marqués de feijoo, discurso sobre las artes

27
Fray Benito Feijoo Teatro crítico universal / Tomo sexto Discurso undécimo Razón del Gusto §. I 1. Es Axioma recibido de todo el mundo, que contra gusto no hay disputa. Y yo reclamo contra este recibidísimo Axioma, pretendiendo, que cabe disputa sobre [353] el gusto, y caben razones, que la abonen, o le disuadan. 2. Considero, que al verme el Lector constituido en este empeño, creerá, que me armo contra el Axioma con el sentir común de que hay gustos malos, que llaman estragados: Fulano tiene mal gusto en esto, se dice a cada paso. De donde parece se infiere, que cabe disputa sobre el gusto; pues si hay gustos malos, y gustos buenos, como la bondad, o malicia de ellos no consta muchas veces con evidencia; antes unos pretenden, que tal gusto es bueno, y otros que malo, pueden darse razones por una, y otra parte; esto es, que prueben la malicia, y la bondad. 3. Pero estoy tan lejos de aprovecharme de esta vulgaridad, que antes siento, que hablando filosóficamente, nunca se puede decir con verdad, que hay gusto malo, o que alguno tiene mal gusto, sea en lo que se fuere. Distinguen los Filósofos tres géneros de bienes, el honesto, el útil, y el delectable. De estos tres bienes solo el último pertenece al gusto; los otros dos están fuera de su esfera. Su único objeto es el bien delectable, y nunca puede padecer error en orden a él. Puede la voluntad abrazar como honesto un objeto, que no sea honesto, o como útil [354] el que es inútil, por representárselos tales falsamente el entendimiento. Pero es imposible que abrace como delectable, objeto que realmente no lo sea. La razón es clara; porque si le abraza como delectable, gusta de él: si gusta de él, actual, y realmente se deleita en él; luego actual, y realmente es delectable el objeto. Luego el gusto en razón de gusto siempre es bueno con aquella bondad real, que únicamente le pertenece; pues la bondad real, que toca el gusto en el objeto, no puede menos de refundirse en el acto. 4. Ni se me diga, que cuando el gusto se llama malo, no es porque carece de la bondad delectable, sino de la honesta, u de la útil. Hago manifiesto, que no es así. Cuando uno, en día que le está prohibida toda carne, come una bella perdiz, aquel acto es sin duda inhonesto; con todo, nadie por eso dice, que tiene mal gusto en comer la perdiz. Tampoco cuando gasta en regalarse más de lo que alcanzan sus medios, y de ese modo va arruinando su hacienda, se dice que tiene mal gusto, aunque este gusto carece de la bondad útil: Luego solo se llama mal gusto el que carece de otra bondad distinta de la honesta, y útil. No hay otra distinta, que la delectable, y de ésta tengo probado, que nunca carece el gusto: luego contra toda razón se dice, que algún gusto, sea el que se fuere, es malo. 5. Los Africanos gustan del canto de los grillos, más que de cualquiera otra música. Athéas, Rey de los Scythas, quería más oír los relinchos de su caballo, que al famoso Músico Ismenias. ¿Diráse, que aquellos tienen mal gusto, y éste le tenía peor? No sino bueno, así éste, como aquellos. Quien percibe deleite en oír esos sonidos, tiene el gusto bueno con la bondad que le corresponde; esto es, bondad delectable. Muchos Pueblos Septentrionales comen las carnes del Oso, del Lobo, y del Zorro: los Tártaros la del Caballo, los Arabes la del Camello. En partes del Africa se comen Crocodilos, y Serpientes. ¿Tienen todos estos mal gusto? No sino bueno. [355] Sabenles bien esas carnes, y es imposible saberles bien, y que el gusto sea malo; o por mejor decir, ser gusto, y ser malo, es implicación manifiesta, porque sería lo mismo, que tener bondad delectable, y carecer de ella. §. II 6. Con todo esto digo, que caben disputas sobre el Gusto. Para cuya comprobación me es preciso impugnar otro error común, que se da la mano con el expresado; esto es, que no se puede dar razón del gusto. Tiénese por pregunta extravagante, si uno pregunta a otro, por qué gusta de tal cosa, y juzga el preguntado, que no hay otra respuesta que dar, sino gusto porque gusto, o gusto, porque es de mi gusto, o porque me agrada, &c. lo que nace de la común persuasión que hay, de que del gusto no se puede dar razón. Yo estoy en la contraria. 7. Dar razón de un efecto, es señalar su causa; y no una sola, sino dos se pueden señalar del gusto. La primera es el temperamento, la segunda la aprehensión. 8. A determinado temperamento se siguen determinadas inclinaciones: Mores sequuntur temperamentum; y a las inclinaciones se sigue el gusto, o deleite en el ejercicio de ellas: de modo, que de variedad de temperamentos nace la diversidad de inclinaciones, y gustos. Este gusta de un manjar, aquel de otro; éste de una bebida, aquel de otra; éste de la música alegre, aquel de la triste; y así de todo lo demás, según la varia disposición natural de los órganos, en quienes hacen impresión estos objetos: como también en un mismo sujeto se varían a veces los gustos, según la varia disposición accidental de los órganos. Así el que tiene las manos muy frías, se deleita en tocar cosas calientes; y el que las tiene muy calientes, se deleita en tocar cosas frías: en estado de salud gusta de un alimento, en el de enfermedad de otro, o acaso le desplacen todos. Esta es materia, en que no [356] debemos detenernos más, porque a la simple propuesta se hace clarísima. §. III 1

Upload: cecilia-guerra-lage

Post on 31-Jan-2016

217 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Estética siglo XVIII

TRANSCRIPT

Page 1: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

Fray Benito FeijooTeatro crítico universal / Tomo sexto

Discurso undécimo

Razón del Gusto

§. I

1. Es Axioma recibido de todo el mundo, que contra gusto no hay disputa. Y yo reclamo contra este recibidísimo Axioma, pretendiendo, que cabe disputa sobre [353] el gusto, y caben razones, que la abonen, o le disuadan.

2. Considero, que al verme el Lector constituido en este empeño, creerá, que me armo contra el Axioma con el sentir común de que hay gustos malos, que llaman estragados: Fulano tiene mal gusto en esto, se dice a cada paso. De donde parece se infiere, que cabe disputa sobre el gusto; pues si hay gustos malos, y gustos buenos, como la bondad, o malicia de ellos no consta muchas veces con evidencia; antes unos pretenden, que tal gusto es bueno, y otros que malo, pueden darse razones por una, y otra parte; esto es, que prueben la malicia, y la bondad.

3. Pero estoy tan lejos de aprovecharme de esta vulgaridad, que antes siento, que hablando filosóficamente, nunca se puede decir con verdad, que hay gusto malo, o que alguno tiene mal gusto, sea en lo que se fuere. Distinguen los Filósofos tres géneros de bienes, el honesto, el útil, y el delectable. De estos tres bienes solo el último pertenece al gusto; los otros dos están fuera de su esfera. Su único objeto es el bien delectable, y nunca puede padecer error en orden a él. Puede la voluntad abrazar como honesto un objeto, que no sea honesto, o como útil [354] el que es inútil, por representárselos tales falsamente el entendimiento. Pero es imposible que abrace como delectable, objeto que realmente no lo sea. La razón es clara; porque si le abraza como delectable, gusta de él: si gusta de él, actual, y realmente se deleita en él; luego actual, y realmente es delectable el objeto. Luego el gusto en razón de gusto siempre es bueno con aquella bondad real, que únicamente le pertenece; pues la bondad real, que toca el gusto en el objeto, no puede menos de refundirse en el acto.

4. Ni se me diga, que cuando el gusto se llama malo, no es porque carece de la bondad delectable, sino de la honesta, u de la útil. Hago manifiesto, que no es así. Cuando uno, en día que le está prohibida toda carne, come una bella perdiz, aquel acto es sin duda inhonesto; con todo, nadie por eso dice, que tiene mal gusto en comer la perdiz. Tampoco cuando gasta en regalarse más de lo que alcanzan sus medios, y de ese modo va arruinando su hacienda, se dice que tiene mal gusto, aunque este gusto carece de la bondad útil: Luego solo se llama mal gusto el que carece de otra bondad distinta de la honesta, y útil. No hay otra distinta, que la delectable, y de ésta tengo probado, que nunca carece el gusto: luego contra toda razón se dice, que algún gusto, sea el que se fuere, es malo.

5. Los Africanos gustan del canto de los grillos, más que de cualquiera otra música. Athéas, Rey de los Scythas, quería más oír los relinchos de su caballo, que al famoso Músico Ismenias. ¿Diráse, que aquellos tienen mal gusto, y éste le tenía peor? No sino bueno, así éste, como aquellos. Quien percibe deleite en oír esos sonidos, tiene el gusto bueno con la bondad que le corresponde; esto es, bondad delectable. Muchos Pueblos Septentrionales comen las carnes del Oso, del Lobo, y del Zorro: los Tártaros la del Caballo, los Arabes la del Camello. En partes del Africa se comen Crocodilos, y Serpientes. ¿Tienen todos estos mal gusto? No sino bueno. [355] Sabenles bien esas carnes, y es imposible saberles bien, y que el gusto sea malo; o por mejor decir, ser gusto, y ser malo, es implicación manifiesta, porque sería lo mismo, que tener bondad delectable, y carecer de ella.

§. II

6. Con todo esto digo, que caben disputas sobre el Gusto. Para cuya comprobación me es preciso impugnar otro error común, que se da la mano con el expresado; esto es, que no se puede dar razón del gusto. Tiénese por pregunta extravagante, si uno pregunta a otro, por qué gusta de tal cosa, y juzga el preguntado, que no hay otra respuesta que dar, sino gusto porque gusto, o gusto, porque es de mi gusto, o porque me agrada, &c. lo que nace de la común

persuasión que hay, de que del gusto no se puede dar razón. Yo estoy en la contraria.

7. Dar razón de un efecto, es señalar su causa; y no una sola, sino dos se pueden señalar del gusto. La primera es el temperamento, la segunda la aprehensión.

8. A determinado temperamento se siguen determinadas inclinaciones: Mores sequuntur temperamentum; y a las inclinaciones se sigue el gusto, o deleite en el ejercicio de ellas: de modo, que de variedad de temperamentos nace la diversidad de inclinaciones, y gustos. Este gusta de un manjar, aquel de otro; éste de una bebida, aquel de otra; éste de la música alegre, aquel de la triste; y así de todo lo demás, según la varia disposición natural de los órganos, en quienes hacen impresión estos objetos: como también en un mismo sujeto se varían a veces los gustos, según la varia disposición accidental de los órganos. Así el que tiene las manos muy frías, se deleita en tocar cosas calientes; y el que las tiene muy calientes, se deleita en tocar cosas frías: en estado de salud gusta de un alimento, en el de enfermedad de otro, o acaso le desplacen todos. Esta es materia, en que no [356] debemos detenernos más, porque a la simple propuesta se hace clarísima.

§. III

9. Pero sobre ella se me ofrece ahora excitar una cuestión muy delicada, y en que acaso nadie ha pensado hasta ahora; esto es, si los gustos diversos en orden a objetos distintos, igualmente perfectos cada uno en su esfera, son entre sí iguales. Pongo el ejemplo en materia de Música. Hay uno, para cuyo gusto no hay melodía tan dulce como la de la gaita: otro, que prefiere con grandes ventajas a ésta el armonioso concierto de violines con el bajo correspondiente. Supongo que el Gaitero es igualmente excelente en el manejo de su instrumento, que los Violinistas en el de los suyos: que también la composición respectivamente es igual; esto es, tan buena aquella para la gaita, como ésta para los violines; y en fin, que igualmente percibe el uno la melodía de la gaita, que el otro el concierto de los violines. Pregunto, ¿si percibirán igual deleite los dos, aquel oyendo la gaita, y éste oyendo los violines? Creo que unos responderán, que son iguales, y otros dirán, que esto no se puede averiguar; porque ¿quién, o por qué regla se ha de medir la igualdad, o desigualdad de los dos gustos? Yo siento contra los primeros, que son desiguales; y contra los segundos, que esto se puede averiguar con entera, o casi entera certeza. ¿Pues por donde se han de medir los dos gustos? Por los objetos. Esta es una prueba metafísica, que con la explicación se hará física, y sensible.

10. En igualdad de percepción de parte de la potencia, cuanto el objeto es más excelente, tanto es más excelente el acto. Este entre los Metafísicos es axioma incontestable. Es música más excelente la de los violines, que la de la gaita, porque esto se debe suponer; y también suponemos, que la percepción de parte de los dos sujetos es igual. Luego más excelente es el acto, con que el uno goza la música de los violines, que el acto [357] que el otro goza la de la gaita. ¿Mas qué excelencia es esta? Excelencia en línea de delectación, porque esa corresponde a la excelencia del objeto delectable. La bondad de la música a la línea de bien delectable, pertenece, pues su extrínseco fin es deleitar el oído, aunque por accidente se puede ordenar, y ordena muchas veces, como a fin extrínseco, a algún bien honesto, o útil. Así, pues, como el objeto mejor en línea de honesto influye mayor honestidad en el acto, y el mejor en línea de útil mayor utilidad; también el mejor en línea delectable influye mayor delectación.

11. Diráme acaso alguno, que el exceso, que hay de una música a otra, es solo respectivo, y así recíprocamente se exceden; esto es, respectivamente a un sujeto es mejor la música de violines, que la de gaita; y respectivamente a otro es mejor ésta, que aquella. En varias materias, tratando de la bondad de los objetos en comparación de unos a otros, he visto, que es muy común el sentir de que solo es respectivo el exceso. Pero manifiestamente se engañan los que sienten así. En todos tres géneros de bienes hay bondad absoluta, y respectiva. Absoluta es aquella, que se considera en el objeto, prescindiendo de las circunstancias accidentales, que hay de parte del sujeto; respectiva, la que se mide por esas circunstancias. Un objeto, que absolutamente es honesto, por las circunstancias en que se halla el sujeto, puede ser inhonesto; como el orar cuando insta la obligación de socorrer una grave necesidad del prójimo. Una cosa, que absolutamente es útil, como la posesión de hacienda, puede

1

Page 2: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

ser inútil, y aun nociva a tal sujeto; v. gr. si hay de parte de él tales circunstancias, que los socorros, que recibiría, careciendo de hacienda, le hubiesen de dar vida más cómoda, que la que goza teniéndola. Lo propio sucede en los bienes delectables. Hay unos absolutamente mejores que otros; pero los mismos que son mejores, son menos delectables, o absolutamente indelectables por las circunstancias de tales sujetos. ¿Quién duda, que la [358] perdiz es un objeto delectable al paladar? Mas para un febricitante es indelectable.

12. Generalmente hablando, todo cuanto estorba, o minora en el sujeto la percepción de la delectabilidad del objeto, es causa de que la bondad respectiva de éste sea menor que la absoluta. El que está enfermo; percibe menos, o nada percibe la delectabilidad del manjar regalado; el que con mano llagada, o con la llaga misma de la mano toca un cuerpo suavísimo al tacto, no percibe su suavidad. De aquí es, que ni uno, ni otro objeto, sean respectivamente delectables en aquellas circunstancias, sin que por eso les falte la delectabilidad absoluta.

13. Aplicando esta doctrina, que es verdaderísima, a nuestro caso, digo, que la causa de que sea menor para uno de los dos sujetos la bondad respectiva de la música de violines, es la obtusa, grosera, y ruda percepción de su delectabilidad, o bondad absoluta. Esta obtusa percepción puede estar en el oído, o en cualquiera de las facultades internas, adonde mediata, o inmediatamente se transmiten las especies ministradas por el oído, y en cualquiera de las potencias expresadas que esté, nace de la imperfección de la potencia, o imperfecto temple, y grosera textura de su órgano. Por la contraria razón, el que tiene las facultades más perfectas, o los órganos más delicados, y de mejor temple, percibe toda la excelencia de la mejor música, y el exceso que hace a la otra; de donde es preciso resulte en él mayor deleite por la razón que hemos alegado. Esta prueba, y explicación sirven para resolver la cuestión propuesta a cualesquiera otros objetos delectables que se aplique, demostrando generalmente, que el sujeto, que gusta más del objeto más delectable, goza mayor deleite, que el que gusta más de lo que es menos.

14. Universalmente hablando, y sin excepción alguna, todos los que son dotados de facultades más vivas, y expeditas, tienen una disposición intrínseca, y permanente para percibir mayor placer de los objetos agradables. Pero no deben lisonjearse mucho de esta ventaja, [359] pues tienen también la misma disposición intrínseca para padecer más los penosos. El que tiene un paladar de delicadísima, y bien templada textura, goza mayor deleite al gustar el manjar regalado; pero también padece más grave desazón al gustar el amargo, o acerbo. El que es dotado de mejor oído, percibe mayor deleite al oído una música dulce; pero también mayor inquietud al oír un estrépito disonante. Esto se extiende aun a la potencia intelectiva. El de más penetrante entendimiento se deleita más al oír un discurso excelente; pero también padece mayor desabrimiento al oír una necedad.

§. IV

15. La segunda causa del gusto es la aprehensión; y de la variedad de gustos, la variedad de aprehensiones. De suerte, que subsistiendo el mismo temple, y aun la misma percepción es el órgano externo, solo por variarse la aprehensión, sucede desagradar el objeto que antes placía, o desplacer el que antes agradaba. Esto se probará de varias maneras. Muchas veces el que nunca ha usado de alguna especie de manjar, especialmente si su sabor es muy diverso del de los que usa, al probarlo la primera vez se disgusta de él, y después, continuando su uso, le come con deleite. El órgano es el mismo, su temperie, y aun su sensación la misma. ¿Pues de dónde nace la diversidad? De que se varió la aprehensión. Miróle al principio como extraño el paladar, y por tanto como desapacible; el uso quitó esa aprehensión odiosa, y por consiguiente le hizo gustoso.

16. Al contrario, otras muchas veces, y aun frecuentísimamente, el manjar que, usado por algunos días, es gratísimo, se hace ingrato continuándose mucho. La sensación del paladar es la misma, como cualquiera, que haga reflexión, experimentará en sí propio; pero la consideración de su repetido uso excita una reprehensión fastidiosa, que le vuelve aborrecible. De esto hay un ejemplo insigne, y concluyente en las Sagradas Letras. [360] Llegaron los Israelitas en el Desierto a aborrecer el alimento del Maná, que al principio comían con deleite. ¿Nació esta mudanza de que, por algún accidente, hiciese en la

continuación alguna impresión ingrata en el órgano del gusto? Consta evidentemente, que no; porque era propiedad milagrosa de aquel manjar, que sabía a lo que quería cada uno: Deserviens uniuscujusque voluntati, ad quod quisque volebat convertebatur. ¿Pues de qué? El texto lo expresa: Nihil vident oculi nostri, nisi man. Nada ven nuestros ojos sino Maná. El tener siempre, todos los días, y por tanto tiempo una misma especie de manjar delante de los ojos, sin variar, ni añadir otro alguno, excitó la aprehensión fastidiosa, de que hablamos.

