos con el mundo y la sociedad. En este sentido, es un

componente importantísimo de los procesos en los cuales se construyen y consolidan las

ideologías y las culturas hegemónicas de cada época, de cada régimen de acumulación, de cada

forma de estado y de las formas de socialización en que las consecutivas generaciones van a

conocer el mundo y construir su visión de la realidad a través de esas ideologías y culturas.

Aquí es donde entra en juego la concepción del estado, como relación de dominación basada en

el monopolio no solo de la violencia física, su componente coercitivo, sino también de la

dominación simbólica. Dentro de esa tensión entre coerción y consenso, las instituciones del

estado, no solo las del gobierno, sino todas aquellas que intervienen en la reproducción de la

hegemonía de la clase dominante, tienden a estructurar la sociedad ritualizando conductas y

comportamientos de acuerdo a ciertos códigos compartidos y exige la adecuación creciente de la

sociedad a esos códigos. El arte, como lenguaje, tiene la capacidad de ritualizar y naturalizar

códigos, por lo tanto para el estado va a ser una herramienta fundamental. Hay un punto

importante que no hay que dejar pasar: al consolidarse como lenguaje, esos códigos corren solos,

y son los grupos que se socializan en esos códigos, se los apropian, y constituyen con ellos sus

marcos de interpretación e intervención en las relaciones sociales, los que exigen que las

manifestaciones de la vida social se adapte a esos códigos, que se legitiman y se reproducen, se

enseñan y se aprenden, adquieren aspecto de verdad y son vistos como auténticos, esenciales,

trascendentales, sean lenguajes legitimados en la academia, géneros folclóricos, lenguajes

populares urbanos, etc. El dominio del espacio simbólico entonces, significa para el estado no

solamente la posibilidad de construir hegemonía, la posibilidad de que los intereses de una clase

sean vistos por otras clases como propios, sino que aporta, además, a lograr una transferencia de

la responsabilidad respecto de la reproducción de las ideologías y prácticas que garantizan la

continuidad de ciertas relaciones sociales, a través de lenguajes que incluso pueden ser

deslegitimadas por las instituciones oficiales del estado. Estas posibilidades van más allá de los

casos donde la intervención del estado es directa, en el sentido de que son los gobiernos, a través

de sus instituciones, los que generan expresiones como, por ejemplo, los himnos, fundamentales

en la construcción de las ideologías nacionales, en el contexto de la construcción misma de los

estados-nación y también a lo largo del desarrollo de los diversos regímenes de acumulación,

formas de gobierno, etc., que se verifican en las diversas etapas del desarrollo capitalista.

Ejemplos de estos casos “no institucionales” son las expresiones populares que reproducen concepciones machistas o imponen ciertas necesidades de consumo, en las cuales estos

componentes parecen ser idiomáticos en cada género, aquello que los distingue de otros

lenguajes y a la vez aquello por lo que se los elige como forma de expresión y como marco de

interpretación.

Por otro lado, la apropiación por parte del estado de lenguajes que cuestionan el orden social,

incluso al propio estado, sirve generar la adhesión de quienes se identifican con esos

cuestionamientos, aún cuando no tiene correspondencia en las políticas o medidas reales respecto

de ellos. Al ser presentados de forma descontextualizada, exaltando los componentes afectivos,

estas apropiaciones tienden a confundir las reivindicaciones representadas simbólicamente con

reivindicaciones reales.

El arte puede dar lugar a lenguajes que cuestionen las relaciones sociales vigentes o bien que

tiendan a reproducir las representaciones que las sustentan. Los sentidos comunes que abrevan en

los ámbitos artísticos, que en pos de preservar una supuesta autonomía del arte referenciada en

conceptos de pureza, grandeza, trascendentalismo, genialidad, etc., desconocen la historicidad y

las determinaciones contextuales sobre la actividad artística, por un lado, y por otro las

determinaciones de la actividad artística, como el resto de las actividades humanas sobre su

contexto y sobre la historia, tienen una enorme influencia entre los sujetos implicados en el

campo artístico, y se reproducen en las prácticas y concepciones con una inercia fuertísima, aún

cuando son asumidos en la teoría esquemas críticos y clarificadores.

Agosto 2013