maria, mujer docil

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MARÍA: MUJER DÓCIL A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO. Toda la Iglesia contemplando el misterio de María, penetra mejor su propia razón de ser signo portador de Cristo y sagrario del Espíritu Santo. Es por eso que al reunirnos como asamblea Eucarística, bajo la presencia espiritual de María, no sólo unimos nuestras voces en acción de gracias sino QUE, CON Ella proclamamos las grandezas del Señor que hoy viene a nosotros, nos guía con su Palabra y nos alimenta con su Cuerpo, para que como María, nosotros lo demos a conocer, mejor aún, lo entreguemos vivencialmente al mundo. María ciertamente llevó en su seno al salvador del mundo y lo entregó sacrifícialmente en el altar de la Cruz, como ofrenda de amor y redención para todos los hombres; dando con ello un digno claro de su total disponibilidad u docilidad a la acción del Espíritu Santo. Ella, siendo la Madre, supo comprender la misión que el Padre le había asignado a su Hijo, el cual como dice el apóstol San Pablo: “a pesar de su condición divina (...) se despojó de su rango (...) y actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de Cruz” (Filp. 2,5- 11). Por eso, junto al altar de Cristo encontramos siempre a la virgen María, la cual no obstruyó, antes bien, cooperó con el plan divino, dándonos con ello la prenda de su constante intersección para, por medio de ella, acercarnos a contemplar tan de cerca como Ella lo vivió el Misterio del Verbo Encarnado. Pero a María no sólo hemos de mirarla con relación a Cristo, sino que Ella se halla fuertemente vinculada a la tercera persona de la Santísima Trinidad: al Espíritu Santo, al Paráclito, a lo que es igual, al Dios consolador y santificador. Ella ha sido “Toda Santa”, porque desde el primer instante de su existencia fue “Sagrario del Espíritu Santo”, por eso la Iglesia en sus veinte siglos y hoy nosotros la honramos y acudimos a ella como a la llena de gracia. Ha sido el Espíritu, el que la ha puesto en comunión con Dios Padre, convirtiéndola en su hija predilecta, madre y discípula de Cristo. Ha sido este mismo Espíritu, el que ha colocado en ella todos los dones y carismas necesario en el ejercicio de su maternidad divina. Por su docilidad al Espíritu, María ha hallado gracia delante de Dios y ha sido guiada por El en todos los momentos más oscuros y difíciles. Por este Espíritu fueron otorgadas a María singulares gracias de predilección divina. Fue el espíritu quien afianzó en ella la fe comprometida, el amor sincero y la esperanza viva; que han suscitado hoy en nosotros el anhelo ferviente de acudir a Ella como la Madre, como a la mujer y como a la esposa del Espíritu, a la cual hoy nos acercamos para alcanzar por ella las gracias de la salvación. Haciendo un breve recorrido por las páginas del Evangelio, podemos descubrir con gran claridad los motivos que nos hace ver a María como la mujer dócil a la acción del Espíritu Santo: 1

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María la mujer obediente

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Page 1: Maria, Mujer Docil

MARÍA: MUJER DÓCIL A LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO.

Toda la Iglesia contemplando el misterio de María, penetra mejor su propia razón de ser signo portador de Cristo y sagrario del Espíritu Santo. Es por eso que al reunirnos como asamblea Eucarística, bajo la presencia espiritual de María, no sólo unimos nuestras voces en acción de gracias sino QUE, CON Ella proclamamos las grandezas del Señor que hoy viene a nosotros, nos guía con su Palabra y nos alimenta con su Cuerpo, para que como María, nosotros lo demos a conocer, mejor aún, lo entreguemos vivencialmente al mundo.

