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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL

XI JORNADAS

DE

HISTORIA MARÍTIMA

MARTÍN FERNANDEZ DE

NAVARRETE

EL MARINO HISTORIADOR

(1765 - 1844)

CICLO DE CONFERENCIAS - NOVIEMBRE 1994

CUADERNOS MONOGRÁFICOS DEL INSTITUTO

DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL - N° 24

MADRID, 1995

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Imprime:

ASTRALON S.L. C/ Duque de Sesto, 7.

28009 Madrid

Depósito Legal: M. 16.854-1983.

ISSN-0212-467X

ÑIPO: 098-88-027-8

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SUMARIO

Págs.

Presentación y recuerdo sobre la personalidad de D. Martín

Fernández de Navarrete, por Francisco Fernández de

Navarrete, Marqués de Legarda 5

La España que conoció Navarrete, por Vicente PalacioAttard o

Fernández Navarrete, Marino, por José Cervera Pery 17

Fernández Navarrete y la Historia de los Descubrimientos,por Carlos Seco Serrano 25

La colección Fernández de Navarrete del Museo Naval, porDolores Higueras Rodríguez 35

Fernández de Navarrete, Académico de la Historia, porGonzalo Anes y Alvarez de Castrillón 6 1

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PRESENTACIÓN Y RECUERDO

SOBRE LA PERSONALIDAD DE

D. MARTÍN FERNÁNDEZ DE

NAVARRETE

Francisco FERNÁNDEZ DE NAVARRETE

Marqués de Legarda

Como descendiente directo de Martín Fernández de Navarrete y

Jiménez de Tejada, y custodio celoso de la casa que le vio nacer y de

los libros y papeles que tanto amó, quiero dar traslado en nombre de

toda la familia al Instituto de Historia y Cultura Naval, en la persona

de su Director, almirante José Ignacio González-Aller, de nuestra

gratitud por la organización de estos actos conmemorativos del 150

aniversario de la muerte de nuestro antepasado.

Quiero hacer extensivo nuestro agradecimiento a Dolores Hi

gueras, jefe de Conservación e Investigación del Museo Naval y al

coronel, Jorge Juan Guillen, activo impulsor de la idea de este home

naje y digno émulo de su ilustre padre, almirante Julio Guillen Tato,

organizador de los brillantes actos del primer centenario y el más apa

sionado de los biógrafos de Don Martín. Mención especial merecen

también los eruditos conferenciantes que, a través de sus intervencio

nes, glosarán la figura de Navarrete, marino, académico, historiador

y literato.

Nos acompañan en esta sala, algunos de los recuerdos persona

les de D. Martín, cartas de algunos personajes célebres, libros raros e

incunables de su biblioteca, condecoraciones, casaca de Consejero de

Estado que utilizó en su visita a la Reina Cristina en 1833, con la nota

manuscrita «Pro memorias» cuidadosamente guardada en una de las

bocamangas, y tres retratos de distintas épocas de su vida, amén de

otras curiosidades. Destaca el retrato pintado por Vicente López en

1837, cuando contaba Navarrete 71 años de edad. De excelente factu

ra, su autor quedó muy complacido de la calidad de su obra, como lo

demuestra la carta que se encuentra entre los documentos expuestos,

dirigida a D. Martín, en solicitud de autorización para incluir su re

trato en la exposición que organizó el Marqués de Pontejos en 1838.

Fue D. Martín miembro de las tres Academias existentes en su

tiempo antes de cumplir los 35 años, y la impronta académica le acom

pañó hasta su muerte. Por ello no sorprende que fuera Vicente López

el elegido por Navarrete para perpetuar su efigie, ya que en su opi-

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nión, es el que mejor personificaba el espíritu académico como fiel

depositario de las ideas estéticas de Mengs.

El cuadro tiene una dedicatoria muy expresiva: «Excmo. Sr.

D. Martín Fernández de Navarrete. Su apasionado amigo Vicente López».

Son una constante en la vida de Navarrete, reflejada en la abun

dante correspondencia que archivó cuidadosamente, las demostracio

nes de afecto de cuantos tuvieron la oportunidad de conocerle y tratar

le, dada su extraordinaria personalidad.De sus virtudes humanas, dice su nieto, Francisco Fernández de

Navarrete en la biografía que escribió pocos años después de la muer

te de su abuelo, que era «exacto en el cumplimiento de sus deberes,

religioso sin afectación, modesto, dulce y probo hasta el extremo. Nuncaapeteció los honores y condecoraciones porque nunca creyó merecer

los. En el amor que tenía a las ciencias, jamás mediaron miras intere

sadas; las amaba por sí solas y, por el patriótico anhelo de que Españatuviese parte en su fomento, las cultivaba sin que presidiesen a sus

estudios, ni la ambición de gloria ni el deseo de lucro; a cuantos lebuscaban comunicaba a manos llenas sus noticias... y de las obras que

escribió no sacó más que gastos originados de la correspondencia y

copias de manuscritos, pues siempre cedió con desprendimiento su

propiedad a los cuerpos literarios a que pertenecía. De su probidad,da una prueba el que habiendo obtenido elevados puestos en que le

era fácil enriquecerse, murió sin dejar más bienes a sus hijos que elmodesto haber que heredó de sus mayores y la dote de su esposa».

Julio Guillen, al llevar a cabo el inventario de los papeles perte

necientes a Navarrrete en el archivo de Ábalos, se asombra de la riqueza y diversidad del epistolario: «D. Martín debió de ser de una

simpatía desbordante y su inteligencia y carácter curioso y despierto,

le hicieron tener un círculo de amistades siempre en aumento, que

sorprende tanto por el número como por la categoría de éstos». Y en

su disertación con motivo de los actos del primer centenario, mencio

na textualmente «el profundo cariño que despierta en mí cuanto con

D. Martín se relaciona, es fruto, no de trasnochado compañerismo,

sino del conocimiento que de su gigantesca figura he adquirido al ma

nejar, casi cotidianamente, sus libros y papeles desde hace muchosaños en esta casa, cuyo lugar más noble -la Biblioteca- preside su

sonrisa de viejecito bueno y sabio».Durante el verano de 1944, Dalmiro de la Válgoma, secreta

rio de la Real Academia Española, compartió con el almirante Guillen,

muchas horas de investigación y estudio en el archivo de Abalos.

Allí pudo recoger numerosos datos para su trabajo sobre el linaje y

el blasón de Navarrete como homenaje a su memoria en el centena

rio de su muerte. Con su personalísimo estilo, escribe en el prólo

go: «D. Martín Fernández de Navarrete, hombre modesto si no tímido ante los humanos honores, imbuido quizá, de aquellos certe

ros consejos que al príncipe diera ascendiente suyo sobre la distri

bución de las mercedes -exacto en saber justificar en las dádivas su

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liberalidad y en los premios su justicia-» «...y termina diciendo:«Son estos renglones como un apagado eco, todo él colmado de

fervor hacia la suma figura evocada, perfil lujoso en la magna galería de siluetas ilustres de la vieja Armada del Rey, uno de los mejo

res frisos con que, por la gracia de Dios, eternamente se decoranuestra general, espaciosa historia».

Para seguir enmarcando el perfil humano de D. Martín, es inte

resante recoger la mención que hace Armando Cotarelo Valledor, en

el discurso que pronunció en los salones del Museo Naval, en la con

memoración del primer centenario de su muerte. Se refiere a su plan

de vida y a sus costumbres desde que, nombrado bibliotecario perpe

tuo de la Academia Española en 1 817, se trasladó a la calle de Valverde,

donde residió más de 27 años y donde exhaló su último suspiro.

«Don Martín tiene el secreto de alargar las horas. Gran madrugador

(se levanta a las cinco de la mañana), disciplinado en el vivir, él mismo

nos dejó una curiosa ordenación de su tiempo, la hallaba para todo. No

se apura nunca pero trabaja siempre. Por las mañanas escribe, por las

tardes pasea y mientras pasea medita sobre lo que ha escrito y sobre lo

que piensa escribir. Festinaré lente, avanzar poco a poco pero con asi

duidad, es la divisa de este laborador sempiterno, hombre de su época

que sorbe rapé y toma chocolate, que oye misa diaria y hace medita

ción espiritual a las noches, que, vivo de genio, sabe reprimirse y, apa

cible y sonriente, tiene para todos palabras halagüeñas y, generoso de

sí mismo tiene para todos también consejos y enseñanzas. Con que to

dos le buscan, le estiman y le acatan».

Y la cita continúa: «Porque no era Don Martín el sabio uraño

que se atrinchera en su torre de marfil... gustaba de las tertulias y las

visitas, del conversar ameno y vagaroso y frecuentaba del trato de

sabios y aristócratas. Bien criado por noble, cortés por marino, puli

do por viajero, discreto por sabio, ameno por culto, lucía en los salo

nes, siendo grato a las damas, como educado en otros tiempos... Por

estas cualidades solía ocuparle la Academia en actos de cumplido y

ceremonia... Compareciendo en su nombre muchas veces ante el trono».

Para completar este recorrido sobre la personalidad humana de

Martín Fernández de Navarrete a través de los comentarios de algu

nos de sus biógrafos, nada me parece más oportuno que mencionar la

acertada referencia que hace Carlos Seco Serrano en su introducción

a la edición de las obras de Martín Fernández de Navarrete, de la

biblioteca de Autores Españoles. Dice refiriéndose a la descripción

que hace Don Martín de las «altas prendas y virtudes del corazón, de

Cervantes» que «al describirnos en su biografía en la persona del Príncipede los ingenios las virtudes y cualidades que lo habían convertido en

su héroe, no hizo otra cosa que trasladarnos con fidelidad su propio

autorretrato: supo como verdadero filósofo cristiano, ser religioso y

timorato sin superstición, celoso de la creencia y del culto sin fana

tismo, amante de su patria y de sus paisanos sin preocupación, va-

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líente y alentado en la guerra sin presunción ni temeridad, generoso y

caritativo sin ostentación, agradecido con extremo, pero sin abatimien

to ni adulación; ingenuo y sencillo hasta apreciar tanto que le advirtiesensus errores como le alabasen sus aciertos; moderado e indulgente con

sus émulos, habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

brirlos ni herir a sus personas; y finalmente, jamás vendió ni prostituyó su pluma al favor ni al interés, jamás la tiñó con la sangre ni eldeshonor de sus prójimos, jamás la usó sino para el bien y la felicidad

de sus semejantes».

Don Martín merece el homenaje y el recuerdo que hoy le dedi

camos. Como Francisco Sánchez Cantón señala «la fama postuma

suele ser avara con los hombres cuya vida transcurrió en el sosiego dela investigación histórica». El propio Navarrete se lamenta de que la

posteridad es con frecuencia poco generosa con la memoria de «aque

llos bienhechores del género humano que han trabajado, o en aliviarsus necesidades por medio de invenciones útiles, o en extender las

facultades de su entendimiento por medio de indagaciones asiduas y

continuado afán en el estudio y observación de la naturaleza».

Indudablemente, D. Martín es uno de estos bienhechores de la

humanidad. Muchas gracias.

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LA ESPAÑA QUE CONOCIÓ

NAVARRETE

Vicente PALACIO ATTARD

De la Real Academia de la Historia

En el archivo de la Real Academia de la Historia se conserva el

memorial, fechado el 28 de agosto de 1800, que Martín Fernández de

Navarrete, capitán de navio, elevó a dicha Academia solicitando se le

nombrara miembro del referido Instituto, en calidad de «Académico

Supernumerario». Fundaba su pretensión en serle necesario el apoyo

corporativo para poder «coordinar y publicar» la colección de docu

mentos históricos de la Marina Española que, en cumplimiento de la

Orden del Rey, había venido reuniendo desde finales del año 1789

hasta el de 1794. Había reunido hasta entonces, en efecto, 44 volúme

nes «de las más importantes relaciones de nuestros viajes y descubri

mientos ultramarinos, de combates y expediciones de mar y otras no

menos útiles para ilustrar la historia de la nación y de las colonias»,

por decirlo con sus propias palabras.

Alegaba también que por sus diversas ocupaciones no le era po

sible culminar su trabajo «por las circunstancias del tiempo, que no

le han permitido dar a las ilustraciones y apuntes que tiene recogidos

con aquel objeto, el orden y corrección que necesitan para salir a luz».

Acompañaba su solicitud con una «memoria crítica» sobre la relación

apócrifa de un antiguo navegante español (que lo era Lorenzo Ferrer

Maldonado) acerca de la búsqueda del paso del noroeste.

La solicitud de Fernández de Navarrete fue informada

preceptivamente por el Censor de la Academia, José de Guevara

Vasconcelos, el 11 de septiembre, invocando los numerosos méritos,

por lo que «no se le ofrece al Censor reparo en que la Academia acce

da a su solicitud, sino que le parece que la Academia hará una buena

adquisición admitiéndole en la clase de supernumerario». Otro pre

ceptivo informe, efectuado como «revisor» por Francisco Martínez

Marina, encomiaba también el trabajo crítico sobre la relación de Ferrer

Maldonado.

Cumplidos los trámites y con tales avales, Fernández de Navarrete

fue elegido miembro de la Academia de la Historia. Según la certifi

cación del acta expedida por el Secretario de la Corporación, Antonio

Capmany, de 28 de septiembre, se procedió a la votación secreta en la

Junta ordinaria anterior, con el resultado expuesto. Tenía entonces

nuestro personaje 35 años de edad.

El 10 de octubre siguiente leyó Don Martín su discurso de in-

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greso sobre los «progresos que ha tenido en España el Arte de Nave

gar», que había recibido la previa aprobación preceptiva de otro Ilus

tre Historiador, Juan Pérez Villamil. Así quedaban consagradas sus

dos grandes vocaciones: la de marino y la de historiador. El discurso

de ingreso como académico numerario lo leyó el 19 de mayo de 1815.

En la Real Academia de la Historia, como es sabido, llegó a desempe

ñar la Dirección de la misma desde el 25 de noviembre de 1825 hasta

su fallecimiento, casi por 20 años.

LA ESPAÑA DE LOS ILUSTRADOS

La vida de nuestro Marino Historiador discurre a lo largo de

más de tres cuartos de siglo y la España que él dejaba al morir en casi

nada se parecía a la que le había visto nacer. Es el tiempo en que la

España del Antiguo Régimen se extingue en un lento proceso históri

co, mientras el titubeante advenimiento de la Monarquía Liberal se

consolida por fin. Los cuatro reinados que llegó a conocer marcan las

etapas de esa imagen cambiante de España.

Cuando Fernández de Navarrete nace estaba en todo su apogeo

la España de Carlos III, es decir, la de las reformas ilustradas. Carlos

III fue siempre muy celoso de su poder como monarca absolutista, sin

hacer dejación de su autoridad que, por otra parte, entonces nadie

discutía. Incluso quienes participaban de ideas roussonianas, consi

deraban que sólo desde la propia Monarquía absolutista podía surgir

el instrumento del cambio.

Ese es el caso de León del Arroyal, autor de unas conocidas y

comentadas «Cartas al Conde de Lerena» en las que explicaba el apo

yo a la monarquía reformadora del absolutismo ilustrado: «Yo bien sé

que el poder omnímodo de la monarquía se expone a los males más

terribles, pero también reconozco que los males envejecidos de la nuestra

sólo pueden ser curados por el poder omnímodo». El mérito de Carlos

III que no le han solido regatear los historiadores, está en haberse

rodeado de ministros por lo general competentes, en quienes depositó

su confianza y a quienes dejó hacer, sosteniéndolos contra las faccio

nes cortesanas opuestas a las reformas. Los historiadores no han soli

do percatarse de esos dos mundos diferentes y mal avenidos que ro

deaban a aquel Rey, que no cayó en la trampa de sus intrigas. Pero

algunos diplomáticos acreditados en Madrid, lo percibieron muy bien.

Un agudo italiano al servicio de Austria, Piero Paolo Giusti, en un

informe remitido al canciller Kaunitz en 1780 se expresaba así «las

tinieblas y las luces son alternativamente los principios que rigen en

la Corte y en el Ministerio», pero el Rey siempre sostiene al Gobierno

consiguiendo que sus criterios ilustrados no fueran derrotados por las

tinieblas cortesanas.

Aunque la figura política de Carlos III no sea brillante, esa fue

una lección de buen sentido mantenida durante muchos años con ca-

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liada modestia. Tampoco la personalidad humana de aquel monarca

resulta deslumbradora. No tenía dotes extraordinarias para el trato

humano, aunque fue bondadoso y afable, pero siempre distante, como

nos lo describe su primer biógrafo y gentil hombre de cámara, Gaspar

Fernández de los Ríos, Conde de Fernán Núñez. No quiso atribuirse

aureolas de héroe militar, aunque de joven demostró valor cuando hubo

de tomar parte en acciones bélicas. Dicen que siendo un muchacho de

17 años, cuando alguien le preguntó con qué epíteto le gustaría pasar

a la historia, declaró: «con el de sabio». No es tampoco con este nom

bre con el que le distingue la Historia, que le reconoce en cambio los

atributos de la «Áurea mediócritas» en la que él prefirió instalarse.

Así este hombre metódico y rutinario hasta la exageración en su vida

diaria y en la distribución de su tiempo a lo largo del año, lo mismo

que en sus comidas monótonas o en el uso de los mismos vestidos,

nos ofrece la paradoja de haber sido el motor y el eje de la Monarquía

Reformadora, y se ha ganado con todo merecimiento el título de «Rey

de los Ilustrados». Su reinado es la mejor comprobación de que para

ser un buen monarca no hay que poseer virtudes extraordinarias, sino

la voluntad firme de que las cosas se hagan bien y el sentido de la

responsabilidad al servicio de la Corona como institución vinculada

al pueblo.

La infancia y la primera juventud de Fernández de Navarrete

discurrió en aquella España que trataba de potenciar los recursos eco

nómicos, dando prioridad al sector agrario en las directrices de

Campomanes y de Floridablanca, y también a los intercambios co

merciales en las provincias del Imperio o desarrollando el tráfico ma

rítimo en el Atlántico Europeo y en el Mediterráneo. Una España que

con suerte varia, trataba de ponerse a cubierto de agresiones exterio

res, restableciendo un equilibrio en las fuerzas marítimas, que sería

destruido, en el siguiente reinado, en la Batalla de Trafalgar. Una España

que ponía su confianza en la educación como la vía más segura para

abrir paso a una mentalidad moderna, tanto en los niveles elementa

les, con la creación de escuelas de primeras letras y artes útiles, como

en el alto nivel universitario, con la reforma de los colegios mayores,

que resultó menos afortunada de lo que previeron sus principales pro

motores, el ministro Roda, el obispo Beltrán y el erudito Pérez Bayer.

«Dadme la escuela y una generación y habré cambiado al país» de

cían al unísono Campomanes, Jovellanos y Cabarrús, con el optimis

mo educativo que caracterizó en Europa a los hombres del siglo XVIII.

Una España que lograba una relativa movilización social en el empe

ño de modernizarse, de lo que dan testimonio algunas de las Socieda

des de Amigos del País entonces creadas.

En el «Elogio de Carlos III» que Jovellanos pronunció en la Real

Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, pocas semanas

antes del fallecimiento del monarca, después de enumerar los benefi

cios de su reinado, continuaba aseverando que no se ocultaba a la

sabiduría del Rey «que las leyes más bien meditadas no bastan de

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Page 12: MARTÍNFERNANDEZDE NAVARRETE EL … · sonrisa de viejecito bueno y sabio». ... que sorbe rapé y toma chocolate, ... habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

ordinario para traer la prosperidad... Carlos previo que nada podía ha

cer en favor de su nación si antes no le infundía aquel espíritu de quien

enteramente pende su perfección». ¿Qué espíritu era ése? Jovellanos

lo sintetiza con estas palabras: «Ciencias útiles, principios económi

cos, espíritu general de ilustración». Es decir, tres capítulos que se

encierran en uno: La Reforma del Ordenamiento Cultural y de las men

talidades como presupuesto indispensable para hacer efectivos los re

sultados de una nueva actividad económica que proporcionase a Espa

ña la abundancia de bienes y con ella el bienestar.

En la España de Carlos III existió el propósito, peculiar de to

dos los ilustrados europeos, de proyectar el estudio de las ciencias

sociales principalmente sobre la economía y sobre la historia. El jo

ven ilustrado que era Fernández de Navarrete vivió aquel ambiente y

sintió desde edad muy temprana el interés por la historia, además de

los estudios científicos. La historia no debía reducirse a curiosidades

eruditas ni apologías retóricas, sino que abarcaba la comprensión del

quehacer colectivo de la comunidad de gentes y tierras de España,

como ocurría con las empresas marítimas de los españoles.

Sin embargo, en aquel tiempo el esfuerzo ilustrado se centró en

promover la recuperación económica, incidiendo sobre los instrumentos

productivos y las mentalidades, porque en España existía un inci

piente espíritu empresarial, ahogado por los prepuestos mentales de

un estilo de vida aristocrático. Fernández de Navarrete no era ajeno a

este ambiente. Muy pronto perteneció como miembro de número a la

Real Sociedad Económica Matritense, y su discurso de ingreso leído

el 29 de enero de 1791, versó «sobre los progresos que puede adquirir

la Economía política con la aplicación de las ciencias exactas y natu

rales», tema que sintonizaba muy bien con el espíritu de aquella épo

ca.

Al considerar en su conjunto la España carlotercista y el refor-

mismo entonces llevado a cabo, los historiadores proponen opiniones

dispares, y ponen unos el acento en los aciertos y otros en los fraca

sos. En mi opinión no es correcto plantearse en términos de éxito o

fracaso el reformismo carlotercista, en especial en lo que se refiere al

tema económico. Hablar de fracaso o de éxito exigiría poder determi

nar, siquiera por aproximación fundada, el desarrollo potencial sus

ceptible de alcanzar aquella economía, y compararlo con el que al

canzó en la realidad. Y este conocimiento resulta imposible.

En cambio, lo que sí podemos afirmar sin riesgo de equivocar

nos es que al final de aquel reinado parecían existir expectativas fa

vorables para proseguir las reformas necesarias. Y sin embargo, aquel

horizonte de paz exterior y de discusión ordenada interior se turbó

muy pronto, de modo inesperado, al sobrevenir la gran tormenta que,

en 1789 desencadenó la Revolución Francesa, coincidiendo casi con

exactitud cronológica con el advenimiento del nuevo reinado de Car

los IV en España.

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DE LA REFORMA A LA REVOLUCIÓNLA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL

Las turbulencias de aquellos años, la desaparición de los hom

bres de Gobierno del tiempo de Carlos III, la dejación de poder del

nuevo monarca en favor de Godoy, el mal ejemplo de la Corte, los

nuevos conflictos bélicos, alternativamente contra la Convención Fran

cesa, contra Inglaterra o Portugal, ofrecen una imagen muy distinta

de España en comparación con el reinado anterior. Todavía en algu

nos momentos parecen prolongarse los destellos epigonales del Des

potismo Ilustrado, como en los planes educativos de Godoy, o en los

intentos de imponer un estilo y un modelo al teatro, en un ejemplo

supino de los disparates a que puede llegar la pretensión de una cul

tura dirigida gubernativamente.

En otros momentos resurgen, con el temor a la Revolución, los

planteamientos inmovilistas, mientras en la Universidad de Salamanca,

abierta al contacto con el mundo intelectual europeo, se preparaba la

generación de los «doceañistas» futuros, que harían más tarde la Cons

titución de Cádiz.

Nadie escapaba en España a la tensión de los nuevos tiempos,

hasta que se produce el gran estallido de la Guerra de la Independen

cia. La invasión napoleónica abre en la historia de España una nueva

y decisiva etapa. En 1808 se derrumba el andamiaje del Antiguo Ré

gimen, y para llenar el vacío de poder ocasionado se ofrecen dos al

ternativas: la propuesta por Napoleón, que se autoproclama el refor

mador que España necesita, en el manifiesto de Bayona, al que sigue

la designación de José I y la constitución decretada en aquella ciu

dad; y la que propugnan la «nación en armas» y los doceañistas de

Cádiz.

