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Los Cuadernos de Liter@ura MARCEL PROUST Y EL HOTEL RITZ Princesa Bibesco R itz? Nunca hubiera pensado que era una persona; siempre creí que era un ae- tivo», exclamaba una americana en 1900. Pa ella no era más que una palabra, sinónimo de elegancia, de conrt. «Where Ritz goes, I go. -A donde Ritz va, yo voy», decía Eduardo VII, aquel rey de Inglaterra que practicó como nadie el arte de vivir en Fran- cia. Y, dirigiéndose al hombre a quien había cali- cado de El hotelero de los reyes, y el rey de los hoteleros, el entonces Príncipe de Gales le decía: «Usted sabe mejor que yo lo que a mí me gusta. Prepáreme una cena a mi gusto». * * * Un libro, único entre las biogrías de aquel tiempo, ha aparecido en Canadá (1). Lleva por tulo: César Ritz, y por autora, a la mer del creador de los Hoteles Ritz a· 10 largo y lo ancho del mundo. Sobre la cubierta del volumen brilla el nombre de Marcel Proust impreso en letras de oro, en torno a un medallón que, en el centro de una especie de aro, muestra el sello-efigie de M. Ritz con sombrero de copa y, alrededor suyo, los nombres de todos aquellos personajes ilustres que, a lo largo de su dilatada crera, eron ser- vidos o tratados en las más diversas épocas y países, por el célebre hotelero de la Place Ven- dome. He querido escoger sólo unos cuantos: Georges Sand, la Pai·va, la Reina Victoria, Victor Hugo, Ellen Terry, el duque de Orleáns, la Duse, Whistler, Lady Essex, Adelina Patti, Melba, mi- lio Zola, ette Guilbert, la Infanta Eulalia de Barbón, Dumas hijo, Lady de Gray, Lady Ran- dolph Churchill, el General Boulanger, el Prcipe de Gales (Eduardo V), J.-P. Margan, Sarah Bern- nardt, Lord Dudley, Rostchild, Clemenceau, Jay-Gould, Edmond de Goncourt, el duque de Devonshire ... Imagino la diversión que hubiera supuesto para Mcel Proust poder leer este palmarés, y cómo «el estar allí» hubiera alegrado al «jovencito que ocupaba uno de los extremos de la mesa de Mme. Straus», de haber podido sospechar que se vería en semejte compañía en el banquete de Plutón. «Nada me divierte menos que lo que hace veinte años solía considerarse «selecto». Lo que me divierte son las veladas numerosas y hetero- géneas, como fuegos de artificio. Y el Ritz ha podido darme un poco de éso ...» (2). - Lo que sobre todo le divertía, y ello hasta el punto de llegar a estudiarlo, convirtiéndolo en ob- jeto de observación constante y uno de los princi- pales recursos del universo creado a su imagen y semejanza, era el acceso de determinados indivi- 40 duos al mundo inaccesible de otros, y las meta- morfosis sociales incesantes que permiten a gen- tes, de medios hasta ese momento impenetrables, acercarse, conocerse, comunicarse, e incluso exaltarse mutuamente al conjugarse. La atracción que Marcel Proust sentía por el hotel de la Place Vendome surgía de múltiples razones, de las que una de las principales era la gentileza del personal. Formado en la escuela de Ritz, Olivier (3), dirigía entonces aquella cohorte. En sus cartas al duque de Guiche, Marcel Proust explica su preferencia por el lug; vol- viendo sobre ello una y otra vez. «Pienso que un acontecimiento tan importante como es cenar conmigo ha debido saltar inmedia- tamente en su memoria, y que mi preocación es por completo inútil. A su vuelta espero que ambos podamos cenar juntos en dicho hotel (el Ritz) ... donde el personal es tan complaciente que me encuentro como en mi propia casa y hasta me siento menos cansado» (4). En las cartas que Marcel Proust me escribió (5), y en las dirigidas a Philipp Sassoon (6), o a M. Wter Berry, pone siempre el acento en el bienes- tar que experimenta en el Ritz, al sentirse rodeado de cuidados y de aquella cortesía que le era tan necesaria y sin la cual se diría que le faltaba aire para respirar: sensibilidad de enfermo-y de niño

