maría fernanda santamaría

43
narrativa María Fernanda Santamaría O b l t a i d r ñ b e o o r o

Upload: others

Post on 24-Jul-2022

16 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: María Fernanda Santamaría

n a r r a t i v a

María Fernanda Santamaría

O

b

l

t

a

i

d

r

ñ

b

e

o

o

r o

Page 2: María Fernanda Santamaría

Otro libro de baño

Page 3: María Fernanda Santamaría
Page 4: María Fernanda Santamaría

Otro libro de baño

María Fernanda Santamaría

Centro de CreaCión Literaria

teCnoLógiCo de Monterrey

Page 5: María Fernanda Santamaría

© Tecnológico de MonterreyCentro de Creación LiterariaFelipe Montes, director

© 2013 María Fernanda Santamaría

Erika del Ángel, edición y diseño

Derechos reservados conforme a la leyMonterrey, Nuevo León, México

Page 6: María Fernanda Santamaría

A mi papá y mamá, que siempre fueron lectores entusiastas

A Felipe, gracias por recordarme lo maravilloso de las letras y dejarme jugar a ser escritora

A Miguel, espero que sea de los primeros libros de ficción que terminas, pero no el último

Page 7: María Fernanda Santamaría

Alicia había estado mirando por encima del hombro de la Liebre con bastante curiosidad. —Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo —dijo el Sombrerero—, no

hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje! El Tiempo no tolera que le den palmadas. En cambio, si estuvieras en buenas relaciones con él, haría todo lo que tú

quisieras con el reloj.

Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas

Page 8: María Fernanda Santamaría

7

Decisiones

—¿¡Internarme!? —exclamó Jack con sorpresa, tirando el vaso de agua sobre la mesita de café.

Levantó el vaso en cuanto pudo reaccionar pero el agua ya había mojado unos papeles y el periódico de ayer. En la portada, había una foto del mismo Jack de cuando había ido a una cena de beneficencia de la ciudad.

Ataviado con un traje negro, camisa blanca y una corbata de moño negro, esa noche había procurado acomodarse el pelo castaño oscuro hacia atrás y lo había conseguido bastante bien. Sus ojos marrones, pese a sus 44 años, brillaban con la alegría de un chico. Esa noche de gala su esposa le había dicho que se veía muy atractivo. Jack coincidió con ella.

Arriba de la foto había un titular en letras grandes y negras: “El fraude de Editorial Blackwood”. El resto del artículo detallaba cómo el fundador y dueño de la empresa, Jack Blackwood, de nuevo había sido llevado a juicio por otra demanda de unos inversionistas.

—No te preocupes, son papeles sin importancia —le dijo su abogado tratando de limpiar el desastre.

Matthew Thompson era uno de los mejores abogados de Boston. Había ganado casi todos los casos que había llevado y se había forjado un lugar admirable en el mundo legal. Jack no había dudado en con-tratarlo para que le ayudara con todos los problemas legales en los que estaba metido.

Eso, y que Matt era un gran amigo suyo desde la preparatoria. Los había unido la competencia por Emily Rogers en segundo año. Matt, con su apariencia mulata y sus ojos olivo, tenía conquistadas a varias chicas de la escuela.

Y cuando Jack le arrebató a Emily, se pelearon a golpes luego de cla-ses, pero al final, con moretones y heridas por todo el cuerpo, habían decidido que eran enemigos lo suficientemente dignos como para enta-blar una amistad.

Page 9: María Fernanda Santamaría

8

—Sólo estarías internado por tres meses —dijo de pronto, conti-nuando con la razón principal por la que se habían reunido hoy en su oficina. Jack bufó mientras veía a su amigo secarse las manos contra el pantalón.

—El mismo tiempo que tardó en iniciar la primera guerra mundial; ¿quieres agregar otra tragedia así de grande a la historia?

—Jack, escucha, las circunstancias en las que te encuentras ahora no son las mejores; lo sé.

—No, no. Es sólo una mala racha del negocio, es todo —balbuceó mientras continuaba sentado masajeándose la sien y subiendo y bajan-do un pie nerviosamente.

Matt lo observó unos instantes, notando también los pequeños tics en las manos de Jack mientras hablaba. A partir de que los problemas en el negocio se fueron incrementando, empezó a tomar valium bajo me-dicación. Aunque desde hacía un tiempo sospechaba que estaba consu-miendo demasiado de esas cosas. Suspiró.

—Les dije que estabas bajo mucha presión por la empresa y por tu familia; también les mostré la receta de tu médico y cuando les ofrecí la opción de que te internaras tres meses en un psiquiátrico…

—¿Alegaste demencia? —preguntó incrédulo.—No. Alegué por un hombre sensato que está pasando por una si-

tuación terrible —le dijo con expresión seria—, Jack, mírate —lo señaló con un gesto de su mano—, estás más delgado, te ves enfermo y se nota a metros que no has dormido en días seguramente por esas pastillas —mueve la cabeza de un lado a otro—, fue el mejor acuerdo al que pude llegar con los inversionistas y la mesa. No levantarán cargos en tu contra y los gastos médicos se cubrirán con tu seguro.

Los ojos oscuros de Jack lo miraron como si fuera un lunático. —¿Qué cargos? —preguntó incrédulo—, ¿por qué? No fui yo quien

realizó el fraude.—Pero tu nombre y tu firma están en todo —señala con gravedad—,

sé la clase de persona que eres y que no serías capaz de hacer algo así, mucho menos de llevar a la ruina un negocio que construiste con tus propias manos.

Jack se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro de la ofici-na, ignorando por un momento las palabras de Matt. Él no era culpable de nada. No sabía que todo el dinero se estaba yendo a una cuenta par-ticular. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? ¿Cómo había dejado que el dinero de la editorial se fuera a la basura?

Page 10: María Fernanda Santamaría

9

Había confiado plenamente en April para hacer el trabajo, quien du-rante años había trabajado a su lado. Le había ayudado a levantar la editorial Blackwood y hacer de ella una marca de renombre en Massa-chusetts que se había ido expandiendo. Sí, habían publicado buenas his-torias que se habían convertido en best sellers e incluso habían ganado premios gracias a otra novela.

Ella siempre había sido una genio en números y pronósticos. Siem-pre guiándose por las cuentas, a diferencia de él, que elegía las historias por meras corazonadas y su pasión por los libros. Los métodos de am-bos habían sido una excelente combinación para llevar a la editorial a lo que era ahora.

20 años. 20 años tirados a la basura cuando hacía unos meses la em-presa recibió de pronto quejas y hasta demandas de sus escritores. Había varios pagos pendientes y atrasados; varios se calmaron con la excusa de que por cuestiones de papeleo el envío de su dinero se había atrasado. Pero no tenía sentido. Junta tras junta semanal, April garantizaba que todo estaba en orden.

Así que cuando Jack la buscó para aclarar este asunto, ella no respon-dió a su celular y tampoco al teléfono de su casa que, como descubrie-ron después, estaba vacía.

Todo el dinero de pagos pendientes ahora se encontraba inflando la cuenta personal de esa perra y ésta se había marchado sin dejar huella. Jack se había quedado entonces con deudas, demandas y cientos y cien-tos de papeles de diferentes partes que no le deseaban otra cosa mejor que su cabeza clavada en una estaca.

Jack se dejó caer pesadamente en uno de los sillones de la oficina. Se sintió del doble de la edad que tenía, a pesar de que había tratado de mantenerse en forma todos estos años. Ahora es como si de repente todas las enfermedades se hubieran adueñado de su cuerpo.

El abogado se había puesto de pie hacía un momento, preocupado por la forma ensimismada en la que él caminaba. Apenas reconocía a su buen amigo. ¿Dónde estaba ese hombre bromista y seguro de sí mismo? Siempre había mantenido ese buen humor a pesar de lo cansado que estuviera y ahora, lo veía tan sombrío y agotado.

—Has pasado por demasiadas cosas en un periodo muy corto —puso una mano en su hombro—, además de todo este lío, el divor-cio con Sara y… —suspiró, interrumpiéndose a sí mismo—, concuerdo con la mesa, Jack. Necesitas alejarte de todo lo que está pasando por un tiempo y ahí podrán ayudarte.

Page 11: María Fernanda Santamaría

10

El hombre de cabello oscuro, levantó despacio la mirada hasta Matt y apartó su mano con un gesto brusco.

—¿Internarme en un psiquiátrico? ¿En serio? Ustedes son los de-mentes, no yo.

—No estás loco.—Actúan como si lo estuviera —se paró con los ojos chispeante—,

tú, Sara y ese montón de imbéciles que creen tener la razón, ¿qué van a saber ellos?, Blackwood es mi creación —se golpeó el pecho sin dejar de mirarlo con intensidad—, ¡yo levanté ese negocio de la nada y lo convertí en una de las editoriales más importantes de todo el estado! ¡Incluso del país! ¿Qué clase de loco haría eso, Matt?

Cuando se acercó con aire determinante y amenazador al abogado, éste no retrocedió.

—¿¡Eh!? ¿Qué clase de loco podría hacer algo como eso? No nece-sito internarme en un lugar lleno de personas que creen ser Bonaparte —empezó a pasar los dedos nerviosamente por su cabello y desvió la mirada a un punto vacío sobre la alfombra—. Voy a levantar la edi-torial de nuevo, sólo necesito hacer unas llamadas y contactar a unas personas...

De repente, Matt lo tomó por la camiseta y lo sacudió con fuerza.—¡Acabas de salir de las demandas de los escritores para entrar a la

de los accionistas! Nadie se atreverá a contactar a la empresa por miedo a que no le paguen y perdiste la confianza de agencias e inversionistas importantes —sus puños temblaron cuando lo sostuvo, pero no aguan-taba verlo desbaratándose poco a poco.

