maria modelo de mujer cristiana

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Maria modelo de mujer para la vida moderna.

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María modelo de mujer en la vida cristiana

En los ambientes culturales surgen frecuentemente personas con propuestas y teorías sobre el hombre, la historia y el mundo. En la sociedad de hoy la gente es muy sensible a mensajes que promuevan la paz, el servicio, la solidaridad, la generosidad. Los medios de comunicación alcanzan cada día un mayor protagonismo en la relación entre personas y los pueblos. Son autopistas por donde se abre paso la información. Pero no son una garantía de una verdadera comunicación. No es lo mismo informar que comunicar. Para que haya comunicación se necesita apertura y confianza en el otro. Pero siempre estamos a nivel humano. Para pasar a un nivel cristiano necesitamos situarnos en la fe, descubrir a Jesús en nuestro prójimo, estar dispuestos en dar la vida por Él. No es nada fácil.

Jesús en medio es la clave para resolver todos nuestros conflictos y cristalizar todas nuestras esperanzas. «Donde están dos o más unidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). María no sólo nos da mensajes, ella nos da a Jesús. Pero ¿cómo imitar a María en este sentido? La respuesta la tenemos en el mismo Evangelio, que nos lleva a una relación de fe, espiritual. Predicando a sus discípulos, Jesús dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 34-35). Cumpliendo la voluntad de Dios con fidelidad y transparencia podemos generar espiritualmente a Jesús en el corazón del mundo.

Precisamente porque cumplió con fidelidad y entrega total la voluntad de Dios (Lc 1, 38); porque acogió la Palabra de Dios y la puso en práctica; porque su acción estuvo animada por la caridad y por el espíritu de servicio: es decir, porque fue la primera y más perfecta discípula de Cristo, Mujer nueva y perfecta cristiana, lo cual tiene un valor universal y permanente (Paulo VI, Marialis Cultus, -MC- nn. 35-36). Al «sí» gozoso de la Anunciación corresponde el «sí» doloroso de la Cruz. María al pie de la Cruz se asocia a Cristo en la obra de redención con fe y diaconía. Ella fecunda la Iglesia con sus lágrimas y nos genera a la vida de la gracia con su amor materno. Como primera creyente actúa en nosotros y nos hace avanzar en el camino de la fe y el testimonio evangélico (Redemptoris Mater -RMat- n. 46). La vocación de María es la vocación de la Iglesia.

Ella nos conduce hasta la meta del Reino

Imitándola con fidelidad, coherencia y constancia encontraremos el sentido de nuestra vida, de nuestro ideal y de nuestro destino. La humilde Sierva del Señor es testigo de las maravillas de Dios, del Misterio de la Encarnación, del Misterio Pascual, de su ofrenda amorosa al Padre. María es como un espejo puro, terso, donde se reflejan las maravillas de Dios. Mirando a María como modelo de vida cristiana, la Iglesia día a día se va purificando y convirtiendo hasta ser como Ella: pura, inmaculada, santa, gloriosa, hasta el retorno del Señor. «Pues María, que por

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su íntima participación en la historia de la salvación reune en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su Sacrificio y al amor del Padre» (Lumen Gentium -LG- n. 65). Este testimonio preeminente del amor de Dios en María se convierte para el cristiano en camino. Es la senda de la peregrinación de fe que se abre con la historia de salvación.

María como Madre nos toma de las manos, camina con nosotros, nos conduce por los caminos del Evangelio, sendas de justicia y santidad hasta llegar a la meta del Reino (cfr. LG n. 62). La Virgen orante en el Magnificat con espíritu profético y liberador, proclama las maravillas del Señor: exultación, fe y esperanza de María y de la Iglesia. Virgen orante en Caná, donde consigue el primer milagro de Jesús, Ella con este gesto nos enseña a salir al encuentro de todos los necesitados, de todos los que sufren. María persevera en oración junto a la primera comunidad cristiana aguardando la venida del Espíritu y dio a la Iglesia el testimonio más vivo y elocuente de cómo el creyente ha de esperar el retorno del Señor (Hech 1, 14). Cómo a través del Espíritu y de María, Cristo nace en Belén, así, a través del Espíritu y de María, la Iglesia nace en Pentecostés. La Virgen es modelo de amor cristiano, amor universal y eterno: Ella asociada íntimamente al Misterio de Cristo no cesa de engendrar nuevos hijos juntamente con la Iglesia, a los que estimula con amor y atrae con su ejemplo para conducirlos a la caridad perfecta.