Napoleón, escéptico religioso, no podía considerarse ejecutor

de una misión providencial. Pero incurrió en el error, secularizado en

los tiempos modernos, de quienes (ya sean hombres, grupos o ideolo

gías) están convencidos de poseer el sentido y la dirección de la his

toria. Por eso, convencido de su destino, seguro de sí mismo, dueño

del futuro, Napoleón hizo un llamamiento para que los españoles se

unieran a él. La respuesta popular fue la guerra, que se convirtió así

en el gran catalizador del patriotismo español, en un gran fundente

nacional de las tierras y de los hombres de España. Hubo también

algunos españoles de la minoría ilustrada que vacilaron o fueron «afran

cesados». Fernández de Navarrete rechazó los cargos que le ofreció

el Rey intruso y halló refugio en los Estudios de San Isidro, hasta que

marchó a Cádiz en 1812.

Durante los años que siguieron a la invasión napoleónica, la guerra

fue, como cantaron los versos de Quintana «nombre tremendo, ahora

sublime único asilo y sacrosanto escudo». Guerra terrible, cuyos «de

sastres inmortalizó Goya con sus grabados, por la crueldad de la lu

cha implacable y por las calamidades añadidas, como «el hambre de

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Page 14: MARTÍNFERNANDEZDE NAVARRETE EL … · sonrisa de viejecito bueno y sabio». ... que sorbe rapé y toma chocolate, ... habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

1812», de la que también Goya quiso dejarnos un testimonio gráfico

en otros 17 aguafuertes, además del que consagró el cuadro académi

co de Aparicio, premiado por la Real Academia de San Fernando. Pero

guerra sublime, en la que el pueblo español luchaba por la supervi

vencia y daba ejemplo a una Europa hasta entonces atemorizada y

temida.

Pero las alteraciones en la vida social española, durante los años

finales del siglo XVIII y durante los primeros del siglo XIX y muy

principalmente durante la Guerra de la Independencia, tuvieron un

impacto en la mentalidad colectiva, que se reflejó en el abandono de

muchos valores aristocráticos antiguos, y en la aceptación de otros

más propios de las clases medias que irrumpían en la sociedad. Este

fenómeno, que naturalmente fue captado por los costumbristas de la

época, se refleja incluso en los documentos administrativos. En un

informe del Capitán General de Cataluña en 1814, que lo era Javier

Castaños, el vencedor de Bailen, en un expediente sobre la pretendi

da matriculación obligatoria de los comerciantes de Barcelona en la

Junta de Comercio de aquella ciudad, se puede leer lo siguiente: «el

uso de la espada, que en el año 1763 (en que se fundó la Junta del

Comercio) era peculiar de los nobles y de los graduados en Facultad

Mayor, y que se concedió a los matriculados; el tratamiento de «Don»

que se daba en los cargos y demás anejos a la matrícula y aún cierta

consideración (social) que adquirían en el público, ere un sistema lo

bastante poderoso para que todo comerciante acreditado aspirase a la

matrícula. Pero en el espacio de medio siglo han variado enteramente

las opiniones y la idea: ya no se hace uso de la espada, se prodiga el

tratamiento de «Don», de que algunas clases de nobleza no gozaba, y

parece que se hace alarde de despreciar lo que antes no era aprecia

do».

LOS VAIVENES DEL ABSOLUTISMO Y DEL LIBERALISMO

Después de la Guerra de la Independencia, Martín Fernández de

Navarrete, ya en su edad madura, hubo de vivir el largo período toda

vía del reinado de Fernando VII, con los vaivenes del constitucionalismo

al neoabsolutismo, y en Europa los de la Santa Alianza y las Revolu

ciones Liberales, mientras en América Continental se arriaban las ban

deras españolas del antiguo Imperio, y en la España peninsular esta

llaban con violencia los conflictos políticos internos, al iniciarse la

época de los pronunciamientos y el primer conato de Guerra Civil,

sostenida por la Regencia de Urgell contra los gobiernos del Trienio

constitucional. Es verdad que, en medio de las alteraciones del tiem

po, la vida académica seguía su curso, y en ella encontró Fernández

de Navarrete la satisfacción de ser elegido director de la Real Acade

mia de la Historia, cargo para el que sería reelegido en los sucesivos

períodos trienales reglamentarios, hasta que en el desempeño de ese

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cargo le halló la muerte, cuando se iniciaba el reinado personal deIsabel II.

El régimen liberal había de consolidarse durante la menor edadde Isabel II, pero a costa de la guerra civil carlista, que tan hondahuella dejó en nuestro siglo XIX. Fernández de Navarrete vivió aquel

período y aún tuvo participación en el proceso político iniciado con

la aprobación del Estatuto Real, como miembro que fue en 1834 del

Estamento de Proceres, aquella romántica invención con la que Martínez

de la Rosa quiso disfrazar unas Cortes bicamerales, como punto deequilibrio entre el radicalismo de quienes ya empezaban a llamarse a

sí mismos progresistas y el moderantismo de los liberales que pretendían tender la mano a todos los realistas fieles a la Reina.

Al final de la guerra carlista, como es bien sabido, Espartero

capitalizó su victoria y la adhesión de ciertos sectores progresistas y

militares, que se consideraban ellos mismos «el pueblo militar», y

consiguió así elevarse hasta la alta magistratura de la Regencia, su

plantando a la Reina madre. Pero otro pronunciamiento puso fin a sugobierno y dio paso, en mayo de 1844, al primer Gobierno Narváez,

con el que se inicia la década moderada, durante la cual España, tras

el largo y agitado período precedente, llevó a cabo la necesaria crea

ción de las nuevas estructuras institucionales y administrativas de laMonarquía Constitucional, que habían de formar el marco político deuna nueva España.

Era la España de las clases medias, que emergía con tímido em

puje. Fernández de Navarrete no llegó a conocer el análisis sociológi

co de la guerra carlista que hiciera Jaime Balmes pocos meses des

pués del fallecimiento de nuestro marino historiador. Balmes acertó a

explicar que el sentido profundo de lo que había luchado en aquella

guerra había sido la sociedad antigua, con sus tradiciones, sus creen

cias, su anquilosado aparato institucional, por un lado; y por otro, la

sociedad nueva, con el gusto por las innovaciones, con sus tendencias

secularizadoras y la prioridad de los intereses materiales.

Pero sí pudo escuchar, en las lecciones del Ateneo pronunciadaspor Alcalá Galiano, la apología triunfal de la nueva sociedad y de las

clases medias, que eran motivo de exaltación de los doctrinarios liberales: «en un siglo mercantil y literario como el presente - decía el

tribuno doctrinario - es preciso que las clases medias dominen, por

que en ellas reside la fuerza material y no corta parte de la moral; y

donde reside la fuerza está con ella el poder social, y allí debe estar'elpoder político». Ahora bien, las débiles clases medias españolas, fá

cilmente enriquecidas por las especulaciones de la desamortización,y que se creían ricas (aunque el Marqués de Salamanca dijera despec

tivamente aquello de que en España había una docena de ricos, unoscentenares que tenían para un median pasar y diez millones de pobres

que no tenían donde caerse muertos), las débiles clases medias tuvie

ron que apoyarse en las espadas para asegurar ese poder político ape

tecido. Tampoco tenían capacidad ni recursos financieros para que

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España pudiera seguir el ritmo de la llamada Revolución Industrial,

que por entonces triunfaba en los países más avanzados de nuestra

vecindad geográfica y cultural. Escasez de capitales, escasez de ma

terias primas, escasez de iniciativa empresarial y una cierta desidia

popular por el trabajo, se conjuntaron para que la España liberal na

ciente, que se asomaba al horizonte de la era del ferrocarril, aparecie

ra alicorta e incapaz de levantar el vuelo.

Todo había cambiado durante los años en que le tocó vivir a

Martín Fernández de Navarrete. La estructura política de la Monar

quía, los componentes de la sociedad, la apertura a las nuevas activi

dades de la vida económica, los hábitos y las costumbres, sobre todo

en los medios urbanos, cambios de los que Larra había dado un cáus

tico testimonio. Al final de su vida Fernández de Navarrete pudo co

nocer una España en la que los gustos literarios proclamaban el triun

fo del romanticismo, y se perdía en la lejanía del recuerdo el clasicis

mo predominante en los años de su juventud. Precisamente en 1844,

el año de la muerte de D. Martín, se estrenaba el «Don Juan Tenorio»

de Zorrilla, la obra que si no la más excelsa de la literatura de su

tiempo, es la que durante siglo y medio ha dado testimonio en los

escenarios españoles de las pulsiones emocionales de su época.

La no corta vida de Fernández de Navarrete le perrütió conocer

la aceleración del tiempo histórico de una España que dejaba atrás el

protagonismo del hombre pausado de la razón, para abrxr un camino

en libertad al hombre nuevo del sentimiento y de la pasión. Instalado

en la Torre de Marfil de su doble vocación académica, Fernández de

Navarrete fue testigo de las convulsiones de España entre el ayer y el

mañana.

El 15 de diciembre de 1843 leyó Fernández de Navarrete el dis

curso en que, como en anteriores ocasiones análogas, rendía cuentas

como director de las actividades académicas durante el trienio ante

rior, antes de procederse a la reelección del cargo. Aquélla había de

ser una de sus últimas intervenciones académicas y lamentaba el re

traso de los trabajos corporativos «que -decía- por su naturaleza ne

cesitan de tiempos sosegados y tranquilos para sus cultivos, y de su

estímulo y protección de los Gobiernos para su progreso y prosperi

dad: circunstancias que no se hallan entre las repetidas y tumultuosas

revoluciones» de los últimos tiempos.

Un gran historiador llamó a Fernández de Navarrete «el último

enciclopedista» por su vario y extenso saber. En verdad fue el último

ilustrado del siglo XVIII que sobrevivió en las aguas tormentosas de

la primera mitad del siglo XIX.

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FERNÁNDEZ DE NAVARRETE,

MARINO

José CERVERA PERY

Director de la Revista de Historia Naval

En la vida de Martín Fernández de Navarrete hay un claro y alec

cionador ejemplo de un hombre dedicado a la insigne misión de ser

vir a la patria desde el honroso oficio del marino de la Real Armada,

pero su vinculación a la historia, la dimensión de su cultura y profun

didad de pensamiento hace que este compromiso con las armas no se

realice de una forma simplemente ordenancista, rutinaria o anodina,

sino con toda la entrega que implica su ejercicio continuado en

simbiótica simultaneidad con el quehacer de la pluma y la impronta

de su erudición, no sólo en los momentos duros y gloriosos de la gue

rra caliente, sino también en los períodos en que la paz permite el

balance oscuro y a veces ignorado de la superación en el esfuerzo, de

aquí que a los ciento cincuenta años de su fallecimiento, la personali

dad de Fernández de Navarrete siga irradiando una influencia directa

en el talante y gestión de los marinos ilustrados.

A Fernández de Navarrete se le ha contemplado desde muy di

versas perspectivas, pero siempre enfocado a su trayectoria de histo

riador, erudito, literato o polígrafo, dejando en un plano secundario

no pocas veces, su condición de marino, con olvido que es desde este

noble oficio donde se proyecta a sus tareas culturales, y a fe que en su

hoja de servicios profesionales pueden encontrarse situaciones más

que convincentes que avalan tal condición, pues se encuentra inmer

so en todos los eventos bélicos navales más importantes de los últi

mos veinte años del siglo XVIII. Primero a las órdenes de Luis de

Córdoba, después a las de Mazarredo, más tarde bajo la dirección de

Ciscar y por último con Lángara que le distinguiría con su afecto y

protección hasta el extremo de nombrarlo su secretario durante su

permanencia como Ministro de Marina. Pero no adelantemos aconte

cimientos.

Mazarredo, Ciscar, Lángara; prototipos de marinos ilustrados en

una trascendente nómina de personalidades del siglo de las luces. No

es por tanto extraño que Fernández de Navarrete, que ya había inicia

do en su primera juventud su vocación literaria publicando dos cartas

en el periódico madrileño «El Censor» y un elogio postumo a la muerte

del Conde de Peñaflorida, siguiese aguas de sus esclarecidos maes

tros. Porque en el marino ilustrado su gestión se define en una exce

lente obra de artesanía científica o cultural compatible -y en algunos

casos consecuencia- de la misión profesional que tienen encomenda-

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da, manteniéndose una armonía equilibrada con cada individuo situa

do en el lugar que le corresponde, perfectamente encajado y prepara

do adecuadamente para cumplir su fin. Así, las críticas que formulan

a los propios soportes básicos de la Marina, no plantean su desvincu

lación o su abandono, sino que por el contrario buscan fórmulas de

mejoría y saneamiento que ellos mismos captan y conciben, incluso

si es preciso, incorporando los elementos necesarios de novedad que

hagan posible su asentamiento. Y es lógico que aunque constaten sus

defectos, no podrán concebir una marina marginada o secundaria en

sus planteamientos, y por eso anhelan la recuperación de su papel

esencial. Cierto que en muchos casos pretenden corregir zahiriendo o

fustigando alzándose contra lo anodino y lo mediocre, pero ello no

será más que la expresión sin reparo de su amor a la Institución.

Los marinos ilustrados estructuran sus propios esquemas que ha

brán más tarde de desarrollar en tareas de revisión y reorganización,

depurando, agilizando, sustituyendo, revitalizando..., estableciendo

desde causa a efectos una escala de valores en los que descansan los

resultados y consecuencias de la revitalización, porque estos marinos

-y esto parece incuestionable- tenían una visión panorámica muy

globalizada de los problemas nacionales, lo que implicaba un objeti

vo de fusión y coherencia de las diversas partes del todo, porque como

ha escrito el ilustre Palacio Attard, «hasta los más acérrimos defenso

res del tradicionalismo no desdeñaron nunca el progreso material y

las ventajas introducidas en el siglo por los adelantos de la técnica yla ciencia Europea».

El marino ilustrado y -Fernández de Navarrete lo es «cum lau

de»-, posee ante nada espíritu de misión, tal vez conciencia de su des

tino histórico, y aunque parezca contradictorio, no es político, en el

sentido que habrán de serlo muchos de sus legatarios del siglo XIX.

No hacen política, ya que en ella no se puede ir de espontáneo sino

que es preciso poseer una formación profunda y sacarle un buen uso.

Nuestros marinos la tienen pero no la aplican. Les basta con moverse

en el ambiente militar, sin desdeñar por ello su formación intelectual

y científica de la que en su momento habrán de dar cumplida prueba.

Hay además un sentimiento que enraiza estos hombres en profundi

dad como notas distintivas de una preocupación común. Les duele

España y con España les duele la Marina que es medio esencial para

su engrandecimiento. Lo saben y lo asumen desde una actitud perso

nal en la que prima un raro sentido de búsqueda de perfección corpo

rativa. Tal vez influya en sus líneas de conducta las frases de

Campomanes de que «una nación vigilante y despierta, cuyo pueblo

esté instruido y ocupado en las artes de la guerra y la paz, mientras

permanezca unido a tales máximas, no tiene que recelar de sus enemigos».

El escritor militar'o marino, está inmerso en el ambiente litera

rio de su tiempo y es influenciado por él. Por ello sus ideas y formas

de expresión estarán atemperadas a sus formas y modos dominantes.

IX

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Ideas que siempre requieren ser confirmadas con una actuación en

experiencia, ya sea práctica o teórica, condiciones que concurren ple

namente en la fecunda tarea investigadora y esclarecedora de Fernández

de Navarrete, en aquellos trabajos de largísimos títulos y enjundiosa

gramática que conforman su trayectoria intelectual, y al que puede

aplicársele las cualidades del escritor militar que Baltasar Gracián

señalaba: «sutileza en el pensar, elegancia en el decir, artificio en el

descubrir y profundidad en el declarar». El lenguaje directo de Don

Martín, a tono, muchas veces con el laconismo de una orden de ope

raciones, la metódica exposición y la claridad, son características de

su estilo, un estilo «quintaesenciado» de rasgos inconfundibles.

De aquí que para el análisis de la trayectoria profesional de

Fernández de Navarrete, no sea preciso acudir a la hipérbole o a la

retórica. Para que haya retórica en una semblanza es preciso que haya

énfasis en el modelo, y Fernández de Navarrete es todo lo contrario al

énfasis. El seguimiento de su hoja de servicios como miembro de la

Real Armada, pide una prosa sencilla y sin retruécanos; su conducta

disciplinada y consecuente rechaza las palabras hiperbolizadas y ex

cluye cualquier signo de adulación.

Sigamos con el Fernández de Navarrete marino y sus actuacio

nes en el marco de lo profesional. Cuando sienta plaza en Ferrol como

guardiamarina en la Real Compañía de aquel departamento, aún reina

Carlos III y se mantienen los vestigios de una marina fuerte y presti

giosa. En el año siguiente se embarca en el navio San Pablo de la

escuadra de Luis de Córdoba realizando la campaña del Canal de la

Mancha. Tiene sólo 16 años pero el alma templada en la rudeza de la

vida a bordo. Son años de lucha contra Inglaterra, de la reconquista

de Menorca por el Duque de Crillón al frente de una expedición de

12.000 hombres y del cerco y ataque a Gibraltar, con aquellas bate

rías flotantes del francés D'Arcon de las que se pensaban podían ren

dir la plaza y de las lanchas cañoneras de Barceló, que surgieron un

mayor efecto, aunque de nuevo la escuadra inglesa pudo abastecer la

ciudad. En esta importante acción tomó parte Fernández de Navarrete

como Guardiamarina en unión de su íntimo amigo y compañero de

graduación Vargas Ponce, otro de los marinos, escritores e investiga

dores de alcurnia que está pidiendo también a gritos una revisión de

su vida y su obra y un justo homenaje a una y otra.

A comienzos de 1783 se firmó la paz con Inglaterra en el Trata

do de Versalles y Fernández de Navarrete ya ascendido a alférez de

fragata disfrutó de una licencia en Vascongadas para reponer su que

brantada salud. Pero en 1784 ya está de nuevo a bordo de la fragata

«Santa Catalina» con la que realizó varios cruceros de curso por el

Mediterráneo y una misión diplomática en Argel a las órdenes de

Mazarredo. La política de Carlos III y sus ministros se orientaba a

aminorar las piraterías de marroquíes y berberiscos, contrarrestados

por otra parte por las acciones de la flota española que suponía un

constante y notorio peligro para las costas norteafricanas. La expedi-

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Page 20: MARTÍNFERNANDEZDE NAVARRETE EL … · sonrisa de viejecito bueno y sabio». ... que sorbe rapé y toma chocolate, ... habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

ción y ataque de Barceló en julio de 1874 puso en evidencia las difi

cultades para el entendimiento aunque finalmente y aún en tiempos

de Carlos III, se llegó al mismo.

En 1786 Navarrete fue nombrado ayudante de la Compañía de

Guardiamarinas de Cartagena, completando su formación científica

bajo la dirección de D. Gabriel Ciscar, intensificando sus estudios en

las matemáticas superiores, la astronomía, la navegación y el arte na

val, lo que no le impidió colaborar en el Semanario Literario de

Cartagena donde publicó artículos y poesías. Desde su nombramiento

como teniente de fragata recibió el encargo de investigar sobre la Marina

Española comenzando por la biblioteca recién creada por el Ministro

Valdés en la isla de León, así como extendiendo sus investigaciones a

la Biblioteca Nacional de Madrid y otras de la corte y diversos mo

nasterios así como archivos particulares, pero no es éste el aspecto

que tratamos en esta comunicación.

Hay un paréntesis hasta 1793 en que Don Martín permanece ajeno

a las cubiertas de los buques y al fulgor de los combates. Son años en

que consagrado a su labor de investigación históricas se le admite

como socio de número en la Sociedad Económica de Amigos del País

de Madrid, y los de su ingreso en la Real Academia de la Lengua y la

de Nobles Artes de San Fernando. El almirante Martínez Valverde

que ha trazado con excelente capacidad de síntesis su biografía en la

Enciclopedia del Mar, dice que «las corporaciones científicas y lite

rarias se disputaban tenerlo entre sus miembros». En su discurso de

ingreso en la Academia de la Lengua trató sobre la formación y pro

greso del idioma castellano y sobre la necesidad que tienen la orato

ria y la poesía del conocimiento de las voces técnicas y facultativas.

Con ello no perdía de vista el lenguaje y los modismos marineros de

los que llegaría a ser un consumado intérprete.

En 1793 se declara la guerra entre España y Francia a conse

cuencia de los excesos de la Revolución que culminan con la ejecu1

ción de Luis XVI (primo de nuestro Carlos IV) en la guillotina. Du

rante buena parte del siglo, los pactos de familia han convertido a

España y Francia en aliadas de su lucha tradicional y secular contra

Inglaterra, pero ahora se quiebra esta alianza, aunque más tarde de

nuevo volverá a concertarse, nada menos que con los mismos revolu

cionarios a los que ahora se combate. Pero la guerra de 1793, tiene

sobre todo el aspecto de cruzada antirrevolucionaria contra los exce

sos de la Convención y comienza bien para nuestras armas. La cam

paña de ese año es favorable para los generales Ricardos y Caro, que

repasaban con éxito la frontera oriental y occidental de los Pirineos,

pero en la de 1794 las circunstancias varían y van cayendo en manos

francesas Figueras, Puig Cerda, Irún, San Sebastián, Bilbao y Vitoria,

llegando a cruzar los franceses el Puente de Miranda de Ebro. Fernández

de Navarrete había pedido al Rey volver al servicio activo de las ar

mas, pero se le dijo en principio que continuase al cuidado de las

letras en las que cumplidamente se desenvolvía. Una mayor insisten-

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cia por su parte le valió su vuelta a bordo de la fragata «Santa Catali

na», transbordando más tarde al navio «Concepción» perteneciente a

la escuadra del general Lángara, su amigo y protector. Lángara reunió

bajo su mando los barcos que traía Gravina desde Ferrol para reforzar

a la del océano empleada en las operaciones del Rosellón y en el so

corro a los realistas franceses de Tolón en el que también participa la

flota inglesa del almirante Hood. En el encarnizado duelo artillero

entre lanchas cañoneras y buques ingleses y españoles contra las ba

terías en tierra del ejército de la Convención, destaca la pericia de un

joven oficial de artillería, Napoleón Bonaparte y el navio español «San

Juan Nepomuceno» conoció de sus impactos en la defensa de la plaza,

arsenal y puerto de Tolón contra los ataques de las fuerzas revolucio

narias los aliados realizaron audaces salidas, distinguiéndose en todo

las fuerzas de Marina, pues marineros y artilleros de la escuadra de

Lángara son los que clavan las piezas, destruyen las cureñas e inutili

zan las municiones de los republicanos. La situación sin embargo se

hará crítica para los aliados al haber conseguido los convencionales

siguiendo los inteligentes planes de Napoleón, llevar sus baterías para

batir los fondeaderos de la escuadra aliada, de tal modo que su per

manencia en ellas, siendo la base de su fuerza embarcada, se hacía

del todo punto imposible. Pero Gravina que se resistía a abandonar el

Tolón, propone valientemente un contraataque mandado personalmente

por él mismo y herido como estaba, amarrado a la silla de su caballo.

De todas las vicisitudes de esta campaña y del reembarque alia

do, dará cuenta Fernández de Navarrete, comisionado para tal efecto,

en la Corte de San Ildefonso y ascendido a capitán de fragata, es nom

brado ayudante primero de la escuadra y secretario de su Comandan

cia General. En tan importantes puestos toma parte en marzo de 1794

en el bloqueo de la escuadra francesa en el puerto de Rosas, ascen

diendo a capitán de navio por los méritos contraídos en tal campaña,

en las que tanto destacó la estrategia naval de Federico Gravina.