María ciertamente llevó en su seno al salvador del mundo y lo entregó sacrifícialmente en el altar de la Cruz, como ofrenda de amor y redención para todos los hombres; dando con ello un digno claro de su total disponibilidad u docilidad a la acción del Espíritu Santo. Ella, siendo la Madre, supo comprender la misión que el Padre le había asignado a su Hijo, el cual como dice el apóstol San Pablo: “a pesar de su condición divina (...) se despojó de su rango (...) y actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de Cruz” (Filp. 2,5-11). Por eso, junto al altar de Cristo encontramos siempre a la virgen María, la cual no obstruyó, antes bien, cooperó con el plan divino, dándonos con ello la prenda de su constante intersección para, por medio de ella, acercarnos a contemplar tan de cerca como Ella lo vivió el Misterio del Verbo Encarnado.

Pero a María no sólo hemos de mirarla con relación a Cristo, sino que Ella se halla fuertemente vinculada a la tercera persona de la Santísima Trinidad: al Espíritu Santo, al Paráclito, a lo que es igual, al Dios consolador y santificador. Ella ha sido “Toda Santa”, porque desde el primer instante de su existencia fue “Sagrario del Espíritu Santo”, por eso la Iglesia en sus veinte siglos y hoy nosotros la honramos y acudimos a ella como a la llena de gracia. Ha sido el Espíritu, el que la ha puesto en comunión con Dios Padre, convirtiéndola en su hija predilecta, madre y discípula de Cristo.

Ha sido este mismo Espíritu, el que ha colocado en ella todos los dones y carismas necesario en el ejercicio de su maternidad divina.Por su docilidad al Espíritu, María ha hallado gracia delante de Dios y ha sido guiada por El en todos los momentos más oscuros y difíciles.Por este Espíritu fueron otorgadas a María singulares gracias de predilección divina.Fue el espíritu quien afianzó en ella la fe comprometida, el amor sincero y la esperanza viva; que han suscitado hoy en nosotros el anhelo ferviente de acudir a Ella como la Madre, como a la mujer y como a la esposa del Espíritu, a la cual hoy nos acercamos para alcanzar por ella las gracias de la salvación.

Haciendo un breve recorrido por las páginas del Evangelio, podemos descubrir con gran claridad los motivos que nos hace ver a María como la mujer dócil a la acción del Espíritu Santo:

En primer lugar, en el momento de la Anunciación, María es sostenida por el poder del Espíritu para que libremente, sin detrimento de su voluntad consintiera en ser madre del salvador. Ella con su respuesta de fe empezaba a hacerse cooperadora del plan divino, sierva fiel del Señor y modelo de todo creyente, llamada inequívocamente por Dios a cooperar con obra redentora desde una vida santa e íntegra, que permita revelar ante el mundo la acción transformante, renovadora y liberadora que Cristo el Señor obra en el corazón y en la vida de todos los que acogiéndose a El, se convierten en luz y sal que dan al mundo; desde una vida de testimonio y responsabilidad en cada uno de sus compromisos cotidianos.

En segundo lugar, la luz del Espíritu, es la que hace comprender a María, su misión y en la de Ella, la de la Iglesia, es anunciar continuamente a Cristo el Señor. Por eso, llena de gozo sale de su hogar y va a compartir la alegría del Señor con su prima Isabel. Esto la convierte en la primera evangelizadora, en la misionera del Padre que prepara el camino para dar a Cristo al mundo.

Ella ha entendido que en la ciencia divina, hay una nueva lógica, una nueva pedagogía, según la cual el Señor se manifiesta a los humildes y sencillos, derribando del trono a los poderosos. Es por eso, que encontramos a la madre del Verbo, sirviendo a Isabel su prima, no obstante su clara conciencia de ser la elegida, la amada excepcionalmente por el Padre.

María llena del Espíritu se nos presenta así, como la estrella de la evangelización; Ella guía nuestros pasos misioneros. Ella anima la labor pastoral de la Iglesia y ante todo fortalece e instruye con su ejemplo a todos los bautizados para que demos razón de nuestra fe, para que proclamemos llenos de gozo al igual que ella, lo que el Señor Jesús ha obrado en cada uno; para que siguiendo sus huellas salgamos de nosotros mismos y vallamos a anunciar la Buena Nueva, haciendo realidad el deseo de Jesús su Hijo: “Id por todo el mundo y haced discípulos míos”.

