maquiavelo - el príncipe - cap xviii

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Nicolás Maquiavelo El Príncipe XVIII Quomodo fides a principibus sit servanda [De cómo deben los príncipes mantener su palabra] Cuán loable es que un príncipe mantenga la palabra dada y viva con integridad, y no con astucias, todo el mundo lo entiende. No obstante, vemos por experiencia que, en nuestro tiempo, los príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar astutamente a los demás han hecho grandes cosas y han superado, finalmente, a los partidarios de la sinceridad. Debéis asimismo conocer como son los dos modos de combatir: con las leyes o con la fuerza. El primero es propio del hombre; el segundo, de las bestias. Mas, como el primero muchas veces no basta, es forzoso recurrir al segundo. Por tanto, el príncipe necesita saber luchas como las bestias y como el hombre. Este papel se lo han enseñado, veladamente, los historiadores antiguos a los príncipes cuando cuentan que Aquiles y muchos otros príncipes de la antigüedad fueron entregados al centauro Quirón para que los educase y los sometiese a su disciplina. Y el hecho de tener por preceptor a un ser mitad bestia y mitad hombre no significa sino que un príncipe precisa conocer el uso de ambas naturalezas, y que la una sin la otra no puede perdurar. Siendo, pues, necesario usar las cualidades de las bestias, debe el príncipe tomar como ejemplo la zorra y el león; porque el león no se defiende de las trampas y la zorra no se defiende de los lobos: hay que ser zorra para conocer las trampas y león para causar temor a los lobos. Los que actúan siempre como león no entienden el arte del estado. Por eso un señor prudente no puede, ni debe, observar la palabra dada cuando tal observancia se le vuelva en contra por no existir ya las causas que dieron lugar a la promesa. Si los hombres fueran todos buenos, esta norma no sería buena; pero, como son malos y no la respetarían contigo, tú tampoco has de respetarla con ellos, pues nunca le faltaron a un príncipe razones legítimas para

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Page 1: Maquiavelo - El Príncipe - Cap XVIII

Nicolás Maquiavelo

El Príncipe

XVIII

Quomodo fides a principibus sit servanda

[De cómo deben los príncipes mantener su palabra]

Cuán loable es que un príncipe mantenga la palabra dada y viva con

integridad, y no con astucias, todo el mundo lo entiende. No

obstante, vemos por experiencia que, en nuestro tiempo, los

príncipes que han sabido incumplir su palabra y embaucar

astutamente a los demás han hecho grandes cosas y han superado,

finalmente, a los partidarios de la sinceridad.

Debéis asimismo conocer como son los dos modos de combatir: con

las leyes o con la fuerza. El primero es propio del hombre; el

segundo, de las bestias. Mas, como el primero muchas veces no

basta, es forzoso recurrir al segundo. Por tanto, el príncipe necesita

saber luchas como las bestias y como el hombre. Este papel se lo han

enseñado, veladamente, los historiadores antiguos a los príncipes

cuando cuentan que Aquiles y muchos otros príncipes de la

antigüedad fueron entregados al centauro Quirón para que los

educase y los sometiese a su disciplina. Y el hecho de tener por

preceptor a un ser mitad bestia y mitad hombre no significa sino que

un príncipe precisa conocer el uso de ambas naturalezas, y que la

una sin la otra no puede perdurar.

Siendo, pues, necesario usar las cualidades de las bestias, debe el

príncipe tomar como ejemplo la zorra y el león; porque el león no se

defiende de las trampas y la zorra no se defiende de los lobos: hay

que ser zorra para conocer las trampas y león para causar temor a

los lobos. Los que actúan siempre como león no entienden el arte del

estado. Por eso un señor prudente no puede, ni debe, observar la

palabra dada cuando tal observancia se le vuelva en contra por no

existir ya las causas que dieron lugar a la promesa. Si los hombres

fueran todos buenos, esta norma no sería buena; pero, como son

malos y no la respetarían contigo, tú tampoco has de respetarla con

ellos, pues nunca le faltaron a un príncipe razones legítimas para

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justificar su inobservancia. De ello se podría dar infinidad de

ejemplos actuales y mostrar cuántas paces, cuántas promesas han

resultado inútiles y vanas por la infidelidad de los príncipes; y el que

ha asumido mejor el papel de la zorra ha salido mejor librado. Mas

es necesario camuflar bien esta naturaleza y ser todo un simulador y

disimulador: son tan simples los hombres y obedecen de tal manera

a las necesidades inmediatas que quien engañe encontrará siempre

quien se deje engañar.