Otro nuevo buque, el «Reina Luisa», es el habitáculo de Fernández

de Navarrete que en su trayectoria profesional continúa la campaña

ante las costas de Cataluña, evitando que los franceses puedan refor

zar su ejército y al ser nombrado Lángara capitán general del Depar

tamento de Cádiz, lo incorpora de inmediato a su secretaría. En Cádiz

conocen las noticias de la firma de la Paz de Basilea, que tanto refor

zó la posición de Godoy y en Cádiz saben también de la declaración

de guerra a Inglaterra, que aunque aliada con España en la lucha

contra la Convención, seguía mostrando su hostilidad hacia la nave

gación y posesiones españolas en Américas. Es interesante consignar

que España empezó esta guerra con un despliegue general de fuerzas

en todos los teatros de operaciones, utilizando para ello las capacida

des de sus más distinguidos marinos. Álava fue a Filipinas con supequeña escuadra; Solano, Marqués del Socorro estaba en el Golfo de

Méjico; Aristizabal en las Antillas; en América Central entre Cartagena

y Trinidad patrullaba la escuadra de Sebastián Ruiz de Apodaca, Lán-

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Page 22: MARTÍNFERNANDEZDE NAVARRETE EL … · sonrisa de viejecito bueno y sabio». ... que sorbe rapé y toma chocolate, ... habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

gara volvía a mandar la escuadra del océano y Morales la del Medite

rráneo, mientras que navios sueltos y embarcaciones menores ocupa

ban puntos concretos como Montevideo, Guayaquil y San Blas. En

total se armaron casi 150 buques, un tercio de los cuales fueron na

vios de línea y otros tantos fragatas. El esfuerzo es impresionante.

Hay que reconocerlo y no tiene paralelo en la historia de España.

De esta campaña es el famoso combate del cabo de San Vicente

(14 de febrero de 1797) y la pérdida de Trinidad 5 días más tarde, en

la que no salen bien paradas las fuerzas navales españolas, pero Lán

gara es Ministro de Marina desde finales de 1796 y Fernández de

Navarrete sigue con él como ayudante y en la plaza de oficial tercero

de la Secretaría, donde presta también su colaboración a los planes

que se proyectan de reforma y reorganización de la Aranda. Lángara

será quien recogerá las ideas de Valdés y Malaespina, de crear un

depósito hidrográfico, precisamente en ese año de 1797 y Espinosa,

Bauza, Fernández de Navarrete y otros hombres de reconocida com

petencia se encargan de la dirección de este establecimiento de carác

ter científico pero de connotaciones prácticas inmediatas.

La Paz de Amiens en 1802 coge ya a Fernández de Navarrete

entre sus legajos y manuscritos, y toda la variopinta cartacoteca del

Depósito Hidrográfico. Ya en 1800 ha sido admitido como Académi

co de la Historia versando su discurso de ingreso sobre el arte de na

vegar en España. Precisamente en la Real Academia de la Historia,

última de las tres academias oficiales de la época en la que ingresa,

es donde tiene una actuación más brillante y destacada -y seguramen

te se nos hablará con mayor autoridad de ello a lo largo de este ciclo-

, siendo director desde 1825 hasta 1844, año de su muerte. No vamos

a traer aquí los copiosísimos frutos de su obra como historiador, por

que seguimos situados en su trayectoria como marino.

Y dentro de ella, en las vísperas de la invasión francesa, fue

nombrado ministro contador fiscal del Supremo Tribunal del Almi

rantazgo, creado en ese año por Godoy y del que era obra predilec

ta. Los sucesos del 2 de mayo madrileño le cogieron desempeñan

do tal destino, pero se negó a presentar juramento al rey intruso,

que no obstante a instancia de Mazarredo -afrancesado para bien

de España, (y de esto habría mucho que hablar)- intentó atraerlo a

su causa nombrándolo Consejero de Estado e Intendente de Mari

na, cargos que naturalmente no aceptó, justificando su negativa al

juramento con estas hermosas frases: «En estas circunstancias todo

lo que puede exigirse de mí es que sea un ciudadano pacífico, y

bajo estas consideraciones renuncio a todos los empleos que pue

dan forzarme a ir contra estos principios de honor, de patriotismo y

de sana moral».

A fines de 1812 logró escapar de Madrid, después de sufrir toda

serie de ingratitudes y vejaciones y presentado en Sevilla y Cádiz, sus

Juntas le encomendaron diferentes trabajos históricos, y en 1814 ex

pulsados ya los franceses, vuelve a Madrid, siendo el encargado por

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la Real Academia Española de la redacción del mensaje de felicitación

elevado al regreso de Fernando VII.

En el sexenio absolutista que va desde la vuelta de Valencay al

alzamiento de Riego, y en el trienio constitucional, Fernández de

Navarrete está de lleno consagrado a sus tareas de investigación his

tórica y literaria, pero al revocarse en 1823 el régimen liberal y tener

que emigrar el director del Depósito Hidrográfico Felipe Bauza, per

seguido por la reacción, para dar a aquel organismo un carácter apolí

tico y que siguiera desempeñando su importante labor, fue nombrado

director Fernández de Navarrete que había sido uno de sus fundado

res como es sabido. Aceptó el cargo significando que quería hacerlo

con carácter interino, esperando que calmadas las aguas de la situa

ción política pudiera volver Bauza a ocuparlo y sólo lo aceptó en pro

piedad una vez que Bauza falleció en Londres. Ya el Depósito

Hidrográfico va a ser el soporte de sus últimos pasos profesionales,

pero íntimamente ligado a los demás trabajos de su copiosa produc

ción. Con su salud seriamente quebrantada acudía diariamente al De

pósito Hidrográfico, pues incansable en su actitud solía repetir que

«el hombre ha nacido para el trabajo y no pudiendo trabajar debe morir».

Y la muerte le sorprendió, con las alforjas totalmente llenas y la pará

bola evangélica de los talentos, ampliamente superada. Del legado de

su obra y el espíritu constructivo sobre la que se cimienta nos habla

rán los siguientes ilustres conferenciantes.

De cómo trabajó en la historia de los descubrimientos, posible

mente su obra fundamental, de cómo esa colección de viajes que hi

cieron los españoles desde fines del siglo XV, constituye unos de los

tesoros más estimables de este Museo Naval, y cuál fue su auténtica y

valiosa aportación a la Real Academia de la Historia que con tanto

acierto dirigió. Toda esta materia programada en este ciclo, os llevará

al conocimiento de su auténtica figura en conferencias, a buen segu

ro, de mucha mayor altura que la que ahora habéis tenido la amabili

dad de escucharme. A mí sólo me queda para terminar, recordar la

frase de Jean Sarraiel de que «gracias al esfuerzo gigantesco de un

puñado de hombres ilustrados y resueltos, que con todas las fuerzas

de su espíritu y todo el impulso de su corazón, quisieron dar prospe

ridad y dicha, cultura y dignidad a su patria, ésta conoció de días

esplendorosos». A esta generación de escogidos, perteneció el mari

no Fernández de Navarrete.

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FERNÁNDEZ DE NAVARRETE Y

LA HISTORIA DE LOS

DESCUBRIMIENTOS

Carlos SECO SERRANO

De la Real Academia de la Historia

Si yo hubiera de definir en dos trazos la fascinante personalidad

de Fernández de Navarrete aludiría, en primer lugar, a su mesura ideo

lógica - la «mesura» castellana es el mejor equivalente del «seny»

catalán: es la virtud del equilibrio, de la ecuanimidad; el polo opues

to al arrebato, a la «rauxa».- Por otra parte, subrayaría su esencial

vertiente intelectual: Navarrete encarna, por encima de todo, la ima

gen del sabio. Su mesura es una réplica a los trágicos desgarramientos

con que se inicia nuestro siglo XIX; su dedicación a la ciencia le libe

ra de una inmersión personal en la lucha entre hermanos.

Nacido en los primeros años del gobierno de Carlos III, él es el

benjamín de aquella extraordinaria generación ilustrada que culmina

en la última década del gran reinado, y que quedará ofuscada, como

en reserva expectante, al iniciarse el de Carlos IV simultáneamente

con el estallido de la gran Revolución en Francia. Como Jovellanos,

Don Martín supera en su comportamiento y en su obra la antítesis

reacción-revolución que iba a caracterizar el trágico despliegue de

nuestra época contemporánea. Sin renunciar a sus ideales -la libera

ción del hombre por la cultura- Martín Fernández de Navarrete se

desmarca, luego, del núcleo afrancesado -ciego ante la realidad ocul

ta tras el presunto «redentorismo» que enmascara la ambición de

Bonaparte-. Sumido en su labor intelectual rehuye, años después,

implicarse en el retroceso reaccionario que siguió a la guerra de la

Independencia. Y poco más tarde atravesaría el «trienio» en circuns

tancias semejantes -colaboración sin identificación-. Su liberalismo

tenía ante todo un sentido moral que se avenía tan mal con los exce

sos revolucionarios como con el inmovilismo de la pura reacción. Su

consideración universal -tanto en el plano de los hombres de ciencia

como en el de los artífices de una España nueva, a partir de 1834-

corona adecuadamente, al final de sus días, una trayectoria vital que

sólo cabe calificar de modélica.

De ilustre familia riojana, que había dado ya nombres relevan

tes a la historia patria -conviene al menos recordar el de Don Pedro,

Almirante General de la Armada del mar Océano-, Don Martín nace

en la villa de Ábalos -solar de su linaje- en la noche del 8 al 9 dediciembre de 1765. La nobleza le llega tanto por línea paterna como

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por la materna: si su padre, D. Francisco Antonio, era caballero de

Calatrava, el hermano de su madre, Pedro Antonio Jiménez de Tejada,

fue maestre de la Soberana Orden de Malta; y él mismo quedaría vin

culado a ésta, cuando apenas tenía tres años, en calidad de paje de su

ilustre tío. A los doce años figuraba ya como caballero de Justicia de

la misma Orden, lo que parecía predestinarle, de haber seguido esta

senda, al celibato.

Un año antes -en 1776- había ingresado D. Martín en el Real

Seminario de Vergara, que, por cierto, había sido fundado -parece un

símbolo- en 1765, fecha de su nacimiento. Es bien conocido lo que

significó, como plataforma de cultura moderna y cosmopolita, este

centro, verdadero exponente de los ideales ilustrados carlotercistas;

y cuanto hizo, desde su fundación, para poner en contacto a sus alum

nos con la ciencia pura, tal como se cultivaba en los enclaves univer

sitarios más avanzados de Europa. Navarrete mantuvo siempre un afecto

y gratitud bien justificados a sus maestros del Seminario; entre los

que es preciso destacar a Lorenzo de Beniatúa Iriarte, sobrino del

célebre fabulista: sería éste uno de los primeros enlaces de Don Mar

tín con la élite ilustrada de la Corte. Por lo demás, él mismo daría

lustre al Seminario como su alumno más brillante.

Precisamente el hecho de que en 1779 -a sus catorce años- obtu

viera el Premio Extraordinario en las Juntas celebradas por la Real

Sociedad Vascongada de Amigos del País en el mes de julio, decidió

a sus padres a destinarle a la áspera, pero selectísima, carrera de ma

rino: su aprovechamiento en Ciencias Exactas y experimentales era

el mejor bagaje para introducirle en uno de los círculos profesionales

más exigentes y rigurosos en cuanto a la formación requerida a sus

seguidores. Guardia marina en el departamento del Ferrol, en 1780,

su jefe más inmediato -como teniente de la Real Compañía- se llama

Francisco de Paula Jovellanos: es hermano del ilustre D. Gaspar. Con

cluido el primer Curso -que incluye la formación en pilotaje o nave

gación y la maniobra naval-, Don Martín se embarca en el navio San

Pablo, que manda el capitán Luis Muñoz.

Oportunidad insospechada: sus primeras prácticas en el mar co

inciden con la guerra contra los ingleses -segunda aplicación del Ter

cer Pacto de Familia-. La campaña naval, desarrollada en el Medite

rráneo y en torno a Gibraltar es como la fachada europea de la guerra

de Ultramar, la que propicia la emancipación de los futuros Estados

Unidos. Pero no voy a detenerme en la primera experiencia bélica del

joven riojano, ya que a esta importante faceta de su biografía se ha

referido ya, en el presente ciclo de conferencias, y con su reconocida

competencia, mi admirado amigo José Cervera Pery: sólo diré que la

guerra naval, como sus campañas literarias y científicas, nos mues

tran a un Navarrete con el mismo espíritu de eficaz entusiasmo -en

este caso, estimulado por limpio patriotismo- que es característica de

D. Martín en todos sus caminos. Cuando la guerra prácticamente ha

terminado, es promovido a alférez de fragata, a finales de 1782 -casi

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un niño: frisa los diecisiete años de edad-. En enero de 1783 se firma la

paz de Versalles.

Se abre entonces para él un paréntesis en la Corte, que le vincu

lará definitivamente a los círculos intelectuales con los que ya ha to

mado contacto a través de su maestro Iriarte. Se vivía por entonces en

Madrid una polémica literaria entre la tradición barroca y el

neoclasicismo. D. Martín se suma desde luego a este segundo frente;

y se hace notar por su travieso panfleto contra García de la Huerta,

brillante epígono de los grandes dramaturgos del siglo XVII. Cuando

el alférez de fragata es destinado al departamento de Cartagena, en

enero de 1784, no se rompen sus vínculos con los ilustrados de esta

espuma intelectual carlotercista: colabora en El Censor y en El Me

morial Literario; y publica por entonces su Elogio postumo del Conde

de Peñaflorida, verdadera proclama ilustrada, en la que «las luces» y

la filosofía se contraponen al «fanatismo» y la superstición; y se exal

ta al «ciudadano útil» frente al guerrero destructor de Imperios. «En

los triunfos del guerrero -afirma Don Martín, en un texto que transpa-

renta lecturas de Voltaire- gime la Humanidad oprimida por los hom

bres; en los del ciudadano sólo debe gemir la envidia después que

queda asegurada la felicidad del ciudadano. Por esto... la memoria de

nuestro director (Peñaflorida) nos debe ser más apreciable y clara que

la de Alejandro y Carlos XII...».

Pero estas gratas expansiones literarias no entorpecen el cami

no de su dedicación profesional y de su formación técnica. El memo

rable curso de Estudios Sublimes que en Cartagena dirige Gabriel Ciscar,

y que Navarrete sigue con otros trece oficiales, es el espaldarazo de

su carrera: sólo ocho oficiales llegarán al final, en febrero de 1789.

Fernández de Navarrete pronuncia entonces una brillante disertación

sobre Astronomía física: pero el esfuerzo ha sido tal, que la salud del

joven marino se resiente: y ha de intercalar un paréntesis de descanso

en su hogar riojano.

En octubre de este mismo año 1789 -crucial en la historia del

mundo- Don Martín recibe el encargo que marcará definitivamente su

porvenir. Por R.O. del día 15 se le comisiona para recorrer los archi

vos de Sevilla, Simancas y El Escorial: debe allegar materiales docu

mentales a fin de formar una biblioteca de la Ciencia Naval, bajo la

dirección del capitán de fragata José Mendoza y Ríos. Del ilustrado

juvenil e ingenioso, del marino abnegado y valiente iba a surgir la

figura del sabio investigador: la figura que nos representa la imagina

ción siempre que pensamos en Martín Fernández de Navarrete. A esta

época -primeros años del reinado de Carlos IV- corresponde la ci

mentación de su prestigio científico, que le valdrá el remoquete cari

ñoso de «Merlín de los papeles» y le abrirá las puertas de las Acade

mias.

Pero hay un acontecimiento que desde Francia afecta ya a toda

Europa: la Revolución ha llegado a su extremo; en enero de 1793 ha

sido decapitado Luis XVI. España -esta vez del brazo de Inglaterra-

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rompe la casi secular alianza con Francia, roto el Pacto de Familia de

manera tan cruenta. El Terror alimentado por Marat y Robespierre

provoca en D. Martín una honda reacción; difícilmente puede recono

cer en el desorden revolucionario la consecuencia de unas ideas en

las que su propio ser intelectual se ha formado. Pero esa reacción no

supone rechazo a las convicciones liberales que son ya inseparables

de su entidad moral. Pudo decir, como Jovellanos: «¿Porque ellos sean

frenéticos seremos nosotros estúpidos?». Sin renunciar, pues, al espí

ritu de la Ilustración -que cree traicionado por el Terror-, su forma

ción histórica, ahora respaldada por la erudición más exigente, des

pierta en él una saludable desconfianza respecto a los filósofos que

abominaron de la «barbarie» pretérita tratando de cimentar en entelequias

racionalistas la bienaventuranza terrena futura, y logrando sólo con

sus doctrinas provocar un retroceso de la humanidad hacia el salva

jismo más sanguinario. «¿Será comparable Hernán Cortés con

Robespierre, Pizarro con Marat? ¿Quiénes serán en ese paralelo los

monstruos sedientos de oro y sangre...?», escribirá años adelante, en

el prólogo a su obra magna.

Pero no se trata sólo de una reacción intelectual: como marino,

le llama ante todo el deber de servir en la guerra. Aunque reacio al

principio a sus instancias, el ministro Valdés acaba cediendo a ellas:

el 16 de junio, Navarrete embarca en la isla del León, en la fragata

Santa Sabina, para pasar luego al navio Concepción, mandado por el

brigadier Santisteban, y que forma parte de la gran escuadra del te

niente general Lángara. Por las mismas razones que antes aduje, no

voy a prestar atención a esta nueva experiencia bélica de Don Martín,

en la que su papel es siempre eficaz y destacado, según refleja su

rápida promoción escalafonal: el 15 de septiembre de 1794 es capitán

de fragata; al terminar la guerra, capitán de navio.

En todo caso, la paz de Basilea, firmada en 1795, sólo supone

un breve paréntesis de tregua, seguido muy de cerca por el tratado de

San Ildefonso con la República francesa y por una nueva ruptura con

Inglaterra; se reanuda la política de los Pactos de Familia, pero en

forma equívoca -porque se trata ahora de una «alianza contra natura»

entre la Monarquía más tradicional de Europa y la República regicida,

aunque ésta haya entrado en la fase transaccionista del Directorio, ya

cerrada la etapa del Terror-. Sólo en la primera fase de esta guerra

participa Don Martín: un crucero por el Mediterráneo en persecución

de la escuadra británica. Pero cuando, el 20 de diciembre de 1796, las

naves españolas retornan a Cartagena, Fernández de Navarrete, sin

sospecharlo, está poniendo fin a sus actividades profesionales como

marino. Lángara ha sido nombrado ministro; y se lleva con él al joven

capitán de navio, de cuyos valiosos servicios no quiere prescindir.

Los diez años que siguen van a ser, para nuestro héroe, de fun

ción estrictamente burocrática: primero, como secretario particular

del ministro Lángara: oficial tercero segundo, y oficial tercero prime

ro, en el Ministerio; con un trabajo servido a la perfección, y que él

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alterna con la tarea investigadora, nuevamente emprendida en los ar

chivos de Madrid y en el de El Escorial. Su asentamiento en la Corte

será ya definitivo, en el hogar que acaba de fundar al contraer matri

monio con la dama murciana Manuela de Paz y Gaitero, «infanzona,

modesta y señora», tal como la define Válgoma; «señora apreciable

por sus talentos e inestimables cualidades, que hicieron el encanto de

la vida de su esposo y fueron reconocidas por cuantos la trataron»,

según el testimonio de su nieto Don Francisco.

Ni siquiera afecta a esta feliz estabilidad de Don Martín el cese

de Lángara en el Ministerio; el nuevo ministro, Antonio Cornel, sólo

acepta el cargo porque sabe que en él contará con auxiliares tan va

liosos como Navarrete. El cual es, a principios de 1803, oficial mayor

de la Secretaría de Marina. Cuatro años después, cuando Godoy es

creado almirante y procede a organizar el Supremo Tribunal del Al

mirantazgo, Don Martín es designado contador fiscal del nuevo orga

nismo. En esta sobresaliente posición le sorprenderán los aconteci

mientos de la primavera de 1808.

La tremenda conmoción iniciada en mayo es, como sabemos muy

bien, la réplica nacional a la invasión francesa. «Los españoles, en

masa, se comportaron como un hombre de honor», reconocería Napoleón,

evocando aquellos días, ya en su confiamiento de Santa Elena. Pero

esa coyuntura patriótica implicaba una crisis interna, que traía en su

seno la semilla de la guerra civil, en el plano de las minorías selectas.

Un sector social -el de los afrancesados políticos- creyó, de buena fe,

en la ficción bonapartista: el legalismo de las abdicaciones de Bayona,

como simple cambio de dinastía que iba a abrir el país a su definitiva

regeneración, entroncando con la dorada época ilustrada que había

sido colapsada tras los acontecimientos de 1793. Pero junto a estos

«afrancesados políticos» se alzaban los «afrancesados ideológicos»,los

liberales, que, precisamente porque se identificaban con el credo de

la Revolución, no podían aceptar la sumisión a Francia: la pérdida de

la libertad nacional, tan sagrada para ellos como la libertad política.

El despótico imperio bonapartista suscitaba en los liberales un recha

zo a muerte.

Por su formación, por su vinculación intelectual, Navarrete po

día haberse incluido en el primer sector -el de los afrancesados-, en el

que formaban todos sus amigos, empezando por el almirante Mazarredo.

Pero su actitud coincidió con la de Jovellanos, reacio a dejarse enga

ñar. Su situación le retiene en Madrid; pero se niega a aceptar cargo

alguno bajo la administración afrancesada. Cuando el nuevo ministro

de Marina, Mazarredo, le requiere para que preste juramento a José

Bonaparte, Don Martín contesta: «Repugna a mi conciencia y al dere

cho natural contribuir a la muerte de mis padres, hermanos, parientes

y, en fin, al de toda mi nación, ligándome a una causa que ésta resiste

con las armas en la mano. En tales circunstancias todo lo que se pue

de exigir de mí es que sea un ciudadano pacífico, y bajo estas consi

deraciones renuncio a todos los empleos que pueden forzarme a ir

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contra estos principios de honor, de patriotismo y de sana moral». Ob

sérvese que Don Martín no se suma a los unos ni a los otros; se reduce

a ser un «ciudadano pacífico». Utilizando una terminología de nuestro

tiempo, podríamos decir que Navarrete, sin ser un colaboracionista,

dista mucho de ser un miembro de la resistencia. Sin duda, porque ve

en la contienda lo que tiene de guerra civil: no quiere contribuir a la

muerte de los suyos; ni en un campo ni en otro. Pese a las repetidas

instancias de Mazarredo, se niega a aceptar las dignidades de conseje

ro de Estado y de intendente de Marina. Únicamente se aviene a «echaruna mano» y durante un solo curso, en los Reales Estudios de San Isi

dro.

Hay que convenir en que, por otra parte, le hubiera sido muy

difícil escapar de Madrid después del 2 de Mayo; y que, liberada la

capital después de Bailen, no tardó en caer bajo la segunda invasión

francesa, llevada a cabo ahora sin disimulos legalistas: como acción

de conquista. De hecho, hasta la segunda liberación, en 1812, no aban

dona Don Martín la capital. «Fue la primera proposición que tuve»,

subrayaría luego en su nota autobiográfica.

No se libró, en todo caso, de un expediente de depuración, largo

y enojoso, al regreso de Fernando VII. Se resolvió favorablemente,

pero el rey aceptó su renuncia al cargo de consejero del Almirantaz

go. Don Martín optó por eludir posibles persecuciones de quienes,

simplemente, le envidiaban y querían aprovechar la coyuntura para

hundirle: caso prototípico de las guerras civiles. Y buscó el olvido en

su amado retiro familiar de Ávalos. Pero era demasiado notoria suvalía como para tolerar este voluntario eclipse. Su designación de se

cretario de la Real Academia de San Fernando - en mayo de 1815- le

crearía un nuevo y grato vínculo con la Corte.

En adelante, sólo este tipo de afanes y distinciones -puramente

intelectuales y académicas- le sacan a la luz en medio de las turbu

lencias políticas. Durante el trienio liberal se le reclama en las Cortes

para el desempeño de la Comisión de Marina; pero no utiliza su posi

ción más que en beneficio de la cultura. Don Martín, atenido a una

ecuanimidad auténticamente liberal, rehuye encuadramientos políti

cos porque no logra identificarse con ningún extremismo, él que es

todo comprensión y generosidad. No deja de sorprendernos que nadie

como Fernando VII sepa valorar y definir su perfil ideológico. Cuan

do en 1823 sobreviene la liquidación del famoso trienio -la dura re

presión con que se inicia la llamada «década ominosa»-, uno de los

proscritos que se ven obligados a emigrar es Felipe Bauza, ilustre

director del Depósito Hidrográfico. Vacante aquel puesto, el Ministro

de Marina, Luís de Salazar, no vacila en proponer, para ocuparlo, el

nombre de Don Martín. Fernando VII reacciona con viveza: «¡Navarrete

es liberal!», exclama. Pero al momento rectifica: «Pero es liberal como

deberíamos serlo todos...» Y firma el nombramiento.