Pese a todo, Jack le miraba con atención. —La empresa aún tiene deudas de miles de dólares por todos los

juicios, incluido éste, que ni siquiera vas a poder pagarme —finalmente, lo soltó.

Los dos hombres se quedaron mirándose y respirando pesadamente, como si hubieran corrido un maratón. Matt podía escuchar al otro in-tentando tragarse algún posible nudo en su garganta.

—Estás en bancarrota, Jack —habló de nuevo con gravedad— y lo más inteligente... lo mejor para Sara y también para Peter es que aceptes el acuerdo y te internes.

Jack sabía la situación en la que se encontraba; tenía perfectamen-te claro que, hiciera lo que hiciera, tardaría mucho en hacer de Blac-kwood lo que era antes de este escándalo. Internarse… qué idea tan ridícula. Pero Matt tenía razón —por mucho que odiara admitirlo—.

Page 12: María Fernanda Santamaría

11

Era lo mejor que podía hacer ahora con tal de salvar algo de dinero para Sara y Peter. Además no deseaba que su hijo viera este gran fracaso en que se había convertido.

Page 13: María Fernanda Santamaría

12

El país de las maravillas

Sentado, con los brazos cruzados y vestido con unos pantalones y ca-miseta de pijama, Jack todavía pensaba que esto era ridículo. Peor que eso, esto era una pérdida de tiempo, una estupidez, una atrocidad que iba en contra de cualquier persona lo suficientemente cuerda como para percatarse de que esto era, verdaderamente, una estupidez.

Era de mañana en el Psiquiátrico de Santa Carlota y era la hora de la terapia en grupo. Esto era una manera abreviada de decir que un montón de locos se reunían en círculo con una psiquiatra y hablaban de lo con-fusamente complicadas que eran sus vidas. Hoy, era el turno de Arthur, quien sufría de un trastorno obsesivo compulsivo con los números.

—Siempre somos un grupo de diez; diez está bien, diez es un núme-ro sanamente divisible —siguió hablando Arthur con nerviosismo—; diez entre dos es cinco y nos podemos separar en grupos de cinco. Dos, dos grupos de cinco pero ahora somos nueve y no podemos separarnos así. Tendríamos que dividirnos en tres grupos de tres y tres no es un número par… no es un número sano…

—No hay números malos o buenos, ¿recuerdas? Ya habíamos habla-do de esto en la sesión pasada, Arthur —le dijo la doctora Robinson. La loquera a cargo de este peculiar grupo de dementes.

Hablaban de eso en todas las sesiones mientras que alguien llori-queaba porque alguno de sus treinta y tantos gatos se había perdido. O alguien más despotricaba en contra del mundo porque los edificios no eran rectángulos perfectos sino que ahora no tenían ninguna simetría y era absurdo.

Absurdo era que con sólo dos semanas en este lugar, Jack había desarrollado este nuevo y fuerte deseo de querer ahorcarse con el pantalón de su ridículo pijama.

—Y Rebecca no nos pudo acompañar el día de hoy, pero mañana estará de vuelta, ¿de acuerdo? —a Jack no le dejaba de sorprender la paciencia que tenía esta mujer para tratar con gente como ellos, todos los días.

Page 14: María Fernanda Santamaría

13

¿O estaría tan loca como ellos? Pensó con una ceja arqueada mien-tras la miraba.

—Jack, ¿qué tienes para compartir hoy? ¿Cómo te has sentido estos días en Santa Carlota?

—Espléndido, soberbio, magníficamente bien, doctora —exclamó con un gesto teatral de sus manos—; como verá aún no he perdido tanto la cabeza y puedo recordar con claridad varios sinónimos para una mis-ma palabra y usarlos a la perfección en un enunciado. Entonces —dio una palmada—, ¿cuándo me da de alta del país de las maravillas?

—Me temo que esto no funciona así —le dijo con una sonrisa—, tiene que cumplir el plazo que se le indicó primero y después revisaré sus avances para ver si está listo para salir.

—Bien —sonrió—; anoche, en mi cuarto, mientras trataba de dor-mir con los lloriqueos de George en el cuarto de al lado…

—¡No estaba llorando! —exclamó de pronto el hombre en bata. —Hey, Georgie —lo miró—, entonces deberías de ignorar las voces

que te dicen que te masturbes a esas horas, ¿de acuerdo? —antes de que George o la doctora pudieran añadir algo, continuó—. Anoche pude dormir un par de horas cuando finalmente acepté que estaba metido por diez semanas más en este sitio. ¿Eso es un avance?

—¿Padeces de insomnio, Jack? —preguntó la doctora.¿Simplemente iba a ignorar todo lo que acababa de decirle? Ahora

entendía cómo es que soportaba su trabajo. Simplemente ignoraba la habladuría de un loco.

—¿Qué? No. ¿Por qué? Empezó a hacer apuntes sobre unas hojas de su tablilla. —El insomnio es una consecuencia del uso en exceso del diaze-

pam… o valium.—No soy un maldito adicto, ¿de acuerdo?—Y la agresividad también lo es —volvió a hacer otros apuntes.Esto era increíble. Ahora dudaba que todos aquí estuvieran locos.

Quizá había sido un error y todos aquí estaban cuerdos menos la docto-ra, que insistía en torcer todo lo que le decían. De acuerdo, todos menos Arthur. Ese tipo tenía serios problemas.

—No tengo insomnio. Siempre he dormido unas cuatro o cinco ho-ras desde la universidad.

—Tal vez la falta de sueño podría estar contribuyendo a tu nervio-sismo, tu dependencia al valium y depresión —le dijo mirándolo fija-mente.

Page 15: María Fernanda Santamaría

14

—No… ¿de acuerdo? No —afirma—. ¿Sabe por qué estoy enojado? Porque una socia terminó siendo una maldita ladrona que se llevó todo el dinero de mi empresa y se largó, dejándome ahogado en deudas. En-cima de todo eso, mi esposa me pidió el divorcio porque dice que “ya no soy el mismo”; no me deja ver a mi hijo de siete años y ¡tengo que estar encerrado aquí tres meses mientras el mundo real sigue colapsándose! —se paró de pronto tirando la silla de plástico al suelo y haciendo que algunos de los pacientes se asustaran—; así que sí, doctora, estoy muy, muy enojado —en ese momento temblaba de pies a cabeza. Ahora sí que debía tener la pinta de un completo lunático.

La mujer, sin embargo, siguió mirándolo a los ojos con atención.—Sería bueno que pudieras concentrar toda esa energía en algo más

productivo, Jack. Nada de lo que ella decía tenía sentido. Tal vez ya empezaba a perder

la razón enserio. Aunque eso ya no sonaba tan malo después de todo. Respirando con más calma, levantó la silla y volvió a sentarse con los brazos cruzados y la mirada en el suelo.

—¿Algo como yoga?

Jack miró la máquina de escribir sobre la mesita de plástico recién ins-talada en su cuarto. Había también un paquete de hojas blancas y una silla de plástico.

Arqueó una ceja. —¿Qué es esto?—Una máquina de escribir —respondió la doctora Robinson parada

cerca de la puerta.—Me refería al año, ¿volvimos a 1980 y nadie me lo dijo? —ella tenía

una sonrisa divertida en los labios cuando se giró para mirarla—. ¿Qué se supone que haga con esta cosa?

—Escribir, por supuesto. —¿Escribir? —tal vez se había tomado sus medicamentos por

error—. Doctora, soy un lector; siempre lo he sido. Disfruto metiéndo-me en las historias de otros, no desahogando mi existencia miserable en una hoja de papel.

—Tonterías, Jack, todos somos escritores —empujó los lentes sobre su nariz—. La semana pasada te dije que sería bueno que enfocaras esa energía hacia algo más productivo, ¿recuerdas?

Page 16: María Fernanda Santamaría

15

—Sí, pero creí que sería algo como... hacer collares con macarrones o pintar con los dedos…

—¿Quieres hacer eso?—No, por todos los cielos. Soltó una risilla —Ya que eres un amante de los libros, supuse que por una vez sería

bueno que tuvieras algo de tu propia autoría. ¿Sobre qué podría escribir? Ese sitio no era precisamente el más ins-

pirador. —No se ofenda pero no creo que sea el mejor momento para empe-

zar a escribir algo.—Las mejores historias vienen de los momentos menos esperados,

¿no crees? —ahí estaba de nuevo esa sonrisa calma locos, como le había puesto Jack.

Era un gesto simple con el que parecía darles toda la razón a sus pa-cientes o mover algún mecanismo extraño dentro de sus mentes revuel-tas que los hacía volver a quedarse tranquilos. Jack no sabía si sentirse ofendido o no porque le estuviera sonriendo así. Se encogió de hombros

—Wilde escribió De profundis mientras estaba en prisión —le res-pondió.

—Ahí lo tienes —dijo ella.—Pero, ¿por qué una máquina de escribir?—Fue lo que el instituto me permitió traerte.—Oh, sí, claro. Porque podría clavarme un bolígrafo en la yugular,

¿no? Y que dios nos libre de las computadoras portátiles. Bien podría tragarme una tecla por accidente y ahogarme —dijo con sarcasmo.

La doctora volvió a reírse cuando agarró la puerta. —Samuel es uno de los enfermeros y estará aquí afuera por un rato.

Después vendrá a llevarse la máquina de escribir, así que disfrútala. —Qué tonto, claro. También podría golpear mi cráneo una y otra vez

contra la máquina.—Nos vemos, Jack —le dijo con la calma locos en los labios antes de

cerrar la puerta.—¡O desangrarme con una hoja de papel! —alcanzó a gritar. Cuando la habitación volvió a quedarse en silencio, Jack se quedó

de pie mirando la máquina de escribir. ¿Enserio quería que se pusiera a escribir? ¿Escribir sobre qué? Quizá pudiera hacer una carta a los di-rectivos para convencerlos de que lo sacaran de aquí. O hacer una suave crítica constructiva sobre este lugar.