17. Muchos no gustan de un manjar al principio, y gustan después de él, porque oyen, que es de la moda, o que se pone en las mesas de los grandes Señores: otros, porque les dicen, que viene de remotas tierras, y se vende a precio subido. Como también al contrario, aunque gusten de él al principio, si oyen después que es manjar de rústicos, o alimento ordinario de algunos Pueblos incultos, y bárbaros, empiezan a sentir displicencia en su uso. Aquellas noticias excitaron una aprehensión, o apreciativa, o contemptiva, que mudó el gusto. En los demás sentidos, y respecto de todas las demás especies de objetos delectables, sucede lo mismo.

§. V

18. Júzgase comúnmente, que el gusto, o disgusto, que se siente de los objetos de los sentidos corpóreos, está siempre en los órganos respectivos de estos. Pero realmente esto solo sucede cuando el gusto, o disgusto penden del temperamento de esos órganos. Mas cuando vienen de la aprehensión, solo están en la imaginativa, la cual se complace, o se irrita, según la varia impresión, que hace en ella la representación de los objetos de los sentidos. Es tan fácil equivocarse en esto, y confundir uno con otro, por la íntima correspondencia que hay entre los sentidos [361] corpóreos, y la imaginativa, que aun aquel grande Ingenio Lusitano, el digno de toda alabanza, el insigne P. Antonio Vieyra, explicando el tedio, que los Israelitas concibieron al Maná, bien que usó de su gran talento para conocer, que ese tedio no estaba en el paladar, no le trasladó adonde debiera, porque le colocó en los ojos, fundado en el sonido del texto: Nihil vident oculi nostri, nisi Man. Yo digo, que no estaba el tedio en los ojos, sino en la imaginativa. La razón es clara, porque es imposible que se varíe la impresión, que hace el objeto en la potencia, si no hay variación alguna, o en el objeto, o en la potencia, o en el medio por donde se comunica la especie. En el caso propuesto debemos suponer, que no hubo variación alguna ni en el Maná (pues esto consta de la misma Historia Sagrada), ni en los ojos de los Israelitas, ni en el medio por donde se les comunicaba la especie; pues esto, siendo común a todos, sería una cosa totalmente insólita, y preternatural, que no dejaría de insinuar el Historiador Sagrado: fuera de que en ese caso tendrían legítima disculpa los Israelitas en el aborrecimiento del Maná: luego aquel tedio no estaba en los ojos, sino en la imaginativa.

19. Ni se me oponga, que también sería cosa totalmente insólita, que la imaginativa de todos se viciase con aquel tedio. Digo, que no es eso insólito, o preternatural, sino naturalísimo, porque los males de la imaginativa son contagiosos. Un individuo solo es capaz de inficionar todo un Pueblo. Ya se ha visto en más de una, y aun de dos Comunidades de mujeres, por creerse Energúmena una de ellas, ir pasando sucesivamente a todas las demás la misma aprehensión, y juzgarse todas poseídas. Sobre todo una aprehensión fastidiosa es facilísima de comunicar. Se nos viene naturalmente el objeto a la imaginativa, como corrompido de aquella tediosa displicencia, que vemos manifiesta otro hacia él, especialmente si el otro es persona de alguna especial persuasiva, u de muy viva imaginación, porque [362] ésta tiene una fuerza singular para insinuar en otros la misma idea de que está poseída.

§. VI

20. Puesto ya, que el gusto depende de dos principios distintos; esto es, unas veces del temperamento, otras de la aprehensión, digo, que cuando depende del temperamento, no cabe disputa sobre el gusto; pero sí cuando viene de la aprehensión. Lo que es natural, e inevitable, no puede impugnarse con razón alguna; como ni tampoco hay razón alguna, que lo haga plausible, o digno de alabanza. Tan imposible es que deje de gustar de alguna cosa el que tiene el órgano en un temperamento proporcionado para gustar de ella, como lo es, que el objeto a un tiempo mismo sea proporcionado, y desproporcionado al sentido. No digo yo

2

Page 3: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

todos los hombres, mas ni aun todos los Angeles podrán persuadir a uno, que tiene las manos ardiendo, que no guste de tocar cosas frías. Podrán sí persuadirle, o por motivo de salud, u de mérito, que no las aplique a ellas; pero que aplicadas no sienta gusto en la aplicación, es absolutamente imposible.

21. No es así en los gustos, que penden precisamente de la aprehensión, porque los vicios de la aprehensión son curables con razones. Al que mira con fastidioso desdén algún manjar, o porque no es del uso de su tierra, o por su bajo precio, o porque es alimento común de gente inculta, y bárbara, es fácil convencerle con argumentos de que ese horror es mal fundado. Es verdad, que no siempre que se convence el entendimiento, cede de su tesón la imaginativa; pero cede muchas veces, como la experiencia muestra a cada paso.

22. Aun cuando el vicio de la imaginativa se comunica al entendimiento, halla tal vez el ingenio medios con que curarle en una, y otra potencia. Los Autores Médicos refieren algunos casos de estos. A uno, que creía tener un cascabel dentro del celebro, cuyo sonido aseguraba [363] oía, curó el Cirujano, haciéndole una cisura en la parte posterior de la cabeza, donde entrando los dedos, como que arrancaba algo, le mostró luego un cascabel, que llevaba escondido, como que era el que tenía en la cabeza, y acababa de sacarle de ella. Otro, que imaginaba tener el cuerpo lleno de culebras, sapos, y otras sabandijas, fue curado dándole una purga, y echando con disimulo en el vaso excretorio algunos sapos, y culebras, que le hicieron creer eran los que tenía en el cuerpo, y había expelido con la purga. A otro, que había dado en la extravagante imaginación de que si expelía la orina, había de inundar el mundo con ella, y deteniéndola por este miedo, estaba cerca de morir de supresión, sanaron, encendiendo una grande hoguera a vista suya, y persuadiéndole, que aquel fuego iba cundiendo por toda la tierra, la cual sin duda en breve se vería reducida a cenizas, si no soltaba los diques al fluido excremento, para apagar el incendio, lo que él al momento ejecutó. A este modo se pueden discurrir otros estratagemas para casos semejantes, en los cuales será más útil un hombre ingenioso, y de buena inventiva, que todos los Médicos del mundo.

23. Lo que voy a referir es más admirable. Sucedióme revocar al uso de la razón a una persona, que mucho tiempo antes le había perdido, aun sin usar de estos artificiosos círculos, sino acometiendo (digámoslo así) frente a frente su demencia. El caso pasó con una Monja Benedictina del Convento de Santa María de la Vega, existente extramuros de esta Ciudad de Oviedo. Esta Religiosa, que se llamaba Doña Eulalia Pérez, y excedía la edad sexagenaria, habiendo pasado dos, o tres años después de perdido el juicio, sin que en todo ese tiempo gozase algún lúcido intervalo, ni aun por brevísimo tiempo, cayó en una fiebre, que pareció al Médico peligrosísima (aunque de hecho no lo era), por lo cual fui llamado para administrarla el socorro espiritual, de que estuviese capaz. Entrando en su aposento, la hallé tan loca como me habían informado lo estaba antes; y realmente era una locura rematadísima [364] la suya. Apenas había objeto, sobre el cual no desbarrase enormemente. Empecé, intimándola que se confesase: respondía ad Ephesios. Propúsele la gravedad de su mal, y el riesgo en que estaba, según el informe del Médico: como si hablase con un bruto. Todo era prorrumpir en despropósitos. Bien que el error, que más ordinariamente tenía en la imaginación, y en la boca, era, que hablaba a todas horas con Dios, y que Dios la revelaba cuanto pasaba, y había de pasar en el mundo. Viéndola en tan infeliz estado, me apliqué con todas mis fuerzas a tentar si podía encender en su mente la luz de la razón, totalmente extinguida al parecer. En cosa de medio cuarto de hora lo logré. Y luego, temiendo justamente, que aquella fuese una ilustración pasajera como de relámpago, me apliqué a aprovechar aquel dichoso intervalo, haciendo que se confesase sin perder un momento; lo que ejecutó con perfecto conocimiento, y entera satisfacción mía. Después de absuelta, estuve con ella por espacio de media hora, y en todo este tiempo gozó íntegramente el uso de la razón. Despedíme sin administrarla otro Sacramento, por conocer que la fiebre no tenía visos de peligrosa, aunque el Médico la constituía tal, como en efecto dentro de pocos días convaleció; pero la ilustración de su mente fue transitoria, como yo me había temido. Dentro de pocas horas volvió a su demencia, y en ella perseveró sin intermisión alguna hasta el momento de su muerte, que sucedió tres, o cuatro años después. Hallábame yo ausente de Oviedo cuando murió, y me dolió mucho al recibir la noticia, creyendo con algún fundamento, que acaso le

lograría en aquel lance el importantísimo beneficio, que había conseguido en la otra ocasión; bien que no ignoro, que la dificultad había crecido en lo inveterado del mal.

24. Es naturalísimo desee el Lector saber a qué industria se debió esta hazaña, no solo por curiosidad, mas también por la utilidad de aprovecharse de ella, si le ocurriese ocasión semejante. Parece que no hubo industria alguna; antes muchos mirándolo a primera luz, bien lejos de graduarlo [365] de ingenioso acierto, lo reputarán una feliz necedad. ¿Quién pensará, que de intento, y derechamente me puse a persuadir a una loca, que lo estaba, y que cuanto pensaba, y decía era un continuado desatino? ¿O quién no diría, al verme esperanzado de ilustrarla por este medio, que yo estaba tan loco como ella? Para conocer la verdad de lo que yo le proponía, era menester tener el uso de la razón, el cual le faltaba; y si no la conocía, era inútil la propuesta: con que parece que era una quimera cuanto yo intentaba. Sin embargo este fue el medio que tomé. Por qué, y cómo se logró el efecto, explicaré ahora.

25. Para vencer cualquiera estorbo, o lograr cualquiera fin, no se ha de considerar precisamente el medio, o instrumento de que se usa; mas también la fuerza, y arte con que se maneja. La cimitarra del famoso Jorge Castrioto en la mano de su dueño de un golpe cortaba enteramente el cuello a un toro; trasladada a la del Sultán, solo hizo una pequeña herida. Esto pasa en las cosas materiales, y esto mismo sucede en el entendimiento. Usando de la misma razón uno que otro, hay quien desengaña de su error a un necio en un cuarto de hora, y hay quien no puede convencerle en un día; ni en muchos días. ¿Pues cómo, si ambos echan mano del mismo instrumento? Porque le manejan de muy diferente modo. Las voces de que se usa, el orden con que se enlazan, la actividad, y viveza con que se dicen, la energía de la acción, la imperiosa fuerza del gesto, la dulce, y al mismo tiempo eficaz valentía de los ojos, todo esto conspira, y todo esto es menester para introducir el desengaño en un entendimiento, o infatuado, o estúpido. La mente del hombre, en el estado de unión al cuerpo, no se mueve solo por la razón pura, mas también por el mecanismo del órgano; y en este mecanismo tienen un oculto, pero eficaz influjo las exterioridades expresadas. Conviene también variar las expresiones, mostrar la verdad a diferentes luces, porque esto es como dar vuelta a la muralla para ver por donde se puede abrir la brecha. Ello en el caso dicho se logró el fin, como pueden [366] testificar más de veinte Religiosas del Convento mencionado, que viven hoy, y vieron el suceso. No solo en esta ocasión, también en otra logré ilustrar a un loco mucho más rematado, haciéndole conocer el error, que sin intermisión traía en la mente muchos años había. Es verdad, que en éste mucho más presto se apagó la luz recibida; de modo, que apenas duró dos minutos el desengaño. Tampoco yo insistí con tanto empeño, porque no había la necesidad que en el otro caso.

26. Confieso, que en una perfecta demencia no habrá recurso alguno: es preciso que reste alguna centellita de razón, en quien se encienda esta pasajera llama. En la ceniza, por más que se sople, no se producirá la más leve luz. ¿Pero cuando se halla una perfecta demencia? Pienso que nunca, o casi nunca. Apenas hay loco, que en cuanto piensa, dice, y hace, desatine. Todo el negocio consiste en acertar con aquella chispa, que ha quedado, y saber agitarla con viveza. Nadie nos pida lecciones para practicarlo, porque son inútiles. Es obra del ingenio, no de la instrucción.

27. Los ejemplos alegados prueban superabundantemente nuestro intento. Si es posible reducir a la razón a quien tiene dañado juntamente con la imaginativa el entendimiento, mucho más fácil será reducir a quien solo tiene viciada la imaginativa, sin lesión alguna de parte del entendimiento, especialmente cuando como en el caso de la cuestión, el vicio de la imaginativa es sólo respectivo a objeto determinado. De todo lo alegado en este Discurso se concluye, que hay razón para el gusto, y que cabe razón, o disputa contra el gusto.

-------------------------------------------------------------------------------- {Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo sexto (1734). Texto tomado de la edición

de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo sexto (nueva

impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 352-366.}

3

Page 4: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

Fray Benito FeijooTeatro crítico universal / Tomo cuarto

Discurso doce

Resurrección de las Artes,y Apología de los Antiguos

§. I

1. Uno de los delirios de Platón fue, que absuelto todo el círculo del Año magno (así llamaba a aquel grande espacio de tiempo en que todos los Astros, después de innumerables giros, se han de restituir a la misma postura y orden que antes tuvieron entre sí) se han de renovar todas las cosas; esto es, han de volver a parecer sobre el teatro del mundo los mismos actores a representar los mismos sucesos, cobrando nueva existencia hombres, brutos, plantas, piedras; en fin, cuanto hubo animado, e inanimado en los anteriores siglos, para repetirse en ellos los mismos ejercicios, los mismos acontecimientos, los mismos juegos de la fortuna que tuvieron en su primera existencia.

2. Este error, a quien unánimes se oponen la Fe, y la luz natural, tiene tal semejanza con una sentencia de Salomón tomada según la corteza, que puede servir de [304] confirmación a los que juzgan que Platón tuvo algún estudio en los libros sagrados, y trasladó de ellos muchas cosas que se hallan en sus escritos, aunque por la mayor parte viciadas. Dice Salomón en el capítulo primero del Eclesiastes, que no hay cosa alguna nueva debajo del Sol: que lo mismo que se hace hoy, es lo que se hizo antes, y se hará después: que nadie puede decir: esto es reciente, pues ya precedió en los siglos anteriores. Pero los sagrados Intérpretes, examinando el intento de Salomón en aquel capítulo, hallan su sentencia ceñida a mucho más angostos límites que la Platónica; como que sólo haya querido que se repitan en el decurso de los siglos los mismos movimientos Celestes, las mismas revoluciones elementales; y en orden a las cosas humanas se observe la misma índole de los hombres en unos siglos que en otros, las mismas aplicaciones: que finalmente, en lo que prende del discurso, de la fortuna, y el albedrío, haya bastante semejanza entre los tres tiempos, pasado, presente, y futuro; pero con algunas excepciones.

§. II

3. {Pintura. Escultura. Ciencias Teóricas. Física.} La excepción que principalísimamente señalan, es en orden a los nuevos descubrimientos en las Ciencias, y Artes. La experiencia parece muestra en esta materia muchas cosas totalmente incógnitas a los pasados siglos; y la persuasión fundada en esta experiencia se fortifica mucho con la preocupación en que están comúnmente los hombres, de que los genios de nuestros tiempos son para muchas cosas más vivos, más penetrantes que los de nuestros mayores; concibiendo en estos unos buenos hombres, cuyas especulaciones no pasaban más allá de lo que inmediatamente persuadían las representaciones de los objetos en los sentidos.

4. Pero el concepto que se hace de la menor habilidad de los antiguos, es totalmente errado. Nuestros mayores fueron hombres como nosotros, dotados de alma racional de la misma especie que la nuestra, a quien por consiguiente [305] eran connaturales todas las facultades, ó virtudes operativas que nosotros poseemos. Los efectos asimismo lo acreditan en los ilustres monumentos que nos han quedado de su ingenio, respecto de algunas Artes. ¿Qué cosa hay en nuestro siglo que pueda competir los primores de la Poética, y Oratoria del siglo de Augusto? ¿Qué plumas tan bien cortadas para la Historia, como algunas de aquel tiempo? Retrocediendo dos ó tres siglos más, y pasando de Italia a Grecia, se hallan en aquella Región floreciendo en el más alto grado de perfección no sólo la Retórica, la Historia, y la Poesía, mas también la Pintura, y la Escultura. En las Ciencias Teóricas es preciso que concedan grandes ventajas a los antiguos todos aquellos que no quieren que nos apartemos ni un punto de espacio de la Dialéctica, Física, y Metafísica de Aristóteles. Y los que en este tiempo se oponen a Aristóteles, buscan el patrocinio de otros Filósofos anteriores, especialmente el de Platón. Acaso fueran preferidos a Aristóteles, y a Platón otros Filósofos de aquella remota antigüedad, si hubieran llegado a nosotros sus escritos. Si son verdaderas las noticias que nos han quedado

de la penetración de algunos de ellos, ciertamente se infiere que su conocimiento físico era muy superior al de todos los Filósofos de este tiempo. De Pherecides, Maestro de Pitágoras se refiere, que probando la agua de un pozo, predijo que dentro de tres días habría un terremoto, lo cual sucedió. Otra predicción semejante, comprobada también con el éxito, se cuenta de Anaximandro, Príncipe de la Secta Jónica. De Demócrito se dice, que presentándole un poco de leche, ó con su inspección ó con la prueba del paladar, conoció ser de una cabra negra que no había parido más que una vez; y que a una mujer a quien la tarde antecedente había saludado como Virgen: Salve virgo, porque de hecho lo era entonces; viéndola a otro día, usó en la salutación de voces con que notó haber sido violada aquella noche: Salve mulier; lo que después se verificó. [306]

§. III

5. Una ventaja no puede negarse a los modernos para adelantar más que los antiguos en todo género de Ciencias; pero debida, no a la habilidad sino a la fortuna. Esta consiste en la mayor oportunidad que hay ahora de comunicarse mutuamente los hombres aún a Regiones distantes, todos los progresos que van haciendo en cualesquiera facultades. El mayor comercio de unas Naciones con otras, y la invención de la Imprenta hicieron a nuestro siglo este gran beneficio. Algunos antiguos Filósofos lograron cierto equivalente en los viajes que hacían a aquellas Regiones donde más florecían las letras, para consultar a sus sabios. Especialmente los de Grecia era frecuente pasar a comunicar los de Egipto. Pero hoy se logra mucho mayor fruto y con mucho menor fatiga, teniendo presentes dentro de una Biblioteca no sólo los sabios de muchas Naciones, mas también de muchos siglos.

6. La falta de Imprenta que dificultaba la comunicación recíproca de los antiguos, casi del todo cortó la de los antiguos con los modernos. Muchos de aquellos nada escribieron, temerosos de que por la grave dificultad que había en multiplicar ejemplares, se sepultasen luego en el olvido sus escritos; y faltándoles el cebo de la fama, no es mucho que mirasen con desamor la fatiga. Otros escribieron, pero cayeron en el inconveniente que a los primeros movió a no escribir.

7. De aquí viene el que necesariamente ignoremos a que términos se extendió el conocimiento de los antiguos en varias materias; y por una retorsión injusta transferimos a ellos nuestra ignorancia, pretendiendo que se les ocultó todo aquello que a nosotros se nos oculta, si lo supieron, ó no.