María es garantía de la grandeza femenina

Ella es modelo de vida evangélica, de ella nosotros aprendemos: con su inspiración nos enseña a amar a Dios sobre todas las cosas, con su actitud nos invita a contemplar y vivir la Palabra de Dios (Lc 2, 19.51), con su corazón nos mueve a servir a los hermanos. El amor materno de la Virgen se hace explícito, concreto, familiar en la Cruz, al acogernos en la persona de Juan. Cristo nos entrega a su Madre. María nos acoge como hijos. Entrega y acogida muestran las dimensiones del amor de su maternidad espiritual y se convierten en ejemplo para los cristianos (RMat n. 45). Inspirándonos en la Virgen debemos estar a los pies de las infinitas cruces donde el Hijo del hombre sigue crucificado, para llevar allí consuelo y redención. En María, la mujer puede descubrir el modelo para vivir su feminidad. «María es garantía de la grandeza femenina... con esa vocación de ser alma, entrega que espiritualice la carne y encarne el espíritu (Puebla n. 299). La vida cristiana en su dimensión Mariana alcanza un relieve especial en todas aquellas personas que imitando la vida de María, hacen de su existencia una entrega generosa a la voluntad de Dios y al servicio de los demás. «La múltiple misión de María hacia el pueblo de Dios es una realidad sobrenatural operante y fecunda en el organismo eclesial: reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito» (MC n. 57).

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Prácticamente la intercesión de la Virgen, su santidad ejemplar y la gracia divina van tejiendo en nuestra vida el modelo cristiano. Esto es maravilloso y consolador, pero nuestra respuesta debe ser dócil, auténtica, generosa, responsable. «La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos: virtudes sólidas y evangélicas. La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral» (MC n. 57).

2) Las Virtudes De María

A continuación se muestran algunas de las tantas virtudes que tuvo la madre Maria fiel servidora de Dios quien siempre supo hacer lo que este le ordenaba, siempre se resigno a sus decisiones aunque estas fuesen como fuesen.

Entre estas virtudes se encuentran:

La humildad: Nuestra Madre fue siempre una mujer humilde, alguien que siempre adoró la grandeza del padre, nunca se quejó.

La humildad es para el Consagrado la base de todo lo que Dios tiene planeado hacer en su vida. María se identifica plenamente con su Hijo en la humildad de su Corazón.

La humildad es la virtud que agrada inmensamente a Dios; por ella reconocemos la infinita grandeza del Señor y lo reconocemos digno de toda alabanza.

La Sencillez: Es aceptar todo sin exigencias, aceptar lo que Dios no depara para nuestra vida, así como lo hizo nuestra Madre Maria quien nunca reprochó ni se quejó de lo que Dios depuso para su vida.

Esta virtud es muy importante para la vida de los Consagrados debido a que sin esta no estaremos listo para recibir lo que lleva consigo una vida de entrega, es por esto que debemos ser sencillos si pensamos ser fieles consagrados.

Fé, Esperanza y Caridad: Son las más ejemplares virtudes que tuvo nuestra Madre Maria, ella aceptó todo lo que Dios le impuso sin dudar en ningún momento, nunca exigió a Dios alguna prueba para justificar su fé, fue fiel devota hasta el día de su muerte.

Para los Consagrados estas deben de ser las principales virtudes, las que todos debemos de tener, ya que si no las aplicamos a nuestras vidas no podremos aplicar las demás porque no creeremos en Dios que es el propulsor de todas las virtudes.

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La obediencia: Nuestra madre fue obediente a todos los mandatos de Dios, cuidó de su hijo hasta el día de la muerte inculcándole la mejor educación y forma de vida posible cumpliendo así con la voluntad de Dios quien le encomendó esta ardua tarea.

El Consagrado acepta el aprendizaje de la obediencia por el camino de la Cruz como Nuestro Señor obedecerá al Padre hasta sus últimos momentos, con el gozo de ese amor que implica darlo todo por Dios en la humildad del corazón.

La obediencia será la gran manifestación de fidelidad a la Alianza. Es la generosa entrega de nuestra voluntad al servicio de la Voluntad de Dios.

La Mansedumbre: Maria fue una mujer mansa de corazón y espíritu, obedeció la voluntad de su padre hasta en las más difíciles circunstancias y nunca dijo que no a sus disposiciones, nunca fue una persona alardosa ni busca pleitos, dedicó toda su vida simplemente a la devoción y entrega total a su Dios.