Page 17: María Fernanda Santamaría

16

Se suponía que esto debía de ser alguna forma de aliviar todo ese re-sentimiento que tenía, porque a fin de cuentas eso era, ¿o no? Fuera de todo el estrés y la mierda que había tenido que soportar por casi un año gracias a April. Donde quiera que estuviese, Jack deseaba que tuviera una muerte lenta y dolorosa. De no ser por ella, ni siquiera estaría aquí ahora.

¿Qué hora sería? Si eran las cuatro, todos debían estar viendo ese programa de chismes o alguna serie dramática que Jack no entendía porque se había perdido las primeras cinco temporadas. Tal vez esto de escribir no estaría tan mal.

—Cualquier cosa sería mejor que ver esa basura —dijo para sí mis-mo estirando los brazos.

—¿Qué? —preguntó Samuel al otro lado de la puerta.—Que creo que haré un revólver de origami y me daré un tiro —le

respondió más fuerte.—No tienes la habilidad suficiente como para eso, Blackwood

—dijo riendo.—Son tiempos desesperados, Samuel —caminó hasta la entrada y

vio por la ventanilla. No había nadie en los pasillos. De un bolsillo cosido dentro del pijama sacó un billete de diez dóla-

res enrollado y lo deslizó bajo la puerta. Fue cuestión de segundos antes de que un par de pastillas de valium se colaran también por debajo. Jack las recogió y se tragó una. Hacía sólo unos días que habían empezado con esto Samuel y él. En cuanto supo que iba a venir aquí, Jack no dudó en llevarse algo de dinero y esconderlo en la habitación, por si acaso. Siempre se presentaba una oportunidad de hacer negocios en cualquier lado.

De acuerdo. ¿Qué tal una historia? Algo de ficción. A él siempre le habían gustado las historias de ficción, aunque últimamente el público se declinaba por algo más vampírico y… brilloso.

Se sentó frente a la máquina de escribir y ladeó su cabeza de un lado a otro para hacer crujir los huesos. Tomando una hoja de papel, la acomodó para empezar a teclear algunas letras. No era tan diferente como hacerlo con las de una computadora, sólo tenía que presionar con más fuerza.

Puso los dedos sobre las teclas y se quedó quieto, sin saber cómo empezar. ¿Cómo había gente que se dedicaba a hacer esto todos los días? ¿De dónde obtenían su inspiración? Oh, qué rayos. Si famosos de Hollywood adictos a la coca publicaban sus libros de superación personal, ¿por qué él no iba a poder escribir un cuento?

Page 18: María Fernanda Santamaría

17

—De acuerdo; Nobel, aquí voy.

¿Cuántas veces había recorrido el mismo pasillo? Si se ponía a pensar ahora, podía recordar haberlo cruzado al menos unas 23 veces. Eso era. Ni más ni menos. El pasillo parecía transportarte a un mundo alterno, retorcido y enfermo. Debías dejar tu alma bien atrás, era lo mejor. Lo sabía bien.

Recordaba cada vuelta, cada pequeña curva y desnivel. El ladrillo partido a la mitad donde siempre se le atoraba el zapato… Mierda, ahí estaba. Una pequeña traba, nada del otro mundo. ¿Por qué no había mandado a arreglar esta parte? Porque era la traba; el zapato se te atora-ba y te recordabas a ti mismo que seguías siendo la misma mancha en el mundo. Tan mundanamente humano como el que más, y ayudaba a que no te convirtieras en uno de esos monstruos como los que encerraban aquí.

De la peor calaña.Más que pasillo, era un túnel tapizado de ladrillos, sumido en una

oscuridad casi parcial pues había unas cuantas luces que colgaban en la pared serpenteante. El lugar era lo suficientemente atrayente o atemori-zante; dependiendo de quién ingresara.

Con la mano derecha aparta un mechón de cabello negro de su fren-te. Su cuerpo viene cubierto descuidadamente por ropa que pareció ha-ber sido escogida al azar. Unos vaqueros, una camiseta blanca y una chaqueta oscura pues había un frío permanente en el lugar. Éste era un agente joven que rondaba los 30 años. Su cuerpo estaba ejercitado por los entrenamientos y marcado por las huellas de una guerra que nadie se esperaba; una guerra de tiempos modernos pero igual de cruel que las de otras épocas.

Seguir las huellas cual perro de cacería; indagar, perseguir, amena-zar… todas eran tareas que realizaba casi a diario. Thomas Knight, uno de los “mejores elementos de la agencia de servicios especiales de Ingla-terra” no podía quitarse el título de encima y tampoco el traje de súper héroe. ¿Tirar la toalla? A veces, qué más quisiera, pero como siempre, alguien tenía que hacerlo ¿cierto? Y el trabajo estaba resultando más sucio que antes.

Varios criminales de guerra habían sido juzgados y enviados a prisión. Cuentas de banco se habían erradicado en un pestañeo y las

Page 19: María Fernanda Santamaría

18

fortunas acumuladas habían sido repartidas entre las familias más afectadas por la guerra. ¿Sonaba justo? No para todos. Algunos habían logrado salir impunes al no hallar pruebas suficientes o bien, porque los infelices habían logrado escapar. Eran como ratas. Escurridizos, astutos y se multiplicaban cada vez más y más a una velocidad vertiginosa. ¿Y quién era el culpable? El jefe del departamento de los casos especiales. Él mismo, por supuesto.

Tom apremia el paso. Había una zona particular en donde eran en-cerrados los enemigos más importantes; los líderes de grupos rebeldes que asesinaban a gente inocente por saldar cuentas; aquellos locos que seguían con su ridículo afán de revivir la sed de poder en aquellos que todavía creían en la guerra y que tenían la demencia suficiente como para volverse asesinos seriales.

Mentes ingeniosas envueltas en redes de crímenes múltiples y planes elaborados con escrutinio con tal de liberar a miles de condenados en prisión. Y este maldito, en especial, había estado a punto de lograrlo pero se había llevado consigo a varios de sus compañeros de trabajo. Y amigos también.

Finalmente, se detiene frente a una puerta de metal. A su lado, había un agente pelirrojo al que Tom había saludado en otras ocasiones.

—Señor —saluda con un movimiento firme de cabeza.—McCallister, ¿algo nuevo? —No ha dicho ni una palabra —saca una tarjeta de plástico y la pasa

por una aparato especial en la puerta, que se abre con un ruido hueco.Tom cruza el umbral e inmediatamente un calor reconfortante le

golpea el rostro y acaricia sus extremidades. Entra a una habitación de piedra, donde había una mesa y sillas de madera, además de una lám-para de techo con luz blanquecina que ilumina a todos los presentes. Dean Lodge y Julian Brown dejan las sillas y miran al recién llegado con expresión solemne. Detrás de ellos, hay una puerta más angosta pero que a simple vista luce mucho más pesada.

—Ese infeliz se está haciendo el valiente —dice Lodge entre dientes. Tom asiente un par de veces. Sabe que esto no será nada fácil. —Me encargaré de sacarle algo— dice tocando su arma dentro de

su chaqueta. Se prepara un poco mentalmente antes de aproximarse a la puerta.

Empuja sólo un poco y ésta se abre con una tremenda facilidad en si-lencio. Dentro, todo está sumido en la oscuridad total y se puede sentir mucho frío. Tom entra en la negra celda con tranquilidad y la puerta se

Page 20: María Fernanda Santamaría

19

cierra. Casi al momento, unas luces se encienden con una claridad azul que ilumina todo el lugar, aunque no lo suficiente.

Jadea y puede ver su aliento en el aire. La celda no es muy grande y no hay ventanas por ningún lado; todo está cubierto de piedra fría y huele a humedad y a muerte.

Page 21: María Fernanda Santamaría

20

Capitán América

—¿Qué clase de guerra? —preguntó Matt terminando de leer la historia que Jack le había llevado.

Hoy había recibido una visita inesperada y le alegró bastante que fuera Matt. Tenía que admitir que su conversación era mucho más interesante que la charla de Arthur para tratar de convencerlo sobre lo malévolo del número siete. Ambos estaban en la una pequeña sala de visita, sentados uno frente al otro en unos sillones de piel sintética negra.

—Una guerra —respondió con simpleza—. Siempre hay guerras por todo. Sigue habiendo una en Medio Oriente, ¿por qué no en Inglaterra? Sería bueno verlos haciendo algo interesante luego de tantos años de inactividad.

—¿Y quieres que hagan una guerra? —le preguntó extrañado—; tal vez este lugar te está afectando.

Jack rodó los ojos. —No quiero que hagan una guerra, quiero que rescaten los pedazos

que quedan de su país luego de una. —Es algo… no sé… sombrío, ¿no?—Es que en estos momentos estoy brillando de felicidad, ¿no ves? Matt sonrió. Curiosamente, de la misma manera que solía hacer

cuando se reunían a charlar o beber un rato los fines de semana. Jack también sonrió.

Estas tres semanas habían sido más largas de lo que había esperado, pero no todo parecía estar tan mal, o al menos no dentro de su pequeña burbuja en San Carlota.

—¿Cómo está Sara? ¿Y Peter? —ansiaba poder verlos. —Están bien. Sara está viviendo con su hermana mientras se arregla

lo del embargo de la casa…—No pueden quitármela, Matt —interrumpió de pronto.—No voy a permitirlo, lo sabes —le tranquilizó poniendo una mano

en su hombro.

Page 22: María Fernanda Santamaría

21

Jack asintió un par de veces. Si él estaba a cargo de todo eso, segura-mente no tenía de qué preocuparse. Matt podría lidiar con el banco y la mesa y todos los demás ineptos que se interpusieran.