De los ejemplos recientes no quiero callarme uno. Alejandro VI

nunca hizo ni pensó en otra cosa que no fuera engañar a la

humanidad, y siempre encontró un pretexto para poder hacerlo. Y

jamás hubo hombre que demostrase mayor eficacia en aseverar y

asegurar con los más solemnes juramentos algo que no iba a

cumplir. Sin embargo, sus engaños dieron siempre el fruto deseado

porque conocía bien esta cara de la realidad.

Un príncipe no ha de reunir todas las cualidades mencionadas, pero

debe aparentar tenerlas. Es más: me atrevo a decir que, si las tienes

y las usas siempre, son dañosas; en cambio, aparentándolas son

útiles. Como, por ejemplo, parecer piadoso, fiel humano, íntegro,

religioso, y serlo en verdad; mas con la predisposición de ánimo para

transformarse, cuando convenga, en todo lo contrario. Y se ha de

entender que un príncipe, y máxime un príncipe nuevo, no puede

respetar todas las cosas que otorgan reputación de buenos a los

hombres, y que para conservar el poder necesita a menudo actuar

contra la palabra dada, contra la caridad, contra la humanidad,

contra la religión. Asimismo, que disponga su ánimo a inclinarse por

uno u otro proceder según le indiquen los vientos de la fortuna y la

mutabilidad de las cosas, y –repito lo dicho– que no se aparte del

bien si puede, pero sepa penetrar en la senda del mal si es preciso.

Debe poner el príncipe gran cuidado en que no se le escape de la

boca una sola palabra que no esté llena de estas cinco cualidades, y

parezca a la vista y al oído todo piedad, todo lealtad, todo integridad,

todo humanidad, todo religión; y nada hay más necesario que

aparentar tener esta última cualidad. Los hombres, en general,

Algunas ediciones agregan lo siguiente: “Alejandro jamás hacía lo que decía, César jamás decía lo que hacía. Proverbio italiano” (2013, Tikal Ediciones, Madrid, p.64).

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juzgan más por los ojos que por las manos1. A todos toca ver, “tocar”

a pocos toca. Todos ven lo que pareces, pero pocos “tocan” quién

eres verdaderamente, y esos pocos no se atreven a oponerse a la

opinión de la mayoría, que tiene de su parte la grandeza del

principado. Y en todas nuestras acciones, y máxime en las de los

príncipes, en cuyo caso no existe tribunal que las juzgue2, se analizan

los resultados finales. En suma, el príncipe, que se ocupe de ganar y

mantener el poder; los medios se considerarán siempre honorables y

dignos de general alabanza. Y es que el vulgo se deja siempre llevar

por la apariencia y el resultado final de las cosas, y en el mundo no

hay más que vulgo y unos pocos no tienen relevancia cuando la

mayoría tiene donde apoyarse. Algún príncipe de nuestros tiempos,

que prefiero no nombrar, no predica más que paz y lealtad siendo el

mayor enemigo de ambas; sin embargo, si hubiese respetado alguna

vez cualquiera de las dos, habría perdido la reputación y el poder.3

Tomado de: Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe. (2012) Madrid, Akal, p. 125-128.

1 Quiere decir que juzgan más por las apariencias que por la realidad. (Nota del traductor) 2 Maquiavelo enuncia una verdad sostenida por toda la tratadística monárquica. Se entiende, así, la conmoción que supuso en las cortes europeas el juicio y ajusticiamiento de Carlos I de Inglaterra en 1649, tras su derrota en la guerra civil que sostuvo contra las fuerzas parlamentarias, las cuales se arrogaban la representación del pueblo frente a un rey que había obrado tiránicamente. Dada la importancia de esta cita, reproducimos a continuación varias traducciones. 1. “Y en las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito” (1999, Buenos Aires, Aleph, p.142). 2. “Y en las acciones de todos los hombre, y en especial de los príncipes, a los que no es prudente desafiar, uno juzga por los resultado. Por esta razón, si se da crédito a un príncipe por conquistar y conservar su Estado, los medios serán considerados honestos, y será alabado por todo el mundo; porque a la gente vulgar le convence la apariencia de las cosas y los resultados que obtienen” (2013, Tikal Ediciones, Madrid, p.65). 3. “Y en las acciones de todos los hombres, y máxime en las de los príncipes, cuando no hay tribunal al que reclamar, se juzga por los resultados. Haga, pues, el príncipe lo necesario para vencer y mantener el estado, y los medios que utilice siempre serán considerados honrados y alabados por todos. Porque el vulgo siempre se deja llevar por la apariencia y por el éxito del acontecimiento” (2001, Barcelona, Espasa Calpe, p.121). Sobre este punto Napoleón Bonaparte comentó lo siguiente: “Triunfad siempre, no importa cómo, y tendréis razón siempre.” (p.184) 3 Alusión a Fernando el Católico.