Los Consagrados deben de tener mansedumbre en su corazón para poder soportar lo que la vida les brinde en su plena devoción por Dios.

Respeto: Maria mostró respeto al Padre durante toda su vida incluso antes de recibir la gracia de llevar su hijo en su vientre, siempre respetó a Dios, no por miedo sino por fé, un respeto que manifestó obedeciendo todos sus mandatos sin nunca dudar en cumplirlos.

Los Consagrados deben ser personas respetuosas que amen y acepten a todos con sus defectos y que sepan tener control de sus acciones tanto para los humano como para Dios.

La Pobreza: Nunca se apegó a nada material siempre estuvo lista para recibir lo poco o lo mucho que Dios le ofreciera, nunca se quejó de su vida de pobreza y fue obediente en todo momento.

Los Consagrados han de llevar una vida de pobreza y entrega a la que deben estar listos para soportar, ya que la vida de entrega no nos ofrece riquezas sino pobreza a la que debemos estar listos a soportar.

La Generosidad: No dudó en ningún momento en entregar a su hijo, le dolió hacerlo como toda madre a su hijo pero no titubeo al aceptar esto, esto demuestra una vez más la fé y el amor que le profesaba a su Señor.

Los Consagrados deben ser personas generosas y orgullosas de su Dios, que nunca duden en ayudar si se les ofrece la oportunidad y tienen los medios para ayudar, ya que debemos recordar que Dios dice que lo que hagamos por sus hijos se lo estamos haciendo a él.

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Pureza: La Santísima Madre Maria fue siempre pura y virgen, amó a Dios como a nadie más y obedeció todos sus mandamientos por fé. Llevó una vida de pureza a la que nunca renunció, es por eso que hoy es ejemplo de todos y todas.

Los Consagrados deben llevar una tendrán que llevar a cabo una vida de total pureza, sacando así todas las impurezas que lleva nuestro corazón, tratar de sacarlas aunque no seamos perfectos, pero debemos tratar de serlo en la mayor manera.

Disponibilidad: Nuestra Madre Maria siempre estuvo disponible para nuestro Dios nunca dijo “NO” siempre escucho y obedeció lo que Dios le deparaba.

Los Consagrados deben ser personas disponibles que nunca duden de dar de su tiempo para predicar o hacer algún bien a las personas que nos rodean.

Entrega total: La Consagración a María como consecuencia de lo que hemos experimentado en su Corazón de Madre nos invitará a entregarle gradualmente nuestra voluntad y nuestra libertad para aprender a ser plenamente libres y poder alcanzar la meta de la santidad. Sabemos, en efecto, que Dios no anula la libertad sino que la perfecciona haciendo que el hombre libremente busque la Voluntad de Dios, que es el único camino que lo hacer plenamente feliz.

Cuando nos Consagramos a María le entregamos también con nuestra vida todas nuestras cosas y nuestros planes, nuestras preocupaciones, nuestras angustias, no con temores sino con total seguridad de que Ella sólo nos pedirá lo que somos capaces de dar y nos ayudará a dar lo que solamente con nuestras fuerzas podríamos; no nos pedirá más ni tampoco menos porque nos quiere hacer crecer.

La confianza: Para poder llevar una vida de entrega Maria tuvo que tener eterna confianza en el Padre, a quien nunca dudó en servir.

El abandono total en María no es posible sin una inmensa confianza. Esta virtud es fundamental en toda vida de Consagración, es clave del Consagrado.

La confianza es la manifestación del amor que le tenemos a María. Tanto confiamos en Ella cuanto más la amamos.

Cuando nos ponemos totalmente en las manos de María es porque sabemos en quien hemos confiado. Jamás aceptaremos dudar de su amor maternal y providencial, aunque tengamos la tentación de la desconfianza.

Nuestra pequeñez está acentuada por nuestra condición de pecadores; sin embargo, si tenemos humildad de corazón no caeremos en el desaliento sino que alimentaremos una inmensa confianza en el Padre.

El abandono: Así como nuestra Madre abandonó todo por seguir a Dios, su pueblo, su familia, sus amigos así debemos de ser nosotros. La Consagración

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exigirá un abandono total en las manos de María como el niño se abandona en los brazos de su madre y como Jesús vivió en los brazos de María.

Ese es el modo de abandono que debemos tener: dejarnos llevar por María, dejarnos tomar por nuestra Madre, dejarnos amar por Ella, sin angustias, ni pretextos.