—Gracias —dijo con voz franca—; ¿Pete ha preguntado por mí?—No deja de hacerlo; será octubre para cuando salgas de aquí y

quiere que lo acompañes a pedir dulces.—¿Ya sabe de qué quiere ir disfrazado?—Estaba entre Thor o Ironman.—¿Y yo?—Capitán América.—¿El del traje azul apretado con estrellitas?—Sí.—Mierda. Matt había estado apretando los labios para contener una carcajada

pero no pudo resistirlo más. —Ve el lado positivo —logró decir con ojos llorosos—; quizá consi-

gas a unas cuantas admiradoras con ese disfraz —volvió a carcajearse. —No dudo que seré el chico con más dulces en todo el barrio, muchas

gracias —los sacrificios que tenía que hacer con su hijo eran cada vez más y más difíciles de tolerar. Pero siempre habían tenido como tradición pedir dulces juntos en noche de brujas. Odiaría tener que perdérselo.

—Y… —se mojó los labios— ¿Sara vendrá alguna vez?Su amigo adoptó un semblante serio y asintió. —Aunque no es nada seguro aún, sabes cómo está luego del divorcio.—¿Y de pronto ya no existo para ella? ¿Qué pasó con esa basura de

“hasta que la muerte los separe”? —tal vez eso se había escuchado muy duro pero no había podido evitarlo.

—Jack…—Aún la amo, Matt. Nunca he dejado de hacerlo —bajó la mirada

a las manos de su amigo, viendo las hojas escritas a máquina—; seguía diciendo que era lo mejor para ambos y para Peter, pero ¿cómo?

—No lo sé, amigo. Pero que no se te ocurra pensar que fue por el dinero.

—No, claro que no —repuso irguiéndose de nuevo—. Ella nunca ha sido así.

Sara no era alguien que se dejara deslumbrar por el dinero. Se ha-bían conocido cuando el negocio empezaba a crecer; ella trabajaba como ilustradora para libros y había contactado a la editorial para hacer una cita con Jack para que viera su trabajo. Cuando se reunieron en su

Page 23: María Fernanda Santamaría

22

oficina, Sara llamó por completo su atención en el momento en que entró. Era una mujer atractiva, no había duda de eso.

Tenía el cabello largo, rizado y negro; además de unos enormes ojos azules muy expresivos. Jack recordaba el momento como si hubiera pasado ayer. Le había sonreído cuando lo saludó y unos hoyuelos se formaron en sus mejillas. Él pensó que era adorable. Habían pasado la reunión mirando algunos dibujos y fotografías que ella había hecho para diferentes títulos. Su trabajo era bastante bueno también y esa fue otra de las razones por las que Jack insistió en invitarla a tomar un café al día siguiente. Para hablar sobre negocios.

—No me dio una fecha exacta —Matt cortó sus pensamientos. Jack parpadeó varias veces y trajo su mente de vuelta de los recuerdos. —¿Qué? —Sara —remarcó—; no mencionó exactamente cuándo iba a venir,

pero dijo que lo haría. —Ah… sí, de acuerdo —estaba algo decepcionado por lo vaga que

había sido la respuesta. De verdad sonaba como si ella no quisiera verlo. —¿Y las investigaciones? ¿Saben algo nuevo de April?—Nada. No hay rastro de ella. —Es imposible. Tuvo que haber usado una tarjeta de crédito o haber

firmado en un hotel… algo. —Aunque lo hubiera hecho, ¿crees que usaría su nombre verdadero? Jack volvió a sentirse tan frustrado como el primer momento en que

tuvo que encarar el fraude. April siempre había sido muy astuta. —Tiene que estar en algún lado, maldita sea —cerró los puños con

coraje sobre sus rodillas. —La encontraremos en algún momento, no te preocupes. —¿Que no me preocupe? Por culpa de esa arpía estoy aquí metido.

De no haber sido por ella, nada de esto hubiera pasado. —No sirve de nada que sigas enfureciéndote por ello.—Tampoco que me quede encerrado aquí sin hacer nada.—¿Y qué podrías hacer estando afuera, eh? Debes dejar a la policía

encargarse de esto.—Ha pasado casi un año y no han encontrado nada. —se paró enfu-

recido. Matt lo imitó mirándolo con la misma intensidad. —¿Y qué pasará si nunca la encuentran? ¿Vas a seguir descargando

tu frustración con todo el mundo? Jack relajó sus puños, que ya se habían puesto pálidos por la fuerza

que había aplicado. De pronto, tenía unas intensas ganas de golpear a

Page 24: María Fernanda Santamaría

23

Matt y creyó que eso se reflejó en su cara porque el otro se puso en aler-ta, tensándose.

—No, ya encontré una manera más productiva de enfocar mi enojo —respondió dándose media vuelta y alejándose de él para regresar a su cuarto.

Escucha un crujido de ropas en una esquina y recuerda quién es la nueva escoria que se ha sumado al sótano de la prisión. Sigue el sonido y camina unos pasos hasta detenerse frente a una figura echada en el piso. Con las piernas dobladas y los brazos tras su espalda debido a las esposas. Está descalzo y sus ropas manchadas de sangre; de la suya, por supuesto. Si era conocido por algo, era porque jamás se ensuciaba las manos.

Ese cuadro podría ser deprimente si se tratase de otra persona pero no lo es. Se trata de él. Y eso hierve la sangre de Tom. Caliente y espesa, le recorre el cuerpo entero, casi traspasando su alma y dándole razones nuevas para matarlo ahí mismo.

Chasquea la lengua: —¿Qué dirían tus imbéciles seguidores si te vie-ran así, Fryer? Es un espectáculo lamentable.

Johann Fryer lo mira. El pelo rubio está alborotado y manchado de tierra. Tiene moretones en los pómulos y una nariz sangrante a causa del forcejeo contra los agentes cuando lo aprehendieron.

Tom da unos pasos en dirección contraria a él.—Ya sabes por qué estoy aquí, así que evitémonos toda la charla y

vayamos al punto: ¿dónde está ese maldito grupo de enfermos que lide-rabas? —no espera que le responda. Oh, no. Las cosas nunca han sido así de fáciles. Por primera vez lo agradece.

—¿Y bien? —se volteó para mirarle una vez más y se siente algo en-fermo de ver cómo el rubio se sienta en el suelo como si nada. Fryer le ignora por completo.

—Siempre has tenido una lengua viperina, Fryer. ¿Por qué no haces uso de ella y dejas de fingir que no estamos aquí?

—Te equivocas —gira su cabeza para quitarse unos mechones de la cara—, sólo finjo que tú no estás aquí.

—Pues eso no te ha funcionado muy bien con los agentes, ¿no es cierto?

—Así que ahora eso hacen los “héroes de Inglaterra” —sisea—, me-dio matar a lo bestia a todos los que atrapan.

Page 25: María Fernanda Santamaría

24

—No, no, sólo nos reservamos eso para los grandísimos cabrones que se creen muy listos como para hacer lo que les dé la gana. Así que puedes sentirte honrado de esas heridas.

—Ya me he llevado mi trofeo en el campo de batalla, Knight —levan-ta por completo la mirada hacia él con una sonrisa que a Tom se le pinta enferma y retorcida—, la cabeza de tu amiga —ríe—; esa perra se creía tan lista. Debí haber dejado que se divirtieran un poco con ella antes de que… —un puño le golpea con fuerza el costado de la cara y cae de nuevo al piso, jadeando y tosiendo.

Tom respira con fuerza por la nariz, apreciando las pequeñas gotas carmesí que han volado por el aire y manchan su mano cuando calla de un golpe al infeliz de Fryer. El hervor en su sangre aumenta cada vez más pero debe controlarse. Debe olvidar por un instante que este bastardo mató a Helena, quien no sólo dirigía la investigación contra Fryer, sino también era una de las mejores amigas que Tom había tenido jamás. Inhala y exhala. Debe… mantener la cabeza fría.

Se endereza y se pasa la mano limpia por el pelo. Traga con fuerza y se aclara la garganta lo más bajo que puede, con tal de no despertar el instinto venenoso de Fryer. Un poco de su irremediable mordacidad y no podría controlarse del todo.

Da unos pasos hacia él, sólo para tomarlo por el brazo y hacerlo en-derezarse. Le sorprende un poco el notar que el rubio es más liviano de lo que pensaba. Aferrando su hombro ahora, le empuja contra la pared. Fryer suelta un quejido pero continúa sentado.

—Si quieres un brazo roto, sólo avísame —amenaza, tratando de parecer lo más relajado posible.

El prisionero mantiene los ojos cerrados con fuerza, respirando entrecortadamente mientras parece tratar de sorber la sangre que brota de nuevo de su nariz.

—Mírame —ordena Tom entre dientes. Fryer boquea mientras él es-pera con inusitada paciencia hasta que finalmente, le obedece; abriendo sus ojos grises para mirarle con rencor—. Eso es —se deleita sonrien-do—; ahora, ¿dónde están tus enfermos amiguitos, Fryer?

El rubio ladea la cabeza un poco y el hilillo de sangre vuelve a des-lizarse hasta su labio superior. Esa imagen le recuerda a Tom a las víc-timas torturadas o muertas que han hallado. Algunas misiones habían sido más fructíferas que otras.

Habían logrado organizar una redada en Badcall gracias a la astu-cia de Helena. En un principio no habían podido dar con el lugar. ¿De

Page 26: María Fernanda Santamaría

25

dónde, de entre todos los lugares podrían refugiarse? Muchos de ellos no tenían ninguna pertenencia y mucho menos eran dueños de alguna vivienda. Pero había sido en Badcall, a las afueras de Londres, en donde residían nada menos que Cyprien y Agatha Rosier. Una pareja de ancia-nos que resultaron ser parientes de Fryer pero que se mantenían escon-didos de su loco sobrino. Cuando llegaron, se encontraron únicamente con el asesino de ese matrimonio y capturaron al que se consideraba la mano derecha de Fryer: William Bailey.