En todo caso, a la muerte de Fernando VII, se abre por fin el

camino hacia la libertad. Don Martín aparece entonces, en la última

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fase de su vida, como un punto de referencia para los moderados. Ocu

pa el cargo de consejero de Estado en los primeros días de la Regencia.

Cuando Martínez de la Rosa pone la primera piedra de la nueva era

con su célebre Estatuto, Fernández de Navarrete figura como procer

del Reino en el estamento alto: es significativo que llegue a las Cor

tes de la mano de Martínez de la Rosa, temperamento tan equilibrado

como el suyo, en la coyuntura política en que se quiso, bajo fórmulas

moderadas y eclécticas -con poca fortuna, por supuesto- iniciar a los

españoles en la senda de un templado liberalismo. Pero es que ya, por

entonces, contar con D. Martín es lo mismo que prestigiar a las insti

tuciones. Aprobada la Constitución de 1837, La Rioja le designa como

senador en todas las legislaturas, hasta su muerte: obligado reconoci

miento a sus esfuerzos en pro de la prosperidad de su provincia, des

de la secretaría de la diputación en Corte de la Sociedad Riojana, que

él desempeñó durante más de 20 años.

En la fase final de su vida le absorben, sobre todo -junto a la

elaboración de su obra magna- las actividades académicas: secreta

rio de la de San Fernando hasta 1834; censor, tesorero y por último

director de la de la Historia; bibliotecario de la Española. En el

local ocupado por esta última -en la calle de Valverde- tendría su

residencia hasta su muerte. Si la memorable colección de Viajes se

enmarca en las actividades de Don Martín para la de la Historia, en

la Española a él se debería la elaboración de una nueva Ortografía

-no una edición más, la octava, sino una Ortografía que pudiéra

mos llamar revolucionaria, por cuanto añade y renueva a todas las

anteriores-. Y hay que añadir, sobre todo, su monumental biografía

de Cervantes, que marcó un hito en los estudios sobre el Príncipe

de los Ingenios.

Hasta su muerte -ya al filo de los ochenta años-. D. Martín con

servaría el ritmo de su laboriosidad incansable. Cuando alguien le

aconsejó que se cuidase más y desatendiese un poco sus trabajos múl

tiples, replicó: «El hombre ha nacido para el trabajo, y no pudiendo

trabajar, debe morirse». Don Martín había llegado a convertir en ra

zón y estímulo de su vida este cumplimiento, casi heroico, del deber:

en verdad heroico, pues había de ocasionarle la muerte. «Acudiendo

diariamente al Depósito Hidrográfico -cuenta su nieto D. Francisco-,

sin arredrarle los rigores de las estaciones, contrajo un catarro cróni

co pulmonar que, agravándose de resultas de los primeros fríos de

otoño, le condujo al sepulcro, después de una penosa agonía, el 8 de

octubre de 1844, estando ya en los setenta y nueve años de su vida».

La extensa obra de Martín Fernández de Navarrete refleja ejem

plarmente lo que supuso el movimiento ilustrado, como curiosidad

fructífera y sensibilidad abierta a todos los sectores de la ciencia, del

arte, de la literatura; una curiosidad y una sensibilidad sólo satisfe

chas mediante su inabarcable labor erudita: desde la biografía de

Cervantes al estudio de las Cruzadas, desde la Biblioteca Marítima a

la Colección de los viajes. Pero sin duda es esta última la que ha in-

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mortalizado el nombre de Navarrete, porque fue al mismo tiempo una

culminación y una apertura de caminos.En la famosa Colección voy, pues, a concentrar mi atención, ya

que difícilmente podría hallarse trabajo tan vinculado a la vida de unescritor como lo está la obra a que me refiero con la de D. Martín.Iniciada en 1789, dará su fruto granado treinta y cinco años después,a lo largo de tres fases que responden a su vez a tres sucesivos propó

sitos.La primera -de 1789 a 1795- sigue la consigna dictada por el

ministro Valdés: acarrear toda clase de materiales de archivo con vistas a la creación del Museo y Biblioteca Naval de San Carlos. La segunda llega, con paréntesis, hasta 1808. Vargas Ponce había presen

tado al Ministerio un complicadísimo plan para escribir la historia dela Marina Española; el general José Valera, al informarlo por ordendel Rey, cree oportuno su desglose, limitando la labor de Vargas a laparte militar y política, y encomendando a otros especialistas la his

toria de la ciencia náutica, la de la arquitectura naval, etc. Y a Navarrete,

desde luego, la «coordinación y publicación» de nuestros antiguos viajes

de descubrimiento.

El trabajo dedicado a este propósito no supone para D. Martínrenunciar al primero -el allegamiento de documentación, que le habíapermitido ya reunir un copiosísimo y rico material-. El traumáticoparéntesis abierto en 1808, si bien supone el naufragio del plan deVargas Ponce y de Valera, no impide a Navarrete, liberado por sus

renuncias a cargos y dignidades, continuar su trabajo de archivo, cen

trado ahora en el área madrileña -sobre todo en la Biblioteca de laReal Academia de la Historia, donde se guardaban ya los fondos de lallamada Colección Muñoz-. Aunque el paréntesis a que he aludido no

se cierra con el fin de la guerra, sino que se prolonga a lo largo de laprimera mitad del reinado de Fernando VII, vuelve a reanudarse, en

su tercera y definitiva fase, a partir de 1823, cuando D. Martín esdesignado director del Depósito Hidrográfico. «Habiéndose dignadoel Rey nuestro Señor -nos refiere el propio D. Martín- confiarnos ladirección interina del llamado Depósito Hidrográfico, creímos que

uno de los medios de corresponder a su soberana confianza, y de acreditarle nuestra gratitud, era el de aplicarnos a una tarea en que veíamos enlazados los derechos del trono y la gloria nacionales sobre bases y documentos irrebatibles». En cierto modo se trata, pues, de unhomenaje a Fernando VII; pero, sobre todo, el esfuerzo de D. Martínapunta una réplica, «desde la Historia», al desmoronamiento de lasHispanias de Ultramar: y en este sentido no deja de ser significativo

que los dos primeros tomos de esta magna obra aparezcan en 1825 -lafecha marcada simbólicamente por la batalla de Ayacucho-. Volveré

sobre ello.La aparición de la «Colección de los viajes y descubrimientos

que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV», cuya

publicación se prolongaría en varios tramos -1829, aparición del ter-

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cer volumen; 1837, la del cuarto y quinto-, a lo largo de doce años

áureos para la ciencia española, marca una profunda y fundamental divisoria en la Historia de la historiografía hispanoamericana. Hasta ella,la única base de cuanto se escribía sobre los viajes de descubrimiento^a partir de Colón, lo constituyeron las crónicas. Robertson, por ejemplo, utilizó todas las fuentes conocidas en su tiempo, y su «History ofthe Discovery and Settlement of América» (1777) tuvo, en este sentido, el carácter de un compendio exhaustivo: culminó un ciclo. PeroNavarrete hizo envejecer, de golpe, esta obra, con el cúmulo de documentos desconocidos que los cinco volúmenes de su Colección contenían. Es cierto que ya en 1779 se había proyectado una gran Historiadel Nuevo Mundo que debía realizarse con material de archivos. Peroel colosal esfuerzo de Juan Bautista Muñoz, encargado de llevarla a lapráctica, no pasó del primer tomo de su «Vida del Almirante», queparadójicamente adolece del defecto de carecer de toda clase de documentos y notas justificativas, precisamente porque su autor reservaba

éstas para un segundo volumen, que quedaría sólo a medio concluir, ysin publicar. El acervo documental atesorado por Muñoz en la RealAcademia de la Historia fue, por cierto, una de las bases del trabajo deNavarrete, pero no la única: ya hemos visto cómo trabajó desde 1789en el allegamiento de fuentes documentales; trabajo culminante con elhallazgo, en el archivo del Infantado, de los Diarios del primer y deltercer viajes de Colón, conservados en manuscritos del Padre Las Casas; hallazgo que, por sí sólo, se hubiera bastado a hacer célebre el

nombre de Navarrete, y que antes que nadie pudo utilizar el propioMuñoz: porque el intercambio en los avances y descubrimientos de unoy otro sabio es un caso ejemplar de solidaridad intelectual.

Se comprende la expectación que en todo el mundo científico europeo suscitó la obra de Navarrete. Merece la pena citar a este respec

to, una vez más, el elogio de Humboldt: «Esta obra de Martín Fernández

de Navarrete, emprendida en vastas proporciones y redactada en todassus partes con sana crítica, es uno de los monumentos históricos más

importantes de los tiempos modernos».No le fueron en zaga los extremos encomiásticos del Vizconde de Santarem, que miraba a D. Martín

como su mentor y maestro. Todavía en 1892, el gran año del centenario

-cuarto centenario- colombino, afirmaba Finke que «este monumento

de gigantesca erudición» seguirá siendo siempre «ii.aispensable al historiador». En nuestros días, cuando el ciclo de las grandes series documentales sobre el Descubrimiento -cuyo segundo jalón fue, precisa

mente en 1892, la «Raccolta colombiana» publicada en Italia- ha dado

cima a la monumental «Colección documental del Descubrimiento»,de nuevo se ha rendido homenaje al precedente navarretiano en el excelente prólogo de Ramón Ezquerra y en la gran Introducción de Pérezde Tudela.

Pero es necesario subrayar que la obra de Navarrete, aparte suvalor específico y objetivo, supuso, en los días en que vio la luz, según antes advertíamos, un conmovedor esfuerzo reivindicativo cuan-

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do hacía crisis el Imperio español en América. D. Martín no podía detener el curso de la Historia; pero sí oponer un mentís rotundo a cuantos pretendían amparar y justificar la revolución de allende el Océanocon un falseamiento de la acción española en el Nuevo Continente. Estefondo polémico añade a la obra de D. Martín una virtud de la que care

cía la gran «Historia del Almirante» iniciada por Juan Bautista Muñoz,en quien se ha echado de menos, dentro de su perfección clásica, latotal carencia de emoción: le falta, como escribe Ballesteros, «el sagrado fuego pasional». Mas en Navarrete, ese «sagrado fuego» no significa, en modo alguno, un fallo en el maravilloso equilibrio de su pensamiento: lo que él opone a las exageraciones e invectivas de lospolemistas de un extremo, no es la contrapartida en el extremo opues

to" es, limpia y sencillamente, la verdad depositada en las huellas venerables del pasado. Estaba muy reciente -puesto que se publicó en1818- la obra del italiano Bossi: un libro rebosante de odio contra España, y tan poco conocedor de nuestra Historia, y aún de nuestra geo

grafía que confunde nada menos que el reino de Granada con el deNavarra y da por capital de España, en tiempos de los Reyes Católicos, a Madrid. «Tales desafueros -escribe Menéndez Pelayo- no eran

posibles ya después de la «Colección de los viajes y descubrimientos»,

a la cual comenzaron a acudir, como a fuente purísima, cuantos que

rían saber a ciencia cierta lo que por tanto tiempo habían embrollado la

fantasía y la calumnia». .Al cabo de siglo y medio, la obra a que acabo de referirme -la

«Colección documental del Descubrimiento»- ha venido a significar

lo mismo: tras los fastos del V Centenario, que pasaron como de puntillas por lo propiamente histórico, abrumados bajo la ola de desprestigio lanzada por la disparatada imputación de genocidio en que se

quiso resumir la ingente labor de España en América, la Real Academia de la Historia contrapuso un esfuerzo de investigación objetivacon el Congreso de Historia del Descubrimiento celebrado en Madridy Sevilla a finales de 1991. Y ahora, tres años más tarde, la publicación de la «Colección Documental del Descubrimiento» viene a ser, a

un mismo tiempo, última consecuencia de la tarea científica yreivindicativa de Martín Fernández de Navarrete, y homenaje inesperado al gran sabio, al publicarse en el 150 aniversario de su muerte,

que ahora conmemoramos.

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LA COLECCIÓN

FERNÁNDEZ DE NAVARRETEDEL MUSEO NAVAL

Dolores HIGUERAS RODRÍGUEZ

Jefe de Conservación e Investigación del Museo Naval

Es para mí orgullo y satisfacción poder colaborar hoy, con mispalabras, a presentar a ustedes uno Je los aspectos más valiosos de laobra de Martín Fernández de Navarrete. Su figura inspira a diario nuestrotrabajo y esta institución que él colaboró a crear, a finales del sigloXVIII, conserva con respeto una parte significativa de su obra comoinvestigador e historiador.

Cientos de las páginas manuscritas que hoy conserva el MuseoNaval o se custodian en el Archivo General de Marina Alvaro de Bazán,lo son de D. Martín, con su letra pulcra, elegante, igual y menuda; taninvariable al paso del tiempo que como señala Guillen ' «años antes demorir, sus escritos podían confundirse con los del antiguo caballeroGuardiamarina» .

Mi satisfacción es doble porque en esta hermosa aventura científica y cultural en la que Martín Fernández de Navarrete es figura protagonista, están involucrados, de una manera u otra, todas las grandes

figuras de la Marina ilustrada, período apasionante y atractivo de nuestroúltimo renacimiento marítimo, al que he dedicado 25 años de mi vidaprofesional.

Como tantas aventuras prodigiosas, de este último tercio delsiglo XVIII, la aventura intelectual a la que es llamado nuestro joven Martín (a la sazón con 25 años). Se inicia con una propuestaelevada a Antonio Valdés por José Mendoza y Ríos el 20 de septiembre de 17872.

Esta propuesta la encabeza Mendoza con la siguiente frase «elapoyo que encuentra en V.S. todo lo que se encamina al bien, me llevan

a presentarle una idea en que creo concurren, el mío particular y miutilidad en el servicio [...]».

Esta frase inicial es muy representativa del aprecio de Mendozapor la voluntad y la eficacia que Valdés había desarrollado en sus Ministerios, en apoyo decidido de una profunda renovación científi-

1. Guillen, Julio Fernando: «Cómo y porqué se formó la colección de manuscritos de

«Fernández de Navarrete». Madrid. Instituto Histórico de Marina, 1946. pp. XVIII.

2. Archivo General de Marina Alvaro de Bazán. Sección Archivo Histórico, legajo

4.834. Comisiones en el extranjero de José Mendoza y Ríos.

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ca de la Armada, proyecto trascendental en el que hay que reconocer

a Valdés protagonismo indudable.Algo más adelante Mendoza le dice a Valdés en su propuesta lo

siguiente: . .«Después de muchos años de estudio de las ciencias exactas, siento

la necesidad del trato de los hombres grandes que residen en las Academias extranjeras V.E. reconocerá que algunas palabras de los maestros del Arte pueden perfeccionar y despertar ideas que no se tendrían,a costa de mucho tiempo de penoso estudio. Pero a ésta se añade otraventaja no menos considerable. El que aspira a una verdadera utilidad,

busca los conocimientos teóricos para aplicarlos al uso de la sociedady ésta es una obligación que en el hombre de carrera, se contrae a losasuntos prácticos propios de su instituto. Mas, cómo podrá conseguir

lo sin haber examinado el estado de las demás naciones en el mismoramo Por falta de estas luces, podría trabajar años enteros para llegara un resultado que le pareciese adelantamiento y sólo fuese un paso,

andado con mucha anticipación en otra parte [...]».Utilitarismo y europeísmo, he aquí ya reunidas las dos ideas ca

pitales que impulsan a esta generación de marinos-científicos que van

a llevar a España a su última y definitiva aventura como gran potencia

marítima en América y en el Pacífico.Con esta inquieta idea en su ánimo, Mendoza prosigue exponien

do al inteligente Ministro los beneficios que se seguirían de un viajesuyo por Europa «para adquirir» dice «una completa instrucción delverdadero estado de la Marina en Europa tanto en teórica como en practica,

fuerza, y sistema interior y político».A estos fines añade Mendoza el estudio de la química experi

mental, la metalurgia y la mineralogía, ciencias, dice poco cultivadas

en España.A esta primer propuesta sigue un prolijo y extenso «plan de via

je» que Mendoza eleva a Valdés el 28 de febrero de 1788 \ animadopor la rápida contestación de Valdés a su primera propuesta, que, en

orden reservada de 21 de septiembre (un día después de la propuesta

de Mendoza) le ordena «la formación de un plan de viaje» más extenso

V pormenorizado.

En este nuevo y extenso plan de febrero del 88, Mendoza intro

duce nuevos elementos que interesan a nuestro proyecto.

1.- Propone como compañero de viaje a José Lanz para desarrollar

sus posibilidades ya prometedoras como matemático.2 - Insinúa que este viaje «de estudios» por Europa debería propiciarse

para otros oficiales de Marina prometedores en el estudio de las cien-

3. Archivo General de Marina Alvaro de Bazán. Sección Archivo Histórico. Legajo

4.835. Comisiones en el extranjero de José Mendoza y Ríos.

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cias (Estudios mayores) 4 «2 ó 3 oficiales para estudiar en París» dice«las ciencias en que no pueden formarse con tanta facilidad y perfección en España [...]».

3.- Señala a continuación la necesidad de abordar un «Derrotero General de las Costas de Europa» bajo la dirección de un sujeto queuniformice todos los trabajos y los adorne con los correspondientes discursos y noticias generales.

4.- En cuarto lugar manifiesta, ya con toda claridad que la principalfinalidad de su viaje será la pintura del actual estado de la Marina Europea bajo dos puntos de vista:

A) La Armada Naval de cada nación, en sí.

B) La Marina considerada políticamente.

Ambos puntos de vista importantes y complementarios le permitirán valorar dice, desde la ilustración y práctica en que se halle laeducación de sus oficiales o la averiguación de sus efectivos reales; alsistema de construcción naval y estado de sus arsenales, hasta el desarrollo industrial y el Gobierno político y la relación entre la Marina deGuerra y la Mercante.

5.- Como objetivo prioritario presenta también Mendoza «Reunir unacolección de tablas necesarias o útiles en la navegación» para su publicación.

6.- Señalando, a continuación, como muy necesaria, «la adquisiciónde un buen maestro instrumentario, capaz de formar otros a su vez y deestablecer en la nación este ramo de industria, sin el cual -dice- mendigaremos siempre los medios más necesarios para ejecutar con aciertolos viajes marítimos 5».

Sin duda Mendoza es ya plenamente consciente de la importanciadecisiva de los nuevos cronómetros marinos que están siendo ya adquiridos en Londres y utilizados por la Armada Española.

7.- Por último manifiesta la necesidad imperiosa de destinar a estacomisión un escribiente que además sea buen dibujante para que copielos documentos y dibuje los planos que considere útiles para su comisión.

Como puede verse Mendoza propone a Valdés desarrollar, entres años, por una parte, un examen exhaustivo del desarrollo científico-marítimo de las potencias europeas y una evaluación de sufuerza real.

Por otra, crear la infraestructura científica y tecnológica que permita a España ponerse a la altura de las más desarrolladas y potentesmarinas europeas.

Mendoza, esboza a Valdés un proyecto, sin duda atractivo al

4. Mendoza, menciona expresamente a Francisco Ciscar y en todo caso dice, debe

consultarse a Cipriano Vimercati, Director de la Academia de Guardiamarinas para que señalelos discípulos más relevantes.

5. Mendoza propone que vaya con él Juan Martínez, hijo del instrumentario del Arsenalde Cádiz, para formarse en París y sobre todo en Londres.

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Ministro sabio. Un proyecto característico de la actividadcientíficailustrada: el europeísmo y el utilitarismo, encuadrados en unesquema «institucionalizado» para garantizar continuidad y fluidez ala comunicación entre «actividad científica» y «poder político '». Cien

cia europea al servicio de un fin práctico que era además útil, a losintereses del Estado. Tan útil, que esta ciencia ilustrada eficaz e inteligentemente dirigida a la renovación profunda de la Armada impulsa laúltima gran expansión marítima española y potencia la presencia política española en la América ultramarina y el Pacífico haciendo posibleque en España se recupere la soberanía marítima cedida años antes, a

ingleses, franceses y holandeses.En este ambicioso plan de renovación y en esta inteligente polí

tica naval van a comprometerse todos los grandes marinos de la época Jorge Juan, Romero y Landa, Vigodet, Rovira, Mazarredo, Alcalá-Galiano Córdoba, Tofiño, Várela y Ulloa, Moraleda y Montero,Oyarvide, Bodega y Cuadra, Bauza, Espinosa y Tello, Malaspina,Bustamante, Cevallos, Navarro -Marqués de la Victoria-, Mor de Fuentes, Lardizabal, O'Scalan, Vimercati, Ciscar, Sanz de Barutell, VargasPonce, Mendoza y Ríos y nuestro Martín Fernández de Navarrete en

tre otros muchos.Desde diversos ámbitos como: nuevos planes de estudios para

la formación de los oficiales; organización de expediciones científico-marítimas; modernos levantamientos cartográficos con cronómetros;

planes de construcción naval; escuelas de ingeniería; hospitales; ycomisiones de adquisición de instrumentos y libros científicos en elextranjero o copia de documentos para escribir la definitiva historiamarítima de España. Todos concurrían a un mismo fin, informar alEstado para propiciar un Gobierno más útil y más poderoso.

Como resultado del proyecto presentado por Mendoza a Valdés,

Francisco Gil y Lemos -al que Valdés solicita opinión- 7 plantea alMinistro la creación de una academia de ciencias de Marina en Cádiz,para que'«este proyecto (el de Mendoza) tenga la debida consistenciay produzca las ventajas que la nación necesita.

Gil y Lemos; ilustrado como el propio Valdés propone traer «doso tres profesores extranjeros de conocida reputación en la europa para

que sirvan de apoyo y crédito a la nueva academia que será el únicomedio de que estos estudios tengan el alto concepto que merecen y se

continúen por largo tiempo».

6. Véase: Higueras Rodríguez, Ma Dolores: «El marino ilustrado y las Expedicio

nes Científicas» II Jornadas de Historia Marítima: «La Marina de la Ilustración». Cuader

nos monográficos del Instituto de Historia y Cultura Naval n° 2. Madrid 1989.

7. Carta de Francisco Gil y Lemos a Antonio Valdés informándole a cerca del plan

propuesto por Mendoza y Ríos. 17 de abril de 1788. Archivo General de Marina Alvaro de

Bazán. Sección Archivo Histórico. Leg. 4.835. Comisiones de Mendoza en el extranjero.

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Nuevamente se pone de manifiesto la preocupación ilustrada por«garantizar» la adquisición de conocimientos mediante lainstitucionalización. En este punto enlazamos directamente con lascomisiones para acopiar manuscritos relativos a la Marina que hoynos ocupa, pues el siguiente proyecto que viene a unirse a la con

centración en Cádiz de un número ya relevante de instituciones,desde las que se pretendían apoyar el progreso científico ilustrado,'va a ser la creación de una gran Biblioteca de Marina donde pudieran reunirse para la formación de los oficiales «cuantos manuscritos inéditos pudieran encontrarse tanto en los archivos del Reinocomo en los particulares que pudieran ser útiles a la proyectadahistoria de la Marina».

Este proyecto asociado por Valdés al ya propuesto por Mendozay Ríos se le encarga asimismo a este capitán de fragata sevillano,cultísimo, como nos dice Guillen, que ante* de partir para su proyectado viaje por Europa propone a Valdés:^ que se comisione avarios oficiales de marina con suficiente vagaje de humanidades queacopien para la Biblioteca proyectada, cuantos manuscritos inéditos se pudieran localizar, tanto en los Archivos del Peino como en

los de los particulares que pudieran interesar para redactar una historia de la Marina que sirva luego tanto para servir a la ciirio»Maddel erudito, cuanto a ilustrar a los comandantes de buques en susviajes de exploración».