La pequeñez interior: Para entregarse a la vida de devoción Maria tuvo que sentir en su corazón la virtud de la Pequeñez Interior que la ayudó a ser conforme con la vida que la entrega a su señor le ofrecía.

La pequeñez interior es como dice la propia palabra, esa actitud profundamente humilde por la que aceptamos ser queridos y conducidos por la Santísima Virgen por los caminos que Ella haya marcado para cada hijo; es la intuición del corazón que se deja amar por su Madre.

Continuación…

No es posible entregarse, abandonarse y confiar sin hacerse niños. También María nos lleva por este camino a hacernos pequeños y pobres. El que se hace niño se deja conducir, se deja instrumentar como parte de este designio providencial.

Sólo entiende a María quien la ama y el que la ama con un corazón de niño. Su misterio estará oculto para quien no se haga como niño en sus brazos. De esta manera María se convierte en admirable escuela de humildad y sólo los humildes y puros de corazón, conocen los secretos del Padre. Así Ella puede reproducir a Jesús en cada uno de sus Consagrados. Para María somos como niños recién nacidos que necesitan el amor, el calor y el alimento de su madre. Ella pedirá de nosotros que nos hagamos pequeños e interiormente humildes y entraremos así en su Corazón.

La docilidad: Maria en su vida de devoción nos demuestra que fue una mujer dócil ya que siempre estuvo lista y disponible para Dios y lo que este le ordenara.

La humildad del corazón nos hace necesariamente dóciles; si lo somos, nos dejaremos instruir por Dios, nos dejaremos enseñar por los acontecimientos providenciales que nos rodean, no forzaremos los tiempos de Dios ni intentaremos detenerlos cuando hayan llegado.

La disponibilidad: María estuvo siempre disponible desde el principio.

Esta actitud interior nos hace especialmente capaces de responder a las exigencias de quienes nos rodean, de aquellos a quienes estamos llamados a evangelizar, a ayudar, a querer con un corazón de servidores.

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El Consagrado que es dócil a Dios necesariamente se hace disponible para los demás.

La disponibilidad es una actitud interior por la cual aceptamos ser incansablemente exigidos por nuestro prójimo. El Señor quiere que lo demos todo como El dio su vida por nosotros en la Cruz, que estemos siempre disponibles para los demás como lo estuvo María, amando a nuestros hermanos en la sencillez del servicio y en la generosidad de la entrega.

La fidelidad y la firmeza: Maria nunca dejó de creerle ni de obedecerle a Dios, nunca dio muestra de adoración a otros Dioses.

Mantenerse fieles a las exigencias de la Alianza en el Corazón de María exige ser perseverantes, ser fieles en los momentos difíciles, no dejarse vencer por los continuos interrogantes que pueden aparecer en la vida.

La perseverancia y la paciencia: Se necesita para llevar una vida de creencia y entrega a Dios mucha perseverancia ante las pruebas que la vida le mostraba a Maria pero siempre fue perseverante y paciente, contaba con Dios quien le brindaba su apoyo incondicional.

En la Perseverancia manifestamos, que no es el amor de un día lo que nosotros le ofrecemos a Dios sino el de toda la vida y en forma gradual y creciente. Jesús nos ha dicho: "El que persevere hasta el fin se salvará".

Por la virtud de la Paciencia nos habituaremos a sobrellevar las habituales dificultades, iremos dominando nuestra natural impaciencia y aprenderemos a imitar a Jesús Paciente y Humilde de Corazón que nos dice: "Mediante la paciencia poseeréis la tierra". (M. 362)

La vida de oración: La Madre llevó una vida de oración, esto demuestra una vez más la fe que profesaba hacia Dios.

Además de la participación eucarística y de la Comunión diaria, en el Consagrado es de fundamental importancia la vida de oración en todas sus manifestaciones.

La oración debe ser continua, confiada, humilde, unida a una conversión de vida, surgida desde el amor fraterno, porque no agradaría a Dios la oración de quien no vive seriamente la unión con sus hermanos. Recordemos también el especial valor de la oración comunitaria: "Donde hay dos o más reunidos en Mi Nombre allí estoy Yo".

Toda forma de oración agrada al Señor y en modo especial la oración litúrgica. De entre las oraciones de la piedad privada María señala indiscutiblemente su preferencia por el Santo Rosario que nos va llevando progresivamente a una

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gran unión con Dios, a destrabar el alma de los obstáculos y conducirla a la santidad.