Sin embargo, su captura no había sido de mucha ayuda. Habían logrado sacarle la información sobre el paradero de Johann Fryer y los había mandado hasta Escocia. Tom se había sentido como el más grande de los estúpidos cuando llegaron a una vieja casa en donde, por supuesto, no habían hallado nada. Para cuando regresaron a Londres, se encontraron con que el banco principal había sido irrumpido por un grupo de maleantes y asesinos que estaban bajo las órdenes de Johann.

Tom relaja los hombros lo más que puede, aunque presiona más el agarre que tiene en el cuello de la camisa de Fryer.

—Es una lástima que ya no vayas a poder seguir liderando a ese montón de ratas —el sarcasmo acaricia cada palabra.

—Lo es —le mira desafiante—, ¿verdad?El agente golpea su espalda una vez más con la pared y el gemido de

dolor del rubio inunda sus oídos como la mejor de las melodías.—¡Deja tus estúpidos juegos! ¿Tienes alguna idea de la gravedad

de la situación? Tenemos pruebas suficientes para hacer que Servicios Especiales te deje reducido a algo más patético que un despojo —sos-teniendo el arma con firmeza, prácticamente le entierra la punta en el cuello. Johann aprieta los ojos y muestra los dientes; por el dolor o por odio, Tom no lo sabe—. Habla de una vez.

Abre los ojos una vez más. Le mira detenidamente y hace un amago por acercarse pero Tom se lo impide. En su lugar, aprieta los labios y sonríe lentamente, asintiendo.

El agente no entiende ese gesto. ¿Qué se supone que significa? ¿Iba a confesar finalmente? Sus dedos aflojaron un poco el agarre de la camisa, aguardando una respuesta pero sin bajar la guardia. Los labios de Fryer se mueven un poco raro. Entonces, junta los labios y le escupe justo en la cara. Saliva mezclada con sangre.

—Ahí tienes tu respuesta —empieza a reírse como un maniático. Tom se pregunta si ha perdido la razón. Con los ojos cerrados por el escupitajo, se limpia con la mano que había estado aferrando la camisa.

Page 27: María Fernanda Santamaría

26

La risa de Fryer retumba en sus oídos, taladrando su cabeza y evocan-do de nuevo el momento en el que lo habían capturado. Justo después de haber matado a Helena. Eso es lo único que necesita para perder la compostura.

Lo jala con fuerza por los hombros y lo arroja a un extremo de la celda, haciendo que se golpee contra una pared. Las carcajadas se han ido al fin y en su lugar se escuchan quejidos de dolor.

No tiene por qué mostrar clemencia con un maldito como él. El líder de una banda de asesinos que nada dudaban en matar a familias enteras sólo por sus caprichos. Helena no había sido la única mujer inocente que había muerto. Pero ya no más.

—¿Qué pasa? —pregunta acercándose—, ¿es que ya no te ríes, mal-dito? —patea con fuerza varias veces el cuerpo de Fryer, sin importarle en qué lugar lo golpea. Escucha de nuevo esos lastimeros gritos que empiezan a gustarle.

Fryer jadea con la cara contra el piso frío. Su aliento tibio aparece frente a su boca y en el piso hay manchas de sangre que brillan con tin-tes morados a causa de las luces de tono azul. Johann siente un pie en su cabeza, no presionando pero está ahí.

—Nunca me ha gustado eso de torturar, Fryer. Creo que es inhuma-no y hasta bestial, así que siempre son ustedes los que se encargan de torturar a otros —aparta el pie, arrastrando la suela de su zapato por el cabello rubio—. Pero ¿sabes qué es lo que acabo de pensar? —mueve su pie de nuevo y el ensangrentado y golpeado prisionero termina boca arriba, de forma que una vez más, quedan cara a cara.

—Que ustedes torturan a gente inocente, haciéndolo más horrible. Pero tú… —lo mira, firme, amenazante—; tú eres un monstruo —vuel-ve a patearlo, dándole esta vez en las costillas. El rubio gira sobre sí mismo, quedando boca abajo.

El verlo jadear y gemir por lo bajo en un rincón, con las ropas man-chadas de sangre, hace enfurecer a Tom. No pedía misericordia o per-dón. Nada. Si le daba la oportunidad, seguramente seguiría regociján-dose con la muerte de Helena. Le observa con asco.

—¿Qué me queda por hacer para aplastarte? —piensa en voz alta—. ¿Es que no tienes nada dentro de ti, bastardo? —se acerca y lo toma por el cabello para hacer que le mire. Sus ojos siguen demostrando el mismo brillo orgulloso de siempre. Él y su maldito orgullo. Si pudiera arrancarle hasta la pieza más pequeña de su dignidad; rebajarlo hasta lo imposible, empujarlo a una nueva demencia.

Page 28: María Fernanda Santamaría

27

Monstruo

Cuatro semanas. Jack se repite a sí mismo que tiene que estar calmado. Sólo unos dos meses más y todo esto terminaría. Podría regresar a su vida cotidiana y podría volver a trabajar en la editorial una vez que le pusieran el sello en la frente de que no estaba chiflado. Sí, sólo dos meses más y regresaría a casa. Si es que Matt lograba evitar que la embargaran.

Y si no lo conseguía, de cualquier modo, ¿qué iba a hacer en esa casa vacía? Ni su esposa ni su hijo iban a estar allí esperándolo. No estaba seguro de que nadie fuera a esperarlo en realidad. Quizá cuando salie-ra de este lugar, él mismo iba a pedir un taxi y… quién sabe. Quizá la primera noche la pudiese pasar en casa de Matthew, al menos para no estar solo un rato.

Pero, ¿y después? ¿Qué iba a hacer? Oh, vamos, Jack. Has estado solo antes. Estás acostumbrado a vivir solo porque eso es lo que te gusta, ¿o no? Que te dejen en paz para que puedas trabajar en tus proyectos sin interrupciones. Tal vez esto del divorcio no era tan mala opción después de todo. Tal vez sí era lo mejor para ambos. Y quizá lo de April había pasado por otra razón distinta a que era una perra malagradecida. Claro.

—Has avanzado mucho en tu historia, Jack —le dijo la doctora Robinson.

Abrió los ojos lentamente. Por poco y se quedaba dormido en el diván.

—He tratado de hacerme un tiempo en la agenda, ya sabe —se aco-modó mejor, pero prefirió seguir acostado.

Hoy es la sesión individual con la doctora Robinson para hablar sobre los supuestos avances que debió haber tenido para este mes. La mujer estaba sentada en una silla de madera a unos pasos del diván. Su consultorio es un lugar más cómodo que cualquier otro en el psiquiá-trico. No era de paredes blancas, sino de color durazno y el piso era de madera. El lugar no olía a medicina tampoco y eso le encantaba a Jack.

—Es interesante que hayas elegido una historia de este género.

Page 29: María Fernanda Santamaría

28

—¿Qué puedo decir? Me gustan las historias de policías. —El principal… el agente Knight, me tiene un poco intrigada,

¿sabes?—¿Tom? ¿Por qué?—Bueno, al principio de la historia mencionas que es como una es-

pecie de héroe y después… —Jack escuchó el sonido de las hojas de papel conforme las va pasando—, parece que tiene algo más sombrío dentro de él.

—Es algo complejo —se encogió de hombros y entrelazó las manos sobre su estómago.

—¿Podrías identificarte con él?—Me imagino que todos los autores se identifican un poco con sus

personajes, ¿o no? O incluso los lectores lo hacen. —Lo que quiero decir es que Tom parece ser alguien con rencor den-

tro de él y sin lugar a dudas está desquitándose con el antagónico. Jack se sentó despacio en el diván y la miró.—¿Piensa que quiero hacerle daño a April por lo que hizo?—April es el nombre de tu socia, ¿no?—Antigua socia. Pero sí, lo era —achicó los ojos y la miró con suspi-

cacia—. ¿A dónde intenta llegar con esto? La doctora sonrió.—No estoy en tu contra, Jack —le dijo con suavidad—, sólo quiero

saber cómo te sientes respecto a ella. —Enojado, por supuesto. Es normal y sano después de lo que hizo

—empezó a subir y bajar una pierna nerviosamente pero ni siquiera estaba consciente de estar haciéndolo—; no quiero matar a April, ¿de acuerdo? No quiero matar a nadie, es sólo una historia. Usted me dio libertad para escribir sobre lo que quisiera, ¿o no?

—Y puedes seguir escribiendo sobre lo que quieras, puedes terminar la historia si así lo deseas.

—¿Seguirá pensando que estoy loco?—No lo pienso.—Cierto. Ahora soy un sociópata con posibles intenciones de con-

vertirme en un asesino serial. —Si aún puedes conservar tu buen humor, creo que estás bien. —¿Entonces ya puedo salir?—Me temo que no. Sí, eso había pensado. Sería demasiado bueno como para ser verdad.

Jack suspiró, pensando que ya faltaba poco tiempo para que pudiera salir.

Page 30: María Fernanda Santamaría

29

—¿Has dormido mejor? —Uh… sí —mintió—. Creo que eso de escribir hace que me dé sueño.La doctora escribió algo en sus notas. Le encantaría saber qué estaría

anotando sobre él. Se imaginó una hoja con opciones múltiples; ella ta-charía sí o no y dependiendo de los resultados saldría algo como cuerdo o lunático.

—Me alegra escucharlo. —vio su reloj de mano y después a Jack—.Bien, eso sería todo por hoy —le dijo regresándole las hojas—. Muero por saber el final.