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Los Cuadernos de Literatura

MARCEL PROUST Y

EL HOTEL RITZ

Princesa Bibesco

Ritz? Nunca hubiera pensado que era una persona; siempre creí que era un adje­tivo», exclamaba una americana en 1900. Para ella no era más que una palabra,

sinónimo de elegancia, de confort. «Where Ritz goes, I go. -A donde Ritz va, yo

voy», decía Eduardo VII, aquel rey de Inglaterra que practicó como nadie el arte de vivir en Fran­cia. Y, dirigiéndose al hombre a quien había califi­cado de El hotelero de los reyes, y el rey de los hoteleros, el entonces Príncipe de Gales le decía: «Usted sabe mejor que yo lo que a mí me gusta. Prepáreme una cena a mi gusto».

* * *

Un libro, único entre las biografías de aquel tiempo, ha aparecido en Canadá (1). Lleva por título: César Ritz, y por autora, a la mujer del creador de los Hoteles Ritz a· 10 largo y lo ancho del mundo. Sobre la cubierta del volumen brilla el nombre de Marcel Proust impreso en letras de oro, en torno a un medallón que, en el centro de una especie de aro, muestra el sello-efigie de M. Ritz con sombrero de copa y, alrededor suyo,los nombres de todos aquellos personajes ilustresque, a lo largo de su dilatada carrera, fueron ser­vidos o tratados en las más diversas épocas ypaíses, por el célebre hotelero de la Place Ven­dome. He querido escoger sólo unos cuantos:Georges Sand, la Pai·va, la Reina Victoria, VictorHugo, Ellen Terry, el duque de Orleáns, la Duse,Whistler, Lady Essex, Adelina Patti, Melba, I¡mi­lio Zola, Yvette Guilbert, la Infanta Eulalia deBarbón, Dumas hijo, Lady de Gray, Lady Ran­dolph Churchill, el General Boulanger, el Príncipede Gales (Eduardo VII), J.-P. Margan, Sarah Bern­nardt, Lord Dudley, Rostchild, Clemenceau,Jay-Gould, Edmond de Goncourt, el duque deDevonshire ...

Imagino la diversión que hubiera supuesto para Marcel Proust poder leer este palmarés, y cómo «el estar allí» hubiera alegrado al «jovencito que ocupaba uno de los extremos de la mesa de Mme. Straus», de haber podido sospechar que se vería en semejante compañía en el banquete de Plutón.

«Nada me divierte menos que lo que hace veinte años solía considerarse «selecto». Lo que me divierte son las veladas numerosas y hetero­géneas, como fuegos de artificio. Y el Ritz ha podido darme un poco de éso ... » (2). - Lo que sobre todo le divertía, y ello hasta el

punto de llegar a estudiarlo, convirtiéndolo en ob­jeto de observación constante y uno de los princi­pales recursos del universo creado a su imagen ysemejanza, era el acceso de determinados indivi-

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duos al mundo inaccesible de otros, y las meta­morfosis sociales incesantes que permiten a gen­tes, de medios hasta ese momento impenetrables, acercarse, conocerse, comunicarse, e incluso exaltarse mutuamente al conjugarse.

La atracción que Marcel Proust sentía por el hotel de la Place V endome surgía de múltiples razones, de las que una de las principales era la gentileza del personal. Formado en la escuela de Ritz, Olivier (3), dirigía entonces aquella cohorte.

En sus cartas al duque de Guiche, Marcel Proust explica su preferencia por el lugar; vol­viendo sobre ello una y otra vez.

«Pienso que un acontecimiento tan importante

como es cenar conmigo ha debido saltar inmedia­tamente en su memoria, y que mi preocupación es por completo inútil. A su vuelta espero que ambos podamos cenar juntos en dicho hotel ( el Ritz) ... donde el personal es tan complaciente que me encuentro como en mi propia casa y hasta me siento menos cansado» (4).