En efecto Valdés comisiona a José de Vargas Ponce; a Juan Sanzde Barutell y a Martín Fernández de Navarrete. Con tan sólo 25 añosnuestro Martín recibe la siguiente Real Orden 8:

«Determinada por el Rey la formación de una Biblioteca de laCiencia Naval bajo la dirección del capitán de fragata jOaéd' Mendozay Ríos, ha resuelto S.M. que se reúnan en ella cuantos M.S.S -lativosa marina existan en los Archivos de Sevilla, Simancas, y . RealMonasterio, habiéndose servido comisionar a V.M. para que pasv 'los,los reconozca y saque copias de dichos documentos; pues S.h tápersuadido de que el celo, aplicación e inteligencia de V.M. correspe -derá la confianza de este encargo.

Para los viajes de V.M. su subsistencia y pago de un Escribientele ha consignado S.M. el doble sueldo de un empleo y además se leabonarán todos los goces de embarcado. Lo cual comunico a V.M. parasu inteligencia y Gobierno mientras le remito la instrucción para la ejecución de sus trabajos Dios guarde a V.M. muchos años San Lorenzo15 de octubre 1789 V

Esta R.O. de Valdés de 15 de octubre de 1789 va acompañada deotra comunicándole, ese mismo día al Conde de Floridablanca la comisión del joven Martín a Simancas y al Escorial y a la Secretaría deIndias lo mismo «por lo tocante a Sevilla».

8. Archivo General de Marina «Alvaro de Bazán» Sección Histórico. Leg. 4.835.

9. A.G.M. Alvaro de Bazán. Sección Histórico. Leg. 4.835.

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Se inicia aquí un proceso cuya dinámica es siempre rapidísima es evidente que el «asunto» interesa a Valdés y la burocraciaactúa durante muchos años activa y eficazmente 10. Así puede seguirse en la voluminosa documentación conservada en el ArchivoGeneral de Marina como, durante los casi siete años que dura lacomisión de Fernández de Navarrete, las respuestas a sus peticio

nes o a sus solicitudes son atendidas con muy pocas fechas, a vecestan sólo dos días, por el sabio Ministro. Esta agilidad burocrática

caracterizará todo el proyecto.El mismo 15 de octubre de 1789 en que se comisiona a D. Mar

tín- Valdés vigila con adecuadas instrucciones que se le ayude en loque sea menester, ordena a Mendoza y Ríos que «forme y remita lasinstrucciones para los trabajos de Navarrete "».

Mientras Mendoza redacta las instrucciones solicitadas por Valdés,

Fernández de Navarrete acusa recibo del oficio del Ministro '2 y agradece al Rey su elección considerando es «fruto de sus estudios» quedebe dice D. Martín enteramente a S.M. que proporciona «conocimientos

e instrucción» en todos los ramos a la juventud de su Real Armada.Recordemos que por ese entonces Fernández de Navarrete cursaba losacreditados y durísimos «Estudios Mayores», en Cartagena, bajo la di

rección de Gabrjel de Ciscar.El 28 de octubre, 13 días después de recibir la orden de Valdés,

Mendoza y Ríos envía sus instrucciones 1? para la Comisión de D. Martín

que dicen lo siguiente: ,«Como el acopio de manuscritos españoles, relativos a Mari

na deben concurrir a formar la Biblioteca de que estoy encargado,importa que V.M. me entere con frecuencia del estado de sus trabajos para que cotejados con los míos, le prevenga de todas partes,cuanto sea conducente para el mejor desempeño de nuestros res

pectivos objetos.En consecuencia de ello me notificará V.M. de cuatro en cuatro

meses el número y clase de noticias recogidas en cada Archivo, indicándome además en lo posible la importancia y número de las restantes A este parte cuadrimestre, indispensable aunque nada ocurra, agregara

V.M. cuantos pensamientos útiles le dicten su sagacidad y noticias ad

quiridas.

10. La Comisión se extiende desde el 1 5.10.1 789 a 3.7.1 795 en que queda «disuelta»

definitivamente.

1 1 A.G.M. Alvaro de Bazán. Sección Histórico. Leg. 4.835.

12. Oficio de Fernández de Navarrete a Valdés acusando recibo de la R.O. del Rey.

Abalos 26.10.1789. A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico. Leg. 4.835.

1 3. Los oficios de remisión están en A.G.M. Alvaro Bazán. Histórico Leg. 4.835: las

instrucciones propiamente dichas en el Archivo Particular de los Legarda en Ábalos.

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Para que de ningún modo se malogren los frutos de su importante

trabajo, ni queden frustradas las ideas de la Superioridad por el sinies

tro uso que alguno pudiera hacer de tales documentos, es de suma im

portancia que no se vulgaricen sus noticias, y V.M. deberá informarse

una obligación de que ninguna copia salga de sus manos por pretexto

alguno, y de no satisfacer la curiosidad de otros sujetos que la de aqué

llos que autorice orden superior. Y en consecuencia representará V.M.

a la vía reservada sobre cualquier orden que se le dé por otro conducto,

relativo a manifestar Papel alguno.

Cuando el volumen de Papeles recogidos haga indispensable su

remesa a la Isla de León, los remitirá V.M. a D. Fermín de Sesma, a

quien prevendrá con un oficio procurando evitar todo extravío. Puede

ocurrir que la importancia de Manuscritos acopiados, o la precisión

que V.M. tenga de transferirse a otro Pueblo en busca de nuevos Do

cumentos, le obliguen a dirigir a la Isla de León los recogidos aun

cuando no sean en gran número y en semejante caso la practicará V.M.

con las mismas formalidades y prevenciones expuestas.

En los Archivos de Sevilla de su primer destino, y en los demás

que recorra sucesivamente principiará V.M. por la copia de los docu

mentos más modernos de nuestros días, y por gradación descenderá

V.M. de la época más moderna a la antigua más inmediata.

No pudiendo esto hacerse por este orden hasta que V.M. haya

clasificado todos los más documentos del Archivo para lo cual se ne

cesita tiempo, y éste pudiera entre tanto emplearse en adelantar las

copias, e ir avanzando la comisión; podrá V.M. hacerlo así en tales

circunstancias; pero volviendo luego a tomar el hilo cronológico, pres

crito para el buen orden de sus trabajos, observando así el espíritu de

este encargo, aunque las dichas u otras iguales circunstancias le ha

yan obligado a apartarse de lo literal en beneficio de la misma Comi

sión. Las demás prevenciones particulares sobre esto mismo las iré

comunicando a V.M. cuando los Partes cuadrimestrales me vayan dando

a conocer el estado individual de su trabajo.

Como los Papeles de diversos Ramos de Marina se presentarán

indistintamente a su vista, importa que V.M. guarde una orden conve

niente en su acopio. A este fin los ordenará V.M. por artículos, por

ejemplo arsenales: deben reunirse todas las providencias análogas a

su creación y progresos, así como la noticia de sus Jefes particulares,

Maestros de construcción, estableciendo de Maestranza, etc.

Las expediciones marítimas emprendidas por el Estado y ejecu

tadas, por cuerpo en forma de Armada, merecen un lugar distinto de

las empresas particulares, y en unas y otras deben distinguirse y reco

gerse separadamente las noticias de guerra de las de los viajes y des

cubrimientos. En estos singularmente debe V.M. poner cuidado en que

formen cuerpo separado los emprendidos por orden o autoridad Real,

de los practicados por el espíritu de novedad y descubridor de solos

Particulares.

Por el mismo modo debe V.M. ordenar todo lo perteneciente a la

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creación y estado de los cuerpos militares de Marina, de Pilotos y Ma

trículas; observando recoger en cada uno de estos artículos separada

mente las ordenanzas de su particular gobierno, y las preeminencias

otorgadas a cada uno en los diversos tiempos.

La inquisición de todos estos documentos lo conducirá a V.M.

naturalmente a los establecimientos de cuerpos o Escuelas Científi

cas, relativas a la construcción y Pilotaje, y cada uno de estos ra

mos deberá incluir separadamente lo que le pertenezca, como el

número y clase de sus maestros, y las demás constituciones que

observasen y que den a conocer el estado y naturaleza del Estable

cimiento.

El curso de sus trabajos lo guiará V.M. a la noticia de los Escri

tores de la Facultad en sus distintos ramos. Y en su consecuencia pro

curará V.M. adquirir ejemplares de todas las obras Nacionales relati

vas a Marina, y si éstas residiesen en manos de particulares, tratará

V.M. amistosamente con ellos sobre el asunto, y dará cuenta a la su

perioridad por si algo hubiere que vencer acerca de los precios o con

diciones que exijan.

Todos los establecimientos de comercio, formación de compa

ñías y privilegios otorgados en unos tiempos, y derogados en otros,

deben reunirse en artículo separado, y referir a él, según vayan ocu

rriendo, los establecimientos de guardacostas, y demás providencias

dadas para sus progresos y frustrar los contrabandos.

La Marina de la Corona de Aragón, tan respetable antiguamente

en el mediterráneo, merece en la recolección de sus Manuscritos un

lugar tan distinto del perteneciente a los de Castilla, como el que te

nían sus leyes y Gobiernos. Por consiguiente formará V.M. de dichas

noticias un Cuerpo de artículos separados. Para el efecto se informará

a V.M. de los lugares que contengan dichas noticias. Y a fin de obte

ner las licencias necesarias para registrar aquellos Archivos, como

cualesquiera otros que V.M. se le ocurran, me manifestara V.M. lo

que pensare, para representar a la Superioridad lo conveniente debe

resultar de lo que convengamos.

De todos los Papeles formará V.M. un índice prolijo, que pueda

servir para su misma colocación y posterior uso en la Biblioteca.

En cada copia pondrá V.M. sus referencias al original con toda

la exactitud conveniente para encontrarlo con facilidad siempre que

se ofrezca, y además añadirá V.M. su firma para autorizarla y no lopondrá V.M. hasta haber hecho el cotejo de las copias con sus origi

nales.

Dios guarde a Vm.ms.as.

Madrid y Ocbre. 28 de 1789.

José Mendoza y Ríos».

Mientras tanto y a requerimiento de Valdés, Fernández de

Navarrete elabora un completo informe acerca de los papeles relativos a la Marina y donde pudieran localizarse los relativos a cada épo

ca. Es realmente sorprendente la contundencia y erudición desplega-

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da en el escrito por el joven D. Martín dedicado hasta entonces y tan

sólo, que se sepa, a sus estudios14.

El informe dice así:

«Las diversas constituciones de gobierno y reforma que ha pade

cido la Marina Española en los cuatro últimos siglos ha originado tal

dispersión en los Papeles relativos a Marina que con dificultad pueden

servir para la Instrucción del aplicado Marino.

El descubrimiento de la América llenó nuestro Gobierno tanto de

este asunto que por cuidar de él casi todos los demás se desatendían.

Consiguientemente el poder de la Marina hacia el Océano, que tantos

siglos se había mantenido sin salir del estrecho de Gibraltar. Las miras

políticas cambiaron; el espíritu de descubierta y conquista, los anhelos

de aprovecharlas hicieron producir ricas flotas y mantener numerosas

armadas para custodiarlas y emprender nuevos y arriesgados viajes.

De aquí la Armada de Barlovento la del la Avería, la del Sur, la de

Filipinas, etc. Y de aquí aquel gobierno en la Marina privativa del Consejo

de Indias en el cual se ventilaban todos los asuntos pertenecientes a

ella, y se fomentaban los descubrimientos científicos que podían

enriquecerla. Acaso mucho tiempo antes que la Inglaterra erigiese su

Almirantazgo y su Junta de Longitudes que con tanta pródiga magnifi

cencia ha ofrecido y dado cuantiosos premios a los que han adelantado

este ramo de Navegación se habían presentando ya en el Consejo de

Indias los N.N. los trabajos náuticos intentando resolver los problemas

difíciles de la Aguja fija y de la Longitud estimulados de los premios

ofrecidos por aquel Tribunal y por la munificencia de Felipe II. Estos

trabajos científicos en unos tiempos en que se carecían de tantas luces

matemáticas y física sin que aún con las de nuestro siglo han formado

el escollo de los Matemáticos y tormentos de los Navegantes, deben

ser apreciables y es natural que parasen entre los demás papeles co

rrespondientes a aquel consejo.

También el de Guerra tuvo a su cargo el Gobierno de la Marina si

bien en uno y otro había una Junta llamada de Armadas, compuesta de ex

perimentados oficiales y Ministros de Marina. Tengo presente que sobre

construcción de Buques hubo diversas determinaciones en esta Junta hacia

los años de 1606 y que repitiéndose las tentativas se hicieron nuevas Juntas

en 1611, 1618 y como en la construcción no obraba la Mecánica, ni el cala

do las tentativas eran infructuosas, deslizándose acaso de uno en otro ye

rro. De esta y otras determinaciones acaso habrá noticia en el Archivo de

Guerra o en la Secretaría de Estado de ella.

Entre la copiosa colección de M.SS. de su Biblioteca Real, exis

ten varios relativos a Marina y sé que por los años de 1768 se preguntó

a nombre de ella al Comisario Manuel Zalvide por la ordenanza de

1567 sería útilísimo que se franqueasen estos papeles para copiarlos

por la Biblioteca de Marina.

14. Documento actualmente en el Archivo Particular de los Marqueses de Legarda en

Ábalos.

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Cuando el Consulado de Mar de Barcelona ha sido la norma y

pauta por todos los de su especie en Europa, cuando nuestro Pedro

Medina fue el primero que redujo a Arte metódico su navegación y

¿no debemos esperar hallar entre estos venerables depósitos de nues

tra antigüedad, hallazgos útiles que olvidados por nuestra incuria sirvan

todos de gloria a otras naciones que se jacten de tales descubrimien

tos?.

El descuido con que se han mirado los papeles ha producido

otro daño. Las almonedas, de un Ministro, de un hombre aplicado, de

un estudio presentando muchos de estos apreciables documentos al

arbitrio del comprador, cargaban los embajadores extranjeros con los

que juzgaban más útiles y esta es la causa de que en Inglaterra apa

rezcan cada día monumentos españoles del siglo XV y XVI. Conven

dría prevenir esto a Mendoza para que indague el poder de algunos

mientras sus viajes.

Cuando León Pinelo escribía su Biblioteca Náutica existían mu

chos Papeles Marítimos en poder de particulares, de los cuales poseía

muchos el Sr. Barcia, Consejero de Castilla. La librería de este sabio

Magistrado pasó al convento de Benedictinos de S. Martín de. esta

Corte, y es natural que también los M.SS. Sería importante hacer esa

averiguación, y sacar de unas manos muertas unos bienes de cuya cir

culación se debe prometer tanto incremento en los estudios de nues

tras antigüedades Marítimas.

Como la recolección, reconocimiento copias y confrontacio

nes de estos M.SS. con las circunstancias que expresa la Instruc

ción requiere más auxilios que los que se me consignaron en la RealOrden de 15 de octubre creo de mi obligación solicitar desde ahora

nuevos auxilios y a lo menos dos escribientes más; y a fin de que la

Instrucción que va a ofrecer la ejecución de la misma comisión que

de refundida en el cuerpo de la Armada, me parece oportuno que

estos escribientes fuesen del Cuerpo del Ministerio de Marina, ele

gidos de buena conducta y aplicación y que puestos a mis órdenes

para copiar los M.SS. ya reconocidos por mí, se les atendiese el

trabajo de esta comisión para sus ascensos sucesivos según el es

mero que indicarían los informes que sobre ellos pasaría ya a su

respectivo Jefe.

Éstas son las reflexiones y noticias sobre papeles de Marina que

puedo ofrecer al juicio de V.E sólo como fruto de mi curiosidad. La

comisión de que V.E. me ha encargado nuevamente para el reconoci

miento de los principales Archivos del Reino, me dará otras luces y

conocimientos que podré exponer a V.E. en otra comisión sin tanto

riesgo de equivocarme. En lo que seguramente no lo habrá será en

manifestar a V.E. desde ahora que sus sabias y oportunas providen

cias para la metódica recolección de estos Papeles interesantes al paso

que los liberta en lo sucesivo de la lastimosa dispersión que han pare

cido, van a ofrecer su instrucción a multitud de Profesores Marinos y

a hacer circular sus conocimientos sólo hasta ahora depositados en la

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Page 45: MARTÍNFERNANDEZDE NAVARRETE EL … · sonrisa de viejecito bueno y sabio». ... que sorbe rapé y toma chocolate, ... habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

lobreguez de un Archivo que perpetuado en sí la utilidad del estableci

miento, sea un monumento eterno erigido a la grata memoria del Mi

nistro que lo fomentó».

Es evidente, a la vista del escrito, que el sabio Valdés ha elegido

con cuidado y ha acertado nuevamente como tantas otras veces en su

juicio.

Fernández de Navarrete comienza su comisión con algunos re

trasos debidos a alteraciones de su salud pero entre junio y septiem

bre de 1790 produce dos nuevos documentos que demuestran que se

halla ya impuesto en sus nuevas tareas y gestando lo que serán impor

tantes resultados finales de su comisión, además de la magnífica co

lección documental, el Diccionario y la Biblioteca Marítima.

En el primero de los documentos citados D. Martín redacta «una

indicación de la forma -dice- en que comprendo se pueden ejecutar

los índices de M.SS. en las Contadurías Principales de los Departa

mentos de Marina 15 ».

Proyecto este que, secundado por Valdés se pondrá en marcha

en mayo de 1791 con órdenes precisas a los Intendentes de las conta

durías principales de Cádiz, Ferrol y Cartagena l6. En este sentido

Navarrete, había solicitado a Valdés que los índices levantados en los

departamentos contuvieran relación prolija de todas las Reales Orde

nes, Títulos, Despachos, Cédulas, Instrucciones y Asientos, conser

vados para «no duplicar la copia de los ya existentes».

En su «indicación acerca de los índices» redactada meses antes,

el 11 de junio de 1790 señalaba para los mismos orden cronológico y

ajuste a los siguientes artículos: Astilleros y Arsenales; Armamentos

y Escuadras; Expediciones Marítimas; Cuerpos de Marina; Escuelas

Científicas; Escritores de Marina y Establecimientos de Comercio.

La actual Colección Fernández de Navarrete responde, en todo,

a esta estructura proyectada en 1790, apenas iniciada su comisión, lo

que indica a mi entender que D. Martín poseía ya conocimientos pro

fundos y bien jerarquizados.

El otro documento del que hablábamos de 12 de septiembre de

1790 es a mi modo de ver también relevantísimo. En él se dice entre

otras cosas: n

15. Este documento tiene fecha de 11 de junio de 1790, lo redacta Fernández de

Navarrete en Madrid y actualmente se custodia en el A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico.

Leg. 4.835.

16. En 18 de mayo de 1791 eran intendentes Joaquín Gutiérrez de Ruvalcava en

Cádiz; Diego Quevedo en Cartagena y Máximo Du-Boucher en Ferrol: la extensa docu

mentación que dichas órdenes generaron se custodia en A.G.M. Alvaro de Bazán. Secc.

Histórico Leg. 4.835.

17. Es oficio de Fernández de Navarrete a Valdés de 12 de septiembre de 1790

A.G.M. Alvaro Bazán. Histórico. Leg. 4.835.

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«Excmo. Sr.

El incremento que va tomando el acopio de Papeles Marítimos

que voy reconociendo entre los M.SS. de la Biblioteca Real; el para

dero de otros varios que he indagado entre los que existen en la Bi

blioteca de San Isidro El Real, en la del Excmo. Sr. Duque de Medinaceli,

Archivo del Excmo. Sr. Marqués de Santa Cruz, etc. además de otros

copiosos depósitos sumamente apreciables, que me avisan de algunas

Provincias del Reino, con especialidad de San Sebastián van, dando

tal amplitud a este ramo de mi comisión que es preciso parezcan me

nores, en la misma razón de este acrecentamiento, los medios con

quese avanza en ella, o muy lentos los pasos con atención a los mu

chísimos que restan. A esta consideración puedo desde luego agregar

las que me va haciendo palpar la experiencia en lo que se ha trabaja

do y trabaja actualmente. La rareza de los caracteres y formas de le

tras, las frecuentes cifras desusadas hoy, la malísima y viciosa orto

grafía de cuando no había sistema constante de ella y los términos

técnicos de Marina anticuados, con otras circunstancias análogas a

los papeles antiguos, hacen caminar en las copias con suma pausa y

lentitud, deteniendo a los copiantes para leer y penetrar el sentido de

lo que han de escribir, y consultarme sus dudas; sin que aun esto bas

te para que su impericia no les haga incurrir en otros yei ~os que inuti

lizan alguna vez las copias, cuando se advierten en las prolijas con

frontaciones que se hacen. Esto manifiesta desde luego que los escri

bientes para una comisión tal, no pueden ser escribientes meramente

copiantes y de uso común, y la práctica en otras ocasiones semejantes

ha acreditado esta verdad antes de ahora. Además de esta calidad,

necesitase aumentar en el día su número; y V.E. podrá determinar en

vista de las reflexiones expuestas, si será más oportuno elegir algún

Meritorio más o si tomarlos aquí ajusfándolos por un tanto diario. Si

V.E. se inclina a lo primero no puedo dejar de proponerle desde ahora

al Meritorio del Departamento de Cartagena Joseph Bazterrechea en

quien, según informes de aquel contador Principal concurren circuns

tancias para el desempeño y actitud para progresar en la comisión.

Dos trabajos útiles y apreciables ofrece esta comisión por sí misma

y he emprendido desde luego, como análogos al cabal desempeño de

ella, o a las ventajas de que puede ser susceptible. Uno es la adquisi

ción de exóticas y anticuadas voces náuticas, que siendo preciso defi

nir y aclarar al fin de los M.SS. copiados, para inteligencia de cada

uno, como desusados hoy día la mayor parte voy acopiándolas al tiempo

de las confrontaciones, y buscando después su verdadera definición,

y según el sentido a que se aplica ya según su etimología o derivación

en los Diccionarios a que pueden corresponder, habiendo muchas de

origen portugués, pues como esta Nación emprendió en los siglos XV

y XVI tantas navegaciones nuevas, y llegó a ser no menos experimen

tada que famosa en la Náutica, aumentó igualmente la nomenclatura

de esta facultad, teniendo la gloria de que muchos términos fuesen

adaptados por la Marina Española. Insensiblemente, al fin de la Co-

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misión habré recogido gran copia de estas voces autorizadas por los

mismos Autores y escritos que se copian y por lo mismo de mayor aprecio

para enriquecer el Diccionario Náutica que espera la Marina de la pro

tección con que V.E. mira todos los ramos de su ilustración y cultura.

El otro trabajo es la formación de una Biblioteca Marítima Española

que a la noticia de las obras impresas y M.SS. en los varios ramos de

nuestra facultad, añade el mérito o análisis de cada una, y las memo

rias relativas a Autores con aquella concisión peculiar de esta clase de

obras Bibliográficas: conocimientos que debiendo adquirirlos yo en el

reconocimiento de los M.SS. y en la elección de los impresos para feliz

desempeño de mi obligación, y no siendo posible adquirirlos sino en

unos viajes y registros como los míos, puedo facilitarlos en esta obra,

excusando a otros las materiales fatigas que costará su formación para

instruirse en este ramo de nuestra Literatura, y cuyo trabajo puede mi

rarse con más propio complemento de las tareas de mis actuales encar

gos.