—Yo también.

—Ya van a hacerlo. —Lo sé, Rebecca, lo sé. —Mira, mira, ahí van… —se rió y se tapó los ojos— ¿Lo están ha-

ciendo, verdad?—Sí, los dos están en el auto y van a tener sexo —respondió Jack con

tono cansado.Rebecca volvió a reírse. —¡Y te llamas como Jack, Jack! —despacio, separó los dedos para ver

otra vez la pantalla de la televisión. Estaban pasando la película de Titanic en la sala para pacientes, aun-

que sólo ellos dos la estaban viendo. El resto se dividía entre gente que se quedaba de pie mirando por la ventaba o entablando discusiones in-terminables sobre temas extraños.

—Pero soy mucho más atractivo que Leonardo, ¿no crees? —dijo bromeando.

—¿Quién es Leonardo? —le preguntó con una mirada de confusión. —El actor, ya sabes, Leonardo DiCaprio. —Ése es Jack. —Sí, en Titanic pero… —¿acaso tenía sentido seguir?—. Nada,

olvídalo. —Blackwood —le llamó una voz atrás de él. —¿Qué sucede, Samuel? —preguntó al girarse.—Tienes una visita. —¿Visita? —qué extraño. Matt no le había avisado que vendría.

¿Quién más podría ser…?— Enseguida voy —dijo poniéndose de pie rápidamente cuando la respuesta llegó a su cabeza. Rebecca le ignoró

Page 31: María Fernanda Santamaría

30

por completo y siguió viendo la televisión, diciendo en voz alta las lí-neas de la película.

Se metió al baño que había en la sala para echarse un vistazo en el espejo. Oh, era un desastre. Su cabello estaba alborotado en todas direcciones y tenía barba de hacía unos días porque no había podido rasurarse. Abrió el grifo y trató de acomodarse el pelo para lucir algo decente. Sus ojeras eran más visibles ahora que antes pero nada podía hacer con eso.

Cuando llegó a la sala de visitas, Sara estaba sentada en uno de los sillones. Frente a ella había una mesita de café donde estaba un vaso de unicel, quizá lleno de agua. Seguramente se lo ofreció alguna de las en-fermeras. Llevaba un vestido de color púrpura que resaltaba el tono azul de sus ojos, su cabello negro estaba recogido en una trenza pero algunos mechones rizados se escapaban.

La miraba embelesado hasta que ella se dio cuenta de que había en-trado y se paró.

—Jack —le dijo mirándolo de arriba abajo. Lentamente, su expre-sión cambió a una preocupada y se acercó— ¿Estás bien?

Pudo oler la combinación dulce de su perfume y el propio aroma de su piel. Tardó un instante en responder, mareado por una dicha tan simple.

—Sí, sólo un poco desvelado. No es nada grave, no te preocupes —tomó su mano con suavidad. Sara lo examinó, clavando los ojos en los de él como si tratara de leer su mente. Jack se sentía desnudo cuando lo miraba de esa forma.

—De acuerdo —le dijo. Dolorosamente, apartó su mano y le hizo una seña para que ambos se sentaran.

—¿Cómo han estado estos días? —preguntó Jack.—Bien. Hemos estado viviendo con Danielle mientras buscaba

trabajo. —Matt me dijo eso.—Sí. He recibido algunas ofertas ya. —Vaya…El silencio apareció entre ellos, apoderándose del momento. Jack tuvo

una sensación de nostalgia. Anhelaba esos instantes que pasaban los tres juntos o sólo con Sara. Nunca se habían quedado sin nada para decirse, siempre había habido algo que contar. Ahora que los dos estaban callados, le hacía pensar en las palabras de Sara. Que “había cambiado”.

—¿Has pensado mejor las cosas? —le preguntó con voz ronca.

Page 32: María Fernanda Santamaría

31

—¿A qué te refieres?—Sobre esta situación entre tú y yo. Sabes que quiero que tú y Peter

vuelvan a casa cuando salga de aquí. La mirada de Sara se volvió dura de pronto. —No vamos a volver, Jack. Y no hay ninguna situación entre tú y yo.

Estamos separados. Firmaste los papeles, ¿recuerdas?—Porque tú insistías con eso de que era lo mejor. —¿Qué se suponía que hiciera? Con todos los problemas que tenías

y la manera en que te portabas cuando estabas en la casa.—¿Así que todo esto es por la demanda? ¿Es porque ya no tengo

tanto dinero?—¿Qué? ¡Cómo se te ocurre pensar eso! —exclamó procurando

mantener un tono bajo—. No me casé contigo por dinero.—¿Entonces por qué dices que las cosas cambiaron?—Tú cambiaste. De un momento a otro te encerraste en tu mundo

de tragedia cuando empezaron las demandas. Nunca me decías qué era lo que te pasaba y estabas tan… ausente y furioso.

De nuevo el mismo cuento de que estaba enojado con todo el mun-do. ¿Cuándo iban a dejar de decírselo?

—Estaba pasando por cosas graves, Sara. ¿Qué querías que hiciera?—Que hablaras conmigo, que me dejaras escucharte —su voz empe-

zó a quebrarse—; y cuando empezaste a tomar esas pastillas…—¡No soy un adicto, maldita sea! —no le importó si su voz no estaba

en el tono adecuado. No le importaba que todo el mundo los escuchara.—Santo cielo, ¡mírate! Siempre reaccionabas así cuando estábamos

en casa. Te enojabas con Peter por las cosas más simples.—¿Qué? —no entendía de qué estaba hablando. —Te enfureciste una vez en la cena cuando derramó su jugo sobre

la mesa y le gritaste cosas horribles cuando rompió uno de sus carros de juguete. Llegó a decirme que ya no quería verte porque lo asustabas.

Jack desvió la mirada lentamente hacia el suelo, demasiado confun-dido y asustado. ¿En qué momento había pasado eso? No podía recor-darlo. ¿En serio le había hecho algo así a Peter?

—Me ofrecieron un puesto en una agencia de Madison. Voy a mu-darme ahí y me llevaré a Peter conmigo.

—¿Qué? —aquello le cayó encima como un balde de agua fría. —¿Madison, Wisconsin? ¿Y cuándo voy a verlo?

—Podremos hacer espacios para que puedas viajar a visitarlo. Tene-mos que acordarlo con un abogado.

Page 33: María Fernanda Santamaría

32

No. Esto debía ser una pesadilla. —¿Ir hasta Wisconsin? No puedes llevarte a Peter tan lejos de mí…

¡voy a ser el Capitán América!—Aún puedes visitarlo para Halloween. —Sara… Sara no puedes hacer esto —rogó con los ojos llorosos—

No puedes llevártelo, es mi hijo también.—Te tenía miedo, Jack —soltó de pronto—; tenía miedo de que lle-

garas a la casa porque empezarías a gritarle otra vez. Dime, ¿por qué no habría de alejarlo del monstruo en el que se convirtió su padre?

Era imposible escribir en momentos así. No podía concentrarse. Había querido desquitar su impotencia de alguna manera, pero al final, había pasado un rato muy largo sentado frente a la máquina de escribir y des-pués dando vueltas en su cama. Necesitaba hablarle a Matthew. Tal vez él pudiera ayudarle, quizá pudiera hacer algo.

De un momento a otro, Samuel llamó a la puerta, diciendo que venía por la máquina de escribir. Tan pronto lo vio, Jack le pidió que le ayuda-ra porque necesitaba marcarle a su abogado.

—No puedes hacer llamadas, lo sabes —dijo levantando la máquina.—Es un caso urgente, además es mi abogado, estoy en mi derecho

¿no? Podrían condenarme a cadena perpetua o la silla eléctrica y no voy a enterarme porque no me dejan hacer llamadas.

Al final, toda la discusión se había arreglado con un billete, claro; pero Samuel había tenido la cortesía de acompañarlo a usar el teléfono de la oficina de la doctora Robinson.

—¿Y cómo vas con esa historia? —preguntó Samuel recargado en la puerta.

—Eh, bastante bien —levantó el teléfono tratando de recordar el nú-mero de celular de Matthew—. Puede que sea un best seller.

Samuel resopló con una sonrisa —nunca nadie lee a los locos. Jack lo miró con el ceño fruncido y prefirió ignorar su comentario.

No tendría una discusión con el carcelero. —Si me permites un poco de privacidad, por favor —le dijo hacién-

dole un gesto con la mano. —Estaré afuera, Blackwood —gruñó y cerró la puerta, dejándolo

solo en la oficina.

Page 34: María Fernanda Santamaría

33

Jack hizo memoria y cuando finalmente recordó el número, marcó. No tardó mucho tiempo antes de que la voz somnolienta de su amigo respondiera.

—Matt, despierta —le dijo. —¿Jack? ¿Está todo bien?—Creo… no sé… Sara vino hoy en la tarde.—¿Qué? ¿En serio?—Dijo algo que no entendí… Bueno, lo entendí, pero es que… —se

pasó una mano por la cara y el pelo—; ¿alguna vez te mencioné algo sobre que Peter me había hecho enfadar o que le había gritado?

—No. ¿Por qué? ¿Te enfadaste con él?—¡No! Pero Sara dice que sí, yo no lo recuerdo. ¿Crees que estaría

mintiendo?—¿Por qué haría algo así?—No sé —se recargó contra una pared y se golpeó despacio la cabeza

con frustración. No había ningún motivo para que le mintiera—. Ya no estoy seguro de nada.

—¿Estás bien? —Después de su visita de hoy, ya no. Dice que va a mudarse a Wis-

consin y que se llevará a Peter con ella —hubo silencio al otro lado de la línea.