8. Para desagravio, pues, de toda la antigüedad, a quien injuria este común error, sacaré aquí al Teatro varios inventos pertenecientes a distintas facultades, tanto prácticas como especulativas, con pruebas legítimas de [307] que su primera producción fue muy anterior al tiempo que comúnmente se les señala por data. Así se verá, no sólo que el ingenio de los antiguos en nada fue inferior al de los modernos, mas también que los modernos injustamente se jactan de inventores en muchas cosas de que realmente lo fueron los antiguos.

§. IV

9. {Filosofía} Empezando por la Filosofía, es cierto que la que se llama moderna (esto es la corpuscular) es más antigua que las que hoy se llaman antiguas. Hiciéronla, no nacer, sino resucitar en el siglo pasado Bacon de Verulamio, Gasendo, Descartes, y el Padre Maignan; pues su primera producción se debió a Leucipo, Maestro de Demócrito, y anterior algunos años a Platón. Algunos le dan mucho mayor antigüedad, derivándola de Moscho, Filósofo Fenicio, que floreció antes de la guerra de Troya.

10. Aún las máximas, que como especialísimamente suyas ostentó Descartes, es probabilísimo que no fueron legítimamente adquiridas por sus especulaciones, sino robadas a otros Autores que le precedieron. Jordán Bruno, Filósofo Napolitano, y Juan Keplero, famoso Matemático Alemán, habían escrito claramente la doctrina de los Turbillones, a que está vinculado todo el sistema Cartesiano. Así el doctísimo Pedro Daniel Huet, en su Censura de la Filosofía Cartesiana, no duda afirmar que Descartes fue en esta y otras cosas Copista de Keplero; si bien, que ni aún a este quiere dejar en la posesión de Autor de los Turbillones, pues les da mucho más anciano origen, atribuyéndolos a Leucipo, de quien hablamos en el número antecedente. A la verdad, en la doctrina de este Filósofo, propuesta por

4

Page 5: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

Diógenes Laercio, se hallan delineados con bastante claridad aquellos portentosos giros de la materia, en que consiste el sistema de Descartes. De modo, que a esta cuenta, Descartes robó a Keplero lo mismo que Keplero había robado a Leucipo. Posible fue (no lo niego), que a estos tres sabios, sin [308] valerse de luces ajenas, ocurriese el mismo pensamiento; pero por lo menos contra Descartes está la presunción; porque por una de sus cartas consta que manejó las Obras de Keplero.

11. Otros muchos robos literarios imputaron a Descartes algunos enemigos suyos; entre los cuales se cuenta que todo lo que dijo de las Ideas lo tomó de Platón. Pero valga la verdad: no hay ni un rastro de semejanza entre lo que el antiguo Griego y el moderno Francés escribieron sobre esta materia. [309]

{(a) A las doctrinas Filosóficas que en el citado lugar señalamos como de invención anterior a los Modernos que se creen Autores de ellas, añadiremos algunos atrás.

2. La materia Sutil, que se juzga producción de Renato Descartes, quien muchos haya sido conocido de Platón, Aristóteles, y otros Antiguos, debajo del nombre de Ether, a quien daban el atributo de quinto Elemento, distinto de los cuatro vulgares. Mas a lo menos por lo que toca a Aristóteles, se padece en esto notable equivocación. Conoció sin duda este Filósofo, y habló de la materia etérea como de cuerpo distinto de la agua, la tierra, el aire, y el fuego; pero dejándola en las celestes esferas, de quienes la consideró privativamente propia, como sería fácil demostrar exhibiendo algunos lugares suyos. Esto dista mucho de la doctrina de Descartes, que hace girar y mover incesantemente su Materia Sutil por todo el mundo sublunar, penetrando todos los cuerpos, mezclándose con todos, y animándolos, digámoslo así, de modo que sin ella se reduciría a una estúpida y muerta masa el resto de todos los demás cuerpos. Ni aún Aristóteles consta líquidamente, si tuvo a la materia etérea por fluida, ó, sólida; y yo me inclino más a lo segundo.

3. Mas ya que no en Aristóteles, en otro Filósofo antiguo, en Crisipo, hallamos la materia sutil en la forma que Descartes la propuso, esto es mezclada con todos los cuerpos. Así lo testifica Diógenes Laercio, alegado por el Padre Regnault. El Autor de la Filosofía Mosaica, citado por dicho Padre, atribuye la misma opinión a los Pitagóricos. El que aquellos Filósofos que quisieron establecer una alma común del mundo, en esa alma entendieron lo mismo que Descartes en su Materia Sutil, como pretenden algunos Modernos, nos parece nada verosímil.

4. Aunque se crea que Galileo descubrió en el siglo pasado el [309] peso del aire, ya en otra parte hemos escrito que Aristóteles lo conoció; pues afirmó que un odre lleno de aire pesa más que vacío. Su comprensibilidad, y expansibilidad alcanzó Séneca; conque no pudo menos de alcanzar la elasticidad. Aer, dice, spissat se, modò expandit : : : : aliàs contrahit, aliàs diducit (lib. 5. Natural. quaest)}

§. V

12. {Medicina, y Anatomía} En cuanto a la Medicina, y Anatomía hay tanto que decir de los que se creen nuevos descubrimientos y no lo son, que Teodoro Jansonio imprimió un libro en Amsterdam sobre este asunto el año de 1684, de que se da noticia en la República de las Letras al mismo año. En él prueba, que la opinión que tanto ruido hace de un tiempo a esta parte, de que la generación del hombre se hace en un huevo, se halla en Hipócrates, en Aristóteles, y otros antiguos. Que los conductos salivales, cuya invención se atribuye a un Médico Danés llamado Stenon, no fueron ignorados de Galeno. Lo mismo pretende de las glándulas del estómago, de cuyo descubrimiento se hizo honor Tomás Wilis. Que Nemesio, Autor Griego del cuarto siglo, conoció el uso de la bilis en orden a la digestión de los alimentos; aunque se cree que Silvio poco ha fue el primero que lo advirtió. Que así Hipócrates, como Galeno, conocieron el jugo pancreático, de que se juzga inventor Virsungo Médico Paduano; y las glándulas de los intestinos, manifestadas muchos siglos después por Peyero. Lo mismo dice de las venas lácteas, cuyo primer descubridor se jactó Gaspar Aselio Médico de Cremona. Que la circulación de la sangre fue conocida por Hipócrates. También la continua transpiración de nuestros cuerpos. En fin, que este sabio Griego comprendió que la fiebre no es causada por el calor, sino por el amargo, y el ácido. [310]

{(a) Una de las grandes y utilísimas obras de la Medicina Quirúrgica, que se juzga invención de estos últimos tiempos, es la operación lateral para extraer el cálculo de la vejiga. Un Tercero del Orden de San Francisco, llamado Fr. Jacobo Beaulieu, natural del [310] Franco Condado, empezó a practicarla en su País con grande reputación, la cual aumentó después viniendo a París; pero examinados con más cuidado los sucesos, se halló ser por la mayor parte infelices. Sin embargo, no cayó de ánimo el nuevo Operador. El método en la substancia era admirable; pero acompañado de defectos que podían remediarse, como en efecto los remedió en gran parte Fr. Jacobo, ya por reflexiones propias, ya por advertencias ajenas. Perfeccionó más el método Monsieur Rau, célebre Profesor de Cirugía en Leide. Siguióle, y le adelantó Monsieur Douglas, Cirujano Inglés. Finalmente, con más felicidad que todos los que precedieron, practicó el mismo método (ó le práctica, si vive aún) Monsieur Cheselden, también Inglés, al cual de cuarenta y siete calculosos en quienes hizo la operación, sólo se murieron dos, y aún esos tenían otras circunstancias para morir. Monsieur Morand, gran Cirujano Parisiense, habiendo ido a Londres y visto obrar a Cheselden, tomando su método, le practicó después en París también con felicidad, acompañándole óimitándole al mismo tiempo Monsieur Perchet; de modo que habiendo cada uno hecho la operación lateral en ocho calculosos, a cada uno se murió uno no más; esto es, de diez y seis dos; siendo así, que de doce que en el Hospital fueron tratados con el método común, que llaman el grande aparejo, murieron cuatro. Lo que hace a nuestro propósito es, que Monsieur Cheselden, cuando le improbaban el arrojo de una operación nueva y nada autorizada en materia de tanto riesgo, no respondía otra cosa, sino: Leed a Celso. En efecto la descripción de la operación lateral se halla en Celso, lib. 7, cap. 26, aunque no con la perfección que hoy se practica; de modo, que una operación Médica que se juzgaba inventada a fines del siglo pasado, se halla tener por lo menos diez y siete siglos de antigüedad}

13. No asegura que el Autor citado pruebe eficazmente todo lo que propone. En el resumen que leí de su libro, se exhiben las aserciones sin las pruebas; pero me inclino a que en algunos puntos no son aquellas muy sólidas. En cuanto a la generación en el huevo, así Hipócrates, como Aristóteles, en un lugar que he visto del primero, y en dos del segundo, sólo dicen que lo que se ve en el útero poco después del concepto, tiene alguna semejanza con el huevo. Aristóteles: Quae verò intra se pariunt animal, iis quodammodò post primun conceptum [311] oviforme quiddam efficitur. Y en otra parte: Velut ovum in sua membranula contectum.Hipócrates: Tenituram, quae sex diebus in utero mansit, ipse vidi: qualis erat ego referam, velut si quis ovo crudo externam testam adimat. Este modo de decir dista mucho de la opinión de los modernos: lo primero, porque estos absolutamente profieren que es huevo perfecto, y no sólo cosa como huevo aquel de que se engendra el hombre (lo mismo de todos los demás animales): lo segundo, porque Hipócrates, y Aristóteles sólo después de la concepción afirman aquella semejanza del huevo. Los modernos han hallado los huevos perfectos y formados antes de la concepción en los vasos, que por esto llaman ovarios, de donde por las tubas, dichas Falopianas (denominación tomada de su descubridor Gabriel Falopio, celebre Anatómico, natural de Módena) bajan al útero en la obra de la generación.

14. Por lo que mira a ser causa de la fiebre el amargo, y el ácido, no sé que haya otra cosa en Hipócrates, sino lo que dice en lo de Veteri Medicina, que las inmutaciones morbosas de nuestros cuerpos dependen mucho menos de las cuatro cualidades elementales, que del amargo, el ácido, el salso, &c. Pero parece que hay poca consecuencia de lo que profiere Hipócrates en este lugar a lo que pronuncia en otros infinitos, donde imputa a sólo el exceso de las cualidades elementales casi todas nuestras dolencias. He dicho casi, por exceptuar aquellas, de las cuales por sospechar causa más recóndita, dice que tienen no sé qué de divinas.

§. VI

15. {Circulación de la sangre} En orden a la circulación de la sangre muchos modernos se han empeñado en que Hipócrates la conoció, y para eso alegan algunos lugares suyos; pero hablando con sinceridad, traídos por los cabellos. Este es conato inútil, ocasionado de un vano pundonor de aquellos que no quieren que a Hipócrates se le [312] haya ocultado cosa alguna que otro hombre haya alcanzado.

5

Page 6: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

{(a) En las Actas Físico-Médicas de la Academia Leopoldina, compendiadas en las Memorias de Trevoux del año de 1729, art. 10, en nombre de Monsieur Heister se citan dos pasajes, uno de Plutarco, otro de un antiguo Escoliador de Eurípides, en que formalmente se expresa la circulación de la sangre.}

16. Mas aunque no podamos remontar el gran descubrimiento de la circulación hasta el siglo de Hipócrates, podremos por lo menos darle origen algo más antiguo que el que comúnmente se le atribuye. La opinión común reconoce por su inventor al Inglés Guillelmo Harveo. Pero algunos dan esta gloria al famoso Servita Fr. Pablo de Sarpi, más conocido por la parte que le infama, esto es, su desafecto a la Iglesia Romana, bien manifestado en la mentirosa Historia del Concilio de Trento que salió a luz debajo del nombre de Pedro Suave, que por su universal erudición en casi todas las Ciencias. Dicen que este, habiendo penetrado con sus observaciones el gran secreto del movimiento circular de la sangre, sólo se le comunicó en confianza al Embajador de Inglaterra residente a la sazón en Venecia, y al insigne Anatómico Fabricio de Acuapendente: que Acuapendente se le participó al Inglés Guillelmo Harveo, estudiante entonces, y discípulo suyo en la Escuela de Padua: que el Embajador, y Harveo guardaron exactamente el secreto confiado, hasta que Harveo restituido a Londres, le publicó por escrito el año de 1628, haciéndose Autor él.

17. Esta noticia necesita de más firmes apoyos para su crédito que la simple relación de algunos modernos, porque tiene bastantes señas de inverosímil. ¿Qué motivo podía tener el Padre Sarpi para hacer tanto misterio del descubrimiento de la circulación, que solo se lo participase a un íntimo amigo suyo (pues se asienta que lo era Acuapendente), y a un señor Extranjero? Bien lejos de ocasionarle algún perjuicio este hallazgo, le daría un grande honor, como hoy se le da entre los que le juzgan [313] Autor de él. Dice un Autor Protestante, que en los Países Católicos cualquiera novedad, aún la más inconexa y distante de los dogmas sagrados se trata como herejía, y que en esta consideración escondió su descubrimiento el Padre Sarpi, temeroso de pasar por hereje, ó a lo menos por sospechoso en la Fe. Extravagante impostura, pero muy propia de la Religión de su Autor; pues mucho tiempo ha que los Protestantes calumnian nuestro celo por la Fe, como que declina a estupidez ó barbarie! No se niega que hay entre nosotros algunos profesores rudos y malignos (como los hay en todo el mundo), los cuales, al ver que con razones se les combate alguna antigua máxima respectiva a su facultad, de que están ciegamente encaprichados, tocan a fuego queriendo hacerlo guerra de Religión, a traer violentamente a Cristo por auxiliar de Aristóteles, Hipócrates, Galeno, ó Avicena. Pero estos son las heces de nuestras Escuelas, perillas toleradas que no tienen parte alguna en los rectísimos Tribunales donde se deciden las causas de Religión. Por otra parte el Padre Sarpi dio tantas pruebas de osado y resuelto en puntos mucho más graves, y que de hecho perjudicaban notablemente a la Religión Católica, que viene a ser sumamente irracional la sospecha de que por un temor tan vano huyese de descubrirse Autor de la circulación de la sangre. El indiscreto celo por su patria contra las prerrogativas de la Silla Apostólica, movió al Papa Paulo V a llamarle a Roma, y después a excomulgarle por inobediente. No sólo no desistió de su contumacia el atrevido Servita; pero en venganza dio luego a luz su Historia del Concilio Tridentino, que verdaderamente es una Apología de los herejes, y una violenta sátira contra todo gobierno de la Iglesia Católica: fuera de otros escritos con que hizo creer a los Protestantes (como aún hoy lo creen), que en el corazón y en la mente fue totalmente suyo. ¿No es insigne delirio atribuir un temor desnudo de todo fundamento a un hombre que toda su vida hizo profesión de temerario? [314]

18. Pero dejemos ya aparte las conjeturas, que son excusadas cuando hay argumento concluyente. La verdad, y verdad constante es, que ni Harveo, ni Sarpi fueron inventores de la circulación de la sangre, sino Andrés Cesalpino, natural de Arezzo, famoso Médico y Filósofo, el cual floreció algo antes que Sarpi, y que Harveo. Esta gloria de Cesalpino no se funda en arbitrarias conjeturas, ni en rumores populares, sino en testimonios claros que nos dejó en sus escritos. Exhibiremos uno, que se halla en el lib. 5 de su Questiones Peripatéticas, cap. 5, y es el siguiente: Idcircò pulmo per venam arteriis similem ex dextro cordis ventriculo fervidum hauriens sanguinem, eumque per anastomosim arteriae venali reddens, quae in sinistrum cordis ventriculum tendit, transmisso interim aëre frigido per asperae arteria canales, qui juxta arteriam venalem protenduntur, non tamen

osculis communicantes, ut putavit Galenus, solo tactu temperat. Huic sanguinis circulationi ex dextro cordis ventriculo per pulmonis in sinistrum ejusdem ventriculum optimè culo respondent ea, quae ex dissectione apparent. Nam duo sunt vasa in dextrum ventriculum desinencia, duo etiam in sinistrum; duorum autem unum intromittit tantùm, alterum educit, membranis eo ingenio constitutis. Otro igualmente claro se lee en el libro segundo de sus Cuestiones Médicas, cap. 17.

{(a) El Barón de Leibnitz en una de sus Cartas, citada en las Memorias de Trevoux del año de 1737, afirma, como cosa bien averiguada, que el verdadero descubridor de la circulación de la sangre fue aquel famoso Hereje Antitrinitario Miguel Servet, que fue quemado vivo en Ginebra por orden de Calvino. Fue este algo anterior a Andrés Cesalpino. La comprensión, y exactitud histórica del Barón de Leibnitz dan una gran seguridad a esta noticia. Conque la gloria del descubrimiento de la circulación de la sangre, que hasta ahora se disputó entre tres Italianos, y un Inglés, viene a recaer en un Español. Ejerció este mucho tiempo la Medicina en París. Así a su salud, como al honor de su Patria, hubiera estado bien que contentándose con ser Médico, no se hubiera a Teólogo. Véase Tom. 3. de CC. Canutta 28.}

19. Lo que, pues, debe discurrirse es, que Harveo [315] habiendo leído los escritos de Cesalpino, supo aprovecharse de ellos más que todos los demás que los leyeron. Meditó la materia, penetró la verdad, y halló las pruebas: en que le queda a salvo una no leve porción de gloria, aunque algo manchada esta con el ambicioso deseo de la fama de inventor, quitándosela injustamente al que realmente lo había sido.

20. Ya veo que no es mucho el exceso de antigüedad que respecto de la opinión vulgar doy al invento de la circulación, haciéndole retroceder de Harveo a Andrés Cesalpino; pero basta para el asunto de este Discurso, donde es mi intento mostrar que muchos descubrimientos en Ciencias, y Artes tienen data anterior a la que le ha puesto la opinión común. Si se quiere pasar de Europa a Asia, mucho mayor antigüedad se le hallará, pues Jorge Pasquio, citado en las Memorias de Trevoux, y otros Autores, dicen que más de cuatro siglos antes que se publicase en Europa, era conocida la circulación de la sangre en la China.

21. El mismo Pasquio dice también, que el conocimiento de las enfermedades por el pulso tuvo su origen en la China en tiempo de su Rey Hoamti, cuatrocientos años después del Diluvio. Si ello es así, esta invención tiene más de mil y quinientos años más de antigüedad que la que la da Galeno, quien hace primer Autor de ella a Hipócrates. ¿Pero qué hombre cuerdo se constituirá fiador de todo lo que dicen los Chinos de sus ilustres antigüedades?

§. VII

22. {Matemáticas}No podemos saber hasta donde llegaron los antiguos en el curso de las Matemáticas; porque se perdió la mayor parte de sus escritos. Es verosímil, que en los que perecieron se hallarían algunos de los que se tienen por nuevos descubrimientos; y acaso otros, que hasta ahora están escondidos a la sagacidad de nuestros Matemáticos. Lo que nos ha quedado (pongo por ejemplo) de Arquímedes, de Apolonio Pergéo, de Teodosio [316] Trípoli, Diofanto. Alejandrino, persuade que en lo que pereció hemos perdido grandes tesoros.