Como la colección de Obras Marítimas de nuestros antiguos Es

pañoles debe concurrir en la Biblioteca no sólo como fuentes de doctri

na para la juventud aplicada de la Real Armada, sino como monumen

tos de unas glorias literarias de que en Europa éramos en su tiempo los

únicos depositarios, voy procurando, con arreglo a las Instrucciones,

comprar cuantas se me presentan; pero como esto no suele ser regular

en unas obras extremamente raras, cuya adquisición suele ser más efecto

de la casualidad que del más exquisito esmero en inquirirlas, me ha

ocurrido hacer presente a V.E. que hallándose en la Armada muchos

oficiales curiosos a quienes sus viajes a diversas ciudades ha propor

cionado el logro de muchos de estos Autores antiguos que tanto esca

sean, y quedando regularmente obras tan singulares por muerte de sus

dueños expuestas a una dispersión o mal empleo, ya en Almonedas, o

ya mal compradas de quienes no saben apreciarlas, se pudiera encar

gar desde luego a los Mayores Generales que en falleciendo cualquier

oficial se formase inventario exacto de todos sus libros, para que remi

tidos a la vía reservada se pudiesen aprovechar para la Biblioteca aquellos

que se juzgasen de mayor estima y consideración: providencia que por

ser según el espíritu del artículo 12 Tit. 6 Trat. 6 de las Ordenanzas de

la Armada, que manda recoger cuidadosamente todos los Papeles que

se encontrasen de la profesión del difunto, o que tengan conexión con

el Real servicio, no podrá menos de merecer la aprobación de V.E. y

más cuando así se lograrán acopiar por mucho menos precio obras que

de otro modo no lo tienen, por la excesiva estimación que les da su

escasez misma.

Sería frecuentísimo con este método el multiplicar en diversos

inventarios o espolios una misma clase de obras; pero además de que

semejante multiplicidad enriquecía la Biblioteca con variadas edicio

nes de una misma obra, se podrían beneficiar o vender las duplicadas

de una misma edición, reservando de éstas la de mejor encuademación

y trato para el uso general de la Biblioteca.

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Para dar principio a ésta con un pie de selectas obras, en verifica

ción de la idea propuesta, se podrían ceder o agregar para aquel útil

establecimiento, las que existen de las Testamentarías del Excmo. Sr.

Basilio Fr. Julián de Arriaga, Jorge Juan y Manuel Zalvide, que ade

más de ahorrar este gasto a la Real Hacienda, están actualmente sin

uso alguno en el Archivo de la Secretaría.

Con los M.SS. como ya está determinado por el expresado art. de

ordenanza se podría observar un orden semejante clasificándolos des

de luego para colocarlos en el lugar de la Biblioteca, o Sala de M.SS.

adonde pertenezcan. Son muchos los oficiales que no sólo en Derrotas

y Diarios de sus mismos viajes y comisiones, sino en Apuntaciones

sueltas, hayan extendido observaciones propias sobre algunos puntos

de la facultad. Un Director o Maestro de Guardia-Marinas, un Ingenie

ro o Constructor, un oficial Piloto, otro marinero o Táctico suministra

rán útiles M.SS. sobre estos ramos de su particular aplicación, que

además del carácter de originales, tendrán por nuestros sucesores todo

el aprecio que les dé la ancianidad que vayan adquiriendo. Como será

factible lograr alguna vez entre estos espolios de M.SS. una que otra

colección de Papeles antiguos, será este acaso de sumo valor para la

Biblioteca, que deberá reservarlos con aprecio aunque entre la colec

ción metódica de que estoy encargado se halle copiado aijuno de aque

llos documentos.

Tales son los medios que me parecen obvios y acertados para

el logro fácil y económico de la parte de la Biblioteca que está a mi

cargo; y creería faltar a mi obligación se ahogasen todos los impul

sos de mi celo dirigidos a la mejora de aquel establecimiento y al

eficaz expediente de mi comisión. V.E. rectificará mis ideas, y les

dará la aplicación que juzgue más conveniente al acierto que tan

vivamente deseo.

Dios guarde a V.E. ms. as.

Madrid a 12 de septiembre de 1790».

Nuevamente la celeridad burocrática sorprende, tan sólo 8 días

después Valdés IR concede todo lo solicitado:

1) Un cualificado meritorio del Ministerio (José de Basterrechea)

para que lo ayude en las copias.

2) Que pasen a la propuesta Biblioteca de Marina, los libros de

mérito de los oficiales difuntos; iniciándose este precioso depósito con

las Bibliotecas de Julián de Arriaga, Jorge Juan y Manuel Zalvide.

18. El oficio de Valdés es de 20 de septiembre de 1790. A.G.M. Alvaro de Bazán.

Histórico. Leg. 4.835.

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Entre octubre de 1790 y diciembre de 1791, Fernández de Navarrete

acopia M.SS. en El Escorial, la Casa de Santa Cruz; la Biblioteca de

San Isidro; los Archivos de temporalidades y las bibliotecas de los jesuítas

expulsos y propone revisar los archivos de la Casa de Alba19. Abruma

do por la tarea todavía pendiente, Fernández de Navarrete escribe de

nuevo a Valdés 20 exigiendo que José Vargas Ponce entregue los M.SS.

que retiene para sí, de los copiados en El Escorial en anteriores comi

siones por cuenta de S.M. Así, en tono de gran indignación, poco habi

tual en D. Martín, dice a Valdes:

«He asistido varios días después de mis horas de Biblioteca al

Archivo de la Secretaría del Despacho Universal de Marina para

ver si permanecían en él los documentos que en otras ocasiones se

hubiesen copiado en aquel Real Sitio con algún fin particular. Pero

aunque, en efecto, hay noticias de que se trajeron algunos años pa

sados (...) no ha aparecido allí papel alguno (...). Según he sabido

días ha, existen en poder del teniente de navio José de Vargas y

Ponce que fue comisionado para recogerlos, y habiéndole yo insi

nuado antes de ahora me los franquease para reconocerlos antes de

marchar al Escorial se me ha desentendido o negado siempre y como

tales documentos acopiados por cuenta del Rey, no deben servir

para que un individuo particular se aproveche clandestinamente del

trabajo de otros y de las noticias recogidas para la instrucción ge

neral del Cuerpo. Pido a V.E. que todos los manuscritos que aún

tiene tantos tiempos ha José de Vargas, se restituyan al Archivo de

la Secretaría de Marina a donde pertenecen (...) para reconocerlos

yo en él y no duplicar unas mismas copias en El Escorial con gastos

superfluos de la Real Hacienda».

Poco a poco las dificultades de comisión tan compleja, se van

poniendo de manifiesto y el 29 de diciembre de 1791 Fernández de

Navarrete escribe a Valdés acerca de las dificultades que plantea la

copia de M.SS. en lenguas extranjeras que hace preciso emplear «tem

poralmente» escribientes cualificados.

La amplia documentación conservada nos acerca de forma prolija

y minuciosa a las tareas de D. Martín y evidencian una vez y otra el

apoyo incondicional de Valdés al proyecto. Proyecto que adquiere cada

vez características más claramente políticas. El 28 de enero de 1792

Mendoza y Ríos escribe a Valdés, desde París 2I solicitando se envíen

las instrucciones de Fernández de Navarrete a México para que Arca-

dio Pineda que revisa los archivos de aquel virreinato por comisión de

Alejandro Malaspina, copie, al mismo tiempo, para la Biblioteca de

Marina los M.SS. que considere útiles.

19. Toda la documentación relacionada por estas comisiones se conserva igualmente

en A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico. Leg. 4.835.

20. Escrito, 16 de agosto de 1791. A.G.M. Alvaro de Bazán. Histórico. Leg. 4.835

21. AGM. Alvaro Bazán. Histórico. Leg. 4.835.

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El proyecto alcanza a los virreinatos y se solicita de Malaspina,

comisionado por el Rey para dirigir la más importante empresa maríti-

mo-científica española del siglo que colabore desde América en el gran

proyecto institucional ilustrado que se desarrolla en España. No olvi

demos que todo es una misma empresa; que Malaspina amigo perso

nal de Valdés e ilustrado como aquél, lleva consigo lo mejor de la ofi

cialidad ilustrada del momento y representa de forma especialmente

relevante la nueva política estatal de renovación científica e informa

ción universal para utilidad de un estado cada vez más poderoso. El

círculo se cierra. En abril de 1788 22 Francisco Gil y Lemos, consulta

do por Valdés, acerca de la utilidad del plan propuesto por Mendoza y

Ríos había contestado al Ministro que le parecía útilísimo que se per

feccionasen los estudios sublimes (mayores) con el viaje al extranjero

propuesto por Mendoza y dice textualmente:

«Estos oficiales necesitarán de otro de mayor graduación que

los dirija y acompañe en los viajes, viva con ellos en París y esté a la

mira de su conducta y aprovechamiento. Este oficial debería ser de

aire noble en su porte, despejo natural y distinguido nacimiento, para

que pueda presentarse con franqueza, a los soberanos, Ministros y

Embajadores y tratar con ellos cuanto fuere relativo al exacto cum

plimiento de su comisión y no omito decir a V.E. que entre los oficia

les que conozco Alejandro Malaspina me parece a propósito para el

desempeño de este encargo». 23

Sin duda Gil y Lemos amigo personal de Malaspina buscaba en

tonces (1788) para éste acomodo acorde con sus virtudes y capacida

des, al regreso de su primer viaje mundial con la Astrea, buque de la

compañía de Filipinas. Tiempo tendría D. Francisco (nombrado algo

después Virrey de Perú) de ayudar a su buen amigo en su 2o y defini

tivo viaje mundial con las corbetas Descubierta y Atrevida.

Pero D. Martín tuvo también importante protagonismo en la em

presa Malaspiniana, ya que la copia del documento de Ferrer Maldonado,

hallado por él en su comisión en el Archivo de los Duques de Infantado

y la traducción de la memoria del académico Mr. Buache sobre el

paso del NO. provocarán que a partir de este momento, y por orden

expresa de Valdés, sea la averiguación del paso NW objetivo priorita

rio de investigación para las corbetas del Rey Descubierta y Atrevida

que al mando de Malaspina y Bustamante se hallan en esos momentos

navegando hacia Acapulco.

Nada escapa al inteligente Valdés y todo concurre para que el

estado refuerce su poder mediante una «buena» y «útil» información.

22. Oficio del Bailio D. Fracisco Gil y Lemos a Valdés de 17 de abril de 1788.

A.G.M. Alvaro Bazán. Histórico. Comisión de José Mendoza y Ríos en el extranjero.

Leg. 4.834.

23. Fernández de Navarrete a Valdés, 21 de diciembre de 1790. A.G.M. Alvaro

Bazán. Histórico. Leg. 4.835.

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Pero sigamos con los útiles afanes de D. Martín. En enero de

1792 solicita nuevos auxilios de escribientes «mercenarios» , dos más

que naturalmente le son concedidos, de inmediato, por Valdés. Así como

que se solicite al virrey del Perú que se examinen los archivos del

virreinato para la Biblioteca de Marina de Cádiz24. En septiembre de

1792 Fernández de Navarrete propone a Valdés25 la creación de un

Archivo General de Marina «a imitación» dice del Archivo General

de Indias.

«Excmo. Señor:

Como el ramo de M.SS. de mi cargo forma por su naturaleza

una parte tan esencial del Museo y Biblioteca de Marina creo de mi

obligación no sólo exponer a V.E. cuantos medios me parecen oportu

nos de acopiar tan apreciables documentos, sino los que contribuyen

a perpetuar este establecimiento evitando en lo sucesivo la lastimosa

dispersión que se nota actualmente en todos los papeles relativos a

nuestro cuerpo. Para esto me ha parecido, dice D. Martín, que a imi

tación del Archivo General de Indias establecido en Sevilla con los

papeles de todos los Archivos Generales y los ya anticuados de todas

las oficinas de aquel Ministerio, se podría ordenar en el Museo de la

Isla un Archivo General de Marina que aunque no tan copioso como

el de Indias no sería por esto menos útil y provechoso.

Los índices solicitados por mí con tanto ahínco de los Papelesantiguos existentes en las contadurías de nuestros Departamentos han

venido o diminutos como el de la Isla o confusos como el del Ferrol

no han parecido tenido efecto como ha sucedido en Cartagena. De

todos modos ellos dan idea de la confusión y desorden que hay en el

Depósito de tales documentos como que no dicen por sus materias y

antigüedad relación directa con el instituto actual de nuestras conta

durías. En el índice de Cádiz no vienen expresados los Papeles que setrasladaron allí por orden del Rey el año de 1769 del convento de S.

Francisco de aquella ciudad y contenían documentos desde el siglo

XVI hasta principios de éste, los cuales por mal colocados y descui

dados empezaban a perderse por la polilla y humedad en el año de

1778. Del Ferrol sólo ha servido un discurso historiando los varios

ramos de Marina fundado en los documentos que allí hay, pero sin

expresar éstos en forma de índice como se quería. De Cartagena noha venido noticia aún porque siendo mucha la antigüedad y el número

de aquellos papeles y cortos los medios para su arreglo, no han podi

do aún ordenarlos ni siquiera para dar la noticia de los que ya se con

servan. De cuya confusión se debe colegir que nunca podrán tener

estos Papeles en uso provechoso en los Depósitos en que se hallan.

24. La comunicación de Valdés al Virrey es de 25 de febrero de 1792.

25. Fernández de Navarrete a Valdés. 10 de septiembre de 1792. A.G.M. Alvaro de

Bazán. Histórico. Leg. 4.835.

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Por estas razones he creído deber exponer a V.E. que todos los

Papeles que existan en las contadurías de Marina anteriores al año de

1750 (exceptuando en estos todos los de Cuenta y razón) podrían arre

glarse por inventario para trasladarse al Archivo General de Marina

donde deben existir todos los demás que se encontrasen en los demás

Archivos del Reino. Arreglados allí por materias cronológicamente

serían de un uso común y de una utilidad general para los individuos

de la Armada. Allí encontraría el Historiador todas las noticias y an

tigüedades Marítimas, el Piloto podría consultar los Derroteros que

hubiesen de facilitar sus navegaciones, el joven Militar hallaría estí

mulos de valor y animosidad en los célebres Marinos que le han pre

cedido y todos en fin disfrutarían provechosamente esta colección de

documentos gloriosa por sí misma al cuerpo de la Marina Española.

De la Secretaría misma del estado y del Despacho universal de

V.E. podrían trasladarse al cabo de ciertas épocas aquellos Papeles

que no siendo útiles como antecedentes para los asuntos del día sólo

sirviesen de empacho aún para el sencillo orden de que debe haber en

los Archivos de la Secretaría. En este número podían entrar las colec

ciones de M.SS. de Jorge Juan, de Manuel Zaldive y todas las demás

que por fallecimiento de algunos Oficiales curiosos se pudiesen ad

quirir con tanta ventaja del Archivo General y de la Biblioteca.

La dotación de uno o dos Archiveros para tener arreglado el Ar

chivo General, dar las noticias que se les pidiesen o las certificacio

nes que se solicitasen, nunca sería un gasto de consideración si se

advierte que desembarazadas las contadurías de tanto papel inútil ne

cesitarían menos Individuos para custodiar los que restasen en ellas.

Tales son los medios que creo oportunos para formar una colec

ción copiosa de M.SS. de Mar que produzcan las utilidades que ahora

no se pueden esperar y que queden a salvo de la injuria de los tiempos

y como perpetuos testimonios de las glorias de la Marina española.

Si V.E. aprobase esta propuesta, entonces el arreglo y ordenan

zas para el Archivo podrían completar la idea con que deseo cooperar

por mi parte al logro de los útiles establecimientos que V.E. fomenta

con tanta utilidad del cuerpo de la Armada.

Dios guarde a V.E. ms. as.

S. Ildefonso 10 de septiembre de 1792».

D. Martín, incansable va completando su proyecto, adquiere li

bros para la Biblioteca, en conventos y archivos privados, los hace

traer del extranjero, los traslada de las bibliotecas de los oficiales

difuntos o los extrae de las de los jesuítas expulsos.

El 3 de febrero de 1793 ha reunido ya 24 volúmenes y antes de

partir para iniciar su comisión en Sevilla pide a Valdés que queden

encajonados una vez rectados los índices, en el Archivo de la Secre

taría de Marina en Madrid, para evitar su extravío en la Carraca.

El 3 de abril de 1793 en plena comisión en el Archivo de Indias

D. Martín solicita a Valdés destino militar vista la declaración de la

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guerra que acaba el Rey de publicar contra Francia26 «yo ciertamente

no puedo graduar en la situación presente de las cosas, la importancia

de este destino respecto al que me ofrece mi profesión marinera y mi

litar».

Sin embargo el Rey sólo seis días después ordena a Fernández de

Navarrete que permanezca en su comisión de copia de M.SS. para la

Biblioteca de Cádiz.

Resuelto este asunto se entrega D. Martín, nuevamente, con el

ardor acostumbrado a su comisión y en una humorística carta a Valdés

de 4 de mayo de 1793 se lamenta de que:

«En la oficina de este Archivo General de Indias son pocas las

horas diarias de trabajo, pues sólo llegan a 5, no hay oficina las

tardes de todos los sábados del año, ni en los dos meses y medio

del verano y reducen de las horas de trabajo con cualquier motivo

como los toros.

A esas alturas D. Martín que tiene ya 6 escribientes contratados

7 u 8 horas diarias y manifiesta a Valdés el grave quebranto en horas

de trabajo y sueldos perdidos por esta situación.

El 4 de junio de 1793 Valdés ordena a Fernández de Navarrete

que se «transfiera al Departamento de la Isla» (Cádiz) dejando instruc

ciones precisas para que continúen los trabajos de copia en Sevilla.

Consecuencia de esta orden es «la Instrucción que en virtud de Real

Orden de 4 de junio de este año dejo a los escribientes de mi comisión

y en particular a Josef de Basterrechea a quien por mi parte la encar-

go.27

Ia.- En cuanto a la uniformidad en el método del trabajo, de la orto

grafía, del modo de tratar los M.SS. y otros varios puntos particulares,

se observará puntualísimamente la Instrucción que tengo dada desde el

15 de octubre de 1791.

2a.- En el Archivo de Indias se continuará el reconocimiento por los

papeles traídos de Simancas como los más antiguos e importantes, y

así éstos, como todos los demás que se copien se reunirán en clases

particulares, como viajes, descubrimientos, derroteros, Flotas, Corsarios,

Armadas de la Carrera de las Indias, de Barlovento, de la mar del Sur,

Asuntos facultativos, escuelas Náuticas, contratación, ordenanzas, re

glamentos, etc. Cuya distribución se observará también en los índices

cuadrimestres que se me pasen.

3a.- Se atenderá con predilección a los viajes y relaciones de descu

brimientos por mar, y otras noticias hidrográficas que se copiarán a la

letra con prolijidad y exactitud. A ellas se unirán copias o extractos

26. Fernández de Navarrete a Valdés. Sevilla 3 de abril de 1793. A.G.M. Alvaro Bazán.

Histórico. Leg. 4.835.

27. Esta instrucción y sus oficios de remisión en AGM. Alvaro de Bazán. Histórico.

Leg. 4.835.

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de aquellos papeles sueltos que contengan alguna circunstancia de

estas expediciones; pero se expresarán con distinción las que hubieren

sido hechas con orden, o autoridad Real, de las que se hubieren

comprendido por sólo el espíritu de novedad, o interés de los parti

culares.

4a.- En todos los demás ramos es muy delicada la elección de los

papeles, con especialidad cuando son en tanto número como en el

Archivo General de Indias porque requiere mucho juicio y discerni

miento y una instrucción basta de la Historia, y de la bibliografía para

poder conocer la importancia de unos papeles, el poco aprecio que

merecen otros, la fe que se les debe dar, si por acaso se han impreso

alguna vez y otras noticias de esta especie, sin las cuales es muy aven

turado el buen desempeño de este encargo, porque sucederá, o copiar

papeles que sean comunes por la prensa, o estimar en mucho lo que

acaso no merezca atención alguna, o dar crédito a relaciones apócri

fas, lo cual alargaría infructuosamente el Servicio del Rey con gastos

superfluos en la comisión por una ignorancia o ineptitud.

5a.- Deberán reunirse todos los legajos del Archivo que traten de una

misma materia: de corsarios v.g. y haciendo copiar de ellos las relacio

nes que parezcan más importantes, se cuidará de extractar por años

todos los demás testimonios e informaciones, que para un objeto senci

llo y de pocas palabras suelen ocupar un gran proceso.

6a.- Para que no se malogren los frutos que la Superioridad se ha

propuesto de esta colección de manuscritos, es de suma importancia

que no se vulgaricen sus noticias para lo cual deberá procederse con

la mayor reserva custodiándolos mucho, y cuidando no se saquen de

ellos segundas copias ni que salgan por pretexto alguno de manos de

Josef Basterrechea, que se encargará de guardarlos procurando tam

bién no satisfacer la curiosidad de otros sujetos, que la de aquéllos

que autorice orden superior y en consecuencia se me avisará sobre

cualquier orden que se presente por otro conducto relativa a manifes

tar papel alguno.

7a.- Las horas de Archivo serán siempre cuatro por la mañana, y dos

por la tarde; pero por la situación de la Lonja, y los excesivos calores

del verano, no habrá oficina por las tardes desde el 15 de junio hasta

el 31 de agosto; pero se procurará que en los meses de primavera y

otoño, en que las tardes son aún largas y benignas, se trabajen tres

horas para compensar las pérdidas en el verano. No habrá mas días

feriados que los festivos de precisa obligación.

8a.- Cada cuatro meses enviarán el índice duplicado de todo lo trabajado, y se me dará parte del número de cuadernillos trabajados por

cada uno, y cuanto ocurra relativo a la comisión.

9a.- El arreglo de los manuscritos: sus copias, confrontaciones y re

conocimientos, correrá a cargo de Josef de Basterrechea por hallarse

más enterado de mis ideas en estos puntos; pero para darme los partes

sobre los demás escribientes, arreglo de horas de trabajo y todo lo

demás que ocurra, deberá proceder siempre de acuerdo con Félix

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Hernández Garriga, a quien su celo, aplicación, exactitud y buena con

ducta hacen acreedor a esta distinguida consideración.

10a.- Habiendo de quedar encargado Basterrechea de todos los manus

critos, de sus copias, confrontaciones, etc., llevará una cuenta particu

lar del gasto de las resmas de papel y otros que se ofrezcan para que

pueda abonársele todo cuando yo vuelva.

11a.- En el acopio de los papeles del Colegio de San Telmo se proce

derá con la distinción que he prescrito antes de ahora, dividiendo aque

llos documentos en tres épocas: Ia Desde la conquista de Sevilla en

que se estableció la cofradía o hermandad de los Mareantes, hasta el

año de 1569, en que se hicieron las ordenanzas de su nuevo arreglo.

2a Desde aquel año hasta el de 1681 en que se fundó el actual Cole

gio, y se trasladó la cofradía y universidad, desde Triana, al otro lado

del río, y 3a Desde la fundación del Colegio hasta nuestros días.

12a.- Se procurará distribuir los trabajos a los escritores según su ap

titud y capacidad, encargando a los que escriban con más cuidado y

exactitud los de mayor importancia: Los latinos a Sarmiento, y así los

demás. También se cuidarán de copiar los planos y diseños a que ha

gan referencia los manuscritos copiados.

13a.- Copiado el manuscrito, se confrontará con el original por

Basterrechea ayudado de otro de los escribientes; nunca por sí sólo,

como se ha hecho en otras veces en mis ausencias por que no cabe en

este método exactitud, y hecha la confrontación con esmero y proliji

dad, y corregidas las faltas que se notaren en la copia, se pondrá al fin

de ellas las referencias al original, su paradero, época, autor, etc. y la

fecha de aquel día, pero se dejará sin firmar, para que yo pueda hacer

lo cuando vuelva, en la revisión que vaya haciendo en las copias sa

cadas en mi ausencia.

14a.- Como hay muchos papeles que entre otras materias extrañas pueden

incluir alguna noticia particular y curiosa de marina o de los Escrito

res de esta Facultad, y de sus Célebres Generales, y Hombres de mar,

etc., se tendrá para estos casos un libro, o cuaderno en blanco, donde

apuntar estas noticias por el mismo orden de materias expresado en el

artículo 2o y siempre se anotará en tales apuntaciones el manuscrito

de donde son sacadas, su época, autor y paradero.

15a.- Igual cuidado se tendrá al tiempo de las confrontaciones, en se

ñalar con dos puntos al margen de los manuscritos, particularmente

en los viajes, derroteros, y papeles facultativos, todas las voces de la

facultad, anticuadas u otras extrañas que usaren para poder yo des

pués formar largos catálogos de ellas, y aumentar el Diccionario anti

guo de nuestra facultad, que tengo empezado, con tan buenas autori

dades.