En tercer lugar, el Espíritu se hace presente a lo largo de toda su vida junto a el Hijo; la acompañó durante el crecimiento de Jesús, fortaleciéndola en los momentos difíciles y misteriosos; ayudándole a conservar y a meditar todo en su corazón, pues, el amor divino desbordaba su capacidad para comprender el alcance y significado de su misión corredentora. María, no entendía, sólo amaba, no encontraba razones, pero tenía fe, muchas cosas le eran oscuras, pero sabía esperar en aquel que la había escogido y que había puesto en ella su mirada.

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Page 2: Maria, Mujer Docil

Hoy nuestra Señora (ADVOCACION), va “codo a codo” caminando con tanto hombres que divagan por el mundo sin encontrarle razón a su existencia; sin hallar la luz de Cristo que ilumina el ser y el hacer del hombre. Tanto que, no han descubierto en la Iglesia católica el “norte” –por así decirlo- que guía y orienta su ansia de Dios. Tantos hermanos nuestros, que se han sumergido en el fango de doctrinas esotéricas y filosofas que lejos de darle sentido a su existencia, los lanza en el abismo del sin sentido, de la nausea, y el pesimismo ante la propia vida y con mayor razón, en el sin sentido de la vida del otro.

Para ellos nuestra amada madre dirige hoy las palabras de Cristo a sus discípulos: “En el mundo tendréis luchas y tribulaciones, pero no teman, Yo he vencido al mundo”.

En cuarto y último lugar, María, también al pie de la cruz, ha tenido necesidad de una particular asistencia del Espíritu: Ella ante la crueldad de la muerte de su Hijo, no permite que su fe se resquebraje, sino que, renovando su sí en el espíritu, se convierte en la madre de aquellos por los cuales Cristo ofrecía su vida: POR NOSOTROS.

María se halla al pie junto a la Cruz, Ella había acompañado a su Hijo en todos los espacios de su vida pública, y ahora, como signo de su fidelidad hasta el extremo, lo acompaña y lo ofrece en el alta del sacrificio donde Cristo sacerdote, altar y víctima, se entrega al Padre Misericordioso para restaurar a la humanidad caída.

María está allí, su amor de madre se ve golpeado, las promesas hechas por Dios no aparecen pero... continúa allí junto al Hijo sangriento, esperando que broten de sus labios las palabras que acrecentarían su amor maternal: “Mujer! Ahí tienes a tu hijo”, ahí tienes mi iglesia, ahí tienes a mis amigos, ahí tienes a tantos hombres y mujeres que, dejándolo todo buscan con sincero corazón hacer la voluntad de mi padre; ahí tienes a tantas madres que al igual que Tu, están junto a sus hijos martirizados no ya por los clavos de la Cruz, sino, por el flagelo de una sociedad violenta e injusta, que no reconoce en ello la imagen divina, ni mucho menos su dignidad y sus derechos.

María junto a la Cruz no está sola, allí el discípulo amado, prolonga en su existencia el amor del Hijo. El la acoge y la lleva a su casa porque comprende en las palabras del Maestro: “Hijo, ahí tienes a tu madre”; que ella estaría siempre animándolo e iluminándole el camino de configuración con el Hijo Divino. El la siente su madre y le brinda todo cuanto un hijo ofrece a su mamá.

Hoy nosotros atraídos por el amor a la virgen (ADVOCACIÖN) la aclamamos como madre nuestra..., madre del cielo..., y mujer dócil al Espíritu; implorándole así mismo, que nos ayude a endurecer nuestra fe, para que sólidamente edificada nuestra vida sobre su Hijo, la Piedra Angular, seamos revestidos del Espíritu Santo y ser así fieles testigos e hijos auténticos que en ser y en su hacer, demos gloria al Padre Celestial.

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