{(a) Los Espejos ardientes, tanto por refracción como por reflexión, fueron conocidos en los Antiguos. En cuanto a los Cóncavos, ó Ustorios por reflexión, es legítima prueba lo que se cuenta de Arquímedes, y de Proclo, que quemaron con ellos las Naves enemigas; pues aunque esto sea, como lo juzgamos, fábula, la fábula misma supone que hubo conocimiento de estos Espejos en la antigüedad. La ficción dióles el tamaño ó actividad que no tenían, ni acaso podían tener; pero ciertamente cayó la ficción sobre la realidad de otros de menor actividad y tamaño. Añado a esta prueba testimonio expreso y formal de Plutarco, que en la vida de Numa Pompilio, hablando del fuego sagrado y eterno, que guardaban en Roma las Vestales, y en Atenas, y Delfos unas Sacerdotisas viudas, dice, que cuando por accidente sucedía apagarse aquel fuego, teniendo por sacrilegio usar para encenderle del fuego elemental, le encendían con una especie de Espejo cóncavo, a los rayos del Sol: Negant eum fas esse ex alio accendi igne, sed novum, & recentem parandum, elicieudamque puram ac liquidam ex Sole falmmam. Succendunt eam scaphis cavatis in aequalia latera

6

Page 7: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

orthogonia trigonalia, quae ex circunferentia in unum centrum sunt devexa. His Soli obversis radii undique flagrantes conguntur, & contrahuntur ad centrum.

2. El que los Antiguos conociesen los Espejos Ustorios de vidrio, ó por refracción, parece mucho más extraño. Sin embargo, este descubrimiento debemos a Monsieur de la Hire, el cual halló una clara expresión de ellos en la primera Es cena del segundo Acto de la Comedia de Aristófanes, intitulada las Nubes. Hablan allí Strepiades (viejo gracioso) y Sócrates. Dicen:

Strepiades. ¿Has visto en los Droguistas aquella bella piedra transparente con que se enciende fuego?Sócrates. ¿No quieres decir una piedra de vidrio?Strepiades. PuntualmenteSócrates. ¿Y bien, qué harás con ella?Strepiades. Cuando vengan a ejecutarme con la Escritura, de que consta la deuda, yo tomaré esta piedra, y poniéndome al Sol, desde lejos quemaré la Escritura.

(Historia de la Academia Real de las Ciencias, año 1708, pág. 112.)}

23. {Maquinaria} Las obras admirables de Maquinaria de algunos Ingenieros antiguos, cuya noticia hallamos en las Historias, nos convencen de su gran comprensión en esta parte [317] de las Matemáticas. Tres años detuvo Arquímedes con sus invenciones las Armas Romanas debajo de las murallas de Siracusa. Con una mano sola trasladó de la playa a las ondas la grande Nave de Hierón, que no habían podido mover todas las fuerzas de Sicilia. Cuarenta célebres inventos mecánicos le atribuye Papo; y de tantos, no sé que se nos haya conservado otro, que la Cochlea acuática, llamada comúnmente Rosca de Arquímedes. De Diógenes, Ingeniero de Rodas, cuenta Vitruvio, que teniendo sitiada aquella Ciudad Demetrio Pliorcetes, levantó sobre la muralla, y metió dentro una grande torre movediza que había aplicado a ella Epímaco, Ingeniero de Demetrio. Lo mismo refiere de Calias, famoso Arquitecto de Fenicia. Aristóteles, Arquitecto de Bolonia, que floreció en el siglo quince, trasladó una torre de piedra de un lugar a otro. Cuéntalo Jonsio, el cual dice, que cuando lo escribía aún vivían testigos de vista. Esta traslación es sin duda mucho más admirable, que la que hizo el célebre Fontana del Obelisco Vaticano en tiempo de Sixto Quinto, cuando va de mover un edificio compuesto de innumerables piedras, cuya contextura, al menor desnivel era preciso descuadernarse, a mover una pieza sola. Omitimos por cosa sabida de todos las estatuas de Dédalo, y la paloma de Arquitas Tarentino.

§. VIII

24. En materia de Cosmografía la opinión de Nicolao Copérnico que pone al Sol inmóvil en el centro del Mundo, trasladando a la tierra los movimientos del Sol, y que como una novedad portentosa fue admirada en el mundo; se sabe que es muy antigua, pues Aristarco de Samos, y Seléuco llevaron la misma, según refiere Plutarco; y según otros, ya antes de Aristarco era corriente entre los Pitagóricos.

§. IX

25. El descubrimiento atribuido a los Astrólogos modernos de que los Cometas son cuerpos Supralunares ó Celestes, y no exhalaciones (como comúnmente [318] se cree) encendidas en la suprema región del aire; ya tuvo sectarios más ha de diez y siete siglos, pues Plinio dice que algunos de aquel tiempo eran de este sentir.

§. X

26. {Telescopio} Los dos grandes instrumentos de la Astronomía, y de la Náutica, el telescopio, y la Aguja tocada del Imán, antes fueron conocidas de lo que comúnmente se piensa. Atribúyese la invención del Telescopio de Largomira, a Jacobo Mecio, Holandés, por los años de 1609, y su perfección poco después al famoso Matemático Florentín Galileo de Galileis. Pero si hemos de creer al célebre Franciscano Rogerio Bacon, ya este más de trescientos años antes había descubierto este maravilloso instrumento; pues en el libro de Nullitate Magiae dice que por el medio de vidrios artificiosamente dispuestos se pueden representar como muy vecinos los objetos más distantes. Ni es de omitir que nuestro sabio Monje Francés Don Juan de Mabillón en su relación del Viaje de Italia dice haber visto en un monasterio de la Orden un manuscrito antiguo más de cuatrocientos años, donde está dibujado el Astrónomo

Ptolomeo, contemplando los astros con un tubo compuesto de cuatro caños. Y aunque se pudiera discurrir, como se discurre en el Diccionario de Moreri, que aquella imagen no represente el Telescopio, sino un simple tubo sin vidrios, del cual acaso usarían Ptolomeo, y otros antiguos Astrónomos a fin de dirigir la vista con más seguridad y limpieza a los objetos: la circunstancia de ser compuesto de cuatro caños conduce naturalmente a pensar que se haría de diferentes piezas, a fin de colocar los vidrios intermedios, lo que siendo de una pieza sola, era imposible. ¿Para qué la prolijidad de armarle de muchas piezas, si siendo de una, servía del mismo modo para el logro de asegurar la vista, y desembarazarla de la concurrencia de objetos extraños? [319]

{(a) Monsieur de Valois, de la Academia Real de las Inscripciones [319] pretende probar por la Historia la antigüedad del Telescopio. Dice que uno de los Ptolomeos, Reyes de Egipto, había hecho edificar una Torre, u Observatorio muy alto en la Isla donde estuvo el famoso Faro de Alejandría; y que en lo más alto de la Torre hizo colocar Telescopios de tan prodigioso alcance, que descubrirían a seiscientas millas de distancia los Bajeles enemigos que venían con intención de desembarcar en aquellas costas. (Historia de la Acad. De Inscripc. Tom. I, pág. III.) Mas a la verdad, yo hallo esto imposible; no porque haya repugnancia alguna en Telescopio de tanto alcance; sino porque a tanta distancia era preciso que la curvatura del arco del Globo terráqueo, interpuesto entre las Naves y la Torre, estorbase la vista de aquellas, aun cuando la Torre tuviese algunas millas de altura.}

§. XI

27. {Aguja Náutica} De las dos propiedades insignes del Imán, atractiva del hierro, y directiva al Polo, la segunda se cree totalmente ignorada de los antiguos. Sin embargo, el Inglés Jorge Wheler, citado en el Diccionario Universal de Trevoux, asegura haber visto un libro antiguo de Astronomía, donde se suponía la virtud directiva de la Aguja tocada del Imán, aunque no empleada en el gobierno de la Náutica, sino en algunas observaciones Astronómicas. Dícese, que el primero que la aplicó a la navegación fue Juan de Joya, (otros llaman Guya, y Gyra) natural de Melfi en el Reino de Nápoles, cerca del año 1300. Pero otros aseguran que en la China era antiquísimo este uso, y que de allá trajo su conocimiento Marco Paulo Veneto cerca del año de 1260. [320]

{(a) Por el testimonio del docto Claudio Fauchet en las antigüedades de la Lengua y Poesía Francesa, ni se debe al Gioya Amalfitano haber inventado la Aguja Náutica, ni a Marco Paulo Veneto haber conducido su uso de la China; porque antes de uno y otro se halla memoria de ella en un verso de un Poeta Francés, llamado Guiot de Provins, que según dicho Fauchet escribió por el año 1200, ó algo antes, El verso es como sigue:

Iccele estiole en se muetUn art font, qui mentir non puet,

Par vertu de la marinette,Une pierre laide, et noirette,

Ou lefer volentiers se joint. [320]

Marinette es la antigua voz Francesa, con que se nombraba la Aguja Magnética, ó el Imán, sirviendo a la Navegación, como significando inmediatamente piedra del Mar. La flor de Lis que en todas las Naciones ponen sobre la Rosa Náutica, apuntando al Norte, da motivo a los franceses para discurrir que la invención se debe a la Francia.

2. Lo que dijimos, que muchos aseguran que cerca del año 1260 trajo Marco Paulo Veneto de la China el conocimiento de la Aguja Náutica, es verdad en cuanto la proponemos como opinión ajena; esto es, que muchos lo aseguran; pero absolutamente y en realidad falso en cuanto al tiempo que se señala; pues de los mismo escritos de Marco Paulo consta, que salió de Europa por los años 1268, ó 1269, y que no volvió hasta el de 1295. Conque no pudo conducir a Europa aquel conocimiento cerca del año 1260. Esto es cerca de treinta y cinco años antes que volviese a Europa; y cerca de ocho ó nueve antes que saliese. Así es cierto, que los Padres Ricciolo, Dechales, y Tosca, que señalan el año de 1260, padecieron engaño.

3. Algunos han querido darla mucho mayor antigüedad, aún dentro de la Europa; para lo cual producen este verso de Plauto en la Comedia Trinummus:

7

Page 8: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

Hic secundus ventus est, cape modo versoriam.

La voz versoria quieren que no signifique otra cosa, que la Aguja Magnética. Pero a la verdad en este pasaje nada se puede fundar; porque la voz versoria es muy equívoca; pues significa también el Timón, significa una cuerda, ó complejo de cuerdas que sirven al manejo de las velas; y en fin, la frase capere versoriam, según Paseracio, significa también retroceder.}

§. XII

28. {Música} Jactan sobremanera los Músicos de estos tiempos los grandes progresos que han hecho en su profesión, como que de una armonía insípida, pesada, grosera, pasaron a una música dulce, airosa, delicada; llegando a figurarse muchos que la práctica de esta facultad llegó a colocarse en este siglo en el más alto punto de perfección a que puede llegar. En el primer Tomo cotejamos la música del siglo presente con la del pasado. Aquella cuestión conduce poco al intento de este Discurso. Lo que aquí más importa examinar es, si la música de ahora (en que comprendemos [321] la del presente y la del pasado siglo) se debe considerar como adelantada, ó superior a la que veinte siglos ha practicaron los griegos.

{(a) Una práctica en materia de música que se juzga ser invención de este siglo es estampar las notas musicales sobre una línea sola, en que hay la conveniencia de ahorrar el mucho papel que se gasta en la práctica ordinaria de colocarla en cinco líneas. Monsieur Sauveur propuso como utilísimo este método de descifrar la música en una sola línea, pienso que en el año 1709, y generalmente es tenido por inventor de él. Pero Monsieur Brossard, Maestro de Capilla de la Catedral de Strasburgo, que murió siete años ha, músico eminente en la teórica y en la práctica, en una Disertación escrita a modo de carta a Monsieur Moz, muestra que esta práctica es antiquísima, porque de Alypio músico antiguo que floreció, según Monsieur Brossard, muchos años antes de Cristo, quedó, dice una Obra en que las notas musicales están puestas sobre una línea sola. Añade, que este método se practicó constantemente muchos siglos; esto es, hasta nuestro famosos Benedictino Guido Aretino, que mucho más cómodo para la práctica inventó el método de figurar la música en cinco líneas.

2. Dos años después que la idea de Monsieur Sauveur era pública en Francia, un mozo Español aficionado a la música, se dio en Madrid por inventor de aquel método; y sobre introducirle tuvo algunas pendencias con otros músicos, en una de las cuales mereció que le desterrasen. El mismo se dio a conocer el año de 28, que estuve en la Corte, jactándose conmigo de inventor de este método. Como yo sabía que el Francés Sauveur le había precedido sobrado tiempo para que él pudiese apropiarse de la invención ajena, en vez del pláceme del descubrimiento, en términos templados recibió de mí una corrección de la impostura.}

29. Trató doctísimamente este punto el Autor del Diálogo de Teágenes, y Calímaco, impreso en París en el año de 1725. Este Autor afirma y prueba que los Músicos antiguos excedieron a los modernos en la expresión, en la delicadeza, en la variedad, y en el primor de la ejecución. Del mismo sentir, en cuanto al exceso en la perfección tomada en general, es nuestro grande Expositor de la Escritura el Padre Don Agustín Calmet, en el Tom. I. de sus Disertaciones Bíblicas, pág.403, donde aprueba y confirma [322] el dictamen y gusto que en orden a la música hemos manifestado en el primer Tomo, por cuya razón pondré aquí sus palabras.

30. «Muchos (dice) reputan con rudeza e imperfección la sencillez de la antigua música; pero nosotros sentimos que esta misma dote la acredita de perfecta; porque tanto un Arte se debe juzgar más perfecto, cuanto más se acerca a la naturaleza. ¿Y quién negará que la música sencilla es la que más se acerca a la naturaleza, y la que mejor imita la voz y las pasiones del hombre? Deslízase más fácilmente a lo íntimo del pecho, y más seguramente consigue halagar el corazón y mover los afectos. Es errado el concepto que se hace de la sencillez de la antigua música. Era sencillísima sí; pero juntamente numerosísima, porque tenían muchos instrumentos los antiguos cuyo conocimiento nos falta, no faltándoles, por otra parte la comprensión de la consonancia y la armonía. Añádase para hacer ventajosa su música sobre la nuestra, el sonido de los instrumentos no confundía las palabras del canto, antes las esforzaba; y al mismo tiempo

que el oído se deleitaba con la dulzura de la voz, gozaba el espíritu la elegancia y la suavidad del verso. No debemos, pues, admirarnos de los prodigiosos efectos que se cuentan de la música de los antiguos; pues gozaban juntos y unidos los primores que en nuestros Teatros sólo se logran divididos.»

31. Debemos confesar que no se sabe a punto fijo el carácter específico de la música antigua; porque aunque Plutarco, y otros Autores nos dejaron algo escrito sobre esta materia, no hallamos en ellos la claridad y extensión que es menester para hacer un exacto cotejo de aquella con la nuestra. Así sólo por dos principios extrínsecos podemos decidir la cuestión. El primero es el que insinúa el Padre Calmet de los efectos prodigiosos de la antigua música. ¿Dónde se ve ahora, ni aún sombra de aquella facilidad con que los más primorosos músicos de la Grecia ya irritaban, ya templaban las pasiones, ya encendían, ya calmaban los [323] afectos de los oyentes? De Antigenidas se refiere, que tañendo un tono de genio marcial, enfurecía al grande Alejandro, de modo que en medio de las delicias del banquete saltaba de la mesa medio frenético, y se arrojaba a las armas. De Timoteo, otro músico de aquel Príncipe se cuenta, que no sólo hacía lo mismo; pero lo que era mucho más, después de encendido en cólera Alejandro, mudando de tono al punto le templaba el furor, y eleva la ira. No es menos admirable lo que se dice de Empédocles, (ó el famoso Filósofo de Agrigento, ó un hijo suyo del mismo nombre) que tañendo en la Flauta una canción suavísima, detuvo a un furioso mancebo que ya con el hierro desnudo iba a atravesar el pecho a un enemigo suyo. Y de Tirteo, Capitán de los Lacedemonios, en una expedición contra los Mesenios, el cual tañendo un tono de gravedad tranquila al ir a entrar en la batalla, (porque era costumbre en aquella gente hacer preludio al combate con la música, y el mismo Caudillo era excelente en esta profesión) introdujo un género de sosiego manso en los Soldados que los hubiera hecho víctimas de sus enemigos, si advertido el riesgo por Tirteo, no hubiera pasado a un tono belicoso, con que embraveciéndolos de nuevo y encendiendo su coraje, los hizo dueños de la victoria. La misma reciprocación de tempestad y calma se dice que produjo Pitágoras variando los tonos en un joven, en orden a otra pasión no menos violenta que la de la ira. A todo excede la maravilla atribuida a Terpandro, que pulsando la lira apaciguó una sedición en Lacedemonia.

32. No sólo se experimentaba en la música de los antiguos esta valentía en conmover los afectos, mas también la eficacia para curar varias enfermedades. Teofrasto refiere que con el concepto de varios instrumentos se curaban las mordeduras de algunas sabandijas venenosas. A Asclepiades se atribuye la curación de los frenéticos con el mismo remedio; y a Ismenias Tebano, de la ciática, y otros dolores. No pretendo que todas estas Historias se admitan como inconcusas; pero sí que pasen como probables; pues [324] no hay imposibilidad alguna en los hechos, antes todos los efectos de la música expresados se pueden explicar con un mero mecanismo, y sin recurrir a cualidades ocultas ó misteriosas simpatías.

33. El segundo principio extrínseco, de donde se puede deducir la perfección de la música antigua, es la grande aplicación que había a ella entre los Griegos. Era muy frecuente en ellos al acabarse los banquetes pasar de mano en mano la lira entre todos los convidados; y el que no sabía pulsarla, era despreciado como hombre rústico y grosero. Los Arcades singularmente tenían por instituto irrefragable ejercitarse en la música desde la infancia hasta los treinta años de edad. No es dudable, que cuanto más se multiplican los profesores de cualquier Arte, tanto más este se perfecciona; ya porque la emulación los enciende a buscar nuevos primores con que sobresalgan; ya porque es más fácil entre muchos que entre pocos, hallarse algunos genios excelentes, tanto para la invención como para la ejecución. Siendo, pues, mucho más frecuente el ejercicio de la música entre los antiguos que entre los modernos, es muy verisímil que aquellos excediesen a estos; y por consiguiente, en vez de añadir nuevos primores la música moderna sobre la antigua, se hayan perdido los principales de la antigua sin que encontrase otros equivalentes la moderna.

§. XIII

34. En cuanto a los instrumentos músicos, pudiéramos decir mucho de la gran variedad de ellos que había entre los antiguos. Nuestro Calmet, que trata de intento en un Disertación de los que practicaban los Hebreos, hace

8

Page 9: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

descripción de muchos; y en su Diccionario Bíblico representa en una lámina veinte distintos. Es de creer que entre los Griegos, gente de más policía y más amante de la música, hubiese muchos más. No tenemos por qué lisonjearnos de que nuestra inventiva en esta parte sea mayor ó mejor que la de los antiguos; pues habiendo perecido la ingeniosa invención de los órganos hidráulicos [325] que se practicaba entre ellos, y de que se cree Autor Ctesibio, Matemático Alejandrino, más de cien años anterior a la Era Cristiana, se trabajó después inútilmente, según refiere Vosio, en restaurarla. También es del caso advertir, que algunos instrumentos que entre nosotros se juzgan invención de los últimos siglos, ya estuvieron en uso en otros muy remotos. Tales son el violón, el violín, cuya Antigüedad prueba el Autor del Diálogo de Teágenes, y Calímaco por una medalla que describe Vigenere, y una estatua de Orfeo que hay en Roma.