16a.- Sobre todo encargo la buena armonía que debe haber entre to

dos los compañeros, la paz y orden que debe reinar, y la buena crian

za y blandura, aún en las reprensiones a que alguno se hiciere acree

dor. Igual cuidado y esmero se observará en la correspondencia y tra

to con los oficiales del Archivo, procurando no dar lugar a enredos y

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Page 56: MARTÍNFERNANDEZDE NAVARRETE EL … · sonrisa de viejecito bueno y sabio». ... que sorbe rapé y toma chocolate, ... habiendo contestado a sus sátiras e invectivas sin descu

disensiones que desunen las voluntades y turban el buen servicio del

Rey. Encargo a todos el más exacto y puntal cumplimiento de estas

advertencias, como que deseo el mejor servicio del Rey y desempeño

de la comisión, y espero que cada uno se esmerará por su parte en

complacerme en esto, llenando los deberes de su obligación.

Sevilla a 12 de junio de 1793».

Este documento es revelador respecto a los criterios acuñados

por Fernández Navarrete en una fase muy avanzada ya de su proyec

to.

Es evidente que Basterrechea, su más antiguo colaborador es su

hombre de confianza y no lo defraudará logrando continuar sin tro

piezos la comisión de Sevilla. Así lo reconoce D. Martín generosa

mente, en oficio dirigido a Valdés desde Cartagena el 28 de septiem

bre de 1793 haciéndole notar «el esmero con que han trabajado D.

Josef de Basterrechea y demás subalternos, aun después de mi ausen

cia de allí, como acredita el copioso número de papeles que se han

recogido a pesar de la cruda estación de estío de aquella ciudad» (Se

refiere Fernández Navarrete al período abril a septiembre de 1793).

En junio de 1794 Fernández Navarrete, embarcado en el navio

Reina Luisa propone a Valdés a la vista de las interesantísimas noti

cias de viajes españoles del siglo XVI y XVII que van saliendo en

Indias, publicar una colección de ellos; publicación que sería, dice,

tan gloriosa a la nación como útil a la marina.

El 9 de diciembre de 1794, siempre desde el Reina Luisa ahora

surto en la bahía de Cádiz, comunica a Valdés que son ya 14 volúme

nes los acopiados en Sevilla, donde además del Archivo General de

Indias se han revisado los archivos de los conventos de San Pablo y

San José; la Biblioteca de San Acasio, la del Conde de Águila, La

Cartuja y algunos otros monasterios.

El 29 de julio nuevamente desde el navio Reina Luisa surto aho

ra en el Puerto de Mahón, 2Í< Fernández de Navarrete acusa recibo de

la decisión real de disolver su comisión de copia de MSS. e informa

reservadamente de los méritos del personal a sus órdenes a lo largo

de los años pasados. Son éstos José Basterrechea; Félix Hernández

Garriga; Miguel Sarmiento; Cipriano Suárez; Joaquín Tinao y José

Miguel Martínez Abad.

En el único documento de carácter económico que he logrado

localizar, fechado el 16 de octubre de 1795, en la Isla de León, se

declaran gastados en distintos capítulos: resmas de papel; cintas para

los tomos; cartones; libros (entre los que se reseña la Hidrografía de

Andrés de Poza de 1585 -actualmente en el Museo Naval- por la que

pagó diez reales) cajones y transporte la cantidad de 656 reales entre

junio de 1794 y 16 de octubre de 1795 fecha de este documento.

Los acontecimientos finales de esta historia se pueden resumir

brevemente.

Suspendida oficialmente la comisión de Copia de MSS. por R.O.

de fecha 16 de junio de 1795, Fernández de Navarrete continúa en su

Sí,

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destino militar, siendo reclamado poco después por Lángara recién nom

brado ministro de Marina, como nombre de confianza de su secretaría.

D. Martín regresa a Madrid con este nuevo destino dejando deposita

dos los legajos acopiados durante su comisión, 44 en total, según nos

dice él mismo, en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz.

Creado finalmente el Depósito Hidrográfico en Madrid, las co

lecciones de D. Martín se envían a él, donde sufren con la francesada,

importante riesgo de ser sacados a Francia, por lo cual una vez retira

das las tropas francesas de Madrid, Felipe Bauza es comisionado para

trasladar a Cádiz en 1812 todo lo que pudiera salvarse del Archivo de

la Secretaría de Marina y del Depósito Hidrográfico. Con todo este

material viaja también, la colección de Manuscritos de Fernández

Navarrete.

Cuando de nuevo las colecciones regresan al Depósito Hidrográfico

de Madrid D. Martín solicita con firmeza se reclamen a Bauza sus

colecciones de MSS. para depositarlas en la Secretaría de Marina.

El último informe redactado por D. Martín respecto a sus colec

ciones de Mss. es de 1824 29 y lo redacta a petición del Secretario de

Estado y Despacho de Marina para retomar la redacción de la Histo

ria de la Marina Española con arreglo a lo mandado en la R.O. de la

Regencia de 10 de agosto de 1823.

Con inmenso y riguroso trabajo rastrea D. Martín hasta el últi

mo de los documentos copiados en las comisiones ordenadas por Valdés,

en su día; las suyas propias que reclamaba al Depósito Hidrográfico;

las de las de Vargas Ponce, depositadas en la Real Academia de la

Historia; las comisiones en Barcelona y Simancas de Sanz de Barutell;

las de Zalvide; la Correspondencia mandada copiar por él mismo en

los archivos privados de Santa Cruz, Alba e Infantado; las coleccio

nes de Pedro de Leyva relativas a galeras.

De todo ello levanta inventarios e índices, comprueba de nuevo

copias y las organiza en materias homogéneas.

D. Martín Fernández de Navarrete representa, como pocos, el

espíritu de esa acrisolada estirpe de marinos-científicos sabios, tole

rantes y útiles. Hombres templados y buenos profesionales en la mar

y en tierra, historiadores, antropólogos, lingüistas, dibujantes o lo que

fuera menester para dejar testimonio de su profundo interés por el

hombre y por el conocimiento universal.

28.- Fernández de Navarrete a Valdés, 29 de julio de 1795. AGM. Alvaro Bazán.

Histórico. Leg. 4.835.

29. Informe de D. Martín Fernández de Navarrete al Excmo. Sr. Secretario de

Estado y Despacho de Marina para el reconocimiento y ordenación de documentos para

seguir la Historia de la Marina Española, en virtud de R.O. de la Regencia del Reino de 10

de Agosto de 1823. AGM. Alvaro de Bazán. Exp. Personal de D. Martín Fernández Navarrete.

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Mucho debemos a esta generación de grandes marinos que hizo

posible entonces, una España de nuevo grande en la mar. Una España

marinera, sabia y tolerante cuya identidad y pasada grandeza es posi

ble rescatar hoy del olvido, gracias al testimonio de los manuscritos

que tan apasionadamente nos legaron.

En ellos trabajó incansablemente D.Martín hasta el día de su

muerte, a las 5 de la tarde del 8 de octubre de 184430. Inmerso en su

gran pasión por la historia marítima de España aún tuvo tiempo de

impulsar otra de sus grandes ilusiones: la Colección de Documentos

Inéditos para la historia de España junto a Miguel Salva y Pedro Sainz

de Baranda. Estos ilustres historiadores nos muestran 3I que cuando

le presentaron a D. Martín (acabando ya sus días) el tercer volumen

de esta colección exclamó «Trescientos habían de ser y que los viera

yo en mi librería porque sin estas publicaciones nunca tendremos his

toria de España».

Preclara frase la de D. Martín. Desde aquí rendimos homenaje a

su memoria pues él precisamente con sus recopilaciones documenta

les y sus excelentes publicaciones rescató una parte importantísima

de la Historia de esa España que tanto amó.

30. Parte de defunción extendido por D. Pedro Regalado Ruiz en San Ildefonso, 23

de octubre de 1844. AGM. Alvaro Bazán. Exp. Personal de D. Martín Fernández Navarrete.

"La muerte se produjo a las 5,15 de la tarde del día 8 de octubre en la calle Val verde n° 26

cuarto 2o, a consecuencia de un catarro crónico pulmonar".

31. Pedro Sainz de Baranda y Miguel Salva. Colección de Documentos Inéditos.

Vol. VI pp. 9.

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COLECCIÓN FERNANDEZ DE NAVARRETE EN EL MUSEO NA

VAL DE MADRID

[Sig. MSS. 10 a 42] 32 volúmenes, dos de ellos de índices de época

que recogen 2521 documentos relativos a las siguientes materias y años:

- Pilotaje: Derroteros s. XVI-XVII

- Relaciones de Viajes y descubrimientos 1492-1690

- Instrucciones, ordenanzas, títulos, etc. 1541-1670

- Sucesos marítimos del siglo XVI en los

mares de Europa 1537-1620

- Navegaciones, combates, y otros sucesos 1621-1719

- Asientos y proyectos 1533-1725

- Asuntos varios-pesca 1441-1723

- Despachos e Instrucciones 1625-1706

- Expediciones y combates 1601-1670

- Descubrimientos de Indias 1419-1773

- Flotas. Instrucciones para viaje.Incidentes 1518-1755

- Corsarios: asaltos de poblaciones, robos,

presas, etc. 1 537-1655

- Corsarios: asaltos de poblaciones en el

Mar del Sur 1579-1682

- Defensa de puertos en América y navegación

de ríos 1544-1638

- Asuntos Varios 1452-1574

- Relaciones de batallas y otros sucesos navales 1640-1718

- Descubrimientos s.XVI-XVII

A estos 32 volúmenes del cuerpo principal de la Colección

Fernández Navarrete hay que unir 13 volúmenes de correspondencia y

relaciones copiadas y recogidas igualmente en la comisión de D. Mar

tín y que también se conserva en el Museo Naval de Madrid.

VOLÚMENES DE CORRESPONDENCIA Y RELACIONES S. XVI-

XVII DE LA COLECCIÓN FERNÁNDEZ NAVARRETE EN ELMUSEO NAVAL

[Sig. MSS. 496 a 508]

- Cartas de los Reyes a los Duques de Medinasidonia

3 vol. s.XVI

- Cartas a D. Alvaro de Bazán. 1 vol. 1527-1567

- Cartas al Marqués de Santa Cruz.l vol. 1563-1579

- Cartas a D. García de Toledo. 3 vol. 1548-1574

- Cartas a D. Pedro de Toledo. 1 vol. 1591-1625

- Cartas a D. Fabrique de Toledo. 1 vol. 1611-1634

- Relaciones relativas a D. Juan de Austria. 1 vol. s. XVI

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BIBLIOGRAFÍA

1946 índice de la Colección de Documentos de Fernández de Navarreteque posee el Museo Naval de Madrid. Vicente Vela. Prólogo Ju

lio Guillen. Madrid. Instituto Histórico de Marina. C.S.I.C. 1946.

1971 Reproducción facsimilar de toda la colección por la Editorial

KRAUS-THOMSON. 40 volúmenes. Liechtensteinl97 1.

DOCUMENTACIÓN ORIGINAL UTILIZADA

- Expediente personal de D. Martín Fernández de Navarrete. Archivo

Alvaro de Bazán. Viso del Marqués.

- Depósito Hidrográfico. Asuntos Particulares. Legajo de D. Martín

Fernández de Navarrete. Archivo Alvaro de Bazán. Viso del Mar

qués.

- Sección Histórico. Legajo 4.834. Comisiones de D. José Mendoza y

Ríos en el extranjero para acopio de información científica. Archi

vo Alvaro de Bazán. Viso del Marqués.

- Sección Histórico. Legajo 4.835. Comisiones de D. Martín Fernández

de Navarrete, D. Vargas Ponce y D. Sanz y Barutell para acopio de

documentos relativos a marina en los archivos españoles. Archivo

Alvaro de Bazán. Viso del Marqués.

- Colección Documental Fernández Navarrete. Museo Naval de Ma

drid. MSS. 10 a 42 a MSS. 496 a 508.

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FERNANDEZ DE NAVARRETE,

ACADÉMICO DE LA HISTORIA

Gonzalo ANES Y ALVAREZ DE CASTRILLON

De la Real Academia de la Historia

Don Martín Fernández de Navarrete fue ilustre marino e histo

riador. La explicación de ambas vocaciones se encuentra en dónde y

cómo se educó. Tuvo la suerte de que sus padres le enviaran, cuando

tenía doce años, al Real Seminario de Vergara, fundado por la Real

Sociedad Vascongada de Amigos del País. Mientras en las escuelas y

universidades se seguían aplicando los viejos métodos de enseñanza

fundados en la filosofía escolástica, en el seminario de Vergara se

enseñaban Física y Matemáticas y los alumnos oían a sus profesores

que el conocimiento tenía que estar fundado en la observación y en la

experiencia. Jovellanos se quejaba al hablar de las escuelas públicas

en las que se había educado en su niñez, de que hubiese «malogrado

en ellas mucho tiempo». Su biógrafo Cean recoge esta queja al seña

lar que Jovellanos había seguido, en su infancia, el «oscuro e intrin

cado método de la escuela escolástica». El mismo Jovellanos, cuando

se refiere a su paso por la Universidad, sentirá haber perdido el tiem

po inútilmente:

«¡Cuánto tiempo perdido en estudios estériles!,

¡Cuánto afán, cuántas tareas vanamente empleadas en libros in

útiles!»

Cuando fue nombrado Alcalde del Crimen de la Real Audiencia

de Sevilla, en 1767, a los veinte años, reconocerá haber entrado «en

la jurisprudencia sin más preparación que una lógica bárbara y una

metafísica estéril y confusa». En Sevilla, Jovellanos comenzará a asistir

a la tertulia de Olavide. Allí oirá hablar de agricultura, de cultivos,

de ganados, de economía política. Para poder participar en las con

versaciones de la tertulia tendrá que someterse a un plan de lecturas:

se pondrá a estudiar. En la tertulia del asistente de Sevilla conocerá a

Gracia de Olavide, a Francisco Bruna, a Martín de Ulloa, hermano de

Antonio y el autor de las famosas Noticias secretas de América. ¡Que

diferente formación la de los hermanos Ulloa!. En 1740, Bernardo

de Ulloa, en la «ofrenda» que hace a Su Majestad de la obra Restable

cimiento de las fábricas y comercio español se enorgullece de tener

tres de sus seis hijos varones en el Real Servicio: el mayor, Antonio,

por sus conocimientos de matemáticas y astronomía, participaba en

las observaciones astronómicas para la medición del meridiano con

los miembros de la Academia de Ciencias de París. Era teniente de

navio. Los otros dos hijos de Bernardo eran cadetes en el Regimiento

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de Infantería de Castilla y se aplicaban al estudio de las matemáticas

en la Academia Real de Barcelona.

A mediados del siglo XVIII, se consideraba urgente mejorar la

marina y el ejército. Don Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ense

nada, dirá que la marina que había habido en España hasta entonces

había sido «apariencia», por carecer de arsenales, ordenanzas, méto

do, disciplina. Y Jorge Juan será consciente de que, en España, «el

arte de construir» había tenido la desgracia «de caer siempre en ma

nos de un mero practicón, que por no tener luces de geometría ni me

cánica» ignoraba «las propiedades de las líneas de fuerza». Cuando

no era así, la construcción naval la dirigía «un gran teórico» que no

sabía lo que eran «las furias de la mar».

La construcción naval, en arsenales, favorecía el trabajo espe

cializado, con el consiguiente aumento de la eficacia. La forma, el

tamaño de cada pieza, para que fuesen los adecuados, exigía conoci

mientos de geometría, y de dibujo técnico. Para todo ello, era obliga

do que colaborasen marinos y técnicos, lo que exigió mejorar la for

mación de unos y de otros. Jorge Juan y Antonio de Ulloa viajaron a

Francia para conocer las nuevas técnicas allí aplicadas, y también para

contratar especialistas. Arsenales y fomento de la marina exigieron

mejorar la formación de los marinos y la enseñanza técnica.

Veamos cómo se prepara Martín Fernández de Navarrete para

recibir las enseñanzas prácticas que se daban a los marinos de su tiempo.

EL REAL SEMINARIO DE VERGARA

Ignoro las razones por las que don Martín fue enviado a educar

se en el Real Seminario de Vergara. Quizá amistad de familia con

alguno de los miembros de la Real Sociedad Vascongada y, sin duda,

el hecho de que el padre de don Martín fuera hombre ilustrado. El

caso es que don Martín, en Vergara, recibió enseñanzas de Álgebra,

Trigonometría, Principios de Cálculo integral y diferencial y Física

experimental. Fueron profesores suyos, en estas materias Fausto de

Elhuyar y Chavano y Alejandro Mas, discípulo de Bails. Además, en

el Real establecimiento de Vergara recibió enseñanzas de latín, fran

cés, dibujo, literatura, música y baile. Sabemos que uno de sus maes

tros en Vergara, Juan Lorenzo de Benitúa Iriarte, le presentó a su tío,

el fabulista Tomás. Tenemos también noticia de que don Martín y otros

compañeros suyos, alumnos del Real Seminario de Vergara, hicieron

una composición, en latín y en castellano, en elogio del Poema de la

música, de Tomás de Iriarte.

En el Real Seminario de Vergara, además de a las ciencias úti

les, se prestaba especial atención a las humanidades. Peñaflorida era

gran amante de la música: «habíale merecido -señalará el propio don

Martín, cuando hizo el elogio fúnebre del Conde en 1782-, un estudio

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particular en su infancia», y tenía por ella «un aprecio singular aun en

la edad adulta». Y, en ese Elogio, don Martín -que tenía 17 años cuando lo escribió- señalará que podía haber quienes juzgasen «por nimiedades unos estudios que en la Antigüedad formaban una gran parte dela política, y que eran reputados por precisos en un hombre ilustre yloables en cualquier ciudadano». La música, para los vascongados «ami

gos del país», estuvo presente desde sus primeras tertulias, y hubo deestarlo también en las enseñanzas que se daban en el Real Seminariode Vergara.

Aunque corresponde a años posteriores a los que pasó don Mar

tín en el Real establecimiento de Vergara, creo de interés referir algo

de cómo era la vida en aquel centro. Me voy a valer del diario deJovellanos, escrito el 28 de agosto de 1791, cuando visitó las tierrasvascongadas. Jovellanos observará que «las camas, los dormitorios, el

tinelo o comedor, todo está limpio». Advertirá que los niños están aseados,aunque «llevan todos su pelo», cosa que desaprueba. Le parece que,

«en general, tienen aire bastante suelto». Entonces la enseñanza se re

ducía a primeras letras, Latinidad, propiedad y retórica, matemáticas(dos cátedras) la última «de sublimes». A los dieciocho años, los

seminaristas pasaban a la clase de académicos: «salen por la noche;

concurren los días festivos a las tertulias, donde bailan hasta las nueve,

que es la hora de la cena». Y Jovellanos continúa su relato: «asistimos

al concierto que se tiene todos los días festivos, de cuatro a cinco en el

verano, y de siete a ocho en invierno. Se tocan unas sonatas de Pleyel:

hay un buen fogot; tocaban seis seminaristas con los maestros, por la

tarde fueron a divertirse al juego de la pelota». Jovellanos se sorprenderá de la alegría de la gente en aquellas tierras vascongadas. El lunes

once de noviembre de 1797, día de San Martín, «todo el pueblo rebosa

en alegría». «Hay baile público en la plaza. ¡Que bulla! ¡Que alegría!».

La vista de ese espectáculo le «llena de placer»: «el pito y el tamboril,

los gritos de regocijo y fiesta, los cohetes, la zambra y la inocente grescaque se ve y oye por todas partes, penetra en el corazón mas sensible».

De cuanto observa en ese viaje con el pensamiento de ilustrarse para

aplicar nuevas ideas en el Real Instituto Asturiano que tiene en el pen

samiento, parece como si sólo esa alegría le hubiera impresionado. Y

es la que querría conseguir en Gijón: «¡Dichoso yo -dirá- si lograse

trasladar esta sencilla institución a mi país, en la plaza del nuevo insti

tuto, empezando en los alumnos! Veremos».

En este escenario vascongado transcurrieron los años de forma

ción de don Martín Fernández de Navarrete. Allí aprendió a cultivar

las ciencias útiles y allí se impregnó de las ideas y del vocabulario

del siglo de las luces: a los diecisiete años, en el Elogio al Conde de

Peñaflorida, verá en la Filosofía la mejor forma de terminar con la

superstición y el fanatismo, de modo que «disipando los fantasmas

del error y del temor» muestre a los hombres el camino por donde

deben conducirse, para libertarse del principio «a donde se encaminaban».

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Como brillante alumno del seminario de Vergara, don Martín obtiene premio extraordinario en las juntas de julio de 1779. En el Elogiopostumo del Conde de Peñaflorida mostrará don Martín su agradeci

miento a los maestros de Vergara. Y lo expresará así:«Si a vosotros soy deudor de mis luces, y si algún día me es

permitido aspirar a alguna gloria, sois vosotros los que me habéis abiertoel camino. Mi vista mira aún los lugares donde vuestros sufragios hananimado mi juventud, y mi corazón reconoce en vosotros los presi

dentes que le han dirigido con sus consejos».El éxito de don Martín en Vergara quizá inclinara a su padre a

que emprendiera la carrera de marino. En 1780, entró comoGuardiamarina en la plaza de El Ferrol. Sobre Martín Fernándezde Navarrete como marino, habló en este ciclo de conferencias elCoronel Auditor don José Cervera Pery, y a cuanto él dijo me remito. Yo trataré ahora de presentar a don Martín Fernández de Navarrete

como hombre del siglo de las luces, amigo de Tomás de Iriarte, deMeléndez Valdés, de Moratín, de Jovellanos, de Vargas Ponce, delBarón de Humboldt. La correspondencia mantenida entre don Mar

tín y Jovellanos es interesante, al respecto, aunque sean pocas lascartas cruzadas entre ambos. El 10 de mayo de 1796 don Martínenvía carta a Jovellanos manifestándole que ha leído «conespecialísimo gusto» el Informe sobre la ley agraria. Dice haberhablado de él, con entusiasmo, a Vargas Ponce y que se lo ha dadoa leer a «varios curiosos, por cuyas manos anda corriendo». Añadeque todos le dan «mil gracias por haberles dado a conocer una obrade tanto mérito y de consecuencias tan provechosas al bien generalde la nación». Don Martín se complace del «aprecio universal» quemerece el Informe, y de los conocimientos que su lectura difunde«entre lo hechicero de su estilo», pues, como se ve, valora la elegancia con la que el Informe está escrito. Jovellanos escribirá a donMartín, desde Gijon, el 24 de octubre de 1797, comentándole que

acaba de ser nombrado embajador en Rusia: «¿ha visto usted, -ledice- mayor extravagancia que la de querer hacer de un pobre filósofo un embajador?». Se considera «arruinado, asesinado». Y ana-

de: «usted conoce cuanto pierdo en mi dulce vida». Sea lo que fuese de su vida en el futuro -concluye- «yo seré siempre su fino ytierno amigo». El nombramiento de embajador no era otra cosa que

preparar el camino para que no sorprendiera tanto que Jovellanos

pasase a desempeñar la Secretaría de Gracia y Justicia. Con Saavedraen la de Hacienda, se pensaba que podría ser posible una reforma

modernizadora de las instituciones, promovida por la Corona.

Don Martín había publicado, años antes -1791- un librito titula

do Progresos que puede adquirir la economía política con la aplicación de las ciencias exactas y naturales. Como muestra de su actitudilustrada, pienso que interesa referir lo que escribió sobre los mayorazgos en ese libro: «los mayorazgos -dirá- porción distinguida de lanobleza y del poder del Estado, se hacían tan gravosos y perjudiciales

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por la calidad de sus enormes caudales vinculados, como por la altanera ociosidad en que vivían, y por el fiero desdén con que miraban a los

agentes propios de los beneficios que disfrutaban con aprecio. Debien

do por su autoridad influir en la cultura y alivio del pueblo, sólo contri

buían con su ejemplo a perpetuarse en su adormecimiento, y a arraigarlas envejecidas preocupaciones que se oponían a su mismo interés yprosperidad».