En las cartas que Marcel Proust me escribió (5), y en las dirigidas a Philipp Sassoon (6), o a M. Walter Berry, pone siempre el acento en el bienes­tar que experimenta en el Ritz, al sentirse rodeado de cuidados y de aquella cortesía que le era tan necesaria y sin la cual se diría que le faltaba aire para respirar: sensibilidad de enfermo-y de niño

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mimado, prueba, así mismo, de las angustias que lo asaltaban y que lo hacían tan susceptible a las corrientes de aire como a la vulgaridad y la grose­ría. El mismo hacía uso de circunloquios infinitos para dirigirse al personal de servicio, a cuyos componentes se negaba en conciencia a ver como «inferiores».

En un sobre: «Urgente»

«Al Sr. Portero del Sr. Duque de Guiche» «Si, por casualidad, el Sr. Duque estuviera en

casa, que él mismo se haga cargo de la carta». Martes noche, 102 Boulevard Haussmann.

Señor, Tenga la amabilidad, le ruego, de hacer al Sr.

Duque la comunicación siguiente que es de mu­cha urgencia, ya que sin ello habría que disponer la velada de otra manera. He aquí lo que habría que telefonear o decir directamente al Sr. Duque: M. Proust, aunque indispuesto, se las arreglarápara levantarse de la cama, para poder cenarmañana por la noche, miércoles ( es decir, estamisma tarde, cuando reciba Vd. esta esquela) conel Sr. Duque en el Hotel Ritz. El Sr. Duque semostraría infinitamente amable si le hiciera saberesta tarde que acepta, como yo espero. Ya que,puesto que otros amigos me han invitado a cenar

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esa misma noche en otro lugar, caso de que una vez hecho el esfuerzo de levantarme, estando como estoy enfermo, el Sr. Duque rehusara mi invitación de cenar juntos, en vez de volver a acostarme, iría tal vez a cenar con dichos amigos, y es preciso que yo se lo haga saber a ellos a las siete de la tarde. Con todo, haré que le telefoneen mucho más temprano para saber si tiene ya Vd. una respuesta del Sr. Duque, que espero será favorable. Cenaré a solas con él, quiero decir con ello que no habrá ningún otro invitado. Pero, si el Sr. Duque quiere traer consigo algún invitado, será bien recibido. Solamente quiero dejar bien s.entado que el lugar de la cena será el Hotel Ritz,ya que sintiéndome muy enfermo, prefiero un lu­gar sin ajetreos y al que ya me hallo acostum­brado. Que el Sr. Duque me haga saber tambiénsi pasará a buscarme por mi casa, 102 BoulevardHaussmann (a las ocho menos cuarto, por ejem­plo). Reciba Vd. mis saludos más cordiales y conellos mi agradecimiento.

Marce! Proust He encontrado en el libro dedicado a César Ritz

una cita sacada del diario de Edmond· de Gon­court, que explica las cualidades requeridas para un aprendiz de maitre d'hotel: «En el ni! admirari en mármol, el camarero. Aunque el nimbo de un Jesús de Emaús empezara a rodear la cabeza de uno de los comensales o el pase mágico de un hada despojara de sus vestidos a una dama, debe­ría continuar sirviendo a dicha dama, como si ésta siguiera vestida, o como si el comensal nimbado fuera un simple mortal» (7).

Cuando Proust, en una carta a Philip Sassoon, se describe a sí mismo dando lecciones de arte dramático a uno de los camareros del restaurante del Ritz, revela el interés que le inspira este oficio tan cercano al de actor o diplomático, en un lugar en el que César Ritz hace escuela, y en el que, bajo su dirección, se ha formado ese equipo del que Olivier fue modelo consumado.

No vengo oyendo de Vd. desde hace tiempo más que un murmullo acuático. Me hallaba ce­nando en el Ritz ( en el que con frecuencia tomo una habitación durante algunas horas para evitar a los clientes del comedor), y creyendo no tener vecinos, me dedicaba a explicarle a un camarero que había preparado el papel de Sosías para el Conservatorio en que consistía la pieza de Moliere ( el Conservatorio lo había rechazado y se había visto obligado a volver a su antiguo puesto en el Ritz). De pronto unos ruidos amenazadores se hicieron sentir en la habitación vecina, perci­biéndose un verdadero diluvio; yo no dudé por un momento de que, para castigar mis irreverentes explicaciones, Júpiter pretendía fulminarme. Pero no, me dicen que es Sir Philip Sassoon que está tomando un baño.