§. XIV

35. {Química} Llegamos ya a la Química, facultad, según el sentir común, totalmente ignorada de los antiguos. Esta voz Chímia, ó Chímica tiene diferentes sentidos; porque ya se toma por aquella Filosofía Teórica que constituye por elementos de los mixtos el sal, azufre, y mercurio; ya por el arte práctico de resolver y anatomizar los mixtos mediante la operación del fuego; ya por aquella apetecida ciencia de transmutar los demás metales en oro. Aunque para significar esto último se ha variado un poco el nombre, y se dice Alquimia, que quiere decir Química elevada ó sublime.

36. De la Química Filosófica, ó Teórica, se proclama vulgarmente Autor Teofrasto Paracelso, de quien en otra parte dimos bastante noticia. Pero es razón despojarle de este usurpador honor, por restituirle a su legítimo acreedor Basilio Valentino, Monje Benedictino Alemán, cien años anterior a Paracelso. Así lo han recogido Juan Bautista Helmoncio, Roberto Boyle, y otros ilustres Químicos. Es de creer (con más seguridad que la de la simple conjetura) que la doctrina de Basilio Valentino se comunicó a Paracelso por medio de nuestro famoso Abad Juan Tritemio, pues de este se asienta que fue insigne Químico; y Paracelso en varias partes se gloria de haber sido discípulo suyo. Por donde se puede inferir, que la Filosofía Química estuvo desde Basilio Valentino escondida en nuestros [326] Monasterios, hasta que comunicada por Tritemio a Paracelso, la hizo este gran Charlatán notoria al Orbe.

37. Aunque algunos profesores de la Química práctica pretenden que sea antiquísima, derivando el nombre Chymia, ó Chemia, de Châm, el hijo de Noé, a quien hacen inventor de este Arte, y de quien por medio de su hijo Mizraim dicen pasó a los Egipcios, de estos a los Árabes, &c., este se reputa un vano esfuerzo de los Químicos, por calificar la anciana nobleza de su facultad. El caso es, que llegando a particularizar, apenas se sabe cosa en ella que no quieran que sea invención de los dos últimos siglos, en lo cual se engañan ó nos engañan. Cito un buen testigo, el famoso Médico Holandés Herman Boheraave, el cual (Prolegom. Ad instit. Chymiae) dice, que en la Biblioteca de Lieja hay los escritos de Geber, Griego, Apóstata de la Religión Cristiana a la Mahometana, y en ellos se hallan expuestos infinitos experimentos en orden a la manipulación de los metales, que hoy se tienen por inventos modernos, y todos son verdaderísmos: In ejus libro infinita experimenta, & quidem verissima, hodie experta habentur, & quidem quae hodie pro recentissimis inventis habita sunt. Floreció Geber al principio del octavo siglo. Algunos le hacen Español, natural de Sevilla.

38. El mismo Boheraave (ibi) advierte, que en los escritos del famoso Franciscano Inglés Rogerio Bacon, que floreció más ha de cuatrocientos años, se leen los inventos que como propios suyos propaló Mr. Homberg poco ha en la Academia Real de las Ciencias. Y en fin, que cuando escribió del Antimonio el Francés Lemeri lo sacó del libro intitulado: Currus Triumphalis Antimonii de nuestro Monje Basilio Valentino, de quien se habló poco ha.

§. XV

39. {Arte transmutatoria} En orden a la Alquimia, ó Arte transmutatoria de los metales en oro, no tengo que decir sino que este Arte ni es de invención antigua no moderna; porque ni ha existido, ni existe sino en la idea de algunos, a quienes [327] la golosina de la Piedra Filosofal hace gastar infructuosamente el tiempo y la moneda. Remítome a lo dicho en el Discurso octavo del tercer Tomo. Con cuya

ocasión advierte aquí, que el Autor de Apelación sobre la Piedra Filosofal, (a quién debo hacer la justicia de confesar que escribe con limpieza, gracia, y policía) me acusa injustamente de contradicción ó incongruencia, por haber dicho en una parte de aquel Discurso que es posible la producción artificial del oro, y en otra que es imposible. ¿Qué contradicción hay en decir al principio, que es posible absolutamente la producción artificial del oro, y probar después que es imposible por los medios por donde la intentan los Alquimistas? No mayor que en decir que es absolutamente posible que un hombre vuele; y añadir después, que es imposible que vuele con alas de plomo. Aquello he escrito yo. ¿Pues qué contradicción se me arguye?

§. XVI

40. {Arte Schaenobática} Las dos Artes destinadas a la diversión y embelesamiento de los Pueblos, Schaenobática, y Praestigiatoria, (Volatinería, y juego de manos) parece que estuvieron sepultadas algunos siglos, y no ha mucho empezaron a admirarse como nuevas. Pero realmente son antiquísimas, y Griegos, y Romanos las practicaron con igual ó mayor primor que hoy se practican. Hacen mención de los Volatines (que los Griegos llamaban Schaenobates, y los latinos Funambulos) Juvenal, Marcial, Manilio, y Petronio. No sólo había hombres, y mujeres muy hábiles en éste género de ejercicio; pero lo que es sumamente admirable, llegaron a industriar en él aún a los mismos brutos. Plinio, lib. 8, cap. 2, y Séneca, epist. 85, testifican, que en algunas fiestas Romanas se dio al Pueblo el prodigioso espectáculo de Elefantes Funámbulos. No sólo confirman este portento Suetonio, y Dion Casio, pero añaden sobre él otro mayor; esto es, que en unas fiestas que dio al Pueblo Nerón, un Caballero Romano bajó la maroma sentado sobre la espalda de un Elefante. Pondré las palabras de uno [328] y otro Escritor, porque maravilla tan alta pide acreditarse con el testimonio de dos Historiadores tan famosos. Suetonio: Notissimus Eques Romanus elephanto supersedens per catadromum decucurrit. Catadromo era una maroma inclinada del alto al suelo del Teatro. Aunque es verdad, según consta de algunas monedas, que para los Elefantes Funámbulos se ponía tirantes dos maromas. Dion Casio: Elephans ad superius Theatri fastigium conscendit, atque illinc per funes decurrit sessorem ferens.

41. Sospecho que en Egipto se conservó la Arte Schaenobática después que se perdió en Europa; porque Nicéforo Gregoras en el libro 8 refiere que en su tiempo salieron de Egipto a varias partes cuarenta Volatines, de los cuales poco más de veinte arribaron a Constantinopla, donde hicieron sus habilidades, más prodigiosas que las que hacen los Volatines de estos tiempos, sacando de la gente gran suma de dinero. En lo que se deja entender que esta Arte era doméstica en Egipto, y peregrina en las demás Regiones.

§. XVII

42. {Arte Prestigiatoria} La Arte Prestigiatoria ya en siglos muy remotos estuvo valida, de modo, que había profesores que la tenían por oficio: pues Ateneo en el libro primero nombra tres antiquísimos, famosos en este arte, Jenofonte, Cratístenes, y Ninfodoro. Y en el libro 12, tratando de los festines que hubo en las bodas de Alejandro, refiere que tuvieron parte en ellos, ejerciendo su ilusoria sutileza tres Prestigiadores peritísimos, Scimno natural de Taranto, Filístides de Siracusa, y Heráclito de Mitilene. El mismo Ateneo en el libro 4 dice que en las bodas de Carano, antiquísimo Rey de Macedonia, sirvieron al regocijo de los convidados unas mujeres que brincaban sobre las puntas de las espadas, y arrojaban fuego por la boca: quaedam mulieres mira facientes, in enses praecipites saltantes, ignemque ex ore nudae profundentes, accesserunt. Carano precedió a Alejandro Magno algunos siglos. ¿Quién dijera que aquellas mismas destrezas con que hoy emboban a la gente [329] nuestros jugadores de manos en las Cortes más cultas, ya en tiempo de Alejandro Magno eran vejeces?

43. De el juego de los cubiletes, y pelotillas hace expresa memoria Séneca en la epístola 43. De los que con nervios, ó sutiles cuerdecillas ocultamente manejadas, hacían mover una pequeñas estatuas, a quienes nosotros llamamos Titereteros, y los Griegos daban el nombre de Neurespastas (esto es, tiradores de nervios), hablan Aristóteles, Jenofonte, y Horacio. He leído también que aquellos puñales de que se usaba en las antiguas tragedias para representar la acción de herir ó matar, estaban formados con el mismo artificio que

9

Page 10: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

aquellas leznas de que hoy se usa en los juegos de manos; esto es, era hueca la empuñadura, y al ejecutar el golpe, el acero retrocedía a su concavidad, con lo cual figuraba que se introducía por el cuerpo del que se fingía herir.

44. Demás de estas ilusiones que practicaban los antiguos jugadores de manos, y se imitan frecuentemente en estos tiempos, dan noticia algunos Escritores de otras más difíciles ó más artificiosas que no se ejecutan ahora, ó por lo menos no ha llegado a mi noticia. Jenofonte habla de los que se entraban en una rueda, y haciéndola girar por el suelo, al mismo tiempo escribían y leían. Plutarco dice, que había Prestigiadores, los cuales se tragaban espadas desnudas; y Apuleyo, como testigo de vista refiere que en Atenas uno, por bien poco precio, se tragó una espada ecuestre, y después un venable. Quintiliano da noticia de otros, que con sólo el imperio de la voz hacían mover las cosas inanimadas hacia el lugar que querían: Quo constant miracula illa in scenos Pilariorum, tu ea quae emiserint, ultro venire in manus credas, & qua juventur decurrere (lib. 10, cap. 7.). Llamábase Pilarios, con denominación tomada de la voz pila, que significa pelota; porque hacían sus juegos de manos con pelotillas, como los de ahora.

45. Debe advertirse, que entonces de parte de la gente que asistía al espectáculo, sucedía lo mismo que en nuestro siglo. Los más advertidos sabían que todo aquello era [330] ilusión y artificio con que se representaba ser lo que no era. Pero el vulgacho, rudo por la mayor parte, creía que realmente se arrojaban llamas del pecho, se tragaban las espadas, se movían al imperio de la voz las cosas insensibles, &c.

§. XVIII

46. {Imprenta} Ya dijimos en otra parte, siguiendo a muchos Autores informados por relaciones seguras que el Arte de la Imprenta es mucho más antigua en la China que en Europa. Algunos, fundados en probables conjeturas, discurren que de allá se comunicó en los Europeos este Arte. Lo cierto es, que el modo con que a los principios se practicó en Europa, era el mismo que se usa en la China. Los primeros Impresores Europeos no usaban letras móviles ó separadas, sino de planchas de madera grabadas, las cuales se multiplicaban, según el número de las páginas del libro que se quería imprimir. Este es el modo de imprimir en la China, y les es imposible usar del que hoy tenemos nosotros por la innumerable multitud de sus caracteres, de los cuales cada uno equivale a una dicción, y a veces a una frase entera.

47. En orden a la antigüedad que tiene en Europa la Imprenta, hay bien poca discrepancia entre los Historiadores, pues ninguno pone su descubrimiento más allá del año 1420, ni más acá del de 1450. Pero hay mucha sobre la persona del Autor. La opinión más común está por Juan de Guttemberg, vecino de Estrasburgo, el cual habiendo gastado todo su caudal en los primeros ensayos, pasó a Moguncia donde confió el secreto a Juan Fausto, vecino de esta Ciudad, y los dos de acuerdo prosiguieron el empeño. Pero como necesitasen de Operarios que los ayudasen, introdujeron algunos, tomándoles primero juramento de guardar inviolablemente el secreto. La ejecución de Guttemberg, y Juan Fausto se ciñó a imprimir con planchas de madera grabadas. Poco después Pedro Schoffer, yerno de Juan Fausto, inventó los caracteres separados. Esta relación tiene el grande apoyo de nuestro Abad Juan Tritemio, el [331] cual dice fue informado a boca por el mismo Pedro Schoffer. Con lo cual se hace improbable la opinión de los que invirtiendo la narrativa que hemos hecho, atribuyen la invención a Juan Fausto, pretendiendo que este, por falta de medios, se valió para la ejecución de Guttemberg. Si fuese así, no le quitaría Pedro Schoffer a su suegro esta gloria por transferirla a otro.

48. No faltan quienes introduzcan por inventor a Juan Mentel, vecino de Strasburg, diciendo que un criado suyo llamado Juan Gansfleisch, cometió la torpe infidelidad de descubrir el nuevo Arte a Juan de Guttemberg.

49. En fin, los Holandeses quieren para sí por entero todo el aplauso que merece esta invención, porque dicen que Lorenzo Coster, vecino de Harlém, no sólo discurrió los primeros rudimentos del Arte, mas la condujo a su perfección usando al principio de caracteres de madera, después de plomo y estaño: finalmente que acertó con la composición de la tinta de que usan los Impresores. Añaden, que Juan de Fausto que vivía en su casa, le hurtó los caracteres una noche de Navidad; y huyendo a Moguncia, se aprovechó

finalmente del robo. Persuadido el Senado de Harlém de la verdad de estos hechos, hizo grabar sobre la puerta de Coster los versos siguientes para eternizar su memoria, insultando al mismo tiempo la Ciudad de Moguncia, como inicua usurpadora de una gloria que no le pertenece:

Vana quid archetypos, & praela Moguncia, jactas?Harlemi archetypos praelaque nata scias.

Extulit hic, monstrante Deo, Laurentius artem:Dissimulare virum, dissimulare Deum est.

50. Pero el más glorioso monumento de la gloria atribuida a Coster es un libro impreso, (según dicen) por él, antes que en Moguncia ni en otra parte se imprimiese nada, con el título Speculum humanae salutis, el cual se guarda en la casa de la Villa en un cofre de plata con tan religioso cuidado que rarísima vez se logra el verle, porque [332] no puede abrirse el cofre sin la concurrencia de muchas llaves repartidas entre varios Magistrados.

§. XIX

51. {Pólvora, y Artillería} De la Pólvora, y Artillería dice también muchos que son muy antiguas en la China. La opinión común es que un Religioso Franciscano, Alemán, llamado Bertoldo Schuvart, natural de Friburgo, gran Quimista, inventó la pólvora cerca del año 1379. Añádase que en parte no fue intentado, sino casual el hallazgo. Estando moliendo un poco de salitre para no sé qué efecto, prendió en el fuego; y viendo la pronta inflamación con que todo se alampó en un momento, meditando sobre el impensado fenómeno, poco a poco fue adelantando hasta descubrir la construcción de este violentísimo mixto artificial que llamamos pólvora.

52. Pero aún prescindiendo de la antigüedad de esta invención en la China, y de si por algún ignorado conducto se comunicó de aquella Región a Europa, hay bastantes testimonios de que su uso es anterior al tiempo en que señala por Autor suyo al Religioso Alemán. En el Diccionario Universal de Trevoux son citados dos Autores Españoles Pedro Mejía, y Don Pedro, Obispo de León, de los cuales el primero dice, que en el año de 1343 los Moros, en un sitio puesto por el Rey Don Alonso XI, disparaban unos morteros de hierro que hacían estrépito semejante al del trueno; y el segundo cuenta que los Moros de Túnez, en una batalla naval que tuvieron con los nuestros mucho tiempo antes, jugaban ciertos toneles de hierro que tronaban terriblemente. Esta era sin duda una especie de Artillería. En el mismo Diccionario es citado también el sabio Mr. DuCange, el cual testifica que por los Registros de la Cámara de Cuentas de París consta, que ya por los años de 1338 estaba introducido en Francia el uso de la Artillería. Esta noticia se fortifica mucho con la que el Diccionario añade poco después, de que Larrei en su Historia de Inglaterra dice, que algunos Autores refieren que los Franceses se sirvieron [333] de piezas de Artillería en el sitio de Puy-Guillaume en Auvergne el mismo año de 1338.

53. La deposición de estos Autores, especialmente los dos últimos, cuya noticia es más clara y decisiva sobre el asunto, prueba eficazmente que es incierta la opinión común de haber sido inventor de la pólvora el Franciscano Alemán. Prueba asimismo ser incierto lo que se halla escrito en muchos Autores, que la primera vez que se usó la Artillería en Europa fue en la guerra que tuvieron los Venecianos con los Genoveses el año 1380, valiéndose de ella los primeros contra los segundos. Si se da asenso a lo que dice el segundo Autor Español citado arriba, lo que se debe inferir que el uso de la pólvora se comunicó a Africa a Europa. Como quiera sale que esta invención es más antigua de lo que vulgarmente se juzga. Acaso el Religioso Alemán la perfeccionó y adelantó, y de aquí vino el error de que la inventó.

§. XX

54. {Papel} Desde que se inventaron las letras anduvieron los hombres solícitos buscando materia cómoda en que imprimirlas. Al principio las grabaron en leños, piedras, y ladrillos. Este uso, según el testimonio de Josepho, es anterior al Diluvio; pues dice que los hijos de Seth, noticiosos por revelación hecha a Adán y manifestada a ellos, de que había de haber dos estragos universales, uno de agua otro de fuego en beneficio de la posteridad inscribieron todas las ciencias que con larga contemplación de la naturaleza habían alcanzado, en dos columnas, la una de ladrillo, la otra de piedra: aquella para que las preservase del fuego; ésta de

10

Page 11: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

la agua. Sucedió después escribir en cera extendida sobre delicadas tablillas. Hallóse luego más comodidad en usar de hojas de árboles, especialmente de palma. Sucedió a esto el emplear las cortezas íntimas de ellos; y habiéndose hallado que la mejor de todas para este uso era la de una planta llamada Papyro (de donde tomó su nombre el papel), que se cría en Egipto, todas las Naciones cultas dieron en aprovecharse de ellas. Pero como los Reyes de Egipto [334] llevasen mal la emulación de los de Pérgamo en juntar una grandísima Biblioteca, cuya gloria querían para sí solos, con severos edictos prohibieron la extracción de aquella corteza fuera del Reino, porque no tuviesen donde copiar los escritos que pudiesen lograr prestados, ó renovar los poseídos. Esta necesidad dio ocasión a los de Pérgamo para discurrir el uso de pieles de animales para la escritura; y del nombre de esta Nación se denominaron pergaminos las pieles que servían para este efecto. En fin se inventó el papel que hoy usamos, artificio maravilloso que apenas cede a otro alguno, ni en el ingenio ni en la utilidad. Comúnmente sientan los Autores que se ignora el tiempo de su origen. Juan Rai, que debió de hallar algunas memorias particulares sobre el asunto, le señala en su Historia de Plantas, lib. 22, cerca del año 1470, añadiendo, que en aquel tiempo dos Franceses, llamados Miguel, y Antonio, pasando a Alemania, llevaron consigo esta preciosa Arte, ignorada antes en aquella Región. En efecto, la sentencia común es que este artificio es de muy corta ancianidad; pero no tan corta como quiere Rai, pues acá en nuestra España se hallan muchísimos instrumentos originales escritos en papel desde el siglo trece hasta el presente. Y nuestro grande Expositor el Padre Don Agustín Calmet alega un testimonio de San Pedro Venerable, con que se le prueban más de quinientos años de antigüedad. Y aun no para aquí; pues luego añade, que se conservan aun algunos menudos fragmentos de la antigua Escritura Egipciaca en papel semejante al nuestro. De aquí se colige que este artificio, después de florecer poco ó mucho en tiempo muy remotos, se sepultó ocultándose a la noticia de los hombres; y resucitó, más que nació, en los últimos siglos.