—¿Cómo? —preguntó bastante confundido.—¡Va a llevarse a mi hijo, Matt! —Pero… ¿de qué estás hablando? —Tienes que hacer algo, por favor, habla con ella, convéncela. No

puedes dejar que lo aleje de mí —siguió más y más rápido.—¡Jack! Cálmate, estás hablando locuras. —¡Maldición! —rugió con desesperación— ¡Es cierto! Si no me

crees háblale y pregúntale.—No, no es eso. —¿¡Entonces qué!?—Sara y Peter se mudaron a Wisconsin hace cuatro meses. ¿Acaso

no lo recuerdas?De repente, todo el enfado que se había apoderado de Jack se convirtió

en confusión e incredulidad. ¿Acaso había escuchado bien? No, eso no podía ser. La había visto con sus propios ojos, ella había venido de visita.

—… pero… pero ella vino hoy al psiquiátrico…—¿Psiquiátrico? —empezó a escuchar ruidos al otro lado del teléfo-

no. Al parecer estaba levantándose de la cama o algo así.

Page 35: María Fernanda Santamaría

34

—¡Sí, carajo! ¡A Santa Carlota! ¡Llevo aquí metido un mes!—Jack… —su voz sonaba muy preocupada—. Llevas viviendo casi

un año en el departamento que compraste en la calle Mason. —No… tú me dijiste que… ¡éste fue el acuerdo al que llegaste para

que no me demandaran los inversionistas y la mesa! Dijiste que me in-ternaría en un psiquiátrico por tres meses…

Se calló de golpe. Sus labios quedaron entreabiertos mientras un torbellino de imágenes aparecieron de pronto en su cabeza como si su cerebro estuviese vomitándolas. Imágenes confusas de él y Sara discu-tiendo; abrazando a Peter; bebiendo whisky solo en la casa donde solía vivir con su esposa e hijo; papeles lanzados al piso con coraje.

—Escucha, quédate en el departamento ¿está bien? Recuéstate, voy para allá.

No dijo nada más. Se quedó de pie en el pasillo, mirando a la nada con el teléfono en la mano. Sólo sus ojos se movían de un lado a otro, examinando lo que estaba a su alrededor. Ésta seguía siendo la oficina de la doctora Robinson. Seguía siendo su oficina… ¿cierto?

—¿Jack? ¿Jack? ¿Sigues ahí? Todo estaba muy silencioso, demasiado. ¿Por qué no había ningún

paciente llorando o gritando? ¿Dónde estaba el ruido de las pisadas de las enfermeras?

—¿Samuel? —preguntó con voz temerosa. No hubo respuesta. —¡Samuel! —dejó caer el teléfono al piso y corrió a la puerta.

La abrió y tras ella había una sala. Una sala de piel sintética negra. Jack sentía el corazón palpitando con fuerza en su cuello y sus piernas temblar. Apoyó una mano en la pared y siguió caminado. La sala estaba hecha un asco. Había hojas de papel por todos lados, platos sucios y res-tos de comida. El televisor estaba encendido y estaban pasando alguna película que él no conocía.

Sintió como si le faltara el aire y, sin poder soportarlo más, se sentó en un sofá. Tragaba, como si eso pudiera ayudarle a respirar mejor pero en realidad seguía sintiéndose igual de horrible. Se llevó una mano a la frente; estaba sudando. Entre parpadeos confusos, siguió mirando a su alrededor. No estaba en el psiquiátrico. Era un departamento.

—Es mi departamento. Yo compré el departamento en la calle Ma-son —dijo en voz alta, repitiéndolo una y otra vez, mirando por todos los rincones del lugar.

Detrás del televisor había una puerta de viene y va. Era la cocina, pensó. La respuesta apareció ahí, de repente, como suelen aparecer las

Page 36: María Fernanda Santamaría

35

verdades en un sueño. Pero estaba despierto ¿no? Esto era real. A la derecha de la sala, había otra puerta de madera, pero justo ahora no recordaba a dónde conducía.

Dejó caer una mano pesadamente en el sillón y sintió algo sobre el asiento. Era un periódico. Con una mano temblorosa, lo levantó y tan pronto vio el titular, esa sensación de pánico volvió a apoderarse de él.

El artículo encabezaba con letras negras que decían: “Editorial Black- wood en la ruina.” Jack siguió leyendo con un nudo en su garganta que se hacía más grande. Describía cómo había perdido el caso luego de que los inversionistas lo demandaran también. La editorial había quedado en números rojos luego del fraude de April y de todos los juicios de clientes que habían tenido que enfrentar. No había quedado más reme-dio que declararse en bancarrota.

Bajo el título, estaba la fecha de ese día: 24 de enero del 2012. ¿En-tonces qué día era hoy? Apoderado de un miedo que había helado su piel, caminó torpemente hasta el televisor y se arrodillo frente a él para empezar a cambiar los canales en busca de algún noticiero. Diferen-tes imágenes aparecían mientras tanto. Series, actores, momentos que no recordaba. ¿Dónde había estado metido todo este tiempo? ¿En qué mundo? ¿En qué sueño o pesadilla?

Detiene su búsqueda en un noticiero cuando finalmente la ve. Le-vanta una mano hasta la pantalla y toca la fecha con aprehensión. 4 de noviembre del 2012. Se había perdido la noche de brujas, pensó con una sonrisa dolida. Lentamente, se agachó, abrazándose a sí mismo y apo-yando la frente sobre el piso.

Empezaba a recordar. Después de que perdió la empresa, quiso arreglar las cosas con Sara

pero no había podido hacerlo. Ella seguía viviendo con su hermana a pesar de todos los ruegos de Jack. Incapaz de soportar seguir viviendo en esa enorme casa que habían formado juntos, ni siquiera peleó cuan-do fue embargada.

Luego de eso, había buscado un departamento donde vivir y había comprado uno en Mason. Toda esa conversación que había tenido en el psiquiátrico, había ocurrido de verdad aquí hacía un par de meses. ¿Cuántos? No sabía. Pero Sara sí se había llevado a Peter. Sí lo había llamado monstruo.

¿Qué pasaba con él? Había estado metido como en un trance… en otro mundo y apenas venía despertando. Se levantó un poco y se miró las manos. Temblaban y estaban manchadas con tinta negra. ¿Tinta?

Page 37: María Fernanda Santamaría

36

Lentamente, giró la cabeza hacia la puerta que estaba a su derecha. La que no había abierto aún. Cuando se apoyó en el televisor para pararse, éste cayó al piso con un sonido estrepitoso que Jack ignoró.

Caminó dando tumbos hasta que sus manos cogieron la perilla y la hicieron girar. Se abrió con un sonido chirriante que le provocó un escalofrío. La habitación, estaba a oscuras y la única luz que permitía ver lo que había dentro, provenía de una ventana que daba a la calle. Era de noche.

No era otra cosa sino una recámara. Su recámara, que apestaba a vómito. La cama con las sábanas y colchas revueltas sobre el cochón. Un armario que estaba abierto y que tenía prendas de ropa colgadas de las puertas. En una esquina, había una silla y un escritorio de madera. Había un montón de cosas encima. Una lámpara de mesa, una pila de hojas manchadas y una máquina de escribir.

Jack casi se abalanzó sobre ésta y encendió la lámpara. La tocó con firmeza, queriendo asegurarse de que estaba ahí de verdad. Tenía que haber estado muy demente como para comprar esta reliquia. La movió un poco y encontró un pequeño frasco de plástico con pastillas tirado a un lado. Rápidamente, lo cogió con su mano zurda y miró el montón de hojas que había en un extremo del escritorio.

Era su historia. La historia que había escrito en el psiquiátrico. No. La historia que había estado escribiendo en el departamento.

Más confundido de lo que había estado en toda su vida, Jack jaló la silla y se sentó sin dejar de leer entre líneas con rapidez. Pasaba las hojas y las ponía en orden cuando era necesario. Se detuvo en un párrafo que no reconoció, así que empezó a leerlo.

—Aléjate de mí —sus dientes están manchados de sangre. La intención llegó de repente a él como un murmullo en su oído y no

duda en hacerle caso a esa vocecita. Tom saca del bolsillo trasero de su pantalón una navaja suiza. De esas que venden en las tiendas de equipos de cacería; no en las departamentales, las de verdad. Es de las que tiene una buena y filosa navaja; un poco más grande de lo normal y lo sufi-cientemente filosa como para hacer unos cuantos cortes.

Tirándole del cabello, acerca el filo al rostro de Fryer. Alcanza a ver el brillo azul de las luces reflejado en la navaja y el parpadeo asustado del ojo de pestañas rubias. Presiona debajo del ojo derecho y un pequeño

Page 38: María Fernanda Santamaría

37

punto escarlata aparece. Fryer ahoga un jadeo. La navaja sigue desli-zándose despacio por la mejilla y Tom disfruta de sentir cómo la piel va cediendo. Era como cortar un pedazo de tela; sentir las fibras abriéndo-se y revelando la carne suave. Se detiene cuando llega a la barbilla y lo suelta.

Cuando vuelve a pararse con la navaja en mano, se da cuenta de que Fryer había chillado de dolor y que probablemente el tiempo que había pasado deleitándose con herida, había sido menos del que había pensado. Mucho menos. El rubio se mueve contra el suelo, apretando los dientes y blasfemando. La sangre se había deslizado hasta manchar con unas gotas su cuello.

El agente traga con fuerza. No teme, ni siente culpa. Hay algo que se forma en su garganta, deslizándose hasta su corazón y haciendo que palpite con fuerza. Cuando vuelve a tragar, la sensación aparece en su estómago y se extiende por sus brazos hasta los dedos. Le cosquillean. Johann le maldice, al menos eso cree pero Tom se ríe. No como un ma-niático, sino como alguien divertido por alguna broma.