La vida del fundador de este hotel y de los demás que llevan su nombre, a lo largo del mundo, o más bien de este tipo de hostelería con­siderado como un arte, por el que tantas veces

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expresó Marcel Proust su predilección, fue cier­tamente conocida de éste, ya que le gustaba inte­rrogar a Olivier, depositario de los secretos de la casa.

La historia de César Ritz comienza como las de los hijos de los reyes pastores en la Ilíada: guar­daba los rebaños de su padre en las montañas. En Niederwald, su aldea natal, en los Alpes suizos, apacentaba las cabras y las vacas en los linderos de un bosque de abetos, allí donde el Ródano no es aún más que un estrecho y fogoso torrente. Su madre soñaba para él grandes cosas. ¿Querría ser constructor de carreteras, como su hermano Jo­seph? ¿O tal vez artista? Creía firmemente que podría llegar a serlo. Había en la iglesia del pueblo pinturas realizadas por un tío-abuelo del niño; uno de los antepasados del abuelo Johann era tallista de altares.

El escudo de la familia Ritz -los montañeses siempre son nobles- se hallaba esculpido a cincel sobre la piedra de la chimenea de la alcoba donde nació César Ritz. Ese mismo escudo serviría para adornar la cabecera del papel timbrado del que todos los grandes de la tierra, todos aquellos re­yes, y aquellos hombres y mujeres célebres aloja­dos en sus hoteles se servirían durante casi medio siglo.

«No existe comercio -escribiría Ritz en su dia­rio íntimo, citado por su esposa- en el que el comprador mantenga con el vendedor relaciones tan estrechas, tan íntimas, como las que en un hotel mantiene la clientela con su dueño».

Daré como ejemplo una conversación mante­nida por él con Lady Randolph Churchill, esposa del célebre estadista inglés, Lord Churchill, y ma­dre del gran Churchill, que terminaba con estas réplicas:

«-Oh, monsieur Ritz, I simply can't belive it! laughad lady Randolph Churchill. It's incredible.

-My life has been incredible, remarked César»(8).

Increíble fue en efecto su vida. Era el treceavo hijo de Anton Ritz, alcalde de esta aldea de Nie­derwald, que contaba con doscientas almas. Sa­lido de la nada, de esa nada que supone un niño de doce años que baja de las montañas a buscar for­tuna en la ciudad, este joven suizo iba a elevarse con su sola fuerza de voluntad, su paciencia, y su estudio apasionado de los gustos, las necesidades y los hábitos de un mundo tan diferente del suyo como la tierra lo es de la luna, hasta convertirse en el amigo y confidente de los hombres y mujeres ilustres que fueron clientes suyos.

Antes de cumplir los doce años, su padre lo envió a Sion, una pequeña ciudad, cabeza de can­tón, para aprender francés y matemáticas. Ritz padre se había dado cuenta de que su hijo no tenía talento artístico alguno y que jamás llegaría a con­vertirse en el artista que había soñado su madre.

Tentado por la hostelería, el joven entra en el Hotel des Trois Courones, en las orillas del lago Leman, para convertirse en aprendiz de catador.

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Después de un año de aprendizaje, M. Escher, su patrón, le dice: «Jamás conseguirás llegar a nada en la hostelería. Hace falta tener un olfato especial para esto y es justo que te lo diga: tú no lo tie­nes».

Tras despedirse del Trois Courones, se emplea en el refectorio del colegio de los jesuitas de Bri­gue; y tampoco allí logra prosperar ..

Es entonces cuando, atraído por el magnetismo de París, Ritz decide emigrar hacia allí, pobre, falto de conocimientos y sin recomendaciones. Llega a la capital de todas las Europas precisa­mente el año de la Exposición U ni versal: 1867, en plena apoteosis del reinado de Napoleón 111. El

joven Ritz entra como empleado en el restaurante Voisin, empezando a llevar desde entonces el largo mandil blanco de los catadores; trabaja como escanciador, ya que hay que aprender a servir el vino, antes de saber cómo ordenarlo. Tenía entonces diecisiete años. Y escribe en sus recuerdo&: «Por aquel entonces, tenía yo un co­raje inaudito y trabajaba arduamente, ya que era mucha la ambición que tenía y poca la plata».