§. XXI

55. {Porcelana} La fábrica de la Porcelana fina se tiene por propia primitivamente de la China; pues aunque en varias partes de Europa se procura imitar, aún dista mucho la copia de la perfección del original. Jacobo Savari, [335] que en su Diccionario de Comercio se muestra muy apasionado por la que se fabrica en las manufacturas de Pasi, y de San Cloud, cerca de París, confiesa no obstante su gran desigualdad en la perfección del blanco, respecto de la de la China. He visto otra muy ponderada de Alemania; pero hablando con verdad, excede tanto la de la China a esta, como esta a la de Talavera común. Pero acaso supieron los antiguos Europeos inventar lo que no aciertan aún ni a imitar los modernos. Digo esto, porque en las Memorias de Trevoux (Mayo de 1701) hay una Carta de Mr. Clark a Mr. Ludlon, en que dándole noticia de algunas antigüedades Romanas que se hallaron en el año 1699 enterradas en el Condado de Viltonia en Inglaterra, añade estas palabras: Dijéronme, que en aquellos parajes se hallaban muy frecuentemente vasos de tierra, que exceden en fineza a las más bellas porcelanas de la China.

56. Una objeción, pero débil, se me puede hacer para probar que aun supuesta la verdad de aquel hecho, no se infiere de él que antiguamente fuese conocida y practicada la fábrica de la porcelana fina en Europa. Esta se funda en la opinión de Julio Cesar Scalígero, Gerónimo Cárdano, y otros eruditos, los cuales sienten que los vasos murrinos tan celebrados de Plinio como la más exquisita preciosidad que gastaron en sus mesas algunos Romanos, no constaban de otra materia, ni eran otra cosa que los que ahora tienen el nombre de porcelana de China. Aquellos, según el mismo Plinio, venían del Oriente. Luego de esos mismos puede ser los que se hallaron enterrados en el Condado de Viltonia: por consiguiente este hallazgo no prueba que haya florecido en algún tiempo en Europa su fábrica.

57. He dicho, y repito, que esta objeción es muy débil, porque del contexto de Plinio consta manifiestamente ser falsa la opinión de Scalígero, y Cárdano: lo primero, porque Plinio claramente da a entender que estos vasos eran obra de la naturaleza y del arte: lo segundo, porque dice, que venían principalmente de Carmania, País [336] hoy comprendido en la Persia, que dista mucho de la China: lo tercero, porque la descripción que hace de ellos, no muestra la menor semejanza. En fin, porque sienta que los que tenían algo de transparencia eran los menos estimados; siendo así que la transparencia es quien hace a los de la China más preciosos.

58. Los que están preocupados de la opinión vulgarizada, por no se qué relaciones, que los vasos de China no tiene excelencia alguna cuando salen de la mano de los Artífices, y la adquieren después sepultados en tierra por espacio de cien años, juzgarán que se confirma esto con el descubrimiento de Viltonia, como que unos vasos de un barniz común hayan logrado tanta perfección por haber estado debajo de tierra siglos enteros. Pero ya se sabe con toda certeza que es falsa aquella noticia, y que los Chinos se ríen cuando son preguntados sobre este asunto por algunos Europeos. Su porcelana tiene todo el lustre de que es capaz luego que sale del horno.

§. XXII

59. {Trompeta parlante} Finalmente, entre los inventos antiguos que se juzgan modernos, podemos colocar la tuba Stenterofónica, ó Trompeta parlante (Largoi se llama por acá comúnmente) instrumento destinado a propagar la voz articulada; de modo, que se oye y entiende a mucho mayor distancia que pudiera son este auxilio. Dícese que el Caballero Morland, Inglés, la inventó en el siglo pasado. Pero el Padre Kírquer, Mr. Bordelón, y otros Autores aseguran, que este instrumento fue conocido de la antigüedad: que Alejandro Magno usaba de él para hablar de modo que fuese entendido de todo su Ejército, y congregarle cuando estaba disperso; que los Sacerdotes Idólatras le aplicaban al crédito de sus supersticiosos cultos, articulando por él, sin dejarle, ni dejarse ver, los Oráculos, a fin de que el Pueblo tuviese por respiración de la Deidad aquella voz portentosa que tanto excede a la humana y común. [337]

§. XXIII

60. {Espejos Ustorios. Lámparas sepulcrales} No sólo fueron precursores nuestro los antiguos en muchos artificios que se creen inventados en nuestros tiempos, mas también inventaron algunos de cuya construcción no llegó el conocimiento a nosotros, ni por muchas tentativas que se han hecho hemos podido lograr la imitación. En este número pondrán algunos los Espejos Ustorios de Arquímedes, y Proclo, y las Lámparas inextinguibles de los sepulcros. Pero yo no tengo arbitrio para hacerlo, habiendo atrás condenado por fabulosos uno y otro arcano.

{(a) En tiempo de Clemente Alejandrino eran conocidos los Espejos Ustorios convexos, ó que obran por refracción. Así dice el Autor: Viam excogitat qua lux, quae a sole procedit, per vas citrem aquae plenum, ignescat (Stromat. Lib. 6.).

2. También en tiempo de Séneca era conocido el Microscopio. Así dice este Filósofo, lib. I. Natural. quaest. Cap. 6. Litterae, quamvis minuta, & obscurae, per vitream pilam aqua planam, majores, clarioresque cernuntur.

3. El Hidrómetro, instrumento con que se averigua el peso de las aguas potables; esto es, cual es más pesada ó más ligera, se cree también invención moderna. Pero por una Epístola de Sinesio a la docta Hipatia, se evidencia que se usaba de él más ha de mil y doscientos años con el nombre de Hidroscopio. Es verdad que algunos en aquella Epístola han entendido por la voz Hidroscopio otra cosa muy diferente. En el Diccionario de Trevoux se pretende, que signifique un reloj de agua. Pero el contexto de la Carta, donde se describe el instrumento y su uso, contradice toda otra inteligencia que la expresa. El mismo principio de la Carta basta para quitar la duda. Así empieza: Ita malè afectus sum, tu Hidroscopio mihi opus sit. Me hallo tan enfermo ó tan indispuesto, que he menester usar del Hidroscopio. ¿De qué servirá, o qué conducirá a un enfermo un reloj de [338] agua? Un Hidrómetro sí, según la común opinión, que tiene por más sanas las aguas que pesan menos. Así dice el célebre Matemático Pedro Fermat, explicando la Carta de Sinesio, al principio de su Tomo, Varia opera Mathematica: Este instrumento servía para examinar el peso de diferentes aguas para el uso de los enfermos; porque los Médicos están convencidos en que las más ligeras son más sanas. La voz Hydroscopio, que es tomada de la Griega Hydroscopos, significa lo que en latín Aquae speculatio, que coincide a lo mismo.}

§. XXIV

61. { Vidrio flexible} Del vidrio flexible, que Plinio dice hacia cierto Artífice en tiempo de Tiberio, y por mandado del Emperador se destruyó su Oficina y todos sus [338] instrumentos (otros añaden, que se le quitó la vida al mismo

11

Page 12: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

Artífice), porque una preciosidad tan exquisita no envileciese los más ricos metales: no sé qué juicio haga. No ignoro que muchos tiene por imposible la flexibilidad del vidrio, fundándose en que en incompatible con la transparencia; porque esta (dicen) consiste en la rectitud de los poros; y al doblarse el vidrio, necesariamente habían de perder los poros la rectitud, doblándose con él.

62. Pero esta razón no me hace fuerza: lo primero, porque hasta ahora no se sabe con certeza la causa de la diafanidad; y el colocarla en la rectitud de los poros no pasa de los límites de la opinión: lo segundo, porque es harto difícil reducir a este principio la diafanidad del aire y de la agua, cuerpos que se agitan, ondean, y revuelven de todas maneras. Demás, que los Filósofos modernos suponen ramosas y flexibles las partículas del aire y de la agua: especialmente las del aire preciso que lo sean; a no serlo, no fuera capaz este elemento de la portentosa comprensión y dilatación, que con infinitos experimentos se han comprobado. Luego la flexibilidad no es incompatible con la transparencia.

63. Por otra parte no puede negarse que tiene el vidrio alguna flexibilidad: lo primero, porque es cuerpo sonoro; pues el sonido no puede formarse sin un movimiento de tremor, en que las partículas del cuerpo sonoro se desvíen algo de la situación que respectivamente tienen cuando están quietas, lo cual necesariamente se ha de hacer doblándose algo, y deponiendo la rigidez. Lo segundo, porque tiene resorte; pues dos bolas de vidrio, si se encuentran [339] con violencia, retroceden. Para esto es precioso que haya comprensión en el choque. Lo tercero, porque se experimenta (como ya lo he experimentado varias veces), que una lámina de vidrio algo corva, comprimiéndose un poco con la mano sobre un cuerpo plano, se blandea tanto cuanto. Finalmente, he leído que en Alemania se hacen ciertas botellas de vidrio sumamente delicadas en el fondo; el cual soplado ó recogiendo el aliento por la boca de ellas, se dilata hacia fuera, o encoge hacia dentro notablemente, haciéndose ya cóncava, ya convexa una y otra superficie.

{(a) Monsieur Reaumur, de la Academia de las Ciencias, reflexionando sobre que el vidrio cuanto más delgado ó sutil se fabrica, tanto más flexible se experimenta, llegó a discurrir y proponer, que se podría formar el vidrio en hilos tan sutiles que fuesen capaces de tejerse en tela, y así se podría hacer un vestido de vidrio. En efecto, él mismo hizo hilos de vidrio casi tan sutiles como los de las telas de arañas; pero nunca pudo arribar a prolongarlos tanto que sirviesen de tejido.}

64. Estas razones persuaden que no hay en el vidrio algún estorbo invencible para la flexibilidad. Pero en cuanto al hecho me inclino a que la relación sea fabulosa: lo primera, porque Plinio se inclina a lo mismo: lo segundo, porque la razón que se dice movió a Tiberio para hacer perecer tan bella invención, es insuficiente ó por mejor decir extravagante. Siéndole fácil lograr el fruto para sí sólo, iba a ganar mucho en conservarla; y tanto más, cuanto más perdiesen de su estimación la plata y el oro. Ya veo que los Príncipes, como Tiberio, obran muchas veces por capricho, y no por razón; pero rara vez prevalece el capricho, cuando es inmediata y derechamente contra el interés propio.

§. XXV

65. {Momias Egipciacas}Con más razón deberá tenerse por secreto reservado a la antigüedad aquella confección con que los Egipcios embalsamaban los cuerpos para preservarlos de corrupción. Era aquella de mucho mayor eficacia que [340] las que ahora se usan; pues el efecto de esta apenas llega a dos ó tres siglos, y el de aquella se cuenta por millaradas de años. Puede restar alguna duda, si el suelo donde depositaban los cadáveres contribuía a su conservación; pues como hecho advertido en otro lugar, hay terrenos que tienen esta virtud. Y aquí añadiremos haber leído, que en las cuevas donde ha estado depositada cal algún tiempo se conservan los cadáveres hasta doscientos años.

66. El asunto que acabamos de tocar, nos trae a mano la ocasión de desengañar de un error común en materia importante. Dase el nombre de Momias a aquellos cadáveres que hoy se conservan embalsamados por los antiguos Egipcios. Bien que la voz Momia ya se hizo equívoca; porque unos entienden en ella el cadáver que se conserva en virtud de aquella confección de que hemos hablado: otros la misma confección: otros el mixto que resulta de uno y otro: otros, en fin, quieren que esta voz se extienda a aquellos cadáveres

que en las arenas ardientes de la Libia prontamente desecados, ya por el aridísimo polvo en que se sepultan, ya por la fuerza del Sol, se conservan siempre incorruptos.

67. La Momia, tan decantada por Médicos y Botánicos, y aún mucho más por los que la venden a estos como eficaz remedio para varias enfermedades, se toma en el segundo ó tercer sentido: en que encuentro alguna variedad, porque el Matiolo quiere, que toda la virtud esté en aquellas drogas con que el cuerpo fue embalsamado: Lameri, y otros, en el conjunto y mezcla de uno y otro. Bien que en alguna manera se pueden conciliar las dos opiniones; porque la primera no atribuye su actividad a la confección únicamente por los ingredientes de que consta, sino también, y principalmente por los aceites y sales, que estos sorben del cadáver, de modo, que la mezcla de aquellos y éstos, forman este celebrado remedio.

68. El que la Momia, aún siendo legítima y no contrahecha, tenga las virtudes que se la atribuyen, es harto dudoso. Unos dicen, que los Arabes la pusieron en ese [341] crédito. Gente tan embustera merece poco, ó ningún asenso, especialmente si los que acreditaron la Momia hacían tráfico de ella. Otros dicen, que un Médico Judío, maliciosa e irrisoriamente fue autor de que estimásemos esta droga. Peor es este conducto que el primero; pero como tal vez sucede lo de salutem ex inimicis nostris, la experiencia debe decidir la cuestión. Verdad es que la experiencia en materia de Medicina, pronuncia sus sentencias con tanta obscuridad que cada uno las entiende a su placer. El célebre Ambrosio Pareo se fundó en la experiencia para condenar esta droga por inútil.

69. Pero lo peor que hay en la materia es, que la Momia legítima; esto es, la Egipciaca, no se halla jamás en nuestras Boticas. Así lo testifican el Matiolo sobre Dioscórides y Lemeri en su Tratado Universal de Drogas simples. Este último dice, que la que se nos vende es de cadáveres, que los Judíos (y también acaso algunos Cristianos), después de quitarles el celebro y las entrañas, embalsaman con mirra, incienso, acíbar, betún de Judea, y otras drogas: hecho lo cual, los desecan en el horno para despojarlos de toda humedad supérflua, y hacerlos penetrar de las gomas, lo que es menester para su conservación. Matriolo ni aún tanto aparato admite en lo que se vende por Momia; pues dice, que sólo se prepara con el asfalto, ó betún de Judea (de quien tomó nombre el lago Asfaltites), y pez; ó bien con la napta, ó pisafalto, que es otra especie de betún muy parecido a la mezcla del de Judea, y la pez; por cuya razón este se llama Pisafalto artificial, y aquel natural.

70. Algunos quieren, que aún la Momia, en el último sentido que le hemos dado arriba, tenga sus virtudes. Yo creo, que un cadáver desecado por intenso calor del Sol, es duplicado cadáver; esto es, destituido no sólo de aquella virtud que se requiere para las acciones humanas, mas también de la que es menester para los ejercicios médicos. Es preciso que el Sol haya disipado todos sus aceites, y sales, volátiles: echados estos fuera, ¿qué cosa digna de [342] mucha estimación se puede considerar que quede en aquella tierra organizada? Los cadáveres habían de servir para el desengaño, y los droguistas los hacen instrumentos de la ilusión.

§. XXVI

71. {Escritura compendiosa} Finalmente (omitiendo otras cosas de menos valor) una invención envidio mucho a los antiguos, la cual se perdió, y no atinó hasta ahora a resucitarla el ingenio de los modernos. Esta es el Arte de escribir con un género de notas ó caracteres, de los cuales cada uno comprendía la significación de muchas letras; de modo que el que poseía este artificio podía trasladar al papel una oración que estaba oyendo, sin faltar una palabra, y sin que la lengua dejase atrás la pluma. De estas notas tomaron el nombre los que se llamaron entonces Notarios, y tenían el ejercicio de escribir cuanto se profería en los actos públicos legales. Paulo Diácono dice, que Ennio fue inventor de ellas. Plutarco en la vida de Catón el Menor, atribuye no sé si la invención ó la publicación a Cicerón, con el motivo de referir, cómo siendo Cónsul hizo escribir una Oración de Catón, al paso que este la iba pronunciando en la Curia, por unos escribientes a quienes él antes había enseñado el artificio: Hanc orationem Catonis perhibent unam extare, quod Consul Cicero expeditissimos scribas ante docuisset notas, quae minutis, & brevibus figuris multarum vim litterarum complectebantur.

12

Page 13: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

72. No puedo persuadirme a que aquel artificio consistiese en caracteres que representasen dicciones enteras, al modo de la escritura Chinesa, de suerte que a cada dicción correspondiese distinta nota. La enseñanza de este género de compendio sería sumamente prolija, por los innumerables caracteres que sería preciso aprender; y después de aprendidos, pasarían muchos años antes de lograr hábito de escribir de corrida. Que no era tan difícil la enseñanza, ni tan ardua la ejecución de las notas Cicerionianas se colige: lo primero, del lugar alegado de Plutarco; porque un hombre de las muchas y graves ocupaciones [343] de Cicerón no había de cargar con la prolongadísima tarea de enseñar algunos escribientes la formación y significados de treinta ó cuarenta mil caracteres distintos. Muchos más tienen los Chinos; y así apenas en tan vasto Imperio se halla alguno que sepa escribir, ó leer con perfección; bien que son muchísimos los que toda la vida ocupan en este estudio. Colígese lo segundo, de que el glorioso Mártir San Casanio, según refiere el Poeta Prudencio, enseñaba a los niños este modo compendiario de escribir. ¿Cómo podía ser capaz la infancia de tomar de memoria y hacer la mano a tanta multitud de notas, cuando para escribir con veinte y cuatro caracteres solos se gastan en aquella edad uno ó dos años? Lo tercero, de que el mismo Prudencio da a entender que esta escritura compendiosa ó en todo ó en parte consistía en unas notas minutísimas, a quienes da el nombre de puntos. Si el numero de los caracteres fuese tan grande, no podían ser todos tan menudos, siendo preciso para tanta variedad multiplicar en cada uno los rasgos:

Verba notis brevibus comprenhendere concta peritusRaptimque punctis dicta praepetibus sequi.

73. Por la misma razón, y aún mucho más fuerte, no se puede imaginar que aquellas notas fuesen representativas de las diferentes combinaciones posibles de las letras del alfabeto común. Estas combinaciones (aún hablando sólo de las pronunciables, y de las que pueden caber en dos ó tres sílabas) hacen una multitud indecible, y exceden muchísimo en número a todas las voces que puede tener el más copioso idioma que haya en el mundo.

74. Tampoco se puede asentir a que el artificio consistiese en multiplicación de las que llamamos abreviaturas. Algunos modernos hicieron por este camino sus tentativas; de que se pueden ver ciertos ensayos en el Padre Gaspar Escoto; pero este método es insuficientísimo para lograrse por él aquella gran velocidad en escribir, de que hemos [344] hablado. Por más que se multipliquen las abreviaturas, lo más que se podrá lograr será el ahorro de una tercera parte del tiempo que se gasta en la escritura común; y aunque se ahorrase la mitad, no podría la pluma más veloz seguir la lengua más tarda. Así ya concluyo, que el método de los antiguos era alguna ingeniosísima invención que distaba mucho de los tres modos expresados; los cuales, a la verdad, son de fácil invención en la teórica, e inútiles ó imposibles en la práctica. Así me parece que no debemos lisonjearnos mucho con aquella jactanciosa decisión, ocasionada de la invención de los Logaritmos, sapientiores sumus antiquis; pues cualquiera a poca reflexión que haga, conocerá que es, sin comparación, obra más ardua abreviar tan portentosamente la escritura, que buscar algún atajo a pocas reglas de Aritmética.