El espíritu de sacrificio en el misterio de la Cruz: La vida de Maria estuvo dirigida por el ministerio de la cruz, siempre agradeció a su Dios el perdón de los pecados por medio a la muerte de su hijo y por eso siempre fue su devota.

Hablando de las diversas exigencias de la vida del Consagrado sabemos que María necesita de cada uno de ellos como expresión de su mucho amor, una vida ejemplar y sacrificada, una vida entregada y humilde. El Consagrado "debe obrar de manera que Dios siempre habite en él y no se verá jamás por El abandonado". Aquel que se ofrece a María, también acepta y asume esa cuota más pequeña o más grande de sufrimiento; esa cruz de cada día que el Señor pone sobre sus hombros.

El dolor del Consagrado debe ser vivido por amor a Cristo que murió en la Cruz por todas las criaturas del mundo y prolonga en los miembros de la Iglesia su Sacrificio Redentor.

3) La obediencia de María

Obediencia de María

Por el amor que María tenía a la virtud de la obediencia, cuando recibió la Anunciación del ángel san Gabriel no quiso llamarse con otro nombre más que con el de esclava: "He aquí la esclava del Señor". Sí, dice santo Tomás de Villanueva, porque esta esclava fiel ni en obras ni en pensamiento contradijo jamás al Señor, sino que, desprendida de su voluntad propia, siempre y en todo vivió obediente al divino querer. Ella misma declaró que Dios se había complacido en esta su obediencia cuando dijo: "Miró la humildad de su esclava" (Lc 1,48), pues la humildad de una sierva se manifiesta en estar pronta a obedecer. Dice san Agustín que la Madre de Dios, con su obediencia, remedió el daño que hizo Eva con su desobediencia. La obediencia de María fue mucho más perfecta que la de todos los demás santos, porque todos ellos, estando inclinados al mal por la culpa original, tienen dificultad para obrar el bien, pero no así la Virgen. Escribe san Bernardino: María, porque fue inmune al pecado original, no tenía impedimentos para obedecer a Dios, sino que fue como una rueda que giraba con prontitud ante cualquier inspiración divina. De modo que, como dice el mismo santo, siempre estaba contemplando la voluntad de Dios para ejecutarla. El alma de María era, como oro derretido, pronta a recibir la forma que el Señor quisiera.

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Bien demostró Maria lo pronto de su obediencia cuando por agradar a Dios quiso obedecer hasta al emperador romano, emprendiendo el viaje a Belén estando en estado y en pobreza, de modo que se vio constreñida a dar a luz en un establo. También, ante el aviso de san José, al punto, la misma noche, se puso en camino hacia Egipto, en un viaje largo y difícil. Pregunta Silveira: ¿Por qué se reveló a José que había que huir a Egipto y no a la Virgen que había de experimentar en el viaje más trabajos? Y responde: Para darle ocasión de ejercitar la obediencia, para la cual estaba muy preparada. Pero, sobre todo, demostró su obediencia heroica cuando por obedecer a la divina voluntad consintió la muerte de su Hijo con tanta constancia. Por eso, a lo que dijo una mujer en el Evangelio: "Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", Jesús respondió: "Más bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11,28). En consecuencia, conforme a Beda el Venerable, María fue más feliz por la obediencia al querer de Dios que por haber sido hecha la Madre del mismo Dios.

Por esto agradan muchísimo a la Virgen los amantes de la obediencia. Se cuenta que se le apareció la Virgen a un religioso franciscano llamado Accorso cuando estaba en la celda, pero en ese instante fue llamado para confesar a un enfermo y se fue. Mas al volver encontró que María lo estaba esperando, alabándole mucho su obediencia. Como, al contrario, reprendió a un religioso que después de tocar la campana se quedó completando ciertas devociones.

Hablando la Virgen a santa Brígida de la seguridad que da el obedecer al padre espiritual, le dijo: La obediencia es la que introduce a todos en la gloria. Porque, decía san Felipe Neri, que Dios no nos pide cuenta de lo realizado por obedecer, habiendo dicho él mismo: "El que a vosotros oye, a mí me oye; el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia" (Lc 10,16). Reveló también la Madre de Dios a santa Brígida que ella, por los méritos de su obediencia, obtuvo del Señor que todos los pecadores que a ella se encomiendan sean perdonados.

Reina y Madre nuestra, ruega a Jesús por nosotros, consíguenos por los méritos de tu obediencia ser fieles en obedecer a su voluntad y las órdenes del director espiritual. Amén.