En la escuela de M. Bellanger, dueño del Voi­sin, su vocación empieza a afianzarse. El París de la «Gran Duquesa de Garolstein» va formando y refinando al pastorcillo de Niederwald. En la es­quina de la Rue Cambon se tropieza con las dio-

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sas. El ayudante de catavinos prontó será ascen­dido a maitre d'hotel. A partir de entonces su escalada no se detendrá ya: subdirector de un hotel en Londres, director de un hotel en Menton, jefe luego, y finalmente propietario en las prime­ras capitales europeas, Ritz conquista al público por todas partes.

Como epígrafe de esta primera parte de su vida, una frase puede servir para resumir la esencia de su éxito: « ... Y ya entonces utilizaba yo mi poderde persuasión haciendo pedir a mis clientes lo que yo quería».

Convertido al fin en un hombre independiente, decide contraer matrimonio. Fue entonces cuando

debió decir a la muchacha que amaba, a aquella hermosa y joven Marie-Louise, diecisiete años menor que él, y sobrina de sus jefes en el Hotel des Iles Britanniques de Menton: «-Si me amas haré de ti más que una reina. Llegará un día en que te ofreceré un palacio en Roma, otro en Lon­dres, otro más en Madrid, otro en Barcelona, en B udapest, en Nueva York; millares de sirvientes nos obedecerán; y, lo que vale, para una mujer, más que la gloria y la fortuna: tendrás un hotel en París, en la Place Vendome. ¿Qué soberana del mundo podría decir otro tanto?»

Dos breves inscripciones, colocadas, una bajo la cúpula, y la otra a la entrada de aquel hotel prefe-

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rido de Marcel Proust porque es «un lugar sin ajetreos y al que me hallo acostumbrado», hacen referencia al pasado de la hermosa mansión.

En otro lugar puede leerse: Este hotel fue la antigua morada

de Armand Louis de Gontaut Biron Duque de Lauzun y de Biron

1747-1793 Comandante de la caballería francesa

en el ejército de Rochambeau

Campaña de Yorktown 1781 Guerra de la Independencia americana

1778-1783 Y los americanos que vienen al hotel o pasan

por él -los de 1919 y los de 1944- se paran a leer la inscripción.

Otra piedra conmemorativa muestra estas solas palabras, que no dejan de mostrar un claro orgu­llo:

Este hotel creado por

CESAR RITZ fue abierto

el 15 de junio de 1898 Marce! Proust que amaba las descendencias im­

previstas y los paseos fantasmas por París, encon­tró el nombre-talismán de Armand d'Aure, duque de Guiche y luego de Gramont, entre los antiguos propietarios de esta mansión solariega del n.0 15 de la Rue Vendome: «Anne Baillet de Latour, segunda esposa del duque Antoine-Charles de Gramont», aparece nombrada entre los propieta­rios por delante del duque de Lauzun, que no fue más que un arrendatario y compuso allí sus Me­morias ...

Así pues, cuando Marce! Proust invitaba al du­que de Guiche al Hotel Ritz, lo convidaba

... en cierto modo a volver a su propia casa. ._....,

(Traducción: Alberto Cardín)

NOTAS

(1) César Ritz, Host to the World, por Mme. Marie Ritz,editado por Lippincott & Co., Toronto, Canadá, 1938.

(2) Carta dirigida al duque de Guiche, agosto de 1922. (3) Olivier Debescat, primer maitre d'hotel del Ritz.(4) Carta inédita al duque de Guiche.(5) Ver Au Bal avec Marce/ Proust, por la Princesa Bi­

besco, Gallimard. (6) Sir Philipp Sassoon, diputado al Parlamento Británico,

y ministro de Bellas Artes. (7) Diario de los Goncourt, César Ritz, Host to the World,

p. 31.(8) «-¡Oh, Señor Ritz, no puedo creerlo, dijo riendo Lady

Randolph Churchill. Es algo increíble». «Mi vida ha sido increíble», observó César».

Este capítulo forma parte del libro «Marce[ Proust, el visi­. tante velado», que editará próximamente Pre-Textos.