{(a) La Arte de hablar con la mano, figurando en la varia inflexión y posituras de los dedos las diferentes letras del Alfabeto, es invención que comúnmente se tiene por bastante nueva. Algunos la reconocen algo antigua, atribuyéndola al Venerable Beda. Pero de Ovidio consta que es mucho mayor su antigüedad. Suyo es el verso:

Nihil opus est digitis, per quos arcana loquaris.}

§. XXVII

75. Pero la más eficaz apología de los antiguos en el asunto que vamos siguiendo, no consiste en noticias recónditas sacadas con prolija lectura de los libros; sino en lo que está patente a los ojos de todos, aunque apenas hay alguno que los observe. Extiéndase la vista por todas las Artes fácticas, útiles ó necesarias a la vida humana. En todas se hallarán innumerable e infalibles monumentos de la ingeniosa inventiva de los antiguos. Apenas hay Arte, cuya invención no pida un genio sumamente elevado sobre el común de los hombres. Por eso los Gentiles creían ser Autores inmediatos de todos sus Dioses. Cuanto los modernos han discurrido sobre aumentar y [345] perfeccionar cualquiera de ellas, no

iguala ni con mucho la excelencia de aquella ideal especulación con que se trataron sus primeros rudimentos. Tanto es más admirable en las obras del arte la invención que la perfección, cuanto en las de la naturaleza la generación que la nutrición. Si se me preguntase cuál es lo más grande de cuanto hay en el mundo sublunar y visible, respondería que lo más grande es lo más pequeño. Dígolo por las semillas. Estos átomos de cantidad son montes de virtud. Los Filósofos modernos niegan a todas las causas segundas actividad para engendrar semilla alguna. Sin duda que contemplando tan admirable obra, les pareció correspondiente únicamente a la infinita virtud de la primera Causa. Lo que en la naturaleza las semillas, son en el arte los primeros rudimentos. Allí está contenido en virtud cuanto después la fatiga de los que van añadiendo aumenta de extensión.

76. Contemplemos aquella Arte en quien más sudó el discurso de los hombres para darla seguridad y perfección: digo la Náutica: toda esta llena de maravillas del ingenio humano. Sin embargo, ninguno de cuantos trabajaron gloriosamente en asunto tan útil, me admira tanto como aquel que para caminar sobre la inconstancia de las aguas, dirigiendo con certeza el curso al término deseado, discurrió el uso del esquife y del remo. Para los créditos del Artífice ideante más obra fue la primera góndola que hubo en el mundo, que la mayor Nave de cuantas surcaron después el Océano. ¿Y qué diré del que inventó las velas, haciendo con ellas servir los ímpetus de un elemento contra la indomable fuerza de otro? Ya ha cerca de tres mil años, que la industria humana había hallado en remos y velas pies y alas para caminar y para volar sobre las ondas; pues Dédalo, que se cree inventor de las velas (por cuya razón la fábula le atribuyó el artificio de volar), se supone anterior a la guerra de Troya.

77. Aún en los instrumentos de las Artes más vulgares, ó en los instrumentos más vulgares de las Artes se halla sobrado motivo para celebrar la inventiva sagacidad de los [346] antiguos. No sólo la sierra, el compás, la tenaza, el barreno, el torno me parecen partes de un invención ingeniosísima, mas también en la garlopa, el martillo, el clavo, las tijeras, hallo que aplaudir. Nada de este se celebra comúnmente. La frecuencia y ancianidad del uso engañosamente usurpan a las cosas el aplauso merecido; porque los hombres, no siendo muy reflexivos, nada juzgan excelente si no trae consigo la recomendación de nuevo ó raro. Si cualquiera de aquellos instrumentos se inventase ahora, sería el Autor considerado como un hombre prodigioso. De Dédalo, aquel celebradísimo Artífice de Estatuas Autómatas, se cuenta que mató alevosamente a Talao, sobrino y discípulo suyo, porque este inventó la rueda del ollero, y la sierra; previendo que un ingenio de tan altas muestras enteramente había de ofuscar su gloria. Tuvo sin duda por obra de más discurso inventar aquellos instrumentos, que hacer mover por sí mismas como vivientes las cosas inanimadas.

78. {Letras, Escritura} Finalmente, la más ilustre gloria de la antigüedad consiste en habernos dado el más noble, el más útil, el más ingenioso artificio entre cuantos salieron a la luz en la dilatada carrera de los siglos. Hablo de la invención de las letras del alfabeto, este sutilísimo Arte de la escritura que como canta un Poeta Francés:

Las voces pinta, y habla con los ojos.

79. ¿Quién creyera, antes de verlo, que era posible un Arte en virtud de la cual los ojos suplan con ventajas el oficio natural de los oídos? ¿Un Arte, que dé eterna permanencia a la volátil inconstancia de la voz? ¿Un Arte, que haga hablar piedras, troncos, cortezas de árboles, pieles de brutos, hebras de lino despedazadas? ¿Un Arte, por quien sea más elocuente la mano que la lengua? ¿Un Arte, con la cual un hombre, sin salir de su aposento, haga entender sus pensamientos en todo el ámbito del mundo? ¿Un Arte, por quien, sin hablar con nadie de cerca, se hable con cualquiera desde España a la China? ¿Un Arte, [347] por quien se pueda decir, que se sabe todo lo que se sabe? Pues sin el subsidio de la escritura, órgano de todas las Ciencias, ¿qué hubiera en el mundo sino ignorancia?

80. Esta invención prodigiosa nos dejó la antigüedad, y antigüedad tan remota, que ocultándose a los más ancianos monumentos, se ignora en qué siglo salió a la luz este gran parto. Cadmo, hijo de Agenor, Rey de Fenicia, trajo las letras y uso de la escritura a la Europa más de mil y cuatrocientos años antes de la Era Cristiana. Esta es la sentencia más corriente, Pero los mismos Autores de ella suponen que no

13

Page 14: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

fue Cadmo el inventor, sino que ya las letras estaban introducidas entre los Fenices, y que esta Nación fue la patria de tan ilustre Arte. Así Lucano:

Phoenices primi (famae si credimus) ausiMansuram rudibus vocem signare figuris.

81. Filón Judío, a quien siguen otros, dice que no fueron los Fenices inventores; sí que Moisés, pasado el Mar Bermejo, llevó consigo las letras a Fenicia. Otros suben hasta Abrahám; y aún entre estos hay división, pretendiéndose por una parte que este Patriarca haya sido Autor de las letras: por otras, que las haya tomado de los Asirios. En fin, esto es inaveriguable; y sólo está averiguado, que la invención de las letras pertenece a aquellos distantísimos siglos, en que se imagina que no había en el mundo más que una rudísima torpeza: de donde se infiere que los hombres siempre fueron unos; esto es, siempre racionales.

--------------------------------------------------------------------------------{Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo cuarto (1730). Texto tomado de la edición de Madrid 1775 (por D. Blar Morán, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo cuarto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 303-347.} --------------------------------------------------------------------------------Biblioteca Feijoniana-------------------------------------------------------------------------------- Edición digital de las Obras de FeijooTeatro crítico universal / Cartas eruditas y curiosas / Varia --------------------------------------------------------------------------------Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org

Fray Benito FeijooTeatro crítico universal / Tomo sexto

Discurso duodécimo

El no sé qué

§. I

1. En muchas producciones, no sólo de la naturaleza, mas aun del arte, encuentran los hombres, fuera de aquellas perfecciones sujetas a su comprehensión, otro género de primor misterioso, que cuanto lisonjea el gusto, atormenta el entendimiento: que palpa el sentido, y no puede descifrar la razón; y así, al querer explicarle, no encontrando voces, ni conceptos, que satisfagan la idea, se dejan caer desalentados en el rudo informe, de que tal cosa tiene un no sé qué, que agrada, que enamora, que hechiza, y no hay que pedirles revelación más clara de este natural misterio.

2. Entran en un edificio, que al primer golpe que da en la vista, los llena de gusto, y admiración. Repasándole luego con un atento examen, no hallan, que ni por su grandeza, ni por la copia de luz, ni por la preciosidad del material, ni por la exacta observancia de las reglas de arquitectura exceda, ni aun acaso iguale a otros que han visto, sin tener que gustar, o que admirar en ellos. Si les preguntan, qué hallan de exquisito, o primoroso en éste responden, que tiene un no sé qué, que embelesa.

3. Llegan a un sitio delicioso, cuya amenidad costeó la naturaleza por sí sola. Nada encuentran de exquisito en sus plantas, ni en su colocación, figura, o magnitud, aquella estudiada proporción, que emplea el arte en los plantíos hechos para la diversión de los Príncipes, o los Pueblos. No falta en él la cristalina hermosura del agua [368] corriente, complemento precioso de todo sitio agradable; pero que bien lejos de observar en su curso las mensuradas direcciones, despeños y resaltes, con que se hacen jugar las ondas en los Reales jardines, errante camina por donde la casual abertura del terreno da paso al arroyo. Con todo, el sitio le hechiza; no acierta a salir de él, y sus ojos se hallan más prendados de aquel natural desaliño, que de todos los artificiosos primores, que hacen ostentosa, y grata vecindad a las Quintas de los magnates. Pues, ¿qué tiene este sitio, que no haya en aquéllos? Tiene un no sé qué, que aquéllos no tienen. Y no hay que apurar, que no pasarán de aquí.

4. Ven una dama, o para dar más sensible idea del asunto, digámoslo de otro modo: ven una graciosita aldeana, que acaba de entrar en la Corte; y no bien fijan en ella los ojos, cuando la imagen, que de ellos trasladan a la imaginación, les representa un objeto amabilísimo. Los mismos que miraban con indiferencia o con una inclinación tibia las más celebradas hermosuras del pueblo, apenas pueden apartar la vista de la rústica belleza. ¿Qué encuentran en ella de singular? La tez no es tan blanca, como otras muchas que ven todos los días, ni las facciones son más ajustadas, ni más rasgados los ojos, ni más encarnados los labios, ni tan espaciosa la frente, ni tan delicado el talle. No importa. Tiene un no sé qué la aldeanita, que vale más que todas las perfecciones de las otras. No hay que pedir más, que no dirán más. Este no sé qué es el encanto de su voluntad y atolladero de su entendimiento.

§. II

5. Si se mira bien, no hay especie alguna de objetos donde no se encuentre este no sé qué. Elévanos tal vez con su canto una voz, que ni es tan clara, ni de tanta extensión, ni de tan libre juego como otras, que hemos oído. Sin embargo, ésta nos suspende, más que las otras. ¿Pues cómo, si es inferior a ellas en claridad, extensión y gala? No importa. Tiene esta voz un no sé qué, que no [369] hay en las otras. Enamóranos el estilo de un autor, que ni en la tersura, y brillantez iguala a otros que hemos leído, ni en la propiedad los excede: con todo, interrumpimos la lectura de éstos sin violencia, y aquél apenas podemos dejarle de la mano. ¿En qué consiste? En que este autor tiene en el modo de explicarse un no sé qué, que hace leer con deleite cuanto dice. En las producciones de todas las artes hay este mismo no sé qué. Los pintores lo han reconocido en la suya debajo del nombre de manera, voz que, según ellos la entienden, significa lo mismo, y con la misma confusión que el no sé qué; porque dicen, que la manera de la pintura es una gracia oculta, indefinible, que no está sujeta a regla alguna, y sólo

14

Page 15: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

depende del particular genio del artífice. Domoncioso (in Praeamb. ad Tract. de Pictur.) dice, que hasta ahora nadie pudo explicar qué es, o en qué consiste esta misteriosa gracia: Quam nemo umquam scribendo potuit explicare; que es lo mismo que caerse de lleno en el no sé qué.

6. Esta gracia oculta, este no sé qué, fue quien hizo preciosas las tablas de Apeles sobre todas las de la antigüedad: lo que el mismo Apeles, por otra parte muy modesto, y grande honrador de todos los buenos profesores del Arte, testificaba diciendo, que en todas las demás perfecciones de la pintura había otros que le igualaban, o acaso en una, u otra la excedían; pero él los excedía en aquella gracia oculta, la cual a todos los demás faltaba; Cum eadem aetate maximi pictores essent, quorum opera cum admirarentur, collaudatis omnibus, deesse iis unam illam Venerem dicebat, quam Graeci Charita vocant, caetera omnia contigisse, sed hac sola sibi neminem parem. (Plin., líb. 35, cap. 10.) Donde es de advertir que aunque Plinio, que refiere esto, recurre a la voz griega, charita, o charis, por no hallar en el idioma latino voz alguna competente para explicar el objeto, tampoco la voz griega le explica; porque charis significa genéricamente gracia, y así las tres Gracias del gentilismo se llaman en griego charites: de donde se infiere, que aquel primor particular [370] de Apeles, tan no sé qué es para el Griego, como para el Latino, y el Castellano.

§. III

7. No sólo se extiende el no sé qué a los objetos gratos, mas también a los enfadosos: de suerte, que como en algunos de aquellos hay un primor que no se explica, en algunos de éstos hay una fealdad, que carece de explicación. Bien vulgar es decir: Fulano me enfada sin saber por qué. No hay sentido que no represente este, o aquel objeto desapacible, en quienes hay cierta cualidad displicente, que resiste a los conatos, que el entendimiento hace para explicarla; y últimamente la llama un no sé qué, que disgusta, un no sé qué, que fastidia; un no sé qué, que da en rostro, un no sé qué, que horroriza.

8. Intentamos, pues, en el presente Discurso explicar lo que nadie ha explicado, descifrar ese natural enigma, sacar esta cosicosa de las misteriosas tinieblas en que ha estado hasta ahora; en fin, decir lo que es esto, que todo el mundo dice, que no sabe qué es.

§. IV

9. Para cuyo efecto supongo lo primero, que los objetos que nos agradan (entendiéndose desde luego, que lo que decimos de éstos es igualmente en su género aplicable a los que nos desagradan) se dividen en simples, y compuestos. Dos, o tres ejemplos explicarán esta división. Una voz sonora nos agrada, aunque esté fija en un punto; esto es, no varíe, o alterne, por varios tonos, formando algún género de melodía. Este es un objeto simple del gusto del oído. Agrádanos también, y aún más, la misma voz, procediendo por varios puntos dispuestos de tal modo, que formen una combinación musical grata al oído. Este es un objeto compuesto, que consiste en aquel complejo de varios puntos, dispuestos en tal proporción, que el oído se prenda de ella. Asimismo a la vista agradan un verde esmeraldino, un fino blanco. [371] Estos son objetos simples. También le agrada el juego que hacen entre sí varios colores (v.g. en una tela, o en un jardín) los cuales están respectivamente colocados de modo, que hacen una armonía apacible a los ojos, como la disposición de diferentes puntos de música a los oídos. Este es un objeto compuesto.

10. Supongo lo segundo, que muchos objetos compuestos agradan o enamoran, aun no habiendo en ellos parte alguna, que tomada de por sí lisonjee el gusto. Esto es decir, que hay muchos, cuya hermosura consiste precisamente en la recíproca proporción, o coaptación, que tienen las partes entre sí. Las voces de la música, tomadas cada una de por sí, o separadas, ningún atractivo tienen para el oído; pero artificiosamente dispuestas por un buen compositor, son capaces de embelesar el espíritu. Lo mismo sucede en los materiales de un edificio, en las partes de un sitio ameno, en las dicciones de una oración, en los varios movimientos de una danza. Generalmente hablando: que las partes tengan por sí mismas hermosura, o atractivo, que no; es cierto que hay otra hermosura distinta de aquella, que es la del complejo, y consiste en la grata disposición, orden, y proporción, o sea natural, o artificiosa, recíproca de las partes.

11. Supongo lo tercero, que el agradar los objetos consiste en tener un género de proporción, y congruencia con la potencia que los percibe, o sea, con el órgano de la potencia, que todo viene a reincidir en lo mismo, sin meternos por ahora en explicar en qué consiste esta proporción. De suerte, que en los objetos simples sólo hay una proporción, que es la que tienen ellos con la potencia; pero en los compuestos se deben considerar dos proporciones, la una de las partes entre sí, la otra de esta misma colección de las partes con la potencia, que viene a ser proporción de aquella proporción. La verdad de esta suposición consta claramente de que un mismo objeto agrada a unos, y desagrada a otros, pudiendo asegurarse, que no hay cosa alguna en el mundo, que sea del gusto de todos; [372] lo cual no puede depender de otra cosa, que de que un mismo objeto tiene proporción de congruencia, respecto del temple, textura o disposición de los órganos de uno, y desproporción respecto de los de otro.

§. V

12. Sentados estos supuestos, advierto, que la duda, o ignorancia expresada en el no sé qué, puede entenderse terminada a dos cosas distintas, al qué, y al por qué. Explícome con el primero de los ejemplos propuestos en el núm. 5. Cuando uno dice: tiene esta voz un no sé qué, que me deleita más que las otras, puede querer decir, o que no sabe qué es lo que le agrada en aquella voz, o que no sabe por qué aquella voz le agrada. Muy frecuentemente, aunque la expresión suena lo primero, en la mente del que la usa significa lo segundo. Pero que signifique lo uno, que lo otro, ves aquí descifrado el misterio. El qué de la voz precisamente se reduce a una de dos cosas: o al sonido de ella (llámase comúnmente el metal de la voz), o al modo de jugarla; y a casi nada de reflexión que hagas, conocerás cuál de estas cosas es la que te deleita con especialidad. Si es el sonido (como por lo regular acontece), ya sabes cuanto hay que saber en orden al qué. Pero me dices: no está resuelta la duda, porque este sonido tiene un no sé qué, que no hallo en los sonidos de otras voces. Respóndote (y atiende bien lo que te digo), que ése, que llamas no sé qué, no es otra cosa, que el ser individual del mismo sonido, el cual perciben claramente tus oídos, y por medio de ellos llega también su idea clara al entendimiento. ¿Acaso te matas, porque no puedes definir, ni dar nombre a ese sonido según su ser individual? ¿Pero no adviertes, que eso mismo te sucede con los sonidos de todas las demás voces que escuchas? Los individuos no son definibles. Los nombres, aunque voluntariamente se les impongan, no explican, ni dan idea alguna distintiva de su ser individual. ¿Por ventura llamarse fulano Pedro, y citano Francisco, me da algún concepto de aquella particularidad [373] de su ser, por la cual cada uno de ellos se distingue de todos los demás hombres? Fuera de esto, ¿no ves que tampoco das, ni aciertas a dársele, nombre particular a ninguno de los sonidos de todas las demás voces? Créeme, pues, que también entiendes lo que hay de particular en ese sonido, como lo que hay de particular en cualquiera de todos los demás, y sólo te falta entender que lo entiendes.