Tal institución le parecía a don Martín cosa del pasado. Gracias

al celo de los miembros de las sociedades de Amigos del País, «dando

impulso a la razón», pensaba que se había disipado «esta preocupación bárbara». «La filosofía -añade- ha graduado la estimación que

merece el asiduo trabajo del labrador y las faenas complicadas del

fabricante». Las frases que dedica don Martín a los mayorazgos se

fundan en el planteamiento ilustrado crítico de la propiedad vinculada y de la ociosidad de los titulares: en la instrucción para el gobierno de la Junta de Estado, se dirá que los mayorazgos cortos son semi

nario de ociosidad. Análoga opinión tienen Jovellanos y Cabarrús. Al

referirse a «la estimación que merece el asiduo trabajo» aludió don

Martín a la Real Cédula del 18 de marzo de 1783 por la que se declaraban honrados todos los oficios.

Si Martín Fernández de Navarrete era crítico de la propiedad

vinculada, resulta lógico que lo fuese también de la comunal o de la

que gestionase el gobierno. Conocemos sus opiniones sobre ello, por

el Informe que dio sobre los montes de Segura de la Sierra. Estos

montes eran de gran utilidad para la Marina. Había en el partido o

«provincia» de Segura de la Sierra setenta y ocho montes o sitios de

árboles, poblados de pinos salgareños, rodenos, carrascos y donceles.

Tenían también sabinas, robles, encinas, fresnos, álamos blancos y

negros, nogales. Se habían hecho en ellos cortas sin orden ni método,

comerciando los particulares con árboles como si fuesen de su pro

piedad. En 1746 se estableció en Segura una subdelegación especial

de la Superintendencia de Sevilla. En 1751, se agregó a la de Marina,

después de publicada la ordenanza de montes y de conocerse la rique

za maderera de los de Segura: en la parte que correspondía al depar

tamento de Cádiz, se contaron 24.386.042 árboles. De ellos, 2.121.140

eran útiles para la construcción naval. En la parte que correspondía a

Cartagena, se contaron 434.451.279 árboles, de los que 380.902.844

fueron considerados útiles para la Marina. En total, el número de ár

boles parece que ascendía, a mediados del siglo XVIII, a unos 405

millones. Entre 1785 y 1790, parece que la cifra se había reducido a

solo 260 millones. La mala administración de los ministerios de Ha

cienda, de Marina y de Interior parece que motivó la decadencia de

aquellos montes. El 25 de enero de 1811, el Ministro de Hacienda se

dirigió al Rey señalándole cual era la situación forestal de los montesde Segura. Don Martín Fernández de Navarrete informó en el expe

diente incoado sobre el régimen y administración de los montes de

Segura de la Sierra y de su provincia, en escrito fechado en Madrid el

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12 de mayo de 1811. Concluyó que todas las ordenanzas, reglamentos

y autoridad eran insuficientes para conseguir la recuperación de los

montes. La experiencia -afirmaba- le permitía ver que el interés parti

cular habría de hacer prosperar aquella riqueza. Por ello, dictaminó a

favor de que los montes de Segura se dividiesen en suertes y que se

vendiesen a particulares. Piensa que esta medida habría de originar

un ensayo feliz para hacer lo mismo con las tierras comunales, que

tan poco producían -afirmaba- al no haber interés personal en su ex

plotación.

DON MARTÍN FERNÁNDEZ DE NAVARRETE SOLICITA INGRESAR EN LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA.

La Real Academia de la Historia, fue fundada en 1735 al apro

bar Su Majestad los estatutos que habrían de regir, en adelante, las

tareas de los contertulios que venían reuniéndose para tratar de asun

tos oscuros del pasado. Al aprobar los estatutos, Su Majestad conce

dió Su Real Protección a la nueva academia. Ésta pudo estar formadapor 24 numerarios y 24 supernumerarios para suplir, por antigüedad,

a los numerarios que se ausentasen por Real Servicio, y por honora

rios en numero indeterminado. Cuando ingresó don Martín en la aca

demia, hacía ocho años que ésta se gobernaba por nuevos estatutos:

los confirmados por Carlos IV en 1792, de los que fue autor Vargas

Ponce. Con ellos, la Corporación quiso «atarse ella misma las ma

nos» para que, en el futuro, no se las atase ninguna autoridad intrusa,

que quizá acatasen los académicos pusilánimes o egoístas.

Don Martín Fernández de Navarrete estuvo comisionado por Su

Majestad para visitar varios archivos generales y particulares del Reino.

El objeto era formar una colección metódica de los documentos que

interesan a la Historia de la Marina española. La comisión duró desde

fines del año 1789 hasta 1795. Fruto de su trabajo son los cuarenta y

cuatro volúmenes en folio en los que constan «las más importantes

relaciones de viajes y descubrimientos ultramarinos, de combates na

vales, expediciones marítimas y otras que no resultaban menos útiles

para ilustrar la Historia de la Nación y de sus colonias», y para dar

idea de los progresos del arte de navegar, en los que «tuvieron tan

gloriosa parte los españoles». Don Martín Fernández de Navarrete es

taba encargado, por Real Orden, de coordinar y publicar la colección

de documentos cuando se lo permitiesen sus muchas ocupaciones. Re

sultaba que éstas eran tantas que no le había sido posible, aún -y lo

expresa así el 28 de agosto de 1800- dar «a las ilustraciones y

apuntamientos» que tenía recogidos, el orden y la corrección que ne

cesitaban para que pudieran ver la luz pública.

Esta demora le había impedido solicitar su ingreso en la Real

Academia de la Historia, por haber «sofocado» sus deseos de dirigir-

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se al Director de la misma para que fueran promovidos su elección y

nombramiento. Quería pertenecer a la Academia por ser entonces «uno

de los cuerpos más ilustrados de la Nación». El 28 de agosto de 1800,

don Martín Fernández de Navarrete se dirigió a la Real Academia de

la Historia solicitando ser admitido en ella. Esperaba, dentro de la

Corporación, beneficiarse del saber de los académicos para poder lle

var a cabo la publicación de los tomos que tenía preparados. Sólo en

el seno de la Real Academia, «y en medio de las sabias conferencias

de sus individuos» -expresará don Martín en su solicitud- «pudiera

encontrar aquellas luces y aquel juicioso discernimiento» que eran

indispensables para la continuación de los trabajos de que estaba en

cargado.

Los méritos con que creía contar para que se le admitiese en el

seno de la Academia era entonces -1800, y contaba 35 años de edad-

haber escrito sobre «la historia facultativa del Arte de navegar» y de

los autores que lo habían cultivado; las tentativas que la Corona ha

bía promovido «con generosos y cuantiosos premios para «encontrar

el método de observar la longitud en la mar», y otros asuntos análo

gos a éstos, «no menos importantes que nuevos». Presentaba estos

méritos a la Academia como «débiles muestras de su aplicación». Al

no estar este trabajo concluido, envió a la Academia una Disertación

histórico-crítica en que se examinaba la relación apócrifa de un anti

guo navegante español , a la que habrían pretendido dar entero crédi

to «algunos celebres geógrafos extranjeros, hasta mover el interés y

la curiosidad de las naciones marítimas a buscar en vano el paso del

noroeste de la América que se pretendía haber descubierto». Como,

además, creía don Martín que su aplicación no era desconocida por

parte de algunos académicos, esperaba que se le admitiera en el seno

de la Corporación. El Censor de la Academia, que lo era en 1800 el

ilustrado abate José de Guevara Vasconcelos, miembro preclaro de la

Real Sociedad de Amigos del País de Madrid y amigo de Jovellanos,

vio la solicitud de Martín Fernández de Navarrete y señaló que nadie

ignoraba la aplicación, mérito y juiciosa conducta del aspirante a

académico. Por ellos, había entrado en los cuerpos literarios y patrió

ticos de la Corte -la Real Academia Española y la Real Sociedad de

Amigos del País-, haciéndose, además, de su persona el «justo apre

cio» de que era acreedor. Añadiese a todo ello que, por entonces, re

sidía en Madrid. Era de esperar -señalaba Guevara Vasconcelos- que

pudiera continuar la Historia de la Marina que, en otro tiempo, había

comenzado la Academia, para lo que Martín Fernández de Navarrete

tenía tanta preparación, y «proporción por los documentos que en fuerza

de la Real Comisión» tenía recogidos. Por todo ello, manifestó el Censor

Guevara que no sólo no se le ofrecía reparo en que la Academia accediese

a la solicitud de don Martín, si no que, a su parecer, hacía «una buena

adquisición admitiéndole en la clase de supernumerario», al no poder

contar con «su continua asistencia y laboriosidad», por el conocimiento

que el Censor tenía de la «constante asiduidad» de don Martín en

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otros Cuerpos. No obstante, la Academia habría de resolver lo que con

siderase más oportuno. El informe del Censor Guevara Vasconcelos es

de 11 de septiembre de 1800.

Después del preceptivo informe del Censor, era obligado oír, en

la Academia, el dictamen del experto nombrado para examinar y juz

gar la obra presentada por el candidato. La leyó, como revisor, el fa

moso Antonio de Capmany y de Montpalau, conocido por obras tales

como las famosas Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes

de la antigua ciudad de Barcelona, publicadas en cuatro volúmenes,

en Madrid, entre 1779 y 1792. Capmany dictaminó lo que sigue:

«Como revisor de la Academia he leído con atención la obrita

presentada por Martín Fernández de Navarrete para ser admitido por

individuo de ella, titulada: Examen de la relación de Lorenzo Ferrer

Maldonado sobre el descubrimiento del estrecho de Anian, y noticia

de las principales expediciones hechas en busca de aquel paso de co

municación entre el Océano Atlántico y el mar del Sur. Las oportunas

reflexiones que hace su autor sobre el descubrimiento del nuevo mun

do e influjo de tan extraño acaecimiento en las costumbres, política y

gobierno del antiguo, el aire de novedad que ha sabido dar a todo su

razonamiento, la erudición crítica con que trata el principal asunto, y

las raras noticias, sumamente interesantes a la Historia de la marina

española, de que está sembrada esta memoria, la hacen muy apreciable

y digna de publicarse entre las de la Academia».

Capmany firmó el dictamen el 19 de septiembre de 1800.

En el libro mayor de actas de la Real Academia de la Historia

consta el acuerdo a que se llegó en la junta ordinaria del viernes 19 de

septiembre, de admitir a don Martín Fernández de Navarrete como su

pernumerario. Vieron la solicitud del interesado y el dictamen del Re

visor General de la Corporación y «hallándose ésta, por otra parte, cer

ciorada de la buena conducta, instrucción y aptitud del interesado para

servir al cuerpo», se acordó proceder a la votación secreta conforme a

lo que prevenían los estatutos1.

Don Martín fue elegido Académico en la clase de los supernume

rarios. Al aviso que recibía el académico electo, acompañaba copia cer

tificada del acuerdo, que servía de título en forma.

1. Para admitir académicos era preceptivo que el pretendiente presentara un memorial

o solicitud, al secretario. Este había de dar cuenta de ello en la sesión siguiente, para tomar la

orden de lo que debiera hacer. Si en la Academia se acordaba admitir el memorial, en la junta

inmediata habría de darse cuenta de él, remitiéndolo a informe del Censor. A la vista del infor

me, y previa "una pequeña conferencia", se procedía a la elección, mediante votos secretos, de

los que era necesario "tener la mayor parte, respecto de todos", ya fuese "sólo uno el preten

diente a la plaza vacante, ya muchos". El admitido, después de recibir el oportuno aviso del

secretario para que concurriese en la próxima academia, leía una oración gratulatoria. Artícu

los II y III de los estatutos, aprobados por Su Majestad el 18 de abril de 1738.

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Don Martín Fernández de Navarrete fue elegido Director de la

Academia el 25 de noviembre de 1825. Fue reelegido seis veces. Mu

rió siendo Director, el ocho de octubre de 1844. Residía entonces en

el número 26 de la calle Valverde, casa de la Real Academia Españo

la, de la que era decano y bibliotecario. Le tocó vivir las tribulacio

nes de los años de guerra, entre 1808 y 1814, el restablecimiento del

régimen absoluto, las esperanzas que se abrieron, en 1820, con el ré

gimen constitucional, las represiones posteriores al restablecimiento

del absolutismo en 1823 y, después de la muerte de Fernando VII, la

tragedia de la guerra civil. Desde noviembre de 1825, como Director

de la Academia, fomentó los trabajos de la corporación, fiel siempre

a proseguir las investigaciones en curso, a conservar y a aumentar las

colecciones documentales y arqueológicas y el monetario y a contes

tar a cuantas peticiones se le hicieron, mediante los oportunos infor

mes o dictámenes. Don Martín cumplió lo prescrito en el artículo XXXVI

de los estatutos vigentes durante sus años de director: en la última

sesión del tiempo por el que fue elegido -y reelegido seis veces por

tener la confianza de sus compañeros- presentó la correspondiente

memoria sobre «los proyectos y empresas literarias» de la corpora

ción y sobre lo concerniente a lo económico y gubernativo, con los

adelantos y mejoras. También expuso cuales eran las ideas y proyec

tos que pensaba aplicar en los correspondientes trienios. Los discur

sos pronunciados al terminar cada trienio se imprimieron a partir del

que concluyó con el año 1834. Están recopilados en un tomo el pro

nunciado el 28 de noviembre de ese año (impreso en Madrid, en 1835);

el de 24 de noviembre de 1837 (impreso en 1838); el de 27 de no

viembre de 1840 (Madrid, 1841) y el de 15 de diciembre de 1843

(Madrid, 1844).

En las Memorias de la Real Academia de la Historia publicadas

en 1852, se recordó que, en poco más de un año (entre junio de 1833

hasta julio de 1834) habían fallecido Francisco Martínez Marina; José

Sabau y Blanco; Diego Clemencín; Tomás González; Tomás González

Carvajal y Antonio Siles. Eran tiempos aquellos de guerra civil. El

conflicto armado acabó extendiéndose a todo el país, «arrancando a

todos de sus asientos, llamando los ánimos a las discusiones políti

cas, exaltando las pasiones». Era difícil, en aquellos tiempos, pensar

en otra cosa que en los peligros en que se estaba y en las dificultades

en que se vivía. Lo presente absorbía toda la atención: no había tiem

po ni sosiego para dedicarse al estudio de la Historia. En épocas tales

-se dice en las Memorias- «rómpese, al contrario, con ella y no se

vuelve a establecer la ley de continuidad hasta que han pasado, dejan

do añadido un nuevo eslabón en la cadena de los tiempos».

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LA ACADEMIA DE LA HISTORIA EN EL TRIENIO QUE CON

CLUYE EN 1834

En el Discurso pronunciado por Martín Fernández de Navarrete

en junta de 28 de noviembre de 1834, aludió a «las calamidades públi

cas» del verano anterior.

En efecto: el cólera morbo asiático, «el terrible azote» se ha

bía difundido desde las orillas del Ganges hasta San Petersburgo.

Parece que, esta vez, siguió, en su avance, el curso de las grandes

vías fluviales. Desde Rusia, avanzó hacia el oeste por las orillas del

Báltico y acabo tocando en Inglaterra y en Francia. En el verano, el

mal «descargaba embravecido sobre la atribulada España». En Ma

drid, el populacho propaló que agentes jesuítas envenenaban las

fuentes. El origen de la especie estuvo en un enfrentamiento entre

un ex-sargento de los licenciados voluntarios realistas y algunos

miembros de la milicia urbana. Las turbas enardecidas penetraron

en los claustros de San Isidro y asesinaron a varios jesuítas. Hicie

ron lo mismo en Santo Tomás, San Francisco, la Merced, en donde

mataron a los frailes que encontraron y saquearon aquellos conven

tos. Las tropas que el general Martínez de San Martín envió a los

conventos llegaron siempre después del saqueo y de los asesinatos.

Sólo los conventos de San Gil, el Carmen y San Cayetano pudieron

ser protegidos a tiempo por la tropa. Nuevos brotes del tumulto, en

la noche, pusieron en peligro los conventos de Atocha, Santa Bár

bara, el Rosario, y el Seminario de Nobles (regentado por los jesuí

tas). Los disturbios del 17 de julio fueron seguidos de un ambiente

de terror por el cólera, y por haberse difundido las noticias de los

desmanes cometidos por las hordas urbanas. Las gentes huían de la

ciudad, sin otro límite en cuanto al número que el impuesto por la

falta de recursos y de medios de transporte.

La Real Academia de la Historia no quedó indemne de las al

teraciones. El director, Martín Fernández de Navarrete, aludió, en

su Discurso del 28 de noviembre, a las «graves y sensibles pérdi

das» sufridas por la corporación «aun dentro de su misma casa».

Apenas calmados los primeros temores y cuidados, los miembros

de la Academia, con su director, se reunieron en la sala de la espa

ñola para atender a la conservación del «cuerpo literario» de la His

toria. Martín Fernández de Navarrete, «tomando por base la obser

vancia de estatutos», en cuanto eran compatibles con la crítica si

tuación de entonces, se puso de acuerdo con Vicente González Arnao

y con Tomás González Carvajal, únicos numerarios que quedaban,

para exhortar a los demás compañeros no numerarios a que conclu

yeran cuanto antes las disertaciones o memorias en que estaban tra

bajando y que eran preceptivas para que pudieran ser promovidos a

la clase de miembros de número de la corporación.

El plan de trabajos que presentó Martín Fernández de Navarrete

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para el trienio que comenzaba en enero de 1835 consistía en que laAcademia prosiguiera en la preparación de las Crónicas de los reyesFernando y Enrique IV para concluirlas y dar los textos a la imprenta;que continuaran los trabajos para proseguir la publicación de los cuadernos o Actas de las Cortes de Castilla; que, al estar concluido eltrabajo de publicar la parte legal de las obras del Rey Sabio, se continuara con las históricas, empezando por la Crónica General de España;que se continuara trabajando en la confección del índice de los manuscritos de la Academia, y que se examinasen con detenimiento las disertaciones o discursos que habrían de formar el tomo VIII de las Memorias de la Corporación. Cuando estas comisiones tuvieran adelantadossus trabajos, proponía el director que se emprendiese la edición de laHistoria Natural y General de las Indias2. Pensaba don Mar- tín queestas obras, aunque estaban el mayor número de ellas muy adelantadas, parecían ser las suficientes para ocupar a la Academia en el trienio que iba a comenzar.

TRIENIO QUE CONCLUYE EN 1840

El 27 de noviembre de 1840, pronunció don Martín nuevo discurso para dar cuenta de los trabajos hechos en la Academia y del programa que proponía para el trienio siguiente.

No había habido tranquilidad en los últimos tiempos para la Corporación. Los trabajos se resentían de la falta de sosiego. Se refiere aello el director Fernández de Navarrete, al comenzar su discurso:

«Los tiempos fatales de turbulencias civiles, cuando las opiniones y principios contradictorios, excitados por la ambición y la inmoralidad, luchan para trastornar la constitución y el gobierno de las naciones, no son propios ciertamente para cultivar aquellos estudios áridose ingratos que exigen la investigación de la verdad en los acontecimientos antiguos, y han de suministrar las lecciones de la experiencia,

habiendo de seguir las gastadas huellas, los deteriorados vestigios delos pasados siglos».

En efecto: en medio de las turbulencias políticas y de las discordias civiles, ¿cómo «examinar con juicio e imparcialidad» las tradiciones, los monumentos del pasado?». ¿Cómo «discernir los escritos auténticos de los apócrifos y fingidos, tal vez por la codicia y el interés,cuando no por la presunción y la vanidad de los hombres?». No bastaba «un entendimiento perspicaz» para utilizar la lógica y la crítica, lacronología y la geografía en el análisis histórico. Era necesario «unánimo tranquilo». También se precisaba la paz para la «profunda meditación», para «el maduro y detenido examen» que exigía la interpretación de las fuentes del conocimiento. Tal estudio no podía «emprenderse

2. Que publicó la Academia en 1851, con introducción y notas de José Amador de los Ríos.

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en medio de la exaltación de las pasiones y del agitado y continuo tras

torno de las instituciones humanas, fluctuando siempre los individuos

entre confianzas y recelos, entre esperanzas y conflictos», cuando faltaba también la seguridad para la conservación de bienes y propieda

des y hasta de la propia existencia. No obstante, la Academia continuóacrecentando sus colecciones y respondiendo a las consultas que se lehicieron, a pesar de que los tiempos fuesen poco favorables para ello.

Así lo reconoce el director, aunque también señala que, a pesar de lainseguridad general reinante, y de que haya perdido algunos de susbeneméritos individuos, ha acrecido sus fondos y publicado algunasobras de las que estaban en proyecto, a pesar de los escasos mediosdisponibles, en espera de que lleguen tiempos de sosiego y prosperidad. Entonces se podría recoger el fruto de la unión y fraternidad con

servadas en la corporación.

EL CARÁCTER, EL TEMPERAMENTO Y LA SABIDURÍA DEUN SUPERVIVIENTE

Sabemos, por quienes trataron a Martín Fernández de Navarrete,

que era de temperamento nervioso y genio violento, pero con «alma sinhiél», y de sensibilidad tan exquisita y tan extremadamente amable que

era imposible «conocerle sin amarle». Así nos lo describió su nietopreferido, Eustaquio Fernández de Navarrete en la necrología que pu

blicó, a la muerte de don Martín, en la Gaceta de Madrid de doce deoctubre de 1844. Señala, en ese escrito, que don Martín era de rectitudy probidad llevadas hasta la exageración; que jamas había pretendidonada; que siempre lo buscaron para todos los cargos que desempeñó.Quiso siempre difundir lo que sabía, facilitando notas y apuntes a losestudiosos, antes que lucir él sus conocimientos, por preferir propagar

la ciencia a su propia reputación como hombre de letras. Humboldt,Prescott, Washington Irving, y tantos hombres ilustres de su tiempo, leescucharon y siguieron sus consejos. También se los pidieron ministros, embajadores, y las gentes más encumbradas de la sociedad de sutiempo. Nunca se envaneció de ello: «con la misma amabilidad con que

recibía al magnate, abrazaba al último portero».

En la época de turbulencias y conmociones políticas que le tocó

vivir, fue menos conocido en España que fuera de ella. Su nieto pensa

ba que esto se debía al aturdimiento ocasionado por las revoluciones:la gente no tenía «tiempo de pararse a contemplar al sabio modesto»

que la ilustraba «desde su pacífico retiro».Fue, como Jovellanos, «enciclopédico sin ser enciclopedista».

Manuel Ballesteros Beretta lo consideró «el último de los enciclopedistas»en cuanto que, en su saber, rebasó los límites de una profesión dada.Fue amigo de los hombres más brillantes del Siglo de las Luces. Habiéndoles sobrevivido muchos años, acabó siendo «un viviente recuer-

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do de la feliz época literaria ya transcurrida». Su nieto le presenta a lamanera de «una columna que, permaneciendo en pie en medio de lasruinas de un gran templo, detiene las miradas del absorto viajero»

En las turbulencias de la guerra civil, hubo momentos en que tanto la Real Academia de la Historia como la Española estuvieron sólosostenidas por la sombra de don Martín. Tiempos de convulsiones revolucionarias y de quiebra de las instituciones, de las lealtades y de losvalores del Antiguo Régimen, en los que Martín Fernández de Navarreteera visto como un superviviente de aquella generación que deseaba cam

pos, pero sin sangre; transformaciones, pero con aquiescencias y conrenuncias voluntarias que habrían de ser resultado de las luces de lailustración.

En diciembre de 1844, Luis de Villanueva, rinde homenaje a modode oración necrológica, a don Martín, en el Semanario pintoresco es-panol. Describe lo que representaba para los hombres que vivían enlos anos próximos a la mitad del siglo XIX. Y se expresa así:

«Era, entre nosotros, una planta exótica, un hombre que perteneciendo en realidad a la sociedad antigua personificada en él era entrenosotros, un recuerdo vivo de nuestras glorias literarias, y una estatuamajestuosa y rica, que en medio de nuestra arruinada sociedad mirabacomo la roca de los mares, con ánimo tranquilo, el furor de las olas y laviolencia de los aquilones revolucionarios».

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