Retrocede un paso y lo patea en la cara. Fryer de inmediato se aparta, gritando. Tom se fija en el corte de la cara. A pesar de que era la primera vez que lo hacía, la herida es menos irregular de lo que se espera de un principiante. Tal vez si fuera un cirujano, el corte podría ser mejor o incluso si hubiera sido un boy scout.

Quién sabe. —¿Qué demonios estás haciendo? —dice Johann con voz ahogadaEl agente lo apunta con el arma. Su brazo firme y una expresión de

póquer en su rostro. Fryer lo mira confuso en medio de su dolor.—¡De rodillas —los ojos del rubio lo miran con escrutinio—, ahora!

—Johann sabe que no lo matará, pero ahora ya no tiene la certeza de que tampoco le volará una oreja por placer.

Torpemente, se pone de rodillas, temblando y sorbiendo la sangre que brota de su nariz aunque ahora tiene que respirar por la boca. Tiene un ojo cerrado y su lengua lame los rastros de sangre que se deslizan cerca. Una curiosa sensación de placer se apodera de Tom cuando lo ve lamerse sus propias heridas. Lo rodea hasta quedar detrás de él.

Fryer resopla y mueve despacio la cabeza de un lado a otro. Sus hom-bros se sacuden con una sonrisa baja que se va haciendo más fuerte. Aunque suena distinta esta vez.

—¿Vas a torturarme?Tras él, Tom frunce el ceño.

Page 39: María Fernanda Santamaría

38

Orillarle a nuevos umbrales de dolor. Calarle como nunca nadie le habría hecho antes. Romper hasta el último atisbo de orgullo que que-dara en él. Ésa era la respuesta para todo lo que quería hacer. Si bien no podría sacarle nada ahora, tal vez más adelante. El odio, el miedo o la repulsión se encargarían de eso.

—Así es, Fryer.No se mueve de donde está. Nunca había tenido que torturar a na-

die. Siempre había sido partidario del respeto íntegro a otras personas, inclusive a los prisioneros. Johann se remueve, tratando de liberarse inútilmente.

—¿No se supone que eres el héroe del mundo? ¿El proclamador de la justicia y la paz? —gira el rostro tratando de ver al agente, pero éste lo empuja por la espalda y lo tira al piso, dejándolo boca abajo. Fryer ladea la cabeza para poder respirar.

Tom lo mira de pie a su lado.—La piedad del héroe es para los inocentes. Pero ¿por qué no inten-

tas rogar? Quizá te sirva de algo —dice con tono filoso. Oh, la sensación de… superioridad era lo mejor. Eso y la expresión del rubio. Sabía que estaba asustado, casi podía olerlo. O quizá estaba cayendo en un delirio de placer.

En sus manos siguen estando el arma y la navaja suiza. Los sube y baja un poco mientras observa a Fryer. Decide que por esta vez sería más interesante hacer algo nuevo, para variar. Guarda el arma en un bolsillo de su chaqueta y se pone a horcajadas encima de Fryer.

Siente al otro temblar, ¿sería miedo? Y parece que dice algo pero le resta importancia.

—No soy ningún experto en medicina o en anatomía, ¿sabes? —le-vanta un poco la camisa y corta la tela con facilidad. Fryer lucha pero está demasiado herido como para poder hacer algo—; pero por mi tra-bajo sé que la espalda es un área muy sensible.

Fryer detiene su lucha. Ya sabe a dónde va con esto. Cuando traga, su garganta duele.

—Quítate de encima, imbécil —dice con los dientes apretados. Tom quisiera decir que le sorprende que a pesar de las circunstancias,

aún tenga el orgullo suficiente como para decir algo tan estúpido. Pero no le sorprende en absoluto. Pone el filo de la navaja contra la piel y presiona. De nuevo aparecen las gotitas de sangre pero lo hace con más fuerza ésta vez, enterrando más el acero en la carne. Fryer trata de moverse, pero Tom lo mantiene quieto con su peso y la presión de sus piernas.

Page 40: María Fernanda Santamaría

39

Empieza a descender por la espalda. La sangre brota en mayores can-tidades; caliente y rápida, manchando los dedos de Tom, quien está hip-notizado por el espectáculo que está sucediendo bajo sus ojos. Porque eso era; un espectáculo, ¿o no? Esto era digno de admirarse.

Tiene que mover la navaja con fuerza, asegurándose de que está cor-tando bajo el mismo pulso. Ni más débil ni más fuerte porque podría desangrarlo o no cortarlo con suficiente profundidad. Cree que Fryer debe estar gritando, pero no lo escucha. No escucha nada en realidad, salvo la sonata que proviene del corte. Las primeras tonadas crujientes de la piel al romperse y el gelatinoso sonido de las fibras de carne des-baratándose. Y el olor.

Tom está familiarizado con el denso aroma de la sangre, pero esta vez era distinto. Ya no despierta un sentimiento de alarma en él, sino un palpitar excitado que le provoca sonreír. La calidez de la sangre que manaba a borbotones lo tenía cautivado.

Se limpia el sudor de la frente con su brazo y admira la rojiza brecha marcada sobre la espalda. Era casi de una palma de largo pero había sido hecha con pulso firme. El agente está orgulloso. Lentamente, el so-nido empieza a regresar y los gemidos lastimeros de Fryer llegan a sus oídos. Su cuerpo tiembla de pesar y está empapado en sudor. Pero aún no era suficiente. Tom no estaba complacido.

Con la misma sonrisa bailoteando en sus labios, introduce un par de dedos en su reciente obra maestra. Fuerte, decidida e implacablemente. El rubio profiere un grito de dolor que Tom no había oído antes. Y sin es-perar mucho tiempo, se adentra más. Los músculos se contraen a su paso pero sigue con su trayecto hasta tocar la dureza del hueso de la columna. Escucha un nuevo grito de dolor fragmentándose en gemidos dolorosos.

Knight está encantado. Se siente demasiado bien y no se imagina rechazando otra oportunidad como ésta. No era sólo el placer que le traía provocar la tortura, era el placer de humillar a Fryer a éste nivel, de volverlo la víctima por una vez y obligarlo a encarar el dolor de sus propios crímenes. De hacerle sufrir.

Una…—¡B...basta!Y otra…—¡Ah! ¡Detente!Y otra vez hasta destrozarle por completo.Tom retira los dedos finalmente y se levanta para darse la vuelta con

parsimonia y guardar su navaja. Se frota las manos contra el pantalón

Page 41: María Fernanda Santamaría

40

para limpiarse tranquilamente. Al volverse hacia Johann, lo ve tirado en el piso, boca abajo. Se acerca y le quita las esposas.

—¿Dónde están? —vuelve a preguntar El rubio se queda callado. Apoya una mano y un brazo temblorosos

en el suelo mientras se queda cabizbajo. —Como quieras —se acomoda la chaqueta y se encamina a la puer-

ta—; ya habrá oportunidad para usar diferentes métodos contigo. Así que recapacita un poco —detiene sus pasos frente a la entrada y se gira una última vez para mirarlo—. Siempre podemos continuar con nues-tra diversión las veces que quieras, Fryer —toca la puerta un par de veces y ésta se abre con el mismo silencio de siempre.

Cuando Tom cruza el umbral y cierra la puerta, se alegra de sentir un poco de calor en la habitación. Dean y Julian lo miran con deteni-miento.

—Señor, ¿pudo obtener algo? —pregunta Julian. Él camina hacia la salida.—Algo así, pero nada que nos sirva mucho. Aunque no te preocu-

pes —aprieta su hombro fraternalmente—, es sólo cuestión de tiempo. —aparta la mano y no tiene que esperar mucho para que le abran la puerta.

Despidiéndose con un gesto de ambos y después de McCallister, se vuelve a internar en la oscuridad de aquellos pasillos. Y tras escuchar el ruido de sus propios pasos en el túnel, Tom se detiene justo frente a la traba. La contempla unos instantes, pensando. Finalmente se hace a un lado y esquiva el dañado ladrillo con una sonrisa.

Tenía que mandar a arreglar eso.

Finalmente, sus ojos se detuvieron en la última línea. Jack la releyó al menos unas dos veces más antes de empezar a reírse. Una carcajada estrepitosa que hizo que sus ojos lloraran.

Era un final digno, suponía.Volvió a dejar las hojas sobre el escritorio cuando su risa empezó a

desvanecerse. En un gesto tan automático, como si hubiera estado ha-ciéndolo una y otra vez, destapó el frasco con un pulgar y dejó que va-rias pastillas cayeran en su boca.

En su cabeza, apareció una escena difusa de su hijo. Peter mirándolo con sus ojos azules; los ojos de Sara, y sonriéndole en el aeropuerto, pi-

Page 42: María Fernanda Santamaría

41

diéndole que por favor lo visitara para noche de brujas. Quería vestirse de Ironman, estaba decidido y él tendría que ir como el Capitán Amé-rica. Peter le prestaría su escudo, pero tenía que buscarse un disfraz de su talla.

Lágrimas frías empezaron a deslizarse por sus mejillas. Jack cerró los ojos con una sonrisa pasiva y se reclinó en la silla con los brazos colgando a sus costados. Las pastillas y el frasco cayeron al suelo con un sonido bajo. Por un instante, le pareció escuchar a alguien aporreando una puerta y llamándolo, pero su mente seguía trayéndole memorias de Peter, Sara y él.

Inhaló y exhaló despacio, profundamente. Sintió esa bocanada de aire como si fuera lo más puro del mundo, como si fuera la primera de su vida.

O la última.

Page 43: María Fernanda Santamaría

La edición de Otro libro de baño, de María Fernanda Santamaría, se realizó en marzo de 2013 por AZUL Casa Editora del Tecnológico

de Monterrey, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México. Se usó tipografía Minion Pro.