13. Si es el juego de la voz en quien hallas el no sé qué (aunque esto pienso que rara vez sucede), no podré darte una explicación idéntica, que venga a todos los casos de este género, porque no son de una especie todos los primores, que caben en el juego de la voz. Si yo oyese esa misma voz, te diría a punto fijo en qué está esa gracia que tú llamas oculta. Pero te explicaré algunos de esos primores (acaso todos), que tú no aciertas a explicar, para que, cuando llegue el caso, por uno, o por otro descifres el no sé qué. Y pienso, que todos se reducen a tres: El primero es el descanso con que se maneja la voz. El segundo la exactitud de la entonación. El tercero el complejo de aquellos arrebatados puntos musicales, de que se componen los gorjeos.

14. El descanso con que la voz se maneja dándole todos los movimientos sin afán, ni fatiga alguna, es cosa graciosísima para el que escucha. Algunos manejan la voz con gran celeridad; pero es una celeridad afectada, o lograda a esfuerzos fatigantes del que canta; y todo lo que es afectado, y violento disgusta. Pero esto pocos hay que no lo entiendan; y así pocos constituirán en este primor el no sé qué.

15. La perfección de la entonación es un primor, que se oculta aun a los músicos. He dicho la perfección de la entonación. No nos equivoquemos. Distinguen muy bien los músicos los desvíos de la entonación justísima hasta un cierto grado: pongo por ejemplo, hasta el desvío de una coma, o media coma, o sea norabuena de la cuarta parte de

15

Page 16: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

una coma; de modo, que los que tienen el oído muy [374] delicado, aun siendo tan corto el desvío, perciben que la voz no da el punto con toda justeza, bien que no puedan señalar la cantidad del desvío; esto es, si se desvía media coma, la tercera parte de una coma, &c. Pero cuando el desvío es mucho menor: v. gr. la octava parte de una coma, nadie piensa que la voz desdice algo de la entonación justa. Con todo, este defecto que por muy delicado se escapa a la reflexión del entendimiento, hace efecto sensible en el oído; de modo, que ya la composición no agrada tanto como si fuese cantada por otra voz, que diese la entonación más justa; y si hay alguna que la dé mucho más cabal, agrada muchísimo; y éste es uno de los casos en que se halla en el juego de la voz un no sé qué, que hechiza; y el no sé qué descifrado es la justísima entonación. Pero se ha de advertir, que el desvío de la entonación se padece muy frecuentemente, no en el todo del punto, sino en alguna, o algunas partes minutísimas de él; de suerte, que aunque parece que la voz está firme: pongo por ejemplo, en re, suelta algunas sutilísimas hilachas, ya hacia arriba, ya hacia abajo, desviándose por interpolados espacios brevísimos de tiempo de aquel indivisible grado, que en la escalera del diapasón debe ocupar el re. Todo esto desaira más, o menos el canto, como asimismo el carecer de estos defectos le da una gracia notable.

16. Los gorjeos son una música segunda, o accidental, que sirve de adorno a la substancia de la composición. Esta música segunda, para sonar bien, requiere las mismas calidades que la primera. Siendo el gorjeo un arrebatado tránsito de la voz por diferentes puntos; siendo la disposición de estos puntos oportuna, y propia, así respecto de la primera música, como de la letra, sonará bellamente el gorjeo; y faltándose esas calidades, sonará mal, o no tendrá gracia alguna: lo que frecuentemente acontece, aun a cantores de garganta flexible, y ágil; los cuales, destituidos de gusto, o de genio, estragan más que adornan la música con insulsos, y vanos revoletéos de la voz. [375]

17. Hemos explicado el qué del no sé qué en el ejemplo propuesto. Resta explicar el por qué. Pero éste queda explicado en el núm. 11, así para éste, como para todo género de objetos: de suerte, que sabido qué es lo que agrada en el objeto en el por qué no hay que saber, sino que aquello está en la proporción debida, congruente a la facultad perceptiva, o al temple de su órgano. Y para que se vea, que no hay más que saber en esta materia, escoja cualquiera un objeto de su gusto, aquel, en quien no halle nada de ese misterioso no sé qué, y dígame, ¿por qué es de su gusto, o por qué le agrada? No responderá otra cosa que lo dicho.

§. VI

18. El ejemplo propuesto da una amplísima luz para descifrar el no sé qué en todos los demás objetos, a cualquiera sentido que pertenezcan. Explica adecuadamente el qué de los objetos simples, y el por qué de simples, y compuestos. El por qué es uno mismo en todos. El qué de los simples es aquella diferencia individual privativa de cada uno en la forma que la explicamos en el núm. 12. De suerte, que toda la distinción que hay en orden a esto entre los objetos agradables, en que no se halla no sé qué, y aquellos en que se halla, consiste en que aquellos agradan por su especie, o ser específico, éstos por su ser individual. A éste le agrada el color blanco por ser blanco, aquél el verde por ser verde. Aquí no encuentran misterios que descifrar. La especie les agrada, pero encuentran tal vez un blanco, o un verde, que sin tener más intenso el color, les agrada mucho más que los otros. Entonces dicen, que aquel blanco, o aquel verde tienen un no sé qué, que los enamora; y este no sé qué digo yo que es la diferencia individual de esos dos colores; aunque tal vez puede consistir en la insensible mezcla de otro color, lo cual ya pertenece a los objetos compuestos, de que trataremos luego.

19. Pero se ha de advertir, que la diferencia individual [376] no se ha de tomar aquí con tan exacto rigor filosófico, que a todos los demás individuos de la misma especie esté negado el propio atractivo. En toda la colección de los individuos de una especie hay algunos recíprocamente muy semejantes, de suerte, que apenas los sentidos los distinguen. Por consiguiente, si uno de ellos por su diferencia individual agrada, también agradará el otro por la suya.

20. Dije en el núm. 18, que el ejemplo propuesto explica adecuadamente el qué de los objetos simples. Y porque a esto acaso se me opondrá, que la explicación del manejo de

la voz no es adaptable a otros objetos distintos, por consiguiente es inútil para explicar el qué de otros; respondo, que todo lo dicho en orden al manejo de la voz ya no toca a los objetos simples, sino a los compuestos. Los gorjeos son compuestos de varios puntos. El descanso, y entonación no constituyen perfección distinta de la que en sí tiene la música que se canta, la cual también es compuesta: quiero decir, sólo son condiciones para que la música suene bien, la cual se desluce mucho faltando la debida entonación, o cantando con fatiga. Pero por no dejar incompleta la explicación del no sé qué de la voz, nos extendimos también al manejo de ella; y también porque lo que hemos escrito en esta parte puede habilitar mucho a los Lectores para discurrir en orden a otros objetos diferentísimos.

§. VII

21. Vamos ya a explicar el no sé qué de los objetos compuestos. En éstos es donde más frecuentemente ocurre el no sé qué, y tanto, que rarísima vez se encuentra el no sé qué en objeto, donde no hay algo de composición. ¿Y qué es el no sé qué en los objetos compuestos? La misma composición. Quiero decir, la proporción y congruencia de las partes, que los componen.

22. Opondráseme, que apenas ignora nadie, que la simetría, y recta disposición de las partes hace la principal, a veces la única hermosura de los objetos. Por [377] consiguiente ésta no es aquella gracia misteriosa, a quien por ignorancia, o falta de penetración se aplica el no sé qué.

23. Respondo, que aunque los hombres entienden esto en alguna manera, lo entienden con notable limitación, porque sólo llegan a percibir una proporción determinada, comprehendida en angostísimos límites, o reglas; siendo así, que hay otras innumerables proporciones distintas de aquélla que perciben. Explicaráme un ejemplo. La hermosura de un rostro es cierto que consiste en la proporción de sus partes, o en una bien dispuesta combinación del color, magnitud y figura de ellas. Como esto es una cosa en que se interesan tanto los hombres, después de pensar mucho en ello, han llegado a determinar, o especificar esta proporción, diciendo, que ha de ser de esta manera la frente, de aquélla los ojos, de la otra las mejillas, &c. ¿Pero qué sucede muchas veces? Que ven este, o aquel rostro, en quien no se observa aquella estudiada proporción, y que con todo les agrada muchísimo. Entonces dicen, que no obstante esa falta, o faltas, tiene aquel rostro un no sé qué, que hechiza. Y ese no sé qué, digo yo, que es una determinada proporción de las partes, en que ellos no habían pensado, y distinta de aquélla, que tienen por única, para el efecto de hacer el rostro grato a los ojos.

24. De suerte, que Dios, de mil maneras diferentes, y con innumerables diversísimas combinaciones de las partes puede hacer hermosísimas caras. Pero los hombres, reglando inadvertidamente la inmensa amplitud de las ideas divinas por la estrechez de las suyas han pensado reducir toda la hermosura a una combinación sola, o cuando más, a un corto número de combinaciones; y en saliendo de allí, todo es para ellos un misterioso no sé qué.

25. Lo propio sucede en la disposición de un edificio, en la proporción de las partes de un sitio ameno. Aquel no sé qué de gracia, que tal vez los ojos encuentran en uno, y otro, no es otra cosa, que una determinada [378] combinación simétrica, colocada fuera de las comunes reglas. Encuéntrase alguna vez un edificio, que en esta, o aquella parte suya desdice de las reglas establecidas por los arquitectos; y que con todo hace a la vista un efecto admirable, agradando mucho más que otros muy conformes a los preceptos del arte. ¿En qué consiste esto? ¿En que ignoraba esos preceptos el artífice que le ideó? Nada menos. Antes bien en que sabía más, y era de más alta idea, que los artífices ordinarios. Todo lo hizo según regla; pero según una regla superior, que existe en su mente, distinta de aquellas comunes, que la escuela enseña. Proporción, y grande; simetría, y ajustadísima hay en las partes de esa obra; pero no es aquella simetría, que regularmente se estudia, sino otra más elevada, adonde arribó por su valentía la sublime idea del arquitecto. Si esto sucede en las obras del arte, mucho más en las de la naturaleza, por ser éstas efectos de un Artífice de infinita sabiduría, cuya idea excede infinitamente, tanto en la intensión, como en la extensión, a toda idea humana, y aun angélica.

26. En nada se hace tan perceptible esta máxima, como en las composiciones músicas. Tiene la música un sistema

16

Page 17: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

formado de varias reglas que miran como completo los profesores; de tal suerte, que en violando alguna de ellas, condenan la composición por defectuosa. Sin embargo se encuentra una, u otra composición, que falta a esta, o a aquella regla, y que agrada infinito aun en aquel pasaje donde falta a la regla. ¿En qué consiste esto? En que el sistema de reglas, que los músicos han admitido como completo, no es tal; antes muy incompleto, y diminuto. Pero esta imperfección del sistema sólo la comprehenden los compositores de alto numen, los cuales alcanzan, que se pueden dispensar aquellos preceptos en tales, o tales circunstancias, o hallan modo de circunstanciar la música de suerte, que, aun faltando a aquellos preceptos, sea sumamente armoniosa, y grata. Entretanto los compositores de clase inferior claman, que aquello es una herejía. Pero clamen lo que quisieren, que el juez supremo, y único [379] de la música es el oído. Si la música agrada al oído, y agrada mucho, es buena, y bonísima; y siendo bonísima, no puede ser absolutamente contra las reglas, sino contra unas reglas limitadas, y mal entendidas. Dirán, que está contra arte; mas con todo tiene un no sé qué que la hace parecer bien. Y yo digo, que ese no sé qué no es otra cosa, que estar hecha según arte; pero según un arte superior al suyo: Cuando empezaron a introducirse las falsas en la música, yo sé que, aun cubriéndolas oportunamente, clamaría la mayor parte de los compositores, que eran contra arte: hoy ya todos las consideran según arte; porque el arte, que antes estaba diminutísimo, se dilató con este descubrimiento.

§. VIII

27. Aunque la explicación, que hasta aquí hemos dado del no sé qué, es adaptable a cuanto debajo de esta confusa expresión está escondido, debemos confesar, que hay cierto no sé qué propio de nuestra especie; el cual, por razón de su especial carácter, pide más determinada explicación. Dijimos arriba, que aquella gracia o hermosura del rostro, a la cual, por no entendida, se aplica el no sé qué, consiste en una determinada proporción de sus partes, la cual proporción es distinta de aquélla, que vulgarmente está admitida como pauta indefectible de la hermosura. Mas como quiera que esto sea verdad, hay en algunos rostros otra gracia más particular, la cual, aun faltando la de la ajustada proporción de las facciones, los hace muy agradables. Esta es aquella representación, que hace el rostro de las buenas cualidades del alma, en la forma que para otro intento hemos explicado en el Tomo V, Disc. III, desde el núm. 10 hasta el num. 16 inclusive, a cuyo lugar remitimos al Lector, por no obligarnos a repetir lo que hemos dicho allí. En el complejo de aquellos varios sutiles movimientos de las partes del rostro, especialmente de los ojos, de que se compone la representación expresada, no tanto se mira la hermosura corpórea, como la espiritual; o aquel complejo parece hermoso, [380] porque muestra la hermosura del ánimo, que atrae sin duda mucho más que la del cuerpo. Hay sujetos, que precisamente con aquellos movimientos, y positura de ojos, que se requieren para formar una majestuosa y apacible risa, representan un ánimo excelso, noble, perspicaz, complaciente, dulce, amoroso, activo, lo que hace, a cuantos los miran, los amen sin libertad.

28. Esta es la gracia suprema del semblante humano. Esta es la que, colocada en el otro sexo, ha encendido pasiones más violentas, y pertinaces, que el nevado candor, y ajustada simetría de las facciones. Y ésta es la que los mismos, cuyas pasiones ha encendido, por más que la están contemplando cada instante, no acaban de descifrar; de modo, que cuando se ven precisados de los que pretenden corregirlos a señalar el motivo por que tal objeto los arrastra (tal objeto digo, que carece de las perfecciones comunes), no hallan que decir, sino que tiene un no se qué, que enteramente les roba la libertad. Téngase siempre presente (para evitar objeciones), que esta gracia, como todas las demás, que andan rebozadas debajo del manto del no sé qué, es respectiva al genio, imaginación y conocimiento del que la percibe Más me ocurría que decir sobre la materia; pero por algunas razones me hallo precisado a concluir aquí este Discurso.

-------------------------------------------------------------------------------- {Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Teatro crítico universal (1726-1740), tomo sexto (1734). Texto tomado de la edición de Madrid 1778 (por Andrés Ortega, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo sexto (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 367-380.}

Fray Benito FeijooIlustración apologética

Discurso XXII

Modas

1. Habiéndome detenido mucho en los dos Discursos pasados, lo ahorraré ahora en los cuatro siguientes: ya porque el Sr. Mañer también pasa ligeramente sobre ellos, ya porque no dice cosa con que pueda alucinar al más ignorante del Vulgo.

2. En el primer número de éste confiesa que están muy [154] bien corregidas todas las modas de que hablo. Sólo echa menos, que no haya comprehendido en la corrección las pelucas, y la imitación de las pelucas, en el cabello propio, con rizos undulaciones y bucles. En cuanto a las pelucas, consiente en que las usen los que tienen medios para ellas, porque es conveniencia: pero no los que han menester para la olla el dinero que gastan en ellas. Subscribo con mucho gusto al Sr. Mañer. En cuanto a la imitación de la peluca, subscribo en parte. Algo tiene de figurada; pero es cortísimo el inconveniente. Vea el Sr. Mañer qué dócil soy y bienavenido, cuando le veo hablar con algo de razón. Sólo advierto, que habiéndome reprehendido atrás el uso de la voz undulaciones, debió mirándolo mejor, de parecerle bien el terminillo, y así lo usa en esta parte. Ojo alerta. Ningún Escritor diga, de esta voz no beberé.

3. Número 2 conjetura que habiendo dicho que el estudio de los que llaman Medallistas es entre las Naciones, de la Moda; le tildo como digno de reprehensión. Conjetura mal, y estoy muy lejos de eso. Conozco las utilidades de aquel estudio. Y si el Sr. Mañer vuelve los ojos a lo que digo en el número 26 de aquel Discurso, verá que no estoy mal con todas las Modas; antes estoy mal con los que están mal con todas. Apruebo las útiles: repruebo las desconvenientes. Así, el decir que es de la Moda aquel estudio, no le presta algún fundamento al Sr. Mañer para juzgar que le tengo por reprehensible.

4. Número 3 se hace apologista de los bigotes Españoles para introducir dos noticias que leyó verbo barba, y verbo pelo, las cuales a la verdad no son del caso; porque la cuestión es precisamente, si el uso del bigote contiene o no contiene deformidad: y sobre este punto no hay que decir, sino que el bigote al Sr. Mañer le parece bien, y a mí me parece mal. En este número tira un horrendo tajo sobre el trato de los Españoles de este tiempo; y lo más reparable es, que lo hace con la espada de un Judío. Dice, que a un Judío erudito le oyó en Amsterdam censurar terriblemente el mal trato de los Españoles, e inmediatamente [155] manifiesta dar pleno asenso a la censura. Pregunto, ¿si sería mejor la creencia de aquel Judío, que la del Anabaptista Vandále, y la de los Discípulos de Lutero? Y en segundo lugar pregunto: Si el Sr. Mañer se conforma con la opinión de un Judío, en perjuicio de nuestra Nación; ¿por qué no podré yo conformarme con la opinión de un Hereje, en lo que no perjudica ni a la Religión ni a la Nación ni a nadie?

5. Número 4 impugna el uso del vestido militar, por la razón de que no es vestido patrio; y defiende la golilla, porque excusa muchos gastos que se siguen de la compra de paños extranjeros. Ni una ni otra razón valen cosa. No la primera, porque el vestido militar (llamando así al que es contradistinto de la golilla) patrio es, y más antiguo en España que la golilla. Y así el texto que trae de Sofonías contra los que visten a la Extranjera, no es del caso. Fuera de que lo que (según los Expositores Sagrados) en aquel lugar se reprehende, no es todo vestido Extranjero, sino el que era propio y caracterizante de alguna Nación infiel; como entre nosotros lo sería el turbante Turco. Otros lo exponen del vestido que usaban los Sacerdotes Idólatras en el culto de los Idolos. Otros del vestido propio de otro sexo. Y nada de esto es del caso. Pero en el Sr. Mañer, esto de usar a cada paso, y fuera de propósito de textos de la Escritura, ya parece tema. Tampoco la segunda razón prueba nada: pues sin vestir golilla se pueden evitar paños Extranjeros, y superfluos gastos. ¿Quién le quita al que no usa golilla vestirse de paño de Segovia?

6. Si lo dicho no basta para templar la queja del Señor Mañer sobre el abandono de la golilla, busque en esa Corte, que no faltará, el elegante y gracioso Poema del P. Juan Commirio, cuyo título es: Golilla decreto Jovis interdicta. Ludus Catholici

17

Page 18: Marqués de Feijoo, Discurso Sobre Las Artes

Regis (Philippi V) versu redditus, donde verá bien pintadas las incomodidades de este traje. La idea del Poeta es celebrar el festivo enojo con que nuestro Rey Felipe V (representando su persona en la de Júpiter) arrojó de sí la golilla como traje enfadosísimo, que le [156] ahogaba después de haberla usado unos cuantos días, cuando estaba para venir a España.

-------------------------------------------------------------------------------- {Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764), Ilustración apologética al primero, y segundo tomo del Teatro Crítico (1729). Texto tomado de la edición de Madrid 1777 (por Pantaleón Aznar, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), páginas 153-156.}

18